Violencia – Miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir con el tema “violencia”. Estos son los relatos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves día 31 de enero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

*Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor/a) y no han pasado procesos de corrección. 

YURIMIA BOSCAN

Dolores

Hoy he vuelto a recorrer cada una de mis acciones contigo. Y otra vez sentí como el deseo tomaba mi cuerpo y lo hacía destilar esa especie de sudor culpable que termina con mi mano en mi sexo mientras te pienso pálida, diminuta, temblorosa.
No ceso de escuchar tus gemidos y súplicas que me hacían arreciar las embestidas a tu cuerpo, esa frágil anatomía que escondía a tu precoz mujer.
Hoy, a tantos meses de la última vez que estuvimos juntos, me pregunto el porqué de tu placer morboso al contarme de él ¿Por qué desbarrancarme así? ¿Por qué dejarme hacer mientras me dabas instrucciones para emular a tu nuevo amante? ¿No te diste cuenta de que mientras más me decías más te deseaba?
Mi vida se volvió condena, mientras conjugaba los verbos perseguir, husmear, oler, seducir, poseer. Pasó como una ráfaga en los intentos fallidos por conquistar un espacio sólo para nosotros, para mi amor por ti. Pero lo echaste a perder, decidiste irte y apartarme como un perro.
Cierro los ojos y veo tus pezones a medio hacer atosigados en mi lengua; tu vientre diminuto exhalando vahos, tus brazos de semi hembra terminados en uñas que me arañaban hasta hacerme sangrar; “Más más, más…” y mientras más piel laceras, mayor es la avidez.
Pero yo no era el único que arrancaba tu ropa. Después de dejarme hacer, me atormentabas contándome tus encuentros con él. Aprieto con fuerza los párpados para apartar de mí la imagen de ambos… el dolor, los celos, la rabia, el desenlace.
El periódico no dice a dónde los llevaron. Se han afincado en mí, en mi perversidad. Los vecinos han declarado que soy un monstruo, y aunque siempre supieron lo que ocurría, ahora me llaman enfermo.
Mientras me llevan a la cárcel, tengo el consuelo de saber que ya nadie podrá tocarte, ni siquiera él, ese maldito que vino a confundirte, a perturbar mi felicidad llenándote de promesas, aunque sé que a trece años es fácil cambiar de opinión…pero ya no hay más cambios para ti. Se acabó. Estás muerta y yo doblemente preso: preso en tu amor y mi culpa, y preso en esta cárcel abominable acusado de tanto.
Sin embargo, mientras espero que me lancen al ruedo feroz de la muerte sin cuartel que le sigue a quien mata y viola a una niña… ¿Y es que eras tú una niña? ¿Podía ser una niña la hembra que me arrinconaba en el baño para lamer hasta el último rincón de mi cuerpo? Jamás te violé, tú sabes eso… pero sigo desvistiéndote en mis sueños, mientras el puñal entra una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez…


