El primer amor

Relato ganador de la semana 24/09/2015:

Yo solo tenía cinco años, imaginaros el susto. No puedo recordar el mes concreto, pero si recuerdo que el ambiente era cálido , pues vestía pantalón corto, camiseta y esas chanclas de goma que te dejaban el corte del sol en estilo cebra.

Me encontraba en el parvulario (en mi época no existían las guarderías) y de manera excepcional la puericultora habitual era sustituida por su hermana, mucho más joven, cosa que no debió importarme mucho pues no recuerdo que me llamase la atención, hasta el momento del recreo.

Mi parvulario no tenía patio, por lo que el recreo consistía en sentarte en una silla delante de la mesa de la profe para comerte el bocata, y allí estaba yo, desenvolviendo mi pastelito de la Pantera Rosa, cuando mi atención se vio sobresaltada por la imagen de las largas piernas de la puericultora. Ella vestía una minifalda y, tal vez creía que el tablero que cubría la parte frontal de la mesa a media altura le protegía de nuestras miradas, tanto que mientras leía abrió las piernas y no puedo recordar lo que vi, pero sí recuerdo que la entrepierna se me empezó a hinchar y no me parecía agradable.

Mi corazón latía con fuerza y me comía el pastelito de forma compulsiva hasta acabarlo. Estaba tan nervioso que sentía vergüenza y, para no tener que ir a tirar el envoltorio a la papelera, que estaba justo al lado de la mesa, guarde el plástico en el bolsillo, me levanté y caminando como si aún llevase pañales, fui hasta la alfombra de juegos, donde apilando bloques de madera desapareció el hinchazón. Recuerdo que después en casa sentí un respingo en el estómago cuando mi madre de preguntó: “¿Por qué llevas el envoltorio de la Pantera Rosa en el bolsillo?”

TOMÁS

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos sobre el primer amor. A continuación presentamos los relatos recibidos. Podéis votar por ellos, como siempre, en comentarios. El ganador será anunciado el jueves que viene.

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A mí me iban los retos, pero aún no lo sabía.

Aquel día de septiembre a mediados de los ´80, me vi en mitad de un instituto, tímida y anodina, por primera vez sin el uniforme escolar, intentando pasar desapercibida, cosa que conseguía sin esfuerzo.

Y, de repente, le vi pasar. Tenía quince años, uno más que yo, repetía curso, le gustaba el heavy metal y era guapo y chulo a partes iguales.

Decidí en ese mismo instante que era para mí. Él ni se fijó.

La maquinaria empezó a funcionar. A medida que iba tejiendo la red me iba transformando, paralelamente aprendí a pintarme los labios y a seducirle sin que se diera cuenta. Una de cal y otra de arena consiguieron que él creyera que yo era la presa y no al revés. Conseguí que me viera como la mariposa que no era manteniendo su orgullo de conquistador intacto.

Tres meses después, las canciones clásicas de amor de los grandes héroes del rock llevaban mi nombre, y él las tarareaba a mi oído mientras yo soñaba con futuros imposibles.

No fue tan efímero… Nuestra historia sobrevivió varios años de intensas pasiones, encuentros y desencuentros y, al final, como era de esperar, el amor nos arrasó.

Hace un tiempo soñé con él, localicé su número, le llamé. Se enfadó, y apenas sin saludarme me colgó.

Supe que me sería queriendo… igual que yo a él.

ALICIA


 

Esto no va a ayudarme mucho a crear una imagen pública de torero pero mi primer amor fue el Rey de España (el de antes, el de los yates y la Barbara Rey) y Elvis Presley (que después se me murió).

Con el Rey sólo miraba fotos pero con Elvis Presley hablaba mientras caminaba hacia el colegio. Y no solo le hablaba yo sino que también me hablaba él. Eran más los primeros síntomas de una esquizofrenia que las de un primer amor. A él le gustaba que yo usara zapatillas de deporte blancas y cuando caminaba con ellas abría mucho las piernas, cosa que no me sucedía con los zapatos. Yo compraba todos sus discos y, aunque no entendía nada, me parecían siempre entrevistas muy inteligentes.

