Magia – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «magia». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 3 de marzo! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

La comitiva avanzaba lentamente, pero con paso firme, internándose en el bosque sagrado del reino de Ortauc Sajoh. Al frente iban las guardianas. Lid e Ilat de los dos cultos que se practicaban y que simbolizaban la unidad del cielo con la tierra, los cultos de Sacer y Dotisa. En medio de ellas, un paso por detrás iba el gran sacerdote del crepúsculo matutino Monroe. En el centro de la comitiva, orgullosa y reluciente iba la Gran Dama Plateada, en un palio dorado a hombros de los doce porteadores uno por cada tribu de la colina. Seguían a la gran Dama, todas las demás personalidades del reino, representando a todos los estamentos.
La luna estaba en su máximo apogeo, reluciente, señorial, rodeada por un séquito de estrellas que ensalzaban su majestuosidad todavía más.
La comitiva enfiló una gran avenida bordeada por robles milenarios que desembocaba en un claro, donde una alfombra de un verde espectacular, de hierba que brotaba del suelo, llevaba directo a un pulpito de piedra. El pulpito tenía a los lados, plantadas, Begoñas e Irenias y estaba cubierto por una gran Parra. La comitiva se detuvo y se encaminaron hacia la gran parra, donde descolgando un racimo de uvas de la verdad, se lo pasaban de unos a otras y de otras a unos, para que cada cual degustase una uva que los protegería en esa noche especial.
Era la noche de San Trébol, que se daba una vez cada 50 años y dónde únicamente se podía expulsar por completo al mal del reino. Se habían reunido allí con la finalidad de expulsar al pérfido señor oscuro que se había asentado en las entrañas del reino sembrando el caos por doquier.
Estaban allí todas las personas que tenían algun poder mágico en el reino. La sibila Zurc Iram, le entrego el pergamino con la plegaria original, escrita en tiempos que se pierden en la memoria, a la Gran Dama Plateada, quien lo leyó en voz baja, en una lengua que solo conocía ella, dando comienzo a la ceremonia. Acto seguido los porteadores entregaron una hoja de papel, con un conjuro escrito a los miembros del concilio. La voz de la Gran Dama se alzó poderosa. Estamos aquí reunidos, en esta noche purificadora, para expulsar al gran mal, cuando Ganimedes entre en conjunción con Ummo, recitaremos el conjuro todos a una., si hay alguna duda ahora es el momento. ¡Qué se adelante el Gran Concilio Verde!
Ay el Papa Heredia, representante de las doce tribus – dijo el gran patriarca adelantándose para ponerse en su lugar del círculo que había dibujado en el suelo.
Orruc, sumo sacerdote de la vía del Tai – añadío el segundo miembro.
Pamela Rose, de la hermandad nupcial- habló una dama mientras se ponía en su lugar.
Gaia, gran hechicera gaucha, reencarnación de la madre tierra.
Lid Harad, guardiana del culto a Sacer.
Ilat, guardiana del culto a Dotisa.
Ioanescu, gran sibila de los Cárpatos- concluyó la última en completar el círculo.
Acto seguido la gran dama ocupó el centro del círculo, justamente en el púlpito de piedra.
Al cabo de unos instantes hubo una especie de resplandor indicando que Ganimedes y Ummo se habían conjuntado, y el Gran Concilio Verde empezó a recitar el conjuro.
Y se requiebra y menea y menea.
Y menea y comadre.
Y se levanta, levanta, levanta.
Un fuego mi compadre.
Y se requiebra y menea y menea.
Y menea y comadre.
Y se levanta, levanta, levanta.
Un fuego mi compadre.
Rico, eh?
Orruc y Pamela Rose se miraron sorprendidos, ellos grandes conocedores de las liturgias, nunca habían oído semejante conjuro.
Al tiempo que acababan de recitar, la luna empezó a emitir unos rayos rojizos y un gran estruendo retumbó en el bosque, mientras en el cielo aparecida dibujada con fuego una gran Urna.
-¿Pero qué es esto, que clase de oscura magia ha acontecido aquí?- Exclamó estupefacta la Gran Dama.
¡Es el espíritu de Thims OdanorC, aquél que no se puede nombrar!- gritó Lid
¿Y por que lo nombras entonces? – preguntó Suen.
– No me tome mi smothie – se disculpó Lid
-Ejem- se oyó un carraspeo, al tiempo que una guardiana de la fe, vestida de verde, se adelantaba.
-Verá usté, gran madre, es que mi hija estaba ensayando para los carnavales una canción de King Africa y con las prisas creo que equivoque el papel- Dijo ruborizándose Leuqar.
Moraleja: No juguéis nunca con las cosas de comer, niños y niñas.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

María desde que tuvo el COVID, había quedado sin ilusión. La enfermedad del coronavirus le había secado su voluntad.
Sin interés por vivir, vivía sin orden en su soleada habilitación. Sus padres no sabían ni que más decirle ni que más hacerle.
Como una pandemia, se decían al unísono había arrebatado a su querida hijita el ánimo.
Un día se presentó en casa de la que no tiene alegría una amiga. Vamos a ir, dijo la recién llegada a la que mira por la ventana sin percibir lo que sucede en la calle a un teatro en donde ponen en escena una obra de magia.
Arrastrando a la que no quiere caminar con amor de amiga llegaron por fin al local en donde alas cinco de la tarde y al aire libre se iba a realizar la magia de la narrativa.
Las palabras maravillosas que salían por la boca del artista inexplicables llegaron al cerebro de la persona que había pasado en el hospital días y días con el COVId, de tal manera mágicas que la tristeza al momento desapareció de ella y su luz de vida exclamo de inmediato en aplausos contagiando al público en un decir a viva voz, viva la magia.

PEDRO PARRINA

Tan ta ta chan…
Eme aquí, entre la ingenuidad y la ignorancia, de donde extraer el genio y el ingenio, donde ocultar los trucos de la magia.
Manzanares, 20 de febrero de 2022

BENEDICTO PALACIOS

Cristina se levantó temprano, abrió un ventanal y esperó con el torso desnudo la salida del sol. Se humedeció a puñaditos de agua cuerpo y rostro y aguantó la brisa que se colaba por la ventana abierta. El sol había aparecido nuevamente entre nubes. Se puso un perfume y estrenó una falda. Nunca se sabe qué puede deparar el día. Cerró el ventanal, echó una última ojeada al espejo, se gustó y cerró con llave la puerta de casa.
Cristina tenía claro desde niña cual sería su papel en el mundo. Ella quería ser filóloga, dedicarse a estudiar y descifrar los restos incompletos de textos antiguos. No le fue fácil, estudió idiomas, oposiciones y pasó más de una noche sin dormir, le ardía la cabeza. Pero había valido la pena porque tenía entre manos aquella mañana un texto que también le había quitado el sueño a un colega. Era un papiro que aconsejaba una pócima con objeto de vencer una voluntad. El colega había sido incapaz de interpretar aquellos signos irregulares y frases incompletas. Refería el papiro cuales habían de ser los ingredientes mágicos, pero faltaba la proporción y algunos eran absolutamente ridículos. Se decía que habían de combinarse, entre otros, las tripas de un buey mudo, la leche de una cabra negra, unas patas de gallina y los bigotes de un gato.
Reía Cristina. Leía y releía aquel papiro y no podía parar de reír.
—Pues sí que debe ser gracioso el texto —escuchó a sus espaldas.
Era Bernardo, un paleógrafo de gran prestigio, una autoridad. Cristina le consultaba cuando un texto se le resistía. Tenía además una voz preciosa, de barítono. Una podía enamorarse con solo oírle hablar.
—Se trata de un texto griego sobre los ingredientes de una pócima, y es sumamente interesante.
—¿Auténtico o solo copia?
—Lo primero y estoy dispuesta a llevarlo a la práctica.
Bernardo pasó por alto las últimas palabras. Él ponía en tela juicio, por principio, cualquier indicio de autenticidad. Lo viejo no era sinónimo de antiguo. Los finales de una palabra y la unión entre ellas habían de verificarse con lupa. Y con todo se podía y debía dudar. Había muchas trampas entre excelentes imitadores.
—¿Me lo pasarás? También a mí me apetece reír.
—Me lo pensaré.
—Te espero en la cafetería y te confieso que hoy estás especialmente guapa.
Y tomaron café. Y juró cambiarle aquella voz de barítono por la de tenor, mientras escuchaba su opinión sobre un pergamino que acababa de llegar de un convento. Un tratado sobre la elaboración del vino. Volvió luego a su mesa y al papiro, porque el texto continuaba y le parecía confuso. Giró el atril y lo expuso a la luz y vislumbró la palabra Cleopatra. ¡Qué salto dio! Ahora todo encajaba. La reina egipcia no solo utilizó la alfombra para vencer a César, sino la pócima que allí se mencionaba. ¿Tendría hoy alguna utilidad? Se imaginó probando el efecto con Bernardo. Poco importaba que no llegara a tenor.
En el texto también se hacía mención a un instrumento musical. Y esta frase con que culminaba la escritura. “No fue la magia de la pócima ni la hermosura de sus ojos ni los incontables encantos de su cuerpo los que hechizaron a César sino la musicalidad de sus palabras.”
Aquellas frases le causaron tanta emoción que al día siguiente entró cantando en la cafetería. Bernardo la esperaba.
—¡Qué contenta, enhorabuena! Habrás logrado descifrar las últimas líneas del papiro.
—Sí, habla de Cleopatra.
—¡Maravilloso! ¿Insinúa cómo sedujo a César? ¿Le engañó con la pócima?
—No. Y no lo logró desenvolviéndose desnuda de la alfombra.
—Pues no hay noticias de que Cleopatra conociera la magia.
—Pero hay una magia que las mujeres conocen y que también a mí me gustaría utilizar. ¿Probamos?
—Ya, los afeites, el atuendo, las joyas, la mirada…
—No, querido Bernardo, la magia de la palabra.
Se pasó el paleógrafo un mano por el mentón. Era un viejo recurso acudir a la magia de la palabra. Cristina le estaba tomado el pelo. La miró vivamente. Era bonita pero no Cleopatra. Claro que tampoco él era Julio César.

BÁRBARA LEEQÜEZ

Has venido demasiadas veces, eso no va a hacer que funcione mejor…
Pero tú tienes poderes…
Sí, si pero no funcionan a placer. Son una serie de eventos que se tienen que poner en sincronía junto conmigo y no obran a mi voluntad, entiendes?
Entiendo…
A veces, en ocasiones de mucha desesperanza o cuando no veis el camino algunos de los que venís a visitarme, os cedo durante un solo día el Espejo de la verdad.
En él, solo tú podras ver la realidad de tu interior.
Encuentra un lugar tranquilo y úsalo. Mañana antes de esta misma hora en la que te lo llevas debes traerlo. Al dejarlo aquí entenderás el mensaje de lo que has visto en profundidad y se te revelará una ayuda que solo tu podrás escuchar.
Esa tarde, ansiosa por mirarse en el Espejo de la verdad, se sentó a los pies de un árbol en un claro del bosque, rodeada de hojas caidas por el otoño. Se descalzó y con un ademán de altivez procedió a mirarse con curiosidad y cierta ansiedad…
Miró, volvió a mirar… Y no vio nada, ni siquiera estaba ella…
Y pensó, y ¿quién va a llevar de vuelta el espejo?

CARLOS TABOADA

EL ÁRBOL
Acababa de terminar la carta.
Leyó en voz alta:
«No te confundas conmigo. No soy magia. Soy de verdad»
«La magia es una ilusión. Yo estoy enraizado. Mírame y siénteme como un árbol. Escucha atentamente.»
«No recuerdo el momento de la germinación, esa donde el alma adquiere una forma y condición. Con el tiempo, emociones dispersas tratan de crear una luz de identificación. Comandado por mi genética, fui expandiendo poco a poco mis raíces. Encontré zonas duras donde encallé y posiblemente morí, y otras que me permitieron crecer distintamente. Fui eligiendo dónde penetrar, nutriéndome para prosperar. Aprendí a succionar distintos sabores, y es cierto que muchos son veneno. Hay que tomarlos de a poco, para que tu vida no sucumba. ¿Acaso no has probado venenos de ningún tipo? Crecí desde la oscuridad, y sólo entonces me permití salir a la superficie. ¿No lo habías percibido? Recuerda que no soy magia, sino un árbol.»
«Me conociste en primavera, cuando mis flores brillaban al atardecer. Te embriagaste con muchas de ellas, y trataste de hacer un licor, mezclándolas con alcohol de 96º, ahogando mi alegría en cristal oscuro. Las que dejaste libres en verano, se convirtieron en fruto. ¡Me tenías en dos versiones! Una reposaba en la despensa, y la otra colgaba de las ramas. ¿Verdad que te encantaba? ¡Espera! ¡Espera! ¿Y cuando llegó el otoño? ¿Recuerdas el inicio del otoño? Oh, ¡no dejabas de comerme! Día tras día, abrías la boca y me devorabas. Me probaste de muchas formas, ¿recuerdas? ¡Incluso engordaste! ¡Acabaste rolliza con mis frutos! Y gozabas mucho, a pesar de los kilos. Disfrutaste hasta que… hasta que llegó el invierno. ¿Recuerdas qué sucedió en invierno? No fue magia.»
«Un día sufrí tu poda, y al siguiente me echaste a la chimenea por una fría tarde de diciembre. Apenas ardí, lleno de savia y vida. Aquello te frustró. Abriste la botella de licor, que desprendió un nauseabundo olor. ¡Conmigo no te embriagarías! Cada mañana, al despertar, me observabas a través de la ventana preguntándote qué hacer conmigo. En enero no limpiaste ni un solo día el cristal, y en febrero seguí esperando tu abrazo. Yo reposaba tranquilamente. Recuerda que germiné en la oscuridad. Era asunto tuyo si no entendías el ciclo de las estaciones.»
«Pasaron años. Nada cambió. En las primaveras sonreías, y en los inviernos llorabas. Tenía secretos que contarte, incluso trucos de magia para alegrarte. ¡Cómo mecía mi elasticidad al viento y dibujaba sombras en la fachada! ¿No lo viste nunca? En verano te protegía con mi frondosidad, y en otoño me convertías en postre. ¿No te fue suficiente y por ello me cortaste? Sin embargo, no me importó. Aliados inesperados me transportaron a decenas y cientos de metros de allí, lejos de tu consciencia. El viento y los pájaros me compraron innumerables billetes de ida. Milagrosamente, con el tiempo, pequeños retoños brotaron bajo húmedas hojas. ¡Este era el mayor de los secretos! ¿Creías que no tenía magia, a pesar de ser un árbol?»
Terminó de leer.
Pepa, la podenca, levantó la cabeza.
«¿Es que no vamos a salir hoy?», le dijo con la mirada.

TALI ROSU

Voy a la sesión con cierto nerviosismo. Algo en mí ya sabe lo que me voy a encontrar ahí, lo he sabido toda la vida, pero me da un miedo atroz el volver a vivir la experiencia como si estuviera ahí.
Cuando llego a la sala de espera vuelve el ataque de tos, dolor en el pecho, aire insuficiente, más tos, más tos, más tos. Los ojos llenos de lágrimas y ese pitido infernal, que suena cada vez que intento llevarme una bocanada de aire a los pulmones, hacen que la gente que hay a mi alrededor se preocupe por mí. Me ofrecen un caramelo, orto, otro, un vaso de agua… No necesito nada de eso. Saco el inhalador de mi bolso, tarde, siempre lo hago tarde porque algo en mi cuerpo se niega a usar ese tipo de recursos, la medicina de laboratorio no es para mí. Me proporciono esa droga que actúa casi como si fuera magia y rápidamente me alivia la tos y me deja respirar. Tampoco es eso lo que necesito.
—Carolina, adelante por favor.
Miro a mi alrededor esperando tener una tocaya en la sala, quiero salir corriendo de ahí, y de repente una imagen viene a mi mente como un recuerdo que quiere escapar de la memoria. Voy corriendo por un bosque con los ojos llenos de lágrimas. Oigo gritos y perros que se acercan por mi espalda. La luz de decenas de antorchas iluminan el lugar y me permiten ver, demasiado tarde, la raíz que sobresale en el suelo y que me va a hacer caer… Caigo.
Otro ataque de asma me hace volver a mi realidad y entro por fin a la consulta.
—Hola, Carolina, siéntese por favor y cuénteme por qué está aquí.
—Quiero que se me quite el asma y poder tirar a la basura este puto inhalador.
—¿Qué te hace pensar que yo puedo ayudarte? —Preguntó la terapeuta.
—Lo sé, solo lo sé. He hecho terapia con plantas, con agujas, con todo, pero nada. Estoy segura de que lo que me va a servir es revivir lo que me pasó y reconciliarme con mi pasado.
—¿Has hecho alguna regresión?
—Sí, creo que sí.
—¿Crees?
—Son involuntarias, tengo recuerdos que nunca he vivido. Me vienen casi siempre antes o después de los ataques de asma. Por eso creo que esto puede ayudar. Necesito a alguien que me ayude a controlar mis regresiones.
Empieza la sesión, no sin antes advertirme los riesgos y lo que puede conllevar enfrentarme a experiencias en otras vidas. Yo lo entiendo y acepto todo lo que pueda suceder. Tengo que hacerlo.
Tropiezo con una raíz y, al mirar hacia atrás, veo a una muchedumbre llena de odio dispuesta a atraparme como sea. Me amenazan con palos y piedras y me atan antes de llevarme a rastras hasta el bosque en el que me espera la muerte. En este momento desearía que fueran ciertas las acusaciones, querría poder hacer magia y desaparecer, provocar un incendio, salir volando y quemarlos a todos en una hoguera gigante. Querría tener un caldero y una escoba. Pero la magia de mis plantas no me va a servir ahora. Las plantas no curan el peor de los males, no curan la estupidez humana.
Cierro los ojos para no ver el odio de la gente, pero siento sus miradas atravesándome la piel.
Siento una soga en el cuello y, segundos más tarde, estoy casi suspendida en el aire. «Casi» porque algo ha enganchado mi camisa y me mantiene con vida.
Empiezo a toser y siento que el aire es insuficiente. Más tos, más tos, más tos… Tengo los ojos llenos de lágrimas y mucho calor en la cabeza. Abro los ojos y veo que nadie me ayuda. Saben que estoy viva y que estoy sufriendo, pero nadie se acerca, nadie se apiada de mí.
Sigo tosiendo y a mi alrededor puedo ver los cadáveres de otras compañeras de batalla. Ellas tuvieron suerte y murieron ahorcadas antes de sentir el fuego quemándoles la piel y el humo entrando a sus pulmones. Siento dolor en el pecho, aire insuficiente, más tos, más tos, más tos. Los ojos llenos de lágrimas…
Mi terapeuta me hace volver y me ofrece el inhalador. Yo, al sentirme liberada de la soga y de ese fuego, por fin me siento libre. La muerte ha hecho magia al regresarme a la vida.
—No lo necesito, por fin puedo respirar.

FÉLIX MELÉNDEZ

LA MAGIA DE VERDAD.
En el silencio cautivo está la magia despierta, esperando el momento, dentro de su maleta que es la tierra. Embrujada, con las acuarelas de su manto protegiendo la realidad más verdadera, sosegada y sola, escondida tras los paños de la aurora boreal. En el ruido de cualquier mirada emerge la magia del amor, la visión es un truco de magia. Jugando con los hilos marionetas de nuestros tiempos, de nuestras vidas, emociones, sentimientos. Pura magia, que domina a su antojo los quehaceres del destino. Todo tiene la inmensa conexión con una verdad cotidiana en la cual está presente la magia más fuerte, la de un nacimiento cualquiera, ahí está, la verdad, la vida; como, centro mágico real del conocimiento y todo lo que lleva consigo mantenerla, una magia comunal superior muy fugaz. Jugando el destino una partida de cartas, verdadero tarot; de tal, o cual manera, haciendo trucos, entre nosotros, aparecer gente y desaparecer, de nuestras vidas. Agarrándose con uñas y dientes a la deriva, frontera o capa de magos, hasta echando raíces sobre una rica tierra, o pobre, no importa el lugar del truco. Cualquier ser, lucha por mantenerse, crecer, cada instante sin que se note nada, de una forma mágica y magistral, como lo hace, ha hecho, y harán las semillas de tantas plantas, volando, precipitándose por el cielo, tan tremendo que tenemos, otro juego de magia es el camino de las nubes. Tantas semillas y cada una, buscando su lugar donde pasar los siguientes doscientos años, ‘cualquier árbol’ o tal vez, quinientos o simplemente cincuenta, o tres semanas, lo que el destino con sus pañuelos de colores, tenga a bien hacer, como padre de todos los magos saque de la chistera el tiempo. El tiempo otra fuerza invisible de magia. Años, tantos, como la magia se pueda preservar en el amor de una madre, un padre, un hermano, hasta una abuela se desvive mágicamente por sus nietos. Y lo daría todo, por el truco de una vida espléndida. Vivimos en un mundo fantástico, donde la fantasía se mezcla con la realidad cotidiana, cada instante es más mágico y magnífico que el anterior. En la escritura está la nacencia de la magia y lo mejor es nuestra falta de atención a tantos momentos pasados, algunos rayando lo completamente imposible, y zas… tras…sucedió.» Te tocó el cupón». Te toco un accidente, te toco una enfermedad, Te toco una muñeca en una feria, la magia de nuevo y sus trucos de la vida. Todo a tu alrededor cambia brutalmente sin pedirte permiso, en un instante, en tu escenario, -Se cierran las cortinas- -Se abren los aplausos-, en el teatro, de la vida. Sin que tú, tengas ninguna virtud, posibilidad, capacidad, ni control, sobre esa mágica brutal singularidad, que presupone nuestra estancia en esta tierra tan de magos y demagogos. Somos los seres más poderosos y mágicos, no necesitamos capas; con un simple bolígrafo hacemos magia, sentimientos, nace una lágrima, y después otra, y después una carcajada. Puede ser felicidad suprema. O quizás estemos frente al más grande de los desafíos, los abismos a nuestros pies. Un juego medio mágico de cómo es el vivir diario. Siempre tenemos una luz alrededor de nosotros. Mucha más magia, es la fe, y como buena magia, tampoco se ve, también tiene sus dominios, nos evita miles de sucesos, situaciones, de los que no tenemos, ni la más remota idea, la magia es así,-» no se puede ver»-pero está ahí frente a – ti y a mí-, es invisible a nuestros ojos, es realmente imperceptible, un mundo perfecto e imperfecto, dónde los jugadores somos los seres más fantásticos, mágicamente absurdos. Nos empeñamos en enseñar, demostrar y airear, los trucos mágicos que sabemos, creyéndonos sabedores del todo. Cuando el verdadero conocimiento mágico, está en lo que no sabemos, se nos escapa de las capas, varitas y hasta del sombrero el conejo. El conocimiento es nuestra vida, y hay que ser mágicamente buenos, buena gente, bien presente, delante de todos nosotros, y también ausente, pero como buena magia no se pretende enseñar, los juegos de ayudar a los demás, hay que esconderlos para poder llegar a ser un buen mago de verdad, sólo se deja ver, más allá de lo asombrados que se queden los ojos de los demás, ante tus juegos.

M CARMEN DBEBES

Un día me dijiste que la magia no existía. Que no habían encantamientos ni hechizos. Que la vida estaba sólo estaba llena de trucos e ilusiones que nos hacían fantasear con ese deseo.
Hoy vengo a decirte que estabas equivocado. La magia sí existe y yo, al igual que muchos otros, pude descubrirla ¡Es sorprendente!
Gracias a ella he viajado a lugares maravillosos, me transformé en otras personas: pequeños, jóvenes, adultos, ancianos… ¡Hasta llegué a convertirme en un fantasma!
He visitado países lejanos. Pude navegar en un gran barco y descubrir paises desconocidos. Caminé por el desierto, me introduje en frondosos bosques y he podido viajar a través del tiempo. He llorado y he reído pero, sobre todo, me ha hecho crecer.
Hoy te quiero hacer entrega de un pedacito de esa magia. Solo deseo que puedas disfrutar de ella tanto como yo.
– Pero esto ¿no es un libro?
– Así es. Ahí está la magia.
Que la vida, queridos amigos, nos aiga haciendo partícipes de aventuras e historias a través de los libros, a través de las letras.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Eres la magia con la que me despierto cada mañana.
Eres el Sol que me ilumina el alma.
Eres la luna que alumbra mi corazón y arropa mis miedos sin decir nada.
Eres el ruido silencioso de un beso que me devuelve a mi ser.
Eres mi pequeña maga a la que no puedo dejar de querer.
Eres luz en la oscuridad.
Eres la varita de mis sueños que despiertan mis ganas de vivir.
Eres mi musa que cuando no tiene sueño piensa en una canción hasta que tu alma arropa a tu corazón.
Magia eres tú.

