El cuervo – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el cuervo». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 25 de septiembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Desde la asociación de amigos del cuervo y un servidor presidente de la susodicha no vamos a permitir diatribas hacia el cuervo, cada una de ellas será llevada a los tribunales. Estas acciones legales son consecuencia de la persecución hacia el cuervo y su continuo desprestigio. ¡Ya está bien!

ANTONICUS EFE

«El Profeta del Jamón de York»

Cada mañana, en lo alto de una encina reseca a las afueras de Villamugre del Sótano, se posaba un cuervo negro como la conciencia de un tertuliano. Los lugareños lo llamaban Don Cuervo, y le atribuían poderes místicos, proféticos y, según Maruja la del estanco, también cierta afición por el reguetón y el secreto del salmorejo.

Don Cuervo no graznaba: declamaba. Frases crípticas como “No hay marcha en nueva York y me gusta el jamón de York” o “La tortilla sin cebolla es un acto de guerra” resonaban por el pueblo, provocando escalofríos, divorcios y debates en el bar de Paco.

La gente empezó a venerarlo. Le dejaban ofrendas: migas, monedas, incluso un Funko Pop de San Pancracio. El cura intentó exorcizarlo, pero Don Cuervo le respondió: “Déjalo ya, sabes que nunca has ido a Venus en un barco”. El cura se fue a criar cabras a Teruel.

Todo parecía encaminarse hacia una revelación cósmica. Pero un día, Don Cuervo desapareció.

Reapareció semanas después, en plena Puerta del Sol, posado sobre el madroño del escudo. El oso lo miraba con gesto de “¿y este qué fuma?”. El cuervo, sin saludar, se zampó siete bayas emborrachacabras y empezó a recitar poesía absurda:

—“¡No me invitó pero yo fui. Tras la esquina espero el momento de que no me miren y meterme dentro!¡No me mires, no me mires, déjalo ya, que hoy no me he peinado a la moda y tengo una imagen demasiado normal para que te pueda gustar (uh, uh, uh)!”

La gente se arremolinó. Un influencer lo bautizó Cuervito Interesado y le abrió cuenta en TikTok. El cuervo, eufórico, gritó:

—“¡Soy el símbolo que Madrid no pidió pero merece! ¡Soy la sombra del oso, el verso del árbol, el karaoke de la conciencia urbana!”

Y justo cuando todos esperaban una verdad reveladora, una frase que cambiara el curso de la historia…

El cuervo se volvió y dijo: ¡Toma Moreno!

El oso se estremeció. El madroño perdió tres hojas. El silencio fue absoluto.

—“La dualidad es esto, amigos: lo sublime y mi pelo p’atrás. Lo decorativo y lo salvaje. Lo urbano y lo intestinal.”

Y se fue volando hacia Chamberí, dejando tras de sí una estela de plumas, fermentación y filosofía de bar.

Desde entonces, cada vez que alguien ve un madroño en Madrid, se pregunta si ese fruto dulce esconde una verdad embriagadora… o simplemente un cuervo financiado.

ARMANDO BARCELONA

EL PATRONATO.

A mediodía, «El Orinoco» se prepara para el tsunami del vermú, pero de momento, salvo por una ligera actividad en la barra, el resto del bar está tranquilo y solo hay ocupadas un par de mesas: sor Viacrucis y Mambo se acomodaron en una cercana a la puerta y esperaron a que Fermín, el camarero de Ronda que odia el flamenco, trajera un descafeinado con leche y sacarina para la monja y un quinto de Mahou para el policía.

―No me andaré con rodeos ―dijo ella mientras mareaba, nerviosa, el café con la cucharilla―. Las Adoratrices de Santa Afra dependen de la Fundación Esperanza, una entidad creada exclusivamente para abordar problemas conductuales, de adolescentes que proceden de familias con alto poder económico.

Mambo bebió a gollete de la botella, respetando el silencio impuesto por sor Viacrucis, que también sorbía, despacito, de su taza de café.

»Como usted comprenderá ―retomó la monja el discurso―, los acontecimientos recientes tienen al patronato muy preocupado y desde la junta directiva no dejan de presionarme para que les informe del estado de las cosas.

Mambo cambió de postura, permanecer mucho tiempo sentado no era bueno para él; la vieja herida de su cadera se dejaba notar.

»Ellos se mueven en capas muy altas de la sociedad y, además de la lógica preocupación por sus hijas, tienen miedo al escándalo―siguió diciendo la monja―. Yo entiendo que ustedes manejan estos escenarios de otra manera, pero nosotras, yo, estamos en manos de la fundación y si dejan de apoyar el proyecto, la existencia misma de las Adoratrices corre peligro.

Acercó la taza a los labios, pero el café estaba frío y con un gesto de disgusto volvió a dejarla en la mesa.

»No somos una orden religiosa reglada, lo nuestro es una institución terciaria, monjas seglares, para que me entienda, con un apostolado circunscrito a los claustros de Santa Afra; si esa propuesta muere, moriremos con ella.

Un grupo de cuatro muchachas, que entraron al bar alborotando con sus risas, distrajeron por un segundo la atención de la monja; seguramente eran dependientas del cercano centro comercial en su rato de descanso.

―Sé dónde quiere ir a parar, sor Viacrucis ―dijo Mambo aprovechando el momentáneo silencio de la mujer―; le están apretando las tuercas y usted busca un burladero donde refugiarse, pero poca ayuda puedo prestarle; la investigación está encallada y todo el personal de Santa Afra, incluidas las internas, sigue bajo sospecha.

Hizo una pausa breve, mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa, como buscando las palabras.

»La posibilidad de que las muertes tengan un origen externo está ahí, no podemos obviarla, pero es poco probable. El asesino está dentro de esos muros y nadie es descartable. Eso es lo único sobre lo que no tenemos duda.

―Pero estrangular a una persona requiere un esfuerzo brutal ―protestó la monja―; ninguna de las hermanas o de las internas estaría físicamente en condiciones de hacerlo, es imposible, tiene que ser un hombre y fornido, por añadidura.

Mambo apuró lo que restaba del botellín, lo dejó sobre la mesa, haciéndolo girar sobre sí mismo, sin perderlo de vista, en un juego repetitivo, callado, y adoptó una actitud reflexiva, como si estuviera rumiando algo.

―Las autopsias han aportado nuevos datos, hermana, que todavía no se han hecho públicos y yo no debería comentar con usted, pero tarde o temprano saldrán a la luz, así que no veo motivo para que los mantenga ocultos.

El rostro de sor Viacrucis reflejaba la ansiedad que le causaban las palabras del policía. Necesitaba elementos que presentar ante la junta, achicar agua de aquel naufragio, que amenazaba con hundirlas a todas.

»Verá, el forense duda de que las muertes hayan sido por estrangulamiento ―se sinceró Mambo―, los cordones que rodeaban el cuello de las víctimas fueron colocados post mortem, un elemento de distracción para despistarnos. La rotura de los capilares en los ojos alentaba la primera hipótesis. Fallecieron asfixiadas, sí, pero por alguna causa que está todavía por determinar. Tal vez algún tipo de veneno. De momento estamos dando palos de ciego: los ramilletes de ruda, los olores, son las únicas pistas que dejó el asesino.

―Dios nos asista ―la monja juntó las manos en un gesto de súplica―, por eso estaba usted interrogando a sor Sacramento. La sombra negra de la sospecha, el cuervo nefasto de la duda se cierne sobre esa pobre mujer. Le repito que pongo las dos manos en el fuego por ella. Es un poco especial, lo admito, pero incapaz de hacer daño a nadie. Esto es una maldición. Quiera el Señor que no haya más muertes.

Mambo miró la hora, eran más de las doce y media y el local comenzaba a llenarse de gente; ya no era un sitio seguro para las confidencias, además tampoco había mucho más que decir, la oxicodona dejaba de hacer efecto y el muslo comenzó a dolerle.

―Deberíamos volver, hermana ―dijo mientras dejaba sobre la mesa un billete pequeño para pagar la consumición―. Sor Sacromonte tiene amplios conocimientos de química y perfumería, ella misma me lo ha confirmado, pero eso no la convierte en única sospechosa, aunque en esa lotería juega una buena cantidad de boletos.

Salieron a la calle. Hacía bochorno. Negras nubes se aproximaban por el oeste, presagiando tormenta. La gente caminaba con prisa, cada cual inmerso en sus propias preocupaciones.

Moverse aliviaba el dolor de Mambo, pero necesitaba pronto un nuevo chute de droga legal. Encontró el blíster en uno de sus bolsillos y con urgencia se echó a la boca un par de pastillas que se obligó a tragar con el único alivio de su propia saliva. No le quedaba otra opción que esperar. «Ahora me vendría bien uno de esos leños de sor Sacromonte», pensó, y el recuerdo de la monja removió algo en sus adentros que le hizo sentir ansiedad.

El sonido del móvil lo volvió a la realidad. La identidad de la llamada se hizo manifiesta en la pantalla: era el comisario Cruces. Con un gesto de disculpa hacia sor Viacrucis se centró en el teléfono.

―Qué ocurre, comisario ―el lacónico temperamento de Mambo se hacía más patente cuando el dolor lo invalidaba socialmente.

―Nada que sea inteligente hablar por el móvil, ven a la comisaría. Es buena hora; si no tienes planes, comemos juntos.

En aquellos momentos, aguantar una de las pesadas charlas del comisario era lo que menos le apetecía, pero entendió que no le quedaba otra opción.

―Lo siento, hermana, tenemos que dejarlo, me reclaman en comisaría. Es necesario que sigamos hablando con más tranquilidad, usted puede aportarme información sobre las personalidades de las víctimas y eso puede aportar algo de luz.

―Cuente con ello, inspector, ya sabe que la puerta de mi despacho siempre está abierta para usted.

Ahora mismo era más urgente para Mambo lo que la monja pudiera contarle, que pasar por el examen del comisario Cruces; respiró hondo, se excusó de nuevo con sor Viacrucis y dio la espalda a las puertas del convento. Las Adoratrices deberían seguir esperando un poco más.

EMILIA CREGO

UN COMPAÑERO DE AVENTURAS

Cuando el alba se vestía con tonos y luces rosáceas, una manada de cuervos hacía su aparición sobre el “Monte Perdido” en el Pirineo. En uno de esos viajes explorando aquellas tierras del macizo montañoso, un grupo de viejos amigos y residentes en varias provincias españolas. Nos adentramos en el interior del bosque; acampamos con todo lo necesario para mantenernos con la vitalidad en esos días cuando la primavera llega cargada de agua, viento y algún que otro día con el sol quemando la piel. Aún recuerdo, aunque han pasado veinte años, aquellos días con las mochilas sobre los hombros y al atardecer acampando en un claro de aquel monte, sin perder la orilla de un río como referente.

Fuimos nómadas por unos días, siendo habitantes de ciudades donde el trabajo, la familia y las noches tardías de los viernes. Se vestían de luces de neón sobre trajes, vestidos y un cóctel Malibú entre las manos. Durante esas reuniones y escapadas de una rutina, que nos hacía crecer el poder en las carteras y en los trajes de las señoras. Nos fuimos quedando aislados de la gente mundana, aquellos que ríen, bailan y gozan con el alma pura. Fuimos un grupo de diez; un punto de salida, para encontrarnos con otros, donde los que habitaban y las luces que gobiernan las normas del universo. Hasta allí no llegaron las noches cargadas de licores y sobre el asfalto las ruedas de los autos comprados, arañando unas monedas en negocios más negros que los cuervos.

En la copa de los árboles se oyeron al amanecer graznar a unos cuervos y con este y otros sonidos se despertaba un nuevo día, por las sendas y veredas descubriendo el paraíso. Entre el brezo y el pino silvestre pasamos las horas explorando terrenos nuevos, salvajes y con la dicha de caminar sobre la tierra fértil. Aquella tierra llena de maleza; las huellas del calzado quedaron marcadas por primera vez. La lluvia se desprendía de las hojas de los árboles y un claro nos guiaba hacia un nuevo destino. Un compañero de viaje se unió a nuestro objetivo, que fue siempre tener como referencia el agua fresca manando de los altos del monte.

Este nuevo compañero de aventuras fue un cuervo, al que le bautizamos con el nombre de: Rubí. Este fue el que nos amenizó los días grises con la música entre su garganta y las formas de un pico ligeramente curvado; unas veces suave y otras con un timbre de voz más potente. Nos llevó bajo sus alas, viajando, cruzando las piedras de los regatos y susurrando un graznar suave cuando dormíamos. En los días de sol primaverales nos llenaba de alegría y nos deleitaba con sus maniobras acrobáticas, aleteando firme su vuelo y planeando bajo el sol del mediodía. Sentados sobre el pasto salvaje de un llano, pasábamos las horas mirando aquel cuervo cómo se deleitaba en su vuelo y nosotros regocijábamos sus dotes sobre el aire.

Entre estos y otros, fueron más de quince días. Llegamos en autocares hasta el aeropuerto más cercano, y allí cogimos un único vuelo hacia la capital madrileña en la que pasaríamos otros días en la “Sierra”. Nuestro compañero Rubí no era amigo de ciudades pobladas de seres, que mantienen el ruido sobre el asfalto como pájaros enjaulados. En aquel viaje de vuelta nos invadió la tristeza, por perder a un fiel compañero y amigo. Llegamos a la sierra en un autocar; nos alojamos en una casita con pocos enseres entre paredes recubiertas de piedras.

Entre el equipaje en una caja de cartón se oyó el sonido apagado de un pájaro. Era Rubí con el canto apagado y ojos tristes; levantó el vuelo para instalarse sobre el tejado de aquella casa. Emociones encontradas entre los allí presentes y compañeros de viaje; en días posteriores de aquel año, no hubo más fiestas sobre el asfalto. Los días de descanso nos reunimos en la sierra madrileña, visitando a nuestro fiel amigo Rubí.

CARLOS TABOADA

CUANDO SE PRESENTÓ.

Me pidió que lo hiciera lento, y reparó en la melodía de una canción que acabábamos de escuchar de su género favorito, el Doom Metal, y que la invocara en mi mente mientras me movía; y entonces apoyé los codos en el colchón, quedándome a un palmo de su rostro sorprendentemente blanco y saludable, con la precaución de no pisar su cabello negro esparcido por los senos. Cuando llevé las manos a sus pómulos y los estiré, creí verla de adolescente, con la mirada encendida e incluso fulminante, encontrándome de repente en un paraíso inimaginable, donde jamás hube viajado. El cabello marcaba un rostro gótico, con líneas prominentes y oscuras en ojos azules, y me dejé caer por el despeñadero de aquel itinerario, introduciéndome a cada movimiento pélvico en aquel mundo abisal, hasta que… ¡Hasta que su expresión cambió de repente! «Es él», dijo, y en un santiamén la energía se esfumó, y un rayo fulminador me atravesó. «¿Quién es él?», pregunté aterrado, hundido en sus profundidades y sin escapatoria alguna. «¿No oyes como grazna?», me preguntó, y en cierto modo ajustó los oídos. «¿Qué? ¿Cómo?», pregunté incrédulo. «Es Óscar», dijo, y ágilmente y no sé cómo se desembarazó de la situación, acercándose a la ventana y abriendo las cortinas. «¿Qué haces, Óscar?», dijo, y bajó la mirada al alféizar. Yo también me asomé espeluznante, y cuando vi un bicho negro, él también me vio y salió volando. Atizó sus alas en línea recta, y en segundos se perdió en el horizonte, planeando camino del crepúsculo.

