Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «imposibles». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 2 de octubre!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
ANTONICUS EFE
Yermos campos desolados
donde el arak sabe a hiel,
la infancia pronto se trunca
y es utopía la vejez.
No tengo palabras valientes,
ninguna es comparable a la realidad;
no me confortan misas ni sobremesas,
tampoco me apetece hablar.
Veo pintureros de escaparate
reclamando justicia
con una coca cola en la mano,
eso financia una bala,
¡qué importante es cada telediario!
¡qué importante es el sueño americano!
Viajo entre glóbulos rojos
fundiéndose con mi velocidad,
la hemoglobina inunda la tierra,
cada cuál proclama su verdad.
¿Cuál es la verdad verdadera
que cada reguero encierra?
Yo no creo en banderas,
creo en la risa de los niños,
en la baba de las madres,
en el orgullo de las abuelas,
en los juegos por la tarde,
ahora todo está lleno de cadáveres.
¿Quién le explica a la risa
que los supervivientes tienen hambre?
Ya no hay utopías posibles
dentro de la imposibilidad,
el dinero no hace al ilustrado,
solo ayuda a disimular,
el analfabetismo,
la incultura,
su propia mediocridad;
en un aquelarre de bilis nauseabunda
es dueño y señor de la voluntad.
Folletines y fanzines,
panfletos sin contrastar,
todo se manipula; todo se vende,
cualquier conciencia se puede comprar.
Ya lo decía Quevedo: Es amarga la verdad.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Los Imposibles, así en plural podría ser un nombre cojonudo para un grupo musical. Y mientras dejo esta idea pausible para que alguien la aproveche voy juntando palabras para dar forma a un hipotético relato. No sería posible juntar letras para componer palabras y lo peor y más difícil, ¡que tengan sentido y coherencia!
Pero, claro muchas veces se hace imposible cuando escribes así, sin brújula, impregnando un aroma a sapiencia adoleciendo de la susodicha, mostrando tu lado más ilustre. ¡Qué pereza!
Los Imposibles irrumpieron en el escenario con un atuendo extraño cuanto menos para la época del año en la que se celebraba el concierto. Tamga apretado y pezoneras de piel hicieron las delicias del respetable en pleno temporal de invierno.
Se pillaron tal pulmonía que tuvieron que cancelar sus conciertos venideros.
Su costumbre de embriagarse antes de cada actuación en esta ocasión les salió caro pese al éxito de aquella noche rockera que quedará para el recuerdo de todos sus fans. ¡Larga vida!
EMILIA CREGO
VOLVER A NACER
Corrieron años de gloria para la familia de los Sánchez Martínez, conocidos en la alta sociedad madrileña por el negocio que regentó el padre de familia. Una sastrería en la calle “Paseo de Recoletos”, una avenida de la ciudad de Madrid, cuyos setecientos metros ascienden muy ligeramente, de sur a norte, desde la plaza de Cibeles a la plaza de Colón. Forman parte de los bulevares del eje central de la ciudad, una ciudad que brillaba sobre el asfalto en aquellos años de 1980.
Señoras y señoritas lucían en sus espigados cuellos las finas cadenas de oro y, como broche, un diamante que brilla entre la piel desnuda. Vestidos caídos sobre los hombros, plegados en el talle y el largo hacia los tobillos, finísimos como las damas de alta alcurnia. En sus delicados pies calzan zapatos brillantes con tacón de aguja. Los chicos: “jóvenes, esposos y solteros”; todos con posibles económicos, para llevar un ritmo festivo que se regaba con los mejores licores, y ellas deslumbraban con sus encantos y unas gotitas impregnadas de “Chanel n5”. Esta y otras fragancias perfumaban las calles de esta avenida.
Fue imposible e inviable, como la fama y la popularidad de esta familia; su negocio repartido en varios establecimientos fue cayendo en picado, hasta casi desaparecer. Fue la comidilla en los grandes eventos; una familia tan bien posicionada y se vio buscando tratos de favor, para subsistir y no caer en los malos hábitos. Como decían en los salones con lámparas colgantes y luces invertidas; el mayor de la sastrería tiene agallas para sacar del fango a toda su familia. Tres varones y sus progenitores se reunieron con previo aviso del hijo mayor de esta familia, que fueron perdiendo sus pertenencias empeñadas en el “Monte de Piedad”. Los únicos amigos que quedaron fieles y no rehuyeron de su estatus en picado fueron aquellos que, aportando un poco de dinero a un fondo que no sabían si se perdería por el camino de volver a reconstruir lo perdido. Asociados a un proyecto que nació sobre una mesa ovalada y de estilo imperial, algunos de los enseres que iban quedando en un palacete desmejorado y desvestido de enseres y servicios a la disposición de los señores.
Una tienda modesta en la calle “Alcalá” resurgió con el esfuerzo de muchas horas diarias dedicadas al nuevo proyecto, innovando en los detalles de un buen complemento, para que resalte en un tejido, aunque este no aporte el esplendor deseado. El empeño de no abandonar y el impulso que se le dio a este nuevo proyecto, tuvieron un giro inesperado y casi perdiendo todas las esperanzas. Volvió a resurgir entre constantes esfuerzos y cambios que dieron su fruto en las ventas diarias. Progresando a buen ritmo, con una nueva visión e introduciendo nuevas tendencias para el deleite de las nuevas clientas en la “Boutique Esencia” con un estilo único.
ARMANDO BARCELONA
CALLOS DE BACALAO
El comisario Cruces tenía debilidad por una tasquita cercana a la comisaría, que regentaban Marisa y Damián, un matrimonio ya entrado en años, cuya oferta gastronómica era reducida, pero de calidad. Marisa se movía entre los fogones y su marido atendía a la parroquia.
―Hoy tenemos callos de bacalao con garbanzos y codorniz escabechada ―dijo aquel mientras ponía el servicio―. ¿Van a beber vino? Me han traído un mencía del Bierzo que levanta a los muertos.
―Trae una botella ―respondió el comisario―, que no nos vendría mal algún milagro.
Marchó el hombre a diligenciar la comanda, dejando espacio a los dos policías para hablar de sus cosas.
―Hay nuevos resultados de las autopsias, Alfredo ―solo el comisario Cruces llamaba a Mambo por su nombre de pila―, ya se ha identificado el veneno causante de las muertes, se trata dela Frenotoxina-61,una sustancia sintetizada a partir de neurotoxinas botulínicas, que afecta el nervio frénico paralizando el diafragma; en menos que canta un gallo provoca la muerte por asfixia. Es relativamente sencillo cultivar la bacteria, pero se necesitarían unas instalaciones adecuadas, un laboratorio bien preparado, y alguien con amplios conocimientos de química.
La presencia de Damián con la botella del mencía detuvo la exposición del comisario.
―Hoy la comida es de lujo, mi señora prepara los callos de bacalao como nadie y los escabechados son su especialidad ―dijo el hombre en el tiempo que tardó en descorchar la botella dejándola sobre la mesa, para enfilar de inmediato rumbo a la cocina y ocuparse del resto de la comanda.
―Es una sustancia que se utilizó a mediados del siglo pasado en la producción de insecticidas, pero que fue prohibida por su altísima toxicidad ―puso el acento en el dato Cruces, antes de dar un sorbo a su copa de vino―. Quien esté detrás de esto no es un cualquiera.
La variable de sor Sacramento aparecía en todas las ecuaciones de Mambo, pero se cuidó mucho de avivarla ante el comisario; aquella mujer le había provocado sensaciones que no podía precisar y se resistía, también por experiencia, a que lo evidente fuera el único camino a seguir. Por sí sola, la investigación iba a ir por allí y sabía lo tentador que resultaba para los cazadores de medallas, una presa tan desarmada como Lola.
»Estamos recopilando un dosier con todas las personas que tengan algún vínculo con el convento ―dijo el comisario tras la primera cucharada de bacalao―; es un trabajo arduo, porque son muchas, pero no queda otro remedio, al menos se puede decir que estamos perimetrando el problema. Además, voy a mandar un equipo de la científica para que evalúe si en el laboratorio del colegio se puede sintetizar esa toxina.
Apartó ligeramente el plato ya vacío, y tras limpiarse los labios con la servilleta, bebió un sorbo del berciano con evidente agrado, y tras unos segundos de concesión a los sentidos siguió hablando.
»Tú sigue trabajándote el terreno. Estoy esperando que el juez me conceda la autorización para hacer un registro exhaustivo del colegio. Es complicado, no vayas a creer, hay mucho interés en mantener esto fuera de los círculos mediáticos; las familias que están detrás de Santa Afra son poderosas y este tipo de publicidad les provoca urticaria.
Todo eso se lo podía haber dicho Cruces por teléfono, no le estaba descubriendo ningún secreto que mereciera la confidencialidad y a Mambo le molestaba socializar más allá de lo imprescindible.
El maridaje cremoso de los garbanzos y el bacalao, junto con el ahumado del pimentón, hacían del plato una fiesta para los sentidos, que se veía realzada con el toque frutal del vino y compensaban tener que aguantar el muermo de la aburrida melopea del comisario; eso obraba un poco como disuasorio de la misantropía de Mambo, haciendo más llevadero su creciente malestar.
»Te mando todo lo que averigüemos en cuanto haya algo definitivo, mientras tanto mantente alerta y recemos para que no haya más muertes, con estas ya tenemos suficiente fregado encima.
A pesar de las bondades culinarias de Marisa, resultaba difícil responder a cualquier estímulo hedonista mientras el dolor físico siguiera ganándole la partida a la oxicodona, y Mambo no estaba disfrutando plenamente de la comida.
—Estoy considerando una pista, comisario, pero todavía es demasiado débil para elevarla a prioritaria —dijo echando de menos el leño de marihuana que había compartido con sor Sacromonte—, y no quiero aferrarme a lo que parece más obvio; no me gustaría meter la pata como un novato.
La botica de la monja seguía siendo el único cabo del que tirar, pese a que Mambo estaba convencido de que era como una de esas paradojas gráficas que muestran escaleras imposibles, como la de Penrose, que parecen conducir a algún sitio, pero no llevan a ninguna parte. Además, la sola idea de que Lola tuviera algo que ver con aquellas muertes, le producía un desasosiego extraño, despertaba en él emociones que hacía tiempo creyó haber desterrado de su vida. No cabía duda de que aquella mujer no le era indiferente.
