Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el día del eclipse». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 25 de abril!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
El día del eclipse tú serás luna y yo seré sol, perpetuando la tenue luz de nuestras miradas condenadas a la eternidad de nuestro amor. Insondables palabras susurran un silencio doloroso roto con el sonido de los pétalos de rosa que yo lancé al cielo para que las estrellas testificarán con su brillo lo que los humanos no podían apreciar.
El día del eclipse yo seré luna y tú serás sol, ¡pero no un sol cualquiera, pues serás mi sol! El sol que me despertará cada mañana con caricias infinitas e iluminará mi vida. Aquel hechizo fue lo más especial que unió nuestras vidas y ya es tarde para romper. Hechizados estamos por aquel eclipse en el que nos enamoramos. La magia del amor eterno que logro paralizar el tiempo con aquel sentimiento sempiterno, recuerdo eterno, aquel instante en el que se juntaron nuestros cuerpos, en simbiosis perfecta, eclipsados por el destello de aquella luz que penetró nuestras almas y las eternizó dándonos un vástago para que fuera testigo, heredero, primogénito, legado, continuación, engendrado con amor, el palpitar de su corazón fue la verdadera razón para seguir danzando en la eternidad de nuestras ánimas.
CRUXMANUELA
Por fin llegabas de nuevo a provocar en los seres humanos el gusanillo de querer contemplar tu grandeza, ya que dejar a la Tierra a oscuras, ni la más hermosa de las sombrillas consigue igualarse ni un ojo de aguja a esa Luna que se interpone entre el Sol y la Tierra provocando el «eclipse».
Recuerdo en donde la ultima vez, te vi… Extremadura, mis vecinos y yo misma excitados por el espectáculo que nos ibas a dar en aquella hora señalada, habíamos buscado trozos de radiografía, otra gente habían comprado objetos para evitar en la retina quemaduras, pero el deseo de todos era contemplar la maravilla del universo.
Lo cierto y, lo cuento, para que el mundo se entere todo el pueblo pendiente del fenómeno.
Llegaste sí con tu oscuridad de hechizo o fue conjuro, nunca lo sabremos…, desde entonces el pueblo sufre el maleficio de vivir en la oscuridad.
ANTONICUS EFE
Siempre he soñado con la pasión eterna, sumergirme en el oleaje del mar embravecido y abrazar mis deseos en su orilla, pero por alguna razón que se me escapa, Cupido solo me manda a su meretriz y me tengo que conformar con un par de polvos sin el cigarrillo de después (hace tiempo que deje de fumar), que era casi tan importante como el polvo en sí, de hecho una novia que tuve empezó a fumar solo para eso, no se si seguirá fumando, espero que no, echando polvos no sé, me dijeron que se había hecho monja. Una vez que empiezo con esa espiral de pensamientos profundos no puedo parar, ¿se podría sustituir el cigarrillo de después por peta zetas o por regaliz? Por cierto que me ha llegado un rumor de que los yogures según en qué supermercados ya no lo son, sino leche fermentada, ¿hasta eso nos van a quitar? Me pongo a investigar y encuentro esto: La denominación “Yogur” está establecida por ley, es el producto obtenido por fermentación láctica mediante la acción exclusiva de 2 fermentos (Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus) a partir de leche y otros ingredientes lácteos. Cuando se añaden otros fermentos, además de los 2 anteriores, el producto es una leche fermentada. O sea que hasta eso se nos niega, se han cargado parte de mi infancia. Estoy casi entrando en barrena, como suele decirse, cuando me acuerdo que han anunciado un eclipse para hoy, siempre me gustaron los eclipses, no mirarlos, sino ver como la estupidez humana ha convertido un fenómeno natural en un acontecimiento comercial, donde siempre hay alguien que gane dinero. Empezaron con las horribles gafas esas y seguro que hasta se venden palcos o sitios para contemplarlos, nosotros de críos en uno que hubo, le quitamos la careta de soldar al padre de un amigo y por ahí íbamos mirando por turnos, ni que decir tiene que mi amigo “cobró” cuando la devolvió toda arañada. Se presenta otra disyuntiva: ¿A quien llamo para ver el eclipse conmigo? Ahora mismo no tengo ninguna “amiga especial” tan cerca como para improvisar un viaje, lo veré solo y me pondré las gafas, total este es especial y creo que no se va a volver a repetir. ¿Sabe alguien a que hora apretó el botón Putin? Si alguien me lo puede decir se lo agradecería.
PEDRO PARRINA
RECETA DE UN ECLIPSE: PAN CON ACEITE Y TOMATE
Ingredientes:
-Pan
-Aceite
-Ummm !Qué buena pinta!
-¿Podrías poner la receta?
-¿Guot? -Traducción: ¿Qué?-
-Yo la hago igual pero sin tomate.
-Pero eso será otra receta, ¿no?
-No, es la misma, pero distinta.
-Para mi gusto sobra el aceite.
-Lo que sobra es el pavo.
-¿Qué pavo?
-El que tú tienes.
-Falta el jamón.
-Y de los políticos nadie va a decir nada, es que yo no sé hablar de otra cosa.
-Mira esa lo que ha dicho.
-¿Dónde están los administradores que no están pendientes de mis quejas, acaso tienen alguna otra cosa mejor que hacer?
-Yo la hago con jamón de York, sin aditivos ni conservantes, con pan integral de centeno y aceite de lino o, en su caso, de girasol.
-!Madre mía, que jarca!
-¿Jarca es con h o con j?
-Yo soy de un pueblo cerca de Guadalupe, ¿Sabéis cuál es?
-Pues si no lo sabes tú…
-Anda que ese no está perdío ni na.
-Hola, quería presentarme y dejaros una afoto que no sé si he hecho.
-Mes toi eclisando.
-Oye, un respeto, tengo derecho a la libertad de expresión.
-Yo estoy harta de tanta censura.
-Pero qué dices de censura si estamos hablando de una receta.
-Me encantan todas las recetas de comidas extremeñas, ¿podríais ponerla?
-!Ké varvaridad! -Traducción ¿Guot?-
-Y llegó el eclipse…
-¿Lunar?
-No.
-¿Cular?
-Hola, ¿cómo estás?
-¿Yo?
-También y ,¿tú?
-Tampoco
-Y se hizo el eclipse grupal…
NOTA: Esta receta ha sido eliminada por el autor/a.
BENEDICTO PALACIOS
En aquellos días, cuando se anunciaba un eclipse total y asomaba la primavera, las noches seguían siendo largas, se notaba el frío y para colmo faltaba el agua caliente. Y encima se apagaría el sol. Por si fuera poco, también entonces se rompió la calefacción de las aulas, no dio tiempo a improvisar unas estufas y coger apuntes era una heroicidad. Los delegados de las tres especialidades se reunieron con el decano y el decano les informó que estaba en proyecto nueva maquinaria.
—Pues suspendan las clases hasta que llegue.
—En España las cosas suceden a su debido tiempo. ¿Cómo te llamas?
—Roberto —contestó por él Agustín—. ¿Es que piensan pasarnos la factura?
Transcurrió la reunión en un tira y afloja parecidos, hubo alguna voz más alta que otra y varias palabras gruesas.
Al día siguiente los tres delegados faltaron a las clases y se corrió la voz de que estaban detenidos. Hubo asamblea y se organizó seguidamente una protesta que recorrió la calle principal y voz en grito se pidió la dimisión del decano. No faltó nadie. Bueno, los tres chivatos infiltrados: Mario, Marcos y Marcelo, las tres emes.
Hubo carreras y unos cuantos palos. Y fue mi amiga Patricia la más perjudicada, porque perdió un zapato —¿a quién se le ocurre asistir a una manifestación con zapatos de tacón?— y tuvimos que llevarla a su casa a la sillita la reina. Su familia me conocía y la acompañé hasta la puerta. Abrió su madre y cuando sin preguntar le iba a dar un guantazo, apareció su padre.
—Pregunta antes de pegar, mujer, que pareces hija de policía.
Dos días después volví para interesarme. Estaba sentada en una butaca sobre un flotador.
—¿Tan grave ha sido?
—Tengo una nalga con los colores del arco iris, con tendencia al morado. ¿Lo quieres ver para que te hagas una idea?
Se estaba levantando la falda cuando apareció su madre.
—¡Bonito tienes el culo!
—Natural —dije yo— Patricia es de mal asiento.
Sonrió y luego reímos los tres.
Dos semanas después, el domingo siguiente de Pascua, tendría lugar el eclipse. Me llamó Alex, que lo había preparado la víspera. Él se encargó de convencer a Elías para que pidiera el dos caballos a su padre y yo de rogar a la madre de Patricia para que la dejara venir. Teníamos que madrugar para ver el eclipse más arriba de la Peña Francia.
Puso Elías la música del coche a todo volumen y todos acompañábamos la melodía cantando. ¡Qué risa! Estábamos cerca de la carretera que sube a la Peña, y al volver de una curva, mandó detener el vehículo una pareja de la guardia civil. Nos quedamos mudos.
—Documentación. ¿A dónde van?
—A ver el eclipse.
—El eclipse puede verse desde la ventana de sus casas.
—Vamos también por una promesa. Un compañero ha tenido un accidente y vamos a ofrecer por él a la Virgen —dijo Patricia.
La miró el que parecía principal con insolencia y le dijo que no se confundiera, que por mucha mujer que fuera le podía dar un par de hostias
Elías entre tanto había sacado con la documentación del vehículo, el carné de su padre que era capitán del ejercito. Fue suficiente.
—Sigan y vayan con cuidado no les vaya a deslumbrar el eclipse —dijo burlón.
Abandonamos el coche en un camino forestal y empezamos la subida al pico más alto de la sierra. No era muy áspero el sendero, pero llegar hasta la cumbre nos llevó un par de horas. Subimos a la peña más alta. Y cuando respirábamos a pleno pulmón, dijo Alex «¡preparación! todos a la vez y con la letra eme.»
—¡Mario, mamarracho y merluzo!
—¡Marcos, mamonazo y majadero!
—Marcelo, malparido y mequetrefe.
—Di alguna palabra tú, Patricia.
—No se me ocurre una sola. Pero tengo una idea, me bajo los pantalones y les enseño el culo.
—Aguanta un minuto, mujer, que está oscureciendo.
—Si estaréis tontos. ¡Es el eclipse!
RAQUEL LÓPEZ
Bajo está lobreguez del cielo
oculta, emerge la luna su ornamenta,
brillante como un lucero,
Es el día del eclipse cuando entonces,
ocultándose el sol entre las sombras
a la luna, su amor épico le rinde
ofreciéndole su pasión arrolladora.
Y en el ocaso del tránsito infinito
estrellas fugaces celebran su conquista
el cielo testigo de su amor y su cariño
y el espacio etéreo se prepara para la fiesta.
Cándida luna, como una perla
que exhibe la mejor de sus galas,
soledad que aparece tras el eclipse,
soledad que permanece cuando el sol se marcha.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA
DIEZ MORENITOS – VII
En 2012, la International Wolf Pack Gaming, puso a Takeru Ichi, doctor en física de partículas por la universidad de Tokio, al frente de un equipo de ingenieros y científicos de todo el mundo, especializados en diferentes disciplinas, que tenía como objetivo incorporar la técnica holográfica al mundo de los videojuegos. Inspirado en la cultura del manga, de la que era fanático ―en Japón el 40% de todas las publicaciones impresas vendidas son mangas―, Takeru Ichi se impuso el reto de conseguir un programa basado en las producciones cinematográficas de anime, puestas de moda en 1988 por Katsuhiro Otomo, con el largometraje titulado Akira, cuya versión manga había sido publicada seis años antes en Young Magazine de la editorial Kōdansha. No mucho tiempo después, a mediados de 2015, vio la luz Happy Ghost, el primer prototipo de videojuego completamente basado en escenarios holográficos, que no necesitaba de complementos visuales ―gafas de realidad virtual― e interactivo.
El que los integrantes del equipo multidisciplinar estuvieran repartidos por diferentes países, formaba parte de la estrategia que Zacharia Röshentall, fundador, presidente y accionista mayoritario de IWPG, ideó para mantener el proyecto oculto al espionaje industrial. Estaba realizando un esfuerzo inversor de muchos millones de dólares y su propósito era rentabilizarlo con creces cuando el producto estuviera listo para la comercialización. Hasta ese momento solo el doctor Takeru Ichi sabía cuál era el verdadero propósito de la operación, controlaba el trabajo del resto y se encargaba de ensamblar las piezas del complicado rompecabezas.
Pero una vez conseguida la versión alfa del programa, con casi todo su músculo plenamente operativo y a falta de tan solo alisarle las rebabas, entendió Zacharia que en cuanto a seguridad ese era el momento más delicado del proceso y era necesario buscar dónde ocultarlo a la vista de posibles competidores. Una ubicación secreta en el ártico habría terminado por llamar la atención; escarbar un refugio troglodita en la Capadocia era una idea sugerente, pero el reclamo turístico de la región demasiado alto, el flujo de visitantes intenso y, por consiguiente, había riesgo de que alguien descubriera el refugio, así que tras un exhaustivo proceso de selección eligió un sitio, que por su perfil bajo, no llamaba la atención de nadie: la Ínsula del Duque.
Nada de esto era conocido por Rogelio Antúnez, pero la explicación que dio a los policías de por qué no le cuadraba a Quintanilla la contabilidad de los huéspedes, hasta cierto punto se ajustaba mucho a la realidad.
―El primer contacto que tuvimos con el señor Takeru Ichi fue a principios de 2016, esto es, hace poco más de dos años; tenía interés en alquilar la vieja torre de los guardeses. El edificio acumulaba casi un siglo de abandono y no reunía las condiciones mínimas de habitabilidad, pero él insistió hasta el punto de asumir los costes de acondicionamiento, que así, a ojo de buen cubero, se presumían elevados.
La llegada de Merche empujando el carrito en el que les llevaba la comida, interrumpió la declaración de Antúnez, se hizo una pausa y la compañía se trasladó a la pequeña mesa de reuniones donde la mujer estaba colocando el servicio.
