Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «comida rápida». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 24 de agosto!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Querido Redy: ya sabes que la ingesta de comida rápida fue borrada de mi dieta, no obstante algún día trampa sigo haciendo, pero no de manera tan asidua.
Cómo ya sabrás, yo trabajo en una fábrica que se dedica a almacenar cada producto que le es necesario a los restaurantes de comida chatarra.
Sí. Nos estamos americanizando, pero la tendencia está cambiando. La subida de precios ha frenado en seco el consumo y las expectativas de este tipo de restaurantes.
Si total, ¿qué más da?, si al final acabaremos comiendo bichos, es más, ya los estamos comiendo…
De vez en cuando la «comida basura» te saca de algún apuro, pero no se puede abusar de su consumo.
Bueno Redy te dejo que se me enfría la hamburguesa y las patatas, y se me calienta el refresco (por supuesto sin azúcar), y de postre cuatro Donuts. No sé porqué me estoy poniendo tan obeso, si apenas como «comida rápida».
Paladeo tus carbohidratos
esparcidos por el bermejo pan,
la lengua se deleita
por los surcos del relieve vegetal.
Atacó a dentelladas
la carne rebosante y adiposa
y ella sin ofrecer resistencia,
se deja triturar en mi boca.
Más de trescientas calorías
vienen acampando en mi cuerpo
sin contar con la bebida,
patas y condimento.
No hay nada que provoque más saciedad
y que además engorda,
degustar comida rápida
a las puertas del MacDonalds.
Comida basura
«Diosss, se ve delicioso», pensó María cuando su amiga Carla le ofreció una tarta casera de chocolate. Carla era repostera vegana y sus postres nunca defraudaban, pero María había empezado una dieta hacía unas semanas y no podía permitirse ni un trocito.
—No puedo, gracias, estoy a dieta —rechazó su porción a regañadientes mientras se le hacía agua la boca. Tuvo que mirar a otro lado para no tener que ver el rostro de aquel pecado.
—¿Segura? Es todo casero, lleva miel, chocolate, nuez… —insistió Carla antes de ser interrumpida.
—No, no, que seguro que mis caderas me lo estarán reprochando un mes.
Tres de las cuatro amigas que acudieron a la reunión disfrutaron de un delicioso pastel de chocolate casero. Carla, como siempre, puso un pretexto y se fue para no verlas y sucumbir al deseo. De camino a casa necesitaba quitarse de la cabeza ese delicioso trozo que escurría chocolate por los lados, tan esponjoso, tan dulce, tan, tan…
«calla, no lo pienses, no lo pienses…». Y pensó, pensó y siguió pensando.
Entró a una tienda para quitarse el antojo con algo más saludable. Pasó por el pasillo de dulces y aceleró el paso hasta llegar a los artículos de dieta.
«Sin azúcares añadidos», «Bajo en grasa», «Ahora con menos calorías»… Las frases que se anunciaban grandes y claras en los productos le daban seguridad, y las fotografías prometían que podía disfrutar sin engordar. Cogió unos cuantos paquetes y pasó por caja con una sonrisa en los labios.
Tras abrir el producto, se lo comió a desgana, pues ni por asomo se acercaba al pastel de chocolate de su amiga Carla.
Pasó el tiempo y María estaba orgullosa de cumplir tres meses de dieta estricta sin caer en la trampa de los postres de su amiga, a quien envidiaba con locura por tener un cuerpo esbelto sin tener que recurrir a dietas.
Un día se sintió mareada y el estómago se le acalambraba con cada respiración. Sentía ganas de ir al baño constantemente, pero cuando se sentaba en el váter no conseguía hacer nada. Pensó que tendría una gastroenteritis y dejó que el tiempo hiciera lo suyo. Y lo hizo, empeoró poco a poco conforme los días avanzaban. Llegaron los vómitos, la sangre al ir al baño… cada día peor, peor, peor…, hasta que por fin terminó en el hospital presa de un dolor insoportable.
—María, ¿qué te pasó? —preguntaron sus amigas al ir a verla.
—El médico dice que es una reacción al sorbitol, que lo tienen casi todos los productos de dieta —respondió triste y algo avergonzada.
—¿Ves? Te dije que no comas esa puta basura —respondió Carla antes de darle un beso en la frente—. Mañana te traigo una tarta de manzana y te dejas ya de tanta tontería, que estás más buena que el pan.
Ambas sonrieron, aunque la sonrisa de María le supo amarga.
Llegué a casa justa de tiempo para preparar la comida del medio día.
Las niñas me dije a mi misma estarán al caer.
Mi fino oído se percata de la frenada de la furgoneta de Julián.
Habro un bote de judías blancas hervidas con agua. Las hecho en la ensaladera. De seguido continuo haciendo lo mismo con una lata pequeña de olivas negras, otra de atún de 250gramos. Aprovechando que tengo en la nevera bacalao en remojo cojo un trozo y lo desmenuzco. Lavo dos o tres tomates medio maduros , los corto a trocitos. Todo ello lo incorporo al bol. Añado un chorreo de aceite y una pizca de sal.
Mi familia ya está sentados a la mesa. Ellos ha colocado los utensilios.
La comida está riquísima dice una de mis hijas. Julián añade vuestra madre teniendo los ingredientes en casa hace comida rápida.
Yo, sonrió y digo, lo más importante es que estamos los cuatro disfrutando de estos alimentos tan necesario para subsistir.
BON APETIT
La mía es una familia tipo, normal y corriente, como hay muchas. En casa todo discurre con rutinaria armonía. Mamá y papá se llevan de maravilla, son la pareja perfecta, nunca discuten y toman las decisiones por consenso. Es verdad que mis hermanas son algo tocapelotas, hacen todo lo que está en sus manos para sacarme de mis casillas, sin embargo, creo que es algo frecuente en nuestro hábitat, a mis amigos les ocurre lo mismo. Tenemos una vida que transcurre, pues, con normalidad y si hubiera que buscarle un «pero» sería uno muy pequeñito, insignificante, un amago de controversia que a veces pone mi padre encima de la mesa a la hora del papeo.
—Estoy de comida rápida hasta los venancios —ruge cuando saca el tema—, todos los días igual. Cansa siempre la misma dieta, coño. Esto es más estresante que un perezoso jugando al ajedrez, cariño.
Mi madre, una santa, se encoge de hombros y hace oídos sordos al comentario.
—Hijo, es lo que hay, no queda otra, ya me gustaría a mí cambiar de dieta, no vayas a pensar. Las cosas hay que tomarlas como vienen: tenemos un trabajo esclavo; vivimos en las afueras; están los críos… Obrar milagros no se puede, rey mío.
Yo entiendo a papá, pobre, todo el día deslomándose para traer a casa algo que llevarse a la boca; pero ella tampoco se queda esperando a la sopa boba, que se lo curra tanto o más que él.
—A veces me gustaría ser un bicho de esos que con unas hojitas de árbol tiene bastante. Una jirafa, por un decir, tan tranquilas, ellas, ramoneando acacias, oye, que da gusto verlas.
—Ay, qué tonto —ríe mamá—, pero si a ti la verdura te da urticaria. Comida rápida, comida rápida, cualquiera que te oiga. Esta gacela estaba medio coja y la hemos cazado en un plis plas, Mufasa, hijo, que a veces eres de un agonías…
Entonces, a papá, le entra la risa floja, hociquea con ella un poco, estira las patas, se despereza y todo vuelve a la rutina.
—Simba, acábate esa paletilla de una puñetera vez, coño, hijo, que estás creciendo.
Y yo, que aspiro a ser algún día el rey león, dejo el hueso limpio, como un espejo. Nadie me dice a mí que el ñu de mañana no nos sale campeón de los cien metros lisos y tenemos que sudar la gota gorda.
Nants ingonyama bagitihi baba
Sithi uhhmm ingonyama
—Lucio, come y no arrojes más migas a los pájaros.
Mordisqueaba el bocadillo, le daba lengüetazos, pero el trozo de queso permanecía intacto. Era así desde niño. Y su padre, un hombre acostumbrado a privaciones y penurias, se desesperaba. La médica y el director de la guardería le aconsejaban. Hay que educar el gusto de los niños, tienen que probar de todo. Era de razón.
Cumplidos los doce años se encaprichó Lucio con llegar a ser ingeniero porque le llamaban enormemente la atención los viajes a la luna. Soñaba con ver nuestro planeta desde arriba y moverse dentro de un cápsula donde no reinara la gravedad.
—Hijo, si sigues sin comer, tú no necesitas estudiar esa carrera, basta que un viento rabioso, uno de esos tornados que vemos en televisión, se acerque y te envuelva. Y no te llevará a la Luna sino a Marte que está más lejos.
Antes de que el viento hiciera de las suyas y lo arrastrara hasta las nubes, su madre, desesperada por su falta de apetito, le invitó a probar una hamburguesa y le encantó. Daba lo mismo que el preparado fuera carne de ternera, pollo o queso. ¡Se lo comió con un gusto!
Al día siguiente la madre le puso en la cartera un bocadillo diferente. Y Lucio que pasaba el rato de recreo llamando a los gatos para arrojarles el chorizo, se sentó con los restantes alumnos, retiró el papel aluminio y le metió el diente a una hamburguesa de pollo.
—¿Qué estás comiendo con tanto gusto? —Preguntó uno de los maestros.
—Ya lo ve, un bocadillo.
—Claro, claro. Un producto de comida rápida. ¿Sabes por qué se llama así?
—Por lo pronto y fácil que se come.
—No, por lo deprisa y la facilidad con que se engorda.
Aquel día abandonó el colegio el último. El sol luminoso del amanecer se había desvanecido como su sueño de ser astronauta, y unas nubes negras amenazaban tormenta. Estaba empezando a llover y la puerta de su casa estaba cerrada. Para resguardarse se coló en la cuadra con los animales.
Cuando volvió la madre le encontró sentado en el tajo del ordeño.