DEBATAY CHANCLA

DÍA DE CAZA

Suena el despertador, como siempre a las 7,30 de la mañana, como cada jueves y domingo, éste el ultimo del mes de febrero. Debe hacer bastante frío, como lleva siéndolo los últimos años en esa alcoba. Tras apagar el despertador se queda un rato en la cama inmóvil y taciturno. se sienta pausadamente en el lateral de la cama, pasándose lentamente la mano por la parte superior de la cara , desde los ojos hasta la nuca, parece que con ese gesto quisiese borrar sus pensamientos de la cabeza. Al mismo tiempo su cuerpo se estremece a pesar de dormir siempre con una camiseta de algodón raído y con el blanco perdido, son las mismas camisetas que su padre uso siempre. las recuerda tendidas en la soga de la parte trasera de su casa, sujetadas por unas pinzas de madera, de madera inmoble. Respira hondamente, gira su cabeza y su tronco hacia su lado derecho, detiene su mirada por un instante en la mujer que duerme a su lado, con la ha lleva durmiendo 30 años, con la que ya no tiene una palabra bonita que dedicarle, con la que ya no ríe. La reconoce como a la extraña que pudiera ver todos los días en el supermercado, cruzando un semáforo, o la persona que tiene delante en la cola del Inem. Dirige su mirada a una foto en el tocador donde los protagonistas de su boda se le figuran extraños. Nunca pensó en que se convertiría en su padre.
Mueve su mirada por costumbre y la dirige hacia a la silla del fondo de alcoba., una silla de yute viejo y desgastado en culo y pintada su madera de un color oscuro, marrón oscuro. Sobre la silla su ropa, un pantalón verde caqui con bolsillos de solapas por las perneras, una camisa de cuadros beige y un jersey también caqui con coderas en las mangas, y un bolsillo en la parte izquierda con solapa. y abajo junto la silla unas botas de trencillas con la suela fuerte, se aprecia en las botas han valido tanto o más que el resto de prendas.
Por las rendijas de la persiana se percibe que aun no ha salido el sol y que debe ser una mañana fría, muy fría. Los pajarillos aun no sean movido del árbol, no se les ha oído revolotear, ni piar escandalosamente, como siempre lo hacen, los arboles parecen un patios de colegios. El árbol queda justo enfrente de su venta, parece que hoy no tienen ganas de cantar y revolear alrededor de las ramas, el unido sonido es el del aire y el del frio. Pues en días como los de hoy el frío también se escarcha. La oscuridad es casi total, aunque pronto la luz del día se apodere de ella y vuelva a ser la amante de la escarcha, cohabitando ambas en las calles, escarcha y luz.
Se dirige lentamente a esa silla vieja donde se encuentra su ropa, primero el pantalón, luego la camisa, se la deja sin abrochar, se mete por dentro del pantalón primero la camiseta, bien estirada por dentro de la ropa interior, con la intención de que no se salga y llevar los riñones bien protegidos del frio en un día como el de hoy, luego se abotona los la camisa, y por último se pone el jersey, viejo, y raído con
Para calzarse se vuelve a sentar en los pies de la cama y es cuando se da cuenta que la mujer que duerme a su lado, su mujer, se ha dado media vuelta hacia el otro lado de cama, para seguir durmiendo. Se detiene por unos instantes con los calcetines en la mano. Pasado ese momento deshace el ovillo de los calcetines y se los pone, primero el pie derecho y luego el izquierdo. Continua con las botas, esas botas verde oliva de suela negra y gruesa, se afloja un poco las trencillas, y sigue con el ritual. Primero el píe derecho y luego el pie izquierdo. Estira su espada hasta techo con la mirada puesta en él, por un segundo quizás, a lo mejor por menos tiempo.
Dirige sus pasos hacia el armario que está a los pies de la cama, se pone en el lateral de él, estira sus brazos y alcanza con sus manos el viejo zurrón de piel marrón, y con bolsillos a los lados, hebilla, y un cordón interior como cierre. En uno de los bolsillos lleva toda su documentación, permiso de caza, n.º de licencia y una tarjeta plastificada, que se cuelga en una pequeña solapa del bolsillo que el jersey tiene en su parte izquierda. del jersey es caqui y raído, con coderas desgastadas. Revisa el interior zurrón, saca una canana de su interior, deja el zurrón en la silla en, la que antes había estado su ropa. Se la ajusta a la cintura la canana con dos pequeñas hebillas. Vuelve a meter la mano en el zurrón ésta vez saca dos cajas de cartuchos. Una es verde y la otra naranja. Coge un puñado de la primera y empieza a introducirlos en la parte izquierda de su canana, dieciséis cartuchos verdes. Luego coge la otra caja y vuelve hacer lo mismo esta vez en su lado derecha. Se deja dos cartuchos de estos últimos en la mano y los guarda en el bolsillo su jersey, cierra ambas cajas y las guarda con sumo cuidado en el zurrón, dejando éste sobre la vieja silla de yute. Guarda los dos cartuchos en el pequeño bolsillo donde colgó Se pone de puntillas, estira sus brazos hacia la parte superior del armario y alcanza las dos piezas desmontadas de su escopeta. Escopeta ésta de dos cañones paralelos, y culata de madera. Seguramente nogal. Monta la escopeta pausadamente, sin prisa, pausadamente con delicadeza, con mucha delicadeza

Se detiene unos segundos y mira a su mujer como duerme, en su rostro se dibuja por unos segundos un intento de sonrisa, pero es sólo eso un intento. Carga la escopeta pausadamente con los cartuchos que lleva en el bolsillo del jersey. Su mirada a la ventana al oír a los pajarillos que han roto el silencio de la alcoba con la primera luz del día. Parece que los animales barruntan que será un frío pero soleado.

MONTSE SÁNCHEZ FERNÁNDEZ.