―Hoy tenemos pennes al pesto, canelones de marisco y para rematar un rico carpaccio de mango, que a Teresa se le da de maravilla ―recitó el menú mientras empezaba a servir las raciones de pasta y Antúnez llenaba las copas de vino.
Quiso ser discreta al colocar una nota bajo la servilleta del sargento, pero aunque cuidadosamente doblada para hacerla lo más pequeña posible, no pasó desapercibida para los otros dos hombres que hicieron la vista gorda para no violentar a la cocinera.
―Si necesitan cualquier cosa estaré en la cocina, don Rogelio ―se despidió tras dejar servidos los primeros platos y cruzando con Azagra una mirada de entendimiento.
Durante unos segundos, los tres comieron en silencio, luego, tras beber un poco de vino, fue Antúnez quien volvió a tomar la palabra.
―Es asombroso, señores. ¿Qué clase de entrenamiento reciben ustedes en la academia, que los hace tan irresistibles para las damas? Es como si estuvieran compitiendo por ver cuál de los dos hace más conquistas: antes Quintanilla, ahora usted, sargento. ¿Van a dejar algún corazón femenino sano, en esta isla?
Azagra dejó de comer para desplegar la nota. Fue un vistazo rápido; volvió a doblarla en cuatro pliegues y se la guardó en el bolsillo de la americana.
―La señora quiere hablar conmigo, sí ―se dignó a satisfacer la curiosidad de Antúnez―, con toda seguridad hay algo que la inquieta y quiere colaborar en la investigación, no se monte usted películas, amigo mío. Si no recuerdo mal, nos habíamos quedado arreglando la vieja torres de los guardeses. Continúe, me tiene en ascuas, soy todo oídos.
El gerente se encogió de hombros dando por buena la interpretación del mensaje que había realizado Azagra.
―No voy a entrar en polémica ―rebañó con un trocito de pan los últimos restos de salsa―, pero hace mal, sargento, en tomar esto a la ligera; Merche es una excelente persona, inteligente y, además de magnífica cocinera, coincidirá conmigo en que, físicamente, la señora no está nada mal. Pero allá usted. Volvamos al asunto que nos ocupaba antes.
Apartó el plato vacío, cogió uno limpio y tras servirse una buena ración de canelones, se dispuso a seguir con el relato.
»Negociamos los términos del proyecto y no hubo problemas en alcanzar un acuerdo: el señor Takeru Ichi se haría cargo del coste íntegro de las obras, así como de la contratación de personal y materiales necesarios; eso le daría derecho a ocupar la casa de los guardeses, en régimen de alquiler, durante cinco años, pagando por ello una cuota única de diez mil euros, que hizo efectiva por adelantado. Tras formalizarse el contrato, un ejército de trabajadores desembarcó en la isla, desde arquitectos a peones, pasando por todos los gremios que normalmente son necesarios en una rehabilitación: albañiles, electricistas, fontaneros, interioristas…
El gemido de placer, que dejó escapar Quintanilla tras probar los canelones de marisco, provocó una nueva interrupción.
―Perdón, lo siento, es que no había catado algo tan exquisito en la vida, mi sargento ―se excusó ruborizado, ante la mirada seria de su superior―. Siga usted, Antúnez, se lo ruego.
―Ve lo que le decía, Azagra, esa mujer es una joya ―dijo el gerente, apuntando al policía con el tenedor―. En fin, que en menos de tres semanas estaba la obra terminada y el señor Takeru Ichi instalado en la torre y trabajando en lo suyo, que según parece es algo relacionado con la industria del videojuego y el manga japonés.
A esas alturas de la conversación, los tres hombres degustaban ya el carpaccio de mango, bañado en finísimo almíbar, que había preparado Teresa.
―Todo eso está muy bien ―dijo Azagra apartando el plato de postre, ya vacío―, pero no explica por qué todavía no hemos tenido el honor de conocer al señor Takeru Ichi en carne mortal. ¿A qué obedece tanto misterio en torno a su persona? ¿Dónde estaba la noche del crimen? ¿Qué intereses, Antúnez, le movieron a usted para ocultarnos su existencia? Convendrá conmigo en que hay un tufillo sospechoso en todo esto, que convendría aclarar.
Nuevamente, el tintineo del carrito auxiliar se hizo oír llegando por el pasillo. Esta vez lo empujaba Teresa, que venía a retirar el servicio. Anticipándose a los posibles deseos del grupo, había provisto un termo de fragante café de puchero, tazas, azucarillos, copas y un surtido de licores donde elegir.
―He traído también la botella de Courvoisier, como sé que le gusta ―dijo dirigiéndole una sonrisa cautivadora a Quintanila, capaz de derretir los leones de bronce, que en la carrera de San Jerónimo montan guardia a las puertas del Congreso.
Al guardia, que era de natural vergonzoso, se le arrebolaron las mejillas y le devolvió la sonrisa tartamudeando un agradecimiento. Salió, pues, la muchacha del cuarto, con un refrescante contoneo de caderas, que los tres siguieron, embobados, con la mirada.
―¿Se bañan ustedes en feromonas? ―bromeó Antúnez saliendo del trance―. Bueno, respondiendo a sus preguntas, sargento. El señor Takeru Ichi no hace vida social, apenas sale de la casa, la comida se la traían todas las semanas desde tierra, desconozco los motivos que tiene para hacerse invisible y no tengo la menor idea de dónde estaba la noche del crimen. Lo que sí puedo asegurarle es que no puso un pie en el pabellón. Y no, no tengo interés alguno en ocultar su presencia, pero ya ve usted lo complicado que resulta explicar todo este embrollo; no sabía por donde empezar.
Una vez más, Quintanilla levantó el dedo llamando la atención de los otros dos, como si estuviera en la escuela sufriendo un repentino apretón de vejiga.
―Ha dicho usted, Antúnez, que la comida se la traían desde tierra todas las semanas, ¿por qué utiliza el verbo en pasado? Imagino que ahora comerá lo que se cocina para todos, ¿me equivoco?
Una mezcla de asombro e incredulidad se pintó, de nuevo, en el rostro de Azagra, que hasta entonces había creído, a pies juntillas, que su ayudante padecía cretinismo congénito.
―Tiene usted buen ojo para los detalles ―replicó el gerente, alzando las manos en un gesto de rendición―. Desde hace unos meses ha dejado de recibir suministros, pero no le proporcionamos alimentos o ayuda de algún tipo. Por contrato tenemos prohibido acercarnos a menos de doscientos metros de la torre de los guardeses y mucho menos entrar allí. Hasta el 31 de diciembre de 2021, esa propiedad es tan inviolable como la embajada de Japón. Salvo que se alimente del aire, la ausencia de Takeru parece evidente, sin embargo, la casa sigue mostrando signos de actividad: hay luces que se encienden y apagan; ruido de voces, como si ahora hubiera más gente habitándola; música, incluso. Reconozco que es inquietante, porque nadie, eso se lo puedo asegurar, entra o sale de la Ínsula sin que yo lo sepa.
La copa de Machaquito quedó a medio camino de los labios del sargento Azagra, que la observaba, pensativo, como si fuera la bola de una pitonisa dispuesta a desvelar el misterio.
―Aproximadamente, ¿cuándo comenzó usted a echar en falta a Takeru?
La respuesta de Antúnez fue inmediata.
―Desde la noche del pasado 27 de julio. Hubo Luna Roja, sargento, un espectáculo que todos quisimos contemplar y Takeru no fue una excepción; lo vi asomado a una ventana del primer piso, curioseando, como hacíamos los demás. Luego, esa misma noche, pasaron cosas extrañas en la torre: un zumbido sordo, continuado, nos acompañó hasta bien entrada la madrugada y algo brillante, una especie de bola gaseosa, de un azul intenso, estuvo sobrevolando el edificio durante un buen rato, hasta que explotó sin ruido y desapareció. Nadie ha vuelto a ver al japonés desde entonces.
Los engranajes cerebrales de Inocencio Azagra funcionaban mejor engrasados con anís, de manera que vació la copa de un trago, para procesar mejor la información. Pero fue Quintanilla quien se hizo con el uso de la palabra.
―Es cierto, 27 de julio de 2018, esa noche hubo Luna Roja; eclipse total, no habrá otro más largo en este siglo. Una alineación cósmica perfecta. La Tierra bloquea el paso de la luz del Sol hacia la Luna, dispersa el azul y tiñe de rojo el satélite. Luna de Sangre, pasional, erótica, que estimula la creatividad. Los Mayas consideraban que esta Luna simbolizaba la guerra entre los dioses, mientras que para los Aztecas, significaba que el día y la noche estaban librando una batalla ―dio por terminada la lección magistral con un sorbo de coñac.
―No termina usted de sorprendernos, Quintanilla ―agradeció Antúnez simulando un brindis con su copa en el aire.
Azagra se levantó de la mesa, la perilla de un Rey Del Mundo le estaba mandando mensajes desde el bolsillo de la camisa y quería fumarlo al carasol del jardín, despacio, sin agobios, recreándose en la suerte.
―En fin, está claro que en la torre hay gato encerrado, no quedará más remedio que hacer una visita ese santuario ―dijo mirando a Antúnez, que también había abandonado la mesa y caminaba ya hacia la puerta.
―No es tan sencillo, amigo mío ―respondió este sin dejar de andar―, me temo que necesitará usted algo más que su sola voluntad para eso; no sé, una orden judicial, se me ocurre. Desde luego no seré yo quien secunde una operación de fuerza, sargento.
Quintanilla se unió al grupo buscando, también, la salida. De repente, volvió sobre sus pasos y cogió la botella de Courvoisier.
―Para devolvérsela a la señorita Teresa ―se excusó mostrándola en alto a los otros―, es lo menos que puedo hacer, ya que ha sido tan amable conmigo.
―Sabes, Alfredo ―pocas veces llamaba el sargento por su nombre al guardia―, me lo he pensado mejor, me fumaré el puro esta noche. Quiero estirar las piernas, dar un paseo para que baje la comida. Te acompaño a la cocina, yo también quiero agradecer sus atenciones a esas damas.
Antúnez no pudo evitar la carcajada, se giró despacio y los señaló con el índice.
―Son ustedes un par de sinvergüenzas. ¡Jodidos casanovas! En fin, que tengan suerte, yo he de hacer algunas gestiones. Seguiremos hablando en otro momento.
―No es de inteligentes sacar conclusiones precipitadas, amparándose tan solo en pruebas circunstanciales ―se defendió Azagra, aunque un brillo juguetón en la mirada lo delataba―. Y sepa usted, amigo Antúnez, que una orden judicial tarda demasiado tiempo en llegar, la administración es lenta y uno va teniendo edad como para no malgastar sus días a tontas y a locas, así que vaya pensando en cómo facilitarnos la entrada a la casa de los guardeses. Hay ocasiones en las que se justifica la patada en la puerta, pero no me gustaría tener que llegar a ese extremo.
Antúnez se tapó los oídos con ambas manos para no escuchar al policía. Hasta cierto punto fue un gesto simpático, distendido, que no se correspondía en absoluto con la inquietud, que le provocaban las intenciones del policía. Takeru Ichi, era un personaje amenazador, oscuro, transmitía, de alguna manera, una inexplicable sensación de peligro.
Por otra parte, tampoco sabía qué iban a encontrarse dentro de la vieja casa de los guardeses, aunque su instinto le hacía temer lo peor. El japonés había establecido una línea roja en torno a la torre y sabía que violarla acarrearía consecuencias.
Dicen que el diablo vive en las encrucijadas y Antúnez sabía que esa en la que ahora se encontraba era de las más peligrosas.
To be continued (o no)
DAVID MERLÁN
PREFERÍA NO TENER RAZÓN
Y entonces todos miraron al cielo. Algunos señalaban angustiados. Otros salian corriendo despavoridos en todas direcciones pero uno, solamente uno de los allí presentes, se quedó quieto, con la cabeza levantada hacia el oscuro cielo. Respiró hondo y agudizó el oÍdo. Entre gritos entrecortados y sollozos ahogados, notó como todo se desmoronaba a su alrededor y como el pánico y el caos se apodera de los alli presentes.
Allí permaneció, clavado y subido al cajón desde el cual cada día desde hacía tres meses en el parque de la ciudad, había venido anunciando que, con la llegada del eclipse, llegaria el apocalipsis. Sus palabras, esas que salian a borbotones de su ciega garganta provocaba el hazmereir y la burla de algunos de los transeuntes, y en menor caso, de los otros que pasaban a diario por alli y lo tomaban por un pobre loco del cual, lo único que puedes hacer, es apiadarte de su alma.
Cuando aquellos seres infernales venidos de otros mundos y otras dimensiones llamados a provocar la destrucción del planeta hicieron su aparición en el cielo atravesando las nubes y las sombras de la tarde provocadas por el fenomeno astronómico, todos dirigieron su mirada hacia él. En ese momento, dejó de ser aquel loco desequilibrado que no decía más que tonterías para ser el centro de atención de los allí presentes. Todos le suplicaban que les dijera qué hacer a continuación.
Él, simplemente, se limitó a bajar la cabeza, esbozar una ligera sonrisa de estudiada resignación, y pronunciar unas breves palabras:
“No hay peor ciego que el que no quiere ver”
Y dicho esto, alzó de nuevo la mirada hacia el cielo como si nada hubiese pasado o estuviese a punto de pasar. A fin y al cabo, él sabía que tenía razón.
FIN
PAQUITA ESCOBERO
Título: 8 minutos y 20 segundos
La expedición no podía retrasarse más, Gaia lo sabía, estaban esperando su orden para iniciar un camino incierto hacia la superficie, donde el regreso no estaba garantizado y la validez de su teoría dependía de ese regreso. ¿Cómo mandar a la muerte más que posible, a aquellos con los que has compartido historia? ¿Cómo la fidelidad puede ser la ceguera que guíe el destino?