—¿Qué haces ahí, qué te sucede? ¿Por qué estás tan triste?
—Porque tengo hambre y no quiero engordar.
—Eso es muy sencillo. Haz deporte y come de todo.
Se echó llorando en brazos de la madre, la cual le dio un beso y le consoló diciendo que le quedaba mucho tiempo y que ella le acostumbraría a probar una comida variada.
—Pero antes entra en casa y lávate que no hueles a perfume. ¿Es que has permanecido mucho rato dentro de la cuadra?
—Más de una hora.
—Pues si logras subir a otro planeta pon atención no vayas a tener que convivir con manadas de lobos y piaras de cerdos, pues ya dice el refrán que quien se acuesta con animales se levanta con pulgas.
¡Cómo rieron! Además que la risa no engorda.
Hamburguesa con queso y huevo
Desde la entrada por la puerta casi sin pintura hasta delante de la mesa pintada con restos de ketchup y mostaza, mi ser interior se había acurrucado bajo mis costillas y protestaba débilmente <<Corre por favor, corre, vámonos de aquí, tú no ves cuánto ha cambiado todo? >> En vez de hacer caso, saqué una servilleta de mi bolso y comencé a sacudir la silla de migas.
«El mejor restaurante de ese lugar olvidado de Dios» me había escrito Joe con el mismo orgullo desde los dieciocho años, aunque por encima de nosotros habían pasado dos guerras y varias décadas. Su carta llegaba tarde para curar un corazón, pero a tiempo para pedir clemencia, y me insistió en cuarenta líneas la explicación de esa frase. Siempre había tenido razones para mantenerse alejado pero necesitaba esa concesión de mi parte, como la nitroglicerina a una predisposición a infarto. «No puedes rechazar una redención, Lizzie, incluso si estás a punto de recibir una bala en la cabeza. El tipo con el arma necesita comprender que eres humana y tú debes orar por su alma; así es el buen camino o nunca escaparemos de la locura del mundo. Tienes que ser feliz, hazlo por mí».
No había visto a Joe desde entonces, desde que rasgué mi vestido de novia y lo quemé en el altar de la esperanza, así que continué puliendo la silla hasta que el camarero se acercó para preguntarme si necesitaba ayuda.
—¿Estás ciego muchacho?— le espeté como si me ofendiera su juventud malamente camuflada por su barba sin afeitar—. ¿No ves que en esta mesa no tengo siquiera un vaso?
—Lizzie, Liz…
Escuché su voz exactamente en el mismo momento en que el camarero sacudió descuidadamente su servilleta que alguna vez fue blanca y se dirigió hacia la barra como si le hubiera hecho un cumplido financiero. En ese mismo momento sentí que mis rodillas se doblaban.
No me atrevía a dar la vuelta. No tuve el coraje necesario, así que busqué entre las miradas de los otros clientes una confirmación de que la voz pertenecía a Joe. Una anciana, con el pelo absolutamente blanco, un vestido lleno de flores verdes y un libro en la mano fue la única que me sonrió, pero tampoco me convencia.
— Está bien Lizzie, si no quieres que nos sentemos aquí, en esta mesa. Pero te garantizo, porque te conozco de toda la vida, que te volverás loca de placer al verme comiendo la hamburguesa con queso y huevo.
—Aquí está su vaso, señora— apareció de nuevo el camarero y por un segundo sentí la necesidad de agarrarme a su brazo extendido.
— Estás ciego, muchacho— resonó la voz profunda de Joe — ¿No ves que somos dos, así que necesitamos dos vasos? — Luego se echó a reír desde el fondo de sus pulmones y sin malicia alguna.
Era la misma risa de la que me había enamorado locamente a los quince años, y me provocaba los mismos pesares, aunque mientras tanto me había casado, tenido hijos y esperaba un cuarto nieto. Muchas veces había buscado los ojos de Joe en el microondas, en las flores del jardín de atrás de la casa o en los periódicos; me había aferrado a su recuerdo para seguir respirando y hasta le había confesado esa locura sin fundamento a mi futuro marido. «Es más doloroso vivir con un secreto sobre Lizzie que con el pedestal de un recuerdo. Estaría feliz de que me aceptaras, tanto como quieras y mientras dure» me había respondido Mike, y yo había sido una esposa considerada y respetuosa hasta sus últimos segundos de vida por esa generosidad.
Y ahora, detrás de mí, a menos de dos pasos, tenía de nuevo a Joe, y su sombra se proyectaba enérgicamente sobre mí y la mesa llena de mostaza y ketchup, pero no encontraba la fuerza necesaria para mirar el pedestal o abandonar la mesa, la mujer de pelo blanco o el miedo para siempre.
—Pensé en ti innumerables veces — continuó Joe —, especialmente cuando nos bombardearon en la terrible emboscada en… Ya no importa, porque todas las guerras son iguales. Las balas fluían a mi lado y les dije a todos los soldados que buscaran a una Lizzie como tú, que la apretaran fuerte contra el pecho y que no cometieran la estupidez de soltarla jamás. Les dije que los ideales duran menos que un aliento humano y cuestan menos que una hamburguesa con queso y huevo. Todos somos jóvenes y sentimos la necesidad de ser idealistas, y no sabemos lo que nos estamos perdiendo hasta que es demasiado tarde. Como este camarero, que esconde todas las dudas en su barba, y finge que sabe qué hacer con ese maldito trapo y ese maldito vaso que ya no trae.
— ¡Muchacho!—de repente alcé la voz y la mujer de cabello blanco se estremeció visiblemente entre las páginas del libro e incluso suspiró — cuando encuentres tiempo para traer otro vaso, trata de traer dos hamburguesas con queso y huevo, tal vez no me hagas morir de aburrimiento esperándote, quién sabe.
Inmediatamente me sentí culpable por aquella escena gratuita; ya no estaba en edad de perder los estribos, ni el equilibrio de las rodillas por la nostalgia. Sacudí los últimos remordimientos de la silla, tratando de ocultar el temblor de mi mano:
— ¿Por qué, Joe? ¿Por qué me dejaste en realidad? Siempre has tenido sueños más grandes que mi cuerpo, lo sé, pero…
No tenía aire de sacar a la luz más reproches, como tampoco me atrevía a darme la vuelta y ver a Joe cansado de arrugas, andrajoso de cicatrices o incluso mutilado. Lo mantenía como la imagen en el medallón del cuello: con una amplia y abierta sonrisa, sin jamás inclinar la cabeza. «Al diablo con la universidad, Lizzie, no necesito las ideas de nadie», «Al diablo con este trabajo de esclavos, Lizzie, como el aire y el agua nunca cuestan; ven a vivir en el bosque con arándanos y setas», «No llores, Lizzie, que el buen Dios no dejó tal belleza en la tierra para verla llorar», «No llores, Lizzie, Liz…»
— No viví mal, Joe, para que lo sepas. No me quejo de la pena. Tenía y le debo a Mike lo suficiente como para no necesitar sentarme en una mesa como esta y pagar incluso más que una hamburguesa con queso y huevo. Mis hijos han estudiado, tienen bellos hogares llenos de amor y estoy orgullosa de ellos—. Mientras defendía mi causa, el sol caía herido sobre el bordillo de la calle, desgarrado por las ruedas de los coches y pisoteado descuidadamente por los transeúntes tardíos. ¿Qué importaba lo que decía, a quién intentaba convencer?
—Para, Lizzie, por favor, para. Lo sé todo, incluso hablé con Mike. Eso es lo que estoy tratando de explicarte en mi última carta, que nunca fue tu culpa—. Joe aseveró y sentí que mi nuca se congelaba—. Por eso estamos aquí, por eso busco tu mirada y si te giraras verías mi mano extendida. Sé por qué llevas ese vestido de flores verdes, como sé que te sabes de memoria el libro que dices estar leyendo. Es Leibniz y era mi favorito, al igual que la música de Johnny Cash que pusiste en el tocadiscos al entrar. Sé por qué lo escuchas a él, o a Patsy Cline, y lloras y también sé que pediste un total de cinco mil doscientas hamburguesas con queso y huevo en este lugar pero nunca las tocaste. Debes perdonarme, pero sobre todo debes perdonarte a ti misma. Siempre te quise, Liz.
Me sorprendió ese alivio que se apoderó de mí, como si por fin hubiera llegado frente a la casa deseada, como si el camino más agotador de mi vida hubiera terminado, como si de repente todo tuviera sentido, incluso la presencia de Joe y por fin logré sentarme en esa maldita silla.
**LA SILLA DE RUEDAS **
John y McEnroe entraron en la morgue del hospital clínico justo cuando el forense, una persona perspicaz, bajita y de pelo cano; bigotuda y con poco sentido del humor, se encontraba a punto de realizar su teoría forense sobre el asesinato. Ya con el análisis de sangre realizado y los órganos internos extraídos y pesados, les señaló con la mano el bote de Vicks Vaporub, y accionó la grabadora de cinta presionando el botón del play…
—Varón afroamericano de 13 años de edad. Cincuenta y un kilos de peso. Uno con cincuenta y cuatro de altura y adolecido de una paraplejia que afecta a los miembros inferiores de su cuerpo. Causa probable de la enfermedad, lesión medular de carácter genético.
El forense abrió una de las bolsas opacas. Los detectives se echaron hacia atrás al ver el contenido y, ni el ungüento nasal los salvó de la pestilencia.
—Odio la comida rápida. Huele a perito fermentado, orín, kétchup y cebolla avinagrada. Qué asco —maldijo John.
El forense continuó con su exposición de los hechos.
—Monstruoso… El cuerpo del niño se haya destrozado y manifiesta numerosas laceraciones y arañazos en los brazos, pies, pecho y manos, probablemente producidos en sus intentos por defenderse. Pobre criatura. A primera vista, abro paréntesis, (se evidencia la causa de la muerte por un traumatismo contundente y repetitivo con la prueba uno, una roca ovalada de 20 cm de largo por 12 de ancho y un peso de 3,5 kilos). El hundimiento de la parte superior de la mandíbula, el hueso nasal, la glabela (espacio entre las cejas), los arcos superciliares y la frente; concuerdan con el tamaño y forma de la prueba.