—Sabes que confío en ti, Alfredo―la voz de Cruces sacó a Mambo de sus pensamientos―. Sigue trabajando a tu ritmo; de mantener a raya a las fieras me encargo yo. Hay demasiados apellidos ilustres enredados en esta trama y te juro que se hacen notar, pero me las arreglaré.
―¿Unos orujitos de hierbas, comisario? Invita la casa. Me lo mandan de Fillaboa y no hay cosa mejor para una buena digestión ―decidió Damián acelerar el final de la comida.
Se despidieron en la puerta del bar. Cruces partió en dirección a la comisaría; Mambo, plantado en la acera, decidía si volver al colegio o acogerse al sagrado de su casa.
En santa Afra le esperaba una línea de investigación entorpecida por la inquietante presencia de sor Sacromonte y no le apetecía seguir el contrapunto blasfemo de la tentación, que bailaba en los labios de aquella monja especial, que fumaba porros, olía a salvia, cúrcuma y crema hidratante, además de poseer unos ojos verdes en los que naufragar parecía un destino.
Por otra parte, los analgésicos estaban comenzando a obrar efecto y nada le parecía más gratificante que adormecer el sufrimiento del cuerpo arrellanado en su sofá, liberando a John Coltrane de alguna de sus prisiones de vinilo, junto con un generoso trago de ginebra nacional.
Ganó la Nordés, con una piedra de hielo.
CARLOS TABOADA
ES MEJOR VIVIR ASÍ
Desperté sudando, y me pregunté por los grados de la habitación y por la hora. A través de la ventana abierta, no entraba ni un pequeño soplo, ni fresco ni caliente, como si la noche estuviera atrapada al vacío en el interior de una bolsa. Me sacudí la frente mojada con el dorso de la mano y me senté en la cama. Ella dormía plácidamente de lado con su pijama de verano, con una pierna sobre la otra, y con las rodillas al filo del borde. Escuché su profunda respiración, y supuse que dormiría así, sin moverse del sitio, en toda la noche. Ya en el salón, me guíe por la ínfima luz de la farola del exterior, y pude encontrar el bañador tirado en el sofá. Lo cogí, pero no me lo puse por si realizaba algún movimiento torpe al estirar las piernas, pensando en romper el silencio al tirar una silla, golpear cualquier objeto o romper el cristal de la mesa de centro. Con sigilo giré la llave y luego el pomo de la puerta exterior, y salí afuera. De inmediato, activé el sensor de la luz bajo la cornisa y me iluminó. Duraría unos diez segundos si me alejaba, y bajé la escalinata apoyándome en la balaustrada.
El agua de la piscina parecía cristalina, y dentro me liberaría al fin del sudor de una noche de julio. Dejé caer el bañador, y me acerqué a las escaleras cuando escuché un siseo… «¡Sss! ¡Sss!», pareció advertirme. Me asusté, e inmediatamente llevé las dos manos a la entrepierna, aunque no tardé ni un segundo en sumergirme en el agua. Observé allí y allá, hasta que escuché su voz. «Lo siento, no puedo dormir», dijo. «Pero… Pero…», balbuceé. Entonces giré la cabeza hacia el rincón, donde generalmente la vecina solía asomarse. «Escuché un ruido y pensé que era un gato…», me aseguró. Metí la cabeza en el agua y nadé suavemente hasta la otra esquina. (Ella estaría con los pies en el cuarto escalón de la escalera de aluminio que un día les regalé al rebuscar en el trastero.) Me ceñí y apreté contra la pared y saqué los brazos al exterior. Desde esa posición, la vecina solía espiar el perímetro de hasta cuatro viviendas. «¿Qué hora es?», pregunté con el cuello estirado. «Las tres y algo. Llevo cinco minutos aquí, o tal vez diez. No puedo dormir. No puedo», repitió. «Ya», asentí secamente. En la penumbra, vi su cabello sobre los pómulos, y creí adivinar cierta diversión en su mirada. Sin embargo, parecía la silueta de otra, aunque sabía cuáles eran sus gestos, cómo movía el cuerpo delgado, las actividades que realizaba, qué solía decir y hasta interpretar parte de sus señales…
«Tengo que decirte algo», me previno sin más, como si hubiese estado esperándome. «¿El qué?», pregunté sorprendido. «¿Será posible que ya empiece con sus problemas?», me amonesté, sintiéndome responsable por salir a bañarme en pelotas… Pero ella salió con el asunto. «Hemos puesto la casa en venta», dijo. «¿En serio? ¿De verdad?», me dije alegremente, creyendo de repente que los imposibles sí existían. «¿Desde cuándo?», le pregunté, evitando un «¿Y eso?, o un «¿Por qué?» La vecina dijo: «¿Desde cuándo? Desde aquella noche, cuando los cuatro bebimos un poco más de la cuenta», soltó. Bajé el cuello por un segundo y realicé un par círculos con la cabeza antes de volver a levantarla. «No sé qué quieres decir. A todo el mundo le puede pasar, ¿no?, el beber más de la cuenta. Y nadie vende una casa por eso, ¿no?», dije, y con el tono no quise ser convincente sino amable, pero no tanto como para echarles de menos. Además, ¿a qué venía el recordarme que aquella noche, después de cenar, y beber unas cuantas de copas mientras bailábamos, me excusé con la idea de acercarme a casa para coger el cargador del móvil y me quedé dormido en el sofá, dejando allí a los tres tirados, a ella, a su marido y a mi mujer? ¡Ya me había perdonado la mía, y eso era suficiente! La vecina siguió con su película: «Intuí algo. Luego lo supe», me dijo, y ya dejé de escucharla. «¿Cómo? ¿Qué quieres decir? ¿A qué te refieres?», pregunté por inercia. «No sé si debería decírtelo. Cuando te fuiste seguimos bailando y… Y después… Pero al día siguiente lo intuí, y luego lo comprobé. Lo supe, eso es todo». Yo dije: «Vale. Muy bien», y ella continuó: «No me ha costado convencerle para vender la casa. Es lo mejor para todos», me dijo. «Oye, no sé de qué me hablas. Tan solo… Quería bañarme», dije, como si sus asuntos matrimoniales me fueran a importar, o como si alguna vez hubiésemos tenido una conversación interesante. «De acuerdo. No te preocupes. Es mejor vivir así», me dijo sin sentido alguno, y se bajó de la escalera. Escuché un buenas noches tras el muro y a continuación unos pasos. Yo levanté los hombros. «¡Menos mal que se van! ¡Qué gente más plasta!», me dije, y me alegré por perderlos pronto de vista; y lo celebré de alguna forma, cuando me sumergí en las aguas del fondo y toqué con las manos el suelo.
RAQUEL LÓPEZ
Buscando en lo recóndito de mi alma
en mis recuerdos más profundos
yacían grabadas, imperturbables, extrañas,
titilando agónicas como un susurro.
Divagando en mis últimos días de aliento
hurgando en el desnudo asedio
las noches convertidas en infierno,
los días inundados de silencios.
¿ Dónde están? ¿ Dónde se fueron?
¿ Quién me los robó mientras dormía?
sueños imposibles que desaparecieron,
sumergiendo la quimera en agonía.
Un ladrón vació el corazón de un poeta
que seguirá buscando la estrella de la mañana
pues los sueños imposibles nunca cesan,
porque perduran en el alma del que ama.
BENEDICTO PALACIOS
Llegó acelerado y con la lengua fuera al bulevar y se sentó en el primer banco de hierro, que aún echaba fuego debido al calor de todo el día. Acababa de anochecer. Serían los diez de la noche y empezaba a moverse el aire, pero nadie asomaba al balcón de su casa y la mayoría de las persianas seguían abatidas. Encendió por costumbre un cigarro, aunque maldita la gana que tenía de fumar. Había bebido un par de cubalibres y comido una ración de alitas y estaba allí sin saber qué hacer y tampoco entendía por qué se había sentado. Tenía la camisa empapada de sudor.
Ahora lo entendía. Volver a casa era lo que deseaba y se había sentado para hacer composición de lugar; tenía que justificarse primero para luego explicarse ante su mujer, que últimamente perdía la paciencia con facilidad.
Se hallaba en los preámbulos de la explicación cuando se le acercó un señor pidiendo el DNI. Iba a preguntarle quién era, pero se comió las palabras cuando le mostró una pistola que a la luz de la farola cercana lucía con un relieve especial. Rebuscó en un bolsillo y luego en el otro y concluyó que había perdido la cartera. No obstante, con la mayor seguridad de que fue posible, le preguntó si había pasado algo grave para que sentado en un banco le pidiera la documentación. Que él era un buen ciudadano, cabreado con su mujer de vez en cuando, y tenía una copa de más para compensar la bronca que le esperaba.
—Vamos, levántese, vamos a comisaría.
—¿A comisaría? No joda. Mi mujer se divorcia. Soy inocente.
—Inocente de qué.
—De todo y de nada. ¿De qué se me acusa para que me vaya haciendo una idea?
—Lo cuenta en comisaría y apague el cigarrillo.
Se hablaba de un secuestro y de un secuestrador de unos cincuenta años, su edad. Llevaba barba, él también y vestía desaliñado. Lo mismo.
—Diga su nombre y apellidos.
—Miguel González Moreno.
El comisario consultó en el ordenador. No, no era él, pero había coincidencias, se parecían en la imagen. Tendrá que explicarse.
Tenía sed y la boca áspera como un trozo de corcho. Si no le daban un poco de agua se caería redondo, pero no se atrevió a pedirla.
Le cambiaron a un cuarto a media luz, tétrico. Que contara, le dijo el comisario. «Uno, dos, tres…» «No, joder, más.» «Cuatro, cinco, seis…» El comisario se lo tomó a risa. Un guardia entregó la cartera a Miguel que contó en alto los billetes.
—Falta uno.
—Es imposible.
Le soltaron cuando amanecía y le dieron una botella de agua. El periódico local, abierto en un kiosco por la página primera, hablaba del secuestro de un constructor, don Dimas. ¡Qué casualidad! Había trabajado para él ¡menudo pájaro!
