Puentes

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema «Puentes». Este ha sido el relato ganador:

Modificación de «Soledades» de Benedetti:

Quizá y solo quizá
y mediante la duda me muestro disconforme
todos estén equivocados.
Quizá y solo quizá
y con la duda asiento ciegamente
esa felicidad,
mayúscula que con minúsculas,
un poema ha conformado,
si que exista realmente.
Porque la soledad anida en el corazón del que espera,
la alegría tras la soledad,
la plenitud tras la soledad,
el amor que le reviva nuevamente.
Ese momento en el cual
las lágrimas se tornan sonrisas,
y uno siente
que el mundo jamás podrá con él
Porque tiene su apoyo
sus consejos
sus abrazos
sus rencillas…
todo lo que parece separales
entrelaza sus almas con sus caricias
Los datos subjetivos son como sigue:
Hay diez centímetros de deseo
entre tus manos y mis manos
un puente de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios
y algo que brilla en el reflejo
de tus ojos en mis ojos.
Claro que la alegría no viene sola.
No debe achantarse de las miradas por sobre el hombro
de nuestros miedos
saltar por encima de imposibles
sin perder el respeto a terceros o cuartos
ni a uno mismo,
seguir siendo buena gente.
Después de la soledad
después de la alegría
después de la plenitud
viene el amor.
Conforme
pero
que vendrá después
del amor
A veces no me siento
tan solo
si imagino…
Mejor dicho si sé
que más allá de mi soledad
y de la tuya
otra vez estás vos
aunque sea preguntándote a solas
que vendrá después
del amor.

DAVID GUTIÉRREZ

puentes

Después de tres meses sin ir a España, cuando por fin tenía un fin de semana libre, me pillo la gripe… Y se me manifestaron los síntomas en el viaje de ida justo al llegar.
Todo el «fin de» en la cama de invitados del piso de un colega, luego seis horas de bus con una fiebre de 40°, el peor viaje de mi vida, larguísimo, y como guinda del pastel, los 16 kilómetros del puente Vasco de gama, que en el estado en el que me encontraba era como repetir la misma secuencia de una película durante 15 minutos, y eso significaba que aún me quedaba más de una hora para llegar a casa, subir las escaleras de un cuarto piso y acurrucarme en mi sofá con el gato.

CURSOS DE SOLDADURA


De puente a puente…. Y que me lleve la corriente.
Veloz, sumergida, volando por la fuerza del agua, no puedo respirar, las piedras se me clavan en el costado, algo me ha hecho daño en un dedo del pie y un hilo de sangre ha pasado por delante de mis ojos, rápido, rápido, el musgo me hace cosquillas, parece algo agradable en esta agonía que me atrapa, pero a mí me produce asco. De repente desemboco a un abismo, y un remolino oscuro me traga. Ya no lucho. Cierro los ojos y espero. Caigo.
Un cangrejo que recorre mi pelo me despierta. Me duele la cabeza. Abro los ojos.
Solo veo azul.

MARÍA JT


Inmóvil en mitad del puente, asomada largo tiempo por la baranda al agua crecida, viajo veloz fundida con el río, inclinada sobre la rama que atraviesa el ancho, y quiero peinar los surcos de la corriente salvaje con los dedos. Me empuja hacia atrás una sacudida de cordura, alzo el cuello del abrigo, cuánto tiempo llevo aquí, tanto por hacer, me alejo inundando la mente con trozos aleatorios de canciones y frases absurdas, tratando de ahogar el recuerdo del plácido y negro segundo inconfesable en que sentí un impulso hacia adelante.

JEZABEL MONTENEGRO


El último candado:

Todo comenzó hace once años , cuatro meses y tres días.
Había planeado ese viaje durante demasiado tiempo a su gusto pero los detalles lo compensaron: la suite envuelta en sedas rojas , la cena con acompañamientos de » La preghiera del poeta» y luego el paseo hasta el Ponte Vecchio donde se arrodilló y sacó a relucir su alma de muchos kilates .
La luz de la Luna camufló un tanto la expresión de Clara pero su risa salió espontanea . Le adoraba, evidentemente, aquello era un cuento de hadas y se sentía una afortunada. Pero ella era incapaz de ser el centro del Universo de nadie, su gravedad estaba en total desentono con la de otro ser humano, hubiera sido la reafirmación de unos pactos ancestrales demasiado perjudiciales al concepto de amor, porque el sentimiento en si era puro, libre y por encima de los estúpidos patrones de la sociedad que no había acabado de salir de su helada etapa de pterodactyl.
Él suspiró hacia adentro todo el aire de Florencia ,hasta que el exceso de oxigeno consiguió levantar su orgullo. Le besó cortes y fervientemente la mano a Clara y le sugirió ir a por un helado de chocolate y vainilla que sabía que le encantaría. La noche quedó atrás , las risas florecieron entre las sedas y todo quedó en un instante de Clara entre tantos.
El año siguiente fueron a Sydney Harbour Bridge. Él había estado trabajando sin descansar y acababa de conseguir una subida salarial. Clara lucía un espectacular vestido, amarillo como las amapolas de su último cuadro vendido. Lo había expuesto en una pequeña galería parisina, donde se perdía entre los fervores absurdos de una época demasiado avanzada a su gusto. Tenía que haber nacido siglos atrás, cuando las damiselas estarían recluidas entre castillos y torreones y pasarían de sol a sol bailando y leyendo filosofía en el jardín . Él acarició la seda del vestido tratando de recordarle que no estaría bien visto leer y menos esa clase de paganismos . Ella comenzó a girar sobre las puntillas, cuan bailarina en su inmenso escenario del puente : Sí leería, sí. Su rebeldía llegaría a los oídos de los reyes y acabarían condenandola a la hoguera, pero el pueblo la rescataría de las llamas con una revolución que la convertiría en una heroe .
Cenaron en la torre de Sydney a trescientos metros de altura; una espectacular tarta de arándanos, con champan y Armstrong pidiendo de fondo «A kiss to build a dream on». La belleza del vestido le restaba merito a todo y él sólo recordaba las risas de Clara, las estrellas destellando en su cabello y la forma en la que mordía su dedo pulgar mientras disertaba sobre la infinidad del amor .
Esta vez arodilló humildemente su alma , levantando un anillo que jamas compensaría la perfección del dedo pero les convertiría en uno solo para la eternidad.
Clara estalló en lagrimas y el restaurante en aplausos. Le envolvió con su olor a amapola fresca y le susurró que ellos ya eran uno solo y no necesitaban más atrezzos sociales. Que quería entrar por la puerta de su casa por propia decisión y marcharse para volver igual de libre. Pocas veces le daría los buenos días , ni le haría sandwiches para el almuerzo del descanso pero nunca le abandonaría.
Otras cuatro estaciones para decidir que el tercer candado lo dejarían en Japón. Clara paseando sobre el puente Kintai, tropezando en sus zuecos de madera y enredando su pelo en el paraguas de madera azul no tenia precio. Comieron toneladas de miso, bebieron sake y dijeron Konichiwa miles de veces pero solo a Clara le salía convincente. Era un pequeño camaleón capaz de confundirse con cualquier entorno, absorber cualquier cultura y hacerla suya, al igual que lo absorbía a él entre tatamis y lo anulaba para devolverlo diferente al mundo. El mundo brillaba entre acordes de shamisen , Clara olía a lienzo fresco, a vida salada y a tormenta entre cerezos de primavera. La primavera en Iwakuni era sublime , como un harakiri continuo que te cortaba las entrañas y dejaba que la vida saliera de ti a borbotones. El tiempo desaparecía convirtiéndose en una medida en desuso y solo quedaba el latir del alma para distinguir la noche del día.
Esta vez fue Clara quien se arrodilló para pedirle efusivamente que no fuera jamas su marido . Que no la obligara a someterse a otro nombre mientras el suyo siguiera vivo sobre los lienzos . A cambio ella sería su reina bastarda y sin derecho a corona, en continuo vaivén a través de los puentes del mundo, porque se los recorrerían todos y dejarían sus candados comunes en cada uno de ellos. No era el sake lo que hablaba , era la voz que jamas salia del pecho sin pincel, porque no era dada a entenderse con el ser humano o el ser humano no estaba dispuesto a comprender su idioma , no lo odiaba por ello , es más lo idolatraba cada día más, pero la existencia muda le pesaba a veces y necesitaba su refugio, le necesitaba a él , tan bueno , paciente y rutinario para darle puntos de equilibrio en su desequilibrada existencia . A veces le amaba tanto que le dolía el pecho ; estaba en sus huesos , entre sus glóbulos rojos, en el fondo de la retina y en las cucharillas de azúcar que le echaba al café por la mañana. Algún día pararía y tal vez quisiera tener hijos y casas burguesas, pero hoy por hoy era una egoísta absoluta que reclamaba todo el espacio para si misma.Se quedó dormida sujetando aún la botella y no hubo otra visión más fascinante a partir de aquellas sabanas blancas teñidas del cuerpo de Clara.
También fue la última porque en los meses siguientes las sabanas comenzaron a tornarse rojas y Clara blanca como una flor de lis desvalijada, hasta que no quedó gota de sangre en su frágil cuerpo.
Los médicos lo llamaron cáncer, Luis lo llamo maldición, venganza de unos dioses recelosos, espada de Damocles camuflada en minutos robados pero ninguna blasfemia le devolvió a su Clara . Quedaban de ella amapolas amarillas y cielos morados, mariposas verdes y aguas rosa, ecos de risas, un sinfin de memorias y ocho candados relucientes sin usar.
Los llevó de peregrinaje por el mundo y los colgó por turnos hasta el último, , que le correspondía al puente de Bosforo. Ahí Clara no sabía que pasaría porque no era vidente , pero sería algo fuera de lo normal, tan extraordinario que el planeta se detendría en sus giros y el Universo lo envidiaría con cada átomo.
El agua del Bosforo desconocía todo aquello y los minaretes habían visto demasiado en sus cientos de años para preocuparse por un detalle tan ínfimo pero Luis veía la sonrisa de Clara debajo del puente , su pelo largo revoloteando entre olas y la Luna colgando entre sus pechos.
No se arrodilló ni tampoco pidió perdón, por qué iba a hacerlo? La vida estaba donde estaba Clara y él fue a buscarla sin titubear, llevando a las profundidades el ultimo candado para entregarselo.