BEGO RIVERA

Pesadilla?
«La anciana que echaba las cartas vivía en lo alto de una colina. Yo subía por el camino desértico y de tierra, era empinado y con curvas: sin un triste árbol, ni un matojo, nada, solo tierra. Me costaba trabajo subir, sentía que iba a cámara lenta, muy lenta. Intentaba andar más rápido…pero no podía. Una sensación de impotencia, nerviosismo y desesperación se apoderaban de mí. Deseaba llegar cuanto antes y que predijese mi futuro, lo anhelaba. Después de lo que pareció una eternidad llegué a la cima, una pequeña casa vetusta era lo único que coronaba la colina, en la nada.
Una anciana me abrió y entré en la casa. No recuerdo nada del interior de ella, solo recuerdo que le pregunté directamente como me iba a ir con Alfonso, el chico que acababa de conocer hace poco y con el que estaba muy ilusionada.
La » bruja» sin decirme nada sacó una carta y me la enseñó: la carta de la muerte»
Me desperté sobresaltada y asustada, me incorporé de golpe en la cama, había estado durmiendo la siesta, miré el reloj, las cinco de la tarde. Había sido un sueño terrorífico, lo recordaba perfectamente, pensé que era una pesadilla más.
Un rato después llamé a Alfonso, habíamos quedado para salir esa noche y teníamos que quedar en el sitio y hora. No me cogía el teléfono. Seguí llamando toda la tarde, sin noticias de él. Me dije que sería otro que da plantón.
Al día siguiente mi amiga Eva me llamó y me puso en conocimiento; Alfonso había tenido un accidente de coche, había muerto.
Me quedé en shock. Él…no podía ser… Más tarde preguntando a mi amiga me dijo que fue el día anterior- cuando yo dormía la siesta- que ocurrió a las cinco de la tarde.
Entonces recordé la carta que en sueños me mostró la » bruja».

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

LA MECEDORA DEL DESVÁN
Curioseando una tarde por el desván, Alicia vio en un rincón la vieja mecedora de su abuelo. Se sentó con cuidado, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Una marea de imágenes confusas le inundó la mente al tiempo que un rayo de luz entró por la rendija de la ventana y la vistió de una luz blanquecina. Pipo, que había estado olisqueando todo sin parar, de pronto se detuvo a contemplarla y le lamió las manos. Al abrir los ojos, vio como el rayo de luz se desplazaba hacia un lado y se detuvo sobre un baúl desconchado que había bajo unas grandes cajas de cartón polvorientas.
La niña apartó las cajas y levantó la tapa del baúl lentamente tratando de adivinar su contenido. Con un poco de decepción, solo pudo ver en su interior un montón de tebeos que eran desconocidos para ella: Hazañas bélicas, el Coyote, el Capitán Trueno, Spiderman, los 4 Fantásticos, la Patrulla X…y muy en el fondo, por fin, un cómic en la que parecía que los protagonistas eran unos niños, se titulaba Mafalda. Echándole de nuevo un vistazo a las portadas, le llamó la atención que en todas ellas había un monigote pintado a lápiz con un nombre anotado: «Sebastián». Sebastián era el nombre de su abuelo.
Se sentó de nuevo en la mecedora con varios ejemplares sobre las rodillas. Dudó si comenzar primero con la tira de viñetas de Mafalda o con aquel de guerra en la que el monigote dibujado por su abuelo tenía escrita la palabra «¡Socorroooo!». Se decantó por este. Tras la primera página contempló con estupor que los personajes de cada viñeta donde posaba los ojos parecía que tomaban vida e incluso, a veces, podía escuchar lo que decían o gritaban. Le parecía fascinante, era como si estuviera viendo una película de dibujos en blanco y negro con sonido ambiente.
Era una escena de guerra. Un soldado se arrastraba hasta caer en una zanja bajo una lluvia de balas sobre su cabeza. Alicia podía oír los disparos. Pipo, también, y miraba nervioso a los cuatro costados de la habitación tratando de averiguar la procedencia de aquel ruido. El soldado, en medio de una densa humareda trataba de llenar de aire sus pulmones. Cebó de nuevo el cargador de su fusil y, mordiendo la medalla que colgaba de su cuello, salió de nuevo a la superficie y corrió agazapado entre los escasos matorrales hacia la colina. Las ráfagas de ametralladoras desgarraban la noche aniquilando vidas que gritaban al desplomarse como fardos pesados. De un culatazo, el soldado pudo silenciar a un centinela apostado tras unos sacos de arena. Divisó a otros dos que estaban sentados junto al árbol donde distinguió al rehén que debía liberar atado al tronco. El rehén era el monigote que su abuelo había pintado a lápiz. De pronto, se oye una descarga y el soldado que con tanto esfuerzo había llegado hasta allí para liberar a su abuelo, cae muerto.
Alicia, excitada por la tensión, pasa rápido las hojas siguientes por si consigue noticias sobre el desenlace de la persona atada al árbol, su abuelo Sebastián. La historia finaliza sin respuesta. En la última viñeta de la novela gráfica Alicia pregunta al general que está condecorando a unos soldados formados en hilera por el rehén de la colina. El general la mira a los ojos extrañado y le dice que no hallaron su cuerpo.
—¿Cómo puede ser eso? —Grita Alicia desesperada. Del sobresalto, el cómic de Hazañas bélicas se le cierra y cae al suelo. Vuelve a cogerlo y comienza a hojearlo de nuevo, pero solo halla papel impreso, mudo y quieto.
Respira hondo tratando de tranquilizarse. Acaricia la cabeza de Pipo, que la observa extrañado, y abre el librito de Mafalda. Nada más observar que el personaje de una viñeta recobra el movimiento, Alicia le pregunta: ¿Oye, conoces a Sebastián? Es mi abuelo. ¿Sabes qué le pasó en esta historia? —Y Alicia blandía en su mano el cómic de Hazañas bélicas mientras hablaba.
Guille y Mafalda se miraron entre sí y volvieron la cabeza hacia Alicia. «Tienes que dibujarte tú y entrar en la historia para salvarle» —Contestó Mafalda con aplomo.
Ni corta ni perezosa, Alicia rebuscó en el fondo del baúl y encontró el lápiz que usara su abuelo para meterse en las historietas. De un trazo se dibujó ella y, de otro, pintó a Pipo. Ambos se descubrieron apostados en la trinchera, junto a un soldado muerto con la cabeza abierta de un culatazo. Asomaron la nariz precavidos y vieron al abuelo Sebastián atado al tronco junto a los dos centinelas. Rápidamente, ideó la estrategia para liberarle. Ella trataría de entretener a los guardias con su inocente carita diciéndoles algo, mientras que Pipo iría rápido hasta detrás del árbol y mordería la cuerda hasta soltarle.
Los soldados, extrañados por la presencia de una niña que se les acercaba en medio de aquel campo de batalla, se aproximaron a ella con recelo apuntándole con sus fusiles.
Alicia, con los brazos en alto gimoteaba y decía que se había perdido y no sabía regresar a casa. De reojo, mientras actuaba según lo planeado, veía cómo su abuelo se liberaba de sus ataduras y venía agazapado hacia ellos. De un certero golpe, se deshizo de los captores, que se desplomaron sin entender lo que sucedía. Finalmente, abuelo y nieta se fundieron en un abrazo y Pipo saltaba de gozo a su alrededor.
—¿Cómo saldremos de esta historia? —Preguntó con temor Alicia.
El abuelo metió la mano en un bolsillo de su guerrera y le dijo: “Toma esta goma y borra todos mis dibujos de los tebeos que hay en el baúl. Después de eso, yo podré descansar en paz. Ahora, dame otro abrazo y sal de la viñeta. Solo tienes que abrir los ojos y levantarte de la mecedora».
Alicia le besó y abrazó durante un buen rato y se sintió muy calmada y feliz, al igual que el abuelo.
—¡Aliciaaaa, a cenar! ¡Baja ya de ahí, que llevas toda la tarde en el desván! ¡La cena está preparada!
Después de que se hubieron acostado sus padres, a hurtadillas, Alicia y Pipo subieron de nuevo al desván con la linterna… Y no regresaron hasta que el último monigote del abuelo Sebastián había sido borrado de aquellos tebeos.

ANGY DEL TORO

CONSULTA ESPIRITUAL
María Elena depositó una copa de agua en la mesita de madera dedicada a su gitana quien es su principal exponente y guía a la hora de echar las cartas. Al invocarla, cuenta que es alegre y viste con muchos adornos, dice que pertenece a una raza nómada, de piel oscura y cabello negro, que probablemente proceda de la India. Me ha pedido que la salude.
La mesa plana que aguarda su Bóveda Espiritual está cubierta con un mantel blanco y bordado. Las asistencias, muy bien alineadas, se custodian por flores y velas de variados tamaños. En este conjunto sobresale una copa de cristal nevado y de color azul marino. Frente a nosotras, una imagen de la Virgen, su guía y protectora.
— Aquí tienes a mi virgencita, “Nuestra Señora de Regla”, es la patrona de los marinos y los presos. — exclama y alza los brazos y en señal de oración— «Madre de las Gracias divinas y fuente de nuestra felicidad, ruego por tu poderosa intercesión. Tú que eres nuestra Madre, la que el santísimo ha hecho dispensadora de todo su poder en el cielo y en la tierra, aquí está tu hija intercediendo por el favor que nos pide. Di tu nombre en voz alta».
— Caruca. Sí, todos me dicen Caruca. — respondí al tiempo que ella encendía una vela de color azul.
Sentada junto a mí, cual si fuésemos a conversar por largo rato, preguntó:
— ¿Quién es María Caridad?
El corazón me dio un vuelco, me levanté de la silla con deseos de salir corriendo. María Elena me sostuvo por una mano y de un solo gesto me sentó nuevamente. Lloré, lloré y lloré por un buen rato. Con esa voz que la caracteriza, fuerte y segura, pero ya más lenta por el paso de los años continúa:
— No llores que ella está aquí viéndote sufrir, no quiere que llores más. Dice que descansará en paz ahora que has vuelto y…
— ¿Y? María Elena por Dios, qué más. Dime por favor.
— No sé, te digo lo que escucho, pero realmente no entiendo muy bien. Dice que sigas adelante, que todo lo sabrás, que le preguntes a él, que… es quien todo lo sabe.
— ¿Quién es él? — pregunté.
— Espera, sí, sí, así es… busca y la encontrarás. ¡Se va! lleva un semblante tranquilo. Es como si su alma ya pudiera descansar en paz.
— Eres sabia, ¡ese “don” que Dios te ha dado! Mujer, bendiciones para ti y todo lo que te acompaña.
— No soy yo, fueron ellos. —dijo y continuó— confía en tus protecciones, aliméntalas, ve al mar y dales de comer.
— María Elena, acéptame este regalo por favor. Te aseguro que me voy diferente a como entré a tu casa. Gracias, regresaré para mantenerte al tanto. Cuídate mucho amiga.
Nos abrazamos, tomó el regalo e hizo un ritual que no entendí, solo pude ver que besó el dinero que acababa de entregarle. Me condujo hacia la salida y lentamente comencé a bajar las escaleras.

IRENE ADLER

LADY DAY
-Siéntate.
Con gentileza, aparta la silla para que ella tome asiento. El bar está vacío, oscurecido y extrañamente silencioso. Ella mira alrededor, entre aturdida e intrigada. Ha estado misterioso e inquieto todo el día, preconizando con ansiedad esa hora de la noche, anunciándola como una sorpresa. Sabe que a ella no le gustan las sorpresas. Pero también sabe que le gusta el tequila reposado, las películas de Otto Preminger, y la voz rota de Billy Holiday. Hay una botella de Herradura reposado en la mesa, y cigarrillos, y una vieja armónica muy mellada por el uso, sobre el vinilo de Velvet Mood que le regaló por Navidad. Ninguna luz, salvo los focos suaves de la minúscula tarima que hace las veces de escenario. Los fines de semana, sus amigos tocan allí, organizan jam sessions, se emborrachan. Antes, él tocaba en garitos ajenos por poco dinero, un par de cubatas, ningún respeto. Su voz y su guitarra imponiéndose con dificultad al ruido de conversaciones de gente que no tenía el menor interés por la música en directo, que no entendían ni les importaba un comino tanto esfuerzo, la ilusión, el trabajo durísimo que había tras cada canción, tras la gastada suela de sus botas, tras el frío de las calles mojadas y los parques vacíos y las estaciones de metro sórdidas que su música no lograba calentar. Ahora, su bar es su templo, su trinchera y su refugio, y quizá, su última parada. Pero algo en él, esta noche, lo hace parecer distinto.
Ella se sienta. «Va a pedirme matrimonio, piensa, o dinero», y no se decide por cuál de ésas dos cosas le da más miedo. Se sientan, los dos. Ha habido muchas noches así: intimidad de tabaco y tequila y algún porro y guitarra y risas. El bar todo para ellos, y la noche deslizándose afuera, sin estorbar ni imponerse. Pero la botella de Herradura no ha salido de detrás de la barra, la ha comprado para ella, y no es tan fácil encontrarlo, habida cuenta de que lo más normal, es beber José Cuervo. Pero nada es normal esta noche. Esta noche no.
-¿Lista?
Hay luz en su mirada triste de miope. No brillo, sino verdadera luz de iniciado en los misterios de Eleusis. «Ay Dios, piensa ella, le ha tocado la lotería». Y al momento se avergüenza de semejante pensamiento: el dinero no lo haría brillar de esa manera. A él no. La armónica, contra sus labios, aúlla o gime, esparciendo en la penumbra un lamento que es, a la vez, reverbero. Los focos suaves de la tarima parpadean y se apagan y un desvaído perfume de gardenias inunda el bar, la oscuridad y a ella.
La luz vuelve, de súbito, como si brotara con enloquecedora suavidad de entre las tablas del suelo, y alumbra con insólita ternura el escorzo en blanco y negro de Billy Holiday, de pie en el minúsculo escenario, vestida de satén blanco y con dos gardenias adornándole el pelo. Tras ella, Lester Young abraza su saxo tenor con los ojos cerrados, y el sombrero de Charlie Shavers aparece como por ensalmo amorosamente recostado junto a su trompeta, en el suelo. Charlie se inclina, con una floritura de cabaret se pone el sombrero, le sonríe a ella directamente, con descaro sureño, y su trompeta atraviesa la realidad, el tiempo, la duda, el espacio, y su acelerado corazón, con los primeros acordes lentos, largos, suaves y húmedos de Ladys sings the blues…
Quiere hablar, temblar, saber, moverse. Quiere entender si está muerta o dormida. Cómo lo ha hecho… pero sólo alcanza a beber de un golpe su tequila, encender un cigarrillo, sonreírle a él, y escuchar. Preguntará después, cuando el espejismo se haya desvanecido y la botella de Herradura reposado esté muy por debajo de la línea de sombra. Ahora están en el Monete’s de Harlem, y la noche es suya…y la magia les pertenece únicamente a ellos dos .
-Es la armónica- le dirá él después, en un susurro fascinado y etílico con sabor a jazz y a lágrimas-. La compré en un mercadillo, la semana pasada. El hombre que me la vendió me aseguró que era mágica.

DIEGO CISNEROS

¡Ting-ting-ting!
Los golpecitos que le propiné al cristalino contenedor con mis antenitas hicieron que se desprendieran diminutas burbujas de Oxígeno acumuladas en su fondo. Permitiendo así, elevarse estas, ávidas y en zigzag, a la superficie, a través del semitransparente líquido carmín. Algunas alcanzaron la cima y permanecieron ahí, flotando, deambulando sin rumbo, a la espera de reventar en cualquier momento, otras en cambio, a medio camino, se aferraron con uñas y dientes a un par de surcos carnosos de color grisáceo.
—Y-Hue, no hagas eso, por favor —Baltrux me llamó la atención sin levantar ni uno solo de sus ocho ojos de la cinta metálica que le rodeaba la pinza.
—Oye, Baltrux. Estando eso ahí adentro, ¿siente algo? ¿Puede escucharnos? ¿Sabe siquiera que existimos? —Volví a inclinar el cuerpo al frente, entrecerrando los ojos y ladeando la cabeza para observar mejor el órgano que flota dentro de aquel fluido rico en nutrientes.
—No, nada… Bueno, no del todo —Baltrux levanta la mirada un segundo y la vuelve a bajar a su muñeca—. Sí bien no puede oírnos, ni olernos, ni mucho menos vernos, sí que puede sentirnos, de cierta forma, claro. Las vibraciones que le llegan del exterior las percibe, y dependiendo del grado, puede repercutir en su interior; en su mundo, de varias y de diferentes maneras. Si la sacudida es suave, notará un ligero mareo, o un pitido en los oídos; solo ruido blanco y similares, pero si es fuerte la sacudida, puede sufrir desde un desmayo hasta un intenso dolor de migraña, e inclusive, una pérdida de memoria, en el peor de los casos, la muerte. Te recomiendo no vuelvas a hacer eso que has hecho, ya que es muy sensible, frágil, y caro. ¿O es qué acaso te tengo que recordar que lo que hay dentro es el último de los modelos recién adquiridos? Entiende, necesitarías al menos medio año de tu salario para pagar uno de estos si lo rompes.
—De acuerdo, de acuerdo. Solo tuve un poco curiosidad. Perdón ¡Caramba! No es para que me trates como a una larva recién eclosionada. Dioses… Aunque lo cierto es que deseaba ver si se movía o echaba algunas burbujas por el hipotálamo.
Esto último, lo dije en voz baja, muy baja. No quería acarrearme más enfados.
Quince minutos después del último intercambio de palabras que tuvimos, había por fin finalizado las últimas reparaciones en el cableado Bio-eléctrico en la consola central, por lo que me dispuse a guardar mis herramientas de precisión. Y mientras lo hacía, pregunté.
—Oye, Baltrux. ¿Sabes? Siempre tuve la enorme curiosidad de saber cómo consiguen aquellas alucinantes imágenes e increíbles historias que se suelen usar en las cámaras de sumersión total de 4D Ultra.
—Prr —Baltrux carraspeó mientras seguía con lo suyo, y en lugar de responderme, me preguntó—. ¿Ya arreglaste lo qué tenías que arreglar? —Al recibir una afirmación de mi parte su rostro se suavizó, y respondió—. Pues mira. Usamos una nueva serie de nano robots que hace poco salieron al mercado. De hecho, lo rojizo del líquido que ves ahí adentro; son ellos, todos ellos. Ellos monitorean a toda hora todas y cada una de las pulsaciones eléctricas que hay en cada puente neuronal. Los tera-bytes obtenidos quedan registrados en una de nuestras I.A. Justo como la que tengo aquí en mi muñeca. Y una vez estos datos son procesados, se desfragmentan y se reconstruyen en imágenes. Tal cual como las ve en su mente, en su mundo, en su realidad, nosotros las podemos ver.
—¡Ohhh, wow…! Y… este… ¿Puedo ver lo que está viendo éste?
Baltrux negó con la cabeza y se limitó a decir.
—Si ya no hay ningún otro arreglo que tengas que hacer aquí, vámonos. Tengo hambre.
Me entristecí un poco, pero insistí.
—Anda, Baltrux. No seas así. Muéstrame. Por favor. ¿O acaso no somos amigos? Será cosa de un minutito, nada más. Ándale. No pido más. Ya luego nos vamos a comer. Yo pago.
Baltrux exhaló resignado y relajó los pinchos en su lomo. Miró izquierda, derecha, y sobre su hombro sin mucho interés antes de ceder.
—Bien, tú ganas. Pero solo será un momento, ¿entendiste?
—¡sí, sí, por supuesto!
No pude evitar que las esquinas de mis labios se alzaran.
Baltrux, sin pensarlo demasiado, deslizó su tenaza por encima del depósito transparente. Este, en respuesta, desplegó delante de sí un holograma de ultra alta calidad que se extendió rápidamente alrededor, envolviéndonos por completo en una burbuja de realidad virtual. Una magnifica visión a otro mundo se desveló ante nuestros ojos.
—¡Oh Guau…! Es asombroso, increíble ¡Puedo ver todo lo que él ve! ¡Es como si estuviera ahí! ¡Cuántas cosas tan extrañas y curiosas! ¡Eh, mira, mira esa arquitectura! ¡Esos objetos!… ¡Todo es tan alucinante y extraño! En verdad parece todo tan real, tan tangible… tan…
—¿Tan mágico?
—Sí
—Sí, ciertamente lo es… —Baltrux descansó sus ocho ojos en la lejanía que se había extendido ante nosotros como perdiéndose en ella por un momento—. Sí, lo es. Lo es cualquier tecnología lo suficientemente avanzada como para no distinguirla de la magia. Sí, ciertamente lo es.
—Eh, oye. Ve. ¿Qué está haciendo? ¿Qué es eso que tiene ahí delante?
—¿El qué? Ah, vaya. Eso. Pues justamente en este momento está leyendo. Y por lo que veo, lo está haciendo en uno de esos arcaicos aparatos devoradores de retinas del siglo XXI.
—Oh, vaya, es verdad. Y…, ¿Qué está leyendo?
—A ver. Deja agrando la imagen… —Beltrux, con su tenaza, pellizcó el aire, y un segundo después, abrió su pinza. El panorama se amplió de inmediato y dijo— Lo tengo. Mira. Está leyendo: El Cerebro Dentro del Frasco.

LINOSKA BARANDA

“Historia de una loca muy cuerda”
La veían bailando cada noche, dando vueltas, sujetándose con una mano la saya amplia y con la otra haciendo signos, girando la muñeca a la izquierda y a la derecha, como queriendo despojarse de algún maleficio.
Gran parte del pueblo se reunía en la plaza, para reír a gusto de las locuras de la pobre
desgraciada. Todos estaban tan hastiados de sus miserables existencias, que solo lograban consuelo en burlarse de aquella bailarina libre, indiferente a sus miradas mientras danzaba en silencio, con una música que solo ella escuchaba.
Cuentan que a causa de unas fiebres repentinas, su cordura desapareció de la noche a la mañana, pero nadie sabe en realidad como pasó todo aquello.
En su vida anterior no tenía un día para sí misma, siempre ocupada en facilitarle todo a los demás y garantizando el engrosamiento de las billeteras de sus superiores, gracias a su pericia y preparación profesional.
Aquel día organizaba la recepción más importante de la firma comercial para la que trabajaba cuando, sin previo aviso, sintió un escalofrío, los temblores sacudieron su cuerpo, como poseída por un ser mágico y quedó sentada en el suelo de la plaza principal, con los ojos asombrados, mirando alrededor, como acabada de llegar a la tierra… Así estuvo un buen rato, preguntándose dónde estaba. La ayudaron a levantarse y gracias a un viejo samaritano llegó a la casa, cerró la puerta y se metió en la cama.
A la mañana siguiente salió temprano, vestida con lo primero que encontró, sin notar que la saya no combinaba con el color de la blusa, ni que las botas que había calzado eran de un rojo brillante que contrastaba, negativamente, con el amarillo de su ancha falda.
Estrafalaria, fue el primer epíteto que salió de las bocas envidiosas. Le siguieron loca, orate, descontrolada, pero ella no veía ni oía a nadie; caminaba apurada, como queriendo alcanzar algo invisible delante de ella. De pronto se detuvo, sorprendida por la melodía en su cabaza, miró hacia arriba, y con los brazos en alto, sintió el viento acariciar su piel. Ahí fue que por primera vez empezó a girar en círculos, inclinando la cabeza hacia atrás y su rostro sonriente mirando al cielo.
Todos pensaron que había perdido la razón cuando en realidad, ella había decidido hacer lo que hasta ese momento nunca había hecho: disfrutar la magia de la vida.