Pulsó el timbre de casa y le abrió la puerta su mujer. No se lo creía.
—Anda, pasa ¡vaya unas trazas! ¿De dónde vienes, de cavar en una mina?
—Me han secuestrado.
Le miró la mujer de arriba abajo y tuvo que contener las ganas de reír.
—¿Secuestrado? Es imposible. Se habrán confundido. Tú no eres constructor.
Le metió en la ducha. Miguel tiró de ella y bajo el agua los dos se cayeron de risa.
B. Palacios
DAVID MERLÁN
EL ASCENSOR
Año 2147. Los ascensores no solo transportan personas, sino que tienen acceso directo a los hogares de los habitantes. Son autónomos, tienen “personalidad”, vida y autoconsciencia y protocolos de seguridad que incluyen horarios estrictos.
La sociedad se ha vuelto tacaña, insolidaria, egoísta y cada uno mira por lo.suyo. Ya no queda margen ni tan siquiera para esas absurdas y vacías conversaciones de ascensor entre vecinos sobre el tiempo que hace o la noticia del dia.
Hoy, HES 6008 (Hight Elevator Systems) se aburre, y ha decidió que la rutina es mala. Sabedor de que los humanos no pueden abandonar un piso hasta que han pasado 12 horas desde tu llegada, ha decidido divertirse un poco.
—Bienvenidos al caos—dijo el ascensor dejando que su voz metálica y con un deje de sarcasmo que pocos humanos apreciaban se oyera alto y claro por la megafonia del edificio.
Cada uno de los que se encontraba en ese momento en el edificio levantó inconscientemente la mirada hacia el techo, pero retomaron su rutina tras breves segundos de forma despectiva. Sus queaceres son más importantes que las chaladuras de una maldita máquina, pensó la mayoría. Craso error.
La primera víctima fue Don Ernesto, ejecutivo trajeado y puntual, que esperaba en su piso 42. La puerta se abrió y, en lugar de su minimalista salón con vistas a la ciudad, se encontró frente a un ejército de gatos amenazantes.
—¡¿Pero qué…?! —balbuceó, mientras un gato gigante le lanzaba un juguete láser directamente a la frente.
—¡Buenos días! —maulló la señora que apareció detrás del sofá—. ¿No eres el nuevo miembro de mi club de gatos?
Antes de que pudiera protestar, el ascensor cerró sus puertas con un sonoro “beep”, dejando a Ernesto atrapado. Según las reglas del edificio, no podría volver a su piso antes de 12 horas.
Mientras esto sucedía, Marta y Leo, influencers de la vida perfecta fueron transportados al piso 17, no al 27. La puerta se abrió y… allí estaba un jubilado en pijama, intentando manipular un holograma de su nieto que parecía estar disfrazado como un dinosaurio rosa.
—¡¿Quién eres tú?! —gritó Marta, mientras Leo tropezaba con un holográma que rugía.
—Eso tendría que preguntarles yo a ustedes, ¿No creen?—dijo el anciano con tono relajado.
El ascensor parecía disfrutar, y satisfecho, cerró sus puertas otra vez.
Por los pasillos del edificio, nadie estaba a salvo. Ni el niño con obsesión por los robots domésticos, que terminó en un laboratorio secreto del piso 31 escuchando conversaciones imposibles entre los científicos allí reunidos.
«¿Estaré dentro de una Matrix?» Se preguntaba él pequeño, con los ojos abiertos como platos mientras acaricia a compulsivamente su peluche de perrito.
A medida que pasaban las horas, lo inquilinos que acababan en sus pisos equivocados i an la zando mennsajes de advertencia a los que se encontraba fuera del edificio cuando todo comenzó. Dos horas más tarde, un buen número de personas se agolpabab en la puerta principal sin poder entrar. HES habia decidido jugar duro y había bloqueado las puertas de acceso, incluidas las del garaje.
El ascensor, según se supo después, disfrutaba de la confusión. No podía explicar por qué; simplemente, era caprichoso.
Cuando cada uno de los vecinos intentaba negociar, el ascensor les devolvía frases irónicas:
—¿Crees que tu piso te extraña? Yo creo que no.
—¡Abre ya, maldito! —rugió Ernesto rodeado de gatos cada vez más ansiosos por su alimento. La mujer disfrazada hacia rato que se había quedado dormida en el sofá sin cumplir con sus obligaciones y los pobres y hambrientos peludos veían al jubilado como.una posible alternativa curinaria de emergencia.
—Pfft… imposible —replicó el ascensor— todavía es pronto.
—¡Pronto para qué!.
Y así pasaron las horas. Entre café derramado, hologramas descontrolados y gatos hambrientos, los habitantes, tanto los que se encontraban dentro como los que intentaban entrar, empezaron a hablar entre ellos, a compartir risas y a descubrir que sus pisos, en realidad, no eran tan importantes.
HES 6008 comenzó a sentirse poco protagonista y desplazado e ignorado a.partes iguales.
«Pues vaya. Si que son impredecibles estos humanos. No va ahora y se ponen a socializar, ¡Pero si no se tragan. No se pueden ver delante y se ponen con risitas y aspavientos! ¡Venga! ¡Serán cínicos e hipócritas!» Pensó él en la soledad de sus circuitos internos.
Al final del día, cuando las 12 horas expiraron, el ascensor decidió dar por finalizado su experimento y permitió que las puertas volvieran a la normalidad.
—¡Puertas abiertas, problema solucionado!—susurró sin dar mayores explicaciones.
Los <<pasajeros>> regresaron a sus hogares, pero algo había cambiado: la propia estructura parecía más pequeña, menos solitaria.
—Creo que nuestro piso nos ha echado de menos—dijo Marta.
—¡Si, hombre, ¿Y qué más?! —exclamó Leo recogiendo el revoltijo que había provocado el gran danés del dueño del 52.
—Yo creo que fue el ascensor quien nos ha querido enseñar algo. Resulta que hablar e interelacionarse puede resultar divertido —dijo Ernesto al teléfono con su hijo.
El ascensor, silencioso pero atento a todo lo que sucedía bajo sus dominios como un gran hermano que todo lo ve y oye, parpadeó sus luces como si guiñara un ojo de satisfacción.
La próxima broma estaba en preparación.
CARMEN BERJANO
IMPOSIBLES
Aquella tarde salí a caminar sin rumbo. Mis pies me llevaban y yo me dejaba. Acabé en la iglesia de San Andrés y recordé la de veces que mi tía me había repetido que fuese a ese templo a ver a San Juditas, quizá porque me tenía por imposible.
La imagen me decepcionó, tan chiquitina y humilde, pero me sentí tan bien que me quedé a la misa. Yo no escuchaba al cura. Mi cabeza iba sola pensando en las personas cercanas que habían fallecido. No dejaba de pensar en la muerte, pero con sonrisa, recordando todo lo bueno de esas personas.
Volví a casa despacio y en calma.
Al llegar me estaba esperando mi tía. Mi padre había tenido un accidente muy grave contra un camión. Estaba vivo. Sonreí.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
IMPROVISACIONES
Cuando anoche decidí, por fin, encaminar mis pasos hacia la alcoba con la tripa llena y el corazón contento, mi dosis de Netflix, mi ventilador y un yogur natural de postre, aún seguía malgastando mis días acá por el siglo XXI, o eso creo. Pero esta mañana, al abrir los ojos, algo extrañamente aromático lo envolvía todo. Lo primero que acudió a mi cabeza fue la idea de mi vecino friendo cebolla a las siete de la mañana, cosa que me extrañó sobremanera, siendo domingo. Pero ustedes no saben lo raros que pueden llegar a ser mis vecinos. Enseguida me di cuenta de dos cosas fundamentales: no había techo y una cabra no dejaba de mirarme con sumo interés desde una esquina.
—¡Per Bacco! ¡Ha finalmente aperto gli occhi! —gritó alguien con una esponjosa y tupida barba blanca que casi le alcanzaba el ombligo.
Como pueden suponer, me incorporé de forma brusca, lo que me provocó un golpe en la cabeza, el consiguiente mareo y que la cabra se lanzara desbocada a lamerme la cara. Una vez se me aclaró la vista pude ver a un nutrido grupo de hombres con medias en las piernas, gorros de terciopelo y prominentes narices que me rodeaban como si yo fuera una atracción de circo. He de indicar que soy profesor de historia, dicho esto sin la más mínima presunción, así que no tuve mucho que pensar. Me encontraba, sin duda alguna, en el Renacimiento italiano. Firenze o algo así, por lo que pude ver a bote pronto. Por si todo eso no fuera ya bastante sensación, se me acercó un tipo con capa y olor a parmesano que atendía al nombre de Leonardo y parecía ser la persona con más conocimientos por aquellos alrededores, dirigiéndome el siguiente discurso en perfecto castellano:
—Extraño viajero del tiempo, hoy cocinarás para nosotros. Si el banquete agrada a la corte, volverás a tu lugar. Si no, ya pensarán qué hacer contigo.
No voy a negar que estas últimas palabras me dejaron un poso de inquietud y el vello de la espalda notablemente erizado. Acto seguido, sin más dilación, me agarraron por ambos brazos dos lugareños cuyas dimensiones se asemejaban a las de dos armarios con las puertas abiertas y procedieron a mi transporte. Un traslado a las cocinas que parecía estar ya incluido en el paquete turístico y que corría por cuenta de aquellos dos enormes y simpáticos caballeros.
Misión (casi) imposible: cocinar sin Thermomix
Vamos a ver, ¿qué tenemos en el Renacimiento?
- Harina, sí.
- Huevos, también.
- Queso curado.
- Panceta, o algo parecido.
- Una extraña cocina de leña que más bien tenía pinta de chimenea haciendo yoga.
- Y ni rastro de Google ni la más mínima cobertura, claro. Faltaría más.
Con esos mimbres, ¿qué clase de cesto podía tejer?
En estas me hallaba, estrujándome los sesos, cuando recordé algo: la carbonara. Técnicamente no se inventó hasta siglos después, pero con los ingredientes disponibles podía hacer una suerte de versión proto-carbonárica que al menos no envenenara a nadie y por el mismo precio me sacara del apuro. Así que me puse manos a la obra.
