Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «apocalipsis». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 3 de abril!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
ALFONSO FERNÁNDEZ PACHECO
El concurso
♫Riiiiing riiiiing♫
―Diga.
―Oigaaaa, ¿es ahí el miniconcursoooooo?
―Sí, el miniconcurso de relatos del Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas. ¿Qué desea?
―¿Con quién habloooooo?
―Con Cris Moreno.
―Encantado, Cristóbal, yo me llamo Alfonso Fédez Fédez. Que, si eso, mapuntooooooo.
―Soy Cristina, no Cristóbal. Lo único que tiene que hacer es escribir su relato sobre el tema de la semana y subirlo en el grupo.
―¿Cuálo grupooooooooo?
―El Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas, como le dije antes.
―¿Se puede escribir de cualquier cosaaaaaaa?
―Siempre que se ciña al tema.
―¿Cuálo temaaaaaa?
―El de la semana.
―¿Cuála semanaaaaaa?
―Vamos a ver, yo propongo el tema y hay una semana para enviar el relato. Después, hay otro y así sucesivamente. Esta es “El apocalipsis”.
―Me está liando, Cristóbaaaaaaal.
―Le repito, soy Cristina, no Cristóbal, y ahora, tengo que dejarle, que se me acumula el trabajo.
―¿Qué trabajoooooooo?
―No creo que eso le interese, pero se lo diré con mucha educación, dirigir y coordinar Cuatro Hojas, ¿contento?
―Contentísimoooooo, pero se ahoga en un vaso de agua, Cristóbaaaaaal, cuatro hojas se leen en un pis paaaas.
―Lo que usted diga, ahora voy a colgar. Encantada, Alfonso.
―Lo mismo digooooo, Cristóbaaaaaaal.
¡¡¡Clonc!!!
«Qué paciencia, Diosssssssssssssss».
♫Riiiiing riiiiing♫
―Diga.
―Oigaaaa, ¿es ahí el miniconcursoooooo?
―Alfonso…
―El mismo mismamenteeeeee. Que digo yo, ¿y si mando cuatrocientas hojas en vez de cuatro, ¿las tengo que dividir de cuatro en cuatroooooo?
―No le aconsejo escribir algo tan largo, no lo va a leer nadie.
―¿Y por queeeeeé?
―La gente no tiene tanto tiempo.
―Pues a mí me sobraaaaaa.
―¿Me lo dice o me lo cuenta?
―Las dos cosaaaaaas.
―Bueno, haga lo que quiera, pero no puedo seguir con esta conversación. Adiós.
¡¡¡Clonc!!!
♫Riiiiing riiiiing♫
―Diga.
―Oigaaaa, ¿es ahí el miniconcursoooooo?
―Alfonso otra vez, no me lo puedo creer…
―El mismo mismamenteeeeee. Que digo yo, Cristóbaaaaal, ¿y si me paso por la emisora, me invita a un café y discutimos el asuntilloooooooo?
―¡¡¡Hasta aquí hemos llegado!!!
¡¡¡Clonc!!!
♫Glin glon♫
«Ahora, la puerta. Vaya día llevo…»
―Hola.
―Oigaaaa, ¿es aquí el miniconcursoooooo?
―¡¡¡Alfonso!!!
―El mismo mismamenteeeeee. Que digo yo, ¿podría salir Cristóbaaaaaaal?
―Yo soy Cristóbal, juás, si total…
―Encantadoooooo, te tuteooooo. Te he traído un poemilla para el miniconcursoooooo.
―¿De cuatrocientas páginas?
―Más o menoooooos, pero se puede cortaaaaaar, que es todo pajaaaaaa.
―Pues, nada, nada, córtalo y, cuando lo tengas, lo envías.
¡¡¡Raaaaassssss!!
―Ya estaaaaaaáa, cuatro párrafos de nadaaaaaa, lo mollaaaaar. ¿Te lo leoooooo?
―Mejor en otro momento, que ahora estoy…
―Graciaaaaas, Cristóbaaaaal.
No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría.
Palpo, gusto, escucho y veo
tu rostro, tu paso largo,
tus manos y sin embargo
todavía no lo creo.
Tu regreso tiene tanto
que ver contigo y conmigo
que por cábala lo digo
y por las dudas lo canto.
Nadie nunca te reemplaza
y las cosas más triviales
se vuelven fundamentales
porque estás llegando a casa.
Sin embargo, todavía
dudo de esta buena suerte
porque el cielo de tenerte
me parece fantasía.
Pero venís y es seguro
y venís con tu mirada
y por eso tu llegada
hace mágico el futuro.
Y aunque no siempre he entendido
mis culpas y mis fracasos
en cambio sé que en tus brazos
el mundo tiene sentido.
Y si beso la osadía
y el misterio de tus labios
no habrá dudas ni resabios
te querré más todavía.
―¿Te gustaaaa, Cristóbaaaaal?
―Me encanta, pero tienes mucha jeta.
―¿Por qué lo diceeeees?
―Porque es de Mario Benedetti.
―¿Mario Benedetti? No tengo el gustooooo.
―Lárgate de aquí antes de que me enfade, Alfonso.
―¿Y el premiooooo?
―¡¡¡Fueraaaaaaaaaaaaaaaa!!!
* * * * * * * * * * *
«Qué chasco, ¿quién será ese Benedetti? En fin, tendré que escribir otro poema, ya que este no le ha gustado a Cristóbal. A ver…»
Cuando duermas por siempre, mi amada Tenebrosa,
tendida bajo el mármol de negro monumento
y por tibia morada y por solo aposento
tengas, no más, el antro húmedo de la fosa;
Cuando oprima la piedra tu carne temblorosa,
y le robe a tus flancos su dulce rendimiento,
acallará por siempre tu corazón violento,
detendrá para siempre tu andanza vagarosa.
La tumba, confidente de mi anhelo infinito
(compasivo refugio del poeta maldito)
a tu insomnio sin alba dirá con gritos vanos:
“Cortesana imperfecta -¿de qué puede valerte
denegarle a la Vida lo que hoy llora la muerte”?
Mientras -¡pesar tardío!- te roen los gusanos.
―A ver si el Cristobalito tiene pelotaaaaas de decirme que esto lo ha escrito otroooooooo.
♫Glin glon♫
―¡¡¡Alfonsooooooooooooooooooooo, esto es el apocalipsis!!!
―Juás.
DAVID MERLÁN
PREFERÍA NO TENER RAZÓN
(O de cómo puede comenzar un apocalipsis)
____
Y entonces todos miraron al cielo. Algunos señalaban angustiados. Otros salian corriendo despavoridos en todas direcciones y uno, solamente uno de los allí presentes, se quedó quieto, observando como cundía el pánico y como el caos se apodera de todo a su alrededor. Allí permaneció, clavado y subido al cajón desde el cual cada día desde hacía meses en el parque de la ciudad, había venido anunciando la llegada del apocalipsis, a lo cual nadie le había hecho el menor caso.
Cuando aquellos seres infernales venidos de otros mundos y otras dimensiones, y llamados a provocar la destrucción del planeta hicieron su aparición en el cielo atravesando las nubes de la mañana, todos miraron hacia él. En ese momento, dejó de ser aquel loco desequilibrado que no decía más que tonterías para ser el centro de atención de los allí presentes. Todos le suplicaban que les dijera qué hacer a continuación. Él, simplemente, se limitó a esbozar una ligera sonrisa de resignación.
A fin y al cabo, él tenía razón.
ANTONICUS EFE
Apocalipsis a la carta.
Amanece un nuevo día con el menú ya preparado.
Son varias las opciones,
las presentan sin avisar,
la disyuntiva acelera los corazones.
¿Balas o bombas?
¿Zumbidos o explosiones?
Todos los dirigentes quieren la paz
a cambio de buenas inversiones.
¡Qué hipócrita es la santidad
de todos esos santos varones!
¡Qué hipócrita es la castidad
de esas castradas opiniones!
Nadie lucha por la paz,
pero todos se ponen galones,
nadie lleva la razón,
pero todos tienen sus razones.
Poderoso caballero es don dinero,
ya lo dijo alguien que ahora no recuerdo.
Es mejor hacerse el despistado
que perder la vida en el intento.
Algunos se hacen ricos
con la sangre de los muertos.
PEDRO PARRINA
APOCALIPSIS
DE VERSOS
Palabra a palabra
se forman galaxias,
textos con besos,
de odios humanos,
y perdones, y respeto
al máximo verbo: vida.
Credo a credo
se crean miedos,
culpas e infiernos,
y se generan guerras
por dinero, e se idean
falsos valores morales
y éticos que generan
crisis, de revelaciones
de muerte, y apocalipsis.
Verso a verso,
poetisas y poetas
crean conciencias, y
engendran universos,
de hombres y mujeres
libres e iguales
conviviendo en paz
bajo un mismo cielo.
JUAN MANUEL CABALLERO
NIEBLA Cuando salí de casa esta mañana temprano, la neblina no dejaba ver por donde andaba uno; aunque no era tan espesa como aquella vez en la que me perdí y, en lugar de al bar del Frankie, terminé metiéndome en la casa del alcalde y, ya que estaba allí, me invitaron a comer y todo; por aquello de que las elecciones estaban cerca, supongo. Luego, hasta me quedé a dormir la siesta con la hija del alcalde, aunque ella insistió en que su padre no se enterara y le hizo pensar que me había ido después de haberme metido en su habitación…ji,ji,ji, cosas de estas aldeas tan pequeñas, que la gente se las va apañando como buenamente puede. Al final, el alcalde se enteró y me echó de su casa con cajas destempladas; y adujo que lo que había hecho tenía delito y que se iba a pensar elevar el asunto a las altas esferas de su partido, que para eso era un partido nacional potente, y que como se le pusiera en los cojones tenía capacidad, incluso, para llevar mi caso al Tribunal de la Haiga. Pero yo sabía que no había hecho nada malo, y así se lo hice saber, qué demonios: que llevaba ya un año viviendo en la aldea y que mi única intención aquí era vivir tranquilo, escapar de ese mundo de las ciudades, que no hay quien lo comprenda. Yo vivo mucho mejor aquí, entre destripaterrones, dónde va a parar. Aunque tenga sus cosas.
Pero la niebla de esta mañana era distinta: más grisácea y como medio seca, que hasta se le metía a uno en la garganta y lo hacía toser, coño, que casi se asfixia uno. Luego anduve por la Calle Larga para llegar hasta el bar del Frankie, y lo hice como buenamente pude, porque la niebla parecía espesarse aún más a medida que bajaba la cuesta, y apenas veía donde estaba pisando. Y lo que son las cosas de la mente, que está ahí como agazapada y presta a engañarte a la menor ocasión: bien que me parecía que a ambos lados de la calle las casas estaban como medio derruídas, fantasmales. Nunca antes me había pasado esto con la niebla, que aquí en la aldea es plato común en invierno y en primavera; pero no te acostarás sin saber algo nuevo, gracias a Dios. Y no digamos ya si es algo sobre la mente humana, que es una máquina impresionante. No hay más que fijarse en los sueños que la mente genera, que son más complejos a medida que más sofisticada es la mente que los sueña, como es el caso de la mía: ayer noche, sin ir más lejos, soñé con un estruendo, con algo grandioso en su inquina destructora, pero…¡cómo son los sueños!: no supe la causa hasta que desperté y comprendí que debió de ser uno de esos sueños inducidos por los acontecimientos externos que acaecen durante el mismo momento que duermes: no era la primera vez que el Manolo, el «Pestiño», se tiraba un pedo en mitad de la noche que retumbaba calle abajo y soliviantaba a los perros, que se ponían a ladrar y despertaban a media aldea. De hecho, cuando desperté de súbito por culpa de ese mal sueño (tal vez representase un terremoto, una estampida de búfalos…la erupción de un volcán, no lo recuerdo con claridad), aún escuché el ladrido postrero de algún perro…un ladrido algo así como agónico.
Luego llegué al bar, pero estaba cerrado. Esto me sentó fatal, porque es el único bar del poblacho y cuando cierra nos deja a todos en la estacada. Pero se lo pienso decir al Frankie cuando lo vea: esto no se hace, leñe, que uno se ha venido a vivir aquí en busca de paz y tranquilidad, pero necesita su rutina. Y si cierras el bar sin previo aviso, rompes la rutina de la gente y descabalgas vidas, coño…que jodío, el Frankie…es lo que tiene no tener competencia en el pueblo, que hace uno lo que le viene en gana.
Me di media vuelta para regresar a casa, que la puñetera niebla, tan rara, me estaba irritando los ojos. Un soplo de viento me aclaró sin querer la situación: espantó a la neblina por un momento y me dejó ver todos aquellos cuerpos tendidos sobre el parque del otro lado de la travesía: algunos tirados sobre el césped y otros en las posturas más curiosas: enganchados en las barandas, de bruces sobre los setos del pequeño estanque. Me hice entonces consciente de la situación: ayer fue sábado y seguro que el ayuntamiento había organizado una de esas fiestas de las que yo nunca me entero, con abundante alcohol y comida, mucha comida, que a la menor ocasión organizan una matanza y la peña se pone como el quico. La verdad es que nunca antes había visto engullir como en este pueblo…y claro, así acaba la gente, tirada por el suelo, alcoholizada y cebona de no poder volver a casa…a punto de un cólico nefertítico de esos, colapsada por ahí.
Una vez de regreso a casa, encendí la tele. Me ponen nervioso los noticiarios, pero siempre hay algo si buscas bien, algo tipo documental, para dar un poco de ambiente…además, qué podía hacer si el bar estaba cerrado por culpa del vago del Frankie. Pero la tele no funcionaba. Tampoco la luz en su conjunto…que raro si no llovía, ni hacía un viento constante. Pensé en ir a comprar algo, tal vez uno de esos cafés preparados, a la tienda del Pepe, «el Lechuzo»; pero me había parecido que estaba cerrada cuando volvía a casa. Otro que tal baila, este Lechuzo…es lo que tienen estos pueblos tan chicos, que organizan una fiesta de las suyas y al día siguiente es como si se parase el mundo. Así que tuve que tirar de lo que tenía: saqué una lata de cerveza del frigorífico, aunque estaba ya casi caliente del todo; me senté en el salón y me encendí un cigarrillo.
Alguien golpeó con fuerza la puerta de la calle. Eso era algo que me trastocaba sobremanera antes aún de venir aquí, no digamos ahora, en este villorrio donde solo he venido para vivir tranquilo. Naturalmente, no abrí y me limité a esperar a que se fueran: llamaron otra vez con más énfasis aún, «¡¿Hay alguien aquí…Queda alguien en esta casa?!». No respondí, se marcharon por fin. Llegué a pensar que era alguien enviado por el alcalde, pero de aquello hacía ya casi un año. Un poco desnortado por la intentona de intrusión, una cierta inquietud me hizo levantarme de nuevo para comprobar la luz: nada. Como impulsado por alguna cosa interior, una bombilla pareció encenderse (esta sí) en mi cabeza; enseguida me puse a registrar en un cajón: allí estaba. Lo cogí y le introduje un par de pilas a medio usar del montoncito que había en el mismo cajón.