»El hecho de que no usase las manos para taparse la cabeza durante la agresión, puede deberse a que ya estaba muerto cuando recibió los primeros golpes. Lo demuestra la ausencia de tóxicos en la sangre, que podrían haber anulado su voluntad. De otra manera, no se entiende, toda persona racional lucharía por su vida.
»La víctima no murió en la silla de ruedas. Me remito al hallazgo en la vereda norte del lago, de las pruebas dos, tres y cuatro, de lo que parecen ser un conjunto de herramientas destinadas a la reparación de la silla, una mancha escasa de sangre perteneciente a la víctima en la tierra y un trozo de rama de encina de 5 cm de grosor y 15 de largo. Con toda seguridad, es el arma del crimen. Los restos de encina en el pabellón auditivo y el oído derecho de la víctima, además de la perforación del tímpano, demuestran la causa de la muerte. Probablemente, lo apuñaló por detrás sin ser consciente de ello. Fue rápido e indoloro. Pero esto tan solo fue el lugar de la muerte, el posterior ensañamiento con la prueba uno, se produjo a orillas del lago.
»Hipótesis: Después de su muerte arrastró la silla hasta la orilla. A continuación, el cuerpo ya sin vida, y machacó su cabeza con la roca. La cantidad de sangre encontrada, los ojos que debieron de salir disparados debido a la violencia de los golpes y los trozos de cerebro encontrados, junto con las marcas de arrastre de las ruedas, prueba cinco, evidencian el lugar del ensañamiento. Tras ello, lo subió y lo ató con el cinturón de seguridad. Posteriormente…
McEnroe vomitó, no pudo soportar la descripción de los hechos, sin que se le metiera el relato a modo de imágenes en su cabeza. John, por el contrario, con una visión más clara de lo ocurrido al escuchar al forense, rememoraba pasajes de la biblia en su cabeza e intentaba establecer un punto de partida en la investigación.
—Emitiré un comunicado a otras comisarías por si hubiese casos parecidos y solicitaré la colaboración del FBI.
El forense continuó.
—El agresor concuerda con una persona de gran corpulencia y de peso elevado o fornido. El ensañamiento demuestra cercanía con la víctima, o estamos ante un depredador oscuro y salvaje. De lo cual, Dios nos libre de ello. —añadió santiguándose y apagando la grabadora.
—¿Qué opinas? —le preguntó el doctor a John al quitarse los guantes.
—Creo que el mal, ronda la ciudad por algún motivo, y tiene pinta de que ha llegado para quedarse. Pienso que estamos ante un criminal despiadado y motivado por las oscuras fuerzas del infierno. Si no lo atrapamos rápido, el chico no será la única víctima.
McEnroe abandonó la morgue aun con el estómago revuelto.
—¿Tienes algo más para mí? Pues lo dicho, el mal anda cerca.
—No te preocupes, te lo haré saber —le respondió el doctor tapando el cuerpo del chico.
El doctor Livingstone
Lago Tanganica, Ujiji, Tanzania, 10 de noviembre de 1871.
―David, amigo, tú estar cada luna con pinza más y más ausente. Inquieto hállome.
―No te preocupes por mí, Sarandongo, tú y todo el pueblo makololo habéis hecho todo lo que podíais por Mary y por mí.
―No tener gusto de tal Mary, ¿ser visión de blanquito febril flipingwelu?
―Coño, jefe, es mi esposa, estará departiendo con alguna makolola.
―Lo tuyo ser grave, Livingstone, mujer tuya realizar viaje eterno dos lustros atrás, a ojo de buen cuberanga.
―Qué faena, el Espíritu Santo está abierto a todos lo que lo pidan.
― ¿Ein?
―Cosas mías de creencias profundas. Tengo un hambre canina.
―Perro hoy no estar en menú del día. Conformar con guerrero congolongo plancha, manjar caníbal mollar.
―Oye, una curiosidad, llevo seis años aquí, con vosotros, y no me habéis comido. ¿Acaso no os he resultado apetitoso?
―Pueblo makololo ser sabio en ancestrales nutricionales ciencias. Carne enjuta, vieja y dura como pata Perico, no atraer a guerrero oriundo ujijieño.
―Me siento fatal, no valgo ni como aperitivo para una cena romántica a orillas del lago Victoria.
―Lago llamar Tanganica, no Victoria.
― ¿Qué más da?, visto uno, vistos todos…
―Válgame, cómo estar menda, no arreglar ni Macgiverundu.
―Sarandongo, ¿has visto a aquellos tipos? Tenemos visita.
―Y estar rellenitos, ñam ñam.
―El que parece el líder le pregunta algo a todo el mundo y le dicen que no. ¿Qué diantres querrá saber?
―Comprobar con tu propio mecanismo, aquí llegar flamante barbacoa.
―El doctor Livingstone, supongo.
―Pozí.
― ¡Al fin! Llevo preguntando esto a cada ser humano que me encuentro desde el desierto de Kalahari, pasando por el lago Ngami, haciendo rafting por el río Zambeze, rodeando el lago Bangweulu, hasta llegar a las cataratas Victoria.
―Manía puta con la siesa Victoria. Cascadas llamarse “Humo que truena”.
―Da igual, vista una, vistas todas…
«Británicos simples como asa caldero. Ir calentando agua para festín. Empezar cociendo para ablandamiento de molla. Después, plancha. De primero de gastronomía caníbal».
―Sabias palabras, amigo. ¿Quién eres y para que has hecho un viaje tan estresante? Si no es indiscreción, claro está.
―Soy Henry Morton Stanley y es un gran honor para mí estar en presencia del más afamado médico, explorador, biólogo, geólogo, zoólogo, luchador contra la esclavitud y misionero que ha dado el imperio británico. He atravesado África para llevarte de vuelta a casa.
«Eso será si no se os zampan antes, juás».
―Pues va a ser que no. Prefiero quedarme con los makololos tocando el ukelele con Makelele.
―Tú no estás bien, Livingstone, necesitas tratamiento, te veo muy perjudicado.
―No sé por qué lo dices, estimado Stanley, aparte de mi extrema delgadez, la malaria, la disentería, las hemorragias internas, que estoy teniente, que no veo un pijo, los juanetes y las hemorroides, estoy como nunca, un primor de hombre en la flor de la vida. Y, si me aburro, echo unas parrafadas con Dios y tan agustirrinín.
«Ay, madre, es mucho peor de lo que me dijeron…»
―Pero, ¿qué es lo que te atrae de este lugar infecto?
―Lo que más, la hospitalidad de los makololos. Mira, querido colega, os están preparando una merendola que no se la salta un suajili como obsequio de bienvenida.
―Y qué gusto tan exquisito, todo a base de verduras y frutas…
«Nos ha jodío, les dan un asco que se mueren y las usan para cebar a sus futuros piscolabis, anda que son tontos, juás».
―Sí sí, son auténticos gourmets, no se alimentan de cualquier cosa, no te vayas a creer. Ah, y ofrecen servicio gratuito de lavandería a la piedra. Si os desnudan, no os mosqueéis.
―Todo esto me resulta algo extraño, nos miran y se relamen.
―Es que, por cortesía, primero coméis vosotros y luego ellos y, a estas horas, va haciendo hambre. Es lo que tiene estar todo el santo día matando a otras tribus, que aparte de cansar muchísimo, abre el apetito.
―Qué maravilla, esto no me lo esperaba ni en el mejor de mis sueños. Mira, tenías razón, me están quitando la ropa, qué detallazo.
«Jooooder, éstos no van a esperar ni a cebarlos, se ve que hay buena gusa».
― ¡¡¡Eeeeeehhhhh, que esto está hirviendo, leche…!!!
― ¡¡¡Sarandongo, ve poniendo la barbacoa, que luego se te pasan de cocción y se quedan correosos!!!
― ¿Me vas a decir tú a mí cómo se cocina un explorador rollizo? ¡¡¡Juaaaaás!!!
―Oye, acabas de hablar en un inglés perfecto.
―Nunca te lo he dicho, estudié cocina en la Oxford University y llevo vacilándote todos estos años.
―Acabáramos…
― ¡¡¡Burundungu, ¿cómo va la cena?!!!
― ¡¡¡Al punto, Sarandongo!!!
―Qué hambre, por favor… ♫♪pichíbiri pichíbiri♪♫
―Cómo están las cabezas…
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
MALOS TIEMPOS PARA LA JUSTICIA
¿Es un pájaro? ¿Es un avión?
A esas alturas, cualquiera sabe ya lo que era aquella masa redonda, cuyo aspecto hacía tiempo que había dejado de parecer humano y que iba dejando a su paso una sombra tan extensa que cubría media Metrópolis.
Súper visión, súper fuerza, súper velocidad… y ahora súper barriga. Una nueva peculiaridad a añadir a su lista casi infinita de poderosos poderes: el poder de tragar sin cálculo ni medida. Y es que, siendo sinceros, el bueno de Clark últimamente se había abandonado un poco a su suerte. Los tiempos eran otros, el crimen había caído en picado y ya solo le llamaban para cuatro trabajitos esporádicos. A esto había que añadir su reciente divorcio de Lois, que un día había cogido la puerta, cansada de estar sola en casa mientras él se pasaba el día revoloteando de un lado para otro, como pollo sin cabeza, sin una triste misión que echarse a la boca ni un malo que castigar.