8 minutos y 20 segundos fue el tiempo que tardó la humanidad en descubrir que no volverían a ver nunca más la luz solar. El tiempo se convirtió en incertidumbre. La incertidumbre en certeza cuando la tierra se salió de su órbita y comenzó su viaje hacia el universo, sin destino. A 30 km por segundo la humanidad, fauna y flora del planeta viajaban en línea recta a través de la vía láctea, recibiendo los impactos de todo lo que se había ido lanzando en décadas al espacio exterior, una humanidad que consideraba la vida como eterna e inalterable.
Eramos una gran nave espacial a la deriva, sin capitán ni timón, solo esperanzas, las de entrar por azar en una nueva órbita estelar que no pusiera de nuevo a girar entorno a un nuevo sol.
Habían pasado más de dos siglos desde que llegó la oscuridad absoluta e inalterable. Aquello que trajo el ocaso de los dioses y que ningún humano con poder terrenal, pudo alterar o cambiar. El curso de la historia, que se recogía ahora en los pocos escritos que se conservaban en la pequeña sala de la memoria del núcleo de la tierra, había llevado a reinventar la vida y buscar refugio cerca de la única fuente de calor que aún latía en el corazón del planeta.
Una vez pasaron los minutos estimados, y el anunciado eclipse solar que habían proclamado como único en la historia por su duración, comenzó la cuenta atrás hacia los ocho minutos y veinte segundos que tarda la luz solar en llegar a la tierra. Ahí estaba el fin de la humanidad que nadie había pronosticado. Ninguna de las teorías científicas que en aquella época se estudiaban se acercó a la siguiente puesta en escena de la vida tal y como se conocía.
En tan solo una semana, 8 minutos y 20 segundos, la temperatura en la tierra había pasado a cero grados. Para el final de esa semana ya había perecido la mitad de la humanidad, el resto, al menos los que pudieron comenzaron un éxodo hacia Islandia, lugar desde donde una señal de radiofrecuencia transmitía en bucle el mensaje de que los supervivientes que pudieran fueran hacía allí, el acceso al centro de la tierra creado por los siglos anteriores de energía geotérmica parecía ser la única salvación.
Mientras el éxodo llevaba a unos pocos miles a salvo hacia esa tierra prometida, al final del primer año, ni los árboles más inmensos de la tierra capaces de sobrevivir por la cantidad de azúcar y energía que habían ido guardando durante años, soportaron los -57grados.
Respirar oxígeno era algo casi imposible debido a la congelación y humedad generada.
La oscuridad trajo la destrucción y los siglos venideros los vivimos en el núcleo de la tierra, fuertemente aislado del exterior. Nadie sabe ahora quién construyó aquel espacio por el que descender, los registros solo recogen como fuimos haciendo de ese núcleo un lugar habitable donde la especie humana pudiera continuar.
Pocos escritos de salvaron, al parecer vivían una era digital que la luz solar se llevó y arrastrar sus vidas hacia Islandia era suficientemente pesado y difícil como para llevar más cosas. Pero los que consiguieron llegar fueron registrando en papeles, cartones, telas y cualquier superficie que sirviera para preservar algún conocimiento científico válido.
«No sentimos la deriva por el universo al igual que tampoco la rotación de la tierra alrededor del sol, pero si sentiremos como nos vamos adentrando en una nueva órbita de alguna estrella nueva cuando empecemos a observar como la temperatura del núcleo empieza su ascenso. Implicará que haya comenzado el deshielo de la superficie y quizá, solo quizá los que sobrevivan podrán ver un nuevo amanecer» , estás palabras fueron escritas 150 años antes de que hoy comience la expedición.
Seré la responsable de lo que pasé una vez de la orden de subir, tanto a los que vamos en la expedición como a los que permanecen a resguardo en el núcleo. Una vez abierto el acceso correremos el mismo destino, volver a la luz o apagar las ascuas que ahora nos dan la vida.
— ¡Qué la sabiduría de Gaia nos proteja! — escuchaba decir desde hacía semanas. Elegida por saber leer y entender los escritos.
— Que vuestra fidelidad no sea nuestro final— pensaba mientras las antorchas ascendían por las grietas del camino hacia el ocaso de los dioses.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
A VECES SUCEDE QUE LA LUZ SE ROMPE
Aquella mañana de verano siempre será difícil de olvidar. Bastaron unos minutos, los suficientes para cambiar el orden de las cosas. En pleno mediodía, la noche había acabado inundando de manera inexplicable y desconcertante cada metro cúbico de espacio a nuestro alrededor.
El eclipse. El maldito eclipse.
Los científicos no lo habían previsto. Los astrólogos y los chamanes tampoco lo vaticinaron. Y nosotros, ¿quiénes somos nosotros? Todo cuando pudimos hacer fue asistir al espectáculo invadidos de sorpresa. Llegó así, repentino. Una semioscuridad, leve al principio, comenzó a envolvernos. Lentamente, de forma sibilina. Por el barrio se había instalado una especie de equilibrio preciso entre luz y penumbra que nos permitía ver, aunque sin terminar de percibir los detalles de las cosas. Luego estaba esa extraña claridad que emanaba del cielo y que daba al patio un cierto ambiente fantasmagórico.
Decidimos reunirnos junto a la piscina a esperar, sin saber muy bien qué. Mi marido cruzó las manos, resignado, haciendo gala de su habitual desesperación ante las cosas que no entiende. Adela permaneció sentada en las escaleras sin atreverse a entrar en el agua, como si barruntara algún tipo de presagio maligno. Mientras, la colchoneta hinchable daba vueltas a la deriva y todos los observábamos de manera hipnótica. Yo, agarrada a la hamaca, intentaba aparentar calma mientras dirigía la vista a todas partes, tratando de entender qué demonios estaba sucediendo.
Pronto, todo eso desaparecería por completo.
* * * * *
Ha pasado mucho tiempo desde ese verano. Un cuervo, oscuro como la noche y negro como el destino, se desplaza nervioso, dando pequeños saltos por la vía. De todos es sabida la leyenda que ha acompañado a los cuervos. Quizá no está ahí por casualidad. En su pico apenas se puede apreciar un pequeño bulto de forma indefinida. Un simple acercamiento sacaría de dudas al observador. El trozo, que guarda quizá para más tarde, no es sino un fragmento del cerebro que minutos antes ha estado picoteando con insistencia. Es raro ya encontrar cuerpos recientes que conserven el interior del cráneo aún fresco. Pero los cuervos tienen un olfato especial para detectar estas cosas. El instinto de supervivencia, probablemente.
De repente, una luz rojiza comienza a aproximarse desde el fondo. Podría ser un tren, de no ser porque hace décadas que no pasa ninguno. Ni por allí ni por toda la faz de la tierra. Al acercarse la luz un poco más, el cuervo levanta vuelo, dejando caer su preciado botín. No por estar asustado, sino posiblemente por el asombro de comprobar que aún queda algún hombre vivo.
El eclipse. El maldito eclipse. Nadie sabrá qué ocurrió aquel día.
JOSÉ MARÍA GARCÍA ORELLANA
ANTIODA AL ECLIPSE
Me gustaría con un eclipse jugar,
Y en bellas rimas recrearme.
Pero el medio del verso será su lugar,
Y con eso tendré que apañarme.
La rima consonante es todo un reto,
Te limita el verso en su acabar,
En vaya líos que me meto.
Y él no me va ayudar.
Ocultando astros echa el día.
Sin duda es un oficio singular,
Y él presume de su fechoría,
No lo puede remediar.
Hace uso de la luna,
Y al sol consigue ocultar,
Mas no creo que haga fortuna,
En el noble arte de rimar.
Es triste por la vida pasar,
Buscando con ansia el honor,
Si para ello has de apagar,
De los demás su brillante fulgor.
Pero es más triste incluir,
Al final de un verso un eclipse,
Si tienes que sucumbir,
A que rime con elipse.
RAÚL LEIVA
Días y noches
Nunca imaginaron esa situación.
Sabían del eclipse desde hacía unos meses, no sabían bien cuándo, pero era en esos días.
Los quehaceres, las rutinas, todo hizo que las cosas sucedan de la peor manera: rápido y sin tener conciencia del tiempo transcurrido.
Una tarde, en medio de las labores cotidianas, sucedió. La tarde de sol se volvió de noche.
Ella estaba acomodando ropa enojada por algo menor.
Él se encontraba acomodando un cable en el techo.
Cuando sucedió, él prácticamente de un salto bajó al lavadero, ella lo estaba esperando con un vidrio especial que habían comprado para ese día.
Lo miraron juntos.
Olvidaron la pelea.
Se tomaron de las manos.
Trece segundos duró el eclipse, ellos se miraron y comprendieron que se amaban sobre todas las rutinas y quehaceres. Se besaron largamente mientras la tarde recobraba su aspecto de rutina.
Dentro de la casa y en silencio, su hijo menor se ahogaba inevitablemente en la bañadera.
Nada iba a ser igual para nadie a partir de aquel día.
EFRAÍN DÍAZ
La voz se corrió como pólvora. Se acercaban los navíos de los pueblos del mar y con ellos el saqueo y la destrucción.
Esta confederación de asaltantes navales, de piratas de la antigüedad compuesta por las tribus sherden, sheklesh, lukka, tursha y akawasha sembraron el terror en todas las ciudades costeras del Mediterráneo.
Esta vez le tocó el turno a Ugarit, ciudad costera en la antigua Mesopotamia. Importante por su puerto, facilitaba las exportaciones producto de su floreciente industria ganadera y agrícola hacia la gran Mesopotamia y al imperio acadio.
Fue un humilde pescador quien dio la voz de alerta. En medio de su faena, vio dos pequeñas embarcaciones exploradoras pertenecientes a los pueblos del mar. Al identificarlas, remó con todas sus fuerzas hacia la orilla, alertando del grave peligro que se avecinaba.
Sus habitantes corrieron despavoridos. Abandonaron sus lugares de trabajo y los niños las escuelas para prepararse para el ataque. Aseguraron cuanto pudieron. Mercancías, víveres, animales y se resguardaron en sus casas de adobe.
El amanecer del 5 de marzo de 1223 a.C no fue ordinario. Una tensa calma permeaba en el ambiente. Más de cien embarcaciones de los pueblos del mar rodeaban el puerto de Ugarit, acechando a sus habitantes. Mientras, los soldados de la ciudad estaban escondidos en lugares estratégicos esperando el desembarco.
Tan pronto los pueblos del mar comenzaran el descenso de sus navíos, los arqueros en tierra los arroparían con sus flechas. Era la primera línea de defensa. Aquellos piratas que lograran llegar a la orilla, enfrentarían a la feroz infantería. Sería una batalla encarnizada. Los pueblos del mar eran guerreros crueles e implacables y Ugarit sentiría su furia.
A media mañana el comandante de los pueblos del mar ordenó el desembarco. Cientos de piratas descendieron de los navíos prestos a atacar. Saquearían la ciudad, violarían a sus mujeres, matarían a los hombres y tomarían por la fuerza mercaderías y esclavos.
En tierra, el comandante del ejército dio la orden a los arqueros. Miles de flechas surcaron el cielo, creando una nube de saetas que ensombrecieron el ambiente. El combate había comenzado. Cientos de piratas fueron atravesados por las flechas de Ugarit, tiñiendo el mar de rojo. Pero mientras más piratas morían, más descendían de los barcos.
Entonces, ocurrió lo inesperado. A plena luz del día, el sol desapareció del cielo. La ciudad quedó a oscuras. Piratas y soldados se miraron unos a otros sorprendidos. Todos alzaron su vista al firmamento y cegados por el resplandor, tuvieron que bajar la mirada.
Asombrados por el fenómeno, ambos ejércitos quedaron paralizados. Petrificados. No podían explicar el fenómeno, el cual achacaron a la furia de los dioses.
El comandante de los pueblos del mar, presagiando un mal augurio de los dioses y temiendo una derrota, ordenó la retirada de su flota naval. Aquellos piratas que no pudieron subir a los barcos, fueron masacrados por el ejército de Ugarit, quienes celebraron la inesperada victoria.
Este fenómeno fue el primer eclipse solar total registrado en la historia. Quedó documentado en una tablilla de barro descubierta en el 1948 por un agricultor mientras preparaba la tierra para la siembra.
Aquél 5 de marzo de 1223 a.C., un eclipse solar total, el primero registrado en la historia, había salvado a Ugarit de la destrucción por parte de los pueblos del mar.
EVA AVIA TORIBIO
Eclipse
Misterios, creencias y verdades se esconden a tu alrededor.
Por corto periodo de tiempo descubrimos lo que tus efectos pueden producir.
Tu llegada se espera con recelo por curiosos, escépticos y científicos.
Los curiosos te observamos sin más a la espera de la pregunta que siempre nos hacemos; ¿cuánto tiempo durarás?
Los escépticos afianzan su creencia en las leyendas contadas; mal presagio y deformidades en nuestro bebé aparecerán si nos detenemos a mirarte.
Y los científicos estudian los efectos que produces en los seres vivos y la Tierra.
Mientras tanto, vuelves locos a los animales cambiando su ritmo biológico, a algún incauto le produces ceguera por mirarte sin precaución y a mí me entra un dolor de cabeza, que se me quitan las ganas de ser curiosa.
Besos, la Incondicional.
MARÍA JESUS GARNICA
Ese día, el del eclipse, había quedado con mi amante donde siempre, no sabía lo del eclipse.
Yo y mi mundo.
Llevar a los niños al cole, la compra y el amante.
Mucho estrés la verdad.
El caso, me presento en el hotel, subo a la habitación y me lo encuentro, al amante, totalmente ido, apenas podía hablar, decía cosas raras.
Como vamos a morir, el final se acerca.
Y llegó la oscuridad en pleno día, yo me acojoné la verdad. Viendo el panorama.
Total, llamé a emergencias.
Un ataque de ansiedad tenía, por lo visto es sensible.
Lo dejé, no me van los sensibles.
Me quedé sin amante el día del eclipse.
Ya estaba un poco cansada del susodicho.
Algo bueno del eclipse.
FRAN KMIL
EL DIA DEL ECLIPSE.