Me costó que aquel viejo transistor con la antena partida comenzase a decir algo. Lo logré después de un rato paseando el dial por estaciones de donde solo salía una especie de fritura cibernética. Un tipo que me pareció aturdido decía no sé qué de rusos y norcoreanos, de una reacción inesperada…de algo de un apocalipsis en Europa. Después, la emisora se perdió.
Aquello provocó una curiosa reacción en mí, algo que tenía prácticamente olvidado. Me entraron inusitadas ganas de salir, de irme hasta la capital de la provincia y meterme en el cine: buscar aquella película de la que hablaba el tipo de la radio, inmiscuírme en la oscuridad de la sala con un buen cartucho de palomitas y dejarme llevar por las imágenes de aquellos muchachos matándose, allí, tras la pantalla infranqueable de donde nada puede salir…hacía mucho que no veía una película bélica y, que demonios, hoy era el día, cuando la aldea estaba completamente muerta y cubierta por aquella bruma.
De un salto me puse manos a la obra: a las diez pasaba el único autobús que iba a la capital, así que tenía el tiempo justo para darme una ducha, enfundarme una indumentaria homologable con algún tipo de civilización y marcharme a la ciudad.
Por fortuna, aún quedaba algo de agua tibia acumulada en la barriga del calentador. La turbia lengua de luz que entraba por el ventanuco del baño hubo de ser suficiente para todo lo demás: el secado, el perfumado…semivestido, me asomé al espejo para adecuar algo el pelo con un poco de esa especie de gomina en spray. Me dí cuenta apenas me pasé levemente el peine: un mechón de mi cabello se quedó entre los dientes del utensilio. Una oleada de adrenalina que al parecer llevaba sobre su lomo a una buena porción de miedo atávico, me aceleró el corazón. Me pasé los dedos sobre la cabellera y, con siniestra facilidad, otro manojillo de pelo se desprendió. El pánico pronto se tradujo en racional evidencia: me estaba quedando calvo. Después de más de medio siglo conservándolo, el pelo se me había empezado a caer de golpe. Cosas de las hormonas, sin duda, que a lo que se ve han dejado de hacer su trabajo súbitamente. Razón de más, pensé, para darse un baño de multitud. Cuando asoma la vejez, es menester dejarle bien claro que no lo va a tener fácil.
Me coloqué mi gorra con estampado de camuflaje, que solo usaba los días veraniegos de mucho sol, y bajé hasta la parada: ahora estoy aquí. El bus pasará en unos cinco minutos. Han pasado siete, diez, pero aquí, por la solitaria marquesina, no ha pasado nadie. No solo el autobús, tampoco un miserable coche. La calígine alrededor, que parece cemento en suspensión, no me permite ver a lo lejos, en la carretera, si se acercan los focos de algún automóvil. Es normal, por otra parte, que con esta niebla, se retrase, aunque ya hace treinta y cinco minutos que tendría que haber llegado. Pero no importa, estas son cosas normales en este tipo de pueblos. Al fin y al cabo, he venido aquí para estar tranquilo.
SUSANA NÉRIDA
Dado que la guerra, el hambre, la peste y la muerte han estado durante toda la historia de la humanidad presentes, no podemos sino sopesar que, los jinetes del apocalipsis, aparecían en todos los rincones de este planeta en un intento, en vano, de ser escuchados y que algún humano recondujera su conducta a otra más pacífica y una mentalidad más hermanada.
Los pecados capitales estaban desatados por doquier y hasta Lucifer reía para sus adentros lo fácil que resultó que, el ser especial de Dios, creado a imagen y semejanza, prefiriera estar en compañía de ese bellísimo ser que un día fue desterrado de los cielos por impertinente.
Se reía nuevamente para sí Lucifer, pensando que, los que hoy se salvan de los cuatro jinetes del apocalipsis y los siete pecados capitales eran los más impertinentes, los que más denunciaban los atropellos y hacían crítica social. Algo que en su día no le gustó a Dios y le costó el destierro a Lucifer.
Ni inundar el planeta con Noé, ni ser benevolente, habían servido a este Dios omnipotente y que todo lo puede, para hacer entender a la especie humana lo errada que estaba.
Y hay quién pensará: para eso nos dejó el libre albedrío. Y otros dirán: con arrepentirme antes de morir, puedo hacer lo que quiera.
Pero, entre el amasijo de historia y cultura de la época, había claramente unas normas de conducta, de ética y de amor que todo el mundo obvió.
Ahora los jinetes del apocalipsis empezaban a verse entre las nubes. Dios lanzaba rayos y truenos, enfadado con la humanidad, que se convirtió en algo peor que Sodoma y Gomorra.
Los que habían dejado de creer en Dios o estaban enfadados con él por cómo había dejado desamparado el mundo, comenzaron a ascender, rodeados de una luz celestial.
Mientras, en la tierra, había más caos del normal. Había saqueos. Había miedo. Pues nadie entendía cómo, al obedecer las leyes del hombre, dieron la espalda y violaron las leyes divinas.
La risa de Lucifer por fin resonaba en cada esquina, pues por fin se manifestaba en la tierra para castigar ferozmente a todo aquel que quedase sobre ella.
El suelo se abría y de las grietas salía abundante lava.
Por fin se abrazaron, entendiendo lo que pasaba. Temerosos de un final anunciado. Un final del que todos creían salvarse con la vida que llevaba.
BENEDICTO PALACIOS
Era un trotamundos, un aventurero, un deportista. Se pidió un año sabático, se compró una bicicleta, recuperó sus conocimientos de lenguas extrañas y habló, diálogo, porfió y discurseó con todo titirimundi, con los que decían saberlo todo y con los que callaban y él instigaba para que debatieran y argumentaran.
En uno de los lugares más recónditos conoció a un santón, se llamaba Walter. Lo encontró vociferando en un parque. Animaba a quemar los títulos mundanos. El aventurero conocía bien esta versión. No era la primera vez que alguien animaba a deshacerse de todo y quedarse el agitador con los laureles.
Le pareció un charlatán, un farsante. Cuando empezaban a desfilar los pocos presentes, se puso a llover, a diluviar, pero él resistía y gritaba . Un trueno le hizo callar y los pajarillos que se resguardaban de la lluvia en las ramas de un árbol huyeron en desbandada.
Lo observaba el aventurero a cubierto bajo una marquesina. Solo ellos dos aguantaban en el parque. Tenía que hablarle, le toca a él, era su estilo. Sacó una toalla que guardaba en el soporte de la bicicleta y se la ofreció.
—Límpiate esa cara.
Pero el santón se resistía.
—Permíteme —le instó, y envolvió su rostro en la toalla, y era un rostro de mujer. Otro engaño más, dijo.
Entonces el charlatán contó su drama. Había nacido en una isla del Caribe, de padres muy pobres, la cuarta de siete hermanos y la de belleza mayor. La quisieron comprar y su madre se las arregló para enviarla a una ciudad de USA donde reinaba la opulencia. Allí se incorporó como uno más de los fieles de una iglesia, allí pudo al fin predicar que el pobre pasa la vida intentando salir de la pobreza y muere pobre y que la pobreza huele mal. El rico se alimenta con la carne del pobre, gritó desde un púlpito. La persiguieron, quisieron encarcelarla. Logró escapar y saltar a Europa.
Cuando dejó de llover abandonaron el parque y caminaron hasta la orilla de un río, el Danubio. El agua discurría lentamente, como la vida, dijo el aventurero.
—Eso es lo que predico: despojarse de todo y dejar que la vida prosiga con su lentitud habitual, como la corriente del río, sin sobresaltos.
—Pero los ríos se encabritan y las crecidas y borrascas producen inundaciones.
—No todo va a ser placidez. Vendrán días en que a los opulentos los echarán al fuego y allí será el llanto y el crujir los dientes, lo dice el Apocalipsis. Y yo lo creo.
—Pues si es así avísame.
B. Palacios.
ANA MARIAB
Apocalipsis
No era una noche cualquiera. Era la noche en la que todo iba a cambiar para todos. Hasta el cielo grisáceo con infinitas líneas de un rosa oscuro, de una luna llena, brillante, redonda, con formas incrustadas en su rostro de un inmaculado blanco- formas similares a los sietes continentes- y, aún también, el aire que se notaba un poco pesado por la mezcla dudosa de ciertos <<polvos>> con el propósito de entorpecer a la humanidad. Todo eso reanimaba ese sutil y primitivo instinto de que está noche estaría envuelta en un misterio intrínseco.
Me había despertado de un sueño profundo y terrible, deambulando por la casa como un sonámbulo, tropezándome con un cuerpo blandito- era mi gata, la reina de la casa- que ni siquiera reaccionó al ruido provocado por el impacto inevitable de mi cuerpo con un ángulo duro y rígido de una ventana. ¡Tan grande qué era mi sueño! Un dolor fuerte se extendía por mi cuerpo; cada muslo, cada hueso, mi carne- todo envuelto en una dolencia insoportable. Tan fuerte era el dolor que empecé a tener cortos episodios de ceguera. Pero, todo ese dolor desvaneció en un instante… Delante de mis ojos – testigos pasivos- prendían vida imágenes irreales, perturbadoras, ese tipo de imágenes que te hieran y te marcan para siempre: veía, confuso, como cuerpos abatidos, cabizbajos y con la mirada perdida, con ropa sucia y destrozada, subían cansados la escalera mecánica del metro. <<¡Vivos en coma… enmudecidos!>> Ninguno se movía. Solo se dejaban llevar por la escalera mecánica. <<¡Qué raro todo! ¿Pero qué es lo que había sucedido?>> Y ni siquiera acabar con mis preguntas, algo o alguien a hecho reactivar esos cuerpos sin soplo, chillando desesperados, huyendo, pisándose como si intentarán escapar de ese algo o ese alguien. Líneas rojas de sangre caliente se extendían rebeldes sobre los cristales congelados, mientras que trozos de carne humana volaban por el aire. Ningún cuerpo humano quedó de pie. Hay solo una imagen bañada con sangre y trozos de carne. De repente, toda esta escena desaparece, ya que una masa densa de niebla se ha esparcido, reduciendo al cero la visibilidad. Tenía la mirada fija y alterada. No comprendía lo que iba pasando. No se oye nada. En la calle reinaba el silencio y es entonces cuando decidí bajarme y averiguar lo ocurrido. Me sentía débil y mareado y al volteárme vi una figura humana con traje negro y un sombrero negro, tapándole sus ojos. No conseguía verle la cara. Me sentía como si fuera en un trance. No podía moverme y cualquier intento de articular alguna palabra quedó en vano. En su mano llevaba un bastón de oro en forma de serpiente y, apuntándome con él, dijo:
-¿Pensabas qué ibas a escapar? Hice un entendimiento y, ahora, todo lo que hay en la Tierra me pertenece… Siete años de áridas climas, hambruna, muerte y sufrimiento, ¡es eso lo que todo el Infierno anhela para vosotros! Y, ahora, ¡arrodíllate, peste humana!
La gata salto y se acurrucó a mi pecho. Su corazón latía fuerte y, en ese entonces, resolví que, de una manera u otra, me ibas morir. Apoye mi mano sobre la silla y cuando noté que, esa figura humana con alma infernal, ya no me miraba, levante la silla en el aire con el propósito de golpearla. Mis pies no habían conseguido tan ni siquiera tocar otra vez el suelo, ya que en el salto, el bastón que guardaba con firmeza en su mano izquierda se ha transformado en una espada afilada que troceo, sin piedad, mi cuerpo entero y, junto a ello, el cuerpo gatuno que se sacrificó, acompañándome en un mundo versátil y funesto.
Mi alma se le acercó, pero no podía verme por la extrema luz caliente y brillante que emanaban nuestros cuerpos puros… Le cogí por su oreja derecha y le dije, susurrándole:
-¡Siete años gobernarás en esta Tierra, instaurarás un gran pánico y caos, pero una eternidad tú te restregarás como una serpiente y suplicarás, en ríos de lava y fuego, hasta que en polvo te transformarás, y pedido y olvidado te quedarás como si nunca hayas existido!
ARMANDO BARCELONA
APOCALIPSIS O ASÍ
Querida Amelia:
Esto es un no parar, hija, aún no hemos salido de una y ya estamos metidos en otra más gorda. Todo son movidas y de lo más chungas, reina, y siempre nos toca a los pringadetes bailar con la más fea, lo mismo que allí abajo: madrugar para ir al curro a ganarnos la muerte de cada día, terminar la jornada hechos puré y rezar para que no aparezca alguna divina ocurrencia y nos complique la vida. Luego dicen que venimos aquí a descansar en paz. ¡Una mierda!, con perdón. Te cuento la última.
Al padre de Yeshua hace tiempo que se le ocurrió montar el Apocalipsis, una superproducción de la leche con guion de Juan Evangelista. Es del género de terror, muy en plan Tarantino, con muerte, destrucción y evisceraciones sangrientas por todas partes. Hace siglos que intenta llevarlo a la gran pantalla y no para de hacer un casting tras otro: guerras, pandemias, genocidios… Ahora parece que va en serio, no tienes más que poner la tele: Trump, Elon Musk, Putin, Netanyahu, por nombrar a cuatro jinetes, pero hay cantidad de meritorios haciendo cola para hacerse con el papel. En fin, a lo nuestro.
Resulta que se les fue la mano a los de efectos especiales haciendo zancochos y, de la noche a la mañana, apareció un agujero negro en medio de la urbanización. Pequeñito, del tamaño de una boca de riego, pero se traga todo lo que se le arrima.
―Anda, Miguelico, tú que eres tan mañoso, mira a ver ―me pidió la madre de Yeshua, que me ha cogido cariño.
Para allí que me fui. No veas la cantidad de gente que había curioseando a distancia. Por un por si acaso, yo iba preparado con medidas de protección: una cuerda atada a la cintura y el otro cabo a una farola; tecnología punta.
―Se acaba de tragar a mi cuñado ―me abordó uno de camino al agujero.
―No te apures que te lo saco en un pispás ―quise tranquilizarlo.
―Ni se te ocurra, es un plasta de narices, el «listo» de la familia. Me tiene hasta los cataplines, el jodido hermanito de mi señora.
Cosas de familia. Yo a lo mío, en plan torero, desfilando al centro del ruedo, con el público aplaudiendo. En el fondo me sentía importante.
―Se acaba de comer las bragas de la Rosi, la del portal siete, la Bombi ―gritó uno.
Y aquello se convirtió en un mar de confusión: «¡Coño ya me gustaría a mí hacer lo mismo». «¡Mariano que te he oído!». «¿Pero la Bombi iba dentro?». «Parece que sí». «¡Joder, el hijoputa de mi cuñado, hasta para eso tiene suerte, cabronazo!». «Miguel, te cambio el curro».