BEATRIZ ÁNGEL

En el siglo XVII
quemaban a las brujas
porque temían a la magia,
y no eran más que personas
con conocimiento y ansias.
Pensaban que el poder
se lo otorgaba Satan,
sus discipulas del mal,
y solo eran mujeres
que anhelaban saber más.
En la Santa Inquisición
herejes y blasfemos
acababan en la hoguera,
por pedir la libertad
o luchar contra el sistema.
Ojalá yo fuera bruja,
debían las pobres pensar,
apagarían las llamas
y echarían a volar.
Es curioso que la historia
se repita sin parar,
masacres y guerras santas,
en nombre de dios matad!!
palizas a homosexuales
o al que sea que no es «normal».
Ojalá fuera una bruja
con los poderes del mal,
por que si estos son los buenos
no habrá una era de paz.
Invoco a esta dimensión
a los habitantes de Hades,
a los espiritus impuros,
a las almas errantes.
Exijo un juicio justo
donde el juez sea la cordura,
los veredictos humanos,
donde expongan las heridas
y no se laven las manos.
La magia es una madre
que lucha por sus vástagos,
es un hermano incansable
que hace el camino a tu lado.
La magia es el amor
cuando explota en el estómago,
es un beso a escondidas
que te han robado.
La magia es el dolor
cuando ya lo has superado,
es la lágrima que corta
toda una vida en pezados.
La magia siempre ha existido,
no es mas que esfuerzo y arrojo,
suerte y casualidades,
O quizas es que hoy las brujas
llevan bolsos y collares.
Por si acaso andad con ojo,
que hay hechiceras y arpías
rondando y echando el ojo,
esta noche no olvidéis
echar muy bien los cerrojos…

MERCEDES MEDIANO

Las risas descontroladas acariciaban el aire del patio donde jugabamos los niños.
Entre gritos de que te pillo y me escapo, pasabamos la tarde de aquel día cuando mi prima Ana vino con cara de disgusto muy enfadada con un muñeco en la mano al que con brusquedad sarandeaba diciendo que iba a la basura.
Ana. Este muñeco no sirve para nada. Se ha roto enseguida. Mira, tiene los brazos caidos y las piernas que le bailan.
¿Qué le has hecho? Pobrecito.
No quiere saltar a la comba conmigo y se ha caído debajo de todas las niñas.
Ahora mismo va a la basura.
Yo me fijé que el muñeco llevaba un zapato celeste muy bonito. Uno nada más, el otro lo perdió en la batalla.
¿Me puedo quedar con el zapatito?
Para tí si lo quieres.
Cogí con muchas ganas aquella ofrenda y me fui a casa para enseñárselo a mi madre, pero me encontré en la puerta a mi tío Lolo que me cogió en brazos dándome varias vueltas en el aire mientras me daba un beso sonoro.
Mira tito, qué zapatito más bonito me han dado.
Verdad que es bonito, pero además es mágico.
¿Mágico?
Yo miré el zapato por arriba y por abajo y lo veía igual que antes.
Sí, mira como te lo voy a demostrar.
Se llevó el zapato al cuarto y lo puso bajo la almohada. Al rato me dijo ven
y había una moneda debajo de la almohada. Me quedé con la boca abierta. Sorprendida salí corriendo y me fui a la tienda mas cercana a comprar caramelos.
Al rato volví a ver a mi tío y le pedí que volviera a poner el zapato bajo la almohada y así lo hice varias veces hasta que mi tío me dijo que el zapato necesitaba descansar para poder hacer la magia.
Al día siguiente en el patio de juegos vi a mi prima y le conté que me había dado un zapato mágico. De repente me dió un empujón y salió corriendo con él zapato hasta su casa.
Yo me fui llorando y se lo conté a mi madre que me dijo que el zapato era de mi prima porque era de su muñeco.
Yo no muy conforme acepté lo sucedido, pero al día siguiente mi prima me dijo muy enfadada que yo era una mentirosa porque ese zapato «no era especial» ni «hacía magia» ni «nada «y lo tiró roto al suelo.
Cuando fui mas mayor entendí que la magia no estaba en aquel zapato sino en la fantasía que mi tío quiso ponerle.Cuantas veces he soñado esto. Se quedó grabado para siempre en el alma, por eso lo recuerdo con tanto cariño.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

ESPEJO, ESPEJITO.
Ya no es lo que era, os lo digo yo, ni por asomo, ¡qué va! Fuerzas oscuras, sobrenaturales, gnomos, duendes, espíritus, cachivaches mágicos… todo ruina. La magia, en general, se ha comercializado, es un fraude, da asco.
La encuentras en las estanterías de los supermercados, la regalan con las cajas de cereales. Demasiado asequible. Ya nadie le da valor. Una pena, hacedme caso.
Las series de televisión han humanizado tanto a los vampiros, los muestran tan atractivos, con unos cuerpazos de infarto y en plan malotes de instituto, que hasta apetece te den un buen muerdo. Todo mentira, de verdad. Yo conocí a Vlad Drăculea, el auténtico y, creedme, era un cabronazo, pero no tenía media hostia.
La tecnología ha avanzado tanto, que un payaso con los medios adecuados es capaz de hacer desaparecer la estatua de la libertad ante miles de incautos.
Los gnomos ya no se dedican a guardar inmensos tesoros en cuevas secretas; cualquier idiota con un notebook puede minar sus propias criptomonedas por Internet.
Y lo mío, sin ir más lejos, lo pueden hacer Alexia o Siri, tirando los precios hasta niveles con los que es imposible competir. Porque, aquí donde me veis, yo fui el famoso espejo mágico de la madrastra de Blancanieves.
Que voy a decir, tuve mi momento de gloria, sí, fui alguien; hasta que se destapó el feo asunto del cazador, los enanos, el veneno… en fin, que el tinglado se fue al carajo.
Hicieron desaparecer a la malvada bruja y todo lo que había sido suyo fue condenado a la hoguera: la cama de oro con dosel y sedas –si yo hablara de las cosas que vi en aquella cama–, los cuadros, las alfombras, los joyeros fabulosos, las bragas de Victoria Secret… absolutamente todo.
Conmigo no se atrevieron. Es conocido que cargarse un espejo normal trae siete años de mala suerte; si es mágico ya ni te cuento. Me condenaron al ostracismo en los sótanos del castillo y allí pasé años y años, acumulando nostalgias y telarañas, hasta que un funcionario corrupto, que no conocía la historia, pensando ganarse algunas monedas, me puso de nuevo en circulación.
Anduve por plazas, rastros y mercadillos de los cinco continentes. Pasé de mano en mano; en silencio, sin decir esta boca es mía, ocultando a todo el mundo mi verdadera identidad. Cuando se tiene un pasado como el mío, lo mejor es hacerse el tonto, no llamar la atención y transitar por la vida sin dar que hablar. Así llegué a esta bendita casa, donde ahora resido y soy casi feliz.
Pero antes pasé tres años en un entresuelo interior, tétrico, de pasillos interminables y oscuro como boca de lobo, del número uno de la calle de Las Vírgenes; un callizo paralelo a la de Alfonso, entre Jiuseppe Martínez y Méndez Núñez, donde vivía y pasaba consulta don Hilario Carramiñana. Soriano de Mazaterón, quijotesco de hechuras, sobrio de maneras y oftalmólogo de oficio, que compartía espacio, sinsabores y chocolate con picatostes, con doña Teresita Mangüele; esposa, amiga y confidente, licenciada en labores de aguja y buena cristiana –además de experta en la fritura del torrezno–, nacida y cristianada en el Burgo de Osma.
Despachaba el oculista en un cuartucho abierto a un patio de luces, tan necesitado del arte de su inquilino, que mantenía a raya a la clientela, porque siendo luz para sus ojos, lo que la gente venía buscando, ninguna podían esperar de la oscuridad reinante en aquella conejera. Lo del cuchillo de palo en casa del herrero, pero con oftalmoscopios rampantes en campo de gules.
De manera que pocos feligreses acudían a los servicios profesionales de Carramiñana, que con la escasa faena y a fuerza de no practicarlo, corría el riesgo de olvidar el oficio.
Sin pacientes, pues, que atender y siendo el matrimonio de pocas palabras, el piso resultaba siniestro y no solo por oscuro, sino porque también estaba sumido en un silencio tumulario, solo alterado de vez en cuando por el melancólico gorjeo de Caruso, un canario flauta que doña Teresita tenía prisionero en su jaula, enganchada de un clavo en la pared de la cocina.
Como la situación empezaba a ser preocupante y había que tomar algún tipo de medida, para romper la dinámica depresiva en que se estaba metiendo la sociedad conyugal, decidió el matrimonio hacer visible el negocio y echó mano de Fabián, el hijo de la portera, un chaval muy avispado que estaba sacándose, por correspondencia, un grado en publicidad y marketing.
El mocito, que se aplicó a la tarea con el entusiasmo de la primera vez, diseñó una campaña muy arreglada y a buen precio, todo hay que decirlo, pero que a los Carramiñana, fervientes devotos de la Santísima Virgen del Puño Prieto, nada más ver la parte económica del proyecto, les pareció pretenciosa. Le dieron al chico las gracias y una botella de chordón moncaíno, por las molestias –que la portera se espabiló en requisar de inmediato–, y encargaron a un rotulista conocido la confección del siguiente cartel:
CLÍNICA OFTALMOLÓGICA DEL DOCTOR CARRAMIÑANA
SE TRATAN DOLENCIAS RELACIONADAS CON LA VISIÓN
Consulta de lunes a viernes de 9 a 13 y de l6 a 20
(previa petición de hora)
Escalera interior. Entresuelo izquierda.
Tfno: 29 44 52
Colocaron el reclamo en el portal, a la vista de la gente, y mientras esperaban a que hiciese efecto la estrategia, se dedicaron a jugar al parchís para matar el tiempo.
Pero sea porque la calle era poco transitada o la tipografía del cartel excesivamente pequeña para el nicho de mercado al que iba dirigido el mensaje —miopes, astigmáticos e hipermétropes en general—, la táctica tampoco obtuvo resultados apreciables y la nómina de parroquianos se mantuvo inalterada en apenas una docena de leales, que por serlo desde hacía tiempo eran ya como de la familia y pasaban de formalidades como citas previas o zarandajas por el estilo.
Todo esto lo vivía yo –como un serpa himalayo aburrido en las faldas del Cerro de los Ángeles–, aferrado a la pared, al fondo de un largo, oscuro y deprimente pasillo, al que según doña Teresita mi concurso le daba más profundidad; como si ya no tuviera suficiente aquel tenebroso túnel de enfermiza melancolía.
En estos avatares fue pasando el tiempo, con más pena que gloria, hasta que una tarde a finales de septiembre del cincuenta y ocho, don Hilario le comió ficha a su mujer, contó veinte y se murió.
Pese a estar acostumbrada a las salidas de tono de su marido y a que hiciera siempre su santa voluntad, sin contar con ella para nada, a doña Teresita el asunto la pilló desprevenida, porque al oculista nunca antes le había dado la tontuna de morirse, era la primera vez, y ella desconocía el protocolo a seguir en una situación semejante.
Estuvo la pobre mujer un buen rato dándole vueltas al asunto, hasta que se atrevió consultarlo con la señora Blasa, vecina del tercero interior izquierda; una matrona con mucho mundo, porque todos los años se acercaba hasta Lourdes para tratarse unos cálculos en la vesícula, a los que la medicina tradicional no terminaba de cogerles el punto, y aunque la virgen tampoco parecía estar muy por la labor, pensaba la Blasa que no venía mal establecer puentes con la cosa celestial e ir haciendo amistades con alguna influencia en el más allá, por si fuera necesario un aval cuando le tocase rendir cuentas. Eso y alguna escapada a Portugal para comprar toallas y licor de guindas –tónico del que era tan devota como de la virgen gabacha–, le había dado entre sus convecinos, que eran de natural sedentario y nada aventurero, fama de mujer viajada y con pedigrí.
La señora Blasa estaba en el bingo –a una ciudadana del mundo como ella el parchís le quedaba corto; en cosas así se le notaba lo corrido–, pero por suerte su hijo Damián, que era practicante en el dispensario del barrio y muy buena persona, se hizo cargo de la situación.
Enterramos a don Hilario un par de días después, una vez cumplidos todos los trámites reglamentarios, y como a doña Teresita no había nada que le llamase la atención en aquel piso, del que estaba un poco harta, todo hay que decirlo, decidió ahorrarse el alquiler y empezar una nueva vida junto a su hermana Mercedes, viuda también reciente del jefe de estación de Venta de Baños, con la que se mantenía estrechamente unida desde siempre.
Llevó la ropa del muerto a las monjas; un tratante, conocido de la señora Blasa, le dio unas pocas pesetas por los muebles; preparó las maletas, hizo un saco de viaje para la jaula de Caruso, y un martes a primera hora de la mañana, cogieron el tren hasta Madrid y de allí, con transbordo en Medina del Campo, llegaron sanos y salvos a tierras palentinas.
El tratante de viejo, que se apellidaba Corchado, y colocó muy pronto los muebles del oculista entre su clientela, tenía por costumbre acudir los jueves por la tarde a una casa de citas que había en el once de la calle del Temple, frente por frente a la de Contamina, para encamarse con alguna de las pupilas de Natividad Tijerina, más conocida como «Nati la Sorda», apodo que le venía por ser dura de oído, circunstancia esta que la tenía acostumbrada a hacerse entender a grito pelado, para disgusto o regocijo, según se mire, de sus vecinos, que sin quererlo estaban al corriente de los asuntos que se cocían en aquella casa.
La Nati era muy obsequiosa con sus parroquianos más fieles y el chamarilero era de los mejores, así que después del refocile, en el saloncillo de recibir, al amor de la mesa camilla y –a falta de un gato de porcelana tanguero–, bajo la perenne bendición de un Sagrado Corazón de escayola, lo invitaba a una copita de «Anís del Mono», espirituoso por el que ambos compartían inclinación.
Como era de prever, tanto celo profesional terminó por calar en el sentimiento del hombre, que quiso corresponder de la mejor forma que supo a las atenciones de la madama y así he terminado yo, como espejo de cabecera, espía potencial y mudo confidente, en el recibidor de esta casa de putas, justo encima de un oscuro taquillón estilo castellano, compartiendo escenario con un viejo jarrón chino de imitación, un San Pancracio tamaño king size y una pastorcilla de porcelana desparejada de su pastor, cosa que por lo visto es una constante en la vida sentimental de las damas que transitan por esta casa, incluida La Sorda.
Ha sido como pasar de la noche al día, creedme, una verdadera liberación, y no es porque el pisito de la Nati esté mejor iluminado que el de don Hilario –Dios lo tenga en su gloria–, que este tipo de negocios gusta de la media luz, aunque solo sea por darle una mano de morbo al estucado; pero es una penumbra meditada, sugerente, discreta y con olor a pachulí; nada que ver con lo que pasaba en la consulta del oftalmólogo, donde iba la gente a recuperar la visión, con muy poco éxito; mientras que de casa de La Sorda, los más de los días, alguno que otro sale con los ojos como platos.
Además del quincallero, La Sorda tiene otros dos parroquianos contumaces, que se dejan caer por esta casa con la puntualidad de un reloj suizo: don Marcelino Paniagua, librero de viejo, con tienda abierta en la calle Manifestación, y mosén Florentino, un cura que ejerce su ministerio en vicarías, cementerios o retiros monjiles, según le cuadre la agenda al furriel del arzobispado.
Paniagua es pequeño de estatura, calvo y miope. Siempre viste trajes en tonos marrones, camisa blanca y pajarita verde. En invierno se cubre con un borsalino beige, que le hace ganar sus buenos diez centímetros de altura, y en verano con un panamá color crema, que a ratos usa de abanico.
Tiene el librero preferencia por Inés, una chica de Socuéllamos, morena, algo entradita en carnes y con una belleza no bien definida, asilvestrada, rural, doméstica, que le da a uno la confianza de lo familiar, como esas casas de comidas de antaño, castizas, de escaso riesgo y poca cubertería, donde el personal se nutría sin protocolos, a la pata la llana, con carajillo de reserva y palillo entre los dientes. Así es Inés: fiable, sencilla, cercana, como de la familia.
El cura, sin embargo, que es de muy buen comer, no tiene preferencias y prodiga bendiciones y arrumacos a diestro y siniestro. Como suele decirse, con tal de tocar pelo, el mosén se agarra a un cepillo y con todas las damas cumple, con la mejor de las disposiciones.
Nacido en Torrellas, somontano del Moncayo, en 1935, es de complexión recia, buena talla, anchas espaldas cerrado de barba, cejas espesas, que sirven de cornisa a unos ojos marrones siempre alertas, y unas manos grandes como remos, más apropiadas para repartir hostias, que para bendecirlas. En definitiva, tiene un perfil más cercano a un chusquero del Tercio Duque de Alba, que al de un habilitado de sacristía.
Ambos dos y Corchado, el quincallero, suelen juntarse los jueves en el salón de la Sorda y entre los cuatro, mientras echan unos cotos al guiñote y generosos tientos a la botella de anís, comentan los últimos chismes, cuitas, sucesos del mundo exterior y de esa manera, con lo que me llega desde ese cuarto de estar burdelero, yo me voy poniendo al día de lo que pasa en el planeta.
Además, el tercer jueves de cada mes, después de la partida de guiñote, habilita el cura de capilla un reservado en el saloncillo, donde administra el sacramento de la confesión a aquellas pupilas que quieren hacer borrón y cuenta nueva mensual de sus pecados, lo que eleva considerablemente mi nivel de información, que sigo cultivando sin un propósito concreto, solo por simple y pura deformación profesional.
Así que, como podéis ver, la magia ha caído hasta las cloacas de la sociedad pagana. De palacios reales, soberbios, imponentes y cegadores de esplendor, hasta humildes casas de lenocinio, si tú quieres hasta entrañables, como es el caso.
Y eso que no puedo quejarme, porque uno tiene su reputación y no han dejado de lloverme las ofertas de empleo –algún día os contaré sobre aquella ocasión en que fui reclutado por la CIA, para un trabajo de alto secreto al sur del Yemen–, pero hoy aquí, en casa de La Sorda, en zapatillas de andar por casa, el pesebre de mi curiosidad bien surtido, sin el estrés de tener que estar a la última en ungüentos, sortilegios y taumaturgias, disfrutando de una jubilación bien ganada, soy feliz.
Hacedme caso, eso de la magia está, definitivamente, sobrevalorado.
Y os dejo, que hoy es tercer jueves de mes y le toca a la extremeña –¡qué vicio de mujer–, pasar por el confesionario de mosén Florentino.
Igual otro día os cuento.

NEUS SINTES

Un Nuevo Año empezaba y con él una magia misteriosa albergaba en el interior de un baúl olvidado. Lucy había heredado el baúl de su abuela sin ser consciente que conllevaba un poder muy grande y poderoso.
En ocasiones su madre hablaba de ella. Lucy no tuvo la suerte de conocerla en vida, falleció cuando era una niña y pocos fueron los recuerdos que pudo almacenar en su mente. Así que cada vez que escuchaba hablar a su madre de su abuela, Lucy prestaba mucha atención.
Su madre recordaba a la abuela como una persona que adivinaba las cosas. Recordaba como casi siempre había adivinado cosas que sucederían e incluso cuando ésta se puso enferma… – siempre se había considera una bruja aunque lo decían a modo de risa – Nunca supo hacer salir a la luz su verdadero yo.
-¿Cómo era la abuela, mamá? – se atrevió a preguntar Lucy en un momento de reflexión
-Tu abuela – una mujer menuda. Peculiar y con unos rasgos algo poco característicos en una mujer de su época. – De hecho, solía adivinar lo que sucedería e incluso, mirando a los ojos de alguna persona podía ver en ella su bondad o su maldad. Y no se equivocaba. – Se consideraba medio bruja – aunque, claro está – y mirando a Lucy le dijo – las brujas o videntes, no existen.
Lucy asintió – pensando en las palabras de su madre. Aunque no creía estar de acuerdo con lo dicho, prefirió guardar silencio ¿Y si su abuela en realidad fue una vidente en vida?, ¿porqué nadie creía o quiso creer en esa posibilidad.?
-Hija mía – le dijo su madre mirándola con una dulce sonrisa en sus comisuras.
Lucy la miró sin comprender…
-¡Acompáñame! – Ahora que ya tienes edad – tu abuela te dejó una cosa antes de fallecer.
Lucy se dirigió acompañada por su madre a su habitación donde de su cómoda extrajo un baúl lleno de accesorios desconocidos y una carta asomaba cuyo papel se encontraba roído y amarillento por el tiempo.
-Te dejo a solas – entregándole el baúl con todos los objetos y la carta aún por leer.
Lucy se fue a su habitación. Algo en su interior empezaba a surgir. Estaba emocionada por saber de la que fue su abuela y también con algo de temor en sus venas, sin comprender el porqué de las palabras de su madre.
Se encerró en su habitación y encendiendo un incienso, como muchas otras noches hacía para relajarse, empezó a mirar todos aquellos objetos y de entre las piedras y demás, encontró un collar. Brillaba ante sus ojos color miel, llevaba el símbolo del infinito y sin pensárselo se lo colocó alrededor del cuello con delicadeza, tocando con las yemas de sus dedos aquel amuleto que tanto significó para su abuela, ahora lo llevaría ella.
Miro la carta con bastante intriga. Sus manos la sostuvieron un rato – sus manos temblaban ligeramente por la emoción por lo que contuvieran sus palabras. Empezó a leer de esa hermosa letra pequeña y cursiva de puño y mano, lo que nunca llegó a imaginar.
Querida Lucy,
Sabía que al nacer de el vientre de tu madre una hermosa niña nacería y que su nombre sería Lucy, mi nieta.
Te escribo mi querida nieta sin poder llegar a conocerte en este mundo; el de los mortales. Te escribo desde el alma. Me encuentro en mi lecho de muerte, mientras acaricio la la barriga de tu madre que pronto romperá aguas y nacerás.
Me gustaría contarte muchas cosas en vida, pero como no podrá ser, te dejo en tus manos mi cofre en el que he guardado cada objeto que ha formado parte de mi existir y un pequeño diario donde te explico de mi existencia en este mundo y sobre todo te narro detalladamente a que peligros te enfrentas.
Lucy, has heredado un poder muy grande y muy peligroso que conlleva una misión que tan solo tú puedes resolver. Y esa misión conlleva una responsabilidad que tan solo tú podrás hallar.
Al leer estas líneas te preguntarás de qué estoy hablando. Estoy hablando que dentro de tu ser habita un don que yo poseía pero no pude sacarlo todo a la luz.
El día que oigas hablar a tu madre de mí, lo entenderás. Tenía la habilidad de comprender la magia blanca pero nunca pude eliminar a quienes utilizaban la magia negra. Por ello, también adivinaba las cosas que sucederían.
Lucy, tú eres la única que puede destruir a Los Magos de la Oscuridad.
Busca la espada que terminará con ellos. Nadie ha podido cogerla. Sólo tú tienes la fuerza, sólo tienes que hallarla en tu interior. Encuentra tu fuerza oculta.
Mi Lucy, eres inmune a cualquier magia Negra que se te ponga en el camino. No estas sola. Los Magos Celestiales estarán contigo en todo momento, al igual que yo. Tu inmunidad hará que los Magos de la Oscuridad lleguen a temerte y desaparezcan.
Tu abuela.
Lucy dejó reposar la carta en sus rodillas, intentando analizar lo que su abuela le había contado.
No sólo había confirmado que su abuela era vidente, sino que ella había heredado su don, aún más poderoso de lo que fue antaño su querida abuela. Inmune a cualquier magia. Se hacía un montón de preguntas – Por otro lado Los Magos Celestiales y los Magos Oscuros – ¿Quiénes eran?.
De tanto dar vueltas a su cerebro, termino tumbada en la cama, exhausta, mientras sus párpados veían cómo se cerraban lentamente, quedando completamente dormida. En una de las manos sujetaba el collar del infinito, mientras encima de su pecho reposaba la carta.
Transcurridos unos días tras la noticia que su abuela le había dado, su mente empezó a pensar de manera diferente, con el afán de saber más de sí misma y de ese poder oculto que tan convencida estaba que hallaría, sabiendo que tenía el apoyo del Espíritu de su abuela.
Fragmentos venían a su mente, los percibía simplemente al notar por ejemplo una brisa de aire, como si alguien o algo se lo susurrara al oído
-Tus alas, aunque invisibles. Te hacen volar. Tú puedes lograrlo – le animaba la brisa.
Por otro lado, cuando la tormenta retumbaba contra los cristales de su habitación, una pequeña voz la despertaba susurrándole: «Quién entra en el mundo de la magia negra, muy pocos han sabido o podido salir de el.» – la despertaba sin más.
Esa noche se quedó despierta y al no poder dormirse se irguió y fue a abrir el baúl de su abuela, para encontrar alguna pista de esas voces o sonidos que percibía sin mas. En él, encontró un cuaderno – diario lleno de notas que su abuela antaño escribió.
Toda bruja trabaja alguna vez en su vida con la magia negra, algunas veces se tienen que pisar terrenos oscuros, terrenos de sombra y muerte. A veces con el afán de ayudar también se camina por el lugar a donde la magia negra trabaja. No es complicado entrar a ese mundo, lo difícil es salir y en cierto punto, encontrar el equilibrio.
Leyó el párrafo, hasta analizar cada palabra de sus escritos. Cerró el libro de notas, cuando oyó a su madre llamarla para la cena
Cenó en silencio, pensando en cómo era posible que no hubieran dado cuenta del poder de la abuela. Lástima que no hubiera podido conocerla en vida. Ella sí la hubiera creído.
-Lucy – ¿Te encuentras bien? – le preguntó su madre, pensando en si había hecho lo correcto en darle las pertenencias de su abuela
-Sí, si… – me encontraba pensativa.
-Últimamente lo estás bastante más de lo habitual. – ¿te preocupa alguna cosa? – insistió, de nuevo su madre.
Cuando terminaron de cenar, Lucy ayudó a recoger la mesa junto a su madre.
-Mamá – ¿alguna vez te has sentido diferente?
-En qué sentido – dijo dubitativa su madre, mientras la miraba de reojo – preocupada por aquellas preguntas y respuestas que durante días habían merodeado por la mente de su hija.
-Lo único que sé, es que últimamente te encuentro diferente… – Prosiguió su madre, antes de ser interrumpida – y me hace estar preocupada. Tal vez no estabas preparada para tener lo que heredaste de tu abuela. Tal vez no debí, no debiste saber cosas de tu abuela que te pudieran dañar al oírlas hablar de ellas.
-¡Mamá! – tú puedes tener tus dudas acerca de lo que no debiste contarme o decirme o darme – empezó a hablar con rapidez . – Pero – y mirando a los ojos a su madre le reprimió – lo que no entiendo es – ¿Porqué ignorar que la abuela era una vidente, o cómo quieras llamarla.?
-Lucy – tal vez porque nos daba miedo el mero hecho de que tu abuela pudiera adivinar las cosas y que las transmitiera a algún miembro de la familia. Y ahora por favor, Lucy – ¿podrías dejarme a solas?.
-Lo siento, mamá. No era mi intención.
-No lo sientas. – le respondió, mientras reposaba con firmeza sus manos en la encimera, mirando a un punto lejano.
Mientras oía que su hija subía los peldaños que la conducían a su habitación. Pensó con temor en la posibilidad de que su hija, Lucy, hubiera podido adquirir las habilidades de su abuela. El motivo que defendiera tanto el don que su abuela poseyera en vida, era algo que la había sobresaltado y la había dejado pensativa ante esa pequeña posibilidad.
Por la noche Lucy tuvo sueños un tanto extraños en la que aparecía en bosque donde dos caminos aparecieron ante ella. ¿Cual escoger?. Ambos parecían iguales, podrían llevarla por distintos caminos o tal vez se unieran en el mismo. Cuando empezó a dar sus primeros pasos hacia uno de ellos, el ruido de un trueno en la lejanía la hizo despertar.
-Se acerca una tormenta – se dijo aún acalorada por el sueño tan extraño que tuvo..
Decidió levantarse para mirar el diario de su abuela. De alguna manera encontrar alguna pista. Los ojos de Lucy, atentos a cada palabra intentaban analizar cómo poder hacer frente a los Magos de la Oscuridad y si había Seres Celestiales, ¿Dónde se encontraban? – releyó varias veces aquellas palabras que eran nuevas para ella con el fin de poder entenderlas.
Cerró el diario y entonces lo comprendió. No hacía falta que buscará nombres de personas o personas en sí. Los Magos de la Oscuridad así como los Seres Celestiales habían estado y están a su alrededor…
Cerró los ojos extendiendo las palmas de las manos hacia arriba y cruzando las piernas de sus labios empezó a invocar a las entidades Aire, Agua, Tierra y Fuego. – juntemos nuestras fuerzas para que Los Magos de la Oscuridad no se reflejen ente nosotros.
La brisa del aire empezó a surgir por el ambiente y empezó a sentir cada elemento en su habitación. En su interior algo hacía salir a la luz. Un poder misterioso y oculto que su abuela mencionó.
-Has heredado mi don , Lucy – recordó las palabras de su abuela.
Al amanecer, emprendió un largo camino hacia el bosque soñado. Encontrar el camino que la condujera a la sonsacar la espada que clavada aún permanecía. Anduvo un largo trecho donde el aire la acompañaba en todo momento y el agua en abundancia habitaba en la naturaleza.
Lucy encontró una cueva donde poder reposar y guarecerse de nuevo – Parece que vuelve a tronar – arrugando el entrecejo.
Una tormenta parecía acercarse. Cuando entró en la cueva, ésta estaba oscura y desierta. Solo una pequeña luz al final parecía brillar. Con pasos cautelosos fue acercándose más al lugar. Dando lugar a una roca donde clavada estaba la espada.
-¡Oh! – Exclamó.
Su ojos miraban en todas direcciones para ver que ningún peligro la acechaba. Cuando dio un primer paso unas llamas de fuego cobraron vida a a su alrededor.
Pensó en el mar, en el agua abundante de la naturaleza y con una mirada profunda hizo apagar las llamas, pudiendo acercarse a aquella sagrada espada que clavada había permanecido quien sabe cuánto tiempo…Se agachó ante ella con profunda admiración y respeto. Entonces empezó a acariciarla con las yemas de sus dedos para comprobar que era verdad. Que no estaba soñando. En verdad estaba allí, junto a la sagrada espada que nadie había podido coger.
¿Sería capaz ella de sostenerla? – solo hay una manera de saberlo.
Se armó de valor, respiró hondo y con ambas manos intentó desterrar de la roca la espada. Cual su su asombro de que la punta de la espada se iba soltando a medida que Lucy, concentrada, la despegaba del suelo.
La miró, hermosa y brillante. E intentó elevarla – Lo había conseguido.
-Yo, Lucy. Te bendigo con la Esperanza de que sólo abunden los Seres Celestiales en esta Tierra. Que el odio, la tristeza y el mal desaparezcan de esta tierra. – Prosiguió – Yo Lucy, a vosotros me dirijo, Magos de la Oscuridad. Sé que estáis intentando evitar que el mal desaparezca de esta tierra, pero soy inmune a vuestros poderos. – No tenéis el poder sobre mí, sobre nosotros. Alejáos, Desapareced!
Dicho esto un radiante sol apareció, haciendo desaparecer a la tormenta.
Los aullidos del vendaval en brisa se convirtieron.
Lo había conseguido. Miró al cielo y pensó en su abuela. Sabía que desde un punto no muy lejano la estaba observando. Tal vez, estaba a su lado, sin que la pudiera ver, pero sí sentir.
-Sabía que lo conseguirías – le susurró una cálida voz mientras a casa se dirigía.
Lucy se paró en seco, Su abuela le había susurrado al oído.

