El libro – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el libro». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 2 de mayo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Pues yo voy a intentar narrar las sensaciones que tienes cuando publicas un libro, las fases que te van llevando a la cúspide de tu estado emocional. Es una sensación muy extraña, cuando la gente se entera vas creando cierta admiración, aunque pronto se va tornando en animadversión (pero ese es otro tema, intentaré centrarme en las cosas buenas).

El primer paso es el más complicado, durante una intensa introspección, ¡decides hacerlo! Vas a publicar un libro, una vez acabado el manuscrito te pones en contacto con la reina del trébol, tuve suerte de pertenecer a este grupo y no tener que comerme la cabeza con buscar editorial. ¡Ya la tenía y por su puesto su editora, Cris Moreno . En cierto modo este grupo y su administradora cambiaron mi vida y me ayudaron a cumplir un sueño, no sin antes trabajar de manera ardua para corregir errores y defectos, en ese aspecto, la sala de escritores noveles de la aplicación clubhouse también me ha ayudado un montón, ya que al principio careces de esa crítica constructiva tan necesaria para pulir la escritura. Aquí tengo que hacer mención a la madre de la criatura, Tali Rosu y a la que fue la administradora durante el año y poco que participé casi sin falta en la sala. A las dos debo y quiero agradecer los buenos ratos que pasamos en la sala en aras del aprendizaje y el modo o intento de profesionalizar nuestra pasión.

Y ahora voy a continuar con la sensación y las fases :

la primera antes se pasar a impresión y maquetacion es la de corrección. El libro pasa por unas correcciones en las que Cuatro Hojas – Editorial realuza un trabajo arduo, junto con el autor, profesional que te lleva a leerte el libro que has escrito varias veces buscando errores, pequeñas erratas,formas verbales correctas, y un largo etcétera.

La segunda tras varias revisiones del libro es la fase de impresión y maquetacion, el libro ya está en preventa, empezando así una fase de promoción agotadora y en mi caso poco fructífera. Es una fase de letargo y gestación, tu criatura es una especie de cigoto, ¡vas a ser padre y por mucho que te cuenten hasta que no lo vives no sabes lo que se siente!

La tercera fase es cuando recibes el libro, en plural mejor dicho, recibes los libros. Aquí empiezas una fase apasionante llena de sorpresas y sensaciones increíbles y muy placenteras. Lo primero es entregar los libros a quien los adquirió en preventa.

La cuarta fase es difícil de explicar, te ha ido tan bien la tercera fase que tienes que pedir más libros porque intuyes que no van a quedar para el día que decides hacer tu presentación. Es aquí cuando decides digitalizar tu obra y confiar es Bookólicos ,un equipo muy humano y profesional como siempre digo.

La quinta fase te va llevando, en mi caso por lo menos, a conocer gente del gremio, estar en diferentes eventos literarios y aprender mucho.

Las siguientes fases están por venir.

Sin más dilación aquí concluye mi participación en el tema semanal . Interesante tema. El libro.

Melancolía infinita. =Sueños cumplidos=.

Fin.

ANTONICUS EFE

Vertemos ríos de tinta en estériles bacanales

de papel, para deleite de las masas,

estúpidos folletines creados simplemente

para condenar a muerte las palabras.

Las esquirlas de la vida marcan el silencio,

mientras que en diálogos estériles, se pierde lo bello.

Siempre buscamos motivos para todo,

pero lo visceral es la única certeza

que deja en nosotros rescoldos.

Yo he querido desplegar las alas

apuntando hacia el firmamento,

volar en círculos viciosos

de pecado hacia el fuego,

pero solo he encontrado hielo.

No hay idolatría que llene mi vacío,

ni libro sagrado que me garantice el cielo.

Veo al orondo obispo con oro hasta en el cuello,

veo mucha tristeza en el fondo de mi espejo.

Prefiero andar de putas con Lucifer en el infierno

a empaparme de miseria entre hojas de libros muertos.

MARI CRUZ ESTEVAN

La escritura de libro MUSA, tiene el saber de todos los del grupo, creadores de ideas siempre en aprendizaje ya que el arte nunca muere.

Leí con gana cada una de las hojas escritas de cada uno de nosotros, con ilusión. Tengo que decir compañeros que mi persona se ha enriquecido. Ansio que llegue el próximo libro de Cuatro Hojas – Editorial ,Cristina con su saber conseguirá que nuestras historias resalten en el, a igual el reflejo del sol en el vidrio…

RAQUEL LÓPEZ

Palabras huérfanas sumergidas en mi soledad,

que cobran vida y me llevan de la mano

haciendo impresas en casa página leída

y transportándonos a mundos soñados.

Tinta en el lienzo donde la imaginación,

hace latir los sentimientos más profundos

donde la fuente de la inspiración,

dejan la huella del pensamiento fecundo.

Y así, nace el libro, donde a veces dormita

en anaqueles carcomidos,

donde viejas letras color ocre, escritas

con los recuerdos de plumas bruñidas.

Donde naciste del árbol arrogante

y en tu vejez volverás a tus raíces,

llevándote contigo mis letras

de sueños de magia incunables.

Mientras mis palabras

te sigan acuciando,

tú seguirás siendo el libro

que escribiré esculpiendo de mi mano.

BENEDICTO PALACIOS

Marcelo acababa de leer una novela con un final trágico: la muerte de dos amantes, ella por accidente y él, que por amor decide quitarse la vida. Le sonaban finales parecidos: Romeo y Julieta, Calixto y Melibea y hasta los amantes de Teruel, habitantes todos de siglos pasados, porque no encontró una sola pareja reciente entre tanta celebridad. No era por lo visto una solución moderna morir por amor, aunque la novela lo explicaba con detalle: se amaban al extremo y tan locamente, que cuando ella murió, él, que no pudo soportarlo, montó en una moto y saltó al tomar una curva. Rodó entre peñas más de cien metros.

A Marcelo le gustaba escribir y le había llevado tiempo pensar el argumento de una novela, incluso había manuscrito unos treinta folios y se sentía satisfecho, pero la que tenía entre las manos se parecía tanto a lo que contaba en uno de los capítulos que fue incapaz de seguir escribiendo. Tuvo una idea, averiguar qué pasaría por la mente del protagonista, que la novela no declaraba, qué motivo tan trágico le empujó montar en la moto y quitarse la vida, porque la frase «murió por amor» expresaba tanto, que a la postre nada decía.

Se informó a conciencia. Leyó varios libros de psicología científica y una docena de biografías, todas concernientes al hecho de alguien que muere de o por amor. Con tan vasta información tomó la pluma y un folio en blanco y dejó que la imaginación hiciera su avío. Le hervía la cabeza por tal abundancia de ideas, que se sentó a la mesa y pasó una hora para escribir esta sola palabra: amor. Estaba atascado.

Los libros, como muy bien explica la autora de El infinito en un junco, son una invención bastante moderna, no así la escritura que cuenta con muchos siglos de antigüedad y se servía de los materiales que tenía a su alcance, de tablillas de cera, de trozos de arcilla, etcétera.

¿Hablaban de amor aquellos primeras formas de escritura? Parece que no, existían otras urgencias y otros temores. Había que dar satisfacción a los dioses, por ejemplo. Los conflictos de amor no entraban entre sus desvelos o preferencias.

¿Se podía escribir hoy una novela de amor? Como Marcelo no lo vio claro, abandonó el hilo con que se teje el amor y comenzó escribiendo la historia de unos personajes que se pasaban la vida conspirando. Y no hizo un excesivo gasto mental para llenar de palabras doscientas páginas.

Moraleja: si quieres escribir un libro y verlo publicado vuelve tu rostro al sombrío de los dioses o búscate unos personajes que terminen a tiros. A lo largo de tantísimas páginas permítete la licencia de entretener al lector con alguna escena de sexo o cercana al amor.

Para el de verdad no queda espacio en los libros.

PAULINA RODRÍGUEZ

LA LITERATURA COMO FORMA DE VIDA

Recuerdo desde pequeña quedarme fascinada cada vez que me leían un cuento.

Pedía cada noche una nueva lectura.

Cuando aprendí a leer, devoraba libros.

Mi biblioteca iba aumentando constantemente con varios géneros literarios.

Cuando llegaba septiembre y el inicio de las clases, yo esperaba con ansias la asignatura de Lengua Castellana y Literatura solo para saber qué libros nos mandarían como lectura obligatoria y que lista tendríamos como libros opcionales.

Esa misma tarde me compraba los libros y seleccionaba los opcionales.

Cada lectura dejaba algo nuevo que aprender.

Fui creciendo y opte por Literatura universal, allí leí novela gráfica por primera vez, a Kafka y a Poe.

También empecé a analizar obras como Romeo y Julieta y a estudiar el Petrarquismo.

Fui dejando la vergüenza a un lado y publiqué mi primer libro.

Al tenerlo en mis manos, sentí el amor hacia un hijo.

Me encanta releer libros e ir descubriendo cosas nuevas que antes no había observado.

Me encantan los libros físicos porque dejan sumergirte en el olor y el tacto de sus hojas.

He crecido sumergida cada semana en una nueva lectura y sintiendo un vacío enorme cuando el libro llegaba a su fin.

Los libros me han dado vida, paz y alegría.

Los libros me han hecho descubrir un talento oculto, como la escritura.

Los libros me han dado cultura.

Un libro es símbolo de amor y conocimiento.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

DIEZ MORENITOS – VIII

El otoño, en Madrid, tiene el cromatismo gris, urbanita, del hormigón. La tarde se pone zapato plano, falda a una cuarta por debajo de la rodilla y bragas de cuello alto; el oso le saca al madroño astillas de melancolía y hasta El Retiro se maquilla de ocres, como una puta vieja que se resiste al paso del tiempo.

La casa de Jorge Juan, a medio camino entre Lagasca y Velázquez, una zona en la que brotan los pijos sin necesidad de riego, era la preferida del marqués; sin embargo, a Jimena, que a pesar de la garlopa del tiempo sigue teniendo rebabas riojanas, le resulta agobiante y prefiere la rusticidad domesticada que se respira en la finca de Jarandilla. Echa de menos el estrés de la vendimia, el ir y venir de los tractores, la salmodia metálica de la despalilladora. Pero no puede pensar en volver, al menos hasta que se celebre el funeral de don Baltasar, y eso parece que va para largo. Ha pasado ya una semana y el juez todavía no autoriza la entrega del cuerpo a la familia, porque el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses aún no ha dicho nada sobre el análisis de vísceras. Todo apunta a que la tetrodotoxina del pez globo se lo llevó por delante, según el primer informe del forense, pero burocracia obliga y hay que cumplir con el protocolo.

Todo esto bulle en la cabeza de Jimena, mientras contempla, absorta, el enorme lienzo ―transferencias acrílicas, carboncillo, pasteles, lápices de colores y fotocopias sobre papel―, que preside lo que fuera el despacho del marqués. Es una escena familiar afroamericana. En primer plano, sentada, está la madre, que lleva en brazos un chiquillo y bebe de un vaso algo de color oscuro; el padre, junto a ella, sujeta en su mano derecha una botella de Coca-Cola, a su lado, un par de adolescentes, chico y chica, contemplan como juegan cuatro niños pequeños y al fondo, junto a la ventana, hay otro joven negro más, mirando al vacío. Una pared, el suelo de la habitación, el paisaje que se ve por la ventana y hasta la ropa que visten los dos adultos, están formados por cientos de pequeñas fotos, de todo tipo, dispuestas de manera aleatoria, sin un orden definido. Al marqués el cuadro le costó una pequeña fortuna y lo firma Akunyili Crosby, una artista nigeriana, que hace collages y pinturas basadas en transferencias fotográficas. La crítica dice que es buena y en 2017 recibió la Beca Genius de la Fudación MacArthur. Pero como todo en aquella casa, a la marquesa la saca de quicio y está firmemente decidida a que acompañe al muerto en el crematorio.

―Madre mía, qué cosa más horrible ―no puede evitar el comentario, que tácitamente comparten Hilario Suances y Bonifacio Escrivá, también presentes en la habitación.

Como propuso Bonifacio, han cenado en la casa: algo informal, unas pizzas de Da Giuseppina, pecorino y un chianti de Montalbano para regar el avío, porque Jimena ha dado libre al servicio, evitando la presencia de testigos indiscretos. Ella e Hilario ocupan el chesterfield de cuero, color cereza, mientras que Bonifacio se acomoda en el capitoné a juego; completa el conjunto una mesita de café, sobre la que los hombres acaban de depositar sendas copas de balón aún vacías; junto a ellas, una botella de The Yamazaki 18 Y. O., espera instrucciones; la marquesa está tomando café.

―Tu propuesta, Bonifacio, no me entusiasma ―rompe Hilario el fuego, mientras pone un poco de güisqui en las copas―, pero todo en este jodido embrollo se ha complicado hasta la locura, así que podemos trabajar sobre esa hipótesis y ver hacia dónde nos lleva.

La marquesa toma un poco de café, deja la taza sobre la mesita e inspira profundamente, como si necesitase un extra de aire para lo que va a decir.

―Por más que me esfuerzo, no encuentro una causa que pueda explicar el asesinato de Baltasar ―junta las puntas de los dedos de ambas manos en un gesto de reflexión y continúa―, la vida secreta del marqués se reducía a un carrusel de amantes ocasionales; escapadas a París, Londres, Nueva York, dónde fuera que el glamour del momento requiriese su presencia, y disfrutar de las rentas abundantes que proporciona la fortuna familiar; nada, en definitiva, que lo pusiera en el punto de mira de un asesino. Su muerte es un tremendo absurdo y la de tu infiltrado en la Ínsula, Bonifacio, tan desconcertante, como el mensaje mafioso que nos ha hecho llegar el criminal. Quizás sí sea necesario plantear batalla sobre el mismo terreno; como suele decirse, la mejor defensa es un ataque, pero no perdamos la cabeza, seamos sensatos.

Hilario ha tomado su copa en la mano, marea ligeramente el licor, aspira el aroma que desprende y, sin acercársela a los labios, vuelve a dejarla en la mesa.

―Soy de la opinión, y así se lo he transmitido a Bonifacio, de que es preciso poner un sicario en la isla, un profesional ―habla con parsimonia y aplomo, transmitiendo seguridad―, que sepa mancharse las manos cuando sea necesario y lo haga sin dejar rastro.

Vuelve a tomar la copa y, ahora sí, bebe un sorbito de licor.

»Desconocemos los motivos, pero alguien nos ha declarado una guerra a muerte y estamos en clara desventaja, porque no sabemos jugar en ese terreno, pero debemos protegernos con la mayor contundencia: es matar o que nos maten. En otras circunstancias habríamos acudido a la policía, sin embargo, eso ahora queda descartado: mientras no aparezca el cuerpo de Genaro no tienen forma de saber de quién son esos órganos y la única vía de investigación a seguir eres tú mismo, Bonifacio.

―Eso no puede suceder ―salta este como un resorte―, hay demasiados hilos de los que pueden tirar y digamos que no todos discurren por laberintos limpios de broza; además, no tardarían en relacionarnos a los tres, se descubriría el pastel y pasaríamos a ser los principales sospechosos.

Jimena, que había seguido en silencio la exposición del secretario, llamó la atención de los dos hombres.

―Yo me resisto a entrar en una batalla frontal, señores, moralmente carecemos de lo que hace falta para iniciar una escalada de violencia; la sola idea me repugna, nosotros no somos así y tampoco tranquiliza mi conciencia que encarguemos el trabajo sucio a otra persona. Acudir a la policía nos pondrá al descubierto, sí, pero lo que tramábamos hacer con Baltasar no deja de ser un pecado venial, algo que, como mucho, si se sabe creará un pequeño escándalo, hasta es muy probable que me cueste el título de marquesa consorte, pero prefiero eso a mancharme las manos de sangre.

La expresión del rostro de Bonifacio indicaba a las claras su disconformidad con Jimena.

―Para ti es más sencillo, querida, dejarías de ser grande de España, al fin y al cabo un simple título que ni siquiera te viene de cuna y todavía te queda el de miss Calahorra ―bromeó tratando de quitarle algo de tensión dramática al momento―, pero sería mi ruina política, personal y hasta es posible que pasara una temporada entre rejas. No, marquesa, si caigo yo caemos los tres.

El mutismo incómodo, que siguió a la afirmación de Bonifacio, fue de unos pocos segundos, que le permitieron a Hilario, alejar el diálogo del camino de la confrontación por el que estaba transitando.

―No perdamos la calma. Tiene razón Bonifacio, estamos metidos los tres en este lío y si solamente nos imputaran un delito menor ―dirigió a la marquesa una mirada que invitaba a la concordia―, yo también estaría de acuerdo contigo, pero hoy, con el verdadero asesino invisible a ojos de todos y sin el más mínimo indicio de a quién o quienes beneficia la muerte de Baltasar, o sea, sin un móvil definido, nosotros somos los sospechosos más sólidos para la policía. Entiéndelo, Jimena, estamos obligados a protegernos. Te alarma la palabra sicario, lo sé, a mí también, pero piensa en ello como en un guardaespaldas. Hemos de comprar seguridad, ganar tiempo y entender, de una vez, qué está ocurriendo.

