El tiempo – Miniconcurso de relatos Cuatro Hojas

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema “el tiempo”. Este ha sido el relato ganador:

JUAN ANTONIO ASENSI NOGUERA

UN DESCUBRIMIENTO… ¿DE CORTA DURACIÓN?

El doctor Talache inventó un miércoles, por casualidad, los viajes en el tiempo. Estaba en el laboratorio mezclando dos líquidos sépticos para fregar, cuando un cable de electricidad continua se soltó y fue a caer al cubo. Repentinamente, todo cambió; y el televisor se encendió con la imagen de un partido de fútbol que debía jugarse el sábado. Alucinado, estuvo en el sábado durante una hora, hasta que notó un fuerte flash, y volvió al miércoles.
Repitió el experimento doblando la potencia, a ver qué pasaba. El televisor se encendió y retornaron las mismas imágenes, del mismo partido. Desconcertado, lo intentó triplicando la corriente, pero el resultado fue idéntico; al parecer era inútil, siempre volvía al mismo sitio, o mejor dicho, al mismo tiempo.
Discurrió que a lo mejor era por falta de potencia, así que se proveería de fondos para aumentar su disponibilidad energética. Talache hizo otro viaje en el tiempo, anotó la combinación ganadora de la primitiva y volvió. Esperó tres días, y dando tiempo al tiempo, cobró su premio.
Se reinstaló al lado de una presa con su cubo para tener la energía cerca. Aplicó una corriente brutal a la mezcla. La televisión se encendió y ¡Eureka! ya no se veía el fútbol; ahora, era el telediario de la Sexta.
Nervioso, buscó el calendario que había dejado a propósito. Se quedó estupefacto. Con toda esa energía utilizada increiblemente no había adelantado, al contrario, había retrocedido; inexplicablemente solo había avanzado dos días. Miró los indicadores; toda la corriente se había gastado, pero la aguja de la potencia señalaba cero. ¿Dónde estaba el resto de energía? Estaba ante un callejón que no parecía tener salida. Decidió parar y estudiar con atención el siguiente paso a seguir.
Pasaron dos días. Talache estaba sentado en su laboratorio cuando un fulgor extraordinario se formó delante de él. Se tapó la cara con las manos y cuando las bajó, casi se desmaya. Delante de él mismo había otro Doctor Talache. Se miraban ambos aturdidos, cuando apareció otro Talache de la misma manera, y al poco, otro Talache, y otro, y otro, sin cesar. El laboratorio se llenó de científicos con bata blanca.
El doctor original (lo llamaremos Talache I) velozmente puso la aguja de la corriente a cero y esperó tenso. No apareció ningún doctor más. Cuando todo cesó, contabilizó 42 doctores, incluyéndolo a él.
Talache I intentó hablar a todos. Gritó para hacerse oír, pero fue en vano, ya que todos opinaban, gesticulaban, gritaban, todos tenían razones de peso para hacerse oír. Porque a fin de cuentas, todos, los 42, eran iguales. Se subió a una silla con ruedas para hacerse visible, pero con tal mal tino, que a medio erguirse, perdió el control, estrellándose silla y doctor contra el cubo, que se volcó, derramándose todo el líquido.
Inmediatamente, los 41 doctores repetidos se esfumaron. Solo quedó en el laboratorio Talache I.
Meditó asustado lo que acababa de pasar. No sabía que había ocurrido y lo que era peor, no sabía cómo solucionarlo. Pensó que lo mejor era irse de vacaciones unos días para aclarar la mente, y recuperarse del tremendo susto.
Cogió el cubo ahora vacío, y fregó el suelo, vertiendo lo recogido en él. Lo dejó en el mismo sitio donde había estado, todo quedó como si nada hubiera pasado, finalmente, con un hondo suspiro se fue, apagando la luz y cerrando la puerta.
El laboratorio se quedó en penumbra, solitario. Por eso nadie pudo ver que, poco a poco, en el indicador de energía, la aguja volvía a subir.

¿FIN ?

GLORIA CEREZO NAVAS

Siempre había pensado que el tiempo pasaba muy deprisa. Que avanzaba ligero sin mirar atrás. Nunca antes había mirado fijamente una puerta durante horas seguidas sin parpadear. En este caso, mi vista nublada hacía las veces de reloj. El paso de las horas iba apagando el brillo de mis ojos que yacían perdidos en algún lugar.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Me repetía esa pregunta una y otra vez hasta suplicar a una respuesta que fuese valiente y diese la cara de una vez. ¿Cómo he sido tan egoísta? Cualquier imprevisto en el día de hoy, no haría sino confirmar ese recurrente pensamiento de que todo esto era capricho mío. Ella estaba bien. No había más que mirar su cara hace unas horas. Estaba preciosa, ágil, pletórica… ¿Cómo hemos llegado hasta aquí entonces? ¿En qué momento mi ansia por una intervención estaba poniendo en peligro la vida de lo que más yo quería? ¿Cómo no había podido verlo antes?

Tiempo. Eso es lo que necesito otra vez a su lado. Tiempo es lo que llevaba tiempo suplicando al universo para poder luchar contra esa maldita enfermedad. Tiempo para perder, para no vivir atados al tiempo.

Hoy cambiamos unas horas, ya he perdido la cuenta de cuántas van. Las empeñamos a cambio de más tiempo. Más tiempo de vida, menos tiempo de sufrimiento.

Ya abren las puertas. Alguien nos recuerda su nombre. Se detiene el tiempo. Tenemos noticias de ella. Sigue viva. Hace un rato estaba muerta. Sus secuelas se curarán con el tiempo. Ahora soy yo quien muere. ¿Qué importa? Esta vez, se me acabó el tiempo.