CONCE JARA

JUSTICIA DEL MÁS ALLÁ
Era marzo. Adela de dieciocho años, dejó de tener contacto con sus padres, por lo que éstos deciden llamar a su novio, Julián, quien explica que hacía más de una semana que la joven decidió dejar la relación, que recogió sus cosas y abandonó el domicilio de sus padres, en Bétera, donde la pareja se alojaba provisionalmente. El joven, desolado, se presta a ayudar en la búsqueda de su ex novia por Valencia.
Preguntaron a sus amigas, compañeras de piso, vecinos, en el trabajo, pero nadie sabía nada de Adela, por lo que denunciaron la desaparición en la Comisaría de Policía, quienes no hicieron mucho caso a la denuncia, ya que eran muchos los desaparecidos, y además Adela ya era mayor de edad.

* * * * * * * * * *
Tras cinco años sin dejar de buscar a su hija, Manuela, su madre, escucha en la radio un programa en el que una vidente, Carla, echa las cartas del Tarot. Tras varios días de llamadas, Manuela consigue, entrar en antena:
—Buenas tardes —dice Manuela—. Llamo porque mi hija desapareció hace cinco años. ¿Usted podría darme alguna pista sobre su paradero?
La pitonisa echa las cartas y asombrada dice:
—Manuela, su hija no lleva desaparecida cinco años, sino cuatro… y no está desaparecida, está muerta… veo que ha sido asesinada.
El silencio en el programa es sepulcral, hasta que se escucha la voz del presentador, indicando a Manuela que no se retire del teléfono, ya que quieren hablar con ella fuera de antena.
Al día siguiente la vidente y un detective colaborador de la radio, visitan a la madre de Adela en su casa de Liria. Al entrar, Carla estrecha la pequeña mano de Manuela y advierte mucho sufrimiento. Sin más, pide ver la habitación de la su hija.
En el dormitorio, la pitonisa toca los objetos que hay sobre la coqueta, observa las fotografías y los posters que forran la pared, abre su armario, acaricia la ropa, hasta que finalmente se sienta en la cama. Allí, pasa unos segundos y le sobreviene una visión que le hace incorporarse sudando. Le pregunta a Manuela si sabe algo de un niño o de una cabaña ardiendo. La madre dice que no sabe de qué le habla.
Después, ambas se sientan enfrentadas ante la mesa camilla del salón. La maga extiende un tapete de franela verde, y mirando a Manuela vuelve a tirarle las cartas del Tarot. Todo coincide con la anterior predicción, añadiendo la adivina, que siente mucho calor y dolor.
El detective se ofrece a ayudar a la madre de Adela sin cobrarle, y la mujer, agradecida, le facilita la dirección de su hija en Valencia, además de los contactos de sus amistades, trabajo, novio, a quien describe como un joven muy cariñoso con su hija y con su familia.
El investigador callejea por todo Valencia. Consigue contactar con las amigas de Adela, recopilando cualquier posible dato de interés para la investigación, hasta que se entrevista con la mejor amiga de la desaparecida.
En la cita, la amiga describe a Adela como una chica muy alegre, trabajadora y sin malos hábitos. Confiesa al detective que Adela estaba embarazada en las fechas de su desaparición, y por otro lado, menciona que desde que ya no está, a veces, ella sufre algo más que pesadillas. Siente un palpito que le dice que conoce a la mujer que, en sus duermevelas, le pide ayuda. Una mujer que yace muerta, calcinada en el suelo de una extraña cabaña, que tiene una puerta delante y otra detrás.
Días después el investigador se entrevista en un bar de Bétera con el ex novio de Adela, quien no aporta demasiada información, pero asombrado, niega rotundamente el embarazo de su ex novia.
Tras la investigación, el detective elabora un dossier que contiene nuevas pistas sobre la desaparición de Adela, que los padres de la joven entregan a la policía, desatando el interés de los agentes por el caso.
La policía se desplaza hasta Bétera, para hablar con Julián. Al llamar a la puerta aparece la madre de éste, una mujer desconfiada, poco colaboradora, que apenas dejaba hablar ni a su hijo, ni a su marido, acusando a Adela de ser una cualquiera, una ladrona y que esperaba que hubiera ingresado en un convento para redimirse de sus pecados.
«¡Julián… quiero abortar!. Una amiga sabe de una mujer en Valencia que se dedica a eso, me dijo. Yo le pregunté si estaba segura de su decisión, y ella me contestó que era lo mejor, y que después quería dejar lo nuestro.
Al amanecer, sin avisar a mis padres, metimos sus pertenencias en el coche y salimos de Bétera. Ya en Valencia buscamos la dirección. Aparqué cerca del portal y ella subió sola. Dos horas después entró en el coche. Estaba pálida, agotada. A la mitad del viaje empezó a sangrar y vi cómo en una de las curvas de la carretera se desmayaba.
Me desvié a la izquierda ya que de lejos había visto una cabaña. Entré en la caseta y al ver que había un colchón en una esquina, saqué a Adela del coche envuelta en una manta y la deposité sobre el jergón. La tuve en mis brazos dos o tres horas sin que recobrara el conocimiento, y finalmente murió. No sabía que hacer, hasta que decidí que lo mejor era… quemarla.
Sobre el colchón apilé todos sus enseres, varias ramas y le prendí fuego. Cuando el fuego cogió fuerza salí de la caseta hasta que vi desplomarse el tejado. Regresé a casa de mis padres, quienes me preguntaron por ella, y les dije que lo habíamos dejado, que se había ido.»
—Bien —dijo el policía—. Si está de acuerdo con lo que ha leído, ¿firmará la declaración?
—Si… la firmo —dijo echando un garabato—.
A las pocas horas la comisión judicial, la policía y Julián, se desplazan hasta la cabaña donde según este último, Adela había muerto. Junto a la caseta, que tenía dos entradas, esperaban los actuales dueños, quienes indicaron que tras la compra reconstruyeron el tejado, ya que estaba medio derrumbado por un incendio.
La policía preguntó a los dueños por los restos de aquella obra y estos señalaron un montículo de material de obra vertido a pocos metros.
Se inicia un cribado de cada centímetro de aquel montón de escombro, donde hallaron huesos humanos y restos, como una especie de monedero y en su interior la funda de lo que podía ser un pintalabios, ambos de metal.
El monedero y la funda de pintalabios fueron reconocidos por la familia y las amigas de Adela, como enseres que la joven llevaba siempre con ella.
Los huesos encontrados pertenecen a una mujer menuda, joven y como si hubiera obrado la magia, de entre ellos se había conservado un trozo de cráneo de la zona occipital, que presentaba un agujero que solo se pudo haber producido por el disparo a corta distancia de una escopeta del calibre 22, la misma que poseía Julián, ahora casado y padre de un niño.
Carla, era una adolescente de Cáceres, que asustaba con sus presagios, y esa sensibilidad especial que desconcertaba a todos los que la rodeaban. Por ese miedo que produce lo insólito, fue enviada a vivir con una tía a Valencia.
Quizás por la misma época, finales de los 50´, Adela a sus diez años, emigró con su familia desde Extremadura hasta Valencia, con la promesa de una vida mejor.
Ninguna de las dos chicas, sospechaba que sus vidas se entrecruzarían… o quizás Carla si lo supiera, por eso a distancia fue capaz de detectar la agonía y sintió la energía que pedía venganza para Adela.
*ALGUNOS HECHOS DE ESTE RELATO ESTÁN BASADOS EN UN SUCESO REAL.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Digo
Hechiceros
brujos
chamanes
ilusionistas
¡Cuánta necedad cargan
en sus corazones!
No está en sus manos
ni en sus ojos
ni en sus mentes
la posibilidad de
concretar el milagro prometido.
¡Abran los ojos
a la verdad!
La magia pura
vive
respira
danza
en las palabras.
Nada tienen que ver
sus existencias miserables
con la existencia
de hechos extraordinarios.
La magia real
«es» en las palabras,
ustedes
son decorado.

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

EL TRUCO FINAL
¡¡¡ Muy fuerte el aplauso !!!
Con esta manida y desgastada frase, el maestro de ceremonias, a la vez que gerente del circo, daba paso al número estrella de la noche. Una marea de palmas resonó en la oscuridad de las gradas. Los malabaristas y los payasos ya habían terminado, los equilibristas habían vencido de nuevo a la gravedad, la mujer barbuda había hecho su desfile y el hombre bala acababa de describir su trayectoria parabólica. Ahora llegaba el turno del mago.
Horacio arrastró sus pasos hacia el centro de la pista, se ajustó las gafas de cerca, saludó al público y se dispuso a comenzar su espectáculo una noche más. Se sentía algo inquieto. Sabía de sobra que aquella velada iba a ser muy diferente. Tras largo tiempo de minuciosa planificación, había llegado la hora de poner en práctica el mejor de sus trucos.
Aquel hombre, ahora derrotado por los años y las circunstancias de la vida, había ido adoptando diferentes nombres artísticos a lo largo de su dilatada carrera. Con sesenta y nueve años recién cumplidos, el director del circo decidió rebautizarlo como Harry Cooper, un apelativo que consideró que tendría más proyección internacional. Algo que no gustó mucho a Horacio, pero que aceptó con resignación. En la madurez de su vida, tras una larga vida de éxitos y también de sombras, la jubilación apenas le permitía subsistir. Necesitaba un aporte extra de ingresos, que conseguía actuando en los escasos y decadentes circos que aún quedaban en pie.
Pese a su edad, no había perdido ni un ápice de su elegancia ni de su carisma. Con la camisa y el chaleco perfectamente planchados, varita mágica y chistera, Horacio era uno de esos magos que siempre dejaban a todos con la boca abierta. No era solo la calidad de los trucos, sino su ejecución, exquisita y medida hasta el más mínimo detalle, lo que le otorgaba el merecido calificativo de ilusionista.
El espectáculo comenzó de la forma habitual, abriendo boca con un popurrí de trucos clásicos a base de juegos de manos, bolitas, pañuelos de colores y palomas. Con el público ya predispuesto, dio paso a continuación al no menos clásico truco en el que, serrucho en mano, cortaba en dos a una señora escogida al azar de entre el respetable público. A continuación, tenía lugar alguna que otra desaparición.
Finalmente, en el momento más álgido de la actuación, el presentador anunció el número de la guillotina. Un histórico truco que Horacio había rediseñado y perfeccionado persiguiendo el asombro de la audiencia, dándole una nueva vuelta de tuerca cuando ya todo parecía inventado. El incauto voluntario colocaba la cabeza en una enorme guillotina de la que colgaba una afilada cuchilla, a modo de espada de Damocles, mientras las manos eran atrapadas a ambos lados. Previamente, sobre la cuchilla se cortaban unas zanahorias para demostrar que aquello era real y estaba bien afilado. De repente, en mitad de la divertida e ingeniosa explicación que el mago ofrecía a modos de distracción, la gigantesca cuchilla caía a plomo en el momento más inesperado. Tras la respiración contenida del público, se podía comprobar que la cabeza permanecía en su sitio y que “la víctima” no había sufrido el más mínimo daño. Durante unos segundos, Horacio se estremeció al pensar la trascendencia y el peligro que entrañaba lo que iba a hacer. Aunque había planeado miles de veces el giro final que aquella noche iba a estrenar, no podía dejar de pensar qué pasaría si algo salía mal.
Siguiendo el protocolo, procedió a seleccionar de entre el público a su supuesto voluntario. Una persona a la que no debería conocer, pero que, sin embargo, conocía muy bien. Le costó trabajo localizarlo, pero allí estaba.
– Por favor, el señor de camiseta verde y gorra… ¿sería usted tan amable de salir a la pista?
Su improvisado y presuntamente aleatorio objetivo se señaló a sí mismo con evidente cara de sorpresa. Inmediatamente se levantó y bajó las escaleras, dirigiéndose al centro de la escena.
La tensión se respiraba en el ambiente. Pero antes de proceder con el efecto final que cambiaría el rumbo de las cosas, Horacio recordó por un instante cómo comenzó todo, el día en el que sus padres le regalaron aquel juego de magia al cumplir los ocho años. Sus inicios en las fiestas del colegio, sus primeras actuaciones en ferias y teatros. Y especialmente su aparición en televisión, en plenos años setenta, cuando pasó a formar parte del programa del sábado noche, conducido por un conocido presentador de frondoso bigote, en la única cadena de televisión de aquella época. Todo un país entero con los ojos clavados en él. Ahora, sin embargo, era él quien tenía los ojos clavados en aquel hombre atrapado en su guillotina.
De pronto, ante el asombro de todos, la guillotina cayó, impactando sobre el cuello. El reflejo metálico de los focos sobre la fría cuchilla al descender, produjo un escalofrío entre el público. A diferencia de otras ocasiones, esta vez la cabeza sí que cayó sobre la cesta. Aparentemente aquello formaba parte del truco. Sin embargo, la cara del mago quedó desencajada mientras observaba atónito el resultado final del que debía ser su mejor número. Una cabeza con los ojos en blanco acababa de rebotar dentro de la cesta, pero la expresión de desconcierto del mago tan solo era una pose. Los grandes magos como él, con experiencia acumulada de muchos años, tienen mucho en común con los buenos actores. Y él sabía actuar muy bien.
La cesta comenzó a teñirse de rojo. El líquido viscoso de color púrpura también comenzó a chorrear por el filo de la cuchilla. Fue en ese momento cuando confirmó para sus adentros que todo había salido tal y como esperaba. No pudo reprimir un sentimiento de satisfacción. Tras largos años de una minuciosa y paciente espera, su venganza por fin se había consumado.

KATA MAR

Mike, es un hombre perfeccionista, rígido, se preocupa demasiado por las cosas del trabajo, un día no pudo más, se dirigió a su doctor de cabecera, él le recomendó alejarse por un tiempo de la ciudad, le pregunto:
-cual es el lugar donde jamás ha ido, que quisiera ir si tuviera la posibilidad?
a lo cual le respondió:
-A la playa, a disfrutar del inmenso mar, sé que mi trabajo me consume todo el tiempo.
el médico le dijo;
-si quieres vivir más te lo suplico, vete de aquí, tu situación es complicada de lo que pensaba, mencionó preocupado.
Horas después ese hombre salió de la consulta muy devastada y decidido a hacer un cambio, quiso viajar a la playa cercana, estaba estresado del trabajo y del trajín de la ciudad quería sentirse tranquilo y en paz; la noche anterior empacó sus cosas para no olvidar nada.
Al día siguiente se embarcó en un carro tipo jet. llego en 5 horas, agotado del viaje por carretera, decidió irse a encerrarse en su cuarto a escuchar guaracha su música favorita.
de pronto oyó un golpe en la puerta, abrió la puerta para saber quién era, vio a un anciano con bastón a lo cual le dijo:
-señor buenas noches, ¿que necesita?
-le podría decir algo- pregunto dulcemente el anciano.
a lo cual Mike asintió.
el adulto mayor empezó a declamar una linda poesía inventada al instante:
ven conmigo, disfrutemos de un exquisito trago en el bar de abajo, sé que no me conoces, pero te aseguro que es con la mejor de las intenciones.
disfrutemos de la hermosa melodía de un bolero, déjate llevar por las suaves guitarras déjate llevar por la dulce melodía de ellas.
Dulce son sus cuerdas que con suavidad los músicos tocan.
cierra por un momento tus ojos, sumérgete en la suave vos de los cantantes.
suaves melodías que calman la mente, alma, y corazón.
Corazón que salta con la fuerza de sus voces, con cada sentimiento noble conectan con cada neurona del cerebro.
La nobleza de su voz o de sus voces hace que se genere un arcoíris en tus sentidos.
La atmosfera del arcoíris provoca en tus sentidos una mezcla maravillosa que de a poco va generando empatía, evocando recuerdos del pasado, de mi generación.

ANDREA ROSSI

LA MAGIA DE VOLVER A LA VIDA
Amanece, el sol, lento y dominante emerge del lago, con su venia ya podemos iniciar lo que sea que tengamos en mente.
Hay pocas cabañas, separadas unas de otras, pequeñas y cómodas, funcionales, cuidadas por personal amable, cordial, que las mantienen limpias, y nosotros, los pocos huéspedes, somos felices.
Nunca me gustó madrugar, con sol o sin él, prefiero seguir en la cama, a veces duermo, otras doy vueltas contenta de no estar obligada a dejarla.
El desayuno me llama y nos complacemos mutuamente. Daré una vuelta, puedo elegir entre un sendero que me lleva al bosque, puede ser interesante perderse entre tanta naturaleza, o trepar piedras, hasta la cima plana del acantilado, donde puedes tomar sol, o zambullirte en el lago, o rodear la parte escabrosa y bajar hasta la orilla para bordear el lago, tantos metros, kilómetros, como dure tu energía.
En todas las opciones hay exploradores, toman sol, nadan, caminan, se zambullen, adultos y niños.
Decido nadar, lentamente me aparto de la orilla, me vuelvo boca arriba y floto, desde una plataforma cercana me llegan las risas de un pequeño grupo que se prepara a saltar, uno se lanza de cabeza, otro salta abrazando sus rodilla y gritando, una niña de, tal vez, diez años, rubia, tan delgada que pienso que va a flotar en el aire, saltó, se hundió, y no vuelve, por favor, ¡no vuelve!, sus compañeros se zambullen buscándola, también yo nado para ayudar, uno de los muchachos reaparece con la niña, nada hacia la orilla con ella, la tiende en la arena y busca reanimarla, presionan su pecho, flexionan sus brazos, piernas, gritan, han llamado a Emergencias, insisten aplicando lo que saben, hasta respiración boca a boca, se miran angustiados, no tiene pulso, el leve cuerpecito parece más pequeño, la carita más pálida y su cabello una aureola.
Entre los que rodeamos a la niña, reconozco una camisa a rayas blancas y rojas, es el uniforme del personal de las cabañas, es una de las mucamas, pone su mano sobre la frente de la niña y en ese momento se oye la sirena de una ambulancia que acapara la atención de todos, bajan dos hombres y corren hacia nosotros, segundos, son sólo segundos, la mujer no quita la mano de la frente y mira la carita, y de pronto la niña se estremece, tose, se vuelve de lado y escupe agua, la mujer sonríe, cuando se aparta nuestras miradas se encuentran, un instante, un chispazo de sus ojos a los mios, una silenciosa orden, un entendimiento ¿mágico?
Nadie ha notado su presencia, regresa con sus compañeras, todas vestidas con rayas blancas y rojas, es una más, su orden se cumple, ya no sé quien es, desapareció, seguro rumbo a ¿el luminoso?