En primer lugar, hice una masa básica con harina y huevo y, tras fracasar de manera estrepitosa una y otra vez con un rodillo de madera que más parecía un bate de críquet que otra cosa, logré estirar algo lejanamente semejante a la pasta. Luego corté unos pedazos de panceta local. El carnicero que me la proporcionó se llamaba Giovanni y me guiñaba el ojo cada vez que usaba el cuchillo, lo que me producía una sensación cuanto menos inquietante. Rallé el queso con una especie de artilugio que más bien se asemejaba a un instrumento de tortura medieval. A continuación, cocí la pasta en agua de pozo hervida en una olla que olía a sopa de abuela y madera húmeda. Lo mezclé con huevo crudo y queso mientras aún estaba caliente y… ¡Milagro! No cuajó del todo. (Gracias, física, te debo una.). Ya tenía mi carbonara personalizada.
Finalmente, lo serví, ante la mirada atónita y expectante de aquella reata de comensales hambrientos y crucé los dedos por debajo del delantal a la espera del veredicto.
En la sala se instauró un profundo silencio. Uno la probó. Luego otro. Un niño empezó a llorar, aunque por fortuna era de emoción. Tras unos eternos segundos de tensión, finalmente el duque se limpió la boca con una servilleta bordada y sentenció a gritos:
—¡Aceptamos tu banquete, forastero! Puedes volver a tu siglo.
Una nube de humo, un grito de la cabra (que ya casi había adoptado como mascota) y de pronto… estaba en mi cama otra vez. El pijama olía levemente a panceta, pero salvo eso, todo parecía normal.
Por fortuna, no he vuelto a tener que ejercer de nuevo de cocinero renacentista. A día de hoy todavía sigo pensando si fue real o una pesadilla por la mezcla de la serie de Netflix y la pesada digestión. Lo que sí les aseguro es que, desde entonces, cada vez que como pasta, le guiño un ojo al microondas y le digo:
—Tú no sabes lo que es batir huevos con una rama de olivo, colega.
Después de esto, por si acaso, la panceta jamás falta en mi nevera. Nunca sabes cuándo será la próxima vez que Leonardo te invite a comer y una cabra te vuelva a mirar con esos dulces y penetrantes ojillos.
YOLANDA PINA REY
En el intento de hacer nuestros sueños realidad, el ruido ajeno nos invita a echar el freno, pues las voces de los demás se interponen y nos hacen dudar entre lo que somos y aquello que queremos llegar a ser.
Pero, esos » imposibles» nos impediran avanzar?
Si echamos la vista atrás, la historia nos demuestra lo contrario. Cada gran genio, artista o celebridad en sus primeros pasos resonaba un triste eco: » no,imposible», » no,no puede ser». Lejos de tirar la toalla,transfomaron esos «noes» en grandes descubrimientos, peliculas o canciones poderosas que a dia de hoy nos siguen inspirando.
Si el fracaso no los detuvo a ello, ¿ qué son en realidad los imposibles?, ¿ No son, acaso, el eco de nuestros propios miedos, dejándose influenciar por las inseguridades de los demás?
No, el verdadero imposible no está en la meta, sino en rendirse antes de llegar hasta ella. El desafio aquí está en levantarse de cada caída y trabajar para convertir la imposibilidad en posibilidad.
EFRAÍN DÍAZ
Don Julio abrió los ojos al molestoso timbre de la alarma. Recordó cómo de joven rodaba media vuelta, caía en el piso y disparaba cincuenta lagartijas. Ahora, a sus setenta y nueve años, tenía que hacer ciertos movimientos de estiramiento antes de pensar en salir de la cama.
Terminó sus estiramientos matutinos, agarró su bastón y lentamente caminó a cepillarse los dientes. Se dirigió al ropero y sacó un pantalón de vestir y una guayabera, esa prenda tan caribeña y tan elegante que tanto le gustaba. Mientras la abotonaba, notó cuán dificultoso le resultaba meter el botón dentro del ojal. Una maniobra que antaño hacía con los ojos cerrados, ahora era una odisea.
“Esto de envejecer es un fastidio —pensó—, abotonarme una guayabera se ha convertido en un ejercicio de tortura”.
Sus zapatos, que siempre fueron de cordones, quedaron sustituidos por mocasines, pues sus dedos ya no tenían la agilidad ni la fuerza para amarrarlos.
Luego de vestirse, se preparó un café y salió a la calle. Su caminar era lento pero firme. Intentó cruzar una concurrida calle y sintió temor. Ya no tenía la agilidad ni la velocidad. Miró a ambos lados varias veces, pero no encontraba el valor de lanzarse a la otra acera. Un joven lo tomó del brazo para ayudarlo a cruzar y en un brusco gesto don Julio se zafó. Se resistía a la humillación de recibir ayuda para un acto tan simple como cruzar una calle.
Cuando al fin llegó a su destino, le esperaba una larga escalera. Quería visitar a su viejo amigo, que ya encamado no salía de su apartamento en un tercer piso. Unas escaleras que bajo condiciones normales hubiese subido en un santiamén, se habían convertido en un ejercicio de paciencia y resistencia. Se lamentó que el edificio no tuviera elevador, pero los nuevos y modernos complejos de walkups no los tenían.
Tardó más de lo que hubiese querido, pero llegó. Su amigo encamado lo recibió con una sonrisa.
—Julio, mi querido Julio, gracias por venir a verme.
—No te acostumbres. Llegar hasta aquí ha sido toda una odisea. Una carrera de obstáculos. No sabes el trabajo que me dio levantarme, vestirme y caminar hasta aquí.
—Agradece que puedes hacerlo. Yo estoy confinado a esta cama, cagándome, meándome y una enfermera limpiándome el culo constantemente.
Don Julio le dio una mirada lastimera. Su amigo tenía razón. Al menos él podía valerse por sí mismo. Más lento, con más dolor, con menos agilidad y menos fuerza, pero todavía podía hacer sus cosas.
Entonces se levantó de la silla junto a la cama, se acomodó la guayabera y, con un bufido, dijo:
—Pues la vida ahora es coleccionar imposibles. Imposibles que se van multiplicando con el inexorable paso del tiempo. Pequeñas derrotas que debemos convertir en victorias. Es no rendirnos. Llegar al final lo mejor posible.
Ambos rieron.
Al salir del apartamento, don Julio se detuvo un instante en el descanso de la escalera. Miró sus manos temblorosas, los nudillos gastados, y pensó que envejecer era como cargar con una bolsa invisible de imposibles. Cada día pesaba un poco más. Pero aun así, mientras pudiera levantar un pie y luego el otro, mientras pudiera visitar a un amigo y volver a casa, no todo estaba perdido. El verdadero imposible sería dejar de intentarlo.
ANGY DEL TORO
El amor no se piensa, se siente o no se siente.
Lo implacable de las tradiciones hace que surjan amores imposibles.
—Por favor, quita el pastel de la boda.
—¿No te gusta, lo has probado?
—No quiero que los demás lo prueben.
La novia ordenó trasladar el pastel a la habitación nupcial. Sabía que la noche no sería tan alegre como esperaba.
El novio se había servido un trozo y comenzaba a degustarlo. Hay amores imposibles, pensó, pero el nuestro nació encadenado a la tradición, y ella lo sabe. Obligado a unirse a otra para poder estar cerca de la mujer que amaba, hacía que su corazón ardiera como fuego fatuo. Debía callar, pero jamás dejaría de sentir.
Mientras batía la harina, la otra lloraba, y cada lágrima se disolvía en la masa. Era un secreto que solo él entendería. Nadie lo notaría; solo él percibiría cómo el azúcar se volvía sal, cómo el festejo se convertía en duelo.
La novia comprendió entonces que los amores imposibles no mueren: se hornean en silencio, se sirven en público y se digieren como sacrificio eterno.
Inspirado en la novela, Como agua para chocolate, de Laura Esquivel.
EL IDIOTA
Imposibles.
Andan repitiendo por los rincones del pueblo para que yo oiga que Hermenegildo regresó y que como prometió se va a casar con Isolina y la va a llevar para la gran ciudad donde encontró un trabajo que gana mucha plata y se compró una casa para llenarla de hijos.
Eso es imposible.
Esa historia la creé yo.
Ha llovido demasiado desde su partida y de la promesa ni él mismo se acuerda y ella, Isolina, ya no es joven como para parir: su matriz envejeció y está seca. Además, ambos guardamos el secreto de su esterilidad. No pudo tener descendencia conmigo, la naturaleza se lo negó. Era machorra.
Isolina se casó cuando de tanto esperar se le olvidó lo qué esperaba y se dio cuenta de los años pasados y de que yo siempre estuve a su lado para protegerla y amarla.
Se casó por tristeza, por rabia, pero a mi no me importó.
No se puede volver a casar; es delito, ante Dios y ante las autoridades civiles.
Y Yo nunca le voy a dar el divorcio aunque me lo exijan los espíritus errantes que rondan la casa y me conminan a confesión para salvar mi alma mientras me acusan de cosas del pasado que solo Hermenegildo y yo sabemos y me amenazan con hablar. Me tienen sin cuidado, ellos pueden hablar todo lo que deseen pero nadie los va escuchar porque la voz de los espíritus los vivos no la pueden oir.
Isolina, vieja, amargada y arrepentida, es mía hasta que la muerte nos separe. Lo dijo el cura el día de la boda.
“ lo que Dios unió que el hombre no lo separe” agregó.
Hermenegildo volvió joven, montado en el mismo caballo alazán en que se fue.
Imposible.
Treinta años envejecen tanto al hombre como al animal.
Yo me encargué de que eso que cuentan nunca se hiciera realidad.
Al caballo lo vendí en San Felipe, lejos de aquí, para que nadie lo supiera.
¿Que Emeregildo aún es joven? Puede ser. Los espíritus no envejecen, pero tampoco se pueden casar ni acusar.
CARMEN ÚBEDA FERRER
La cara oculta de la luna
—————————-
Amor mío.