Se desplegó una gran campaña de publicidad sobre el eclipse, destinada a sacarnos el máximo dinero posible. Cada cual invirtió en su negocio: los apocalípticos advirtieron de reservar alimentos porque las cosechas iban a perecer invadidas de plagas…los conspiranoicos avisaban del nuevo reseteo mundial aprovechando el encantamiento popular…y una secta religiosa recaudó dinero entre sus feligreses para abordar la nave que justo detrás de la luna estaba y que en ese preciso momento aprovecharía para descender y acoger a los fieles salvos. Yo, escéptico a fines de mundos e invasiones extraterrestre, compré algunas cervezas por si a las tiendas les daba por cerrar. Sin embargo, unos días antes, decidí unirme a la muchedumbre.
Pude haberme quedado en el patio de mi solitaria casa, sentado en la silla de playa con el respaldo reclinado hacia atrás para mirar cómodamente al cielo con las gafas negras compradas a un dólar noventa centavos en el mercado mexicano.
Desde allí hubiese observado el mismo fenómeno pero no hubiese disfrutado de la
misma diversión. A veces pagamos más por la compañía que por el acontecimiento en si, por el mero hecho de que las alegrías compartidas son más alegres y las soledades en los patios son muy tristes.
A la hora programada abrieron las puertas del estadio y un mar de gente corrió a ocupar los mejores lugares para observar el eclipse. No me apuré, me daba igual ver la oscuridad desde cualquier punto.Vendedores de comidas y bebidas ligeras pasaban pregonando sus productos.
Abajo, en el campo deportivo, una orquesta amenizaba la función acompañada de mujeres jóvenes con escasa ropa danzando al compás de la música. En las gradas: sonidos de pitos, matracas y agitar de banderas de papel, junto a gritos de humanos felices.
Y la luna comenzó a penetrar el espacio del sol. Nos fuimos oscureciendo y entusiasmando hasta llegar al clímax de negrura y ruidos
Muy bien pensado por los del estadio que no encendieron las luces para añadir dramatismo.
La gente gritó eufórica al aparecer el halo de luz cual aureola , pero la emoción se fue transformando en silencio para devenir temor cuando la luna en lugar de seguir su ruta, se fue achicando, tal como si se alejara o estuviera consumiendose.
La vimos disminuir hasta desaparecer y nos dio miedo la tanta luz después de unos segundos de oscuridad.
El sol se tragó nuestra luna.
Desde entonces miramos al cielo en las noches por si le da por aparecer y consolar a los poetas que son los que más sufren su ausencia.
JUAN PEÑA
La cena (Eclipse de Sol, para el tema de la semana)
―Hana, ¿te apetece cenar conmigo esta noche?
―¿Majestad?
―Si no quieres, lo entiendo.
―No es eso, majestad. Solo que me ha sorprendido. Estaré encantada y feliz de cenar con usted.
―¡Ah! Perfecto, perfecto. Últimamente me siento más solo que de costumbre, como poco y mal. Me vendrá bien hablar con alguien de confianza.
―Me halaga, majestad.
―Es la verdad, Hana. Eres mi mejor consejera, en la que más confío.
―Es un honor que lo piense, majestad.
―Entonces, te espero en la cena.
―Sí, majestad. Gracias, majestad.
Como pólvora encendida, que es como se divulgan los chismorreos, el rumor recorrió el palacio, salió a los jardines y se extendió por la ciudad. Si era media mañana cuando el rey propuso a Hana ir a cenar con él, a más de uno le pareció escucharlo entretejido en el canto del gallo, y más de dos dijeron que ya se venía venir desde hacía tiempo y mucho había tardado el monarca en dar el paso. A la hora del vermut, no había corrillo que no hablara de lo guapa que era Hana y el buen gusto del rey o, tal vez, lo mismo, pero en su lógica inversa. El caso es, que la que hasta entonces solo era consejera, pasó, además, a ser buen partido.
Y es que el rey tenía buen ojo, cómo sino. Y es que ella era de alta alcurnia, se decía… Y mejor persona. Y es que un hombre solo da que hablar, pero si está casado. ¡Ah! Si está casado, eso ya es otro cantar, pues da que hablar ella. Y es que un rey necesita una reina…, que le dé hijos. Pero tendrá que dejar de ser consejera. Ya aconsejará en la alcoba, que es cuando de verdad escuchan. Y es que el rey no es tonto, por eso la moza es gallarda.
¿Ese que viene moviendo la panza no es el consejero Lucio? Sí que lo es. Ya se habrán enterado que el rey está en vísperas y a ellos se les desmorona el invento. Estarán nerviosos, pues una boda de esa estirpe los deja en segundo plano, es como un eclipse de Sol, que los invisibiliza y los oculta a ojos del rey. Les desmonta el chollo y han enviado al más burro a sondear el terreno.
¿Qué hace? ¿Se acerca a Hana? La para en medio de la plaza y no está contento. Desde aquí se le ven las venas hinchadas del cuello, la cara colorada como un tomate por la noticia o el esfuerzo de venir corriendo, y las babas que salpican cuando habla.
Hana hace como que no entiende. Es muy prudente y hasta que no salga de la boca del rey, no tiene más remedio que hacerse la tonta o negarlo. Pues Lucio no traga y no la cree. Cada vez está más exaltado. Nunca ha tenido los nervios muy templados ni la cabeza demasiado amueblada.
La consejera se va. Lo deja con la palabra en la boca. No puede entrar al trapo ni enzarzarse en disputas.
―¡Eres una zorra! ¡Te voy a matar!
…
…
Está muerto, el imbécil. Está muerto, el insensato. Cómo puede ser tan idiota para insultar y amenazar a la reina en plena plaza. Que aún no es reina… Como si lo fuera. Pues la nueva guardia del rey ni se mueve. Mira, allí hay un grupo de recién alistados. No pueden hacer nada si el rey no lo ordena. El consejero Lucio tiene su propia tropa y no son mancos, que se diga… Pero de esta escena oiremos hablar más pronto que tarde.
«Kikiriki».
Puto gallo.
«Kikiriki».
Ya me levanto, ya me levanto. ¿Qué es ese barullo en la calle? ¡Oye! ¿Qué ha pasado? Vístete rápido y baja. Es en casa de Lucio, que se ha colgado del pescante de la casa.
¿Se ha suicidado? O lo han suicidado. Mira allí está Gabriel Ferrero, fue el primero en alistarse en la nueva guardia del rey. Él nos informará. Su madre es un ángel… Pues los hijos no han heredado las alas. Calla, calla, a ver qué dice:
―Recibimos un soplo que aseguraba que en un carro llevaban a dos niñas asesinadas. Lo detuvimos. Pobrecitas… Hicimos hablar al carrero y confesó, vaya si confesó, dijo que venía de casa del consejero Lucio. Pedimos hablar con él para darle la oportunidad de aclarar la situación y demostrar su inocencia, pero no quiso recibirnos. Era un caso de asesinato y echamos la puerta abajo. Pero antes de poder hacer nada, el consejero se había colgado del pescante.
Y es que dicen que Lucio tenía un serrallo de niñas en su casa. ¡Pervertido! Mala eternidad le aguarde. Que lo echen a la piara y se lo coman los cerdos. Y a los cochinos, los mate el rey y se los zampe con Hana.
SERGIO TÉLLEZ
INVASORES
El almanaque pintoresco de Bristol lo anunciaba, y no era un misterio que este siempre acertaba: el día treinta de mayo de 1984 ocurriría un eclipse total de sol. Algunos lugareños se reunieron alrededor del pequeño parque y se dispusieron a contemplar el espectáculo; cubrían sus ojos con rudimentarios vidrios oscuros, previamente ahumados.
A las dos y treinta y siete de la tarde comenzó el espectáculo. Fueron ocho minutos de oscuridad total, que fue iluminada en un pequeño trayecto cuando al minuto dos, apareció una ráfaga de luz, que atravesó el horizonte de este a oeste a una velocidad asombrosa.
El gran!!! Boon!!!, género molestia y admiración en los lugareños. Los pocos afortunados que departían por fuera de sus casas, acompañados unos instantes atrás por del sol sofocante, vieron el haz de luz atravesando el horizonte.
Al otro día se reunieron en pequeños grupos y comentaron entre maravillados y asustados aquel momento.
Vino a la memoria, el único suceso importante de ese inhóspito poblado, el recuerdo ya lejano de veinte años atrás cuando de forma increíble apareció en el centro del único parque, una enorme boa de diez metros de largo y cien kilogramos de peso.
La pobre boa fue acusada de la desaparición de un centenar de gallinas, un par de cabras, y cuatro conejos que de manera misteriosa se esfumaron por esa época.
De esta manera el joven Plutarco, junto con su secuaz amigo se cruzaron una mirada cómplice y sonrieron maliciosamente.
La boa fue sacrificada a punta de machetazos, se buscó en sus entrañas, pero no aparecieron restos de las gallinas, cabras y conejos; pero si encontraron casi intacto un pequeño becerro, cría nacida el día anterior de la única vaca de Doña Casilda y que atribuyó su perdida a los perros del viejo Pancracio.
Luego del sacrificio, la boa fue recompuesta nuevamente por orden del alcalde. Después de todo, tener semejante monstruo en el centro del parque era motivo de orgullo; por fin los habitantes de Pueblo Nuevo serían reconocidos.
Diofante, hijo del alcalde y única persona que hasta ese momento había pisado el aula de clase de una universidad informo sobre la posibilidad de certificar la boa como la más grande y pesada del mundo, solo tendrían que viajar a la capital y buscar la persona encargada para tal fin por parte de Los Guiness Récord, traerla y verificar.
Reunidos los fondos para el viaje con los habitantes del pueblo, Diofante tomo rumbo a la capital y al cabo de dos semanas retornó con el certificador. Pero fue tanta la tardanza que al llegar solo encontraron la piel retorcida y seca de la boa, y a 200 lugareños totalmente decepcionados. Seguirían pasando inadvertidos para el resto del mundo.
Luego de recordar aquella vieja historia, retornaron a sus casas, inquietos aún por la noche de ocho minutos que les regalo el eclipse, acompaña por el misterioso objeto luminoso.
Al día siguiente la habladuría fue total, se comentaba que el rayo de luz y el ruido ensordecedor no eran de este mundo, que el eclipse había traído sucesos nunca antes vistos. Se habló de varias situaciones insólitas que sucedieron y que duraron por más de una semana.
Las gallinas no pusieron huevos en la madrugada, la desaparición de veinticinco pollos criollos que el carpintero Godofredo mantenía para navidad, el joven Andelfo de sesenta y cuatro años recién cumplidos murió ipso facto, varios jóvenes notaron que al peinarse se les caía más el cabello que de costumbre.
Se rumoraba que en el poblado vecino, que estaba a veintidós leguas de distancia, varias personas quedaron ciegas.
Además, llegaron noticias de la aldea Nueva España, aún más al norte y que estaba abatida por un largo verano, allí se quemaron varias casas de madera atribuidas al bólido a su paso.
Los parroquianos empezaron a culpar de todas esas situaciones a una invasión de extraterrestres. Y más aún cuando el bueno de Don Remberto comentó que después de cortar leña en el bosque y regresar más temprano que de costumbre a su hogar, abrió la puerta y observó a «alguien» de piel color durazno escapando por la ventana…
–¡Es un alienígena!, gritó su esposa…
Todas esas versiones se fueron al piso, cuando semanas después una comisión gubernamental arribó para investigar el caso y a informar de las maniobras que se estaban haciendo en la comarca por parte de los nuevos aviones de guerra supersónicos Miraje 5, que superaban en mach 2,2 la barrera del sonido, creando un boom sónico y como consecuencia ese gran ruido.
Nueve meses después Cipriana, esposa del bueno de Remberto parió un hermoso bebé con orejas puntiagudas idénticas a las de un tal «capitán Spock».
Aún hoy los descendientes de Pueblo Nuevo aseguran que los extraterrestres los invadieron aquel día de eclipse total de sol.
SANTIAGO VILLA IBANEZ
El día del Eclipse.
En el silencio de la noche su negra alma estaba sumergida. Ya casi no recordaba cuando era un ser humano y podía bañar su rostro bajo la cálida luz solar. Vagas reminiscencias de una época pasada vivida en las fértiles tierras del nuevo mundo, que le vio nacer.
Trágica noche en la que su vida cambió, a manos de una criatura ancestral, oscura e infernal que le envenenó la sangre y le pudrió el alma. Su destino inmortal marcado por una insoportable sed de sangre, por las sombras de la noche y por el temor a la luz del sol. Cazó, mató, corrompió a otras almas con sus afilados colmillos.
Cientos de años, miles de víctimas, sufrimiento… ¡no podía más!
El día del Eclipse, decidió salir a la calle durante el día para sentir el calor de las almas humanas, de las que una vez formó parte. La gente observaba con fascinación la luna interponiendose al astro rey, la criatura con su visión de cazador nocturno se estremeció observando como sutiles estelas luminosas bailaban en una bella danza alrededor del Eclipse.
En un instante comprendió que su camino entre las sombras había finalizado, disfrutó esos cuatro minutos de belleza inconmensurable, hasta que volvió a salir el sol.
— ¡A ti vuelvo, te echaba de menos! — Decía en voz baja, mientras su endeble y marchito cuerpo comenzaba a desintegrarse, volviendo a ser uno con su querida luz.
IRENE ADLER
LA ILIRIA
Pella. Macedonia.
Los soldados irrumpieron en el patio llamando a voces a Amintas.
Hubo un alboroto breve de criados atemorizados, fragor de armas, llanto de mujeres, órdenes expresadas con vehemencia.
Cinane se asomó al atrio porticado y al verla, los soldados la increparon con desprecio y malos modos.
“¿Dónde está tu esposo, mujer?”
Preguntaron. Y ella, ofuscada por la intrusión y la falta de respeto, se llevó la mano al inerme cinturón de su peplo. Allí, contra la cadera de amazona, era dónde en otro tiempo solía descansar la espada corta de la caballería, enfundada en su vaina de cuero. Ahora sólo los pliegues suaves de su atuendo de matrona le rozaron los dedos cetrinos que ya no lucían callosidades ni cortes defensivos.