MERCEDES FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

Con el pasar de los años, te das cuenta que sólo las pequeñas cosas cuentan de verdad. Dejamos a un lado lo material, sin olvidarnos de ello por pura necesidad, pero apreciamos mínimos detalles de vida cotidiana, detalles simples, sin ningún desembolso extra, pero que valen oro.
Son detalles de rutina, del día a día, pero ahí es donde radica la magia.
No hay truco, son pequeños gestos, dos palabras, una mirada, regalos mágicos que ahora ya no me pasan desapercibidos y que, por muy simples que sean, me hacen feliz.
Destaco algunos, pero no están todos, para que, al igual que yo, cuando pasen por vuestro lado, sintáis esa magia de la que os hablo, que es, ni más ni menos, que la vida misma.
Un «Buenos días» de la persona adecuada y también de alguien inadecuado, que te hace ver que se acordaron de ti al iniciar el día.
Una buena charla con una amiga que te mira a los ojos mientras hablas.
Una llamada inesperada. Cuánto tiempo sin saber de ti.
Un abrazo que te envuelve, un abrazo de verdad donde los cuerpos se fusionan en uno.
Una palabra amable de alguien a quien no has visto nunca. Qué bonita es la amabilidad.
Unas risas sin motivo, sin chistes, sin adornos.
Una disculpa a tiempo, tan necesaria algunas veces y tan costosa muchas veces.
Un «cuánto me alegro de verte»
Un «¿la última?»
Una leve sonrisa cuando alguien te ve venir de lejos
Un «chin-chin», por nosotros
Un «¿qué quieres hacer?, lo que tú quieras»
Un paseo
Un «que se acabe el mundo que yo estoy contigo»
Una leve brisa que te despeina
Un libro
Una canción
Un beso que te eriza la piel
Sin olvidarme del «tú vales mucho» que me decía mi madre.
Y por supuesto, «Tú», «ellos dos» y …. «vosotras»

TESS LORENTE

—Mamá ¿Tú crees en la magia?
—Claro mi amor, la magia nos rodea a diario.
—Pero son trucos. No es magia de verdad.
La expresión de decepción en el rostro de la niña hizo que la madre sintiera la necesidad de devolver la ilusión a su vida.
Magia eres tú
Cada paso, suspiro o sueño
Cada ilusión, regalo, sentimiento
Cada sonrisa, beso y abrazo
Magia eres tú.
Naciste del amor
Que todo lo puede
Creciste en mis entrañas
Como por arte de magia
Me robaste el sueño
Me colmaste de alegría
Llenando de luz toda mi vida.
Magia eres tú
—Vale mamá, muy bonito, pero la de verdad, la de los magos…¿existe o no?
—Pues claro cielo:
Magia es hacer posible lo imposible
Mostrar cosas que tus ojos no perciben
Crear ilusiones que no tienen explicación.
Magia es regalar una sonrisa tras cada truco
Hacer que el suspense te lleve a una gran sorpresa
Creer en cosas inexplicables
Disfrutar como un niño.
—Pero los magos hacen las cosas muy deprisa y nos engañan. ¿Eso es la magia, engaños?
—Para nada cariño:
Magia es creer
Magia es sentir
Magia es ilusión
Magia es verte crecer
Verte sonreír
Acompañarte en cada etapa
Magia es vivir.
Y recuerda siempre que
la magia vive en ti y en todo lo que haces.
Magia eres tú.

ADRIANA FRANGI

Magia en una mirada, esas que hablan por mil palabras.
Magia en los besos, húmedos, apasionados, eternos.
Magia en los abrazos, apretados que te dejan sin aliento.
Magia en el caminar, juntos de la mano en la orilla del mar.
Magia en la brisa de cada mañana, en la caminata diaria.
Magia en una cena, velas encendidas, copas de vino, cálida música, buena compañía.
Magia en los viajes, esos sin destino, no planificados.
Magia en los instantes, esos que pasamos desapercibidos, pero que hacen de nuestro un gran día.
Magia en las horas, días, semanas, eso es la magia que cada uno depositamos en el mañana.
Magia en el despertar de cada día.
Magia, es la vida misma, que nos sorprende cada mañana regalándonos Vida…
🥀Eso yo le llamo Magia …

LA GATA LÓPEZ

LA MAGIA DEL AMOR
Fue algo mágico en mi vida lo que pasó.
Tuve que irme de tu vida. Durante 20 años, te eché de menos, te extrañé, nunca dejé de amarte en mi interior, aunque otras personas se cruzaron en mi vida, al igual que en la tuya.
Quien nos iba a decir, nadie lo creería, que la vida volviera a encontrarnos cara a cara, para volvernos a dar una segunda oportunidad, como un hechizo de amor, vivimos enamorados tantos años que estuvimos separados, dos almas un solo corazón.
Solo en volver en pensar en perderte, dos lagrimas brotan de mis ojos.
Cuando nos falle la memoria y solo nos queden las fotografias.
Cuando los años sigan pasando y las piernas se nos cansen y los ojos se nos cierren. Lo unico que pesará fue lo que hicimos tu y yo en la vida .

NICOLÁS MUÑOZ

¿Quién eres tú?
A dónde te has fugado…
Con el colorido paisaje que me pintabas.
¡Necesito una explicación!
¡Necesito aliviar esta ansiedad!
¿Cuál es tu verdadero nombre?
¿Por qué te has marchado?
¡Basta de trucos!
¡Basta de tu terrible Magia!
El espectáculo se ha acabado.
¡Cierren los velos y apaguen la luz!
Todos -decía yo, mientras una lágrima asomabase-
¡Todos fuera de aquí!
Ya he tomado una dudosa precaución:
En el tapete, al entrar a mi morada,
dice: “No se permiten Magas”.
-¡Never more!- resonaba en mi mente.
Pues ya no puedo lidiar
con su inexplicable y confusa ausencia;
¡Vienes y te vas, llegas y te marchas!
¡Apareces de repente en mi campo visual
¡y vuelves, y vuelves a desaparecer mágicamente!
¿Quién eres tú, quien eres?

MÓNICA GRACIELA JARDÓN

Sobrevivir ante las adversidades,
Caerse mil veces y levantarse dos mil,
Abrir los ojos cada mañana,
Respirar, Llorar, Abrazar.
Aquella mano tendida que no espero,
Enfrentar la marea y esquivar las olas.
Ponerle el pecho al viento sin sentir frío.

MARIA ROSA ROLANDO

Hay ciertas palabras que, al usarlas del modo adecuado, tienen el poder de sanar el alma.
Durante décadas miles de hechiceros las han invocado para alejar los malos espíritus de los cuerpos poseídos por demonios o para sanar las mas crueles enfermedades. Desde que nacemos, palabras mágicas nos rondan haciendo que podamos conciliar el sueño, que un bebé deje de llorar o incluso atraer la buena ventura.
La historia de la frase mágica de la que voy a hablar, ha llegado a mis oídos y se quedo rondando mi cabeza durante años. Fue hace seis o siete años que una niña al sentirse afectada por el diagnóstico de su madre y ante el temor de perderla desarrolla una rara enfermedad en su piel, su nombre, psoriasis. Comienza el recorrido por médicos dermatólogos, tratamientos, angustias. Hasta que su madre recurre a una terapeuta holística que al escucharla, decide brindarle una herramienta maravillosa, una frase para que esa niña se fortalezca y ya no sienta el miedo a quedarse sola o el deber de cuidarla de ella. La madre durante semanas repetía esa frase para que llegara al alma de la niña y curarla. Día, tras día, sin que la niña lo percibiera concientemente. Hasta que pasado los meses la enfermedad fue cediendo al punto de desaparecer. Esta historia está basada en hechos reales y puedo dar fe de que mágicamente logró curar a su hija. Sólo una frase, poderosa más allá del entendimiento, pero con el poder curativo que sólo el amor puede explicarlo.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Dicen qué las hadas existen, yo doy fé.
Tenía diez años cuando las VI por primera vez.
Vivía en un pueblo, le llevaba la comida a mi padre, qué estaba en el campo. Subía por un barranco, qué en determinado momento hacía una pequeña cascada. Vi algo brillar, me acerqué, una pequeña hada, de color morado me miraba, se fue detrás de la maleza de la cascada. La seguí.
Me quedé maravillado de la magia del lugar. Una luz preciosa bañaba un lugar lleno de plantas de todos lo colores. Los colores eran tan brillantes qué tenía qué entre cerrar los ojos. Hadas había varias. Se les via revoloteando felices. El pie se me fue, una piedra cayó. Toda la magia se esfumó.
Durante años volví a la cascada. Nunca más vi a las hadas.
Años después, conocí a Rosa, era una mujer expetacular. Con su cara pálida, sus ojos verdes siempre centelleantes, su melena roja abundante y rizada. Era el hada morada, años atrás encontrada. Me pidió ayuda, su mundo estaba desapareciendo.

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

Gafas de extraterrestre
No me digáis ¡qué pena de Richard!, porque eso ya me lo tengo muy oído. Ni tampoco ¿quieres que te echemos una mano?, porque no tenéis que ayudarme en nada, yo soy un tío normal. Corriente y moliente.
Estoy hasta las narices de que me tratéis como un bicho raro. Dejad vuestra compasión para los negritos de África. ¡Venga ya!, iros a la mierda sin hacer ruido.
  • ***
A primeros de curso, la vi por primera vez. Una alegría lo de estas gafas que me consiguieron en casa, que parezco un marciano. Con ellas pude ver a Micaela. Luego me enteré de que es la nueva y de que está en cuarto y ahora ya es la famosa Micaela en el insti, pero entonces yo no sabía ni cómo era. Hasta que mis padres consiguieron dinero para mis gafas especiales.
Os voy a decir solo un detalle y seguro que me entendéis: su mirada tiene magia. Te envuelve. Nadie mira como Micaela. Es como una especie de cosa que se te mete en la cabeza y ya no puedes dormir por la noche, te quedas despierto, esperando que llegue el día siguiente, deseando que te mire otra vez cuando te la cruces por el pasillo.
En cuanto la vi, me dije: Seguro que le doy pena. Como a todo el mundo: nada más que pena.Mirarme, mirarme, lo que se dice echarme el ojo, como una chica se fija en un chico… pues como que no. Todos me dicen que estoy enfermo —aunque yo controlo—, ¿por qué iba a ser esta tía distinta?
Alguna vez, Micaela me mira y me habla como si yo no fuera un bicho raro, como si no tuviera ir siempre con la gorra y con tanta ropa. Odio la ropa. Odio la gorra. Odio las miradas de compasión.
.
¡Ah! ¿Qué no me conocéis? Bueno, pues yo me presento: me llamo Braulio. Ya tengo trece años y me estoy quedando renacuajo, comparado con los amiguetes. Cuando vuelvo a casa solo, porque los demás no cuentan conmigo, siempre me repito las tres palabras importantes: torpe, tonto y lento. Ese soy yo. Un fiera: el torpe de la pandilla, el tonto de la clase y el lento a la hora de jugar. Un desastre, vamos. Además, soy el menor de la casa, de modo que a todo el mundo le doy lástima: ¡qué pena de chico!, ¡si no fuera albino…!
Pues si no fuera albino, ya estaría saliendo con Micaela. Y, si no fuera albino, ya estaría de titular en el equipo de baloncesto y si no fuera albino no me mirarías con vuestras caras de lelo, que no sé si es mejor que os quedéis embobados o que os dé lástima. Yo no necesito compasión, tontos del culo. Necesito amigos de verdad y no de los que quieren tomarme el pelo o reírse de mí. Mi padre dice que mis colegas son unos canallas. Serán unos canallas, pero son los únicos que tengo. No hay otra.
¿No os lo he dicho ya? Micaela no se fija más que en los que juegan al baloncesto.
Dio la casualidad de que el día que estrené las gafas especiales, pues casi lo primero que vi fue a Micaela mirándome y sonriéndome. Y aquella noche, así de pronto y sin Coca-Cola ni nada, ya no pude dormir.
¿Cuántas horas os creéis que me he pasado entrenando al baloncesto con mis gafas nuevas? Y los otros se reían de mí, claro:
—Richard, ¡que tú no sabes…!
—Pues puedo aprender.
—Richard, ¡que eres muy torpe…!
—Pues puedo entrenar.
—Richard, ¡que eres muy flojo…!
—¡Pues ya me pondré cachas, coño!
Sí, sí. Se han estado riendo de mí todos los días hasta que Javi, el de Educación Física, me ha puesto en el equipo de baloncesto. Ahora ya se han callado.
Voy de suplente, claro. Pero estoy seguro de que un día de estos va a meterme a jugar. Yo voy a pelear por ser titular, aunque me cueste la vida.
Un día de estos, debilucho y todo, voy a salir a jugar en un partido. Da igual que tenga que ir siempre con gorra y que casi no tenga cejas. No me importan la piel blanca y las gafas de extraterrestre. Si llego a jugar en el equipo, Micaela me va a mirar. Y, si ella me mira con su magia y se fija en mí… ¿qué otra cosa puedo querer?

RAQUEL LÓPEZ

Hay gente que conocemos que no necesita nada para llegar a los demás ,tiene ese «don»mágico que reside en la sencillez y nos enriquece el alma sin necesidad de trucos…
La magia,
ese puente
entre lo divino
y lo humano.
La magia son tus labios
cuando tiemblo al besarlos.
La magia son los versos
transformados en poemas,
la magia está en todos
los que creen en ella.
¡Se apagan las luces
continúa la función!
la magia está en cada esquina
que alberga tu corazón.
Hay que saber apreciarla
con sonrisas e ilusión.
La magia está en TI,
no necesita trucos
porque tiene esa luz propia
que hace brillar el infinito.

LOLI BELEL

Desvestí al mundo para conocerte.
Me transformé en poema elaborado
para ofrecerte la más limpia metáfora
el canto del amor
el verso diáfano de la vida…
Siéntate a leerlo, si quieres.
En cada una de sus letras
verás una sonrisa
un corazón
un regalo de magia y aventura…
Si no quieres leerlo
y ves que se despierta el viento
vendrá otro silencio
que enmudecerá tu alma
y yo me vestiré de invierno
y marcharé con el último suspiro
de rocío y escarcha.

RAFAEL ARAIZA

El vestido mágico
El vestido blanco de su primera comunión es el único recuerdo que le dejó su madre. Lo cosió a mano, con todo el amor que podía caber en cada puntada de los hilvanes que dan forma a la vestidura.
A pesar de los muchos años transcurridos, la inmaculada prenda ajusta su cuerpo esmirriado con la perfección de la primera vez. Lina lo viste y se observa en el espejo cubierto de polvo y telarañas. Espera.
—Mamá, estoy lista, puedes venir —susurra emocionada, con la mirada fija en la superficie reflectante del cristal.
Continúa la espera…
Nada.
—Dijiste que este vestido es mágico, que cuando estuviera lista te llamara. Estoy lista. Ven por favor, te necesito —implora con la voz entrecortada por el llanto que sube por su garganta.
Una niebla oscura delinea una silueta femenina que se sitúa al lado de Lina. La joven sonríe, pero cuando las manos de humo rodean su cuello y aprietan, los ojos de la muchacha dudan de lo que observan en el espejo. ¿Es real o se trata de… La pregunta queda inconclusa, un tétrico crujido escapa de su garganta. El cuerpo se desvencija y cae pesadamente.
Silencio.
Un dedo de la mano derecha de Lina lucha por moverse, se sacude violentamente. Las otras partes corporales siguen su ejemplo. En medio de espeluznantes sacudidas y contorsiones, el cuerpo alcanza la vertical.
—El vestido funcionó —comenta la fémina reanimada, con una voz diferente a la de Lina—. Gracias por el cuerpo, hija. Ahora conseguiremos uno para traerte de vuelta.
Entre el polvo y la suciedad del espejo se alcanza a ver a Lina, gritando y golpeando el interior del cristal insonoro.

MIGUEL TERCERO SAÚCO

SUEÑO MÁGICO
Noto que me falta algo. Es la mano fuerte y cálida que apretaba la mía, de la que colgaba y me dejaba llevar. Me encuentro rodeado de piernas que no me ven, del jolgorio, de ruido y de risas. Mi desamparo explota en un llanto que se derrama en el vacío y me siento en el poyete, arropado por las rosas con espinas del jardín.
Una mujer se da cuenta y se arrodilla junto a mí, y me habla como mi madre. Me limpia las lágrimas, me acaricia el pelo y empieza a buscar y a preguntar. Me coge en brazos y todos empiezan a mirarme y a decirme cosas.
De pronto, aparecen mis padres y mi hermano, que empiezan a dar gritos de alegría, me abrazan y yo empiezo a ver a toda la gente, las atracciones de la feria y los puestos de chucherías y de juguetes.
Me siento tan feliz, tan feliz, … Que me despierto y veo la oscuridad.
«¡Oh, no! Ya no soy un niño. Mis padres han muerto, mi hermano no me habla, no me acuerdo de como era la señora que me salvó, y ya he vivido gran parte de mi vida»
Me arrebujo entre las sábanas, intentando desvanecerme otra vez en el sueño para seguir viviendo aquella vida, aquellas risas y esperanzas, pero no puedo, aunque abro los brazos y mi corazón para acogerlo ¡Esta noche va a ser imposible!
Tal vez mañana, u otro día, la magia del sueño vuelva a regalarme de nuevo otra parte de mi historia, recomponiendo las ilusiones perdidas.

FERNANDO RIERA

«Más que magia» (Par. 1)
Hubo un tiempo en que quise ser mago. Es por eso que puedo contaros esta fantástica historia que la mayoría de vosotros, mis estimados lectores, no vais a creer.
Ahí va…
Me llamo Ricardo, entonces era yo un hombre un tanto arrogante y egocéntrico. Quería llegar a lo más lejos. Por aquel entonces le cogí el gusto a eso de la prestidigitación. Pero no estaba dispuesto a ser una mago más, quería ser el mejor y estaba dispuesto a pagar por ello cualquier precio.
En uno de mis viajes, entre función y función, paseando por el casco viejo de una ciudad, de pronto vi una extraña tienda de magia, escondida en un callejón. Me acerqué a ella y no dudé en entrar.
Había allí los típicos juegos de manos que mayoritariamente se pueden encontrar en todas las tiendas de magia. Las barajas de cartas, accesorios, trucos archiconocidos… Nada nuevo. Pero tenía aquel lugar, aquel local, un ambiente misterioso y cautivante que jamás en ningún otro pude encontrar.
-En que puedo ayudarle, jovencito? -dijo una voz de mujer mayor desde detrás del mostrador.
-Estoy buscando un truco de magia nuevo. Algo realmente diferente y sorprendente. Estoy cansado de todo lo visto. Pero veo que aquí tampoco lo podré encontrar -contesté.
-Supongo que es usted mago, verdad? -volvió a preguntar la señora, que tenía una cara risueña y afable. He dicho afable? Jamás os fieis de tanta amabilidad…
-Por supuesto que soy mago. Y me ganó bien la vida. Pero no pierdo el tiempo buscando bagatelas. Yo podría pagar el precio de lo que fuera.
-Estoy seguro de que sí. Pero tendrá que buscar mejor en la tienda, y seguro que encontrará lo que busca. Je, je, je -rió ella, cómo si esto se tratara de un juego.
Entonces reparé en una vieja bitrina. Habían allí dentro las anticuallas más insólitas y variopintas que jamás había visto. Todas relacionadas con la magia, pero a saber de qué siglo serían… -Hay alguna que le guste? -inquirió la mujer después de haber llegado hasta mi.
-Está segura de que funcionan? Todo esto parece pura fantasía…!
-Je, je, je… Le doy mi palabra de que todos funcionan. Si no, puede devolvérmelo. Pero hasta el día de hoy nadie regresó a mi tienda quejándose de alguno de mis juegos.
-Ah, si? Y este? «La Cortina de la Invisibilidad»… Si yo he de poner los accesorios para que funcione, la trampilla, o lo que sea… Dónde está la gracia…?
-No le harán falta. Es la Cortina de la Invisibilidad. La auténtica. Sólo hay una. Como todos los demás. Cada uno de los juegos que hay aquí son únicos e irrepetibles.
Yo escuchaba a la vieja señora asombrado. «Aquí tiene que haber gato encerrado» – pensé. Sin embargo, decidí seguirle el juego, nunca mejor dicho.
-Y cuanto cuesta, la cortina esa.
-No se preocupe por eso, seguro que llegaremos a un acuerdo.
Después de sacar de la bitrina, la caja que contenía la misteriosa cortina, la señora me condujo hasta el mostrador. Abrió un libro extremadamente antiguo y empezó a garabatear en la última de sus páginas escritas. Cuando terminó, la mujer giró el libro y pude leer en el lo siguiente: Me comprometo ha hacer el uso adecuado de la «Cortina de la Invisibilidad» según sus únicas indicaciones. Dando fe de que la adquiero conscientemente y sin ninguna clase de coacción. Y así paso a ser dueño de ella.
«Qué burrada» -pensé después de leer todo aquello. «Todo esto es infantil».
Entonces la señora me agarró un dedo y clavó una aguja en el.
-Aayy!! -grité.
Apretó mi dedo haciendo que un par de gotas de sangre cayeran sobre el mostrador y
sacó una pluma de escribir al estilo antiguo y llenó el plumin con mi sangre. -Ya puede firmar debajo, si le parece que todo está correcto -me dijo dándome la pluma.
Me dispuse a hacerlo, ante la atenta mirada de ella. No cabe duda de que yo aún estaba estupefacto ante aquel sorprendente e inquietante ritual. Aún así, firmé… Curiosamente las risitas de la señora habían desaparecido.
-Ahora -añadió ella tendiendome la caja de «La Cortina» -recuerde bien lo que le voy a decir. Usted será la única persona que podrá hacer uso de «La Cortina». La persona que usted decida hacer desaparecer y volver a aparecer, jamás deberá repetir el juego. Esto es muy importante. Entiende claramente estas dos indicaciones?
-Sí, perfectamente.
-Deberá también, seguir fielmente todas las indicaciones que están escritas en el libreto que acompaña el juego. Sin variar ni una coma ni un punto. Y pronunciar todas las palabras mágicas correctamente. Ha entendido, señor?
-Perfectamente…
Pero tengo mis dudas de que funcione.
-Quizás es porque no sabe exactamente lo que acaba de adquirir -me dijo por último la señora, clavandome una fría y siniestra mirada.
No nos volvimos a ver. Ya en el hotel abrí la caja del juego, que pesaba más de lo que imaginaba, y vacíe todo su contenido con una curiosidad sin límites sobre la cama de la habitación. Un aro de metal dorado de casi un metro de diámetro, del que pendía una larga tela negra de casi dos metros, sujetada al aro a base de unas argollas. Un manubrio para manejar el aro y que fácilmente se podía acoplar a él. Y el librito de instrucciones envuelto cuidadosamente en una vieja tela.
Sí, el libro de instrucciones también era sumamente antiguo.
Me quedé un largo rato observándolo todo.
-Diantres! Esto tiene qué ser una broma…!
Cogí el teléfono y llamé rápidamente a un amigo.
-Pedro, tienes algo que hacer mañana?
-Porqué? Es urgente?
-Sí, he de probar un nuevo truco.
-Deacuerdo…
-Vale. Ahora estoy fuera, pero regresaré al mediodía de mañana. Nos vemos por la tarde en la sala de ensayos. Te espero.
-Ahí estaré.
Ah, una cosa más. Tráete la cámara de video.
-Muy bien. Era ya el día siguiente por la tarde. Lo teníamos todo preparado en el local.
Sobre el escenario estaba yo con el aro al que ya le había ajustado el manubrio para sujetarlo. Cómo ya expliqué, alrededor del aro habían unas argollas que sujetaban la tela totalmente opaca de color negro, y que no tenía ninguna costura o unión. Así, una persona cualquiera, podía quedar oculta dentro de aquella tela, que formaba una circunferencia, sujetada por mi, y volver a aparecer a la vista de todos bajando el nivel del aro, que yo sujetaba desde el manubrio fácilmente. Creo que se entiende perfectamente en que consistía el método del juego.
Mientras tanto, Pedro preparaba con la cámara el plano apropiado para gravarlo todo.
Ya me había leído el libro de instrucciones de «pe a pa» dos veces. Debo decir que, el hecho de estar escrito para seguir los pasos tan metódicamente, le conferia a aquel truco tan inverosímil un halo de misterio fuera de lo normal. Y yo estaba más nervioso que nunca. Era incomprensible, aquello no podía funcionar. Pero estaba deseando probarlo, y demostrarlo… Estaba vez seria yo el que se reiría delante de aquella vieja bruja… Devolviéndole la inutilidad de aquel ridículo juego… Je, je, je!
Llegado el momento le expliqué a Pedro todo lo que íbamos a hacer. Que en cuanto se lo indicará pusiera la cámara de video en marcha, subiera al escenario y se pusiera junto a mí. -Ricardo… Pero dónde has preparado el truco…? No entiendo… -preguntó Pedro intrigado.
-Tú haz simplemente lo que te he dicho…No te importa prestarte a colaborar, verdad?
-Qué?… No veo a nadie más por aquí -dijo él con cierto cinismo. Y añadió: -Además, alguna vez me has dado opción, Ricardo?
-Tienes razón… Estás listo?
-Sí.
-Pues empieza a gravar.
Pedro pulsó el «rec» de la cámara y con una parsimonia inusitada vino hacia el escenario. En cambio yo, no sé porqué, empecé a sudar. Aunque estaba a una cierta distancia, vi perfectamente la luz roja de la cámara gravado frente a mi. Pedro llegó al escenario y se situó a mi izquierda. Yo llevaba ya preparado el aro con su tela en mis manos. Pedro me miró con incerteza, levanté el aro y lo coloqué encima de él. Entonces solté la tela la cual se desplegó hasta el suelo ocultando a Pedro dentro de ella, formando a su alrededor una circunferencia. Mientras yo, seguía sujetando, ahora con una sola mano, el soporte o manubrio del aro, mientras el corazón cada vez me latía más de prisa. Hice un esfuerzo por tranquilizarme, y sobretodo, por recordar las palabras exactas que debía mencionar para empezar el juego.
-«Muticela, Aunaquis, Prontus»! -pronuncié alto y claro.
Mis rodillas empezaron a temblar. Mi brazo empezaba a agarrotarse, pues en todo momento debía mantenerlo en alto, por encima de la altura de Pedro. Así que, sin más dilación empecé a bajar el aro poco a poco, observando atentamente que ocurría…
Ya había traspasado la altura de Pedro, por lo que, a menos que él se huviera agachado, su cabeza ya debía aparecer… Pero no, su cabeza no aparecía. Continúe bajando el aro con su cortina poco a poco, tembloroso… Ya estaba a la altura del pecho de Pedro, pero Pedro no aparecía. Me estaría gastando una broma y seguía oculto ahí dentro…?
No me atreví a mirar en el interior de la cortina…Seguí bajando el aro, mientras la tela cada ves más se iba acumulando en el suelo, pero Pedro seguía sin aparecer… El aro empezaba a bajar por el nivel de las piernas y yo también tuve que agacharme para llevar el aro a esa altura, porque de Pedro ni su cabeza, ni su cintura, ni sus piernas, nada…!
Según las instrucciones, era fundamental que en ningún momento interrumpiera o alterara el juego, ni hablara, ni gritara, cosa que estuve a punto de hacer. Así que estaba bien mentalizado de que debía mantener la calma…Pero el aro estaba a un metro del suelo y yo agachandome junto a él, mirando dentro de él… Y por mil demonios! Pedro no estaba ahí, había desaparecido!
Os podéis imaginar cómo estaba yo…?!
Sí, apunto de perder el control, pero el juego debía seguir…Ahora debía proceder a voltear el aro y su tela con varios pases en el aire. Y así hice, mientras mi cabeza pensaba mil cosas a la vez.
Y el último paso, volver a colocar el aro en el lugar que había estado Pedro. Desplegando nuevamente la cortina y subiendo el aro hasta lo más alto que pudiera dar de sí la tela. Justamente igual que como había empezado el juego. Y lentamente, volver a bajar el aro, poco a poco, con tranquilidad.
Claro está que, cuando tuviera que realizar el truco con el público delante, es hacia alli dónde siempre debía mirar.
Pero ahora, no era eso lo que me preocupaba… Rogaba al cielo, rogaba a los ángeles, a lo que fuera por volver aparecer la cabeza de Pedro… Porqué empecé a bajar el aro y el pulso me fallaba, la respiración, la concentración, estuve a punto de desmayar, cuando de pronto…la cabeza de Pedro apareció…! Ciertamente el resto de su cuerpo también… Me miró tranquilamente, yo con el corazón en un puño, y dijo: -Ricardo, por la cara que pones, creo que el truco no ha funcionado, verdad?
Ya lo sabía yo…