La marquesa abandonó el sofá. Se mostraba serena, a pesar de su posicionamiento en contra de una acción de fuerza, consenso al que los hombres parecían haber llegado. Se aproximó a la librería, que cubría, de techo a suelo, toda una pared del despacho y tras buscar un poco, eligió de entre los volúmenes uno de pequeño formato.

―«Puesto que aun el no decidir es ya una forma de decidir, el ser humano está condenado a ser libre» ―leyó directamente del libro―«y para eludir la angustia existencial descubre en su ser un riesgo permanente de la mala fe, una de cuyas formas es la violencia». Sartre, amigos míos, El ser y la nada, su primera obra filosófica, una exploración de la realidad humana ―señaló las páginas antes de seguir con la lectura―. «La violencia es nihilismo. El ser violento implica que lo otro, sea un objeto o un sujeto, no tienen ningún valor y por eso puedo destruirlos, desgarrarlos, a menos que la violencia de ese otro me detenga. La mala fe es equivalente a la frase “el fin justifica los medios”, aunque en términos más radicales, absolutos, significa que el mundo entero es sacrificable» ―cerró el libro, devolviéndolo a su lugar en la estantería.

―No es común, aunque sí reconfortante, marquesa ―dijo Bonifacio con rostro serio―, escuchar la palabra de un filomarxista en labios de una aristócrata, pero nuestro problema no se va a resolver estableciendo un debate moral con los malos.

―Entiendo tus recelos, Jimena ―se sumó Hilario al discurso del otro―, y los comparto, créeme, pero Bonifacio tiene razón, tenemos que ser pragmáticos, ningún libro va a detener al cabrón que le cortó los testículos al topo y parece decidido a seguir la cosecha. Es preciso que tomemos medidas.

Jimena suspiró con hondura, aceptando resignada su rendición, y volvió a sentarse junto a su amante, que señalaba al político sin dejar de argumentar.

»Tú estás dentro del ministerio, Bonifacio, conoces gente, sabes qué resortes hay que pulsar y dependemos de tu mayor experiencia. Dinos qué propones, tanto Jimena como yo estamos abiertos a valorarlo todo ―concluyó esperando la reacción del funcionario.

Este bebió un sorbo de güisqui. Parecía cansado. Se quitó las gafas dejándolas sobre la mesa. Dos pinceladas grisáceas debajo de los ojos denotaban el grado de agotamiento, que su organismo había alcanzado. Cerró los párpados un segundo, se pasó una mano por la frente, como borrando un mal presagio, y comenzó a hablar.

―Marquesa, ya le he transmitido a Hilario la incomodidad que todo este asunto me está causando; si hubiera sabido los derroteros que iba a tomar la historia, ten por seguro que no me habría subido al carro ni por todo el oro del mundo ―hizo una pausa para beber de nuevo―. Soy político, no un delincuente, por más que muchos asocien las dos ocupaciones con excesiva alegría. Te procuré algo de logística para un enredo, que si bien no era del todo legal, en absoluto se acercaba, ni de lejos, al asesinato. Ya eso ponía en juego mi carrera política y lo hice porque nos une la amistad, además de por dinero, he de admitirlo, pero ahora la amenaza es más grave. La cuestión económica queda relegada al último puesto, aún más digo, ya no quiero ni un euro y pagaría lo que fuera necesario para quedar al margen de todo. Pero eso no puede ser, estoy de mierda hasta el cuello, como vosotros, y no me queda otra que seguir adelante.

Hilario se removió inquieto en el sofá e hizo ademán de interrumpirlo, seguramente para apremiarle a que dejara de perderse en circunloquios, pero la marquesa lo detuvo dándole una suave palmada en el muslo.

»No te impacientes, hombre ―captó Bonifacio el mensaje―, que enseguida abordamos la cuestión que nos preocupa a los tres. Coincido contigo en lo del sicario y eso ya está arreglado. No va a ser barato, marquesa, en eso sí que deberás echar el resto, pero te acabo de liberar del peso de mis honorarios, vaya lo uno por lo otro. Es un tipo fiable al cien por cien, de aspecto inofensivo, que despierta sensaciones ambiguas, pero todas amables, sin embargo, puede partirle el cuello a un cristiano con el desenfado que usaría para ponerse unas mechas en el pelo. Mañana lo conoceréis, se llama Gyhselle.

La sorpresa que reflejaron los rostros de Jimena e Hilario pusieron una sonrisa en la cara de Bonifacio.

―¿Quieres decir que es una mujer? ―preguntó la marquesa sin ocultar su extrañeza―. No me interpretes mal, no seré yo quien ponga límites a la versatilidad femenina, pero es llamativo.

El rostro serio de Hilario también mostraba preocupación. Bonifacio, que parecía estar disfrutando, forzó una pausa dramática, que aprovechó para terminarse el trago de güisqui.

―Tú mismo has dicho que esto es una guerra ―le mostró a Hilario la copa vacía, en una clara invitación a que le acercase la botella de Yamazaki ―, y el arte de la guerra se basa en el engaño. Lo dejó escrito en otro libro el mítico general chino Sun Tzu, allá por el 544 a. de C. ―tiró de erudición, provocando con su palabrería, de nuevo, la impaciencia del otro―. Al enemigo no hay que mostrarle tus fortalezas, sino aparentar fragilidad; ponerle cebos para llevarlo al terreno que te resulte más favorable.

―Eso está muy bien, Bonifacio, no pongo en duda la sabiduría del chino ―la irritación del secretario de la marquesa ganaba enteros por momentos―, ni lo indiscutible de tu formación académica, pero dejémonos todos de filosofías, no vamos a fulminar a nuestro matamoros con proverbios zen o existencialismo en edición de bolsillo. Soy de la misma opinión que Jimena y quisiera saber más de esa mujer.

El político, tras admitir con una inclinación de cabeza los argumentos esgrimidos por Hilario, se mojó los labios con la bebida y prosiguió.

―Digamos que Gyhselle es su nombre artístico ―aclaró ligeramente divertido, pero sin perder la compostura―, en realidad lo cristianaron como Gilberto y nació en Alcobendas, aunque hace creer a todo el mundo que lo hizo en Ipanema y que es sobrina nieta de la famosa garota inmortalizada por Jobim. Lo de hombre o mujer, qué queréis que os diga, la cosa va según le cuadre el momento, ventajas de ser transexual de sexo fluido. Tiene un puntito sádico, calza un cuarenta y tres y es fiable al ciento por ciento. Lo garantizo.

El café de la marquesa se había quedado frío, contrariada, apartó la taza y tomó un sorbo de güisqui de la copa de Hilario.

»Además, vamos a poder introducirlo en la isla más fácilmente de lo que habíamos supuesto y hasta puede que sea conveniente que lo acompañemos. Pero eso, si os parece, lo discutimos con él, o ella, es imprevisible, mañana en El Relicario. Pero se ha hecho tarde, estoy muy cansado y puede que algo borracho. Si no os importa voy a pedir un Uber, a ver si hay suerte y me sale corporativo.

Abandonó, Bonifacio, la cálida complicidad del capitoné, besó a la marquesa en ambas mejillas y palmoteó a Hilario en el hombro.

―¡Hay que joderse, marquesa, lo feo que es el puñetero cuadro! ―dijo señalando la escena familiar afroamericana, de transferencias acrílicas, carboncillo, pasteles, lápices de colores y fotocopias sobre papel, que presidía lo que fuera el despacho del marqués.

Y se perdió en la noche del otoño madrileño de Jorge Juan, entre Lagasca y Velázquez; que se asoma al balcón en pijama de seda, suelta aromas de Guerlain y permite que hasta los cartones que arropan al sin techo que duerme en el cajero, sean de Gunni & Trentino.

PAQUITA ESCOBERO

Un dragón que salva

En su mente un ovillo de palabras. En el ovillo, anidó un ave fénix que se había quedado sin alas. Juntos emprendieron un viaje sin destino, fijado en el GPS de la vida por la que transitaban.

Ante la necesidad de resurgir de la nada, de apagar las llamas del infierno y exudar las telarañas, comenzó un viaje que nunca pensó llegaría a la estantería de alguna casa o a la mesilla de quien amaba, para guardar la memoria y el miedo al olvido, que como guadaña en el tiempo vivido, decían que empezaría apagando las palabras.

Y entonces, para honrar con su tinta la buena fortuna de ser su amada, comenzó a narrar la vida tal y como pasaba.

En el nido junto al ave fénix una asamblea, junto a los que después forjaron entre las llamas el recuerdo de lo vivido y no pudieron callar las voces del alma. La razón de vivir le dieron por nombre al libro que recogería el acta donde los asistentes a la asamblea quisieron dejar constancia.

Fueron llamados a ella: el miedo que quería ser presente y como contrincante el amor que lo desahuciada. La incertidumbre creciente y en frente, como rival, la certeza de la esperanza; la deslealtad de la amistad y a su lado quién la destruiría, el dragón que siempre estaba; la politica marchita, la maldad de las palabras, la credibilidad que se arrastraba por el fango y amarrada por sanidad en lugar de salvar, ahogaba.

La burocracia infinita junto a las pisadas cansadas; un potente NO SIN TÍ junto a los días que reivindicaban quedarnos solas al alba, siendo el amor lo único que se necesitaba. Los ojos de una niña y la sociedad que callaba, el maltrato arañando la infancia y la crítica criminalizada por descubrirlo en palabras. Las etiquetas que dependiente te declaraban y como antídoto, los abrazos que mecian las lágrimas que afloraban. Las despedidas que no pudieron darse junto al silencio ajeno sentadas.

Las ganas de seguir despertando al sol cada mañana y tus ojos recordándome ser lo más bello que la vida te dedicaba.

Presidiendo la asamblea estaba la palabra Gracias, a su izquierda un corazón de dragón latiendo fuerte en defensa del amor que a todos los presentes dejaría sin habla, a la derecha resurgían una nuevas alas, que el ave fénix con delicadeza pidió al dragón que le regalara.

Al final de la mesa un adiós consciente de la marcha, puertas del infierno cerradas y al terminar la asamblea del tiempo, la luz se coló por la ventana.

A veces la vida te transporta sin querer a mirarte desde el alma y se construye lo que ahora es, la única, la mejor, La razón de vivir, tu voz y mi calma.

Sin su amor no habría libro, sin la ayuda de Cris Moreno y su Cuatro Hojas – Editorial jamás un deseo se hubiera convertido en palabras guardadas, siempre serás la escudera que llevó a mi dragón al refugio de la memoria.

Así que os dejo el ritual que me ayuda en la motricidad que cada día es menos fina, preparar un envío a quien pide mis palabras.

DAVID MERLÁN

¿Libro? Mejor sería decir libros, ¿No?.

Y yo me pregunto: ¿Cuántos libros pueden existir o pueden haber existido a lo largo de la historia desde que el «bueno» de Gutemberg se le dió por democratizar el acceso a la lectura en la Alemania del siglo XV?

Desde el más corto <<EL DINOSAURIO>> de Augusto Monterroso con tan solo siete palabras, hasta el archiconocido <<EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO>> del francés Marcel Proust con la nada desdeñable cifra de más de diez millones de caracteres, han pasado por el imaginario de escritores y escritoras de todas las edades, razas y religiones infinidad de momentos alegres, tristes, desgarradores o comicos; sentimientos, amores y desamores desbocados en ingentes situaciones y escenarios.

Creo que es justo reconocer que les tengo una especial envidia a cada uno de ellos y muy en especial a muchos de vosotros que, día a día, y con vuestros textos e inventiva, manteneis el espíritu vivo de este noble arte de la escritura. Hoy más que nunca, ¡vivan los libros!

TALI ROSU

Como cada noche tras cerrar las puertas al público, los libros de la biblioteca rompieron el silencio entre murmullos, gritos, conversaciones acaloradas, tertulias de cerebritos y romances escondidos entre las estanterías.

—¡Llegó la hora, compañeros, que vienen ya los bomberos! —gritaba Ray como hacía cada noche.

—Calma, Ray. No todo es lo que parece. Recuerda que lo esencial es invisible a los ojos; solo se ve bien con el corazón —Antoine intentaba tranquilizarlo.

—¡Escondeos, huid! ¡Nos van a quemar a todos! —insistía Ray.

—Preferiría no hacerlo —contestó Herman con su habitual apatía.

—Ya despertarás de este sueño absurdo, Ray, ten paciencia —intervino Pedro.

La escena se asemejaba a un bucle eterno del que nadie podía escapar, hasta que las llamas empezaron a subir por las paredes rompiendo la monotonía y advirtiendo que la realidad por fin había alcanzado y superado a la ficción.

SERGIO TELLEZ

Obras ilustres(La metamorfosis, La Celestina), mezcladas en una tragedia adolescente.

CITA

«–…¡Madre, madre!–dijo Gregorio en voz baja, y miró hacia ella. Por un momento había olvidado completamente al apoderado; por el contrario, no pudo evitar, a la vista del café que se derramaba, abrir y cerrar varias veces sus mandíbulas al vacío…»

Con este párrafo Calisto termino la lectura de la mañana de domingo, «luego la continuaré» pensó. Ahora sus meditaciones se enfocaban hacia la primera cita de su vida, que tendría aquella misma tarde.

Su madre llamó al almuerzo, Calisto y Nacho, junto con su padre acudieron puntuales como de costumbre. El régimen militar implicaba cumplir a rajatabla las órdenes, de lo contrario el postre sería mermado para los infractores.

Sentados a la mesa, y mientras degustaban las delicias de mamá, empezó el interrogatorio consabido de sus padres, por orden de edad.

Primero para el hermano mayor. –Ayer recibí quejas del rector del colegio, lo pillaron jugando billar en la fonda de la esquina y mañana tendremos que presentarnos en prefectura, así que prepárese para la sanción.

Su hermano no se inmutó, estaba acostumbrado a esos regaños, solo sería un castigo más, en su extenso prontuario.

Luego el interrogatorio para Calisto por parte de mamá, –Hijo, estás en las nubes, ni una palabra desde ayer, ¿qué pasa?

–Nada mamá–mintió, y prosiguió, –solo estaba pensando en el libro que estoy leyendo para la evaluación final de literatura–

–¿La metamorfosis, cierto?–dijo la madre.

–Sí, es muy raro el libro, es de un señor que se vuelve cucaracha y casi no camina ni habla.

La conversación terminó y los comensales se dedicaron a saborear los manjares de mamá. Calisto apenas probó bocado, su cabeza estaba en otro lugar.

Faltaban solo dos horas para su esperada cita con la chica de su vida.

Todo comenzó cuando Melibea llegó al pueblo a terminar su bachillerato en el prestigioso colegio.

–¡Está buena esa nena!–mascullo Beto, su mejor amigo.

–Sí, está muy bonita–replico Calisto, sonrojándose.

–¿Pero por qué se pone como un tomate?, si ella ni siquiera lo ha mirado.

–¡Es que, no sé¡, es tan bonita.

Melibea, provoco un tsunami en el salón de clase, los chicos no paraban de hablar de ella, mientras sus miradas la desvestían. Las apuestas corrieron entre los más osados, ¿quién conquistaría a aquella princesa?

Y mientras los chicos la admiraban, sus compañeras la observaban con cierto aire de envidia, solo la líder del salón, que era bastante mayor que las demás la acogió desde el primer momento.

Celeste tendría quizá cinco años más de edad, que el promedio de las otras chicas, su experiencia en cuestiones amatorias era reconocida por todo el colegio, además de su fama de chismosa; incluso en los corrillos se decía que hacía vudú a sus innumerables novios y pretendientes.

Celeste y Melibea se hicieron las mejores amigas y no volvieron a separarse.

La vida de Calisto cambió desde el día que vio a Melibea, no la podía sacar de sus pensamientos, ni tampoco quería. Su gran timidez, acompañada de su fama de nerd, no lo ayudaban en la odisea de conquistar aquella chica de quince años.

Celeste, muy astuta, descubrió la atracción que ejercía Melibea en Calisto, que era muy diferente a la de los otros chicos, porque mientras Calisto la miraba a hurtadillas, con ojos de amor sincero, los otros solo la deseaban.

Celeste no pretendía repetir por tercera vez el año lectivo y urdió el plan perfecto. Necesitaba en su examen final de literatura universal, sacar nota por encima de cuatro y era bien sabido que el único mortal que podría pasarle por encima de cuatro al profesor era Calisto.

–Oye Melibea, mira con disimulo al chico con gafas al fondo del pasillo– dijo Celeste.

–¡Ah¡, si, ya lo había detallado, a mí me parece interesante, es diferente a los otros, además esas gafas lo hacen ver tierno e intelectual.

–No se diga más, si quieres te programo una cita con él, ¿qué dices?

–Pero, ¿tan pronto?, no sé – dudo.

Melibea volvió nuevamente su cara hacia Calisto y dijo, –la verdad no está nada mal, tiene una belleza digamos que «rara».