Su sastre no ganaba para disgustos. Cada vez que lo veía cruzar la puerta, por la que ahora apenas cabía, dejaba escapar un suspiro de resignación. Ya había perdido la cuenta de cuántas visitas le había hecho, casi una por semana. Cansado de aumentar más de cinco veces la talla del traje, y viendo que aquello iba cada vez a más, finalmente optó por hacerle uno nuevo de licra elástica, y dejar que ensanchara todo lo que fuera posible. Aquel superhombre, alérgico a la kriptonita, parecía una morcilla, embutido en el enorme disfraz cuya característica más llamativa era la de llevar los calzoncillos rojos por fuera. Por no hablar de la capa, cuyo tamaño ya se asemejaba al de un telón de teatro a punto de comenzar la función.
A media mañana, aburrido de volar sin rumbo, Supermán hizo un alto en el camino para entrar a su cafetería habitual con la sana intención de zamparse unos bollos y un refresco. Una dinámica que ya había cogido por costumbre. Los primeros días los clientes lo miraban con sorpresa. Incluso le pedían un autógrafo y le sacaban alguna foto. Pero al final, a fuerza de habituarse, ya habían dejado de prestarle atención.
Mientras masticaba, pensativo, no dejaba de mirar a través del cristal recordando sus tiempos de apuesto superhéroe, perfectamente peinado y luciendo su brillante caracollillo. Aquellos días en los que todavía podía entrar dentro de la cabina telefónica para transformarse sin quedarse atascado. Los días en los que se divertía calentando a Lex Luthor o se ejercitaba en el levantamiento de coches. Aquella vez que dio veinte veces la vuelta al mundo para hacer retroceder el tiempo y salvar a Lois… Qué lejos habían quedado los setenta.
Finalmente, suspiró y apuró su latita de Super-Cola de un solo trago. Después, salió a la calle, dio dos o tres saltos y con no pocas dificultades se echó a volar con un donut de chocolate en su mano derecha, mientras echaba un ojo a ver qué se cocía por la ciudad, sin dejar de pensar que cualquier día, ya sin falta, empezaría con la dieta.
EFRAÍN DÍAZ
“Para crear un bien es necesario crear un mal, o varios, cosa de mantener el balance”. Frase atribuida a un tal Efraín Díaz
Al principio fue una novedad y como toda novedad, debía de ser bueno. Contra todo pronóstico, abrió el primer restaurante de comida rápida.
Era el año 1902 y los restaurantes se distinguían por la calidad de la comida y el servicio formal. Un almuerzo o una cena tomaba su tiempo. Nada estaba pre-cocinado. Todo se hacía al momento. Era una experiencia de un par de horas.
Entonces Frank Hardart y Joseph Horn decidieron ir contra corriente y abrieron el primer restaurante de comida rápida. Comida pre-hecha y pre-cocinada. Para ello, se valieron de un pequeño local con cocina, donde los cocineros hacían hamburguesas con papas fritas y pollo frito con papas fritas, las envolvían en papel de aluminio, las ponían en vitrinas con control de temperatura para mantenerlas calientes y el comensal echaba un par de monedas, la vitrina abría y escogía el plato.
Toda una novedad y como toda novedad, el éxito fue inmediato. Como no dieron a basto, abrieron más restaurantes, proliferándose por toda la ciudad como una plaga. Los restaurantes tradicionales se preocuparon, pues vieron disminuidas sus ventas. La merma era notable. Eso provocó que hicieran ajustes en el menú y en la cocina, incluyendo platos de rápida cocción para satisfacer los gustos de sus comensales.
Fue tanto el auspicio que recibieron estos restaurantes de comida rápida que así de rápido aparecieron los primeros casos de sobre peso, de aumento en los niveles de colesterol, triglicéridos, alta presión, etc., etc., etc.
Con esto, nació una nueva industria. Las tiendas de ropa para la gente gorda. Pero como llamarles gordos era insultante y humillante, acomodaron el término llamándoles cariñosamente “gente talla plus o gente grande”. Así no tendrían que ponerse a dieta. Podrían seguir engullendo cómida rápida y renovar el ropero cada vez que aumentaran su masa corporal.
Otra industria que floreció fue la industria de la salud, que viendo una oportunidad de aumentar sus ingresos, en vez de abogar por un estilo de comida saludable, comenzaron a inventar medicamentos y tratamientos para los gorditos crónicos.
La industria de la comida rápida crecía como la espuma, mientras hacía crecer la industria médica y el mercado de ropa para gente “plus”.
Entonces vino el contra ataque de los restaurantes tradicionales. Aquellos que continuaban cocinando al momento y con servicio formal. Los que vieron sus ingresos mermados gracias a la nueva industria de crear gordos crónicos. Estos, para sobrevivir, inventaron el término de comida chatarra y se valieron, nuevamente, de la industria médica, que viendo otra oportunidad de aumentar sus ingresos, se unieron a la campaña. También incorporaron los “modelos fashionistas” para crear un nuevo estándar de belleza, con miras a incentivar a la gente a comer saludable y visitar sus restaurantes. Este nuevo estándar de belleza, creado para incentivar a la gente a comer saludable y visitar restaurantes tradicionales, humilló a los gorditos crónicos, que comenzaron a padecer de depresiones emocionales al no poder cumplir con el nuevo estándar. Entonces cogió auge una nueva industria. El psicoanálisis. Los psicólogos hicieron su agosto dividiéndose en dos grupos. Aquellos que brindaban tratamiento psicológico a aquellos que querían cumplir con los nuevos estándares de belleza y aquellos que brindaban tratamiento psicológico a aquellos que querían seguir engullendo cómida chatarra sin tener sentimientos de culpa. Estos profesionales hicieron mucho dinero a cuenta de los nuevos estándares creados por la industria de la comida.
Así comenzó la guerra de las industrias de comida rápida o chatarra, depende como isted quiera llamarlos, que aumentaron los ingresos de la industria médica, de la moda y de la salud mental, siendo los grandes ganadores la industria de mercadeo y promociones y los grandes perdedores, pues nosotros, los consumidores.
El único hecho real en este relato fue la aparición del primer restaurante de comida rápida en el mundo en 1902 creado por Hardart y Horn en la ciudad de New York llamado Automat. El resto es pura especulación de mi mente maquiavélica y torcida de tratar de explicar, a mi modo y manera, como hemos llegado hasta aquí desde mi imaginación, puesa nada de esto son hechos corroborados. Cualquier parecido con alguna realidad, le juro que es pura coincidencia.
EDUARDO VALENZUELA JARA
La tarde acababa sin ninguna nueva aventura que rindiese honores a don Quijote y sin ningún condumio que consolara el estómago de Sancho, a quien las tripas ya empezaban a reclamar a viva voz.
―Perdone mi señor que mi estómago proteste sin mi permiso, pero es que ya no nos queda ninguna provisión en las alforjas y el día ha sido largo y afanoso.
―Pudiera ayudarte yo, amigo Sancho, si es que hubiese traído conmigo alguno de mis libros, porque has de saber que no solo de pan vive el hombre sino que también debe de alimentar su espíritu. Te lo digo porque yo podía pasar varios días sin alimento alguno mientras leía buenos libros.
―Discúlpeme mi señor si es que yo prefiero un trozo de queso antes que alguno de vuestros tesoros, porque no concibo esta vida de pesares sin dar gusto al cuerpo antes que al espíritu.
Y entonces, entre paso y paso de Rocinante y el rucio, se escuchó con sonoridad que la tripa de don Quijote también sonaba.
―Tal parece Sancho que esta vez la naturaleza te concede la razón y ya es tiempo de que comamos algo.
―No se avergüence vuesa merced ―dijo Sancho, tratando de consolar a don Quijote―, que mientras estemos en este mundo debemos echar algo al buche antes de poder alimentar el espíritu.
Entonces, don Quijote detuvo a Rocinante y exclamó:
―¡Mirad Sancho! ¡Que la divinidad ha escuchado nuestras tripas o nuestra conversación y ha puesto allá ante nosotros un castillo donde seguro podremos comer y descansar! Que es bien sabido que los señores de los castillos agasajan a los caballeros cuando reciben su visita.
―¡Ay mi señor! Qué yo no se si es el hambre o el cansancio, pero también le veo. Quiera el buen señor del castillo alimentar también al escudero aunque sea con un chorizo o una longaniza.
―No te preocupes amigo Sancho, que yo exigiré al señor del castillo que compartas los mismos manjares que yo y que no han de ser menos que lomos de cordero asados o cabrito, lechones o gallinas.
Y enfilando su camino hacia el castillo, don Quijote aprovechó de aconsejar a Sancho sobre la buena comida y la buena lectura.
―Has de saber, mi buen amigo Sancho, que un buen libro se asemeja a un manjar refinado y delicado, que demanda tiempo y paciencia para desvelar todas sus virtudes y deleites ocultos.
»Así como un maestro culinario, con destreza insuperable, escoge los ingredientes más exquisitos y los fusiona con paciencia y en armonía, un autor docto elige sus vocablos con esmero y los entreteje con gracia en las páginas de su obra. Cada oración es un elemento singular, aportando su propio sabor y textura a la narrativa que se desenvuelve ante los ojos del lector avizor.
»Similarmente, como un guiso que se cocina a fuego lento, permitiendo que los sabores se amalgamen y transformen en un poema para el paladar, un buen libro se desenvuelve con pausa y compostura. Cada hoja es un bocado que se mastica con templanza, saboreando cada matiz y cada detalle, instaurándose en el fuero interno, tal cual el guiso se posa en el estómago.
»Y así como una cena memorable puede dejarnos con una sensación de satisfacción y regocijo prolongados, un buen libro nos acompaña mucho después que sus últimas palabras han sido leídas. Sus enseñanzas y reflexiones perviven en nuestras mentes, nutriendo nuestras propias cavilaciones y alentando la flama de la imaginación.
»De igual forma alejaos, amado Sancho, de las malas comidas como de los malos escritos. Que os engañan aparentando con sus frituras y sus palabras algo bueno, pero que no alimenta bien ni al cuerpo ni al espíritu.
Y en diciendo esto, don Quijote y Sancho llegaron al castillo.
