Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la nada». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 20 de febrero!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
ANTONICUS EFE
El trovador había creado su propio espacio en el vacío que se crea entre acorde y acorde; de hecho eran muchos espacios y recovecos entre acordes mayores y menores, disminuidos y aumentados, sostenidos y bemoles y entre nota y nota de cada uno de ellos. Todos esos espacios formaban EL ESPACIO DEL TROVADOR, el paraíso de su recreo o el infierno de sus pesadillas.
El día de autos, su mente se hallaba prisionera entre la corchea que había dejado un Si menor con bajo en Sol y el comienzo de un Mi menor con séptima añadida arpegiado. Había empezado como un pequeño hormigueo en los dedos y había acabado en una espiral de sentimientos pasivos que solo conducían otra vez a los propios sentimientos.
Las ideas fluían sobre las propias ideas en un orgasmo vacío de armonía, pero con una melodía que lo atrapaba una y otra vez. Esa corchea flotante atrapaba a la figura negra con puntillo que debía salir a continuación, secuestrándola en su propia clave de Sol, mientras el bajo y su clave de Fa se reían estrepitosamente señalándolo con el dedo acusador.
-Falso Trovador, eres solo un juglar común- le repetían riéndose en su cara y lo malo era qué el aceptaba como propio esas palabras.
La situación se iba haciendo insostenible por momentos, hasta pensó utilizar como antídoto una semicorchea y una fusa juntas…
-¡Dios, qué pensamiento más horrible!- se repetía a sí mismo.
El vacío se iba agrandando y los aromas de los bordones al vibrar no ayudaban mucho que digamos, y eso que el Si menor, él, lo hacía simplificado, sin la cejilla, pero ni por esas conseguía establecer el vínculo necesario con el Mi menor con séptima añadida, que por otra parte, es un acorde un poco “repelente” con eso de que tiene fama de profundo y considera al Si menor como friki porque solo es usado en el rock y el pop, pero está prácticamente desterrado de la música clásica.
-¡Vamos Trovador, espabila!- apremiaban los acordes de quinta que a su vez eran presionados por la impaciencia colectiva de las escalas.
La situación llegó a tal punto en que la nada se apoderó de todo el espacio, ni siquiera el vacío existía ya, hasta que una mano salvadora intervino.
-¡Vamos Trovador, pasa ya el canuto, que llevas cinco minutos ahí emparanoiado mirando el póster de Sabrina!
-¡Jopetas zetas!, gracias tron, me veía ya de compás sincopado en una canción de Reguetón para toda la vida. ¡Chavales, id dejando la mandanga que podéis acabar en la nada absoluta! Aquí os dejo la dirección donde las podéis enviar.
JUAN MANUEL CABALLERO
La nada
— La nada es oscura porque allí no existen partículas elementales y, desde luego, tampoco fotones; de modo que es oscura en su fundamento. Pero no oscura como nosotros entendemos la oscuridad, sino de una negritud que pareciera espesa (aunque no lo sea, por supuesto). Una oscuridad implacable y originaria, incurable, porque ni tan siquiera tiene memoria de luz.
— Para mí que la nada es, en cierto sentido, suave.
— ¡¿Suave?!
— Sí, suave. O al menos eso podría deducirse de las últimas averiguaciones de la ciencia, que sostienen que no hay ausencia total de partículas elementales en la nada…en eso que entendemos por la nada. Así pues, el tacto que se ha de sentir si, pongamos, metiéramos la mano en la nada (cosa imposible en sus términos, ya lo sé, pero sirva como mero ejercicio mental) habría de ser más leve que el que notamos aquí aunque no lo parezca (extendió una mano frente a sí y ambos la observaron, tratando de imaginar lo que sería el tacto en una eventual intromisión de esa mano en las cosas de la nada). Una especie de levísimo cosquilleo, eso es lo que sentiría…
Los dos aspirantes a filósofo callaron por un rato y continuaron caminando por el pasillo formado entre las filas de naranjos, mirando al suelo como caminan los filósofos. También los aspirantes, a lo que se ve. Ello propició que, unas decenas de metros más allá, se estampasen en un revoltijo de quejidos, disculpas y sábanas alborotadas, con el viejo filósofo, que venía en dirección contraria mirando al suelo con una doblez de cuello aún mayor que la de los aspirantes.