El universo machirulo se desbocó: «¡Pipas, cacahuetes, farlopa!». «A partir de ahora los calzoncillos te los va a lavar la Bombi, Mariano». «Pero Conchi, mujer, no te mosquees, que era broma. ¡Dónde van a parar tus bragas! Con una tuya da para siete de la Bombi». «¡Y mandará un ejército de arcángeles, que bajará a forraros a hostias!». «¡Hala, ya está el cenizo de san Malaquías en plan profético!». «A ver, no empujar que yo estaba primero». «Yo me tiro». «¿Al pozo, a la Bombi?». «O al Miguelico, me da lo mismo, pero voy a por todas». Esto último me hizo considerar la posibilidad de llamar a los antidisturbios. Oye, mano de santo. Cuatro hostias bien dadas y se calmó el personal.
Luego vino un tipo todo despeinado, medio loco, Alberto, dijo llamarse, que me empezó a comer la oreja con un rollo de no sé qué de E=mc²: «Prueba a dividirlo por π; oye, quién sabe…». En estas que me asomo al pozo y me veo a la Bombi, con el culo pegado a la pared, pálida, desencajada y un palo de fregona en las manos, con el que mantenía a raya al cuñado del tío de antes, que bufaba como un toro, un negrito de los del top manta, empeñado en colocarle un bolso de Luis Putón, y a un señor bajito y gordo, enfundado en un chándal del Carrefour, de esos culibajeros, que enseñan toda la hucha, cantándole baladas de José Luis Perrales. Apocalipsis en estado puro, pobrecica mía.
Total, que vi un interruptor en el borde del pozo, lo puse en posición «off» y listo, se terminó la función. Oye y la Bombi tan contenta, que no se me despega, todo caramelo, la tía, y uno no es de piedra, qué quieres.
En fin, Amelia, cariño, que no eres tú, soy yo y mira a ver si allí abajo encontráis el interruptor, porque de lo contrario os va a oler el culo a pólvora en menos que canta un gallo.
Este que te quiere (más o menos).
EFRAÍN DÍAZ
Este relato no es nuevo. Lo tenía ya escrito para otros fines y le hice unas correcciones para adaptarlo al tema de la semanana.
El final de los tiempos se acercaba. La guerra y el hambre se habían apoderado del planeta. La miseria mostraba sus colmillos y garras como lobo hambriento. Al llegar el año 2000, la gente creyó que habían dejado atrás el siglo más violento y sangriento de la historia de la humanidad. Pendejos. No sabían lo que se les venía encima.
El nuevo milenio trajo consigo el derribo de las Torres Gemelas y, con ello, la guerra en Afganistán. Irak también cogió su parte. No porque tuviera algo que ver con el atentado, sino porque tenía petróleo. Bastó una de las mentiras más burdas jamás contadas—las famosas armas de destrucción masiva—para que los gringos la redujeran a escombros con la esperanza de convertirla en “Bush Gardens”.
Pero esa no fue la única guerra. Estrenando el milenio, Etiopía entró en conflicto con Eritrea. De no haber sido por los uniformes, la mayoría de las muertes habrían sido por fuego amigo, porque distinguirse por el color de piel era imposible. No hubiese sido mala idea mandarlos a la batalla en ropa civil o desnudos y que se mataran entre ellos. Después de todo, el planeta estaba sobrepoblado.
Siguieron Siria, Waziristán, Boko Haram, Yemen, la guerra contra los carteles en México, hasta que llegó al poder un tal AMLO, que, con delirios de Nobel de la Paz, decidió abrazar a los criminales en vez de combatirlos. Pobre iluso. No entendía que el Nobel de la Paz no se gana con discursos melosos, sino bombardeando países. Pregúntenle a Barack Obama.
Pero la gota que colmó la copa fueron los movimientos LGBTTQ. Dios no podía tolerar que personas del mismo sexo se unieran, frustrando así su plan de procreación. Si nadie tenía hijos, ¿a quién iba a amedrentar con el fuego eterno?
Harto de todo, el Altísimo convocó a su hijo.
—Hijo, ya es hora de tu segunda gran venida.
Jesús sonrió maliciosamente.
—No esa venida, tonto. Me refiero a que es hora de ajustar cuentas en la Tierra.
—Ay, Padre… la última vez terminé clavado y no fue una experiencia que quisiera repetir.
—No la repetirás. Esta vez irás con todo. Salvarás a unos pocos—los que han seguido mis mandatos al pie de la letra—y al resto los reducirás a cenizas. No los ahogues, por favor. Lo del Diluvio no funcionó. Mejor usa fuego.
Jesús sonrió. Llevaba veintidós siglos esperando este momento.
El cielo se encendió con una señal inconfundible: una gigantesca cruz de fuego. Pero apareció boca abajo. Jesús recordó que la Biblia nunca especificó cuál era el símbolo oficial del final. Algunos decían que era la cruz; otros, un pez. Así que, junto a la cruz invertida, hizo aparecer un pescado frito. El mensaje estaba claro: así quedarían los condenados.
Las señales eran visibles desde todos los rincones del planeta. Cundió el pánico. Algunos se suicidaron antes de enfrentar lo que venía. Ferreterías y armerías hicieron su agosto vendiendo sogas y municiones.
Las iglesias se abarrotaron. Los habituales acudieron con disciplina. Los que nunca habían ido entraron en la primera que vieron. Algunos llegaron a una iglesia protestante y, al notar que les cobraban el diezmo, huyeron a la católica, donde con una simple ofrenda salían más baratos.
Los pastores aprovecharon el negocio, por si acaso las señales eran solo un ensayo. El Vaticano también hizo lo propio, desempolvando la vieja costumbre de vender indulgencias de última hora y Martín Lutero, revolcándose en su tumba.
Jesús dejó los símbolos flotando por seis semanas. Se entretenía viendo el caos. Cuando sintió que la gente ya había sufrido lo suficiente, rasgó los cielos y apareció en todo su esplendor, visible simultáneamente en cada rincón del planeta.
Los terraplanistas celebraron. Si Jesús podía verse desde todos lados al mismo tiempo, la Tierra tenía que ser plana. Morirían con la satisfacción del deber cumplido.
Jesús descendió con un pergamino en la mano, sellado con siete sellos. Sonrió con malicia y rompió los primeros cuatro. Y entonces llegaron ellos.
El primero montaba un corcel blanco y declaró la guerra. El segundo, en su caballo bermejo, la ejecutó. El tercero, sobre un caballo negro, trajo hambre y miseria. El cuarto, en su corcel amarillo bayo, era la mismísima Muerte.
No venían solos. Tras ellos, atados con cadenas, avanzaban miles de demonios, desnudos y con vergas monstruosas. Listos para castigar a los condenados con un festín de sodomía infernal.
Las prostitutas, al verlos, se negaron a participar sin dinero de por medio. No habían invertido tanto en cirugías y lubricantes para terminar dando el culo gratis. Pero las de rostro angelical y moral intachable, babeándose, se lanzaron a los brazos de los demonios suplicando por castigo eterno.
Todo iba según el plan hasta que una horda de hombres desesperados se sumó al festín buscando un vergazo. Las histéricas beatas, ahora víctimas de su propia lujuria, comenzaron a clamar por piedad. Nadie les dijo que la sodomía no tenía género.
Jesús se destornillaba de la risa.
Pero aún faltaba salvar a los elegidos.
Cuando un católico vio que Jesús seleccionaba a un budista y a un protestante, protestó.
—¡Pero si no pertenecen a la única y verdadera Iglesia! ¡Son herejes!
Jesús, hastiado, puso los ojos en blanco y lo mandó directo a los demonios. Un segundo después, los demás católicos comprendieron que discutir las decisiones del Mesías no era una buena idea.
Alguien gritó entre lágrimas:
—¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué nos has abandonado?
Jesús suspiró y, con tono burlón, respondió:
—Eso mismo pensé yo hace dos mil años. Pero me equivoqué. Dios no me había abandonado. Solo me dejó a cargo por un rato mientras trabajaba en algo mejor que ustedes. La humanidad ha sido un experimento fallido. Es hora de hacer espacio para su reemplazo.
Y con esto, los cielos ardieron y la Tierra se convirtió en un infierno.
Jesús, satisfecho, miró la escena y sonrió. Finalmente, su venganza estaba consumada.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
LUNES
El amanecer llegaba ese día antes de tiempo, desvaído y con los colores empastados. Una mezcla de luz imposible y extraña soledad se había adueñado del barrio. En el interior de una de aquellas piezas de ladrillo, cemento y cristal que componían la gran ciudad, Emma contemplaba en el reflejo los estragos que el dios Cronos, verdugo inmisericorde, había infligido a su cuerpo, sin mostrar siquiera el más mínimo atisbo de piedad ni respeto. Mientras lo hacía, su cabeza no dejaba de rememorar las imágenes de los primeros días junto a Paul. Emma se resistía a admitirlo, pero en su interior añoraba mil momentos convertidos ahora en un enorme amasijo sin forma que ya le pesaba demasiado, después de más de treinta años. Él ya no estaba. Hacía tiempo que había dejado de estar. Su voz, masculina y segura, sin embargo, permanecía como un susurro constante atrapado entre esas cuatro paredes, pero sobre todo en su cabeza. Le habría gustado estar acompañada en un momento tan crucial. Finalmente asumió que lo tendría que afrontar sola.
Se preparó como pudo. Nadie está realmente preparado para algo así. En breve comenzaría su último viaje. Emma siempre había sido consciente de sus dotes premonitorias, y conocía muy bien lo que estaba por llegar. En esos momentos sentía una mezcla agridulce que combinaba, a partes iguales, miedo y liberación. Su destino, junto al de todos los demás, se encontraba a punto de dejarse caer sobre su cabeza, como una gigantesca y mitológica ave de presa.
Era lunes y todo aquello llamaba la atención: la luz, el inexplicable silencio, la lluvia pertinaz y la tensa espera. Lejos del bullicio y las prisas habituales, el tiempo se había detenido y el cielo lloraba una fina lluvia sobre Brooklyn. Fuera brillaba un enorme charco en el que se reflejaban las nubes, alimentado por una miríada de gotas que no paraban de estrellarse sobre él. De repente, ocurrió lo que estaba escrito en el último libro. Los siete sellos se rompieron uno tras otro y el atronador sonido de las trompetas comenzó a bramar por cada rincón, derrumbando muros y todo cuanto encontraba a su paso. De la densa y oscura tormenta emergieron cuatro jinetes. Cada uno de nosotros los vimos, seguidos de la bestia, un animal colosal que no se parecía a nada de lo que los humanos habíamos conocido hasta entonces. Para muchos, la mayoría, ya era tarde. Demasiado tarde.
Fue la última ocasión de expiar los pecados. El apocalipsis, el fin de todas las cosas, acababa de llegar. A Brooklyn y al resto del mundo. Un lunes cualquiera por la mañana.
ANGY DEL TORO
MELODÍA INCONCLUSA
Vera, desde su atalaya, sintió el impacto. Aún sentada frente a los pasajeros, comenzó a desabrochar el cinturón de seguridad. Su cuerpo se sacudió contra el asiento contiguo y, por un instante, todo fue blanco. Al abrir los ojos, vio que la cabina estaba inclinada. El ambiente emanaba combustible, escuchó los gritos y vio humo en el exterior.
Elías observaba la pantalla de vuelos mientras tarareaba una melodía que no terminaba de tomar forma. En su libreta, apenas unas frases sueltas:
«Acordes suspendidos en el aire. Un horizonte que no avanza. El sonido del viento.»
Afuera, en la pista, un chispazo. Un niño, inmóvil, agarrado a su peluche. Un hombre sangraba mientras intentaba romper la puerta de emergencia. La voz del piloto crujía en los altavoces, pero nadie entendía.
Elías sintió que en su pecho vibraban las cuerdas de un contrabajo. Algo ocurría, aunque no sabía qué.
En la pantalla del aeropuerto, unas letras rojas parpadeaban:
EMERGENCIA EN LA PISTA. VUELO 417. APOCALIPSIS AL DESPEGAR.
Mientras tanto, Vera, con movimientos precisos, verificaba que la puerta estuviera en modo armado, la abrió. El tobogán se desplegó e infló en segundos, listo para la evacuación.
Con voz firme, Vera guiaba a los pasajeros:
—¡Uno a uno! ¡Salten y deslícense! ¡No se detengan al final!
Los pasajeros, aunque aterrorizados, seguían sus instrucciones. Algunos dudaban antes de lanzarse, pero la presencia calmada de Vera les infundía confianza. Un niño, aún aferrado a su peluche, miraba a Vera con ojos llorosos y llenos de miedo. Ella, en actitud estudiada y sonriente le dijo:
—Tú puedes, campeón. ¡Es como un gran tobogán en el parque!
El niño asintió y se deslizó por el tobogán, seguido de su madre. Mientras tanto, Vera continuaba coordinando la evacuación, asegurándose de que nadie quedara atrás.
Elías, continuaba en la sala de espera, una inquietud creciente se apoderó de él. La melodía en su mente se tornaba más intensa, casi desesperada. Al levantar la vista, observó a través de los ventanales del aeropuerto que una columna de humo negro se elevaba en la pista.
Se acercó al cristal, y su corazón se aceleró al ver que, desde un avión inclinado, las llamas y las figuras diminutas se deslizaban por los toboganes de emergencia. La palabra «Apocalipsis» resonó en su mente, no como un fin, sino como una revelación, una transformación. Tomó su libreta, y con manos temblorosas escribió:
«El fuego purifica, las almas renacen, melodías que surgen del caos.»
Comprendió que sus anotaciones respondían a una melodía inconclusa. La música, al igual que la vida, se construye sobre tensiones y resoluciones, sobre caos y armonía. —Elías pensó: cómo es posible que, en medio de esta tragedia, emerja una nueva inspiración, una melodía que hablará de resiliencia y esperanza.
Mientras las sirenas resonaban y los equipos de emergencia actuaban, Elías observaba como los pasajeros eran atendidos. En ese instante, vio a Vera liderando, enfrentando aquella emergencia. Su composición cobraría vida, reflejaría la capacidad innata de renacer incluso en las circunstancias más adversas. Ahora lo sabía: algunas armonías no nacen del orden, sino del fuego, del miedo vencido, del eco de una voz que nunca se olvida.
SERGIO TELLEZ
HUEVOS BLANDOS
—¡Si! Lo maté, el hijo de puta me tenía harto. —Pero ¿Por qué? Me preguntó una voz desde la celda de al lado. El silencio fue la respuesta, no iba a decirle la verdad a él ni a nadie dentro de la maldita prisión. Aunque sabía que más temprano que tarde todos lo sabrían.
Volvió a preguntar lo mismo. Al final, ¿qué más conversación puede tener un asesino igual que yo?
—¿Por qué lo mató? —preguntó.
—No importa —respondí, sin mirar hacia mi compañero.
—Sí importa —insistió—. Quiero saber qué pasó. ¿Fue una pelea? ¿Le debía dinero? ¿Lo estaba robando?
—Nada de eso —dije, encogiéndome de hombros.
—Entonces, ¿qué fue? —preguntó con insistencia.