«Necesito algo. No sé. Un café, una cerveza, un trago de lo que tengas», creo que dije. «Te hablaré de Óscar», asintió, como si tarde o temprano tuviera que pasar, y me abrazó con todas sus fuerzas. A pesar de sentir su piel desnuda sobre la mía y el olor de su cabello a artemisa, solo pude preguntarme si no me había equivocado de lugar… Cuando se separó, buscó reconfortarme un segundo diciendo que lo estaba haciendo muy bien. Me dio un pequeño beso, me cogió de la mano y me arrastró a la cocina. Me senté sobre el cojín mullido de una silla de madera. Por segundos, contemplé por primera vez su vampiresa piel. Después dijo, interrumpiendo el asombro de mi mirada:

«Hace como unos cinco años se presentó Óscar», me dijo. «Llevaba días buscando a Zeus, mi gato. Estaba enfermo, pero aun así le gustaba salir por ahí por un par de días, y después de una semana sin verlo…», me relataba. «Comía desganada en la mesa exterior cuando Óscar se subió a la mesa. Al principio me asusté y lo eché. Cogí la escoba y lo amenacé. Lo eché no sé cuántas veces. Pero a cada segundo regresaba de nuevo, y al otro también», me dijo. «Después de media hora, y enfadada por no ver a mi Zeus, Óscar se subió a la rama seca de un olivo cercano y no dejó de graznar hasta que me acerqué a él. ¡¿Qué es lo que quieres?!, le recriminé, y con toda la confianza del mundo bajó al suelo y se colocó a un metro de mis piernas. No sé cómo pude interpretar su gesto, pero lo seguí. Sí, lo seguí. ¡Fue alucinante!», decía. «En pocos minutos llegamos a Zeus. Escondido entre maleza alta, dormitaba, esperando su muerte. Trató de escapar al vernos, pero lo agarré y lo abracé», braceó. «Le pregunté si me daba permiso para cuidarle hasta el final, y cerró los ojos y ladeó su cabeza hasta quedar a la altura de mi corazón», musitó. «Después de días, cuando ya sucedió, Óscar apareció y se subió a la mesa. Se lo agradecí, porque durante el proceso no vino, como si supiera el dejarnos pasar juntos el trance. ¿Y cómo te puedo llamar?, quise saber. Dije muchos nombres, pero cuando me salió Óscar graznó, y saqué aguacate y plátano para celebrarlo», afirmó. Luego contó algo más sobre la sincronía de ambos, y, satisfecha con las explicaciones, me preguntó si quería el café con leche. Le dije, viendo la taza de cristal medio llena de la cafetera eléctrica, que lo quería así, del tiempo —y tal vez del día anterior. De un trago y sin azúcar, lo acabé.

Sara enseña a Óscar a hablar. Bueno, a decir palabras. Generalmente le muestra fruta, y cuando ella señala con un dedo, él articula sí o no, y lo hace en un tono peculiar, con una voz gutural afónica… Cuando yo le pregunto no me responde. Creo que está celoso de mí, y más de una vez nos ha interrumpido. Tal vez es porque le he dicho a Sara que es un gamberro y va detrás de pájaros a los que asusta, jugando a perseguirlos, y también que no debería permitirle ciertas cosas, como subir a la mesa cuando comemos y meter el pico entre verduras, en especial en el brócoli del plato de ella, su comida favorita. Pero no me hace caso, y cuando me atrevo a decirlo delante de él, creo que los dos se miran como perfectos cómplices y pasan de mí. Desde luego, nunca pensé que un tal Óscar se interpusiera tan fácilmente entre nosotros, y pienso que un día de estos le preguntaré algo y me responderá.

SUSANA NÉRIDA

La niña y el cuervo

Pensaba

que a nadie le importaba,

– Nunca más – el cuervo gritaba

y en mi mente lo asentaba.

– Eres demasiado egoísta –

me dice ahora el conformista,

como si fuese un bromista

que en la ola es surfista.

– Nunca más – el cuervo señalaba

– Nunca más – el cuervo entonaba

– Nunca más – ¡por fin lo procesaba!

esta niña que solita estaba.

La niña se volvió optimista,

incluso se volvió artista,

cada día más lista,

además, budista.

BENEDICTO PALACIOS

En los huecos que subsisten en las paredes de un viejo edificio, chovas, grajos, cornejas y cuervos, cuando se acerca la primavera, se diputan los nidos. No es fácil saber quién de entre estas aves es el cuervo, porque se parecen.

El ornitólogo Sebastián, un buen amigo, está convencido de que el cuervo es el más carroñero y hábil para descubrir los deshechos. Lo ha comprobado colocando un trozo de carne sobre la barandilla del balcón de su casa. Pues en cuanto el cuervo logró descubrirlo, se hizo el dueño. Desde ese día le visita diariamente, él le ofrece los restos de comida y el cuervo grazna agradecido.

Mi tío Julián que acaba de enviudar, se entretiene cuidando de un jilguero que yo le regalé. Para aclimatarse, le mantuvo unos días en la jaula. Ahora que ya se ha adaptado lo deja suelto en la terraza, le da de comer el trozo de lechuga de su mano y el pajarillo se posa en el hombro cuando silba una canción. Si controlara esfínteres, le llevaría a dormir con él, pero el jilguero es muy irregular.

Mientras ayer domingo se preparaba el desayuno y disponía el trozo de lechuga, el pajarillo ha dejado de cantar. Acudió muy angustiado mi tío a la terraza y como no le ha visto ni encontrado, ha estado a punto de llorar. Cerca de su casa, en un balcón de los pisos contiguos ha descubierto un ave negra, un asesino, un ladrón. Adiós, adiós, ha exclamado triste y deseado la muerte al maldito cuervo.

Para solemnizar la despedida, se le ha ocurrido silbar la canción y el jilguero, oculto en el rincón más alto de un armario, se ha posado otra vez en su hombro, y Julián le ha cogido entre las manos y le ha acariciado. El corazón del pajarillo latía desbocado.

Se enteró Julián de que yo tenía amistad con el ornitólogo y sin contar conmigo le ha llamado al móvil preguntando por el veneno más eficaz.

—No lo hay, le ha contestado Julián. Y pon atención, porque si acabáramos con los que nos estorba o molesta, la vida sería imposible. Nadie está de sobra, y ser libre nos obliga a contar con los demás, con los que no nos gustan, con los que no piensan como nosotros y con los que nos amenazan, inclusive.

RAQUEL LÓPEZ

EL CUERVO ( CENTINELA NOCTURNO)

En las noches lúgubres

que teje la luna

el misterio se descubre,

acechando entre la sombra.

Escondido, observando el mundo,

lanza su triste graznido

y como eco de un susurro,

se lamenta el desdichado cuervo.

No trae presagio alguno

ni tampoco mal agüero,

con sus ojos brillantes, plumaje oscuro,

testigo mudo que guarda un secreto.

Raquel L.

DAVID MERLÁN

EL CUERVO

O corvo

La aldea gallega de Outeiro do Río dormía bajo un silencio espeso, casi ensordecedor, como si todo a su alrededor hubiera decidido contener la respiración. Solo un graznido solitario, desgarrado, rompió la calma: un cuervo estaba posado en el campanario en ruinas.

—Mal sinal —susurró la octogenaria Teresa, cerrando la hoja superior de la puerta seccionada de su casa—. Onde canta o corvo, alguén falta.

El rumor corrió rápido por las corredoiras del lugar, como fuego sobre rastrojos secos: el cuervo había regresado. Nadie recordaba cuándo había sido la última vez, pero todos sabían lo que aquello significaba.

***

Aquella medianoche, Mateo, el herrero, oyó pasos frente a la fragua. Respiró profundo sujetando la manilla y abrió la puerta con cautela. Allí estaba. El pájaro lo esperaba, inmóvil, sobre las rama del cerezo cercano. Con la cabeza de perfil y el cuerpo de frente a él que provocaba que solo uno de sus ojos le escudriñara hasta el alma.

—Non serei eu… ¿Non? —preguntó, forzando una engañosa sonrisa.

El cuervo inclinó la cabeza, y el silencio se desplomó aún más denso si cabe.

Tras unos segundos, Mateo se armó de valor y sin dejar de mirarle fijamente y no obteniendo respuesta de aquel ave de mal aguero, cerró la puerta con cautela.

***

Al amanecer, la campana del campanario de la iglesia —rota desde hacía treinta años— sonó tres veces de forma estridente, casi de forma molesta, pero nadie acudió. Nadie subió a las alturas de la torre. Nadie se atrevió a hacer nada salvo el cura.

Este, salió del interior del tempo a la plaza exterior con la sotana arrugada y dirigió su mirada hacia arriba ante la presencia silenciosa de los vecinos de Outeiro do Río.

—Es un aviso —dijo, con voz temblorosa—. El cuervo no elige al azar.

Todos callaron. Simplemente se limitaron a observarle con recelo y cruzarse miradas de miedo entre ellos.

Cuando todo el pueblo dormía, esa noche todos soñaron lo mismo: un bosque oscuro, un río de aguas negras, y un cuervo que señalaba un sendero del que no se regresa. En Outeiro do Río volvía a suceder.

***

Al amanecer de la tercera noche, llego la noticia. Cómo si de la corriente del río se tratase, la desaparición de Mateo inundó todo el lugar. Los vecinos aseguraban que la fragua ardía aún, como si lo hubieran interrumpido en mitad del trabajo. Sobre el yunque, intacta, una pluma negra, brillaba como el carbón mojado.

—Levouno—sentenció Teresa, sin pestañear—. O corvo veu buscalo.

Nadie preguntó a dónde. Nadie quería saberlo y así lo atestiguaron dándose la vuelta y abandonando la plaza.

***

Toda aquella historia habría caído en el olvido si no fuera porque Clara, la hija de Mateo, rompió el silencio en grito:

—¡Si se llevó a mi padre, también tendrá que llevarme a mi!—exclamó.

Una hora más tarde, regresó armada con una linterna y el cuchillo de su padre dirigiéndo sus pasos hacia el campanario.

Los vecinos intentaron persuadirla y que cejara en su intento, pero ella, con la mente nublada, no hizo el menor caso.

A los pies de la torre, miró hacia arriba. Una fría ventisca arreciaba por momentos. Respiró profundo y entro en la iglesia. Subió al campanario. Al coronar, allí estaba el cuervo, esperándola en la penumbra, con las alas abiertas amenazantes, como si de una mortaja fúnebre se tratase. Sus ojos azules ardían con un fulgor imposible.

”¿Ojos azules?» pensó.

—¿Asi que tu también eres joven?—le preguntó sin miramientos.

El cuervo simplemente graznó como contestación, pero el sonido no sonó a animal: sonaba a una mezcla de voces rotas.

—¡Devuélvemelo! —le exigió Clara, apretando el cuchillo y alzándolo ante su vista.

—No me lo pidas. Él me llamó.

Clara, desconcertada, retrocedió y con pavor dejó caer su cuchillo.

—¿Cómo es posible que hables, que te entienda?

—Eso no es importante ahora—contestó el cuervo.

—¡¿Que no es importante, pero…?

—No es importante—repitió el ave—hazme caso.

Clara permaneció congelada por unos instantes, temerosa, sin saber bien qué decisión tomar: Si abandonar aquel lugar y escapar de la presencia de aquel ser demoníaco, o esperar y obtener las respuestas que había ido a buscar.

—¿Cómo que te llamó?— preguntó definitivamente.

—Cada alma agrietada busca su espejo. Tu padre llevaba tiempo herrumbrándose por dentro. Yo solo fui la llave.—añadió plegando las alas.

El aire olía a hierro oxidado, y Clara sintió como aquel cuchillo que hasta hacía escasos minutos portaba en su mano, se le clavará en el centro del corazón por arte de magia.

—Entonces llévame a mí también—le rogó con ojos vidriosos—no puedo vivir sin él.—añadió rompiendo a llorar

El cuervo la miró. El mundo se detuvo: la ventisca cesó de golpe, el suelo del campanario pareció esfumarse de repente bajo los pies de la joven y una cantidad ingente de campanas comenzaron a repicar con fuerza. Bastantes más de lo que una sola de ellas podía lograr.

Clara se tapó los oídos y se puso en cuclillas para intentar amortiguar el ruido.

Tras unos pocos segundos, el silencio regresó y lo envolvió todo.

—A ti aún no —dijo, aleteando sus alas—. Tú todavía ardes de vida.

Clara se puso de pie y abrió los ojos. Se encontraba en el medio de la plaza, con la linterna apagada. Una pluma yacía entre sus pies. Estaba sola. Nadie a su alrededor, y… nadie creyó su historia

Desde entonces, cuando grazna un cuervo en el campanario de Outeiro do Río, los vecinos saben que no anuncia la muerte. Anuncia la angustiosa espera de los que quedan atrás… vivos.

FIN

© David Merlán Castro.

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Cuervo

Baltimore, 1846.

―Señora Stockton, ya no puedo transmitirle más conocimientos de elegancia y protocolo a su hija, está preparada para su presentación en la alta sociedad, ha sido una alumna extraordinaria.

―Todo gracias a usted, querido profesor Malone, lo recordaré mientras viva.

―No ha tenido mérito, Florence ya contaba con una educación excelente, solo he tenido que ponerle la guinda al pastel… ¡Jovencita, precisamente estábamos hablando de ti!

―Teniendo en cuenta las hechuras de los contertulios, no dudo de la bondad de los comentarios referidos a mi persona. Me halaga sobremanera que dos de mis personas más respetadas, pierdan su valioso tiempo charlando sobre esta humilde aprendiz de la vida. Si no requieren nada de mi parte, me retiro a mis aposentos, ha sido un día tremendamente agotador.

―Claro, hija, el profesor Malone y yo ya nos estábamos despidiendo.

* * *

―Oh, un lindo cuervo en mi ventana, ¿has venido quizá a velar mi reposo?

¡Gggggjjjjjrrrrr!

―Santo Dios, parece como si me hubieras contestado, ¿querrás ser mi amigo?

¡Pffffffffffffffff!

―Pobre mío, tienes el estómago delicado, a ver cómo limpio el alféizar, me incomoda verlo repleto de tus excrementos.

¡Gggggjjjjjrrrrr!

―Tienes frío, si me prometes portarte bien, te permitiré que entres en la alcoba y mitigues mi soledad.

¡¡¡Crashhhhhhhh!!!

― ¡Oh, my God! Mi colección de cajitas de porcelana, las has roto todas. Eso me pasa por intentar hacer migas con un cuervo.

¡Gggggjjjjjrrrrr ggggjjjjjrrrrr!

―Pensándolo bien, preferiría que volvieras a la gélida intemperie. Si aprendes urbanidad, te estaré esperando. Vamos, bonito, vuela…

¡Pffffffffffffffff!

― ¡Que te has cagado en mi cabeza! Esto es intolerable, largo de aquí inmediatamente.

¡Gggggjjjjjrrrrr ggggjjjjjrrrrr!

― ¡¡¡Aaaaaaaayyyyyy, mi nariz!!! Vas a picotear a tu santa madre, vamos, fus fus, a la puta calle.

¡Pffffffffffffffff!

― ¡¡¡Mi vestido de presentación en sociedad!!! Te voy a retorcer el pescuezo, hijo de la gran chingada.

¡Kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk!

―No te rías, cabronazo, cagoentó.

¡Pffffffffffffffff!

― ¡¡¡Jodeeeeeeeeerrrrrrr!!! Te voy a meter un palo por el ojete y va a salir por los ojos, jodido pajarraco de mierda.