En ese momento, verse desarmada fue para ella como exhibirse desnuda ante media docena de hombres insolentes. Y esa inoperancia la hizo odiar su vida, a su esposo y a su hija. Y también la casa noble en lo alto de la colina, donde lo único sobre lo que se le permitía gobernar era un ridículo ejército de criados tracios. Ella, que había nacido para dirigir falanges en el campo de batalla, tenía que conformarse ahora con la mezquindad insoportable de una vida estéril y doméstica. Y con que un bruto sin respeto por su nombre o por su sangre le levantara la voz en su propia casa.
—¿Quién lo busca?—preguntó ella, abandonando la sombra del pórtico y acercándose mucho al oficial de la guarnición al que Cinane sobrepasaba en más de una cabeza.
Con un movimiento veloz e inesperado que hizo tremolar el aire perfumado con el revuelo de su peplo, Cinane le arrancó al soldado la espada de la mano y la apoyó con determinación contra su cuello. De una patada en el abdomen, derribó al soldado de su izquierda cuando trató de moverse y disuadió al resto, que la miraban atónitos, pensando que en verdad era cierto todo lo que se decía de ella. Y que en Macedonia la llamaban “La Iliria” por algo.
—¿Quién te envía?
—Tu hermano—el oficial hablaba con dificultad y tragaba saliva muy despacio— El rey de Macedonia.
Con extrema cortesía y despreocupación, Cinane le devolvió la espada al oficial con el pomo hacia afuera. Luego les franqueó el paso con delicadeza, señalando hacia una estancia en penumbra al final del corredor.
—El cadáver de mi padre aún no se ha enfriado y la molosea ya está limpiando su casa— se encogió de hombros y el broche de oro con forma de estrella que sujetaba su peplo, refulgió con destellos rosados— Aunque no puedo decir que me sorprenda. Yo habría hecho lo mismo.
Los soldados, temerosos o desconfiados, no se movieron. Cinane soltó una carcajada tan abrupta y desprovista de humor, que pareció surgir de las profundidades de la tierra o de la garganta de bronce de una estatua.
—Adelante, pasad y lleváoslo—dijo—No voy a oponerme. De haber querido protegerlo ya estaríais todos muertos.
El oficial inclinó la cabeza ante ella: un saludo solemne de soldado a soldado. Y se perdió con sus hombres entre las blancas columnas del peristilo.
En verdad era cierto todo lo que se decía de ella:
Cinane la Iliria… que no tenía nada que envidiar a Pentesilea, la mítica reina de las Amazonas que había combatido en Troya en el bando equivocado.
Cinane la Iliria… que poseía la destreza militar de un hombre y el corazón de piedra de una Gorgona.
Cinane la Iliria… que habría heredado un reino si hubiera nacido varón.
Mucho tiempo después, durante el eclipse de sol de Gaugamela, Alejandro le haría una confesión privada a su adivino personal Aristandro:
“Cinane es la única de toda mi estirpe que puede ocultar el Sol de Vergina con su sombra, como hace Selene con Helios en días extraños como el de hoy. Quizá el augurio de esta oscuridad no se refiera a la batalla ni al triunfo de los persas sobre los macedonios, sino al hecho incontestable de que ella debería estar aquí, en mi lugar. Quizá los dioses intentan recordarme que el legítimo rey de Macedonia es, en realidad, una mujer”.
ANGY DEL TORO
Eclipse de un Adiós
En el pequeño pueblo costero de Cojímar, había una pintora conocida por sus lienzos. Cada pincelada era una palabra, cada color una emoción, y cada cuadro una historia. Su inspiración provenía de un faro al que ella adoraba, el del Morro de la Habana. El que no solo guiaba a los marineros, sino también a su corazón.
Un día, un viajero llegó al pueblo, trayendo consigo leyendas de tierras lejanas y un espíritu que brillaba tan fuerte como el sol. Con cada historia que contaba, la pintora sentía cómo su mundo se iluminaba.
Pero como todos los viajeros, él también tenía que partir. La pintora, con el corazón entristecido, pintó un último cuadro: un eclipse, representando la luz y la oscuridad que ahora habitaba en su alma. Aunque él se había ido, su nombre quedaba grabado en los colores de su paleta y en el lienzo de sus emociones.
Desde la cubierta del barco, el marinero vislumbró una botella que flotaba muy cerca. Dentro, había un rollo de papel cuidadosamente atado. Al desenrollarlo, sus ojos recorrieron las palabras, cada una resonaba en la profundidad del océano y la ya lejana calidez de aquel sol que alguna vez conocieron juntos. Era un faro de luz el poema de la pintora, un instante cargado de cambios y emociones. Mientras leía, el sol comenzaba a emerger detrás de la luna, y en ese rayo de luz, pronunció su nombre, sabiendo que, a pesar de la distancia, el amor que compartieron aún continuaba vivo en el poema que había escrito su amada:
Fuiste un faro de luz en mi paleta de colores,
Bastó un instante cargado de cambios y emociones,
Para sentir el sol que en mí sembraste.
En el lienzo de mis emociones, la luna ocultó su pena.
Un romance que, cual repentino eclipse,
Entre luces y sombras mi razón extravió.
Eres la magia que se esconde en la oscuridad de la noche,
Ojalá que algún día quieras, al menos, pronunciar mi nombre.
YOMALCKRY OSORIO
Este 8 de Abril tuvo un lugar un acontecimiento mistico para toda la humanidad.
Para muchos pasaria desapercibido ,como algo más ,otros no lo pudieron observar por el lugar .
Ese dia y quizas pocos lo puedan creer se abrio un portal y se potencio la negatividad de la dimension astral .
En realidad se suscito una batalla para recuperar el equilíbrio vibracional del planeta .
Fuimos invadidos por una ola de pensamientos,en mares de profunda nostalgias
Por tan magno evento dedico este acróstico.
Y gracias Cris Moreno por permitir escribir en este mágico espacio.
Se hace parte importante de mis dias .
El velo del ego es revelado
Caen las mascaras.
La belleza del sol asi nos lo dice,dejemos de ser instrumentos del caos.
Para ser nosotros mismos.
Sin miedos y en absoluto amor que es realmente lo que
Somos
Disfrutemos de
Esta experiencia que es unica.
Sagrada dejemos de .
Oscurecernos el alma y vivamos en absoluta
Libertad y felicidad.
GAIA ORBE
eclipse de sol
ajeno a las tinieblas
apaga el fuego
*
advertencia a los pueblos
*
ritual cósmico
revela los misterios
las aves cantan
*
estupor en la tierra
abandono del cielo
*
dos soles rotos
las piedras del molino
chocan los egos
*
los titanes en furia
cae el orden divino
*
el aire es frío
usa lentes el alma
a tientas anda
*
el reloj se detiene
equilibra la vida
*
disco dorado
cópula de la luna
templa los sueños
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Era un pequeño pueblecito pirenaico allá por los años 60 del SXX, donde realmente se cumplía el estar “alejado del mundanal ruido” como dice el poema de Fray Luis de León, donde se anunciaba que sería uno de los lugares donde tendría lugar ¡un eclipse total de sol!
El maestro al enterarse y, dado que no se daban acontecimientos de ese estilo con demasiada frecuencia, puso todo su afán para explicar, no solo a los niños, sino al pueblo en general en qué consistía tal acontecimiento.
Pero ¿cómo explicarlo a personas, todos ellos agricultores que apenas sabían leer y escribir y de planetas y astros en general sus conocimientos eran mínimos?
Para esos menesteres pidió ayuda al cura que se ofreció, aunque con pocas ideas de cómo montarlo.
Recordemos que, en esas épocas, el material didáctico consistía en, aparte de los libros de texto y dibujos en la pizarra poco más, aunque en las ciudades o pueblos importantes poseían alguna película-documental e incluso diapositivas.
Pero allí nada de todo eso, por tanto y por más que se devanaban los sesos, no lograban salirse se su intento.
Por otro lado, hacía algún tiempo que había llegado al pueblo un antiguo vecino que años ha, había emigrado buscando nuevos horizontes, llegándose a convertir en un famoso actor de teatro, cine y hasta de televisión, que ya llegaba a las capitales importantes, aunque no allí. no allí.
Esta persona venía a pasar, por prescripción facultativa, una temporada al pueblo debido a que la gran tensión vivida en las últimas épocas en su vida profesional, le había producido una hipertensión severa además de un estado anímico con tal grado de ansiedad, que no podía dormir en toda la noche, lo que le provocó varios acontecimientos psicóticos.
Por tanto, atiborrado de pastillas que lo hacían estar atontado todo el día, su vida consistía en encerrarse en su vieja casa y, al mediodía, pasear apoyado en un cayado por algún camino para acabar comiendo en la vieja fonda, donde le preparaban algo para la cena y el desayuno del día siguiente.
¡Nadie diría que ese pobre viejo era el galán guapo por el que suspiraban las jovencitas cuando iban al pueblo cercano, más grande y que tenía cine!
Pero era justamente lo que él pretendía: pasar desapercibido.
Por otro lado, su desaparición de los acontecimientos públicos, dio mucho que hablar en las revistas de prensa rosa y asimismo en los diarios, pues feu un auténtico “visto y no visto”.
Cada dos semanas se acercaba a la capital, donde era examinado por los facultativos correspondientes que, de manera progresiva le iban ajustando la medicación hasta llegar a un punto en que solo necesitaba ansiolíticos suaves, por lo que su estado anímico mejoró, aunque aún no quería dejarse conocer.
Una tarde en que sus ánimos habían cambiado tanto como para poder conversar con gente, vio la luz de la escuela encendida cuando ya los niños habían acabado sus horas lectivas e, intrigado, se acercó a fisgar.
Para su sorpresa encontró al maestro y al cura, examinando un viejísimo dispositivo consistente en una bombilla alrededor de la cual y mediante una manivela, rotaban dos pequeñas esferas y en dos maneras diferentes: La más grande, rotaba sobre sí misma a la vez que se desplazaba alrededor de la bombilla, mientras la otra, más pequeña, hacía lo mismo pero alrededor de la esfera grande y, repentinamente, trajo a su memoria cuando en su infancia, con ese mismo artilugio, el maestro de entonces les había explicado cómo se formaban los eclipses, aunque, como no tenía tiempo para mirar al cielo, solo había llegado a ver y por pura casualidad, uno de luna y parcial.
Fue hacia ellos y tras presentarse, les preguntó por el significado de estar jugando con aquel viejo artilugio.
Ellos le explicaron la situación:
-Como dentro de dos meses se producirá un eclipse total de sol, queremos encontrar la forma de explicar al pueblo cómo se realiza ese fenómeno y, por mucho que hemos buscado, solo hemos encontrado este viejo trasto, cuya instalación eléctrica, o sea el cable que conecta con la bombilla, que representa el sol, está totalmente quemada y, aunque podríamos rehacerla, todo el mundo a la vez no lo pondrá ver. Fuimos al pueblo de al lado, donde hay más cosas, ver si tienen esferas de gran tamaño y copiarlo nosotros pero ¡nada! Y así estamos, pensando qué idea se nos puede ocurrir.
Y, tras cavilar un momento, el actor les propuso:
-¿Por qué no probáis con personas?
-¿Cómooooo?- respondieron ambos al unísono.
-Cogéis un chaval alto y grande, que haga de Sol, una chica, que lógicamente será más menuda, que haga de Tierra y un niño de haga de Luna. Los enseñáis a moverse y ya está.
-UUUUF, difícil de montar -dijeron ellos.
-Nada de eso. Si me dais permiso, yo lo montaré todo- respondió el actor.
Y pusieron manos a la obra.
El lugar de representación fue, faltaría más, La Escuela, compuesta por una gran estancia con pupitres y un estrado bastante amplio.
Un chico grandote, vestido con una túnica amarilla que en letras grandes ponía SOL, se encontraba en medio quieto; una chica metida en un saco marrón con pinceladas azules, que ponía TIERRA y un niño con una túnica azul que ponía LUNA, ubicados al lado del sol, estaban quietos en el estrado mientras el maestro hizo la explicación previa. A continuación se iniciaron los movimientos de rotación y traslación correspondientes, parándose, a indicación del maestro, cuando se trataban de eclipses, bien fueran de luna, bien fueran de sol.
Por su parte, el actor, ya recuperada su auténtica fisonomía, causó estragos entre las adolescentes, como era de esperar, aunque al ser un lugar bastante incomunicado, no tuvo demasiada transcendencia.
Y los días pasaron llegando el día del eclipse, que, según indicaban, comenzaría a las nueve de la mañana y el máximo sería sobre las doce.
Todos se organizaron para el acontecimiento sin contar con un extra que estaba a punto de suceder: el día antes, comenzaron a llegar abundantes coches con equipos de filmación, reporteros de diferentes diarios y revistas que comenzaron a hacer preguntas sobre cómo creían que sería el tal acontecimiento, quedando parados de la sapiencia de aquellas gentes al respecto. Y mayor fue su sorpresa, al ver aparecer en medio de esas gentes, al personaje desaparecido del que tanto se había especulado sobre su paradero.
Y, lo que tenía que pasar pasó: aunque se filmó el eclipse con todo detalle, lo que dio más que hablar fue la reaparición del desaparecido “galán”. Y, enteradas las revistas del corazón, los días siguientes fue una invasión de reposteros, autobuses con gentes que querían verlo y hacerse fotos con él y, por supuesto, el alcalde de la Capital de Provincia, inauguró una calle a bombo y platillo con su nombre.
El fallo fue, que ese día el personaje no estaba: se lo había vuelto a ttragar la tierra hasta muchos meses más tarde.
ALBERTO MADACAR
MARE TRANQUILLITATIS
El navío de pesquisa científica Polaris surcaba las aguas del océano Atlántico, próximo a la costa occidental de Puerto Rico.
Tenía como misión el estudio del más importante eclipse de sol a registrarse en el hemisferio norte en el siglo XX.
El Comandante Gunnar Pavlov, al frente de una docena de experimentados científicos y una pequeña tripulación, esperaba la lenta entrada en el cono de sombra para conectar los instrumentos.