ELENA RODRÍGUEZ BOO

El móvil vibro suavemente dentro del bolsillo de mi pequeña mochila e inconscientemente mi mano se movió ágilmente para sacarlo y ver cuál era la novedad. Por supuesto, era Lizzy lamentándose de nuevo por no haber llegado a tiempo al autobús. Sonreí sin poder evitarlo y le mandé una carita triste, no íbamos a poder vernos hasta mañana. Luego guarde el teléfono y justo cuando estaba acomodándome en el asiento el autobús se deslizo por la carretera como si estuviera derrapando sin control. Me quedé congelada, muerta de miedo, con el corazón latiendo en mis oídos, y solo acerté a mirar alrededor, a los otros niños, y sujetarme con fuerza al asiento. ¿Qué estaba pasando? ¿Estábamos teniendo un accidente? De repente, el autobús volcó y sentí un fuerte golpe en el lado derecho de mi cabeza. A penas podía pensar con claridad. A mi alrededor oía gritos lejanos, algunos sonidos caóticos que no podía discernir y un sonido metálico constante. No sé si estuve así minutos o horas, lo único que podía hacer era mirar una mancha gris en el asiento negro de delante y procurar no perder el conocimiento. Cuando creía que el dolor de mi cabeza se volvería insoportable unas manos bailaron a mi alrededor, me sujetaron con fuerza y me apartaron de la mancha gris del asiento hacia un cielo azul y nublado y una brisa fresca. Entonces fue cuando no aguante más y me desmaye.

Observador

Soplaba un fuerte viento y la lluvia golpeaba con fuerza en las ventanas. Resople cansado, agotado por el largo trayecto. Llevaba más de 5 horas al volante y la carretera se había puesto malísima. Delante iba un autobús escolar lleno de chiquillos de la edad de mi sobrina. Estaba acercándome demasiado así que reduje la velocidad y empecé a quedarme muy por detrás. Hacia frio, incluso dentro del coche, así que puse el climatizador a toda potencia y pensé en lo contenta que se pondría Lucía cuando llegara a casa con su regalo de cumpleaños. Entonces el coche resbalo por un momento y mire fijamente al frente con el corazón desbocado. El autobús estaba derrapando por la carretera y yo intentaba reconducir el coche y frenar lo más suavemente posible. Tenía entendido que si frenas de golpe en la carretera mojada el coche todavía se descontrola más. El autobús volcó y el horror me inundo. ¿Cuántos adolescentes había en el autobús? Mi coche freno por fin y baje rápidamente con el teléfono en una mano, marcando desesperadamente el número de emergencias, y un triángulo en la otra para intentar evitar que las cosas fueran a peor. El caos lo inundo todo durante ese momento, pero recuerdo como la voz del otro lado del teléfono me calmo un poco y me dijo lo que debía hacer mientras esperaba a que llegaran.
No tardaron en aparecer y luego todo se convirtió en una marabunta de cuerpos cargando otros cuerpos o arrastrando camillas por la carretera. El tiempo se ralentizo mientras miraba con horror la escena. En algún momento la lucidez volvió a mí y pude ver con detalle como sacaban a una adolescente de pelo rubio totalmente inconsciente del autobús, sus brazos colgando inertes, y la ponían en una camilla cercana para arrastrarla de vuelta a la ambulancia. No puedo decir que recuerde nada más con detalle. Aquella chica de pelo claro, que me recordaba a mi sobrina, es todo lo que puedo recordar con lucidez después de bajarme del coche hasta muchas horas después cuando por fin retome mi viaje a casa.


SAMANTHA PROSE

Me miro al espejo con los ojos entreabiertos, intentando maquillar los moretones, la desesperación, la vergüenza y el desaliento, ¿como salir a la calle un día más como si nada? Quien me diría que las mismas manos que un día acariciaron con dulzura cada centímetro de mi cuerpo, lo golpearían con tanta rabia y sin resentimiento, “ en la cara no por favor”, son las únicas palabras que se me ocurren cuando sale la bestia que lleva dentro, esta vez no será como las demás, aprovecharé cuando se marche a trabajar y me iré muy lejos, pero ¿a donde iré?, ¿como? ¿Con quien?
-lo siento cariño ,de verdad -me ha dicho llorando como un niño pequeño- sabes que no soy así, perdí los nervios, sabes que tengo mucho estrés pero no lo volveré a hacer, sabes cuanto te quiero.
A penas tardó una semana en volver a sacar sus garras, con más saña que nunca, casi asfixiándome al sujetar mi cuello, me miro al espejo con los ojos entreabiertos intentando maquillar los moretones, la desesperación, la vergüenza y el desaliento.