¡Kkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkkk!

― ¡¡¡Te odiooooooo, puto cuervo de los cojoneeeeees!!!

¡Pffffffffffffffff!

―Mis ojos…

¡Gggggjjjjjrrrrr ggggjjjjjrrrrr!

―Como te pille, escoria parida por una bruja hedionda… ¡¡¡Aaaaaaaahhhhhh!

―Bonito salto ventanil, Flo, eso por malhablada… Uuuuuufff, vaya revoltijo de órganos… ¡¡¡Pfffffffffffffffff!!! Válgame, pedazo diarrea, oyes.

ARCADIO MALLO

AL ALBA

El ulular del búho se pierde en un eco infinito al fondo del valle. Es medianoche pasada, seguro que anda de caza.

El cuervo levanta el vuelo desde el castañedo que hay más allá del huerto, graznando como loco. El viejo, en la ventana, observa la oscuridad mientras nota como se le erizan los pelos del cuerpo.

El perro, sentado delante de la caseta, aulla lento y sentido. Una ráfaga de viento, salida de la nada, sacude los laureles que rodean la era. A lo lejos, divisa una luz camino arriba. Avanza, lenta, en el silencio que siguió a todo ese alboroto, poco propio de aquellas horas.

El viejo cierra la ventana y reza por las alma idas. En especial, por la que se acaba de llevar la Santa Compaña, sea de quién quiera que sea, pues vecino es. Al alba, saldrá de dudas.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

EN BLANCO Y NEGRO

El tictac asesino del reloj se clava inmisericorde en mis entrañas, haciendo de mí un angustioso crisol en el que se mezclan ahogo y desesperación. Cada segundo transcurrido es un nuevo golpe de martillo que no hace sino acercarme un poco más a esa hora que nunca termina de llegar. Todo mi cuerpo se encuentra adherido a una desagradable y olorosa capa de sudor que empapa las sábanas a medida que me giro sobre la cama en una nueva vuelta sin fin.

De algo sí que estoy seguro. No es la primera noche, ni tampoco será la última. Tras casi una semana de creciente agonía, este suplicio solo terminará el día en que mi mente encuentre algo de paz. Y eso está muy lejos de suceder. A cada nuevo pensamiento, mi miedo se realimenta y el negro cuervo que cada noche me acompaña a los pies de la cama, se hace un poco mayor. A estas alturas ya ha comenzado a adquirir dimensiones preocupantes.

De un salto abandono esta prisión rectangular que me mantiene atrapado y me dirijo al baño. Mis ojos inyectados en rojo apenas son capaces de asimilar la impactante sensación que experimento nada más encender la luz. Cuando por fin comienzo a recuperar la razón, me cuesta trabajo reconocer al ser decrépito y desvencijado que se refleja al otro lado. Mientras tanto, mi oscuro compañero sigue aquí, perenne, una noche tras otra. El cuervo. Mi cuervo. Un ser negro de mirada insondable y penetrante. En silencio, observando, juzgando. Permanezco inmóvil durante un instante y acto seguido empapo mi rostro con ambas manos, aplicando agua en abundancia. Como si de esa forma pudiese limpiar todo aquello que me niego a ver y asumir. Pero el córvido no se ha ido. Estoy empezando a pensar que es real.

Derrotado, me siento en el salón y enciendo un cigarrillo, intentando encontrar la calma en mitad del denso humo que inunda mis pulmones. Tratando de hallar en aquella pequeña ascua que sostengo entre mis dedos el calor y el consuelo perdidos, mientras aspiro una y otra vez hasta acabar dejando un nuevo cadáver incinerado en un cenicero ya rebosante.


Trato de leer. Pero mi cabeza es incapaz de hallar sentido a nada. Cada página es un conjunto amontonado de frases incoherentes, huérfanas de una historia que no consigue florecer en mi cabeza. Por más esfuerzo que hago, mis ojos no hacen otra cosa que deambular perdidos por el proceloso mar de páginas, sin un destino concreto.


De repente despierto sobresaltado. No sé cómo ni en qué momento he vuelto a acabar en la cama. Son las tres y media y la ansiedad continúa horadando mi estómago. El ácido me deshace por dentro y mi agitado cerebro es incapaz de distinguir si todo lo sucedido hasta ese momento ha sido realidad o tan solo fruto de mis pesadillas. Aquellas que surgen cuando el negro más profundo crece hasta ocupar toda la noche, engullendo cada pensamiento. En ese momento en el que distinguir sueño y realidad se convierte en una labor digna del más curtido equilibrista mental. En esa hora en la que el cuervo está ahí. Silencioso. Observante. Haciendo ostentación de sus alas. Rebosante de negra oscuridad.


Y de nuevo el ritual. El tictac machacón del reloj, los pensamientos que recorren cada rincón de mi mente a una velocidad desaforada. Todos mezclados, apelmazados, componiendo una realidad tan ficticia como creíble. Sé que solo están en mi cabeza. Pero es inútil. Tarde o temprano me atraparán de nuevo y se acabarán apoderando de mí.


Mientras me encuentro sumido en ese letargo, noto como en algún momento de la noche el reloj ha cesado su tortura. Y la luz se va abriendo paso. Por la ventana y por mis pensamientos. Un mar de sensaciones comienza a inundarme al sentir su cálido brazo rodeando mi cuerpo. Al notar el increíble tacto de cada una de sus curvas, de su desnudez rozando la mía. Al girarme y disfrutar del regalo de su preciosa sonrisa, a escasos centímetros de mí. Y después ese beso que me hace dudar de todo y que da paso de nuevo a la incertidumbre y al miedo. Al miedo de estar volviéndome loco. Al miedo de que la siguiente noche todo se repita de nuevo, como un tortuoso y macabro ritual orquestado por mi cerebro.


Permanezco un momento pensativo, sentado en el filo de cama, acompañado de la soledad de mis dudas. Luego me encierro en el baño. Y, sin pensarlo, vuelvo a tomar el cóctel de medicamentos que alguien me ha prescrito. Miro de nuevo al espejo. Por unos segundos, él sigue ahí. Me lanza una última mirada inquisidora y levanta el vuelo, acompañado de un graznido estremecedor que augura su vuelta.


Porque es algo que tengo asumido. Lo sé. Sé que tarde o temprano, el cuervo volverá.

YOLANDA PINA REY

El cuervo transformado en Ave fénix

Otro dia más amaneció entre tinieblas,sin ver más allá de sus sombras grises.

De repente, un ruido le sorprendió; provenia de la ventana de su habitación; al acercarse a ella observó que su invitado vestia plumas negras, brillantes y tenia un pico fuerte,curvado, con él estaba picando el cristal como si quisiera que le abriera para dejarle entrar.

Más le dijo al recién llegado:

– ¿ Qué haces aquí?, ¿vienes a robarme?

– ¡ Vete ,vete de aquí!, ¡ nadie te ha invitado!

El animal obedeció, se marchó dejando al joven sumido en su propia oscuridad.

Al día siguiente este animalito volvió, repitiendo el mismo ritual

– ¡tic,tic!,¡tic,tic!

Pero el chico volvió a echarlo, un poco más molesto que ayer.

Así sucesivamente este nuevo amiguito regresaba diariamente

-¡ tic,tic!,¡tic,tic!

– ¡ He dicho que te vayas!, ¿ por qué regresas aquí, explotó el joven.

De improviso, como por arte de magia,un viernes cualquiera de primavera, Adan decidió abrir la ventana y dejarlo entrar. El cuervo entró ,paro frente a él y se miraron fijamente durante un largo tiempo,observandose en silencio.

Como era de esperar esta corva repetio el mismo proceso hasta el cansancio, más no se rindió.

Ella decidió cambiar esa rutina para posarse en el hombro de Adan, el la miró con los ojos abiertos como platos,sin embargo,lejos de protestar,se lo tomó con calma. A cambio decidió llamarla Corbina.

Entre este par de amiguitos, había nacido un bonito sentimiento y su extraña relación había dado un paso más.

Gracias a esta curiosa amistad, nuestro protagonista abandonó la tristeza,apaciguo sus miedos internos.

De nuevo volvió a sonreir y comenzo a salir.

Se les veia continuamente juntos,,al lado el uno del otro.

Se le veia por fin feliz .

Adan aprendió que después de la tormenta venia la calma , que detrás de cada nube está el sol.

Además comprendió que Corbina no era un cuervo, al menos no uno cualquiera. Habia dejado de ser negra, para volverse blanca y dorada, como el Ave fenix, ese que me tendió una mano para encontrar mi propia luz y resurgir

ANGY DEL TORO

Donde las aves anidan.

Una familia aparentemente perfecta. Un padre modelo de hombre, que, entre pájaros y flores, le había enseñado a volar.

Todo empezó el día en que notó el cambio; sus pechos también florecieron, su cuerpo ya dibujaba la figura de una adolescente que opacaba el verdor de las praderas.

Un héroe militar se transformaba.

Lo veía diferente: su mirada ya no era protectora, sino penetrante y turbia.

Otro ser viviente se reflejaba tras la nobleza aparente.

El horror de la lujuria, disfrazado de cariño fraternal, contrastaba con la inocencia de la adolescente.

Estremecida por el dolor y la angustia, buscaba a aquel pájaro —que, enmudecido ante su tristeza— le servía de consuelo.

Su único testigo: él no mentía. Él no tocaba.

EFRAÍN DÍAZ

Al graduarme de derecho y convertirme en abogado, toda mi familia asistió a la ceremonia de juramentación. Como era el primer miembro en alcanzar semejante título, hicieron de aquello todo un evento. Todos fueron, menos mi abuelo.

Él se quedó en la finca. Su vida era la tierra y el campo. Nunca fue a la escuela, pero era un hombre sabio. Su sabiduría venía de la vida, de la calle y del surco.

Al terminar la ceremonia fui a verlo. Lo encontré en su vieja mecedora, mascando tabaco de rueda y con su copita de ron blanco al lado.

—¿Y qué, mijo? ¿Ya juramentó como abogao?

—Sí, abuelo. Ya puedo ejercer como abogado.

—Siempre detesté a los abogaos —dijo con calma—. Son pillos con licencia. No te roban a punta de pistola, sino con la pluma.

No pude más que reírme. Entonces, desde su mecedora, me contó la siguiente historia:

En este maldito pueblo olvidado por Dios y por los políticos, hubo un juez: el juez Polanco. Nadie sabía de dónde había salido. Un día simplemente llegó y se instaló en la corte. Desde entonces comenzó a impartir justicia, o lo que él entendía por justicia.

Era un hombre prepotente. Nos miraba por encima del hombro, como si la falta de estudios nos hiciera inferiores, y nos trataba como tales.

El caso es que cada vez que dictaba una sentencia injusta o dictada a su conveniencia, un cuervo negro aparecía en la ventana. Se posaba allí, inmóvil, mirándolo con ojos escrutadores, como advirtiéndole que había obrado mal.

Y fueron muchas las veces que ese cuervo negro se paró en la ventana, pues fueron muchas las sentencias torcidas que dictó el juez. La presencia del cuervo se volvió constante. Ya no solo lo esperaba en el tribunal, también lo seguía volando hasta su casa y hasta se le aparecía en sueños, recordándole una y otra vez sus faltas.

Un día, al salir de la corte, lo vio nuevamente en la ventana. Caminó hacia su carro y, de pronto, el cuervo se le lanzó encima, atacándolo a picotazos. El juez se defendió como pudo. Pero la gente que lo observaba no veía nada. Nunca vieron cuervos en la ventana, ni siguiéndolo, ni atacándolo.

Al final, el cuervo no existía. Era su conciencia. Y lo devoró hasta terminar sus días en un manicomio.

Mi abuelo me miró con gravedad y concluyó:

—Procura obrar bien como abogao, mijo. Que ningún cuervo tenga que recordarte tus errores, para que no termines como el juez.

CÉSAR TORO

En una fría mañana de invierno, un cuervo se pasea graznando alegremente sobre la húmeda hierba y husmea entre las vacas, en busca de una garrapata que sacie su apetito, antes que llegue el ordeñador y lo espante con sus gritos, para luego amenazarlo con una escopeta, que ya no dispara ni una salva.

Sus ancestros le enseñaron a alimentarse de esa manera, pero también se come las sobras de comida que doña Matilde esparce en el patio de la vieja casa.

Aún que, siempre le escucha decir a la matrona. “Pájaro de mal agüero”

La sequía asedia el campo, cada vez conseguir agua es más difícil, las fuentes de agua han escaseado, o han sido contaminadas, debe volar varios kilómetros para lograr beber un poco de agua limpia, casi todos se han ido o han muerto, no hay campesinos, ya no siembran maíz, así que, debe conformarse con las frutas maduras que nadie recoge. El árbol donde tenía su nido lo han talado, por lo que su nido ha desaparecido, tendrá que hacer otro para guarecerse cuando llegue el invierno.

Aún así, el cuervo no se queja, vuela, busca comida, se siente feliz, porque el campo es su casa y piensa para sí:

“Si Dios me puso aquí, aquí debo estar.”

Y por ahora no ha pensado en sacarle los ojos a nadie.

JUAN C VALTIERRA

El Cuervo de San Jacinto

Juan C. Valtierra.

El cuervo llegó con el viento norte, ese que trae presagios y huele a tierra de cementerio. Doña Refugio lo vio posarse en la cruz herrumbrosa de la iglesia un martes que no era martes, o tal vez sí, que el tiempo en San Jacinto no es como el tiempo de otros lados.

“Cuando el cuervo se para en cruz de santo, el diablo anda suelto”, murmuró la comadre Nieves, persignándose tres veces. “Y cuando grazna al amanecer, alguien va de viaje largo.”

El pájaro se quedó. Quieto como promesa. Negro como penitencia.

Esperó cinco años. O cinco días. O cinco siglos.

—–

Cuando Ireneo bajó del camión de línea —flaco, pálido, con ojos de haber visto demasiado mundo— el cuervo batió las alas una vez. Como saludo. Como reconocimiento.

“Ese animal te conoce”, dijo Chayo, el primo que nunca se fue a ningún lado. “Como si hubieran hecho trato en vida pasada.”

Desde entonces andan juntos. El cuervo camina cuando Ireneo camina, vuela cuando corre, se para donde él se para. En el pueblo ya no dicen “ahí va el hijo del maestro”. Dicen “ahí va el del cuervo”. Como si el pájaro fuera el dueño y el muchacho nomás el acompañante.

—–

Las tardes huelen a copal quemado y a mezcal derramado. Ireneo se sienta en el pretil donde antes jugaba con Esperanza, su hermana que se fue de tosferina cuando tenía siete años y ganas de volar.

El cuervo se posa a su lado. Sus ojos brillan como obsidiana recién pulida. Como cenotes que guardan secretos de antepasados.

“Los rusos escriben de la vida como si fuera enfermedad”, dice Ireneo, leyendo en voz alta las páginas que se trajo de la capital. “Dicen que aunque todo sea mentira, aunque Dios no exista, uno debe seguir viviendo.”

El cuervo inclina la cabeza. Entiende el ruso mejor que cualquier cristiano del pueblo.

“Pero también hay un gringo que escribió de ti, pájaro. Edgar Allan Poe. ¿Lo conoces?”

El cuervo grazna. Tres veces. Siempre tres, como las personas de la Trinidad.

—–

Doña Refugio muele el maíz cuando las campanas tocan al alba. El metate canta canciones tristes, de esas que saben las piedras viejas. Pero cuando el cuervo está cerca, no muele. “Ese animal me eriza la piel”, dice. “Tiene mirada de difunto que no se ha dado cuenta.”