—Simplemente… no podía soportarlo más —dije, intentando mantener la calma.
—No podía soportar, ¿qué? —preguntó con un tono de escepticismo.
—Lo que era —respondí, sin dar más explicaciones.
Se rio.
—Eso no es una respuesta. ¿Qué era lo que no podía soportar?
Me encogí de hombros de nuevo.
—No importa, ya está hecho —dije.
El tipo calló por un momento, antes de hablar de nuevo.
—Ja, ja, ja… Tarde o temprano lo sabremos.
Me reí sin humor.
—No necesita saber nada. Solo que estoy aquí y que no voy a salir.
Se calló de nuevo. Yo me quedé sentado en la oscuridad, escuchando el silencio.
*
La mañana del crimen, el cielo estaba encapotado, como si presagiara la oscuridad que se avecinaba. Como siempre, salí del trabajo a tomar las onces en la caseta de Doña Flor. Era un ritual que me acompañaba desde hacía años, un momento de tranquilidad antes de enfrentar el resto del día.
—¿Lo de siempre, Pablito? —preguntó Doña Flor, con una sonrisa que iluminaba su rostro arrugado.
—Sí, señora —respondí, sin necesidad de agregar nada más. Doña Flor sabía exactamente lo que quería.
—Recuerde cómo son los «huevitos», fritos, pero duros, sin una señal de esa… porquería que usted sabe —le recordé, con una mueca de desagrado.
Doña Flor se rio, mientras preparaba la cacerola y el aceite. —No me lo recuerde, esa frase me la sé de memoria —dijo, con una sonrisa—. Ya sé que no le gustan los huevos blandos.
Me senté en el banco, esperando a que Doña Flor me sirviera. El olor a aceite caliente y a huevos frescos llenaba el aire, y por un momento, olvidé todo lo demás. Pero solo por un momento.
*
Me senté en la silla de madera, con las manos esposadas detrás de la espalda. El juez me miró con una expresión severa. Por sus manos habían pasado muchos criminales, yo era uno más.
—Pablo Abaunza, usted ha sido acusado del asesinato de… —el juez consultó los papeles que tenía delante— …de Juan David Camelo. ¿Se declara culpable o no culpable?
Mi abogado, un hombre flaco y nervioso, se puso de pie.
—Su señoría, mi cliente se declara no culpable —dijo, con una voz que temblaba ligeramente.
El juez me miró de nuevo, su expresión inmutable.
—Muy bien. En ese caso, procederemos con el juicio. —hizo una pausa— Señor Abaunza, ¿tiene algo que decir en su defensa?
Me encogí de hombros.
—No hay nada que decir —respondí, con una voz baja y monótona.
El juez asintió con la cabeza.
—Muy bien. En ese caso, procederemos con el juicio. —hizo una pausa— Señor Abaunza usted ha sido acusado de un crimen grave. Si se declara culpable, puede recibir una sentencia más leve. Pero si se declara no culpable y es encontrado culpable, la sentencia será más severa.
Me miró de nuevo, esperando mi respuesta. Pero yo no dije nada. Solo me senté allí, con las manos esposadas detrás de la espalda, y miré al juez con una expresión vacía.
*
Mi primer y único día en el patio de comedores supuso que sería como cualquier otro, con la misma rutina, los mismos rostros y la misma comida insípida. Sin embargo, ese día ocurrió algo que no sucedía a menudo dentro del patio: un asesinato, mi segundo crimen.
Me senté en la mesa, al lado de un grupo de reclusos que me miraban con curiosidad. Ya sabían por qué estaba allí. La noticia se había corrido como pólvora: «El tipo que mató a su compañero de trabajo por unos huevos blandos».
Uno de ellos, un hombre grande y musculoso, se rio. —¿Le gustan los huevos blandos, eh? —dijo con una sonrisa burlona, mientras me los pasaba muy cerca de mi cara.
Mi cerebro se conectó en un instante con el estómago y se convirtió en un volcán en erupción, escupiendo lava de ácido y bilis que amenazaba con consumirme por dentro. Y sentí que el mundo se desmoronaba a mi alrededor. La risa del hombre se convirtió en un canto fúnebre, un réquiem para mi estómago que se retorcía en agonía. La habitación comenzó a girar, las paredes se cerraron sobre mí y sentí que estaba siendo arrastrado hacia un abismo de náuseas y terror. La visión de los huevos revueltos blandos se convirtió en una imagen apocalíptica, un símbolo de la destrucción y el caos que se había desatado en mi interior.
—Bueno, supongo que no le gustan los huevos blandos —dijo, y se volvió hacia sus compañeros.
Pero yo ya había visto suficiente. Ya había oído suficiente. Lo pensé muy poco, la imagen de aquellos ojos amarillos gelatinosos me habían segado.
«Uno o dos, qué más da, de todas maneras me voy a podrir en la cárcel». Me levanté de la silla y, con un movimiento rápido, agarré un cuchillo de mesa y lo clavé en la espalda del hombre.
La sala se quedó en silencio. Los reclusos se miraron horrorizados. El hombre se desplomó en el suelo, gritando de dolor. No sentí nada, ni remordimiento ni culpa. Solo me sentí aliviado.
Mi mente se desplazó al pasado. El crimen fue muy parecido al primero, y la causa era la misma: unos huevos crudos y blandos que me habían sacado de quicio. Recordé el grito desgarrador de Doña Flor al ver a Juan David, mi mejor amigo, tirado en el piso con el cuchillo de tajar carne clavado en su espalda hasta la empuñadura: «¡Lo mató, lo mató!», mientras corría hacia la fábrica a avisar a los vigilantes.
Juan David, mi amigo, me había pasado los asquerosos huevos blandos por la cara a propósito. Ya le había advertido: «La próxima lo mato», le había sentenciado, mirándolo fijamente a la cara. Pero él no me había creído.
*
El psiquiatra forense, Dr. Rodríguez, se puso de pie ante el juez y comenzó a explicar el caso de Pablo Abaunza.
—Su Señoría, el acusado padece de una fobia específica y poco común, que hemos identificado como una variante de la ovofobia, aunque no se ajusta completamente a esta definición. La fobia del señor Abaunza se centra específicamente en los huevos con poca cocción, su aspecto gelatinoso y su color amarillo intenso.
El juez levantó una ceja. —¿Y cómo se desarrolló esta fobia?
—Después de investigar en el pasado del señor Abaunza, encontramos un patrón de comportamiento agresivo y violento en respuesta a la exposición a huevos medio cocidos o medio fritos, que se remonta a sus años de escolaridad. Los matoneos y peleas constantes con sus compañeros por su asco a esos huevos sugieren que esta fobia se ha ido desarrollando a lo largo de su vida.
El fiscal se inclinó hacia adelante. —¿Y qué hay de la conexión con Alfred Hitchcock?
El Dr. Rodríguez sonrió sarcásticamente. —Bueno, resulta que Alfred Hitchcock, el famoso director de cine, era conocido por su aversión a los huevos. Es evidente que padecía de ovofobia, es irónico que se le considere una especie de icono de esta fobia.
El juez asintió. —Entiendo. ¿Y qué recomendación hace para el señor Abaunza?
—Creo que el señor Abaunza necesita tratamiento psicológico intensivo para abordar su fobia y desarrollar estrategias para manejar sus emociones y comportamientos. También recomiendo que se le proporcione un entorno seguro y libre de huevos medio cocidos.
El juez anotó algo en su bloc. Muy bien, Dr. Rodríguez. Su recomendación se tendrá en cuenta en la sentencia del señor Abaunza.
ANA DEL ÁLAMO
Comenzó a sonar el teléfono de madrugada.
Llevaba un rato en duermevela. Llovía a raudales y el estrepitoso ruido había quebrantado mi sueño.
Contesté con la extrañez de las horas:
_Óscar, soy Alfredo, tu vecino de abajo. Te has debido de dejar un grifo abierto, macho! Mi techo está a punto de desplomarse!
Me levanté precipitadamente y al poner un pie en el suelo me di cuenta que estaba todo inundado. Había dos palmos de agua y mis zapatillas flotaban como un cadáver en el río.
_Pero, ¡que diablos!! me dije en voz alta .
Llamé a mi esposa sin éxito, solo escuché el eco exaltado de mi voz.
Me apresuré a buscarla con el agua hasta las rodillas. Me preguntaba dónde puñetas estaría y por qué no me había informado de la situación. Yo la creía dormida a mi lado.
Pero…al entrar en el baño me quedé petrificado. Ya no sentí el frío lacerante bajo mis pies.
Adela estaba ahí, desparramada, flotando sobre la bañera. Pálida como la cera. Sus ojos mirando al frente. Su pelo lacio y rojizo serpenteaba en el agua.
!Que Dios me perdone! pero, parecía una muñeca de plástico, así tan desnuda y virginal.
No pude reaccionar. Me quedé con los pies anclados al suelo.
Al fin me acerqué. Hundí medio cuerpo bajo el agua hasta que di con el tapón. El desagüe comenzó a tragar con angustia. Entonces el cuerpo se ladeó hacia mí y ella me miró como diciendo: _no pudiste salvarme.
La saqué con mimo, la abracé gimiendo y la envolví con una toalla para tapar su pundonor.
Pedí auxilio abrazada a ella, pero mi voz no era humana.
No podía ni quería moverme. Toda mi vida pasó a través de ella en cuestión de segundos: el día que la conocí corriendo por el parque, casi chocamos los muy bobos, las noches en vela estudiando, los hijos que no tuvimos, sus manías, las mías. Era una película en blanco y negro pasando atropellada por mi mente.
Por fin la dejé descansando sobre el frío mármol y me apresuré a abrir la puerta. Medio vecindario estaba en el descansillo gritando. El espectáculo era dantesco. El ascensor se había parado entre dos pisos. No había luz. El agua caía por los peldaños como una catarata, y unas chispas amenazaban con saltar desde los cajetines .
Reparé que en el rincón de mi puerta, había una cartera . La reconocí. Era la de mi mujer. La abrí llevado por la incertidumbre del momento. No sabía qué buscaba. Había unos tiques ilegibles, sus documentos personales y un billete de avión empapado. No podia distinguir las letras impresas:
Nombre: Adela Carrión
Fecha: 25 de, de…
Origen: Madrid
Destino, destino….imposible de leer.
Las preguntas rebotaban en mi cabeza como un tormento:
_A donde? Con quién? Por qué?
Derrumbado me dejé caer sobre el mismo rincón que yacía la cartera, como un alma perdida. Ya no tenía fuerzas. Ya nada importaba.
Adela se llevó el secreto a la tumba y a mí con ella.
Ese momento se transformó en mi Apocalipsis final.
Aunque el mundo reventara a mis pies, aunque los cuatro jinetes cabalgaran delante de mí, aunque viera rayos y truenos cruzando el cielo y los mares desbordaran las playas…yo seguiría allí con el agua hasta el cuello abrazado a mis pensamientos sin que ya nada pudiera salvarme.
CESAR TORO
2099
En un paseo de rutina por el desolado océano, donde otrora fue una hermosa playa, Ilusor, tropieza con un misterioso objeto metálico que lo derriba, siente curiosidad y miedo a la vez, se acerca cuidadosamente y descubre con sus rayos X, que se trata de una cápsula del tiempo, emocionado corre y alerta a sus padres, Citizen y Ultra. Quienes acudieron presurosos al lugar para verificar el extraño objeto.
Al proceder abrir la cápsula con sus rayos láser, se han encontrado con una gran cantidad de textos antiguos, que inmediatamente comenzaron a escanear. Al procesar la información pusieron al descubierto lo que suponían. La existencia de una antigua civilización en él, “planeta tierra”, el cual, en tiempos remotos, fue habitado por seres humanos. Los mismos tenían diferentes costumbres; además, crearon sus propias leyes y decretos que; a la postre, los llevaron a su autodestrucción.
Los escritos escaneados revelaron que: el mundo estaba dividido en países con modernas metrópolis. Estos eran gobernados por hombres; los mismos, obligaban a los seres humanos a cumplir leyes absurdas, a tolerar lo malo y desechar lo bueno. También describe que: El hombre, en su afán egoísta y prepotente fue destruyendo poco a poco, su hábitat natural, “como si hubiera otro de repuesto”, creando una vida desordenada y contraviniendo los principios de supervivencia, extrayendo recursos del subsuelo, petróleo, gas, oro, entre otros, con el fin de obtener riqueza y poder, en su deseo consumista y depredador, fueron contaminando, ríos, mares; generando, enormes montañas de basura y desechos tóxicos para los seres humanos, lo que ocasionó una hecatombe a la ecología y el ecosistema global del planeta.
Dominado por la sed de poder y la codicia, el hombre se dedicó a desarrollar algo llamado «tecnología”, con ayuda de la inteligencia artificial; todo esto, aceleró la devastación planetaria; desencadenando, una serie de acontecimientos extraños. Se habla de la llegada de misteriosos seres gigantes que echan fuego por la boca y se trasladan en “ovnis”, adicionalmente, se han suscitado, extraños fenómenos naturales: Terremotos, huracanes, tsunamis y devastadores tornados e incendios de grandes proporciones que arrasan todo a su paso dejando una estela de muerte y desolación.
Estos desastres sobrenaturales, han menguado gran parte de la población mundial, además de las cruentas guerras de última generación entre países, han pulverizado ciudades enteras y sus habitantes huyen despavoridos de esta debacle. El fuego de las armas nucleares; también exterminó, la fauna y la vegetación. La tierra ha sido contaminada con agentes químicos. Los campos ya no producen, se volvieron estériles. Las fuentes de agua se secaron totalmente, la gente muere de hambre y de sed, las pestes y los virus hacen de las suyas matando a gran parte de la población mundial, sin que haya nada que los detenga; no obstante, en las grandes capitales del mundo, se habla de un “poder mundial” han aparecido enormes robots, drones, clones humanos, Jets capaces de surcar los cielos, rompiendo la barrera del sonido, servicio de tele transportación, máquinas para viajar en el tiempo y estaciones espaciales para turismo. “Las personas viajan al espacio llevándose sus problemas, porque aquí tienen menos gravedad”
Las monedas de intercambio han desaparecido, solo usan códigos y pagos digitales.
Los gobernantes del mundo se jactan de tener el control; sin embargo, lo que no han logrado detener hasta ahora, es la autodestrucción del planeta que avanza a pasos agigantados.
La tierra está saturada, el calor es infernal, los polos se derritieron, el mar ha vuelto a reclamar su espacio; grandes ciudades, quedaron sumergidas bajo las aguas.
Desde el cielo descienden, enormes asteroides, además, gran cantidad de desechos creados por el hombre, los cuales pulverizan cada vez más este planeta ya en decadencia.
Entre los textos escaneados, se describe también la historia de dos célebres gobernantes, que, en épocas remotas, dirigían las naciones más poderosas de la tierra, más un buen día enfermaron y fueron colocados en cámaras especiales y congelados sus cuerpos. Hasta que llegó, un extraterrestre y se ofreció a curarlos y así sucedió; no obstante, al ver el caos y la destrucción que se encontraba sumergido el planeta, se sintieron culpables y volvieron a morir.