EUGENIA MARU

Hoy le pido al viento que vuelva a escucharme, que cese de huir, que me mire a los ojos y me atrape.
Escribiré para plasmar mis recuerdos en pequeñas dosis de ideas que vagamente llegan al papel. Después quemaré esta vida y no volveré a nacer.
Llevo horas sentada mirando al vacío; ese vacío que me ahoga, que me cierra el corazón. Y ahora simplemente no queda nada. 
El tiempo me está poniendo a prueba, los segundos suenan en mi cabeza, meticulosos, fríos, inquietos… la tristeza se vuelve melancolía y consigo esbozar una sonrisa.
Parece que el día hoy no termina, como si las puertas no estuviesen cerradas, como un ama de llaves en un pasillo interminable lleno de salidas en una sala de espejos. Pero no encuentro nada, la meta es movediza.


ARLEDYS URIANA

Un estado muy importante que trasciende en nuestras vidas, vivimos o giramos alrededor de él, es tan importante y a la vez tan inescrupuloso que no hace sus pasadas; puede ser nuestro aliado como también nuestro peor enemigo, porque siempre pensamos que todo se lo debemos dejar a él cuándo debemos actuar por nosotros mismos.
A veces el tiempo te dice una verdad o una mentira que algún día escuchaste, pero creo que a mí en lo personal siempre me ha dicho la verdad, Porque tardo tanto en tomar una decisión pensando que el tiempo lo va a solucionar y no es así, es la persona quien toma sus decisiones.

Tiempo… quieres tener en lo personal, lo social o de otra clase.
Yo en lo personal; para ayudar a todos los qué me rodean, a todos los que deambulan en la calle: para levantarlos y darles de comer. A veces nuestro tiempo es tan limitado que nada más hacemos lo que creemos que está a nuestro alcance sin pensar que somos prisioneros de éste cuándo él debería ser el mejor aliado de nuestras vidas.
Quisiera tener una máquina del tiempo para qué me devolviera a mi pasado, y lo único que haría sería darle un beso gigante a mi madre en sus mejillas en donde rechine mis labios al plasmarlo, y darle un fuerte abrazo para que este recuerdo perdure en mis adentros hasta el final de mis días.
Pero hablando del pasado algunos se arrepienten, otros no, pero lo único que sé es que todos los días de la vida uno aprende de los que se pudo y no realizar en nuestro tiempo que es tan valioso. Hay tiempos buenos, malos y espectaculares solo quiero que cada minuto, segundo, milésima de segundo sea valioso en cada uno de nuestras vidas.
Hagamos de nuestro tiempo una estrella, pero una estrella importante en nuestras vidas. Porque el tiempo vuela y no vuelve.


JUSTO FERNÁNDEZ

55 MINUTOS

Tras dos días sin interrupción, ahora eran las once de la mañana del Miércoles 27 de Octubre de 2010 en aquella habitación de hotel a las afueras del pueblo. El hotel más próximo al prostíbulo donde yo acostumbraba a iniciar el ritual de mis aquelarres. También esta vez me había hecho acompañar por Carla. Así se hacía llamar la prostituta rumana de 25 años, veinte menos que yo, de aspecto atractivo y normal, pero sólo de lejos. Después de varios meses frecuentándonos, entre nosotros se había creado la imprescindible complicidad para que ya no fuera necesario ni siquiera mencionar lo que iba a ocurrir. Única forma cómoda de realizar peligrosas locuras en compañía. Sin hablar. Simplemente ocurría. Entre lo que no era necesario explicitar se incluía que ella debía siempre proveer la droga a la ocasión. En la preparación telefónica de cada cita, yo no tardaba en elegir un número, el correspondiente a los gramos de cocaína que consideraba quería consumir. Para esta ocasión había elegido el número diez.

– Yo no estaría aquí si no quisiera estar. Estoy aquí porque tú me caes bien pero yo no me voy con cualquiera así porque sí. Y quiero que sepas que tú y yo somos amigos porque yo quiero – Era la enésima vez que la prostituta repetía exactamente la misma secuencia de palabras desvestidas de emoción alguna.
– Por favor Carla, tienes que parar. Estás diciendo lo mismo una y otra vez desde hace una hora por lo menos. Tienes que parar. Esto empieza a ir muy mal. – Al decir esto, yo ni siquiera estaba seguro de si mi voz lograba surgir de mi boca o únicamente movía los labios.
– Yo no estaría aquí si no quisiera estar …..– Esta vez Carla sincronizó su letanía con el medido y rápido movimiento de su tronco y de su cabeza hacia una nueva raya de cocaína, después su cara quedó semiescondida entre su negro y brillante largo pelo mientras el sonido de la aspiración completaba el ritual erizando su vello y el mío. También un hilo de oscura, roja y densa sangre asomaba ahora tímidamente de su fosa nasal recién perforada.
– ¡Carla, para de hablar ya! ¡Para! – Me desgarré al percibir con nitidez que el temido y familiar tránsito por el infierno había comenzado sabiendo que a esas alturas era ya inevitable cruzarlo. Tocaba sufrir a pelo con la sensación de estar a punto de morir en cada paso del camino.

Lo realmente inexplicable de una situación cualquiera es el por qué se presentan simultáneamente todos los elementos necesarios para que eso ocurra. Cuando mi prima me llamó mientras me dejaba morir en aquella habitación de hotel, a pesar de que el teléfono estaba en silencio, mis ojos enfocaban precisamente la pantalla donde en la oscuridad pude leer “Prima María” y afortunadamente la distancia al móvil no era superior a la longitud de mi brazo. Mi mente maltrecha no opuso esta vez resistencia a descolgar el teléfono e iniciar una conversación salvadora.

