La comida

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la comida». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 19 de diciembre! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

CORONADO SMITH

La Vecina del 1º-B

Rocío, se afanaba por mezclar los ingredientes.

Había estado yendo todos los fines de semana a casa de sus padres a aprender a hacer los prestines que eran tradición de la familia de generación en generación. Mientras se cocía el vino con el matalahuva, iba friendo las cáscaras de naranaja, tenía que esperar a que el vino estuviese a punto para mezclarlo con la harina. Los prestines iban a ser su camino al éxito. Eran el regalo perfecto, y no había mucha gente que los supiese hacer, era una receta tradicional de su pueblo, de su familia. Rocío llevaba relativamente poco tiempo en su bloque. Era un edificio semi-privado, con piscina interior, cancha de tenis y un coqueto recinto acristalado con suelo de tartán para hacer Aerobic, Zumba o Pilates. A la semana de estar allí, ya se había dado cuenta de que ese era su sitio, su lugar en la vida, había hecho amistad muy pronto con el vecindario, se sentía feliz en las clases de aerobic, y luego tomando el café con sus amigas, ese café que iba a suponer para ella un salto de calidad en el status de su grupo. Impregnó con miel los prestines cuidando al detalle su presencia, ni una gota de más, ni una gota de menos. Estos prestines eran de tamaño más pequeño de lo habitual, pero eran para una ocasión fashion y especial.

Al día siguiente Rocío bajo especialmente feliz a la clase de aerobic, disfruto de ella cada segundo y una vez terminada les dijo a sus vecinas -Hoy pago yo el café, quiero agradeceros lo que habéis hecho por mi y os he traido unos prestines, receta única y tradicional de mi familia-. A todas les gustó la idea, un buen café y un mejor acompañamiento. Rocío presentó los dulces con un brillo especial en sus ojos, tenían un pinta que… ñam ñam con solo verlos. Todas las vecinas se deleitaron con tal manjar, no quedó ni uno, Rocío no los probó, les dijo que ella estaba satisfecha de que sus vecinas degustasen tan rico manjar, pues ella los comía cada vez que quería. La velada fue un éxito y cada una se marchó a su casa. Rocío entró exhultante en su piso, su perro Oswald, la recibió cariñosamente y ella fue directa a su cocina. Nada más entrar estalló de júbilo siiiiiiiiiiii, gritó con los puños en alto y mirando al cartel de la puerta de la nevera que rezaba «A dios pongo por testigo que si no adelgazo, engordáis todas las demás».

Espíritu Navideño que tiene la gente.


TALI ROSU

Hambre de un abrazo

El niño estaba enfurruñado porque hacía tiempo que su madre no estaba para sanar sus heridas. Esa vez, cuando cayó, no quería levantarse por miedo a sentirse abandonado una vez más.

Cuando su madre volvió a casa a medio día, el pequeño se tiró a sus pies.

—Abrázame y llévame a las nubes —dijo el niño suplicando—. Estaremos tan a gusto que no volverás a dejarme solo.

Ella puso comida en la mesa y volvió a su trabajo con los ojos encharcados.

Fin


MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

La mano del hombre lleva a hacer grandes comidas para saciar el apetito del habriento.
A cada uno de las personas que comen en una mesa, el festín del buen comer les lleva a quedarse medio dormidos elevándolos a entender la Balia de los alimentos.
La ensoñación – decía así.
Hubo una vez un rey poderoso con tres hijos, a los Cuales, quería
Por igual. Más a su muerte, al mayor le dejó sus palacios. Al sugundo sus tesoros y, al pequeño una mina de sal… Sal, repetía el joven príncipe-Sal… Que voy a hacer Co tanta Sal…
Desdichado, al verse tan pobre, se abandonó a sus lamentos y se marcho a sus salinas.
La envidia que sentía hacia sus hermanos los ricos le impedía pesar en cómo trabajar lo que en
herencia le habían dejado.
Un día comenzaron a llegar gente y más gente a las salinas. Todos querían comprar un paquete de sal.
La comida sin sal no tenía el gusto que la sensibilidad de la boca necesita para tragar.
Sus hermanos le propusieron repartir sus palacios y joyas a cambio de un trozo de las salinas.
Entonces el joven príncipe comprendió el tesoro tan valiaso que su querido padre le había dejado.
Pues la comida con un poquito se sal sabe mucho mejor.


CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

«Mayo, promesa de lo que se avecina». Comidas en familia, playa, bikini…

«Preferiría estar muerta». Más de tres años desde el momento que se tropezó con León. En los pasillos de la facultad se concretó una especie de contraseña no verbalizada cada vez que cruzaba el «leonino». Como las cosas suceden sin que tengamos arte ni parte en ellas, pues…una cosa llevó a la otra…y…

—Un poco llenita estás. Eres mona, pero quizá con unas clases de gimnasio…

Hasta ahí, ella, con una talla treinta y ocho, no había imaginado –no se había imaginado «llenita»-. Fue el detonante que activó el proceso de: «mi boca cerrada a cal y canto hasta el fin de mis días». Veinte kilos de menos y tres años después, no tenía nada que perder. León se fugó con otra. Cada quince de mayo recordaba enviar un ramo de margaritas amarillas al mausoleo.


EMILIANO HEREDIA

¡INSPECCIÓN!
Hace una mañana fría de Marzo.
Casi la hora de comer.
Un coche de alta gama, con una pegatina de Snoopy, pegada en la parte trasera.
Y una pegatina de Vaqueira Beret.
Se para enfrente de la acristalada fachada del “Bar Manolo”.
Unas descoloridas gambas, junto a otrora igual paella, pintadas con Titanlux.
Los precios de color blanco. Se notan los brochazos mal dados, bruscamente.
La silueta de un cocinero, ajada, con un enorme tenedor sostenido por su mano derecha, y en la izquierda, una gran pizarra, donde, se describe un menú de a diez euros.
Se bajan del coche, el conductor, un pijo bien repeinado con gomina como si no hubiera mañana, con traje azul marino de Armani, camisa de mil rallas blanca y rosa, con puños y cuello también blancos, con corbata de seda azul celeste, apestando a Paco Rabbanne, y zapatos relucientes, por supuesto, negro. En la mano, un flamante maletín de Tiffany, negro, por supuesto.
La copiloto, una espigada mujer, con labios de un color rouge número cinco, chillón.
Un traje de Prada verde guardia civil de falda y chaqueta, con pañuelo de moare anudado al cuello, resaltando su color rosa palo, sobre una elegante camisa de seda color hueso.
Zapatos de Manolos y colgando de su brazo derecho, un elegante bolso de Loewe.
¡clinc, clinc!, una campanilla encima del dintel de la puerta de entrada, dispuesta de tal forma que, al entrar, la puerta de entrada, la haga sonar, para avisar al dueño, de la llegada de los clientes.
Detrás de una barra, forrada toda ella de una cochambrosa chapa ondulada en u, en tiempos reluciente, ahora ennegrecida por años de falta de limpieza, salpicaduras de alcohol derramado, caldo de gambas recocidas, y otros diversos caldos de otra tanta variedad de tapas cortesía del bar.
La encimera, de marmolina color negro, trampa mortal para las moscas que osan posarse en ella, víctimas de, por ejemplos, de los mortales círculos pegajosos de los culos de los botellines.
Una vitrina a un lado, con cuatro cobetas, donde , momificadas, reposan los restos de una infame ensaladilla rusa color amarillo vomito, un amasijo gelatinoso, que en su día fue una ración de oreja, unas olivas si en tiempo verdes, ahora, un velo sospechoso blanco, las cubre a modo de sudario y, para terminar, unos huevos duros color gris perlo-verdoso.