―Este señor ha de ser muy singular, Sancho, ya que en mis lecturas nunca he sabido de ornamentas como esos enormes arcos amarillos que cruzan este palacio. Mirad sus estandartes rojos que flamean al viento, tienen bordada una letra eme en hilos de oro. Tampoco tiene barbacana, ni puente levadizo y la puerta es muy pequeña para que entren los carruajes y los caballos.
―Buenas tardes ―dijo el mozo de la entrada―. ¿Desea para servirse o llevar?
―¡Deseo ver al señor de este castillo! ― dijo don Quijote.
―¡A ver si os despabiláis! ―dijo Sancho― Anunciad a vuestro señor que lo visita don Quijote de la Mancha, el honorable Caballero de la Triste Figura.
―Disculpe ―dijo el mozo―. No lo puedo ayudar con eso. ¿Desea llevar algo o no?
Don Quijote y Sancho se miraron desconcertados.
―¿Qué nos ofrecéis para llevar? ―dijo Sancho, viendo la oportunidad.
―Tenemos una promoción de dos hamburguesas más patatas fritas, refresco y una cajita sonriente.
Las tripas de don Quijote y Sancho aullaron a la vez, recordándoles que sus cuerpos hablaban más fuerte que sus espíritus. Don Quijote miró a Sancho y asintió con resignación, convencido de que una vez más el encantador Frestón le había jugado una mala pasada.
―Venga, entonces la promoción ―le dijo Sancho al mozo―. ¡Pero agrandad las patatas, y apresuraos que tenemos hambre!
SÁNCHEZ KATA MAR
Bohemio, un espíritu libre apasionado por la música y la vida nocturna, se encontró con una mujer que iluminó su mundo de maneras que nunca había imaginado. Ella se llamaba Seraphina, Cada vez que sus miradas se cruzaban, el tiempo parecía detenerse y solo existían ellos dos, como si el universo conspirara para unir sus almas.
La atracción entre Bohemio y Seraphina era palpable, un magnetismo que trascendía las palabras. Se encontraban en lugares oscuros y escondidos, compartiendo risas y miradas llenas de promesas sutiles. Cada encuentro se volvía más íntimo, como si sus corazones estuvieran bailando una danza secreta que solo ellos comprendían.
Una noche, mientras caminaban juntos después de comer en un sitio de comidas rápidas, Seraphina tomó la mano de Bohemio y lo atrajo hacia sí. La cercanía entre sus cuerpos encendió una chispa de deseo, un fuego que ardía lento, pero con intensidad. Sus labios se encontraron en un beso apasionado, ambas manos fueron danzando con un ritmo desenfrenado sus almas se hicieron una. Bohemio sintió que el mundo se desvanecía a su alrededor, dejando solo espacio para su conexión ardiente.
A medida que su relación avanzaba, Bohemio y Seraphina exploraron el arte de la sensualidad y de locura a través de miradas cargadas de complicidad, roces que enviaban escalofríos eléctricos por sus espinas dorsales y palabras susurradas al oído que encendían la pasión Su amor se manifestaba en pequeños gestos, en caricias suaves y en la manera en que se entendían sin necesidad de hablar.
Sin embargo, la vida es a menudo impredecible. A medida que se entregaban más el uno al otro, Seraphina empezó a mostrar signos de distancia, como si estuviera lidiando con algo que no quería compartir. Bohemio, aunque respetuoso de su privacidad, no podía evitar sentir la inquietud crecer en su interior.
Una noche, cuando Bohemio llegó al lugar donde solían encontrarse, se dio cuenta de que Seraphina no estaba. Preocupado, intentó comunicarse con ella, pero no obtuvo respuesta. Los días pasaron, y la incertidumbre lo carcomía.
Finalmente, Seraphina le envió un mensaje breve pero lleno de emotividad. «Bohemio, esto es difícil para mí, pero necesito alejarme. No es por ti, es por mí. Espero que puedas entenderlo y que encuentres la felicidad que mereces.»
La despedida fue inesperada y dejó a Bohemio en la confusión y el dolor. No sabía qué había sucedido, qué oscuro misterio se ocultaba tras las palabras de Seraphina. Se quedó con una mezcla de emociones, cuestionando lo que habían compartido y preguntándose si algún día volvería a verla.
El final fue un giro inesperado, dejando una marca en su corazón. Bohemio no pudo superar el recuerdo de su amada, se fue ahogando en el alcohol y drogas lentamente, siempre llevó consigo el recuerdo de Seraphina, una pasión que se encendió con fuerza y se extinguió de la misma forma, dejando una incógnita sin resolver. Aprendió a valorar los momentos compartidos, la belleza de la conexión efímera, mantuvo el corazón cerrado, pues no creyó que el amor a menudo sea un enigma que solo el tiempo puede desvelar.
RAÚL LEIVA
Experiencias 2.0
En el restaurante exclusivo del centro, se reservaba siempre un aislado lugar para sus clientes más selectos. En esas mesas se cerraban los más oscuros negocios, se celebraban raros acontecimientos y la privacidad era un sello indiscutido de la firma.
Esa noche los tres empresarios más ricos del país se reunieron a una degustación. Solicitaron un menú exótico y no repararon en gastos. La única condición que pusieron, fue que los mozos fueran ciegos o llevaran un complejo vendaje para no ver lo que sucedía allí.
La cena comenzó con una selección de aperitivos, incluyendo ostras frescas y caviar, acompañados por una botella de champán. Masticaban los manjares con desgano y apenas se miraban entre sí. Los platos apenas fueron tocados y las bebidas eran reemplazadas por otras más costosas a medida que avanzaba la noche. Los tres no pronunciaban palabra, tal vez para no delatar su identidad al personal.
En determinado momento de la noche, les sirvieron un exquisito helado de limón para poder limpiar su paladar y se tomaron una copa de vino blanco. Perfumaron el ambiente con lavanda y jazmín para crear una atmósfera acorde a la complejidad del sabor del plato principal de la noche.
Salieron todos los mozos y entró el dueño del restaurante en persona trayendo una mesa con ruedecillas y sobre ésta, varios platos cubiertos con las clásicas campanas de metal diseñadas para conservar el calor y los aromas de la cocción.
Les deseó buen provecho y cerró las puertas tras de sí para dejar a los comensales liberados a su accionar. Los empresarios se pusieron de pie y buscaron los platos prolijamente numerados. Encontraron diversidad de carnes asadas, costillas en una fina salsa de trufas con hierbas, unas delicadas fetas de un extraño fiambre oscuro sobre un colchón de avellanas y nueces confitadas sazonadas con canela y flambeadas en ron. Los aromas eran una fiesta para los sentidos. Los caballeros perdieron las composturas y comían con las manos dando paso al banquete más pantagruélico que jamás sucedió en esa habitación. Regaron todo con el vino más costoso que tenían en la bodega y finalizaron la comida con una copa de cognac añejado.
Terminaron de cenar y se miraron con un poco de decepción. Limpiaron sus manos con unas toallas húmedas de aromas cítricos y se pusieron los costosos abrigos. Dejaron un cheque en blanco sobre la mesa como acostumbraban a hacerlo cuando celebraban un acuerdo importante. Se fueron por una puerta lateral y en el estacionamiento de despidieron con cierta frialdad. El silencio incómodo fue cortado por el más viejo de los empresarios.
—Realmente no entiendo qué le ven de especial a la comida rápida.
Alzando los hombros, se dirigieron cada uno a su auto para no verse nunca más.
En la habitación donde se desarrolló el banquete, el dueño del restaurante limpió prolijamente la vajilla y en una bolsa grande colocó los restos de comida junto con la cabeza sin vida de Usain Bolt.
ABBY MARSIE ROGOM
ADEMÁS ESTABA HARTA DE LA COMIDA RÁPIDA, Y QUERÍA VER CÓMO SABÍA, PERO…
S OY BUENA PERSONA.
La mató. De pura rabia.
¿Puede una buena persona matar a alguien?
La ira; hay familias que están marcadas por la maldición de la ira.
Otras tienen tendencia a las adicciones. Y esto está determinado genéticamente. Están malditas hasta que alguien de la familia rompa la maldición, consciente o inconscientemente; Puede que tengan que pasar tres generaciones.
En algún pasaje de la biblia se dice: «y los maldeciré hasta la tercera y la cuarta generación».
¿Será por algún pecado que alguien ha cometido, metiendo al resto de la familia en una espiral de purga a través de su ascendencia?
Un pecado debe ser aquello que haces con la conciencia de saber, o más bien de sentir, que está mal.
Ésas son las verdaderas tentaciones contra las que hemos de luchar.
¿Serán los pecados tentaciones?
Tentación, pecado, vencer sobre ello. Éso nos hace evolucionar, ascender; lo contrario sucumbir, descender. Hacerte lento, material y energéticamente pesado, negativo .
¿Has oído hablar de las constelaciones familiares?
Quizá nos vayamos reencarnado en el mismo núcleo familiar hasta que, como familia, nos limpiemos de nuestra carga adquirida y podamos dejar el bucle de repetición.
Pues en la familia decían que un bisabuelo mató a dos personas en una pelea de lindes…
Tenía tanta ira acumulada …
Hay diferentes tipos de asesinos.
La víctima o víctimas mueren igual, por lo que éstas cuestiones teóricas deben de importarle una mierda a la familia de los asesinados, y mucho menos la catalogación del tipo de crimen. Pero es cierto que no es lo mismo una persona que mata en un arrebato y no vuelve a hacerlo nunca, que otra que planea los detalles, el cómo y el cuándo y qué hacer después con el cuerpo. Se supone que éstos son más malvados. Yo no. Yo acabé sacándola poco a poco de las veintiséis bolsitas en las que la metí. Pero no lo planeé.
Y aún así, pueden ocurrir cosas ( la mente humana es fascinante )
Alguien se ha podido enredar a tal punto que ha acabado descuartizando a la víctima. Tenía que deshacerse de ella. Después pensó que lo mejor era comérsela. Y eso hizo. Eso hice.