ÁNGEL MARTÍN

Muchas letras juntas espantan al humano medio. Dales carne. Dales promesas. Dales una excusa para ser ellos mismos.

Un conjunto de palabras largas que se salen del vocabulario común son un reto para la inteligencia del espantajo. O lo serían, si en la simpleza de su existencia pensaran en alimentar su mente con algo más que pezones sin censura y pollas asaltantes de caminos.

El Homo Neanderthalensis no se extinguió. Se escondió de la vista de todos, pero sigue ahí. En la psique, en el genoma. En comportamientos irracionales, animales. La evolución humana es una pantomima para muchos, que solo aprendieron a disfrazarse. En esencia para ellos no han pasado decenas de miles de años.

Violentos. Previsibles. Simples.

Aprendieron a dibujar y dibujaron pollas. Aprendieron a leer y dibujaron pollas. Descubrieron la fotografía y ¡oh, maravilloso invento! Se fotografiaron la polla.

Les dieron el porno y no necesitaron más.


MARÍA JT

Violencia. Sangre. Puños. Regueros de rabia. Saliva. Lágrimas. Sal.
Paso a paso. Pesadilla. Sueño. Pesadilla. Mal.
Paso a paso. Pesadilla. Sueño. Sueño.
Sueño. Día. Sol. Lluvia. Lágrima. Mejilla. Mar.
Mar. Arena. Sueño. Horizonte. Lágrima. Sonrisa. Respirar.
Sol. Calma. Sonrisa. Aceptar.
Calma. Equilibrio. Risa. Perdonar(se).
Rosa. Risa. Gracias. Amar.
Amar. Sanar.
Paz…


DOMINGO MACHADO BARCO

La iracundia del dolor y del sufrimiento
la de las ganas sin alivio, sin remedio
la que sujeta y controla desde el dominio que ejerce
o la que se le opone, le contesta y se defiende
La iracundia de la lucha, la del vencido o la del que vence
la del que ataca, la del atacado
La iracundia que mata, la que hiere
la que juzga y castiga a la culpa
la del culpable por serlo
La iracundia de la palabra, la del gesto
La iracundia solapada en el placer del sexo
la de la razón. la de las ideas, la de las causas buenas
la de la simple maldad arrogante y manifiesta
La iracundia humana, su violencia…


ROSA MARÍA JIMÉNEZ MARZAL

Violenta es tu forma de mirar cómo si no te importara, ese desdén con el que volteas la cabeza para evitarme. La rudeza de las palabras susurradas entre dientes y los ademanes bruscos con los que pretendes evitar mi abrazo.
Eres violento aunque sonrias, aunque parezcas compasivo y tierno… Hay tanta agresividad oculta que se abre paso entre risas que muchos creyeron amarte cuando en realidad te temían.
Hieres sólo con tu presencia, con esa altanería y soberbia que tapa tu cobardía… Hieres, haces daño, rompes, rasgas. Haces sufrir para evitar tu sufrimiento.
Violenta es tu tarjeta de presentación, tu convite, tu promesa, tus sueños…


SERVANDO CLEMENS

EL COMPLICE

—Es una verdadera pena —murmuró el sujeto, metiendo el cuerpo de su amante en la nevera—. Era tan hermosa y delicada.

—Casi nos descubren y todo por tus celos enfermizos… espera un momento, no prendas la luz, yo prefiero estar en penumbras.

—No había otra opción —contestó el hombre, alejando el dedo del interruptor—. Ella no quería dejar a su esposo, tú lo sabes mejor que yo.

—Tenemos que actuar normalmente, de lo contrario la gente empezará a sospechar y acabaremos en prisión.

—El pobre imbécil del marido y un policía ya andan averiguando en el barrio. —Apretó los puños con rabia.

—Habrá que matarlo. Escúchame… ya deja de golpearte la frente. Pareces un cretino de primera.

El hombre alejó las manos ensangrentadas de su cabeza y después gruñó como animal.

—Haremos lo siguiente —ordenó la «voz» en la cabeza del hombre—: por la noche asesinaré, pero no sin antes torturar a esa gente entrometida. Tú encargarás de preparar el cadáver de nuestra examante para la cena de año nuevo.