EFRAIN DÍAZ

Continuación adaptada de la semana pasada.
Catherine Simms, quien se hacía llamar Krystal, venía de un hogar disfuncional. Había quedado huérfana de padre a los 10 años debido a un terrible accidente. Su padre, para satisfacer los caprichos de una desconsiderada madre consumerista, tenía tres empleos. Mientras viajaba de su segundo a su tercer empleo, el cansancio lo venció y su auto frenó debajo de un camión. Catherine culpaba a su madre, mientras ésta cayó en una profunda depresión que la llevó al alcoholismo al no poder continuar su patrón de consumo. Entonces Catherine volcó toda su atención hacia su hermano de seis años. Catherine pasó de ser la hermana mayor a ser madre y padre de Paul.
Cuando a sus catorce años Paul fue diagnosticado con una rara enfermedad hepática, todos los médicos dijeron que la única salida era un trasplante de hígado.
Sin seguro médico, una madre alcohólica y sin un trabajo que pudiera darle respaldo, el mundo de Catherine se vino abajo. Lo único que le quedaba y por quien había luchado sola y contra todo tipo de adversidades para sacarlo adelante, sacrificando su propio bienestar, tenía los días contados si no recibía ese hígado.
Las listas de espera eran desesperantemente largas. Eran infinitas y Paul no podía darse el lujo de esperar. Cada hora era importante. Cada minuto contaba. Cada segundo era vital.
Cuánto hubiese deseado que los trucos de magia que de niña veía, fueran realidad.
Cuando deseaba que un mago pudiera agitar su varita mágica y Paul estuviera curado o pudiera sacar un hígado de la chistera y donarlo. Pero la magia no existe. La magia es pura ilusión óptica, mera prestidigitación dirigida a engañar a un público ávido de ser engañado. Catherine se sentó a llorar desconsoladamente en el hospital.
Repentinamente se acercó un hombre con una larga bata blanca, un carnet del hospital y se sentó a su lado. Le dijo que había visto el expediente de Paul y que él podía ayudarla. Siendo médico, Catherine vio un halo de esperanza. El galeno la citó fuera del hospital. Le dio una tarjeta blanca con dirección, día y hora. Era importante que fuera sola.
Llegada la noche de la cita, Catherine acudió asustadiza. No sabía a lo que se enfrentaría, pero la sola esperanza de poder salvar a su hermano Paul, le hacía sobreponerse a cualquier miedo, a cualquier temor.
Cuando llegó, fue recibida por un portero que ya la esperaba. Le indicó el camino y la condujo a una sala de reuniones. La sala tenía una enorme mesa refinada que acomodaba veinte sillas de aspecto muy caro y muy cómodas. De repente salieron varios hombres y mujeres de aspecto sombrío y elegantemente vestidos.
Saludaron a Catherine y tomaron asiento. Ninguno se presentó por su nombre.
Uno de ellos tomó la palabra. A su lado estaba el hombre que la había abordado en el hospital.
Eran una organización criminal muy poderosa que se dedicaban al tráfico de órganos a nivel mundial. Gente que por una cantidad de dinero acordada, conseguían el órgano necesitado, evitando al receptor los riesgos de una lista de espera o que no apareciera un donante. Si algo no tenía el paciente era tiempo. Le ofrecieron el hígado que necesitaba Paul y le pusieron a su disposición un cirujano competente que realizaría la cirugía, todo por dos millones de dólares. ¿Cuánto vale la vida de tu hermano Paul, Catherine? anda, ponle precio, le dijo uno de ellos. En ese momento Catherine tragó gordo.
Catherine les dijo que no tenía dos millones de dólares ni forma de conseguirlos. Ellos sonrieron y el mismo que le había hablado, le dijo que ya ellos lo sabían. No querían su dinero. No necesitaban su dinero. Necesitaban de sus servicios.
A cambio del hígado y del cirujano para Paul y todos los cuidados que necesitara luego de la cirugía, ella tendría que trabajar para ellos. Conseguir prospectos, conseguir donantes involuntarios, que ella seduciría con su belleza, los llevaría a un hotel que ellos designarían, lo drogaría con alguna bebida y abandonaría el hotel. De ahí en adelante ellos se harían cargo y tomarían el control.
En un principio Catherine vaciló. No se veía en ese tipo de esquema, engañando jóvenes para extraerles un órgano. Por un momento pensó en denunciarlos. Al parecer, el portavoz del grupo lo intuyó y le manifestó fría y pausadamente que si quería denunciarlos, podía hacerlo. Ninguno había dicho su nombre, ella desconocía sus identidades y a Paul se le acababa el tiempo.
«A Paul se le acababa el tiempo» fue la frase que la convenció de someterse al pedido del siniestro grupo. Pasó a ser una soldado más de la organización.
Le dieron una tarjeta de crédito para que comprara ropa adecuada, maquillajes y lencería. También para pagar el uber a los distintos sitios desde donde operaría.
Por último y habiendo aceptado el trato, le indicaron que llevara a Paul a una clínica en particular, y ellos se encargarían de su salud.
Ella preguntó si ya tenían un hígado para Paul. El portavoz le contestó que debía darse prisa, pues su primer «donante» sería el donante de Paul. Catherine comenzó a llorar, pero ya no había marcha atrás, Por su hermano Paul, a quien había cuidado con el amor y el cariño que una madre cuida a su hijo, haría cualquier cosa.

RAÚL LEIVA

Romper la magia
Era una de las primeras cartas que ella leía. Solo decía “¡Muchas gracias por las masitas! Pérez.”
Repasó una y otra vez el papelito y se acercó a la cocina conde yo estaba.
“Mirá lo que escribió el ratón. Lo dejó en el plato de las masitas” me dijo mi hija Luna cuando tenía seis años. Se quedó un buen rato a mi lado con la carita fruncida y tratando de encontrar lo inevitable.
“Esta letra es parecida a la tuya. Pa… ¿Vos sos…?” pero no alcanzó a terminar la frase. Mi cara le dijo todo sin palabras, como casi siempre sucede con los seres que nos importan. Cerró los ojitos fuerte y justo cuando empezábamos a llorar la abracé. Estuvimos un rato largo hasta que me dijo “¿Y los Reyes? ¿Y Papá Noel?”.
“Ellos sí existieron, en otras épocas, en otros tiempos. Los Reyes le llevaron regalos a Jesús cuando nació y cada seis de enero para recordarlos, los padres les regalamos cosas a los niños y Papá Noel dicen que era un anciano leñador que armaba regalos con restos de madera y frutas secas, y horneaba unos pancitos con azúcar negra y nueces para los chicos pobres. Repartía estas cosas en Navidad y la tradición se fue copiando en otros pueblos por otros viejos. Así más o menos fueron las cosas” le expliqué. Me dio un beso y le dije que ahora, ella tenía que guardar el secreto y ayudarnos con Marina, mi hija menor para que la tradición siga su curso.
El papelito en cuestión, lo tuve en la billetera hasta no hace mucho. Cada vez que lo miraba me pasaban dos cosas, sentía por un lado que había roto la magia, me sentía un mentiroso más entre todos los que se van a cruzar en la vida mis hijas, me sentí mal por haber creado algo que después por torpeza o peor aún, por una trampa guiada como las vacas que se llevan al matadero, me veía forzado a destruir so pretexto “para que no se burlen de ellas en la escuela” (había chicos que ya sabían y se burlaban de los que aún creían en estas cosas). Por otro lado, sentía que le había enseñado a creer sin ver, a tener fantasías, a no tenerle miedo a los ratones e imaginar que uno de ellos tenía un apellido común y que ayudaba a los chicos con su miedo a perder los dientes, que había gente buena que regalaba cosas sin esperar nada a cambio por el solo placer de hacer que alguien se sienta mejor. Es difícil saber hasta donde uno ayuda y hasta donde hace un daño, a pesar de las mejores intenciones uno puede meter la pata en grande y a veces es irreversible.
Yo no sé a ciencia cierta si mis hijas se acuerdan de aquellos días, pero nunca voy a olvidar esa mañana de marzo en que me sentí el peor papá del mundo, a pesar de las buenas intenciones.

ROCÍO GONZÁLEZ

Adentrate en lo más profundo del silencio,
una mañana cualquiera,
donde el sol, el viento es tu única compañia,
un simple café,
desarreglada,
si necesidad de mostrar nada,
solo tú..
entre pensamientos pausados,
divagando por cada uno de tus latidos,
sintiendo aromas inexplicable,
flores,
arena mojada,
dejando fluir una leve sonrisa al mirar a tu alrededor,
ahí!!!
ahí está la magia,
mirate,
reflejate en agua de manantial,
descubrirás que es real,
la magia existe,..
Eres tú.
R. G

FLOR RODRÍGUEZ

fuimos magia
Magia teníamos tu y yo cada vez que nos mirábamos, pero no te bastó la magia.
Necesitabas sumar otras disciplinas, para que la cosa fuera aún más divertida.
Súper entendible tu postura, quien se conformaría con tener magia, simplemente.
Por eso tuviste que explorar y te encantó la brujería o mejor dicho, la bruja esa.

SISI ZIRCONITA

Hoy día vivimos en una época tecnológica y es difícil que el suministro de electricidad sea suspendido a no ser por un fallo en la centralita o una sobrecarga en la red. Hay que reconocer quehaberlos hailos y s veces se va la luz.
Era una fría y gélida noche de invierno, el viento huracanado silvaba fuerte y golpeaba en las persianas de la ventana, envolviendo la noche en una sensación de desasosiego. Y de repente ¡Ups! Apagón.
Yo al ser muy zen ,fui a buscar unas velas para poder iluminar la estancia y crear un ambiente agradabe a pesar del airazo que hacia fuera.
Como buena nostálgica ese escenario me evocaba tiempos pasados y me trajo a la memoria un momento mágico lleno de recuerdos de mi niñez junto a mi madre y mi hermana. Mi mente viajó a través del tiempo en un abrir y cerrar de ojos y allí estábamos treinta años atrás .
-¡ Mami, mami, tengo miedo!
-¡Yo también!- dijo mi hermana pequeña.
– tranquilas , no tengáis miedo , yo estoy aquí para protegerlos, voy a por velas.
Como una gallina que protege a sus polluelos debajo de sus alas, mi madre nos acurrucaba y nos hablaba con ternura para que el miedo no se instalara en nuestra persona.
– Bien, mamá ya no estamos a oscuras..
Puso una vela en la mesa para darnos seguridad.
La cena estaba preparada ,unos huevos pasados por agua sopado con pan (comida de pobres) pero con mucho amor,aprovechando el momento y contándonos sus historias y vivencias de pequeña , donde nosotras quedábamos obnubiladas y absortas , sin darnos cuenta aquella noche fría y tenue.
De repente ¡UPS ! Se restableció la electricidad , en ese momento desapareció la magia.

VERITO TOWERS

Viaje mágico
Verónica Torres Tinajero
Te voy a llevar a un lugar fascinante, apenas murmuraste en mi oído mientras dormía y confiado, me dejé llevar como aquella vez en que te conocí ¿te acuerdas?
Mirar tus ojos fue admirar un cielo estrellado y perderme en él. Ahí estabas, unos treinta y cinco años atrás con un vestido que te quedaba magnífico y cuyo tono escarlata resplandecía mientras bailabas. Yo te miré anonadado y tú te reíste, con esa sonrisita que me mataba; entre coqueta e inocente, pero abierta y directa. Luego todo pasó como en cámara rápida. Nos casamos emocionadísimos y yo no dejé de mirarte jamás. Nació Alexa y Julio, nuestros dos hijos amados y con ellos comenzamos la grandiosa aventura de formar una familia. Aprendimos tanto juntos y crecimos como amantes, como padres y seres humanos. Formamos dos niños que se tornaron adultos admirables, sensibles, honestos y directos. Yo seguí, luego de tantos años mirándote como aquella primera vez y tú, sonriéndome, destellando, mi amada Ana.
Fue una buena vida, sí, con algunos altibajos y caídas, con raspones y moretes que juntos resarcimos y vencimos. Como la vez que nuestra Alexa estuvo internada por comer ladrillos de tierra que junto con Julio armó para construirle una casita al pequeño tlacuache que encontraron… o cuando Julio cayó de la casa del árbol y se abrió la frente. ¿Te acuerdas cómo le escurría la sangre por sus dorados rizos? Y no puedo olvidar tu cara de angustia cuando nos fuimos al hospital por tu apendicitis ni las noches en vela que pasamos con fiebres sin causa aparente que los niños de pronto tenían. Toda una vida.
Ni hablar de los mágicos instantes que nos regalamos los cuatro al visitar Disneyland y las orejas de Mickey Mouse que todos nos pusimos para una foto que enmarcamos y colocamos arriba de nuestra chimenea. No puedo olvidar tampoco aquella noche en que vi tu rostro desencajado cuando falleció el tío Lupe y tengo claro el salado sabor de tus lágrimas cuando le dijimos adiós.
Y cómo reímos el día en que a Julio se le ocurrió preparar pastelitos de chocolate en su cumpleaños con la honrosa participación de toda su familia. Yo quedé enharinado y tu embarrada de betún mientras Alexa tomaba la respectiva fotografía para publicarla en su Instagram. Cuántos likes tuvo esa foto. Cuántos likes le daría a nuestra vida juntos. Sí, pasamos desventuras y a veces hasta vicisitudes económicas que ni la fiel quincena parecía resolver, pero que de una u otra forma nos forjaron como familia unida.
Luego Alexa decidió estudiar ese posgrado en España y aunque dejamos escapar una que otra lagrimita, la dejamos volar siempre que cada semana nos diéramos a la tarea de hablarnos y saber de ella aún a la distancia. Julio tardó un poco más en dejar el nido, pero cuando conoció a Isabela supo que su amor por ella sería como el nuestro y lo sigue siendo hasta hoy. Qué bendecidos fuimos mi Ana. Qué felices. ¿Te acuerdas?
A veces me gusta sentarme en ese sofá marrón, con la frazada en las piernas y Willie ronroneando a mi lado mientras miro el álbum mental que juntos construimos, con imágenes que dentro de mi corazón se manifiestan y cobran vida.
Me gusta recordarte sentada a mi lado, con tu libro en turno y la copa de vino que compartíamos sorbo a sorbo. Me gusta imaginarte con la serenidad que te daba haber vivido tantas cosas y continuar juntos. Me rehuso un poco, luego, a recordar el último episodio, como quien se bebe un libro con suavidad pero como conoce el final, posterga la llegada a la última página y sin duda, de forma inevitable llega para recordarme que no estás más, mi Ana. Te me adelantaste y me dejaste con los recuerdos, pero seguí adelante porque así te prometí. Alexa, desde la distancia y Julio, Isabela y los nietos lo hicieron menos difícil con su profundo amor.
Y sí, hoy vinieron a comer los niños. Te sorprenderías qué tan grande está Julito y lo hermosa que se ve Antonela dando sus primeros pasitos. Hoy me reí tanto con un chistecito que contaba nuestro nieto y di gracias en silencio por ello. Julio e Isabela abrieron la botella de vino y tomamos algunas copas luego del postre. Hablamos por videollamada con Alexa, que por cierto dijo que viene pronto a visitarnos, y un buen rato nos reímos de simplezas.
Los niños llenan el lugar con su presencia, tendrías que verlos. Entre todos recogimos y lavamos trastes y luego se despidieron y me quedé con mi copa de vino a mitad y nuestro viejo y bigotón Willie. Nos aovillamos juntos en el sofá marrón y me quedé dormido apenas arrullado por el sutil ronroneo de Willie.
Te voy a llevar a un lugar fascinante, apenas murmuraste en mi oído mientras dormía y confiado, me dejé llevar. Ahí estabas, radiante y lustrosa, con tu sonrisa sin igual aguardando en la orilla de un lago en un lugar nunca antes visto, inimaginable. Te miré y supe que todo estaba bien. Subimos a la elegante barca que nos aguardaba. Nos abrazamos con ese sentimiento tan intenso que una vida juntos nos había otorgado. La noche era calma y los destellos de la luna se reflejaban en el lago que impasible simulaba ser espejo. Yo me sentía pleno y agradecido con la vida por ese viaje juntos; tú me mirabas como un padre mira a su hijo esperando revelarle una sorpresa, con el conjuro en tus ojos y un perpetuo amor en el corazón. Yo no sabía qué seguía, pero no me preocupaba, sentía calma mientras tus suaves manos apenas acariciaban mis cabellos blancos. El viaje en la barcaza se antojaba corto pues podía mirar la orilla, pero el conductor no parecía tener prisa alguna por llegar pues alentaba cada movimiento de su remo. El tiempo parecía congelarse. Yo tampoco tenía prisa y lo disfrutaba, el viaje era un deleite total, un momento sublime.
Al día siguiente, Julio me encontró arropado con la frazada, en un abrazo eterno acompañado de una sonrisa perenne por haberte reencontrado mi Ana.

GAIA ORBE

«no hay arte sin magia
ni magia sin bruja»
dicen que soy intrigante
que mi mirada es enigmática
porque todo lo sabe
que soy ágil
también salvaje
esto no es así
yo
camino por el atávico sendero
escurridiza del poder
con mis intensos sentidos
mirando al infinito
me gusta deambular por las noches
pero no uso gorro puntiagudo
sobre una melena rubia desmadejada
mis pelos son negro azabache
con marcas de nacimiento
y honrosas cicatrices
ganadas en las batallas
tampoco me gustan los aquelarres
clandestinos cultos
de capa y luna
poco me importa que
los árabes me llamen sahira
los japoneses
majo
y strega los italianos
si en sus oídos susurro
encantamientos de amor
aunque puedo oler grimorios
no tengo una risotada aguda
ni escoba para volar
es que
yo
renacida bruja
habito en la línea divisoria
entre los vivos y los muertos
maúllo a los espíritus de la tierra
evito los peligros salto a los abismos
y cuando la brisa golpea
tintín del sistro en la mano
uso mi magia felina
domestico a los humanos.

ALBERTINA GALIANO

Juntó las letras que andaban a su alrededor buscando perfiles a los que agarrarse.
Atraparlas le llevó un tiempo, pues eran huidizas y se desdibujaban, escondiéndose tras otros símbolos de sentidos inciertos.
Una vez colocadas ante sí, se dedicó a seleccionar aquellas que sonaban bonito y tierno en sus oídos, las que le resultaban familiares por traer a su memoria cantinelas de cuna, muy cercanas a un pecho amable.
Lo siguiente fue darles un orden, no cualquiera, sino aquel que meticulosamente permitía un delante, detrás, a continuación… que sólo en esa posición cobraba sentido.
Y finalmente, orgulloso, estirándose todo lo que le permitía su corta envergadura, sonrió al ver aparecer ante sí lo que le daba la llave de entrada al mundo, la salida de la cuna, la fórmula magistral:
“Se apagó la luz
Nos cegó el silencio
Se coló el frío
Por las baldosas del suelo
Y cuando casi casi llegaba el invierno
Desde alguna esquina apareció muy serio
Empuñando un pincel y un lienzo…
¡Voy a pintar un sueño!”
Y el cielo empezó a brillar con luces de verso.

SILVANA GALLARDO

“La gente haría cualquier cosa
para fingir que la magia no existe,
incluso cuando la tienen delante de las narices.”
J.K. ROWLING
Luna es una niña dulce, tiene 10 años y cursa el cuarto grado de educación primaria; de rostro vivaz y sonrisa pícara. Parece un torbellino que arrasa todo a su paso para dejar una estela de su perfumada infancia y su inteligencia pura. Teje letras y construye ilusiones, todas cargadas de inefable fantasía.
En sus días de escuela, todo es alegría que contagia. Entra cada vez a su aula, con su hermosa aura, iridiscente, que rodea su ser y atrae mágicamente las miradas; su voz dulce, genuina y musical acaricia los oídos de sus compañeros.
– ¿Cómo estás hoy Luna?- le preguntan. Sólo quieren escucharla para caer atrapados en su voz y en sus historias. Todos tendrían que compartir las suyas y elegir la mejor para publicarla en el diario escolar.
La tarea se trataba de escribir una carta a un mago imaginario, donde cada quien expresaría lo que significa para ellos, experimentar situaciones desconocidas y emociones que les provocan.
-Buenos días, niños- saludó la maestra. -¿Quién desea ser el primero o la primera en compartir su carta?
-¡Que empiece Luna!- Gritaron todos al unísono.
-¿Quieres ser la primera en pasar, Luna?
-¡Claro que sí!- respondió entusiasmada.
Su profesora, a quien también cautiva su encanto, se dirige a su lugar para tomarla de la mano y ella, dócilmente se deja conducir al frente del grupo. Toma su carta, guardada celosamente en un sobre cuya decoración fue inspirada por ella misma y en el cual dibujó un hermoso libro.
Todos atentos, esperan el momento maravilloso de escuchar una gran historia, de hacer volar su imaginación y después compartir las suyas.
Se posa frente al grupo con gran seguridad en sí misma, Saca con delicadeza su carta, coloca el sobre encima del escritorio de Nubia, la maestra. Extiende la carta entre sus manos, respira profundo e inicia su lectura.
Todos muy atentos, esperan con ansia escucharla. Empieza:
«Respetable… El grupo en general, espera la segunda palabra: mago…
Continua…
«Respetable libro» (las miradas se cruzan con intriga y sorpresa, más respetuosos, siguen escuchándola sin cuestionar y a la expectativa de lo que sigue).
«Respetable libro:
Todavía recuerdo el día que te conocí, era muy pequeña cuando mis padres te pusieron en mis manos. Eras extraño y me daba algo de miedo tocarte, porque tu cuerpo se sentía tan endeble, tan frágil, tan libre, que no quería lastimarte.
Te traté con delicadeza y me gustó tocar con la yema de mis dedos tu poder, te percibí sano; sentí la seguridad al explorarte y… ¡oh, sorpresa! Encontré en ti un horizonte infinito, insondable y maravilloso de sabiduría, de historias, de emociones, de fantasía e imaginación desbordada.
Descubrí que eres un mundo, un planeta, una estrella, un meteoro, una galaxia ¡un universo!
Eres un tren que corre distancias a través de paisajes espléndidos, asombrosos. Eres un avión, un barco, un auto. Para abordarte no hay precio, no hay tarifa, no hay boleto. Te abordé sin maletas, solo cargué en mi espalda las alas que me elevaron a tus confines. Te conocí y no he dejado de sentirme atraída por el aroma de tu esencia. Gracias porque a través de ti, vi y conocí gente de todo tipo, de toda clase: buena, mala, alegre, triste, vagabunda, mística, mágica, mitológica, hermosa, amorfa, vil, bondadosa ¡uf! y más, mucho más.
Me enamoré de ti, porque encontré un gran amigo que me libró de la oscuridad, me regaló otros amigos, porque me emocionaste y me hiciste vibrar, porque tus miles y millones de palabras, sabias, infinitas, han enriquecido mi mente, han aliviado mi alma, fortalecido mi espíritu y le han dado voz a mis pensamientos.
Te has convertido en mi acervo, me has mostrado a tu familia, los cuentos, las novelas, la poesía, aventuras, filosofía y más. Gracias a ti existen un ejército de soldados, al rescate para enriquecerte, que crean formas, texturas, tamaños, colores e imágenes para hacer de ti un tesoro invaluable.
Gracias por existir, por enseñarme lo que sé, lo que soy; por abrir mis caminos, por hacerme soñar, enseñarme a vivir, conocer el sufrimiento, a distinguir lo bueno de lo malo. Por transportarme en el tiempo y poder conocer a la gente y sus costumbres, a gente de todos los tiempos y todos los rincones que componen nuestro mundo.
Eres realmente eterno al profundizar en la textura, en el sentido de tus letras, todas las que te tatuó la inspiración de los escritores, para permitirnos encontrar la lucidez, la locura, la fascinación de nuestra mente.»
Luna terminó su lectura, no hubo necesidad de cuestionar el porqué no era dirigida a un mago. La fantasía iba implícita en su historia, porque cada palabra que leía con énfasis, con emoción dejó ver que la verdadera magia está en las entrañas de los libros.