Celeste replicó, –sabes, ese muchacho bota la baba por ti, desde que te conoció no te ha quitado los ojos, voy a hablar con él y te cuadro una cita.

–Está bien– dijo Melibea con su sonrisa nerviosa.

Fue así, que Celeste urdió su plan, hablo con Calisto, le expreso los sentimientos de Melibea hacia él, y les cuadro una cita. A cambio Calisto se comprometió a hacer un intercambio de exámenes finales de literatura universal.

La cita fue agendada para el domingo siguiente, a las tres de la tarde, en el segundo piso del quiosco municipal, lugar común para los encuentros de enamorados.

–Mamá ya regreso, voy al parque, a verme con Beto–dijo Calisto.

–Espera hijo, ¿por qué vas con la ropa nueva, no quedamos que te la pondrías para el cumple?

–Si mamá, solo un ratico hoy, luego la lavamos, planchamos y guardamos para el tres de enero, ¿vale?

Su madre lo miro con dudas y esgrimió una sonrisa cómplice.

–Está bien, no se pongan a jugar fútbol con esa ropa–replicó.

–¡Chao mamá!–dijo Calisto y salió corriendo, con el corazón queriendo salirse del pecho.

Se parapetó en la esquina norte, que daba al parque principal y espero a que fueran las tres.

Ella llegó puntual, vestía precioso; una falda pequeña a cuadros, que le permitían lucir sus inquietantes piernas, y una blusa de lana azul cielo, escotada.

La vio subir al segundo piso, parecía una modelo desfilando solo para él.

Le separaban cien metros de su amada, caminó muy lento, sus piernas apenas respondían.

Hizo un gran esfuerzo para poder llegar junto a ella y acomodarse en la baranda que daba al parque principal, que ofrecía una vista maravillosa de las montañas circundantes.

–¡Hola!– dijo ella con una sonrisa sincera.

Calisto apenas pudo balbucear algo inaudible y se quedó petrificado.

La tarde de domingo era hermosa, el sol abrazador, bañaba con sus rayos los rostros de dos adolescentes ávidos de amor.

Pasaron los segundos, que se volvieron minutos, y ellos horas. El sol se ocultó en el horizonte y Calisto no logro despegar sus labios, tan siquiera para decir «te amo».

Melibea esperó la declaración de amor, pero fue inútil, a su lado había un ser inanimado.

En un acto de ayuda mutua, y rompiendo el precepto de que el varón galanteaba a la dama, Melibea le susurro al oído:–¿al menos me puedes decir como te llamas?, porque yo te conozco como «Nerd», pero no sé tu nombre.

Calisto ya no pertenecía a este mundo, su mente divagaba por pasajes oscuros de letras confusas.

Las primeras y únicas palabras que brotaron de sus labios, pronunciadas con un tartamudeo inusual en él, fueron: –»me lla-lla- mo Grego-go-go-rio Sam-sam-sa».

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

CUESTIÓN DE ACOSTUMBRARSE

Me llamo Gregorio. O quizá sería más adecuado decir “me llamaba”. Un nombre bastante habitual para alguien que siempre se ha movido dentro de los parámetros de lo común. Sin embargo, lo que me ha sucedido, no lo es. En absoluto.

Desde que he despertado esta mañana, bastante temprano, he estado tratando de encajar todas las piezas y aceptar mi nuevo aspecto. Me hallo tumbado en la cama, inmóvil. Este estado novedoso y sobrevenido no me permite el menor movimiento, salvo que alguien lo haga por mí. Por suerte, la posición en la que he amanecido me ofrece la posibilidad de verme reflejado en el espejo de la pared. Al menos, soy un buen ejemplar. Enorme y llamativo.

Mi tamaño no es, ni de lejos, el que solía tener. Mi forma tampoco. Supongo que lo que me ha ocurrido debe ser eso que llaman reencarnación, la transmutación de las almas. No me lo esperaba, pero igual ya me tocaba, será que habrá llegado mi hora. No sé quién lleva el calendario y dicta las normas de estas extrañas y súbitas transformaciones. Pero no hay duda de que ha ocurrido, a la vista está, en algún momento entre anoche y esta mañana, probablemente durante el sueño.

En el fondo me alegro de que mi nuevo plano de existencia sea este. Podría haber sido peor, y transformarme en un asqueroso insecto, en un dictióptero cualquiera, una vulgar cucaracha negra llena de patas con dos largas antenas, descendiendo así en la escala evolutiva. Pero no, parece ser que he tenido suerte.

La piel curtida que me recubre, excelentemente cuidada, por cierto, me confiere un aspecto noble y lujoso. Creo que me hace merecedor de los más selectos lugares. Nada que ver con la sucia y desaliñada apariencia que últimamente venía siendo mi carta de presentación. Ahora me buscan. Asombrado, he descubierto que todas esas historias que siempre he albergado en mi interior y que antes contaba sin gracia ni desparpajo, de repente despiertan la ávida curiosidad de todo aquel que se cruza en mi camino. Es cierto que mi incapacidad motriz ha hecho que me vuelva totalmente dependiente de los demás. Los necesito. Pero también ellos a mí. Curiosamente, esa extraña fascinación que provoco ha creado una dependencia en los que me rodean, hasta el punto de convertirse en una total adicción. Soy una suerte de droga, un torrente de dopamina. Tengo el poder de enganchar a los demás, y eso me hace sentir poderoso, especial.

Alguien acaba de entrar en el dormitorio. Me recoge de la cama. Como un preciso y experto cirujano, me abre por la mitad, justo por el lugar que previamente había señalizado con extremo cuidado. Me mira con ansiedad y comienza la magia. En su rostro puedo ver el hipnotismo que causo. Y en sus ojos chispeantes la seducción que precede al placer, nada más abrirme.

No lo puedo disimular. Aunque nadie lo pueda ver, de repente siento una cierta satisfacción. Al fin y al cabo, reencarnarse en libro creo que ha merecido la pena. Sin duda, me espera una vida apasionante. Contaré grandes historias, conoceré a mucha gente. Solo tendré que acostumbrarme.

JUAN PEÑA

Un cayado (para el tema de la semana: el libro)

La habitación, en lo alto de la torre, era pequeña. Justo cabía la cama, un taburete, un espejo rectangular colgado en la pared y un bacín. Por suerte, tenía ventana, lo que permitía que Santiago el Torzuelo vaciara el orinal, cuyo contenido iba a caer al patio de armas y siempre, casualmente, cuando los soldados ejercitaban.

No dormía bien, acostumbrado al suelo de la celda, el colchón mullido de lana le resultaba insoportable, además, los pies le sobresalían por el borde de la cama. Sin embargo, no echaba de menos las pulgas ni los piojos, pues la lana del jergón iba sobrada de ellos. A media noche, decidió estirarse en el suelo y encogerse para que la manta le tapara todo el cuerpo. Con esa astucia, consiguió conciliar el sueño, durmió de un tirón hasta que el sol entró por la ventana y se despertó con hambre.

Aporreó la puerta, a sabiendas de que tras ella había dos guardias, quizá más, vigilando.

―¡Dadme de comer, salvajes! ―bramó y se sentó en el taburete, pues no era cuestión de desperdiciar el escaso mobiliario del que disfrutaba, a esperar el desayuno.

Se miró en el espejo y se sorprendió. Cuarenta y tres años, cinco meses y dos días, encerrado en una celda oscura, húmeda y mugrienta, le habían hecho olvidar su cara o, tal vez, de repente, se dio cuenta de que era un viejo. «Si no puedo usar mi magia, moriré pronto», se dijo. Se levantó. Estiró los brazos, temblorosos de excitación o ansiedad, frente al espejo. Juntó los pulgares y los índices formando un triángulo. Recitó una letanía en lengua antigua, aguardando el hormigueo que le recorría el cuerpo cuando la magia se agolpaba en sus manos. Pero el hormigueo no llegó.

Santiago dejó caer los brazos y suspiró. Se volvió a sentar. Observó con rabia la pulsera que le obligaban a llevar y que le anulaba la magia. Intentó, como tantas veces, abrirla, arrancarla, romperla. No lo consiguió, nunca lo conseguía, aunque se percató de que estaba gastada, no brillaba como recordaba y sentía que el hechizo infundido en ella perdía poder.

Recuperó la ambición, tan parecida a la esperanza. Volvió a ponerse ante el espejo. Volvió a estirar los brazos. Concentró toda su energía y… la puerta se abrió.

El Torzuelo bajó los brazos con rapidez, carraspeó, disimuló. Alejándose del espejo con celeridad culpable, fue hacia la ventana y miró por ella.

―¿Te gusta lo que ves? ―preguntó una voz joven, pero segura de sí misma.

Santiago se giró despacio, observó al hombre. La voz no engañaba, era joven, alto, delgado, atlético. Un guerrero, sin duda. Calzaba botas de cuero y caña alta, oculta por los pantalones de ante. Vestía camisa blanca con los puños desabotonados y las mangas dobladas hasta medio antebrazo tatuado con círculos y letras, del que solo se podía apreciar la mitad. Encima de la camisa llevaba un chaleco de piel gastada, igual que el sombrero ladeado, bajo el cual se veía un pañuelo negro anudado en la nuca.

Mal afeitado, lucía barba de tres días, aunque el bigote, delgado y puntiagudo estaba más poblado. Sonreía con la facilidad que se le intuía para desenvainar la espada o la daga que llevaba a los costados.

―Me gusta más que las vistas desde mi celda.

―Me refería a lo que ves en el espejo ―aclaró el joven.

Santiago se apoyó en el alfeizar y respondió:

―No. Para nada.

El joven cerró la puerta a su espalda, acomodando la espada, se sentó en el lecho sin pedir permiso ni pensar que debiera hacerlo y dijo:

―Mi nombre es Andrés Vizcaíno. A partir de hoy y hasta que encontremos el grimorio Sagrado, seré, por orden del rey, tu sombra.

El Torzuelo le dio la espalda y volvió a mirar por la ventana. Respiró hondo y dijo:

―Seguir las órdenes, no te ayudará a transitar el camino. Hay que tener, además, una voluntad inquebrantable; confianza en el que anda a tu lado; más paciencia que valor, y más cautela que ruido de espadas. ¿Lo tienes o lo adeudas?

Vizcaíno se retorció el bigote y respondió:

―Soy demasiado joven para tener paciencia y solo soy cauteloso cuando me acerco a asesinar a alguien. Tampoco confío en ti, me han advertido que no lo haga y siempre sigo los consejos de mis mayores ―sonrió con ironía o malicia―. En cuanto a la voluntad, va con la paga, pero no más lejos.

El Torzuelo se giró, miró a Andrés a los ojos y le preguntó entra la sorna y la seriedad:

―¿Te han ordenado, también, que te me acerques a traición y a hurtadillas cuando consigamos el grimorio?

Andrés levantó los hombros, sonrió y bromeó:

―No esperarás que te lo diga, ¿verdad?

Santiago pasó por delante de Andrés, se puso ante el espejo, extendió los brazos, notó que ya no le temblaban. Musitó el conjuro, inaudible, sin mover los labios, casi imaginándolo. Reconoció el cosquilleo de la magia recorriendo sus venas, sonrió y dijo:

―Cierto, qué ingenuidad la mía.

Vizcaíno se levantó, se acercó a Santiago por la espalda. Un escalofrío recorrió la espina dorsal del mago. Supo que ese joven, además de desvergonzado, era peligroso.

―Saldremos mañana. Dicen que hay otros que van tras el libro.

El Torzuelo negó con la cabeza. No veía a Vizcaíno en el reflejo del espejo, pues él era mucho más alto y lo tapaba. Se giró, lo miró a los ojos, notó, con satisfacción, cómo Vizcaíno se contenía para no retroceder, aún daba miedo o causaba respeto, y dijo:

―Eso no va a poder ser. Antes, necesito un cayado ―pasó por el lado de Andrés y se quedó mirando por la ventana, observando los campos de olivos que se extendían más allá de las murallas castillo―. El mío, lo destruyeron al apresarme, lo quemaron ―tristeó―, y un mago sin cayado es como un espadachín sin acero. Seguro que lo entiendes.

―Y ¿dónde se consigue un cayado? ―preguntó Vizcaíno dispuesto a hacerlo por la vía rápida, importándole nada a quién tuviera que amortizar para obtener el palo.

―Un cayado no se roba. No es como una espada, que en cualquier mano pincha y corta. Es menester, un árbol adecuado, único, que se compenetre con el mago y su magia. ―Señaló, con su índice huesudo, hacia los campos de olivos―. Allí lo encontraré y, entonces, podremos ir en busca del grimorio.

IRENE ADLER

LA ESTOCADA DE NEVERS

Aquel verano de 1856, Paul Henry Corentin Fèval se retiró a un pequeño pueblo de Aquitania por estricta prescripción médica.

Se decía que las aguas termales del encantador pueblecito producían milagros sobre los temperamentos flemáticos y los humores amarillos que predisponen al hombre a la melancolía y los estados fantasiosos.

Paul Henry Corentin padecía de migrañas y de insomnio. Al parecer, París le quitaba el sueño. Y su médico le recomendó pasar una temporada en la campiña, beber buenos vinos de Burdeos, comer guisos contundentes y sustanciosos, dar largos y despreocupados paseos por las amables riberas del Loira.

“Quizá si dejara usted de soñar despierto, conseguiría dormir”. Un diagnóstico que se parecía mucho a una sentencia, pero que él, novelista de profesión, no acababa de entender del todo.

Se alojó en la casa de huéspedes de la señora Dumanoir, mujer oronda, locuaz, infatigable y supersticiosa, que colocaba a escondidas de sus inquilinos ramitos de salvia en lugares insospechados para ahuyentar a los malos espíritus. Todas las habitaciones de la casa olían igual que un secadero de té oriental y a través de todas las ventanas, se derramaba un sol insolente, sin recato ni pudores, que te calentaba el alma y las decepciones con una intensidad pagana.

Y aquella luz sobrenatural y portentosa, sólo podía competir en intensidad y belleza con Aurora, la sobrina de la señora Dumanoir, que tenía doce años y unos graciosos tirabuzones rubios y rebeldes como hugonotes. Y cuya inagotable energía sólo había podido heredarla, a partes iguales, de la tierra y de la tía.

Llevaba Paul Henry Corantin una semana en el pueblo y ya se había olvidado de las aguas benéficas y de los malos humores. Habían desaparecido las migrañas y de los pronósticos del médico, únicamente respetaba lo concerniente a los vinos de Burdeos y las comidas copiosas de la señora Dumanoir.

Se pasaba las horas contemplando a la niña en sus juegos infantiles apoyado en la ventana. La secundaba a menudo en sus incansables invenciones un muchacho torpe, sacristán de la iglesia del pueblo, que acusaba en su espalda una giba de considerables dimensiones y que solía ser motivo de chanza, crueldad y burlas. Aurora salía en su defensa contra los otros niños del pueblo como un mosquetero arrogante cada vez que alguno lo insultaba. Cuando estaban juntos, nadie osaba importunar al jorobado y en la soledad del jardín de la casa de huéspedes, Paul Henry Corantin los oía reír, batirse, conversar, en armoniosa camaradería, ajenos a la desigualdad de sus años, de sus mundos y su ambiente.

Una mañana, mientras el chasquido de sus espadas de madera y sus voces de júbilo y fatiga entraban por la ventana abierta con la arrebolada claridad del trigo sarraceno, oyó a Aurora gritar:

“¡Entre los ojos! ¡Es la estocada perfecta, Nevers! Ésto me convierte en el mejor espadachín de Francia”.

Nevers, el jorobado, claudicó ante la habilidad de su oponente. Se tumbó cuán largo era sobre la hierba agostada, haciéndose el muerto, mientras Aurora, exultante, hacía cabriolas a su alrededor como un derviche danzante con el frenético frufrú de sus enaguas.

Paul Henry Corentin Fèval se sentó entonces a la mesa que le hacía de escritorio, humedeció con ternura la pluma de ganso en el tintero de bronce y cerró un instante los ojos.

La habitación olía como un secadero de té oriental. Nevers el jorobado había vuelto a la vida. Aurora repetía la finta una y otra vez, buscando el exiguo punto entre los ojos de su adversario en la que a partir de ese día, sería la estocada más famosa de la historia de la literatura. Imposible. Difícil. Perfecta.

La estocada de Nevers la había inventado una niña de doce años en un jardín de Aquitania, una tórrida mañana de verano. Y él iba a hacerlas inmortales a las dos…

En un libro.

FRAN KMIL

EL LIBRO DE LOS PECADOS.

María Isabel despertó con dolor de cabeza por la resaca de la noche anterior. Estaba en una habitación de un hotel de baja categoría, lo reconocía por su mobiliario y por las tantas veces que había amanecido en habitaciones parecidas. No recordaba cómo había llegado allí ni dónde estaba. Vagamente su memoria retenía un auto Honda que se le acercó, una discoteca y un joven apuesto que le convidó a unas cervezas.