Un día mi vecino se rió de mi porque decía que había engordado mucho allá en Las Vegas y dejé de hablar con mi vecino. Qué iba a decirme él si su único éxito fue haber nacido en Caracas.

Después me enamoré de David Soul, que entonces estaba enfrascado en la serie Starsky y Hutch (él era Hutch).

Ya veis, tres amores en diez líneas pero así fue como crecimos los promiscuos.

ROMEK DUBCZEK


12027728_893150010774534_611587471767073528_nEsta que era una Podenca portuguesa;
pero no era una Podenca portuguesa,
era una ibicenca saltando en las retamas.
Pero no era una ibicenca
sino la canaria latiendo en la pedrera.
Tampoco era la canaria sino que era
una orita de chocolate en la junquera.
No era una orita en la junquera:
una andaluza dentro de mis ojitos era.
¡Mirad, mirad cómo he defendido era,
en esta lágrima, mi andaluza verdadera!

ANTONIO R. GRANADO


Aunque a lo largo de los años me he cruzado con un par de tipos que han puesto mi corazón del revés, ninguno como él. Y eso que los rubios no me van. Yo tenía siete años y Julio seis. Las relaciones entre mujeres mayores y hombres jóvenes siempre han estado mal vistas, pero era un niño muy maduro, apenas se notaba la diferencia de edad. Y guapísimo.

Nuestro amor arrebatado nació un verano en el que coincidimos en un pueblo de montaña. Nos escapábamos del resto de los niños para poder estar a solas, cogidos de la mano. Nos besábamos en los labios, como habíamos visto hacer a los novios formales.Y bailábamos agarrados. En la disco no podían entrar menores de dieciocho años, lo ponía en un cartel, pero las parejas iban allí, también lo habíamos visto, así que, a primera hora de la tarde, llamábamos muy nerviosos a la puerta y pedíamos entrar. A pesar de no estar todavía abierta al público, encendían las luces rojas de la pista, enchufaban la música y nos dejaban bailar. Fueron los encargados de aquel lugar quienes nos enseñaron cómo hacerlo. Bailar agarrados, digo. Les hacíamos gracia. Y también nos respetaban. Porque no jugábamos al amor, nos amábamos de verdad y el amor de verdad, infunde respeto. Después nos íbamos al granero de su abuela, en el último piso de una casa enorme, con un columpio colgado de una de las grandes vigas del techo. Y nos sentábamos en la ventana sin cristales para ver a la gente pasar.

Un día fue mi padre quien, además de pasar, levantó la cabeza. Cuando vio a su hija sentada a diez metros del suelo con las piernas colgando en el vacío, se enfadó un poco. Nos hizo bajar a gritos, mandó a Julio a su casa y a mí me llevo a empentones a la mía, que coincidía con la suya. Me arreó tal bofetada que borró el resto del verano. Durante muchísimo tiempo (el tiempo de los niños pasa de forma diferente al de los adultos), Julio fue mi principal pensamiento y el motor que me centrifugaba el estómago. No volví a verlo. Creo que todavía le amo.

JEZABEL


Mi primer beso fue con el buenorro de la clase, con el chulo de flequillo rubio, pantalones de marca y con desparpajo «pa contestarle al profe». Si, fue con ese, aunque yo no lo podía ni imaginar.

Yo tenía 15 años. Yo era de las de primera fila. Tímida, soñadora empedernida, enamoradiza y romanticona. Las chicas de mi clase eran todas monas. Esbeltas, con estilo, poderosas… y yo me sentía un bicho raro, una insulsa y sosa que no sabe muy bien dónde encajar.

Pero el destino quiso, quizá por casualidad, que el se fijase en mí, y una tarde de verano, una amiga común me dijo que hablase con él. No entendía muy bien para qué, hasta que me hizo un gesto y sonrió, dándome a entender que yo le gustaba.