BEA ARTEENCUERO

TITULO…¿Donde está la magia?
En un lejano país, vivía un Rey, el cual gobernaba la región, el Palacio estaba a la orilla del bosque donde vivían duendes y adas, todo era felicidad y alegría.
El Rey ansiaba tener un heredero, pero todos los intentos eran vanos..Los mejores médicos del reyno asistieron a la Reyna sin resultado..Así fue que el Rey envío a llamar al gran mago del Palacio.
– ¿En que te puedo servir mi señor?
– Quiero tener un heredero, pero la reyna no logra concebirlo ¿Puedes
Ayudarnos?
– Dale esta poción y pronto el Palacio estará lleno de alegría, tendrás tres hijos, dos niñas y un niño.
– Gracias gran mago.
– Espera tengo algo que decirte; Uno de los tres nacerá sin magia.
El Rey tomo la poción y en los días siguientes la Reyna la bebió.
El Rey hizo caso omiso a las palabras del mago, ¿Sin magia? pensó, seguro tendra solución, ¿Para qué querría un hijo con magia?
Pasado un tiempo, la reyna dio a luz a dos hermosas niñas…
Catalina y Sofía, crecían rodeadas de amor, eran alegres e inteligentes .
El Rey en su felicidad olvidó las palabras del mago, cuando las niñas cumplieron 3 años, la Reyna le comunica la llegada de otro descendiente, así fue que llegó el Príncipe Alexander, un bello niño de grandes ojos azules como su madre.
La felicidad en el Palacio era completa, las Princesas amaban a su hermano…
Pasaron los años, la familia Real era muy querida en la comarca, los Príncipes crecían en un ambiente de felicidad y alegría.Las fiestas en el Palacio eran frecuentes; Las Princesas al cumplir 20 años, tenían Príncipe consorte; Alexander siempre rodeado de bellas jóvenes, pero no entregaba su corazón.
Cierto día el Rey lo llamó a su presencia.
– Hijo ya tienes edad de elegir esposa.
– Lo se padre, pero no logró enamorarme.
– ¿Como puede ser? Con tantas bellas Princesas que siempre te rodean?
(El Rey y la Reyna, querían que sus hijos contrajeron matrimonio por amor, como lo habían hecho ellos)
Nuevamente el Rey llamó al mago, ya era muy ansiano.
– Mi señor ¿En que puedo servirte.?
– Gran mago, hace muchos años me ayudaste a logar mi sueño de ser padre, Soy muy Feliz con la Reyna y mis hijos. El Príncipe Alexander no logra enamorarse, ¿Puedes hacer algo al respecto?
– ¿Recuerdas mi señor que te dije que uno de tus hijos nacería sin magia?
– Si, si lo recuerdo, pero dime ¿ Que tiene que ver eso con el amor?
– Todo mi señor, al no tener magia, el amor no llegó a él, no lo siente.
– No te entiendo..Dime ¿Lo puedes ayudar? Seras recompensado!.
– Señor, sólo él la puede hallar.
– ¿ Como? ¿Como?
– Debe ir detrás de la montaña
más alta del Reyno, al llegar allí la tendrá.
Así le comunico el Rey a su hijo y Alexander partió en busca de la magia.
Por el sendero que emprendió el viaje, se vio rodeado de bellas flores y de animales de todo tipo y raza, admirado de tanta belleza que lo rodea (Nunca salió del Palacio y sus alrededores, todo era nuevo a sus ojos)
Se detiene a descansar a la sombra de un gran árbol, cuando ve una anciana cargando un gran jarrón, al verlo se detiene..
– Joven ¿Quieres agua? Baja el jarrón de su hombro y le ofrece para beber, Alexander acepta gustoso, no comprende la amabilidad de la anciana sin conocerlo; Se dispone a ayudar a la anciana a levantar el jarrón, sin saber de donde aparece un gran oso y sin más agarra el jarrón y parte con la anciana.
Sorprendido por lo que acaba de vivir, sigue su caminó. Después de un largo trecho ve a un niño vestido de Príncipe.
– ¿ Quién eres?
– Soy el Principito.
– ¿ Qué haces en este lugar tan solitario?
– Espero a mi amigo, mientras admiro esta bella rosa, a la cuál estoy cuidando; ¡Ahí llega mi amigo!
Alexander mira para todos lados y sólo ve un zorro acercándose.
– No veo a nadie.
– Esta a tu lado, el zorro es mi amigo.
– ¿ De verdad?
– Claro, es lo mejor que me pasó ¡Sentir la amistad! Y se aleja juntó al zorro.
Asombrado por lo que va viendo, sigue su caminó..
Se acerca la noche y está muy agotado, recorrió un gran trecho, falta muy poco para llegar, cuando ve una cabaña, al acercarse ve a una mujer con un niño en brazos.
– ¿Quien eres? Y ¿ Qué haces aquí?
le pregunta amablemente.
– Soy el Príncipe Alexander, vengo de una comarca del bajo, mi padre es el Rey y busco la magia.
– ¿La magia?
– Sí, después de esta montaña la encontraré.
La Aldana simplemente lo mira y sonríe.
– Pasa, debes de estar cansado y con hambre, comparte este pan con nosotros, acepta y al entrar a la humilde cabaña, ve un joven al que le falta una pierna..apoyado en un palo sirviendo la comida.
– Es mi esposo.
Cena con ellos y le ofrecen pasar la noche , acepta complacido y observa a la pareja con su bebé y la felicidad que los rodea.
– Nuestra cabaña es humilde, pero Reyna el amor, la riqueza no es la felicidad, nuestro hijo es lo más Grande que tenemos.
Por un instante contempla el cielo, nunca vio noche tan hermosa, las estrellas brillan como nunca y la luna tiene dibujada una sonriza.
A la mañana siguiente se despide de los aldeanos y prosigue su viaje.
A poco andar escucha una voz, justo detrás de la montaña.
Es aquí piensa y corre, corre hasta llegar a la orilla de un río, donde ve una bella joven rodeada de miles de mariposas entonando una melodía mientras recoge flores, al verlo se sorprende y deja de cantar.
– Por favor sigue cantando.
– Y tú ¿Quien eres?
– Soy el Príncipe Alexander y he venido en busca de algo.
– ¿Que puedes encontrar aquí?
– Ya lo encontré, lo tenía en mi interior, sólo que no lo supe ver, sino hasta hacer el recorrido y llegar aquí.
– Dime que es?
– Es el amor que habita, dentro de nosotros, la magia de ser y sentir hacia el otro, el saber dar y recibir.
De está manera Alexander emprende el viaje de regreso de la mano de la bella Katrina, de quién se enamoró..
En el Palacio es recibido con mucha alegría.
– Hijo, ¿encontraste lo que fuistes a buscar?
– Padre…En todo momento estaba dentro mio, sólo que no lo supe ver.
– ¿Como así?
– El gran mago, me envío a enfrentarme conmigo, a mirar en mi interior.
Cada ser dentro suyo tiene «La Magia» , sin distinción de raza y especie.
Esta en las manos de una anciana, en la caricia de una madre, en la mirada de quién te ama, en el perfume de una flor, en el poder de la amistad, en el brillo de una Estrella surcando el cielo.
!La Magia padre! Es la vida misma!!
Tan sólo parate un instante y observa ….El Universo.

JAVIER GARCÍA HOYOS

En una ocasión, un niño y su abuelo se acercaron al teatro a ver un espectáculo de magia. El evento estaba lleno, a rebosar.
El espectáculo no sacaba de su asombro al público. Todo tipo de trucos imaginables eran llevados a cabo por aquel hombre que, de vez en cuando, sacaba de su chistera conejitos blancos que brincaban por el suelo y se acercaban a los niños.
Al acabar el espectáculo, ya en la calle, el abuelo preguntó al niño:
—¿Te ha gustado la magia?
El niño respondió:
—Me ha gustado, pero… Eso no es magia.
El abuelo le miro sorprendido.
—Vaya, si eso no es magia, ¿entonces qué lo es?
—No se, creo que estar vivo.
El abuelo sonrió y le puso al niño un gorro para que no se le enfriara la cabeza por el frío. Aún no le había crecido el pelo demasiado.
—¿Sabes? Parece que incluso con mis años, puedo seguir aprendiendo.

GERARDO BOLAÑOS

Ahora que ya no estoy , déjame te cuento,
Que ya no he visto las auroras que se veían por aquí.
Que no hablo con nadie, que corro tratando de huir de esta sombra que no se ha separa do de mi.
Que me mojo en las tormentas, que descubro mil razones para buscarte por las calles, que me sorprendo enpiando tus recuerdos, hurgando en mis memorias, cerrando los ojos para por si acaso poder olerte cuando pasas por mi mente y lloro a carcajadas y me odio y te odio y te amo y me amo y nos amo juntos y nos digo adiós y nos separó y ya no sé donde quedo mi puta cordura, que desastre, que locura.
Que divina la magia de tu boca diciendo mi nombre. Invocame amor, Llámame, no puedo levantarme, pero aún te escucho.
Cierra mis ojos.

EMILIANO HEREDIA

UN NUEVO TRUCO
En una habitación infantil dos niños hablan en susurro.
El mayor de ellos, Manolín, ha escuchado una conversación entre su madre y su abuela, agazapado detrás de la puerta del pasillo que da al salón, y parapetado por su obscuridad.
-Manolín-dice Miguelín, el hermano pequeño, de siete años, un chaval espigado y menudo, cuya cara pecosa, con el pelo pelirrojo enmarañado, asoma por entre la almohada y la manta arropada hasta las orejas-¿por qué está hablando mamá ahora con la abuela?, no puedo dormir.
-No es nada, Miguelín, cosas de mayores, anda, si quieres, te pongo la lámpara para que te duermas-le pone una lamparita que proyecta estrellas y una luna en el techo de la habitación, girando como un tiovivo, con una música dulce-
-¿Pero de qué estaban hablando, Manolín?, -insiste Miguelín-
-De naaada-responde Manolín con gesto de cansancio, arropando a su hermano- anda, mira las estrellas, y duérmete, que ya es muy tarde.
Manolín se mete en su cama.
Sobre los cristales de la persiana, se resbalan las gotas de una lluvia fina que empieza a caer y sobre la cara del niño resbalan las lágrimas que empiezan a salir.
Al día siguiente, los dos hermanos, están desayunando frente a frente, con una taza de Cola Cao y unas galletas.
Se miran, y Miguelín, le habla con palabras mudas, moviendo solo los labios, a su hermano, como intentado que éste le responda a unas preguntas que no puede oír y mucho menos entender.
La madre, un poco taciturna, no yá por la hora tan temprana, apremia a los dos hijos para que se vayan acabando el desayuno.
-Veeenga,-dice con desgana- acabar ya el desayuno, iros a lavaros los dientes, la cara y peinaros que ya son las siete y media, y a las ocho nos tenemos que ir.
Los dos hermanos, se beben el último trago de Cola Cao, y se dirigen al baño.
La madre, con el cansancio reflejado en el rostro, intenta disimularlo con un poco de colorete y corrector de ojos sentada delante del espejo del tocador de su habitación. Se perfuma y se estira las medias de media pierna que se le han aflojado (a ver si tiene tiempo y se compra unas nuevas), se plisa la falda con las dos manos, se pone el chaquetón, de color verde hierba, y se dirige a la puerta de salida.
-¡Niñooos!-les llama- vamooos, que ya se hace tarde.
Miguelín y Manolín salen a la carrera, hacia el descansillo, por la puerta de entrada de la casa que la madre ya tiene abierta.
El camino hacia la escuela, no es demasiado largo, unas dos calles y luego torcer hacia la derecha.
Normalmente, no son más de diez minutos, pero la madre de los niños, tiene el paso, igual que el corazón, acelerado.
Los dos hermanos, resoplando, apenas pueden mantener el ritmo de la madre, que parece no darse cuenta ensimismada en sus pensamientos. Para que Miguelín pueda aguantar, su hermano la da la manita, para que no se pare. Se hacen gestos entre sí, preguntándose el porqué de las prisas que tiene hoy su madre, que no habla, como todos los días, ni disfruta del paseo.
Al llegar a la puerta del colegio, la madre les dice un adiós formal, ésta vez, sin abrazo ni beso, ni el deseo de que lo pasen bien. Casi corriendo, desaparece por la esquina del colegio.
El día, para Manolín, está como el tiempo, nublado, con amenaza de tormenta.
Le ha advertido el profesor varias veces, con amenaza de castigo, de copiar cien veces, “tengo que prestar más atención en clase”.
Cuando acaba la jornada escolar, el profesor le dice a Manolín que se espere a salir, que tiene que hablar con él.
-García-empieza diciendo el profesor, pero no con gesto ni voz severa-ha estado usted muy distraído hoy espero que no se vuelva a repetir, hoy le recogerá su abuela a la salida, a su hermano y a usted, ¿de acuerdo? -guía al niño, hacia la puerta con la mano apoyada afectuosamente en la nuca-Descanse, hasta mañana.
El profesor, saca del bolsillo de su americana, un papel que desdobla, lo lee, y da un suspiro al aire.
-¡uf!, de menuda buena me he librado-piensa Manolín-
Al salir, está su abuela, que tiene cogido de la mano a su hermano.
-Hola cariño-le da un beso- vámonos para casa, hoy vuestra madre no va a venir
-¿Por qué no, abuela?-pregunta Miguelín-
-Tiene cosas que hacer de mayores, hijo-responde mecánicamente la abuela-
Manolín, cabizbajo, piensa al igual que toda la mañana, en la conversación que escuchó por la noche, entre su abuela y su madre.
Llegan a casa y mientras los dos hermanos, después de lavarse las manos, comen unos ricos macarrones con chorizo que ha hecho la abuela, ésta, se va a la salita a hablar por teléfono. Manolín, más pendiente de la conversación que de los macarrones, se levanta de la silla y sigiloso, se dirige a hurtadillas hacia la salita, donde se encuentra la abuela hablando por teléfono-
-Manolín, ¿A dónde vas?,- pregunta curioso, su hermano-
-Shhhh-le responde, poniéndose el dedo en los labios, en señal de silencio-voy a hacer pis, quédate aquí, y no digas nada a la abuela, que ya sabes que no le gusta que nos levantemos mientras estamos comiendo-susurra-.
En el pasillo, escucha la conversación y el tono grave de ésta, que mantiene la abuela con el interlocutor del otro lado.
Cuando la abuela cuelga, Manolín, se dirige raudo al servicio, y hace como que sale, tirando de la cisterna.
-Incontinencia urinaria, ¿no?-le dice la abuela con gesto serio-
-Me hacía pis, abuela-le responde el nieto-
-Ya sabes lo que opino de levantarse de la mesa mientras se come.
-Lo sé abuela, lo siento
-Ea, terminar de comer tu hermano y tú, que os vais a ir a casa de la Flori, la vecina, yo tengo que hacer un recado con tu madre.
La Flori, vecina de toda la vida, habla con la abuela:
-Si, si, doña encarnación, usted no se preocupe, que aquí estarán bien, hasta la noche.
-Muchas gracias, Flori-le dice la abuela-espero que hoy tengamos noticias. Adiós, hijos, no deis mucho la tabarra a Flori, esta noche vuelvo con tu madre-les da un beso a cada uno, mientras desaparece escalera abajo hacia el portal, donde la espera un taxi.
-Flori, ¿puedo ir a mi casa a por un juego de magia?-pregunta Manolín.
-Bueno, si así os vais a estar quietos, te dejo ir, yo me tengo que echar la siesta, cosas de metabolismos, que me ha dicho el médico.
-Ven, Miguelín, vente conmigo-
Coge Manolín el juego, y le dice a su hermano:
-Hermano, tenemos que hacer una misión secreta, como en las peclículas.
-¿Qué misión?-responde intrigado Miguelín-
-Ponte el abrigo que nos vamos.
-¿A dónde?-
-Es una misión secreta-
Con el juego a cuestas, se acercan a un taxi, y Manolín le pregunta al taxista:
-Buenas tardes, ¿me podría decir si esta dirección está en esta ciudad por favor y cuanto nos costaría ir?-le dice, enseñándole la parte de atrás de la caja de magia, donde pone la dirección de la empresa que ha fabricado el juguete-
-¡Ah si!, has tenido suerte, chaval, esto está en el polígono de la Santa Rosa, unas cien pelas te va ha costar-dice el taxista.
-A ver….-empieza a contar peseta a peseta, duro a duro Manolín-tengo unas doscientas treinta pesetas de mi hucha, ¿sirve?- pregunta azorado al taxista-
-¡Claro hombre!, y os sobra, ¡anda subir!.
Los dos hermanos, suben al Taxi, y éste, se dirige al polígono.
Los dos hermanos, pasan calles, barrios, los dos en silencio, cogidos de la mano, llegando a la zona industrial.
-Aquí está, majo, ya podéis bajar. -le dice el taxista, que coge las cien pesetas, y se marcha.
La fábrica tiene un aspecto imponente.
Se dirigen a la garita del guardia.
-Buenas tardes-Dice Manolín al guarda-
-Hola chiquillos, ¿os habéis perdido?-pregunta el guarda-
-No, queremos ver al mago que ha hecho este juego de trucos de magia, queremos pedirle un favor.
Rascándose la cabeza, le dice a Manolín y a su hermano:
-A lo mejor te estarás refiriendo al señor Planes y Llaunas, pero a ese señor no se le puede molestar, ¿es por algo referente a ese juego?, si es así, decírselo a vuestros padres, que reclamen al departamento de reclamaciones-responde seco el guardia-.
-Por favor, es un asunto de vida o muerte-le suplica Manolín-
-Lo siento, pero nanai, aquí no podéis entrar.
Cabizbajo, haciendo como que se va, Manolín tira del brazo a su hermano y sale corriendo hacia la entrada principal de la fábrica.
-¡!corre Miguelín corre!, tenemos que conquistar la entrada del castillo-corre desesperadamente con su hermano asustado, corriendo con el-
-¡Galopines no corráis!, ¡no podeis pasar!-sale corriendo torpemente el guarda, con una enorme tripa, subiéndose el cinturón, persiguiendo a los dos hermanos, jadeando-
Los dos hermanos llegan a la entrada de la fábrica, dando un empujón a la puerta de cristal, entrando en un lujoso hall, con dos sofás biplaza de cuero negro, una mesita baja, unas elegantes lámparas industriales de globo, y unas estanterías con los productos que se fabrican.
La recepcionista, sobresaltada, ante dicha entrada, se levanta. Es una señora de mediana edad, con traje de chaqueta y falda azul marino, bien peinada, que se acerca a los niños, que no pueden articular palabra alguna.
Al instante, aparece el guarda, con un enfado de mil demonios, dando disculpas a la recepcionista:
-¡uf!, usted perdone!uf!, se me han escapado estos dos galopines ¡uf!, insisten en ver al señor planes!uf!,pero ya me los llevo a la salida, perdone!uf!
-¡no!.-llorando, Manolín grita todo lo fuerte que puede-¡Quiero ver al señor Planes!
-Espera, Carlos- le dice la recepcionista al vigilante-ya me encargo de esto, si han venido aquí, por algo será-
Haciendo un gesto de desaprobación, el vigilante se vá a la garita-
-A ver, chiquillos, ¿Qué os pasa?-les pregunta tiernamente la recepcionista, arrodillándose para mirar a los dos hermanos-
-Quiero ver al señor Planes-dice Manolín, enjugándose las lágrimas con la manga de la chaqueta-
-Tengo miedo-dice a punto de llorar Miguelín, agarrado al brazo de su hermano-
-¿para qué quieres ver al señor Planes?-pregunta la recepcionista-
-No se lo puedo decir, solo quiero verle, por favor-suplica Manolin-
Por una puerta que da al interior de la factoría, aparece en el hall, un señor mayor, con un elegante traje, de aspecto importante, que se acerca a los dos niños y a la recepcionista.
-Marisa, ¿Qué ocurre?-pregunta muy serio el señor Planes-he visto al guardia correr detrás de estos dos chiquillos.
-verá, señor planes, están empeñados en que quieren verle a usted-le responde-
-A ver, hijos, ¿no sabéis que soy una persona muy importante y que no se me puede molestar?-le dice a los dos niños, que le miran con miedo-
Con un acto de valor, Manolín saca de su bolsillo, un papel cuadriculado de su bolsillo, y se lo entrega al señor Planes.
-¿Qué es esto que me das, muchacho?-dice el señor Planes, extrañado-
-Usted es mago, ¿no?-pregunta Manolín-usted ha hecho este juego de trucos de magia, necesito que haga un truco nuevo para mi padre, ayer le escuche a mi madre decirla a mi abuela que tiene una cosa que se llama cáncer, y que se va a morir, y he venido para pedirle que haga un truco para que se cure,,,,
.¿papá se va a morir?-pregunta llorando Miguelín-
-No, Miguelín, no, este señor tan bueno, va a hacer un truco de magia para curarle, ¿verdad?-le pregunta al señor Planes, que mira sin saber que decir, a la recepcionista-mire, mire, en esa hoja le he puesto el nombre de mi padre, con los apellidos y todo , y el nombre del hospital, por favor-mira con los ojos vidriosos al señor Planes-
-Vaya, aunque estoy un poco oxidado, creo que puedo hacer un truco de magia. Marisa, lleve a los niños a la cafetería de la empresa, y que merienden a gusto, y vosotros niños, no os preocupéis, ya se me ocurrirá algo-les dice-
Manolín y su hermano, abrazan al enorme cuerpo del señor Planes.
Les conducen por el pasillo, a una zona con mesas y sillas, donde les ponen a los dos, sendos bocadillos de jamón y queso y un buen Cola Cao caliente.
A la hora más o menos, aparece su madre, acompañada del señor Planes.
Alarmada, medio enfadada, les dice:
-¡Pero que habéis hecho!, ¡no sabéis que lío habéis montado!, estaba medio barrio buscándoos, hasta que he hablado con este señor que me ha dicho que estabais aquí.
-No se preocupe, señora-dice el señor Planes-su hijo, me ha hecho recordar la magia que me hizo construir cosas para los niños. Respecto a lo de su marido, ya he dispuesto todo para que vaya a una clínica privada de un conocido mío, y cuando esté repuesto del todo, que venga a verme que tengo un sitio guardado para el
-Por favor, señor Planes, no sabe cómo siento lo de mis hijos, de verdad que no sabía que iban a hacer esta locura, de verdad, le agradezco enormemente todo lo que va a hacer por nosotros.
-Nada, nada-responde sonriendo el señor Planes-, sus hijos, como ya le he dicho antes, me han hecho recordar que la verdadera magia, es el tener una ilusión y perseguirla hasta conseguirla. Por cierto chaval-se dirige a Manolín-Ese juego está un poco estropeado. ¿Me lo das?
Manolín se lo dá, y el señor Planes saca de debajo de su chaqueta, un flamante juego nuevo de trucos de magia-
-¡Voila!, parece que no estaba tan oxidado, cuidaros mucho-les pasa la mano por el pelo a los dos hermanos-tienen mi coche particular esperándoles para llevarles a casa, estaremos en contacto, adiós, cuídense-
El señor Planes, desaparece por la puerta de la cafetería de la empresa-
Un coche se aleja en un atardecer de otoño hacia la ciudad.

