El faro – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «página en blanco». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de enero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Tal vez era el faro el que iluminaba mis escritos en aquel mar de lágrimas, surcando triste y a la deriva las olas melancólicas de la vida que daban a parar a la orilla y se mojaban con la arena creando un desierto de incertezas. Ya no son míos, no lo son. Una vez que salen de la pluma son del lector. Un verso que sale por la garganta no es del poeta, es del receptor.

Y ahora que tras tanto y tanto navegar encontré la luz es cuando aprecio las almas que habitan en las miradas. Por fin se iluminan mis pensamientos y van a parar a un papel en el que conviven diversos sentimientos, a lo mejor y sólo a lo mejor: es lo que yo siento porque ya no le escribo al sufrimiento pues gracias a la escritura enterré ese tormento. Las lágrimas eternas en tinta navegaron hasta alcanzar en la intempesta la verdadera respuesta, pérfidas y díscolas ante los primeros rayos del alba se adentraron en la tormenta. En la quimera del destino no habrá que naufragar pues lo peor es no sentirse vivo en un mar en calma atajando el camino de la última luz de aquel faro que verán nuestros ojos, la cual quedará reflejada para siempre en nuestras almas.

SUSANA NÉRIDA

Se acercó, intentando ser el faro de un faro particular y diferente. Este era un faro para vulnerables, para discapacitados, para olvidados, para los ajados del dolor y la violencia.

Le dijo: lo que tienes que hacer es aprender y acallar sobre lo que escribes. Ves que hermosos somos así? Que lustrosos y qué bien nos erguimos?

Se quedó pensativo el faro, titineando un poco, hasta que se dio cuenta que su tintineo hacía barahundo de más de 50.000 personas que le seguían, tanto por tierra, mar o aire.

Así pues, inhaló, exhaló, y pensó para sí:

– Aún puedo mejorar y aprender a ser el mejor faro destartalado de todos, para llegar a lo más profundo de esas almas destartaladas que no encuentran consuelo en otros brazos. No seréperfecta, pero tengo mi esencia. ¡Qué pena que ese faro no lo hubiera valorado! Aunque siempre me están señalando por todo e ignorando por todo; mejor ahí no es. –

La luz titilaba al ritmo de un nuevo son. Más fuerte y seguro de sí mismo, mientras llegaban a su puerto todos los grandes luchadores de este paraje.

RAQUEL LÓPEZ

El faro yergue

bajo el majestuoso mar

cuando las olas arremeten,

contra la torre magistral.

Guia de los furtivos

luz de barcos y veleros

que esbozando el camino,

los llevas hacia buen puerto.

Sosiego de navegantes

cuando se enceguece el sendero,

luna de resplandores

brújula de los marineros.

Vigilante en noches solitarias

salvador del trágico naufragio,

acaricias el cielo con tu ráfaga

libràndome del Titán de los océanos.

BENEDICTO PALACIOS

Existían en la aldea dos objetos, entre otros muchos, que hacían del lugar un sitio especial: un ciprés y una farola. Del primero nadie hacía cuenta, ni los pájaros siquiera, por crecer cerca del camposanto, sí de la farola que por estar a las afueras gozaba de inmunidad y los muchachos no se atrevían a lanzarle piedras. La farola anunciaba además el nombre de la aldea.

Sonaron las doce en un reloj lejano cuando Nicolás empujó con la rodilla la puerta de su casa que acababa de candar. Prueba contrastada, la puerta estaba bien cerrada. Era la noche oscura y para romper aquella atmosfera cerrada, encendió un cigarrillo con un fosforo. Debió ser por el destello producido que un perro le ladrara, y también el ladrido le sonó lejano. Como las calles estaban embarrancadas, se alumbró con una linterna. Se había citado con Vicenta en las afueras del pueblo en la única esquina donde lucía aquella farola. Y caminaba inquieto por no saber si la encontraría apagada. Aquella esquina era el único lugar seguro donde ambos podían encontrarse sin nadie que cuchicheara, porque los dos habían pasado la treintena y formaban parte del clan de la soltería, una institución con raigambre en la aldea. Y las normas eran sagradas, nadie sin consentimiento de la mayoría debía abandonar el clan, donde todos, hombres y mujeres, tenían los mismos derechos por haber fracasado en el amor más de una vez.

Tres Vicenta. La primera a la misma puerta de la iglesia el día de su boda, porque el canalla del novio no se presentó, la segunda cuando se enamoró de un charlatán que llegaba tan borracho a la puerta de su casa que no era capaz de pronunciar dos verbos seguidos. Hubo un tercero, pero nada que contar, porque al verle a pleno día le pareció un banderillero, pues no hablaba sin hacer un pase de muleta y a ella los toros no le tiraban.

Dos Nicolás. Regentaba un comercio herencia de su padre, una tienda de telas que vendía al detall, y cuando crecía la demanda, sobre todo en las fiestas del patrón, montaba en una furgoneta y se dirigía a la ciudad, donde existían unos grandes almacenes, ocasión que aprovechó en cierta ocasión para comprar un anillo de pedida a Laura, que así se llamaba su amor de entonces.

Se arrodilló como era moda ya y se lo colocó en el dedo. Qué contento le entró a la novia. Pero un día que vio en la plaza una exposición de bisutería, lo cambió por una purrela de baratijas. Pazguata la llamó Nicolas y la mandó con viento fresco. La otra medio novia le duró el tiempo que tardó en descubrir que únicamente buscaba el regalo de las telas para sus vestidos.

Ambos llegaron al mismo tiempo a la esquina donde aquella noche lucía la farola, se abrazaron y antes de decirse cien te quiero, se preguntaron si alguien les había seguido.

—Mi madre ya dormía cuando cerré la puerta y el perro solo ladró una vez. ¿Y a ti?

—Nadie. Está solamente la noche para manta y edredón.

Era pánfila la luz de la farola, pero suficiente. Bajo sus destellos ella le entregó unos gemelos de plata charros y él una blusa de colores que le sentaría bien a su pelo rubio.

Se volvieron a abrazar, pero les acuciaban las prisas. Lo habían acordado y debían abandonar la aldea, formalizar la relación lejos de allí y venir comprometidos, algo así como una pareja de hecho, normas del clan.

Montaron esa misma noche en la furgoneta y se encaminaron carreta Ruta de Plata, dirección Sevilla. La seguirían hasta donde los llevara, hasta el mar, hasta la sombra de un faro, porque ambos habían echado tantas veces en falta la luz que deseaban que aquellos potentes faroles les deslumbraran.

Llegaron a la playa adormilados. Frente a ellos se elevaba hasta los cielos un faro majestuoso, y como acababa de salir el sol, la sombra de aquel gigante les cubría.

—¡Qué pequeños somos!

—Pero esta noche haremos algo grande.

—¿Más grande que este goliat?

—Más. Entraremos mar adentro hasta que el faro nos deslumbre. Nadie que yo sepa ha sido capaz de amar al otro arropado por su luz.

Se metieron en el mar y se fueron alejando de la playa, y cuanto más se alejaban, más lejos quedaba el faro y sus potentes focos no lograban deslumbrarlos. Nadie se hallaba más que ellos en medio del océano. Y se preguntaban para qué desperdiciar tanta luz y a quién alumbraría y no se imaginaban que ellos, como barco perdido, estaban a la deriva.

Un pescador los rescató cuando estaban medido ahogados.

Lloraron como náufragos abrazados en la orilla, y se juraron amor eterno e hizo el pescador a la vez de cura y alcalde.

—Poneos los anillos que os voy a dar la bendición

Fue una ceremonia bien solemne, con dos testigos de excepción: el faro y el mar. Y como no puede haber boda sin regalos, el pescador les entregó un pez de nueve kilos.

Agradecido, preguntó Nicolás si le había sido muy difícil pescarlo.

—No, porque se distrajo y deslumbró con la luz de faro.

También ellos alucinados y gloriosos retornaron a la aldea, reunieron al clan y encargaron a Adela que era una buena cocinera que preparase el pez. Antes del banquete tuvieron que contar.

—¿Cómo era de grande el faro?

—Hazte a la idea de que su sombra se perdía en el mar.

—¿Más alto entonces que la sombra del ciprés?

—Más.

DAVID MERLÁN

LA ÚLTIMA MONEDA. Resumen:

En San Pedro do Mar, un pequeño pueblo costero, una simple leyenda local despierta la curiosidad de Álvaro, un periodista que visita el lugar en sus últimos días de vacaciones. Todo comienza cuando escucha a Don Tomás, un anciano del pueblo, narrar a unos niños la inquietante historia de las ánimas de marineros perdidos en el naufragio de una noche de tormenta, hace décadas. Intrigado, Álvaro decide investigar tras la pista que le ofrece una señora y se encuentra con Ramiro, el único superviviente de aquel fatídico evento, un hombre atormentado y aislado por la culpa y el prejuicio implacable de sus vecinos.

Con cada conversación, Álvaro se sumerge más en el misterio, descubriendo que las leyendas no siempre son solo cuentos. Mientras la tormenta regresa y las ánimas parecen cobrar vida, Ramiro se enfrenta a su pasado en un intento de redimirse. Álvaro se convierte en testigo de un desenlace tan sobrenatural como emocional, donde los secretos del pueblo y el peso de la culpa se entremezclan en el umbral de lo terrenal.

Finalmente, Álvaro comprende que algunas historias no están destinadas a ser contadas y decide guardar silencio, honrando la memoria de un hombre que pagó el precio más alto por un error que nunca fue del todo suyo.

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EL FARO

El faro de San Pedro do Mar se alzaba discreto sobre los acantilados, vigilando el Atlántico como un humilde centinela. Álvaro había decidido regresar al pueblo tras un par de mes aguantándose las ganas, la incertidumbre, y sobre todo tras quemar días laborales del calendario hasta poder disfrutar de un nuevo periodo vacacional. Desde la muerte de Ramiro Calderón, no había podido quitarse de la cabeza la historia del naufragio, de las ánimas y de lo que sus ojos habían sido testigos priveligiados. Tampoco, tenía que ser sincero consigo mismo, la mención de la «carga valiosa». Había intentado dejarlo atrás, pero los sueños lo habían acosado con imágenes del faro envuelto en niebla, y una voz susurrante que repetía un nombre: «El Percebeiro», el barco que se había hundido hacía cuarenta años.

Decidido a cerrar ese capítulo, Álvaro llegó al pueblo al atardecer. Tras tomarse un reconstituyente café con leche cargado en la plaza del pueblo y recordar las vivencias de su visita anterior, se dirigió al faro. Llegó al anochecer, cuando la luz parpadeante empezaba a abrirse paso entre la oscuridad y la creciente niebla. El viento silbaba entre las piedras, y el mar rugía con furia contra las rocas. Había investigado lo suficiente para saber que el faro había sido automatizado hacía décadas, tras los rumores que decían que su último farero había desaparecido sin dejar rastro… en la misma época del naufragio del «El Percebeiro».

Una vez delante de la desvencijada puerta, se aseguró de que nadie lo observaba. Forzó ligeramente la media docena de tablas que obstruían toscamente la puerta y entró.

«Estará automatizado pero tiene una clara falta de mantenimiento» pensó una vez en su interior. La estructura estaba desierta, pero intacta, como si el tiempo se hubiera detenido. En el centro, una escalera de caracol conducía a la linterna que lo esperaba en lo más alto de aquella estructura. Álvaro subió y alcanzó la cima unos minutos más tarde. Tomó aire y se repuso del esfuerzo. Estaba claro que estaba bajo de forma. Agachado de pié y con las manos sobre las rodillas, echó un vistazo a su alrededor. Allí, sobre el suelo de madera desgastada, llamó su atención algo que no esperaba encontrar, y menos después de tanto tiempo abandonado: una pequeña caja metálica, cerrada con un candado oxidado.

«¿La carga valiosa?» pensó. No podía ser tan fácil.

De todas formas, su corazón latía con fuerza. ¿Qué hacía aquello en el faro? ¿Formaba parte del naufragio? Se agachó para examinarla, pero antes de que pudiera tocarla, una ráfaga de viento abrió de golpe las ventanas, y la linterna se encendió por sí sola, iluminando el mar con su haz de luz. Álvaro retrocedió asustado. Fue entonces cuando vio algo que lo dejó helado.

En el reflejo del cristal, nueve figuras lo observaban. Casi al borde de un ataque al corazón se giró para afrontarlos mejor. Después de lo que había presenciado un par de meses antes en compañía de Ramiro en las rocas cercanas, entendía que peor no podía ser. Allí, de frente a él observándolo con detenimiento se encotraban los mismos espectros que había visto en la cala, con sus ojos vacíos y rostros deformados. Pero esta vez no venían hacia él. Señalaban la caja.

—¿Esto es lo que buscáis? —susurró Álvaro, sintiendo que su voz temblaba.

Los espectros no respondieron. Solo se limitaban a señalar, inmóviles como si fueran estatuas congeladas. Álvaro se armó de valor, suspiró profundamente y les hizo un gesto inequívoco para que supieran que accedía a sus pretensiones. Sacó una navaja que llevaba consigo, forzó el candado y abrió la caja. Dentro, encontró un pequeño pañuelo rojo doblado que solo dejaba entrever un símbolo blanco, una libreta y una pequeña cantidad de monedas de oro, brillando bajo la luz de la linterna. Extrajo la libreta y el pañuelo que este al tirar de él, dejo ver sin género de dudas su estampado y dibujo. Una esvástica blanca recortada sobre fondo rojo ya descolorido por el paso del tiempo y la humedad. Se la mostró a los espectros pero ellos ni se inmutaron. Recuperado en parte, asistió a lo que realmente lo dejó perplejo: una carta escrita con una caligrafía temblorosa que reconoció al instante: la de Ramiro Calderón.