Después de rehabilitar sus cuerpos, de reacomodar sus espíritus (o psiques, más bien) al estado de paz precedente a la colisión, tornaron a hablar entre los tres mientras reanudaban a caminar, tomando la dirección que el viejo filósofo traía, cosa que aprovecharon los aspirantes para hacer al anciano partícipe de la conversación que un rato antes les ocupaba. No tardó este en definirse sobre el particular.
— Pues para mi gusto, el problema de la nada vendría a estar anclado a la vieja cuestión del SER o NO-SER. Pero cuidado: la nada no sería cosa equivalente a alguno de los dos preceptos anteriores (al NO-SER, claro está, en cualquier caso), sino que ocuparía el lugar de una suerte de eslabón perdido entre ambos conceptos, entre ambos polos.
Continuaban, los tres hombres, caminando su camino de regreso, allí donde fuera que regresasen. De vez en cuando, uno de los tres miraba un momento al frente (y notaba un pinchazo en el pescuezo al hacerlo) para avisar a los otros dos en caso de que les saliese al paso algún escollo. El viejo filósofo continuó con su disertación.
— Llegué a la anterior conclusión después de muchos años trabajando, durantes largas horas tumbado en mi camastro y mirando al techo. Es por ello que he llegado a abrazar la seguridad de lo que os digo. Y podría deciros aún más: la nada es, en realidad, un lugar. Un lugar de infinitas ideas estúpidas contrapuestas, algunas de las cuales albergan el deseo de asesinar a las que sostienen su contraria; un lugar donde los automóviles transitan como locos a pesar de tener cada vez menos lugares adonde ir, y esto a pesar de no tener casi espacio físico entre ellos; y donde a esos automóviles les importa poco la integridad física de los peatones. Un sitio, en fin, donde medrar a costa del semejante es ley, y donde la difamación y la ignominia son moneda de cambio para comprar lo anterior. Un lugar donde la perversión de la idea se utiliza para el buen manejo de las masas hasta situarlas en el lugar preestablecido.
Escucharon los aspirantes a filósofo con interés las palabras del viejo maestro, y todos callaron un rato. Al cabo, el anciano sentenció:
— En suma, ha tiempo que descubrí el eslabón perdido entre el SER y el NO-SER. Ese eslabón perdido que, en rigor, no es sino la nada. Ese eslabón perdido, claro, somos nosotros.
Ahora los aspirantes a filósofo miraron al unísono al viejo maestro, y abrieron los ojos como platos. Cosa que, por cierto, no hubieran visto con buenos ojos sus congéneres estoicos. Acto seguido, como abordados por una súbita indisposición, abandonaron la compañía del provecto preceptor sin decir nada, cada uno por su lado, mirando más al suelo que nunca, justo bajo sus pies.
Mientras los observaba alejarse, en silencio y antes de volver a bajar la mirada para seguir caminando, pensó que en el DIA%(auotoservicio-descuento) del pueblo de al lado, habían abierto un plazo de selección para nuevo personal.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Cuando crees que lo alcanzarás todo, llega y te atrapa, viene sin avisar, la nada se convierte en realidad, en infierno. Y tú confías en el olvido. Pero esta vida efímera te lo recuerda, lo que eres, te desinfla el ego, te da un cuerpo caduco…
Y llega el día que se marchita, la muerte llega, no sabes dónde ni cuándo, vives con esa incertidumbre; y la única certeza es que al final llega. La nada…
BENEDICTO PALACIOS
Abandonó la cama como siempre al salir el sol y se lavó liviano, como el gato, para refrescarse. Bien lo necesitaba. Porque el sabio Teófilo tenía visiones y la de este amanecer le conturbaba y aturdía. Acababa de soñar que viajaba en un avión con todo el fuselaje transparente. Mirara desde donde mirara le envolvía una atmósfera gris. En su sueño empezaron a aparecer en la lejanía otros cuerpos celestes. Se maravilló, porque le apetecía siquiera de visita abandonar la tierra. La tenía bien pisada por tantos sustos y visiones. Y había escogido donde quería dirigirse entre tantos mundos como debían existir. Se estaba chupando los dedos por aquella oportunidad, cuando siguiendo la estela del avión un grupo de hombres, muchos, cien o doscientos llegó a contar, planeaban con papeles en una mano y en la otra un rotulador. Firma aquí, parecían decirle, y le mostraban una ristra de papeles.
Los tomó por habitantes de otros mundos. Qué tenía él que firmar. Se habían equivocado.