Estaba desnuda, totalmente desnuda, pero sola. Cerró los ojos para ahuyentar el mareo que le sobrevino cuando intentó incorporarse. Debía vestirse y escapar. Despertar sin nadie a su lado, le asustaba porque las veces anteriores que le había sucedido era porque el muy cabrón se había marchado sin pagar siquiera el hotel.

Tambaleándose, apoyándose en las paredes, llegó al baño y se dio una larga ducha fría que le despertó los sentidos.

Busco su ropa y la encontró cuidadosamente colgada en el closet, con tanto esmero y dedicación como nunca antes en su vida había invertido en tal inútil tarea.

Sobre la mesita de noche reposaba un fajo de billetes que si no eran de a uno, debía ser bastante dinero.

Eran de a 20. Había coronado.

También vio un libro de vieja encuadernación, parecido a los de la biblioteca de su abuelo que se jactaba de coleccionar antigüedades y se los mostraba en su niñez para despertarle el amor hacia los libros. Eso ocurrió muchos años atrás, en una tierra lejana que se expresaba en otro idioma que tampoco recordaba y no podía señalar en el mapa porque nunca nadie le dijo cómo se llamaba ni dónde se encontraba.

María Isabel, según le contó su madre adoptiva, fue encontrada en un naufragio, aferrada a un pedazo de tabla cuando aún ni su nombre podía pronunciar.

— Así que esos recuerdos de un abuelo y sus libros antiguos no pueden ser ciertos —Le dijo su madre adoptiva.

Su “madre” vivía en la parte este de la ciudad, en el barrio de los “negros” como todos le llamaban a escondidas y bajito para no ser oido ni tildado de racista. Allí aprendió el lenguaje de la calle, a fumar y a beber antes de tiempo y a conseguir dinero con su cuerpo.

Al oír su nombre, algunos clientes le hablaban en español. Ella les ratificaba en francés:

— No hablo español.

— Puta, mentirosa y renegando de su raza —No pocas veces

le insultaban, pero ella no comprendía el idioma en que le hablaban.

—Te vi tan morenita, con esa cabellera negra que supuse eras latina. Por eso te puse Maria Isabel —Le explicó la “madre.”

La joven guardó el dinero en su bolso. Observó al viejo libro con intenciones de dejarlo abandonado para que otro más interesado en la lectura lo encontrara. Entonces vio el título escrito en francés:”Le livre des péchés”.

La curiosidad le hizo abrirlo. Estaba escrito en un lenguaje extraño, no parecido a ninguno de los que anteriormente había conocido por sus clientes, sin embargo ella lo entendía a la perfección.

Era la historia de su vida. Ahí encontró su verdadero nombre. Pero no lo dijo a nadie. Solo rectificaba cuando le llamaban Maria Isabel.

—Así me dicen, pero no es mi nombre.

HAROLD LIMA RODRÍGUEZ

La amante vegetal.

Se agacho para alcanzar ese último rincón lleno de suciedad, la mugre ofrecía una incomoda resistencia al trapo, se cuestiono la razón de limpiar; era un hecho que cuando terminara de limpiar la popa, tendría que regresar a la proa para iniciar otra vez.

Se preguntó si la cena estaría lista y amplio sus fosas nasales en un profundo respiro que lo hacía parecer una serpiente en busca de su presa, en el aire se podía sentir un suave olor a pizza recién cosechada de las paredes del cuarto de maquinas. No aguantaba las ganas de acabar con esa mancha y buscar el almuerzo, froto fuerte y enjuago sintiéndose satisfecho.

Ya flotando a lo del largo pasadizo de servicio número 23 pensó en actualizar su diario de trabajo, el libro era una vieja edición en sirilico de bolsillo de nosotros del autor ruso samiatin, el desconocía el titulo pues era habido lector de novelas detectivescas antes que de ficción científica y entre sus talentos no se encontraba otros idiomas además del español y el inglés técnico, Gasparof, su compañero técnico de mantenimiento, se conocia esa obra y la disfrutaba, lastima bromeo con compartir a la asistenta asignada y murio silenciosamente mientras dormia. El libro se escurrió de sus amplios bolsillos y salió flotando, girando de una curiosa forma que solo le vio a los pernos. Ya no le sorprendía los efectos de la microgravedad luego de tres años de guardia.

Una verde figura se apróximo desde el fondo del pasillo era borrosa en la lejanía y se confundía con la estructura vegetal que convivía en armonía con las paredes y estructura calcarea de la nave colonizadora.

El libro aún girando como extraña peonza fue atrapada con curiosidad por unos largos dedos verdes, ella sonrió y sacudió su cabellera de enredaderas que se terminaban en flores diminutas y suaves.

Ambos se encontraron en un abrazo cálido de amantes que se sentían separados por siglos, aunque sólo fueran unas horas de distancia.

Ella tintineo algunos carpelos y extendió unos sarcillos para indicar que era receptiva, el deslizó sus dedos hasta encontrar los glúteos de la compañera femenina fitomodificada standart, los acaricio. El almuerzo podia esperar, también dar mantenimiento detallado de punta a punta a la kilométrica nave que llevaba a millones de humanos a una estrella lejana, el día de mañana ese libro gastado llevaría su marcador de página al final y el ciclo se iniciaría nuevamente, el vería a su amante y compañera vegetal marchitar hasta hacerse una semilla no más grande que un huevo de gallina, el sacudiria su mameluco de trabajo e iniciaría su viaje a proa, donde con algo de agua y tierra de la sección de tripulación sembraria a su amante para juntos recorrer en 500 páginas el interminable camino a popa.

EFRAÍN DÍAZ

El primer relato es una crónica de la vida real. Este segundo es un cuento de ficción. El tema da para mucho.

En la era de la digitalización, bibliotecarios y restauradores de libros como Emilio son animales en peligro de extinción. Dinosaurios esperando el fatídico meteorito.

Emilio estaba en la Biblioteca Nacional, donde haía laborado por los últimos 20 años recibiendo, clasificando y restaurando libros. Entonces, recibió una extraña llamada de un número desconocido. Un número del extranjero. Esa llamada le cambiaría la vida.

Aquella persona de voz grave y profunda necesitaba contratar sus servicios. Alegaba tener una biblioteca con más de cincuenta mil volúmenes y muchos de ellos necesitaban mantenimiento y restauración.

Si su interlocutor decía verdad, Emilio estaba ante la biblioteca privada más voluminosa que hubiese visto jamás.

Para llamar su atención, su interlocutor prometió pagarle cinco veces su sueldo anual por restaurarle los volúmenes que lo ameritaran. También le aseguró que sus estanterías custodiaban el original del Hortus Delicarium del siglo XII, el papiro con la obra de Aristóteles editado por Cicerón, que alguna vez custodió la gran biblioteca de Pérgamo y una antigua copia del Códex Gigas, un extraño libro alegadamente dictado por el propio Satanás y que contenía un autoretrato del mismo diablo. Pero lo que realmente captó la atención de Emilio fue cuando su interlocutor le susurró que poseía “el libro mágico”.

Cuenta la leyenda que muchos siglos un grupo de hechiceros se unieron formulando una serie de conjuros, crearon el libro mágico. A partir de entonces, el libro mágico se escribe solo. Cada dia, milagrosamente aparece un nuevo capítulo. Se renueva diariamente y nunca termina.

Emilio había escuchado la leyenda pero nunca creyó que fuera cierta. Le resultaba imposible creer que un libro se redactara solo como por arte de magia y cada día tuviera un nuevo capítulo entre sus páginas. Pensó en la leyenda de como los diez mandamientos fueron redactados en dos tablas por un rayo de fuego divino. Lleno de curiosidad, contrató con su interlocutor. Más que por quintuplicar su salario, quería corroborar la leyenda del libro mágico.

Ultimaron detalles, Emilio tomó vacaciones y bajo las más estrictas medidas de seguridad y secretividad. Emilio fue trasladado a la propiedad de Richard, así se hizo llamar su interlocutor, en aviones y vehículos con ventanillas selladas. Emilio no sabía ni siquiera en que país estaba.

Richard le pidió a Emilio que verificra su cuenta de banco. Quería asegurarse que la mitas del pago hubiese sido depositado. Al verificar su cuenta, Emilio se sobresaltó. La mitad de cinco veces su salario anual había sido depositada y registrada por su banco.

Luego de comer unos aperitivos, Richard condujo a Emilio a su biblioteca privada. Custodiada por una gruesa puerta de metal y una cerradura medieval artesanal a prueba de ultrajes, Richard y Emilio accedieron.

La biblioteca era una magnífica estancia con mesas y anaqueles tallados en roble. En efecto, habían mas de cincuenta mil libros en tres niveles. Múltiples escaleras rodantes estaban dispuestas alrededor de las estanterías para acceder a los volúmenes más altos. Emilio jamás había visto una colección privada similar.

Para corroborar que decía la verdad, Richard mandó a buscar el Hortus Delicarium, el papiro con la obra de Aristóteles editado por Cicerón y el Códex Gigas. Emilio estaba maravillado. Ahora comprendió el por qué de las excesivas medidas de seguridad en su traslado. La mayoría de los libros eran robados. Adquiridos en el mercado negro o sustraídos ilegalmente de museos y bibliotecas por mercenarios de la literatura.

Cuando Emilio pidió ver el libro mágico, Richard sonrió.

-Me temo que no podré mostrárselo. Aún no lo consigo, si es que realmente existe.

-Entonces me ha engañado usted.

-Era la única forma de traer al mejor restaurador de libros del planeta. Quintuplicar su salario y prometer ojear un libro “mágico” cuya existencia se desconoce.

ANGY DEL TORO

La Nota Secreta

En la efervescencia de la feria del libro, una joven de ojos brillantes y sonrisa tímida se abría paso entre la multitud. Su corazón latía al ritmo de la anticipación, pues en sus manos sostenía su último trabajo escrito en colaboración con los escritores de su grupo predilecto. Un tomo de tapas blancas con imágenes de musas, que prometía mundos de escapismo, aventura y arte.

El murmullo constante de conversaciones entusiastas, el crujir de las páginas al ser volteadas con reverencia y el ocasional estallido de las risas que se escapaban de algún grupo cercano, hizo que la joven escritora se mantuviera en la fila que serpenteaba como un río de almas ansiosas. No obstante, ella no sentía el peso de la espera, solo abrazaba la emoción de un encuentro largamente soñado.

Al fin, el momento llegaba. Frente a ella, varios escritores levantaron la vista. Sus ojos, con una chispa de reconocimiento, se iluminaban. Intercambiaron unas palabras, ellos elogiaban su devoción, y con una pluma que danzaba entre los autores, dedicaban la obra. Ella partió, ajena a un secreto que ahora guardaba entre las páginas del libro.

Entre tantos escritores, no alcanzó a ver cuál de ellos ocultaba más que historias en su tinta. En el libro, habían dejado una nota, una declaración velada de un amor prohibido, un encuentro pactado al caer la noche. Pero el destino, caprichoso en su curso, había cambiado los portadores. La joven, al descubrir la nota, se llenó de ilusiones, creyendo que las palabras eran para ella, un mensaje cifrado en la promesa de una cita.

La feria cerró sus puertas, y bajo la luz de las estrellas, dos corazones latían en desencuentro. El escritor esperaba, impaciente, en el lugar acordado, mientras la joven, con la nota apretada contra su pecho, se dirigía hacia un sueño que no le pertenecía. La noche prometía desvelar más de una verdad, y en la quietud, solo el tiempo dictaría el final de esta historia literaria que navegaba entre los mares del amor y los equívocos.

La joven, con la nota en mano, se acerca al escritor, sus ojos reflejaban una mezcla de nerviosismo y esperanza. — ¿Es esto una broma? preguntaba, extendiendo la nota hacia él. El escritor, sorprendido, reconocía su propia letra y sentía cómo el pulso se le aceleraba. Antes de que pudiera responder, una figura familiar se abría paso entre la multitud. Era la colega, cuya mirada, con una expresión de traición y confusión, se posaba en la nota y luego en el escritor.

— ¿Cómo…? comenzaba a decir la recién llegada, pero las palabras se perdían en un aire cargado de tensión.

La joven observaba, confundida, como los dos escritores intercambiaban miradas llenas de historias no contadas, y lentamente, comenzaba a comprender que había sido una espectadora involuntaria de un drama que no le pertenecía. El escritor tomaba una decisión, se disculpaba con la joven y se dirigía a su amada, dispuesto a enfrentar las consecuencias de un amor oculto que ya no podía permanecer en las sombras.

Mientras la feria del libro se desvanecía en el silencio de la última noche dedicada a la Feria del Libro del 2024, la joven escritora se alejaba, llevando consigo no solo libros, sino también una historia aún por escribir. Las palabras de la nota, aunque no fueran para ella, habían encendido una chispa de creatividad en su alma. Con cada paso, las ideas comenzaban a fluir, como ríos de tinta en su imaginación.

SERGIO VILLA IBÁÑEZ

Aquel viejo libro desgastado por el paso de los años y el contacto con numerosas manos, fue abandonado en la esquina de un también viejo banco de madera.

Oscurecía en el parque, el otoño casi dando paso al invierno, levantó un frío aire, haciendo danzar caprichosamente las hojas muertas que reposaban a los pies de la arboleda.

Las hojas del libro, animadas por el continuo baile de sus hermanas de nombre, comenzaron a deshacerse de las letras y signos que en ellas habían habitado hasta entonces. Las historias que una vez fueron arropadas en su interior, volaron llevadas por el frío viento de esa oscura tarde de otoño.

Pasada la ventisca, ahí quedó el viejo libro, desarbolado y vacío en sus amarillentas y agrietados páginas. El otoño también llegó para el, ya solo cabía esperar al frio invierno de su desaparición.

Pero la vida siempre se abre paso con la llegada de la radiante primavera, bañando todo con su cálida luz, y haciendo florecer nuevas hojas en los marchitos árboles.

Al día siguiente el joven paseando temprano por el parque, se percató de la presencia del abandonado libro, lo cogió entre sus manos, contempló sus vacías hojas, y en su mente de escritor comenzaron a surgir nuevas y apasionantes historias que llenarían de primavera las hojas del viejo y olvidado libro.

ANA DDEL ÁLAMO

LA LIBRERÍA DE LOS SENTIDOS

Me gusta pasear la mirada por sus estantes.

Acariciar el lomo de sus libros permitiendo

que un cálido rumor entre por mis poros.

La librería está a punto de bajar sus persianas.

Yo me resisto a marchar.

Escucho el silencio incrustado en las páginas de sus libros.

Me embauca su olor a papel nuevo

y tinta impresa.

Me trasporta a mi infancia,

a los primeros días de colegio.

Cuando estrenaba bloc de anillas

y cartera de piel con asa,

afilába lapiceros y deslizaba

cuentos de verano por debajo de sus puertas

Adoro la multitud de dibujos

en sus tapas.

Adoro las mayúsculas

que decoran sus principios.

Adoro sus prólogos y

sus finales intensos.

A veces lloro porque me tocan el alma.

A veces me estremezco porque

me rozan la piel.

A veces sonrío porque me hacen cosquillas.

Soy una adicta

Lo confieso.

Necesito que las letras

corran por mis venas.

Que se introduzcan en mi sangre.

A veces las vomito porque me pesan dentro.

Es una forma de liberarme.

Es como robar un perfume

sabiendo que no debo

No tengo cura.

Me llamo Irene.

Tengo 46 años

Y soy ludópata.

Me gusta jugar con las palabras

y no puedo reprimirme.

No necesito ayuda.

EVA AVIA TORIBIO

Libro, descubriendo a Antonia

—¡Abuuu! —saliendo de su cueva.

Abu no le contesta, esta vez no está sumergida en sus programas de cotilleo o novelas turcas, está en su cuarto sentada en el suelo revisando un baúl en el que guarda recuerdos de su época estudiantil. Saca un libro de poesías, en el que colaboró cuando aún no había conocido al que fue su esposo. Comienza a hojearlo, deslizando sus dedos entre las líneas, recuerda esos momentos en los que sentía que era ella misma, una joven con muchos sueños.

—¡Abuuu! —abriendo la puerta de su cuarto—, ¡joder, que susto! Pensaba que te había dado un chungo —acercándose a ella.

—¡Chungo! ¡Chungo el que me da cada vez que entro en tu cueva, que a ver cuándo coño la limpias! ¡Que cruz! —soplando y dándole una colleja.

—¡Joder, abuu, que ya me has hecho un hueco de tanta colleja! —frotándosela.

Antonia sigue hojeando, ignorando a su nieta que curiosa asoma la cabeza por encima de su hombro.

—¿Y ahora que quiere el engendro de mi nieta? ¡No ves que estoy ocupada! —incorporándose.

—¿Qué es esto? —quitándole el libro de las manos. ¡A ver…! ¿Y esto?

—Algo que la juventud como tú no aprecia —quitándoselo. Y ahora déjame tranquila.

Antonia se aproxima a la ventana, retira la cortina. Los rayos del sol, más vivos que nunca, golpean su cara ya marcada por las arrugas propias de la edad. El calor del sol y los recuerdos de juventud sacan una sonrisa que hacía mucho tiempo nadie había visto.

