Abuso de poder – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «algo debí hacer mal». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 18 de septiembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Dicen que cualquier ser humano se queda sin careta cuando obtiene poder. El abuso viene por el ego. ¡Y, claro! En una sociedad en la que impera la egomanía.

Sería un gran salto evolutivo para la humanidad cooperar en vez de competir.

Pero no es lo que nos enseñaron. Quizá sea hora de desaprender.

Iluminar las almas y elevar conciencia.

-Sois libres.- Pronunció Dimitri con sorna debido a su amabilidad mientras les apuntaba con el arma. -De nada, esclavos. -Susurro al tiempo que vaciaba el cargador…

Fin.

EMILIA CREGO

LA VOZ DEL RECUERDO

En aquellos años que aún se recuerdan, se buscaron trabajadores y asalariados para mantener unas tierras de regadío a cambio de reposar el cuerpo molido en un jergón de lana todas las noches. Familias con hijos en edades escolares; en una pizarra, los chiquillos aprendieron lo necesario para el día a día. Los más pequeños, colgados del pecho de la madre, en un atadillo y en el costado, para calmar el llanto de quienes lloran la falta de calor, en inviernos con alpargatas de lona y esparto.

Casas improvisadas en barracones, frío y lluvias torrenciales que mantienen las tierras empapadas y los cuerpos con el frío metido en los huesos. No hubo días de descanso, alguna fiesta de guardar donde se jugaba una partida de cartas en una cantina, al otro lado del río. Madres, hijas y esposas cargadas con cestos de ropa, en un lavadero de madera, y con una pastilla de jabón, se canta y se lava.

Se celebraban las fiestas de guardar, con la ropa sin remendar; estás guardada en los roperos para ocasiones especiales. Misa y recogimiento, sentadas en bancos de madera para dar culto con rezos y plegarias. Aquellos días se comía caliente con las cucharas esperando que el padre de familia diera la orden de empezar a probar bocado. Una olla ahumada del fuego y cargada de avíos para llenarse de júbilo en días de más pan que gloria.

Fueron tiempos difíciles para aquellas familias, que vieron a sus hijos crecer entre el terruño y el arado. Ahora esos hijos recuerdan esos años; aunque fueron duros, la familia permaneció unida y con esperanza de un futuro mejor. Miran felices a sus nietos; estos se les llenan los ojos de luz, viéndoles en su avanzada edad con el bienestar que hoy disfrutan y ellos no tuvieron.

Han pasado los ochenta años; viven del recuerdo, aquellos que recuerdan. Bajo esa coraza de piel fina y surcada por los años, se labra el futuro de quien escucha su voz.

ANTONICUS EFE

DÉCIMO ANIVERSARIO

La Gran Madre Chisssttt paseaba nerviosa por la sala del trono. Se acercaba el décimo aniversario del reino de Trebalia —del que es dueña y señora— y no daba con el quid de la cuestión para hacer el vídeo homenaje. Había intentado varias cosas pero no la acababan de convencer. El nerviosismo se debía en parte a que estaba dialogando con sus dos de sus “YOES” internos.

—Tienes al mejor de los mejores entre tus súbditos, ¿por qué no acudes a él para que te ayude?— le decía su yo sensato.

—¡Cualquiera lo escucha entonces, como si no fuese ya bastante creído!, además es un deformador de imágenes y lo sabes — le decía su yo rencoroso.

—Pero tiene unas ideas geniales, no hay vídeos como los suyos que expresen tanto—

—¿¡Perdona…!?, que sean tan cutres querrás decir—

—Chicas, calmaros un poco y dejadme pensar…—

Después de un tiempo de ardua reflexión ­—sobre si las tostadas estaban mejor con mermelada o con mantequilla—, tomó una decisión —

—Lo llamaré— les anunció a sus YOES

—Sí, vale, pero nada de rogar, con actitud contundente y firme, que lo haga sin rechistar y sin salirse de lo que se le diga— contestó Rencoronsita

—Ay, por favor, déjalo desarrollar todo su talento­— rebatió Sensatita.

Corría el año nueve y pico, casi diez, del calendario Trebaliense, cuando sonó la melodía del móvil del innombrable, «Estoy aquíiii, aquíii, para quereeerteee…», la dejó continuar unos instantes mientras veía quien llamaba antes de descolgar.

—Buiiinasss, soy la Gran Madre Chisssttt, dueña y señora del reino de Trebalia—

—¿Sí, Gran “Mother”, en que puedo servirla?—

—Servir, servir, es discutible, pero el Gran Consejo Escritoril del reino, del que por desgracia formas parte con el numero seiscientos sesenta y seis, 666 en nomenclatura decimal usada por nosotros, ha decidido que elabores el vídeo conmemorativo de nuestro glorioso décimo aniversario—

—Ahora ando muy liado con mis cosas, estoy haciendo un vídeo para mi canción Siempre sale a pagar que como bien sabrá usted…—

—Chisssttt, lo único que estás haciendo ahora es el vídeo de Trebalia, cualquier rechistamiento, distracción a otras actividades, desobediencia —a la que eres muy dado—, irreverencia o actitudes indigentes, conllevará que no te vuelva a votar ni el tato, vamos ni Maite Bilbao siquiera, así que escucha con atención: El vídeo SERÁ en formato VERTTICAL, serán imágenes de eventos de Trebalia que yo te mandaré, la secuencia debe ir pa, pa, pa, pá, ra, ta, ta, ta, sin pausa y con prisa. La música no se la pongas que ya sabemos tus gustos… ¿Entendido?

—Of course Majestic, pero a riesgo de recibir flagelación verbal, he pensado que si el pa, pa, pa, ra, ta, tatatá, lo ponesmos sobre un libro antiguo que se abre y aparece el trébol…­—

­—¡Ya empezamos a tocar las narices, no es ra, ta, tatatá, es ra, ta, ta, tá, ¿estamos? Y además como no me dejas terminar, he pensado que ya que tienes un cursillo de 10 horas de IA, utilices una imagen de un libro clásico que se abra y aparezca un trébol y ahí metes el pa, pa, pa, pá, ra, ta, ta, tá—

—Pero si era lo que estaba yo diciendo…—

­—Chisssttt, o a partir de ahora no te lee ni Raquel López—

El Innombrable se puso manos a la obra y le mandó un primer borrador a la Gran Mother que al acabar de visualizarlo arrugó la nariz en un gesto de… ¿Éste es sordo o solo inútil?

—Vamos a virrrr, ehhh, dije pa, pa, pa, pá, ra, ta, ta, tá no paaa, paaa, paaa, paaa, parece una emisora en blanco de FM, ¡dale ritmo chico, dale ritmo! Otra cosa, las imágenes NO SE DEFORMAN, se cortan o se ajustan pero NO SE DEFORMAN—

—Vale le daré medio segundo a cada imagen, pero entonces no se aprecian bien quienes salen…­—

—Pa, pa, pa, pá, ra, ta, ta, tá y punto—

—Y lo otro, es que las imágenes son más grandes que el formato vertical, si me dejaras hacerlo a 1:1…, las imágenes las tengo que reducir para ajustarlas y solo puedo hacerlo tirando de los cuadraditos…—

­—Si no sabes, yo te enseño como reducirlas, cambiándole el tamaño, en las redes sociales actuales —tú como eres un boomer no te enteras, así te va— el formato es VERTICAL, lo guay y moderno tiene que ser VERTICAL, repite conmigo cien veces «Lo moderno es VERTICAL…»—

—Si tengo que irles cambiando el tamaño una a una al tamaño que tiene la página del libro, que por cierto, es redondeada, no tenemos el vídeo listo hasta las bodas de plata de la editorial—

—Mándame un vídeo de como lo haces, y yo me dignaré a guiarte—

Después de la tortura de grabar el vídeo con el móvil sujeto en una mano y con la otra mano trabajando en el editor de imágenes y de la correspondiente visualización, Gran Mother responde:

—¿¡Pero por que no tiras de los cuadraditos de las imágenes para reducirlas!?—

—¡Pero si es lo que he estado habiendo y me has dicho que así no!—

—¡Qué las imágenes no se deforman, ¿¡Cuántas veces tengo que repetirlo para que se te quite la sordera, cien, doscientas!?­, mantén abierto el “Guasa” que te voy a ir diciendo imagen por imagen las que están deformadas y cuanto tienes que tirar para ponerlas normal—

—Sí señorita Escal-lata, mande usté—

—La número 4: Monse y Tali parecen modelos de lo delgadas que las has quedado, con el buen yantar que tienen, tira del cuadradito del medio y ponle dos kilos más a cada una, para tipo el mío que soy la Gran Madre—

Después de ajustar la número 4, 5, 6, 7, 8, 10, 13 y alguna más, Gran Mother se dio por satisfecha.

­—Ves como cuando sigues las instrucciones todo va sobre ruedas, ¿no se te ocurrirá presumir de que el vídeo lo has hecho tú, estaría bueno?—

—¡Pero si está todo igual que lo mandé!—

—Tú tienes el ojo poco entrenado, normal, con esos vídeos cutres que haces…., para que veas que no soy rencorosa y que doy segundas oportunidades voy a ponerle música tuya —instrumental por supuesto, no quiero que llueva el día del estreno— al vídeo que tanto me ha costado hacerte entender como hacerlo—

—¡Por favorrr, que alguien me eche del grupooo!­—

—Sí, sí, vas listo, prepárate para el once aniversario…—

­—Plofff, un médico, este se ha desmayao—

BENEDICTO PALACIOS

Lunes, 10 de abril.

El profesor de Historia, Ernesto, me cuenta en la hora del café que Marisa, una alumna de 2º de BAC, le ha dejado en ridículo en medio de la clase. Estaba parloteando con el compañero y la preguntó por el nombre del último presidente de la 2ª República.

—Azaña, contesté.

—Esa era la respuesta, pero ha contestado Santiago Carrillo y he debido contener la risa. La situación se me ha ido de las manos. La he reñido y obligado a abandonar el aula.

—Haz el favor de pedir a un bedel que la busque y lleve a mi departamento.

—Creo que ha llamado a su padre y no se encuentra en el centro.

Marisa le fue explicando, sentada de acompañante en el coche de su padre, el motivo por el que profesor le había reprendido delante de sus compañeros. Era normal que la riñera, no que la humillara, porque era así como se había sentido.

El padre la escuchó sin abrir la boca, pero era evidente que se estaba enfadando. Se comió un ceda el paso y el otro conductor que sacó la cabeza por la ventanilla le llamó burro.

—Esto lo arreglo yo. Mañana me va a escuchar ese profesor de historia.

—No, papá, no lo hagas. Don Ernesto es un buen profesor y yo hice mal contestando lo que no debía.

Pero al padre, que estaba bastante encendido, tampoco su mujer logró retenerle. A la mañana siguiente se presentó en centro preguntando a un bedel por el profesor de historia.

—El profesor está en su aula. Si me dice quién pregunta por él le puedo pasar una nota.

—Soy el padre de Marisa, una alumna de 2º ¿la conoce?