La carta decía:

«A quien encuentre esto:

No soy un hombre sin culpa, pero tampoco soy el único responsable de todo lo que sucedió aquella noche. Estas monedas no son un tesoro. Son una deuda que nunca debí aceptar. El Percebeiro no naufragó por accidente; El resto de mis compañeros y yo fuimos traicionados por el trato que hice con el farero. Él prometió salvarnos a cambio de esto. Pero cuando la tormenta llegó, nos dejó abandonados a nuestra suerte. Ahora, sus almas vagan porque nunca entregué el pago completo, y tampoco el contenido de esta caja. Si lees esto, coloca las monedas en el receptáculo de la linterna y enciende el faro una última vez. Tal vez entonces encuentren la paz que tanto ansían.

Atentamente,

Ramiro Calderón.

Álvaro sintió un nudo en el estómago. Las monedas no eran simples objetos de valor; eran el precio de una traición. La libreta contenia información valiosísima para el devenir de la segunda guerra mundial. En ella se detallaban páginas y páginas con todo tipo de nombres, (espías y agentes dobles seguramente), y datos de cargas y buques.También con total probabilidad, las fechas y destinos precisos de a donde se dirigirian para poner el resto de los objetos valiosos a buen recaudo: oro, joyas, obras de arte, etc.

Ramiro había cargado con la culpa de un pacto roto, mientras él verdadero culpable, el farero que los había traicionado, había desaparecido sin rastro, pero sin su ansiado botín: la caja.

—Ahora lo entiendo. Es por eso que vuelven cada año… —murmuró Álvaro. —Ramiro se llevó la caja consigo y en algún momento de estos casos cuarenta años, la trajo aquí. Quiero pensar que entendió que era el lugar más apropiado. Al fin y al cabo, quien la buscaría en aquel lugar.

Sin perder tiempo, tomó las monedas y las colocó en un pequeño receptáculo junto a la linterna, tal como indicaba la carta. Encendió la lámpara, y la luz volvió a girar sobre el océano. En ese instante, los espectros se desvanecieron delante de sus ojos y todo quedó en calma por unos segundos. Pero entonces, un rugido ensordecedor, un silvido agudísimo se alzó desde el mar. Álvaro miró por la ventana y vio algo que nunca olvidaría.

La luz del faro apenas lograba atravesar la espesa niebla, pero Álvaro se mantuvo firme en su lugar, observando la creciente perturbación en el agua. Fue entonces cuando las olas rompieron contra el casco de un barco que emergía lentamente de la penumbra. Era un pesquero de madera, con su nombre grabado en blanco desvaído de sus amuras de babor y estribor » El Percebeiro». El óxido cubría las partes metálicas y las redes colgaban inertes, empapadas y desgastadas, como si hubieran pasado décadas bajo el agua.

Álvaro contuvo el aliento al reconocer algo más que el barco: entre las figuras espectrales que se movían sobre la cubierta, distinguió a uno de los marineros. Era Ramiro. Su silueta translúcida lo observaba desde el centro del grupo, su rostro le esbozaba una sonrisa cómplice. Llevaba la misma chaqueta que el periodista recordaba de su última conversación, pero ahora parecía flotar como una sombra más.

Quiso gritar su nombre, pero las palabras se le atragantaron. El rugir del viento sobre su cara le ahogaba toda palabra que pretendía emitir de su garganta. Entonces, Ramiro alzó la mano y señaló hacia la orilla, donde un pequeño cofre ennegrecido yacía entre las rocas. El periodista siguió su mirada y sintió cómo una oleada de escalofríos le recorría el cuerpo. Sabía lo que era, aunque apenas podía creerlo.

La voz de Ramiro resonó en su mente, como un eco arrastrado por las olas:

—Ese cofre… es el origen de nuestra condena. Oro nazi. Nunca debió estar a bordo.—dijo al tiempo que El Percebeiro encayaba en las rocas y los espectros bajaban a la arena en dirección al cofre.

El periodista miró incrédulo al espectro desde la distancia. Ramiro, aún a bordo, continuó:

—El Percebeiro no llevaba solo pescado. Esa caja, la ñs notas de esa libreta, y el oro saqueado de vidas inocentes, maldijo el barco y a todos nosotros. Cuando llegó la tormenta, algunos quisieron conservarlo. Otros, como yo, intentamos detenerlo. Pero nadie salió vivo de esa traición.

Álvaro retrocedió un paso, asimilando lo que acababa de escuchar. Ahora entendía. Aquel barco fantasma que tenía ante sus ojos no era solo un espectro atrapado entre mundos; era un símbolo del precio de la codicia y la traición.

Ramiro señaló al faro, cuya luz titilaba de manera errática y sin sentido y Álvaro volvió a oír alto y claro en su interior:

—El faro nunca fue solo para guiar a los vivos, Álvaro. También protege a los muertos de un olvido peor. Pero mientras ese oro exista, nosotros nunca descansaremos—y bajando del pesquero, se unió a sus compañeros en la cala.

Las palabras golpearon al periodista con fuerza, pero antes de que pudiera reaccionar, el cofre pareció abrirse por sí solo. En su interior, un alijo de monedas, lingotes y joyas marcadas con la esvástica brillaba con un fulgor antinatural.

Los espectros en el barco se movieron con ansias, rodeando el cofre como si fueran atraídos por su maldición.

Ramiro, se giró una vez más hacia el faro en dirección al joven periodista y habló una última vez:

—Gracias por volver, Álvaro. Pero queda una cosa por hacer: devolver el oro al mar. Que el abismo lo trague. Solo entonces estaremos en paz. Pero tranquilo, eso corre por nuestra cuenta.

Antes de que pudiera responder, las figuras espectrales comenzaron a retroceder, llevándose el cofre hacia el barco. Cuando el último lingote desapareció, «El Percebeiro» empezó a alejarse lentamente, arrastrado por una corriente invisible.

Ramiro, de nuevo a bordo observaba a Álvaro desde la popa al tiempo que alzando la mano en un gesto de despedida, su silueta se desdibujába junto con las de las otras almas condenadas.

La noche quedó en silencio, con el rumor de las olas como único testigo. Álvaro permaneció inmóvil, aferrado con fuerza con ambas manos a la barandilla oxidada del exterior de la linterna del faro mirando el lugar donde el barco había desaparecido hacia escasos segundos. Por un momento, pensó que el faro había cesado su función, pero entonces su luz volvió a girar, iluminando el horizonte con una calma inquietante.

En el aire, apenas audible, la voz de Ramiro pareció flotar de nuevo una vez más:

—Que el faro nunca se apague.

Antes de marcharse, Álvaro miró una última vez el faro y juró no contar jamás lo que había sucedido allí. Era un secreto entre él, nuevamente Ramiro y el resto de los muertos. Al fin y al cabo, como había dicho aquella señora en los soportales de la plaza mientras desgranaba mazorcas de maiz “No todos los secretos merecen ser descubiertos.”

FIN

ANA MARÍA BA

Me veo tan negro

entre tantas olas.

No hay esperanzas

-esperanzas desiertas-

que me inyectan mis venas

con su esencia negra,

me pierdo en el mar

y no entiendo nada.

Quisiera solo tiempo,

segundos y minutos,

para alimentar mi alma

-malhar de esencias-

que trasmutan mi vida

… aquella ente humana.

Pero tú, dulce faro,

¿dónde estás?

Mi alma se doblega,

ya no tengo salida,

el negro del alma me atormenta

¿Estás, tú, aquí?

¿Quieres salvarme?

Y pienso igualmente

que el tiempo se escure,

mis venas se hinchan,

mi alma se apaga…

¿Estás, tú, aquí?

mi dulce, faro…

ARMANDO BARCELONA

TATUAJE

Ya se ilumina el faro, Merceditas; nuestro faro. La de atardeceres veraniegos que hemos disfrutado juntos, saboreando un dry martini en la terraza del espigón mientras veíamos caer su beso de plata sobre los veleros, como dice la copla. ¿Te acuerdas?

Lo que te gustaba a ti, la Piquer, y por encima de todas sus canciones, Tatuaje: «Era hermoso y rubio como la cerveza / el pecho tatuado con un corazón / en su voz amarga, había la tristeza / doliente y cansada del acordeón». ¡Qué tiempos, amor mío, cómo te echo de menos! Ahora solo me quedan estos ratos que paso hablando solo, contigo, aquí, en el cementerio, sentado a tu arrimo, viendo cómo acude el mar a la bocana del puerto, atraído por el guiño insinuante de esa linterna cómplice.

¿Sabes?, ayer murió Hans. También era rubio como la cerveza; es lo que tienen los alemanes, eso y una predisposición genética a la flatulencia, dicen que derivada del excesivo consumo de birras y chucrut. Más que buen vecino, siempre fue un amigo, casi un hermano, tan cordial y atento. A ti te quería un montón.

Angelines, su mujer, está destrozada, pobre; ha perdido la razón, desvaría. Fíjate cuánto, que al darle el pésame me cogió de las manos muy fuerte y mirándome a los ojos con tristeza me dijo: «¡Un santo, Benito, has sido un santo! Pero tranquilo, hace años que ya no se le ponía dura». Sin sentido, Merceditas, sin sentido.

Sí, ya lo sé, nunca te hizo gracia Angelines. Te empeñaste en que me tiraba los tejos y yo le hacía caso; una tontuna que se te metió en la cabeza. ¿De dónde iba a sacar yo tiempo para amoríos perversos, si me pasaba la vida en la carretera con el camión? Me iba tranquilo gracias a ellos, que te hacían compañía. La de veces que, a la vuelta, encontraba a Hans en nuestra casa arreglando alguna gotera; porque mira que nos dio problemas la puñetera casita en aquellos tiempos. Siempre se jodía alguna cosa justo cuando yo no estaba, hasta la cama se te vino abajo un día, qué risa. Nunca entendí cómo pasó aquello, porque era robusta, aguantaba buenos meneos, lo sabes bien, y aquella noche dormías sola, yo estaba de viaje. En fin, menos mal que era un manitas y la dejó como nueva. Te adoraba, Merche, el jodido kartoffeln. Igual que a una hermana.

¡Ay, el faro! Aquí está de nuevo, sincopando recuerdos con su destello.

A veces se pasaba un poco, todo hay que decirlo, como cuando al volver de Soria, me lo encontré despatarrado en nuestro sofá, en calzoncillos y pimplándose un buen vaso de aquel güisqui caro, que yo guardaba para las ocasiones. Se lo perdoné porque me dijiste que había pasado a arreglarte, no sé qué de unas humedades, y al ser verano, pues el hombre iba fresquito; los dos, que tú también andabas ligerita de ropa, corazón. Nos teníamos mucha confianza, ¿verdad, amor?

¿Qué habrá querido decir Angelines con eso de que ya no se le ponía dura? La verdad es que me ha dejado un poco mosca. Lo mismo me pasó aquella vez, a la vuelta de un porte que resultó más corto de lo previsto.

No estabas en casa. Abrí una lata de cerveza y me salí al jardín a tomármela tranquilo. Al rato apareciste tú en bragas. Venías de su casa y te quedaste de piedra, al verme. Luego resultó que habías estado con Angelines, probándote lencería; tampoco era tan grave el asunto.

¡Jodido faro, ya está otra vez aquí! No sé por qué, pero hoy estos fogonazos de luz vienen a iluminar recuerdos olvidados y me están poniendo nervioso.

Oye, espera, espera, ahora que caigo. Aquello pasó en octubre, me acuerdo bien, y por esas fechas, ella se iba a su pueblo, en el Bierzo; no se perdía un magosto por nada del mundo, de manera que… ¡Merceditas, no me jodas!

«¡Un santo, Benito, has sido un santo! Pero tranquilo, hace años que ya no se le ponía dura», me ha dicho, y yo pensando que estaba con el muermo del luto.

¡Hala, el faro! Parece que hoy le han dado cuerda y va a toda hostia. ¿Beso de plata sobre los veleros? ¡Por los cojones! Menudo día me está dando a mí la lucecita.

¿Qué humedades te arreglaba, Hans, Merche, hijaputa? Y yo, como lo que soy, un gilipollas, creyendo en las bondades de la amistad. Claro que te quería un montón, pero… ¿igual que a una hermana? ¡Una leche!

«Sois mi familia», decía el mamón, «Luisito, como si fuera mi hijo». ¡Copón, ya, con el faro!

Y el niño es rubio, como la cerveza. ¡La madre que te parió, Mercedes! ¿El pecho tatuado con un corazón? Unos cuernos de ciervo, me voy a tatuar yo en los…

Me cago en tus muertos, Merceditas, la mar salada, los veleros y en la Puerta de Brandeburgo.

Sabes qué te digo: que os den a los dos. Aquí te quedas, que te zurzan, y me llevo las flores. Aunque me esperes toda la eternidad, te juro que ya no vuelves a verme el pelo. Y voy a tirarle piedras al faro, a ver si lo chino por joderme la vida.

¡Con lo tranquilo que se vive en la ignorancia, por Dios!

PAQUITA ESCOBERO

La luz tras la puerta

Caminaba por la vida como el resto de los humanos, a veces sin preocupaciones y otras, atascada entre la multitud de cosas que tenemos que hacer, esas que devoran el tiempo y solo te dejan arrastrar la vida. En la ventana abierta a la rutina, disfrutaba del tiempo libre, por supuesto, aunque aún no sabía de su fragilidad.