El cielo estaba sin nubes. Pavlov avisó a la torre de control en Cabo Cañaveral que todas las mediciones programadas estaban prontas y comenzó a introducir datos en los ordenadores.
Ellos vieron aproximarse la oscuridad primero por el mar. Era una ominosa mancha oscura, un cetáceo gigante que avanzaba por el océano amenazando devorar al pequeño navío.
La tripulación estaba aprensiva. Por más que los hombres se distraían entre cartas y juegos de mesa para aflojar la tensión, en el fondo todos sabían que la región donde se encontraban tenía mala fama.
Como esperaban, el cielo comenzó a oscurecerse y en pocos minutos fueron engullidos por la zona de penumbra, donde habrían de permanecer durante diez minutos hasta ver aparecer la claridad por el lado opuesto. Los diez minutos pasaron. La penumbra era más densa que la calculada por los científicos. Veinte minutos. Media hora. Pero la claridad esperada no aparecía por ningún lado. La tiniebla se volvió más densa después de una hora. El pánico se apoderó de la tripulación cuando todos los aparatos fallaron.
—¡A toda máquina a babor! —resonó en todos los altoparlantes la voz engañosamente aplomada del piloto de la nave, Bill Higgs.
A pesar del apagón todos corrieron a cubierta ansiosos para ver el desplazamiento del navío.
Lo que vieron fue un agua densa y negra que parecía aprisionar al barco con grilletes de acero. No se movía a babor ni en ninguna otra dirección. El cielo era surcado de continuo por dilatados bólidos de fuego, que estiraban sus largas colas brillantes de varios kilómetros antes de explotar en el magma pantanoso. Los radares provistos de cámaras infrarrojas mostraban el escondido fondo de roca lleno de cicatrices, recordando un rostro picado por viruela.
Después de algunas horas, una tenue orla lechosa comenzó a desnudar el horizonte y les permitió tener una idea más precisa del extraño lugar. Aquel mar, si fuese que merecía ese nombre, era una compota de barro y légamo. Pero la aparición de la esperada claridad les dejó ver algo que la mente más alucinada no podría haber imaginado.
Higgs llamó al Comandante para subir al puente.
Con los ojos abullonados, Pavlov vio la imagen de la Tierra subiendo por detrás del margen blanco, que ahora se curvaba de un extremo a otro del campo de visión.
Una vez pasado el pavor inicial, Pavlov preguntó:
—¿Dónde están las ciudades, las luces? ¿Qué dice nuestro telescopio? Deberíamos ver la Gran Muralla por lo menos.
—No hay ciudades ni luces ni Gran Muralla. Estamos perdidos en un pasado lejano —Higgs respondió desanimado—. Los mapas del cielo creados por las simulaciones de los ordenadores dicen que ese debería ser el aspecto de nuestro planeta hace 500 millones de años, en el período Cámbrico.
Higgs carraspeó. Le faltaba el aire, se esforzaba para alimentar sus pulmones. Era responsable por la seguridad del navío, pero no atinaba a dar ninguna orden.
—Vamos a resumir nuestra situación, Gunnar. La Polaris se está hundiendo en esta compota de remolacha. No hay para donde mover la pequeña fragata y no podemos salir de ella. En los botes salvavidas es mejor ni pensar.
—¿Entonces? —preguntó Pavlov, sintiéndose un idiota por haber hecho una pregunta tan ridícula.
—En principio, Gunnar, vamos a mantener la cordura y enviar un mensaje al Centro de Control —dijo Higgs intentando ser objetivo—. Dígales de la forma más clara posible…
Higgs dudó y miró a su colega buscando un resto del equilibrio que había perdido.
—…bueno, dígales lo que usted quiera —concluyó, dejando al colega con el entrecejo encrespado.
En Cabo Cañaveral se podían oír las gotas de lluvia repicando en el largo ventanal de la sala central. Los altoparlantes carraspearon con tozudez varias veces hasta que el sonido se estabilizó y fue reproducido para los directores de la misión en tiempo real. Decía:
«Señores Directores de la Misión “Eclipse”:
Lamento comunicarles que nuestro trabajo ha sufrido una absurda alteración. Por razones que ignoramos, la Polaris ha sido desviada hacia algún túnel temporal o agujero de gusano desconocido y catapultada hacia el pasado. Los técnicos han verificado que hemos dado un salto atrás de 500 millones de años y estamos anclados en plena Era Cámbrica.
»Cuando los cálculos se confirmaron por las mediciones y el resultado fue conocido por la tripulación, esto comenzó a transformarse en un manicomio. Ya hubo varios intentos de suicidio. Un marinero fue asesinado a mansalva por trampear en un juego de cartas.
»Antes de que ustedes pregunten el motivo de por qué estamos perdiendo los estribos, voy a darles la respuesta. Es muy simple. La Polaris no está en la Tierra, sino en la Luna.
Se hizo un silencio de sepulcro. Pavlov tragó saliva y buscó fuerzas para continuar.
«Estamos dentro de algo parecido a un mar. Digo parecido, porque esto no es exactamente agua.
»Es una especie de petróleo grasiento y pastoso que se está solidificando. No detectamos señales de vida, ni siquiera microscópica.
»En nuestro planeta todavía no ha aparecido la fauna terrestre.
»En los informes de nuestros biólogos se menciona la presencia de pequeños animales marinos en las riberas de los ríos y en las estrechas calas de los continentes.
»Estos seres primitivos comienzan a desarrollar esqueletos y protecciones óseas muy rudimentarias. Son en su mayoría trilobites, artrópodos o moluscos.
»El satélite se está secando. Los ordenadores calculan que de aquí a algunos millones de años la luna será un desierto sin vida.
»Algunos kilómetros por debajo de la sopa, el suelo es casi plano, constituido por roca dura.
»El cráter donde nos hallamos está rodeado por altos picos que forman una barrera natural contra el impacto incesante de asteroides y fragmentos de roca.
»Hasta ahora no hemos visto una sola de las piedras incandescentes perforando nuestra ciénaga turbia.
»En comparación con las áreas adyacentes, esto parece un oasis de tranquilidad. Fin del mensaje.
Higgs escuchó las últimas palabras de Pavlov y buscó una respuesta indefinible en el rostro de su colega.
—¿Por qué usted les dijo eso, Gunnar? ¿Para hacerles creer que estamos en el Jardín del Edén?
—En absoluto, Capitán. Mire a su alrededor. ¿Usted no diría que este es el lugar más tranquilo del universo?
Mare Tranquillitatis
ABBY MARSIE ROGOM
Te miré a los ojos
buscando mi existencia
en tu presencia colosal
en otro intento de enlazarme a ti, orbitándote.
Pero no estás en realidad.
No te veo.
Apagaste tu aura magnética,
ésa que me atrapaba en tu órbita.
Yo estaba enraizado a tí,
en tu carne.
Pensé,
quise
que tu golpe de lejanía
fuera una estrella fugaz,
y entonces no me hubiera golpeado tu frío eterno.
Pero soltaste amarras de mí,
mientras yo confiadamente ,
atracaba en tu puerto.
Y así quedé a la deriva
en tu océano infinito.
Fue como un universo en implosión plegándose en si mismo,
derramando la nada más inmensa entre tú y yo.
Me tambaleé sobre todas las estrellas que habían caído al suelo, de puro vértigo.
Si hubiera sido sólo un eclipse,
otro cuerpo que pasaba,
lo hubiera visto sobre tu mirada,
a través, tras ella, oscureciendo
y volviendo la luz a tus pupilas,
y yo hubiera sobrevivido.
Y hubiera podido también adherirme a tí de nuevo,
mi norte, mi guía.
Pero quedé al borde de tu universo,
rogándote sin palabras, arañando el filo del acantilado sideral en el que te habías convertido,
sin oxígeno.
Te hiciste escarpada y me devolviste, desde años luz de distancia, un instante de tu mirada muerta…
Y todos los tiempos incumplidos, todos los futuros abortados cayeron sobre mí en esa llanura inabarcable,
sin horizontes ni esperanza.
Quedé suspendido, ingrávido por unos momentos en las fronteras de tu espacio.
Y así, flotando en esa helada infinitud negra y profunda, caí fuera de tu mundo para siempre.
EDUARDO VALENZUELA
Pensó en que quizás era afortunado en ser condenado a la hoguera. En ocasiones la cabeza de los ajusticiados por decapitación no se cortaba con el primer golpe del hacha; el verdugo debía insistir, como si talara un árbol verde, con dos o más cortes enérgicos hasta que el cráneo se separara del cuerpo y se cumpliera la sentencia de la Santa Inquisición (amén). En cambio en la hoguera, el humo te ahogaba, te hacía perder la consciencia antes de sentir el dolor de las llamas chamuscando la piel.
Su celda estaba húmeda, fría y oscura. Añoraba ver la luz, añoraba ver el cielo, los árboles, las aves, el universo, la vida.
«Post tenebras spero lucem», dijo para sí, intentando descubrir algún punto de luz más allá de la oscuridad. Recordaba la frase desde que la escuchó por primera vez hacía más de cuarenta años, cuando aún se llamaba Filippo.
La escuchó el día del eclipse en el monasterio de Santo Domingo Mayor, en Nápoles. Se la dijo el bueno del hermano Giovanni cuando la mañana se convirtió subitamente en tinieblas. La penumbra ominosa invadió con miedo su corazón y el de la mayoría. Asustado, se paralizó sin saber qué hacer.
―No temas, Filippo. “Post tenebras spero lucem” ―le dijo el hermano Giovanni con rostro sereno mientras le palmeaba el hombro en gesto paternal.
Filippo no halló consuelo en aquellas palabras, por el contrario, a su rostro temeroso se le sumó una expresión de confusión.
―”Después de la oscuridad espero la luz” ―Le aclaró el hermano Giovanni con una sonrisa―. Recuerda siempre, Filippo, que ningún pesar se extiende eternamente. No dejes que el miedo o la congoja dobleguen tu espíritu. Siempre llegará la luz después de la oscuridad. Y en este caso es sólo la luna que en su paseo diario ha coincidido con el sol ―Usó su mano para describir lentamente un arco sobre el cielo―; pronto pasará todo.
―¿No debemos temer entonces un castigo de Dios? ―dijo el joven estudiante preocupado por los clamores de piedad, los rezos angustiados y los golpes en el pecho que, por todos lados, se oía de los arrodillados penitentes.
―Siempre debes temer a Dios…, pero esto ―Apuntó al débil aro de luz que coronaba el cenit― es sólo parte del orden de la creación.
¿El orden de la creación? ¿Y cuál era el orden de la creación? Quizás desde ese momento habían comenzado a nacer en él las grandes inquietudes. Esas preguntas que nunca lo dejarían en paz. Esa soberbia por no temer al creador si no tratar de entender la belleza de su obra. Esa sed insaciable que lo había llevado a beber de las ideas de Nicolás de Cusa, de Bernardino Telesio, de Copérnico y reinventar su nombre, de Filippo Bruno a Giordano Bruno.
Cuando el eclipse terminó, el hermano Giovanni, sonriente, volvió a repetirle la frase y él nunca la olvidó porque significaba esperanza.
El mundo vivía en la oscuridad del temor, de la ignorancia. Había que salir de ese eclipse de los espíritus, había que buscar la luz de las ideas. El hombre debía usar su libertad para pensar. Giordano estaba seguro que Dios no había creado la maravillosa mente humana para que sólo permaneciera encerrada en la Tierra creyendo que es el centro del universo. Debía haber otros mundos, otros universos y todos podíamos ayudar a descubrirlos.
Por supuesto que la Iglesia no veía las cosas de la misma forma que Bruno; por el contario, si los hombres fueran libres de pensar y de interpretar el cosmos ¿Dónde quedaría el poder de las santas escrituras?… Y cuando el poder está en juego, no hay libertades que valgan. El 4 de febrero de 1600 la Santa Inquisición romana lo condenó a la hoguera por herejía. Trece días después, el 17 de febrero, Giordano Bruno murió quemado en el Campo dei Fiori de Roma.
En su celda ciertamente que Giordano no podía imaginar una oscuridad mayor. No era el frío, ni la pestilencia de las heces en el calabozo, ni tampoco el eco de los lamentos exahalados por prisioneros moribundos. Era la perspectiva de que la necedad, la pobreza de entendimiento y la mezquindad de los corazones guiaran los destinos de los hombres. Era la penumbra de la razón eclipsada.
Un chasquido metálico resonó hondo en las celdas y un brillo tenue se dejó ver en las paredes húmedas. Era la guardia que venía por el condenado. Un golpe fuerte como un trueno acusó la apertura de las puertas de la mazmorra. Y aunque la luz que entró era débil, bastaba para recortar las aciagas siluetas de los verdugos.
Las luces y sombras avanzaron por los pasillos del calabozo, acompañadas del ruido de cuero, piel y acero de armaduras y el chapotear de botas en las charcas hediondas. Se detuvieron frente a la celda del condenado.
―¡Giordano Bruno! ―exclamó el capitán de la guardia― ¡Ha llegado la hora de tu ajusticiamiento! ¡Debeis acompañarnos hasta la hoguera!
Giordano se puso de pie para seguir a sus verdugos y trató de que su vista se acostumbrara pronto a la luz. Por última vez recordó el día del eclipse y al bueno del hermano Giuseppe.
«Post tenebras spero lucem», dijo para sí, mientras abandonaba la oscuridad de su prisión.
OMAR ALBOR
Luego del viento
el diluvio
fue quien barrio
Y ese enorme tornado
arranco las guías de toda decencia
La historia me encontró
mirando como
el sol giraba 360
Las flores rompían sus pimpollos para estremecer
otra nueva lágrima frente a la catedral semi vacía
El sol se oculto
y en ese segundo
el viento soplo tan fuerte
que las hojas de los árboles llenaron las calles
Cómo un suave terciopelo
que se tiñe de gloria
frente a tú mirada
El hombre polarizo el cielo
en un flash de luz potente
El amor recrudeció el alma.
