El tiempo

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema del tiempo. Este ha sido el relato ganador:

El tiempo , casi siempre a llegado a destiempo a mi vida .
El tiempo a sido testigo de mis amarguras
Y desamores .
A sido el tiempo testigo de mi gran amor.
De ese amor que llegó a destiempo a mi vida.
Será el mismo tiempo el que curará mi dolor ,el que sanará mi corazón.
Nos amamos pero nuestras vidas están ya ocupadas , y solo el tiempo se encargará de nuestro caminar.
Solo se que ni con el tiempo te podre olvidar.

ELSA TORRES

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SIN MÁS
El tiempo azota nuestras vidas, acuciante, insobornable, implacable. Nos retuerce y exprime al máximo. Nos duele, pero hacemos poco para remediarlo. Al contrario, hambrientos de hacer horas extra, para vivir mejor, o tener más que los demás….para lucir mejor que los demás….ostentar….tener toda una isla, o castillo, aunque sea de naipes ( estos días me da por los naipes, no sé porqué será )
No necesito ostentar para ser feliz.
Necesito vivir, para ser feliz. Llegar a casa, ver a mis hijos, verlos crecer, ir a sus festivales, partidos, etc…conocer a mis nietos, si vienen, algún día. No sé. No necesito nada más. Salud, quizás, una miaja, aunque tampoco nos pasemos.
La vida no son sólo billetes, posición social, artilugios que no sabes manejar, coches, casas, etc….
La vida es mucho más. La vida es tiempo y el tiempo es para vivirlo, porque al igual que no se puede comprar, tampoco lo debemos perder. De todas formas, ésto último lo dejo a su elección. Perderlo, si quieren, pierdanlo leyendo. No sé otra manera más productiva de hacerlo.

NURIA BERGEN


«Lo que dejaste»
El tren se alejó entre llantos y suspiros, sin darte cuenta una amarillenta cápsula se escapó de entre tus dedos, grité lo mas fuerte que pude pero te perdiste entre los hierros retorcidos del anden.
Una madrugada después de contar trescientas cuarenta y dos ovejas consumí aquel objeto tratando de apagar los recuerdos, repentinamente un holograma de tu cuerpo me degolló, abandoné este mundo por haber ingerido una dosis perfecta de amor y dolor.

ALEJANDRO CAMACHO


Este es mi relato:
Pues resulta de que por falta de tienpo, no puedo escrivir mi relato.

PEPINO MARINO ERRANTE


Que el tiempo pase lento es un deseo que viene a nuestra mente en algunas ocasiones.Pero también es un deseo que sea rápido su paso cuando es testigo de amarguras……Cuando un ser querido está al final de su vida y no lo quieres perder pero a la vez si quieres que se acabe la agonía .La senitud no le quita los gestos de inquietud .Dia y noche en el hospital sin poder hacer más que acariciarle , no sabes si te conoce o no. El tiempo no sabes si es largo o corto….Y las emociones tambien son diferentes de unos momentos a otros……

MARÍA RUBIO OCHOA


EL TRAQUETEO
El traqueteo del tren me impedía abrazar la evasión que necesitaba mi alma. «Sólo descansar» me repetía a mi mismo una y otra vez. Los campos verdes que tantas vías de libertad me habían dado desde que decidí mudarme a la ciudad pasaban a gran velicidad, yo diría que más rápido que el tiempo en mi reloj.
Este este viaje nunca le había planeado en mi mente, nunca me paré a recapacitar como sería nuestra despedida. Tu ya te has ido pero yo aún te tengo que dar el último adiós y es algo que no se ensaya ni se piensa, sólo se siente.
Tantas veces hui a través del paisaje de la vemtanilla del vagón que ahora quiero dormir para no verlo, dormir hasta que el tren me diga que he llegado al destino, hasta mi destino.