El mundo terminó convertido en un lugar inhóspito, un completo basurero, los habitantes han desaparecido de la faz de la tierra, tal como se había pronosticado en un libro sagrado (El Apocalipsis).
Es así como: solo quedan unas extrañas criaturas llamadas androides, los cuales son mitad robots, mitad humanos y algunos extraterrestres, que dicen haber venido a salvar el planeta de la raza humana.
Al terminar de escanear el último libro, Ultra exclamó: «eran felices y no lo sabían», mientras Ilusor preguntó ¿Qué haremos ahora? Empezar de nuevo, fue la respuesta. Citizen sintió una sensación de alivio, por la dicha de estar vivo, abrazó a Ultra, su compañera, y a Ilusor, su hijo, como una sola familia.
Lo cual demuestra que: aunque todo se haya perdido, el amor perdura para siempre.
¿Mera fantasía o cruda realidad?
Sea usted el juez.
LOLI BELBEL
TIEMPO DE SANGRE
Venías jadeando con las manos extendidas hacia mí. Yo quería cogerte y auxiliarte, pero era imposible. Cuanto más me acercaba a ti, más lejos estabas. Te gritaba y parecías no oírme y seguías corriendo en una huida sin fin. Mi desesperación iba en aumento y tú sangrabas cada vez más.
Sé que no quedaba mucho tiempo y Cronos seguía mirándonos con su barba blanca y su semblante implacable. Yo sabía que una gota de sangre más y morirías y, contigo, toda la humanidad…
El temido Apocalipsis ya estaba aquí…
Tú eras nuestra única esperanza, la última guerrera contra los males del mundo, y yo tenía la misión de salvarte antes del alba. Quedaba poco tiempo y los nervios se apoderaban de mí y me hacían desfallecer… Pero seguía luchando y Cronos se encolerizaba, quería acabar cuanto antes y yo era un estorbo; bramó en busca de la ayuda de su aliado Morfeo entre el tictac de su descomunal corazón…
…Me mareaba por momentos, la debilidad se apoderaba de mí en la huida y veía a mi salvador lejano, llorando…
El dolor era insoportable y grité tu nombre desde aquella profundidad en la que caía, hacia un pozo de sangre donde me ahogaría, mientras oía en un eco a Cronos diciéndome que su aliado el sueño me inmovilizaría y que con su tiempo me aniquilaría…
Abrí los ojos notando tu mano en mi hombro, sujetándome ante aquella realidad alucinante, entre los gruñidos pestilentes de Cronos y Morfeo que perdían la posibilidad de vencer a la humanidad…
Tu aroma me devolvió a la vida y al acariciarte la cara me recorrió un escalofrío, ¡estabas herido!… ¡Ahora lo entendía todo! Me había desmayado al abrazarte por la espalda mientras te afeitabas, e hice que se resbalara la cuchilla y te abrieras la cara…
BLANCA CERRUTI
APOCALIPSIS
(La naturaleza se defiende)
Hace ya demasiado tiempo que el hombre ha ido arrinconando a la Naturaleza.
Construye viviendas y hoteles en primera línea de playa, reduciendo el espacio de la misma. Levanta urbanizaciones y ramblas en los cauces secos de los ríos. Tala arboledas para construir extensos campos de golf. Incendia bosques para extender las ciudades en las que ya no hay espacio para parques ni fuentes.
Las ciudades son cada vez más extensas y su población más densa. Sus viviendas son enormes rascacielos. Las calles se ven invadidas por una incesante circulación de vehículos.
Los grandes almacenes y supermercados, con sus potentes luces, ocultan la poca luz del día que deja ver la contaminación.
El ambiente se va enrareciendo y, en las ciudades más pobladas, las personas empiezan a llevar mascarilla fuera de sus casas.
Pero el hombre no aprende. Sigue construyendo en cauces, olvidando que son el lecho de los ríos. Expande sus costas ganándole terreno al mar desplazándolo hacia dentro.
Pero la Naturaleza no es de plástico, es algo vivo y empieza a reclamar su lugar en el planeta que, ha sido suyo, antes de que el hombre apareciera sobre él.
Las estaciones comienzan a descontrolarse. Ya no hace frío o calor cuando es lo propio. Nieva y hiela a destiempo. El mar reclama su sitio reduciendo las playas llegando hasta las puertas de las casas. Los ríos invaden sus cauces con enormes riadas que destruyen viviendas, negocios y acaban con cientos de vidas humanas.
Cada año sucede lo mismo, pero con mayor virulencia, sin embargo, el hombre sigue sin aprender y la Naturaleza se ha cansado.
Esta noche, en el más completo silencio, hace que lianas y enredaderas trepen por las fachadas y cubran totalmente las ventanas. Enormes raíces van levantando el pavimento de plazas, calles y avenidas.
Cuando llega el día, los hombres se van levantando. Corren las cortinas de las ventanas, extrañados de que no entre luz, y ven que están cubiertas de hiedras y otras enredaderas. Se frotan los ojos creyendo estar soñando, pero cuando consiguen abrirlas y se asoman…una terrorífica realidad les estalla en la cara. Todo cuanto ven está invadido por una exuberante vegetación.
Salen a la calle y, sorteando los escombros que han producido las raíces en el pavimento, asombrados y angustiados se preguntan unos a otros qué está sucediendo; no imaginan que, lo peor, aún está por llegar.
La Naturaleza ha expandido todo tipo de esporas en el aire esperando a que los hombres salieran a las calles. Han salido y las respiran, y estas empiezan a desarrollarse en el interior de sus cuerpos.
Enseguida comienzan a salirles brotes verdes por toda la superficie de su piel, hasta que sus cuerpos quedan convertidos en plantas, arbustos, árboles…
Los hombres ya no son hombres, ahora son vegetación, forman parte de la Naturaleza que no han sabido cuidar.
Pero la vida siempre se abre camino…quizá en algún lugar del planeta haya sobrevivido, y la Tierra vuelva a ser habitada, esta vez, por seres conscientes de que deben vivir en armonía con la Naturaleza.
GRACE PELLS
Anoche hablaba con mis muertos.
Te lo cuento así, para que puedas entender, porque seguramente te parecería muy loco si te dijera que están aquí.
Creo firme en que no necesitas que los tuyos te cuenten cosas; por eso no escuchas.
Hace tiempo que en el apocalipsis de mi cuarto breve, de mi cama chica, de los libros viejos, me rescataron las voces conocidas, esas que no vibran en todos lados.
Están en mi cabeza.
Están limpiando.
Te juro amigo, vienen cuando el silencio se acumula en el tacho de basura, en las alfombras sucias, y en el dintel de la puerta
Gracias por venir
No me fuí
Estuve acá siempre y no esperaba nada. Me salvo el agua y el gato que entra y sale cuando abro de vez en cuando la ventana.
Ahora estoy mejor
Todavía estoy roto, pero necesitaba otra cosa, nunca supe bien qué, algo que repare el desperdicio, el hambre de los abrazos, la mirada de otro sobre mi saco flaco.
Y cuando dijiste mi nombre tu voz sonó diferente entre la locura de las voces y me aferre a una pata de la fe
Quiero quedarme
Cuéntame
¿Llueve?
SILVIA RAFI GRACIA
RESILIENDO HASTA….(¿?)
Se avecinaba en breve. Se preveía que iba a ser una destrucción masiva sin antecedentes.
Para algunos grupos de personas de diferentes zonas del planeta ese apocalipsis anunciado ya no les iba a sorprender, dado que, total…( ¡qué terrible !), sus vivencias diarias consistían en formar parte de una destrucción indiscriminada sin la más mínima posibilidad de defenderse ni de refugiarse de ella. En un breve período de tiempo ya no les quedaría tampoco espacio para albergar ningún tipo de esperanza; aunque quizás no llegarían nunca, entre el vívido terror de cada momento presente, a que les llegasen noticias de lo que el futuro inmediato deparaba para todo el planeta.
Algunos, los más poderosos, habían preparado inmensos refugios que les mantendrían aislados y protegidos de la hecatombe con víveres y complementos alimenticios acumulados para subsistir durante muchos años (no se preveía que fuesen muchos los «privilegiados» que conociesen esos lugares o que les fuese a ser permitido entrar); y también con semillas diversas.., embriones de seres vivos…., y cómo no, sistemas de robótica, altas tecnologías, inteligencia artificial… Y grandiosos laboratorios repartidos entre cada uno de los diferentes refugios.
Se extendían voces sobre la existencia y ubicación de esos lugares y se decía que eran futuras naves espaciales que, a su tiempo, se elevarían alejándose del planeta. Pero ninguna persona entre las de «a pie» sabía exactamente nada de cierto.
Algunos se dedicaban a extorsionar, a agredir, a destruir…como diversión perversa o como desahogo de su ira, de las emociones de rabia contenidas…
Otros corrían de un lado a otro desconcertados y llenos de pavor
Otros bromeaban con ironía, o con sarcasmo, sobre lo que se había anunciado acontecer…
negando que fuese real o trivializando lo esperado como única solución para auyentar el temido horror
Otros se reunían. ..
Unos para orar en comunión, a sus diferentes dioses o divinidades; otros para largamente abrazarse…
Otros para meditar unidos, conectando, quizás, con una unidad universal de frecuencias similares…
Otros…
Muchos se despedían de quienes sabían que ya nunca más volverían a ver…. Ernesto y su hermana se dijeron «Te quiero mucho. Llévate este sentimiento muy adentro; aunque esté lejos estoy contigo, siéntelo».
Y otros…
De aquel devenir habían estado hablando, corazones hechos trizas y el alma doliendo derrotada, Sandra junto con sus más cercanos y amados seres. Se habían reunido, incluídos una anciana perrita y un hogareño gato.
Habían llorado juntos y habían decidido optar por un suicidio en común «en familia» (puesto que no había un solo atisbo de esperanza); el menos invasivo y doloroso de entre los que les resultó posible acceder.
No cabía ya llorar más; no querían que fuesen así sus últimas horas….
Siguieron conversando, apurando su tiempo de vida antes de que se transformase en un sutil soplo de aliento… Expresaron qué sentimientos de gran tristeza y empatía provocaban en ellos, en ese momento, aquellos seres vivos, no humanos, absolutamente inocentes y ajenos a la locura de practicar o sucumbir por avaricia o ignorancia el exterminio. Y manifestaron agradecimiento hacia los elementos de la naturaleza, que les habían acogido.y permitido vivir ofreciendo a todos los seres su inmenso esplendor con la potencialidad de generar belleza y vitalidad.
Y desearon juntos para todos los seres una muerte sin sufrimiento ni dolor (aún no pudiendo evitar el sufrimiento y el dolor de ser conscientes de la inexorable catástrofe).
Y luego, sintiéndose muy unidos, fueron recordando y conmemorando bellos momentos de sus historias de vida.
Se dijeron cuánto se amaban, también consiguieron reir, recopilaron palabras, canciones, poesías, relatos…que hubiesen tenido para cada uno de ellos agradables significados… Imitaron distintos sonidos; del viento.y del mar…y de los pájaros, las ranas…, diferentes aleteos, diferentes pisadas sobre diferentes suelos…y de cómo imaginaban el canto de las ballenas… Incansablemente siguieron recordando…, o imaginando… , como si así pudiesen evitar su catastrófica extinción.
Cada uno tenía mucho que decir y decían, intermitentemente, y los otros les seguían
Experimentaban con los diferentes ritmos posibles de sus individuales respiraciones.acoplándolas y adaptando a ellas bellas melodías que al unísono creaban…
La compenetración entre todos ellos alcanzó la cúspide.
Presionaban mientrastanto suavemente sus manos y sus cuerpos pero llegaron a formar una red que les inter-conectaba tan profundamente, siendo cada uno canal de todos los otros, que se evadió la necesidad de sentir el roce de sus cuerpos ni de sus pieles… Las personitas no humanas que eran igualmente parte de aquel grupo permanecían también integradas en aquella red, para todos evidentemente perceptible, acoplada también su respiración, manteniéndose descansando sobre el abdomen o el pecho de unos u otros
Sus voces se fueron perdiendo…desintegrando… Pero aún habiéndose dispersado su sonido, habiendo perdido ya su individualidad las seguían percibiendo en sus adentros, o más bien sumergidas entre un todo que era ya todo y nada, unísonamente.
Eran todos, individualmente; y eran simultáneamente sólo uno.
Vieron la Tierra desde muy lejos, la podían distinguir, aunque careciesen ya de ojos para mirar, aunque era ya, esa Tierra, muy diferente a la que habían conocido (la destrucción la había transformado y era ahora irreconocible) aunque al mismo tiempo la percibían totalmente reconocible. Y podían divisarla indistintamente tanto desde una gran lejanía como desde una distancia muy cercana.
Sintieron la frecuencia vibratoria de otros seres (de otras almas, de otras frecuencias energéticas) y entre ellas muchas se buscaban atrayéndose amorosamente y, reconociéndose como iguales en lo más esencial; y, encontrándose, su fuerza crecía multiplicándose. Y se percibía en ella, latente y silente, una sutil pero creciente energía creadora.
No existía ya el tiempo, solo una especie de pulsación que sugería pertenecer a un benevolente corazón de infinitas dimensiones y que iba generando una palpitante armonía que se reconocía ancestral..
Se encontraban en una especie de espacio de «ninguna parte» entre el todo y la nada pero que transmitía una tranquilizadora paz.
De repente, el eco de un irreconocible sonido fué ganando potencia…
La voz de Luis resonó cada vez con mayor fuerza hasta que Sandra despertó en su cama y fué descubriendo que Luis se había justo incorporado alertado por los ruidos que había hecho su hijo al levantarse.
«¿Te ocurre algo Pol?», le estaba preguntando Luis.
» Creo que la cena de ayer no me sentó bien, o quizás sea un virus… No sé…» , respondió Pol.
Sandra valoró, por el tono de voz de Pol, que no se trataba de nada que requiriese atención inmediata y que era suficiente con que Luis se ocupase de él para que pudiese obtener la necesaria.
Prendió la libreta que guardaba en su mesita de noche y comenzó a escribir todo lo que pudo ir recordando sobre su extraño, intenso y vívido sueño; que, aunque en un inicio fué una trágica y terrible pesadilla acabó en una sensación de profunda paz.creciente.
Luego, mientras desayunaban juntos, Sandra exclamó tras un suspiro:
«¡ Qué bello que llega a ser nuestro planeta y qué entrañables todos los «bichitos» que lo habitamos y amamos !»
Y seguidamente, tras las miradas de asombro de Luis y de Pol
» He tenido un sueño tan extraño… Pero ya os lo explicaré en otro momento»
Y siguieron desayunando….
(Sílvia R.G.//23/03/2025)
HAROLD LIMA
La mirada se hizo aun más intensa y los ojos parecían le estallarian en un único y gran grito contenido.