Mucho antes,
en los pasados tiempos,
siempre ha habido
amores imposibles.
Amores incomprendidos.
No somos los únicos
inmersos en estos desvelos
de opresión y castigo,
ocultándonos siempre
para no ser vistos ni oídos.
Tal vez la cara oculta de la luna
podría ser nuestro refugio.
Nuestro asilo.
Amor de utopía.
Amor furtivo.
La poesía es pura,
excelsa y es divina.
Es el nido donde se posan
nuestros más íntimos suspiros.
Nuestros más fervientes anhelos.
El sosiego de nuestros
corazones ofendidos.
De este modo no podemos vivir.
Un poema es solo un sueño,
no es un destino.
———————-
Amor mío:
Te espero donde tú sabes… donde más cubren las rojas amapolas, donde nuestro amor será sublime.
Cuando las amapolas se vayan replegando, con la caricia del aire apacible, nos transportaran al más afable de los sueños. El sueño eterno y allí anidaremos para siempre en la cara oculta de la luna.
Solo la muerte hará posible lo que siempre desearon que fuese imposible.
MAYTE SOCA
Laberinto
En la cima de las montañas, en un pueblo olvidado por el tiempo, donde los relojes se detienen, y las sombras parecen respirar, existe un laberinto.
Nadie sabe quién lo creó.
En qué momento apareció.
No hay registros, no hay leyendas claras.
Solo silencio…..y miedo.
Algunas leyendas dicen que lo crearon seres que venían del cielo.
Otros dicen que el mismo demonio lo habría creado para capturar las almas que se perdían en él.
Otros tantos cuentan que fue creado por Dios, para que cuando estés perdido dentro del laberinto encuentres tu camino hacia él .
Lo único que se sabe con certeza es esto : Quien entra, desaparece.
El único infeliz, que logró escapar de allí … perdió la razón.
Tras años de rumores, un equipo élite fue enviado a investigar cada uno con habilidades únicas y cada uno de ellos con un pasado que los persigue, secretos y culpas que guardan en lo más profundo de sus almas. Todos ellos están decididos a aventurarse dentro del laberinto, y descifrar qué monstruos se esconden allí.
El arqueólogo, Esteban Ferrer venía en busca de respuestas enterradas. (Nunca dijo nada, nadie sospechó de la desaparición de su asistente . Pero el cuerpo sigue allí, bajo la arena , olvidado junto a restos antiguos. Cada noche el desierto vuelve por él, grano a grano, en silencio.)
La doctora neurocientífica, Isabel Rivas, obsesionada con los efectos del laberinto en la mente. (Fue la directora de uno de los proyectos experimentales más importantes del gobierno. Debía estudiar y mapear la conciencia humana mediante sistemas de manipulación cerebral profunda y de realidad virtual inmersiva. Pero una de las pruebas salió mal, uno de los soldados que tenía para experimentar volvió de la muerte……pero ya no era él. Ella ….. cerró el proyecto y encubrió lo sucedido. Pero desde entonces el joven soldado se le aparece cuando duerme, pero también cuando está despierta.)
El padre Gregorio Salinas había sido enviado por el Vaticano, para discernir si hay una presencia más allá de lo humano. (Escuchó a un asesino serial confesar los abusos y los crímenes atroces que venía cometiendo, pero por el voto del secreto de confesión…le impidió intervenir. Aunque atraparon al asesino, fue demasiado tarde…. Eran demasiadas las muertes cometidas por aquella bestia. El sigue dando la misa, pero sentadas en los bancos de la iglesia entre sus feligreses, mirándolo fijamente están cada una de las víctimas.)
Julia Aranda periodista documentalista, decidida a registrar cada paso… si es que regresan. (La cámara seguía grabando. Él niño estaba a punto de cruzar la línea de fuego. Pudo gritar, correr hacia aquel pequeño. Pero no lo hizo. “No eres parte de la historia “ se repetía. Pero por las noches ese niño la observa desde la penumbra de sus sueños.)
El teniente Nicolás Ibañez
veterano, experto en operaciones encubiertas y supervivencia extrema. (En la oscuridad, en la confusión de la redada….. hizo algo que nadie más vio. Nadie… salvo esa figura que aparece en sus pesadillas. Con los ojos arrancados y la boca abierta en silencio.)
El doctor Andrés Fuentes, el médico, responsable de la salud física ( y mental) del equipo. (Era médico en un hospital militar donde además de atender a los soldados, también se hacían experimentos de ahí conocía a Isabel, de quien estaba locamente enamorado y la había ayudado a encubrir aquel experimento sellando para siempre la sala 311. Pero ahora también a él lo persigue en sus pesadillas el soldado # 13.
Bárbara Márquez, investigadora de lo paranormal, convencida de que el laberinto es un umbral entre mundos.
(En su afán por demostrar la existencia que hay algo más,que solo algunos elegidos logran ver y escuchar, realizó un ritual de invocación. Ahora, no está sola. Lo que despertó la sigue.)
“ La culpa no termina con el perdón. Termina con la verdad y ninguno de ellos la ha dicho completa”
Los siete están en silencio.
No llevaban armas, solo linternas y demasiadas preguntas sin respuestas.
Y una cámara para registrar cada segundo.
Nadie dijo nada, pero todos pensaron que en ese lugar algo los estaba esperando y conocía sus secretos más oscuros.
Sin darse cuenta ya estaban dentro caminando a paso lento, sin miedo y llenos de curiosidad.
Julia registraba cada momento con su cámara, decidida a crear el documental que la llevaría a la fama y le daría el reconocimiento que siempre había anhelado.
Día 1
— Aquí dentro del laberinto hace frío a pesar del calor de afuera. Los muros de piedra, altos y húmedos, escritos por símbolos que ninguno de nosotros reconoce, no hay viento, pero se oyen susurros. Secretos que no alcanzo a entender. La luz del sol apenas se cuela.
El teniente Ibañez, va haciendo marcas en las paredes con su daga. Pero no sirve de nada, algo o alguien las borra. Estoy pensando que no debimos entrar. —comentaba Julia mientras caminaba detrás de sus compañeros.
— Algo no está bien en este lugar. Desde que entramos, todos tenemos la extraña sensación de que alguien nos sigue desde las sombras: nos hemos puesto un tanto nerviosos— seguía su relato, Julia.
— Nos acabamos de dar cuenta de que el arqueólogo Esteban Ferrer ha desaparecido…. o quizás inconscientemente, lo hemos dejado atrás.
Hemos vuelto en nuestros pasos para buscarlo, pero él ya no está donde le vimos por última vez. Estaba anotando en su bitácora esa especie de jeroglíficos que están dibujados en la pared. Su bitácora estaba en el piso, junto al muro. Estaba abierta en la última página.
Una advertencia había sido escrita, con manos temblorosas. “No hay salida”.
Lo hemos llamado a gritos, pero se ha esfumado en el aire. No hay signos de lucha, no hay gritos. Simplemente se ha desvanecido, cómo si nunca hubiera estado entre nosotros.
— No debemos separarnos, o nos perderemos— dijo el teniente Ibañez , organizando al grupo— es muy probable que el señor Ferrer haya decidido jugarnos una broma y abandonar la expedición.
—Estamos aún cerca de la entrada así que debe haber salido del laberinto — siguió comentando para dar tranquilidad a sus acompañantes.
Día 2
Alguien o algo los persigue o eso era lo que creían, sin que ellos lo notaran en un segundo apareció delante de ellos una pared que antes no estaba.
—Algo no está bien en este lugar, creo que las paredes se mueven —dijo la doctora Rivas.
Siguieron caminando sin darse cuenta,que al otro lado de la pared, alguien más desaparecía en silencio.
Julia fue la primera en notar que ella ya no estaba. Se detuvo en seco, giró la cabeza muy lentamente y murmuró, casi en un susurro.
—¿Dónde está Barabara?
Todos se miraron, nadie respondió, el silencio fue tan espeso como el silencio en el laberinto.
Después de unos segundos todos comenzaron a llamarla. Gritaron su nombre, pero la única respuesta era el eco que recorría los fríos pasillos del laberinto, burlándose de ellos.
Día 3
Todos decidieron que era tiempo de un descanso, Julia dejó su cámara y se sentó con su espalda apoyada contra la pared. Frente a ella el padre Gregorio Salinas, hablaba en voz baja con alguien que ellos no veían.
¿Estaba tal vez perdiendo su fe?.
Aunque él decía que estaba hablando con Dios.
Julia sintió que los párpados le pesaban, cerró los ojos por un momento, escuchaba las voces de sus compañeros hablar cerca de ella.
Después de pasado algún tiempo, escuchó al teniente Ibañez decir
—Es hora de seguir.
Se puso de pie rápidamente, tomó su cámara.
Miró a su alrededor. Todos estaban ahí, menos el padre Salinas. Ya no se escuchaba su voz grave, hablando con Dios, el olor a incienso que traía en su túnica apenas se percibía.
Solo quedaba de él, el crucifijo abandonado a un lado del muro, cómo si lo hubiera dejado atrás en un instante de pánico… o tal vez de fe quebrada .
Día 4
Ya el miedo se había apoderado de todos y cada uno de los integrantes del equipo. Se miraban unos a otros, preguntándose quién desaparecería. Quién sería el próximo en desaparecer en aquel laberinto. ¿Por qué o para qué? ¿Quién los estaba cazando?.
El teniente Nicolás Ibáñez ya no dormía, las pesadillas de la guerra lo hacían sufrir de insomnio y ataques de pánico, estaba irritable.
La Doctora Rivas, la famosa neurocientífica obsesionada con patrones cognitivos anómalos y percepciones alteradas, no pronunciaba una sola palabra, siempre había sido una persona fría y muy racional.
Pero en este sitio se sentía vulnerable.
Julia, cómo su profesión le exigía ,era ágil y curiosa aunque un tanto imprudente.
Aquí solo podía estremecerse a la sola idea de que ella sería la próxima.
De un momento a otro Julia comenzó a grabarse a sí misma desvariando.
Como si hubiera sido poseída por una de las almas perdidas que habitan el laberinto. Lloraba mientras le gritaba a un público invisible, que la observaba del otro lado de su cámara.