Esto huele a chamusquina. Esto no es verdad y quiere reírse de mí. ¡Pues va listo! Eso pensé. Nunca me he fiado mucho de la gente. Y él… él no podía haberse fijado en mí, porque no teníamos nada en común. Eramos de mundos distintos, o eso creía yo…

No le hice ni caso. En gimnasia se las apañó para quitarme la goma del pelo, y yo se la dejé en la muñeca. Esa muñeca… que cada vez que me enseñaba la goma pensaba en morder hasta dejarle una marca de por vida.

No recuerdo por qué ni como, pero me quitó también una cámara de fotos que había llevado a clase, supongo que para algún proyecto escolar. Y en la última clase, en el descanso, me cogió de la mano. Mi corazón iba a explotar. Mi cara era un semáforo en rojo y mis ojos fuegos artificiales. ¡Iba flotando en el aire en lugar de caminar! Y nos fuimos de paseo calle arriba… mientras los demás entraban en clase y yo me iba a fugar mi primera clase, con el chico más guapo de todo el instituto.

Yo pensaba que era el duro, el que ya tenía experiencia, el que ya había estado con muchas… y cuando nos fuimos a dar el beso, era como un flan toda yo, hasta que noté sus manos en mi cintura, que temblaban igual que mi cuerpo. Noté sus labios en lo míos, y como su lengua se abría paso en mi boca… y dejé de pensar. Mis neuronas estaban invadidas por aquella sensación suave, carnosa y dulce que era su boca. Y sus manos me abrazaban mientras se deslizaban hasta el bolsillo de mi pantalón y se metían dentro para asirme más fuerte. Y yo me iba derritiendo poco a poco como un helado de chocolate en Agosto.

De repente todo fue acabando. Y no sabía muy bien como mirarlo a la cara sin sentir vergüenza, hasta que cogió mi barbilla y subió mi cara para devolverme una sonrisa y preguntar «¿Te ha gustado?», mientras me agarraba el culo con la mano en el bolsillo y me guiñaba con picardía.

Y así, mi primer beso fue con el buenorro de la clase, con el dulce, tímido y asustado, que al entrar de nuevo, agachaba la cabeza al verme pasar para no encontrarse con mis ojos de nuevo.

IRENE ÁLVAREZ


Amansa locas

Ella me inspira emociones encontradas.
La rescaté una vez de un maremoto virtual.
Se encontraba lejana, vacía, ausente.
No supe presentarme como es debido.
Se colgó de mi santo y comenzó a andar.
Me dejé caer entre sus artilugios,
me llevó contra el viento,
me trajo con la tempestad.
Allí en el suelo, embarrada de angustias
de vidas no sabidas, de otoños sin pasar.
La fui dejando ser, a su antojo, conmigo;
me convirtió en mujer, de leyenda y de bar.
Ahora le agradezco el haber sido tan justa.
Tanto coraje, tanta osadía.
Me contagió en su vientre de venenos sin prisas
sin muertes tempranas, sin alegorías
de su vida ligera, pasada y podrida
de amores extraños, cansados, suicidas.
Me dejó su anhelo a dueña de su cuerpo
de su mente abstracta, su poder de sexo.
Me graduó en su talla de princesa de fuego
de corazón valiente, de paisana sin dueño.

CIN OLIVA


Mi primer amor se llamaba Robert. ¡Un morenazo!.

Lo besaba en la boca, a escondidas, a cada rato. Eso me equilibraba, bueno, eso y saltar sobre la cama, y llorar a lágrima viva sobre la ropa recién planchada, y mear en las alfombras…pero eso es otro tema.
Sigo.