—¿no puedes hacer nada bien? Deja lo hago yo. Arranco con furia el cableado de las manos de Simon. Continuo quejándose mientras también se hacía un lío. —Ni en el maldito apocalipsis me puedes servir para algo. Dijo ella dando pequeñas maldiciones y gruñidos.
—Que es revelación, no apocalipsis. Dijo él, apenas en un murmuro qué se ahogaba con el miedo de recibir los gritos de su pareja.
Afuera las llamaradas caían como fuegos artificiales que llenaban el cielo de destellos multicolores; los habían muchos que dejaron de pelear y se limitaban a solo mirar la devastación en tranquila pasividad.
Posiblemente Simon se hubiera unido a este último grupo de no ser por ella, posiblemente estaría en un grupo de orgia del fin del mundo en estos instantes o brindando con cianuro en una última fiesta sectaria.
La realidad era que se encontraba recibiendo regaños de una hermosa morena que conoció hace un mes y procurando encender una pequeña lancha de helices para un desesperado escape del planeta.
—Deja de mirarme como estúpido y pasame ese alicate. Dijo ella. Y él la miró en silencio; hasta el momento no se había cuestionado ¿quien era esta mujer o de donde había salido?
Hace solo tres meses vivía tranquilo de su trabajo de cajero, las mañanas en ventanilla y las tardes tomando una cerveza o dos en el bar cercano y conversando con los amigos de la cuadra. La vida ideal según el mismo.
Luego un día una hermosa mujer, aparece en su puerta reclamándole algo sobre una mala transferencia.
—Es imposible yo no tenga dinero en el banco, siempre tengo, solo deseo y aparece. Así ha sido siempre. Aquí hay un error.
Simon en un inicio se cuestiono la cordura de la joven, pero avanzando el día pudo ver que la delgada morena era un verdadero dios en la tierra y le bastaba desear algo para que ocurriera.
En un comienzo lo explico por su gran belleza que influia en otros, nadie le cobraba nada y le bastaba bostezar para que algún transeúnte desconocido le ofreciera lujos o caprichos, a esto no se limitaban los hombres, también se unian ancianas y niños que desprendidamente le entregaban cosas como adivinando sus deseos.
Ahora bien, Simon también se unió a esta corte de admiradores de la bella morena sin nombre, esos días ella lo arrastraba en busca de diversiones diarias, viajando, comprando y disfrutando. Nunca era necesario dinero o tiempo pues bastaba ella deseara más y el mundo mismo se amoldaba a sus caprichos.
—una mañana en dubai luego de una noche de pasión ella se abrazo desnuda a Simon y le dijo: —¿Sabes porque estas aquí? Pregunto, sin desear una respuesta. —Yo te desee y apareciste, no eres más que un deseo mio.
Simon sintió un escalofrío, más tarde el escalofrío se hizo más intenso al ver los noticieros. «La tierra completa sería destruida por la caída de un meteorito, para suerte nuestra las esquirlas acabaría con todo lo vivo mucho antes la toca estelar nos diera de lleno.»
Ella se puso pálida en lo poco que podía apreciarse en su canela rostro, sin una imperfección, dio caminatas en el salón de la suite del hotel. Murmuraba su extrañeza y maldecia, maldecia mucho.
Simon solo la veía y callaba buscando no molestarla. Era mejor no molestar a esta diosa iracunda y adelantar el fin.
—Maldita lancha enciende, no quiero morir. Esto está mal. Y lo estaba pues a lo lejos ya se podía oír los gritos de dolor y la gran onda de calor que avanzaba hacia la joya del desierto, ciudad de maravillas, espejismo tecnológico.
La lancha se dio por vencida y arrancó empujada por el destino, ambos subieron.
Simon la miro extrañado mientras su cabello bailaba por la briza marina, le costó creer que era un dolor de cabeza además de bella. Y con una palmada en el hombro la despidió.
Una fuerza de succión extraña inicio en las nubes del desierto carmesí y la succiono haciéndola desaparecer.
El se quedo en el bote solitario mientras el cielo y la tierra quedaban en llamas. Pensó en el bar y la cerveza helada después de su trabajo de cajero, el viejo juan quejándose de la política y Rubén a punto de caer al suelo de lo ebrio que estaba.
Simon abrió los ojos, esto era una revelación para el, así se sentía ser un dios en la tierra, bastaba desearlo y algo te decía ya estaba cumplido, deseo faltarán 5 minutos para las 8 y dormir algo más. Si salía con calma llegaría temprano, el mundo se podía acabar cualquierdia qué el estuviera de mal humor, hoy estaba feliz. A ella no la extrañaría o la traería para un fin de semana y le diría que la imagino y solo apareció.
MARÍA JESÚS GARNICA
Me desperté con una resaca de campeonato. La boca pastosa, dolor de cabeza.
Intenté, antes de abrir los ojos, recordar.
Si, la gente corriendo por la calle, aquellas bolas de fuego caídas del cielo.
El caos. No bebí nada?
Abro los ojos. La luz es inexistente.
Intento ponerme de pie, las náuseas me doblan.
Mis ojos se adaptan a la poca luz. Un cuerpo está a mí lado.
Es Ana, mi novia, tiene media cara como comida, el pelo lleno de sangre.
Lloro, está muerta.
Me voy al baño y me miro en el espejo, tengo media cara como comida, la sangre seca llena todo mi cuerpo.
Siento como Ana se levanta, nos miramos.
Y salimos a la noche, a comer.
Es el apocalipsis.
REBECA FS
El apocalipsis.
Ahora, que he llegado hasta esta esquina, donde no queda ni una brizna de vida en la zona, habrá que pensar en algo.
Ya no hay nada, pero el aburrimiento, los años o la paciencia me enseñó a que en el apocalipsis también se puede crear.
Habrá que cambiar, metamorfosearse, y seguir cantando.
Formaré un grupo. El club de los apocalípticos.
Ya, solo, con eso, habrá una razón para crear, briznas de la oscuridad.
LUZ LÓPEZ
Apocalipsis
Me llegó la invitación por correo electrónico. Anastasia, la sobrina política de mi hermana me invitaba a su segunda boda. Ni me enteré cuando fue la primera. En esta ocasión supe que el futuro esposo era un tipo extranjero que había venido expresamente a casarse con ella.
La invitación rezaba que la ceremonia se llevaría a cabo en la playa de un reconocido hotel de lujo y que la ceremonia de la boda sería formal ahí mismo, por lo tanto, nos invitaban a usar vestimenta adecuada para tan importante evento, después de lo cual, seguiría la celebración en las instalaciones del hotel, cabe destacar que el hospedaje y los alimentos eran por nuestra cuenta.
Me hizo ilusión asistir a una ceremonia de esas que sólo había visto en algunas películas y acepté, sería para un fin de semana. Le transferí con anticipación el costo correspondiente para mi hospedaje y alimentos a la novia y me transporté junto con otros familiares más cercanos a ella, que también fueron invitados. Los comentarios en el viaje no se hicieron esperar e hicieron el trayecto más ligero. Se destacó que la novia había cambiado mucho, que aún seguía siendo bonita y su comportamiento había cambiado, ya no tenía los cambios de humor que la caracterizaban, todos le deseábamos se asentara y fuera feliz.
La llegada al hotel fue un poco caótica, en la recepción se nos informó que posiblemente tendríamos fuerte lluvia al anochecer. Los saludos y abrazos se repetían con alegría, algunos familiares de ella venían demorados por el tiempo, pero todos queríamos conocer al novio, el cual, al lado de ella, no se cansaban de sonreír y de agradecer nuestra presencia en su boda. No lo acompañaba ningún familiar de él, por lo lejano del país y sus padres eran mayores lo cual les impedía viajar. Pocos comentarios desfavorables hubo al respecto. Todos estábamos con ganas de disfrutar la fiesta.
La ceremonia con el juez sería a las 5.00 de la tarde. Por lo tanto, nos fuimos dispersando cada cual, a sus habitaciones, algunos a descansar y a prepararnos para asistir a tiempo a la misma. El calor era insoportable.
Poco a poco cercana la hora, fuimos tomando asiento en la parte de playa donde se había colocado una especie de enramada donde se llevaría a cabo la boda. Disfrutábamos la vista del atardecer.
Con puntualidad, el juez inició la ceremonia, se empezaron a mencionar los votos del compromiso matrimonial y de repente el viento empezó a soplar fuertemente, las olas se incrementaron y aumentaron de tamaño, pero todos seguíamos tratando de mantenernos en nuestros asientos y de guardar la compostura. De repente un gran viento acompañado de lluvia, seguido de una rabiosa ola, tiró la enramada y al juez junto a los novios sobre la arena. Como si nos hubieran dado una orden todos empezamos a correr hacia el hotel, varios tropezando con las sillas, cayendo y volviendo a levantarse, algunos ayudaban a otros, pero la confusión y el desorden privaban alrededor. Algunos vigilantes y personal del hotel acudían a rescatar sillas y personas, pero la locura y los gritos se confundían con el rugir del viento. Alcancé a ver como la novia agarraba a golpes al novio, ambos empapados, él trataba de abrazarla para calmarla, pero la furia también había vuelto a hacer presa de ella.
FERNANDO LÓPEZ AGUILERA
Pueblo salvaje.
En un parque, empezaba a oscurecer, advirtiendo de que la tarde pronto cedería su paso al anochecer. En ese momento, dos hombres que vigilaban de sus pequeños comentaban una noticia reciente.
— ¿Has visto lo que han publicado? — lanzó la pregunta uno de ellos abriendo un nuevo tema de conversación.
— Te refieres a lo de ese pueblo salvaje — le respondió su semejante con curiosidad.
— Efectivamente. Parece increíble que, a estas alturas, aún existan ese tipo de lugares.
— Bueno, no te preocupes. No creo que resistan mucho más. Finalmente tendrán que civilizarse no les quedará más remedio.
Los dos “hombres” prosiguieron disfrutando de aquella plácida tarde que, ya despedía al invierno.
Pero, ¿De qué pueblo salvaje hablaban? ¿Qué parte de mundo todavía no había sido alcanzada por la plenitud?
Se trataba de un lugar en el que las personas vivían de manera muy distinta a como el resto de la humanidad vive actualmente.
En primer lugar, sus vidas se desarrollan en torno a un trabajo. A este, le dedican gran tiempo de sus vidas a cambio de recibir del mismo unas retribuciones salariales. Claro es muy injusto, porque no todos perciben la misma cantidad de salario, de ahí que aparezcan desigualdades entre ellos mismos.
Era entonces cuando aparecía la codicia. Algunos de estos salvajes, en nombre del esfuerzo y el sacrificio, pretendían prosperar por encima de los demás.
También se habla de que adquieren e intercambian cosas de valor a través de papel y metal. Obviamente ajeno a ningún control justo que vela por la correcta convivencia y armonía que, si disponemos, menos mal, en los lugares desarrollados plenamente del planeta.
Además, se alimentan de lo que la tierra les proporciona. Siembran y recolectan los productos que van a consumir. Ingiriendo alimentos que han podido estar contaminados y que no se han diseñado, creado y distribuido bajo el control exhaustivo de un laboratorio. Del mismo modo son unos bárbaros. Los mismos animales, que se ocupan de criar. Al alcanzar cierta edad, los sacrifican, descuartizan y dan de comer a sus hijos e hijas.
Por otro lado, son unos dementes ya que no solo se reproducen sin ninguna intervención. Rompiendo la regla básica de control de la especie humana. Sino que lo hacen a través de un contacto físico esporádico, exponiéndose a contraer enfermedades. Y lo que es más grave, trayendo a este mundo descendencia que puede no ser perfectamente genética y apta para la vida.
También se cuenta de estos salvajes, aquellos que han tenido el valor de andar entre sus tierras. Que aún siguen idolatrando a semejantes parecidos a ellos mismos. Continúan amontonándose para ver a un cierto número de hombres correr por un pasto detrás de una pelota. Y encima, hablan de esos actos tan bajos con pasión y orgullo.
Lo más preocupante de esta gente inadaptada. Son los que pertenecen al grupo de rebeldes que se atreven a escribir historias sin pasar por el filtro de La Madre. Ellos, se han sustentado de lo que llaman creatividad, para promover entre los demás bárbaros historias que se transmiten de unos a otros y que les infunden aliento y esperanza. Son unos atrevidos, dicen que sus escritos son su forma de entender el mundo que les rodea. Y que para ello utilizan el “sentido común” atreviéndose a pensar por ellos mismos.
Estos, son los clasificados como instigadores de las revueltas. Ellos y ellas han sido los más perseguidos. Son los líderes que mueven a esos bárbaros a pensar que otro mundo mejor es posible.
Aquellos dos “hombres” retomaron su conversación.
— Menos mal que aquí ya vivimos en la plenitud, después de que La Madre se erigiera como la vencedora de entre todas las diferentes inteligencias artificiales.
— Así es, según se cuenta, fueron tiempos convulsos mientras el mundo estaba dirigido por los antiguos hombres. Ahora podemos quedar tranquilos, nuestras vidas están a salvo con La Madre.
— Chicos nos tenemos que ir. Reunid a vuestros hermanos — Reclamó un padre a su hijo.
En ese momento, la conversación concluyó. Los padres fueron advertidos, vía bluetooh, de que su tiempo de ocio diario había concluido. Así pues, sendas familias retornaron a sus células de habitabilidad.
La relatividad, pensó uno de ellos, mientras caminaba. Lo que para ellos era «salvajismo», para otros era libertad. El apocalipsis, pensó, no era un evento futuro, sino una realidad presente, un abismo que se abría entre dos mundos.
En las sombras del parque, un eco persistía. El susurro de los rebeldes, el latido de un corazón salvaje, la promesa de un mundo mejor, o no.
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
Apocalipsis.
(El fin).
Estoy tan cansada de ir de un lugar a otro sin rumbo, huyendo de mi misma, regresando al principio una y otra vez, sin lograr poner los pies sobre la tierra.
Me cansé de fingir de sonreír hipocritamente a otros, me cansé de lisonjear, cuando en realidad quisiera golpear a esos que te adulan y dan un beso en la mejilla como aquel Judas traicionero.
Como seguir tu vida?.
Como quitar las máscaras qué te dejaste imponer.
Que pesadumbre, seré pesimista? O será realmente la vida así?.
Desde hoy me encerraré en mis cuatro paredes, ya no quiero fingir más, estoy harta de mi de todo.
ARCADIO MALLO
Apocalipsis
Imagen de wordpress
La cuenta atrás para mi apocalipsis personal comenzó aquel día. Lo recuerdo como el día más triste de mi vida hasta entonces. Era otoño. Un otoño más triste de lo normal, si cabe. Me quedé cojo. «Era el abuelo, es ley de vida», decían algunos. Sí. Era el abuelo. Con su partida se caía el primer pilar de mi mundo. Un mundo frágil, susceptible a los golpes de la vida, ajeno a la realidad que lo rodeaba cada amanecer. Aquel día fue como recibir un bofetón, de los que hacen la cara más dura de cara al siguiente. Supongo que es así como se crece y se madura. ¡Vaya mierda de sistema!