Cabía bien en el congelador grande. Y me la comí.Tiré la cabeza a la basura.
¿Cómo la maté ?
La lancé escaleras abajo, con tanta fuerza que la hice volar. Cayó casi al final, rebotando y partiéndose algunos huesos. Aterrizó de cabeza, partiéndosela también. Más desagradable que el sonido de los huesos al romperse fue la imagen del cuerpo en el suelo, en esa posición tan desordenada, con esos ángulos extraños de la pierna partida. Y Me molestó la visión de la sangre manchando mi suelo.
Pero no soy mala persona.
Me traicionaron los celos; no quería ir a la cárcel y siempre me pregunté cómo sabría la carne humana.
Pero no soy mala persona.
IVONNE CORONADO
Un nuevo desafío
Eugenia, cada vez al salir a sus citas médicas, se prometía no caer en la tentación de almorzar una hamburguesa y papas fritas, acompañadas, por supuesto, con una Coca- Cola bien fría, y terminaba cediendo a la tentación.
Luego se sentía culpable de contribuir a seguir subiendo de peso.
Qué hacer? Se abstenía lo más que podía, pero cuando iba al hospital en ayunas y salía tarde, se permitía siempre una escapada al McDonalds, o iba a la cafetería del hospital, donde supuestamente servirían solo platos nutritivos y bajos en calorías, pero no era el caso.
En su casa no habían bolsas de chips, ni bombones, ni pastel, ni helado para ella, pero cuando venían las invitaciones de la familia, invariablemente había un gran plato con churritos de queso, papitas, y otras delicias, al alcance de todos.
Se decía: «Solo unos cuantos» – y terminaba tomando más de la cuenta… y seguía engordando! La culpabilidad no la dejaba tranquila, ni las quejas de estómago…porque además, la comida rápida siempre le dio problemas.
Cómo envidiaba a su esposo, cada noche con su porción de helado de chocolate y una de pastel, sin aumentar un solo gramo,
pero era honesta, y sabía que él no se servía tanto como ella, que él comía más ensaladas y verduras, y algo más importante, salía tres veces a caminar, además de hacer media hora de ejercicios aeróbicos, a los que no siempre se unía, pero iba con él a caminar al menos una vez al día.
En la semana, Eugenia no tomaba postre después de cena, cenaban temprano, a las cinco de la tarde. A las ocho de la noche su esposo tomaba una portión de helado y la mitad de una galleta o un pedazo de pastel, y no aumentaba un gramo.
No es que ella estuviera muy pasada de peso, pero a su edad ya no quemaba igual número de calorías como cuando era joven, y temía pasar pronto de una talla diez a una talla superior.
En su juventud había sido una joven rellenita, aunque se acordaba del chico de enfrente de su casa, quien le dijo: Eugenia, gordita o no, debo decirte que eres muy bonita. Ese comentario amable la hizo sentir bien, pero no lo suficiente.
En ese tiempo, se sentía muy mal al lado de sus primas, esbeltas señoritas, siempre rodeada de admiradores.
Su mayor humillación fue cuando su prima Rosamaría, le regaló uno de sus vestidos, le dijo se lo midiera. Eugenia era baja de estatura, su prima alta, y el vestido extensible. Se lo midió ante el espejo, el color, azul oscuro, la favorecía, se sintió bonita…unos segundos antes que su tía hiciera el comentario a Rosamaría: Hija, mira como se le ve a tu prima! Imagina cómo se te ve a ti! – y entonces se le derrumbó la ilusión de verse bastante bien. Estar pasada de peso, la hacía sentirse el patito feo de la familia.
Desde ese día, buscó consejos para adelgazar, cambió sus hábitos alimenticios, hizo mucha gimnasia. Sus comidas favoritas eran el pan dulce, los platanitos fritos, los tamales, las papas fritas y los dulces tradicionales de Guatemala. Se sintió ligera cuando de talla 18 bajó a talla 8. Sus jaquecas constantes la dejaron respirar un tiempo, y se enamoró.
Hoy, retirada, sus actividades eran menos. Se quedó pensativa frente al espejo, y decidió una vez más, que no se dejaría vencer.
Sus piernas le dolían, una angina de pecho no le permitía caminar muy de prisa. Buscó alternativas, seguiría caminando, haría yoga en la silla, e iría a nadar a la piscina cerca de la residencia para mayores, donde ahora vivía.
Se fue a preparar la cena, y esa noche, sorprendió a su esposo, diciéndole: Esta noche tendrás compañía para ir a dar una vuelta a la manzana.
SERVANDO CLEMENS
La dieta
El año nuevo inició con nuevos bríos e ilusiones, entonces era indispensable bajar de peso y dejar el alcohol. El médico me había advertido repetidamente que mi salud no era un juego, que los treinta kilos extras ponían en riesgo mi vida.
El día que retorné a la oficina, después de unas merecidas vacaciones, me tocaba cubrir horas extras. Tenía dos días a dieta y las tripas ya me exigían algo de grasa o de azúcar. La máquina expendedora de golosinas estaba descompuesta para mi buena, o mala suerte. Justamente a las ocho de la noche registré la hora de salida. Subí al coche y me interné en las calles de la ciudad. Conducía mientras revisaba Facebook en mi teléfono. Tenía varias notificaciones para darle me gusta a sitios que vendían comida chatarra. No aguantaba el hambre, no podía vivir solamente de ensaladas, pero soporté la tentación con estoicismo. En casa me esperaba una taza de yogurt con frutos secos para la cena. Casi lo lograba mi cometido; sin embargo, al llegar a casa descubrí que enfrente acababan de inaugurar un lugar donde vendían hamburguesas y malteadas. Descendí del automóvil y me disponía a entrar a mi departamento, pero en ese momento me habló una señora con voz hipnótica:
—Joven, tenemos descuento en el combo de una hamburguesa con papas fritas y una Coca-Cola de medio litro.
Fui vencido por la comida chatarra. Caminé como un imbécil y me senté en una de las sillas del establecimiento.
—¿Qué le damos? —preguntó la señora.
—Una hamburguesa, pero con una Coca-Cola light… es que estoy a dieta.
—A la orden. En quince minutos sale su pedido.
En la mesa de enseguida esperaba un sujeto con impaciencia, supongo que tendría unos treinta años a lo mucho. El hombre debía pesar más de ciento sesenta kilos. Usaba bermudas dejando ver sus piernas hinchadas y varicosas. El pobre hombre sudaba a mares y respiraba con dificultades. Mientras el sujeto esperaba, absorbía una malteada de un litro. Por un momento me sentí tentado a largarme.
—Listo su pedido, señor.
El hombre se levantó con dificultades y fue por su hamburguesa arrastrando los pies.
—¡Se ve riquísima! —exclamó el tipo.
El hombre se apoltronó en la silla de plástico y las cuatro patas de esta casi ceden ante aquel peso. Abrió su hamburguesa y comenzó a echarle sal y más aderezos. La carne estaba desbordante de grasa. Las papas brillaban por el exceso de aceite y sal.
—Provecho —le dije al hombre.
El tipo me ignoró y devoró su hamburguesa.
Será mejor irme a casa, pensé. Me puse de pie para marcharme. Un nuevo comienzo en mi vida me esperaba y no quería rendirme tan fácilmente.
—Joven —dijo la señora—, listo su pedido.
Fui por la hamburguesa pensando en guardarla para después, o tal vez regalarla a un vecino o dársela al perro. No obstante, cambié de opinión rotundamente al ver esa carne jugosa, esos panes con ajonjolí, el queso amarillo derretido, esa grasa exuberante y ese refresco con hielos. Me senté a un lado del hombre gordo y comí con placer.
—¡Esta buenísima! —recalcó el hombre.
—De lo mejor —respondí.
Mañana seguiré con la dieta, siempre habrá otra oportunidad para comenzar de nuevo, me dije mientras bebía mi Coca-Cola light.
GAIA ORBE
Como
Llevo caminando unas horas en la tierra de la gran nube blanca, negros suelos de cenizas volcánicas. Oscura es la cuesta tapizada en verde. El tiempo de volver a empezar se escapa de mis manos frías como el viento que golpea en la isla.
Murmullo en el aire de mi propio eco, la avalancha de los recuerdos sin nombre. Antes de llegar a la parte alta del parque, mi hambre por ellos azota en la panza. Me detengo en la ventana de comida rápida: fish and chips envuelto en papel de diario como lo vendían en la época victoriana.
Cruzo los rosales llorones en aro, arcada dorada plena en flores quietas. Amores que extraño trepan por la pérgola. Son cinco mil rosas parterres de otoño. Las hay floribundas, fragantes híbridas de té. Floración de albas en ollas y tinas, como las de un patio de bella niñez.
Son cientos de especies venidas de lejos: musgosas, bourbones, damascos, las gallias. Visto en el camino gamas de colores. Detrás de la escena el puerto me llama. Junto al Pohutukawa que habita en el risco, carmesí suspiro la sangre del rojo guerrero. Corro por la senda como flor salvaje dispuesta a partir.
EVA AVIA TORIBIO
Comida rápida
—Ya estoy lista, hija -cogiendo mi bolso.
—¿Estás segura, de ir a trabajar ahí? -acomodándome el cabello, con sus largos y delgados dedos.
—Sí, cariño. Solo es trabajo y me hago mayor. No tengo muchas opciones -asintiendo con todo mi cuerpo.
—Pero, mamá. Yo puedo trabajar…-mirándome tristemente.
—No, tú tienes que estudiar. Te prometo que estaré bien. Te quiero -dándole un gran beso.
—Yo más.
Salgo de mi casa, dirección a mi nuevo puesto de trabajo, dispuesta a comerme el mundo, hablando metafóricamente. No es precisamente un lugar soñado para mí, pero el trabajo es solo eso, trabajo.
Una hora después.
Me armo de valor y entro por la puerta del servicio, que está en la parte trasera del edificio. Desde aquí ya se pueden percibir los distintos aromas que salen desde la cocina. Sabía por algunas personas que habían visitado el hotel para algún evento, que no faltaba detalle, pero me he quedado sorprendida.
