Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema “lluvia”. Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 5 de noviembre! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
El manto de la lluvia provocó el accidente.
Mamá llegaré esta noche tarde a casa. No salgas a esperarme a la puerta de casa como tienes costumbre.
La meteorología avisa que a la tarde noche del día de hoy lloverá muchosimo.
El agua en la carretera iba de lado a lado.
El parabrisas no da abasto a quitar de los cristales el agua cero que caía.
Un poco más y llegó a casa-se dijo para si misma la conductora.
Un golpe seco da el coche y algo vuela por el aire. El conductor frena.
La noticia en el periódico al día siguiente dice… El manto de la lluvia provocó el accidente.
LLUVIA FINA
Tú y yo, querida Edwige, hemos hablado y debatido acerca del agua por el simple objeto de que tú naciste cerca de los Alpes y yo en la estepa castellana. Lógico que a ti te gustara la nieve y a mí ver llover.
—Pues con el paso del tiempo no he cambiado de opinión: la nieve es algo vivo y sustantivo.
—Ya, y el verbo llover impersonal.
—Pues sí. Llover no exige sujeto. ¿Te imaginas qué tragedia de vida sin un yo, tú o nosotros? ¡Llueve! ¿Quién llueve?
Te contesté que obviando consideraciones lingüísticas, muy de tu agrado, la lluvia acababa con la sequía y eso era lo importante. Los campos yertos deprimen el alma.
—Lo entiendo, pero dirás conmigo que la nieve tiene más recorrido, más poesía. Además, donde nací la nieve no solo cae sino que discute.
—Me encanta la imagen, y la elogio porque el año pasado nevó todo un día, y no te cuento cómo gritaban los chicos del colegio y con qué gozo se echó la gente a la calle. El periódico lo describía como una sinfonía en color.
—¿Lo ves? Ahora entenderás mi fascinación y gusto por la nieve.
—Cierto. Sin embargo yo prefiero el agua en cualquiera de sus formas, la llovizna, el chirimiri y hasta disfruto con el vapor que exhalan los pucheros en el fuego.
—No me lo recuerdes, por favor. Es que lo aborrezco.
—¿Por qué motivo? El puchero al fuego tiene que cocer.
—Sí, sí, pero no era a ese vapor al que me refería, sino al aliento con que se empañan las gafas por llevar la mascarilla.
—Eso tiene una fácil solución.
—Date prisa en decirla.
—¡Quítate las gafas o no respires!
Cinco meses y medio de sequía, y tenía que llover el día de mi boda. A cántaros. El plan era celebrarlo en el jardín, y hubo que habilitar una sala donde me sentí que me ahogaba. De camino a casa, Pedro, mi marido, trataba de consolarme en vano. El día más esperado de mi vida había sido un fraude por culpa del torrente de agua que brotaba de un cielo inmisericorde.
Aquella lluvia regó la semilla que terminó destruyendo mi matrimonio, al despertar en mí una parte oscura que buscaba sabotear el amor que Pedro y yo habíamos ido amasando. Mis reproches y mi mal humor se hicieron habituales. Un año y medio después, la culpa terminó por acorralarme y pedí el divorcio.
La mañana del día en que tocaba firmar los papeles amaneció espléndida, pero me invadía una honda tristeza. Llegando al juzgado empezó a llover. Mira por donde todo terminaría igual que empezó. Y allí estábamos mi marido, la procuradora, el secretario y yo. Primero firmó Pedro, y me conmovió ver dos lágrimas surcando su rostro. Cuando llegó mi turno cogí el bolígrafo, miré el papel y me sentí perdida. Entonces sonó un trueno tan impresionante que todos nos miramos sobresaltados. Se acabó. Dije que no me sentía bien y que me iba a casa. Saliendo del edificio escuché la voz de Pedro preguntándome si me apetecía un café. Asentí con una sonrisa, y bajo su paraguas nos encaminamos hacia una cafetería cercana. Allí, al otro lado del ventanal, vimos como empezaba a salir el sol.
Karen se recostó en el asiento del copiloto con las manos en la nuca, y admiró el paisaje que veía desde la cabina. Las nubes acompañaban al helicóptero creando un techo de burbujas de algodón. El Sol se alzaba en el cielo con calma, acariciando con la ternura de la primavera, lamiendo con lenguas cálidas los cristales del vehículo. Las calles empezaban a llenarse de gente. A llenarse de hombres.
Echó un vistazo al reloj. Todavía faltaban veintisiete minutos. Pasarían por encima del centro de Madrid a las 9:30.
Había trabajado en muchos de sus comercios, estresantes y agobiantes hasta lo claustrofóbico por la cantidad de clientes que entraban a lo largo del día, y en todos ellos se encontró a la sombra de algún hombre que solo quería explotarla y aprovecharse de ella, o peor aún, bajo el mando de una mujer explotada y abusada por un hombre, que pagaba sus frustraciones con las empleadas. Habría dicho que nacer con polla daba inmunidad, pero tampoco sería cierto. Para las mujeres transexuales era incluso peor.
En la hamburguesería, el encargado la obligó a tragarse su corrida. «O lo haces o te vas a la puta calle, y a ver quién te contrata en otro lado con lo inútil que eres». Como era su primer trabajo y estaba asustada, tragó. Muchas veces.
En la cafetería las empleadas tenían que aguantar que el jefe les pellizcara el culo.
En la tienda de cosméticos cobraba la mitad de las horas que trabajaba.
En el restaurante, cuando tenía turno de noche, el dueño se emborrachaba y “la convencía” para que follara con él en la cocina.
En la tienda de ropa estuvo bien durante un tiempo, hasta que la echaron para contratar a otra chica; una con las tetas enormes y un escote tan pronunciado que casi enseñaba los pezones. No se anduvieron con remilgos, le dijeron a la cara que la nueva estaba mucho más buena y «dispuesta a todo». Ya sabía lo que eso significaba.
Chantajes, agresiones, humillaciones, violaciones, sueldos miserables, estafas. En todas partes. Y decidió vengarse.
Hizo contactos. Trazó un plan junto a otras mujeres en su situación. Reunieron dinero y materiales, cuadraron horarios, investigaron, aprendieron.
Esa última noche, Karen y el resto de mujeres tuvieron que tomar a la fuerza varios helicópteros de equipos de extinción de incendios. Nada que no solucionaran un poco de seducción y la fuerza de los números.
Encendió el reproductor de música, y las primeras notas de «It´s Raining Men» salieron a máxima potencia por los altavoces. Abajo, las personas miraban con curiosidad. Karen comprobó con alegría que no se veían mujeres ocupando las aceras de Madrid. El boca a boca y las cadenas de mensajes funcionaron. Ese día las mujeres que trabajaban en el centro, o pasaban por ahí para ir a su lugar de trabajo, llamaron o escribieron para decir que no podían ir a trabajar porque se encontraban mal, o tenían que ir de improviso a recoger a un familiar, o una hermana perdida en un país extranjero había muerto por una enfermedad desconocida.
Dio la señal por radio. Los cinco helicópteros se colocaron en fila y, empezando desde la cola, fueron abriendo las válvulas de los bambi-bucket, una a una.
3000 litros de mierda líquida y meado, de procedencia humana en su mayoría, llovieron sobre las cabezas de los miles de hombres que transitaban la Gran Vía en ese momento. Cada centímetro cuadrado de superficie quedó salpicada por la carga de los cubos, o el vómito de las víctimas. Lloraban entre arcadas. Gritaban de ira.
Karen y sus compañeras aullaron de felicidad y rieron a carcajadas. Ya pensarían más tarde en las consecuencias. Nadie les quitaría esa victoria. Serían recordadas para siempre.
Y quizá, con un poco de suerte, sus acciones inspiraran a otras mujeres.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Lluvia era una pequeña niña de seis años, en su familia la llamaban cariñosamente «gotita».
Tenía un hermano pequeño de dos años, un bebé grande, como su madre decía, llamado Tormento.
Su papá y su mamá se llamaban Trueno y Nieve.
A Lluvia le encantaba ver llover. Cuando veía por la ventana llover antes de ir a la escuela se apresuraba para ponerse las botas de agua y se preparaba su paraguas junto a su mochila.
Tormento por su parte copiaba con destreza todo lo que hacía y decía su hermana. Pero todavía necesitaba de sus papás Trueno y Nieve para vestirse pese a su empeño por hacer las cosas por él mismo.
-De la nube más oscura puede brotar el agua más pura-. Decía siempre Trueno mientras desayunaban en familia los días lluviosos.
-Nos vamos a empapar-. Exclamaba Nieve tras dar un sorbo a su taza de café.
De repente todos se estremecieron por un fuerte estruendo caído del cielo. Un gran relámpago se escuchó seguido de un fuerte sismo inesperado.
Tormento se agarró con todas sus fuerzas a la pierna de su mamá Nieve. Todo empezó a temblar los platos y tazas se estremecieron con fuerza quebrandose al caer al suelo. Las lámparas se movían de un lado a otro mientras los muebles parecían andar entre el hogar de esta familia peculiar que jamás había sentido semejante vivencia. Tras 60 largos segundos, todo parecía volver a la normalidad pero sucesivas réplicas minutos después volvieron a aterrar a la familia.
Por fortuna este desastre natural acaecido en un lugar de la tierra unió más a esta familia que jamás olvidaría este día lluvioso que acabo siendo sísmico, por fortuna no tuvieron que lamentar daños personales, a penas unas pequeñas magulladuras por algún golpe de algún objeto de los cuantiosos desperfectos de su vivienda.
FIN.
EIKO MG
Cientos de gotas que acarician mi piel llenandome de inmensas sensaciones, con cada una viene un recuerdo sobre ti y siento como si estuvieras aquí abrazandome y diciendo que todo estará bien.