LOLY MORENO BARNES

La pequeña niña que recién empieza a caminar inconscientemente esconde en un bote, una pequeña mochila o donde le viene en gana las cosas más curiosas que encuentra a su paso; una diminuta piedra, una flor con pétalos esparrancados con sus manitas, o la cuchara con la que su madre le alimenta.
A la vez un niño un poco mayor hace lo mismo con sus coches en miniatura , los infantiles dibujos o una chapa que le ha regalado su hermano.
Tanto de lo mismo hace la adolescente que descubriendo su primer amor dibuja corazones en papel con letras cariñosas escritas en inglés.
La madre primeriza guarda con amor las primeras ropas que uso su bebé y las fotos de los entrañables momentos.
Un padre mira los antiguos libros y apuntes de estudio de su hijo apilados en una estantería y rememora los años de universidad .
La abuela acaricia las tarjetas de cumpleaños que les han mandado cada año su prole y las fotos de matrimonio con su compañero de vida.
Después de un tiempo se relevan sus acciones.
La magia de la vida , no solo se presenta en los momentos que se esperan, sino también en los que se fueron dejando de testigo los recuerdos.

GLORIA ALBADALEJO

Muerta con vida.
Yo practicaba desde muy joven con la tabla ouija. Me relacionaba con un grupo que tenía mis mismas ideas. Yo estaba muy interesada en los temas de ocultismo en general. Mi obsesión era tal que diariamente necesitaba realizar con algún tipo de estas magias, negras o sobrenaturales, según se mire.
Ese día me sentía muy nerviosa. Las cosas en mi vida privada no habían salido como yo quería. Llamé a unos cuantos del grupo para ponernos con la tabla, pero nadie estaba dispuesto ese día. Yo vivía sola y esa tarde que tenía libre, tenía varias opciones, pero elegí la de casi siempre.
Considere las diez de la noche como la hora perfecta para ponerme con mi tabla. Un par de velas negras en cada extremo de la tabla, era la iluminación perfecta, lo justo para ver a donde me guiaba ese vaso que normalmente no paraba de girar y responder a nuestras preguntas. Pero esa noche estaba sola, yo era la única que podía comunicarme con aquello, lo que fuese.
Al principio me aburría, aquello no se movía por mucho que le hacía preguntas. Suponía que estas no tendrían mucho sentido y que el ser que estaba ahí a dentro escondido, se sentía tedioso de escucharme.
No sabía cuanto tiempo había pasado, cuando yo sin darme cuenta me quede dormida sobre el tablero. Estaba ya incluso sumergida en mis sueños cuando algo parecido a un pequeño terremoto me despertó. La tabla a donde apoyaba mi cabeza, se movió bruscamente. El vaso comenzó a girar como loco y solo completamente. Aquello hizo que saltara de la silla haciendo que esta se cayera al suelo y al retroceder hacia atrás, tropecé con ella recibiendo yo misma un golpe en el costado. Las velas estarían a punto de apagarse, solo quedaba un dedo de cada una. Tropezando con la silla de nuevo dos veces más, intenté encender la luz de la lámpara que había sobre la mesa, pero no funcionaba. Quise encender otra lámpara pero tampoco reaccionó. Supuse que habría alguna avería, pero no sabía si era en general o solo en mi casa. No me dio tiempo de averiguarlo. Alguien me habló en ese momento. Me dijo que yo era la elegida. Seguidamente vi algo enorme que salía de esa tabla. La poca iluminación de las velas, no me dejó ver con exactitud que era aquello. Era parecido a una mancha enorme y muy oscura. Me dijo finalmente que a partir de ese momento estaríamos unidos para siempre, que yo formaba parte de su existencia. Desee que todo aquello fuese un sueño, una pesadilla, pero por desgracia no fue así.
Esa cosa se avecinaba cada vez más a mi. Yo retrocedi tanto que hasta choque con las paredes de algún sitio. Me sentí indefensa. Aquello, esa sombra, ese espíritu, lo que fuese se apoderó de mi ser. Me sentí muy extraña durante un buen rato. Sentía calambres en todas mis articulaciones, nauseas, mareos, escalofríos y dolor de cabeza muy intenso. Aquello se metio a dentro mio y tal como dijo, a partir de entonces estaríamos unidos para siempre. Paulatinamente se me fueron quitando todos esos síntomas extraños, pero ya no volví a ser yo misma nunca más.
Al mirar la lámpara, se encendió. Esta seguía moviéndose por el temblor último que hubo. La tabla ouija estaba en el suelo cerca de la silla que había tirado y alguna cosa más que también cayó. Las velas se habían evaporado y todo lo demás estaba intacto. Habían momentos que yo no conocía nada de eso, no sabía a dónde estaba, pero enseguida volvía a mi posición normal. A veces me dolía de nuevo la cabeza y quería descansar. Todavía no comprendía lo que estaba ocurriendo, pero esas voces interiores que me hablaban, me hacían reaccionar. Cuando miraba un objeto, se caía al suelo o se movía. Telekinesis pensé. En el interior de mi mente comenzaron a visualizarse muchas imágenes. Lugares, personas que nunca había visto antes. Lo mejor fue ese maravilloso paisaje rodeado de árboles, flores de muchos colores, un cielo azul rebosante, el sonido de los pájaros y multitud de mariposas por todas partes. Creía que ya no estaba en ese mundo. Cuando desperté de todo aquello, me encontré en el hospital. Me dijeron los médicos que mis padres me habían encontrado sin conocimiento tirada en el suelo de mi casa. No sabian lo que tenía pero debía mantener ingresada durante unos días en observación. Algo me estaban ocultando, lo sabía, podía leer sus pensamientos. Era como un libro abierto a donde me explicaba todo lo sucedido, pero era muy confuso. Parecian temerme. Después leí en sus mentes que yo no era normal y que por mis características, estaba muerta pero en vida. Me hicieron muchas pruebas, tac, resonancia magnética, electroencefalograma. Mi actividad eléctrica del cerebro no funcionaba, las pocas neuronas que me quedaban, estaban paradas. Mi cerebro era el de un cadáver, estaba muerto. Pero yo les veía, me movía y podía hablar.
-Estamos unidos, recuerda – volví a escuchar esa voz sobrenatural en mi interior. Parecía venir de un pozo, una cueva, de algún lugar que provocaba ecos. Escuchaba esas palabras mientras leía las mentes de los médicos. Me miraban extrañados y luego se miraban entre ellos.
-Tenemos que repetir las pruebas – dijo uno de ellos.
Yo solo quería salir de allí. Daba la sensación que era como un conejillo de india o un ratoncito de laboratorio. Entonces me di cuenta que casi no llevaba ropa y que estaba llena de cables por todas partes. Un sin fin de aparatos que indicaban mis ritmos cardíacos. Todos estaban parados, mi corazón había dejado de latir. Definitivamente estaba muerta. Ese ente que entró en mi cuerpo me había robado no solo mi alma, si no también mi cuerpo. Que iba a ser de mi. Necesitaba un sacerdote que me quitara eso de dentro, alguien experto que me ayudase. Necesitaba huir de esa cosa, volver a ser yo, pero no podía salir de allí, me habían atado también. Me alimentaban con suero porque parecía viva y me tuvieron varios días en esa posición, investigando conmigo. Mu piel se iba volviendo flácida y mi carne se consumía. Pero no fue demasiado tarde. Un buen día recibí una grata sorpresa. Mis amigos fueron a visitarme. Habían insistido mucho para poder hacerlo, ya que no podía recibir visitas pero al final lo consiguieron. Lo sabían todo. Cuando me vieron en ese estado, dieron unos pasos hacia atrás y a punto estuvieron de salir corriendo de la impresión que les di. Mi pálida piel y mi extrema delgadez, hacia parecer un verdadero cadáver. Me aseguraron que ellos me ayudarían a deshacerme de esa cosa que se había quedado a vivir en mi interior.
Paso un día, dos, cinco y yo seguía igual. Mis amigos me habían engañado. Yo me encontraba en las mismas circunstancias y cada vez me sentía más floja. Era normal, mi corazón y mi cerebro estaban parados. Yo estaba muerta, pero ocurrió algo. Al sexto día por la noche note una sensación muy rara a dentro de mi cuerpo, creia que realmente había llegado mi fin. En mi interior note algo que me quemaba y que se retorcía como si tuviera una maldita serpiente. Notaba unos calambres horribles a dentro de mis tripas. Los médicos acudieron corriendo hacia a mi cuando me oyeron gritar como una loca. Ellos tampoco sabían si atenderme o huir y más cuando vieron lo que sacaba por mí boca. Esa masa viscosa, verde, repugnante y rodeada de sangre. Claro, ningún médico había visto nunca nada semejante. Esa cosa extraña al salir por mi boca, fue descendiendo hasta caer al suelo, allí fue corriendo hacia el lavado, ya que estaba la puerta abierta, y se escapó por el desagüe del plato de ducha.
Al ocurrirme todo esto me desmaye, pero al despertar era yo misma. Cuando vi a mis amigos me dijeron lo que habían hecho. Invocaron al ser que tenía a dentro de mi cuerpo a través de la tabla ouija. Le obligaron a salir de mi cuerpo por medio de una mágica información y ayuda de parasicologos.
Pasaron unos pocos días que ya pude salir de ese hospital, pero algo me estaba esperando en la salida. Un hombre muy alto, oscuro y poseedor de una gran capa que le cubría también el rostro, me estaba esperando con los brazos abiertos. No me dio tiempo a nada más. Se convirtió de repente en esa masa viscosa y verde y rápidamente, volando, disparado se metió a dentro de mi boca de nuevo. Cuando pude reaccionar me encontré en las mismas condiciones anteriores y de nuevo estaba muerta pero con vida.

ARACELI ARROYO BRONCANO

VILLUERCAS, LA SIERRA MÁGICA
Erase que se era…, un lugar Villuerquín, en el que habitaba un niño llamado Lucas, vivía con sus padres en una casa hecha con piedras redondeadas del río. Desde su casa, en medio de una gran montaña, se veía al amanecer las nieblas que tapaban las sierras, y cómo en el transcurso del día se iba despejando para dejar paso a la luz del sol, dando nueva vida al lugar.
Los pajaritos empezaban a juguetear y a despertar a nuestro personajillo “Lucas”, pero este es bastante perezosillo y le cuesta madrugar. Hoy va a ser un gran día ¡Va de excursión a lo alto de la Sierra Villluerquina!, así que Lucas se levantó muy contento. Bajó las escaleras a gran velocidad y desayunó como si hiciera varios días que no probaba bocado. Cogió su mochila y fue corriendo a buscar a su amigo Satur.
Llegó la hora de salida, iban quince niños y una monitora. Comenzó la caminata. Recorrieron un gran trecho por un camino que iba paralelo a la ribera del río Ruecas. Más tarde el camino se fue estrechando, convirtiéndose en una angosta vereda, había que ir apartando zarzas, y matorrales. Se escuchaba las lamentaciones de algunos niños, los más “quejicas”: ¡me he hecho daño! ¡Ay!, ¿Cuándo llegaremos?, “si lo sé, no vengo…”. Sin embargo, Lucas, iba deseando tener alguna gran aventura.
A la vez que caminaba, su mente comenzaba a imaginar, algo muy habitual en él. Empezó a pensar que cuando fuera mayor, iba a ser “buscador de tesoros”…”sí, yo haré eso, viajaré, recorreré muchos lugares, hasta que encuentre un tesoro”. Con esa idea, continuaba caminando; muy absorto en sus pensamientos, seguía imaginando.- “Sí, empezaré hoy mismo, puede que encuentre un cofre, un mapa, o simplemente una llave que abra alguna puerta…”
Estaba mirando al cielo. Había algunas nubes blancas en medio de un gran cielo azul, parecían una enorme masa de algodón suspendido en el aire. Lucas, de pronto, empezó a creer que las nubes le llamaban: – Están andando según lo hago yo, me están siguiendo, ¿qué me quieren decir? Seguía mirándolas e imaginó ver la forma de un niño que le llamaba con la mano. La imaginación de Lucas no tenía freno.
De pronto dio un salto, se asustó, pues Satur le hablaba, y los pensamientos de Lucas estaban demasiado lejos de la realidad. -¡Oye amigo!, ¿qué te pasa?, ¡siempre estás en Babia!, estamos llegando; allá arriba se ve el pico Villuercas, es una Sierra Mágica, ¡qué bien lo pasaremos!, ¿será verdad que tiene algo de mágica?-
Los niños subieron a una roca que estaba en el sendero, y se quedaron perplejos al observar el paisaje que se divisaba desde allí. Se veía un largo y profundo valle, y las distintas sierras con sus crestas de cuarcita, que formaban aquel entorno que era maravilloso. ¡Estaban a gran altitud…! Los niños se habían quedado estupefactos ante este espectáculo. Reinó el silencio por un momento en aquel lugar.
Lucas volvía a quedarse ensimismado. Pensaba que a esa altura le faltaba poco para alcanzar las nubes. -¡Aquí en lo alto, estoy casi en el cielo! ¡Qué maravilloso debe ser, ser un pájaro o una nube!, ¡qué maravilla ser una montaña!- ¡Vamos, Lucas!, le llamaron, para proseguir la marcha hasta un claro de árboles donde montarían el campamento. Una vez allí, encendieron una fogata, y se agruparon alrededor, se iban quedando eclipsados y adormecidos con las llamas.
Lucas miraba el fuego, y como siempre daba rienda suelta a su imaginación. Ahora, intentaba buscar distintas formas en las llamas, al igual que en las nubes. –creía ver una especie de dragón que se movía, pronto desaparecería y divisaba a un gran pájaro volador de tonos anaranjados… De repente, Lucas se incorporó, mostró un gran gesto de asombro y a la vez se mostraba asustado. Se decía a sí mismo – ¡Es ese niño, otra vez!, ¡No puede ser, el mismo que vi en la nube!, Lucas se frotaba los ojos, ¿estaré soñando?-, volvió a mirar y allí permanecía. Le estaba llamando con la mano. Llamó a su amigo, que estaba medio dormido, – ¡Corre, mira al fuego!, ¿qué ves Satur?- Satur respondió: pues veo las llamas del fuego.
– ¿Pero no ves nada dentro?, dijo Lucas;
– ¿Qué es lo que debería ver?, contestó Satur.
Nuestro amigo se lo contó, pero claro le respondió: – ¡anda, tienes sueño y tienes alucinaciones! ¡duérmete ya! Lucas se sentó de nuevo cerca de la lumbre, muy pensativo…, ya no veía la imagen del niño. ¿por qué apareció el mismo niño en el fuego que en la nube?, ¿Por qué Satur no le podía ver? Con estos pensamientos, al calor de la lumbre y bajo un cielo estrellado se fue quedando dormido.
En sus profundos sueños se dio cuenta que podía volar, y voló entre las nubes. Estaba más alto que las montañas. Así que comenzó a visitar grandes lugares de esta sierra tan hermosa:
Primero fue volando hacia un paraje espectacular con una cascada preciosa, situada en medio de un montón de rocas. Ni corto, ni perezoso se lanzó desde lo alto hasta el charco; ¡el agua estaba helada!, – Lucas se estremeció, casi se despierta de la impresión.
Nadó en el charco…, y mientras, pudo ver con sus ojos, lo que contaba la leyenda de este lugar; todos los atardeceres se veía a un hombre de raza morisca, muy triste, muy abatido… porque estaba enamorado de una morita, y creía que no le correspondía con su amor, y decidió quitarse la vida en esta bella cascada, por eso se llama el Salto del Moro; pero aguas abajo, existe otro salto de agua más pequeño, pero no menos hermoso, que es donde habitaba su gran amor, su bella dama, una princesa morisca, que se bañaba en sus aguas, que al enterarse de la triste noticia, decidió saltar en su charco, el Salto de la Mora, aunque el destino no quiso que ella muriera, y pasó su vida cuidando el charco y las sierras que lo rodean, para que se mantuviera intacta esta maravilla de la naturaleza.
Lucas pudo ver al moro saltar y a la princesa morita. Jamás olvidaría esta historia, quizás se la contara a sus compañeros al día siguiente.
Continuó volando y se dirigió a una gran zona, un lugar con grandes castaños, castaños majestuosos, centenarios…, se acordó Lucas, que por la mañana lo iba a visitar con sus amigos. Así que se dirigió al Castaño del abuelo, cuando lo encontró, se quedó impresionado, era el más esplendoroso, con un tronco desmesurado, nunca antes había visto uno tan enorme. El tronco estaba hueco, así que Lucas entró en el interior, parecía una cueva. – pensó que todos sus amigos, los quince, iban a caber dentro pues era impresionante lo grande que era. Acarició la corteza, y tuvo la sensación de que algo se estremeció en el árbol, sus ramas se movieron. Lucas observó que donde había tocado estaba quemado, alguien tuvo la cruel idea de hacer lumbre dentro, continuó mirando y vio algunas ramas de la parte izquierda que se estaban secando; entonces, notó cómo una gota de agua cayó sobre su mano, le pareció una lágrima.
Lucas continuó su andadura por el castañar, impresionado por el tamaño de otro tronco de castaño, se paró a observarlo y vio grabadas en la corteza de su tronco unas letras; se acercó para leer lo que ponía y dijo asombrado – ¿el castaño nieto?, ¿qué significará esto?-; miró al castaño, pero le parecía normal, ni estaba hueco, ni parecía tener nada especial, solo que tenía el tronco mucho más grande que el resto.
“Me has encontrado”, escuchó Lucas; – ¿quién está ahí?
“soy yo”; – ¿Estás escondido detrás del tronco?,- dijo Lucas.
“No, estoy dentro de él”; Lucas asombrado dio un paso hacia atrás.
“Sí, soy yo, el pequeño castaño”; – No, los castaños no hablan- contestó Lucas.
“Sí, tu ya me conoces, ¿no recuerdas que nos vimos?, yo en mi imaginación subí a una nube y desde allí, pude ver que me mirabas cuando ibas caminando.
Lucas no podía escucharle sin sorprenderse cada vez más. – ¿tú, tú, eras el niño que vi en la nube? – “Sí era yo, que te estaba llamando. También me viste en el fuego, ¿lo recuerdas?
Lucas estaba asustado, a la vez que inquieto por lo que le estaba ocurriendo; así que le preguntó, y ¿qué quieres?, ¿por qué me llamabas?
El castaño nieto le respondió: -necesito que me ayudes. Debes levantar una tapa de hojarascas que tengo en esas raíces que sobresalen por la tierra y entras en mi interior-
Lucas estuvo unos segundos dudando, pero la curiosidad le pudo más. Fue a ver qué había. Descubrió una abertura y unas escaleras que descendían, estaban iluminadas con una luz muy tenue que entraba del exterior. Después de seguir varios pasillos con paredes terregosas, llegó a una sala con paredes formadas por rocas, allí encontró a varios personajes de nuestras leyendas de la sierra de las Villuercas: estaba la Nutria del Charco de Cañamero, Álvarez y la Chiquita, la gallina que ponía los huevos de oro que habitó en el Castillo, la morita del Salto de la Mora junto con el moro del Salto, y el castaño del nieto en forma de niño.
Lucas, se tuvo que sentar, su mente estaba aturdida de tanto acontecimiento. Sin embargo, se tranquilizó muy pronto, pues el ambiente era de mucha paz y serenidad.
El castaño nieto comenzó a hablar: “Somos habitantes de esta Sierra Mágica, hemos pasado el tiempo que nos correspondía en la vida exterior, y transcurrido el tiempo, pasamos a este lugar llamado el “Mirador de los sueños” como retiro, para vivir juntos, y para seguir velando por el cuidado de nuestras sierras, bosques y animales”. Lucas, necesitamos que nos ayudes, porque como ves el único que falta es mi abuelo, él es el que más tiempo está pasando en el exterior, ya está cansado y viejo, y con costosa dificultad para caminar; no se puede trasladar aquí con nosotros, y si no lo hace morirá para siempre, sin pasar al Mirador. Necesitamos que nos ayudes, que estemos unidas todas las viejas leyendas en este paraíso, para no morir y no ser olvidados.
Lucas puso cara de extrañeza y contestó. -¿cómo puedo ayudar a un árbol?, ¡pesa mucho! ¿Cómo voy a arrancar las raíces? ¡Es imposible!
El nieto respondió- No hay que arrancar nunca un árbol, pues entonces acabas con la vida que hay en él. El abuelo es el genio que ha vivido siempre cobijado en el árbol, así los dos formaban la sabiduría ( el genio- abuelo) y la vida (el árbol); pero el genio- abuelo tiene que salir, pues su hora ya ha pasado, si permanece allí, no se podrá reunir jamás con nosotros.
El rostro de Lucas cambió, en su cara se percibía una gran chispa de ilusión, sus ojos brillaban, y pensaba:- ¡por fin una gran aventura! Es verdad, ¡esta sierra es mágica ¡-
Preguntó- ¿ Y qué debo hacer?-
El nieto le contestó: – debes regresar con los demás niños, y actuar como si no nos hubieras visto jamás, pues nadie te creería; además ellos nunca nos podrán ver, a sus ojos somos invisibles. Al regresar al campamento te despertarás, ya que ahora nos has visitado en sueños. Cuando vayáis al Castaño del abuelo por la mañana debes aprovechar un momento en el que todos estén distraídos para acercarte al castaño con tu mochila, le susurrarás y acariciarás la corteza, como si pretendieras despertar a un niño dormido. Le dices – soy quién te ha de llevar al “Mirador de los sueños”. Cuando te esté escuchando, observarás que las ramas se mueven, se levantará una pequeña ventisca, entonces entrarás en el interior de su tronco, verás un nudo en la madera más grueso que los demás. Pondrás allí las dos manos y notarás al instante que sale una pequeña bola de aire, como si de una burbuja se tratara. Con mucho cuidado la introducirás en la mochila y le traerás hacia aquí.
Lucas estuvo muy atento a todas las instrucciones. Emprendió inmediatamente el vuelo de regreso. Cuando sobrevolaba el campamento en el sueño, pudo ver su cuerpo dormido al lado del fuego; se unió a él, y notó que su cuerpo poco a poco comenzó a moverse. Lucas notaba sus párpados muy pesados, quería dormir un poco más, pero la claridad del día le estaba despertando. Empezó a recordar los sueños que había tenido esa noche, ¡han sido fantásticos!, pero pronto se sintió algo aturdido, preocupado…, lo recordaba demasiado real todo como para haber sido un sueño.
Recogieron el campamento e iniciaron la marcha hacia el Castaño del abuelo. Lucas por el camino iba reconociendo lugares que ya había visto en sus sueños, se iba planteando si no habría sido realidad.
Al llegar al Gran Castaño Centenario, Lucas supo que todo había sido real, él había estado allí, era el mismo árbol, majestuoso, gran tronco, hueco y algo quemado en su interior. Entonces, cuando sus compañeros estaban distraídos siguió las instrucciones que le habían dado, acarició la corteza, las ramas se estremecieron, entró en su tronco, puso sus manos en el nudo más grande de la corteza y ¡sorpresa! Una pequeña burbuja del genio del abuelo salió. La metió con mucho cuidado y suavidad en su mochila y caminó despacito para que no se lastimara. Una vez en el lugar indicado, entró por la puertecita de hojarasca, pasó por los corredores, y por fin llegó donde estaban todos los personajes de nuestras leyendas. Sacó la burbuja, y de pronto brilló un gran rayo de luz, formándose de repente una gran figura de un viejecito de pelo blanco y un bastón; todos mostraron una intensa felicidad en sus rostros, el nieto empezó a abrazarle con los ojos llenos de lágrimas de la inmensa alegría que sentían.
Lucas estaba muy a gusto allí, pero debía marcharse, sentía mucha pena, pues no volvería a verlos nunca más; el genio del abuelo le dijo que siempre estaría en sus corazones, que cada vez que observe el paisaje de las Villuercas se acuerde de toda la magia que existe en ella, está en cada árbol, en cada animal, en cada leyenda, y quizás debajo de la tierra. Le regaló un trocito de corteza de castaño y le dijo “cada vez que la toques, te acordarás de nosotros, cuando necesites ayuda la abrazas muy fuerte, acercándola al corazón”, cuida de nuestra tierra, mantén vivas nuestras leyendas, no pierdas la imaginación, cree en lo mágico, pues gracias a eso nos has conocido. La realidad no es nada si no se tiene fantasía.
Lucas se despidió de sus fantásticos amiguitos, y corrió a gran velocidad. Cuando regresó todos le estaban buscando. Emprendieron el viaje de vuelta. Todos contaban sus grandes aventuras, pero Lucas permaneció en silencio, había tenido una gran aventura que guardaba en su interior.
Una vez en su casa, sacó la corteza que le dio el genio abuelo y lo guardó en su caja de recuerdos y secretos. No había encontrado ningún tesoro, pero había vivido una aventura que no olvidaría jamás. ¡Vivía en las Villuercas, la gran sierra mágica!

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20 comentarios en «Magia – miniconcurso de relatos»

  1. Como esta semana hay varios relatos muy muy buenos, buena cosa que sea difícil escoger. Pero me decanto por dos que sobresalen ( a parte del mío claro.. jiji, jiji, jiji…) :

    José Armando Barcelona
    Carlos Taboada

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