DILDA RAH


Y fuera de plazo, llegaron estos dos relatos más, que nos parece una pena no incluirlos aquí aunque no se pueda votar por ellos:

UN CANDADO MÁS
Hoy, estoy solo frente al candado. Por delante y detrás, hay decenas de ellos cercando al nuestro, atrapándolo, ahogándolo, como nuestro amor. Saco la llave de mi corazón y me dispongo a abrirlo. Pero ocurre que una pareja de jubilados se acerca y me pregunta por un monumento. Con la llave quemándome en la palma de la mano, les indico avergonzado. Pienso que estoy a punto de romper el mañana y ellos deben llevar al menos cincuenta años juntos. Les indico el camino hacia la catedral, un paseo que gira a la derecha subiendo una larga y empinada cuesta arriba de diez minutos para mí. En parte, les aviso que les va a suponer un esfuerzo, pero ellos me sonríen contentos. Vaya, qué estúpida vergüenza siento.
Está bien. Les veo alejarse unos metros y busco la maldita llave. Urgo entre los bolsillos y entonces…entonces se me resbala no sé de dónde y cae sobre una de las tablas del puente, haciendo un ruido ahogado. Rebota ligeramente, sólo ligeramente, pero lo suficiente como para colarse por entre dos tablas y caer hacia abajo. ¡Joder! Me agacho para intentar atrapar con la mirada los cuarenta metros de vacío que me separa del río Huécar; qué estupidez.
La pierdo de vista en un instante y me incorporo para fijar la mirada. Estoy a punto de caerme y alguien se acerca por si me pasa algo. Qué ridículo. Qué inmaduro; todo por sentirme libre. Digo que se me ha caido una moneda. Sonrio desesperado, porque el candado se quedará ahí hasta que se desintegre o alguien lo corte, o lo que le tenga que pasar. Lo cierto es que la otra llave la perdió ella desde el principio y a mí me acaba de pasar.
Me alejo de allí pensando en los inicios. Hace meses, nos pasamos por una ferretería y elegimos el candado más grande que jamás había visto. Al fin y al cabo, nuestro amor se lo merecía. Después, llegamos al puente de San Pablo y representamos nuestro simbolismo, junto a otros candados de enamorados. Nos sentimos como dos adolescentes de mediana edad. Nos fundimos en un dulce abrazo y cerramos el pacto con un largo y húmedo beso. Ella se quedó con una llave y yo con la otra.Una tercera la tiramos al río; no queríamos ninguna posibilidad de triángulo amoroso ni libro de familia. Pero aun así, nunca se puede saber qué depara la vida.