Miles de gotas que ya derrame, lluvia salada que baja por mis mejillas, el mundo ahora parece irreal pero se que debo continuar.
Cierro los ojos y recuerdo todo el amor que me brindaste, cada una de tus enseñanzas me han hecho ser quien soy ahora, puedo ver claramente tu sonrisa y se que me acompañaras en cada paso que dé.
Pero por hoy permiteme desahogarme, volver a ser una niña y solo sentarme a imaginar que sigues aquí, que despertarás a preguntarme que quiero de desayunar, que me llevaras a la escuela y luego podré contarte mi día y tu me contaras el tuyo. Aunque se que todo esto ya solo es un recuerdo, pero siempre estarás presente y te atesorare por siempre en mi mente y en mi corazón.
Si algo le agradezco al universo es que me permitiera compartir este tiempo contigo, tu eres mi ejemplo a seguir y espero algún día ser tan fuerte y amable como lo fuiste tu.
LAURA TSUYOKI
La lluvia y el pan con chocolate, solían venir acompañados de «vamos a hacer punto de cruz, Sofía».
Siempre lo había aborrecido, el punto de cruz. Le recordaba a la deprimente casa de sus abuelos, decorada con fotos de bodas y de nietos. El olor de colonia barata que se ponían después de ducharse. El sonido de sorber la sopa que solo parecía hacer la gente muy mayor.
Sin embargo, por primera vez, echó en falta la voz de Susana. Al otro lado de la ventana, comenzaron a caer las primeras gotas, igual que el día que murió. Se dio la vuelta y fue directa al cuarto de su hijo. Con media sonrisa, le preguntó:
—¿Quieres merendar? — mientras intentaba recodar dónde había puesto las agujas.
NEUS SINTES
Las lágrimas se mezclaron con la lluvia cuando ésta apareció. Desolada, sentada en un banco, Alicia esperaba con ansia el momento de reencontrarse con su amante. Pero éste no apareció.
Tenía que ser una calurosa tarde de verano y se convirtió en una tormenta de verano. Decaída, siguió llorando en aquel banco de madera, empapándose de lágrimas y de la propia lluvia.
Alicia, una chica inocente, ardía en su interior una sed de vengarse. Sabía que Douglas, no había ido a la cita, consciente de que había preferido la compañía de su mujer.
Se preguntó, que quién era ella para intervenir en una relación donde el, Douglas, era un hombre maduro y casado. Pero Douglas la deseaba por ser joven e inocente.
La inocencia aquel día desapareció de su forma de ser y pensar. Alicia aprendió una lección.
RAFA GARCÍA GARCÍA
Cae la lluvia
Llueven hojas castañas en las frías calles empedradas. Caen en el impoluto río y viajan lejos, lejos de nuestra vista. Llueven besos de nuestros labios bajo un sol de otoño que no calienta. Caen las palabras tanto tiempo silenciadas. Llueven caricias desde mi frente a mi mejilla. Caen eternas sonrisas. Llueve la realidad. Cae tu fantasma sobre mí. Llueven los años. Cae mi mirada al suelo. Llueve mi melancolía. Cae tu recuerdo que, como sol de otoño, no calienta. Llueve una lágrima de mi corazón hasta tu tumba. Cae el mundo entero con tu eterna ausencia.
TESS LORENTE ESCRITORA
Estaba paralizada y no podía ni siquiera mover un músculo de mi inerte cuerpo.
Sentía como la lluvia calaba en mi piel y me empapaba de pies a cabeza.
Vi mi reflejo en la luna del coche y era la viva imagen del desasosiego.
No podía créelo.
¿Por qué me pasaba algo tan horrible? ¿Qué había hecho yo, para merecer una humillación semejante?
Yo que lo había dado todo por él, hipotecando mi vida por sus caprichos, soportando sus vicios y me pagaba de ese modo.
No podía tolerarlo.
Tal fue la rabia que se concentró en mi interior, que me descubrí cogiendo un adoquín suelto del suelo y estrellándolo con todas mis fuerzas contra la ventanilla del conductor. Del sobresalto que les causó el impacto, finalizaron sus arrumacos y la sangre empezó a brotar del cogote del traidor.
La lluvia me acompañó de regreso a casa, aliviando el intenso dolor de mi corazón.
Fue el frío y abatido consuelo, que encontré la noche en que todo cambió.
NANE NINONÁ
Parecía que esa mañana el reloj estaba de broma, robándole tiempo constantemente. Tenía la agenda completa de repartos y parecía como si los minutos no constasen de los mismos segundos que normalmente, cuanta más prisa se daba, menos tiempo le quedaba. Llovía y la ciudad, con el tráfico torpe y dubitativo de quienes no suelen coger el coche, estaba imposible. Qué puta mierda. Además estaba calado hasta los huesos y, aunque no hacía frío, le castañeaban los dientes y notaba cada músculo entumecido por la humedad. Y, como casi cada día, tenía resaca.
Entregó el último paquete de la zona donde se encontraba y corrió hacia la furgoneta, apurando un cigarro entre los labios que apenas si podía fumarse, empapado como estaba por la cascada de agua que caía justo sobre él desde la capucha del impermeable, que se quitó como pudo de encima al entrar en el vehículo. Arrancó el motor y puso el climatizador a 28 abrasadores y benditos grados. El reproductor a todo volumen inundó el habitáculo con la música tristona y melancólica de alguno de los grupos pop deprimentes que le encantaba escuchar en días como aquél. Qué putísima mierda.
Levantó la vista y se encontró con su mirada en el retrovisor.
-¿Qué miras, payaso? – se dijo.
¿Qué había sido de su prometedor futuro? Él, uno de los tíos más inteligentes y perspicaces de su grupo de amigos, de su grupo de compañeros de la facultad, de su clase, de su promoción… Bueno, tenía un trabajo y un techo bajo el que vivir (merced a su abuela, que se lo había dejado en herencia, y eso que aquél piso del centro no fue ni de lejos lo mejor que la anciana había hecho por él… ella había sido toda su vida su puerto seguro al que regresar, su hogar… aquellas paredes eran su casa, pero desde que ella no estaba distaban mucho de ser el refugio de antaño). Trabajo y casa, ¿no era eso ser un triunfador en el nuevo milenio? Sonrió burlón. Bah, en su día las decisiones que tomó le parecieron la mejor opción, ¿cuándo volvería a ser joven si no era cuando era joven? No podía dejar la oportunidad de vivir toda experiencia que se le presentase: pirarse con unos recién conocidos a recorrer Europa; la vendimia en Francia; monitor de surf en costas de diferentes países, cada vez más lejanos; profesor de español en Dublín; vagabundo en Praga y chófer en Barcelona… Siempre pensó que las oportunidades seguirían apareciendo, él era un tipo listo, prometedor, el universo proveería siempre… ¿qué podía salir mal?
-Pues que el mundo no espera por nadie, y menos por tí, gilipollas. -Se contestó en voz alta.
Lo cierto es que el mundo no esperaba por nadie, y la gente tampoco. Cuando dejó de sentir el ansia de escapar y necesitó arraigar, todo el mundo que había conocido tenía el tiempo justo para tomarse un par de cañas antes de volver a sus vidas plagadas de relaciones tóxicas, profesiones esclavas disfrazadas de adicción al trabajo, familias con niños pequeños incluidos y/o casas con jardín que segar y podar. Todo el mundo le envidiaba por haber sabido mantenerse al margen del engaño de la vida adulta: “tú sí que sabes, tío”, le decían sus amigos en plena crisis de los cuarenta. Él, en cambio, se sentía solo y fracasado, cansado y viejo, demasiado viejo de hecho.
Puso su mano en la llave y, justo antes de girarla para poner en marcha el motor, su móvil comenzó a sonar. No era el móvil del trabajo, si no el que tenía para uso personal. Coño. ¿Quién podía estar llamándole un martes a las 11 de la mañana? Bah, ya devolveré la llamada…. Y, entonces, un pálpito angustioso se le agarró a las tripas y casi le hace escupir el corazón por la boca… ¿Y si…? Se levantó ligeramente del asiento para poder coger el teléfono, que seguía sonando ,del bolsillo del pantalón. El número aparecía en la pantalla. No era un número que tuviera guardado entre sus contactos, no sabía quién era.
-Mierrrrda.
Y… ¿ahora qué? Seguramente no sería nada, era más que probable que estuviera al borde de una crisis nerviosa por nada, por una simple llamada de algún operador telefónico o una empresa energética que quería venderle a saber qué abusivo servicio con la promesa de un precio inmejorable. O alguien equivocado. O cualquiera de las muchas personas que había ido conociendo años atrás y que él ni siquiera se había molestado en guardar entre su agenda de contactos. Seguramente descolgaría y alguien al otro lado diría algo así como:
-Hey, tío!!! ¿Qué es de tu vida, dónde andas? ¿Te apuntas a…. (insertar plan absurdo para el que no encontraban a nadie y que estaban convencidos él era justamente la persona idónea porque nunca decía que no a nada que le permitiera escapar de sí mismo)?
Y entonces él se excusaría con alguna historia inventada para negarse… O quizá sería sincero y diría que no le apetecía, que estaba cansado y tenía un montón de curro, facturas que pagar y dos chuchos, un gato, varios peces y un ahijado de los que ocuparse. Y el nudo del estómago que tenía antes de contestar, por si era ella, se habría esfumado y sentiría un vacío del tamaño del agujero de la puta capa de ozono. Y le entrarían ganas de irse al primer bar y pedir una cerveza, fumarse un porro y terminar el día volviendo a casa dando tumbos. Así que no, no iba a contestar. No. Esta vez no.