Es cierto. El cuervo mira como miran los que ya se fueron pero siguen aquí. Con intención. Con memoria de cosas que no vivieron en esta vida.

Cuando Ireneo va al panteón, el cuervo se adelanta volando bajo, rozando las cruces de madera como contándolas. Se posa en la tumba de Esperanza y espera. Respetuoso. Como si la niña muerta fuera su patrona.

“¿La viste irse?”, le pregunta Ireneo. “¿La viste cuando le llegó su hora?”

El cuervo lo mira con esos ojos que son túneles. Que son puertas hacia el lado de allá.

—–

Una madrugada que olía a lluvia que no llegaba, Ireneo despierta. El cuervo está en el cuarto, posado en el baúl donde guarda los libros prohibidos. Nunca había entrado. Las puertas estaban cerradas.

“¿Qué quieres, hermano?”

El cuervo camina hasta el libro de Poe que Ireneo dejó abierto. Toca la página con el pico. Una vez. Como señalando.

Ireneo lee en voz baja: “Dime, cuervo del país del Nunca Jamás, ¿volveré a abrazar en la gloria a quien tanto amé?”

Y traduce al español que habla su corazón: “Dime, cuervo de la tierra que no existe, ¿volveré a ver a mi Esperanza?”

El cuervo grazna. Una vez nomás. Ronco. Definitivo.

Como diciendo: “Jamás.”

Como diciendo: “Ya mero.”

Como diciendo: “Ven conmigo.”

—–

Al otro día Ireneo no despierta. Doña Refugio lo halla en su petate, con sonrisa de quien por fin entendió el chiste que le contaron en sueños. El libro de Poe abierto en el pecho, como escapulario de palabras.

El cuervo está en la ventana. Inmóvil. Haciendo guardia hasta que llegue el doctor que va a decir lo que ya todos saben.

“Se le paró el corazón nomás”, dice don Abundio, el curandero que sabe de hierbas y de otras cosas. “Como si se lo hubieran llamado desde lejos.”

El cuervo grazna tres veces. Como despedida. Como oración en idioma que no enseñan en las escuelas.

Después vuela hacia el panteón, donde ya lo esperan.

—–

Lo enterraron junto a Esperanza, como él pidió una vez cuando todavía hablaba de cosas de este mundo. El cuervo no se movió de la cruz durante el novenario. Durante las misas que pagó doña Refugio con los pesos que había guardado para su mortaja.

Al décimo día, cuando ya los rezos se habían ido con el viento, el cuervo alzó el vuelo.

Voló hacia el norte. Hacia donde pasan los trenes que llevan muchachos a la capital. Hacia donde van los que leen demasiado y piensan demasiado y necesitan compañía para el viaje largo.

—–

Dicen en San Jacinto de los Remedios que el cuervo vuelve cada cinco años. Que busca jóvenes de ojos tristes y libros pesados. Que los acompaña hasta que aprenden a irse.

Dicen que cuando grazna tres veces al amanecer, alguien va a encontrar lo que andaba buscando sin saber qué era.

Dicen muchas cosas. Pero todos saben que los cuervos son la sombra de la muerte. Y que la muerte, a veces, tiene cara de hermana que espera en el otro lado del río.

El cuervo llegó con el viento norte. El cuervo se fue con el viento sur. El cuervo volverá cuando el viento sepa su nombre verdadero.

Y en San Jacinto de los Remedios, el viento siempre sabe.

EMILIANO HEREDIA

AL FINAL DEL CAMINO

La verdad, es que hace mucho frío esta mañana, para las fechas en las que estamos en éste mes de septiembre.

Debería sentir una ligera brisa, fresca, típica del final del verano de San Miguel, con los últimos higos miguelinos reposando en un suelo que empieza a tornarse ocre.

Pero, casi diría que es un frío de diciembre, seco, hosco, donde cada palabra sale de la boca con un velo, para casarse con el silencio helado.

¡hola!, mira lo que tenemos aquí.

¡pobre animal! Ven aquí, pobre cuervo, ¿Qué te ha pasado?, estás aterido, entumecido, a ver…que mire…no, no veo que tengas ninguna herida, por alguna pelea con una de las urracas de este parque, más bien pareciera que has caído del cielo, sin más.

En fin, ven conmigo, no veo justo ni humano dejarte aquí, en este lado del camino, donde cualquier chucho de los que merodean por aquí, o uno de esos gatos de la calle, te pudieran hacer daño.

Así, cobijado debajo de mi abrigo, estarás más caliente y seguro.

Vaya, amigo, estás helado, apenas siento que lata tu pequeño corazón. La verdad es que eres un ave muy hermosa, no sé porque la gente tiene tanta animadversión por los cuervos. Sí, ya sé toda la historiografía que os rodea, que, si sois siniestros, mensajeros de la muerte…etcétera…pero la verdad, hay animales bastante feos, y la gente se muere por hacerse un selfie en cuanto los ven en el zoo. Te estoy hablando, por ejemplo, de uno de esos cerdos con verrugas de África. Porque ya me dirás tú que tiene de bonita la cara de uno de esos cerdos, en fin.

La verdad, es que no sé por qué te estoy contando todo esto, si no me entiendes, pero hace tanto tiempo que no hablo con nadie…seguro que tú y yo, seremos buenos amigos.

Mira, ya hemos llegado a mi casa, no es gran cosa, ¿ves? Ahora estarás más caliente. Antes de irme a dar la vuelta de todas las mañanas, se enciende la calefacción con este programador de aquí, ¿lo ves?.

Espera, que te dejo un momento en la mesa de la cocina, encima de este trapo de cocina, y ahora vuelvo.

A ver donde lo tenía….!ah!, ¡aquí está!.

Mira, te voy a meter en esta vieja cuna de mi hija, de cuando era pequeña, no creo que a la muñeca que tenía dentro, le importe mucho dejártela….je, je, como si pudiera decir algo, es una muñeca al fin y al cabo, y mi hija…pues eso, como hace tantos años que no pasa por aquí, ni me coge el teléfono, ni me llama….pero ya sabes cómo es la vida. La pobre trabaja mucho, y no tiene tiempo para nada, no se lo hecho en cuenta.

Y ahora, ¿Qué te puedo dar de comer?. Te puedo sacar una pechuga de pollo , que es lo que coméis los cuervos, sois omnívoros, ¿no?.

-Gracias….-responde el cuervo, en un susurro, arropado con una mantita rosa, de paño, desde la cuna-

-¡que sorpresa!, ¡hablas!. Esto no me lo esperaba para nada. Tal vez, te has escapado de alguna casa.

-Galletas, gracias, me gustan las galletas-responde el cuervo, mirando fijamente al hombre con sus vítreos ojos color azabache-

-Si, si, ¿Cuáles te gustan mas?, tengo de chocolate, de naranja, las Fontaneda de toda la vida…

-Me da igual, y un vaso de leche caliente, por favor, también te lo agradecería-dice el cuervo, lanzando un suspiro de satisfacción-

-Toma, coge las que quieras

-Te lo agradezco mucho-le dice el cuervo, que ha salido de la cuna, y extiende las alas, sacudiéndose las gotas de escarcha adheridas a las plumas, que refulgen como centellas a la luz de la lámpara de la cocina-

-Perdona la indiscreción, pero observo que hablas perfectamente.

-Ya, perdona que no me haya presentado antes, me llamo Nuntius, y te estaba buscando. iba a tu casa, pero un pájaro de hierro, con cuatro alas me ha derribado y ha dejado tendido en el borde del camino, justo donde tú me has encontrado.

-Ah, vale, debe haberte tirado el dron de la policía municipal, lo sacan por la noche, por aquello de la vigilancia nocturna.

-¿un dron?, ¿Qué es eso?

-un aparato volador, con cuatro hélices, que tú has confundido con cuatro alas.

-¡ah!, un trasto volador de esos, ya me han dado algún susto que otro los dichosos aparatos voladores, con lo a gusto que estaba yo, por esos cielos antes de que los inventaran….. y ahora, los drones esos….en fin, paciencia-hace un gesto resignado, con la punta del ala llevada hacia los ojos cerrados-

-Pero, quisiera que me aclarases, porqué me estás buscando, que es lo que quieres de mí-

-verás, como mi propio nombre lo indica, soy un mensajero, tengo que llevarte hasta el final de tu camino.

-Me dejas bastante perplejo y confundido. ¿te refieres a……morir?.

-vosotros, sois bastante trágicos, ponéis nombres catastrofistas para cosas que no tienen nada de dramáticas-interviene el cuervo, comiendo con gula una galleta Fontaneda mojada en leche tibia-

-¡Pero vamos!, ¡no me iras a decir ahora que no tiene nada de trágico el morirse!-hago un ademan de disgusto, dejándome caer los brazos pesadamente sobre los muslos de las piernas-

-Se te muere el cuerpo, el envoltorio, como el de estas galletas, se queda vacío-

-pero, ¿y mi vida?

-¿Qué vida?

-la mía,

-¿éste tipo de vida?

-Mis hijos

-Que no quieren saber nada de ti

-mis amigos

-¿contados con los dedos?

-mi casa

-Que venderán tus hijos para repartirse el dinero

-Visto así….

-anda-se posa el cuervo en mi hombro-vamos, no tiene sentido dilatar más en el tiempo, éste momento.

-¿me puedo despedir de mis hijos por lo menos?

-te saldrá fuera de cobertura o comunicando. Lo que tu tienes que decirles, ya lo saben más que de sobra.

-¿la casa?-la miro con tristeza-después de todo lo que me costó y no me refiero a lo monetario, que también

-La venderán tus hijos si no es que la ocupa alguien antes, que está eso muy de moda.

-En fin, solo me gustaría pedirte un favor, a cambio del que te he hecho yo a ti.

-Tú dirás, y no me pidas que no te mueras, que te veo venir.

-no, no es eso, solo quisiera preguntarte si puedo elegir el sitio donde morirme, me hace ilusión.

-Si, claro, eso no es problema, tu has sido incluido dentro del grupo que puede elegir el sitio donde morirse

-¡ah!, ¿es que hay varios grupos?

-¡Bu!-responde el cuervo- tantos como formas de morirse hay, imagínate, los que mueren en guerras, en el váter, los suicidas….solo los afortunados como tú, eligen como morir..

-¿y porque he sido elegido yo, precisamente?- le pregunto al cuervo mientras salimos de la casa-

-Veras, no cierres la puerta, a ver si hay suerte y se mete alguien y se joden tus hijos, pues como te iba diciendo, ya que no has tenido una vida propia para ti, que la has dedicado entera para tus hijos, tu mujer, tu familia, amigos, lo menos que podías tener, era el derecho a morirte donde tu quisieras.

-Vaya, se agradece el detalle, anda, vamos-salimos de la casa-

-Pues tu dirás, donde quieres morirte-me dice el cuervo-

-Mira, en ese banco de ahí, junto al árbol, me trae muchos recuerdos-

-¿ves que bien estás?, ahí, como dormido, en el lado del banco-

-Si, la verdad es que he quedado bastante aparente. Bueno, una pregunta, ¿Por qué no ha venido la muerte en persona?

-¡Fiuuu!-responde exclamando el cuervo-la muerte ya no está para muchos trotes, está muy mayor la pobre y manda a mensajeros por todo el mundo, como yo. Pero no creas que solo somos los cuervos, cualquier animal, puede ser mensajero de la muerte, desde una rana hasta una llama, por ponerte un ejemplo

Un hombre y un cuervo sobre el hombro de éste, se alejan por el horizonte, hablando animosamente.

FIN

LUCINDA QUART

EL CUERVO Y EL LOBO

Dentro del carro, en el único espacio vacío e incómodo, rodeado de cosas incongruentes, un hombre pequeño se afana sobre una corta hilera de tarros de cristal.

Los rellena con una suerte de engrudo bilioso que huele a estiércol y eucalipto hervido; despacio, con mimo, arrojando la misma cantidad exacta de ungüento en cada tarro. Usa para ello un embudo de peltre, el ojo acostumbrado a las medidas y unas manos pequeñas y cuidadas, casi femeninas. Fuera se oye el repicar de la lluvia contra las maderas del carro y contra los arreos de la mula, un animal flaco de ojos estúpidos que permanece enyugado al carro, inmóvil bajo el aguacero, rumiando sin ambición ni esperanzas una rama de majuelo.

Si la mula mueve un músculo, los cascabeles que le adornan la cincha y la retranca repican como campanillas de boticario. Un sonido cristalino que le sirve al Buhonero para hacerse notar cuando entra en los pueblos miserables; en las plazas embarradas de las iglesias; a su paso por los caminos que atraviesan montes y cañadas por toda la Sierra de la Invernada.

Los días de feria la mercancía cuelga ostentosamente de las varas del carro: enaguas; muradanas guarnecidas de terciopelo; pañuelos; pucheros de cobre; refajos de paño grana; cestos con asas, garrotas y bieldos. Y en el epicentro de aquel reino abigarrado y colorido, sobre una repisa de madera bruñida, el Buhonero exhibe los frascos de cristal con su ungüento prodigioso para aliviar cualquier dolencia que pueda imaginar un cristiano, desde el reúma hasta los males propios de la melancolía.

A su reclamo de chamarilero acuden en su mayoría mujeres, atraídas por los paños bien expuestos y cuidados pero también por sus maneras dóciles y tiernas, su conversación pausada y su aspecto de hombre a medio hacer: entre afeminado, inofensivo y servil. La clase de hombre que no se enreda en pleitos de taberna, cartas o vino. Con manos pequeñas y pulcras, atentas a la caricia y el detalle, tan incapaz como distinto de la mayoría de los hombres a las que esas mujeres de aldea están acostumbradas. El Buhonero atiende a sus razones, escucha, sonríe, comprende. Si alguna de ellas precisa de cierta mercancía particular o difícil, él se ofrece a conseguirla sin cobrar más reales que los convenidos. Siempre dispuesto, algo callado, afable, el Buhonero se ha ido ganando un cierto aprecio entre las mujeres de la Sierra y una fama moderada de comerciante honesto. Y él ha sabido fomentar el engaño como un cazador paciente.

Desde la rama de un serbal, el Cuervo observa el carro con sus ojos inexpresivos y duros como cuentas de azabache. El Buhonero cree que es el mismo que lo sigue en su ruta desde hace días, manteniéndose a una distancia prudencial pero atento a cada uno de sus movimientos, como si el pájaro tuviera entendimiento o fuera capaz de conocerle las intenciones. A la vera del camino se quedan el hombre y el cuervo mirándose, los dos muy quietos, tan indiferentes a la lluvia como la mula silenciosa.

El Buhonero se pregunta si acaso el Cuervo lo sabe. Si no verá dentro de él aquello que nadie más puede ver: su auténtica naturaleza, la que se esconde tras el rostro infantil y las maneras suaves y la corta estatura. Se pregunta si quizá el Cuervo lo sigue desde hace días porque también en él se oculta otra identidad, otro propósito, el mismo terrible maleficio.

Se pregunta si las hechuras del Cuervo ocultan a un hombre; igual que su cuerpo de hombre a medio hacer, oculta a un lobo.

Cuando el pájaro extiende las alas y se aleja, entre graznidos que parecen más bien un santo y seña, el Buhonero sonríe. Pero es una sonrisa distinta a la que muestra a las mujeres en los días de feria. Una sonrisa que no tiene nada de servil, complaciente, tierna o afeminada. Es más parecida a una mueca cruel y desdeñosa; al gesto de una alimaña que ventea en el aire el olor de su presa.