JOSÉ LUIS USÓN
FALSA NOCHE
Sol cobarde que te escondes
A cobijo de la luna
Guárdate ya, tu mentira
De tu luz, ahora perdida
Me queda firme el recuerdo
Y sé que en mi triste huida
Hacia….
El aprendiz de poeta interrumpió su tarea al verla entrar. Acompañada de la acostumbrada comparsa de acólitos, ni siquiera lo vio. Ocuparon una de las mesas del rincón, la más alejada de la entrada. Poco o nada había cambiado en ella desde la última vez que se vieron, seguía manteniendo la energía de aquel tiempo —que se le antojaba tan lejano—, la seguridad en su mirada, su irremediable atracción. En cambio, él, todavía no había recompuesto los pedazos, que, como hiriente metralla, quedaron esparcidos tras su marcha. Cuantas veces en la duermevela de la noche, fantaseaba con cruzar de nuevo el Rubicón, volver a aquel infierno, a aquellos días donde la pasión se entretejía con el dolor, con su desprecio, su indiferencia otras veces. Había tomado la decisión de acudir al café Universal, sabiendo que la encontraría allí. El Universal, era refugio de estudiantes de la cercana facultad de física, y ese día en el que se iba a producir el eclipse que tanto tiempo llevaban anunciando, era seguro que se reunirían allí, para regresar luego al parque de la facultad, donde poder verlo en todo su esplendor. Ella no iba a faltar a esa cita, y él lo sabía. Tenía que verla una vez más antes de su marcha, solo una. No pensaba decirle nada, solo necesitaba eso, verla una vez más, para quitársela de la cabeza —triste paradoja— y poder cerrar una herida que seguía abierta y supurando, a pesar del tiempo transcurrido. Tampoco pensaba entregarle todos esos versos que torpemente había escrito durante este tiempo, con la despreciable intención de reconquistarla.
Desde el principio supo que su relación con Mar sería efímera, tortuosa, y que solo quedarían de él, despojos. Aceptó el precio. El recuerdo de aquella primera noche, en la que recorrió de su mano los rincones más insospechados de la ciudad, para acabar en su apartamento con el deseo amontonado en sus cuerpos, amándose sin urgencia, le traspasaba de lado a lado. Luego vinieron más noches, pero esa, justo esa, es la que quedó más agarrada a su memoria.
Cuando abandonó el local, con sus moscones mariposeando alrededor, pasó a su altura y esta vez sí, sus miradas convergieron, llena de suficiencia y crueldad la de ella, lastimera la de él. Mar era apasionada también cuando faenaba en el mar revuelto del desprecio. Para sorpresa de Daniel, lejos de infringirle el dolor que buscaba, su mirada resbaló sobre él como un paño de suave seda.
Trascurrido un tiempo prudencial, salió del Universal, dirigió sus pasos al parque de la facultad, y se acomodó sobre la hierba fresca a presenciar el eclipse. En ese momento la luna había empezado a ocultar el sol, una sigilosa sombra se fue extendiendo y en un momento se hizo la oscuridad, la luna lucía una extraña negrura rodeada de un anillo de luz blanca, como si una alianza sellara su amor eterno con el sol. En un instante, los cuerpos celestes siguieron cada uno su camino y la luz volvió a cubrirlo todo con un brillo, que ahora resultaba extraño.
En esos momentos, Daniel, como si el eclipse hubiese actuado en forma de bálsamo milagroso, sacó de su bolsillo un papel con infinidad de dobleces, y prendiendo la chispa de un mechero, comenzó a quemarlo, la ondulante llama iba consumiendo las letras que le escribió al alba, como un desolador presagio aquella primera vez, y que nunca se atrevió a entregarle.
La noche se extiende
Más allá de tu nombre
El alba me aclara
Que no eres la calma
Un fuerte deseo
Me abrasa y lo veo
Serás el infierno
No podré hacer nada
Rescoldos de mí
Quedarán en la almohada
ANA DEL ÁLAMO
Cuando sus ojos se cruzaron con los suyos sintió una punzada en el pecho. Eran los ojos más bonitos que jamás había visto. Un azul cristalino de mirada intensa. La eclipsó.
Para Ana ya nada volvió a ser igual. No podía dejar de pensar en él. Sus días se habían convertido en rutina. Las series de TV no la entrenían, le costaba concentrarse en la lectura y en su trabajo. Hacía pereza para acudir al gimnasio que tanto le entusiasmaba. No había vuelto a escribir desde entonces. Definitivamente, no era la misma.
Amaba a sus hijos, pero pensaba que serían más felices si él entraba en sus vidas. Esa mirada se había adherido a su retina y no lograba desprenderse de su pensamiento. Los días eran largos, las noches más. Pasaba el tiempo y Ana seguía con su vida y con él en su cabeza.
Estaba decidida. Tenía que luchar por ello.
Se dirigió hacia el lugar donde sabía que lo encontraría. Ya no había vuelta atrás. Una vez allí, cruzó el umbral donde un cartel se anunciaba: Centro de adopción de mascotas. Ese Husky siberiano tenía que ser suyo a toda costa.
MAITE BILBAO
Atracción sin fin
La mar, indómita y apasionada, se enamora perdidamente de la luna, celestial diosa de la noche. La anhela con ardor, pero la luna, amante del radiante sol, solo puede corresponderle en fugaces encuentros. A pesar de ello, la mar la aclama en una atracción sin fin.
—¿Acaso no escuchas mi bramar? Iluminas mis presentes, los dejas en la orilla, ¿no son suficientes para ti?
La luna, conmovida por el dolor, le ofrece palabras de consuelo, más su corazón le pertenece al sol. La desilusión se apodera de la mar, su furia se desata en tempestades; reflejo de la tormenta en su alma. Su amor está dividido en una danza eterna, mientras el sol ignora el drama.
—Tu frialdad provoca mi furia al saber que te vas con él. Me arrastro exhausta, llevada por la atracción que me desarma y remueve el centro de gravedad. Eres mi magia, pero callas y aprendo el lenguaje de tu mirada. Espero tu regreso, aunque no te pueda ver, sé que estás ahí.
Dividida, la luna toma una decisión audaz, anhela el calor de Helios en noches brumosas, y también el encuentro con la mar. Desafía las reglas cósmicas, susurra secretos a la brisa, y las estrellas se suman a su causa. Reunidas, bloquean la luz del sol, y crean un velo cegándole, que permite que la luna se dirija hacia la mar.
—¡Que descienda la oscuridad y las sombras se abracen!
En la penumbra del eclipse, se encuentran. La luna se sumerge en ella liberando la pasión contenida, su luz se refleja en las olas. La mar inquieta se agota con ella en un deseo profundo. Las olas suben y bajan con ardiente pasión. En un abrazo de espuma y luz se unen en un dulce murmullo, creando una sinfonía de amor, hasta alcanzar la intensidad de mil olas rompiendo contra la costa. Las estrellas observan en silencio.
—Mi luz se fragmenta. No pretendo aplacar tu bravura, el tiempo se nos escapa como la arena entre los dedos humanos. Debo regresar al cielo. El tiempo de las sombras ha terminado.
Fortalecidas por el encuentro, emergen ambas frente a la presencia del radiante sol. La luna se aleja, la mar la despide.
—Espero tu vuelta mientras mi alma se llena de esperanza y ve lo imposible, factible. Regreso a mis principios y arrastro los lamentos por la arena hasta que tu atracción me provoque.
En la danza eterna del cosmos, la mar espera el siguiente eclipse, observando a la luna orbitar alrededor del sol, en un triángulo de amor, atracción y sacrificio. Comprende que el amor verdadero reside en la libertad sin espera.
FELIX LONDOÑO G
Hay amantes que oscurecen el devenir. Literal, son eclipses en nuestras vidas. Más que cuerpos, son monstruos psicológicos que se interponen en nuestros caminos. De qué otra manera te podría describir lo que fue Margot para Modesto: un verdadero eclipse solar. ¿Y qué fue, después de todo, Modesto para Margot?
ARITZ SANCHO MAURI
La llama que no se apaga
Persevera, aunque el camino se torne pedregoso y la duda te aceche. Recuerda que en tu interior arde una llama inextinguible, una fuerza capaz de superar cualquier obstáculo. No permitas que las adversidades apaguen tu luz.
Enfoca tu mente en tus sueños, visualiza con claridad tus metas y avanza con paso firme hacia ellas. No te distraigas con los placeres inmediatos, esos los tiene cualquiera, son efímeros y carecen de significado duradero.
Confía en ti mismo y en las infinitas posibilidades que se despliegan ante ti. Eres un ser único, con un potencial ilimitado para encauzar tu vida y el mundo que te rodea.
Ten paciencia, pues los frutos del esfuerzo no nacen de la noche a la mañana. Cada paso que das, cada lección aprendida, te acerca al éxito que anhelas.
Transmite tu pasión al mundo, contagia a los demás con tu entusiasmo y tu energía vibrante. Inspira a otros a perseguir sus sueños y a creer en sí mismos. La vida es un viaje lleno de aventuras y desafíos. No temas enfrentarlos, pues en ellos encontrarás la oportunidad de crecer y fortalecer tu espíritu.
Alejate de las sombras y que nada eclipse tu luz interior, que brille con intensidad, ilumina el camino de aquellos que te rodean. ¡Nunca tires la toalla! El éxito te espera al final del camino.
AMPARO SORIA
-William-
William madrugó para dirigirse en su jeep a las impresionantes cataratas del Niagara. Esperaba ese día con expectación. Años deseando vivir ese fenómeno natural en directo ¡Al fin su sueño se iba a hacer realidad! Buscó un lugar apartado de la multitud de turistas que se había concentrado por la zona.
Un vistazo al reloj deportivo que lucía en su muñeca izquierda, 14:30h. Se tumbó en la manta extendida sobre el rocoso terreno, se colocó las gafas especiales y esperó ansioso el gran momento.
– ¡No! ¡Fuera! ¡Despareced! –gritó lanzado sus manos al aire para empujar las inoportunas nubes.
Estas ignoraron al joven continuando su perezoso camino hacia el sol.
– ¡No podéis hacerme esto, por favor! –suplicó.
Se acercaba la hora, algunas nubes habían desaparecido. El chico no pudo permanecer tumbado, la amenaza de las nubes y su entusiasmo por el espectáculo no se lo permitió. De pronto su corazón latió con fuerza, la luna comenzó a ocultar poco a poco el sol. Aguantó la respiración emocionado. Las nubes se apiadaron de él y se apartaron en los últimos instantes. La luna fue oscurecido el día. Sus ojos no se apartaban ni un segundo de los dos astros. Vivió aquellos cortos minutos como algo excepcional.
La oscuridad, el estremecedor rumor de las cataratas y la corona del sol tras la luna, le impactó. Su pecho engrandeció, su mirada tras las gafas brilló. William se sintió feliz de haber logrado vivir en persona el día del eclipse lunar en un lugar privilegiado.
LETICIA R MENA
Amantes siderales
Nos buscamos y, viéndonos de lejos, no llegamos jamás a tocarnos.
Este amor nuestro que nos dura siglos, milenios enteros desde la mismísima creación del universo, nos mantiene girando en nuestras propias órbitas, alrededor de otros que no pueden sustituir esta ausencia que nos provocamos el uno al otro.
Desde lejos nos observan, pequeños a esta distancia tan grande, en la negrura infinita con salpicaduras de estrellas.
Hoy nos observan acercarnos, son contadas las ocasiones en las que lo hacemos.
Pequeños momentos de roce, tan mínimos en nuestro tiempo sideral, que se nos hace escasa la intimidad.
Desde lejos observan la fabulosa unión de nuestros cuerpos que se vuelven sombra sobre ellos.
Y comienzan poco a poco los besos, más intensos según avanzan nuestras órbitas, y llegado el punto álgido yo te digo como siempre «apaga la luz»
Y al hacerlo ellos se quedan a oscuras. Nosotros prendidos en fuego y pasión, que no se ve ni siquiera con esas gafas especiales.
Al separarnos vuelve la luz, y nosotros nos alejamos, retornando a nuestras lejanas posiciones planetarias. Y nos disponemos a seguir con la rutina de vernos sin tocarnos, esperando, contando los días sin años luz hasta el próximo eclipse.
GRACIELA PELLAZA
¿Usted sabe cuánto pesa un desconsuelo?
¿Cuánto mide? ¿Cuánto tiempo dura la carga?
No hay más noche que esta noche.
Ni más luna que esta luna, una luna que se agranda.
Y no sé bien si dije todo.
Quería decir todo.
Imposible lanzar palabras cuando el sueño de la morfina duerme la lengua.
Cuánto daría para apagar mi lámpara, y acurrucar este cuerpo viejo en mi colchón.
La casa, la cueva, el nido que abraza el ovillo.
Hay un ejército que lo intenta todo.
Y hasta con los ojos cerrados, en el principio de la penumbra, te confunden las luces molestas, y los zumbidos una mala Orquesta.
Somos unos pocos, en este lugar donde el único que no se mueve eres tú.
No tenemos apellido, ni luz.
Pero el mismo ángel que nos asiste.
Lo mío es un eclipse.
No tengo miedo, solo estoy triste.
Muy triste.
No sé nada del viaje indeclinable del universo.
NUMIRALDA DEL VALLE
FUGAZ OSCURIDAD
Esta tarde, a medida que la luna empezaba a interponerse entre el sol y la tierra, la luz del día se fue atenuando poco a poco. Las aves nerviosas cesaron sus cantos y una singular quietud se apoderaba del lugar. La extraña oscuridad arropó a la tierra. La noche había llegado antes de tiempo. Las estrellas apresuradas asomaron su brillo. Algo diferente estaba ocurriendo. Rebeca no sabía si era bueno o malo lo que observaba desde la ventana de la habitación. Hacía tanto tiempo de estar allí recluída que había perdido casi todo contacto con el mundo exterior.
Sin embargo, estaba completamente segura de haber vivido un fenómeno especial e inolvidable. Esperaba que la inesperada y efímera penumbra no fuera un mal presagio, hoy día de su cumpleaños. Algo ansiosa se sentó en la incomoda cama a esperar a la enfermera de la ronda nocturna para preguntarle. Mientra tanto su mirada recorría la sencilla habitación pintada de blanco dónde dormía desde hace tres años. Recordaba claramente el día que ingreso.