—Abuu, ¿estás bien? —cogiéndola de la mano y obligándola a girarse hacia ella.

—Sí, y ahora déjame con mis recuerdos —aprisionando el libro contra su pecho.

—Abuu, cuéntame. Nunca te he visto sonreír. —Sentándose en la cama, da golpecitos.

Antonia, la abu para Katherine, comienza a relatarle su época estudiantil. Katherine, en cada palabra que escucha, sonríe y llora al descubrir que su abuela no es esa mujer ruda e insensible que aparenta. Katherine la abraza con fuerza, al que, Antonia, responde a ese abrazo con mucha más fuerza.

—Perdóname —secándole las lágrimas—, por ser tan dura contigo.

—Abu, ¿me lees el poema con el que colaboraste?

—¿Estás segura? Mira que no es tu rollo.

Antonia respira profundamente, abre el libro por donde recordaba que estaba su pequeño poema y coge la mano de su nieta. Antonia irradia felicidad por cada poro de su cuerpo.

Déjame embriagarme de tu aroma a tinta.

Déjales a mis dedos recorrer una por una tus hojas.

Déjame creer que hasta lo imposible es posible.

Déjame, despierta, seguir soñando

con las historias que tu me cuentas.

Déjame creer que la protagonista de las letras que hay en ti,

es esta mujer que cada día que te lee,

sueña que está dormida para no despertar

en la realidad que es la vida.

Besos, la Incondicional.

MARÍA JOSÉ AMOR

FUENTE DE INSPIRACIÓN DE UN LIBRO (Tema de la semana)

Miguelillo era un niño imaginativo y sobre todo travieso: lo que pensaba, lo ponía enseguida en práctica, lo que le trajo como consecuencia haberse descalabrado miles de veces y, sumando lo dicho a los castigos corporales, tan utilizados entonces, el color de su trasero jamás presentaba el color rosado típico de esa parte de la anatomía infantil, sino que era una variada y cambiante muestra de los colores del arcoíris.

La cara, brazos y piernas, solían presentar colores calientes, oscilando desde el rojo vivo al rojo granate de una costra o rojo violáceo de un morado.

Y si ya de por sí, el niño ideaba aventuras varias, no digamos el día que llegaron al pueblo unos flamantes personajes con espada al cinto y montando unos majestuosos caballos.

-Son caballeros- auguró Juan, el mayor de la cuadrilla, con ya seis años en su haber.

-Ooooh, y ¿cómo podríamos hacernos caballeros? -preguntó Luisillo, un chavalín patoso y regordete.

– Tú ni lo sueñes. Para ser caballero hay que ser alto, delgado, elegante y ¡tener caballo!

-Eso, de momento, no lo tienen ni nuestros padres- filosofó tristemente Miguelillo.

-Pero, antes que nada, habrá que aprender a montar digo yo.

– Y ¿cómo?

Y así, deliberando un rato, decidieron que bien podrían entrenarse en la mula del molinero, que usaba para repartir los sacos de harina.

Y se pusieron manos a la obra ideando el plan:

Mientras uno a escondidas, se metía en el establo y la sacaba al patio del molinero, otro la aguantaría para que un tercero se subiese a ella y los otros vigilarían desde varios rincones para dar la voz de alarma si venía alguien.

El primero en probar la “monta” sería Miguelillo, que a partir de entonces sería llamado “caballero Miguel”.

Y, recordando que los caballeros que habían visto el otro día llevaban en la cabeza unos gorros metálicos a los que llamaron yelmos, Miguelillo, cuyo padre era cirujano barbero, se dijó que este tenía en su consulta una especie de palangana con un reborde que usaba para los afeitados. Y, aprovechando que aquel día su padre había tenido que ir a no sé dónde, cogió la tal palangana que se encajó en la cabeza, partiendo muy ufano a la cita con los amigos.

Juan, el mayor y por tanto se le suponía el más fuerte, era el encargado de sacar a la mula del establo, como así hizo. La agarró como pudo por el cuello, ya que no contaba que no llevaría colocadas las riendas, pero el animal, al verse atrapado, le dio tal coz a la altura de la nariz que cayó retorciéndose en el suelo a la vez que lo dejaba empapado de sangre.

El resto comenzó a reír pero la risa se vio interrumpida por el animal que, excitado, comenzó a dar golpes y coces por doquier.

Los críos, que intentaban no gritar para no delatarse, no solo gritaron sino que lloraron a lágrima viva y moco tendido, hecho que hizo acudir al vecindario y al fin, salvarlos.

Y uno de los que acudió al salvamento fue el padre de Miguelillo para hacer, en caso necesario alguna cura.

Y lo que vio, le enfureció más: su preciada palangana hecha con las medidas idóneas por el mejor alfarero-ceramista de todos los alrededores, hechotrizas en la cabeza de su hijo.

Pasaron los años y a Miguelillo, convertido ya en Miguel primero y Don Miguel después, le sucedieron mil aventuras con consecuencias bastante peores que la zurra recibida aquella noche.

Y, pasado mucho tiempo en el que iba sentando la cabeza haciendo sus pinitos con la pluma y la tinta, una tarde, recordando la aventura con sus compañeros intentando jugar a Caballeros, se sentó frente a su mesa y mojando una nueva pluma en tinta, comenzó a escribir:

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”

SHELO SHELO

Entre Páginas y Silencios

Tras cerrar la última página de un libro, Martín se encontraba sumido en pensamientos sobre su propia escritura. La novela que acababa de terminar narraba la historia de dos almas perdidas que se encontraban en un bosque encantado, solo para perderse de nuevo en un destino trágico. Le recordó a cuentos antiguos como Hansel y Gretel o La Bella Durmiente, pero con un toque más oscuro y moderno.

Martín, con su pluma en mano, había estado trabajando en su propio manuscrito durante meses. Sin embargo, la novela que acababa de leer tenía ciertos elementos que se asemejaban demasiado a los de su propio trabajo. Le hizo cuestionarse sobre la originalidad en la literatura y si era posible escribir algo completamente nuevo en estos tiempos.

Decidió investigar. Sumergió su mente en libros sobre técnicas de escritura, estilos literarios y la evolución de la narrativa a lo largo de los años. Quería entender cómo los escritores encontraban inspiración y originalidad en un mundo lleno de historias contadas.

Después de horas de lectura, se dio cuenta de que la clave no estaba en reinventar la rueda, sino en encontrar su voz única y personal en medio de un mar de historias ya contadas. La literatura, como arte milenario, ofrecía infinitas posibilidades para expresar ideas y emociones de formas nuevas y creativas.

Con renovado ánimo, Martín retomó su pluma y comenzó a escribir. Esta vez, sin miedo a las comparaciones ni a las similitudes con otros trabajos. Entendió que cada escritor aporta su propia perspectiva y experiencia al arte de contar historias, y que eso es lo que hace únicas a cada obra.

Moraleja: En el mundo de la literatura, la originalidad no siempre reside en la historia en sí, sino en la voz única del escritor que la cuenta. No temas a las similitudes; abraza tu propia perspectiva y deja que tu voz resuene a través de tus palabras.

GRACIELA PELLAZZA

Tengo que desandar mucho para llegar al origen.

Es como caminar cangrejeando hasta la higuera del vecino.

¿Porqué la higuera?

Tal vez a los infantes eso que crece mientras duermen, les resulta interesante.

No la podaba y crecía rebelde sobre la medianera, poniendo violeta las baldosas.

Como no había retorno a las preguntas mías, a todas mis curiosidades, buscaba las imágenes en las enciclopedias para saber y saber.

Era extraño que en una casa donde nadie leía, hubiera tantos libros.

Fue mi suerte de principiante.Y en las tardes geográficamente perfectas, yo cruzaba fronteras.

Las fronteras del silencio tienen unos muros tan altos que asustan, pero lo perspicaz fueron mis saltos de gato. Y en esas tapas duras yo dormía las siestas.

Cuando me cruzaba con mi madre, levantaba apenas los ojos y ese gesto que le complacía, me daba las horas de su ausencia.

Yo vivía en un país duro.. y muchas veces trate de copiar roles que no entendía, habia que ser niño y sobrevivir en el exilio de los cariños..Pero pude.

¡Astucia!..Leía y controlaba los engaños.

Y mientras, con la levadura invisible del poder, yo los estafaba.

Los libros hicieron esto, un héroe de la circunstancia.

Cuando hoy llego a la higuera, cuando en noches difíciles llego a la higuera, en la casa demolida, entre las piedras del tiempo; me siento cual un fantasma bajo las brevas, sobre los baldosones teñidos pongo una silla y le leo a la infante que fuí …

y la felicito!

GRISELDA SIERRA

DESAFÍO

El llanto en el reino seguía siendo un misterio. Nadie lo había escuchado jamás y los cortesanos aseguraban que nunca había existido. No era verdad. El llanto estaba ahí, esperando. El desafío era encontrarlo. Investigadores iban y venían al palacio del rey y sus alrededores sin poder dar con las lágrimas que los antepasados del monarca habían escondido sin derramar ni una sola gota. Los expertos se habían dado por vencidos y habían terminado declarándose incompetentes para poder descubrir el escondrijo. Pero un día un desgarbado detective llegó de tierras lejanas. Tenía fama de lidiar con casos difíciles y no tardó mucho en cumplir con su encomienda. Después de hacer una escueta investigación fue directo a una de las vitrinas del salón principal del castillo, donde se exhibía un libro de poesía prohibido hacía cientos de años. Apenas lo tomó en sus manos se escuchó un sollozo, al abrirlo el llanto se hizo agudo y constante, y al dar vuelta a la página se tornó grave e intenso. Ya no paró. Pronto también el rey y todos sus cortesanos comenzaron a derramar las lágrimas que por años habían contenido, y ese mismo día el castillo tuvo que ser evacuado por inundación.

NUMIRALDA DEL VALLE

EL ÚLTIMO CAPÍTULO

Ese día llegó al lugar que será su nuevo hogar. Doña Carmela entró con la frente en alto. El rostro estaba lleno de arrugas, pero la sonrisa era vivaz y afable. Una cordial enfermera la condujo a la habitación. Tenía una pequeña cama, la mesa de noche y un armario de gran tamaño con varias gavetas amplias, suficiente para sus pertenencias que incluían una buena cantidad de libros.

Doña Carmela empezó a guardarlos con sumo cuidado bajo la extrañada mirada de la otra mujer. Percibiendo el gesto dijo: Son mis inseparables compañeros, con sus historias lloro, rio y hasta me atrevo a soñar. Acto seguido una sonrisa le iluminó el rostro. Ya estando sola continuó colocándolos pensando que los libros le habían permitido conocer lugares maravillosos, diferentes culturas, grandes personajes, relatos sorprendentes. A sus 84 años los necesitaba más que nunca. Con voz baja decía: No, yo no los cambio por nada, por nada, enfatizó.

Doña Carmela siempre comparaba a los libros con la existencia misma; profesaba que la vida de toda persona era un maravilloso libro, cada una de las etapas era un capítulo. Hoy ella empezaba el último capítulo de su larga historia. Con algo de pesadez se tendió en la cama, acomodó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos, pero el sueño estaba rebelde negándose a cobijarla. En cambio los recuerdos, queriendo acompañarla, no tardaron en agolparse en su memoria.

La infancia, con ciertas carencias en una comunidad rural. Fue la mayor y única hembra de los tres hijos de Manuel, el joven maestro del lugar. Él la enseñó a leer, a valorar a los libros, cada vez que podía le regalaba uno el cual leían, disfrutándolo juntos. Fue excelente alumna, sin embargo no pudo ver realizado el sueño de ser doctora. La madre enfermó de cáncer, situación que le impidió matricularse en la universidad. Tres años después el final llegó.

Cargada de tristeza Carmela inició una nueva etapa, otro capítulo. Con el tesón característico, empezó a estudiar enfermería. No cumplir un deseo no significa el fin del mundo, reflexionó. Más adelante vivió el amor con un buen hombre conociendo la felicidad y el dolor al enviudar a los 60 años. Fue madre de dos varones, rol que le proporcionó mucha dicha, aunque no estaban con ella, comprendía que los hijos son de la vida. Así lo leyó en un bonito libro.

Luego de sus remembranzas Doña Carmela abre los ojos y continúa meditando. Mis buenos o malos momentos, murmuraba, los asumí con la mejor actitud. Cada amanecer fue un regalo, el más preciado, y yo lo agradezco, he vivido. Ahora estoy aquí, por iniciativa propia, en esta residencia geriátrica, pero no estoy triste, me siento satisfecha, porque el libro que más me gusta, el que más he disfrutado, es el libro de mi vida.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Cuando Celia nació hacía mucho qué los libros habían desaparecido.

La revolución acabó con los libros, todos terminaron destruidos.

El nuevo orden mundial eran las tecnologías.

Celia un día conoció a Víctor. Un joven qué le hablo de otro mundo, el de los libros escondidos.

Por qué había libros qué habían sobrevivido, muy pocos.

Cuando Celia cogió su primer libro, por cierto era Musa, se adhirió a la residencia.

Pero eso es otra historia.

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

—Abeto, mañana me vienen a talar o quizás a eliminarme de este bello bosque en el que nací.

—¿Por qué lo crees así, Pino?

—He percibido a los humanos que necesitan fibras de mi cuerpo para fabricar los libros.

—Estimado amigo, esa es una de nuestras misiones, de tí nacen millones de nuestros amigos los libros, no te sientas triste, tu sacrificio proporcionará: amor, alegrías, enseñanzas, compañías, seguridades, éxitos, costumbres, se abrirán senderos de evolución para que nazcan muchos iguales a ti.

—El humano que sabe el camino de la existencia de sus árboles, es capaz de cambiar sentimientos de odio por paz y amor.

—Gracias a esas talas conscientes muchos de los que habitan en la Tierra han crecido para el bien de toda la esfera y el Universo. Los libros son nuestros hijos y a su vez ellos son amigos de aquel que los tiene a su lado y los acaricia, apreciando cada una de sus hojas. Sus páginas escritas con el alma de algún escritor, se vuelven un hijo para su creador, pues la fertilidad de su imaginación brotó como tus flores en las hojas del libro.

—¿Puedes entender amigo, como es la cadena infinita de la vida?

—Entiendo tu sabiduría Pino, pero un temor recorre mi cuerpo como la sabía.

—No temas, nosotros estamos aquí para ayudarte a recobrar cada rama que te corten, así tan solo quede un pequeño tronco, te recuperarás. Lo importante es que tengas presente tu misión y sentido de tu existir.

—Tengo ya más de doscientos años y permanezco en el bosque dando cobijo a muchas aves, expandiendo la vida en el planeta. El miedo para mí no existe, pues guardo en mi corazón el sentido por lo que nací en este bosque de criaturas felices. —Un bosque mágico, donde somos miles los que ofrecemos nuestras fibras y muchos más, cada uno sabe la función en el eslabón de la rueda Universal.

—Abeto, quiero que tengas presente el sentido universal y espiritual de un libro.

—Pero Pino, si un libro es algo material.

—Ponle atención a lo que te contaré:

—En el Universo nada es por azar todo está perfectamente ordenado permitiendo la aparición de la materia y luego la consciencia. Ella hace que fluyan las ideas, desde los tiempos en que el ser humano necesitaba expresarse y dejar constancia de ello. —Así nacieron los primeros símbolos a los que llamaron letras, palabras, y todo lo que fuimos conociendo a través de la historia. Lo interesante aquí, es que el libro lo podemos ver como el big bang del ser humano y nosotros somos la esencia material y espiritual de ese otro ser llamado libro.

—Le digo ser, porqué en sus páginas vibra el alma del autor, el alma de la cultura que es el poder escondido detrás de las palabras. Con ellos los humanos que leen encuentran la fórmula mágica del existir, un libro es capaz de otorgar sentido a la vida. Un libro despierta emociones ocultas en lo profundo de cada alma.

—Un libro trasciende como el alma nuestra y la de los humanos. Cambia su envoltura, pero su contenido se perpetúa en el tiempo.

—Muchos de nosotros somos material para sillas, escaleras, paredes, y leña para el fuego. Los libros también son quemados y aborrecidos por seres que transitan por la oscuridad.

—Con esto te quiero decir amigo Pino, que jamás pierdas tu brújula. A veces se nos extravía. Pero nacimos con ella, la tenemos a nuestro lado, ella te guiará y te dirá a qué viniste a este bosque encantado.

A la mañana siguiente cuando el sol empezaba a tocar las hojas del Abeto, se escuchó la cierra eléctrica que resonaba en el bosque. Las criaturas se alejaban a toda prisa del Abeto, que estaba próximo a caer en la tierra que lo esperaba.

Se rompió el silencio con el grito de dolor de Abeto, que en su interior, ya entregado a la desdicha, pero aferrado a la esperanza, se repetía:<<ha llegado el gran momento de mi vida util, me multiplicaré en miles para millones de lectores >>

Todas las reacciones:

MAITE BILBAO

SEGUNDA OPORTUNIDAD

En pantalla, un documento en blanco en formato Word. Mis dedos comienzan a moverse nerviosos, insuflados por la inspiración que me llega tras un paseo dominical por la playa. Recargada, debo controlarlos.