– ¿Qué te ocurre? ¿Dónde estás? – La voz de María era firme pero profundamente cargada de emoción verdadera.
– No sé. Estoy muy mal, creo – Yo no quería hablar. Sólo buscaba una salida hacia la realidad. Mi locura química me había encerrado en una habitación en penumbra, sin puertas ni ventanas, de la que ya no sabía salir. Todo en mi era únicamente la impotencia de no disponer de ningún recurso físico ni mental para hacer nada, ni siquiera articular movimientos para salir de allí. Como ocurre en el infierno, mi mundo ahora no permitía opciones ni acciones.
– Tu hermana y yo estamos muy preocupadas. No sabemos nada de ti desde hace cuatro días. Nos habías dicho que nos ibas a llamar todos los días. Te hemos dejado doscientos mensajes o más. Si no podemos hablar contigo no podemos ayudarte. Por favor, ven a Bilbao ahora mismo. Dijiste que vendrías.

Las palabras de María comenzaron a despertarme y a traerme lentamente de nuevo al mundo practicable. En mi mente se visualizó el camino a seguir. Levantarse, vestirse como fuera, coger el ascensor, bajar a recepción, pagar reventado de vergüenza por mi aspecto, coger el coche, ir a casa, hacer la maleta, ir a Bilbao, ingresar en la Clínica, dejarme llevar. Sólo dejarme llevar por el mundo practicable. Se podía hacer. Lo podía hacer. No pensar y hacer. Y finalmente lo hice.


ÁNGEL MARTÍN GARCÍA

—¡Necesitamos tiempo! Tiempo para descansar. Tiempo para disfrutar de nuestras aficiones. Tiempo para estar con nuestra familia y nuestras amistades. Tiempo para crecer como personas. ¡Necesitamos vivir! —La voz, modificada a su paso por el megáfono, se alzaba sobre la muchedumbre expectante, silenciosa.

»Dar un paseo por el parque. Leer un libro durante un baño caliente. ¡Ir al cine el puñetero día del espectador, que para algo está! ¿Cuántos de los presentes trabajamos seis, o incluso siete días a la semana? ¿Cuántos superamos con creces el ya desproporcionado cómputo de cuarenta horas semanales de trabajo? ¿Cuántos trabajamos horas extra involuntariamente que no quedan reflejadas en ninguna parte? ¿Cuántos nos dejamos la salud, física y mental, en el trabajo, para cobrar una miseria con la que a duras penas llegamos a fin de mes? ¡Cuántos!

»Echamos cuentas y cobramos menos de dos euros la hora. Tenemos que calcular cada céntimo que gastamos, porque las facturas nos ahogan. ¡Basta ya! ¡Basta ya de miseria! ¡Basta ya de entretenimiento barato para adormecernos! ¡Los famosos que se insultan por la tele y luego salen juntos de copas! ¡Los deportistas de élite que por perseguir un balón durante un año cobran más que cinco generaciones de vuestras familias en toda su vida! ¡Las manipulaciones políticas! ¡Los problemas que la gente de arriba decide mediatizar para que nos llevemos las manos a la cabeza y nos asustemos, cuando en realidad nos ocultan que es algo corriente, porque no lo quieren solucionar! ¡Basta ya! ¡Bas…!

La primera botella de cristal le golpeó en un lado de la mandíbula. La fuerza del impacto le desencajó el maxilar inferior, y le rompió dos premolares y un molar. Intentó seguir hablando. Sus palabras incomprensibles, como si tuviera la lengua del tamaño de una pelota de tenis. La boca chorreando sangre.

La segunda botella le golpeó en la nuca y le tiró al suelo desde el techo del coche en el que estaba. No volvió a levantarse. El silencio que había reinado hasta entonces a su alrededor se rompió. La gente gritó. Los que estaban más cerca, le patearon con saña.

—¡Manipulación! ¡Manipulación! ¡Manipulación! —coreaban.

—¡Al menos tenemos trabajo!

—¡Tú lo que quieres es que nos despidan!

—¡A ti quién te ha dicho que estemos mal!

—¿Quién se ha creído que es? ¡Me cago en su puta madre!

Después de media hora de ensañamiento público, la gente comenzó a dispersarse. Tenían que ir a casa a ver la televisión para no pensar, porque es más fácil reírse de las desgracias ajenas que enfrentar las propias. O ir al bar a quejarse de su situación de mierda, esa que no estaban viviendo y sin embargo pasaba. O ir a trabajar, mientras el resto del mundo pasaba el domingo descansando. O ponerse a solucionar, por internet, por teléfono, o como buenamente pudieran todos los asuntos que entre semana no habían tenido tiempo de tocar. O a ver el fútbol, con los ojos como platos inyectados en sangre, insultando a los jugadores del equipo contrario, que son exactamente igual que los del suyo pero visten otros colores.

Un cadáver quedó atrás. La policía alegó que habían llegado tarde y el gentío les había impedido salvar la situación. Pero lo cierto es que siempre estuvieron ahí, y no movieron un dedo.

No hay más ciego que el que no quiere ver.


ROCÍO ROMERO GARCÍA

hasta que llegue el fin del mundo.