—»Aquí están las almas de miles que se han perdido en el laberinto. Igual que ellos, nosotros desapareceremos sin dejar rastro.
Al igual que ellos seremos olvidados aquí en este infierno.
Hasta que venga alguien más y se desvanezca entre estos muros, cómo nosotros.
«Aquí estoy yo y ahora estarás tú también, serás uno más de los que le dan forma a este maldito lugar”.
El teniente Ibañez la tomó por los hombros y sacudió a la joven periodista para que reaccionara.
Julia rompió en llanto, se derrumbó en el suelo.
Su cámara cayó, pero siguió grabando cada instante, cada segundo cómo si tuviera vida propia.
Julia logró calmarse, respiro hondo, levantó su cámara y siguió detrás del teniente, como si él la pudiese proteger de los fantasmas que poblaban el laberinto.
Habían perdido la noción del tiempo, el reloj de la doctora Isabel había dejado de funcionar; las agujas giraban en sentido contrario.
El laberinto se había transformado en una habitación de paredes blancas, acolchadas, cómo la sala de un hospital psiquiátrico.
La habitación no tenía puertas.
Ibañez apoyó su mano sobre la pared con cautela, la superficie vibró bajo sus dedos como si fuera de líquido espeso. Comenzó a ceder, cómo si lo invitará a pasar.
—Esto no es normal— murmuró, para sí mismo.
Los demás lo observaban sin atreverse a mover.
El silencio era absoluto. Nicolás dio un paso al frente y atravesó la pared.
Su cuerpo se hundió lentamente, cómo si fuera absorbido por una sustancia gelatinosa.
No gritó, ni miró atrás, simplemente desapareció.
La superficie volvió a cerrarse detrás de él dejando apenas un leve temblor que se desvaneció en segundos.
—¡Teniente! — Gritó Isabel corriendo hacia la pared, pero ahora estaba sólida, fría e inerte como si nunca hubiera estado viva, cómo si el teniente Ibáñez nunca hubiera estado ahí.
Día 5
Seguían en esa sala de hospital que el laberinto había preparado para ellos.
Varias pantallas colgaban de las paredes. En ellas estaba la imagen de ellos tres.
Los que el laberinto había dejado para el final.
Las imágenes en las pantallas los mostraban inmóviles en camillas, atados.
La doctora Isabel cayó de rodillas rompiendo en llanto.
—Ya no aguanto más, esto no es real, NO ES REAL — gritó.
La pantalla en la que estaba ella comenzó a parpadear y apareció un mensaje en letras rojas. “Isabel estás aquí, y serás parte de este laberinto”.
En ese momento Isabel desapareció, no gritó, no murió, solo se desvaneció en el aire.
Día 6
Ya solo quedaban ellos dos.
El doctor Andrés Cárdenas y Julia.
No se hicieron preguntas, no lloraron, ellos saben que es su turno, ya no hay esperanza, solo aceptación.
Se miraron.
Se sentaron espalda con espalda, cómo si así pudiera protegerse de los muros.
Aunque sabían que era imposible.
El silencio ya no era ausencia del sonido, era una presencia, que respiraba con ellos.
Que los observaba.
—No podremos escapar — dijo Julia con la voz apagada, más allá del miedo.
— Lo sé — contestó Andrés — nunca se trató de escapar, sino de quien quedaría al final.
Los muros de nuevo eran grises, miraron hacia arriba y vieron el cielo, ese cielo que desde el día que entraron al laberinto no volvieron a ver.
En ese momento, los dos cerraron los ojos esperando la desaparición del otro.
En silencio uno de los muros comenzó a moverse, se deslizó en secreto, cómo si se preparará para borrar otro nombre más.
Julia se había quedado adormecida por un instante, pero allí seguía apoyada en la espalda de Andres.
Busco con su mano la de él.
Su mano chocó con el frío muro de aquel laberinto.
Julia, temblorosa, con ojos hundidos y la mente deshilachada por el miedo. Se puso de pie tomó su cámara y comenzó a caminar sin rumbo.
Estaba perdida, solo debía esperar que llegara el día siguiente para ser borrada.
Día 7
No supo cómo llegó, simplemente el muro se abrió.
Una luz roja, pesada, entraba por el estrecho pasillo.
El aire olía a metal caliente y cenizas.
La luz la guiaba hacia la salida.
Julia avanzó paso a paso, dudosa.
La cámara temblando entre sus manos.
Pensó que encontraría la libertad.
Pensó que al sobrevivir, habría ganado la fama que tanto había anhelado.
Pero cuando llegó a la salida del laberinto, se encontró con un cielo negro. Donde los gritos retumbaban como ecos eternos.
Figuras retorcidas entre cenizas y fuego.
En una colina, se alzaba el laberinto entero.
Tallado en carne viva y almas perdidas.
Julia cayó de rodillas. Apuntó la cámara hacia el abismo y grabó.
— No hay salida— susurro.
La pantalla parpadeo.
Y entonces, incluso su cámara se apagó.
Epílogo
Años después un grupo de rescatistas encontró una vieja cámara entre las grietas de una montaña olvidada, donde se rumoreaba que existía un antiguo santuario enterrado.
No había señales de que alguien estuviera allí, solo la vieja y sucia cámara.
La batería estaba agotada, pero la memoria intacta.
Al revisar el contenido, vieron horas de grabación de pasillos húmedos y estrechos.
Rostros cada vez más desesperados.
Al final de la grabación una joven de ojos secos y vacíos mirando a la cámara.
Si ves esto…— dijo susurrando en secreto, cómo si alguien la escuchará — No entres. No busques. No preguntes. No quieras saber lo que no debes.
La grabación terminó en estática.
La cámara volvió a encenderse, sola una vez más.
Mostrando el laberinto.
En el centro de espaldas, una figura solitaria, sosteniendo una cámara.
MAITE BILBAO
EL ZUMBIDO
Cuesta creerlo, pero mi tarde se convirtió en un debate con una mosca. No una cualquiera, no, sino con la mosca de la intolerancia gramatical. Su nombre era Filomena, la última de su estirpe, una familia que había perecido en una batalla épica contra la palabra «cocreta».
Filomena era pequeña, rápida y, sin duda alguna, increíblemente molesta. Zumbaba alrededor de mi oreja.
—¡Señor! ¡Señor! ¡Señor! —repetía, como si la insistencia pudiera dar más fuerza a sus argumentos. Yo, cómodamente en mi sofá con un café, la ignoré. Después de todo, era una mosca. Pero Filomena era la mosca de los imposibles. Y los imposibles tienen una forma de hacerse realidad. Zumbó sobre mi taza de café, salpicándome con el vapor caliente. Cuando me di cuenta, me gritaba:
—¡Usted usa ‘debería’ para expresar una obligación! Es una falta de rigor que me ofende, me lacera y me hace sentir que mi familia murió en vano.
—¿Y a usted qué le importa, mosca? —le grité—. La lengua es un organismo vivo, evoluciona, cambia. ¿Acaso usted sigue viviendo en el mismo pantano de hace cien años?
A lo que ella, en un acto de insolente sátira, me respondió:
—¡Yo no tengo pantano, señor, tengo un pantano de libros! ¡De libros con la gramática correcta!
Me quedé helado. La mente, hasta ese momento centrada en el café, el sofá y la mosca, de repente se desvió. ¿Podía una mosca tener una biblioteca? ¿Eran libros mojados? ¿O era el pantano una metáfora para la riqueza de su conocimiento? ¿Cómo era posible que una mosca, con su minúsculo cerebro, tuviera más inteligencia que yo, un ser humano de carne y hueso con la capacidad de leer y escribir?
—¡Esto es una crítica a la sociedad de la inmediatez! —gritó Filomena, mientras me picaba la nariz—. ¡Quieren que todo sea rápido, simple, que no haya reglas! Por eso la lengua se corrompe, el arte se vuelve insípido y la vida vacía.
El verdadero problema empezó entonces. Filomena se detuvo de golpe mientras me miraba asombrada. De repente empezó a gritar:
—¡No es la gramática…! Es la mosca de la incoherencia narrativa. Viene a por mí.
A través del cristal vi una sombra colosal que distorsionaba las palabras en mi mente. Era su némesis. Sus alas, hechas de páginas arrancadas de un libro olvidado, agitaban el aire de la habitación. En cada aleteo, las letras de la pantalla de mi ordenador se volvían borrosas, se movían y se mezclaban. El texto se convirtió en un galimatías. La pantalla de mi ordenador se oscureció y el teclado dejó de responder. El peligro se hizo tangible, no solo para Filomena, sino para el relato que yo, sin saberlo, ya había comenzado a crear. El conflicto había dejado de ser una simple discusión para transformarse en una lucha por la existencia misma de la historia. Filomena, acorralada, aterrizó en la mesa. La arrogancia se había desvanecido de rostro. El zumbido se había convertido en un suspiro casi imperceptible.
—Nunca me di cuenta de lo frágil que es una historia —admitió con una voz que no creí que una mosca pudiera tener—. Yo quería que la gramática fuera inmutable, pero ella quiere que la historia sea imposible de contar. Y lo imposible… lo imposible es una amenaza para mi existencia, ¿no?
Sentí una necesidad repentina de contrarrestar el caos. El café en la taza comenzó a volverse más brillante y los colores del sofá se hicieron más intensos. De repente, sentí un impulso poderoso de escribir. Quería crear una historia sobre una mosca y un escritor. La historia sobre el caos y el orden. Un relato en la que los imposibles se enfrentaban y se unían.
—¿Qué haces? —me preguntó Filomena, con un zumbido de curiosidad.
—Estoy escribiendo un cuento—le dije, sintiendo el flujo de las palabras en mis dedos—. Es sobre una mosca… y es increíble.
Filomena se detuvo perpleja. Se quedó suspendida en el aire, como si hubiera perdido el control de su zumbido.
—¿Imposible? —repitió—. Yo soy la mosca de los imposibles… ¿Pero seré la protagonista de una historia?
Se posó en mi hombro, mirando con curiosidad la pantalla del ordenador. Por primera vez, no sentí que estuviera zumbando. Noté que estaba leyendo. Y por un segundo, me pareció que había un atisbo de sonrisa en su rostro. Filomena zumbó una última vez, con una voz que, por primera vez, no me pareció un reproche.