Continúo adentrándome en este inmenso edificio y a mi paso voy encontrándome distintos salones, a cuál más bonito, ambientados con distintas temáticas y dotados de todo lo necesario para dar un correcto y placentero servicio a los clientes.
—Ya está aquí, me llamo Miki y aquí le dejo su uniforme. Este es el menú que tenemos en la carta. Solo una condición, nunca debe de salir de esta zona.
Observo mi lugar de trabajo, mientras espero nerviosa a mi primer servicio, no se si voy a ser capaz. Aquí hay utensilios que jamás en mi vida había visto. Leo el menú en el que pone: La tengo morcillona; Chichi a la sidra; La puntita nada más; Mucho requesón; Los pechos de la Loles; Hasta los huevos.
—¡Eyy! ¿Estás bien? -me dice una de mis compañeras.
—Estoy un poquito nerviosa, hace mucho tiempo que no me dedico a esto.
—Lo harás bien. Te queda muy bien el uniforme. Eres una mujer muy hermosa, con la edad que nos han dicho que tienes. ¿Preparada?
—¡Sí! -mientras tomo contacto con mis herramientas.
Entra Miki dando un empujón a la puerta.
—¡Equipo, está todo petado! ¡Marchadme rápidamente; siete Hasta los huevos, dos de Los pechos de la Loles, cuatro de Chichi a la sidra y uno de La puntita nada más! ¡¿Oído?!
—¿Alguien me puede explicar que son Hasta los huevos?
—Pues unos huevos con jamón, de toda la vida ¡ja, ja, ja! -salta uno de los chicos.
—¡Joder con el menú! -contesto yo sin remedio-. —Ya no saben como innovar.
—¡Vamos novata, espabila que es para hoy!
—Sí, sr. Miki.
Besos, La Incondicional.
GRACIELA PELLAZA
«Hasta aquí me ha traído el intento; el fortalecido intento.
Parada enfrente de la fritadora, me asombra la cantidad de aceite. Las papas premoldeadas caben en el canasto de acero, creo que no son más de sesenta; voy a contarlas una de esas noches de pocos clientes.
Hoy me tocó este sector, chisporrotea el aceite, y en el chistido pienso en vos vieja. Los bastones de papa se hunden, y ya no se quejan. Subo y bajo, casi sin salpicar. Estoy haciendo mi parte me dije, y no se rían… pero me sentí importante. La escalera es alta, pero ya estoy en el otro peldaño.
Era eso o nada, me dije.
Imprimí una pila de papeles con todas mis aspiraciones, con los datos a estrenar, nunca habia trabajado. Eramos pocos en casa, pero todos estábamos a la hora de la comida y todos usábamos champú y el dentífrico se vaciaba. Menuda lista para la vieja, que se le pasaban los años pero nunca una queja.
Era eso o quedarse mirando el techo chequeando las chapas. Y en el mientras tanto suena el despertador y los mellizos se van a la escuela.
– ¡Mamá! deja las tazas, yo las lavo, anda tranquila que haré lo que haga falta, todo lo que haga falta.
¿Y Falta?… falta hace rato que vive en su cajita, yo la veo cuando la saca del ropero y suma y resta; jamás multiplica. Falta; hace meses que anda dando vuelta por la pieza. Falta; no le deja cerrar los ojos cuando los mellizos le piden las pinturas que perdieron, o las hojas que se acaban.
Falta, le hace sombra.
A ella…justo a ella que sale tan temprano que es de noche y llega cuando nos toca la cena.
Cuando abre la puerta entendemos los tres, porque la vida es buena.
-¿Te anotaste pa? Se te va a pasar el tiempo. ¿Cuánto de lejos esta la facultad?
Y yo…le cuento mentiras piadosas, y me voy a patear todas las veredas donde me dicen los vecinos que puede haber un puesto.
Y acá estoy, donde me trajo la suerte, ya me frite como sesenta combos. No son muchas horas, y quien te dice, puedo anotarme de noche en dos materias.
¡Vamos bien!
¡Parece duro, pero vamos bien!
Hoy los cuatro…
¡De cena! ¡Hamburguesas!
PARTICIPANTE ANÓNIMO
A mí mente llegaban las salpicaduras de los desaires y traiciones sufridas, a pesar del filtro que mi psique había instalado. Todo ello se coaligaba para formar una autoderrota más que evidente.
-¿Cómo puede existir tan poca claridad de discernimiento sensorial en la sociedad en general?-
-¿Será la alimentación? ¿Será que mi genialidad está por encima del gusto ramplón del vulgo y de la rancia aristocracia?-
Todos esos pensamientos me salían en voz alta cada vez que contemplaba la desolada imagen de mis recibos de ventas. Tenía el mejor surtido de comida casera que podría imaginarse, y sin embargo, hamburgueserías, pizzerías, sitios de bocadillos, chinos, kebabs y todos esos abominables locales de comida rápida, insustancial y no nutritiva, triplicaban o cuadruplicaban mis pedidos. No me quedaba otra opción que la de cerrar; bajar la persiana; chapar.
-¿Qué haré ahora? Siempre se me ha dado bien escribir historias, incluso toco algún instrumento. ¿Por qué no? Seguro que en el mundo de la cultura y el arte es distinto, ahí si que sabrán diferenciar » el pan artesanal de las baguettes», supongo, lo voy a intentar.
MANUELA CÁMARA
De todas las cosas que había por elegir, opté de forma inconsciente, por la hamburguesa de moda anunciada en televisión, doble de carne, queso fundido y patatas descongeladas. Una vez sentada en la mesa, tomé dos capsulas del bloqueante de grasas recetado por mi médico. Y empecé mi almuerzo. No fue su sabor grasoso, ni su textura suave lo que me sorprendió, sino la profunda verdad que esconde. Es más barato una hamburguesa con todos sus acompañamientos, que doscientos gramos de almendras naturales, razón por la cual, la comida rápida está unida a menor poder adquisitivo. Es más rápida una pizza ultraprocesada que un guiso artesano. Y me dio por pensar en lo sujetos y manipulables que somos. Estaba consumiendo comida basura en un mundo que parecía estar inmerso en un mar de desechos.
Mi vida como la de tantos, se ha ido acomodando a la facilidad y a la conveniencia y, lo rápido y barato, se ha convertido en una capsula donde se concentra toda una forma de vivir. ¿Por qué molestarse en cocinar una comida nutritiva cuando se puede preparar algo listo en cuestión de minutos? Mientras saboreaba cada bocado, me di cuenta de que mi elección alimentaria solo era una manifestación del entorno en el que me encontraba.
La televisión emite continuos programas vacíos y sin sentido y noticias recocidas. Entre las redes sociales impera la brevedad, concentrada en cien dosis de antivacio por minuto, lanzando como máquinas de hacer nieve, contenidos absurdos y superficiales. Los programas de debate se han convertido en una guerra de palabras en torno a ideas remostecidas y pobres, de las que es imposible extraer nada nuevo, menos, si son soluciones. El arte, se ha perdido en una vorágine de contenidos efímeros, a los que ni sus propios autores les encuentran el significado. Nadamos en un océano de deshechos culturales y mi comida basura, solo era una extensión palpable de esa realidad.
Mientras daba otro bocado, recordé una época en la que me sumergía en novelas profundas y poesía liberadora. Pero con el tiempo me fui acostumbrado a llegar a consumir productos invaluables levantados sobre las alas del marqueting; me ví atrapada por los folletos de viajes, esos que después de la pandemia se han vuelto alocados y desconocidos destinos, donde la gente va a desconectar, ¿desconectar de qué, si el mundo lo llevamos dentro?, ¿dónde está ese deseo de conocer un lugar, investigar sobre él, conocer el arte, la gastronomía, pasajes, en definitiva, cosas que deseas aprender y experimentar?
Pues yo, con el tiempo, me había vuelto cómplice del consumismo rápido, tanto en lo que comía, como en lo que absolvía mentalmente, había aprendido a patinar sobre la capa grasosa y superficial que esconde lo esencial y nos convierte a nosotros en el producto.
Miré a mi alrededor tomando conciencia de la cantidad de personas que estaban atrapadas como yo. Y me pregunté si este era el destino inevitable de nuestra sociedad moderna ¿Estamos destinados a morir a manos de la basura que nosotros mismos hemos creado?
Terminé el almuerzo consciente de que era la hora de un cambio profundo, organizado y definitivo. El mundo no es solo un mundo de basura, es un lienzo blanco donde elegimos qué hacer y qué crear.
Y aunque desde ahora tenga que seguir viviendo entre el ruido de la basura, mi perspectiva ha cambiado 360º. Tal vez dar este paso hacia lo sano y natural pueda despertar también a otros. Entre todos podríamos transformar este mundo de basuras en lo más hermoso que hemos imaginado. Ahora que se queman los bosques, que está desapareciendo el plancton de las aguas, que el aire está lleno de micropartículas de plásticos, que los montes se consumen y el hielo se funde, se hace urgente la elección consciente de cambiar, de rechazar lo trivial y no nutritivo y abrazar lo sustancial. Dejar de tragarnos todo lo que nos echan como animales enjaulados en las formas mentales que han diseñado para nosotros, y detenernos, reflexionar, mirar alrededor y decidir.
Yo abrigo destellos preciosos de futuro luchando por lo natural para el ser humano, por la vida animal y la naturaleza. Abandero frases como “Vive natural, vive mejor” o “La naturaleza es nuestra aliada, no nuestra enemiga” y “Salud para ti, salud para el planeta”
Y tú, ¿te atreves a mirar y ver? ¿qué frase aportas para un hombre y un mundo sano?
DAVID DURA
Cuando el comisario Vallejo aporreaba la puerta al grito de policía, mis músculos maxilares trabajaron a máxima potencia.
El último puchero contenía la parte que más asco me daba, su cabeza.