Lanzó el móvil sobre el salpicadero, se apoyó en el respaldo y resopló, sintiendo una especie de corriente eléctrica que le recorría las piernas y los brazos. Pero… ¿y si era ella? ¿Cuánto hacía que se habían visto? ¿Un mes? Había pasado tiempo más que suficiente. Si no había llamado ya, ¿Qué le hacía pensar que esta vez sí sería ella? Fue muy claro, no dejó lugar a ninguna interpretación.
-Llámame. Llámame, por favor. -Le dijo mientras le apuntaba su número de móvil en la servilleta de aquel garito ultramoderno del centro donde ella le había citado tras haberse encontrado (literalmente, habían chocado el uno contra la otra) unas horas antes.
Ella se rió con ganas, cerrando los ojos. Después se quedó seria y le miró a los ojos.
-Y, dime, ¿Por qué habría de llamarte?
-Porque… – qué le iba a decir, ¿porque la seguía queriendo, porque había sido un imbécil al largarse, porque su destino era estar juntos? ¿Pero qué cojones le estaba pasando, de pronto vivía en una película de Cosmotv?
Ella tenía esa sonrisa de suficiencia en la cara, la misma que ponía siempre que él tenía alguna de sus absurdas ideas y ella ya tenía una lista completa de razones para descartarla.
-¿Por qué…? – Insistió de nuevo.
-Porque… necesito que nos salvemos la vida. Yo lo necesito y tú lo necesitas. Y lo sabes.
Tras eso, probablemente la frase más inspirada de toda su vida, se levantó, apuró su birra, dejó un billete de 10 euros sobre la mesa y, sin dejar de mirarla, cogió su chaqueta, se la puso y se fue.
Joder, pensó que aquéllo habría funcionado, ¿qué tía se resistiría a semejante numerito? Pues ella, desde luego. A lo largo del mes que había transcurrido desde aquel órdago a la grande casi había vomitado el estómago cada vez que su móvil sonaba y no conocía el número. Porque claro, no se le ocurrió pedirle a ella el suyo (probablemente tampoco se lo habría dado…). Dos llamadas de Vodafone, una de Endesa, una ex novia francesa, su primo de Cuenca recordándole que necesitaba saber si asistiría a su boda solo o con acompañante, un locutor de radio con un absurdo concurso al que no supo contestar bien y un comercial de, flipadlo, condones (en serio, ¿de qué lumbreras del marketing ha sido la idea de llamar aleatoriamente a gente para venderle preservativos?) habían estado a punto de costarle, cada vez, un puñetero infarto. Y todas le dejaron la misma sensación de derrota, desilusión y tristeza amarga, junto con el consabido “mierda, pensé que esta vez sí, pensé que sería ella, joder… ¿Por qué hostias no llama?”.
El móvil dejó de sonar. Abrió los ojos de nuevo y se quedó mirando el aparato sobre el salpicadero. Joder. Joder. ¡Debería haber contestado! Se inclinó hacia delante para alcanzarlo, tenía que devolver la llamada. Mierda. No sabía cuánto tiempo iba a seguir pasándole esto, pero se veía obsesionado con el maldito móvil para el resto de sus días. Justo cuando lo desbloqueó empezó a sonar de nuevo. Era el mismo número. Lenvantó la vista hacia el retrovisor y sonrió a su reflejo.
– Sí? – dijo al descolgar.
RAQUEL LÓPEZ
Sigue lloviendo en mi corazón
por las ausencias perdidas,
procela fuerte que arrasa
las experiencias vividas.
Lluvia tranquila y armoniosa,
que deja fluir cierta calma,
evocando los recuerdos más profundos,
sombras de tristeza y añoranza.
Gotas perladas en mis ojos,
campos de color verde esperanza,
te espero, como la tierra espera al agua
suspirando en el silencio tu nostalgia.
Diluvio en mi corazón
mi alma, esta mojada,
albergando un lago vacío
sediento de amor y ansiada.
La lluvia golpea mi paraguas
esperando que tu vuelvas,
en el mismo sitio, donde algún día,
se volveran a cruzar nuestras miradas.
REBECA FS
Lluvia para maestros que usan gafas en tiempos de la COVID 19.
Usamos las gafas de diademas, de broches en la camisa, y hasta de pisa papeles ya que al tener las ventanas abiertas, algún papel puede salir volando.
Siempre con una buenas gamuzas en el bolsillo, o con clínex, o con papel higiénico que vamos almacenando en los bolsillos de nuestras prendas. ( que ojo cuando van a la lavadora )
Nos aconsejan las lentillas, los sprays anti-vahos, un invento de silicona del «aliexpress», operarnos,…
La verdad es que nuestra cara tiene que ser un poema. El espejo del alma del docente que cambia en cuanto ve a sus alumn@s.
Se nos agudiza los demás sentidos. No vemos con el vaho de nuestro calor, pero no veas cómo oímos los corrillos, cómo saboreamos nuestro almuerzo, y cómo tocamos nuestros documentos convirtiendo nuestras manos del «club de alcohólicos anónimos».
Y cuando por fin aparece la lluvia…no queda otra que sonreír y escuchar, porque empatizas con tus compañeros que conducen hasta el lugar de trabajo diciendo que «no ven nada», porque toca levantar el ánimo de muchos ya que les afecta el estado de ánimo, y porque sobre todo…no nos podemos secar las gotas de lluvia con clinex usados.
MARGA VILLEGAS
Desde hace algunos años, la vida de Maria giraba en torno a aquel enorme ventanal.
Había hecho de ese espacio, un lugar de conexión con el exterior.
Hacía mucho tiempo que no recibía visitas e incluso pareciera que el teléfono hubiese dejado de funcionar, ¿de que otra forma si no podía justificarse el hecho de que ningún familiar la llamase?
Maria era testigo mudo de cómo el mundo seguía su marcha cada día, aunque ella no formara parte de esa muchedumbre apresurada que cada mañana recorría la avenida.
Desde allí observaba con ternura las caritas de sueño de los pequeños que, con sus mochilas a la espalda y de la mano de sus mamás, entraban en tromba al colegio que se encontraba al final de la calle.
No podía evitar recordar que, hace muchos años, era ella la que agarraba con amor las manos de sus pequeños para acompañarlos a clase.
Maria analizaba todo cuanto sucedía en el pequeño trozo de avenida que le mostraba aquella ventana.
Las mujeres que venían del mercado, las parejas que paseaban de la mano, las abuelas que orgullosas empujaban el carrito de sus nietos…..
Se entristecia al recordar que, en determinados momentos de su vida, ella ocupó el papel de cada una de esas personas, aunque ahora estuviese relegada a vivir en aquella maldita silla de ruedas.
Aquella mañana el cielo anunciaba lluvia, ella no necesitaba ver los charcos ni tan siquiera los paraguas abiertos para saberlo, ya que sus huesos, a modo de «hombre del tiempo» se encargaban de hacerselo saber.
Maria se colocó como cada mañana delante de aquel ventanal, aunque esta vez las gotas de lluvia acumuladas, no la dejaban ver con nitidez la calle.
Maria cerró los ojos y se dejó llevar por el sonido de aquella lluvia que cobraba intensidad por momentos, al tiempo que los latidos de su viejo y gastado corazón apagaban poco a poco su ritmo.
A la mañana siguiente la vida seguía en todo tu esplendor. El sol brillaba con más fuerza y los niños corrían y gritaban de camino al colegio. Todo seguía igual….. Todo menos el reflejo de aquel enorme ventanal que lloraba la muerte de Maria.
VALERIA MICHOU
Eres,
corazón de lluvia,
beso líquido en la tierra,
la ligera humedad que empaña el tiempo.
FELIX LONDOÑO G.
El entierro de Ramón fue a las cuatro de la tarde. El día amaneció oscuro y triste. Una ligera llovizna caía de manera persistente desde la noche anterior. Las gotas que se descolgaban de los árboles formaban pequeños charcos en la plaza. Uno que otro transeúnte apuraba su paso al atravesar las calles mojadas.
Si hubiera hecho sol, no habrían tenido ojos para soportar su luz. Pasaron la noche en la sala de velación del parque principal. Amigos y familia. Allí estaban los padres de Ramón, su hermana Flor, Rogelio su hermano gemelo, tíos y primos. La congoja trasnochada de sus almas reflejada en sus caras largas.
Les habían devuelto el cuerpo sin vida el día anterior luego de hacerle la necropsia. Desde entonces estaba allí expuesto a la romería de cuantos curiosos abundan cuando hay fiesta o cuando hay muerto. Se repetía una y otra vez la historia ya tantas veces contada sobre lo absurdo de su muerte.
Entre comentarios y murmullos se escuchaban al fondo los largos rezos de las plañideras. Vestidas de negro, con sus camándulas infinitas, apagaban el ruido de la lluvia con sus letanías al alma del difunto. Atrás, en la terraza cubierta, las mesas servidas donde algunos hombres trasnochados festejaban su tristeza.
En la madrugada del día anterior, Ramón, Rogelio y otros amigos habían salido de cacería. Plenos de armas y de perros de caza se habían internado en el bosque muy temprano, cuando apenas asomaban los primeros rayos del sol por entre las sombras de los árboles. No había transcurrido mucho tiempo cuando lo del accidente. Quizás un par de horas.
Se habían dividido en pequeños grupos. En uno de ellos Eduardo marchaba al frente seguido un poco más atrás de Rogelio y de Ramón, que se habían retrasado cargando sus armas. Al escuchar el alboroto de la jauría emprendieron carrera. De repente se oyó un disparo. Un tropezón. Cuando Eduardo regresó, allí estaba Ramón sin vida y a su lado Rogelio, inconsolable.
En la primera banca están sentados los familiares y los amigos más cercanos del finado. Un coro de lamentos acompasa el golpeteo de la lluvia en los vitrales.
Van camino del cementerio. Una marcha lenta tras un ataúd mojado que pronto cubrirá la tierra. Una madre angustiada ahogando con sus gemidos los rezos a los fieles difuntos.