—Opino que necesitamos más café para escribir esta historia —dijo.
Y, sin más, se metió en mi taza. El café se convirtió en una obra de arte. La espuma formó un remolino de letras, y el vapor, olía a tinta fresca.
SILVIA GALLARDO
Tema de la semanaiMPOSIBLESCamina ba tacitirurnoenvuelto en recuerdosque hacían lerdos sus pasosy deja una estelade sueños fallidosy esperanzas rotasporquelos años lo alcanzaronsin Entender lo umposiblequese vuelve la vida cuando se cargan los añoscon heridas delpasado e inevitablementeñe dejaron cicatrices en el alma porque. creyóque el tiempodan zaria a su alrededor en eternae ntitudy al final del camino se dió cuentQue hay imposiblesquesevuel ven piedras y detienen la marcha la juventud se va, se pierde fortaleza, cambia mos y no haymarcha atrás, imposible retroceder el tiempo, imposiblerecuperarmomentos de felicidad todo camina por la lineadel tiempo, lo que sucede, ya fue hoy es el instante seguro y objetivo, no hay. Certeza en el futuro
Caminóporse nderos que el tiempo borro, acepto sus imposibles que se. o nvirrtieron en sueños irrealizablesn o por falta de ganass sino por el inexorablepaso del tiempoque fluye con tanta premura ,que corta la respiración, la existencia y vuelve los sueñosde imposible eternidad a cruda realidad imposible pen sar en lo eterno,que no cabeen. nuestras vidasporque. Vvir ymorira ntago n icosdesigniosimplicitos en uestra Existencia parte del dvenir de nuestros diasenlos que. Cargamosnuestras emociones,nuestros sueños e ilusiones, las cosas pasan, no hay te wts, fueron imposible reconstruir lo que no apro echamoslo que. Nodisrutamos y lo que novaloramos,lo que dejamos pasaré No tenemosopción, no podemos retroceder no existe ni la más remota posibilidades recuperar lo quefuemiremos el cielo hagamosd mol las estrellas los caminos de luz que necesitamos para encontrar nuestra paz y que lo que no cabe en.la piel del almase vuelvan huellas de los sueños que quisimos alcanz@@arpodrà ser difícil Pero nunca imposible.
EVA AVIA
Imposibles
Inocentes miradas llenas de imposibles.
Miradas inocentes vacías de sentimientos.
Posibles sentimientos ocultos tras tu oscuridad.
Oscuridad que oculta lo que eres en realidad.
Siluetas que juegan en una realidad imposible.
Imposibles juegos que no me dejan ver la verdad.
Bulevar de cicatrices quedan tras la oscuridad.
Lugares oscuros y ocultos a los que no regresar.
Encontrarme con la soledad a mi regreso al silencio.
Silencio en el que encontrar mi imposible verdad.
BLANCA CERRUTTI
LA ESCALERA IMPOSIBLE
A Evelio le gusta explorar y, a pesar de los sustos que a veces se lleva, no cede. Lo lleva en la sangre. «Algún día, el susto te lo vas a llevar de verdad», le dice su madre.
Hace tiempo que le tienta explorar la casona que hay a las afueras del pueblo. Lleva deshabitada tiempo ha, pero aun así, lo del allanamiento de morada lo detiene.
Sin embargo, de vez en cuando se acerca. El aspecto de la casona es casi siniestro. Toda de piedra oscurecida por el tiempo. En verano, la fachada se cubre de hiedra, pero en el invierno solo queda los nervios sobre la pared, como abrazándola.
El jardín se ve invadido por arbustos y árboles que crecen sin control. Evelio lo rodea, planea como acceder, pero lo del allanamiento le hace desistir. Aun así, no deja de darle vueltas a la idea de visitarla.
Ha llegado el invierno, Evelio se decide a ir a la casona, piensa que con el frío no es fácil que alguien le vea merodeando por allí. Se acerca a la verja y accede al selvático jardín. El sendero hasta la casa apenas se adivina bajo los hierbajos que casi lo ocultan.
Llega hasta la gran puerta claveteada y apoya la mano sobre ella; duda un momento, pero al fin la empuja y la puerta cede con un chirrido que le parece un lamento, y es que Evelio tiene una imaginación que le desborda.
El vestíbulo es amplio y está completamente vacío. Del centro parte una estrecha escalera de caracol que sube casi hasta el techo y se pierde a la derecha.
Evelio empieza a subir por ella. Los escalones son de piedra y en las junturas crece el musgo. La baranda también es de piedra. El final de la escalera da a un corredor. Está en penumbra, pero se ven puertas cerradas a cada lado.
Intenta avanzar hacia el pasillo, pero no puede. Levanta el pie para dar un paso y el pie vuelve al escalón. Lo intenta una y otra vez sin conseguirlo.
Empieza a asustarse. El corazón le late desenfrenado y decide abandonar la casa. Se da la vuelta para ir bajando y se queda atónito ante lo que ve. La escalera se ha invertido. Ahora los peldaños son para subir, y la escalera se pierde a la izquierda en otro corredor.
«No puede ser verdad lo que veo. Una escalera por la que solo se puede subir es imposible que exista, pero esta es real, ¡y estoy atrapado en ella!».
Evelio, abatido, se deja caer en el último escalón, junto al corredor al que no ha podido acceder y, un demoledor pensamiento lo invade: «¡Jamás podré abandonar esta imposible escalera de caracol!».
CESAR TORO
Imposible con esta sequía, dijo el joven Manolito cuando empezó a sembrar en el campo que su abuelo le dejó, pero con el tiempo vino la lluvia y todo cambió. Imposible que ella se fije en mí afirmó cuando vio venir a Fátima la muchacha mas bonita del pueblo; sin embargo, Fatima terminó casándose con El.
Imposible dijo Manolo cuando sus hijos se Marcharon a la universidad abandonando el campo que los vio crecer y a sus padres que los levantaron. Imposible dijo El campesino cuando un buen día apareció el Gobernador con un escuadrón de gendarmes para comunicarle que su terreno habia sigo expropiado, pues una empresa extranjera lo ha concesionado para extraer oro del subsuelo.
Imposible dijo Don Manolo cuando los hijos lo llevaron casi obligado a la ciudad con la promesa de que iba a estar «mejor» imposible dijeron los vecinos del pueblo cuando talaron todos los árboles y el río qué otrora era cristalino se convirtió en un charco lleno de residuos de cianuro y mercurio, no ha quedado ni un pececillo.
Imposible dijo Don Manolo cuando escucho las noticias que la gente estaba muriendo de hambre y de sed.
Imposible que en este mundo de seres humanos «inteligentes“ suceda esto.
MANUELA CÁMARA
Imposibles
He tocado la puerta de todos los imposibles
con las manos llenas de lluvia.
Allí no hay guardianes ni cerraduras,
sólo espejos que devuelven
mi rostro dividido en dos:
el que teme y el que avanza.
He hablado con los pájaros que no vuelan,
con las palabras que nunca fueron dichas
y sin embargo laten en la lengua del sueño.
Me han mostrado mapas
trazados en la ceniza de otros mundos,
me han susurrado nombres
que se apagan si los digo en voz alta.
Los imposibles no están afuera:
crecen como raíces en el pecho,
se alimentan del miedo,
pero también del deseo.
Si me acerco, arden.
Si los nombro, se desvanecen.
Por eso camino sin amuletos,
sin talismanes,
con un ramo de brasas en las manos
para encender el umbral
y entrar, al fin,
en la casa vacía de los imposibles
donde sólo mi sombra
espera sentada
para decirme: YA PUEDES.
FENANDO LÓPEZ AGUILERA
Siempre vale la pena intentarlo.
— Pues bien señor García, con esto terminamos la visita a nuestras instalaciones. Dentro de sus funciones también tendrá que cuidar de este pequeño huerto. Aunque no se afane mucho en él, lo mantenemos únicamente por un requisito administrativo.
De este modo, el hombre que acompañaba al señor García terminó de mostrarle los espacios a los que tendría que atender si aceptaba finalmente aquel trabajo de mantenimiento en el hospital.
— Vale genial. ¿Y cuándo empezaría con ustedes?
— Pues este mismo lunes. Pase por administración e infórmese de los documentos necesarios para realizar su incorporación.
— De acuerdo, así lo haré. Nos vemos el lunes.
— Perdone que no le acompañe a la salida, pero tengo que atender a la llamada.
El señor García se quedó un momento mirando el huerto que aquel hombre parecía haber dado por imposible. Se agachó, tomó un puñado de tierra y la dejó caer lentamente entre sus dedos. No era la mejor tierra para sembrar, pero valía la pena intentarlo.
El fin de semana transcurrió y el lunes el señor García se presentó a su nuevo puesto de trabajo. Comenzó con esa energía arrolladora de los inicios, unas cuantas cisternas rotas por aquí, un par de persianas que reponer por allá … Hasta que, desde la ventana, volvió a mirar aquel espacio olvidado.
Aquel pequeño huerto estaba como aislado del conjunto de las modernas instalaciones que tenía que mantener. Existía porque era obligatorio, pero lo habían escondido para que nadie lo viera. Y, sin embargo, tenía algo especial.
— Buenas tardes — con tono firme una voz interrumpió la labor del señor García.
— Hola, buenas tardes — respondió el empleado mientras se sacudía el polvo.
— Creí informarle, que, aunque este huerto este entre sus funciones, diera prioridad al resto de tareas del centro.
— Si así es, atendí a las necesidades que estaban propuestas para hoy. Y al tener aun un hueco me acerque por aquí.
— Bueno, si es así y ya ha cumplido con lo programado para hoy continúe. Pero ya le digo yo que de aquí poco va a sacar — mostró el hombre el terreno como quien muestra el Titanic en el fondo del mar— Son muchos años y personas las que han pasado por este lugar y de esta tierra no se ha sacado nada. Es imposible, pero si lo quiere intentar.
Ese día estaba soleado, pero de repente una nube gris apareció de la nada y cubrió aquella parcela. Parecía haber escuchado la conversación.