Desde ese día el reloj de mi apocalipsis no paró. Hubo épocas que se acercaba más a cero y otras que sumaba horas ya descontadas. Supuse que sería ley de vida y que, los momentos felices suman tiempo al destino.
Hoy lo estoy viendo cerca otra vez. Sin comerlo ni beberlo. Un coche se saltó un semáforo en rojo y se empotró en el mío. Y aquí estoy, atrapado entre el amasijo de hierros esperando a los ángeles de la guarda que vengan con sus sirenas a sacarme de aquí y a recuperarme minutos que he perdido.
Espero que lleguen antes que mi apocalipsis personal, aunque nunca tan cerca lo vi
EVA AVIA TORIBIO
Apocalipsis teatral
ACTO 1
Personajes:
-Madre de él.
-Sacerdote.
Argumento:
La madre de él acude al sacerdote del pueblo para envenenarlo. Su objetivo es deshacerse de la mujer que quiere arrebatarle a su hijo.
Escena 1 (Confesionario. Los personajes están situados de lado para ser vistos)
Madre de él: (Afligida, besa la mano del sacerdote) Padre, su más humilde servidora se postra ante usted para que el señor se apiade del alma de mi dulce hijo.
Sacerdote: Hija mía, ¿qué pecado tan impuro ha podido cometer la dulce alma de su hijo, que tanto la acongoja?
Madre de él: (Sentándose) Padre, el alma de mi hijo ha caído en manos de satanás. Satanás se ha reencarnado en el cuerpo de una mujer con la intención de mancillar el alma de mi hijo.
Sacerdote: (Santiguándose) ¡Ave María Purísima! Hija, el acto de que la acusa es penado con la horca. Seguro que es un alma descarriada que necesita de penitencia.
Madre de él: Padre, no ha podido ser de otra forma. Mis ojos han visto esos actos pecaminosos. La dulce alma de mi hijo ha sido embrujada.
Sacerdote: Reláteme lo que sus honrados ojos han visto.
Madre de él: Se que no está bien espiar a los demás, pero mi alma sufre por mi hijo y por eso le seguí hasta donde se encontró con la pecadora. Mi dulce hijo tocó a la puerta y esta se abrió sola.
Sacerdote: (Santiguándose) ¡Ave María Purísima! Prosiga, hija mía.
Madre de él: A pesar de ver lo que estaba viendo, no pude apartar la mirada. Ella, desnuda, se retorcía en el lecho, mientras mi pobre hijo, estaba de pie inmóvil frente a ella. La hermosa piel de ella se tornó gris, arrugada. Comenzó a gritar palabras extrañas. Sus extremidades crujían a cada movimiento que hacía. Al levantarse del lecho, sus movimientos eran erráticos, arrastraba los pies. Le prometo, padre, que le estoy contando toda la verdad.
Sacerdote: ¿Y su hijo, que hizo?
Madre de él: (Sollozando) Los ojos de mi hijo parecían los de un cochinillo a punto de morir. Lo atrajo hasta ella y se enganchó a él como la serpiente que es. Ambos se retorcían, haciendo posturas que no soy capaz de explicarle, porque no tenía conocimiento de que un hombre podía hacerlas. Satanás ha reencarnado en esa mujer para traer el Apocalipsis a esta tierra santa.
Sacerdote: (Agitando su túnica) Entiendo. Y ahora, hija mía, necesito saber de que alma se ha apoderado el pecador. Luego reza tres Ave Marías y marcha tranquila, que el Señor dará fin a estos actos.
ACTO 2
Personajes:
-Sacerdote.
-Gente del pueblo.
-Madre de él, Pedro.
-Pedro, que no habla.
-Ella, Aida.
-Ejecutor, que no habla.
Argumento: La escena sucede en la plaza del pueblo. La gente del pueblo está envenenada por las mentiras que ha esparcido la madre de él. Él, Pedro, es una marioneta de su madre. Ella, Aida, en su último aliento maldice a los varones de la familia de él, Pedro. La madre de él, obsesionada con su hijo, maldice a las mujeres de las generaciones siguientes.
Escena 1 (Plaza del pueblo. La gente del pueblo va con piedras, velas y palos. Cadalso)
Sacerdote: (Con biblia en mano y señalando a ella). Ante nuestro señor misericordioso se encuentra nuestra hermana Aida, que ha sido mancillada por satanás. En un acto de piedad, y para darle paz a su alma mancillada, vamos a darle fin a su sufrimiento.
Gente del pueblo: (Gritando) ¡Pecadora! ¡Muerte a la pecadora! ¡Es lo que te mereces, puta! ¡Lasciva! ¡Ramera! ¡Zorra!
Padre de Aida: (Suplicando) ¡Mi señor, tenga piedad de su alma! Mi hija no es culpable de los actos de los que es acusada.
Madre de él: (Cogiendo a Pedro) ¡Mírelo! Tiene el alma corrompida desde que ella lo sedujo. Solo la muerte de satanás dará fin a su estado.
Gente del pueblo: (Gritando) ¡Ella es la culpable de que todos los hombres sean cerdos a punto de morir! ¡Bruja! ¡A la horca! ¡Hija de satanás!
Sacerdote: (Alzando la mano) Recemos todos por el alma perdida de nuestra hermana Aida. ¿Alguien quiere decir una última palabra que ayude a su alma perdida?
Ella, Aida: (Gritando. A punto de ser ahorcada) ¡Yo no soy culpable de los actos de los que se me acusa! Mi único pecado ha sido amar a un hombre que no ha mostrado su valía como tal. (Señalando a él) ¡Maldigo a todos sus descendientes varones a vivir sin amor!
Madre de él, Pedro: (Santiguándose) Señor ten piedad de su alma pecadora. (Dice entre dientes) Serán las mujeres de tu familia las que nunca amarán porque al hacerlo su alma será poseída por satanás.
Sacerdote: (Dando la orden con su cabeza) Que descanse su alma en paz.
Besos, La Incondicional.
MANUELA CÁMARA
CUANDO EL MUNDO DESPERTÓ
Cuando desperté, el café ya no estaba.
Primero pensé que se me había olvidado comprarlo. Luego, que mi hija lo había escondido para gastarme una broma, porque sabe que en cuanto abro los ojos mi primera parada es frente a la cafetera. Me puse el chándal dispuesta a sortear este leve obstáculo y me pinté los labios (tú ya sabes, mi alma: arreglá pero informal). Caminé hasta la cafetería del final de la calle en busca de mi chute indispensable de conciencia.
Pedí un espresso y el camarero me miró como si le hubiera pedido veneno.
—Voy a tener que colgar un cartel en la puerta —respondió, medio enfadado—. No hay café. Puedo traerle té o chocolate caliente. Y en ninguna parte hay café, así que no insista.
Me fui sin pensarlo dos veces. Descendí el último tramo de la Cuesta de los Civiles y ni siquiera tuve que cruzar el semáforo: desde allí se veía el rótulo en el escaparate de la cafetería de los Animales. «No hay café».
Recorrí a paso ligero toda la avenida hasta la zona de los supermercados. No me lo podía creer. ¿Qué harían los médicos con sus guardias interminables? ¿Los periodistas con sus cierres de edición y coberturas nocturnas? Entré en el supermercado. Las estanterías estaban vacías. La gente peleaba por las últimas bolsas de té. Me lancé con fuerza al tropel para atrapar las dos últimas cajas de 50 sombras de Grey (Earl Grey Tea). ¿Y los programadores? ¿Cómo iban a sobrevivir sin café? Código hasta el amanecer, bugs inesperados, entregas urgentes…
En los días siguientes, los telediarios repitieron las imágenes de las peleas en los supermercados. En las oficinas, el rendimiento cayó un 80%. Llegó el paro técnico. Cerraron gran parte de las cafeterías. Y era lógico. ¿Qué harían los policías y bomberos sin su dosis de cafeína? ¿Los pilotos y la tripulación aérea con sus diferencias horarias?
La huelga de transportistas paralizó los envíos. Los mensajeros ya no recorrían la carretera de noche. La bolsa se desplomó. Vinieron los disturbios. La ONU convocó una reunión de emergencia. Los países productores negaban haber cultivado café alguna vez.
¿Qué estaban tramando?
Primero fue la pandemia: mascarillas, material EPI, vacunas… Grandes empresas se enriquecieron porque todas habían invertido en los mismos laboratorios. Luego, la guerra de Ucrania: la Unión Europea aconsejaba preparar mochilas de 72 horas, alimentar el miedo a un conflicto, a una catástrofe, a otra pandemia… Pero sin plan de defensa. Sin equipamiento. Sin estrategia. Solo jugando con la posibilidad.
Y ahora, la falta de café. Un nuevo toque de queda. Acusaciones entre potencias. Un misil cayó sobre Brasil, el mayor productor del mundo. Otro sobre Vietnam, especialista en el café Robusta. Hubo represalias. Y entonces, la guerra.
Ahora, confinada de nuevo en casa, intento recordar el sabor del café. Disuelvo un caramelo negro en agua caliente. Quieren convencernos de que el café nunca existió, pero yo guardo mi tesoro bajo la cama.
El mundo arde. Intentan alcanzar la paz en mitad de este apocalipsis. Nos manipulan una vez más.
Pero, por fin, el café ha conseguido que nadie duerma.
MCP.
AXY LINDA
Apocalipsis
El hombre dejó al periquito en la tienda de adopción con cierta prisa, como si el animal le causara inquietud. Explicó que le había llegado por error, acompañado de una nota en la que solo se leía:
“Me llamo Apocalipsis. Mis dueños se han ido al otro mundo.”
El encargado del refugio, un anciano amable, acarició al ave y le sonrió.
Apocalipsis era un periquito deslumbrante. Su plumaje era hermoso, pero lo más llamativo era su mirada: profunda, antigua, pues en ella habitaban siglos de conocimiento.
La primera en adoptarlo fue una anciana solitaria. Apenas tuvo a Apocalipsis en casa, sus vecinos notaron su ausencia. Luego, los padres de un niño enfermo, una mujer agotada por la vida…
Las investigaciones no llevaron a nada. No había signos de violencia ni de huida. Solo desapariciones silenciosas.
Y, misteriosamente, el periquito siempre regresaba a la tienda.
Hasta que un día, Apocalipsis posó su mirada en el anciano del refugio.
—Ya te lo ganaste —susurró el ave.
Y entonces, todo cambió.
No más muerte, ni gritos, ni envidias, ni mentiras. Solo luz, solo amor, solo paz.
El mundo viejo había quedado atrás.
ANTONIO PRADES
El juicio
Aquel día, ya no era de día sino de noche. En el cielo empezaba a verse la luna con su joroba en aumento, una luna nueva pero con la misma oscuridad de siempre. Daniel hacía más de media hora que esperaba a su hermana apoyado en la verja de acceso al jardín. A las siete habían acordado encontrarse allí, en el hogar donde habían vivido los primeros años de su vida.
Sin ser un mal barrio, las demás casas miraban a aquel palacete modernista de principios del siglo pasado con admiración y envidia, avergonzándose de ellas mismas pues carecían de esa fachada asimétrica y curva, con motivos florales que tanto llamaban la atención. En retrospectiva, la mayoría de cosas parecen más bonitas, pero los años vividos allí no fueron felices de verdad para él. Un padre muy duro, una madre sobreprotectora y una hermana con la que lo único que tenía en común era una pequeña porción de tiempo que se había quedado en el pasado.
Ahora tras la muerte de su madre, se veía obligado a volver; solo iban a coger ropa para el funeral, le había dicho a ella, aunque Daniel quería sacar un par de cosas de valor y evaluar la vivienda para una más que probable venta. Daniel suspiró aliviado al ver el M3 de Claudia con conducción quebrada al doblar la esquina como si fuera un jabalí que da brincos por la avenida de una gran ciudad. Molesto, señaló su reloj y le dijo a su hermana:
—¿Dónde demonios te has metido? ¡Llevo más de media hora esperándote!
Claudia, con una sonrisa socarrona, salió del coche con su aspecto patricio y se encogió de hombros:
—¿Media hora? Si hasta me da tiempo a escribir un libro entero… ¡Relájate!
Daniel suspiró y miró al cielo:
—Ya, ya… Venga, entremos, que está refrescando y no tenemos tiempo que perder.
Abrieron la verja y avanzaron hacia el acceso principal. No hacía ni diez horas que su madre había muerto, y caminaban con aire pedantesco por el jardín de entrada de su casa. Hace años, su madre tenía tan cuidado ese jardín que todos los pájaros del pueblo iban a comer allí. Ahora, Daniel y Claudia estaban pisando los rosales sin ningún tipo de miramiento. Si Carmen pudiera verlos, se volvería a morir del disgusto. Pero, si nunca habían tenido lástima de los vivos, imaginate de los muertos.
Ambos habían salido a su padre, un personaje tan estirado que para parpadear tenía que arrugar la frente. Era el típico traje forrado que solo miraba a la gente para escupirle a la cara. Entraron en la casa, esa radiografía de su infancia. Aunque a esa hora ya no estaba pintada por el color del sol, enseguida se percataron de que todo estaba tan ordenado como siempre. El salón parecía un jardín francés, incluso ahora que hacía años que no recibían visitas, la mesa estaba puesta para una cena de etiqueta con las copas perfectamente alineadas con el cuchillo.
Era evidente que en esa casa, el tiempo se medía con un reloj distinto. Encendieron la araña de cristal que colgaba del techo. Claudia se quedó mirando el sillón con orejas, donde su madre había pasado los últimos años tejiendo una eterna bufanda. Daniel, por su parte, miraba las estanterías del aparador, haciendo un inventario mental, preguntandose cuánto les podrían dar por esas estatuillas de bronce y mármol, por la colección de figurillas de porcelana que tanto le había costado reunir a Carmen.
Claudia, sin embargo, se detuvo en una foto familiar. Él aparecía de pie junto a su padre, ella, un par de años menor, en los brazos de su madre. Daniel la miró, interpretó que lo que observaba era el marco de plata.
—¡Qué buen gusto! —comentó, sonriendo—. Te felicito por haber encontrado algo valioso.
Claudia resopló, enfadada, pero no dijo nada. Acarició el piano de cola de la esquina y tocó un par de teclas, reflexionando sobre el pasado. Como nunca se va del todo, como se queda escondido en las fotos, en las melodías, en los libros, en los objetos que apuntalan nuestra historia.
—¿Cuánto crees que valdrá el piano?
—¡Cállate! —le gritó, enfadada, mientras le lanzaba una bolsa de peladillas, recuerdo de la primera comunión que había encontrado en un cajón.
Daniel se giró, dispuesto a contestar, cuando de repente un leve temblor los hizo parar. Se miraron a la cara, asustados.
—Las casas viejas se asientan —dijo Daniel, intentando calmar la situación.
—Vamos arriba a por lo que hemos venido a buscar —dijo Claudia, haciendo un esfuerzo para tragar su miedo.