—Espere un minuto

Martín, un bedel con años de experiencia, me buscó en el aula. «El padre de Marisa.» Puse tarea a los alumnos y le esperé en mi departamento.

Entró hecho una furia diciendo que aquello no se podía consentir.

—¿Qué es lo que no se puede tolerar?

—El trato que le han dado a mi hija.

—¿Sabe que se ha disculpado delante de sus compañeros y que el profesor ha aceptado las disculpas?

—¡Hasta ahí podíamos llegar!

—Pero, hombre, aceptar los propios errores es la regla primera de la enseñanza.

—Pues se equivocan. A mí el que me la hace me la paga.

Intenté razonar, convencerle de que nuestra tarea pende de un hilo. La intolerancia de unos y el menosprecio de otros socavan nuestra autoridad, y que educar es anteponer la fuerza de la razón a la razón de la fuerza.

Abandonó dando un portazo. Al bedel que le había recibido le hizo una burla y le dijo alto y claro que aquello era un abuso de poder.

Contestó el bedel, curtido es estas lides, que abusan del poder quienes carecen de razones para defenderse y por eso recurren a la fuerza bruta.

CARLOS TABOADA

EL SAUCE LLORÓN

En la cama, la abrazaba por detrás cuando me indicó que quería enseñarme algo. Se sentó y acomodó la espalda sobre el cabecero acolchado, y me pidió que abriera las cortinas de enfrente. Lo hice de par en par, y al instante me pareció que penetraba celosa la luz nubosa del atardecer invadiendo nuestra intimidad. Me di la vuelta y extendí los brazos, y con ello pregunté qué era lo que debía ver y si así estaba bien. Cuando dio un par de palmaditas sobre el colchón, me acerqué. Ella había estirado del todo las piernas y llevado la fina colcha a la altura de su regazo, donde posó las manos; aprecié una vez más sus medianos senos desnudos, su aureola oscura y su cabello rizado revuelto, y me pareció una foto sencilla e idílica, tan reluciente y poderosa como se mostraba. Me acomodé a su lado de la misma forma, y esperé a que me enseñara lo que debía ver con las cortinas descorridas.

Me preguntó si me había fijado en el árbol de enfrente, el que prácticamente eclipsaba la vista. Le dije que era un sauce llorón, un tremendo árbol que ocupaba, a metros, la totalidad del marco de la ventana. «Mi padre lo plantó para celebrar mi nacimiento», me dijo. Adiviné en su tono algo de nostalgia, aunque acabábamos de intimar por primera vez, y tal vez su voz radiofónica me confundió. No quise hacer la pregunta, pero al segundo terminé preguntando por él. «Se divorciaron. Mi padre vive con una tinerfeña y mi madre con un californiano, ambos por esos lares», dijo. Recuerdo que me perdí unos instantes observando las ramas elásticas, sin pretender hilar en ellas su historia familiar. «Mi madre siempre quiso cortarlo. A menudo solía decir que las raíces levantarían los cimientos de la casa y resquebrajaría las paredes. Creo que con esas palabras reflejó el futuro de ambos», añadió. Recuerdo que asentí. Lo hice unas cuantas de veces para que supiera que yo escuchaba atento, y luego tomé una profunda respiración. A continuación le pregunté si se trataba de eso, con la vista puesta en el sauce. Es decir, si deseaba hablar de su pasado. ¡Ella carcajeó! ¡Carcajeó de veras y hasta se desternilló! Cuando se contuvo, dijo al fin: «¡Oh, no, no es eso! Te quiero hablar verdaderamente del abuso de poder», me dijo. Entonces giré la cabeza hacia su rostro y, ladeado, me eché hacia atrás. «¿Cómo?», pregunté desconcertado.

«Lo ejercí con mi primer marido, y volví a hacerlo con el segundo», dijo de sopetón. En aquel instante, no desvié la vista de su rostro, aunque ella prefirió concentrarse en el sauce. «Creo que no nos damos cuenta del poder que tenemos las mujeres sobre los hombres. Bueno, algunas sí», aseguró. Y entonces giró su rostro hacia mí y por un segundo quise leer en sus ojos brillantes y canelas el sentido de sus palabras. Y dijo algo así: «En la trifulca con nuestro hombre, creemos que ganamos pero en realidad perdemos y cuando tocas fondo y de algún modo reflotas para respirar te crees que lo has superado. Él se ha marchado y tú eres la víctima, pero te digo que los hombres sois más vulnerables, sobre todo cuando estáis enamorados. Sois como una flor estival, y os creéis que siempre brillaréis y soportaréis el otoño e incluso el invierno más duro. Yo tampoco lo sabía, y comencé a manipularlos, haciéndolos añicos. Sé que no lo entenderás, pero quería decírtelo. El sauce sí lo sabe, porque lleva escuchándome toda la vida. Es precioso, ¿verdad? ¿Quieres un té? Me apetece un té», me dijo, y se levantó. Abrumado por el impacto, se me hizo un nudo en la garganta. A continuación se acercó a la silla y cogió sus bragas. Se las colocó con agilidad, tal como se mostraba con las posturas en el salón de yoga. (Entonces me dije que allí, en el centro de yoga, ya no sería nada igual, y que sería la sombra tras su asana perfecta, y que estaría más pendiente de sus movimientos que de la voz de la profesora.) En el umbral de la puerta, me fijé en sus glúteos bien formados y compactos, y observé sus pronunciados hoyuelos de venus por encima del negro de sus bragas. Subí la mirada y vi su cabello encrespado ocupando media espalda, y entonces supe algo y también me pregunté. Supe que ninguna otra mujer me había mostrado su Ser de esa manera, y me pregunté si el sauce llorón le habría proyectado en imágenes sus experiencias.

Cuando en la cocina comenzó a manipular los cacharros, también me pregunté un tanto agobiado qué camino recorreríamos. Me respondí, aun con un sofoco, que estaría dispuesto a todo con esa mujer, y se lo dije al «llorón», pero él no me respondió. Al cabo, esperando como respuesta un soplo de aire en una rama, ella apareció.

ARMANDO BARCELONA

COSECHA PROPIA

―¿Hace un leño? ―le ofreció sor Sacromonte un porro, que tenía el tamaño y consistencia de un Cohiba Lanceros―. Es yerba de cosecha propia. ―Lo encendió y, dando una calada, se lo pasó a Mambo―. Profesor sustituto, aquí no hay secretos. Que seas madero no modifica las cosas y hay rutinas en mi vida de las que no estoy dispuesta a prescindir.

Las Adoratrices de Santa Afra no usan túnica, cometa o velo, van de calle, guardando las formas, dentro de lo que cabe, pero siempre al gusto de cada cual. Sor Sacromonte lleva su hábito personal con desparpajo: blusa holgada, pantalón ancho y deportivas.

El pelo corto, a lo chico, le hace más juvenil el rostro, fresco, de facciones suaves, donde unos ojos del color del mar invitan a la zambullida.

Junto con el olor a canuto, Mambo ventea aromas de cítricos y crema hidratante. Tres botones desabrochados de la blusa muestran apenas el desfiladero de unos pechos que se adivinan firmes.

―Es un buen comienzo, este de compartir el mismo fervor mariano ―ironizó Mambo a la vez que devolvía el porro a la monja―. Sor Viacrucis me dijo que se encarga usted de la botica.

―Puedes llamarme Lola ―replicó ella antes de dar otra calada―; Sacromonte es mi nombre artístico, por así decir, el litúrgico, pero me cristianaron Dolores, mucho más natural, y apea el tratamiento, que me pone años.

Hizo ademán de compartir de nuevo el cigarro con Mambo, pero este lo rechazó.

»Soy la encargada de la herboristería, tengo conocimientos de química y farmacia; un grado de enfermería; de chiquilla tuve un novio en Albacete que salió rana y me gusta bailar descalza en el huerto a la luz de la luna.

Apuró la toba, golosa, aplastó la colilla con el pie en la rejilla de un sumidero y se cruzó de brazos, fijando la mirada, expectante, en el policía, como si su currículum estuviera pensado para causarle sorpresa, pero el lenguaje corporal de Mambo parecía evidenciar que no lo había conseguido.

―Es cierto, estoy aquí para investigar las muertes. Hay un nexo de unión en todos los casos: los olores. En el del vigilante olía a leche de vaca; en el caso de sor Tránsito era a pan recién horneado; mandarinas en el despacho de la sicóloga y a la última, Silvia, le acompañó un fuerte olor a cebolla. ¿Qué sabes de perfumes, Lola? ―dijo aceptando el reto intimista y con la intención puesta en las últimas volutas de humo que aún escapaban por los sensuales labios de la monja.

Aunque no lo demostraba, había algo en ella que le hacía sentir incómodo. No sabría definirlo bien, pero le hacía recuperar sensaciones que pensaba olvidadas. Era como caminar sobre arenas movedizas. Tenía que ir con cuidado.

―Lo suficiente como para que me pongas en tu lista de sospechosas ―respondió Lola clavando el brillo de sus ojos traviesos en los del hombre, a la vez que ofrecía, divertida, las muñecas a unas esposas imaginarias―. Átame.

Esto último lo dijo en un murmullo ronco, dinamitando los diques de la tolerancia de Mambo, que decidió subir la apuesta.

―No es prudente comenzar un juego de magia con el tipo que debe resolver si eres o no sospechosa de asesinato, más aún si tiene fama de poco sociable y va hasta el culo de oxicodona―dijo mientras un quiebro fugaz cruzaba sus labios, en algo parecido a una sonrisa.

En contra de lo que mandaba la razón, dio un paso hacia la monja, que reculó hasta sentir en su espalda la fría dureza del muro. Mambo apoyó las manos en la pared, con los antebrazos apenas rozando los hombros de ella. La mañana perdió su luz, el aire se hizo espeso y el claustro más pequeño.

»Sabes, sor Sacromonte, estás haciendo un uso abusivo de tu poder de seducción y eso nos puede arrastrar a un desequilibrio emocional temerario, una deriva turbia, sobre todo para alguien que ha jurado fidelidad a Cristo. ¿No enseñan eso en la escuela de enfermería?

La monja se escabulló por debajo de los brazos de Mambo; si había sido su intención provocarlo, el eco de unos pasos acercándose hizo que se rompiera la posibilidad de cualquier ilusionismo.

—Los perfumes y las esencias son mi especialidad, aun así, no soy la mano asesina que busca —ese alguien que se acercaba y el sentido común sugerían retomar la ortodoxia—. Pero estoy dispuesta a ayudar en lo que pueda.

Mambo aceptó el ofrecimiento. Los pasos se alejaron, sin embargo, ya habían cumplido su cometido y ambos mantuvieron la distancia.

»Tengo obligaciones y ahora me es imposible desatenderlas, señor Ariza o ese también es tu alias ―volvió Lola a recuperar, en parte, el desenfado.

―Me llaman Mambo y si me cristianaron ya no lo recuerdo, aunque tampoco importa demasiado. Tus conocimientos coinciden con la vía que está siguiendo la investigación, y me gustaría profundizar en ello, por eso necesito que hablemos lo antes posible y en algún lugar menos concurrido.