MARI CRUZ ESTEBAN APARICIO

La viña nos proporciona un excelente vino para el paladar… ¿Más qué sucede cuando el ser humano abusa del vino? Violencia. Eso es beber alcohol en exceso. Violencia es conducir embriagado. Violencia es abusar de un ser indefenso. Violencia es callar cuando ves enfrente de ti a alguien que le están atropellando. Violencia existe en el Valle de Lencia. Pero tenemos un país donde también hay justicia.


GABRIELA MOTTA

Jugando se aprende.

Era una mañana corriente y yo salí para la feria, el semáforo se puso en rojo obligándome a detenerme en la esquina. De inmediato mi atención fue captada por el juego de una mamá y su pequeño, jugaban a saltar de la parte de atrás de una camioneta que estaba estacionada en la calle.

Saltó la mamá y luego de unos segundos también saltó el niño de manera brusca y apresurada, con su motricidad aún poco afinada cayéndose muy mal parado, pero para mí sorpresa logró revertir la situación y salir airoso, aún estando lejos pude ver en sus ojos ese destello de felicidad por haber evitado en el aire la fatídica caída. La mamá que al igual que yo era una espectadora más fue arrebatada por el miedo, causado seguramente por lo que parecía un desenlace inevitable, el pequeño lastimado en el suelo, y de forma brusca y violenta también revirtió la situación tomando al niño en sus brazos y dándole algunas bofetadas.

El niño estaba desconcertado… yo estaba desconcertada…

¿En qué momento el juego se había convertido en un castigo? ¿En qué momento el amor fue confundido con violencia?

Todo eso sucedió en el tiempo que demora en cambiar la luz roja a la de color verde, fue un instante fugaz que logró modificar por completo mi día, imagínense lo que habrá sentido ese pequeño que seguramente esperaba un abrazo contenedor y recibió una bofetada. Tan solo imagínense …


ANA CABALLERO DOMÍNGUEZ

Violencia, son tus silencios, los que me llevan a saltar la pena de un pasado, de un abismo, en el que el recuerdo de tu voz me hace danzar en un mundo de preguntas sin respuestas.
Violencia, son tus manos, que se alejan de mi, agarrandose a otra piel, dejándome tu tacto tatuado en todo mi ser, tu perfume emborrachandome los sentidos, apartandome de tu pecho, el cual transformé en mi hogar, desahuciandome de donde habitaba cada noche, donde soñaba, donde me hacías Volar. Ahora ya no hay sueños, no hay un futuro, no hay ecuación perfecta, el tiempo se detuvo en el pasado, no me dejó avanzar, se hospedó en ese tú y yo que una vez fuimos. Violencia, son tus ojos diciendome adios, los mismos en los que un día encontré la calma, aquellos que me deseaban, ahora apartan la mirada, se disfrazan con un traje de desamor, se pierden en un océano de tempestad, en un horizonte donde yo no existo, donde me desdibujas, me haces transparente, invisible, particula de aire que ni siquiera te roza, con la que ya no sueñas


ALBERTINA GALIANO

Y el ser movió un dedo.

Del estallido, miles de criaturas cayeron del mundo al espacio, pero el dedo no se detuvo.

A cada movimiento el ser arrasaba, mataba y destruía, y millones de criaturas, a cada movimiento, pasaban en un segundo de un mundo a otro. Pero el ser no se detenía.

Era el ser gigante, tremendo y monstruoso, y eran las criaturas sólo criaturas.

Paso a paso, muerte a muerte, el ser iba engordando de mal su repugnante estómago insaciable.

Y un hilo de sangre salió tímidamente del corazón de la tierra, y, dando mil vueltas por encima de las almas, de las almas acabadas, en confusa y callada agonía, como punta afilada de aguja subiendo por las venas calientes, dolientes, el hilo de sangre se puso a llorar.


JOSÉ MANUEL PORRAS ESCOBAR

El rey de la clase.

Adrián se dirigía a clase. Altanero. Mirando por encima del hombro. Como siempre. Sus gafas de sol eran un elemento perenne en su atuendo escolar, su chupa de cuero era una parte inseparable de él. Todos sabían cómo debían tratarlo. Todos se hacían a un lado cuando lo veían llegar. El jefe había llegado.

Casi sin esfuerzo, doblegaba al resto de sus compañeros para que le dieran el bocadillo o el dinero que tenían. Era más alto, era más fuerte y, sobre todo, era mayor. Sabían que las posibilidades de vencerle eran completamente ínfimas. Adrián tenía dos años más que el resto y eso le confería un estatus especial dentro del grupo. El macho alfa, el rey del patio, la persona a la que todo el mundo debía rendirle pleitesía sin ambages. Y todos los demás lo acataban sin rechistar.