ROBERTO MORENO


Fueron tiempos malos algunas veces, tiempos en los que escaseaba el alma y las virutas de las nubes destruían ventanas, fueron tiempo buenos algunas veces en los que las mismas nubes se hacían a un lado para despejar al dia soleado, fue la decadencia y fue la gloria pero ahora es mísera de alma que desemboca en el presente como vestigios paupérrimos del futuro y los castigadores y melancólicos pensamientos del pasado que son memoria inmemorable de los hechos mas pulcros de la vida. Ambos, tiempos bueno y tiempos malos son ahora una catástrofe, la más ardua mortificación que pesa sobre hombros, sea por recuerdo o sea por esperanza marchita, son tiempos malos. Los tiempos solo son tiempos, tiempos que no se terminan pero se olvidan a veces; mira, no todo tiempo es malo, hay un tiempo que se ha convertido a poco en mi favorito y es cuando andamos caminando sin rumbo por las calles malgastadas de este valle o cuando charlamos sentados en cualquier sitio, o simplemente cuando estamos juntos; Es el tiempo bueno de los tiempos porque por ti olvidó los otros tiempos

DIEGO ARMANDO MENDOZA CASTILLO


Tiempo ha hubo un príncipe alegre. Tenía LUZ. Era gitano, pero componía canciones para payos, que te transportaban a mundos y lugares donde el corazón valía más que el dinero. No se podía comprar a nadie. Ni nada. Ni tiempo.
Él me enseñó que no era rico por fuera, únicamente, sino por dentro también. Porque la felicidad no se compra, no tiene precio. Y su valor es infinito, cómo el mismo tiempo. Ser feliz, es tiempo, o, ¿es tiempo de ser feliz?. Bueno, las dos sirven, las dos son verdad. Él, tenía tiempo.
Los años pasaron. Y, hoy, agradezco sus enseñanzas, porque aprendí su filosofía sobre el tiempo y la vida, y las aplico al máximo.
Tiempo tengo. Tiempo, es lo que me sobra. No me falta nada, pero sí alguien. Pero ésto, tampoco se puede comprar, como no se puede comprar el tiempo.

LA XICUELA DE CORRIOL BENLLOCH


Obituario ( tiempo muerto )
Puja incansablemente la realidad deshaciendo en pedazos nuestros sueños y anhelos.
El tiempo, es aquel maldito juego en el que la vida nos pone a prueba; es el brazo ejecutor que decapita todo aquello que deseamos alcanzar.
No lo vemos, ¡ pero alli esta!, no lo sentimos, ¡ pero alli esta!.
El tiempo pasa; vago e imperceptible a nuestros ojos. Ansiamos domarlos pero el no es mas que un alma indomable que se rie de aquellas promesas mundanas que realizamos en su nombre.
Aun sin siquiera conocer su rostro puedo asegurar que este debe tener una mueca siniestra y una risa maliciosa.
Mañana lo hago, el año que viene empiezo a estudiar, en dos años me propuse tener hijos…
Frases… tan solo eso… frases echadas al viento.
La vida es hoy, el tiempo es hoy. El tiempo es cruel e insaciable.
El primer dolor grande que pasamos en la.vida es crecer y tomar conciencia que nuestros abuelos ya han perdido la batalla contra el tiempo, luego nuestros padres y con el tiempo en contra nos damos cuenta que por mas que luchemos con tenasidad y fervor es una guerra perdida antes de pelearla.
Que decir cuando uno.comienza a realizar su propio repaso en la vida, cantidad de interrogantes se vuelcan en la cabeza, ¿ habre vivido.bien? ¿ hice lo correcto? ¿ fui una buena persona? ¿ me recordaran?. Estas son cosas que se nos plantean cuando queda poco hilo en el carretel. Y , ¡nuestro obituario!,¿que dira?.
Me rio pensando en las cosas que mis familiares me dedicaran.
El tiempo, aliado de juventud, enemigo de la vejez… cuando la muerte interviene el tiempo no juega mas en tu contra… el tiempo muere
Crack!!!- una puerta de madera añeja se abre de par en par y aparecen dos caballeros de mediana edad, son hermanos; estan afligidos y sus rostros trasmiten esa amargura.
Se miran a la cara. El mayor le pregunta- ¿ crees que a papa le guste ese obituario?-
El mas chico con una honestidad brutal le responde mordazmente- pues yo creo que si que hermano, aunque el no lo vea, el vive el tiempo muerto!-

FLAVIO MURACA


Dicen que el futuro es el resumen escrito de nuestro presente y nuestro pasado. Que el tiempo que vivimos , lo hacemos abiertos a una multitud de pequeñas páginas llamadas días , o quizás libros llamados años , en las que plasmamos cada párrafo a base de alegrías y decepciones. Somos la tinta a correr en cada uno de nuestros actos marcados en letras e imágenes , a la que ponemos por sobrenombre vida. El tiempo es el justo creador de nuestra historia , de nuestras vivencias escritas en verso…