A sor Sacromonte se le marcó una sonrisa en la cara y asintió.

―Si me necesitas, puedes encontrarme en la enfermería, casi nunca salgo de allí, es mi refugio. Pero ahora, como ya te he dicho, no puedo prestarte toda la atención que el caso merece, tendrás que disculparme, Dios me espera.

La monja dio por terminado el interrogatorio y, dando media vuelta, enfiló el pasillo del claustro en dirección a la capilla.

Mambo la vio alejarse con una mezcla de frustración y alivio, consciente de que habían estado caminando por el borde de un desfiladero peligroso, que no permitía un paso en falso.

La intuición de que no estaba solo le hizo ponerse en guardia.

―Los arcanos más escondidos pueden tener explicaciones muy simples, señor Mambo, pero no creo que sea el caso; pondría ambas manos en el fuego por la hermana Sacromonte.

La voz de sor Viacrucis, como salida de la nada, casi sorprendió al policía. Aún flotaba en el aire el aroma a cítricos y crema hidratante, que la otra monja había dejado tras de sí. Mambo hizo un esfuerzo por salir de su turbación y volver a la realidad.

―Estoy seguro de que no venía usted a decirme solo eso, hermana. ¿Hay alguna novedad que yo deba saber?

Sor Viacrucis abandonó las sombras acercándose a él. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Qué había visto de su encuentro con la hermana Lola? Lo que hubiera sido ya no tenía remedio y era poco práctico preocuparse por ello.

―Adivinó mis propósitos, señor Mambo, sin embargo, no hablaría yo de novedad, más bien vengo buscando un cambio de impresiones. Pero mejor en otro escenario, si no le importa; a veces pienso que estas paredes tienen vida propia, escuchan y son indiscretas. Salgamos a la calle, le invito a un café. Va a ser mediodía, hora del Ángelus, tiempo para meditar sobre la importancia de la palabra y un poco de comunicación nunca viene mal.

No dejó de sorprenderle la propuesta de la directora, una mujer sobria, lacónica, que no parecía proclive a relacionarse, pero necesitaba un cabo del que tirar y quizás aquella monja podía ofrecérselo.

―Después de usted, sor Viacrucis ―le cedió el paso y los dos se perdieron en la umbría del pasillo buscando un punto de fuga.

En Zaragoza, a 7 de septiembre de 2025

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

NOTA IMPORTANTE: Cualquier parecido entre esta pequeña fábula y la realidad NO es pura coincidencia. Al contrario, es pura necesidad. Los personajes son animales, igual que a veces sucede en el mundo real, en el que los humanos también lo somos. Si alguien identifica esto con cualquier obra conocida de ficción o incluso con situaciones de este deshumanizado y asqueroso mundo que nos toca vivir, enhorabuena. Ojalá estas críticas fueran innecesarias.


LA IMPERIOSA NECESIDAD DE PENSAR


La vida, para el señor Smith, había quedado reducida a una simple y repetitiva secuencia de tiempo. Aburrida, gris y uniforme. Todo consistía en una repetición de actividades idénticas que ya apenas le permitían distinguir el tránsito entre cada día y el anterior. Su existencia tenía lugar en un entorno cuadriculado en el que todo estaba minuciosamente medido y controlado. Cada movimiento suyo, y los del resto de ratones, era monitorizado de manera constante, en busca de algún cambio o patrón fuera de lo habitual, para, llegado el caso, aplicar las correspondientes medidas correctivas. Aunque, siendo fieles a la verdad, el término más preciso sería “represivas”.

Desde que abandonaban la madriguera, a primera hora, hasta su regreso bien entrada la noche, todo su trabajo se concentraba en recolectar frutos y alimentos diversos hasta la extenuación, con el miedo añadido de sentirse escrutados por la mirada certera de los numerosos halcones que permanentemente sobrevolaban la zona. Esta labor de vigilancia se extendía durante la noche. Era entonces el escuadrón de búhos reales quien se encargaba de que todo estuviese en orden y a nadie se le cruzase por la cabeza la idea suicida de abandonar los agujeros. La consecuencia de semejante osadía, por lo general, era la muerte. Winston Smith vivía con la angustia constante de convertirse en merienda o cena de alguno de esos esbirros que formaban parte de las fuerzas de la guardia del Gran Halcón.


Las madrigueras donde habitaban constituían un intrincado y extenso laberinto de túneles, todos comunicados entre sí, en los que se escuchaba cada conversación y se observaba cada pequeño gesto. Allí nada pasaba desapercibido. No había secretos. De hecho, no podía haberlos. Sin embargo, un cierto número de ratones, quizá los más inteligentes, acaso los más corruptos, habían accedido a formar parte de los diferentes ministerios que velaban por el buen orden del ecosistema. Eran los infiltrados, los topos de confianza. Convivían en secreto, mezclados con la extensa comunidad roedora, como parte importante y fundamental de ella. De esta forma el Sistema garantizaba el control absoluto.

Winston Smith era guardián de un secreto. A duras penas lo había conseguido ocultar. Nadie hasta la fecha, salvo Julia y él, sabían del mismo. Bueno, ellos y el señor Charrington, el encargado de alquilarles la madriguera clandestina donde ambos daban rienda suelta a algo parecido al amor, no sin antes tomar todo tipo de precauciones y siempre con la inseguridad acechando tras sus espaldas, como una siniestra espada de Damocles. Todo comenzó el día en que Julia logró lo que hasta entonces parecía imposible: hacerle llegar una breve nota en la que se leían dos únicas y arriesgadas palabras: “Te quiero”. A partir de ese momento, ambos comenzaron a verse con cierta asiduidad. Unos encuentros que representaban el único atisbo de libertad que Winston y Julia podían concebir en un mundo en el que todo se reducía al miedo, el trabajo y la opresión. Donde el más mínimo pensamiento divergente apartado de las normas dictadas por el férreo aparato político del Gran Halcón se castigaba con extrema dureza. Un mundo en el que nadie podía expresarse con libertad, donde estaba prohibido leer y mucho menos escribir, donde cada ratón debía contribuir al Sistema con su forzosa aportación personal, como una pieza más de una descomunal maquinaria cuyo panel de control estaba gobernado por unos pocos.

Esa noche, sin embargo, algo estaba destinado a cambiar. Habían sido largos meses de preparativos clandestinos y reuniones en la madriguera secreta, en mitad de los cuales no faltó ocasión para hacer brotar sus deseos más reprimidos. En ese tiempo, Winston y Julia habían estado planeando cómo escapar de allí. Paso a paso, detalle a detalle, con una minuciosidad propia de un psicópata. El objetivo final era llegar hasta el Gran Halcón, acabar con él e iniciar una suerte de revolución. Ciertos contactos, no exentos de generosos favores, les permitieron acceder al lugar convenido. Allí, en mitad de la noche más negra, se encontrarían con O’Brien, el búho, un disidente consciente de la situación desde hacía tiempo, hastiado de presenciar día tras día injusticias y abusos de poder.


El negro absoluto que brindaba la ausencia de luna les permitió ocultarse de tal forma que ni el más experimentado de los búhos del escuadrón de vigilancia nocturna fue capaz de detectarlos. O’Brien conocía bien las rutas aéreas, por lo que aprovechó el momento exacto, algo que ya tenía previamente estudiado. Fue un corto vuelo en el que fueron trasladados hasta la colina donde supuestamente tenía su sede el Sistema, cuyo máximo líder era el Halcón Real, el gran hermano del que todo el mundo hablaba, al que todos temían y quien todo lo vigilaba. Nada escapaba a su control. Su ubicación era el mayor de los secretos. Pero como cualquier secreto, tarde o temprano se acaban conociendo. O al menos suponiendo. Y esta vez habían dado en el clavo.


Cuando finalmente llegaron hasta allí, la sorpresa se adueñó de ellos. El Gran Halcón, ese ente legendario y omnipotente simplemente no existía. Como el mago de Oz. Tan solo era una invención, un artificio del Sistema para infundir el miedo y así poder mantener bajo control a los cientos de millones de oprimidos ratones. En su lugar había una enorme y aséptica sala repleta de pantallas, micrófonos y altavoces, comandada por un amplio equipo de halcones que escaneaban de forma minuciosa cada rincón de cada madriguera en busca de una imagen, un gesto o un sonido que pudieran resultar mínimamente disonantes.


De repente, dos halcones tomaron con agilidad a Winston y Julia en sus garras. Lo siguiente que ambos recordaban fue el laboratorio. Luego, llegó la confusión. Una densa niebla rápidamente se extendió por sus mentes. A partir de ahí, ya nunca volverían a ser los mismos. El lavado de cerebro, aunque no hubiese certeza documentada de ello, solía ser uno de los más habituales métodos de reconversión de los disidentes, en el afortunado caso de que no resultasen devorados por los halcones. Sin embargo, aquellos dos ejemplares, por algún determinado motivo, parecían resultar valiosos por lo que simplemente habían optado por “reiniciarlos”.


Desde entonces, las vidas de Winston y Julia transcurren sin sobresaltos. Monótonas, grises, preestablecidas… pero ahora ya sin miedos. Felices en su ignorancia. Sin problemas, y sin la más mínima oportunidad de pensar distinto. De hecho, ahora ni siquiera sienten la necesidad de pensar.