Ese lunes, mientras me preparaba para trabajar, te encontré, me encontraste. Y comenzamos un diálogo que ha durado años. Aún me susurras en sueños. Aún intento ignorarte.

—¡Buenos días! ¿Acaso es una sorpresa verme?—incrédula ante tu presencia volví a mirar. Recuerdo pensar que sería un encuentro casual, casi un ensueño. Lo que no me esperaba es que te atrevieras a conversar cada día conmigo, en cualquier lugar de la casa, del trabajo, en comidas familiares y en lo que dejó de ser la intimidad del aseo diario. Solo parecías desaparecer cuando cruzabamos las puertas de un hospital. En las salas de espera no solo conversaba conmigo, ahí estaba aún más entretenido y dispuesto a entrar en las vidas de muchos más.

Una mañana me sorprendí al contestarte:

—¿Por qué llegas sin llamar? Qué quieres de mí. Te repetía una y otra vez, sentada en ese taburete blanco que, tantas veces, me vería llorar después.

—Te siento incrédula ante mi presencia, ¿acaso pensabas que nunca te iba a visitar? Nadie me desea, ni me busca de manera intencional, pero sé cómo llegar y aunque no me dejéis, consigo entrar. —Así se presentó, sin ser llamado ni con invitación. Habíamos iniciado una larga conversación.

—No pensé que fueras tú quien vendría sin llamar, sin avisar. Sin señales que alertarán para estar preparada, si es que alguien se puede preparar cuando decides llegar. ¿Te callas?¿Ahora no quieres hablar? —Te pregunté y tu silencio se hizo presente en ese momento, pero te volvería a escuchar. Muchas veces me dirías que los monstruos nunca se callan, que aprendieron a susurrar. Así buscan las flaquezas del alma y poco a poco sumirte en su oscuridad.

Había días en los que solo podía pensar en las razones que podrían existir para que nos encontráramos. En si era causa o casualidad. Me debatía en el por qué y en la ausencia de respuestas. No hubo prevención que valiera, aunque la busqué su esquiva lista de espera te dejó entrar.

Negué tu existencia. No te quería en mi vida. Ahora además sé que nadie te quiere ni te querrá.

—¿Has decidido echarme? —me preguntaste sin piedad. —Empieza una lucha de titanes la bestia que albergo en mí te sumirá en lo más profundo del mal. ¿Por qué no te rindes y me dejas estar?

Esa pregunta me la hacías cada día. Te miré, te observé entre la piel y la vida. Aprendí a secarme el cuerpo despacio, con suavidad. Cómo si mi tacto te pudiera enfadar, hacerte más fuerte y no dejarme echarte de mí feminidad. Mi cuerpo como constructo de mi ser, la pérdida de una parte de ser mujer. Querías mutilar lo que se acariciaba, mi erotismo, la sensualidad.

En la soledad del baño pensaba que quizás mi sutil sensibilidad al secarme el cuerpo te hiciera desaparecer. Me lo repetía una y otra vez. Si te quitaba el agua que resbalaba por mi axila hacia mi pecho, con pequeños toques de toalla, dejarías de estar. Era como buscar la magia en los cuentos, una barita, un embrujo o hechizo que con fantasía pudiera utilizar. Pero a la par era consciente en mi interior de que si estabas allí, no te ibas a marchar sin sacarte a la fuerza.

El camino hacia tu alumbramiento para darte nombre fue una mezcla de emociones y sentimientos encontrados.

—¿Crees que me has visto a tiempo o he acertado con mi silencio? —me repetías sin piedad.

—Creo que me quieres robar el resto de mi vida, que la prevención llegó tarde y entre la rabia y la ira no sé si tengo fuerzas para más. ¡Qué más te da lo que diga si crees que has llegado para arrastrarme hacia el final! —Una y otra vez te respondía y tú volvía a preguntar.

Sin guía, sin luz de emergencia en la puerta de salida, la espera sé hizo eterna. Cuántas veces quise acallar tu murmullo y todas querías hablar. Entonces te confirmaron como parte de mí y al contrario de lo que se puede sentir bajo un ecógrafo cuando muestra otro latido de vida en tu interior, tú recibiste tu nombre en silencio y yo no te quería llamar. La parte rebelde de mi mente se paró, se calló ahogada por tu silencio.

—Estas confundida.—me repetías.

—No, estoy aturdida. Eres una presencia incómoda desde que te vi llegar y desde que te dieron nombre no has dejado de hablar. No es confusión es malestar. Tantos diálogos mantenidos con los que me explican tu existencia, las probabilidades de que seas bueno, malo o terrible, las miles de dudas y preguntas que se agolpan en mi garganta pugnando por salir y ahogan las palabras antes de llegar a pronunciarlas. Después te callas encadenando tu silencio a mi ser. Puedes ser muchas cosas, pero ante todo eres cruel.

Me sentía prisionera de tu presencia y en la cárcel que creaste para mí pensé que no había luz. El eco de tu voz cada mañana me hizo perderme tan dentro que no sabía si sería capaz de encontrar el camino de vuelta. Aunque había un faro, alto, fuerte y con su luz encendida, alumbrando siempre tras la puerta que albergaba cada mañana las nausea que me causaba tu agonía. Me costó verla presente y tú no sabías que estaría.

Entonces sonreí, al abrir la puerta una mañana, por fin sonreí. Arrasaste con todo, pero no con su luz. Esa mañana que iba a ser un día más, se convirtió en una cuenta atrás más latente y soportable. Tu voz seguía presente pero su luz hacía que te callaras, que no te escuchara.

—¿Me rechazas, me repudias y me niegas? — gritabas enfadado. —¿Acaso crees que ganarás a mis tinieblas?

—Contigo llegó el veneno a la sangre. —Te expliqué. —Cada gota que caiga en su lento descenso se introducirá en mis venas y para quemarte a ti me quemará a mí primero. Este incendio me convertirá en brasas. Es lo que ha traído tu silencio. ¿Pero has visto la mano que me sujeta, su luz y el destello? No hay monstruo en el planeta que apague el faro que lleva dentro. Quizá arrasen todo en el incendio y ni tú ni yo ganemos, pero siempre tendrás enfrente luces que quieran cegarte y dejarte sin aliento.

Ponías a prueba mi capacidad de esfuerzo, ¡quise rendirme tantas veces! echar cubos de agua al fuego, acallar el ruido que habías traído contigo y me calaba hasta los huesos.

—Todo sigue su curso, aguanta vamos por buen camino—la frase más escuchada desde que te sentí, desde que te toqué. Habías marcado el ritmo de la vida, roto los esquemas, los planes y las rutinas. Planeaste llevarte mi ser y casi lo conseguiste.

El tiempo pasaba y nos consumía a los dos. Y ahora que te has ido, queda un largo camino aún para ignorante, será lo máximo que consiga porque no te podré olvidar.

Aún sigo en el camino para intentar ser la mitad de lo que fui. Ha sido tan largo y cansado que a veces no se si podré resistir otro día, pero entonces veo los rescoldos de mis brasas encendidas, la luz detrás de la puerta, a quien acaricia mis heridas y supero un nuevo día.

Me has robado la imagen de la mujer que era. Me han reconstruido cada uno de los huecos que dejaron los incendios que te asolaron, para arrinconarte y expulsarte de mi cuerpo. Ya no soy la mujer que era. Es inevitable mirarme y pensar en que eres realmente una bestia. No sé si te he vencido, sí que sobreviví agarrada como un náufrago a los restos de mí. Buscando siempre en cada momento de desamparo la luz que pugnaba tras la puerta para verme sobrevivir.

Has dejado tus regalos, las pastillas, las cicatrices, las estadísticas, una larga línea que recorre mi cuerpo desde la espalda hasta el pecho.

Ya no me hablas, serán las hogueras que estoy encendiendo para volverme a encontrar las que te han hecho callar. Y ahora distinta, posiblemente a medias y a veces llorando por tu maldad, me aferro a la luz que me sujeta, con una sola meta, no dejarte ganar.

SOLEDAD ROSA

Veo luces desde la orilla.

Algunas se mueven, otras permanecen quietas. Palpitan, esperando a que me acerque.

Hay algo en su brillo que no me convence, me incomoda. Me susurra que no son lo que parecen.

Es la misma sensación que recorre mi cuerpo cuando me lanzo al vacío, al compás de la deriva.

Siempre buscando un faro donde salvarme, una luz que me diga “Ven, aquí estás segura”.

Pero esa luz no llega.

He naufragado tantas veces que ya no siento miedo. El mar ya no es mi enemigo, es mi casa. La tormenta me ha abrazado tantas veces que he aprendido a perderme en ella, a dejarme arrastrar, a flotar sin resistencia.

Las luces continúan moviéndose, me llaman, pero sé que no puedo confiar en ellas. Son como espejismos que desaparecen cuando intento alcanzarlas.

Y yo sigo, una y otra vez, como un barco que nunca llega a su puerto, porque el mar me traga de nuevo.

Vuelvo a ser nada. Y es ahí, en ese espacio donde apenas existo, cuando descubro que no estoy perdida.

Que la luz no viene de fuera. Que siempre ha estado aquí.

En las cicatrices que han marcado lo que no soy, pero que me han formado.

Es esa luz que no grita, que no exige ser seguida, que no se apaga. Se queda.

Se queda cuando el resto desaparece.

He dejado de buscar luces, porque ya no hay faro que me salve ni puerto seguro.

Cada naufragio ha dejado en mí ese resplandor que no tiene forma, pero que sabe exactamente hacia donde voy.

Ahora, entre las olas, sé que ya no necesito buscar fuera lo que siempre estuvo dentro de mí.

He entendido que la luz soy yo. Yo soy mi faro.

ARCADIO MALLO

Sin descanso

Nunca se cansó de luchar contra viento y marea. Es más, en un acto premeditadamente suicida, buscaba las tormentas para enfrentarse a las inclemencias meteorológicas con su pequeño y viejo navío. Remontaba olas que bien podían ser montañas de lo altas que eran, resistía a vientos que destrozaban sus velas y no ardía por más rayos que lo alcanzasen. Las piedras desaparecían del mar cuando luchaba contra él. Poseidón parecía divertirse poniéndole la miel en los labios, para luego, dejarlo a flote una vez más.

Se había echado a la mar un día bravo de invierno, buscando venganza en su propio ser. El Dios del mar lo había condenado a ser el único superviviente de aquel naufragio en el que se tragó a su faro en la vida y a sus dos corazones. Había envuelto la embarcación de recreo en una niebla inquebrantable, haciendo inevitable la colisión con las rocas, escondidas en la espesura. Nada pudo hacer, inconsciente del golpe, por mantener a flote al sustento de su vida.

Casi recuperado, sin poder dejar de maldecir ni un solo día a Poseidón por condenarlo a sentirse ahogado sin haber muerto, puso la calavera por bandera y se hizo a la mar, con el único propósito de obligar al mismo Dios del mar a que lo llevase al fondo con sus tres amores.

Vagó de mar en mar, surcó cada océano de la faz de la tierra buscando las condiciones más adversas para ser arrastrado al fondo. Una y otra vez sobrevivía, lo que provocaba buscar más riesgo a la siguiente.

Llevaba años contra vientos y mareas, sufriendo la poca piedad de aquel Dios que parecía divertirse con su desgracia. Pero por fin encontró la paz, paradójicamente, en la calma, tras una intensa noche de tormenta. El coletazo de una gran ballena rebelde partió la pequeña embarcación enviándolo, por fin, a la paz del fondo del mar.

ANGY DEL TORO

Faro que ilumina mis noches,

mantén la llama viva, faro mío, y no me reproches.

Dame un respiro, permite que vea

tu luz danzar, cual convite en la marea.

Habla con ella, esa sombra velada,

que, como el velo de Isis, oculta la senda dorada.

Más allá del iris que en mi alma languidece,

hay un camino que tu fulgor me ofrece.

Te palpo, te abrazo, y en tu regazo me acojo.

Dios, dale fuerza a mi faro y calma su enojo.

Eterna luz que nunca se apaga,

guía mi alma hacia mi Cuba amada.

EFRAÍN DÍAZ

El galeón San Martín zarpó del puerto de Veracruz, llevando consigo una carga invaluable: el situado, el oro extraído de las minas de México y Perú. Parte del situado iría a las colonias caribeñas para el sostenimiento de sus operaciones. El resto iría a Sevilla para ser entregado a la Corona.

La primera parte del viaje se desplegaba sin incidentes, atravesando el cálido mar del Caribe. Pero este mar, tan apacible como traicionero, se había convertido en un escenario peligroso. Piratas de todas las nacionalidades, incluso corsarios al servicio de Inglaterra y de la misma España, infestaban estas aguas, interceptando barcos para robar mercancías y capturar tripulantes. Quien se negaba a unirse a ellos era ejecutado sin piedad. Para paliar estos riesgos, tanto España como Inglaterra otorgaban patentes de corso, que legitimaban a los corsarios para proteger sus naves y saquear las naves enemigas a cambio de una parte del botín.

Durante días, el San Martín había navegado sin novedades, las aguas permanecían tranquilas y la tripulación, aliviada, había dejado atrás el peligro. Esa noche, el capitán, decidido a elevar el ánimo de su gente, ordenó una doble ración de vino para la tripulación. La cena transcurrió en un ambiente relajado, como si las amenazas de los piratas fueran un eco lejano. Sin embargo, al caer la noche, el capitán, satisfecho, delegó el mando al Teniente y se retiró a su camarote a descansar.