ALEJANDRO CHAPARRO


Si el tiempo fuera un regalo, no me importaría ofrecérselo a quien más lo necesitase. Dos minutos para el que se ahoga, tres para el que llora, un café para quien me ablanda el corazón a pesar de ser un completo desconocido.
Si el tiempo tuviera dueño, debería pertenecer a los generosos, o al menos a los carismáticos.
La poesía, y no los relojes, debería determinar cuántos son los segundos que han pasado, y con poesía no me refiero a la mediocridad que supone inflar el pecho de aire teñido de rosa y soltar una bocanada de metáforas descolocadas con olor a añejo, sino a aquella que se agarra fuertemente a nuestra alma y convierte nuestros oídos en su sierva infinita.
La belleza del arte: Señor del tiempo.
Luego está la teoría, algo más pesimista quizás, de que el tiempo es relativo, ya que uno puede congelarse durante quince años como si hubiera pasado un minuto, para después crear un huracán en su universo en cuestión de horas.
Pero al fin y al cabo no importa, ya que el tiempo tampoco es algo palpable para racionar a nuestra voluntad, no os engañéis; sino que, como decían los griegos, pasa a través de nosotros como una brisa fugaz, y nosotros, que somos tan ingenuos, seguimos aferrados a la creencia de que somos los que hemos dejado el pasado atrás.
Si el tiempo del que dispongo fuera algo mío, lo atesoraría en una caja junto con tu primera carta y no volvería a levantarme jamás, ni para comprobar las agujas del reloj, ni para envenenarme con lo que hace mi pasado con su nuevo presente.
Ni siquiera para ver cómo el caos arrasa con todo desde mi ventana.