De repente, bruscamente se levanta pensando: Mejor no pregunto nada, seguro me dirán que estoy imaginando cosas como cuando murieron mis padres en el accidente.
Rebeca tenía 15 años para aquel momento. La muerte de sus padres fue para ella un evento inesperado, extremadamente doloroso. En su casa sólo eran ellos tres. El hermano, diez años mayor, tenía tiempo viviendo independiente.
Fue él quien nunca le creyó que mamá la visitaba durante las noches abrazándola y arrullandola, como cuando era una niña, hasta quedarse dormida. No comprendió el sufrimiento de su atribulado corazón llevándola con aquel médico de ojos fríos y mirada penetrante que la atormentaba haciéndole preguntas, confundíendola.
Lágrimas de tristeza rodaron una vez más por sus mejillas, pero hoy cumplía 18 años. Ya no era la niña asustada de antes. Lucharé para salir de aquí, sentenció. Las tinieblas de mi vida en este lugar también se van a disipar como lo hizo la oscuridad que cubrió a la tierra este día volviendo a brillar el sol.
BEA ARETEENCUERO
Noche de sábado, verano, playa, fogata, guitarras.
Nos juntabamos los fines de semana, esa noche habría un eclipse, que mejor lugar para observarlo, todo el cielo para nosotros.
Esa noche se conocieron Natalia e Iván, la pasaron de maravilla; En el instante en que la tierra se interpuso en el camino de la luna y el sol, la sombra de este cae sobre la luna y se produce el eclipse, se dieron el primer beso, fue una corriente que sintieron arrojandolos a la pasión; La arena fue su lecho..
Pasó el tiempo y vivían un romance tumultoso, ardiente, pero el fuego se fue apagando.
Iván observó que Natalia no era la misma, se veían menos, ella parecía que ya no le importaba pasar tiempo juntos. Un día un amigo, le dijo…
– Amigo ¡ ella te engaña!
Al principio no le creyó, pero cada día sentía que se alejaba más; Decidió seguirla y comprobó la verdad, ella besando a otro hombre, la realidad lo golpeó mucho, no comprendía porque seguía a su lado si ya no lo amaba…
– El sábado ¿vamos a la playa a ver el eclipse? La invitó Iván.
Natalia dudo, al fín asintió.
El la amaba con la misma intensidad del primer día, pero se sentía herido.
Llegaron unos minutos antes de la hora del eclipse.
Iván la atrajo hacia su pecho, Natalia no se opuso, ofreció su boca entreabierta, se besaron apasionadamente, con furia.
Iván clavo el cuchillo a la altura del corazón en el instante que la luna y el sol se encontraron…
El la cargo en sus brazos y se interno despacio en el mar hasta desaparecer.
La LUNA se pintó de rojo…
¡Esa noche se vistió de sangre!
CARLOS RODRÍGUEZ
Puesto que Amalia no preveía salir del domicilio, García y Vallejo se dirigieron a comisaría llevando consigo tanto el aparato como el paquete que lo contenía, aunque no tenían mucha confianza en que los chicos de científica pudiesen extraer ningún tipo de prueba de todo aquel material, habría que intentarlo, nunca se sabe donde cometerán sus errores los “fuera de la ley»
Vallejo no se había equivocado, en cuanto puso un pie en comisaría el agente destinado en la puerta le comunicaba que el comisario quería verle inmediatamente. La conversación fue breve ¡por decir que había habido conversación! En realidad el comisario se limitó a recordarle que no podía tener contacto con las pruebas, los testigos y mucho menos con los detenidos que pudiesen tener que ver con los anónimos recibidos por él y la forense.
En relación al caso Genarez le dejaba continuar con la investigación, pero únicamente de lo que concernía a la muerte y la incursión cibernética, siempre y cuando lo que encontrase no tuviera conexión directa con el propio Vallejo o con Amalia.
Al inspector no le quedo otra que aceptar, aunque fuese a regañadientes, pero la otra opción era que le apartasen, no sólo de aquella parte de la investigación sino también del servicio mientras no se esclareciese lo sucedido y sus culpables estuviesen a disposición del juez.
El comisario era conocedor de como se implicaba Vallejo en todos aquellos casos que le eran asignados, así como su costumbre de “llevarse el trabajo a casa». Su dedicación era encomiable, pero al ser parte implicada podría ser mal interpretada por los jueces y poner en riesgo la buena conclusión de caso.
Vallejo no accedió a la sala de interrogatorios, pero siguió la sesión a través del circuito cerrado de televisión, donde se estaba grabando todo el proceso. El hombre que habían arrestado intentando sabotear el suministro eléctrico no estaba aportando información alguna, se limitaba a repetir que una mujer le había pagado para cortar aquellos cables, que le había entregado cien euros por ayudarla a gastar una broma a unos amigos de ella.
La descripción que aportaba sobre quien le había encargado la fechoría tampoco aportaba nada que sumase a lo ya conocido, pero sí reforzaba la veracidad de todo lo que ya sabían sobre la que, hasta ese momento, parecía ser la única implicada, a pesar de que Vallejo insistía en que era imposible organizar todo aquello sin contar con la ayuda y respaldo de alguien más.
Después de casi tres horas de interrogatorio, el subinspector que llevaba las riendas del mismo propuso al oficial que le acompañaba hacer un descanso, mientras con un gesto de su cabeza indicaba a Vallejo que se uniese a ellos.
Les espero en la cafetería donde solían ir casi todos los compañeros cuando se encontraban en las dependencias y podían hacer un pequeño receso. No tardaron en llegar, pero para sorpresa de Vallejo les acompañaba el comisario.
– ¿No pensarías que iba a pasar desapercibido que estabas viendo el interrogatorio? Parece mentira Vallejo… que hace años que te conozco y sé que eres como un pitbull, que cuando muerde no suelta su presa aunque le cueste la vida, delega un poco hombre, que Armando sabe lo que se hace, y teniendo que ver con uno de los nuestros seguro que se esmera más… ¿me equivoco Armando?
– No señor, no se equivoca…
– Pues alá, os dejo que os toméis el café tranquilos, que tengo reunión de la comisión de seguridad para la vista del domingo.
El comisario se dirigió a la puerta mientras daba instrucción al camarero para que las consumiciones de aquella mesa lo apuntase en su cuenta.
– Joder Armado, podías haber avisado.
– Lo siento chico, nos estaba esperando en la puerta. Te juro que no sé como lo hace, pero se entera de todo… como me gustaría tener esa capacidad suya para estar en todas partes.
– Imagino que estaría pendiente de la sala desde el monitor de su despacho, y me conoce bien, buena parte de mi formación fue cosa suya.
– No sé, el caso es que si se pierde un mechero en comisaría él sabe donde esta. Bueno, a lo nuestro, yo creo que este pollo no sabe nada, es un habitual del menudeo y los robos de cobre. Sinceramente, no veo que vayamos a sacarle nada que nos sirva… ¿tú que opinas?
– Por desgracia tengo que darte la razón, con este no vamos a hacer otra cosa que perder el tiempo. Esa mujer es una profesional que conoce nuestros procedimientos y se cuida mucho de dejar pistas, parece ir siempre varios pasos por delante de nosotros regodeándose en nuestro desconcierto.
– ¿Crees que puede ser una sicaria?
– Ya no sé qué pensar.
– Pues podría haber escogido otra semana para tocar las narices.
– ¿A qué te refieres Pablo?
– Esta semana parece haberse vuelto loco todo el mundo, no sé si será la influencia del eclipse como dicen algún que otro iluminado.
– Eclipse ¿Cuándo?
– El próximo viernes, pero llevamos una semana de locura, broncas por tonterías, avisos de zumbados con armas por la calle… no sé que pasa, y tampoco sé si quiero saber que les esta efectuando, lo único que veo es que se ha duplicado el trabajo.
– Bueno, pues no te diría yo que no, según los expertos esas cosas afectan al comportamiento de la gente…
Tras el café regresaron a sus quehaceres, dando por inútil el seguir perdiendo tiempo con más entrevistas con aquel pobre hombre, cuya única implicación con las amenazas era haber buscado ganarse unos euros fáciles.
Vallejo hizo una visita a la unidad científica, allí había dado sus primeros pasos dentro del cuerpo, aunque su forma de llevar las investigaciones, siempre mas allá de lo que en el laboratorio podía descubrir, llevaron a los jefes a fijarse en él y convencerle para aprovechar aquel inconformismo para aportar un punto de vista diferente al habitual en los investigadores.
Sus compañeros de blanca bata bromeaban con el echo de que pudiese tener nostalgia de aquellos días, cuando podía pasarse horas intentando descubrir una pequeña peculiaridad en un tornillo para dar con su origen.
Entre bromas y recuerdos iban dándole información sobre el caso. La mayor parte de los resultados no arrojaban luz alguna, sobre otras pruebas le indicaban que habían sido enviadas al laboratorio central, donde contaban con más medios de análisis, pero un pequeño comentario del más joven de los criminalistas le hizo saltar de alegría…
– ¡Sí, por fin! Sabía que cometería algún error, no podía ser tan perfecta.
– Bueno Vallejo, tampoco se alegre tanto, todavía no sabemos si esto nos llevará a alguna parte o será una nueva decepción.
– Algo es algo, Pedrito, menos teníamos hace quince minutos, y no me trates de usted, que me haces sentir viejo.
– Perdona, la costumbre del respeto al rango… no termino de acostumbrarme al buen rollito que tenéis aquí.
– No pasa nada, todos hemos pasado por eso. Mándame ese numero y la fotografía por mail, a ver que saco de ahí.
– Lo siento, Vallejo, tenemos orden del jefe de pasarle todo al subinspector Armando Piñeiro. De lo que se obtenga de lo que habéis traído esta mañana no podemos darte cuenta a ti… ¡ya sabes como se pone el jefe con estas cosas!
– ¡Vaya, no ha colado! Tranquilo Pedro, hablare con Armando a ver que encontramos.
No es más que un número grabado en la placa, pero no parece ser el de la serie.
CARMEN ÚBEDA FERRER
La luna danzarina
La luna esta noches
es danzarina.
Con las nubes danza,
con las nubes baila,
ella, muy fina.
La luna viste de raso,
con encajitos de plata,
halo color de rosa
como fina ala
de mariposa.
Las nubes blancas
muy elegantes,
también muy finas,
de blanca espuma
lucen volantes.
—-
¡Más llega la alborada!
La luna muy asustada,
entre unos pinos,
como un suspiro,
se ha eclipsado apresurada.
Y como la Cenicienta
que perdió un lindo zapato,
la luna al ocultarse,
al descuido perdió
un jirón rosa de su vestido.
NILA J BOHORQUEZ
El eclipse solar anunciado por las fuentes noticiosas de la astronomía y el cual se pudo observar el 8 de abril de 2024 solamente en varias regiones de Estados Unidos, Canadá y México, fue un escenario fabuloso para quienes pudieron asistir a los sitios geográficos publicados para disfrutar de tan maravilloso episodio astronómico.
A pesar de estar residenciada en
EE. UU., no tuve el privilegio esta vez en participar ese prodigioso día en tal colosal hecho, pero sí ‘rebobinar’ a mi ya frágil memoria al recordar escenas de aquel día 27 de febrero de 1998, tan lleno de emoción y de expectativas increíbles (así como también vivieron las personas que asistieron y sintieron grandes impactos en el instante del eclipse solar total 2024).
El referido día 27 de febrero de 1998, todos los miembros la familia nos reunimos en la gran terraza de nuestra casa solariega, buscando la manera más adecuada de ver el eclipse colocándonos las gafas especiales para tal fin y esperando la hora precisa que se abrieran las «cortinas del firmamento» para comenzar a ver la ‘función’ tan ansiada…
Mientras tanto, mi corazón palpitaba a ‘millón’ y en silencio; pálpitos cuyos sonidos se cruzaban entre los del grupo familiar concentrados en el rincón del jardín, acelerando el ritmo cardíaco cada segundo y todos observando a través del lente especial la batalla astral entre el sol y la luna, mirando cómo oscurecía lentamente la tarde…¡hasta que de pronto todo quedó en penumbras, visitándonos la noche vestida con su traje de gala transparente instantáneo… sí, instantáneo, pues debía desaparecer cuando el hermano sol saldría normalmente en su posición y luego desnudarse de ese traje bruno momentáneo para volver a asomarse pausadamente con su verdadera negrura, permitiendo que el cielo resplandeciera iluminado de estrellas y luceros!..
Todo se produjo demasiado rápido (yo diría que en un abrir y cerrar los ojos)…no dio tiempo para pensar sobre el proceso del eclipse… también oscureció nuestra mente quedando un espacio en blanco y experimentando una percepción tan, pero tan indescriptible, difícil de olvidar, a pesar de los años transcurridos y escribiéndolo hoy en mi etapa «ochentina».
Todos continuamos contemplando mediante los espejuelos especiales para estos eventos, cómo la ‘Luna’ pareciera decirle al ‘Sol’…
«No iluminarás a la tierra por varios minutos…todo estará oscuro…los pájaros, las fieras y animales domésticos se descontrolarán por el cambio brusco (luz/oscuridad) y creyendo ellos que les llegó la noche, todos se irán a su corral, a sus jaulas y luego verán que solo fueron minutos de tinieblas y regresarán a su faena diaria… también el gallo con su acostumbrado canto mañanero entonará su «kikirikí», creyendo ha llegado la aurora, pero después se echará de nuevo en el gallinero».
Y nosotros en la terraza con deseos de ver y sentir más emociones, continuamos detallando la hermosa corona brillante alrededor del sol…
¡escena realmente fascinante para nunca olvidar!
Y…como todo pasa, según las leyes del universo, asimismo pasó el eclipse solar total de 2024, el cual no pude presenciar en esta oportunidad, pero sí recordar con gran alegría y satisfacción, el ocurrido en mi ciudad natal: Maracaibo, Venezuela, el 27 de febrero de 1998.
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