Deja que crezcan
los años,
que cumplan su
mayoría de edad.
Deja que se pierdan
en el neón de la noche
y sus siluetas tatuen
los rincones
solitarios de los
callejones.
Deja que se enamoren,
tanto,
que sus corazones
derritan el hielo de los inviernos
y latan tanto que ardan
en la revolución de
sus camas.
Deja que lleguen tarde
y a destiempo,
que jueguen con los relojes
de cuco
y escriban historias
que nunca serán contadas,
convertidas en susurros
y nanas cantadas a la luna
en soledad.
Y deja que lloren,
que se suiciden junto
a las estrellas sin fortuna;
deja que vivan sin música
si así lo desean,
que el único límite
que conozcan sea aquel
que trazan al clavar
el pincel en la piel
del óleo.
Deja que griten en las sombras,
que pierdan su mirada
y su cordura;
déjales creer en el dios
que los envidia,
compitiendo por una eternidad
con fecha de caducidad.
Deja que se emborrachen
y den vueltas
en el centro del multiverso;
que paseen atados
con cadenas de oro
por sus carreteras infinitas.
Deja que pacten con el diablo
porque una vez
fue ángel
y que mueran
(de amor)
todos los otoños.
Déjales sentir
la juventud de sus caderas,
que crean no encajar
en ningún puzle
porque sus puntas han sido
recortadas.
Déjales sentir
que se están quedando
sin aliento
ni
cartuchos que quemar
porque las horas
del reloj son solo
números
que pueden borrarse
si los tocas demasiado.
Deja que sean
todo lo que sus lunares
ocultan,
que sus nombres
resuenen por todos
los lugares donde el
eco reine.
Y cuando tengan miedo,
cariño,
cuando el miedo venza
sin enemigo
rodeales con tus brazos
y hazles saber
que todo irá bien.
Cuando ya nada
tenga sentido
y los significados
sean simples palabras
que bailan solas
al compás de un ruido
sordo,
cuando descubran
que la oscuridad
nunca será su amiga
y sus huesos tiemblen
de pena
abre una ventana
para que atrapen los rayos
de los lluviosos cielos
de Londres
y puedan dormir con ellos
en las noches
en las que no exista luna
y la oscuridad sea
tan ruidosa
que pueda palparse.
Promételes
que las flores
no volverán a marchitarse.
Promételes que
las primaveras no
envejecerán,
aunque
no sea verdad.
Prométeme que estaremos
mano a mano
en la orilla cuando
el mar se seque,
hasta que
el fin del mundo
llegue.


ROBERTO MORENO CALVO

El candil apenas iluminaba la sala de lectura pero Matías se resistía a cambiar ninguno de los pasos a seguir. Desde que hace cuatro años llegó la visita del pasado, sigue el mismo ritual cada cumpleaños, ya son 84 los que cumple y tiene la esperanza de que se repita un año más.

Ésta vez ha conseguido reunir a sus sobrinos y a los pequeñajos para comer y así estar libre a las diez. Ya ha recogido todo, ha guardado en el frigorífico las sobras del dichoso pollo al horno, tan sano y tan blandito para su edad. «¡Con lo que me gustan las chuletas de cordero!». Y por fin se sienta en el sillón de lectura de su padre.

El reloj de pared anunciaba las nueve y media y Matías pasa revista a todos los marcos que cuelgan en la pared. No falta ninguno, desde sus padres, su hermano pequeño, recientemente fallecido, el pequeño Juan, al que apenas conoció, los tíos Casimiro y Eulalia…

A menos cinco se enciende un cigarrillo, lleva diez meses sin encenderse uno pero hoy es su cumpleaños y no puede dejar de hacerlo, para que arriesgar.

Unas campanillas irrumpían en medio de la noche. Las diez. Matías deja el cigarrillo en el cenicero, clava los dedos en el posabrazos del sillón y se impulsa. Camina hacia la puerta del cuarto contiguo arrastrando las zapatillas de casa y cuando llega se asoma con cuidado.

Un año más puede verse a si mismo cuando tenía siete años jugando con Marieta. Colocaban los bloques de madera de colores uno sobre otro, él los tiraba y los dos se reían. El brillo invadía los ojos del Matías adulto quién, en silencio, seguía asomado a la puerta. Se ponían a recoger los bloques y una vez más la mano del jovencito Matías rozaba la de Marieta. Ella no hacía por evitarla ni retiraba la suya. Giraba su cabeza y sus ojos se fijaban en los de él. Los corazones de Matías se aceleraban acompasados y una voz adulta susurraba en silencio: me gustas. Pero lo que se oyó en el cuarto fue el reto de un niño diciendo, ¿a que no me pillas? Y los dos niños atravesaban la puerta corriendo, difuminandose un año más.


REBECA FS

Cuando el olfato me falló, empecé a darme cuenta que el tiempo que viví, lo medía por momentos.
Oler la casa de los abuelos, la ruda y la lavanda del jardín, y el ozono de la lluvia.
Oler el fuego de un papel, el tabaco, el «agua brava», y el estuche que abres después de un tiempo.
Oler el detergente de las sábanas, el olor de salir y de entrar del bar, pero sobretodo el de salir.
Desde que dejé de oler, ahora, escribo diarios de años que voy viviendo, olvidando el recuerdo de lo que olía.
Y la verdad, ahora, pienso que el olfatear, solo me hizo marear los pensamientos de los recuerdos.
Perdí el olfato, perdí sensaciones pero gané tiempo.


ROSA MARÍA JIMÉNEZ MARZAL

Déjame ser tú tiempo, los segundos que faltan para alcanzar el descanso, el velón encendido que ilumine tu senda. Quiero ser la recompensa afable de tu infortunio, las manos temblorosas del desencuentro.
Déjame ser la música incierta del piano desafinado, el eslabón perdido, la balda fallida.
Quiero ser la complacencia en tu disgusto, la serenidad en tu enojo.
Déjame ser alborozo en tú melancolica sinfonía, el paño de tus indómitas lágrimas, la plegaria callada de tu espíritu inquieto.
Déjame ser y estar en los confines de tu existencia.
Déjame ser tú tiempo.


MARÍA DAVID

«La Si La Do Si La La La»- un cántico que penetra la trompa de Eustaquio y cuyo sonido vibra en una frecuencia circular,rotatoria,formando un «gusano» temporal cuyas ondas no tienen ni principio,ni fin.
¿Y si el tiempo no tiene ni principio,ni fin?Suele pensarse que el ser humano tiene un principio-al nacer y un fin-al morir.¿Y si la vida no es nada más que un hilo infinito de seres y acontecimientos que se renuevan y se repiten simultáneamente en el pasado,presente y futuro?
Hojas de un verde oscuro,con flores de un amarillo dorado,crean un ser orgánico rico en néctar y polen,un buen festín para nuestras abejas «guerreras» protectoras de la renovación y renacimiento de la vida-el diente de león.Su principio-en primavera cuando, como un rebelde,florece entre millones de hojas verdes de hierba.Su ¿fin?-el fin de sus flores al llegar el invierno,pero no de su raíz,qué pese a días duros de invierno se conservan en la profundidad y humedad del suelo.Una «rotura» del tiempo,de una sección de unidad de todos los seres vivos,de un preciso momento en el cual todos lo seres vivos mueren,quedando atrapados en un proceso completo de amnesia,pero vuelven a renacer una y otra vez en un ciclo repetitivo atraídos por la llamada primitiva del Universo terrenal.El hilo de oro que conecta el alma al cuerpo terrenal no se rompe una vez concluido el ciclo habitual de cualquier ser,sino más bien que se renueva y se repite en un cuadro infinito.
Todo fluye,circula,se renueva,pero mantiene la misma estructura de base justo como el diente de león que conserva su estructura fundamental-la raíz,pero viene renovado por otros bocetos dorados con la llegada repentina de cada primavera.