MAYTE SOCA

KA—NDOMBE

Un día el hombre blanco llegó a las hermosas playas de donde Idi era príncipe, el hijo primogénito del jefe de una de las tantas tribus africanas. Idi era tan libre como el gran ave que surcaba por los cielos y de ahí había tomado su nombre . Todo era paz en la aldea hasta que un día las aguas del mar trajeron un gran barco, los botes se lanzaron para desembarcar en las blancas arenas ocultos en la oscuridad de la noche, los hombres que venían del mar se escondieron en la espesa selva, acechando como un depredador acecha a su presa Los tambores tronaban, y la tribu bailaba,osupa los iluminaba y Ina danzaba con ellos, era el sonido de libertad y de agradecimiento a sus orishas. Los tambores poco a poco fueron apagándose hasta quedar en completo silencio, para dar paso a los sonidos nocturnos de la naturaleza. Los hombres del barco esperaron con paciencia a que la aldea durmiera para atacar como fieras. ¡Llegó el momento!, los hombres demonios corrieron a las chozas, sorprendido el sueño de hombres, mujeres y niños, el miedo se apoderó de la gran mayoría y los guerreros, como su padre intentaban defender a su pueblo y a su familia, pero el hombre del mar, tenía varas que escupían fuego y herían de muerte a los guerreros, que con valor se enfrentan al demonio blanco entregando sus vidas. Muchos corrían hacia la espesa selva para ser protegidos por olodumare, pero los hombres que trajo el mar eran feroces, no les importaba lastimar a los más pequeños o a los ancianos, arrancando por la fuerza de los brazos de sus madres a niños y jóvenes. Idi trató de esconder a su pequeña hermana entre la maleza, cuando uno de los hombres lo encontró y lo golpeó en la cabeza, Idi cayó a tierra perdiendo el conocimiento. Muchos perdieron la vida ese día, entre ellos el jefe de la tribu, el padre y la madre de Idi y Alika. Cuando Idi despertó llevaba en su cuello un grillete y una pesada cadena. Formados en una fila interminable de niños, hombres y mujeres, los subieron a golpes y empujones a los botes para arrancarlos de su tierra, de su mundo. Para cuándo la luz del día llegó, ya estaban encerrados en la bodega del barco, todos estaban asustados, no entendían lo que había sucedido. Las horas y los días pasaron y cada noche se escuchaba a los hombres en la cubierta, hablar en un idioma extraño, reían y cantaban mientras en la bodega mujeres y niños lloraban, hacinados entre ratas y orines. Cuando el sol iluminaba la bodega del barco colándose entre las hendijas de las madera Idi sabía que había llegado un nuevo día, y agradece a olodumare por dejarlo quedarse un día más al lado de su pequeña hermana Alika. Tal cual fueran animales les tiran la comida desde arriba y todos en la bodega pelean por una hogaza de pan, mientras el hombre demonio reía, viendo el espectáculo. Al pasar los días, muchos fueron enfermando, Bongani, su amigo también enfermo, cuando el alma de uno de ellos era libre,bajan a la bodega los hombres de la tripulación y hacían que ellos tomarán el cuerpo y lo tiraran por la borda. Uno de esos días a Idi le tocó arrojar Bongani, y ese dia Idi juró a su amigo, a sus padres y a sus Orishas que viviría para liberar a su pueblo del demonio blanco, al día siguiente shango enfurecido trajo la tormenta para doblegar al hombre blanco y que este liberará a su gente, pero en vez de eso el capitán hizo subir a cubierta a algunos de los hombres de más edad entre ellos Idi y los fueron arrojando uno a uno por la borda como lastre. Cuando llegó el turno de Idi para ser arrojado por la borda al océano, el capitán gritó al hombre, que ya era suficiente por ese día y este devolvió a Idi a la bodega. Ya de nuevo en el encierro, Idi agradeció a Olodumare, mientras lloraba abrazado de su pequeña hermana, la furia de shango se apaciguó y Yemoja volvió a la calma las azules aguas. Siguieron pasando los días y algunos de los hombres de la tripulación también enfermaron de fiebre y muchos de ellos murieron, entre ellos el cocinero del barco. Uno de los hombres bajó a la bodega y se llevó una joven madre, a Idi y a Nadjela así fue como los tres terminaron cocinando y ayudando a la tripulación del barco con sus enfermos, esto salvo sus vidas y las de los pequeños, pues entre sus andrajos llevaban algo de comida para los niños que les esperaban en la bodega.una mañana Nadjela enfermo y Idi cuido de ella, Nadjela, al igual que Idi y Alika había perdido a sus padres en la lucha contra el hombre blanco, que la arrancó de los brazos de su madre, ahora la fiebre estaba haciendo lo suyo con su delgado y débil cuerpo. Idi Dejaba a la pequeña Alika a su lado mientras él iba a la cocina del barco con Yewande. y cuando volvían a la bodega traían con ellos algo de pan y agua. La fiebre comenzó a ceder y Nadjela fue mejorando cada día un poco más. Después de navegar por unos cuarenta días, llegaron a tierra. De nuevo en fila los bajaron al puerto, pero ahora eran muchos menos. Los hombres, mujeres y niños que sobrevivieron a los abusos del hombre demonio y tan terrible travesía, apenas podían caminar de lo débiles que estaban, muchos otros estaban enfermos. Los encerraron en un galpón y los pusieron en cuarentena. Pasaron los días y los que aún vivían fueron llevados a una subasta. Idi tenía tomadas de las manos a Nadjela y Alika, un hombre compró a Yewande, arrancándole a los tirones de las manos de sus hijos mientras los niños lloraban, subieron a Yewande en una carreta después de marcarla como se marcaba al ganado, ahora Yewande Le pertenecía a ese hombre blanco. Un terrateniente compró a Alika para que fuera el juguete de su hija, entonces el subastador le ofreció al hombre, que por un poco de oro más se llevará a Nadjela para trabajar en la cocina, aunque el hombre no la quería comprar porque aún se veía débil y enferma, aceptó el bajo precio que debía pagar por Nadjela, también compró a Idi para que trabajará en el campo los marcaron y los subieron en una carreta partiendo hacia la casona del amo, mientras se alejaban Idi veía a los pequeños hijos de Yewande Abrazados llorando, esa fue la última vez que vió a los niños. Ya en la hacienda el amo le entregó a la negra Tomasa a Alika y Nadjela para que las bañara y le sacará los Piojos, Tomasa tomó la manito de Alika y con un gesto hizo que Nadjela la siguiera, a Idi lo llevó a unos galpones alejados de la casona y le dio la orden a Anselmo, que hiciera que Idi se bañara y fuera despulgado, ese fue el día que tuvo que guardar su nombre en el corazón, para no olvidarse de su origen. José así había sido nombrado por el amo, aprendía todo lo que le enseñaba Anselmo y los demás esclavos, también aprendió el idioma y de vez en cuando intentaba acercarse a la casona del amo para ver a Alika y Nadjela, pero siempre era castigado, él no tenía permitido acercarse a la casona, así que dejó a las niñas bajo la protección de olodumare. Ya habían pasado algunos años, cuando Anselmo invitó a José a la sala de nación, conoció a muchos otros que venían de su tierra, Anselmo lo presentó a los demás y comenzaron a contar sus recuerdos y cantar en su lengua, los tambores comenzaron a tronar y Idi volvió a soñar con su tierra con su gente y con su libertad. Desde ese día comenzó a ir a la sala de nación en cada festividad siendo el encargado de hacer sonar el maku que llevaba colgado en su hombro derecho, con su talin, para que el resto bailara. Ya había pasado bastante tiempo, el muchacho se había convertido en hombre. Como cada 6 de enero en la fiesta de san negro Baltasar, todas las salas de naciones tenían su rey y su reina, su mama vieja y el gramillero o curandero, el escobero vestido de cueros y cascabeles, cintas y espejos abriendo los caminos para las naciones. Los reyes del Congo bailaban y giraban el amo, jamás se dio cuenta en todos esos años, que ellos estaban alabando a sus orishas quienes los habían acompañado hasta esta extraña tierra. Todas las salas se unían en una interminable peregrinación, a saludar a las autoridades eclesiásticas y políticas, Idi estaba como siempre en las calles disfrutando de hacer sonar su maku, cantándole a sus orishas, agradeciendo a olodumare , cuando de repente levantó su mirada pará encontrar aquellos hermosos ojos que lo llevaron de nuevo a la selva, a sus playas, a su tierra, a su libertad, ya las pesadas cadenas no lo detenían, había vuelto a dónde pertenecía, el tambor sonaba y ella movía su cuerpo como las calientes llamas de ina , los demás se volvieron invisibles solo estaban ellos dos y el sonido de los tambores, los palillos, el porongo y las marimbas. El era el encargado de que el maku cantará para aquella hermosa joven de piel tan morena como el ébano, ¡Nadjela! Idi suspiro golpeando el maku, mientras su corazón con fuerza golpeaba en su pecho, tratando de escapar, Ese dia cada sala de nación salió a las calles del Montevideo colonial a festejar y volver a creer en la libertad, al igual que Idi y Nadjela, el Ka-ndombe había llegado para quedarse y ser una parte importante de estas tierras. Ese día Idi y Nadjela comenzaron a soñar con la libertad.

EFRAÍN DÍAZ

Con una copita de ron blanco barato y lo que quedaba de un puro ya seco por el tiempo y la necesidad, Gumersindo esperaba en su vieja mecedora a la dama de la guadaña.

«No tardes, mija» decía, «que pa’ pichón, mucho he volao».

Gumersindo había conocido tiempos mejores. Vivió en La Habana de Batista, controlada por los Estados Unidos y el hampa. Vivió en La Habana de la moda, los lujos y los excesos. Exceso de comida, de bebida, de ropa, de útiles. También en La Habana de los excesos de cocaína y alcohol. Disfrutó de una Habana que rebosaba de vida, progreso y prosperidad.

Y luego vino la revolución con la promesa de que todo mejoraría. De que todos los cubanos estarían al mismo nivel y serían iguales.

«Es la única promesa que cumplieron, que todos seríamos iguales. Ahora todos estamos igual. Igual de jodidos», dijo Gumersindo para sus adentros.

Primero fueron despojados de sus armas. Con el viejo y gastado argumento de la seguridad, los dejaron totalmente indefensos. Luego les quitaron las tierras y los convirtieron en obreros de su propio patrimonio. En esclavos de lo que alguna vez fue suyo. Continuaron racionándoles la comida y colonizando su forma de pensar con propaganda revolucionaria. A los disidentes los encarcelaban. Por último, les arrebataron la libertad. «Pa’ que quiero un pasaporte si no puedo salir a ningún lao», maldijo entre dientes.

Gumersindo se mecía con la lentitud de quien espera el final. Estaba harto de los abusos del poder. Había vivido en ambas Cubas: la próspera y la miserable. Sabía que la próspera no volvería y que la miserable no terminaría, al menos por ahora.

Desde su vieja mecedora, con una copita de ron blanco barato y lo que quedaba de un puro ya seco por el tiempo y la necesidad, Gumersindo esperaba a la dama de la guadaña mientras decía «no tardes, mija que pa’ pichón, mucho he volao».

LUCINDA QUART

EL MAR DE LAS MUJERES

La mujer tiene los ojos abiertos y yace sobre el camastro algo desmadejada, como una muñeca rota que alguien abandonara mirando al cielo. El camarote huele a almizcle, sudor y muerte, y el capitán Lezcano nota bajo sus pies el tremolar de los motores del barco y el rumor suave del oleaje al otro lado de los mamparos de acero, ambos tan reconfortantes hasta ayer como la respiración de un ser querido. Hoy—ahora— esos sonidos le ponen la piel de gallina y le provocan un sudor frío que siente pegado a la nuca, contra las axilas, en la cara interior de los muslos.

—¡Taparla coño!

Alguien estira sobre el cuerpo obscenamente expuesto una colcha fea. Ahora ya no parece una mujer, sino un bulto informe, una nasa de pesca, una bombona de buceo gigante. El capitán del buque oceanográfico no hace preguntas, sólo cábalas, mientras atiende a una voz desesperada en su cabeza que le grita: “miente, pase lo que pase, tú miente o esto será el fin de tu carrera”.

Agolpados contra la puerta del camarote, los once tripulantes del “García del Cid”, esperan. La furia y la euforia han dejado paso al miedo y al vértigo de las consecuencias. Los chistes sobre la mujer, sus tetas y su culo y lo mucho que parecía gustarle la leche, las risas broncas y las miradas lascivas ya no se les antojan ni tan oportunos ni tan divertidos.

—¿Qué vamos a hacer, capitán?

La respuesta viene en forma de hostia que resuena en todo el barco.