CARLOS TABOADA


COMO UN OSO
Era principio de curso. Un sol tibio, unido a una fresca brisa, que despejaba a los más somnolientos, anunciaba el inminente comienzo del otoño. El profesor, nos puso en fila, y hasta entonces, no me di cuenta de su presencia. Allí estaba, apartada del grupo, con un abrigo de paño azul marino, y una bufanda blanca de lino que le envolvía el cuello y parte de su cara. Era algo rellenita, ni gorda y muy flaca. Un pelo de negro intenso, cuyo color se eclipsaba por el brillo de sus ojos, que eran grandes, redondos, oscuros.
El profesor, se acercó a la nueva, y le dijo algo que ninguno de los que estábamos en la fila pudimos descifrar, pero aquella niña, asintió con la cabeza, y se puso al final de la columna de niños, donde, yo, como siempre, me encontraba en el último lugar, con la esperanza ilusoria, de que cuando llegase a la puerta de entrada, esta se cerrase, dejándome fuera.
De lo primero que me di cuenta, era de su olor, no olía a desayuno, a tostada con mantequilla ni a cola- cao, tenía un perfume peculiar, a una mezcla de limpieza, de nenuco con caramelos lila, a chupa-chups de fresa y a melocotones. Me miraba de reojo, y yo, intentando hacerme el interesante, le daba la espalda. Note un pequeño tirón en la manga izquierda de mi chaqueta, y me dijo:
-Hola, me llamo Ana, y soy la nueva.
-Déjame, niña no me hables, o como el profe nos vea hablar, se nos va a caer con todo el equipo
Claro que fui descortés, pero prefería un millón de veces, ser maleducado, antes que empezar el día castigado en el rincón de la clase, por hablar en la fila.
Entramos en clase, y todos nos sentamos en nuestros sitios correspondientes, todos menos Ana, que se quedó de pie, junto al profesor.
-Buenos días, queridos alumnos, bienvenidos al primer día de curso escolar, espero que este año, sea mejor que el anterior, y que los burros, sean menos burros.
Siempre empezaba el curso con la misma frase, el primer día era la continuación del último del curso anterior, no fallaba, salvo que este año, estaba la novedad de la nueva.
-Este año, durante el primer trimestre, -prosiguió el profesor-, vamos a tener la asistencia de una nueva alumna, y después de las vacaciones de navidad, debido al trabajo de su padre, cambiara de residencia, espero de ustedes, la mejor de las atenciones respecto a esta nueva alumna. No espero menos. Reciban con unos buenos días, a Ana Puentes Puentes.
-¡buenos días Ana Puentes Puentes! – repetimos todos al unísono, todos, menos Andresín el orejas, que se tronchaba de risa, en su pupitre-
-¡ejem!, ¡señor Andrés picón! ¿le podría explicar a toda la clase que es eso tan gracioso que tiene que compartir?-inquirió el profesor-
-vera usted- dijo Andresín levantándose- me ha hecho gracia los apellidos de esa niña-
-Y….¿que tiene de gracioso? –prosiguió el profesor-
-Verá, usted siempre está diciendo, que este es el único pueblo de la comarca, que no tiene ni un solo puente, y de golpe y porrazo, tenemos dos puentes –se echó a reir-
-Bueno, bueno, tenemos el puesto de payaso del año adjudicado, – dijo el profesor, haciendo un ademan de aplauso,- bien, bien, señor Andrés Picón, se ha ganado usted, el primer castigo en el rincón del año, ¿alguien más quiere acompañarle?- miro a toda la clase-, bien, que quede claro, que el que se meta con esta niña, recibirá su correspondiente castigo.
Lo estaba pasando mal con la niña, la observaba, con la cabeza gacha, muerta de vergüenza, pero note, no sé porque, cierto alivio, cuando se dirigía a mi pupitre, con una tímida sonrisa, para sentarse justo a mi lado, que era el único sitio de toda la clase que estaba libre.
Sacamos todos, nuestros nuevos cuadernos, y ella, con una letra redonda, clara, hermosa, me escribió: “hablar no se puede, ¿y escribir?, me has caído simpático, como ya has oído, me llamo Ana, y voy a estar aquí, solo tres meses, ¿Cómo te llamas?”. Consciente de mi mala letra, le escribí lo mejor que pude: “me llamo Antonio y voi a ser tu compañero estos tres meses”, “encantada Antonio, y voi, se escribe con y”. Muerto de la vergüenza, la sonreí, y su sonrisa, fue como una llave que abrió una puerta que siempre había estado cerrada, y ni siquiera sabía que existiera.