EMILIANO HEREDIA JURADO

¿QUÉ ES ESO?
Iba, una invernal tarde, paseando por un camino flanqueado por dos filas paralelas de chopos centinelas, murmuradores.
Me vino, entonces, a mi memoria, una historia que, si bien no recordaba en su totalidad, tal y como me la contaron, sí la esencia. Como un buen vino que, si bien no recuerdo el envase, si recuerdo el sabor.
Estaba diciendo, que recordaba que hace mucho o hace poco, oí, o me contaron, la historia que a continuación relato, para solaz del lector, ávido de evadirse del mundanal ruido.
A falta de la ubicación exacta donde transcurre la historia, bien porque se me ha olvidado, o porque no me la contaron, digamos que, transcurrió en este bosque de chopos, y álamos, de pinos y encinas, de luces y sombras, de ruidos y silencios.
Pues era, que andaba un zorro en su rutina diaria, de buscarse el alimento en forma de gazapo despistado, perdiz pintiparada, u cualquier cosa que calmara su quejumbroso estómago.
Al margen del camino por donde nuestro amigo zorro andaba en tales menesteres, un destello hasta entonces desconocido por el protagonista de esta historia, llamó a la puerta de la atención del animal.
Un reloj de pulsera, metálico, con el cierre roto, se había fugado de la muñeca de su dueño, por una cuerda echa de sabanas de aire anudadas con la proposición de perderse.
Nuestro amigo raposo, curioso, se acercó olisqueando, en espera de que fuera algo suculento que calmara su más que acuciante hambre y le dio tal mordisco que el restalle de sus dientes contra la dura esfera del reloj se fugó fugazmente por los resquicios de todo el bosque.
Aturdido y desolado, entre sus fauces, se llevó el objeto cuyo origen y cuyo uso desconocía el pobre animal.
Se dirigió a la morada del oso pardo, que vivía cerca de un cortado donde el viento del norte mantenía largas charlas con éste.
El oso, era reconocido por toda la fauna del bosque, por su sabiduría, adquirida por sus numerosos años, de convivencia con los humanos, como principal atracción de un circo de tercera, regentado por un clan gitano.
Un día, harto de su mala vida, aprovechando sus cada vez mas menguadas carnes, pudo sacar no sin dificultad, la flaca pata del grillete que lo aprisionaba, y se escapó una noche sin luna hacia el bosque, sin mirar hacia atrás.
-¡Señor oso!, ¡señor oso! ¡eh!,!eh!, ¿está ahí?.-El zorro, nervioso, dando vueltas enfrente de la entrada de la guarida , espera la respuesta de su amigo plantígrado-
-¡Buffffff!-aparece un enorme oso pardo, viejo y un poco cojitranco, dando tumbos, somnoliento-¡zorro!, ¿Qué quieres?, espero que sea algo importante, estoy en plena hibernación y ya sabes que no-se-me-puede-molestar-dice el oso, recalcando estas ultimas palabras-
-Oso amigo –responde el raposo, dejando el objeto a los pies del oso- de veras siento el haberte despertado, pero no lo hubiera hecho, si no hubiera sido por un motivo tan importante como el me ha traído hasta tu morada, echa un vistazo a lo que he traído, y dime, tu, que eres tan sabio.
El enorme oso, al ver el dorado reloj que la alimaña le ha traído, levanta la enorme pataza y, con un rugido de rabia, la baja para aplastarlo.
El zorro, echando mano de toda su astucia y agilidad, en el último instante, se lleva el dorado objeto, entre la boca, a riesgo de morir bajo la zarpa del oso, que, hace retemblar el suelo debido al enorme golpazo contra éste.
-¡oso!,! ¿Qué haces?,¿ estás loco?, solo he venido, en son de paz, para que me dijeras qué diablos es eso.-le dice un enfadado zorro a un furibundo oso-
-¿sabes qué es eso?, ¡eso es el mal!, !la ruina de los hombres!, se llama reloj, y controla la vida de los seres humanos, desde tiempos inmemoriales. Por favor, déjame que lo destruya.
Si te lo quedas, te destruirá, te quitará la vida de libertad que ahora disfrutas. Te controlará tu día a día. Te dirá cuando comer, cuando dormir, cuando jugar en el rio, con tus amigos, te dirá…cuando y como vivir…por favor, amigo, te lo ruego, déjame que lo desintegre, antes de que te destroce a ti…-le dice el oso, al zorro, con actitud un poco más calmada, pero implorante, mirando a los ojos del zorro-
-Pero, amigo oso, ¿Qué daño me puede hacer esto a lo que tu llamas reloj?, no tiene dientes que me puedan morder, como tú, no tiene veneno, como nuestra amiga la víbora, no me puede picar, como las abejas, por no hacer, no se mueve, es como una piedra-le dice al oso, con un gesto como de estar ofendido y extrañado a la vez-¿sabes que te digo?, que mejor, me lo llevo a mi guarida, es bonito, y quedará muy bien, al lado del montón de hojarasca donde duermo, cosa que tú, deberías volver a hacer, gracias por la información, adiós amigo-el zorro, se marcha por donde ha venido, camino de su guarida, feliz, por su hallazgo…!un reloj!, no sabe para qué narices sirve, ni entiende lo que le ha dicho su amigo, pero es bonito, y merece la pena guardarlo-
-¡Está bien, cabezota! ,!quédatelo!, !pero no vengas a verme cuando estés en problemas!-brama el oso, antes de dar media vuelta, y resguarecerse en su guarida, para seguir su, hasta entonces, plácida hibernación-.
El invierno, tocaba a su fin y el oso, empezaba a desperezarse de largo letargo. Las nieves empezaban a retirarse a las altas cumbres, y un manto verde empezaba a desplegarse por el valle.
Abriendo su bocaza, emitió un sonoro rugido, que no era nada en comparación con el de su estómago.
-Tengo hambre-pensó para se dijo a sí mismo- iré a por las primeras bayas
Débil, pero determinado, se dirigió con paso pausado pero sin pausa, a una fresneda cercana, para ver que encontraba, cuando, al final del camino, se encontró un grupo de liebres, que gesticulaban, con aspavientos nerviosos, y debatían agitadas y alteradas, sobre un asunto que, el oso, no acertaba a oír, debido a su relativa lejanía.
Tan abstraídas estaban las liebres en su debate, que no se percataron de la presencia del oso, hasta que, la sombra de su enorme corpachón, las cubrió, de tan encima que éste, estaba.
-Buenos días, señoras liebres ¿a qué se debe esta discusión tan acalorada?, ¿hay algo, que yo deba saber?
Las liebres, recién sacadas de su abstracción, miraron atemorizadas al oso, pero, no salieron corriendo, conocedoras del carácter melifluo del oso, y de su alimentación vegana.
-Buenos días, señor oso –respondió la más vieja de las liebres allí reunidas- estamos debatiendo, la actitud del zorro, de un tiempo a esta parte. Se le ve más nervioso que de costumbre, tiene una actitud incomprensible. Hoy, sin ir más lejos, pasó al lado, esta mañana, del hijo de mi amiga y, sintiéndose ya muerto, se quedó quieto, vencido, para que, siguiendo la ley del bosque, el zorro se pudiera alimentar. Pero, ocurrió algo insólito, inaudito, nunca visto hasta ahora, en toda la historia de este bosque.
-¿Qué es lo que ocurrió, amiga liebre?.-pregunta el oso, extrañado-
-¡no se comió al pequeño!, le dijo que no tenía tiempo, que no era su hora de comer, que tenía otras cosas que hacer!,! imagínese señor oso, que despropósito!, nosotros, que no sabemos ni entendemos de tiempo, salvo el que nos marca la madre naturaleza
-¿sabe si por casualidad el zorro llevaba en la boca, un objeto dorado?.
-Bueno, en la boca, no, más bien en una de las patas de adelante, atado con unas fibras de mimbre.
-muchas gracias, amigas liebres-responde el oso, alejándose preocupado, del grupo de liebres, que siguen su acalorada discusión.-
-mal asunto, mal asunto….-se dice para sí, el oso, meneando la cabeza, con gesto de desaprobación-
Se acercaba a una hilera de zarzamora, con unas moras negras como tizón, y dulces como besos de madres.
El oso, se iba relamiendo, cuando, agazapado, en un rincón al lado de la reata de zarza, se encuentra al zorro, con más piel y huesos que carne. Débil como un diente de león.