Lo llevan sus amigos. Más que un cuerpo en una caja, cargan en sus hombros el peso de su tristeza. Arriba desde los balcones, el adiós silencioso de quienes tienen por costumbre despedir desde su palco a los muertos del pueblo.
Lo dejaron en su tumba, sobre el féretro un ramo de flores rociadas con las lágrimas del último adiós; esperando la soledad de la noche, bajo la tierra, bajo la lluvia, bajo la sombra de una ceiba centenaria.
Regresaron los tres, padres y hermana en un solo abrazo, gimiendo muy calladamente. Un retorno angustiado por el camino de barro, mojado y difícil. Un atender lento, en cada esquina, a los pésames mil veces escuchados. Un abrir tardo de la puerta principal de la casa. Un grito angustiado en aquel crepúsculo húmedo y triste. Al fondo en el solar, la lluvia escurría por la punta de los pies del cuerpo sin vida de Rogelio.
MIGUEL GÓMEZ
LA JUSTICIA DIVINA LLUEVE DEL CIELO.
Tadeo estaba entusiasmado con el desarrollo de los acontecimientos.
El viejo anarquista se había pasado un buen rato rabiando, desde que las campanas de las iglesias cercanas comenzasen a repicar, convocando a los fieles a la solemnidad, y la tropa, que había llegado a la plaza desfilando con aire marcial, formase para rendir honores a la patrona, cuya procesión no tardaría en llegar. De entre el público que observaba la escena, alguna voz destemplada con resonancia de pasado lúgubre desafió: <<¡Ejército al poder!>>, si bien tuvo escaso eco entre la multitud. Las autoridades militares, civiles y eclesiásticas departían en un rincón de la plaza, al lado de la tribuna destinada a acogerlos durante la celebración del acto de homenaje. Algunos hombres —solo hombres— merodeaban por las inmediaciones. Lucían ostentosos medallones con la efigie de la advocación local de la santísima Virgen sobre el pecho, y portaban enormes velones. Todos iban de punta en blanco, como la ocasión parecía requerir.
Tadeo había pasado el rato refunfuñando para sí mientras daba coba a su chato de vino en la terraza del casino. <<Y los cuartos para pagar todo esto, ¿de dónde salen? Un robo al pueblo, eso es lo que es>>.
Un rumor de tambores percutiendo dio la pista de que la comitiva se acercaba. El sonido chillón de un cornetín que desembocó en la plaza desde la calle de los Reyes Católicos —<<¡Maldita monarquía, parásitos inútiles!>>—, y las autoridades compusieron una imagen de presteza. El teniente ordenó <<firmes>> a sus soldados y el público presente se galvanizó con los militares en espera de la llegada de la sagrada imagen.
Justo se apagaba la última nota del clarín, y, plop, una gota de lluvia. A la que de inmediato siguieron numerosas y animosas hermanas que pronto fueron legión y chaparrón infernal.
La circunstancia hizo que Tadeo empezase a reír a mandíbula batiente: toda aquella debacle acuática que se precipitaba sobre los presentes caía de una única y solitaria nube colgada sobre la plaza como maldición bíblica. En un abrir y cerrar de ojos, el chubasco había empapado a todo el mundo. Los soldados miraban hacia el teniente, en busca de instrucciones sobre cómo proceder. El teniente buscaba con la vista al capitán para que refrendase la orden de romper filas, pero éste, en compañía del comandante del batallón y del resto de autoridades, se afanaba en procurarse refugio bajo el baldaquín, a la espera de la llegada del desfile cívico y religioso. A la gente, en fin, aquello la había pillado desprevenida. ¿Quién esperaba este jarreo en mitad de una jornada soleada? Ni un paraguas, ni un gorro para la lluvia o una pañoleta. Tocaba mojarse.
Al director de la banda que acompañaba a las andas pareció que era momento para que la música se sumase a la pompa de la ceremonia, y desde la trompeta se arrancó con las notas iniciales de un himno mariano. Un saxofonista a mitad de formación, sin embargo, las malinterpretó, y atacó un pasodoble de resonancia castrense. El resto de instrumentos siguió a uno u otro, lo que resultó en una cacofonía de aire destemplado que contribuyó a la sensación de caos que se enseñoreaba de la plaza.
El viejo anarquista, se palmeaba los muslos presa de la hilaridad ante la escena que se desarrollaba ante sus sentidos, importándole una higa mojarse hasta los calzoncillos. La situación llegó a su clímax cuando algunos portadores de la santa decidieron que no querían mojarse más, y abandonaron sus lugares bajo el palanquín, que por un momento amenazó con irse al suelo y finalmente quedó arrumbado sobre un costado, como el casco de una embarcación empujado por el oleaje contra una escollera.
Junto al pecio, en lo que parecía haberse convertido en la zona cero del diluvio, tiritaba un anciano sobre quien los rigores de los elementos parecían añadir mayor atributo de ancianidad. Un solitario Jacinto Ballarín, la ropa rezumando agua, se postulaba como involuntario aspirante a una pulmonía, tratando de mantener la dignidad y salvaguardar la solemnidad del acto. Se aferraba con toda la fe a una maneta del paso, como si con un empellón pudiese restituir su verticalidad y su majestad. El sempiterno concejal, designado o elegido bajo cien siglas, era coetáneo y enemigo declarado de Tadeo, desde que le hiciera probar las delicias del aceite de ricino y el palo en la época en que vestía camisa azul con yugo y flechas al pecho, unos sesenta años atrás —<<No te lo perdonaré en la vida, fascista cabrón>>—. En ese momento componía una patética figura de abandono y fragilidad, pareciendo que con un soplido bastaría para derrumbar la que fuera fornida anatomía.
Tadeo era el hombre más feliz de la creación: los pilares del Estado burgués, y el execrable Ballarín como epítome del mismo, puestos en solfa por una nube justiciera. <<¡Bastante os he aguantado yo! ¡Sufrid, mamones! ¡Jódete, Jacinto!>>.
En su fuero interno habría dado gracias al dios de los rudimentos religiosos que le enseñaron de niño. Él, en su designio, había colocado allí la nube para humillar a los poderosos, para hacer escarnio del otrora imponente Jacinto Ballarín, ante una audiencia estupefacta que no sabía cómo reaccionar, pero que veía a sus próceres igual de indecisos y desvalidos que ellos. Un cuadro propio de una representación bufa inspirada en una escena de auto sacramental.
Mas la clemencia de Dios no es infinita, ni para un buen ácrata, recalcitrante y convicto. La lluvia cesó como había venido, de repente —algún alma beatona proclamaría que aquello era un milagro de la Virgen—, y la celebración se reanudó como buenamente se pudo. La nube comenzó a desinflarse y deshilacharse ante la mirada fiera y agradecida de un Tadeo que, puesto en pie, y puño en alto, cantaba A las barricadas a pleno pulmón para pasmo de los presentes.
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
Lluvia en mis ojos, ojos que se empapan,
de sangre y angustia cuando alguien falta.
Mi lagrimas es lluvia, que inundan mi alma,
como tormenta en los mares que no tienen calma.
Esperando a que escampe, dibujo corazones,
escribo palabras con lágrimas de amores.
Difícil abrir mi armario, lleno de cajones,
y no perder la cabeza con mis sin razones.
No puedo con tu ausencia, me dejastes solo,
solo ante la vida por la que lloro.
Salgo bajo la lluvia, corriendo como un loco,
buscando tu calor y los besos que añoro.
Sé que volveras, aún tengo la esperanza,
esperando no duermo hasta qué llega el alba.
Llegastes con la lluvia, secando mis lágrimas,
pero sigo llorando sabiendo que no me amas.
LOLY MORENO BARNES
En un lugar muy cercano, hace millones de años la tierra existía como una estrella brillante e incandescente en el universo.
El cielo y la tierra estaban muy enamorados, como una pareja de adolescentes.
Ella brillaba para el, entre volcanes y burbujas de gases, estremeciendo su cuerpo como un baile erótico de pasión.
El, cubría su luz con gargantillas de cometas y colgó en su cuello un medallón de luna para exaltar su belleza.
Todo era perfecto. Se prometieron amor eterno. Pero la juventud pasa y la luna entrada en años, maduró y ya no brillaba tanto, su piel empezó a enfriarse .
El cielo la seguía amando , pero ya no se sentía correspondido.
Entonces … comenzó a llorar su pena en forma de lluvia.
Su tormentoso corazón dejo caer angustias en truenos, rayos y huracanes con el fin de llegar a su amada.
Tanto llanto lleno la tierra de mares y ríos que surcaban las rocas frías de la tierra, en sus montañas.
Ella se conmovió ante tanto amor y volvieron a unirse a través de la lluvia.
De aquel amor tan perfecto, nació la vida y el cielo y la tierra disfrutan de su hija por siempre.
Dice una leyenda ( que me acabo de inventar, por supuesto) que, desde entonces, cada vez que dos personas se aman y se besan bajo la lluvia, la bendición del cielo y la tierra cae sobre ellos para que ese amor dure para siempre.
JONAY GIRA SOLI
¿Cuándo empecé a perder mi voluntad? Creo que, sin darme cuenta, dejé de ser yo mismo para convertirme en una extensión de su propio cuerpo. Al comienzo del idilio, el éxtasis no me dejó ver lo que estaba ocurriendo y construí un pequeño altar donde posaba innumerables ofrendas. Creí que era amor pero tan sólo eran hilos que movían mi mente como si fuera una pequeña y vulgar marioneta. Un muñeco en este escenario al que llamamos vida. Él alza sus manos y yo le obedezco, me muevo al compás de su voz sin poner resistencia alguna. Dicta sonatas que escapan de su boca temiendo contrariarlas y así evitar que pulse los misiles que viajarán directo a la diana de mi ego. Olvidé que tuve y puedo tener mi vida propia, querer no pertenecer a nadie, tener una única voz. Dejé a un lado mis sueños y metas para tornarme en un espectro de barro al gusto de su consumo. Una absurda caricatura, tal como a él le gusta. Sólo aquí, desde mi pensamiento, único lugar donde no me puede oir, contemplo esta hermosa e incontrolable lluvia, la misma que corta los hilos para ayudarme a buscar un final a este viaje que nunca ha sido mío.