La vitrina toda ella, empañada, como si estuviera sonrojada de vergüenza por lo que contiene dentro de ella.
-¡Buenos días! –Exclama Manolo, el dueño del bar.-¿en qué les puedo servir?.-viste unos mugrosos pantalones negros de tergal, descosidos por uno de los bajos, unos zapatos antaño negros, ahora, de color indefinido con un bouquet terroso en todo ellos, una camisa imperio de tirantes, color mierda perlada, y un delantal que pide auxilio, que le liberen del tormento de sufrir tan siquiera otra mancha más. Los velludos antebrazos, y el pecho, junto, al rostro sin afeitar de un par de días lo menos, y unos dientes que jamás conocieron cepillo y pasta algunos, y un pelo grasiento olor a fritanga, provoca, todo ello, una mueca en ambos, de asco.-
-Buenos días, me llamo Borja María y aquí mi compañera, Curra , venimos a inspeccionar este establecimiento. Desde la concejalía de Sanidad, hemos recibido numerosísimas quejas sobre la falta de higiene y las malas condiciones alimenticias de este local.
-Sí, enséñenos los servicios, por favor-prosigue Curra-
-Bueno, si les parece bien, y suponiendo que traerán hambre, coman primero, y así comprobarán la calidad de la comida que servimos en esta casa, siéntense aquí mismo, por favor-le indica Manolo-
-¡Ay!, ¡por-fa-vor!, ¡Qué-as-co!-dice Curra con Asco- ¡este asiento está como pegagoso!
-¡Ná!, ahora lo arreglo, se cambia la silla y yá está, ¡espere!, que le pongo una servilleta en el asiento-responde Manolo, desplegando una servilleta llena de lamparones-
-¡Ay!, ¡Borjamaaaariiii!,-exclama Curra-
-Venga, Cuquita, que no es para tanto.. ¡riiiiis!,-un tornillo rasga el pantalón del elegante traje-¡ooooiga!, ¡mi traje!, ¡mi traje de Armani!
-¡Naaaa!, eso lo arreglo yó ahora mismito –coge un cenicero de acero, de Zinzano, y ,mete el tornillo hasta adentro con unos tremendos golpes que hacen retemblar la mesa y todo lo que hay sobre ella-¡¿ve?!,!tó arreglao!, na que no se pueda arreglar…!Maríaaaaa, trae la sopa para los señores!, ¡verán que rica, pura delicasen como dicen ustedes los finos!.
Sale de la cocina, una señora mayor, muy, muy flaca, todo desgreñada, con un moño mal sujeto por dos guedejas, vestida de negro, medias raidas del mismo color, calzando unas pantuflas con tomates y con la suela de goma despegada en su mayoría. Lleva una sopera a la que le falta un asa, y el borde, está todo esportillado.
-¡la sopa!, que aproveche-deja la sopera en la mesa, y se vá para la cocina.
-¡oiga, mi plato está manchado!-exclama Curra-
-¡naaaa!, ggggsss stup!-echa un escupitajo y lo limpia con un trapo mugriento que cuelga por el cordon del delantal.-¿vé?, ya está.
-¡aaayyy Borja Maaari que ásco-se lleva la mano a la boca-
-¡venga!, a comer, que hoy, es con tropezones y fideos de los gordos-dice Manolo-
-O-o-oiga, ésta sopa, sabe ácida, y ¿ésta carne, de qué es?-dice borja-