Las chicas cuchicheaban, mirando de vez en cuando a Ana, y los chicos, a mí, no sin cierta envidia. “Son tontas”, “no lo sabes tú bien”, y nos reímos, bajito, bajito, una risa cómplice que me hacía sentir algo especial.
Como Ana, vivía a las afueras del pueblo, todos los días la esperaba a la salida de su casa, para ir al colegio, y a la salida, para llevarla donde vivía. Los días iban cayendo del árbol de su mes, como las hojas de los árboles que bordeaban el camino. Me contaba historias, de todos los sitios por donde había estado, de mares intensos, de bosques frondosos y oscuros, de desiertos donde la gente se secaba como lagartijas muertas al sol, y sobre todo, me gustaba que me hablara de puentes, de algo que en el pueblo desconocíamos, de puentes enormes, de puentes antiguos, puentes normales y sucios, puentes con huellas de guerras impresa, de humildes puentes de madera en las aldeas, y de oro, en los palacios. Cerraba los ojos, y me imaginaba cruzando todos esos puentes, cogido de su mano, y este sueño me hacía feliz.
Se acercaban próximas las navidades, y con ellas, las primeras nevadas del invierno, que ya no nos dejarían hasta casi llegada la primavera. El frio del ambiente olía a despedida, y el camino de vuelta a casa, lo hacíamos más despacio de lo habitual, como un triste vía crucis, nos parábamos en cualquier sitio del camino, con cualquier excusa. Una telaraña escarchada, ahora un charco helado, después, un perro callejero, deambulando para buscar un cobijo caliente… Era la despedida, hasta no sabía cuándo, ni cuánto tiempo. Como un condenado, esperaba que Ana me dijera algo, para dictar la sentencia, y yo, no quería que esto ocurriera.
-Antonio –empezó a hablar, y cerré los ojos, con la esperanza de que fuera un sueño, y al despertar, siguiera ahí, para siempre-. Ya sabes, que mañana me voy….
-¿hasta cuándo?, ¿te iras para siempre, para mucho, o poco tiempo? –la interrumpí, con la voz al borde del precipicio del llanto-
– No mucho, haz como los osos…
-¿Cómo los osos?
-Sí, imagina que mañana te duermes, y despiertas en primavera…y sales a la calle, y me encuentras otra vez… -Dijo, introduciéndose una violeta de caramelo en la boca, me encantaba ese peculiar olor dulzón-, así, no se te hará tan larga la espera.
Llegamos al cruce, donde nos separábamos, y soltó mi mano, lentamente, y casi susurrando, me dijo:
-Es como un puente muy largo, Antonio, crúzalo, y al final, me volverás a ver, adiós, niño bonito, adiós, – me dio un beso en la mejilla, y parecía que una mariposa me la hubiera acariciado-
Despacio, se fue alejando, y su figura, se iba haciendo cada vez más pequeña, en lo alto de la cuesta, desapareció fundiéndose con el horizonte gris.
-¡Ana!,!Ana!, -grite con todas mis fuerzas, pero el viento tapo mis palabras con sus manos invisibles-.
Pasaron las Navidades, y con ellas, llegaron los reyes magos, y un paquete de Ana, con una carta en la que me decía que plantara una gran semilla que había en el paquete que me mandaba, y que cuando esta floreciera, ella regresaría. La plante a la llegada de la primavera, como me indicaba, cuando los chupones de los tejados helados, lloraban, y la mayoría de los animales del bosque, despertaban de su letargo. La plante en una bonita maceta de loza, con flores pintadas, y cada día la regaba con mimo, y observaba impaciente su crecimiento, su progreso diario, y un día, el capullo se abrió, y nació una flor hermosa, roja sangre, que yo nunca había visto, y la puse en el alfeizar de la ventana, para que le diera el aire de la primavera recién nacida.
Fui a salir de la habitación, cuando note que me llamaban por la ventana:
-¿Quieres una violeta de caramelo, oso?,
-¡Ana!.

EMILIANO HEREDIA

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10 comentarios en «Puentes»

  1. Me parece una injusticia privar de su punto a David, cuya poesía me encanta en general. Pero también Jezabel a conseguido un hiperbreve fantástico , lo a diseñado específicamente para el concurso, creo, y ésta muestra de creatividad a corto plazo se merece su premio . Uff , voy a mojarme y le daré el punto a Jezabel ! Felicidades como siempre a tod@s ! Como participante ahora( siento alargarme tanto ) doy las gracias a cualquiera que se haya privado de su preciado tiempo para leerme : )

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