BEA ARTEENCUERO
La lluvia golpeaba nuestros cuerpos desnudos tendidos en la arena, Las frías gotas contrarrestaban con el calor que emanaba de ellos. Amándonos, fundiéndonos con la sangre encendida, los jirones de piel se unían minuto a minuto en una entrega sin igual; Tu cuerpo tenía el sabor del mar, fui arcilla en tus manos, tus besos aceleraban los latidos de mi corazón deseándote, gritando en silencio que me tomaras.
Fui pantera salvaje recorriendo praderas, te tuve y nos fuimos integrando minuto a minuto; Volé alto en tus brazos cuan águila imponente cruzando el cielo.
La lluvia caía con fuerza acariciándonos, acrecentando el deseo con su golpeteo.
Con furia loca nos amamos una y otra vez, poseyéndonos como lobos sedientos; El mar en su ir y venir nos undia en la arena formando un lecho de amor.
Nos amamos con vehemencia y sosiego, muy de vez en cuando un relámpago iluminaba el espacio, dejando ver las siluetas dibujadas unas sobre otra, bailando al compás del deseó, ávidos de placer.
Cuando vino la calma…tan solo nos alejamos tomados de la mano, caminando bajo la lluvia, quedando la marca de la pasión en la arena, que el mar diluía en su vaivén danzando sobre ella.
CURRO BLANCO
Eran las doce y media de la mañana.Hacia un sol radiante que invitaba a salir a tomar unas fotografías al parque,por ejemplo.
Teniendo en cuenta que a la una y media tenía que recoger a mi hijo del colegio decidí quedarme en el parque del barrio,junto a mi casa.(Para tomar una buena fotografía no hace falta buscarla muy lejos,si la sabes apreciar la detectas en el lugar más inverosimil).
Así que agarré mi maquina congeladora de momentos y me fui al parque.(Por cierto,acaba de empezar a llover.Que «maravillosidad mas casual» .Lo he percibido por el olor,porque apenas suena,es una incipiente llovizna muy fina.Como soy pluviofilio.¿No os lo he dicho?La huelo incluso antes de caer).
Justo fue entrar al parque,tomar un par de fotos a modo de calentamiento y el cielo se tornó gris; las nubes peleaban por ocuparlo agitadamente,con prisas.De pronto,un relámpago sigiloso,electrizante,e inexorablemente después el zumbido de un trueno detonador con su gran eco.Goterones de lluvia inundaron el parque en unos minutos.
Yo encantado claro.
Lejos de desistir de mi mini jornada fotográfica seguí buscando imagines para congelar,allí donde eatuvieran.
Pisando charcos,mojando camara,empapándome todo,buscando y buscando imágenes,pasó la tormenta y mi èxtasis.
Máquina para tirar.Los botines también.Me resfrié,si.llegué tarde a recoger a mi hijo,si.
Pero es el precio que hay que pagar cuando algo te gusta con vehemencia.
PEPI RAMÓN
Todavía hay gente real, de la de carne y hueso, en la que poder confiar o no hacerlo, como siempre, sólo mirando a los ojos y calibrando las palabras y los silencios; con la que intercambiar información a cambio de víveres. Lo sé, la he visto. Y ocasionalmente intercambio información; ocasionalmente víveres; de los que dispongo, claro, cangrejos carmesíes.
Estos pequeños animales de los manglares aparecieron en la isla cuando empezó a cambiar todo y unos sucesos afectaban a otros en una concatenación apocalíptica. Llegaron con las primeras tormentas diluvianas, seguramente arrastrados por la fuerza de la naturaleza; llegaron enrojeciendo el horizonte; llegaron para salvarme; y llegaron arañando la tierra, arañándolo todo, a los de su propia especie, entre ellos, como vimos tantas veces entre nosotros. ¿Nosotros? ¿Quiénes somos nosotros ahora? El nosotros ha cambiado también, como los huracanes, a los que ya nadie les pone nombre, sólo les queda la intensidad. Porque no queda casi nadie para nombrar a las cosas; y las cosas nuevas… tampoco sé cómo se llaman.
Construí jaulas y los fui separando según su ferocidad. Escojo a los más peligrosos para el mercadeo. Su carne es más sabrosa y su agresividad me confiere ante los intercambistas un arte de cazadora que no tengo. Ir de farol siempre confunde al contrincante, hay que mantener la mirada; y el pulso; bueno, también hay que protegerse las manos con ácido fórmico durante la selección y el encierro en las jaulas; a veces me sangran.
Hasta ahora no he conseguido averiguar cuántos habitantes quedamos, ni en qué condiciones, más allá de la isla. Aquí estamos diseminados como en un azar malévolo de escasa densidad que obliga a buscar sin saber qué ni para qué. Ojalá cualquier día, o cualquier tarde, o cualquier noche, me sienta, en vez de buscadora, encontradora; aunque sea por un momento, un momento indeleble, para mantener algún nexo que me ate a esta nueva realidad y no quedarme perdida para siempre en un mundo pseudoonírico que no alcance a comprender. Soy consciente de los tiempos y de los espacios, de la soledad, de las circunstancias; pero también de la pena y la alegría, y no quiero perder mi humanidad. Mi sistema de supervivencia gracias a los cangrejos carmesíes me ha ido bien de momento, aunque no sé qué puede pasar mañana; o en cinco minutos; nadie lo sabe pero no se habla de ello. Por eso dudo de si debo aferrarme a esto o ha llegado el momento de probar algo diferente; entonces liberaría a los cangrejos y, un día que no lloviera demasiado, aun con mis manos heridas, construiría una balsa y me lanzaría al mar… No sé qué hacer…
CONCE JARA
Mientras limpiaba la casa, escuché en la radio que ese domingo 25 de octubre, era el “Día Internacional de las Personas sin Hogar”. Hablaban de la exclusión social de familias o personas solas, muchas de ellas enfermas, con trastornos mentales.
Mientras pasaba la mopa, se abrió el turno de llamadas y escuchaba a personas denunciando la situación de pobreza, de insalubridad, de aquellos que viven en la calle. A muchos de ellos los Servicios Sociales, les habían arrebatado a sus hijos, ya que no podían estar en la calle con ellos.
Dejé de hacer las tareas para escuchar atentamente la siguiente llamada:
– Buenos días. ¿Con quién hablo? – dijo el presentador-.
– Hola, no voy a decir mi nombre, ya que no importa… -contestó el interviniente-.
– Como deseé… ¿desde dónde llama?
– Llamo desde La Coruña -contestó-.
– ¿Y qué quería comentarnos, amigo? -preguntó el presentador-.
– Pues vivo en la calle desde hace cinco años, bueno, no es vivir… creo que ya no tengo vida, y a veces, dudo de mi existencia. Perdí a mi familia, amigos, y ahora paso mucho tiempo solo, en silencio, ya que es muy difícil confiar en los que tienes al lado, con esta situación. ¡Saben! Fui una persona de las que se llaman “normal”. Tengo tres carreras, un master, hablo cuatro idiomas, y mi negocio quebró hace casi una década; después de eso no he conseguido remontar, todo lo contrario. Antes tenía todo aquello de lo que ahora carezco, con las mismas necesidades insignificantes, de las que hoy alardea esta sociedad.
– Que discurso más estudiado -comentó uno de los colaboradores del programa-.
– No señora, no es estudiado, yo hablo así y lo hago desde mi coche, que es lo único que me queda. El toque de queda empezó aquí a las diez de la noche de ayer, y sin que estuviera invitada, la lluvia hizo acto de presencia, y no saben cómo. Tuve que dejar mis cosas bajo el soportal en el que malvivo, ya que está rodeado de alcorques vacíos de árboles, y lo único que provocan son charcos que inundan la acera. La opción del coche, que es lo único que tengo de mi otra vida, la conservo para ocasiones especiales, como cuando llueve intensamente, o no soporto el frío. Por eso hoy estoy escuchando la radio, ya que sigue sin dejar de llover.
– ¿Y no ha pedido alguna ayuda a alguna organización benéfica como Cruz Roja o Cáritas? -interrogó el presentador-.
– Sabe, mentiría si no dijese que sí, que acudo a veces a algún albergue, pero siento vergüenza… una humilde y pacifista vergüenza de esta sociedad en la que impera el “tanto tienes, tanto vales”. Y para terminar quería dejar dicho, que no olviden nunca que yo, fui tú… Gracias por escucharme.
El comentario me hizo recordar que aquella mañana me disgusté porque lloviera ya que tenía ropa tendida, y los cristales inmaculados. También del momento del desayuno, ante el televisor, donde hablaban de la mala situación de nuestro país por la pandemia, mientras me acerqué a la ventana del salón de mi casa, y me llegó una cierta melancólica por el color gris del cielo, la calle vacía… la lejanía del verano. Ahora me doy de cuan despreciable puedo llegar a ser, mirando mi propio ombligo.
YOLANDA BARRANCO
Se oyen entre las nubes,
canciones de amor inacabadas,
no pasa nada si estás mal,
muchas veces se enfrían las cosas,
como las gotas de lluvia
antes de precipitarse,
Lo siento, siento que no salieran
bien los meses de verano en Cotobro,
los largos viajes a Madrid,
las copas en los bares de Pedro Antonio.
Pero así es, un día quieres
y al otro, puede que ya no.