-¡amigo zorro!-exclama el oso, entre alborozado, y dolido-,¿Cómo por aquí?, le hacía cazando….
-…Hola….amigo…oso…-responde un extenuado y famélico zorro-, no es mi hora de cazar, mire, cuando esta cosa pequeña de aquí, esté aquí, y esta cosa grande, esté aquí, puedo comer….me lo ha dicho él-se señala el reloj, atado de mala manera, con unas fibras de mimbre, en su pata izquierda delantera-…el me lo dice todo, cuando tengo que irme a dormir, cuando tengo que despertarme, cuando comer….es muy práctico, ya no me tengo que preocupar de estar pendiente del sol para saber lo que tengo que hacer, ya no me tengo que preocupar del rugido de mi estomago para comer, no tengo que estar pendiente de muchas cosas…porque….este objeto…¿reloj me dijiste?, me lo ordena todo…
El oso, con una mirada triste, compasiva, con una de su enormes uñas, corta el mimbre, y libera a su amigo de tan deleznable objeto.
El zorro, hace un inane esfuerzo de protesta y de resistencia, que no le sirve de nada, de tan débil que está.
Al igual que cuando el zorro le trajo la primera vez el maldito reloj, levanta la pataza y si, esta vez, de un poderoso zarpazo, que suena como un trueno, por toda la fresneda, desintegra el reloj.
-¿porqué? Has hecho eso?-protesta, débil, el zorro-.
-para liberarte-responde enérgico el oso- he visto como este objeto, al que los hombres le llaman reloj, les esclaviza la vida. Como a ti te ha pasado, comen, aman, beben, cantan, ríen, lloran, en fin, viven, atados a esta cadena que se llama reloj.
Amigo mío, hace tiempo, yo rompí mis cadenas, y ahora, rompo las tuyas, eres libre, no te dejes encadenar. Tuyo es el viento, el sol, la lluvia, la nieve, tuyo es el mundo en el que vives, no dejes que algo como esto, te diga cómo vivir tu vida. Vamos, anda, cabezota-se sube al zorro a su lomo, con una mueca mitad satisfacción y de alivio, el zorro, se aleja por el camino, en compañía de su amigo el oso, embarcados en un viaje sin tiempo-.
fin


PECERA CON PEZ

FE

Tengo miedo a la muerte, no es ningún secreto. Lo tengo ahora y siempre lo tenido.