Sabía recetas de cabeza de cordero al horno y brasa, pero era duro de sesera.
La carne dura cuanto más la cocinas mejor.
La cara dura cuanto más lejos mejor.
Mientras respondía a las preguntas sobre la desaparición de Mario, el palillo de mis labios jugueteo con un empaste dental clavado en una de mis muelas.
No pude contener la risa pensando en lo miedoso que era para el dentista.
Tampoco pude contener el erupto después de una comida a la carrera con la policía pisando mis talones, con lo mal que bailaba, le hubiera hecho gracia.
Al comisario, que también le gustaba comer del chino le entró hambre, ya sea por el olor de mi erupto o de la minifalda.
Matar me pone cachonda y eso se huele.
Que rápida pasa la vida cuando de comer hablamos.
El internet azul no dice nada de receta al comisario. Alguna sugerencia en el grupo?.
ARITZ SANCHO MAURI
Extraño la luz de tus ojos. Tan pura, tan intensa y con tanto cacao y naranja que a veces me amarga. Esto que nos recorre por el estómago no es la comida rápida que compramos en bandejas para no esperar; son mariposas, quizás haya que esperar la cola para que los abras, te entre luz y despiertes a tiempo. Abandones el letargo en el que tu ilusión te hace sentirte una princesa con muchos pretendientes, que nadie puede construir tu sueño de ser reina. Espero que no te des cuenta tarde de que quizás la espera está doliendo, abriendo otras heridas que no sanaron. Cómo en toda buena norma siempre existe la excepción que confirma la regla. Porque no quiero despertar sin derretirme por el chocolate de tus ojos. ¡Despierta! Te espero antes de que me duerma.
CARMELA GIMÉNEZ
Eran las 4:00 de la tarde cuando salí de mi trabajo apresurada, angustiada, decidí utilizar el tren, era más rápido! Para poder llegar a casa lo antes posible _ Durante el camino mi mente se trasladó, imaginaba estar en casa cocinando; preparando una rika cena, que prepararé? Organizaré la mesa? Recordé estoy sola! Preparé comida de cafetería _ total! Se aproxima la noche debo descansar para trabajar al siguiente día! Prometí ya no más comida chatarra comprendo que este tipo de alimentación está dañando mi salud_ La ansiedad es muy fuerte, me domina el pensamiento; es mi estómago el que exige y mi delirio una hamburguesa con bastante salsa, que riko! Se ha convertido en una obsesión para mí; total quién trabaja soy yo.
MARÍA-JOSÉ DOMÍNGUEZ
LA SED DE LOS LIBROS
De niña, Ele ganó, con tres niños más de muy distintos puntos de España, un concurso de poemas organizado por una conocida y ochentera hamburguesería de comida rápida, cuyo premio fue una preciosa miniatura en forma de refresco que llamaron “Sed de los libros”. A los cuatro niños se les entregó el mismo premio. Ella guardó allí la llavecita de su diario, cuyas hojas se rompían y se hacían imposibles de leer, si lo intentaban abrir sin usarla. A ese diario le confió toda su dulce intimidad…La muerte de papá, la soledad de mamá, su depresión, su propio aislamiento sin querer atormentarla con sus problemas, su amor al que veía cada sábado en ese local de comida rápida…y también aquella pesadilla en forma de furgoneta que la seguía cada día a la salida del colegio; la matrícula, el color, el aspecto del conductor, el modelo, lo que ponía por fuera…Junto a su diario, colocó una notita que rezaba: “la llave está en la sed de los libros”. Un día Ele desapareció y la policía jamás encontró la llave que abría aquel diario que, seguramente daba muchas pistas sobre la misteriosa evaporación de la adolescente. Su madre no tocó su habitación…El caso se cerró años después, como tantos otros muchos…
En 2019 Víctor, cerca de los cincuenta, y recién llegado a aquella comisaría desde una ciudad de la otra punta de España, deseando olvidar un pasado amargo, descubre la foto de una chica que le resulta familiar. Algo se le ilumina dentro del corazón, un local de comida rápida con sus amigos, un recuerdo dulce, poemas… Su superior le advierte: “ese caso está más que cerrado, la famosa llave en la sed de los libros, si quieres bucear en él, por favor, en tu tiempo libre, hay mucho que hacer y tampoco sabemos si era cierto lo de la llave de la chica desaparecida”. ¿La sed de los libros? Víctor decidió que mañana mismo llamaría a la madre de Ele para registrar su habitación nuevamente. No la molestaría mucho y podría hacerlo en su tiempo libre ya que sabía dónde buscar esa llave. Sólo tendría que localizar entre las cosas de Ele una miniatura similar a la que él guardaba en su habitación, el premio de aquel concurso que ganó, con un poema llamado justicia que le llevó a ser policía de mayor. Víctor era otro de esos cuatro niños…
GUILLERMO ARQUILLOS LLERA
LORENA Y HERVÁS
—Esta noche, para ir terminando, te voy a hablar a ti, Jacinto. A Jacinto y a todo el que quiera oírme, como siempre; las sorpresas las voy a dejar para el final.
Lorena hace un gesto con la mano en el aire y parece que los dedos quieren salir volando. Inmediatamente, Hervás pone algo de música.
Lorena tose y se aclara la garganta.
—Mira, Jacinto, querido. Es muy fácil hacer una receta sana y sencilla con los ingredientes que me has dicho. Tienes cientos en mi página web. Usa el buscador, mezcla, imagina, inventa posibilidades tú mismo, ya verás. Te va a resultar divertido.
Más música. El técnico, con una sonrisa, hace el gesto de meterse los dedos en la boca para provocarse el vómito y Lorena sonríe.
—A Hervás le encantan mis recetas, porque ya está chupándose los dedos. ¿Verdad Hervás?
El joven técnico es un poco payaso. Ahora, con una enorme sonrisa, finge que se clava un puñal en el pecho, inclina la cabeza y saca la lengua, como si estuviera dando el último aliento. Es cómico verlo hacer bobadas con sus auriculares enormes.
En antena se cuelan unas risas.
—Y ahora llega la sorpresa final, queridos todos. Os doy el anuncio sin anestesia, de golpe: ¿sabéis?, este es mi último programa. Después de quince años acompañando vuestras noches, hoy os voy a dejar.
De nuevo vuela la mano derecha de Lorena y Hervás pone música. Cuando baja el volumen, la periodista continúa:
—Es duro para mí reconocerlo, pero tengo que deciros que en el último EGM hemos perdido un setenta por ciento de audiencia y los anunciantes ya no consideran rentable aparecer en el programa.
A Lorena le sudan las manos. Una lágrima le rueda por una de sus abultadas mejillas. Los anuncios que quedan para hoy son los de McDonald’s, Burger King y KFC. La emisora se ha empeñado en ponerlos esta última noche. Son un castigo.
Lorena alarga la mano y se toma un trozo de pizza. Es una enorme pizza familiar cuatro quesos que se va comiendo durante la emisión, como cada noche desde hace años.
Lorena está arrepentida de consumir tanta comida rápida. Un día vio en Internet a un coreano que engullía una enorme cantidad de esa basura y ella, la conductora del programa de comida sana más famoso del país, se dijo que podía repetir aquella “hazaña” con facilidad.
La noche siguiente se puso a prueba y fue el comienzo de su esclavitud. Repitió la estupidez del coreano y se grabó mientras se comía una barbaridad de comida rápida. Durante los días siguientes, siguió con las pizzas, las alitas, las hamburguesas, las patatas fritas, las toneladas de azúcar de la Coca-Cola. Aunque en antena siempre explicaba recetas de lechuga y verdura, al llegar a casa se atiborraba de perritos calientes y cerveza. Empezó a engordar y se quedó sin ropa que ponerse. Ganó treinta kilos en pocos meses.
Una noche, Lorena decidió pedir una pizza para compartirla con Hervás durante el programa. En aquel momento comprendió que nunca podría dejar aquellas sabrosas porquerías, como ella las llamaba, porque estaba enganchada como si fueran drogas.
Un mes más tarde, cuando recogía su pedido en el MacAuto, alguien la vio y le hizo una foto. Acabó siendo viral y la imagen de Lorena llegó a aparecer en los telediarios. La llamaron “la estafadora de la comida sana”.
—¿Dónde vas a ir ahora, chica? —le pregunta Hervás.
Pero Lorena lo tiene claro: se ha apuntado a una asociación de adictos a la comida basura que ha encontrado. Una asociación como la de los alcohólicos anónimos, donde la gente se ayuda a superar su esclavitud. La comida rápida es una especie de droga que crea adicción a mucha gente.
Cuando Lorena se va, entre lágrimas y abrazos, Hervás se queda solo en el control de sonido. Mira hacia un lado, mira hacia el otro, y termina llamando para que le traigan, sólo para él, una grasienta pizza familiar de carne picada y aceitunas negras con doble de queso.
En poco tiempo, Hervás ha engordado veinte kilos.
Mis votos para:
– Dil Darah
– Raúl Leiva
Graciela Pellazza
Pedro Antonio Cruz
Servando Clemens
Eva Ava Toribio
Mi Voto: Raquel Lopez y Raul Leiva
Gracias
Buenas noches. Esta semana tengo dudas. Tanta comida me lía jajajaj. Besos.
Raúl Leiva
Ivonne Coronado
Alfonso Pacheco
Voto:
GAIA ORBE
Mi voto:
Miguel Ángel González
David Dura
Aritz Sancho Mauri
Gaia Orbe
Muchas gracias
Mi voto va para:
JOSE ARMANDO BARCELONA
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
DIL DARAH
RAÚL LEIVA
Por el sentido del humor: Armando, Pedro Antonio y Eduardo Valenzuela. Felicidades a todas las participaciones.
Mis votos esta semana son:
Tali Rosu
Pedro A. López Cruz
Guillermo Arquillos
María José Domínguez
¡Felicidades a todos los participantes!
Apapachos y flores.