-¡naaaa!, eso es el toque de la casa, la carne, son de unos filetes de cerdo que teníamos de hace dos semanas abandonaos en la nevera, pero naaaa, se le quita un poco lo blanco, ¡y pa dentro!-
-¡El servicio!, por favor!- se levanta precipitadamente Curra-
-¡ahí lo tiene, señorita!-responde Manolo-
Sale corriendo, detrás de unos biombos….
-¡Aaaay Borjamariiiiii!, ¡socorroooo!
Salen corriendo, Manolo y Borjamari. Se encuentran a Curra, sentada en el suelo, dentro del servicio….llorando desconsoladamente.
-¡Cuqui!, ¡Cuquitaaa!, ¿Qué te ha pasado?
-¡Aaaaayyyyyyy!, ¡!!me he cagadoooo encimaaaaa!, ¡ayyyy!, no sabía cual era el servicio de señoraaaas, ah, ah, ah,-llora desesperadamente-
-¡naaaa!, pero si es mu fácil,- responde Manolo-si lo tiene ahí mismo, un servicio turco, un mismo agujero pa los hombres y la mujeres, ¿lo ve?-señala el cartel de la puerta del baño, que pone “ombres y mugeres”. Naaa, ahora le digo a la maría, que la ayude a limpiarse.
Al cabo de un rato, sale, llorosa, Curra, con unas sobadas bermudas color caqui..
-¡aaaaayyy BorjaMari!, ¡me han limpiado el pompis con la esponja de fregar los platos!, y esta bermuda tiene algo raro…
-¡naaaa! ,!zas!,-le dá un azote en el culo a Curra-
-¡oiga!-replica Curra ofendida-
-¡naaa!, disculpe, pero es que tenía una pulga, ¿sabe?, es que estos son los pantalones que usamos pal perro, cuando tiene lombrices, y no se le quede el culo en carne viva, cuando se rasca el culo a pelo, pobrecico, lo pasa de mal…-responde Manolo-¡el conejo!, ya trae la María el conejo-
-O-o-oiga-le dice Borjamari a Manolo-este conejo, tiene una pinta muy rara…
-¡naaaa!, eso es porque, en vez de un coche, lo debe haber atropellado una furgoneta, ¿sabe?, de buena mañana, salgo a recoger los conejos atropellaos a la carretera de al lado, pero bueno, coman, coman, que está rico…
-¡El servicio!-Borjamari, sale corriendo al baño…y se pringa todos los pantalones de vómito-
-¡Naaaa!, eso, con un sifón se quita, ¿Ve?, -le provoca unos manchurrones de lejía-¡Maríaaaaa!,!¿cuántas veces tengo que decirte que no uses el sifón para echar la lejía?,le has estropeao el traje al señor!, usted disculpe,¿eh?, es un descuido-
-¡aaaay Borjamari!,! me muero mucho…-dice, medio desmayada Curra, medio tirada en la silla-
-¡naaaa!, ahora, con el postre, to se arregla, ¿vé?, ¡flan casero!-les pone delante, unos platillos con un flan marrón mierda, pegajoso-
-¡o-o-oiga!, ¡aquí hay una mosca!-dice borjamari-
-¡naaaa!, -¡zas!, da un manotazo y revienta, mosca y flán a la vez-naaa, mire, ya se lo he desmenuzao, como cuando su madre le hacía cuando era chico, y por la mosca no se preocupe, apártela, y coma, coma.
Borjamari, se levanta, se lleva a rastras a Curra, la mete como puede en el asiento de atrás, la tumba, y antes de montarse en su asiento, le dice a Manolo:
-¡Señor mío!, ¡considere desde hoy, cerrado su establecimiento, junto la consabida sanción administrativa!
Dando un portazo, sale echando ruedas hacia el hospital mas cercano.
-¡niñatos!, ¡desagradecíos!, ¡vamos, que encima, se me han ido sin pagar!.
Entra dentro del bar, y cierra la puerta.