El Teniente asumió su responsabilidad, con el cielo despejado sobre él y el destello distante del faro de la costa oeste de Cuba como su guía. Sin embargo, al consultar las coordenadas, algo no cuadraba. Una ligera desviación, tal vez un error de los marineros, lo hizo corregir el rumbo sin pensarlo demasiado. Pero al cabo de unas horas, la sensación de inquietud se convirtió en certeza. Algo había ido mal. El barco había navegado más al norte del curso previsto, y ahora estaban rodeados de piratas.

De pronto, la alerta se levantó a bordo. El capitán, desesperado, salió de su camarote. Los hombres, alarmados, tomaron las armas y subieron a cubierta. Sin embargo, cuando los primeros cañonazos resonaron en el aire, ya era demasiado tarde. Los piratas, con astucia y rapidez, habían abordado el San Martín. La batalla fue brutal, una masacre a bordo del barco. Los marineros españoles lucharon con valentía, pero la superioridad numérica y la ferocidad de los piratas fueron decisivas. Muchos cayeron bajo las espadas enemigas. Quienes no murieron fueron capturados.

El capitán, fiel a la corona española, fue ejecutado en el acto. Su estoica lealtad no fue suficiente para salvarlo de la crueldad de los piratas. El Teniente, que había vacilado en el momento crítico, cobardemente se unió al bando contrario para salvar su vida. Lo que no sabía es que luego sería ejecutado, pues los piratas no aceptaban cobardes en sus filas.

La carga del situado, ese oro tan ansiado, fue robada.

Los piratas habían derrotado al San Martín. En una astuta movida, se apoderaron del faro de Cuba y apagaron su luz. Luego, utilizando uno de sus barcos simularon un faro, engañando al Teniente y conduciéndolo hacia la trampa mortal.

SERGIO TÉLLEZ

UN FARO EN LA OSCURIDAD

«¡Dios… qué susto!, ¡pero que maravilla!», exclamó Alfonso, cuando el rayo se reflejó en la ventana que daba al puesto 132 del Air Bus A340, sacándolo del plácido sueño que lo acompañaba, como si la propia mano de la providencia lo hubiera despertado de su letargo. La luz cegadora iluminó el interior del avión, y por un instante, Alfonso se sintió suspendido en el tiempo, como si el reloj del universo se hubiera detenido en ese preciso momento. En ese instante, el rayo parecía ser un faro que iluminaba su camino, guiándolo hacia la realidad.

Un segundo después, el estruendo del trueno se percibió en todo el pasillo, como un rugido de un león enfurecido que sacudió las entrañas del avión. Los 40.000 pies de altitud crucero lo intimidaron aún más. El «lup-dum, dum-lup…» de su corazón se hizo más intenso, producto de la adrenalina emanada, que corría por sus venas como un río desbordado.

Entonces el letargo de su mente dormida y tranquila se transformó en un embrollo de pensamientos que lo atormentaron de toda la vida y que se reactivaron e hicieron más intensos, fruto de la combinación de rayo, trueno, adrenalina y paisaje dantesco. La intensidad de la experiencia lo había sacudido hasta el fondo, y ahora se sentía como si estuviera mirando su vida desde una perspectiva completamente nueva.

«¿Se podría llamar, ¡bello!, a aquel rayo que se presentó en sus narices?», se preguntó Alfonso, mientras su mente intentaba procesar la magnitud de lo que había visto. La forma en que el rayo había iluminado el cielo, creando un contraste entre la oscuridad y la luz, era algo que nunca había visto antes.

¿Esa interminable forma discontinua, amarilla, loca y con más curvas que el río Amazonas y que en su imperfección era perfecta, no podría ser obra, sino del mismísimo Dios?. La idea parecía absurda, pero al mismo tiempo, era como si su mente estuviera intentando encontrar un sentido más profundo en la experiencia.

«Pero no creo en Dios» se contradijo, mientras una sonrisa irónica se dibujaba en su rostro. La idea de un Dios personal, que intervenía en la vida de los humanos, le parecía inverosímil. Sin embargo, la experiencia del rayo y la tormenta lo había sacudido de su escepticismo habitual.

«Al menos creo en el Dios de Spinoza, que es el mismo de Einstein», se tranquilizó, recordando las palabras del filósofo holandés sobre la naturaleza divina de la realidad. La idea de un Dios que se manifestaba en la armonía y la belleza del universo, le parecía más aceptable.

Luego, más calmado, meditó sobre la situación, intentando encontrar un punto de equilibrio entre la emoción y la razón. «Afortunadamente, nuestro avión lleva de corazón un motor Rolls Royce», se dijo a sí mismo, recordando la reputación de solidez y confiabilidad de la marca británica. La idea de que el avión estaba equipado con uno de los motores más seguros del mundo lo tranquilizó. La tecnología y la ingeniería humana habían creado una máquina capaz de soportar las fuerzas de la naturaleza, lo que lo hizo sentir un poco más seguro.

Pero sus pensamientos contradictorios pronto regresaron, como una marea que se eleva y se estrella contra la orilla. «¿Por qué invoqué a Dios cuando vi el rayo?», se preguntó Alfonso, sintiendo una mezcla de confusión y curiosidad. ¿Por qué, en un momento de crisis, había recurrido a una idea que normalmente rechazaba?

«Son reacciones naturales, inconscientes e instintivas», se refutó a sí mismo, intentando racionalizar su comportamiento. La mente humana era capaz de crear patrones y asociaciones de manera automática, sin necesidad de una intervención consciente. Tal vez, la invocación a Dios había sido simplemente una reacción primitiva, un reflejo condicionado por la cultura y la historia.

Pero, ¿y si no era solo eso? ¿Y si, en ese momento de vulnerabilidad, había algo más profundo y significativo en juego?

El avión emergió de la tormenta y se deslizó hacia la pista, su sombra se estiró sobre el asfalto como una mano que busca apoyo. La luz del sol se reflejó en las gotas de lluvia que cubrían las ventanas, creando un efecto de caleidoscopio que parecía bailar al ritmo de la respiración de Alfonso.

Alfonso descendió del avión con la sensación de que su mundo había sido sacudido de sus cimientos. Su mente aún resonaba con el eco del trueno y la visión del rayo, que había sido como un faro que lo había guiado hacia la verdad y lo sacó de su maldita tranquilidad.¿Cuál verdad? se preguntó, sintiendo una sensación de vacío y curiosidad. ¿La verdad sobre sí mismo? ¿La verdad sobre el mundo que lo rodeaba? ¿O tal vez la verdad sobre el propósito de su existencia? Las preguntas se acumulaban en su mente, sin respuestas claras. Pero sabía que algo había cambiado dentro de él, algo que no podía explicar ni entender. Y esa sensación de incertidumbre lo llenó de una emoción que no sabía cómo procesar.

HAROLD LIMA

El faro muerto.

Algo muy conocido para los navegantes espaciales son los mundos tipo D; se los estudia con detenimiento en las escuelas navales de cualquier sede galáctica con portales espaciales a 3 o 4 millones de años luz de distancia a otra sede. Los futuros marinos espaciales que trabajarán como tripulación en las naves mercantes o militares saben que son fundamentales en la orientación básica, hitos inamovibles que permiten a las bio computadoras trazar mapas complejos que esquiven peligrosos pulsares agujeros negros y otros fenómenos muy frecuentes cuando se viaja a velocidades superiores a la luz. Pero, pocos se habla de la composición de estos planetas o como se acondicionan para convertirse en los confiables faros, en la academia se explica que la propia palabra «faro» proviene de una lengua arcaica que se hablaba en vieja tierra mucho antes de las primeras guerras de independencia de las colonias jovianas y se empleaba para denominar construcciones de gran altitud que en ocasiones tenían iluminación e indicaba a los navíos acuáticos la proximidad de un puerto. Aunque, estos conceptos sólo serían aplicables a mundos acuáticos navegables la palabra faro se tomó para denominar algo que hacía una marca y orientaba en las rutas de navegación.

Talvez mencionar como dato que el primer faro espacial fue la propia vieja tierra que pasó de ser la metrópolis de mil mundos, a sólo un despoblado rincón forestal de la gran red de mundos humanos. Creo aquí aprovecharé para describir la construcción de un faro, tarea que es de conocimiento pleno de los ingenieros espaciales, más daré pequeños alcances.

Por lo general se inicia con un mundo medianamente habitable, las autorizaciones reales y del gran senado espacial son imprescindibles, ya hechos los trámites se envía un equipo de modificación planetaria, ellos en órbita lanzan a la órbita superior toneladas de un musgo modificado geneticamente y en pocos años este se hace simbólico con las especies locales asegurando que estas permanezcan en un estado de semi muerte que solo se podría comparar a las criaturas de ficción de vieja tierra llamadas zombies, esta otra palabra arcaica de vieja tierra.

Luego se instalan grandes transmisores de radio que irradian a 2 millones de años luz el mensaje «no vengan a este planeta» en varias lenguas conocidas.

Así se podría decir que se crea un mundo faro como los más de 30 millones repartidos en toda la galaxia conocida.

Vale decir que nuestras biocumputadoras de navegacion al tener tejido orgánicos saltan en desesperación al evaluar existe un mundo tan grotesco y ajeno a la vida como este en su proximidad y priorizan rutas que los esquiven. Se ha dicho por algunos filósofos y reformistas que los mundos faro son grotescas abominaciones, donde no pocos humanos náufragos aún siguen deambulando hambrientos de cerebros y en un eterno estado de putrefacción. Mas, los navegantes saben son elementos muy útiles y hasta que las computadoras puedan manejar la sensibilidad del cosmos, seguirán siendo son nuestros hitos en la navegación galáctica.

Vieja tierra, como primer planeta faro con los siglos se ha hecho un atractivo turístico para los ansiosos de cultura y aventuras, un lugar singular donde se pueden visitar las ruinas de los primeros reinos humanos, el capitolio, el ojo de Londres o tal vez los restos de la gran muralla defensiva de la primera oleada zombies que obligó a los terrestres definitivamente a migrar al espacio. También para los más entusiastas existe el parque de diversiones donde los más pequeños pueden jugar a ser sobrevivientes de la gran epidemia y la guerra zombie – americana.

Aunque aclararé que vieja tierra es el único faro que puede ser visitado sin riesgo y si sufrieran un naufragio espacial las biocomputadoras de 12va generación enviarían a los náufragos a cualquier remoto lugar del espacio antes de permitir que lleguen a un planeta faro.

Así pues, futuros navegantes espaciales den una última a su equipo de supervivencia, esta nave de entrenamiento, llegará al planeta faro 234- ur beta, más. Conocido en lso planetas de este sistema estelar como el «faro muerto»ahí su instructor les indicara los ejercicios que se ejecutarán. Suerte y desde el alto mando de la flota les deseamos todos regresen a salvo. En un minuto se descargarán a su cerebros planos y otros que les serán de utilidad. Presionen siguiente para iniciar la descargade información y la interface que les permitirá operar su traje biomecanico de combate.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

EL FARO DE LAS SOMBRAS

La enorme mole de hormigón gris oscuro que una vez fuera blanca, presidía arrogante el Arrecife de la Muerte, un nombre ganado a base de años y naufragios durante los tiempos anteriores a la construcción del faro. Las frecuentes tormentas que azotaban todo el litoral y la atmósfera plomiza que reinaba la mayor parte del año habían llevado a bautizarlo como el Faro de las Sombras. Ahora ya abandonado, aquel símbolo que emergía desafiante entre el oleaje había guiado a los marineros durante siglos a través de las tormentas más feroces, pero también se había convertido en el escenario de oscuras leyendas que habían perdurado en la noche de los tiempos. Los lugareños contaban historias de marineros desaparecidos y luces fantasmales que aparecían en las noches más oscuras. Leyendas de barcos errantes y sonidos que no eran propios de este mundo formaban parte del folclore popular del Arrecife de la Muerte.

Javier sabía todo eso, pero era algo que añadía más adrenalina a su torrente sanguíneo. Tras largo tiempo pensando en subir a visitarlo, aquel joven, fascinado por las historias que se contaban y amante declarado de la exploración urbana, finalmente aquella noche decidió que había llegado el momento. No le costó trabajo forzar la valla metálica y la puerta de acceso. De hecho, se notaba que no era el primero. Armado de valor, linternas, cámaras y todo lo necesario en su mochila, se adentró en la estructura abandonada y comenzó el ascenso. A medida que subía las escaleras de caracol, notó como el aire se volvía más frío y pesado, y los ecos de sus pasos resonaban como inquietantes susurros en mitad de aquella construcción fantasmagórica. Con el crujido de cada escalón que subía, no paraba de cuestionarse si aquella había sido una buena idea. Pero debía seguir adelante. Todo por sus seguidores y su canal.

Consiguió llegar hasta arriba sin mayores consecuencias. Allí encontró una sala circular con ventanas cuyos cristales rotos, derrotados por el polvo y los años, ofrecían una vista panorámica del mar embravecido. En el centro de la sala, una vieja lámpara de aceite parpadeaba débilmente, como si aún tuviera vida propia. Javier se extrañó y su corazón comenzó a acelerarse, pero pensó en algún vagabundo que habría hecho de aquel faro su improvisado hogar. Sin embargo, miró a su alrededor y no vio nada que lo confirmara.

De repente, una figura oscura apareció en el reflejo de una de las ventanas. Javier se giró rápidamente, pero no había nadie. El joven sintió un escalofrío recorrer su espalda e inmediatamente decidió lo que llevaba un rato pensando, que ya era suficiente. Había llegado la hora de marcharse. Sin embargo, al intentar bajar las escaleras, observó que la puerta había sido cerrada con llave. Desesperado, la golpeó y gritó inútilmente pidiendo ayuda, pero sus súplicas se perdieron en el viento de la noche.