Y sigues ahí,
mirando el cristal empapado,
esperando siempre…
No esperes más,
Porque una cosa es segura,
seguro que lloverá.
OMAR ALBOR
Subes por el mar
llegas hasta el cielo
viajas kilómetros.
Hasta la ciudad
Para caer.
Sobre todo, caer
Cómo lluvia, caer.
Haces reír, también llorar
pareces mágica
puedes volar.
La gente te maldice,
la gente te adora
mojando llegas.
Luego el sol
nos secara.
Entre las montañas
se forjan rayos
anuncian tímidas
gotas que van.
A caer.
Sobre todo, caer
Cómo lluvia, caer
Para caer
Sobre todo mal
Lo bendecirá.
Ella misma será.
MARI CARMEN CANO REQUENA
Y por fin llegó el gran día tan esperado por todos…….Emma lo tenía todo muy bien organizado, calculado y preparado, hasta sabía con antelación el pronóstico del tiempo para la fecha indicada …… todo debía salir perfecto ese día!!. Apenas pudo dormir esa noche pensando como sería el gran amor de su vida en persona y no a través de una pantalla que era como se habían conocido, dia tras dia y noche tras noche.
Thomas era de la pequeña ciudad de Sæbø situada en Hjørundfjord uno de los Fiordos más hermosos de Noruega rodeado de montes alpinos y ciudades encantadoras.
Ella sin embargo era de Hudson, Canadá y por la gran distancia que les separaba nunca pudieron verse en persona por lo que decidieron hacerlo el día en que contrajeran matrimonio, aunque sólo se conocieran de tan solo 8 meses era tanto lo que sentía el uno por el otro que no dudaron en planear su unión para estar juntos lo antes posible……..
Emma ya casi estaba preparada vestida, peinada y a punto de salir por la puerta para celebrar tan esperado acontecimiento, pero antes echó un vistazo por la ventana para asegurarse que el tiempo era tal y como estaba previsto. Le sorprendió ver en la repisa de su ventana una hilera de hormiguitas que subían desde el suelo hasta un agujero de la misma y alli desaparecían, le sorprendió!!…… pero no le dio importancia al hecho. Que tramarían?
La casa era un ir y venir de gente todo el día y alborotando, a la espera que la novia bajara por las escaleras para subirse al coche que la llevaría a la iglesia de St. James.
Ya en la puerta y antes de subirse miró a su padre y le preguntó al verlo mojado…….
–Papá no limpiaste el coche?
–Si hija lo hice!! Tan sólo son unas gotas de lluvia que han caido de camino a casa pero nada de que preocuparse.
Emma se quedó parada mirando al cielo intentando buscar alguna nube, pero no había ni rastro de ellas……bien!! Pensó, todo estaba saliendo según lo previsto. Thomas se hospedada en un hotel de la zona no muy lejos de la Iglesia de St. James. Ya ambos de camino y cada uno por su lado, llegaron al lugar y como es la tradición, antes llegó él que la novia, esperándola en el interior junto al altar.
Al entrar Emma, la música sonó dejando insonorizado todo el murmullo que había en la gran sala, se dirigió al altar del brazo de su padre y miró a Thomas, era hermoso tal y como ella se esperaba, se miraron y solo sus ojos se entendieron pues no hablaron mucho. Mientras se celebraba la ceremonia un silencio sepulcral invadio el lugar abriendose los portones de la iglesia de golpe ocasionando un gran estruendo, Emma se giró, se quedo inmóvil escuchando algún sonido que viniera del exterior para entender que pasaba, un gran vendaval dejó entrar montones de hojas secas al interior del templo……. todo se paralizó por unos instantes y a punto de termirar la misa……. empezó a llover con tanta fuerza que entraba el agua por los resquicios de los grandes ventanales, el padre que oficiaba la misa tuvo que terminar a toda prisa o aquello pasaría a la historia, los familiares salieron huyendo en busca de los coches buscando cobijo.
Emma no daba crédito a lo que estaba pasando y de repente se acordó de aquellas sabias hormiguitas buscando la altura hacia la ventana huyendo de lo que se les venía encima. Sin pensárselo dos veces cogió a Thomas de la mano y lo codujo hasta la puerta correindo para inmortalizar aquel momento……y alli se besaron!! bajo la lluvia y sin dejar un solo palmo de sus ropas empapadas.
EMILIANO HEREDIA JURADO
Amelia camina. Sin prisa. Lleva un paraguas verde militar, con empuñadura de madera con el barniz gastado, en la mano derecha, mientras con la mano izquierda, sostiene un ajado bolso rojo remolacha, contra su tripa, para que, el chirimiri que susurra, no lo moje. Minúsculas gotitas de agua viajan en su abrigo azul marino de lana, un tres cuartos, al que ya se le ha dado la vuelta. Herencia. Con cinco botones de pasta marrón chocolate, tamaño de una moneda de dos euros, imitando a un diminuto caparazón de tortuga. Con las solapas subidas, para protegerse del viento intermitente que sisea por la calle mojada.
Tiene las medias húmedas, y los pies están fríos, resultado de unos zapatos negros de medio tacón, con una lengüeta adornada con una hebilla ya sin brillo, una talla más grande, rellenados con algodón en las puntas, queriéndose escapar de los pies arrugados por la mojadura, a cada paso que da Amelia.
Que camina por una calle con el asfalto agrietado, moteado por varios baches, de diferente grosor y tamaño. Por una acera de baldosas grises, en su mayoría rotas, o levantadas en sus alcorques las raíces de unos viejos algarrobos, que tapizan la calle con sus algarrobas marrón obscuro, perfumando el aire con su olor dulzón, aquellas que se han roto por el devenir de la gente.
Se detiene ante un portal. De carpintería de aluminio las puertas. Gris plomizo arañado. Con un ciego en la parte de abajo, en su mitad cada una, y enrejado,con cinco varillas verticales, con cristal esmerilado, la mitad superior. Y una manilla manida y renqueante.
Pulsa un botón de la fila de la derecha, del telefonillo, con los metacrilatos de los pisos quemados por el tiempo y los cartoncitos con el piso y la letra, casi borrados y opacados a modo de cataratas oculares, por los metacrilatos que los cubren.
Primero de.
Un pitido afónico y agónico corta el silencio de la calle
-¿Si?-responde al otro lado, una voz interfereciada por el desgaste que el tiempo ha provocado en el telefonillo.
-Abre, mamá, soy yo -responde con un hilo de voz, Amelia-.
Un sonido, casi de protesta, salido del altavoz redondo, gris gastado, de rejilla del telefonillo, avisa a Amelia que puede entrar.
Entra en un portal estrecho, casi dándose de bruces con la escalera, donde en cuyo hueco, están los diez y seis buzones verde metálicos, con su correspondiente chapita azul cian,con una fina línea blanca el reborde, con el nombre de los propietarios. En su mayoría, con un trozo de papel, escrito a bolígrafo y pegado con cello, con el nombre de los hijos que se fueron incorporando y que se fueron con el tiempo.
Amelia, observa que, cada vez, quedan menos de los vecinos fundadores.
El paraguas cerrado, gotea sobre el mismo suelo de terrazo de siempre, como si hubieran echado confetti de piedra al azar.
Sube lentamente, apoyada en un pasamanos de hierro, si un día azul, hoy, descascarillado en su mayoría, dejando al descubierto amplias zonas desgastadas chocolatadas.
Hasta la mitad de la pared, un negro apagado, deja paso a una mitad blanca. Una pared con un gotelė tosco, grueso granuloso, casi barroco.
Huele a lluvia, que entra por la ventana abierta del rellano
Y a repollo. Un canario se hace oír.
Llama a un timbre enmarcado en un marco luminiscente, verde bilis, feo.
La misma puerta con la misma pintura fea marrón Titanlux de siempre, con los brochazos a simple vista
Con el nombre de Familia García Ortiz. Y el Cristo de corazón redentor, plateado, clavado en ella.
Abre la puerta la madre de Amelia.
Una mujer regordeta, el pelo de Coliflor, negro mal teñido. Un vestido negro de luto de hace años, una bata fina, sin mangas, de cuadritos blancos y azules clarito tipo baby, Una medallita de oro, de la virgen, colgando del cuello
-Mamá.-dice Amelia-
-¡Hija!-responde su madre-¡Cuanto tiempo!- la abraza-¡Jesús hija mía, como vienes!, anda, pasa para dentro, y siéntate, que con la que está cayendo, vendrás calada,. hija.
-No llueve mucho, mamá,es un poco de Chirimiri
-Noo-responde la madre-, que estaba pelando judías verdes en la cocina y he escuchado algún trueno-¡Braaam-¡Jesús!-se persigna- anda, vente conmigo, a la cocina, pero antes deja el paraguas ahí, y quitate el abrigo-¡Hija!, -se lleva las manos a la cara, asustada-
Amelia, descubre bajo el abrigo dos tallas mas grandes, un cuerpo menudo, de colibrí, cubierto por un Jersey amplio, de punto, beis, tipo camisola, por debajo de los muslos, por encima de las rodillas. De media manga. Cuerpo de mujer con pechos de adolescente
Melena lacia, descuidada, despeinada enmarcando un rostro mortecino, cada ojo, es una vela de cada barco que son sus ojeras, labios púrpura, agrietados, con las cuencas de los ojos marcados.
Los brazos tienen brazaletes cárdenos de puñoa que golpean, y su cuello luce una gargantilla de dedos marcados, regalo de aquel que dice amarla no queriéndola.