—Estoy aquí, Maite— me susurra el muso.

El que faltaba. Ya no hay vuelta atrás. El fluir de las palabras comienza.

*

¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? Mis sentidos se ponen en alerta.

El aroma del pergamino y el incienso flota en el aire. La tenue luz de las velas ilumina el austero interior de lo que parece un monasterio. Las paredes de piedra fría se elevan hacia un techo abovedado, donde frescos descoloridos relatan historias sagradas. Un coro de voces masculinas entona cánticos en latín, sus melodías resuenan en los pasillos laberínticos. Me encuentro sentada ante un atril de madera desgastada. Vestida con una túnica áspera ceñida a la cintura con un cíngulo. Sostengo una pluma de ganso y un tintero de barro, ambos manchados. Frente a mí, un tomo antiguo, encuadernado en piel, descansa sobre las tablas de madera. Sus páginas amarillentas, llenas de letras góticas minuciosamente dibujadas contienen las sagradas escrituras que debo transcribir. A mi lado, un monje de rostro severo, ataviado con idéntica túnica, me observa con atención. Su mirada penetrante me incomoda, pero me concentro en la tarea que tengo entre manos. Me habla en latín, idioma que reconozco y extrañamente entiendo.

—Festina, frater. Tempus fugit.— (Apresúrate, hermano. El tiempo vuela.)

—Etiam, frater. Labor meum perficiam.— (Sí, hermano. Completaré mi trabajo.) —respondo temblorosa.

Mis manos recorren las líneas de texto, mis dedos traducen las palabras en mi mente mientras las plasmo en el pergamino con la pluma. Sin embargo, mi espíritu inquieto anhela más que una simple copia. En mi interior, una chispa de creatividad se enciende, desafiando la rigidez de la tradición.

—Quod putas (haz lo que piensas).

El muso vuelve a estar conmigo, pero algo no encaja. Habla en latín y él no sabe. Le pregunto:

—¿Quién eres?

—Ego consciencia (soy tu conciencia) —contesta

Aquello me tranquiliza. Siempre he tenido la conciencia tranquila. Levanto la mirada por los estantes altos, repletos de libros antiguos, que se erigen como guardianes de un vasto conocimiento. La luz se filtra a través de las estrechas ventanas, creando una atmósfera misteriosa. De repente, un sonido suave como un susurro me atrae hacia un rincón apartado. Allí, entre las sombras, se encuentra una figura pequeña y traviesa. Sus ojos brillan con picardía y una sonrisa burlona se dibuja en sus labios. Es Titivillus, el duende guardián de la historia y muso de la creatividad.

—Salve, Maite. Ne timeas mutare. (Saludos, Maite. No temas cambiar.) —dice en latín con voz pícara.

—¿Qué quieres decirme?

—Ego sum musa tua. Inspirabo te ad res novas creando. (Soy tu musa. Te inspiraré a crear cosas nuevas.).

Las palabras encienden una llama en mi corazón. Mi espíritu rebelde se despierta, desafiando las normas establecidas por la tradición religiosa. Regreso a mi atril, con una determinación renovada en mi mirada. Los dedos bailan sobre el pergamino, transformando las palabras sagradas en otras historias.

«…et creavit Deus hominem post priman et mulier…»

(Y Dios creó primero a la mujer y al hombre después)

Siento como el duende sonríe ante la osadía y continúo reescribiendo, con mano de mujer, pasajes de la Biblia, hasta llegar a la frase final.

«Deus est enim mulieri»

Las risas del duende se transforman en carcajadas que retumban en el lugar. El monje que está a mi lado se conmociona por lo que he escrito. Me mira nuevamente, sus ojos se iluminan con una comprensión recién descubierta. Asiente con la cabeza. Las campanas del monasterio repican, llaman a la oración. Satisfecha con mi obra, cierro el libro y me uno a la procesión silenciosa. A mi lado se encuentra el duende, sus ojos brillan con picardía.

—Bien hecho, el mundo está listo para cambiar.

Sonrío. Una sensación de paz me invade. He desafiado las expectativas y liberado mi creatividad. Al adentrarme en la capilla, tenuemente iluminada, sé que mi viaje no ha hecho más que empezar.

*

Me despierto con la cabeza sobre el teclado. Esto es lo que se llama echar una cabezadita. Miro la pantalla, ni una letra. Sin duda mi muso se ha dormido también. Escucho una carcajada que me hace estremecer, y empiezo a recordar. Rauda voy en busca de la Biblia que guardo en la estantería, comienzo a leer…

MARTU MONFORTE

Tres tesoros

Cuando cumplí doce, mi tía Valiente vino a salvarme. Ella era distinta, logró escapar de tantas llaves y bocas cerradas. Se mudó lejos; vivía en la Capital. Tuvo el coraje de desplegarse y volar a tiempo; dejó el pozo oscuro que amenazaba con tragarnos.

Llegó a casa y después del abrazo alborotado, me sonrió con su habitual complicidad y fuimos a mi habitación. Hacía un tiempo me había dicho por carta que estaba pensando y preparando una sorpresa. Ahí estaba, me entregó su regalo, puso en mis manos los tres tesoros. El envoltorio se estrujó en el viaje. Poco importaba, abrí el paquete. Los papeles caían como gajos y rescaté el moño que estaba suspendido a un costado. Enseguida sentí ese olor inconfundible.

Crecimos entre bocas selladas. Abuelas, madres y primas callábamos. La palabra estaba clausurada y la vida amordazada como algo natural.

Eran tres libros; de Gabriela, Alfonsina y el gran Pablo. Los acaricié, humedecí sus páginas con mis lágrimas, me ayudaron a romper las ataduras, cobijaron mi soledad y abrieron las ventanas. Al fin entró aire en mi garganta y luz en mis ojos. Caía el velo de varias generaciones.

Recitaba los poemas de memoria, noche y día. Estaban presentes en mis pensamientos y en mis acciones. Las tinieblas tuvieron que rendirse poco a poco. “Sé tú el que aparta la piedra del camino”, me contaba Gabriela[1].

Para mi padre, eso fue una maldición y nunca le perdonó a mi tía extravagante llenarme la cabeza de ideas locas. Y así me llamó para siempre, loca. Él tenía miedo, lo entendí más tarde, me quería cerca y protegida. Mi madre, en cambio, jamás habló. Presintió que yo también era diferente y daría el mismo salto que mi tìa

Ella me despejó el camino. Había otro mundo posible más allá de este silencio que nos aplastaba como un manto. Ella puso palabras y encendió un candil. Abrigó mi noche; fue faro y guía.

Alfonsina; tambièn, me alumbró:

Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido

no fuera más que aquello que nunca pudo ser

no fuera más que algo vedado y reprimido

de familia en familia, de mujer en mujer[2].

Nació una fuerza desconocida y poderosa.

Mis manos eran libres y fuertes. Nada ni nadie las detuvo, nadie podía callarme ahora. Empecé a escribir versos secretos en mi cuaderno azul; ajado y amarillento aún me acompaña. Soñé poemas, jugué con rimas, inventé sonetos; bosquejé cuentos cada noche. Desplegué mi fantasía, describí el mar aún sin conocerlo; su color, su furia, su abrazo picante de arena. Después garabatee la pasión de un beso que no había dado, delinee ese calor de los amantes, esa urgencia. Pinté hojas y hojas combinando azules con crestas de plata, nacían mares bravíos y, en medio, yo. Un velero resistía, flotaba pese a tanta turbulencia oculta tras los cerrojos.

A la hora de la siesta, compartía mis letras con una prima que vivía cerca de casa. Nosotras solas, dos niñas, desandamos caminos vedados.

Teníamos sed, buscamos más y más libros. Eran un refugio fresco, nos íbamos lejos, tendíamos puentes imaginarios, fortalecimos nuestras alas, dibujamos versos en el piso de tierra.

Escribir por ejemplo, la noche está estrellada

y titilan azules los astros a lo lejos…[3]

Y nos dormíamos, abrigadas con Pablo. Recitábamos versos como muralla o protección. No lo sé, pero nos salvamos.

Algo había cambiado, ya no teníamos miedo. Cuidamos la voz, no estábamos dispuestas a perderla.

Nunca tuve valor de preguntarle sobre el oscuro silencio a mi madre. Intuyo, por su mirada acuosa, que sintió paz cuando me vio volar libre.

Como mi tía Valiente, me fui lejos también y bien pudiera ser:

Y todo esto mordiente, vencido, mutilado,

todo esto que se hallaba en su alma encerrado,

pienso que sin quererlo lo he libertado yo.[4]

[1] Fragmento de entrevista a Gabriela Mistral.

[2] Alfonsina Storni “Pudiera ser” 1920.

[3] Pablo Neruda “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” 1924.

[4] Alfonsina Storni “Pudiera ser” 1920.

AMPARO SORIA

-¡No puedes negarte!-

El revuelo en la pequeña comunidad es importante. Todos corren de un lado a otro sin tener nada claro. Hoy es el gran día y todavía no tienen quien les represente en la Feria, asistirán todos, por supuesto, pero necesitan a alguien especial que sea su guía.

Reunidos en el patio repleto de plantas y flores, hablan todos a la vez, nadie lleva la voz cantante. Es un descontrol de reunión. Voces en tono alto, discusiones…

– ¡Debemos encontrar ya, nuestro representante!

– ¡Todos somos buenos en lo nuestro!¡Yo propongo un sorteo!

– ¡Anda ya, un sorteo! Debe ser un libro muy especial para todos, creado con ilusión y cariño…

-Todos estamos escritos con ilusión…-replica molesto uno de ellos.

De pronto quedan en silencio, todos dirigen su mirada al más callado, el que permanece a la sombra bajo una palmera sin decir ni una sola palabra, pero muy atento a la reunión de su comunidad. Este se sorprende al sentirse observado.

– ¡¿Qué…?! –pregunta, dudoso, levantando su inspiradora y preciosa portada.

– ¡Tú! –exclaman todos a la vez entusiasmados. -¡¡Tú eres el elegido!! ¡No puedes negarte, Musa!

Pero yo…-balbucea sonrojado.

– ¡Musa, Musa, Musa…! –vitorean encantados mientras lo acompañan al estand de la Feria del Libro.

¡Feliz Día del LIBRO!

ALMUT KREUSCH

Emily the Goat

La Alemania de la postguerra emergió con fuerza y disciplina entre las cenizas, liberada del peso de la cruz gamada. El esfuerzo de la generación de mis padres por prosperar era enorme. La ilusión colectiva de reconstruir un país, sacudirse el miedo de tantos años, disfrutar de la libertad intelectual y brindar a sus hijos horizontes nuevos.

Mi padre, que milagrosamente sobrevivió a Leningrado, conoció a mi madre en la facultad de medicina. Después de su boda y modesta celebración se sintieron afortunados al encontrar un piso minúsculo de dos habitaciones sin baño, con el retrete compartido en el descansillo y donde nacieron dos de sus cinco hijos.

Más tarde, con ahorros propios y prestamos de familiares, compraron un terreno en las afueras de la ciudad. Mi padre, médico, y para reducir gastos, ayudó con pico y pala a los obreros en la excavación del espacio para los cimientos de la casa.

Nacieron 3 hijos más. No había lujos ni muchos extras pero sí, donde había abundancia y derroche fue en nuestra alimentación cultural.

Aprendimos a disfrutar de la música clásica y a sentir curiosidad por la literatura, infantil en aquel momento, desde que tengo razón de memoria. Reservados en un rincón dentro de la pequeña biblioteca en el salón se encontraban nuestros libros como los cuentos de los hermanos Grimm, H.C. Anderson y “El maravilloso viaje de Nils Holgersson” de Selma Lagerlöf, entro otros. Nuestro padre, todos los días y después de cenar nos leía un cuento y evoco su imagen pausada, tranquila, acercándose con un tomo de cuentos bajo el brazo a nosotros que le esperábamos excitados.

No me cansaba a husmear desde pequeña entre los libros, mucho antes de aprender a leer, embelesada por las ilustraciones si las había. Metí la nariz entre las paginas y me embriagaba del olor a tinta, polvo y misterio. Tener mis propios libros y mi propia biblioteca era un sueño desde mi infancia.

La excitación familiar era grande cuando invitaron a mi padre a un congreso de neurología en Londres. El viaje, primero en tren y después en barco duró dos días.Toda la familia le acompañó a la estación.

Volvió pasada una semana, contento y orgulloso.

No me recuerdo que obsequios trajo para los demás de aquel viaje.

Pero jamas se me ha borrado el momento de grandísima emoción cuando recibí mi regalito. El primer libro de mi futura biblioteca. Mi primer libro, solo mio, traído desde tan lejos. Lo recuerdo como uno de los momentos más felices de mi vida.

“Emily the Goat”, es la historia de la cabrita Emily que vivía sus aventuras en el seno de una familia de campesinos , adornada con preciosas y sencillas ilustraciones de la época.

Mi padre me lo tradujo al alemán y luego me pasé horas mirando los dibujos e inventando mis propias historias.

Este cuento es uno de mis tesoros, ha sobrevivido innumerables mudanzas, me ha acompañado siempre, está manoseado por mis hijos y cada vez que vuelve a caer en mis manos siento una enorme emoción.

EDUARDO VALENZUELA JARA

El gran Li Jie cuenta que lo encontró un día abandonado en una montaña. Wangshu era apenas un pequeño niño que abrazaba el cuerpo de su madre muerta.

Entre las pertenencias de la mujer Li Jie encontró una carta que decía asi:

«Para quien sea noble de corazón.

»Este niño es mi hijo Wangshu, al que amo con todo mi corazón. A quien lo haya encontrado le ruego que lo cuide y le de la vida que yo no pude. No tengo nada para ofrecer salvo la certeza de que quien se haga cargo de él recibirá todas las bendiciones del cielo.

»Wangshu es un niño especial, de muy pocas palabras y movimientos lentos. Él vive encerrado en sus pensamientos, pero estoy segura de que tiene buen corazón y que algún día será un hombre de bien.

»Aunque Wangshu no dijo ni una palabra hasta que cumplió los cuatro años (lloré de alegría cuando comprobé que mi hijo no era mudo), me mostró su enorme inteligencia el día que lo encontré a los cinco años leyendo uno de los libros de mi biblioteca. Es tan especial que le bastaba apenas un minuto para pasar de una página a la siguiente. Antes de cumplir los siete años Wangshu devoró toda mi biblioteca, que era bastante extensa. Fue una suerte que yo fuese escritora, porque así su menú fue de lo más selecto.

»Cuando estalló la tercera guerra mundial tuvimos que huir, como todos. Wangshu nunca más pudo leer, la civilización fue barrida, el mundo se cayó a pedazos. Fue difícil que nos aceptaran en alguno de los improvisados refugios cargando yo con aquel “niño raro” que vivía en silencio y con la mirada perdida. Los demás lo veían como una boca inútil que alimentar, más aún cuando las ratas y los insectos ―que era lo único que disponiamos para comer― no alcanzaban para todos.

»Por eso he terminado sola con mi hijo, escondida en la montaña. La radioactividad es inevitable y como tantos otros estoy muriendo, lo sé. No hay nada que tema más que el día en que Wangshu no me tenga para cuidarlo.

»Sí estás leyendo esta carta, es que mi desenlace fue fatal. ¡Te ruego que no dejes que Wangshu corra el mismo destino que yo! ¡Cuídalo, quiérelo! Estoy segura que algún día será un hombre de bien.

»Xiuying Li»

Li Jie cuenta que se conmovió con aquella carta y le prometió a la difunta madre de Wangshu que cuidaría de su hijo. Desde entonces lo crió como si fuera su propio vástago.

En la aldea lo recibieron con extrañeza y en un principio no entendieron por qué el gran Li Jie llevó hasta allí a aquel niño raro y silencioso que no parecía capaz de aportar nada a la sobrevivencia o al futuro de la tribu. A decir verdad, el mismo Li Ji también se lo preguntaba a sí mismo, pero algo en su corazón le decía que debía tener paciencia y ese pequeño niño florecería algún día.

Dicen que una noche en que la tribu se reunía al calor de una fogata y con tristeza recordaban la belleza del mundo perdido, Li Jie trajo un cofre tejido de juncos y de él sacó con extremo cuidado un trozo de papel de bordes quemados. Les explicó a los más jóvenes que ese papel perteneció alguna vez a un libro y que los libros, cuando existían, guardaban la memoria de la humanidad. Pero la gran guerra acabó con toda la civilización y con ella se perdieron todos los libros. Li Jie y los más ancianos sollozaron y lamentaron amargamente la pérdida de todas aquellas obras que la humanidad escribió. Entonces Li Jie, conmovido, se puso de pie y leyó para todos los restos de papel:

Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardía:

nadar sabe mi llama la agua fría,

y perder el respeto a ley severa…

Li Jie quedó en silencio, contemplano las miradas de la tribu y luego dijo:

―Esto es todo lo que quedó de esta obra.