Mientras sube con prisas al carro, calcula mentalmente cuánto sacará de su próxima víctima:

Seis o siete reales por la saya si es buena.

Tres reales por el pañuelo.

Cinco reales por la camisa y las enaguas.

Tal vez media docena de frascos de ungüento milagroso que él mismo elabora con la grasa extraída de los cuerpos y macerada después con flor de saúco, eucalipto, llantén menor y aceite de hipérico.

Con saña, el Buhonero azuza a la mula y el carro se adentra por el camino embarrado y estrecho que atraviesa la aliseda.

Hacia el sur…

Por donde resuenan los graznidos del Cuervo.

MANUELA CÁMARA

OJOS COMO PANTALLAS APAGADAS

“Bajo la mirada eterna de Poe, los presagios no envejecen”.

MCP.

Vivo en un apartamento con una gran terraza en el piso trece, incrustado en una colmena de cristal y cemento. Cada noche, mientras a mis pies la ciudad zumba con sus sirenas, pantallas y luces intermitentes, escucho un golpeteo en la ventana del salón. Al principio pensé que era el viento o un sonido propio del edificio. Un día descorrí las cortinas y creí ver un bulto oscuro cerca de la baranda y lo asocié a un dron perdido. Pero otra noche lo vi con nitidez: un cuervo solitario. Enorme. Posado sobre la barandilla: Saltó hasta el alfeizar de la ventana. Y golpeo con su pico el cristal como si quisiera entrar.

«No es posible. Estoy en un rascacielos. Ningún animal llega hasta aquí». Sin embargo, ahí estaba. Sus ojos, redondos, inmutables, como pantallas apagadas se fijaban en mí con una fijeza insoportable. Se marchó en cuanto tomé el teléfono para grabarlo. Desde entonces, vuelve cada noche.

Antes de que aparezca, comienzan a llegarme correos electrónicos sin remitente, solo con una frase: «Ya sabes», con imágenes adjuntas de mi propia ventana tomadas desde fuera, al aire. El cuervo aparece en todas.

«No hay cámaras en el balcón, ni nadie más en mi apartamento».

Anoche, el golpeteo fue más fuerte. Tuve miedo de que rompiera el cristal. La ciudad, abajo, estaba cubierta por una niebla que no debería existir a mediados de septiembre. Pero el cuervo se adentró en el salón sin romper el vidrio. Simplemente cruzó, como si las leyes físicas no le concernieran. Su sombra llenó la habitación mientras yo quedaba paralizada. Y me vi espejada en sus ojos de obsidiana que lanzaban reflejos de otros mundos. Me vi con otro cuerpo, no como soy ahora.

Me habló sin sonido, dentro de mi cráneo: «No es suficiente»

No recuerdo más. Solo que he despertado esta mañana agotada, con la pantalla del portátil encendida, llena de palabras que no reconozco pero llevan mi firma. El cuervo ya no está. Ha dejado la ventana abierta y la niebla permanece.

Sobre la mesa hay una pluma negra, tan pesada como el plomo.

Escribo sin cesar, no sé qué ni para quién. Siento que cada palabra es necesaria, como si estuviera cumpliendo un pacto. Y que mi asaltador espera invisible, sin irse jamás.

Sigo escribiendo. No puedo parar. Cada palabra es un golpe de ala en mi cabeza. Sé que cuando termine el último párrafo, vendrá por mí de nuevo.

MIentras, me habla sin sonido, dentro de mi cráneo: «Nevermore» «Nevermore» «Nevermore»

MCámara.

MARIANA DI PASCUA

EL CUERVO(tema el cuervo)

La ignorancia te acusa

de comer solo muerte

pero comes brotes y frutas

escondido en los árboles

si las águilas dejan

la muerta pudredumbre

tu comes lo que otros asesinan

eres símbolo que transmuta

el cansancio de vida

la confortable muerte

para quien la ha ganado

para quien la merece

sembrador de misterios

declaras tus cosechas

esa inteligencia tuya

a la que el hombre teme

el hombre razona y asesina

el cuervo razona no incrimina

vuela cerca del hombre

y lo atemoriza

siempre con alguna culpa

el hombre teme a la muerte

el hombre acusa de asesino

el hombre que ha creado tantas muertes

quiere salvarse

y te ruega

tu te vas volando

y aún así

el hombre te acusa de asesino.

BLANCA CERRUTI

CUERVOBLANCO

Eiche es un pequeño pueblo situado cerca de un bosque de robles poblado por corzos, ciervos, zorros y pequeños animales como ardillas, lirones… También es un buen lugar para las aves como búhos, cuervos, azores…Cerca del lindero del bosque discurre un riachuelo.

yerai es un muchacho que tiene la piel marcada por manchas irregulares, como si la luz y la sombra hubieran jugado a pintarlo.

Nadie sabe sobre su enfermedad y los chicos, advertidos quizá por sus padres, no se amigan con «el chico de las manchas». Yerai ha aprendido a no insistir, en el arroyo del bosque se entretiene con las ardillas a las que les ofrece bellotas que comen en su mano.

Esta tarde, cuando ha ido al riachuelo, refugiado junto a un tronco caído, ha encontrado un pájaro que no ha alzado el vuelo cuando se ha acercado a él. Lo ha cogido con cuidado y ha visto que tenía un ala rota. Pero lo que le ha sorprendido, porque ha reconocido que era un cuervo, es que era blanco. Él conoce bien a las aves del bosque y nunca ha visto un cuervo que no fuera negro como la noche.

Sin pensarlo, se ha hecho cargo del ave. Busca un lugar escondido y le prepara un nido con unas ramitas y hojarasca. Luego busca unas piedras en el arroyo para protegerlo. Lamenta que esté herido, sin embargo, también se siente feliz por poder ayudarlo. El pájaro se deja acariciar y eso le gusta.

Ahora Yerai tiene una misión: cuidar y proteger a Cuervoblanco, como va a llamarlo.

Han ido pasando los días. Esta tarde, ha examinado el ala del pájaro. Ya está curada. Le ha acariciado el lomo y lo ha echado a volar. El cuervo ha revoloteado sobre su cabeza y luego se ha internado en el bosque.

Yerai, lleva días sin ir al arroyo. Sabe que, no encontrar a Cuervoblanco, le va a poner triste porque se ha encariñado con el ave, pero piensa que las ardillas le echarán de menos y esta tarde va.

Cuando llega, se sienta junto al nido que le preparó al cuervo herido. Coge unas bellotas y enseguida llega una ardilla a comer en su mano; le hace gracia ver cómo «pelea» con la bellota hasta comérsela.

De pronto, oye un graznido; levanta la vista y…«¡Cuervoblanco!», grita feliz. El pájaro se posa en su hombro y Yerai salta de alegría; ahora sabe que el ave volverá cuando él vaya al bosque.

Así que, siempre que puede, se acerca al arroyo. Pero ya no va a esconder su soledad, sino a compartirla con un ave que, por ser diferente, tampoco es aceptada por los suyos; sin embargo, Yerai se da cuenta de que Cuervoblanco no vive arrinconado en un árbol, vuela libre por el bosque y se entiende con los animalillos que andan cerca del riechuelo.

Esta tarde, como tantas otras, ha estado por el arroyo con las ardillas y Cuervoblanco. Cuando ya se va a casa, le acaricia el lomo y lo echa a volar, pero el ave lo sigue hasta el lindero, luego, «se despide» con un graznido y un batir de alas y se vuelve al bosque perdiéndose entre los robles.

Yerai se encamina hacia el pueblo con un ánimo nuevo. Ya no se siente el chico raro al que no hay que acercarse, sino un muchacho diferente y piensa: «Yo también, como Cuervoblanco, sabré encontrar mi sitio entre los demás».

AXY LINDA

El cuervo

Tan blanco, tan negro; el mismo refleja azul.

En una tierra muy, muy cercana vivía una paloma tan blanca como la nieve, con destellos azulados en su plumaje. Todos la admiraban, pero siempre permanecía sola; su hermosura intimidaba y nadie se atrevía a acercarse. Eso la volvió tímida, y muchos la creían arrogante.

No lejos de ahí, un cuervo tan negro que brillaba con reflejos azules también vivía en soledad. Anhelaba ganarse la confianza de los demás, pero su actitud adusta y su manera de aletear, fuerte y nerviosa, provocaban temor.

Ambos soñaban con tener compañía. La paloma se creía fea por ser tan distinta, y el cuervo, orgulloso de su plumaje, pensaba que por envidia no le hablaban.

Un día, el cuervo se aventuró al poblado vecino. Allí escuchó a la paloma lamentarse de su destino, se le acercó y pidió le confiara sus penas. Ella, sorprendida de que no la mirara con recelo, confesó:

—Por mi fealdad nadie me quiere y disculpa, sin ánimo de ofender, cómo haces, para relacionarse con los demás, siendo tan feo como yo..

—¿Yo feo? —rió el cuervo—. ¿Tú fea? ¡Pero si eres bellísima! Hemos vivido engañados. Al pasar escuché comentarios sobre tu hermosura y que no hablas por creerte superior. Eso me hace pensar en mi propio caso: nunca indagué por qué no me aceptan.

—¿Cómo? —respondió ella—. He pasado lamentándome en vez de atreverme a preguntar.

Entonces, comprendieron que la soledad que los aislaba era un espejismo. La paloma sonrió y extendió sus alas; el cuervo también, y volaron, decididos a aprender a conocer y a ser conocidos, sin miedos ni prejuicios.

CARMEN BERJANO

Corría el verano de 1999 y asumí inconscientemente la tarea de acompañar a un grupo de 15-18 años en un viaje por Alemania, yo contaba con 23 años.

Era un viaje medioambiental y estuvimos aparte de haciendo muchas rutas, anillado murciélagos….

El monitor del grupo alemán era un personajazo. Cada vez que veíamos una rapaz y se la señalábamos nos decía: corvus corax, nombre científico del cuervo. Para el gañán todo eran cuervos, cuando entre mis chicos había gente que controlaba un montón y se descojonaban mucho.

Lo de corvus corax ya se quedó como coña. Veíamos un gorrión: corvus corax. Una gallina: corvus corax.

Fue el verano del corvus corax.

Y ya nunca olvidé el nombre científico del cuervo.

NILA J BOHÓRQUEZ

Cursaba el último semestre en la facultad de Sociología (Trabajo Social) y me asignaron realizar un estudio sobre el comportamiento de adultos mayores durante su permanencia en una residencia especial para ellos.

Me llamaba mucho la atención cada día que entraba al salón para dictar las charlas programadas, al escuchar a una residente decir «entre dientes» y en voz baja…»cría cuervos y te sacarán los ojos». Esa misma fase la escuchaba de labios de mi abuela, pero siendo una niña, no entendía su significado.

En el grupo que yo atendía en la residencia vivía doña Filomena (‘Filo’ como cariñosamente la llamaban)…y todos los días pronunciaba la misma frase sentenciosa y con cierta ironía.

Una tarde me acerq.ué a ella porque la sentí llorar, secándose las lágrimas con mucha discreción.

_ ¿Por qué esas lagrimitas, doña Filo?…¿Quién ha osado herir su corazón?

_Los malos recuerdos, mi niña linda, amargos recuerdos que hoy han invadido mi mente y alma atormentada por la soledad…

¡Ven!… siéntate a mi lado y escúchame…

Me casé muy joven con mi amado Fulgencio, pero no tuvimos la suerte de procrear nuestros propios hijos…

cuestión de la naturaleza o porque así lo quiso Dios. Y decidimos adoptar a un bebé que había quedado huérfano de ambos padres,

pues habían fallecido en un accidente aéreo. Nos robó el corazón y…comenzamos la «travesía» difícil de criar a un niño sin ser de nuestra propia sangre, pero eso no fue óbice para sentir la felicidad y alegría de criar a un hijo nacido desde el corazón, no de mi vientre.

Reconozco que fui, conjuntamente con Fulgencio, sobreprotectores.

Creíamos que habíamos actuado en la forma correcta, formándolo para el futuro, dándole estudios, posición social y todos los gustos que un joven desea disfrutar.

¡Nos sentíamos felices y orgullosos de nuestro Pedro Miguel, quien llegó a graduarse con todos los honores académicos, recibiendo el título universitario como ‘Oceanógrafo!

_¡Pero eso es una gran bendición y satisfacción para ustedes y regocijo y agradecimiento de parte de Pedro Miguel!…

_No fue así, mi niña linda…

Recibimos muchas decepciones.

Con el tiempo, mi esposo falleció, quedando yo en el infortunio, pues nuestra fortuna hecha con grandes sacrificios en la industria hotelera, pasó a manos de nuestro hijo, para su administración.

_¿Y qué sucedió después, doña Filo?

_La respuesta es esta (señalándose así misma con gesto de tristeza y dolor, sentada en su mecedora)…

Hoy, estoy sola…a merced de la caridad del prójimo, recluida en esta

«casa de reposo» para ancianos.

De esta triste realidad me quedó una gran lección que nunca olvidaré y esta frase la repito cada vez que se asoman a mi memoria esas escenas

de la vida, expresando en voz alta acompañada de «Soledad»…

¡Cría cuervos y te sacarán los ojos».

IVONNE CORONADO

El Cuervo

No podía creerlo. Mi hermana me dijo que había visto un cuervo atacando a otros pájaros. El cuervo para mí es un pájaro intrigante, inteligente, y desde que leí “El Cuervo” de Edgar Allan Poe, misterioso.

Al investigarlo, supe que Corvus Corax es su nombre científico y confirmé que es carnívoro. Ataca a los animales pequeños.

Es un ave que me inspira a dibujarla. Su plumaje negro azulado, su ojo avizor, su pico encorvado, tiene belleza.

Duermen en nosotros las leyendas, los poemas, las fábulas sobre los animales, incluso sobre algunas plantas. Les atribuimos sin cesar las características del ser humano, pero en realidad, los animales, si bien son crueles a veces, simplemente funcionan bajo el instinto, que les ayuda a sobrevivir en un ambiente que no es siempre amable.

Todo animal tiene sus propios desafíos. En la selva, el cazador es cazado, un drama que se juega cotidianamente, y casi siempre, sin que nadie pueda ser testigo. Hay quienes, por vivir cerca de la jungla, pueden capturar sabia y temerariamente, los momentos de ternura de una madre leona, de un chimpancé, al igual que la caza sin cuartel de un león a una banda de antílopes.

El cuervo sobrevive en un medio rural o urbano, come frutas, semillas, y alguno que otro animal, vivo o muerto. Cualquier oportunidad de darse un festín es buena. No tiene el cerebro de un hombre, solo el instinto de la supervivencia. Su color negro no lo designa como el mal encarnado, aunque abunde en las historias de brujas.

Mientras más sé de la maldad humana, menos dura encuentro la de los animales. El humano puede matar sin tener otro motivo que su codicia, su envidia, su ansia de poder. El animal, simplemente sobrevive.

El cuervo también sabe jugar. ¿No les admira? Es un animal social y un fiel amante de su pareja.

En la mitología nórdica había dos cuervos; simbolizaban “el pensamiento” y la “memoria”. Eran los que llevaban mensajes del mundo a Odín.

Las interpretaciones sobre este animal son múltiples, pero cuando lo recuerdo, casi siempre acuden a mi mente la frase de Edgar Allan Poe: “Dijo el cuervo —Nunca más”.

MAYTE SOCA

En lo alto de la colina envuelto en una espesa niebla se alza el castillo de las sombras.