Pero la clase de aquel día marcaría un antes y un después en su vida.

A la hora de siempre, la profesora entró en la clase e intentó imponer orden ante el tremendo bullicio de los niños. Se sentó y presentó a la persona que hoy les daría clase. Su nombre era Ricardo y venía a hablar sobre bullying.

Con gafas de culo vaso, cara bobalicona, abrigo viejo y físico enclenque y chepado a partes iguales, Ricardo, sin demora, dosificaba la información para la clase que tenía sobre el bullying, hasta que, parando en seco y alzando la voz, preguntó a la clase:

—¿Quién es el que manda aquí?

Todos agacharon sus cabezas al unísono y miraron a Adrián instintivamente. Adrián, venido arriba por el respeto que le confería esas miradas de pavor, respondió con chulería:

—Creo que es evidente. El amo soy yo

—Pues venga aquí, señor —respondió Ricardo interpelando a Adrián.

Adrián se aproximó a la palestra y acto seguido Ricardo le dijo:

—Pégame. Vamos, hazlo. Es parte de la clase. No te voy a penalizar.

Adrián torció el gesto extrañado. Dudó. Era la primera vez que le pedían que le pegaran…pero no se podía resistir. La tentación de “zurrar” a alguien mayor que él era muy fuerte. Así, de ese modo, apretó sus puños, se acercó a él y, esbozando su típica sonrisa de autosuficiencia, dirigió su primer golpe al estómago de Ricardo. Sin embargo, el resultado no fue el que esperaba.

Inesperadamente, Ricardo le cogió el brazo, se lo retorció y le hizo una zancadilla con la pierna derecha que le sirvió para que se cayese. Estando en el suelo, se sentó encima de él y le cogió los dos brazos. El silencio fue sepulcral. Los compañeros se quedaron estupefactos…hasta que Ricardo abrió la boca y se dispuso a decir:

—Chicos, esta es la lección más importante que os puedo enseñar sobre bullying.

—¿Cuál? —preguntó uno de los chavales de primera fila

—La lección es que siempre os tenéis que defender, incluso si el abusón parece más fuerte que vosotros. Aparentemente, Adrián es mucho más fuerte que yo, pero yo he aprovechado mis conocimientos en artes marciales para dejarlo en el suelo. Pero, creedme, yo antes no era así. Yo también he tenido miedo. Yo también he dejado que me pegasen cuando era pequeño. Yo también he sufrido bullying…y por eso estoy hoy aquí. Mi principal objetivo con esta clase es enseñaros lo que realmente es efectivo para tratar con este tipo de gente y que no repitáis mis mismos errores del pasado.

—Pero, Ricardo, no es tan fácil —dijo otro de los niños, situado en la segunda fila

—Lo sé. Se necesita valor, se necesita averiguar la forma para defenderte con este tipo de gente. Yo he usado mis habilidades en kárate, pero vosotros podéis usar la información personal que tengáis sobre él para jugársela o cualquier otra cosa que haga que su reputación se tambalee. Y en caso de que os encare físicamente, estar dispuesto a pelear. El quid de cuestión es que os tenéis que defender. Siempre. Porque, aunque os creáis que los abusones solo están en el colegio, no es así. Los abusones siempre van a estar presente en vuestra vida futura de una u otra forma, así que es mejor que aprendáis a plantarles cara desde ya. Estoy seguro de que, si suelto a Adrián, no me va a atacar más. ¿A que sí, Adrián? —preguntó Ricardo mientras le daba unos suaves cachetes en la cara al niño.

—Suéltame, gafotas. Cuando me sueltes te voy a dejar la cara peor de lo que ya la tienes.

—Vale, te voy a soltar

La clase se quedó enmudecida ante la respuesta inesperada de Adrián.

Adrián, con los ojos envenenados por la humillación que había sufrido hacía unos minutos, se dirigía hacia Ricardo para embestirlo y pegarle…Y Ricardo, cuando vio la reacción, dejó que se acercase y se apartó cuando estaba a tan solo unos centímetros. En ese momento, lo cogió del cuello por detrás y le pegó una patada en el culo, que obligó al niño a ponerse rodillas. Ricardo se acercó y le dijo casi susurrando:

—Dile a toda esta gente quién es el que manda ahora.