De repente, la lámpara de aceite se apagó, sumiendo la sala en una oscuridad total. Javier sintió una presencia fría y maligna acercándose. Intentó encender su linterna, pero, inexplicablemente, no funcionaba. En ese momento, en mitad de la oscuridad, escuchó una voz que susurraba mezclada con el viento: «Nunca debiste venir aquí». La figura oscura se materializó frente a él, revelando el rostro del antiguo guardián del faro. De él se contaba que había muerto en muy extrañas circunstancias. Cuando llegó el relevo lo encontró todo sucio y revuelto. Se hablaba de una pelea, pero lo cierto es que nunca lo encontraron. En ese momento, Javier sintió cómo la figura lo envolvía en un abrazo gélido y acto seguido, su consciencia se desvaneció.

A la mañana siguiente, unos pescadores encontraron la linterna de Javier junto a su mochila en la base del faro, pero no había rastro de él. La mochila contenía la cámara. Lo habían registrado todo: Javier, aterrorizado, con una mirada de pánico absoluto, luchando solo contra la nada, como intentando deshacerse de algo o de alguien. Luego, la cámara caía al suelo y al fondo captaba la sombra, esa escalofriante sombra con forma humana.

Desde entonces, el Faro de las Sombras se ha convertido en un lugar prohibido. Muchos son los que lo conocen, pero pocos los que se atreven a merodear por sus alrededores. Mucho menos acceder a su interior. Los lugareños cuentan la historia de Javier como una advertencia para aquellos que se atreven a desafiar los oscuros secretos del faro. Y de sus sombras.

MANUELA CÁMARA

El faro del fin del mundo

Caminamos juntos hasta el límite del mundo, para encontrarnos con el mar lamiendo los bordes del abismo, y el viento arrastrando por el aire el sabor a sal de las palabras, las cristalinas formas con las que los hombres sembraron el mundo. Era un edificio de tres plantas cubierto con una cúpula iluminada, una antorcha brillante desafiando la oscuridad de la noche infinita, un ojo que gira, que mira y llama.

Querías traerme a toda costa hasta el fin del mundo romano, al lugar donde empezaba el universo de los dioses o los monstruos. Y descubrí, que el faro no es piedra, ni luz, sino tiempo atrapado, un latido que dibuja espirales luminosas, una pregunta que desgarra las sombras. Y en cada respiración repite: ¿Quién encendió esta llama que no se apaga?

Nos acercamos hasta él por el camino franqueado por farolas. Quisimos subir, escalar la espiral que lo atraviesa, pero la puerta estaba cerrada. Como si el faro solo tuviera relación con la oscuridad, el viento, y el sonido salvaje del agua. No nos permitió pasar porque él vive para la noche y no para los hombres. Pero toqué su piedra, fría, húmeda, áspera, y supe que estaba vivo: latía ante el rito del mar, y la luz era más que su sangre.

Nos alejamos, volvimos a retomar el camino de las farolas y llegamos hasta el final, donde estaba oculto el acantilado. Y viendo como yo temblaba dijiste: No te preocupes, bajo la luz todo es otra cosa. El agua no es solo agua sino un espejo roto que se rehace en cada ola, y las rocas son monstruos dormidos y las gaviotas regresan siempre a la misma playa.

Destapé el jarrón de cerámica donde guardaba tus cenizas pegadas a mi pecho, y las dejé caer sobre un universo imperecedero, la profundidad. Se levantó un viento potente que me tomó por sorpresa, como sí algún dios celta hubiera venido a recogerte.

Me alejé. No pude esperar al amanecer, no quise ver que somos náufragos de tierra. Pero desde entonces llevo el faro conmigo. En mis ojos cuando miro el horizonte, en mis sueños si intento interpretar la espuma de las olas. Y ya no es lugar, ni torre, ni cristal, ni oscuridad, ni agua, sino una pregunta interminable.

El faro señala donde existe la vida dentro de la noche eterna, pero no alumbra el camino, al contrario, lo desdibuja volviéndolo inalcanzable.

Y, sin embargo, yo sigo navegando hacia su luz, que previene para no perdernos, que recuerda que estamos vivos; permanezco navegando hacia ti, el faro, que mantiene prendido tanto amor amado y tanto amor sin respuesta.

MMCP.

FRAN KMIL

Al alzar los brazos hacia el cielo, el vestido rojo ajustado al cuerpo, ya de por sí corto, subió otro poco dejando al descubierto algo más que los hermosos y bien formados muslos de la bella mujer.

A pesar de la hora del día, el sol se fue atenuando y una ligera niebla fue envolviendo el ambiente; las nubes que se fueron formando comenzaron a descargar rayos luminosos de diferentes colores mientras conformaban figuras geométricas y fantasmagóricas.

La muchedumbre estalló en gritos y aplausos al ver una gran paloma blanca sobrevolar el cielo y desaparecer en la distancia; los soldados alistaron las armas, más por instinto y miedo que por necesidad: nada ni nadie estaba en peligro. Los autos de patrulla de la policía activaron las luces de colores y las sirenas comenzaron a sonar aumentando el efecto teatral de los acontecimientos. Las autoridades estaban presentes para impedir que la maga cumpliera con la promesa de devolver a Cerroseco a su antiguo esplendor de pueblo costero, según constaba en los registros históricos y que se había tomado como cuentos de camino de viajeros ilusionados con historias fantásticas surgidas de la soledad y el hambre.

Apareció un faro cuya luz se paseó perezosamente entre los presentes como pasando lista de asistencia y al voltearse iluminó a una hermosa bahía de aguas azules donde varias carabelas, naos y bergantines se disputaban la escena con sus antiguas armas y gritos de guerra.

Gracias a Martha, la maga del vestido rojo, Cerroseco vivió por unos momentos sus antiguas historias de piratas y corsarios, esas que nadie creía porque el mar dista a muchas millas de distancia.

Ya nadie se pregunta por los ruidos de olas rompiendo contra los acantilados ni por el olor a salitre ni por la extraña luz que se pasea por el cielo en noches de luna llena.

Cerroseco es un pueblo que se mueve entre el tiempo y la distancia y hasta entre diversos universos y realidades, afirman los más osados: los científicos y los supersticiosos.

MARÍA JESÚS GARNICA

Siempre hace viento en el faro, desde la base es gigante si se mira hacia arriba.

Construido por los ingleses, hartos de qué sus buques naufragaron en sus costas.

Allí cerca había un cementerio, donde los ingleses fueron enterrados.

Este verano lo visitamos.

Y he aquí la historia.

Llegamos al cementerio de los ingleses, desde donde se ve el imponente faro, hacía mal día, solo nosotros y una pareja con su perro.

Cuando volvíamos al coche, el señor volvía también, con el perro, la mujer quedó en la playa.

Encerró al perro en el coche y saco un ramo de flores.

Yo, tan espontánea, le pregunté.

-¿Le vas a pedir matrimonio?

El contestó.

– Algo peor. Y se fue.

Nosotros nos fuimos.

Estábamos alojados en el mismo pueblo.

Lo vimos a él y el perro.

Pero no a ella.

Bueno, a ella la vimos después también.

Todo bajo el faro.

Totalmente real.

Nosotros hicimos muchas congeturas.

Hay algo peor qué el matrimonio?

Eran de Palencia. Cómo nota

MAYTE SOCA

Maricarmen tenía 42 años, hacía 22 años que vivía en ese edificio con Alejandro su amado esposo, que por lo general él nunca estaba en la casa, pues su trabajo lo mantenía muy ocupado.

Desde su apartamento en unos de los pisos más altos, la vista del faro era increíble, ella tenía por costumbre en las tardes sentarse en el sofá con una taza de café, frente al ventanal a mirar hacia la playa y ver cómo las parejas de enamorados se hacían arrumacos.

Alejandro se encontraba leyendo su periódico mientras tomaban un café y Maricarmen en silencio lo observaba, se sentía sola a pesar de que Alejandro estuviera en casa, se paró frente al ventanal y se puso a mirar hacia el faro allí estaban, un par de parejas.

Ella miró a su esposo y lo llamó –Alejandro, ven mira aquellas parejas de allá ¿Serán conocidos nuestros? – preguntó con cierta curiosidad.

– ¡Sal de ahí! ¡Porque tienes que estar mirando lo que hacen los demás! – le reprochó Alejandro –¿esto es lo que acostumbras a hacer cuando no estoy en casa? – preguntó él sin levantar la mirada de su lectura .

– No, no – dijo ella, sintiéndose avergonzada – es la primera vez que lo hago, es que estoy aburrida qué te parece si vamos al cine .

–No, estoy muy cansado, ve tú si quieres.

Pero, yo no quiero ir sola – dijo Maricarmen con un dejo de desilusión.

–Invita a alguna de tus amigas – le sugirió Alejandro, a lo que

Maricarmen no le insistió más.

Pasaron algunos días y aunque no faltaba nada en la casa, Maricarmen salió de compras y al pasar por una tienda de caza y pesca vio unos binoculares y se los compró, salió apresurada de la tienda para llegar a casa antes que Alejandro, Pero en el camino a casa recibió un mensaje de voz.

– Querida hoy no voy a casa, tengo trabajo atrasado en la oficina, así que acuéstate temprano y no me esperes. Maricarmen ya en la casa se sentía tan aburrida y sola que agarró sus binoculares nuevos y se puso a mirar hacia el faro.

Aún el día estaba iluminado por el sol del atardecer, la playa se veía hermosa, una pareja de enamorados que caminaban tomados de la mano, llamó su atención, al principio no distinguía quienes eran hasta que logró enfocar los binoculares, vió el rostro de la mujer.

–¡Es Sandra!, ¿Con quién está? –Se preguntaba Maricarmen, mientras veía a través de los binoculares a su hermana tomada de la mano de un hombre que no era su cuñado.

– Saúl es delgado y de pelo castaño y mucho más bajo. Su hermana se veía feliz, reía mientras el viento hacía volar su hermosa cabellera roja. Maricarmen estuvo un buen rato tratando de ver quién era el acompañante, pero no lo logró. Al día siguiente, Alejandro llegó para almorzar con ella, y le trajo de obsequio un ramo de rosas rojas, estaban terminando de comer cuando el móvil de Alejandro sonó.

–Disculpa querida, voy a atender la llamada –dijo Alejandro retirándose de la mesa y parándose frente al ventanal.

–Si,si ya salgo para ahí – Maricarmen escuchaba la charla de su esposo, desde la cocina mientras juntaba los platos.

Mientras guardaba su móvil y le daba un beso en la mejilla, Alejandro le pedía disculpas a Maricarmen.

– Perdóname amor, pero me tengo que ir porque surgieron algunos problemas en el trabajo, no sé a qué hora vuelvo así que no me esperes– y sin más se marchó.

Maricarmen terminó de limpiar la cocina y se sentó en el sofá a tomar su taza de café, acompañada solo por el aroma de las rosas que inundaban la habitación, miró hacia el faro y vio a una pareja a lo lejos caminando de la mano por la playa, corrió a la habitación a buscar sus binoculares, que los tenía escondidos para que Alejandro no los descubriera.

Enfocó hacia la parejita y vio a su hermana caminando tomada de la mano de su amante.

–Sandra, está con ese hombre de nuevo ¿porque hace esto?¿No piensa que va a lastimar a los niños? ¿Qué va a pasar cuando se descubra que tiene un amante? – se decía Maricarmen mientras dirigía los binoculares hacia el acompañante de su hermana.

– Yo voy a descubrir quién es y los voy a enfrentar, Sandra no puede destruir su familia así.

El hombre que acompañaba a su hermana siempre estaba de espaldas, así que dejó los binoculares sobre el sofá y salió del edificio, cuando la luz del semáforo cambió, Maricarmen cruzó la calle corriendo hacia la playa.

Llegó hasta donde estaba su hermana, con el hombre acostados abrazados sobre la arena fundidos en un beso.

– Sandra – gritó Maricarmen –¿Qué haces con este hombre?.

Cuando la pareja se vio descubierta se pusieron de pie rápidamente.

Maricarmen sintió que moría al descubrir al acompañante de su hermana.

– ¡Alejandro, eres tú!– fue lo único que pudo pronunciar, antes de salir corriendo.

La luz del semáforo había cambiado, pero Maricarmen no se percató de ello, en sus retinas seguía viendo a Sandra y Alejandro fundidos en un beso sobre las blancas arenas de la playa.

Lo último que Maricarmen escuchó fue su nombre cuando Alejandro lo gritó y la frenada de un camión antes de dar de lleno contra su frágil cuerpo.

SILVIA RAFI GRACIA

BARCAS A LA DERIVA

Cuando lo alto

es lo bajo y lo bajo lo alto; cuando lo que se sentía verdadero se transforma en falso; lo que resonaba auténtico, en eco vacío;

lo ético en estereotipada vestimenta; las esperanzas, maniatadas de cordura que es perversa locura…,

Cuando se vé y se oye lo que nunca nadie debería ver ni oir y, en una especie de turba, caminan gentes perdiendo su norte, siguiendo las señales de faros fantasmas, y ninguna brújula parece fiable y las señales del faro conducen a un espejismo que es, en realidad, un abismo…

Será momento de, cómplices de nuestra soledad, conectar introspectivamente con nuestro propio faro y unirnos a aquellas embarcaciones que, aunque aparenten ir a

la deriva, se guían por el norte que sus propias brújulas marcan y se dirigen hacia un horizonte donde resplandece aquella utopía que se reconoce anhelada. Pequeñas barcas con pequeñas farolas que, con un lenguaje común, se brinden apoyo durante el trayecto.. Y amarradas en diversas costas unos u otros desembarquemos vivenciando bellos momentos de cielos estrellados o esponjados de nubes blancas, o…( no importa, todo tiene su lugar) permitiéndonos soñar, reir, cantar… amarnos como amantes

o como hermanos,

haciendo de nuestro interior brotar, compartir

y esparcir aquella común alegría que es sublime expresión de rebeldía.

