Navidad

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema «La Navidad». Este ha sido el relato ganador:

EL LIBRO DE NAVIDAD
El mueble que acumula como trastero los libros leídos o no de la familia, se encuentra arrinconado ahora tras el árbol de navidad, aceptando el destino ingrato de unos cuantos días. El enorme árbol muerto está desbordado de decoración, como si uno de verdad pudiera tener tantos frutos en forma de bolas.
Él observa que la persiana del salón, entreabierta, apenas deja pasar la luz del exterior, y es que afuera todavía no amanece. La biblioteca, viva, siente su estado y sus intenciones, y él accede a ella con machete en mano para abrirse paso entre la maleza seca del árbol. Adelanta un dedo acusador, porque sabe «quién» es, alcanzado a coger un libro para la misión. Este, orgulloso, se deja caer sobre sus manos, sintiendo sus dedos ávidos, manipulado con destreza para sacar a la luz algunos de sus secretos. Uno de ellos parece estar en la página dieciocho, que es donde termina su destino.
Relee varias veces la página, como si se tratara de una bendita revelación. Al poco, cierra el libro y lo encaja dentro del mismo caos. Todos le preguntan al libro qué tiene escrito en la página dieciocho, pero no lo cuenta, se regocija. Él se sienta en el sofá con la manta envuelta. Cierra los ojos y se acomoda para disfrutar de la meditación.
Poco a poco, va apareciendo el amanecer, hasta que la luz de una lámpara se enciende de repente, interrumpiendo el curso natural. Su madre se ha llevado un buen susto, pero él se levanta tranquilo, apacible, dirigiéndose a ella. Entonces, de sus ojos brotan unas lágrimas de felicidad. Ella está sorprendida, pero la calma y el sosiego que él logra transmitir terminan por contagiarla. Siente, mientras llora su hijo, cómo un gran abrazo trata de iluminarla, y lo acompaña con una voz especial y entrecortada saliendo de sus labios, dando las GRACIAS.
PD: dedicado a todas las Madres.

CHARLY TABOADA

Arbol de Navidad

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UN TEXTO NAVIDEÑO MUY ESPECIAL, APROVECHANDO LAS FECHAS:
La pantalla de mi BQ nuevo se ilumina al ritmo de Argon, la melodía predeterminada de su despertador. Las 9.10. Apago el maldito sonido. Me pongo unos pantalones de chándal y una chaqueta rosa encima de la camiseta de mi exnovio, con la que sigo durmiendo 7 meses después. Desayuno revisando Twitter. Mojo las galletas Príncipe en una taza de café mientras musito “buenos días”, o algo que se le parezca, distraída, a mi padre cuando entra en la cocina. Mi hermano sale de la ducha. Entro yo. Me ducho. Salgo y, aún con la toalla en la cabeza, pongo a cargar una serie en el portátil. Abro los apuntes que debería estudiar para engañar a mi conciencia mientras le doy al play. Termina un capítulo y comienzo el siguiente. Mi padre abre la puerta y me dice que nos vamos. Hay gritos, porque no estoy cambiada a tiempo. Me pongo unos vaqueros, mi chupa de cuero y mi collar de pinchos. Hay gritos, porque hace demasiado frío para esa chaqueta. Mi padre grita, porque a mi abuela le va a dar un chungo si me ve con ese collar. Me pongo unos vaqueros, mi abrigo de paño y mi collar de pinchos. Por Dios, mi abuela sobrevivió una guerra, ningún collar la va a parar el corazón. Ignoro los gritos. Caminamos. Comemos. Conversamos (gritamos) de política y economía. Digo que tengo que estudiar y vuelvo a casa. Otro capítulo. Otros dos. Leo una página de mis apuntes para no sentirme tan culpable. Bien, ya solo me quedan 2569. Me llaman. Bajo. Un coche me recoge. Vemos Star Wars en familia. El ruido de las palomitas molesta igual que siempre, y estas dan la misma sed. Me pierdo, como no, la mejor escena por ir al baño. Volvemos. Cenamos. Caminamos. Conversamos (gritamos) de cómo ha ido el día y, sobre todo, de qué hacer mañana. Yo sé lo que voy a hacer: aun me quedan doce capítulos. Llego a casa. Vuelvo a cenar. Otro capítulo. Quedan once. Hoy ha sido Nochebuena. Me voy a dormir. Pongo el despertador. Mi prima se levantará a las 7 a mirar debajo del árbol, con sus padres mirándola con los ojos brillantes. Mi abuela se levantará incluso antes a colocar los regalos. Mis tíos estarán toda la noche envolviéndolos y marcándolos. Mañana es Navidad. Fijo el despertador. Las 9.10, como todos los días. Duermo. La pantalla de mi BQ nuevo se ilumina al ritmo de Argon, la melodía predeterminada de su despertador. Es Navidad. Las 9.10. Apago el maldito sonido. La rutina inamovible. Hasta que acabe los once capítulos, y empiece una serie nueva.