De pequeña inventaba historias absurdas con el fin de evadir la realidad. Estaba obsesionada con el paso del tiempo. Me gustaba pensar que mi vida, en realidad, formaba parte de un sueño. El sueño de un bebé dormido plácidamente en su cuna que al despertar tendría toda su vida por delante. Era mi manera infantil de poner el contador a cero. Pero a medida que crecí se me agotaron las ideas absurdas.

Ahora lo sé. Cuando llegue el momento de mi muerte voy a creer. Me resulta irónico porque en la actualidad soy atea y nadie me va a convencer de lo contrario. Pero cuando. llegue el momento lo haré. No voy a poder evitarlo.

El parto de mi hijo mayor fue un parto difícil. En un instante todo se complicó. Sacaron a mi marido de la habitación, me pusieron oxígeno y mientras el ginecólogo nervioso intentaba dominar la situación, un enfermero me dio la mano y me dijo: «mírame a los ojos, aprieta si lo necesitas y escucha el latido de tu pequeño.» Un enfermero cuyos ojos ahora sería incapaz de reconocer.

Entonces pasó, sin más, sin premeditación.

No recuerdo el momento exacto en el que el cristianismo primigenio empezó a fluir por mis venas, pero sí recuerdo que empecé a rezar.

He pensado mucho en ese momento y me he preguntado cuál fue la razón. Yo no rezo, yo no voy a la iglesia, yo no creo.

Ahora soy consciente de que en un futuro creeré y ya está. Quizás quede en mí algo de esa niña de ideas absurdas.

Cuando llegue el momento de mi muerte algunos verán fe donde yo sé que solo hay cobardía.


ANITA CABRITA

Antes recordaba casi cada día lo soñado la noche anterior. Pero ni son, ni están, ni parecen el espejismo de algo vivo en mi subconsciente.

Es tiempo muerto. No existe para mí, por tanto, no es. El ser es el tiempo y sin tiempo, yo dejo de estar.

Mis sueños atemporales son pequeñas muertes aburridas porque desde que no estoy, no soy nadie en su transcurrir.

Antes recordaba. Pero mis sueños enfermaron y el tiempo dejo de aparecer, dejó de ser; entonces si muero cuando duermo, el tiempo es una falacia.


GABRIELA MOTTA

Una gota que se cae,
minuto pasado
que ya no volverá, 
futuro desdichado
que jamás la conocerá.
Presente que en una cápsula la atrapará
convirtiendo en experiencia
su inevitable agonizar.

Y de pronto tú existencia
se convierte en incómodo palpitar.
Te filtras en nuestras vidas
trayendo contigo a tu séquito
horas infinitas que no se detienen
ni para descansar.
Contabilizan nuestros días
hasta que de forma arbitraria
decides qué ha culminado
nuestro tiempo para recomenzar.

Y ahí estamos de nuevo,
tácitos, absortos ante el ataúd de los lamentos,
condenándote como siempre.
¿Por qué no viajas más lento?
Enceguecidos culpándote,
sin ser conscientes, que somos tus prisioneros
convertidos en esclavos
vagando eternamente por tus senderos.

Ruleta rusa que se activa
en el segundo que nacemos,
eres nuestro eterno verdugo
vigilando nuestros sueños.
Dedicado maestro para
acabar con nuestros intentos
de ser ese que aún,
no hemos descubierto.

Con el afán de dominarte
te convertimos en médico,
consejero, apaciguador
y hasta en hechicero.
El tiempo lo puede todo
¡cómo si no fueras nuestro invento!
Tu brillo deslumbrador
nos hace danzar acorde el viento,
convirtiéndonos en sonámbulos
otorgándote el poder para
dominar nuestro universo.

Sos la culpa encarnizada
cuando te dejamos suelto.
Sos la felicidad más plena,
cuando creemos poseerte.

Sos el incongruente más aclamado.
Sos eternamente neutro.
Sos la gota que se extingue
recordándonos que no seremos eternos.


PEPINO NABÓDICO

¿Cuánto tiempo hacía que no recordaba desde cuándo se sentía así? Ni lo sabía. No tenía ni idea. Ahí estaba. De pie, junto a la barandilla del puente, sopesando la liberación de arrojarse a la autovía. De alguna manera terminaría ese sufrimiento. Ese dolor de cargo de conciencia que había parasitado su cerebro, hospedándose sin dejarle descansar.

-¿Cuánto dolor puede soportar un ser humano? ¿Me dejarán tranquilo ahora? ¿Descansaré cuando todo esto termine? 
Abrió por última vez la Biblia que llevaba encima, y eligió un pasaje al azar. Ezequiel 25; 17. El camino del hombre recto. El camino del hombre recto está por todos lados, rodeado por la avaricia de los egoístas y la tiranía de los hombres malos. Bendito sea aquel pastor que, en nombre de la caridad y de la buena voluntad, saque a los débiles del Valle de la Oscuridad. Porque Él es el verdadero guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos. ¡Y os aseguro que vendré a castigar con gran venganza y furiosa cólera a aquéllos que pretendan envenenar y destruir a mis hermanos! ¡Y tú sabrás que mi nombre es Yahvé cuando mi venganza caiga sobre ti!

-Sí… ¡Venganza! -pensó furioso-. ¡Venganza! Ha llegado el tiempo de sabotear todas las tiendas de verduras y hortalizas que tanto han perjudicado a mi supermercado… ¡Venganza! ¡Venganza! Jajajaja. ¡AAAAAJAJAJAJA!
Lanzó el libro sagrado hacia el vacío mientras una pérfida risa malévola asomaba impunemente a través de su orificio buco-nasal, que había pasado a formar un único agujero. No se distinguía nada más que un color negro alrededor de su halitosis tóxica, plagada de veneno puro y carente de antídoto. Ni el mismo Heródoto habría sido capaz de clasificarlo en ninguna categoría de crueldad invasora a lo largo de la historia humana. Se había transformado en malo de cojones. Pero malo, malo, con maldad.