REBECA FS

Las embarcaciones, nadador@s y socorristas

no podrían acostumbrarse a un mundo sin faros.

La naturaleza sí.

Bello es contemplar las luces

hermanadas de las costas

siendo una gaviota;

quizá alguna lo haga

admirando la belleza de la luz.

Contemplar las atalayas de día

conociendo sus historias

bélicas, rotas, abandonadas,

romanas, griegas o americanas.

Los petroleros, los buques, los cruceros

no podrían acostumbrarse a un mundo sin faros.

Las señales no se podrían volver a inventar.

LOLI BELBEL

MUJER DEL FARO

De pie,

contemplando el mar

acariciada por una bruma de luz

cada tarde en el ocaso

veo una silueta de mujer

echando sus sueños

en la espuma de las olas…

Dos palabras me bastaron

para saber que era ella:

rocas y luz

y la coloqué en el faro

frente al mar,

en las rocas con dulce

sabor a sal.

Allí,

mujer del faro

donde se pierden espacio

tiempo y medida

y sólo queda una luz engullendo el infinito

su infinito y su idea…,

y aquel beso

y también su llanto.

Guarda tus versos mujer

no los tires por la borda

-entre la bruma y el viento-…

Coge tu pluma

y dirígela hacia el faro;

éste ha de custodiar tus musas

desde la roca hasta el cielo…,

y escribirás con palabras

pintadas de dulces,

de cristales, de lluvias

y de soles verdes…,

y grandes lunas.

¿Oyes ese quejido del faro ?

Es de dolor y de espanto

por tanto tiempo perdido

Y sigues esperando de pie

aquella hora

en que una luz

cruza tu puerta

en el crepúsculo

del día…

Y es cuando puedo verte

a ti,

mujer del faro.

SILVIA GALLARDO

Un viaje irreversible

Luce majestuoso, en un arrecife azotado por las olas del mar. El cielo azul besa el turquesa del inmesurable océano, augurando un espléndido viaje.

Los pasajeros se extasían con la maravillosa construcción de un faro que parecía emerger como un coloso de señalización marítima, que en cuanto entra el ocaso, se adorna de destellos que se retratan ya en las inmensas aguas nocturnas y misteriosas.

El transatlántico, hecho a la perfección y a prueba de las tormentas bravías y a veces tranquilas y serenas, abriga a las doscientas almas que gozan el privilegio de ser los primeros en experimentar esa travesía que prometía gran fascinación. Corazones maravillados ante la majestuosidad de esa cuna de agua inmesurable que mecía con ligereza la enorme embarcación.

A bordo, los pasajeros charlaban entre las delicias del vino y de los manjares; contaban historias un poco infantiles relacionadas con navegantes que hacían del mar el escenario propicio y lleno de misterios cuyos protagonistas eran sirenas, fantasmas, piratas que acechaban a los guardianes de los faros.

Carlos, uno de los tripulantes que comandaba el barco, miraba a lo lejos, apenas se podía percibir su sonrisa que dejaba ver entre los resquicios de sus labios, la blancura de perlas relucientes, tan blancas como la espuma del mar.

Viste de negro en ese momento, se despojó de su uniforme, su andar es pausado, parece que nunca tiene prisa.

Al acercarse a un grupo de personas, le notan sus expresivos ojos, tan grandes, como su asombro ante las maravillas de una noche tranquila en la que llueven estrellas que danzan en la penumbra de esa inmensidad. Todos lo miraban en sus silencios prolongados, no solía expresarse, todas sus emociones las guardaba tras un gesto adusto; sin embargo es mágica su presencia, pues cuando sonríe emana la frescura de su aliento que perfuma el ambiente. Parece que se esconde tras una máscara de dulzura, pero flota en el ambiente, que tras su apariencia, esconde sus demonios.

Todos los pasajeros se sienten atraídos por esa personalidad que refleja bondad e inteligencia, y tienen la idea de que se trata de una especie de ángel, por su mirada dulce, su trato amable, apacible y con empatía desbordada.

Así les pegó la noche, el paseo dió reversa misteriosamente y él pudo observar a lo lejos al extraordinario y colosal faro.

-¡Dios mío! exclamó -¿qué maravilla es ésta? . Todos lo miraron como si los hubiese hipnotizado, cómo si hubiesen perdido la voluntad.

Levantó los brazos como queriendo abrazar el infinito, la luna llena iluminó su rostro y quedó evidenciado y desenmascarado para mostrar lo que verdaderamente era: un ser maligno.

No tuvo tiempo de responder su propia pregunta cuando el faro encendió sus luces, demasiado tarde. Un impacto provocó que todos rodarán por el piso,

angustiados y sin entender lo que pasaba.

JAVIER GARCÍA HOYOS

FARO

La playa ya está casi vacía. A parte de ti solo queda alguna que otra pareja sentada en el arenal, testigos de un anochecer que se antoja oscuro y lleno de pequeñas luminarias colgadas del aire. También, justo donde el mar da permiso a la tierra para seguir existiendo, una mujer corre ligada a su fiel pastor alemán.

El olor a salitre, siempre cautivador, penetra por la nariz hasta llegar a los pulmones. Tu respiración, de forma involuntaria, se acompasa con el regular oleaje de la marea.

Las últimas txalupas que pretenden pescar algo en el mar, probablemente jibias, se dirigen ya a puerto.

De pronto, varias luces irrumpen en el paisaje. Los faros, con su constante intermitencia, advierten de los peligros de la costa.

Alguna de ellas son visibles por la luz residual de los pueblos costeros, o de los mismos muelles, pero hay una que es diferente. Perdida en los límites del acantilado que resguarda la playa a su derecha, esa luz parece flotar como las estrellas de la bóveda. Parece tener la misma carencia que tu corazón, y de hecho, este parece acelerarse al ritmo de ese faro.

La gran luz para arribar a los barcos. La última esperanza de marineros perdidos. No te parece un mal comienzo para empezar a caminar cuando te hayas perdido.

El paseo es largo, pero placentero. Tardas hora y media en llegar, y te sientas bajo aquel enorme indicador, en un banco. Los lejanos soles recorren su camino hasta que, al cabo de unas horas empiezan a desaparecer para dar paso a una potente luz en el Este.

Al cabo de un rato, el faro deja de iluminar. Tu camino ya es visible y puedes seguirlo sin su ayuda. Te sientes con más seguridad, sabes que, si pasase algo, el faro siempre estará ahí para ayudarte.

GRACE PELLS

Escucha!.

Había un sol. Mañana habrá otro.

Ya no…se puso negro, no sabes si el mar es cielo, o el cielo mar.

Te ha tragado el cuco.

¿Tienes frío? No te duermas.

Parece lejos y es tan cerca. Le hablo a tus ojos, desiertos de fe.

Cuando es inmensa la incertidumbre, la esperanza es la certeza.

¿Vas abandonar ahora? ¿Cuánto de humano tiene un naufrago?

Eran dos penas esos albatros, y eso que se ve no es un faro.

Y eso que se mece, es un destello de guirnaldas.

Desde que te ha tragado el cuco, tu madre las enciende, todas las noches, ella sabe que en las grandes oscuridades una vela es un rumbo.

Falta poco.

Es tu casa.

RUFINA SEVILLA

Al caer la noche ,todos estaban en sus hogares monótonos con la lluvia cayendo.

Me pareció excelente,ya que el pueblo que había dejado atrás había mucho ruido,algo menos de que preocuparse.

En ese momento mientras observaba la farola que acariciaba la lluvia hasta desatarse los mares de pesares.

Para ser honesta,me estaba empezando a gustar el chix,chix de su sonido en un silencio tan intenso.

Un aire cálido cruza mi cuerpo dejando mi mente volar.

Mi primer pensamiento que mi mente puede aclarar ,en uno de esos momentos te encuentras tú como la primera melodía que resuena en mi cabeza con esas gotas de agua haciendo germinar las flores

Suspiro hondo,y te nombró en silencio disfrutando del ocaso .

Mientras medito miro la farola a través de la ventana tus recuerdos se sumergen en la tinta y se refleja a través de mi escritura solitaria.

Pero una y otra vez el bolígrafo ,el papel en blanco y mis pensamientos solo susurran tu nombre como una melodía .

Y a medida que pasan los años vivo prisionera de mis letras

AMPARO SORIA

-Tormenta-

Recuerdo que fue una experiencia aterradora, para mí. Mi inconsciente espíritu aventurero tuvo la culpa de aquella imborrable vivencia. Aquel lejano y primaveral atardecer apareció ante mí, en la cima de un peñasco la inoportuna silueta de un faro. Mi corazón saltó de emoción ¡Un faro! mis pies se dirigieron hacia él a toda prisa. Subí el estrecho sendero salpicado de maleza y pedregoso. Frente a él alcé la cabeza hasta el balconcillo. El estado del faro abandonado era desolador. Empujé la puerta despacio y me adentré en él con el pulso acelerado. Una vieja mesa, una silla y un mugriento catre era el mobiliario existente. El olor a humedad y moho me taponaron la nariz. Subí precavida por la oscura y estrecha escalera de caracol. Al fin llegué a una pequeña puerta que salía al balconcillo. Aspiré el aroma salino sintiéndolo en mi interior. Un inmenso mar azul con reflejos dorados, un cielo celeste espectacular. Un evocador susurro de olas serenas. ¡Qué delicia de paisaje!

Pasados unos minutos absorta en aquel ensueño, el graznido de una gaviota me sobresaltó. Me di la vuelta, esta se posó en la barandilla a dos escasos metros de mí. Su oscura mirada rasgada se clavó en mí un instante, tuve la sensación que me advertía de algo, alzó el vuelo y se alejó. ¡Qué tonterías tienes, Emilia! Entonces lo descubrí. Un repentino viento comenzó a soplar, una masa gris oscuro compacta avanzaba tras las montañas, dirección al mar. La puerta se cerró de golpe. Las primeras gotas cayeron sobre mí. ¡Dios, una tormenta! ¡Atrapada en el balconcillo bajo una tormenta!

En pocos segundos se hizo de noche. Los truenos retumbaban en mis oídos, los relámpagos recorrían el cielo iluminándolo sin cesar. Me apoyé sobre la pared y conseguí ponerme el chubasquero auxiliar de plástico que siempre llevaba en mi mochila. Sentí con estupor la vibración del faro provocado por las fieras embestidas de las olas con abundante espuma blanca. Aquello no era tormenta normal, era endemoniada. Me acurruqué aterrada en suelo temblando. Lloraba pidiendo auxilio ¿Quién me iba a oír? Llegué a sentir en mi rostro la salpicadura del enfurecido mar que rugía con un estruendo enloquecedor. Estaba sufriendo una pesadilla real. ¡¡Ya, por favor…!! supliqué una y otra vez sin que aquella diabólica tormenta bajara su intensidad. No recuerdo si me desmayé ni el tiempo que estuve inconsciente. Pero cuando desperté, continuaba empapada, tiritando de miedo y de frío. El cielo azul, el mar casi sereno. La tormenta había pasado.

La puerta se abrió de golpe. No me pregunté cómo, si el viento ya no soplaba. Bajé casi rodando por las escaleras. Salí de aquel maldito faro. Mi corazón corría su particular carrera de obstáculos. Corrí por el sendero a punto de caer en varias ocasiones. A salvo en la dársena, respiré varias veces acompasando mi respiración sujetando mi alterado corazón. Quedé boquiabierta al contemplar extasiada el final de aquel dorado atardecer. Tal vez fue una compensación por el mal rato que sufrí en el faro.

-Las puertas se cierran y se abren cuando menos lo esperas ¿verdad?

Me di la vuelta buscando la voz áspera, sigilosa y femenina tras de mí. Descubrí una mujer de baja estatura y espigada vestida de negro, caminando sin prisa hacia ¡el sendero que llevaba al faro! Dudé unos segundos si llamarla o no, pero desapareció en la oscuridad. Aquello me dio mal fario y me alejé de allí dirección al pueblo. No volví a pasar jamás cerca de un faro.

…………………

GAIA ORBE

El día está despejado. Multitud de estrellas vibran en la superficie del agua, sin caos, en calma. La señora Emma, con su cuerpo rígido de poco peso levanta la cabeza. Su vestido se proyecta hacia abajo desde la cintura. Suenan dos pitidos largos. Ella sube un brazo al pecho para contener el latido. El titilar del faro le anuncia la hora de partir. Deshacer el nudo que ata el ancla a la dársena del puerto.

La señora Emma conoce casi todo lo que existe en la vida del navegante. Los miedos, los sufrimientos y alegrías, las virtudes. Es que ella, capitana de tantísimos temporales, aprendió que los ciclos de grandeza y de miseria, no tienen fin.

No hace caso de las supersticiones y mucho menos de los habitantes míticos y misteriosos de las profundidades. Tampoco de las creencias religiosas. Después de tantas batallas, Emma eligió ser una mujer pagana mirando al horizonte. Aunque siempre se pregunta si ahí estará el límite de todas las cosas.