DAVID DURA

Hace días que no me haces el amor.

Lo mío no es el bricolaje, con estas manazas.

Acto seguido le cortó la mano con el cuchillo jamonero, estaba bien afilado.
En casa eran de mortadela.

Ella quedó feliz, total, había venido al mundo con una mano delante.

Él, ni fu ni fa, intentó saludar pero su otra mano cargaba la pesada maleta.
Era hora de irse.

La abuela cosia corazones de ganchillo desde el otro lado de la ventana.
No le dio importancia a la situación, para ella,
el amor es una araña tejedora hilo a hilo.


GABRIELA MOTTA

La ternera.

Era un día corriente en la estancia la Esperanza, don Juan separaba como todos los viernes los animales que serían llevados al matadero. El camión que transportaba el ganado estaba retrasado, cosa que molestaba bastante a don Juan porque sucedía muy a menudo.

—Siempre igual nos dicen que vienen a una hora y aparecen cuando ellos quieren —rezongó y siguió con la tarea un poco ofuscado. Cuando levantó la cabeza para mirar la hora remusgando entre dientes escuchó que las porteras se abrían y aparecía allá a lo lejos el camión.

— ¡Por fin! —exclamó aliviado.

—Buenos días don Juan —le dijo Felisberto el chofer.

—Serán buenos para usted. Cuántas veces le tengo que decir que los animales se estresan, yo sé que para ustedes son solo un pedazo de carne, pero para que el producto final sea bueno se debe respetar al animal y tenerlos acá en este espacio amontonado no es lo mejor.

—Ay don Juan usted siempre igual, qué me importa si se estresan estos bichos, vamos súbanlos al camión que en un par de hora el estrés ya se les habrá ido.

—Más respeto por la vida que le da de comer Felisberto.

—Si tanto los quiere ¿para qué los vende?

—Felisberto si podemos hacer que su final sea más digno ¿por qué no hacerlo? Que le cuesta tratarlos bien.

—Mire don Juan ya me cansé de esta charla, mañana van a estar en la mesa de alguien que seguro los condimentará muy bien. ¿Eso le sirve?

Mientras seguían con su acalorada discusión se acercaba corriendo Alfredo para avisarles que uno de las terneras se les había escapado y corría en dirección al pueblo.

—Apúrase don Juan porque en la plaza están los que defienden los derechos de los animales y si la ven afuera del camión se la van a querer quedar.

—Ve lo que le digo —le dice don Juan al hombre. Si lo tratará bien esto no pasa porque el animal se queda tranquilo, pero usted insiste con la grosería. Ahí tiene ese problema ya es suyo, yo cumplí.

Y moviendo la cabeza se fue rezongando otra vez.

Felisberto se subió al camión (cargado con ganado) y se fue en busca de la ternera. Cuando llegó al pueblo lo que había augurado Alfredo se cumplió, los rescatistas se habían apoderado de la ternera y no se la querían devolver.

—Es propiedad del frigorífico —gritaba Felisberto.

—Es una vida que sufre —le retrucó una rescatista.

Entre tanto alboroto llegó la policía a tratar de resolver la contienda y ordenó que el animal fuera entregado inmediatamente a los empleados del frigorífico. Que no dudaron en amarrarlo y tirarlo para arriba del camión a pesar de los pedidos de las personas allí presentes.

Fue tal el bullicio que le llegó al juez una petición por parte de los rescatistas para recuperar el animal, ya que debido a los acontecimientos y al estrés que había sido sometido no cumplía con las normas de sanidad para ser faenado.

Sin embargo, la Justicia tardó una semana en aprobar la petición emitiendo una orden de aprehensión por la ternera. Cuando llegaron al frigorífico los rescatistas una semana después con la orden acompañados por un oficial de policía se les informó que el animal había sido sacrificado.

—Listo no hay nada más que se pueda hacer, dijo el oficial y añadió: “muerto el perro se acabó la rabia.”

Felisberto (que no se caracterizaba por su buena educación) al verlos no dudo en arrimarse para recordarles que el animal era propiedad del frigorífico y haciendo uso de una picardía oscura se ofreció para acompañarlos a la oficina del encargado donde podrían arreglar sus diferencias con los abogados de la empresa.

Ellos aceptaron desconfiados sin embargo Felizberto era su mejor opción en aquel lugar. Él los condujo a una habitación dónde había por lo menos 4 personas además del encargado. Los presentó diciéndoles que ellos eran los del problemita con la ternera y antes de despedirse agradeció al encargado por el regalo que la empresa les había hecho a las familias de los camioneros para la navidad y al llegar a la puerta se dio la vuelta y gritó con la única intención de ser escuchado por los rescatistas:

— Bueno yo cumplí ahora me voy para casa, recién hablé con la patrona y me dijo que había preparado el regalo que nos dio el frigorífico para la cena: ¡hoy comemos ternera asada!