ISABEL GÓMEZ SANZ


Amo la Navidad.
La amo con cada poro de mi piel, con cada pestaña de mis párpados, con cada papila gustativa de mi boca… con cada célula de mi ser.
Soy tan feliz que incluso llego a entrar en combustión, lo cual es muy triste porque luego siempre me usan para hacer el postre; plátanos de canarias flambeados al cointreau, quedándose intacta la bandeja con los deliciosos dulces navideños.
Estoy preocupado, la verdad, porque no sé si mi inmenso amor por la Navidad está contribuyendo en algún grado a la lenta pero inexorable desaparición de sus maravillosas tradiciones.

ROSA RODJA

combustión


El blanco le perseguía, le atormentaba. El blanco de sus ojos se hizo más pequeño por la sorpresa: ahí estaba la blanca nieve que iba a ser complice de su desaparición. Blanca como la canción de Navidad eran los dos kilos de colombiana pura que llevaba en su blanca maleta. Derrape, choque, voces… El blanco estaba fijado: una Magnum 9/12 lacada blanca, apunta a sus blancas canas para gritarle sus, para él, últimas palabras: BLAM, BLAM, BLAM…
A partir de aquí, el negro le perseguirá eternamente.

CHABI SÁNCHEZ


Si ya calzas cincuenta, cierra los ojos y respira despacio y hondo.
Vuelve al portal de los besos y de las manos inquietas, a oscuras.
Ahora, quieto ahí, permanece tranquilo, es el milenio pasado.
Sube sin prisa a tu casa de antes.
Busca el teléfono con rueda. Míralo, está ahí.
¡Lo miraste tantas veces esperando que ella llamara!
No olvides seguir respirando suave y profundo.
Ahora extiende tu índice y marca su número.
¡Et voilà! Los seis dígitos, sin prefijo, siguen estando dentro de ti.
Abre los ojos.
Si ocurrió así, sin prefijo, es que tienes suerte.
Ya calzas cincuenta.