-¡Jesús, María y José!-exclama la madre asustada, con las lágrimas a punto de despegar de sus ojos-
-¡Mama! – Amelia se abraza a su madre-
-¡Ha sido ese malnacido!-dice furiosa su madre, acariciando a su hija-, ¡Ahora mismo vamos a la policía-recoge del suelo el abrigo, y el bolso-
-No, mamá- dice Amelia, yendo al salón, sentándose en un sofá de Skay rojo burdeos-
se acabó-se recuesta en las rodillas de su madre, que se ha sentado a su lado- todo a terminado, mamá-esta acaricia la cabeza de Amelia, un rayo, ilumina el salón en penumbra- estoy cansada, mamá-¡¡Braaam-retumba la casa-de sus golpes, de sus insultos. De su olor de borracho, de sus manos abriendo mis piernas, descerrajando mi sexo, del fuego que me quema dentro, de sus jadeos, de sus babas en mi cuello, de su aliento de borracho ahogando mis labios, de cuerpo oliendo a perfume de puta barata.otro relámpago irrumpe súbitamente- de tantos platos rotos-¡¡Braaam!-de tanto miedo, mamá. Se acabó
Las dos mujeres, sollozan en silencio, mientras, a la vez, el viento amaina y la tormenta se va alejando.
Una luz sepia, de un sol atardecido, inunda la estancia.
La madre secándose las lágrimas con un pañuelo que saca debajo de la manga de su jersey, da un respingo, inspira profundamente, y le pregunta a Amelia:
-¿Y ahora hija que vas a hacer?.
-Vivir, mamá, vivir-
El silencio se adorna con el ruido de los coches que pasan por encima de los charcos, el olor de las tapas del bar de abajo, y el rumor de los algarrobos mecidos por una brisa fresca y nueva.
ROBERT PROELIA DEUS
Hace exactamente un año tenía 34, el corazón marchito y el amor idílico en mis brazos, el cual llegó como se fue: en una noche de juerga, sin saber su nombre y mi billetera. Hace exactamente un año me encontraba en bar bebiendo un mojito cubano, en México, vaya cosas beber de un lugar y estar en otro (como el amor prestado).
Hoy, escribo acerca del litúrgico vendaval que han creado los amores; de noviembre, de la flor de muerto que brota como diente de león, de los difuntos que vuelven a casa a cenar en dicho mes y de las personas que nunca volverán aunque hayan jurado querernos hasta la muerte. Describo que el amor de mi vida nació un 22 y descubro que esos números sumados son mi número de la suerte “4”, al igual que 2020, debe ser una joda, una suerte muy desgraciada la mía, pues 4 también es el día de su adiós.
Durante este año los escritores de poca monta (y los otros también), han dicho que un texto mío es algo asequible, digno de un novel, cualquier aficionado a las palabras atina a colocarlas así, en ese orden como un montoncito de paja, dicen va bien tu hobby, empero no saben de la sangre derramada en cada montón de palabras. Esto no es un hobby, he respondido con suerte y cierta vergüenza, pues para seguir escribiendo he tenido que confesarme entre los sofás de mi casa, uno sin patas y el otro con el respaldo vencido, – ha donde van quienes no alcanzan sus sueños. Ni un beso al amor has podido robarle y tampoco igualado los cuentos de Kafka –, prudentemente me he consolado, porque uno también debe amarse aunque sea un poquito cuando el alma se desmadra – no es para tanto, el amor suele ser inalcanzable para muchos y Kafka, ¡por Dios!, debido a él se ha inventado el concepto “Kafkiano”.
Por el momento, aunque el año se vaya como mis 34, me gustaría decir que he crecido, que me he sensibilizado por las vidas perdidas, por el encierro, por los días que se van amargando, pero al contrario pido a Dios que la poca vanidad que tengo no me abandone, es lo único que me queda. Me fascinaría decir que estoy tomando café mientras veo la lluvia caer pero es Wishky y la tierra está seca.
ZOE EMM TEXIS
El sonido campante de tu presencia.
El olor ardiente de la tierra que tocas cuando vienes.
La sensación flourencente que acompaña a la fragancia.
Son solo algunas cosas que me encantan…
Que puedo recalcar de ti Gran Lluvia.
Será la forma en que Nutres la gran cosecha.
Y ayudas a la gran siembra.
La forma en que vas llegando y a todos vas rociando
La forma de tu textura, el amor de tu sabor agua bendita.
Recuerdo que yo te solía bailar, para que llegarás con más intensidad.
Recuerdo que en mi locura hasta un poema te quise ofrendar, para conservar más ese olor sin igual,
Pero qué yo podía esperar más que jamás cumplirás mis caprichos y solo hicieras tu voluntad.
Que más yo te podía ofrendar cuando todo lo tienes todo ya.
Solo me queda esperar y alegrarme cuando estás a punto de llegar.
Para con tus gotas poder bailar brincar y chapotear, y con tu chorrito poderme refrescar.
ARIEL PACTON
En el zoom dicen que está lloviendo. Antiguamente la lluvia era una imagen recurrente en la literatura. La lluvia de la esperanza en el reverdecer del campo. Melancólica y bucólica en los recuerdos. Erótica sobre los cuerpos contra el ventanal. La lluvia era un estado real, vida o muerte, en la inspiración de los humanos. Hoy vivimos en una realidad desplazada por la creación virtual que toma todas las percepciones y sensaciones. Un mundo virtual que es sinónimo de inexistente, manipulado y dirigido. Entonces, si este momento es virtual la lluvia sería supuesta y aparente. No sé si está lloviendo.
JORDI VIÑAS REIG
Ahora andas por ahí,en otros lugares, lejos de aquí. Sabia y antigua, apareces y te vas, cuando es el momento, cuando es tu momento. Dividida en infinitas porciones, repartes de ti, por acá y por allá. Habitante del mar y creada en el cielo,alimentas las calles de frescas fragancias. Cariñosa y amable cuando estás amorosa, arrasas con todo si explotas de enfado. Imprescindible y vital, de aguafiestas te tildan. Amante de la sed e incompatible con fuego, pasaste a la historia por ser elemento. Elemento de agua, elemento de lluvia
CRIS GARCÍA
Salta salta sin parar, si tocas el blanco perderás. Salta salta sin parar, si tocas el blanco perderás…
Es lunes, empieza la semana y canturreando y saltando los baldosines rosas, Mar va de camino al cole como cada mañana, pero hoy, su sonrisa tiene un brillo especial y es que por fin ha llegado el día, por fin explicará a sus compañeros la profesión de su papá.
Este mes, la clase de ‘5 años A’ está trabajando el proyecto de las Profesiones, cada día uno de los compañeros del aula cuenta en la asamblea el trabajo que desempeñan sus papás, mostrando fotos, dibujos e incluso hasta se disfrazan con los uniformes ¡es muy divertido!
Este tema es muy significativo para los niños, pues desde bien pequeños ya fantasean con qué serán cuando sean mayores y Mar no tenía ninguna duda.
Ella quiere ser cuidadora de nubes, como lo era su papá.
– Muy bien Mar, cuéntanos, ¿sobre que profesión vas a hablar? dijo la seño Rami.
– Voy a hablar sobre el trabajo de mi papá porque es super importante y yo cuando sea mayor quiero trabajar como él.
– ¿Ah sí? Shhh ¡silencio chicos! Vamos a escuchar la profesión del papá de Mar que dice que es muy bonita. Añadió la maestra intrigada, ¡venga, cuéntanos!
– Mi papa es Cuidador de nubes, las cuida cuando están tristes para que no lloren.
– ¿qué trabajo es ese seño?, eso no existe, se lo está inventando… empezaron a gritar los compañeros.
– Shhhh, vamos a dejarla que siga, por favor chicos, solo acaba de empezar, espetó la maestra rogando silencio.
– Mi papa vuela en una avioneta por el cielo, moviéndose entre las nubes, lleva casco y guantes, y tiene una bolsita con polvos mágicos y cuando nota que las nubes están tristes y van a empezar a llorar mi papá echa los polvos mágicos para que no lloren.
– En la clase se hizo un pequeño silencio, pero no duró más de 5 segundos, pues el fuerte timbre de la voz de Rocío lo rompió (Rocío es la niña que siempre tiene una respuesta lógica para todo); las nubes no lloran, es solo lluvia, ¿verdad seño?
– La maestra no pudo articular palabra cuando otro niño añadió, ¡pues a mi me encanta la lluvia porque me pongo mis botas de agua de Spiderman y salto en los charcos!
– Mi mamá dice que es importante que llueva para que se limpie el aire y las calles, y siempre se enfada porque dice que aquí en Almería nunca llueve, añadió otra alumna.
Los niños y niñas de aquella clase de 5 años iban soltando ideas al aire, sin turno, sin espera, de repente todos tenían mucho que opinar acerca de ese tema. Mar las escuchaba y recibía, como la vieja pared de frontón del barrio recibe pelotazos cada tarde.
La maestra nunca imaginó que se encontraría ante tal situación, sin duda la pequeña Mar estaba hablando de una avioneta antilluvia y aunque ella llevaba poco más de 3 años viviendo en la localidad almeriense, estaba al tanto de todas las noticias, recogida de pruebas, bulos… sobre ese tema.
De pronto recordó que esa misma mañana, mientras leía el periódico en su iPhone, había leído una noticia sobre la avioneta antilluvia. Sacó el móvil rápidamente del bolsillo de su babi, entro en el periódico virtual y allí estaba:
<La avioneta sobrevoló los cielos del Levante almeriense durante buena parte de la tarde del pasado 15 de octubre, cuando se anunciaban lluvias, y pudo ser grabada mientras se encontraba entre los municipios de Oria y Chirivel, aunque también fue vista por un gran número de personas en otras localidades almerienses.>
La maestra explicó de forma escueta y saliendo del paso, que la lluvia era muy importante para la atmosfera, las plantas y el planeta y que el Papá de Mar hacia eso para que los agricultores no perdieran todos los alimentos sembrados, porque si llueve mucho mucho mucho, las siembras se ponen malas.