VALERIA MICHOU

Cómeme, le susurro al oído, rozándole suavemente el lóbulo con el labio inferior y se alejo de él, entre las sombras y el humo.
Inmediatamente la lujuria invadió su cuerpo, un animal deseoso de carne lo poseyó, afilo los dientes y las garras, su olfato se agudizó, sus pupilas se dilataron, su respiración se agitó a igual que su corazón.
La vio, descalza, al otro lado de la habitación.
La gente y el ruido fueron desapareciendo.
Quedaron solos.
Su presa era terriblemente apetitosa de contextura pequeña pero voluptuosa, deliciosamente encajada en un vestido rojo, no dudo ni un segundo y la abordo elegantemente, conteniendo todos sus instintos, ocultando su perversa intención.
Lo que ignoraba en ese momento, es que a veces el diablo, cuando tiene hambre, se viste de mujer.


PECERA CON PEZ

HIPOCRESÍA

Érase una vez un ejemplar de aguacate hermoso, elegante, con curiosos degradados de verde en su contorno donde en algunos puntos llegaba a rozar incluso la fluorescencia. Un ejemplar apetecible, bonito por si mismo, recostado en su cesta de madera de listón desechable, sobre un nido de paja y envuelto finamente en plástico.

Un ejemplar que resultaba imposible no mirar cuando pasabas por su lado, dejaba a la gente hipnotizada. Lo querían, lo tocaban con sus manos evitando la mirada del tendero. Un ejemplar que al apretarlo suavemente entre los dedos se mostraba terso, turgente, como las piernas de un bebé rollizo alimentado de teta o los pechos de una adolescente. Un ejemplar de tamaño grande, si consideramos que hablamos de un aguacate.

Un aguacate hipócrita que lucía con orgullo la etiqueta de «Cultivo ecológico» sin tener en cuenta la incongruencia de su país de orígen, Ecuador, pero que enamoraba a todos con su presencia.


SUSANA AZABAL

Comida, tan solo decir la palabra ya me provoca arcadas. Recuerdo cuando salir a comer o a cenar con Alejandro era el mejor de los planes, ir a aquel pequeño restaurante del Pirineo, especializado en setas y todas sus deliciosas combinaciones o tomar el menú degustación en el restaurante italiano cerca de casa, en el que cada plato era mejor que el anterior, por imposible que pareciera.
Todavia tengo en mi memoria todos los dulces y tartas que había probado y cuales habían sido mis favoritas: la Selva Negra en la fiesta de cumpleaños de Laurent y la tarta de zanahorias que hacía la abuela de la familia inglesa con la que pasé un verano en el norte de Londres.
Siempre sentí placer al tomar un café caliente con chocolate negro en invierno o deliciosos helados cremosos de mil sabores en las noches de verano.
Comida, ya no significa nada para mí, ahora que el alimento entra en mi cuerpo a través de la aguja del gotero de una bolsa de suero.

ALBERTINA GALIANO

Sorbía, arramplando un rabo de toro a un palmo de mí, con dientes férreos, indiferente a sustancias viscosas entre ellos, sin pudor ni miramientos, como quien no ha merendado en el recreo porque le birlaron el bocata.

Ignorando hasta la presunta bebida, doliente ésta en su espera.

-No sufras, ya llegará tu momento…- parecía pensar el comensal, con alma de caníbal.

Y yo, pasmada, no daba crédito. Loca por conocer el final de aquella historia, que no tardó en llegar, como era previsible.

Bostezo, impúdico estiramiento ajeno a otras miradas, estado de éxtasis onanista que propulsa hacia afuera a los demás…

Salpica una gota de saliva a mis pies, e instintivamente retrocedo, a pesar del enrejado. Ni el más seguro vallado puede librarte del miedo a un cuadrúpedo en su sobremesa.

-¿Seguimos?-pregunta el guía.
-Sí, por favor, quedé ahíta.

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6 comentarios en «La comida»

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