—Haberme preguntado eso antes de violarla y matarla entre todos. ¡Tendría que tiraros por la borda, mecagüento! Que me vais a arruinar la vida porque no podéis tenerla enfundada.

El capitán mira alrededor y luego suspira. Tiene claro que a bordo de un barco, él es Dios; y las mujeres traen mal fario. Pero la mujer ya no importa, sólo es un bulto informe bajo una colcha fea. Importan el barco, la pensión, los hombres bajo su mando, las consecuencias de que alguien llegue a descubrir la verdad. Así que reparte con voz firme las tareas:

Un hombre al puente para apagar las cámaras de seguridad de la cubierta.

Dos hombres para lastrar con plomadas el cuerpo de la mujer y con ayuda de otros dos, dejarla caer al mar.

Y alguien para escribir desde su WhatsApp al marido una nota de suicidio o algo que se le parezca. Una despedida. Lo que sea para no levantar sospechas cuando el barco vuelva a puerto.

—Y aquí todo Dios calladito, que en boca cerrada no entran moscas. ¡Puta hostia! ¿Quién cojones les habrá metido en la cabeza a estas tías que pueden trabajar en la mar? Este es un mundo de hombres, ¡copón! Y luego, cuando les pasan estas cosas, lloriquean. ¡Se lo ha buscado ella! Así que ahora todos a rezar un Padrenuestro y aquí paz y después gloria. Antoñito, ¿qué hay de cena?

MARIANA DI PASCUA

Siempre fue así, la propietaria pone la pintura y la inquilina paga la mano de obra, me dijo Ana de la Inmobiliaria donde yo alquilé mis últimas dos casas. Yo me había mudado veintiocho veces y nunca había escuchado ese decreto sin ley.

Yo le alquilaba hacia tres años una casa cara y grande que daba al fondo de otra propiedad.

Le había mandado una foto de una mancha bien oscura de humedad bajo el baño de arriba.

Me avisó sin pedir permiso que el sábado venía con la propietaria a ver la mancha.

Yo no enfrenté bien la situación así que vinieron las dos pero no miraron solo la mancha.

Mientras sus gestos se llenaban de muecas se metieron en todo el piso de abajo con horror porque yo tenia ropa desparramada en el sofá y una mancha de salsa de tomate que voló en una crisis de histeria. Yo de la salsa me hago cargo dije puesto que ya la había decolorado bastante.

Rosa la dueña se metió en la cocina toco los muebles y Ana le dijo no están rotos. Mi cocina a gas estaba bastante aceitosa pero eso era mi problema. Luego ante mi vista impávida subieron al piso de arriba abrieron la puerta donde dormía uno de mis hijos pero el agua que condensada del cieloraso no la vio una y la otra dijo que era porque no abriamos las ventanas.

Bueno, yo baje las escaleras y lentamente me siguieron, ahí ven la estufa a leña a la que le puse un canasto con flores y piedras de viajes.

Ana me pregunta porque está así. Yo le respondo porque no la uso, la dueña aprovecha y dice :la tenes que deshollinar porque si no me vas a prender fuego a mi madre que vive al fondo.

Conclusión :Yo me aguantaba una casa que tenia humedad.

Ellas me solicitaron :pagar la mano de obra para pintar todo el piso de abajo, pagar una empresa de limpieza, deshollinar la estufa que no uso.

Ahhhhh, la dueña agrega con una cara de monstruo :»tenés que pagar una mujer una vez por semana para que te limpie».

Yo avergonzada decía «bueno» entredientes aclarando que no tenía dinero para todo.

Se fueron, me sentí muy mal, tenía rabia conmigo misma y el lunes fui a hablar a la garantía.

Mensaje de voz de mi parte a la inmobiliaria :Hola Ana, te quiero avisar que voy a pagar la empresa de limpieza, el mes que viene les dejo la casa y me mudo. Voy a pintar donde está la mancha de tomate, la garantía dijo que la humedad es algo de estructura de la casa y que no me toca.

Decile a Rosa que se quede tranquila, que la casa se la dejo limpita y que su mamá no correrá riesgo de incendio, ni yo tampoco. Besos

JUAN C VALTIERRA

El Que No Se Despide

Por Juan C Valtierra

A Evaristo Mendoza, que se fue sin avisar.

En San Cristóbal de la Barranca, donde el aire huele a pino quemado y las tardes se alargan como penas de viuda, vivía Evaristo Mendoza.

Le decían El Que No Se Despide.

No por cariñoso. Por insoportable.

Llegaba a tu casa y ya tenías que echarlo. Sin ser malvado. Peor: había extraviado el camino de vuelta a su soledad.

Cuando caminaba por las calles empedradas rumbo a alguna visita, los perros se echaban resignados. Las mujeres apuraban el paso. Los hombres inventaban urgencias.

Las campanas sonaban distintas cuando él andaba de casa en casa: lentas, pesadas, enlutadas.

Todo empezó cuando murió su madre.

Esperanza Velázquez sí sabía despedirse. “Hasta luego, mijito”, y se iba a la cocina. Simple como agua por su cauce. Cuando se murió, Evaristo se quedó plantado en la puerta del cementerio dos horas, buscando palabras para el adiós definitivo.

No las encontró. Nunca las encontraría.

Desde entonces, toda despedida se le volvió laberinto.

—Nomás te veo llegar y ya me ando despidiendo yo —le decía Macedonio, su compadre más sufrido.

Cierto. Evaristo no visitaba. Se asentaba.

Llegaba por café: se bebía la olla. Llegaba a saludar: se quedaba a cenar. Llegaba a preguntar la hora: amanecía contando historias enredadas como hierbas de temporal.

Con inocencia que daba coraje. Niño perdido en casa ajena.

—Tú no platicas —le decía Macedonio con paciencia de mártir—. Secuestras.

Evaristo no lo entendía. Para él cada conversación podía ser la última. Cada palabra, definitiva. ¿Cómo cortar una historia recién empezada? ¿Cómo irse cuando la plática tomaba color?

Decidía todo: principio, rumbo, final que nunca llegaba. Dictador gentil de la palabra.

La gente desarrolló defensas.

Doña Carmen le servía café en taza rajada. Don Refugio puso reloj con campanadas cada quince minutos.

Inútil. Evaristo convertía cada señal en pretexto. Taza rota: historia que contar. Campanadas: ritmo para ordenar recuerdos.

Su mujer Esperanza —mismo nombre de la madre— se fue con el arriero de Tepatitlán.

No por desamor. Por asfixia.

“No aguanté sus despedidas”, le confesó a la comadre Refugio. “Dos horas para salir por tortillas. Parado en la puerta diciendo ‘ya me voy’, y ahí seguía. Espantapájaros de la indecisión.”

“¿No se lo dijiste?”

“Cien veces. Convertía cada reclamo en motivo para explicarse más. Ni mis corajes eran míos.”

Los hijos se fueron uno por uno. Rebeliones calladas.

Jacinto se largó de mojado a Texas. Remedios se casó con forastero de Guadalajara. Celestino tomó el primer camión a la capital.

Cada partida: motín contra amor que duraba demasiado.

Evaristo no entendía por qué se le vaciaba la casa. Solo quería conversar. Contarles de cuando el mundo era menos angosto, cuando el pueblo tenía gente.

Sus historias se enlazaban como cadenas. Una jalaba otra hasta formar maraña infinita donde él tenía todos los hilos.

—¿Ya te vas, Evaristo?

—Ya voy… pero ¿te conté de don Crisanto…?

Y empezaba otra vez.

En el velorio de don Crisanto llegó al mediodía. Con intención de quedarse lo justo.

Se quedó hasta bajar el cajón. Después del café. Después que se fueron todos. Solo la viuda velando con cirios que se consumían como su paciencia.

—Ya hasta el muerto se fue —le dijo doña Soledad.

Se disculpó. Se quedó dos rosarios más.

—¿Crees que don Crisanto se despidió bien? —preguntó.

Doña Soledad lo miró con ojos llegados al fondo seco:

—Los muertos no se despiden, Evaristo. Se van nomás.

Esas palabras se le quedaron marcadas.

El día que murió Evaristo, el pueblo se quedó callado. No de pena. De sorpresa.

Primera vez que se iba sin avisar.

Murió de madrugada, solo en su casa vuelta silencio, ensayando palabras que le diría a Dios.

Ni a Dios le dio tiempo.

En el velorio, Macedonio se asomó al cajón:

—¿Ora sí te vas, compadre?

Evaristo no contestó. Se había ido por fin. Sin avisar, sin convertir su muerte en plática. Como si hubiera aprendido que las despedidas verdaderas no se dicen.

Por única vez había decidido sobre sí mismo.

Desde entonces, cuando alguien tarda en irse: “No seas como Evaristo”. Cuando se va sin despedirse: “Se fue como Evaristo al final”.

El viento sopla por su casa vacía, moviendo cortinas que dejó Esperanza. Dicen que de noche se oye a Evaristo ensayando despedidas.

Pero ya no las necesita.

Aprendió lo que su madre siempre supo: las despedidas no son para el que se va. Son para el que se queda.

Él no le dejó esa carga a nadie.

Se fue limpio. Como agua que encuentra cauce.

“Hasta luego, mijito”, le habría dicho su madre. Y por primera vez, Evaristo no se habría quedado a contestar.

EL IDIOTA

El abuso de poder es tan cotidiano en mi patria que para demostrarlo solo basta tomar cualquier día, cualquier actividad y a cualquier persona, pero para no parecer demasiado “cansón” en mi lucha contra la tiranía comunista, ni que nadie me acuse de proselitismo, tomaré el arma de la burla, recurrirè a algo parecido a un chiste que alguien me contó.

Cuentan que antes de comenzar uno de los muchos discursos que acostumbraba hacer el comandante, en una plática particular con su querido hermanito menor, le dijo.

—Yo hago de este pueblo lo que me salga de los cojo… lo que yo digo es ley por muy absurda que parezca la idea.

Y ante la duda del hermano, quien le aconsejó no “apretar” demasiado porque “el aguante” del pueblo tenía un límite y la cosa podía explotar, se sintió retado y como gustaba disfrutar de los triunfos, comenzó el discurso anunciando:

— De todos es sabido que estamos transitando por momentos difíciles en el abastecimiento a causa del criminal e inmoral bloqueo económico imperialista y que la comida no alcanza porque ya somos muchos habitantes. Por eso hemos determinado que por cada familia debe ahorcarse un miembro para así reducir las bocas y los alimentos alcancen.

Hubo movimiento y murmullo entre el público. Un hombre cercano a la tribuna alzó la mano y pidió la palabra.

—Te lo dije, se te fue la mano.

Le susurró el hermano.

El, confiado, ordenó al hombre hablar.

—Comandante, tenemos una duda.¿La soga la ponen ustedes o la compramos nosotros?

YOLANDA PINA REY

Un día más vuelvo al mismo lugar,ese que todos creen que es maravilloso y espectacular.

-¿Qué sabrán ellos lo que se esconde detrás?.

Ellos de la puerta no pasan, se quedan fuera sin más.

Sólo conocen la fachada de esa casa tan blanca, tan brillante y transparente. Tan solo atisban a ver una pizca de risa en ese momento crucial de compañía.