SARA LÓPEZ


El último vuelo
Aquella mañana un gorrión se posó sobre mi ventana. Era la primera visita que tenía en días o eso recordaba. La pequeña ave estuvo allí por un largo rato limpiándose sus plumas y dando pequeños saltos primero hacia su derecha y luego hacia su izquierda, para luego desaparecer de forma tan fugaz como había llegado. La miré alejarse, tan ligera y veloz. No pude evitar sentir celos. El peso de mi edad se hacía notar en cada hueso y músculo de mi cuerpo, pero por extraño que pareciera, algo quemaba en mi interior recordándome el fuego de mi juventud. Una obligación olvidada me ordenó a levantarme de mi lecho, abrí las puertas doradas de mi recámara y caminé por los largos pasillos de mármol siendo testigos los rostros pintados de mis antepasados. Mis pies me llevaron hasta la torre principal, el punto más alto de todo el reino. Me quedé inmóvil admirando la magnificencia de toda mi creación y allí supe: que sería un Rey para recordar.
El canto del gorrión me obligó a prestarle atención nuevamente, volaba en círculos sobre mi cabeza alentándome a seguirlo. No lo dudé ni un segundo. Bajé las escaleras de la torre hasta mi recámara. Un ejército de sirvientas me hicieron frente para detenerme. Verme de pie y caminando como en mis mejores días, debió haberlas preocupado, pero como yo no daba mi brazo a torcer, llamaron a mis hijos y nueras. Un rey anciano y enfermo como yo no podía dejar el palacio, me repetían una y otra vez. Me volteé para mirarlos a la cara, me alcé sobre sus jóvenes cabezas y reuniendo mi antigua autoridad, les ordené que me vistieran. Como en mis tiempos de juventud, calcé las mejores telas: unos pantalones azul marino que recordaban mis combates en altamar, una camisa blanca de seda sin cuello, como lo usaban los países extranjeros con los que formé alianzas económicas y unas botas de cuero de ballena, regalo de los reyes nórdicos con los que trabé amistad. El cetro y la corona ahora le pertenecían al mayor de mis hijos, y sin vestir ninguna joya ordené que las puertas del palacio se abrieran ante mí.
Sentí el calor del sol quemar la piel de mis brazos, el aroma del puerto acariciar cada milímetro de mi nariz y fui testigo del color más celeste que había visto en los mares de mi hermoso reino. Desde las puertas del palacio, sobre un alto monte, contemplé el horizonte: tres barcos zarpaban hacia tierras extranjeras llevando consigo mi poder y gloria.
La pequeña ave danzó en el aire reclamando mi atención. Tras el primera peldaño, guardias me rodearon como el protocolo lo exigía. Pero esto debía hacerlo solo. Comandé a que nadie me siguiera y bajé las largas escaleras sin mirar atrás.
Caminé lentamente, entre carruajes los cuales se abrían paso ante mi presencia. Se arrodillaban al gesto de mi mirada y me sonreían con la misericordia típica hacia un desahuciado, pero no me importaba ya que nunca había tenido la libertad de recorrer mi reino a mis anchas ni tiempo para contemplar y disfrutar mi creación.
El palacio desembocaba en una plaza central que había construido mi bisabuela cuando llegó a esta tierra estéril. Plantó los mismos jacarandás que ahora cubren de pétalos azules las avenidas que la rodean. Hoy, la plaza de mi bisabuela era el eje de reunión de los nobles más importantes y en sus jardines se discutían leyes y acuerdos comerciales que labraban el futuro floreciente de nuestro reino.
¿Acaso el gorrión me llevaba a despedirme de aquellos más cercanos? Un buen rey se debía a sus súbditos, eso lo sabía. Caminé entre ellos, pero a diferencia de la vez anterior, nadie parecía reconocerme. Sin el cetro y la corona, no tenía autoridad allí. Me senté en una banca para retomar el aliento. Es cierto que llevo años encerrado en mi palacio y rara vez asisto a mis propios banquetes, pero ¡cómo es posible que a su más amado rey ya no lo reconozcan!
Los ignoré y decidí seguir mi camino. El gorrión se posó sobre mi hombro y luego dio un salto para volar calle abajo. Los nobles nunca me agradaron. Son todos unos chupasangre que pasan más tiempo preocupados por su vanidad que en asuntos de real importancia. Pero por otro lado está mi pueblo, aquellos que con sus propias manos hacen mover cada polea de esta maquinaria. Los carpinteros, marinos y sastres, ellos son la fuerza económica y de ellos se sostiene todo esto.
Una mujer se acercaba mientras cargaba un montón de ropa dentro de un canasto. El verano se hacía notar en su piel y su manos regordetas y fuertes evidenciaban una vida de trabajo. Me detuve frente a ella, como nunca antes, para agradecerle. Para decirle que gracias a ella este reino era lo que era. Pasó por mi lado sin prestarme ni la más mínima atención. Un segundo hombre venía en dirección contraria, le dirigí un saludo afectuoso. Me ignoró. Seguramente iba muy ocupado leyendo el periódico y demás está decir que un hombre de esfuerzo debe tener su tiempo de ocio. Caminé sin rendirme y me detuve frente a una panadería. Era modesta pero próspera, y recordé cuando el panadero se presentó ante mi pidiéndome el dinero necesario para fundar las bases de su negocio. Le toqué la vitrina esperando que me reconociera y el hombre me echó del frontis haciéndome gestos desde el interior. Estaba realmente ofendido, yo había liberado esta bahía de los piratas, yo había traído la estabilidad económica a este reino famélico y yo le había dado el dinero para que construyera esta miserable panadería. Hubiera llamado a los guardias, pero el gorrión cantó con tanta fuerza que decidí mejor seguirlo que perder mi tiempo con malagradecidos.