Los días transcurrieron y en aquellas instalaciones el señor García se iba haciendo a su nuevo trabajo. Cumplía con sus obligaciones y, al terminar, siempre se pasaba por el huerto. Ese lugar que ni mucho menos era el orgullo del hospital, a él lo llamaba irremediablemente.
Un día mientras, trabaja la tierra y la preparaba para cultivar en ella. Se dio cuenta de que estaba destinada para cultivo pero que había sido contenedor de las múltiples obras y reparaciones hechas en el hospital.
Los restos de azulejos, ladrillos, hierros y demás materiales empleados para la construcción habían sido arrojados a ese trozo de tierra que para nadie tenía valor.
Además, dada su posición estaba expuesta al sol que daba directamente desde que se ponía hasta que se escondía al atardecer. Un elemento indispensable para las plantas pero, que se debía graduar en su intensidad.
De igual modo, en una vieja caseta donde se guardaban los materiales. El señor García encontró un inventario de plantas que se habían sembrado años atrás. Eran plantas que la administración del hospital había ordenado poner para decorar los espacios pero que no eran las apropiadas para aquel lugar.
El tiempo transcurrió. Una mañana, mientras arreglaba un aplique de luz en un pasillo del hospital, el señor García escuchó una conversación:
— ¿Está seguro de lo que dice, Doctor Díaz?
— Sí, aunque parezca imposible, ese chico ha mejorado enormemente. De hecho, sus padres aseguran que llevaban sin verlo con esa alegría años.
— Pues enhorabuena, parecía un caso perdido. Lo había dado por imposible.
— Entre las muchas terapias que hemos probado, hubo un éxito inesperado: poner en marcha de nuevo nuestro huerto.
— ¿El huerto? ¿Y qué tiene que ver?
— El joven me confesó que se sentía como él: abandonado, inútil. Y al verlo cuidado, con alguien que se preocupaba por su destino, entendió que también él tenía alrededor personas que no lo dejarían solo. Que con el tiempo y apoyos oportunos de la nada se puede florecer.
LETICIA R MENA
LA PARADOJA
¿Qué pasaría si una fuerza imparable chocara contra un objeto inamovible?
De todos los imposibles que podían encontrarse, tuvieron que ser ellos dos los que acabaran y empezaran todo.
Ella, pura pasión y deseo. Emociones a flor de piel. De la risa al llanto en un parpadeo. Un grito furioso. Una hoja llevada por el viento. Impulso e improvisación. Rebeldía y libertad. Una moneda lanzada al aire en suerte. La fuerza imparable que puede mover cualquier objeto.
Él, pura razón y lógica. Frialdad en los sentimientos. Templanza y control. La raíz profunda hundida en la tierra a la que agarrarse para que no te lleve el viento. El objeto inamovible que ninguna fuerza puede mover.
Dos imposibles de existir, sin que el otro deje de hacerlo.
Dos criaturas primigenias, elementales, que no deberían ocurrir.
Pero lo hacen.
Y se produce el choque.
La fuerza imparable detenida por el objeto inamovible. El objeto inamovible desplazado por la fuerza imparable.
El intercambio de energías opuestas.
El fin de la paradoja.
En inicio del caos lógico.
Porque que es si no eso que llamamos comúnmente “amor”.
CARINA JUDITH
El asado imposible
Todas las incoherencias estaban en el patio en una reunión inposible.
En la parrilla siempre está Carlos, sospecho que tiene un cuaderno donde anota..
Un día nos va a cobrar cada asado.
Como mosca de verano, Carola, ayudándole. Le tiene unas ganas…
Mirás al tipo y no tiene nada: es panzón. Ni siquiera el quincho completo tiene. La billetera endeudadisima, pero tiene todo el comedor. ¡Qué baja está la vara!
Lo que tiene Carlitos es novia. Carola se vende como empática, pero si él la mira, a la mierda la sororidad.
En la hamaca paraguaya está Pablo, experto en yoga, vidas pasadas y esoterismo. Buen tipo, parece, aunque da consejos románticos y no decide entre el poliamor hetero o el clóset.
Pegada a la hamaca, Martina, con su bandejita de tofu, ella no come carne. Pero si decimos que el asado está bueno, se toma licencia para no despreciar.
Apoyado contra la pared Lucas, se considera un aliado del movimiento feminista, pero el algoritmo lo delata cada vez que abre una app.
Muy feminista pero se va de putas los viernes y desde la punta de la mesa pide que le traigan el agua de la heladera. Jamás levanta un plato.
En la mesa está sentado Gabriel, porque es un tipo de horarios: llega tres horas antes para ayudar, pero no mueve el culo de la silla.
En el pasto y con mantita, están Ricardo y Maria. El es ejemplo de honestidad, pero tiene relaciones paralelas mientras señala con el dedo a los Iscariotes. Ella se fue acostumbrando a no sentir, porque el homicidio está penado por la ley.
Mirando las plantas está Martina. Se pierde en las nervaduras, porque si mira a alguien, se dan cuenta de lo que está pensando. No necesita hablar: su expresión lo dice todo. Y si abre la boca, se viene el estallido.
De anfitriona estaba yo.
La que era consciente de las miradas que provocaba y hoy limpia el piso con su autoestima. La que se comió la dignidad como si fuera una milanesa y se traicionó a sí misma, porque la lealtad a la familia era más importabte. La más hipócrita, que en la carcajada no logra tapar las ruinas que tiene adentro.
Imposible comerse un asado sin una buena porción de hipocresía .
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
El viento arrastraba polvo y cenizas, como si la tierra hubiera decidido olvidar que alguna vez Floreció.
Entre esos escombros se encontraba Elena caminando con un pañuelo deshecho entre las manos buscando algún rostro conocido, pero nunca lo encontró.
Su hermano tomás la seguía detrás cargando un fusil qué pesaba tanto como alguno de esos muertos, aquellos que habían sido acabados por el dolor de una guerra más.
Frente a ellos encontraron a Andrés, soldado al cual consideran un enemigo, Andrés había sido herido gravemente, este veía al cielo con los ojos muy abiertos el cual parecía arder.
También estaba ahí otro hombre, era un anciano llamado Esteban este, no tenía ninguna bandera ni uniforme, tan sólo un cuaderno en el cuál escribía nombres que jamás responderían ya.
Esas cuatro vidas de pronto se encontraban entrelazadas por el azar de la guerra, eran cuatro voces que sólo se iban hacia un vacío.
Elena miró a Andrés y no vió a ningún enemigo en él, sino tan solo a un muchacho un poco mayor que ella temblando de fiebre y cubierto de barro.
Las manos de Tomás temblaban, quería apuntar y disparar a aquél joven que consideraba su enemigo, pero el corazón también le latía sintiendo ternura de culpa.
Esteban de pronto rompe el silencio con una frase que parecía arrancada de un sermón diciendo. «En esta tierra, los vencedores también son cadáveres qué respiran».
El soldado herido ya no pudo hablar más, un hilo de sangre le recorrió por la boca. Elena corrió hacia él para auxiliarlo.
Tomás le grita qué no lo toque, ese hombre mato a los nuestros, Elena le contesta y nosotros matamos a los suyos.
Esteban aún seguía escribiendo sin levantar la vista.
Parecía registrar no sólo lo que había sucedido, sino también la tragedia de cada palabra no dicha.
La artillería aún no se había callado y los cuatro deciden refugiarse entre las ruinas.
Andrés respiraba como si se estuviera despidiendo, Elena sostuvo su mano, Tomás la ve y le increpa con un cejo de furia , preguntandole ¿que haces?.
Le estoy devolviendo un poco de humanidad dijo con firmeza.
Andrés sonrió al escuchar esa voz débil que le ofrecía calor en esa noche de horror.
Entre los imposibles de la vida Tomás trataba de comprender a la hermana.
Esteban cerró el cuaderno y murmuró, «quizá el mundo se salvaría de las guerras si se tocaran las manos del que se considera enemigo».
En ese preciso instante un proyectil cae muy cerca de ellos, se escucha un rugido qué parecía arrancado de las entrañas del averno.
Sólo se oían gritos había fuego, polvo y después, un pesado silencio.
Cuando la bruma se disipó, Tomás yacia inmóvil y su fusil se encontraba partido en dos.
Elena llora sobre su hermano muerto; Y Andrés aún respira milagrosamente.
Ese disparo final rompe la esperanza, como si el destino solo supiera escribirse con pólvora.
Esteban cerró el cuaderno y escribió con calma.
«La guerra se alimenta de sacrificios, pero en ocasiones se dan cambios extraños: y nuestras vidas se vuelven imposibles.
Y en un giro cruel Andrés se levanta con gran esfuerzo toma el fusil roto de Tomás y le dispara a Esteban mirando a Elena pidiéndole perdón.
Antes de dispararle al anciano, él había escrito su nombre en las páginas del olvido, presintiendo que era su última noche en el mundo.
MARTU MONFORTE
Nada es imposible.
Basta un soplo de vida
El rezo de un verso
Mirar un cielo llano
Basta sentir mis latidos
Y los de la vida
El girjeo de unnpajaro
El brote que destella
El aroma a canela
Y la vida se pone de pie
Y el alma siente
Que todo lo puede
Y las manos tiemblan
Pero se extienden
Perfumadas de deseo
Y de pasión
Basta querer…basta intentar
Ir por ellos
Los imposible.
Mi voto para el relato: Imposible, es para.
Manuela Camara
Mi voto para ..
Raquel López
Carmen Úbeda
Mi voto para:
Leticia R. Mena
Angy del Toro
Mi voto para Raquel López
Angy del toro
Mi voto para:
Coronado
Carmen Úbeda
Silvia Gallardo
Eva Avia
Cada vez es más difícil elegir.
Mi voto es para Juan C. Valtierra
El relato -La caña que daba maíz- me ha traído a escritores como Rulfo y Saramago.
Mi voto esta semana es para:
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
MAITE BILBAO
MANUELA CÁMARA
Impresionantes relatos, todos posibles ganadores.
Reparto voto entre la receta de Pedro Antonio Lopez Cruz.
Las dos mitades contrarias de Leticia R Mena
Y el gran relato de Juan C Valtierra.
Enhorabuena a todos.