No dio mucha opción a debate, y comenzó con la clase de lectoescritura.
Mar salió triste y confusa del cole, el trabajo de su papá había pasado de ser el más mágico y emocionante del universo, a ser totalmente cuestionado. Solo deseaba llegar a casa y poder verle.
Su papá siempre le daba lluvia de besos, lluvia de abrazos, lluvia de cosquillas… pero, ¿no le daba lluvia al planeta?, ¿cómo beben los animales sin lluvia?, ¿cómo crecen las plantas sin lluvia?, ¿cómo se limpian las calles y el aire sin lluvia?…
Aquel lunes aún no había terminado, cuando llegó a casa recibió la noticia de que su papá había tenido un accidente y debía pasar una buena temporada en el hospital.
Mar, estaba hecha un mar de lágrimas sentada en el sofá, cuando de repente un peculiar sonido la hizo mirar hacia el gran ventanal del salón y entonces la vio, la olió, la sintió.
Llovió durante más de una semana.
¿Estarán las nubes tristes sin los polvos mágicos de mi papá?
CARLOS REQUENA
Cuaderno de Bitácora.
Dia 42. 07:18h
Quise correr, escapar, antes de ser consciente de que no había ningún sitio a dónde ir. Hace seis semanas que ocurrió, no he tenido tiempo de ponerle un nombre.
El cielo se cubrió de cenizas, haciendo que, en las horas más luminosas del día, el Sol apenas podía abrirse paso. Sigo pensando que quizá el volcán Krakatoa, o cualquiera de los numerosos volcanes del llamado Cinturón de Fuego del Pacifico hayan entrado en erupción.
Hace seis semanas que no veo ni un solo barco, ni avión, ni siquiera una sola gaviota.
No he podido reparar el timón. Hoy en mi deriva, el barco se ha detenido a unas diez millas de un puerto en el Pacífico, que no puedo precisar. Como ya escribí hace tres semanas, los instrumentos de navegación dejaron de funcionar, la brújula sigue girando sobre si misma a un ritmo endiablado. Y la radio vomita una estática continua desde el primer día. La falta de combustible me impide acercarme más. Tengo víveres suficientes para las próximas tres semanas. Pero voy a pisar tierra.
El ancla tocó fondo a unos cincuenta metros de profundidad.
Remé en el pequeño bote salvavidas, durante unas tres horas, antes de llegar a la costa.
Me recibió una playa mustia, a unos metros, un desierto de hormigón, vehículos abandonados, vegetación marchita, y un silencio ensordecedor. No hay rastro de vida de ningún tipo. Deambulé varios minutos por las dársenas, en busca de algún vestigio de vida.
A las 16:06, el cielo se oscureció aún más.
Un trueno rompió el silencio en mil pedazos. Y en unos tres minutos, después de cuarenta y dos días, comenzó a llover.
Una lluvia fina, volátil, que me evocó recuerdos de infancia.
Esperé con los ojos cerrados el olor a tierra mojada, mientras dejaba que las gotas me impactaran, como pequeños átomos de realidad, pero en su lugar, un hedor nauseabundo se despegaba a jirones del suelo. Como el humo de un incendio ácido, como el olor de caucho ardiendo y a la vez metálico y podrido. Las gotas empezaron a quemarme la piel, era un dolor dulce, lejano pero creciente. Después de varios minutos la lluvia cesó. Tomé una pequeña lancha que estaba amarrada a uno de los barcos fondeados en el puerto, después de comprobar que tenía combustible.
Decidí regresar al barco, a mi hogar de estos últimos seis años, que ahora parecía estar a años luz de la costa. La quemazón aumentaba por momentos, al compás del bombeo de mi corazón, mientras surgían pequeñas ampollas en mis manos y en mi cara.
Estoy a bordo de nuevo. El dolor se ha hecho insoportable, siento como la sangre quiere romper la piel, salir, huir de mí. No reconozco mi rostro en el espejo.
Y quise correr, escapar, antes de ser consciente de que no había ningun sitio a dónde ir.
ALBERTINA GALIANO
Han cambiado la hora, y se cierra el sol cuando aún no estoy preparada para la noche. Nadie me escucha cuando grito que añoro la luz del día.
Echo de menos el café-tertulia, en que cruzaba palabras desenmascaradas con compañeros y amigos. El virus ha asolado mi vida social. Y me tiene los pies atados.
En el colegio me siento frente a un niño, amordazado como yo, y quiero leer en su mirada lo que se esconde tras su máscara. Ha aprendido a obedecer lo que dicen los mayores, que el virus es el monstruo de esta era. Sumiso se acomoda y acepta.
Hurga bajo la máscara, subrepticiamente, los huecos de su naricilla, y es lo más sano que le he visto hacer todo el tiempo que hemos estado juntos, en que llegué a pensar que me encontraba ante un viejecillo con cara de niño.
Se me empañan las gafas, y pienso ahora qué dura debe ser la ceguera. Y qué sola te puedes llegar a sentir cuando no lees los labios, ni distingues a quien tienes cerca.
Uno se dibuja en la cara lo que quiere que otros vean: el rictus del Joker, mil corazoncillos, una boca de payaso o la marca que marca la diferencia… Pero eso no es ni una milésima parte de lo que una sonrisa, un gesto, enseña.
Además es estático, y a los cinco minutos de estar ante el dibujo postizo ya deja de tener sentido. Porque no está vivo.
Dicen que cantar contamina más, y hay que hablar bajito, para no desperdigar gotitas de saliva.
Y yo no puedo dejar de imaginar esas gotitas convertidas en lluvia fina, que no dejará de caer, y de arrastrar también las lágrimas que resbalan por mi nostalgia, por mi añoranza, por la pérdida de afectos, por el silencio, por las canciones que se ahogan en mi garganta.
Como lágrimas en la lluvia, decía aquel replicante, cerca de la puerta de Tannahäuser.
Y busco terca la melodía que nos sacuda esta desidia.
Lo mejor es aprender a cantar bajito, enseñar a bailar las manos, a cimbrear las caderas, a tamborilear los pies. Y decir con nuestros cuerpos lo que los labios esconden, lo que tapa la distancia, lo que se oculta en el miedo, lo que no borra el jabón, lo que callamos aposta, lo que bulle en el silencio, y nos palpita en las sienes, y despedaza por dentro nuestro sufrido y sensible, nuestro frágil corazón.
GABRIELA MOTTA
Han pasado 20 años de aquel día, no obstante, su recuerdo quedó sellado en mi ser, así como se graba el aroma de las Madreselvas en el verano, así con esa misma intensidad quedó marcada la lluvia en mis tardes otoñales.
Llovía copiosamente, mientras yo miraba absorta por la ventana como el viento hacía danzar por el aire las hojas secas. De repente percibí que algo se movía en medio de la calle entre un montón de cartones que habían sido arrastrados por el vendaval. Acurrucado, ahí estaba indefenso, sin fuerzas, era evidente que su vida colgaba de un hilo si no lo mataba la lluvia lo mataría el primer conductor desprevenido. Sin dudarlo salí para la calle y lo tomé entre mis manos, estaba empapado, sin embargo, con la poca energía que le quedaba maulló. Lo abracé contra el pecho y corrí para casa toda embarrada. Lo puse sobre la alfombra que se encontraba frente a la estufa, lo envolví en unas sábanas para calentarlo, le di leche. La ternura del momento sumado a la calidez del fuego hizo que me quedara dormida a su lado. No sé cuánto tiempo paso, pero desperté con los pasos de mi madre llegando a casa.
—¡Mira mami —le dije mientras sostenía feliz al pequeño gatito entre mis manos— lo acabo de rescatar!
Aún recuerdo cómo su cara fue mutando poco a poco hasta estallar en un grito:
—¡Has arruinado la alfombra!
Me arrancó al pequeño de los brazos y lo arrojó otra vez para la lluvia. Llorando me fui a la ventana y pude verlo acurrucarse, nuevamente, entre los cartones. Me sentí culpable porque no pude evitar su muerte, pero ¿Qué más podía hacer una niña de siete años?… de tan solo siete años…
Loly Moreno
ALBERTINA GALIANO
NANE NINONÁ.
Mis Votos para Juan Jose Serrano y Raquel
Mi voto para Loly
Mis votos son para:Neus, Rafa, Loly y Juan Jose
Para Bea A.
Mi voto: Jordi Viñas Reig y Omar Albor
Voto por Jonay y Yolanda Barranco
Yolanda Barranco, sin duda. Se merece dos puntos de hecho y pasarè al grupo mis consideraciones de elecciòn, en otro momento. Hay que asignar una mencion de honor a Loly y a Ariel , plus : felicidades, felicidades y màs felicidades, a todos los textos participantes
Gracias por la mención de honor. Y encima junto a Loly.
Voto a Loly Moreno.
Mi voto para Nane.
Madre mía que dificilísimo elegir entre tantas maravillas… pero creo que me quedo con Valeria Michou
Muy buenos relatos esta semana al igual que la anterior. Mi voto para Albertina Galiano, Neus, Tess y Ángel Martín.
Pero cada relato merece un voto…
Valeria Michou
Mi voto para Curro
Mi voto para MIGUEL GÓMEZ.
Quisiera añadir más votos, pero no los quiero partir. Muy buenos relatos todos.
Laura Tsuyoki y Yolanda Barranco
Ángel Martín García y Marga Villegas
Yolanda Barranco
Mi voto para Pepi Ramón y Loly Moreno.
Mi voto para: ALBERTINA GALIANO
Mis reales votos son para Miguel Gómez, Carlos Requena, Ángel Martín y Félix.
Mi voto es para Loli Moreno, me encantó
Mi voto es para Conce Jara
( basado en un hecho real al que no podemos dar la espalda ni ser indiferentes)
María Cruz Estevan Aparicio
Rebeca FS
Jonay.