Dos asientos delante del que ocupaba, viajaba una dama. Se encontraba allí, pero no recordaba haberla visto subir. También a ella le mostraban los papeles y les puso cara de incredulidad. Al sabio le gustó que hubiera procedido así. A ver qué se creían aquellos personajes. Y para demostrar su adhesión a tan buen juicio abandonó el asiento. Pero no llegó a decirle una palabra porque el avión empezó a zozobrar y perder altura. Fue solo un instante, pero lo suficiente para que el grupo de escribanos se descompusiera y perdieran los papeles que llevaban en las manos. El universo que se llenó entonces de papeles había perdido su turbante gris. ¿Dónde estamos? Preguntó la dama.
El sabio no supo qué contestar. Estaban lejos de un mundo que habían abandonado y llegado a otro que de momento no existía.
Por faltarle la respuesta, un sabio la tiene para todo, despertó del sueño.
Revisó uno a uno sus conocimientos y ninguno le satisfacía, pero el grupo de hombres y papeles debía tener un significado y había que interpretarlo.
Hacía unos días había visto a un individuo firmando compulsivamente. Era seguro que aquellas firmas que mostraban los hombres eran las de su eliminación, porque al individuo aquel lo que le molestaba con una firma lo eliminaba.
Se enteró de que en la fachada de la Universidad de Salamanca había una rana, y como tenía manía al arte y la cultura, acordó hacer desaparecer a los batracios. Y estando a punto de echar la firma, el consejero más hiperbólico y desparramado se lo impidió porque él no se dormía si faltaba el canto de las ranas.
—¿Dónde habrían ido a parar las pobres ranas? —Preguntó la dama que echaba en falta a su perrita— Y ella misma contestó que a la nada. ¿Pero qué es la nada?
Entonces Teófilo el sabio se acarició la barbilla y dijo en plan solemne:
La nada es el lugar donde se guardan las cosas que no existen.
B. Palacios
ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO
Nada de nada
―Godofredo, este niño cada día es más mastuerzo, está completamente asilvestrado, tenemos que hacer algo.
―Y que lo digas, Eduvigis, yo también me he dado cuenta, su magín es la nada.
―Un agujero negro en el espacio, como pronosticó el gran Steven Seagal.
―Tampoco te pases, mujer, que a ver si va a tener una ocurrencia y nos chupa para siempre de los jamases, porque caprichosillo ya es el cenutrio de él.
―¿A quién habrá salido? No es que en mi familia seamos genios, como este, sí hombre, que no me sale, el de la relatividad, Albert…
―Hitchcock.
―¡Eeeeeso, lo tenía en la punta de la lengua! La masa es igual que la energía de la luz al ajillo.
―¿Ein?
―Calla, Godofredo, que tú no entiendes de ciencias cósmicas y te lías y luego me lías a mí.
―Es que, lo del ajillo, no sé yo…
―No me discutas, que si el niño ve que no estamos de acuerdo, perdemos credibilidad.
―Silencio, Eduvigis, es él, que ya llega…
―¡¡¡Hola, Chindasvinto, chiquitín, ¿qué tal el día?!!!
―Psaaaaaaaaa, para ser el primero, no ha estado mal del todo. ¿Vosotros bien?
―Estupendamente, hijo, aquí, tu madre y yo, comentando asuntos mollares, y no veas cómo nos compenetramos, ni una pizca de contubernio, somos como media naranja y la otra media, como el anillo y el dedo, como Indiana Ridruejo y la vaca perdida, como Cuesquin Tarantino y los pajaritos por allá, como la energía y la luz al ajillo…
―¿Ein?
―Lo de Hitchcock, pero tú que sabrás, con la berza que me llevas.
―Padre, madre, no me queda otra que proponeros que ingreséis en una residencia.
―¿De estudiantes? No sé si a los noventa y cinco años nos van a coger, somos demasiado jóvenes. Y, hablando de estudiar, ¿la seño te ha puesto deberes?
―Mamá, que soy el nuevo ministro de Justicia…
―¿Con ocho años?
―Eduvigis, lo importante no es la edad, lo raro es que le hayan elegido a él, que no da pie con bola.
―¿Os habéis tomado las pastillas?
―¿Qué pastillas ni qué ocho cuartos, pimpollo? A tu cuarto a estudiar o te castigo sin móvil.
―Vale, papá, ya voy, pero tomaos la medicación, por favor.
―Godofredo, estamos perdiendo a Chindasvinto, tiene la cabeza llena de pájaros.
―Como en la película de Einstein.