Se oye el último silbido. Mira la luz blanca del enhiesto atalaya. Desde el muelle, ve a la gente levantar las manos en señal de adiós. La señora Emma, arrogante, parece querer lanzarse de un salto al mar. Esta vez, ella no es un pájaro del Nilo engalanado de colores deslizándose en las aguas. Ni un dragón dispuesto a intimidar a imprevisibles enemigos. De pronto, entre balances y cabeceadas al ardor del sol, se da cuenta de que el próximo naufragio será el último capítulo de su vida.

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

Marinero de luz

Atalaya: ¿cuántas veces te he invocado? ¿Cuántas veces te he necesitado?

En el mundo envuelto en sombras, errante voy en tu búsqueda.

A lo lejos, siempre estás, tratando de alcanzar el horizonte.

Olas vacilantes y traicioneras me llevan a ti para poder navegar sin que se quiebre el mástil que sostiene mi vida. Sin tu luz, voy ciego por el infinito mar.

Los látigos del viento golpean mi barco; cruje la madera del casco que protege el frágil corazón de mi nave.

La tormenta feroz de las emociones amenaza con hundir mi barco. Pero, como capitán de mi destino, me aferro al timón sin vacilar, buscando la luz que me lleve a un puerto seguro.

Faro, eres un punto luminoso que se niega a desvanecerse en la oscuridad. Porque, aunque la tormenta me sacuda, aunque el mar me quiera tragar, la esperanza, pequeña pero indomable, me impulsa hacia ti, Atalaya solitaria.

NILA J BOHÓRQUEZ

El resplandor de la aurora se refleja en la hamaca donde duermo…y al despertar abro el ventanal para contemplar extasiada a la hermosa naturaleza, transportándome en las alas de mi espíritu para navegar en los vaivenes de las olas marinas, oleaje que baña el faro que se distingue en el puerto como señal segura para los navegantes nocturnos…ese mismo farol, testigo mudo de las andanzas y cantos de sirenas danzando al ritmo de las olas, sin perder el norte que señala la potente luz desde la atalaya.

Y con las ventanas abiertas continúo respirando aire puro del mar que acaricia mi rostro, permaneciendo absorta sin control del tiempo, dentro de mi espacio sereno…no solo para deleitarme con los melodiosos y fantásticos graznidos de las gaviotas que vuelan hacia el piélago, sino para encontrarme con mi ego en la plenitud del silencio.

Al volver en sí, miro a lo lejos y observo a la pintoresca e inmensa estructura del muelle, admirada por centenares de turistas que visitan el pueblo de pescadores.

EL IDIOTA

La lucecita que vez no es una estrella más en el firmamento que ha esperado cientos o miles de años luz para brillar en la noche.

Aunque pretendas, por tus conocimientos de ciencia y por tantos libros que has estudiado, condenarla a muerte y te aferres tanto a la sabiduría que no te permite ver la realidad, la fuente continúa viva y trata de guiarte hacia tierra firme cuando ya creías qué tu suerte estaba echada y comenzaste a maldecir por haber emprendido la huida y enrolarte en la locura de emigrar en una endeble embarcación, si esos pedazos de maderas unidos pudiera llamarse embarcación.

Te faltaban conocimientos de mar, de supervivencia, pero no lo tuviste en cuenta. La otra realidad, esa que te prometía una mejor vida, un salario digno y, sobre todo, la libertad de quitarte la máscara y decir al pan pan y al vino vino, sin temor a represalias, ocuparon los espacios que les pertenecían a la cordura, a la sensatez y no dejaron sitio al miedo, a la duda, a la razón.

Esa luz no cuelga en el aire. Está en lo alto de una torre, anunciando tierra firme para salvarte del naufragio en noche sin luna, como debía ser para que los guardacostas no te detectaran , es,el pedazo seco que necesitas urgente para no morir ahogado por tanto agotamiento que las extremidades se niegan a obedecer y no te dejan mover; están agarrotadas de mucho frío porque el agua se apoderó del calor de tu cuerpo.

¡Caramba! No te rindas, ven a mi que soy un faro y los faros estamos en tierra firme. No te rindas. Estoy cansado de ver tantos muertos.

IVONNE CORONADO

El Faro del Pacífico

Al pie del volcán del mismo nombre se extendía la ciudad donde vivía mi abuela cuando niña. Desde 1770 hasta 1958, el volcán de Izalco se mantuvo activo. Fue en esa época que el volcán de Izalco tuvo fama, y recubrió el nombre del «faro del Pacífico».

Tenían sus padres una pequeña porción de tierra, pero casi a las afueras del pueblo. Sembraban maíz y verduras, para su consumo y venta en la plaza.

Los habitantes tenían la costumbre de escuchar los rugidos del gigante, pero en 1917, un siete de junio, hubo un terremoto que abarcó varias zonas de El Salvador. Ella tenía apenas 16 años.
Cada vez que temblaba fuerte, mi abuela me decía:

—No es nada, Graciela. El terremoto de Izalco, que me tocó vivir, eso sí, fue un desastre. La tierra temblaba, y el bendito volcán no paraba de hacer erupción. El volcán fue testigo, y el movimiento de sus intestinos contribuyó al terror de los que huían sin rumbo fijo, encomendándose a todos los santos. Era el caos. Cenizas, fuego, estruendo y la tierra abriendo sus fauces para luego cerrarlas sin piedad, con mujeres, hombres, niños, bestias y vehículos adentro. Mis padres no sabían qué hacer. Nos quedamos en casa, rezando, y diciéndonos que valía mejor morir juntos. El olor de azufre era insoportable.

Milagrosamente, solo una parte de sus tierras sufrió serios daños. La mula que llevaba su carga al mercado, huyó despavorida. La encontrarían más tarde. Ayudaron a muchos de sus vecinos a no morir de hambre con las reservas de maíz que tenían.

Y oyéndola hablar, cuando niña, se calmaban mis miedos. Después de todo, temblaba siempre, corríamos al jardín, y luego, al terminar de temblar, seguíamos como si nada, cada uno en sus ocupaciones diarias. El volcán de Izalco estuvo tranquilo mucho tiempo, y nunca vi abrirse la tierra.

Cuando curiosa fui a buscar información sobre ese terremoto, supe que en el volcán de San Salvador fue el epicentro. Ambos volcanes hicieron de ese cataclismo una historia difícil de olvidar y comparar con cualquiera de otros años donde hubo sismos. Los volcanes son majestuosos cuando duermen, y dragones feroces despiertos.

Pero un tres de mayo de 1965, ya siendo una señorita, viviendo aún con mi madre y mi abuela materna, en San Salvador, hubo otro terremoto, que dañó a México, Guatemala y El Salvador. Las casas de los campesinos, hechas de adobe, fueron su tumba. La tragedia fue grande, sobre todo en las poblaciones más pobres del país. Nuestra casa sufrió algunos daños pero resistió. Hubo muertes, miles perdieron todo lo que tenían.

Unos años después, fui a estudiar fuera del país. A mi regreso a San Salvador, todavía había vestigios de la tragedia. Un edificio de varios pisos, amenazaba con derrumbarse de un momento a otro. La economía no se había recuperado. La pobreza podía verse por doquier.

El volcán de Izalco es uno de los volcanes más jóvenes del continente americano. En 1966 el “faro del Pacífico” volvió a hacer erupción, pero sigue siendo considerado activo, porque muestra actividad fumarólica.

La tierra salvadoreña está formada casi del 99% de material volcánico. La capital, San Salvador, es llamada “El Valle de las Hamacas”. 242 gigantes, algunos despiertos, otros dormidos, son visitados por el turismo, y hay ciudades en sus faldas. Los humanos, para seguir la lucha por la vida, olvidamos el peligro.

CARMEN BERJANO

Hay personas que son luz. Qué aparecen en tu vida para facilitártela. Para mostrarte, al menos, por donde no conviene que vayas. Aunque siempre te dejen la opción de ir. Porque esas personas, ante todo, te respetan.

Hay personas que siempre están ahí. Da igual la hora.. Da igual las inclemencias climáticas.

Hay personas que son guías. Con sus pasos, sus palabras. Pero, sobre todo, con sus hechos y contenciones.

Hay personas que son faros y cuya luz, siempre brilla y brillará en cada vivencia compartida, atesorada como recuerdo.

EVA AVIA TORIBIO

El faro de Gerión.

Me hallo aquí frente el ordenador viendo las horas pasar y no se que escribir. Las historias que leo en la red sobre los faros son tan aburridas, que me dan ganas de retomar las letras que las meigas de mi familia me contaban cuando era pequeño. Leyendas de meigas, de brujas, que dirías tú, cargadas de tragedias, de advertencias para los mas incrédulos.

Mis colegas, que no creen en esas historias, quieren montar esta noche de sábado un botellón en la Torre de Hércules. La popular leyenda que hay tras esa construcción no creo que sea necesaria que te la cuente, lo que si te tengo que contar es la historia que las meigas de mi familia pasaron generación tras generación.

El Rey Gerión no era un ser mitológico con tres cuerpos humanos unidos en la cintura, sino tres hermanos ganaderos. Uno de ellos, Gerión, mantenía una relación muy especial con una de las hijas del Rey Tritón y eso a él no le gustó, así que solicitó a sus hermanos Dioses que le pusieran una trampa. Una de las hermanas de Hércules tenía la misión de seducir a ese mortal ganadero, con la convicción de que sucumbiría ante tal belleza, algo que no sucedió, porque el amor entre el mortal ganadero y la sirena estaba destinada a ser una historia de cuento. Lo que continua ya lo podrás imaginar, la vida de ese mortal finalizó en el momento en el que ese padre egocéntrico quería para sí a su hija.

Desde entonces las hijas de Tritón cantan a los marineros la historia de amor de su hermana. Pero ella permanece en un letargo constante y cada cien años, movida por la predicción de una de las meigas del pueblo, regresa al lugar donde su amado falleció en manos de Hércules, con la esperanza de que el ganadero vuelva, renacido, a ella.

Hoy es el día señalado, ese en el que, según las descendientes de esa meiga, o sea sé, mis familiares, Gerión regresará con su amada y por supuesto, mis colegas no se quieren perder tal encuentro.

En el faro.

—¿Qué pasa tío? —Me abraza y golpea uno de mis colegas.

—Nada tío, que estáis muy locos. Hace un puto frio que pela, hoy no salen ni las sirenitas y nosotros aquí queriendo montar una fiesta. En fin, todo sea por los colegas —Sacando las botellas del maletero.

—Lo que a ti te pasa es que eres un cagao. Las meigas de tu casa te han lavado el coco desde pequeño y no te quieres arrimar a este faro por si la leyenda es real. ¡Ja, ja, ja! —burlándose de mí otro de ellos.

—¡Estoy aquí, no! —Levantando los hombros—. Saca las birras que hoy la luna la tenemos curiosa y ni la luz del faro opaca su esplendor. ¡Ja, ja, ja!

Me rio por no llorar. Estoy cagado de miedo. Como aparezca esa sirena me cago en todas mis meigas.

“Mejor no hagamos ruido para que no venga la poli” —Apagando la música del coche.”

—Y para que no se despierte de su letargo la sirena. ¡Ja, ja, ja! —suelta, otro.

Unas horas después, con colocón encima. Las olas comienzan a golpear las rocas con mucha fuerza.

—¡Cabrones, dejarme un poquito para mí, que ahora regreso! Aunque estoy por hacérmelo encima, porque igual se me encoge si la saco —les digo, mientras me alejo.

Risas, muchas risas.

—¡Coño, tíos! ¿Habéis visto eso de ahí? —escucho a uno de ellos. Me giro y veo como señala a unos metros de distancia desde donde yo me encuentro. Elevo los brazos porque yo no veo nada.

—¡Eso es lo que te has fumao! —le contesta otro—. Pásame un poquito, a ver si yo también veo lo mismo que tú. ¡Ja, ja, ja!

Siento mi cuerpo pesado, he bebido demasiado. Siento escalofríos. ¡Cojones que puto frio hace!

—Gerión —escucho tenuemente.

Me sobresalta esa voz. Me giro y miro al mi alrededor y no veo nada. Continuo dirección a mis colegas. Algo detiene mis pasos.

—Gerión —escucho, de nuevo, pero esta vez con más claridad.

—¡Chicos, como broma está bien! —les grito.

—Gerión, has vuelto.

Esa voz se me hace familiar, como si ya la hubiera escuchado antes. Me giro y frente a mí una escultural mujer acaricia mi rostro y me besa.

Silbidos.

—Disculpe, creo que me confunde con otra persona —Apartándome de ella.

—¿Mi amor, no me reconoces? —Aproximándose.

—Creo que he bebido demasiado —Queriéndome alejar. Veo cosas que no son reales.

Suena el teléfono.

—¡La ostia, que me he quedado dormido! —Despertándome sobresaltado frente al ordenador.

—¡Tío, que las birras se calientan! —escucho al otro lado del teléfono—. No te olvides de la cámara, que esta noche vamos a petar el Insta.

Me levanto con rapidez y cuando voy a apagar el ordenador escucho susurrar unas palabras que van siendo escritas en la hoja en blanco.

—Gerión, recuérdame.

ANA DEL ÁLAMO

Tus ojos intermitentes alumbran un mar

trasnochado plagado de auroras.

Retienes en tu mirada el lamento del náufrago, el canto de las sirenas que cautivan a los hombres en un querer de mentiras, el mar bravío mordiendo tu cuerpo desconchado, el rugir inquebrantable de las olas…

Has sido testigo de amores imposibles bajo tu tenue mirada a la luz de un candil oxidado.