Retomé mi camino. De pronto la calle seguía bajando hasta los puertos. Nunca había estado tan lejos del palacio sin escolta, pero ya no podía detenerme. Cada paso avivaba el fuego que alguna vez estuvo extinto dentro de mi, cada paso me acercaba a aquello que me obligaba a moverme.
El gorrión voló perdiéndose por un estrecho pasaje que se hundía en el barrio más pobre de la ciudad. Los despojos, así le decían por la calidad de su gente. Me detuve en el primer escalón antes de sumergirme en esa miseria. Tragué saliva. Ni los guardias se atrevían a hacer sus patrullas por esos callejones. Una mano conocida se posó en mi hombro: mis hijos me habían seguido todo el trayecto. Se arrodillaron allí, al medio de la calle, a la vista de todo el pueblo y a viva voz me pidieron que me detuviera, que nada era tan importante para poner en riesgo mi vida y que no era hora de que yo dejara este mundo.
Les sonreí. Estaban tan grandes. Tan listos para todo lo que se les venía. Pero fui fiel al canto del gorrión y en paz seguí mi camino. Descendí.
Al cabo de un rato pude ver las cabezas sucias que se asomaban curiosas desde balcones mal construidos y ventanas sin vidrio, para ellos yo no era su rey, solo uno más de tantos ancianos dementes que caminaban por la inmundicia. Las calles se angostaron aún más y la pobreza y el hambre me rodearon. Un dolor en el pecho me detuvo. El gorrión me llamó con más fuerza, pero el fuego en mi interior se apagó.
Acaso ¿Había sido yo, el creador de toda esta miseria?
Vi los cuerpos famélicos de los niños jugando entre el barro, vi la tristeza en la cara de las mujeres al no poder alimentarlos y vi la desesperación en la cara de los hombres al no encontrar un trabajo digno. Allí eran todos descendientes de tribus y piratas que había vencido. Ellos ahora también eran mi gente y nada de mi riqueza les había alcanzado. Me llevé la mano al rostro para contener las lágrimas, pero una tiradita de mi camisa me hizo detenerme. Una pequeña niña de los despojos me dio la mano para ayudarme a avanzar. La llama en mi interior volvió a prenderse y pude dar el siguiente paso. La niña me regaló lo único que poseía. Su esperanza.
El gorrión una vez más llegó por mi.
Los pasadizos volvieron a ensancharse y me encontré en el puerto. Lo conocía tan bien. Cada uno de los barcos había sido creado bajo mi estricta supervisión. Las mejores maderas habían sido traídas desde los reinos de los valles y las montañas, para darle forma y crear con ellos las naves que nos traerían la gloria. Caminé como si los inspeccionara. El puerto estaba más concurrido de esclavos que de marineros y me estrellé de frente con su desprecio. Uno de ellos se detuvo para darme el paso, me miró a los ojos y supe que me había reconocido. Por primera vez aquella mañana, alguien supo quien era dedicándome una mirada amarga. Sentí de pronto el dolor de su gente y la desgracia que recayó sobre la mía al introducir esta inmunda costumbre. Me detuve y le ordené a su dueño que lo liberara allí mismo. El esclavista levantó su látigo apuntándolo contra mi. Mi rostro se endureció y no fue necesaria ni mi corona o mi cetro para traer de vuelta mi antiguo porte. Levanté la voz como en el pasado y el hombre se redujo implorando por su vida. El esclavo fue liberado y con él, se corrió la voz.
Sentí el poder de antaño recorrer cada hueso y músculo pero mi cuerpo ya no aguantaba otro paso y me desplomé. El pequeño gorrión aterrizó frente a mis ojos. No me podía ir de allí, necesitaba seguir adelante, ya no por el llamado del gorrión, si no por el fuego que quemaba en mi interior. Me arrastré. Si no iba a poder dar otro paso, entonces debía buscar la forma de llegar hasta esa puerta. Una casa destruida por el tiempo y la miseria se erguía a duras penas frente a mi. Logré incorporarme sobre su pórtico y abrí la cerradura.
Una mujer esclava estaba a punto de dar a luz. Nadie allí notó mi presencia. La mujer gritaba, mientras luchaba por traer al mundo a aquella criatura inocente. Su rostro se veía preocupado y tenía razón en estarlo, ¿qué clase de vida podría darle a su hijo en este reino?
Necesitaba decirle que no se preocupara, que todo iba a cambiar, que este reino iba a ser un lugar maravilloso para que ese niño y para otros que llegaran, y desesperado miré hacia atrás y vi mi cuerpo aún en el suelo, rodeado de la gente que más amaba.

DONALD MCLEOD


YO, YO MISMA Y EL TIEMPO.
Yo siempre he creído que, para encontrarte y saber quién eres, tienes que meditar en un lugar sereno y tranquilo.
Una mañana me levanté y puse en práctica ese pensamiento.
Dejé todas mis pertenencias, pedí un taxi y le dije el destino al conductor.
Pasaron unas cuantas horas hasta que llegué.
Me bajé del taxi y contemplé el paisaje, el prado, verde y solitario.
Decidí descalzarme y pisar la hierba fresca. Me senté con las piernas cruzadas y cerré los ojos.
Recordé todo lo que había hecho: los gestos, las palabras…
Recordé mi primer paso, mi primera palabra, mi primer día de colegio…
Recordé todos mis logros, mis penas y dolores.
Recordé a cada ser querido.
Y lo más importante, me recordé a mí misma. Una chica alegre y risueña, insegura pero fuerte.
Y abrí los ojos y vi las hojas de los árboles caer.
Miré mis manos, ancianas y cansadas.
Mi pelo, canoso y gris.
Contemplé el paso del tiempo y me di cuenta de lo más importante: yo, yo misma y el tiempo.

ROCÍO ROMERO GARCÍA


 

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11 comentarios en «El tiempo»

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