Pero,¿sabéis que hay escondido trás la pared?

Os contaré que cuando se apagan las luces y cae el telón se acaba la función. La casa se queda muda y vacia. A lo lejos , escondida ,se puede ver a una preciosa niña llorando en silencio porque su papá le ha roto los dientes de leche de un manotazo, sin venir a cuento ese puñetazo.

Esa chiquilla se subió al escalón de la adolescencia en la que la ataron a una silla por un rato, pues les divertia darle ese trato.

De adolescente pasó a mujer envuelta en un halo de inseguridad y timidez, se camuflaba tras la máscara de la obediencia sin estar de acuerdo, ni contenta.

Una vez adulta se enamora cada dos por tres, ella quiere huir de ahí, quiere que la quieran y no entiende el porqué vuelve a casa una y otra vez.

No se da cuenta que repite el mismo patrón y que todavia le queda mucho por aprender sobre el abuso de poder.

Cansada ya de levantarse y volverse a caer, esa niña convertida en mujer tocó fondo por última vez, su última pareja, esa que «tanto la quería», la dejó teniéndola una trampa demasiado cruel, la mostró al mundo como una persona emocionalmente infiel, cuando resultó que el infiel era él, ¿ acaso no hay mayor abuso de poder que para quedar él como un santo la hizo quedar como la villana de este relato?

Podría decirse que a la protagonista de esta historia la habían hecho muchísimo daño,después de convivir 8 años no se merecía el trato que le habían dado.

Por suerte, eso quedó en el pasado y la muchacha de antes se habia convertido en la convertido en persona de ahora en adelante.

Con todo esto la lección que aprendió fue que nadie tiene derecho de abusar de nadie.

Además, valoró que para salir adelante primero tiene que amarse.

Ganó muchas cosas positivas que aportar a su vida, entre ellas creció mucho y encontró su camino, su hogar, ese que se encontraba en su compañía.

Sabéis quién es esta mujer maravillosa?

Es amor, es bondad,serenidad,generosidad,perdón,alegría, calma,sensibilidad y tantas cosas bellas.

Describirla es describirme.

Ella soy yo.

Por este motivo me atrevo a deciros desde la humildad de mi experiencia qué si os resuena esta historia, se puede salir adelante, se puede decir basta, se puede empezar de 0. Tan solo debéis hacer una sola cosa, nunca dejeis de creer, de tener fe. Por mucho que quieran abusar de su poder con vosotros, vuestra fe, vuestra confianza, vuestra esperanza es la que os guiará hasta la puerta, esa que indica la salida. Avanzad sin miedo, cruzarla y sereis libres.

Estaréis felices y lo más importante, habréis encontrado vuestra paz.

Ya no habrá más temores, habrá luz y habrá amor.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Levantó la voz, como un eco recorre la sala.

No es justo.

No lo es.

Es abuso de poder. No puedo hacer nada , solo gritar. Me duele la garganta.

Mi desolación. No puedo más.

Y escucho.

Es un eco de mis gritos. Hay más. Muchos más.

Un grito no hace nada, una protesta tampoco.

Pero miles si.

MAITE BILBAO

​USTED ABUSÓ, ¿Y?

​En la etérea y luminosa neblina, donde los puros de Groucho nunca se consumen y los bombines de Chaplin flotan ligeros, se encontraron los cuatro grandes maestros del humor. La mesa de la partida era el escenario infinito, con el telón siempre arriba. Groucho Marx, con su eterno puro en la mano, reía a carcajadas mientras esperaba las cartas. Enfrente, Charlie Chaplin gesticulaba con su bastón, indicando que pasaba. A su lado, Gila repartía una baraja invisible, a la vez que intentaba llamar a su casa por un teléfono imaginario. Y Cantinflas colocaba las suyas con agilidad, soltando su habitual verborrea.

​—¡A ver esas cartas, que la partida no dure más que una de mis películas! —espetó Groucho, lanzando un as sobre la mesa.

​Se estaban jugando «el poder», un concepto caprichoso que, como un quinto jugador, se mezclaba en el ambiente.

​—No sé por qué se lo toman tan en serio —dijo Cantinflas, sin dejar de mover sus cartas—. Si uno le busca la quinta pata al gato, el poder es como la verdad; se le resbala a cualquiera que se cree muy muy… Y luego se caen de la nube.

​Groucho puso los ojos en blanco, soltando un anillo de humo perfecto.

​—Cantinflas, mi querido amigo, nadie te ha pedido un mapa para llegar a tu punto. El poder de verdad no se cae, se levanta. ¿Sabes lo que tengo yo? En virtud de hacer que un teatro entero ría de lo que para otros es sagrado. Que se rían de su jefe, su gobierno y su miedo. Es el más grande. Y a ti, Cantinflas, te funciona, pero la gente se queda pensando si la entenderán.

​—¡Oiga, oiga! —interrumpió Gila, gesticulando al teléfono invisible—. Me dicen por aquí que si le parece a usted que la risa es un abuso, que los que mandan a gritos también son unos abusadores, ¿eh? La risa es una defensa. Si los que mandan contaran más chistes y menos mentiras, el mundo iría mejor. ¡Dígales que me manden un camión de chistes!

​Chaplin se levantó de la silla. Con la solemnidad de un director de orquesta, hinchó el pecho y comenzó a dar órdenes con gestos exagerados a un grupo de personas imaginarias. Primero con la suavidad de un director, luego con la ferocidad de un dictador. El público imaginario, y los otros tres humoristas, se echaron a reír a carcajadas cuando, exhausto, se cayó al suelo. Al intentar levantarse, el bombín se le salió y rodó hasta sus pies, desinflando toda la solemnidad.

​Cantinflas le ayudó a levantarse.

​—¡Ay, don Carlitos! Ahí es donde se ve que lo que parece una gran cosa no lo es. El poder de la risa es el de la libertad, de hacer que la gente se sienta un poquito menos asustada.

​—¿De la libertad? —dijo Groucho, con una sonrisa sarcástica—. Yo les digo la verdad, y luego se ríen de ella. Y es su problema, no el mío. La risa no es un antídoto, es un espejo. Reflejamos el drama, el dolor de los demás, para que vean lo patético que es. Nosotros no sanamos, solo mostramos la herida. Y esa es una gran responsabilidad.

​Chaplin asintió; su rostro se llenó de melancolía. Tomó su bastón y dibujó una lágrima en el aire que se transformó en una sonrisa.

​—Sí, mi querido Groucho. Es un espejo. Pero con él, hacemos que la gente pueda respirar.

​Gila, con un suspiro, como si acabara de terminar una batalla, añadió:

​—Es como un calmante para el alma, ¿sabéis? Si no fuera por las sonrisas, la gente se tiraba de los balcones.

​Se escuchó el sonido de un motor de coche estrepitoso y familiar. Un Mini verde, cuyo piloto era un hombre de cara seria, con un osito de peluche como único copiloto, se paró justo al borde de la mesa. El recién llegado, Mr. Bean, se bajó y, sin decir una palabra, se sentó en la silla libre. Sacó una carta y, en lugar de ponerla sobre la mesa, la colocó encima de su cabeza. La carta se quedó ahí, perfectamente pegada.

​—¡Hombre, un invitado! —exclamó Groucho con sarcasmo—. ¿Te ha traído aquí tu amigo invisible?

​Mr. Bean, sin quitar la carta de su cabeza, le sacó la lengua a Groucho. El gesto fue tan infantil y absurdo que a Gila se le escapó una carcajada que intentó disimular.

​—¡Oiga, oiga! —intervino Gila al teléfono invisible—. Me dicen que no debería estar aún aquí. Que no ha llegado su hora. Pero ya que está que le pregunten por el camión de chistes, que dice que no habla. Y que los chistes que cuenta son un peligro.

​—Este no se ríe de nada —dijo Cantinflas, moviendo su sombrero—. Él solo hace que la gente se ría de él. Eso no es poder, es un oficio. El poder es cuando la gente se ríe y ni siquiera sabe por qué.

​Mr. Bean se levantó de la silla y, con lentitud, se dirigió hacia Cantinflas. Le dio unos toquecitos en el sombrero, se lo puso en la cabeza y le dio la vuelta. Después, se fue a sentar a la silla de Chaplin, quien se limitó a sonreír.

​—Este hombre no le tiene miedo a nada —suspiró Gila—, ni siquiera a un buen chiste.

​El silencio se hizo denso. Mr. Bean sacó otra carta y la dejó sobre la mesa. No era una carta cualquiera, era el as de picas.

​—Lo que tiene de particular este señor es que no necesita hablar —sentenció Groucho—. Porque su humor no es una defensa, no es un calmante, ni siquiera un espejo. Es un abuso. Se burla de la gravedad, de la dignidad y de las reglas sin decir una sola palabra. Es el tipo de humor que te hace sentir incómodo y al mismo tiempo te obliga a reír. Y es por eso que tiene un poder que a nosotros nos falta.

​Cantinflas se levantó de la mesa y se colocó el sombrero bien puesto.

​—Pues yo, sin ofender a nadie, opino que el silencio puede ser muchas cosas, pero que sea un poder… No, señor, el poder es hacer que la gente se ría con las palabras. Si no se habla, ¿cómo se le explica a la gente por qué se ríen?

​La partida, que antes era de caballeros, se convirtió en una guerra silenciosa, con la gravedad de Mr. Bean contra la palabra de los otros cuatro. Cantinflas, que ya no sabía si seguir la partida o buscarle la quinta pata al gato al conflicto, miró a Chaplin, Groucho y Gila, pero ellos se quedaron en silencio. Se dieron cuenta de que, en ese momento, el humor había dejado de ser una filosofía y había comenzado a ser una lucha por la supervivencia.

ANGY DEL TORO

Sueños de libertad

Allá, por donde las altas tierras se funden entre nubes y vientos, había una pequeña comunidad.

En el poblado habitaban lobos que alguna vez corrieron libres por los bosques.

Pastores que crecían bajo disciplina, entrenados para vigilar lo desconocido.

Y perros, usados como guardianes. Cuyo ladrido recordaba a todos que más allá de las cercas solo había peligro.

Vallas que anunciaban consignas grabadas en las piedras: “Aquí dentro hay comida, techo y seguridad”.

Palabras que mantenían dóciles a los animales: los cerdos cebaban, las cabras rumiaban, y las ovejas que dormían acurrucadas.

Pero los lobos, aunque pernoctaban bajo techo, sentían cómo su verdadera naturaleza se extinguía. Sus miradas se perdían entre las altas montañas y, en la penumbra, recordaban a sus ancestros. Libres y en manadas, patronos de la luna y de los bosques.

Por las noches soñaban con los cuentos de las caperucitas de antaño: niñas de capa roja que danzaban entre flores y senderos. Para ellos no eran presas, sino símbolos de vida, de inocencia, de libertad.

Y entre aullidos apagados se repetían: “Ninguna cerca nos va a encadenar”.