Mi religión eran los cuentos, por eso sabía que si deseaba algo con los ojos y los puños cerrados muy, muy fuerte (que es como se desea de verdad) un día se haría realidad.
Asi que pedía con gran fe cuentista que Robert bajase de ese estúpido póster en el que estaba colgado, me cogiese de la mano y me dijese: «Hi baby, I love you too».
Joder, todavía pienso en lo bien que les hubiese quedado a mis hijos el apellido, De Niro.

ROSA


Creo que mi primer amor fue el tópico de los tópicos y que a la inmensa mayoría nos ha pasado.

Cuando tenía 6 años vino un nuevo profe al colegio. Estaba ya entrado en los 40, pero físicamente se conservaba bastante bien. Era, alto, moreno, ojos verdes y con buen tipo.

Dejando un lado la parte física, era brillante… Hablaba inglés, francés y alemán a la perfección, sabía tocar el piano y la guitarra, dibujaba genial, sus conocimientos de historia y biología eran tremendos y tenía un sentido del humor irónico que me encantaba.

Muchas veces le daba la neura y entraba en clase hablando francés como un poseso y se tiraba 10 minutos sin parar. Mientras los demás lo miraban con caras de tontos, yo lo miraba fascinada.

En menos de un trimestre ya estaba loquita por él. Todo lo que hacía, lo hacía por y para agradarle: Me ofrecía voluntaria para todos los trabajos y concursos que salían e intentaba ser la mejor, cosa que lograba conseguir. Por lo tanto también logré hacerme un hueco en su corazón y aunque no me lo dijera directamente, yo sabía que era su alumna favorita, y eso me llenaba de gozo.

Me encantaba su forma de enseñar, de hecho, fue mi inspiración para estudiar magisterio.
Pero todo terminó…

En mi penúltimo año en primaria, nos dijo que se iba a otro colegio. El sofocón que me llevé fue terrible, apenas dormía y ya no tenía ganas de ir al cole. Pero siempre me quedará marcada la frase que me dijo: «Isabel, conseguirás todo lo que te propongas, lucha por ello, porque eres especial».

ISIS G.S.


Que renazca de la luna
El sentimiento contraído
Donde todos somos nubes
Que se venden al olvido
Que jamás seremos mas
Dos almas en el subsuelo
Sufriendo la letania
De haber conocido el cielo.

SUSO GATERA


Yo solo tenía cinco años, imaginaros el susto. No puedo recordar el mes concreto, pero si recuerdo que el ambiente era cálido , pues vestía pantalón corto, camiseta y esas chanclas de goma que te dejaban el corte del sol en estilo cebra.

Me encontraba en el parvulario (en mi época no existían las guarderías) y de manera excepcional la puericultora habitual era sustituida por su hermana, mucho más joven, cosa que no debió importarme mucho pues no recuerdo que me llamase la atención, hasta el momento del recreo.

Mi parvulario no tenía patio, por lo que el recreo consistía en sentarte en una silla delante de la mesa de la profe para comerte el bocata, y allí estaba yo, desenvolviendo mi pastelito de la Pantera Rosa, cuando mi atención se vio sobresaltada por la imagen de las largas piernas de la puericultora. Ella vestía una minifalda y, tal vez creía que el tablero que cubría la parte frontal de la mesa a media altura le protegía de nuestras miradas, tanto que mientras leía abrió las piernas y no puedo recordar lo que vi, pero sí recuerdo que la entrepierna se me empezó a hinchar y no me parecía agradable.

Mi corazón latía con fuerza y me comía el pastelito de forma compulsiva hasta acabarlo. Estaba tan nervioso que sentía vergüenza y, para no tener que ir a tirar el envoltorio a la papelera, que estaba justo al lado de la mesa, guarde el plástico en el bolsillo, me levanté y caminando como si aún llevase pañales, fui hasta la alfombra de juegos, donde apilando bloques de madera desapareció el hinchazón. Recuerdo que después en casa sentí un respingo en el estómago cuando mi madre de preguntó: «¿Por qué llevas el envoltorio de la Pantera Rosa en el bolsillo?»

TOMÁS


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9 comentarios en «El primer amor»

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