—Ttuu —dijo el niño tímidamente

—Más fuerte que no te oigo

—¡Tú! —gritó Adrián.

—Muy bien, pedazo de escoria. Ahora siéntate y cállate si no quieres que te vuelva a humillar.

Adrián acató las órdenes sin rechistar. Se sentó en su sitio y no volvió a mirar al frente en todo lo que resta de clase. Los estudiantes se reían de él ante el severo correctivo que le había aplicado Ricardo.

—Chicos, como podéis ver, puede que intenten atacaros otra vez, pero tenéis que seguir defendiéndoos. Nunca bajéis la guardia. Nunca. Si lo hacéis, os aseguro es que no os volverán a atacar. En el fondo, un abusón no es más que un cobarde.

El silencio volvió a reinar

El shock duró solo unos segundos, hasta que, entre sonrisas, que podían vislumbrarse por cada uno de los rincones de la clase, los niños, aplaudían enfervorecidos ante la hazaña conseguida por Ricardo. Y es que aquella clase sería inolvidable para ellos. El miedo al abusón había pasado a la historia, y con ello el ejercicio de su incesante tiranía. Ahora eran libres. Ahora podrían estudiar en paz. Ahora nadie les pararía en su futuro.


EUGENIA MARU

Corro herida, sentenciada

Tengo que escapar 
La multitud me persigue
Lloro, sudo… caigo
Me levanto y sigo…
Si me alcanzan…
Si me alcanzan moriré.
Mi vestido se desgarra
Mis zapatos caen
Corro herida
Sentenciada,
Se burlarán de mí
En la plaza del pueblo
Seré humillada
Mi sangre correrá por la hierba
Seré quemada en la hoguera
Sin haber usado casco ni armadura
Sin haber gritado mi verdad
¿Sin haber amado?
Debo correr y salvarme
Debo amar antes de morir
Corro con toda mi energía
Mi corazón quiere salir de mi pecho
Mi mente repite: No, no no…
Mi vista se nubla,
Caigo, me levanto y tomo aire con dificultad.
Es en vano, se acercan
Mis pies lacerados
Se niegan a seguir
Me alcanzan
Me arrastran
De mi largo pelo
Me hieren, me escupen
No tengo salvación…
Moriré, moriré sin amar.
Pero en la hoguera
Musitaré tu nombre
Y nadie nunca lo sabrá.


ANITA CABRITA

Mis crestas ilíacas apuntan hacia un cielo de nubes sucias e informes. Mis vértebras dorsales se clavan en un terreno pedregoso y húmedo que, tras la copiosa lluvia de esta noche, me reconforta con su aroma.

Respira quedamente mi pecho y ya no siento mi cráneo sobre la tierra pura. Se adormeció hace horas, así como todas las partes de mi cuerpo que contactan con ella.

A consecuencia de la violencia que he ejercido sobre mi organismo, he decidido ponerle fin porque su degradación me desagrada y fastidia. En los comienzos me fascinaba observar los cambios que observaba tras tan largos años de maltrato. Ahora me aburre; sería cínica si no admitiera que tampoco tengo energía para más.

La decisión de dejarme morir sobre la tierra en la que crecí, es irrevocable. Mis pulmones se agotarán, mi tensión se ralentizará y mi carne; carne desgastada y piel lastimada y laxa, se pudrirán. Aportando al ciclo de la vida.

Nadie se entristecerá por los insectos que oven en mis pliegues. Nadie vomitará, pues seré el alimento de sus larvas; no así de mi alma, que ya estará muy lejos de un mundo del que nunca se sintió partícipe.

Se hará justicia y, al fin, mi dolor será liberado de la jaula torácica de mi torso. Por un cuerpo violentado, sus heridas y cicatrices; se hará justicia. Por mi dolor inhumano. Mi amor por la plena vida de otros. Por todo aquello por lo que viví, siento que la hora natural de mi paso por el planeta ya se cumple. Mi ínfimo ser corpóreo alimentará y mi alma; energía pura transformada, se confundirá con el universo infinito.


LUCIDECES ROMUALDO RAMÍREZ

I. Flashes de sangre

Un disparo
y todo se acaba,
flashes de sangre salpicarán
las mejores instantáneas
del último crimen de la madrugada.

Un disparo,
y todo se acaba,
¡corre, corre niña, corre!
que tu madre yace
con las venas abiertas en el suelo,

y a tu padre….
le mantendrán hasta el final
la cabeza debajo del agua.