JUSTO FERNÁNDEZ


Era una noche fría. Encendió la chimenea para darle calidez a la estancia. Una tenue luz del crepitar del fuego iluminaba el salón. Se acercó a la ventana. La fachada del edificio de enfrente estaba iluminada. Trepaban por ella los aguinaldos de colores, culminando en lo alto con el brillo de una imitada estrella fugaz. Fugaz, pensó. Fugaz como fue su amor.
El pitido de la tetera la alejó de sus traicioneros pensamientos. Caminó hacia la cocina a través de un pasillo de paredes color pastel que una vez fueron testigo de…
La apartó del fuego y se sirvió una taza. El humo que emanaba del cacharro le enrojeció las mejillas. La piel se le humedeció. Regresó al salón y se sentó frente a la chimenea revestida de piedra caliza. Cogió su manta de cuadros verdes, encogió las piernas y se acurrucó. Le gustaba escuchar el quejido de los troncos de árbol al arder. Tomó un sorbo de su infusión y sintió como se le calentaba el alma. Se dejó envolver por los colores anaranjados y amarillos de las llamas que soltaban chiribitas rojas y flotaban en medio de aquella pequeña hoguera controlada. La única que podía controlar, puesto que la hoguera que él encendió un día en ella continuaba ardiendo. Ardiéndole. Arrasando. Calcinando. Quemándole cualquier ilusión que quisiese avivar en las humeantes hectáreas de su corazón. Algún destello verde se atrevió a florecer en medio de tanta ceniza. No sobrevivió.
Justo cuando la visitaba el sueño, y sus cansados párpados se rendían ante la vigilia, escuchó unos incesantes golpes en la puerta. Gruñó e intentó volver a cerrar los ojos, pero los golpeteos eran persistentes. Apartó la manta, estiró las piernas y dejó la taza de té caliente sobre la mesa de cristal. (En su fuero interno agradeció a quién se hallase al otro lado que la hubiese salvado de dormirse con la taza en las manos. Ya eran suficiente sus quemaduras internas como para exteriorizarlas vertiéndose el agua por encima).
Cuando abrió se sorprendió al ver a unos pequeños Papa Noel sonrientes y con las mejillas sonrojadas por el frío.
-¡Venimos a concederte el sueño de esta Navidad!-. Gritó uno de los niños.
-Pero antes debes darnos dulces, polvorones, mazapanes…¡Vamos, lo que tengas a mano!
Sonrió ante la perspicacia de la niña que hablaba en ese momento.
-Pero, ¿es esto una nueva moda?-. Les dijo divertida. -Se supone que lo de pedir dulces sólo sucede en carnavales. Ya sé, ¿habéis adelantado la fecha con disfraz navideño para pedir golosinas?
Los niños se miraron extrañados.
-Parece estar más perdida de lo que pensábamos-. Dijo la niña rubia con trenzas, ojos azules y pecas en la nariz, que parecía ser la líder del grupo.
-¿Perdida?-. Preguntó molesta. -¿A qué viene eso, mocosa?-. Le inquirió.
Los niños (al unísono) exclamaron un «oohh» que le hizo sentir culpable.
-No es una cuestión de moda, ¿es que no has escuchado el lema: «Renovarse o morir»? Pues qué sepas que estás muerta en vida, ¡tía!-. Le espetó el niño al que le faltaban las paletas superiores. El grupo de amigos se dio la vuelta y se marchó.
-¡Eh! ¿Y las golosinas? ¿Y mi deseo de navidad?-. Les gritó desde la puerta.
La niña de las trenzas (que le recordaba a Pipi Calzaslargas, pero en rubia) se volvió hacia ella con un brillo diferente en sus ojos.
-Para eso tienes que querer soñar-. Y continuó su camino.
Se sintió herida y a la vez aleccionada. ¿En qué momento dejó de soñar? ¿Quizá cuando descubrió que no volvería a sentir su piel junto a la de ella, cuando asumió que no habría amaneceres de caricias empatadas con la noche anterior o cuando su ausencia se hizo presente en sus labios (ahora huérfanos de sus besos)? ¡Qué más daba ya! Una pequeñaja de metro treinta le había concedido su deseo de navidad. La despertó de su letargo (no onírico) y se olvidó de llevarse a cambio sus dulces.
Corrió a su cuarto. Se puso su abrigo marrón y unas botas, y salió a la calle, no sin antes llenarse los bolsillos de hojaldres y polvorones. Se adentró en la oscura noche buscando a su hada madrina. Un trato es un trato…y aquella niña (que sólo existía en su interior) se merecía su regalo.