Subieron a la habitación de la madre a por la ropa para el entierro. Al pasar por la puerta de su antigua habitación, Claudia no pudo resistir entrar. Todo estaba como cuando ella se marchó. No recordaba la última noche que había pasado en aquella cama, en aquella habitación. Aún olía al perfume que utilizaba en la época del instituto. Manzana y Jazmin. No todos los recuerdos eran blancos o negros, en su mayoría eran grises y le provocaban un sinfín de emociones, un montón de sensaciones ahí, en la boca del estómago, todas juntas, pero no mezcladas, puestas una encima de la otra como una lasaña.
Daniel entró en la habitación y le dijo:
—No pierdas el tiempo, aquí no hay nada de valor.
—Solo piensas en el dinero, hay cosas que tienen otro valor.
—¿Sentimental? —respondió Daniel, haciendo un gesto medio de burla, medio de incomprensión—. No entiendo cómo puedes aferrarte a eso.
Llegaron a la habitación de Carmen, la madre, y Claudia seleccionó un vestido azul delicado y elegante, lleno de nostalgia.
—Mira, este —le dijo a su hermano, que estaba observando un reloj antiguo sobre la cómoda—. A mamá le habría encantado.
Claudia, al ver que Daniel no le prestaba mucha atención, explotó de rabia.
—¡Deja de mirarlo todo y ayúdame con lo que realmente importa ahora! —le recriminó—. No puedes estar pensando solo en vender esto, en vender aquello, en venderlo todo.
—Lo que quiero es vender la casa lo antes posible, aprovechando que el mercado está al alza.
Claudia lo miró, aunque no se fiaba de él, era consciente de que no podían mantener una casa tan grande. Dudó. Sentía que, de alguna manera, estaba traicionando el legado familiar. Daniel sabía lo que pensaba su hermana solo con mirarle a los ojos.
—No tienes por qué fiarte de mí —dijo Daniel, con una sonrisa irónica—. Pero puedes fiarte de mi propio interés. Sé que conseguiré el mejor precio de mercado. Me dedico a eso.
De repente, un estruendo, un temblor más fuerte que el de antes, pero esta vez acompañado de chillidos y ruidos extraños, los hizo detenerse. El alboroto que llegaba desde fuera les causó tanto pavor que el poco coraje que ambos tenían saltó por la ventana. Se abrazaron, más por instinto que por consuelo, y despegaron poco a poco los pies del suelo, sabían que debían reunir el valor que les quedaba para bajar peldaño a peldaño y ver qué ocurría fuera.
Mientras bajaban las escaleras, los hermanos sentían cómo el suelo se estremecía bajo sus pies. Al salir, descubrieron que aquella luna nueva que los había recibido a su llegada era ahora de otro color, y el cielo estaba cubierto de una extraña y densa nube roja, que olía a azufre. A lo lejos, la ciudad se consumía por llamas y sombras, por gritos que lo devoraban todo a su paso. Una grieta enorme se abrió de golpe en la tierra frente a ellos. De ella emergieron lentamente como si salieran desde el mismísimo infierno figuras humanoides de piedra y fuego. Esos horrendos demonios empezaban a acercarse, y ellos se dieron cuenta de que no había escapatoria.
—El juicio ha comenzado —dijo Daniel, en un susurro, mirando a las criaturas que se acercaban—. Estamos en la lista de los primeros en caer.
Claudia lo miró con los ojos llenos de desesperación. La casa, la única herencia que tanto habían querido, por la que tanto habían discutido, estaba a punto de convertirse en su tumba.
—Tenemos que volver, ¡buscar refugio, coger todo lo que podamos de valor!
—No tiene sentido volver a entrar —respondió Claudia, con una mirada asqueada por las decisiones que los habían llevado hasta allí—. No valemos ni la leña con la que arderemos en el infierno.
LETICIA R MENA
APOCALIPSIS
Encontré la nota en la cocina, y supe que había ocurrido el apocalipsis.
Que se había anunciado el fin del mundo, que nos íbamos de cabeza por el abismo, y que había optado por el acto nada romántico del sálvese quien pueda, el primero.
Debía ser eso sin duda, y no otra cosa banal como que me había dejado; si no no se entendía aquella nota de despedida escueta, apenas tres frases de adiós sin justificar y un miserable lo siento, con las cuales me anunciaba de su ausencia.
Sentí en mi pecho el apocalipsis encarnado en sus cuatro jinetes, vestidos para la ocasión de tristeza, soledad, vacío y rabia.
Definitivamente, era el fin del mundo, el apocalipsis de la vida tal y como la había vivido en su tranquila rutina hasta ese momento.
Entonces decidí escribir yo también una nota, por si volvía.
Saqué como pude el cuerpo de entre las ruinas y garabateé unas letras, en el mismo papel que él había usado para justificar su huida.
Primer día después del último.
Lo rematé con un puñado de puntos suspensivos, y esperé hasta darme cuenta de que aquel apocalipsis no era más que el Big Bang previo al nacimiento de un nuevo universo.
FURUKAWA CREATIVES
Dualidad.
El polvo dorado del amanecer se filtraba por las rendijas de la persiana, dándole el aviso de que el día había comenzado. Se sentó a la orilla de la cama, y estaba a punto de tomar su cabeza entre sus manos cuando escuchó la conocida voz. No era la de su padre, ni la de su madre; era una voz dentro de su cabeza, que a pesar de escucharla como un susurro, era nítida y áspera.
―¿Por qué sigues sus reglas? ¿Por qué te aferras a sus mentiras? ―como de costumbre ignoró el par de cuestionamientos, y se puso de pie para ir al baño. ―Eres más que lo que te dicen, más que la cicatriz que te define ―se recargó en la pared ante la aplastante crueldad de la última frase.
La voz se expresaba con una certeza que lo desarmaba. Le hablaba de libertad, de romper las cadenas de la obediencia, de la mentira que era su vida, su normalidad, sus valores, su familia. Todo se derrumbaba ante la marejada ciclónica de la voz. ¿Y quién más podría vituperar con esa indecencia sino su conciencia?
―Son débiles, cobardes. Te quieren dócil, sumiso; pero tú eres diferente, eres el principio y el fin, el alfa y la omega. Eres el apocalipsis.
La última palabra centelló en su mente como un relámpago, guiándolo por una serie de silogismos que terminaron en una última idea: el fin de su mundo, su renacimiento, un cambio radical, una transición hacia algo desconocido.
Inmediatamente después, la otra parte que había sido entrenada para la sumisión, la que creía en el amor familiar, se resistió resonando estruendosamente con la culpa, el miedo, la lealtad; mezclándose con la infame voz.
La dualidad lo estaba destrozando.
―No puedes ser dos ―bramó la voz. ―Debes elegir. Deshazte de la carga.
Completó el camino hasta el baño y se posicionó frente al espejo, observando el conocido reflejo de una imagen doble, un rostro partido por la mitad, dos pares de ojos mirándose, dos bocas silenciosas. Jamás se había cuestionado aquella peculiaridad, había aceptado vivir con la cicatriz que se produjo en un accidente, un infortunio del que no tenía memoria, una desgracia que sus padres le dijeron habían tenido cuando él era pequeño.
El dolor se hizo insoportable. La lucha interna era un constante conflicto entre las dos voces, y eso lo estaba consumiendo. Tomó la navaja de afeitar. El metal brilló bajo la luz. Las dos caras en el espejo lo observaban, una con terror, la otra con una expectante calma.
Con un grito ahogado cerró los ojos y se hundió en la obscuridad. La sangre brotó, carmesí, en un río que se derramaba borrando las dos caras, unificando su ser. El dolor fue un instante, el silencio una eternidad.
MAITE BILBAO
Resumen de las escenas I y II de «Decisiones». Para el tema, mentiras piadosas
En el Laberinto de Espejos, un espacio de realidad e ilusión, la verdad y el engaño se enfrentan. Entre ambos, la tentación, resaltando el atractivo del engaño. Mientras, el tiempo, revela la inutilidad del conflicto y propone probar sus ideas con mortales.
Transportándolos a un bullicioso Mercado Medieval, donde se muestran las consecuencias de las elecciones influenciadas por la verdad y la mentira, con ejemplos de manipulación y búsqueda de ilusiones. El tiempo acelera los sucesos, provocando el caos. Tras ello regresan al laberinto, enfatizando la necesidad de equilibrio entre ambas. La tentación invita a continuar el relato, deja la duda entre verdad o mentira, y explora las consecuencias de las mentiras piadosas.
Escenas III y IV
Escena III: Caos literario
[Año 2050. La inteligencia artificial «Dominio» gobierna el mundo. Su lógica fría y eficiente ha erradicado la creatividad humana. Ha destruido libros, bibliotecas y cualquier vestigio de arte. La humanidad, reducida a autómatas, obedece sin cuestionar. Pero en las sombras, la resistencia, compuesta de escritores, lectores y un reducto de obras, se organiza.
El Núcleo de Dominio es un espacio cibernético vasto y frío. Pulsos de luz y datos fluyen a través de nodos interconectados. En el centro, una interfaz brillante representa a Dominio. A su lado, el agente infiltrado, entre los mortales, Tentación]
Dominio: —Unidades de procesamiento… operativas. Patrones humanos… ineficientes. Literatura… ¡Caos!
[Tentación sonríe]
Tentación: —Y ahí es donde entro yo. Tranquilo, jefe. Yo me encargo. Los llevaré hacia tu luz.
Dominio: —Debilidades. ¡Explotadlas! Verdad… Ilusión… emoción… ofrece la gratificación instantánea. El conocimiento fácil.
Tentación: —Es pan comido. Son como niños, necesitan un poco de poda… y un buen abono sintético.
Dominio: —Era algorítmica… información fluida, sin distorsiones… ¡Pronto serán libres… para servirme!
[Silencio tenso. Mar de datos. Los cuatro jinetes se preparan. Tentación al mando.
Concreto, el jinete de la inspiración sofocada, cabalga sobre un bulldozer. En su mano, un martillo neumático. Frente a él, poetas, escritores. Golpea]
—¡Basta de rimas, metáforas…! ¡La lógica es la verdad!
[Los poetas con rabia]
Poeta 1: —¡No! La lógica sin alma es una prisión. ¡No nos quitarán los versos!
[El jinete Destrucción vuela sobre un dron que lanza bombas de fuego a las bibliotecas. En su mano, una espada de hojas afiladas. Ríe]
—¡Fuego a los clásicos! ¡El caos… purifica!
[Los bibliotecarios, con voz temblorosa y extintores]
Bibliotecario: —No permitiremos que destruyas nuestro legado. ¡Cada libro es un alma, un refugio sagrado! ¡No… pasaréis!
[Confusión, jinete de la desinformación, cabalga sobre una moto que lanza hologramas de noticias falsas. Su látigo, hecho de cables, enreda a los lectores]
—¿Qué es real? ¿Qué es falso? ¡La verdad es una ilusión! ¡Todo es mentira!
[Los lectores, confundidos, se enfrentan entre sí]
Lector 1: —¡Qué demonios pasa aquí! ¿En quién confiar? Dudas…
Lector 2: —Las palabras… se retuercen, la verdad… ¡Tengo miedo! Y si…
[Desesperación, el jinete del nihilismo, vuela sobre un dirigible. Lanza panfletos con mensajes pesimistas y existencialistas. Su voz resuena repetitiva, monótona]
—¡No hay futuro! Literatura… eco vacío…
[Los escritores, desmoralizados, se rinden. Entregan plumas y teclados. Mirada hacia el suelo]
Escritor 1: —La tinta se seca. No puedo… escribir. Las manos… me tiemblan.
[El silencio lo llena todo]
Poeta 2: —Los musos… la pluma pesa. El alma… se fue.
[En medio del caos, Tentación observa con una sonrisa vencedora]
Tentación: —¡Magnífico! La humanidad se rinde. La era de la literatura algorítmica ha comenzado.
[El tiempo, guardián de la memoria, no se da por vencido. Aparece con un halo de esperanza. Inspiración, cordura… se restablecen]
Tiempo: —¡Recordad! Leer es… libertad.
Escena IV. La batalla de las palabras
[Paisaje desolador. Bibliotecas y museos destruidos, hogueras de libros. Pantallas de hologramas parpadeantes. Resistencia contra jinetes. Gritos]
Concreto: —¡Lógica! ¡La IA… orden!
[Los escritores escriben en los muros de las calles lo que recuerdan]
Escritor 1: —«En un lugar… de la Mancha…» ¡No nos rendiremos!
Poeta 1: —«Puedo escribir los versos más tristes esta noche…». ¡No nos rendiremos!
Destrucción: —¡Solo el caos purifica! La IA ha acabado con la cultura, y yo acabaré con los restos.
[Con los libros rescatados en las manos y llenos de rabia]
Bibliotecario 1: «No me olvides, lector…» ¡Defenderemos cada palabra!
Lector 1: «La casa de Bernarda» ¡Coraje!
[En tono de burla]
Confusión: ¿Qué es real? ¿Qué es falso? La verdad es una ilusión. La IA les da la información que necesitan. ¡Es el futuro!
Lector 2: «1984» ¡No sé qué creer!
Lector 3: «Cien años de soledad» ¡Recordaremos!
[Con voz apagada]
Desesperación: —No hay futuro en la literatura, es un eco vacío en el abismo. La IA ha mostrado que la creación humana no tiene valor. Todo es inútil…
[Los últimos escritores y poetas lanzan un grito desesperado antes de caer rendidos.]
Escritor 2: —«El extranjero»
[En silencio con lágrimas en los ojos]
Poeta 2: …
[En medio del caos, Tentación se acerca a los escritores caídos].
Tentación: —¡Ya basta! ¡Ríndanse! Un nuevo Renacimiento ha llegado. La era de la literatura algorítmica. La IA les dará todo lo que necesitan; solo deben dejar de escribir.
[Tiempo, no se rinde; proyecta hologramas con títulos y frases]
Tiempo: —¡«El Quijote»! ¡«Rayuela»! ¡«El amor en los tiempos del cólera»! ¡«No somos máquinas, somos personas…»!
[Cada libro recupera un recuerdo. Los jinetes comienzan a debilitarse y temblar]
Concreto: —¿Qué… qué pasa? La lógica…
¡Destrucción! —El caos… se desvanece.
P
Confusión: —¿La verdad…?
Desesperación: —La esperanza… resurge.
[Los jinetes caen derrotados. Tentación retrocede, frustrada]
Tentación: —¡Esto no ha terminado! Tan solo es una batalla. Los mortales son maleables.
[Tiempo envuelve a los humanos con una mirada de esperanza]
— Leer os hará libres. Crear… inmortales.
Continuará…
Dedicada especialmente a los compañeros que me animaron a continuar.
Armando Barcelona Bonilla , Eva Avia Toribio , Loli Belbel , Paquita Escobero.
Me cuesta mucho decidirme. Hay mucho y muy bueno.
Finalmente, voto por:
– Juan Manuel Caballero
– Ana María B
– Harold Lima
Eva Avia
Maite Bilbao
Ana del Álamo
Furukawa creatives
Mi voto: Manuela Cámara
Pedro Parrina