Entonces el callado Wangshu se puso de pie y rompiendo su silencio dijo:

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

médulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.

La tribu no salía de su asombro. Era la primera vez que escuchaban la voz de Wangshu y la primera vez que lo veían sonreir.

―”Amor constante, más allá de la muerte”, Francisco de Quevedo ―terminó diciendo Wangshu con una ligera reverencia.

―¿Pero dónde has aprendido tú eso? ―le preguntó Li Jie.

―Lo leí en la biblioteca de mi madre.

―¿Y eres capaz de recordarlo?

―Sí. Lo recuerdo todo. Recuerdo cada palabra de todo lo que leí en sus libros.

Y así fue como la tribu se comenzó a reunir todas las noches alrededor de Wangshu y la fogata. Y todas las noches les leía con felicidad las obras que permanecieron inalterables en su mente.

Asi cuenta Li Jie que la aldea se transformó en la ciudad que ayudó a recuperar la memoria literaria de la humanidad. Y asi es como cuenta que el famoso Wangshu fundó la escuela que transcribió todas las maravillas que vivían en su mente. Por eso es que en todo el nuevo mundo conocen a Wangshu como Da Shū. Porque Da Shū significa “El Libro”.

FIN

CARMEN ÚBEDA FERRER

Nota.

18 de agosto de 1782

William Blake, poeta, pintor y grabador británico, se casa a los 24 años con Catherine Sophia Boucher, una joven analfabeta, a la que enseñará a amar la literatura y hacer grabados. Su matrimonio fue feliz.

Sopa de Letras

Cuando deje mi aldehuela,

donde solo hambre se pasaba,

fui a la ciudad paras servir de criada

a la casa de un apuesto poeta,

de muy noble corazón,

que entre libros tinta y papel

vivía una vida miserable,

pues no disponía

ni de un céntimo

para poder pagarme.

Me decía que yo

era su inspiración,

su musa del Olimpo

la llamada Calíope,

por mi sencilla elocuencia.

Me enseñó a leer y a escribir,

conmigo se deleitaba,

y hasta me pedía opinión

para terminar unas líneas

o unos versos que, de tercos,

carecían de cadencia

o tampoco le rimaban.

¡Ay! ¡Pobre poeta mío!

Aunque muchísimo le quería,

y él mucho a mí me amaba,

de “sopa de letras”,

de estrofas y rimas

allí así se vivía,

y de hambre allí se moría.

Una mañana me despedí

de mi trovador

con el estómago vacío,

un libro de bajo del brazo,

los ojos humedecidos,

y congoja en el alma mía.

Me marche a servir

a casa de un militar,

de un rango muy elevado,

nada menos y nada más,

que era un capitán general.

Acepte a quedarme sin paga,

tan solo por la comida.

¡Qué desengaño, Señor Jesús!

¡Qué desengaño, Virgen María!

Comían mejor que yo,

el loro, el perro y el gato.

Yo me mataba a limpiar

mientras los animales como

señores regalados zampaban,

y como príncipes vivían.

De nuevo cambié de trabajo

a una casa de mucha opulencia,

pocos dineros pagaban

pero mi corazón me decía que,

entre tanto despilfarro,

al servicio no le faltaría

buenas tazas de leche,

y pan recién horneado.

Otra vez me equivoqué

pues, las fámulas antiguas,

me pusieron de fregona,

se cebaban a comer,

y a mí me dejaban las migas.

Por las noches ha hurtadillas,

yo engañaba el hambre,

leyendo el libro que me llevé.

Sobado andaba el pobre y

sus páginas coloreaban pajizas.

Me alimentaba de historias y

de fantásticos sueños

hasta quedarme dormida.

Comer era mi obsesión,

hambruna se pasó en mi casa,

tanta hambre se pasó,

que siendo yo muy niña,

mi madre en un prado

fue enterrada porque,

de hambruna murió.

Estaba visto y comprobado

que allá a donde fuese

no probaría bocado.

Hambre por hambre, pensé,

me vuelvo con mi poeta.

Aprenderé a escribir poesía,

versos, rimas y pareados.

Comeré “sopa de letras”.

Él me saciará con sus besos,

yo le le leeré sus poemas y

me dormiré en sus brazos. 

ALBERTINA GALIANO

Limpié la madera áspera y porosa sobre la que apoyar la tarde en que abandonarme a la paz de sus palabras.

Un recipiente repleto de párrafos, como globos de historias en cada uno de ellos.

Con el paso del tiempo aquellos globos voladores derramarán sus pequeños retoños sobre una página en blanco, en el ciclo continuo de la lengua viva.

Todo empezó con una frase:

Érase una vez….

Aquel cuento que ante la lumbre, con voz pausada, me contaste.

Feliz día del libro.

FÉLIX LONDOÑO G

Aquella máquina, que se ufanaba de producir libros a granel haciendo uso de la inteligencia artificial, de vez en cuando expulsaba unos cuantos textos apócrifos. No sospechaba que había sido infiltrada por algunos miembros de la Liga de la Templanza.

REYNA PÚRPURA (KAREN)

✨El libro✨

Para muchos solo es un conjunto de hojas con palabras rebuscadas para personas con apariencias fingidas.

Para otros pocos son pilas necesarias de información procesada en bajos porcentajes.

Pero para mí es más que eso… es la definición de la poesía materializada,

Es aquel que me permite viajar sin tener que tomar transporte y me hace soñar despierta en mundos inimaginables,

Mi lugar seguro en dónde suelo ocultarme cuando tengo miedo de la realidad y en dónde soy valiente ante cualquier adversidad, muy diferente a la vida real…

Mi escudo y espada ante las pláticas sociales, quien me convierte en doncella, dragón, caballero y bosque.

Quien no me juzga por mi portada humana.

RICARDO KIRCHNER

LA NUEVA DROGA

Nos encontramos en 2026, verano en una noche con luna, sin viento y calurosa, pero todo normal dentro de lo que se espera en esas fechas.

Eran ya las 4 am de un viernes y, por fin ¡¡¡se encuentra el origen de los ruidos que llevaban de cabeza a las guardias urbanas de medio mundo !!! Resulta que ¡¡las personas estaban subidas en los árboles!! Recapitulemos:

A raíz de la idea de un profesor que decidió promover la lectura entre su alumnado, se le ocurrió hacerles ir a leer arriba de los árboles y al terminar el libro, al cabo de unos días comentarlo todos juntos. Él pensaba que así, tal vez alguien lo haría, pero no midió bien su medida.

Y tuvo éxito: en un principio los alumnos previeron poder ligar más, y de forma legal y gratis. No bebían alcohol, no se tomaban ninguna sustancia (solo agua y alguna cerveza, no muchas), no, sólo cogían 5 libros de la biblioteca, y se iban arriba de los árboles a leerlos y comentarlos. Pero claro, como sabían que no era demasiado legal estar en lo alto de un árbol leyendo a las 4 de la madrugada, tenían las luces apagadas y allí sólo debatían, sobre si aquella palabra de Cervantes en Don Quijote era la adecuada o si se debía cambiar, el introducido por la editorial por otro para mantener el espíritu del autor o había que mantenerlo para que se entendiera mejor.

Y hablo de Cervantes, como puedo decir Orwell, Verne, Mercè Rodoreda, o cualquier autor/a de cualquier lengua. Pero lo que no imaginaban es que, en verano, aquello molestaría a los vecinos a pesar de no gritar, ¡porque los debates eran encendidos! Y además, costaba encontrar libros en las bibliotecas. Algunas ya habían optado, puesto que, como mínimo, había cien reservas pendientes, de sacar del préstamo algunos ejemplares. Por ese motivo ya habían sido asaltados contenedores del puerto, con libros importados, dado que las imprentas del lugar, ¡no daban abasto y eso que no paraban día y noche por lo que se veían obligados a mandarlos imprimir en el extranjero! Y, eso sí, ¡¡dejando el dinero del precio que costaría en el contenedor asaltado!! Estaba solo para tenerlo y leerlo nada más. ¡Igualmente costaba encontrar imprentas libres, y eso las máquinas no paraban ni de noche ni fines de semana!! ¡¡Sólo cuando se estropeaban de tanto manejarlas!! El papel, también se empezaba a agotar por eso. Obvio, las imprentas, viendo que el volumen no bajaba, estaban haciendo planes de ampliación para multiplicar por el número de Avogadro, su producción ¡¡a fin de saciar la nueva demanda!!

Pero he aquí, que un día del verano del 2026, a un grupo que estaban en el árbol, con uno de los integrantes, midió mal las fuerzas y equilibrio y tuvo la mala suerte de que, en ese momento, no se sabe ni cómo, ¡¡viniera un policía y viera como caía el libro!! Y entonces, miró con la linterna hacia arriba y sí, ¡¡¡todos los árboles llenos de gente y LEYENDO!!!

¡Las noches habían cambiado: ¡la gente joven no consumía pastillas, consumía libros!!! Y debatían. Las autoridades, si sabían que se hacían encuentros de lectores, pero desconociendo el lugar de los encuentros Y, evidentemente, era normal ya ir por una calle y no sólo saber quién fue Ramón Muntaner, ni que otros nombres señalados en las placas fueran personas del Reino Unido o de Islandia, ¡eso ya hacía tiempo que se sabía!! Pero los profes, pensaban que todo era sacado de Chat GTP ¡¡¡no leído en papel!!! Si, y también sabían los problemas del papel, imprentas…¡¡¡sin imaginar que que había llegado a ser una gran droga legal!!! Y además, al principio gratis, aunque el verano 26dejó de serlo porque las bibliotecas restringían los libros, por lo que, había que comprarlos so pena de no poder haber leído el de la semana, cosa que solía solía suceder al no encontrarlos en ninguna parte en ninguna parte.

San Jorge, Día internacional del libro, 2024

RAÚL LEIVA

Forasteros

Nunca había hecho un taller literario, aunque reconocía necesitarlo.

Dedicaba sus descansos a despuntar el vicio de contar historias en la soledad de su departamento. La vieja computadora y unos ahorros hicieron de puente para armar un blog con algunos cientos de seguidores que lo animaron a publicar su libro.

Sus amigos y compañeros de oficina lo alentaban so pretexto de comprar un ejemplar a la hora de publicarlo.

Un verano, con mucha paciencia eligió cuidadosamente siete cuentos cortos, dos relatos un poco más largos y algunos poemas sueltos. Los ordenó y corrigió con la ayuda de algunos seguidores del blog para luego contactar una mini editorial independiente. Los ahorros y el aguinaldo fueron suficientes para imprimir una modesta edición de cincuenta libritos de ciento cuarenta páginas titulado “Mapas”. La cara de asombro que puso esa tarde de marzo cuando recibió el paquete de la editorial fue tremenda, nunca tuvo testigos, pero fue la mayor alegría de su vida. Los miraba con detenimiento y acariciaba los suaves bordes de los ejemplares. Tomó una docena y los firmó con una breve dedicatoria para cada uno de sus amigos, otros los separó para llevar a la librería del barrio y al resto los colocó en su biblioteca junto a sus autores favoritos. Destapó una sidra y celebró en silencio con una modesta lágrima asomando en sus ojos.

A la mañana siguiente, envió por correo los libros a sus amigos y continuó con su vida.

A medida que pasaban los días, los amigos le agradecían el regalo del libro, algunos hasta se ofrecieron pagarlo para amortizar el gasto de la editorial, a lo que se negó rotundamente. Con el correr de los días, a medida que se iba encontrando a los amigos, les preguntaba qué les parecía el librito, la mayoría les contestaban con un tibio “está bueno” y otros se excusaban que no lo habían empezado todavía, pero que no iba a faltar oportunidad.

Cuatro meses pasaron hasta que encontraron al novel autor ahorcado en su departamento. Quien avisó a la poca familia lejana que le quedaba fue el portero del edificio. Los amigos y compañeros de trabajo fueron al modesto funeral y unos días después se acercaron al departamento por pedido de un tío lejano para repartir las pocas cosas que quedaban allí, entre ellas los libros. Si hubieran prestado más atención, entre los cuentos y relatos, se habrían dado cuenta de que los personajes eran sus amigos, a cada uno le dedicaba un cuento donde narraba una anécdota finamente delineada, y en los poemas había pistas de una despedida. Las señales de este posible final estaban escritas por todas partes. Cuatro meses fueron más que suficientes para que alguien lo pueda rescatar de la depresión que suele subyacer bajo cualquier personalidad en apariencia normal.

Los amigos, como anonadados forasteros de su vida, nunca lo llegaron a conocer, ni siquiera con los mapas en la mano.

ALBERTO MADACAR

DIVERTIMENTO

Todo comenzó cuando presenté mi último cuento a la mesa examinadora de la Escuela de Escritura Literaria y el profesor me dijo con cara de indiferencia:

—Su cuento ha sido descartado, señor Macadar. Consideramos que está incompleto.

Fue como echarme encima un balde de agua helada en pleno mes de junio.

—¿Incompleto? Pero eso no es posible. Lo he revisado hasta el cansancio. La historia está completa en sus mínimos detalles.

—Usted ya sabe. Introducción, desarrollo y desenlace. Tal y como le fue enseñando en las aulas. La regla áurea es: veinticinco por ciento para comienzo y fin. Cincuenta para la parte central. De la introducción y el desenlace no tenemos quejas. Pero su parte central no llega a los cincuenta por ciento exigidos. Usted pasó muy rápido por el momento en que la idea del asesinato nace en la mente del personaje. O sea, falta desarrollo, a pesar de que los examinadores reconocen que su cuento, fuera de ese detalle, es el mejor de todos los presentados aquí.

Entonces era eso. Entendí que había sido una víctima de aquel señor del nombre largo, que había sentenciado, más de dos mil años atrás, cuál era la forma permitida para que yo pudiera escribir mi historia. El fantasma de Procusto de nuevo. El cadáver tiene que adaptarse al féretro, nunca al revés. Si sobra, hay que cortar. Si falta, estirar aunque se raje. Pero el tamaño de la caja es fijo. Eso la vuelve respetable. Me pregunto si existe algún punto que no haya sido disecado y reglamentado por aquella mente voraz y absolutista.

Cada vez que pienso en las diferentes formas en que podría comenzar un texto, me encaro con la misma pregunta: ¿Será que eso ya no ha sido profetizado en la «Poética”, aquel inflexible y ominoso progenitor del Necronomicon de Lovecraft? En ella está apañado casi todo. Enorme agujero negro. Sagitario AA. Centro de la Vía Láctea. Y se sabe que de un agujero negro nada escapa, ni siquiera la luz. Mucho menos mi cuento.

Claro que esta historia yo quise contarla sin que fuera en la forma de tres partes, para probarles que sí, se puede. Yo les mostraría cómo llego al mismo lugar sin que falte nada. Pero ellos no aceptan razones. Veinticinco, cincuenta,veinticinco. Procusto llega con su tijera inapelable.

¿Y si mi texto hubiese sido contado en cuatro, cinco, infinitas partes, como un fractal? ¿O tal vez en alguna de las formas de pera de Erik Satie?

O en formas libres, para que yo pudiera colarlo en pedacitos en los bolsillos de los ejecutivos, en los móviles de los catedráticos, bajo los asientos de los trenes cargados hasta el techo y hasta en los pueblos sin nombre donde no llega el 5G.

Me asomé a la ventana. Había llovido. De las alcantarillas emanaron ejércitos de sapos. Los niños recogieron los sapos y los asearon y los perfumaron y les pusieron distintivos luminosos para jugar a la batalla naval y con pedazos de tela y cartulina fabricaron duras velas de crucero para aguantar temporales. Allá iban los sapos hechos barcos, plataformas flotantes repletas de oriflamas coloridas. A través de fibras ópticas más finas que el entramado sutil de una telaraña, larvas microscópicas asomaron sus cabecitas negras y marrones y por primera vez vieron la luna y fueron mojadas por el rocío. Alguna cosa está fuera de orden, dijo el juglar.

¿No fue idea del señor de nombre largo el intento de confinar el mundo en un cajón? Tal vez por eso su sarcófago fue construido con madera durísima, con aquel cedro que sólo crece en las faldas del Monte de los Olivos. Por eso fue necesario tanto tiempo para que el cedro crujiera contra sus huesos. Hasta que la madera se apretó y aparecieron rajaduras por todos lados. Algo ocurrió entre el canto de la lechuza y el cacareo del gallo.

Resulta que tanto quisieron constreñir a las gaviotas en su ruta que un día ellas se cansaron de aquella repetición sin gracia. Las cámaras filmaban el partido cuando las vieron, levantándose como penachos que se desprendían desde las cornisas de la torre. Bandos de gaviotas volaron en formaciones bizarras y algunas se animaron a hacerlo hasta de espaldas, igual que en Escher, contra las reglas. En una hermosa redundancia prohibida, mostraron cómo así es más fácil ajustar la perfecta geometría del vuelo. Las reglas han sido empujadas por escaleras empinadas, desde donde sería fácil resbalar y romperse la crisma contra el cielo. Los clavos están oxidados, la sangre hace tiempo que ha coagulado. El sudario no le sirvió ni de fregón a Pilatos y las heridas son hoy cicatrices con dura cáscara.