Las paredes de piedras esculpidas por el inclemente tiempo y pintadas por manchas de musgo, le dan al viejo castillo un aire de misterio.

Sus afiliadas torres rozan el cielo y sus ennegrecidas ventanas ocultan los más oscuros secretos, que ningún mortal ha osado perturbar.

Se dice en el pueblo, aunque nadie lo había visto en muchos años, que en el castillo de las sombras estaba como único morador el príncipe Lucien Nebuleto, el último de una estirpe ya olvidada, cuyos miembros habían ido desapareciendo de uno en uno, como la luz de las velas que se consumen en una cripta.

Cada noche a las tres en punto de la madrugada “a la hora bruja“ se posa en la ventana más alta de una de las Torre, inmóvil cómo si esperase el fin de los tiempos, un cuervo de plumaje tan negro como la noche más oscura y ojos tan profundos como el abismo.

Cada vez que el graznido del cuervo desgarraba el silencio de la oscuridad, las campanas de la iglesia tañían sin ser tocadas por nadie, en ese momento alguien dejaba de existir.

Cuando el sonido recorría los callejones de piedra, la sangre de todos se helaba.

Los habitantes de Krovlágo cada noche se hacían la misma pregunta, con su corazón palpitante y lleno de terror.“¿Quién morirá está noche?” las madres tapaban los oídos de sus pequeños, los ancianos rezaban a santos ya olvidados y los perros aullaban a la nada.

Nadie hablaba del viejo castillo de las sombras, nadie se atrevía a mirar hacia la colina. Todos sabían, pero sin embargo todos callaban.

Hasta que una mañana llegó al pueblo un forastero. Bastián Mourne, un joven noble, llevado ahí por las leyendas escuchadas en los pueblos vecinos.

Sin miedos, sobreviviente de varias batallas, lector de libros prohibidos y coleccionista de cosas rotas.

Despreciaba la superstición y el misterio lo atraía, cómo la luz de la flama atrae a los insectos.

—Las bestias no traen la muerte — dijo arrogante y con aura de superación — son los hombres quienes la engendran.

Al anochecer montó su caballo y se dirigió colina arriba perdiéndose en la espesura de la bruma que envolvía al viejo castillo.

Las grandes puertas talladas con antiguos símbolos arcanos, se abrieron de par en par a su sola presencia, dejando que el curioso joven entrará, para cerrarse detrás de él en un suspiro, cómo si el lugar le diera la bienvenida.

El interior, un mausoleo de recuerdos y memorias de siglos pasados, con retratos decorando las paredes de piedra, el antiguo mobiliario de un gusto exquisito, lleno de polvo y telas de arañas y sobre la enorme chimenea un espejo agrietado por el tiempo, que no reflejaba nada.

La escalera de madera frente a él, lo invitaba a subir y cada paso que daba hacía crujir los escalones, como dando aviso del invitado.

Al llegar a la Torre, allí estaba :El cuervo, sobre un atril de hierro oxidado, lo observaba con una fijeza antinatural, frente al ave un antiguo espejo de marco labrado con extrañas y aterradoras figuras, talladas en el mismo infierno.

El cuervo no se reflejaba en él, el reflejo era el de un hermoso joven de cabellos largos y rizados, las ropas que vestía, eran las de un Príncipe de siglos pasados,

pálido y delgado como una sombra, con ojos marchitos y apagados por la eternidad.

, sin embargo él no estaba en la habitación.

—¿Quién eres? —preguntó Bastián — sintiendo como el frío de los muertos recorría y se apoderaba de su cuerpo, era una sensación desconocida para él, por primera vez sentía “miedo”.

El cuervo graznó y el espejo respondió.

— Soy la penitencia de quienes pactaron con el tiempo, la vida que prolonga la muerte y el eco de un alma rota.

La ventana se abrió de golpe y el viento apagó la vela dejando la habitación a oscuras, cuando la niebla se disipó dejando entrar la luz de la luna llena, Bastián ya no estaba.

Sólo el cuervo permanecía en el atril oxidado por el tiempo.

En la pared colgaba un nuevo espejo, el reflejo era el de Bastián golpeando desde adentro del espejo, en su rostro se dibujaba el horror.

Desde entonces “a la hora bruja” cuando la gente del pueblo contiene el aliento, para que la muerte no los descubra, el cuervo grazna dos veces y en krovlágo dos más mueren.

FRAN KMIL

El cuervo.

Se cuentan muchas historias y ninguna totalmente verdadera, aunque tienen parte de realidad.

Que era una bruja muy bella, aunque ella se definía como maga, que los soldados la rodearon, cuentan las versiones y es verdad, que no le dieron tiempo a escapar, ya no es tan cierto. Otras veces lo había hecho y nadie supo cómo, pero esa vez ella quiso mostrar sus poderes, por eso se dejó rodear.

Y cuando el capitán dijo” queda detenida en nombre de la ley” ella alzó sus brazos, se convirtió en ave y se fue volando ante los atónitos militares que ni siquiera atinaron a disparar.

—¡ Que fue en un cardenal!

Gritan algunos y agregan.

— Su vestido rojo se convirtió en plumas.

—No señor, un quetzal, que yo lo vi.

—Una gaviota que se fue hacia el mar.

No se ponen de acuerdo.

Cada cual vio lo que ella quiso que vieran y no la realidad.

Fue en un cuervo. No porque lo diga yo, sino, porque va acorde a su personalidad compleja, poderosa y contradictoria.

Ella, al igual que el cuervo, representaba la sabiduría, la transformación, la profecía y la conexión con lo oculto, aunque también se le asociaba con presagios, malos augurios y la muerte.

SILVIA GALLARDO

el vuelo del cuervo los gritos se desbordaron En el alma

y no hay gargantasdesgarradas que puedan romper el silencio que quedó tras la bruma de una tragedia, tras la nube de gas , que dió el zarpazo con sus garras de fuego en una apocalíptica visión.

Infierno envolviendo almas,sin darles tiempo de saber .¿quépasa? ¿qué pasa!?

el viento guardo las lágrimas que se atoraron en el corazón con la impotencia por no desviar el olor a muerte y desgracia.dede convertirlo en flores de sanación en las pieles desgarradas y el miedo insondable al dolor, Pero allí,fue el destino final de quienes habían cumplido la misión de su vida cotidiana, sin saber que ya no volverían al seno del hogar,que cobijó sus sueños y sus esperanzas, el techo que los protegía de las tempestades, los abrazos amorosos de la familia que día con día bendecian la salida de casa con la fe enorme de volver y sentir esa calidez. ¡ya no están!, yacen en los brazos de la eternidad sin haberse despedido, dejando un enorme hueco, y vacios que jamás podrán ser llenados, porque los ocupan las ausencias que dejaron heridas en el alma yen el corazón .

cada palabra duele y un torrente de lágrimas quedan atoradas en el pecho, quieren salir para romper los silencios que dejaron las existencias de seres amados que ahora se hospedan solo en el recuerdo, la tristeza, el dolor y la distancia,entre Luz y sombra y aquellos que luchan entre la vida y la muerte, sean cobija dos por las manos del creador.caminamos por la vida dejando huellas de esperanza, de proyectos, de amor y no percibimos nuestra fragilidad humana hasta que nos abraza el infortunio y esas huellas dibujadas en nuestro andar las calcina el destino para dejar espacios t heridas cuyas cicatrices son difíciles de sanar y otros pasos, otras huellas caminarán y borrarán los vestigios de las animas que dejaron alli sus sueños y sus esperanzas.el cuervo desplegó sus alas sobre ese ambiente de muerte y oscuridad .quedó dentro de nuestro pecho un corazón lastimado que grita de impotencia haciendo eco en sus paredes las voces dolidas en la pregunta sin respuesta¿¡por qué!? ¿por qué? nunca lo sabremos y la memoria siempre lastimada por las imágenes dantescas que laceran el alma y lágrimas atascadas en el pecho seran cicatrices eternas en la memoria colectiva, empática y solidaria que con impotencia viviò el dolor y el sufrimiento de sus semejantes.

SILVIA R.G.

UN ACUERDO AMISTOSO

Hace calor y, tumbada en su cama recibe la agradable brisa que entra por la ventana abierta ubicada a la izquierda del cabezal. Pero se la percibe inquieta mientras duerme; y es a causa de ese extraño viaje onírico que, desde hace ya unas cuantas noches, perturba su sueño.

La persiguen un grupo de hombres y mujeres, que intermitentemente aumentan y disminuyen en número; van vestidos de negro ecapuchados y envueltos en una larga y amplia capa; un antifaz cubre sus caras. Ella corre y corre, por un camino que atraviesa un bosque y que cada vez se estrecha más y más, hasta que pierde su forma y, ya sin camino, sigue corriendo, desorientada, dando giros entre los árboles de un bosque cada vez más espeso, mientras va oscureciendo..

Ha perdido de vista al grupo de hombres y mujeres de vestimenta negra. Ni los ve ni oye ya sus pasos, pero no se fía; «quizás se hayan escondido», piensa. No sabe por qué la persiguen.

De repente encuentra un lugar donde refugiarse. Es la entrada a un enorme tronco hueco de un enorme cedro. De repente, resbala precipitándose por un gran agujero que justo acaba de abrirse a sus pies y, asustada por esa impresión se despierta muy

sobresaltada..

Pero hoy le observan fijamente unos ojos redondos y negros que brillan en la oscuridad.

Como cada noche, ella, inmersa en su sueño, se introduce en el tronco del viejo cedro. Pero le sorprende agradablemente que no se abre ninguna rendija en el suelo. «Hoy es diferente», piensa.

Sobre su cabeza hay un túnel vertical donde un relieve del propio tronco marca peldaños en forma de escalera de caracol.

Comienza a trepar por ellos, utilizando sus brazos y manos para agarrarse durante su ascenso. Por arriba ve entrar la luz del sol. Sigue ascendiendo hasta salir al exterior; y se encuentra situada en el vértice entre dos grandes ramas. Algo más arriba, en otro vértice donde convergen otras dos ramas, divisa una especie de recipiente similar a un vaso, construido con múltiples pequeños trozos de ramitas entrelazadas entre ellas; y sobre el recipiente un cuervo (hembra) se mantiene aposentado. Está incubando sus huevos y ya queda poco para que nazcan los polluelos << no sabe porqué lo sabe pero lo sabe >>. Sobre otras ramas, y también en las del árbol contíguo, descansan varios cuervos más.

De repente comprende, observando bien su apariencia, que el grupo de hombres y mujeres cubiertos de negro que en su sueño cada noche le perseguían no eran tales, sinó la simbolización de unos cuervos dotados de una inteligencia en su capacidad de organizarse casi similar a la humana..

Le asombra comprobar que ella, sentada en el árbol, pasa desapercibida para los cuervos, como si fuese invisible. Y todos miran hacia una misma dirección, bajo el árbol; así que ella dirige también hacia allí su mirada.

Vé a una joven cogiendo bayas de los márgenes de un camino que se dibuja justo bajo el árbol; su aspecto le resulta familiar. Se acerca a mirarla de cerca como si sus ojos fuesen el zoom de una cámara…»¡Pero si soy yo hace unos seis años!» exclama al mismo tiempo que se cerciora del motivo de su persecución: «Interpretaron que yo les estaba robando parte del alimento para sus futuros polluelos y querían apartarme de ese lugar».

Cada mañana, al despertar, había recordado su sueño a partir de la persecución. Pero no lo que lo había causado.

De repente, un graznido con una resonancia como metálica, una especie de «toc-toc» de origen desconocido la despierta.

Mira hacia la ventana y se cruza con el brillo de esos ojos negros que, fijamente y con marcada insistencia la han estado observando.

El reflejo de la luna ilumina la silueta del ave de magnánimo aspecto y radiante plumaje negro.

«¿Eres uno de los cuervos de mi sueño?» le pregunta en voz alta sin saber con certeza si está ya despierta o todavía soñando. El cuervo dobla su cuello hacia abajo acercando al pecho su oscuro pico y aletea con suavidad, como respondiendo afirmativamente a su pregunta (interpreta ella).

Sigue mirando al cuervo , como irrevocablemente atraída por el magnetismo que hacia ella despierta y le sigue hablando

– Yo no quería robar la comida de vuestros polluelos; no sabía que en lo alto del árbol teníais vuestro nido; sólo quise comer algunas bayas.

Ese sueño repetitivo ¿me lo transmitías tú con tu presencia? ¿Has venido cada una de esas noches a mi ventana? ¿Hoy, por fín, te has decidido a clarificarme el porqué?

[Mientras, el cuervo la sigue mirando fijamente]

Tienes un gran potencial telepático.

¿Qué puedo hacer para que me perdones y seamos amigos?

– Ca – ca – hue – tes

<< emite el cuervo con su voz, que sonaba metálica aún imitando con gran acierto la voz humana>>

– Está bien. Cada anochecer dejaré en la repisa de la ventana un recipiente con cacahuetes para tí, si así vamos a ser amigos.

[El cuervo vuelve a batir sus alas, lanza otro graznido, gira y sale volando. Ella vuelve a dormir, ahora ya plácidamente abrazada a su almohada].

—————————

Cuando despertó no sabía muy bien qué era real ni qué era parte de un sueño; pero cumplió igualmente con su promesa de colocar cacahuetes en la repisa de su ventana cada anochecer; y cada mañana encontraba dentro del recipiente algún pequeño «tesoro»: una piedra brillante, o una moneda, un anillo…<< ¿de dónde lo habría sacado? ¿Se lo dejaba él? Era muy obvio, porque ¿quién más podría ser? >>

EL IDIOTA

El cuervo.

En el marco de la ventana abierta se posó un pájaro de plumas negras brillantes, de pico grande, también negro. Sus ojos negros se posaron sobre las tres personas en la sala. Emitió un fuerte y desagradable graznido y alzó vuelo hacia el tendido eléctrico donde otros tantos lo esperaban. Volvió a informar sobre la reciente misión de reconocimiento en el gran complot que estaban organizando contra la humanidad.

Hitchcock me sembró esa idea. Viene a mi cada vez que veo una bandada de pájaros.

—Es un cuervo.

Dijo Isabel y se persignó.

—Es portador de malos augurios, anuncia la muerte. Alguien va a morir.

Agregó en tono solemne.

Ella vio eso, Julio solo vio a un ave que fue a comer del plato de papitas fritas que estaba sobre la mesita cercana a la ventana. No lo hizo por temor a nosotros.

Isabel siempre fue muy supersticiosa, no se atrevía ni a pisar las rayas de la acera, ni a botar un pan.

Allá, en Cuba, esa trágica misión la tenían las lechuzas.

A mi un cuervo nada me decía.

No formó parte de mi realidad hasta que fui a vivir a Texas.

Tengo que acudir a otros para entender a un cuervo.

“Never more, never more” Decía el de Edgar Allan Poe, proclamando su pena de amor.

“Ha llegado el fin” graznaba S.T. desde su reino vacío mientras susurraba futuros apocalípticos a Kira Jane Buxton.

Sobre los cables eléctricos los cuervos esperaban la orden de “acción “ que debía dar Alfred Hitchcock para comenzar el rodaje de la escena.

—Es normal en esta fecha ver tantos cuervos juntos en Texas.

Aclaró el misterio Julio desde el sofá con la cerveza en la mano. Llevaba muchos años viviendo en Austin y estaba acostumbrado a la escena.

Los cuervos graznaron al unísono y alzaron vuelo.

Con rapidez inusual, me levanté y cerré la ventana de un tirón.