ELIZABETH LUNA LÓPEZ CABALLERO


Veo mi reflejo en el cristal de la cafetería. Las gotas de agua van difuminando mi cara y la mezclan con los colores de las luces de navidad que también se reflejan. Miro mi café vacío y el resto de mesas: una familia merendando con sus dos hijos, una pareja que se sonríe mutuamente, a sus pies un montón de bolsas con paquete envueltos; en otra mesa una chica con un perro tumbado a sus pies espera a unas amigas que acaban de hacer entrada.
Yo no espero a nadie. Creo.
Ya no tenemos canciones que nos recuerden a nada, no hay miradas cómplices en medio de la gente porque una palabra aparentemente normal que ha sido pronunciada, para nosotros tiene un universo especial. Ya no hay besos que te pongan los pelos de punta, ni notas sorpresas al despertar, ni ojos brillantes deseosos de vivir cada momento como el primero.
Ya todo está estrenado, muy muy usado, arañado, parcheado y roto. No sirve de ocasión, y por dar pena, me da pena hasta tirarlo.
Me voy, sí, ahora que ya nieva, me voy.
Siento que me he colado en un cuento que no es el mío, pero no sé cómo salir.
Mis huellas en la nieve me persiguen y no quiero, pero qué más da ya…
A lo lejos, un grupo de gente escucha a un coro de niños cantar el «adestes fideles».
Quiero llorar para dar más dramatismo a mis circunstancias, pero no me sale. Tengo frío.
Cuando por fin parece que una calle oscura y silenciosa se apiada de mí para darme cobijo, escucho mi nombre.
Antes de girarme, siento la sensación de tirarme de una atracción muy alta en caída libre.
Esto sí que no lo esperaba.
-Feliz Navidad, ¿cómo estás?…

MARÍA JT


Perdí el miedo al sí, no y quizá, la risa y el llanto. Los uso cuando quiero y siempre que puedo, cada vez menos cuando debo. Siendo mi propio justificante, no nos necesitamos, la navidad y yo.

JEZABEL


Podeis llamarme Noel. Sí, Noel es una forma de imaginarme. Es el nombre que mi abuela admiraba como a su amante secreto homónimo, de quien estuvo siempre enamorada. O eso me explicó en una ocasión, antes de morir. Eso y otras cosas. Cosas que jamás imaginé. Por ejemplo, la que ocurrió en mi vida durante las pasadas navidades…
Trabajaba de madrugada, vigilando un parking de autocaravanas. Se encontraba próximo a las inmediaciones de una avenida universitaria. Una noche, ante mi asombro, un grupo de luces avivó la oscuridad de mi entorno cuando estaba echando un cigarrito por aburrimiento. La sorpresa estimuló mi atención, tan poco acostumbrada a reaccionar durante largas y tediosas horas de inactividad. No fue más que un estudiante pintoresco con zapatillas que se iluminaban terriblemente cada vez que pisaba la acera. Los bordes de las suelas cambiaban de color durante sus zancadas. Aparentemente, la imagen no me conmovió. Pero hacía tiempo que no me sentía vivo y se aproximaba la época del año en la que una ola de pasión desata las pulsiones más salvajes de animal que llevo dentro. Comencé a imaginar. Comencé y continué hasta realizarlo. Conseguí las zapatillas luminosas vía internet, compré un gorro de santa claus en cualquier mala tienda del tres al cuarto y esperé. Esperé a llegar la medianoche del siguiente turno. Coloqué mi ropa en la garita de vigilancia y salí a cruzar las calles corriendo desnudo. Solo con zapatillas y gorro. No sé qué coño pasó por mi cabeza, pero encontrar de vez en cuando conductores asustados a la par que curiosos, me excitaba. Una mujer alada recorría mis sentidos mientras yo corría desnudo y a punto estaba de correrme. Éxtasis. Fuego galopando mis arterias. Era un purasangre negro que jamás se inmutaría ante cualquier multitud de palmadas que azotaran mis cuartos traseros. Mi cuerpo no tenía fin y mi potencia estaba siendo eterna. Casi tanto como el amor mientras dura.
Oro líquido y canela en rama.

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9 comentarios en «Navidad»

  1. ¿QUÉ TAL AMIG@S?

    Tengo predilección por el de MARÍA JT. Aunque me parece que es un tanto previsible y el final es precipitadamente esperanzador…¡Pero es el que más me gusta!! GRACIAS Y SEGUID DISFRUTANDO DE LAS FIESTAS!!

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  2. jajajaja,me encantan los relatos tan diferentes que han salido de un mismo tema: entrañables, gamberros, surrealistas…Me quedo con el de Justo Fernandez, porque yo ya casi calzo 50 y le comprendo

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