Imagínese usted las caras de los eruditos en las cátedras cuando vean los sonetos sin rima y las sinfonías escritas en escalas cuánticas, donde el intérprete tocará un re o un re bemol, dependiendo de su humor del momento. Y cuando descubran que el Quijote había peleado con gigantes de verdad pensando que eran molinos, cuando los maestros hablen de peras en los conservatorios y mis perros puedan apreciar el litoral norte de la isla desde la ventanilla del avión o elegir el postre llamando al mozo sin levantarse de la mesa del shopping.

Cuando vuelvo del escritorio siempre veo a aquel niño jugando con sus réplicas de la SpaceX. Ahora hasta tiene dos hermosos Falcon-9 con posaderas de águila.

—¿Usted vio? —me dijo con los ojos bien grandes—. Son igualitos a aquellos que muestra la tv, aterrizando de punta como una jabalina. Y mi nuevo telescopio provisto de un led de ajuste automático, ¿no es bonito? ¿Quiere ver el cráter Apollonius? ¿O tal vez le interese más el Mar de la Serenidad? Dicen que Artemis va a posarse allá.

Me quedé pensando que tiene razón el juglar, alguna cosa debe estar fuera de orden. No podrán impedirnos volar para atrás o de cabeza para abajo. Nos pondremos un zapato azul y otro con cintas de lentejuelas para las entrevistas de trabajo y el chiquilín aprenderá en la escuela que puede escribir en forma de sandía cuando está desganado o de puercoespín, si está con rabia. Porque nada nos va a desviar de nuestro objetivo. Tenemos los ojos apuntados hacia las estrellas. Y un día ese niño va a conocer al farolero.

LUISA VALERO

EL MUNDO DE CARMELA

Capítulo 7: «El libro de mi vida»

Al anochecer, Carmela se había sentado en la mesa de la cocina. Estaba esbozando con un lápiz la silueta de un asno; mientras tarareaba, en un italiano de Cáceres, «Nessun dorma» de la ópera de Puccini “Turandot”, interpretada por Pavarotti en un casete:

—«…Tu pure, o Principessa

Nella tua fredda stanza

Guardi le stelle

Che tremano d’amore e di speranza…».

De repente la sorprendió su marido y ella dejó de cantar por la vergüenza.

—¡Coño me has asustado! —gritó Carmela.

— ¿Qué haces? —le preguntó Javier mientras se acercaba a la mesa para verlo.

—Empecé a escribir el libro de mi vida.

—¡Ahora eres «la escritora»! —dijo burlándose—. Además tu biografía no le interesa a nadie. ¡Que no eres Lady Di!

«Sí que tenemos muchas cosas en común, sobre todo la paciencia y la abnegación», pensó ella.

—¡Faltaría más! Yo no busco vender mi biografía; solo quiero cumplir, antes de que la casque, con lo de: «en la vida hay que escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol». —Bajó su cabeza y miró al suelo, abstraída con ese pensamiento de la muerte.

—¿Y por qué te vas a ir «al otro barrio» ? —Hizo una pausa de unos segundos mientras la miraba a la cara —¡Carmela, estás hecha una chavala! —le dijo para animarla .

«Si supieras lo de mi tumor en mi pecho…, todavía no te lo voy a contar para que no me deprimas más de lo que ya estoy», se dijo así misma.

—¡Uy, si me acabas de decir un piropo! Antes de que se me olvide lo voy a anotar… —Así hizo: anotarlo en la parte de atrás donde había un postit amarillo que decía «importante».

—A ver… —Como si fuera un adolescente en el colegio, le quitó su libreta de color naranja, adornada con pegatinas.

» ¿No decías que estabas escribiendo sobre tu vida? Entonces…. ¿por qué has escrito y hay un dibujo sobre «el burro Platero»?

» “Y cuando vienes del curro

no disfruto de muestras de amor

como si fuera yo un noble burro

solo recibo de ti un rebuzno y una coz…” —recitó muy serio Javier.

—Dame mi libreta —le ordenó Carmela— ¡Y eso es una poesía para liberar mi inconsciente!

—¿Qué es eso? —Se quedó pensando.

—No lo entenderías…

«¡Tú solo entiendes lo que te sale de las bolas! », pensó ella y se le escapó una media sonrisa nerviosa, mezcla de mofa y tristeza.

» Javier, por cierto, mañana me voy a plantar mi árbol con Eva a su pueblo; así que, ¡no me esperes que no sé a qué hora vendré! Puedes almorzar en el bar, porque no dejaré nada preparado.

—Ya veo, ¡ya no quieres hacer nada conmigo! Prefieres estar todo el día con «tu amiguita», la vecina. Te recuerdo que hasta hace poco no la podías ver, que te parecía una «pesada».

—¡Y más te vale que no te de ninguna crisis hipocondríaca porque no estaré para acompañarte! —le advirtió.

Al decir estas palabras, Carmela sintió una fuerza y sensación de libertad que no había sentido en mucho tiempo. Mientras, que por el contrario, él empezó a sudar con sus proyecciones negativas.

IVONNE CORONADO

Los libros, mis amigos.

Hasta mis cinco años pasé rodeada de gente mayor. Mi madre, mi abuelita materna, los dos hermanos de mi madre, mi tío abuelo Salvador, mi tía abuela Meches y todos sus amigos, reales o imaginarios, (ella decía poder ver al Cipitío cuando estaba en su cocina). Cuando los cafetales estaban en flor, el aroma de jazmín nos rodeaba. Ahí aprendí muchos poemas de memoria.

Hasta hoy, algunas frases quedaron en mí, que me impactaron por su dureza. Felipe Guerra Castro con su poema Delirio se presentó en mis pesadillas. Claro, era una niña, pero de grande me persiguió la frase “en un charco de sangre, ahí estabas tendida, para siempre callada, para siempre dormida, con los ojos abiertos, muy abiertos… Abiertos y mirándome siempre como miran los muertos…”

Otros poemas exaltaron mi espiritualidad, como Canción de la Vida Profunda, de Porfirio Barba Jacob, colombiano, nacido en 1883, falleció en México en 1942; Palemón el Estilita, de Guillermo Valencia Castillo, Colombiano, que murió en 1955 y que fuera el precursor del Modernismo en su país; A Mis Soledades Voy, de Félix Lope de Vega, español, que nació en Madrid en 1562 y ahí murió en 1635; El Llanto de los Pinares, poesía hermosa que habla de Jesucristo, escrita por Luis Fernández Andavin, español (1892-1962). Volverán Las Oscuras Golondrinas, de Gustavo Adolfo Bécquer, me llevaron por el camino del romanticismo y los sueños de amor. Y qué decir de García Lorca, uno de mis grandes preferidos, con La Casada Infiel y otras obras, que murió jovencito bajo la dictadura de Franco, el sanguinario. Me conmovió hasta las lágrimas, valga la redundancia, Lágrimas de Oro, del insigne poeta colombiano Ricardo Nieto (1879-1952), que habla de Jesús.

Poesía siempre hubo en casa, mi madre aprendió con su hermano y conmigo, poemas muy largos, de memoria. En nuestras tertulias por las noches, recitábamos.

Y libros, de todo género, había cientos y en varias lenguas. No nos pertenecían, eran de un primo hermano de mi madre, que se fue a los Estados Unidos y regresó solamente para morir en su país,

El Salvador.

Toda la información sobre esos poemas y sus autores la conseguí ya mayor, al entrar la tecnología en el mundo entero. Pude comprar mi propio ordenador, y a mi retiro me puse a escribir, tratando de aprender a hacerlo lo mejor posible.

No fui a la universidad. Trabajé en oficinas todo el tiempo, como secretaria y luego como encargada de clasificar mercadería y sacarla de la aduana. También logré estudiar francés y perfeccionar el inglés aprendido en Guatemala.

Desde que aprendí a leer, los libros me acompañan por doquier. Mis preferidos son los de suspense y los que tienen un fondo histórico. Las biografías también me encantan, y los libros cómicos los guardo como un tesoro, pues adoro reír y hacer reír.

A partir del momento que comencé a ser parte del Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas, en Facebook, me sentí empujada a conocer más la vida de mis autores preferidos.

Con los autores nuevos para mí, leí primero su biografía, y sentí que sus libros me entregaban una parte de ellos mismos, y creo que todos los que escribimos lo hacemos. A veces son las experiencias propias que utilizan los escritores para sus relatos, otras, las ajenas mezclándolas con las suyas. Siempre se aprende algo con cada lectura, se aumenta nuestro vocabulario (voy al diccionario frecuentemente).

Los libros digitales no me atraen tanto como los de tapa dura, sin embargo, los compro en español, siguiendo las sugerencias de los amigos virtuales, después de investigar a los autores. También compro libros digitales de los miembros del grupo.

Mis otras lecturas en español las hago, en su mayoría, en la página mencionada, donde hay mucho talento.

Me gusta variar mi lectura desde siempre, leer escritores de toda nacionalidad, si posible en su lengua de origen. Leo libros de consulta, divulgativos, técnicos, manuales, religiosos (toda clase de religión), enciclopedias, tiras cómicas, etcétera, solo que desde hace cuarenta años leo mucho en francés y en inglés, muy caro comprar libros en español. Felizmente, tenemos en Montreal buenas bibliotecas. El resto de mis libros provienen de librerías de libros usados, o de regalos de mis amigos o familia, cuando los visito, aunque en mis viajes compro algunos.

Sin libros no puedo vivir. Son mis amigos, los primeros que tuve, los que no me abandonan. Mientras tenga uno en mis manos, nunca me sentiré completamente sola.

CARLOS RODRÍGUEZ

Pedro envió el mail correspondiente al subinspector Piñeiro, quien se puso manos a la obra con las averiguaciones, aunque apenas había empezado cuando Vallejo asomaba sobre su hombro izquierdo, así como quien no quiere la cosa…

¿Algo interesante Armando?

– ¡coño Vallejo, que susto! Ya creí que era el jefe, no veas como esta con este tema, y ya puedes ir por donde has venido, si me pilla contándote algo del caso me veo patrullando cada noche hasta que las ranas aprendan a silbar la canción de los pajaritos.

– Hombre, tampoco exageres, pero bueno… te dejo a lo tuyo y si eso ya me iras contando lo que puedas.

Mal sabía el pobre Armado que Vallejo ya había visto la pantalla y memorizado aquel pequeño grupo de letras y números antes de regresar a su mesa.

Vallejo se acomodó en la silla y encendió la pantalla de su equipo. Sobre el fondo azul destacaban dos recuadros con sendos mensajes. El primero era la advertencia de que había recibido un correo electrónico del laboratorio, el otro… ¿como no? Un mensaje del jefe recordándole que no podía participar en la investigación si no quería que le enviase una temporadita para casa.

Miró a su alrededor mientras en su cabeza resonaban sus pensamientos – Este hombre es increíble, tiene ojos y oídos en todas partes, me gustaría saber como lo hace. Parece que nadie esta pendiente de ti Vallejo, aprovecha ahora y busca, seguro que ese numero nos dice algo – y así lo hizo, introdujo aquellos números y letras en el buscador del sistema… más de un millón de entradas contenían aquella secuencia.

Tantas posibles respuestas le confirmaban que el compuesto alfanumérico no sería el identificador del número de orden de producción del equipo, pero al menos tendría en que entretenerse mientras trabajaban los técnicos del laboratorio, que en su email le confirmaban haber encontrado restos que indicaban que alguna sustancia había sido mezclada con el whisky, aunque todavía no habían podido aislarla para una identificación concluyente.

Notificó a sus superiores y pidió unos días libres con la escusa de lo sucedido. No tuvo problema para que se los concediesen, ya el comisario se había encargado de dejar la autorización para ello como una forma de mantenerle lejos de los compañeros a los que se había asignado el caso de la carta y el intento de asalto.

Pasó por el hotel a recoger sus cosas, se lo había prometido a Valeria. Una nueva sorpresa le esperaba en recepción, una mujer había dejado un libro para que se lo entregasen a su regreso.

Preguntó al conserje, pero la respuesta fue la que ya imaginaba que recibiría, la mujer había llegado en moto, y sin quitarse ni guantes ni casco les había pedido que entregasen el libro al huésped de la habitación 301, el señor Vallejo, y así como había llegado se fue, contoneándose dentro de su mono de cuero negro, haciendo bailar de un lado a otro una larga melena negra como el azabache.

No hacía ni cinco minutos que se había ido, según el conserje se la tenía que haber cruzado en la calle, pues la motocicleta había salido en dirección contraria a la que traía Vallejo desde la comisaría. Aquello se estaba convirtiendo en una constante muy desagradable, parecía sentirse muy cómoda haciendo las entregas ella misma y arriesgándose a encontrarse directamente con él.

Antes de tomar el libro en sus manos salió a la calle para comprobar si estaba allí la mujer, pero los únicos eran unos cuantos estudiantes camino de la facultad, tres ancianos que charlaban en un banco bajo la sombra y él, ni rastro de la morena o su moto.

Volvió dentro, tomo el libro en sus manos y lo hojeó rápidamente, dejando deslizar las hojas bajo la suave presión de su dedo pulgar.

– ¿Qué clase de broma es esta? ¡Esta completamente en blanco!

– Discúlpeme señor Vallejo, yo le entrego lo que me ha dejado aquí esa señorita.

– ¡Perdón Delmiro! No era contigo, estaba pensando en voz alta. Por cierto, desde hoy ya podéis disponer de la habitación, ahora subiré a recoger mis cosas y ya retiro también la moto del parking. Os agradezco muchísimo la paciencia que habéis tenido contigo y mis muchas manías. Pasadme la factura como cada mes.

– Ha sido un placer tenerle como huésped, y aunque le echaremos de menos, nos alegra que haya encontrado ese piso que buscaba.

– La vida da muchas vueltas, Delmiro, y a pesar de que sigo buscando ese piso que de verdad me llene, una buena amiga me necesita cerca.

– Nuestras puertas estarán siempre abiertas para usted.

Vallejo subió a la habitación y abrió sobre la cama la pequeña maleta donde iba colocando la poca ropa que tenia en el hotel, unas pocas mudas, camisas, pantalones y ropa de deporte. En una bolsa aparte llevaría el calzado.

Sobre la almohada se encontraba el libro que acababa de recoger en recepción, tal como había caído al arrojarlo desde la puerta. Algo en su interior le estaba invitando a ponerlo nuevamente en sus manos y concederle algo más que aquel apresurado vistazo que le había dedicado en el hall.

Se sentó sobre la cama, estiró su brazo y alcanzo el libro. Esta vez se daría unos minutos para revisarlo con detenimiento, tal como lo haría si se encontrase en el laboratorio.

Se trataba de una encuadernación elaborada, de esas que necesitan tiempo. Tapas de cuero natural, nada de imitaciones sintéticas, se notaba en el tacto y el olor. Pequeños detalles decoraban el lomo con un esmerado trabajo de repujado. No había título alguno, tanto la portada como el lomo carecían de tan básica información.

La cabezada perfectamente rematada, con espirales de colores azul y gualda a modo cordón de calabrote, dando paso a una cinta azul que hacía la función de punto de libro y atravesaba el libro en dirección vertical. Las guardas habían sido pegadas sin dejar un hueco, ni la más mínima arruga, manteniendo milimétricamente la distancia con el borde exterior de las tapas.

Entre sus manos tenia un ejemplar único, confeccionado a mano y poniendo atención a cada pequeño detalle, y eso era justamente lo que él buscaba, pequeños detalles que le llevasen al encuadernador. Reviso minuciosamente cada rincón.

Dos o tres pares de páginas de cortesía precedían a la portadilla, en ella, con una tipografía que imitaba una escritura a mano de perfecta caligrafía cargada de reviravueltas y adornos habituales en otros tiempos, se podía leer “Una historia de amor incompleta» , pasó la página y se encontró con la dedicatoria “Dedicado a quien me enseñó que el amor existe mientras me rompía el corazón»

Una nueva hoja en blanco y un pequeño párrafo que podría ser el inicio de cualquier novela rosa… “Todo comenzó con un beso, un inocente roce entre los labios de ambos a la salida de un bar cualquiera luego de unas cervezas al término de la jornada laboral. Ninguno hizo nada, ni por continuar lo empezado, ni por evitarlo.

Al día siguiente, en el trabajo, actuaron como si nada hubiera pasado, pero antes de volver a casa repitieron cervezas y continuaron la escena de la noche anterior, solo que esta vez sí se dejaron llevar por la pasión.

Se besaron en cada portal hasta entrar en el parking donde estaba el coche de ella, y allí mismo, sobre el asiento trasero dejaron correr ríos de lujuria…

Tras el breve texto un pos-it le retaba “Ahora te toca a ti continuar la historia, sólo tú podrás darle un final feliz.

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13 comentarios en «El libro – miniconcurso de relatos»

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