¿Me había contagiado con la superstición de Isabel? Dicen que quien con lobos anda a aullar aprende. Pero, más vale precaver que tener que lamentar, por si las moscas

MARÍA JESÚS GARNICA

Andaba sola por el andén de la carretera. Solo al tonto de de Luis se le podía ocurrir ir a las fiestas sin apenas gasolina.

Qué no tiene dinero dice el imbécil.

Enfadada cogió el andén, cuando se tranquilizó se dio cuenta que estaba en medio de la nada.

Sola no, unos pájaros la seguían.

Y se puso nerviosa. Algo no iba bien.

Sentía una voz en su cabeza.

Perdida se adentro en el campo.

Nunca salió.

LUISA VALERO

LE DARÉ TU CORAZÓN A LOS CUERVOS

En el lecho, yacía Juan Antonio, dopado por altas dosis de whisky y sin conciencia alguna. Mientras, Sandra, todavía desnuda, se impregnaba sus manos y cuerpo con sangre, al atesorar el órgano cardíaco de aquel en su regazo y llevarlo a la mesa del comedor; aquí realizaría el ritual satánico.

Ella depositó el corazón en el centro, en un tapete circular de color rojo. Luego sacó los alfileres de su caja, que previamente había escondido en un jarrón con flores secas, y los fue clavando con mucho resentimiento en la víscera, uno a continuación del otro… Escupía, a la vez, blasfemias al aire y recitaba oraciones en Latín. Al terminar, dijo: «Le daré tu corazón a los cuervos»…

*****

Al día siguiente caminaba veloz y embriagado por su soliloquio; intentaba cubrir el mayor ángulo de visión posible y giraba su cabeza de un lado a otro, buscando con desesperación a alguien. Su pálida cara sudaba.

En la «Plaza de la Cruz» se tropezó con una chica, vestida con ropa colorida, que estaba tocando un Ukelele y que por el impacto se le resbaló de las manos. Ella, enfadada, pero sin gritarle, le dijo que mirara por dónde iba. Él se agachó y del suelo recogió el instrumento musical.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó, algo hipnotizado, al tenerla frente a frente.

—Dulce, ¿y tú? —dijo ella.

—¡No quiero saber nada de nadie! Adiós —dijo en tono grotesco.

—¿Qué te han hecho?

—¿Cómo sabes que estoy mal? —preguntó dubitativo.

—Digamos… —Se quedó pensando qué podía contar y qué no—, que soy un poco empática.

«Si supiera que puedo comunicarme con los animales y sanar con mis manos, me tomaría por bruja», continuó hablando para sí misma.

—Ven —dijo Juan Antonio y la agarró de la mano, llevándola a la siguiente esquina, donde no había nadie, para poder conversar sin testigos.

—Mira, Dulce —susurró y levantó su camisa, señalando el centro de su pecho, donde había una caverna del tamaño del puño de una mano—, me robaron el corazón.

—¡No puede ser! Cuéntame… —dijo ella.

—Por eso deambulaba como loco: estaba buscando a mi amiga, bueno —hizo una pausa para coger aire porque se ahogaba—, ahora «enemiga», porque no acabamos muy bien que digamos.

»Mientras yo dormía profundamente, por los efectos del sexo y el whisky, me lo arrebató, —temblaba al contarlo—. Al día siguiente, encontré una nota suya que decía: «Tu corazón no sirve para nada, mejor se lo doy de alimento a los cuervos.».

Sorprendida por la historia revelada, Dulce le pidió a Juan Antonio que le diera más detalles y así poder ayudarlo. Pero este le contestó que su propio corazón era un auténtico desconocido; ni siquiera sabía de qué color era.

—No te preocupes. Cuento con dos amigos, en los que confío mucho, que nos pueden ayudar.

Cogieron un taxi que los llevó a las afueras del pueblo a una casa adosada. Se escuchaba música alegre e infantil. Allí estaba Lucía, la mejor amiga de Dulce, que muy concentrada estaba maquillando la cara de un pequeño de unos cinco años para que pareciera un gato.

Le presentó a Juan Antonio y le contó lo que sucedía al oído para que el niño no escuchara.

«Noo… Sii… Noo…» era lo único que se percibía de la comunicación semi silenciosa de ellas.

Mandaron al niño a que fuera a jugar «Al ratón y al gato» con los demás invitados.

—Sabes que la magia en este pueblo está prohibida; así que, debemos ser discretas con tus poderes. ¿Ya le preguntaste a las aves?

—Sí, pero todavía no tenemos ninguna pista. Pregunta a los niños de aquí.

La fiesta de cumpleaños terminó y Lucia le había preguntado a todo el público infantil , sin que los adultos se enteraran, si habían visto un corazón en alguna parte; no tenían respuestas afirmativas.

—Juan Antonio, ¿tienes alguna foto de la «Ladrona de corazones»? —preguntó Dulce con sarcasmo.

—Sí, aquí en el móvil tengo varias, se llama Sandra.

—¡Amiga, vamos a buscar ya el apoyo de Jean Pierre! —dijo Lucía, que estaba empezando a preocuparse, porque no sabía de cuánto tiempo disponían para conseguir el objetivo.

A Jean Pierre lo buscaron en «La taberna de todo el mundo». Le contaron lo que había sucedido, mostrándole la foto de Sandra. Aquel les pidió permiso para retirarse a preguntar entre sus conocidos.

Su amigo Carlos le contó a Jean Pierre que Sandra estuvo esa madrugada bebiendo de más en «La disco» y que flirteaba con él. Se la notaba nerviosa y se le cayó su bolso que no estaba bien cerrado; desperdigadas sus cosas por el suelo, la ayudó a recogerlas y le llamó la atención una caja de alfileres. Corría el rumor que Sandra hacía rituales de vudú.

Juan Antonio y sus tres nuevos amigos, se horrorizaron con la nueva información.

De repente, apareció volando una paloma que se le posó en el hombro a Dulce y le arrulló en el oído.

—Vamos chicos, urgentemente, ¡ya sé dónde está el corazón de Juan Antonio!

La paloma los guió y por suerte no tuvieron que ir muy lejos.

Fueron lo más rápido que pudieron. Cuando llegaron al campo de cultivo, se encontraron con un árbol Olivo y en una de sus ramas estaba el corazón de Juan Antonio, que era de color verde.

—Está lleno de alfileres —dijo Dulce y lo puso encima de su gorra para llevarlo junto a los demás.

—Lucí, tú que tienes mejor vista y mejor pulso, ¿le puedes sacar los alfileres?

—Juan Antonio, has tenido mucha suerte, si esa bruja no le hubiera clavado los alfileres a tu corazón, seguro que ya se lo habrían comido los cuervos —dijo Lucía suspirando.

Como si fuera una cirujana y con mucha atención, Lucia sacó todos los alfileres incrustados en el maltratado corazón. Después, Jean Pierre sacó una lata de cerveza de su mochila, la abrió y se acercó.

—¿Qué haces? —le preguntó Lucía, mientras lo empujaba al ver que ponía la lata encima del corazón y la quería girar para que cayera el líquido.

—¡Hay que desinfectar el corazón porque estará bien guarro! —contestó Jean Pierre haciendo un gesto de asco.

Dulce afirmó con su cabeza mirando a Lucía.

—¡Coño, encontramos el «corazón espinado» de la canción de Santana! —Sonrió Jean Pierre.

Este se puso a tararear la melodía de dicha canción mientras echaba la cerveza encima del corazón recién operado. Dulce también cantaba mientras movía su cuerpo al ritmo de la música.

—¡Qué chinchosos que sois! Y tu amiga, es que se mueve una hoja por el viento y ya estás bailando… ¡¿No veis que Juan Antonio se acaba de dormir?! «Seguro que eso es malo», pensó Lucía y empezó a abanicarse con la mano .

—Voy a sanar el corazón. Esas heridas tienen que desaparecer. —dijo Dulce y colocó sus manos encima.

Los agujeros se cerraron y se restauraron los latidos. Con mucho cuidado, ella lo introdujo dentro del pecho de Juan Antonio. Con la magia, el orificio desapareció; no quedó ninguna cicatriz.

Juan Antonio abrió los ojos y los miró dulcemente a los tres, que estaban con las pupilas muy abiertas y sudor en sus frentes.

—¡Chicos, sigo aquí, en este plano! —dijo Juan Antonio. Sus ojos estaban muy abiertos, empezaron a naufragar en lágrimas y él a sollozar sin control.

—¿Qué te pasa, tío? ¡No me asustes de nuevo! —dijo Jean Pierre muy serio y lo amenazó con su dedo índice.

—¡Estoy de Puta madre! Recuperé mi corazón. Esto es mejor que si me hubiera tocado “El Euromillones”. Quiero abrazaros, venid.

Todos se abalanzaron sobre él en un cálido abrazo grupal.

—¡Hay que celebrarlo! Vamos a «La taberna de todo el mundo» —dijo Juan Antonio.

Y mientras caminaban, cantaron, como si ya estuvieran «contentos» , la canción de «Corazón espinado»; los pájaros les hacían los coros.

Los camaradas movieron

sus cuerpos al compás de la melodía. Y cuando Juan Antonio hizo su propio baile sensual pero descoordinado, todos a la vez soltaron carcajadas que impregnaron de una rebosante alegría el lugar.

GRACE PELLS

Sé a que vienes.

El miedo, amigo se va con los años, y esos mismos fermentan melaza en mi cabeza. Hay un ron de la sabiduría que tomo todos los dias, desde que entendí algunos acertijos y necesité estar mas borracho que despierto.

Pensé que olvidarías.Tal vez no te conozco tanto; pequé de soberbio. ¡He pecado de tantas cosas!

Me crucé casi un mapa y sin embargo tu rencor camina y camina.

Las heridas no todas cierran, entiendo que malherido el dolor te hizo fuerte, pero era tu alma o la mía, y elegí desde mi razón (lógicamente nunca fue la tuya)

La querías…Pero antes fue mía.

Pague todos los años que determinó un jurado, y me vine aquí lejisimo, donde sopla el viento y le escucho la voz.

Sí Sí…esta muerta; pero ella me habla todavía.

Me dí cuenta que me encontraste cuando te vi sobrevolando el cerro, cuando de noche me vigilas desde el palo santo, burlón y quieto.

Estoy viejo pero ya no soy tonto. Tonto fuí cuando yo me iba y tú entrabas a mi casa.

Te disfrazas hoy con plumas negras retintas de odio, con el pico hostil como amenaza.

No quiero convencer, ni pedir perdón, si pudiera volvería a la tarde que se rieron de mí y me cortaría las manos. Pero hecho está y nada cambia.

La venganza es un buen remedio amigo.

Calma.

Lo único que yo anhelo, es el viento; golpea en la ventana y le abro para que me lama. No hay tortura mas grande que la mezcla de los recuerdos. Unos te elevan y otros te matan.

Por ahí entrarás una noche a sacarme los ojos.

Será la última cena. Y pagarás tu cuenta.

Cuervo amigo…

Después de tanto dolor, me encontrarás muerto.

Y la deuda, saldada.

FERNANDO LÓPEZ AGUILERA

Una tarde de verano.

Era una tarde de verano que ya se despedía para dar paso a una nueva estación. Un abuelo y su nieto salieron a caminar. Para el octogenario, aquel paseo formaba parte de la disciplina que le había permitido conservar una salud envidiable; para el muchacho, sin saberlo, se trataba de un regalo aún envuelto: una historia que resonaría en su memoria durante mucho tiempo.

Llevaban andados unos siete kilómetros cuando el nieto pidió un descanso. El calor todavía apretaba, y el abuelo señaló una encina centenaria que ofrecía sombra generosa. El anciano se sentó sobre una piedra; el muchacho, en cambio, se tumbó sobre la hierba fresca, dejando que aquel manto verde refrescara su cuerpo. Tras unos minutos de silencio, el joven rompió la quietud.

—Abuelo, ¿puedes creer una cosa?
—Dime, hijo.
—Hace más de diez años que no hablo de esto con nadie —dijo el muchacho, jugando con el césped entre sus dedos—. Aún temo a la oscuridad de la noche.

Antes de que el abuelo respondiera, alguien más pareció sumarse a la conversación. Un cuervo descendió y se posó en una rama. Sus ojos, anaranjados como brasas, se clavaron en la figura del anciano, como si también quisiera escuchar la respuesta.

—Qué bien nos viene la visita de este amigo —comentó el abuelo, mientras bebía un sorbo de agua y se preparaba para hablar.

—Es lógico que temas a la noche —dijo al fin—. En realidad, todos tememos a algo, aunque a veces ni siquiera lo reconozcamos como miedo. —Y, extendiendo un brazo, señaló al cuervo—. Mira, este animal encierra en su plumaje negro, como la oscura noche, muchos de los sueños que temes.

—No entiendo… ¿Qué tiene que ver el cuervo?
—Lo que temes no es la oscuridad en sí, sino lo que tu mente imagina que podría ocultar.

El abuelo guardó silencio para dejar que el muchacho asimilara la idea. Entonces, una nueva presencia se sumó a la escena: una paloma blanca se posó en otra rama de la encina.

—Mira allí arriba. Si tuvieras que asociar un ave con un sueño y otra con una pesadilla, ¿Qué dirías?
—El cuervo es la pesadilla y la paloma el sueño. Eso está claro.
—Eso solemos pensar todos. Pero dime: ¿no crees que, a veces, de la noche más oscura nacen los sueños más hermosos?

El anciano suspiró y bajó un poco la voz, como si compartiera un secreto.

—Cuando tuve tu edad, me tocó abandonar mi pueblo. La noche antes del viaje no pude dormir. Temía que todo saliera mal: dejar a mi familia, a mis amigos… Pero a pesar del miedo me fui. Y fue en esa ciudad desconocida donde conocí a una muchacha que llevaba puesta una camiseta negra con un cuervo dibujado.
—No me digas que esa muchacha era la abuela.
—Así es. Y gracias a aquel miedo que enfrenté pude cumplir mi mayor sueño: formar una familia.

El nieto sonrió. El abuelo también. Sobre la encina, el cuervo y la paloma parecían guardar silencio, como si fueran custodios de los secretos compartidos en aquel lugar.

© Fernando D. López Aguilera

CORAZÓN ESPINADO (Santana)

Esa mujer me está matando

Me ha espinado el corazón

Por más que trato de olvidarla

Mi alma no da razón

Mi corazón aplastado

Dolido y abandonado

A ver, a ver, tú sabes, dime, mi amor

Cuánto amor y qué dolor nos quedó

¡Ay, corazón espinado!

(¡Cómo duele, me duele, mamá!)

¡Ay, cómo me duele el amor!

Y cómo duele, cómo duele el corazón

Cuando uno es bien entregado

Pero no olvides, mujer, que algún día dirás

¡Ay, ay, ay! ¡Cómo me duele el amor!

¡Ay, corazón espinado!

(¡Cómo duele, me duele, mamá!)

¡Ay, cómo me duele el amor!

¡Ay, corazón espinado!

¡Ay, cómo me duele el amor!

Cómo me duele el olvido

Cómo duele el corazón

Cómo me duele el estar vivo

Sin tenerte a un lado, amor

Corazón espinado

Corazón espinado

Corazón espinado

Corazón espinado

(Corazón espinado)

(Corazón espinado)

(Corazón espinado)

(Corazón espinado)

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

Después de varios estudios y citas con el psiquiatra, me diagnósticaron bipolaridad, depresión y principios de esquizofrenia.

El médico les dice a mis padres que necesito un cuidado especializado, y que les recomienda que me lleven un tiempo a una institución psiquiátrica, en lo que logro estabilizarme.