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ADRIÁN GONZÁLEZ

Perdemos mucho el tiempo.
No se debería preguntar
¿Tienes tiempo? Si no ¿Tien Po?


FRANCISCO BALLESTER MONFORT

LAS HUELLAS (ACUATEXTO) LECTURA

A sus cuarenta y cinco, Andrea hacía un año ya que era viuda.
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Se dice que, la mujer está mejor preparada para la viudedad que el hombre, pero no a los cuarenta y cinco, era demasiado pronto y cuando le llegó la tragedia como un mazazo inesperado y brutal , Andrea pasaba por la mejor época de su vida y estaba en ese delicado punto de equilibrio entre belleza y madurez mental que le hacía valorar y saborear cada momento de dicha y no tenía mas deseo que aquello durase eternamente.
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Pero sin hijos que la pudieran consolar, la repentina muerte de Andrés cuando más enamorada estaba de él fue tan horrorosa y la llevó tan al límite de la cordura, que incluso le llevó a pensar que lo mejor hubiera sido marcharse tras él.
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Ahora, pasado el año de aquel horror, que la tuvo encerrada y medicada en casa llorando por los rincones sin poder dejar de pensar en él, caminaba sola y descalza por la arena fresca de aquella solitaria playa en brumoso un día de otoño.
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La Psicóloga le había instado a salir, a abandonar su cueva, su guarida y a enfrentarse con el mundo. Habían trabajado arduamente el duelo y la encontraba ya preparada, pero la Doctora insistía en que primero debía sentirse viva y con normalidad a solas, sin fiestas, ni amigas y sin artificios ni aturdimiento alguno, para así poder comprobar si sus heridas estaban ya realmente cerradas.
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Por eso Andrea caminaba ahora solitaria por la orilla de aquella playa haciendo balance de aquella semana que se había permitido en la brumosa costa del norte .
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La verdad es que estaba satisfecha, aquello había sido positivo… Ya podía ver a las parejas besándose sin que le saltaran las lagrimas. Ya había dejado de hablar con él como si estuviera presente y preguntarle si le gustaba esto o aquello o pedirle opinión sobre el vestido o el peinado. Ya iba logrando captar de nuevo la belleza del mar con sus violáceos y melancólicos cielos y sentir la música del oleaje sobre los guijarros tumbada inmóvil sobre la arena con los ojos cerrados y la mente en blanco, sintiendo la caricia tibia del sol en su piel, y también notó que le volvía a estremecer el aroma nocturno del jazminero del jardín del hotel cuando como un ladronzuelo subía trepando hasta su ventana.
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Con estos alentadores pensamientos, Andrea notó más fuerza en sus pies y comenzó a caminar más rápido buscando la sensación de aceleración de su corazón, el casi olvidado olor entrañable de su propio sudor y la benéfica sensación de feliz relajación que produce la fatiga cuando tras la ducha caliente, te dejas caer exhausto y desnudo sobre las sábanas limpias.
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Si, después de mucho tiempo Andrea volvía a sonreír, la vida y la fuerza poco a poco volvían a llenar su alma.
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Ella no recuerda lo que fue lo que le hizo volver la cabeza, la verdad, tal vez fuera el graznido extemporáneo de una gaviota, tal vez el grito de un niño jugando o tal vez el chapoteo de los remos de una barcaza, pero de pronto, la sonrisa se le heló en el rostro cuando vio la estelita de pequeñas huellas que iba dejando con sus pisadas sobre la arena húmeda a lo largo de la playa, una línea de pasitos regulares, graciosos y elegantes uno delante del otro formando una fina y serpenteante costurita, pero… ! Solo había una línea?. ¿Dónde estaba la otra?. Si…, ¿Dónde estaba esa otra línea de huellas de pasos abiertos y profundos que desmañada y desordenada siempre escoltaba a la suya en los largos paseos ?
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El nudo volvió a grapar su garganta, se quedó sin aliento y las lagrimas, rodaron silenciosamente por sus mejilla sin permiso alguno…
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No, no habían cicatrizado aun las heridas, es más, aún faltaba mucho…
Con tristeza, volvió abatida al hotel y como un fantasma empaquetó sus cosas.
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Por este año, aquello se había acabado… tal vez el próximo, tal vez…


LUCIDECES ROMUALDO RAMÍREZ

I

Mis jefes me reclaman tiempo. 
Mis padres me reclaman tiempo.
Mis hermanos me reclaman tiempo.
Mi mujer me reclama tiempo.
Mis amigos me reclaman tiempo.
La poesía me reclama tiempo.
Mi hipoteca me reclama tiempo.
Hasta los hijos
que todavía no tengo
parece que me reclamasen tiempo.

Cuando yo lo único
que necesito
para ser feliz
es un tiempo muerto.

II

Nos quieren matar a todos
y si no lo han hecho todavía
es porque no pueden,
pero tiempo al tiempo.

Porque se mueren
de ganas de vernos
enfrente de un pelotón
de fusilamiento,
para que sus armas
disparen al mismo tiempo
contra nuestros versos.

No tengáis dudas
de que volverá a ocurrir
la misma masacre
que lleva sucediéndose
desde tiempos inombrables,
que volverán a llenar
fosas comunes
y que seremos
nosotros esta vez
quienes las ocupemos.

Porque nadie hará nada
para impedirlo.
Porque nadie nunca tiene tiempo
pero sí siempre mucho miedo.
Porque tan solo
somos esclavos
levantando gigantescas
pirámides de dinero
para llenar los bolsillos
de solo unos pocos.

Migajas, solo migajas,
nos dan solo migajas
de la riqueza creada
para mantenernos
la boca cerrada.

III

El hombre del tiempo está triste.
Necesitaba un anticiclón
y el tiempo
le regaló
una gran borrasca.

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11 comentarios en «El tiempo – Miniconcurso de relatos Cuatro Hojas»

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