Codazos,
para llegar el primero,
zancadillas,
para despejar
de la manera más ruin el camino.

Se pisotean y
se engrandecen,
cuando tienen
la mínima oportunidad
de mostrar sus bienes.

Tiran piedras
y esconden sus manos
con guantes,
para no dejar rastro
de sus huellas dactilares.

Recitan discursos,
frases con antifaz
que no dicen nada,,
ocultando sus verdaderas intenciones
con
palabras enmascaradas

Un disparo
y todo se acaba,
flashes de sangre salpicarán
las mejores instantáneas
del último crimen de la madrugada.

Un disparo,
y todo se acaba,
¡corre, corre niña, corre!
que tu madre yace
con las venas abiertas en el suelo,

y a tu padre….
le mantendrán hasta el final
la cabeza debajo del agua.

————————20 años más tarde—————————–

II. Muertos de medrana

Comprendo que tuvieras que delatarme
para intentar protegerme,
entiende tú ahora
y no me guardes rencor por ello,
si te confieso,
que me lo pensé un par de veces
antes de salvarte la vida
– cuando te encontré
en medio del aquel charco
que formó el diluvio incesante
de tu hemorragia-
haciendo con tu blusa favorita
aquel improvisado torniquete.

Luego te cogí en brazos
y anduve entre las llamas
hacia la salida de emergencia
de aquel infierno.

Mis manos entonces apestaban
al olor de tu sangre
y aún así me dedicaste
tu mejor sonrisa,
mientras tu pequeño cuerpo
se debatía con fiebre
en plena lucha
entre la vida y la muerte.

Es difícil amar a una chica
cuando sabes que estaría dispuesta
a cavar un agujero en el desierto
especialmente para ti,
si algún día…
vuestra relación fuera
un serio inconveniente
para llevar a cabo
su más profundo propósito.

Pero cuando llegó la hora de la verdad
no pudiste hacerlo,
igualmente conseguiste librarte de mí
utilizando tus encantos femeninos,
logrando que durante unas horas
fuera perseguido por mil perros policía,
que corrían endemoniadamente orientados
por el sudor atrapado en mi camiseta negra,
que me robaste la noche anterior
después de necesitar posar tus labios
sobre la ternura de mi pecho.

Fue necesario vernos con la soga al cuello
para estar de acuerdo
en algo por una vez en la vida.

El hombre
que te arrancó de cuajo tu inocencia
y nos hizo sufrir aquel calvario,
tenía todo el derecho del mundo
de morir disfrutando
de las más crueles torturas,
golpearle con las preguntas
de los interrogatorios
con las manos atadas
detrás de la silla,
dejarle tan fuera de sí…
que sólo pudiera recobrar el conocimiento
al derramar su rostro
un cubo de agua fría.

No teníamos ningún tipo de duda,
el hombre que te arrancó de cuajo tu inocencia,
tenía todo el derecho del mundo
de sentir cómo sus pulmones
eran perforados por los filos
de sus quebrantadas costillas,
y otorgar a su paladar
-con la ayuda de la culata de una pistola-
el gusto de una muerte infinita.

Porque las mejores palabras
para definir su persona
eran deleznables,
no había nada en él
que no quedase prohibido
para los menores de edad.

Porque su maldad
hacía autoestop en carreteras
que se perdían en los horizontes
de los más espeluznantes destinos,
hay hombres en la faz de la tierra
que nunca deberían haber nacido,
y promesas que sólo se cumplen
cuando las paredes de la justicia
son salpicadas por la sentencia
del estrepitoso disparo de la venganza.

Porque ahora él
está criando las más bellas malvas
con las cuales adornamos
nuestras citas,
todavía tú y yo,
solemos despertarnos sobresaltados
al creer escuchar en medio de la noche,
el son de los tambores
de sus revólveres apuntándonos
-desde los pies de la cama-
a la frente.

Y porque el sonido de nuestra habitación
por la noche tiene la misma forma
de los cadáveres de los inocentes perros
que tuve que atropellar
para conseguir salvarte,
¿nosotros?
somos sólo dos amantes muertos de medrana…
que todavía escuchamos
sus últimos aullidos
sin atrevernos a cerrar
-ni un solo instante-
los ojos.

Un solo disparo
podría acabar con todo lo nuestro.

Sí, lo acabamos de volver a escuchar,
el estampido de la violencia
no es sordo para nadie.


Y TALI ROSU.

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12 comentarios en «Violencia – Miniconcurso de relatos»

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