Regresamos a casa y me dicen que no me llevarán a ninguna parte, que ellos me cuidarán y darán los medicamentos que me recetaron que estaré encerrada en mi recámara sin nada que me perturbe, ni pueda dañarme.

Ya había intentado en dos ocasiones suicidarme sin tener éxito, y tenían que lo volviera a intentar.

Yo no tenía opción, ellos siempre decidían en esa casa lo que si y lo que no se debe hacer.

Realmente no sé si esto funcionaría, me intrigaba el porqué había yo llegado a estos extremos de conducta, que es lo que pasaba en mi cabeza?.

No quiero seguir en esta casa, aquí sólo hay gritos, maltrato, no recuerdo que alguno de mis padres algún día me hubieran dicho alguna vez que me querían, nunca una caricia nada.

Me había sentído siempre sola ahora, con 17 años tenía que seguir soportándolos, quería morir si pero para alejarme de ellos, es preferible eso que seguir conviviendo con esos seres crueles tan ideáticos y obscuros.

Desde que tenia 10 años, había empezado a soñar despierta, quería crear otra realidad, que era feliz, que tenía mucho cariño, muchos amigos que no me faltaba nada. Pero

sé que sólo son sueños.

Vivía entre cosas superfluas que compraban mis padres, solo les imporraban las cosas materiales, y las apariencias; en fin creo que mis problemas de salud mental eran por todo lo que he vivido con ellos principalmente, siempre estaban ocupados con sus negocios, viajes etc.

¡Ahora ruedan muchas lágrimas de mis ojos¡ mi soledad se acrecentará ya que ellos han decidido encerrarme en casa. Me han quitado todo lo que consideran que me puede hacer daño…

Sólo dejaron un radio.

Tenía una sola amiga en la escuela, ahora ¿cómo podré comunicarme con ella para que me ayude?

No entienden que voy a enloquecer cada día más si me mantienen encerrada aquí…

Por muchos medicamentos que me den, ¿cómo van a aliviar los pesares de mi alma?.

A los dos días de estar encerrada aparece en la ventana «un cuervo», mis padres hace tiempo decían que son de mal agüero, que son muy inteligentes pero que cuando se acercan a una persona algo muy malo va a suceder, a mi ya no me podría pasar algo peor de lo que estoy viviendo.

Les pido me den libros, papel y plumas para poder escribir y entretenerme en algo.

El cuervo, regresa al día siguiente, quisiera que se quedara, así tendría a alguien conmigo podré platicar con él y no me sentiré tan sola.

Es una verdadera película de terror lo que me pasa, estoy desesperada lo que me queda de cordura la voy a perder si sigo aquí.

Mis padres al fin me llevan libros, cuadernos y pluma para que pueda entretenerme en algo.

Claro que lo primero que haré será describir la situación en la que me encuentro y si regresa el cuervo le pondré el mensaje en una pata, como si fuera una paloma mensajera esperando que alguien lo vea

Así lo hago mi cuervo vuelve cada día por comida y le pongo mi escrito en una pata deseando que alguien lo encuentre.

Pasan seis días esperando que alguien venga a rescatarme.

Una semana, dos, sigo poniendo mensajes y no hay respuesta.

Estoy tan cansada, les he pedido a mis papás que me dejen salir, y claro me dicen que todavía no termina el tratamiento.

Ya no puedo más, desde hoy tiraré la comida que me dan por la ventana, sólo dejaré algo para el cuervo,y hasta que pueda seguiré mandando mensajes…

Inicio mi huelga de hambre, mi cuervo aparece de nuevo come y se va llevando mi mensaje, ya pasaron cinco meses encerrada y tengo cuatro semanas sin comer, y tomando muy poca agua, me sentía muy débil, ya casi no podía moverme.

El «cuervo fiel» se lleva la última carta que escribo.

Al dia siguiente la muerte se apiada de mí.

Y ese mismo día tocan a la puerta unos policías preguntando por mi, mis padres desconcertados dicen que estoy descansando en mi recámara, ellos piden verme y cuando entran a la recámara encuentran a mi amigo el cuervo, juntos a mi, que por poco salva mi vida…

EVA AVIA

Llega el, final, cuervo

Toda historia tiene un final y esta no va a ser menos. En la última entrega (Cuando los ojos te saludan) Tarrem, después de tomar un refrigerio, se dirige a la comisaria con la firme decisión de quitarle la vida a Félix. Félix y Elisabeth están teniendo una conversación sobre los documentos y el teléfono móvil encontrados.

—¡Esta bien, como quieras! —Me levanto de mi asiento, hace un instante me he sentido intimidado por su mirada —. ¿¡Pero puedes explicarme porque tienes esas imágenes!? Imágenes que colocan a la sospechosa en sucesos que se remontan a mayo de 1999; o imágenes no publicadas del autobús alcanzado por un misil de la OTAN en la Operación Fuerzas Aliada; informes sobre los desaparecidos en Argentina y muchos otros sucesos relevantes a partir de ahí, y, ¡en todas aparece esa extraña mujer! ¿¡Puedes?! Es más, ¡explícame como esa mujer no ha envejecido ni un ápice! Porque me has confirmado con tu actitud a la defensiva que sabes algo y que no quieres contarme —Mientras esquivo una represalia del departamento, camino autoritario a su alrededor y señalo su cuerpo.

—No me creería si le cuento la verdad— No puedo contarle la verdad, eso está claro, ni tampoco que estuve en todos esos acontecimientos porque en todos ellos estaban implicados otros como yo.

—Ilumíname. Creo que ha estas alturas no me va a sorprender nada de lo que me cuentes —le digo con mirada firme. Las palabras que han salido por mi boca no me las creo ni yo. Mi cuerpo actúa por si solo, se apoya en la mesa a la espera de una respuesta que me convenza.

—Estaba comprobando su veracidad —Me alejo y desvío la mirada.

—¡Su veracidad! ¿¡Qué cojones me ocultas!? —Le doy un golpe a la mesa—. Porque los dos sabemos que aquí tenemos al mejor. Tu actitud esquiva —Señalo su cuerpo—, me demuestra que lo que me ocultas es muy importante para este caso. En mi equipo quiero a personas confiables, no a alguien como tú.

—Soy la mayor interesada en que el asesino pague por sus crímenes…

—No te creo. En vista de que no …

—Me resultáis tan aburridos —Con pasos lentos y aplaudiendo, interrumpo la conversación y la cara de panolis que se les queda a los dos es digno de visualizar en la gran pantalla.

—¡Qué haces aquí! —En un instante he sido descubierta por culpa del error del pasado al que he tenido que coger de la pechera y empotrar contra la pared.

—¡Tú! —Lo que me negaba a creer se ha revelado frente a mis ojos.

—¡Corre! —le digo al sargento, que, paralizado, me mira con asombro.

—¡Madre! —Me relamo los colmillos. La situación me pone muy cachondo. Me zafo y es ahora ella la que está en mi lugar.

—¡Suéltala! —Apuntando con la pista a ese…

—¡Te he dicho que corras! —Ha venido a por él. La furia se apodera de la serenidad que tanto he ansiado y se muestra ante el sargento, algo que no parece asombrarle demasiado.

Los disparos que le propino parecen no dañar en lo mas mínimo a esa bestia, la que no se detiene ante los golpes que Elisabeth, Elisabeth, ¡es ella! Patadas voladoras, golpes al más estilo kickboxing, destrucción de todo lo que nos rodea…, una lucha enfurecida entre dos seres… ¡Madre! ¿Le ha dicho madre? Las imágenes que antes he visto regresan a mi mente. ¡A eso se refería! Recargo la pistola y sigo disparando, cada vez mas cerca de él. La brutalidad que ejerce sobre ella la deja a su merced.

—¡Insecto! Ese juguetito —Al que detento y clavo mis puños en todo su careto—. ¡Ja, ja, ja! —Golpeándolo con más fuerza—. Lo sabía, tienes sus ojos —Si antes tenía ganas de matar a este insecto, ahora más todavía. Mis puños lo golpean una y otra vez, hasta que queda como trapo viejo.

—¿¡Qué has dicho!? —Mi cuerpo se niega a responder a las ordenes que le estoy dando. Algo me decía que Félix no era un simple mortal. Me levanto y lanzo por la ventana a Tarrem.

“Félix —Le toco con cuidado—, ¡no te duermas! ¡Por favor, reacciona! ¡Tienes que beber! —Muerdo mi muñeca y le obligo a ingerirla—. Te vas a poner bien.”

Tomo a Félix entre mis brazos y alzo el vuelo dirección al único lugar donde puedo protegerlo y donde sé que le van a ayudar en su cambio. Mi fuerza está mermada por la lucha y por la falta de ingesta de sangre humana.

—Madre, ocúpate de él —Depositándolo en una de las camas.

—¡Acaba con él! Hija, sé que no quieres —Ofreciéndome una bolsa de sangre—, pero no hay de otra.

Revitalizada por dentro y con mis pensamientos en lo que está por venir, voy a terminar con lo que nunca debió existir. Sabes, al final les he podido encontrar y voy a procurar no perderles jamás. Por cierto, Madre en realidad es mi mamá a la creí perder cuando era todavía demasiado inocente. Padre, la convirtió como hizo conmigo. Ella consiguió escapar de su red y, con el tiempo, formó una sociedad de seres extraordinarios que se hacen llamar Cuervo, pero eso, puede ser que algún día te lo cuente.

MARISA GARCÍA

– Se está acabando su tiempo, señora.

– ¿Tan pronto? Creí que todavía podría disfrutar un rato más de las instalaciones.

– Puedo acompañarla, si quiere, diez minutos más, ¿qué le gustaría disfrutar?

– Pues, no sé, bueno, … la sauna quizás, y acabo en la piscina fría.

– Estupendo.

– ¡¿va a entrar usted vestido de frac?!

– No se preocupe, estoy acostumbrado. En su debido momento me lo quitaré.

Un poco extrañada Mercedes entró en la sauna, total, a ella que más le da.

El tipo se sentó frente a ella, sobre la toalla blanca que cogió en la entrada. Ni siquiera se quitó el sombrero de copa que le ocultaba la cara.

Mercedes se sentó sobre el borde del banquillo, un poco encorvada la espalda y cargando su peso sobre los brazos, que apoyó muy pegados a sus piernas; la mirada baja. Levantó la mano izquierda para sostener el colgante que pendía sobre su pecho, lo agarró con fuerza y levantó, tímida, la mirada:

– Me lo regaló mi madre- le dijo -cuando acabé la carrera, y desde entonces va siempre conmigo.

– Debe de significar mucho para usted.

– Pues ya ve, sólo con tocarlo siento el calor de las personas que quiero, o quise, como mi madre, mi hijo…bueno, y más gente.

– Es curioso.

– Para mí es como un tesoro, ¡evoco tantas cosas bonitas con solo tocarlo!

El vapor de la sauna comenzaba a ser denso y Mercedes, somnolente, entornó los ojos al tiempo que el hombre se quitó el sombrero. Ella empezó a sentirse fatigada, y apoyó la espalda sobre el respaldo de la banqueta, dejó caer con dulzura la mano que sujetaba el colgante y apoyó sus brazos distendidos sobre la banqueta al tiempo que sus piernas se relajaron dejándose caer levemente hacia los lados.

Pudo ver como el hombre se quitaba la chaqueta y desplegaba unas alas negras.

– No me siento bien, acertó a decir ella bastante confusa.

Sintió una suave caricia de plumas en su rostro:

– No temas y déjate llevar, dijo el cuervo.

Cogió el colgante sin que ella pudiera más que balbucear:

– ¿qué haces?

– llevarlo con el resto de los tesoros de todos los que os marcháis.

Mercedes cerró definitivamente los ojos y del edificio salió volando un cuervo enorme con un colgante en el pico.

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

En la extensa e implacable soledad del desierto, Ernest caminaba sin rumbo. A su alrededor, solo la inmensidad ocre se extendía bajo un cielo de un azul hiriente, salpicado por el sol, transformando cada grano de arena en una pequeña brasa. La atmósfera era tan densa y ardiente que el aire vibraba, distorsionando el horizonte en un espejismo constante. El silencio era total, roto solo por el silbido del viento, un murmullo fantasma que parecía arrastrar las últimas esperanzas. Con apenas media cantimplora de reserva, sus pisadas, cada vez más pesadas, se hundían en la arena caliente. El sudor le surcaba la frente y los pómulos, salando sus labios partidos, mientras los rayos del sol acribillaban sin piedad su piel, ya curtida y enrojecida por días de exposición.

De pronto, un cuervo irrumpió en el silencio, trazando círculos lentos en el infinito del cielo desértico. La luz cegadora del sol, sin embargo, encandiló la mirada de Ernest, impidiéndole divisar el rumbo preciso del ave, esa posible señal de algún oasis en el espantoso, abrasador desierto.

«¡El cuervo, el cuervo es mi salvación!», balbuceó Ernest, la voz áspera por la deshidratación. «¿Dónde está?».

El cuervo, como si lo hubiera entendido, descendió en picada y revoloteó cerca de Ernest, mirándolo fijamente a los ojos. Una punzada de terror heló la sangre de Ernest: «¡Oh, santos cielos! Me viene a sacar los ojos.

El ave negra, de plumaje lustroso y ojos sagaces, ladeó la cabeza, y en su mirada no parecía haber malicia, sino una extraña mezcla de curiosidad.

Ernest, con el corazón latiendo bajo sus costillas, alzó una mano temblorosa, como queriendo ahuyentarlo, pero el cuervo no se movió. En cambio, emitió un graznido ronco, distinto a los gritos de carroñero que Ernest había oído en pesadillas. Luego, sin esperar, el ave extendió sus alas amplias y negras, y emprendió un vuelo bajo y serpenteante, dirigiéndose hacia un punto en el horizonte que Ernest no habría notado: una tenue mancha oscura apenas perceptible entre el fulgor del sol.

La duda carcomía a Ernest. ¿Era una trampa? ¿El camino hacia un nido de serpientes, o la última broma cruel de un desierto? Su cuerpo clamaba por rendirse, pero sus ojos, fijos en la silueta del cuervo, percibieron un destello, una promesa casi imperceptible. Era el brillo de un verde lejano, un susurro de vida en la vasta desolación.

Con un último aliento de determinación, Ernest reunió las pocas fuerzas que le quedaban. Cada paso era una agonía, un ruego. El cuervo, lejos, pareció esperarlo en el aire, girando una vez más antes de avanzar. No era una promesa de salvación fácil, sino una invitación a seguir luchando, a caminar un poco más. Quizás no era un oasis lo que le esperaba, sino solo el final de la tortura. Pero en ese momento, la esperanza que el cuervo le ofrecía era el único sorbo de agua que Ernest aún podía beber. Y con esa frágil fe, arrastró sus pies, susurrando el nombre del ave una y otra vez, hasta que la visión del verde se hizo más nítida, y el cuervo, con un último graznar desapareció.

¿Te gusta leer? ¿Quieres estar al tanto de las últimas novedades? Suscríbete y te escribiremos una vez al mes para enviarte en exclusiva: 

  • Un relato o capítulo independiente de uno de nuestros libros totalmente gratis (siempre textos que tenga valor por sí mismos, no un capítulo central de una novela).
  • Los 3 mejores relatos publicados para concurso en nuestro Grupo de Escritura Creativa, ya corregidos.
  • Recomendaciones de novedades literarias.

11 comentarios en «El cuervo – miniconcurso de relatos»

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.