Los jóvenes pastores escuchaban sus aúllos. Nunca habían salido más allá de los muros, pero entre cuchicheos, platicaban del horizonte, del viento que querían abrazar, de las nubes que deseaban tocar.

Uno de ellos, con rabia contenida, una noche gritó: —¿De qué sirve la seguridad, si no podemos ver más allá de estas piedras?

Los perros, fieles a quienes mandaban, ladraron con furia: —¡El bosque es cruel, está lleno de sombras! ¡Quien cruce la cerca jamás volverá!

Esa era la voz del poder: el miedo como cadena, el encierro como atenuación.

Pero esa misma noche, bajo la luna llena, un lobo joven y un pastor valiente se miraron fijamente. Ambos sentían el fuego del mismo anhelo: ver más allá del horizonte.

Saltaron muros, rompieron cercados. Con pasos firmes se adentraron en las montañas.

Atrás, quedaban rutinas y sospechas.

Los demás, entre la bruma, los vieron desaparecer. Y aunque de terror temblaban, comprendieron: la verdadera vida empezaba más allá de los muros.

El poder había sembrado miedo para mantenerlos inmóviles, pero un solo salto bastó, para descubrir que la libertad siempre había estado al alcance.

BLANCA CERRUTI

ASÍ ERA MI MADRE

(Abuso de poder emocional)

En el pueblo todos conocían «La casa de la hiedra», pues era la única que tenía la fachada cubierta por una frondosa hiedra que llamaba la atención. De un verde brillante en el verano, cambiaba sus colores a rojizos en el otoño. En el invierno, solo quedaban sus nervios adheridos a la pared como protegiéndola.

En ella vivía Mariana, viuda. Tenía una hija de cinco años, Elenita, a la que se aferraba como un náufrago a una tablita.

Elenita quería su mamá, pero su mamá la asfixiaba, aunque, siendo tan pequeña, no se diera aún cuenta.

Cuando las niñas iban a coger moras o flores, su madre no la dejaba ir. Solo si jugaban en la plaza podía estar con ellas, al poder vigilarla desde la ventana de la sala.

En la parroquia, al finalizar las catequesis se organizó una excursión; Elenita tuvo que renunciar con la frase que ya le salía sin pensar: «Mi mamá no me deja ir».

Tampoco pudo asistir a la que organizaron al terminar la escuela para ir al instituto de la capital. Iban a estar dos días fuera y su madre clamó lastimeramente: «¿Me vas a dejar sola, hija mía? «Si van a ser dos días, mamá». «¿Y si me pasa algo?, aquí, sola…Pero no importa, hija mía, vete, que si me pasa algo y nadie me socorre, pediré a Dios que me lleve con tu padre». Y Elena, una vez más, renunciaba. «No te preocupes, mamá, no voy a ir, tranquila». «Qué buena hija eres».

En las fiestas del pueblo, Elena salía a la plaza y disfrutaba del ambiente, pero por la noche, a la hora de la verbena, se conformaba con ver bailar a sus amigas desde la ventana de la sala. «Vete a bailar, hija, vete, no importa que me quede sola. Dios no querrá que me pase nada mientras tú te diviertes. «No, mamá, no te preocupes, prefiero acostarme». «Qué buena hija eres, yo también me acostaré».

Y una vez más, otra, Elena renunciaba.

Ir a la capital para estudiar en el instituto tampoco fue fácil, porque no regresaba al pueblo hasta la tarde y su madre tenía que comer sola, así que, al volver, no podía refugiarse en su cuarto a estudiar, pues su madre le reclamaba compañía y tenía que posponerlo hasta que su madre se acostaba.

Al acabar los estudios obligatorios tuvo que buscar un trabajo, ya que las tierras les daban para vivir y poco más. Afortunadamente lo encontró en una librería. No era una librería comercial, tenía un sabor antiguo que llamaba a entrar.

En ella, se disfrutaba buscando un libro o bien ojeándolo, sentado en un silloncito de los que había discretamente distribuidos por la librería. También tenían organizado un club de lectura para comentar el libro que, entre todos, elegían para cada sesión.

La paz que Elena encontraba allí, le daba fuerzas para aceptar con paciencia las demoledoras sentencias de su madre sobre dejarla sola.

Han ido pasando los años. Elena se ha jubilado y se ha visto atrapada en el pueblo, pues su madre ha entrado en una depresión que ya no va ni a misa. «Es que temo que te vayas a vivir tu vida, hija mía y que no estés cuando vuelva de la iglesia. ¿Qué sería de mí, a mis años?, le dice». «¿Qué vida? Si desde que recuerdo, mi vida ha girado en torno a mi madre», piensa Elena al borde de sus fuerzas.

Unas semanas más tarde, su madre ya ni se levanta de la cama. El médico le ha dicho que no está enferma, pero que si no remonta esa depresión…

No la ha superado. Elena ha sentido su muerte, era su madre que, tal como había vivido, se despidió de ella con una de sus sentencias que pronunció con el postrer suspiro: «Hija mía, Dios me llama junto a tu padre, nunca más estaré sola, ahora podrás vivir tu vida», y una vez hubo soltado su última sentencia, expiró.

Por primera vez en su vida, Elena se siente libre, claro que, a sus años, lo de vivir su vida…Pero no la va a dar por acabada, «¡eso sí que no!» se dice a sí misma en voz alta.

Aunque son otros tiempos, vive en un pueblo y respeta el luto por su madre. Solo sale para ir a la iglesia, pero no es tiempo muerto. A solas, cuando las vecinas que la visitan para acompañarla en su luto se van, le da vueltas a una idea:

Crear un club de lectura, como el de la librería; será más modesto, claro, y, al principio, todo el peso recaerá sobre ella, pero está segura de que poco a poco los que acudan se irán soltando.

Mientras dure el luto irá modernizando la casa, pues en memoria de la abuela, nunca se pudo cambiar nada.

Entusiasmada, lo va pensando…«La habitación de mi madre es perfecta, también da la plaza y es muy luminosa. La vaciaré y la acondicionaré. Pondré unas sillas cómodas y un par de mesitas bajas. También, cómo no, unas estanterías con mis libros y otros más adecuados para empezar con quienes se animen a venir».

Elena lo tiene, ¡tan claro!, que hasta se oye decir:

«¡Por fin, mamá, SÍ voy a vivir mi vida!

OMAR ALBOR

Abuso de poder

Y si el sol

fuera luna

Nuestras vidas

serian tan diferentes

las discos

Serian solo after

de champagne

Y los autos traerian

muchos más retos

de vidas llegando

Solo un cuerpo

y las neuronas

viajando todavía por un pentagrama

Enredados por diferentes frecuencias

Los cuerpos seran

solo lo que el sol quiera

El será lo que la luna no pudo ser y las estrellas caerán en el mar como cometas.

Sin nombre

Serán montañas

En las olas.

SILVIA RAFI GRACIA

SER TU ALMOHADA

Tengo tantos quehaceres pendientes!

Pero aquí estoy, en cambio, bien inmóvil. Sin osar mover ni un ápice mi pierna, no fuese a importunar su sueño, plácido y, a menudo, aunque profundo, demasiado efímero, al dejar sin apoyo esa sedosa y aterciopelada cabecita suya que, a través de mis dedos, inunda mi ser cuando la acaricio.

Y su pausada respiración, que siento latir en mi piel, me inunda de pleno en su estado de inocente ternura.

Y es que es para mí, su ternura, tan excesivamente poderosa que me subyuga, inexorablemente, a la placidez de ser su almohada, a sucumbir al inocente y amoroso abuso de su poder.

Es lo que ocurre, entre otras cosas, cuando se adopta un cachorro peludo de sólo dos meses; que hay que apechugar con las consecuencias.

EVA AVIA

Abuso de poder

La historia nos ha y sigue demostrando que el ser humano es el animal que mejor sabe ejercer su poder, abusando de él en la gran mayoría de las ocasiones. Y si hablamos de poder, el de esta mujer, la Depredadora, como así la conocemos es, y perdón por la expresión que voy a utilizar, ¡la ostia! ¿Qué no sabes quién es porque eres nuevo en Nocturna? Sin problema, allá va un pequeño resumen.

Todo comenzó en Fort Nassau, en la friolera fecha de 1614. Elisabeth, que así se llama, ejercía la más antigua de las profesiones. ¿Qué más abuso de poder que ese?

Una noche, el propietario de una de las Factorías más importantes de la zona, la manda a secuestrar y postrar ante sus pies. Este, aprovechándose de la vulnerabilidad de nuestra protagonista, pues es madre de un muchacho, le muestra la grandeza de ser como él, transformándola en una diurna.

Elisabeth desarrolla todo su potencial, convirtiéndose en la mujer más deseada y temida, y Padre, que es como así lo llama, saca partido de ello. Esa ventaja que ejerció durante años sobre ella, finaliza el día en el que su creador le quita la vida, siendo testigos la familia que había formado, a su amado hijo,. La Depredadora, en ese mismo instante, termina con la existencia de su creador y la de todos aquellos que se interponen en su camino.

Elisabeth, sabedora de que debían huir, toma a sus dos nietos y a su nuera y marchan a Fort Casimir. Allí, el trono que había quedado vacío quería ser ocupado y el que sería el siguiente dueño, la capturó, desmoronando el intento de huida. En el proceso, su nuera fallecía y los dos pequeños, subidos en el bote con el que iban a huir, se perdieron en la noche.

La Depredadora, presa, furiosa y desconsolada por la pérdida de sus nietos, comete el error más grande de su vida, mostrar piedad ante un extraño, el que se convertiría en el Destripador y al que abandonaría a su suerte esa noche.

Los siglos siguientes, reunidos, la Depredadora y el Destripador se ganaron la vida como espías y asesinos a sueldo. Durante sus viajes, en venganza por abandonarlo a su suerte la noche de su renacimiento, el Destripador, se encargaría de encontrar a todos los descendientes de esos dos niños desaparecidos, para que ella acabara con la vida de su propia sangre. Una venganza que lograría la noche del 13 de febrero de 1945 en Dresde (Alemania), cuando le sirvió de aperitivo a la sangre de su sangre. Elisabeth al darse cuenta de lo que había hecho se enfrentó al Tarrem (el Destripador), al que dio por muerto. Esa noche, ella, decidió no alimentarse jamás de un ser humano.

Y ahora, nos encontramos en el presente, donde un tercer protagonista, Félix, es la clave de esta historia, un comisario del cuerpo de policía de Nueva York, el que guarda un secreto que todavía no he desvelado y con el que trabaja cuerpo a cuerpo con nuestra Destripadora. Juntos intentarán atrapar al asesino en serie que ronda por la ciudad.

Por cierto, en los dos últimos capítulos (Brisa ardiente Cuando los ojos te saludan) el Destripador y la Depredadora tienen un encuentro un poquito brusco por el capitán y este, cuando regresa a comisaria, descubre unas imágenes un poco perturbadoras. Por ellas, su compañera, Elisabeth, tendrá que dar explicaciones.