¿Como no temerle al tiempo?, si traspasas las horas de silencio con sed de caricias y visitas ingratas.

Olvidado, yaces esperando que un requiebro de amores te bañe con aguas tibias, azules como el techo que te cobija, lamiendo tus castigadas orillas.

Tus faros, con urgencia aparente, te acompañan hacia un horizonte en llamas en busca de un sueño perdido.

Hasta que un día aparecieron ellos, ávidos de deseo clandestino, ocupando tus rincones a la caída de un sol doliente. Tú, solícito, les prestaste tus gastados muros y un lecho desvencijado de lienzos fríos. Los amantes no necesitaron más y tú no pedías nada a cambio, solo contemplabas en silencio como un voyeur testigo de sus actos.

Y cada tarde esperaste con impaciencia su llegada. Luego, la ida impenitente, y así quedaron tus noches desoladas marcando el hito de un afecto marchito.

Ella era la esencia del mar, la roca que despunta a lo lejos, la cueva impenetrable. Tuviste celos del viento que la rozaba con descaro, del niño que la miraba a su paso, del tendero que le vendía el pan de cada día. Ella estaba bendecida por los dioses del mar.

Y una tarde ya no volvió más y les rogaste palidecer con el frío del invierno, desaparecer como el náufrago de tu retina y morir cansado de ser solo.

Un bendito día regresó por ti. Ella cubrió de luz tus albores y de amor tu corazón raído. Te montaste sobre su lomo y os sumergisteis en las profundidades avanzando con su hermosa cola, para envejecer juntos.

Dicen las malas lenguas que aquella misma noche, una tempestad feroz irrumpió en el litoral y al viejo faro se lo tragó el mar sin dejar rastro.

Dicen que se escucharon clamores y ecos de sirena y que en los días despejados pueden verse a lo lejos, dos figuras haciendo el amor sobre una roca incandescente.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

Aunque la inauguración del Congreso estaba señalada a las 12 del mediodía, como a las 11 tenía que dar una clase, preferí no llegar a esa primera parte de bienvenidas etc., etc. y presentarme ya, cuando se inaugurase la parte científica que, según el programa la primera ponencia sería a las 18.00.

Así que cogí billetes para el avión que tenía salida a las 13, dirección Nápoles que era el lugar donde se realizaría.

Iba con una chavala que hacía conmigo un «post doc» y presentábamos un par de pósters.

Así que, habiendo llevado el equipaje a la Facultad, al salir yo de clase a las doce, nos dispusimos a emprender nuestro viaje.

Llegamos al aeropuerto y allí tuvo ya lugar la primera incidenciia: al ir a buscar la tarjeta de embarque nos comunicaron que la salida del vuelo no seria a las 13.00 sino más tarde, sin especificar de cuantos minutos sería la tardanza.

Y, efectivamente, tras pasar nervios y más nervios pues nadie nos daba deralles al respecto, a las 13,50 nos dispusimos a embarcar.

Pero no me preguntéis el porqué, encontramos lo jamas visto: en la pista de arrancar el vuelo, normalmente despejada, había tres aviones delante nuestro esperando, cual si de guardia de circulación se tratase, que la torre de control diese la salida.

Y como éramos los de la cuarta posición comenzamos a volar a las 16 y…no quise mirarlo.

Total, aterrizamos a las casi 18 y ¡la primera ponencia, intersantísima, de fijo que la perderíamos!

Cogimos un taxi y, sin ir al hotel a dejar el equipaje decidimos ir ya al recinto donde se celebraría el Congreso que era…

-¿Dónde es? -le pregunté a mi compañera que yo no había tenido tiempo de mirarlo.

-¿No lo sabes?-respondió ella.

-Mira el plano- le dije

-Signorinas, adónde las porto?- dijo el taxista.

-Un momento- dijimos al unísono mientras rebuscábamos en las mochilas y bolsos. Y los minutos pasaban y el taxímetro iba sumando.

Finalmente apareció el plano y aquí vino nuestra sorpresa: indicaba ¡el mar!

Se lo enseñamos al taxista y, gozoso de saber más que nosotras aclaró:

-E Capri.

-¿Capri? ¿La isla? Y ¿como vamos?

Él riéndose nos aclaró:

-Io portare a porto. Y barco.

¡La que faltaba! Ahora barco…y en Capri ¿dónde?

Y como pasa en estas ocasiones, de los nervios pasamos a la risa, asi que nos subimos al primer barco que partía hacia Capri y ¡que Dios nos amoare!

Ninguna de las dos habiamos estado en la isla así que, al bajar, nuesyra primera sorpresa fue que para llegar a la zona «habitada» había que subir por una altísima escalera mecànica lo que retrasaba mas nuestra llegada.

Cuando finalmente llegamos arriba fuimos directas al punto de información, que era de información turistica, pero de Congresos, nada de nada.

Asi que, aunque era ya casi verano, el sol empezaba a declinar y nosotras preguntando a todo quisque.

Finalmente encontramos unos colegas alemanes que, con lenguaje mítico nos indicaron como ir.

Cargamos nuevamente las mochilas y ¡avanti.

El camino hacia subida. Llegamos a un descampado y lo único que encontramos fue ¡un faro!

Dudamos, claro. Imposible que fuese alli. Pero no habia otra edificación.

En estas, vimos un mogollón de gente salir con las debidas tarjetas acreditativas colgadas del cuello y nos lo aclararon:

Efectivamente, la primera ponencia había tenido lugar a las 18, y a continuación se dio un sabroso piscolabis.

Y no, el lugar del Congeso era en la Universidad, pero el primer encuentro había tenido lugar en un sitio tan conocido como dicha isla y ¡que mejor vista que desde el faro!

Que si queríamos subir aún había gente y…eso sí, como no había ascensor tendríamos que ir por una escalera de caracol, rememoramdo a los antiguos fareros allí aislados y…

Y nosotras, como era de esperar, desistimos de esa última aventura.

PD/No he logrado añadir imagen del faro de Capri, porque escribo en el móvil y aunque la he guardado en «imagenes» no la encuentro.

MAITE BILBAO

DÉJAME BRILLAR

Al igual que un faro, que se alza imponente sobre las olas, mi historia emergió de las profundidades de tu alma.

Nacida de la oscuridad de tu mente, fui esculpida con paciencia y cuidado. Como un diamante en bruto, fui pulida hasta revelar mi verdadero brillo. Vestida de negro al principio, poco a poco me despojé de las capas hasta convertirme en la joya que soy hoy. Pero aún encerrada en la caja de tu imaginación, anhelaba la libertad de explorar el mundo y compartir la luz con los demás.

Recuerdo el momento exacto en que comenzaste a darme forma. Tus palabras, como cinceles, tallaban mi esencia, moldeando mis contornos. Con cada trazo, sentía cómo cobraba vida, cómo me transformaba de un simple carbón a un hermoso brillante. Tu aliento, cálido y constante, me impulsaba a seguir creciendo, a alcanzar el máximo potencial. Sin embargo, en medio de la transformación, una duda me atormentaba: ¿Cuál era mi propósito? ¿Por qué me habías creado? En silencio, buscaba respuestas lejos, estando tan cerca. Y fue entonces cuando comprendí. Me habías dado vida para que yo, a su vez, pudiera transmitirla. Para que mis palabras pudieran inspirar, consolar y conectar con los corazones de quienes me leyeran.

Y así, con un suspiro de alivio, me dejé llevar por la corriente. La inspiración fluyó a través de las venas, llegando hasta tus dedos que danzaban sobre el papel. Cada letra que escribías era una pincelada en mi lienzo, un nuevo matiz en mi paleta de colores. Y cuando finalmente terminaste de dar forma a la historia, sentí una inmensa sensación de libertad. Liberada de las cadenas de la incertidumbre, me enfrenté al mundo con valentía. Las palabras, como pétalos de una flor, se dispersaron en el viento, llevando conmigo un pedazo de ti. Y así, nuestra creación conjunta floreció y se transformó en algo nuevo y hermoso.

Ahora vivo en los ojos de los lectores. Muestro que la creatividad supera cualquier obstáculo; aunque la oscuridad sea profunda, la luz siempre nos guía.

AXY LINDA

Fabián vagaba sin rumbo, desprovisto de esperanza. Una mañana, lo despertó un gato de ojos azul brillante. Decidió llamarlo “Faro” por la luz que irradiaba su mirada.

El animal poseía un instinto único. Siempre lo conducía a lugares donde hallaba un trozo de pan, una palabra amable o un refugio cálido.

Una noche, Faro lo guió hasta una casa abandonada. Con insistencia, arañaba un viejo armario desvencijado. Intrigado, Fabián lo abrió y encontró la escritura de la propiedad. Para su asombro, estaba a su nombre. En ese instante, el recuerdo de la tragedia que lo había apartado de aquel lugar volvió a su mente.

Esta vez, ese pasado no le hizo daño. Por el contrario, despertó en él un deseo irrefrenable de escribir, de capturar la luz que comenzaba a crecer en su interior. Con Faro como fiel compañero, inició un recorrido por las calles, recolectando material para sus escritos: sonrisas, suspiros, lágrimas de amor, tristeza y gratitud.

Con el tiempo, sus escritos transformaron vidas. Sus libros, cargados de esperanza, se convirtieron en fuentes de inspiración para otros.

—Eres mi faro de luz —le decía cada noche mientras acariciaba el suave pelaje del gato.

Faro, con su ronroneo parecía recordarle que, en la oscuridad más profunda, incluso una chispa puede iluminar el mundo.

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

Siempre has sido un faro de luz en mi camino, con sueños y deseos compartidos; a mi lado en múltiples aventuras.

Tu vida cambió mi vida, empecé a ver el mundo de mil colores; a apreciar todos los olores y sabores.

Empecé a soñar despierta y a conversar con los ocasos y las albas

Me enseñaste a ver el mundo con otras miradas, traspasando el umbral de mis sentidos.

Cada cosa en el universo es ahora diferente.

Mi caminar a tu lado; me ha dado alas para volar hacia miles de infinitos.

Gracias por ser mi compañero de vida, mi guía, mi remanso de paz en el devenir de mi existencia.

CÉSAR BORT

Dicen que, un invierno, un gigante atravesó la tundra, portando a una niña sentada sobre un hombro. En los pies, para no hundirse en la nieve, llevaba dos puertas, que desvencijó en Boira. Se las amarró con los intestinos de los hombres que querían regresarlo a Gehena.

Sus pasos retumbaron en el norte, resquebrajando el cielo, que vomitó lenguas de fuego zigzagueantes; abriendo grietas en la tierra, de las cuales emergieron las fauces del infierno. Afrontó ventiscas y temporales de nieve, que lo revistieron de carámbanos. Se convirtió en un jotun de hielo. Dormía a la intemperie, en cuclillas, aconchando a la niña en el hueco de su cuerpo; fulgurando con la luz de la Luna, como un faro en medio del mar nevado, advirtiendo de la mala idea que sería acercarse a ese iceberg, de la mala fortuna que traería perseguir esa derrota.

CARMEN ÚBEDA FERRER

El faro de mi existencia

´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´´

Había sido una madre absorbente, autoritaria, nunca cariñosa, egoísta.

Marta era su única hija. Desde que era una niña y que ella recordara, solo había sido una esclava de su madre.

Se hizo mujer y se casó solo por conveniencia por salir de esclavitud a la que estuvo sometida.

Pensar en su madre era una tortura para ella, pero, en el fondo, era una buena, hija y tampoco quería dejarla totalmente en el olvido.

Su padre hacía ya muchos años que había muerto y, aunque su madre se valía perfectamente para vivir sola, la visitaba muy de tarde en tarde.

Marta, después de la visita, regresaba a su casa, siempre disgustada. Las visitas a su madre solo le servían a ella para recibir reproches y humillarla.

Habían pasado dos meses desde la última vez que fuera a ver a su madre. Las llamadas telefónicas también las había espaciado mucho. Se sentía mucho mejor, así cuanto menos sabía de ella.

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A las doce del mediodía sonó el timbre del teléfono. Marta descolgó el auricular, pensaba en que la llamada era la que esperaba de una amiga suya, pero resultó que era desde un hospital comunicándole que su madre había tenido una caída en la calle y se había roto las dos piernas. Marta, al oír esta noticia, se sintió desfallecer, tanto por el accidente de su madre como de pensar que tenía que ir a cuidarla al hospital y después tendría que traérsela a su casa hasta que se restableciese totalmente. Así fue. Después de una larga temporada en el hospital, en el que le hizo la vida imposible a su hija, madre e hija llegaron a la casa de esta última.

Los primeros días de convivencia fueron soportables para Marta, pero a medida que la convaleciente iba recuperando fuerzas, la convivencia se convirtió en un infierno. Las bajezas a las que se sentía sometida minaban su moral y su autoestima. La soportaba porque era su madre, pero la estaba consumiendo.

Un el día en el que se sintió totalmente agotada y hundida. De manera más cortante que una navaja le dijo.

-Mamá , no puedo más. No te soporto, quiero que te vayas a tu casa. Ya te puedes valer por ti misma.-

La madre se acogió al chantaje emocional y le suplicó. Lloró y llegó hasta el extremo de decirle.

-Hija, no me abandones ahora. ¿Qué voy a hacer sin ti? Tú eres la luz y el faro de mi existencia.-

Dos días más tarde Marta se suicidó.

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14 comentarios en «El faro – miniconcurso de relatos»

  1. Mi voto es para Irene Adler. Por su estilo único en traer la historia, por dar voz a las que las perdieron. Por enseñarme más vocabulario :).

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