¿Cuándo se dará cuenta el capitán de quién es su compañera? ¿Por qué Tarrem le tiene tanta inquina a Félix? ¿Qué hay detrás del personaje del capitán? ¿Sabremos algo más de la sociedad oculta o eso será otra historia? ¿La Depredadora terminará con la vida de su hijo? Son tantas preguntas las que hay por contestar, que voy a abusar un poquito de mi posición como creadora de Nocturna y en la próxima entrega, es posible, que te responda a alguna.

Besos, la Incondicional.

CARMEN ÚBEDA

La pistola

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Aún no puedo comprender la excitante sensación que se ha apoderó de mi mente en aquellos días de instituto. Tal vez la lectura de las novelas policíacas de suspense, de crímenes que aquel año yo, devoraba. También alimentaban mi imaginación las series y las películas que veía en la televisión con este mismo argumento, que llegaron a obsesionarme. Parecía tan fácil apretar el gatillo…

Empecé a pensar en el poder que me proporcionaría una pistola en la mano. Deseaba, tener una, tocarla, saber lo que pesaba, apretar el gatillo. ¡BANG!

Cuando lo recuerdo… ¡Qué locura!

Aquel curso, mi compañerismo con Marta, una chica de mi edad, se produjo por la extraña atracción que ejerció en mi desde el primer día de clase. Me hacía sentir emociones contradictorias que me inquietaban. Deseaba su compañía y a la vez deseaba no haberla conocido pero era tal su magnetismo que terminó siendo mi mejor amiga dentro y fuera de la clase

Le conté mi obsesión por tener una pistola y disparar. Mi deseo febril de sentir ese poder absoluto en mi mano.

-¡Estás colgada! Pero si tanta falta te hace te traeré una de mi hermano que es de fogueo. Ya sabes el estallido y la chispa a una distancia corta da el pego y produce el efecto de una auténtica. ¡Fliparás!

¡Se me está ocurriendo una idea genial!

Aprovechamos y le damos un buen susto a la pava de Susi. Ya le tengo ganas… Sabes que no la soporto. Con sus “o sea…” y sus aires de sabionda y de pija adinerada. ¡La odio! Te aseguro que después de esto no volverá a mirarnos como si fuéramos un trapo.

Yo no me decidía me parecía demasiado fuerte la broma. Seguro que se chivaría a la profe y a nosotras se nos caería el pelo…

-¡No seas gallina! No va ha pasar nada. Se va ha quedar tan asustada que no se atreverá a delatarnos.

Marta me convenció, como lo hacía siempre que quería algo de mí. Le resultaba sumamente fácil.

Era una tarde gris y lluviosa . No fue sencillo convencer a Susi a la salida del instituto para que nos acompañara. Nunca salíamos con ella y solo nos limitábamos a pasarnos algunos apuntes de clase y sacarle a Susi algunas cosas sobre los chicos que a Marta le convenía saber y yo, siempre me dejaba arrastrar por sus tretas y engaños.

La llevamos a un solar cercano que conocía Marta, donde ella iba a fumar cigarrillos a esconddas con otras chicas que yo no conocía.

Arreciaba la lluvia. Entramos en el descampado por una boquete en el muro. Marta de un empujón puso a Susi contra la pared. Sacó la pistola, y la colocó en mi mano con energía. Susi, ni se movió. Creo recordar que ni respiraba.

-¡Dispara!

¡BANG!

Me volví hacia Marta. Se había esfumado.

Yo tenía la pistola en la mano y el cadáver de Susi ensangrentado en el suelo.

GRACIELA PELLAZZA

Fue así, a tu forma. Sin debate.

Y yo lo permití.

Y fue así otro dia; mas contundente, y sin preguntar

Y yo lo permití

Y se repitió en la cama y luego en la cocina, y en el baño y la casa, el volumen de la voz, el envión de las manos, y la dureza de tu mirada.

Y yo, ya quise salirme y no pude; lo intenté pero no pude.

In crescendo.

La espuma oscura de un hervor, y la olla a presión de las palabras.

¿Cómo pasó?

Mi nombre era un adjetivo, era una mala palabra.Terror le tenía al verbo del golpe, al juego grosero de sus abrazos, a la luz que se apagaba.

Tarde meses, años. Había días buenos; pocos… Pero donde yo descansaba del pie pesado del poder, yo construia un tragaluz, una claraboya. Fortalecia el rencor para nivelar la balanza.

¿Cuándo fue?

No sé. Pero..Fue así; a mi forma.

Preciso y perfecto, la maza de mi padre, y el golpe seco.

CÉSAR TORO

Abuso de Poder

No sé ¿por qué? siempre pensamos. Que son los demás los que abusan del poder.

Gobernantes, jueces, policías, y demás autoridades. No obstante, no son los únicos que en algún momento abusan de su autoridad, en ocasiones creyendo que tienen pleno derecho para someter, amedrentar y castigar. En este contexto tenemos dictadores, Reyes y mandantes de toda índole.

Personalmente creo que; nosotros a diario abusamos del poder, tanto en las cosas sencillas como en las más complejas.

Abusamos cuando:

– Le gritamos a nuestra pareja,

– Pateamos a la mascota que se atraviesa

– Retamos con dureza a nuestros hijos

– Insultamos al conductor que nos rebasa

– Chantajeamos a alguien para hacerlo caer

– Gritamos al empleado que llegó unos minutos tarde

– Pagamos un mísero salario, al obrero y la señora que nos ayuda en casa o en la oficina

– condenamos a un individuo injustamente

-Hablamos de la persona que no está presente.

Todos estos son métodos de abuso de poder.

Pienso que; es importante,como seres humanos e hijos de Dios nos revisemos y tomemos conciencia, si no hemos caído en la trampa del abuso de poder.

Cita:

“No abusen de la autoridad que tienen sobre los que están a su cargo, sino guíenlos con su buen ejemplo. Así, cuando venga el Gran Pastor, recibirán una corona de gloria y honor eternos”.

1era.de pedro 5,3

“La vida es como un restaurant; nadie se va de aquí, sin pagar la cuenta”.

Mafalda.

AXY LINDA

El cazador ajustó su rifle y apuntó a un ciervo que, confiado, comía pasto a pocos metros. A su lado, su hijo observaba, en espera del disparo que segaría la vida del animal.

El cazador disparó al aire y el ciervo salió huyendo en dirección opuesta. Intrigado, el niño preguntó:

—¿Por qué fallaste, papá?

El cazador sonrió y respondió:

—No fallé, Luisito. Mi intención es no lastimar animales solo por demostrar poder. Disparo para que aprendan a huir de quienes sí abusan del poder que les dan las armas.

El niño lo miró con asombro y admiración. Desde ese día lo siguió, no solo para aprender a cazar con fines de alimento, sino para entender cómo dominar el impulso de someter a otros seres.

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

Tenía que estar temprano en la Fiscalia, me habia interesado tanto este caso, de los cuales se dan tanto en el mundo.

Como es costumbre pareciera, que es un caso más de abuso de autoridad, de negligencia contra las mujeres, un crimen. Un «crimen más» perpetrado por una mujer abusada, maltratada, tratada como basura.

Y éste era aún peor, pues el occiso había sido un alto mando de la policía, y había que castigar con más mano dura.

Cómo iban a permitir que a esta mujer se le considerara inocente.

Ella, se había casado con la ilusión de formar un buen hogar, tener hijos, obviamente ser feliz al lado de ese hombre que le había dicho que la amaba.

El primer año de casados, todo iba bien, tuvieron a su primer hijo, nada parecía enturbiar su relación.

Al segundo ascendieron al marido y, todo cambió; llegaba cada vez más tarde a casa, muchas veces con copas de más, «la insultaba y golpeaba con cualquier pretexto».

Ella trataba de comprenderlo y seguir adelante atendiendole, pero era muy difícil, se tornaba cada día más y más exigente.

Alma la esposa, tenía la esperanza de que volviera a ser como antes, y aguantaba todo.

Nuevamente se embaraza y, tiene la esperanza de que recapacite y cambie; pero no, quizá se tornó más violento, exigiéndole más atención…

Que podía más hacer, no iba a descuidar a los niños por este hombre.

Era ya el quinto año de matrimonio, casi no salía de casa, sólo lo estrictamente necesario, ya había perdido todo respeto por él, había ido en dos ocasiones a denunciarlo y solo se habían reído de ella cuando les mencionaba el nombre del esposo, ¡era inútil! hacer nada por la vía legal.

¿Cómo podía defenderse?, se sentía cada día más ultrajada, de momento no sabía que hacer.

Ya no podía más, sabía que era inútil demandar, pues era parte de esa maquinaria de «abuso de poder» y, que nadie en ninguna instancia le haría caso.

Ya no era posible seguir así, pues temía por su vida y la de sus hijos.

Y al fin decide acabar con esta difícil situación, esperaría el fin de semana para llevar a cabo el plan que había concebido en su mente.

Sabiendo que los sábados llegaba más tarde el esposo y con muchas copas de más, pues va con sus amigos y «amigas» a pasear y tomar, espera a que se se acueste para así poder toma su pistola le quita el seguro y le amenaza, él aunque mareado, le dice que está loca que deje esa arma o verá lo que le pasará, se levanta y va hacia ella, entonces le dispara dos veces, hiriéndolo de gravedad.

Tira el arma y sale corriendo de la habitación temblando.

Llama al 911, para decir lo que ocurrió. Sabe que la detendrian, tenía que alegar que fué en defensa propia, pues la habia golpeado reiteradamenre diciéndole que la mataría y qué le apunto con la pistola, que como estaba borracho forcejearon y así pudo quitarle el arma disparándole para evitar que la agrediera más , que en ningun momentono era su intención matarlo, sólo quería defenderse.

Esperaba que le creyeran pues estába llena de moretones en cara y cuerpo muy recientes.

Era un caso difícil, pues como les comenté, aquí el que tenía la razón, era él más poderoso así fueran o no inocentes no les importaba, de todas formas los considerarán culpables.

Le había prometido que haría todo lo posible por defenderla, y lo intentaría.

Mi lucha era contra todo un sistema lleno de corrupción, de vacíos, y de defensa a los que más tienen.

Pero algo debo de lograr, cuando menos, sentar un precedente, hacer del conocimiento de todos de este abuso más, llevaria el caso ante la prensa, esperando se difundiera, no me quedaría callada.

Pues si nadie alza la voz, jamás nadie será escuchado y seguiremos permitiendo todos los días los abusos, y nos convertiremos en cómplices.

Nunca hay que callar ante las injusticias, ante los «abusos de poder».

CARMEN BERJANO

Seguimos jugando este juego

No siempre en la misma liga

A veces tampoco el mismo deporte

Pero seguimos

Tus cuidados me desarman

Pero me acerco y te alejas

Y si te aproximas

Tomo yo distancia

Sigamos jugando este juego

sin reglas establecidas

por momentos creo

que no hay igualdad de oportunidades

que no partimos de la misma casilla

pero no hay abuso de poder

y sí mucho respeto

Sigamos jugando este juego

sin ganadores ni perdedoras

Y que nos lleve muy lejos.

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4 comentarios en «Abuso de poder – miniconcurso de relatos»

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