―Mismamente.
―Si Steven Seagal levantara la cabeza…
―Sería viejísimo.
―¿Hace un bingo?
―Ya estamos tardando.
―¡¡¡Juaaaaaás!!!
ARMANDO BARCELONA
TODO ES RELATIVO.
¿Me estoy muriendo? Nunca imaginé que en mi adiós fuera a sonar Vedrò con mio diletto, aunque, si lo piensas, nada más apropiado, por ambiguo y sugerente, que un Vivaldi con registro de contratenor para acompañar el tránsito final. Es curioso, lo esperaba de otra manera, más sorpresivo, no tan semejante a cualquier día.
Lucy duerme junto a mí, siento cómo respira y el suave calor que desprende su cuerpo. Ella sigue viva. Ayer hicimos el amor por primera vez. Antes simplemente follábamos, pero anoche fue distinto, más real, quizá un regalo de despedida; en el fondo siempre ha sido muy considerada conmigo.
La habitación huele a tabaco viejo. Hay ceniceros por el suelo repletos de colillas que debería haber vaciado hace mucho y un poco de Bluecoat en la mesilla de noche. Tengo sed, pero ir al otro lado oliendo a ginebra barata no parece una buena carta de presentación. ¿Cómo será la nada?
En cierta ocasión, en el metro, sentada junto a mí, iba una mujer madura, de color. Antes podía sentirse orgullosa de ser negra, pero hoy prima lo indefinible, nadie quiere tomar partido y por eso los fascismos están ganando.
Parecía cansada, seguramente su cuerpo llegaba al límite; la noche era vieja desde mucho antes y el día, para ella, tal vez demasiado largo. Fuera, en la oscuridad del túnel, por capricho de la física, la nada corría a la misma velocidad que el tren, pero en sentido contrario. Dentro, desde la ilusoria certidumbre del vagón, la mujer se veía reflejada en el cristal de la ventanilla. La nada de fuera encontraba su equilibrio en la nada interior y todo tomaba sentido. No sé por qué recuerdo esto ahora.
Lucy ya no está en la cama, no la vi marchar. Hace frío. Posiblemente, ya estoy muerto y la nada se manifiesta en mí, soy yo. Me siento extrañamente bien. La nada no cambia las cosas. Aún me queda la botella de Bluecoast, eso y dejar que la relatividad espacial haga el resto.
Vedrò con mio diletto
L’alma dell’alma mia, dell’alma mia
Il core del mio cor
Pien di contento, pien di contento.
RAQUEL LÓPEZ
Nada tengo, nada dejo…
Inexistencia, mi vida no tiene sentido.
Utopías y sueños desvanecidos.
Silencios que quedan encerrados
en noches que colman mi delirio.
Nada queda sino ausencia en el alma.
Corazones despojados de sentimientos.
Inerte mi vida en un mundo incierto.
Anocheceres de melancolías y lamentos.
La Nada, ese espacio invisible donde mueren las palabras….
Nada soy y nada debo…
El camino del destino ya me fue arrebatado.
La existencia se termina.
Nada queda sino ausencia en el etéreo mar del olvido..
SUSANA NÉRIDA
La nada y el sabor de la felicidad
Cuando era pequeña me encantaba la película de «La historia interminable». Aún sigue siendo un hito para mí.
Con la medicación que me impusieron, tras ese fatídico ingreso, conocí en primera persona a ese gran antagonista: La Nada. No era capaz de acceder a mi imaginación para crear algo nuevo y la frustración iba en aumento. Debo reconocer que aún me cuesta.
La realidad, durante muchos años, había logrado que se ampliasen las fronteras de mi imaginación hasta límites insospechados. Ese era mi refugio, mi confort, donde todo era magia, color y movimiento. Ahora, mi mente había convertido ese sueño en pesadillas e historias de terror vívidas de las que no podía escapar y estaban llenas de significados encubiertos sobre las desdichas y violencias sufridas durante tantos años. La Nada avanzaba violenta e insaciable, arrasando con todo a su paso y dejando un gran agujero negro donde antes había un universo entero para disfrutar. Todo era caos.
Las visitas a los psicólogos se daban cada 3 meses, 30 minutos, de modo que acabé investigando con mi propia mente por el camino para recuperar, como hizo Bastian, esos mundos maravillosos que se había engullido.
Ya casi iba a tirar la toalla, después de casi una década, cuando, al fijarme bien en ese vacío, volvían a lucir, pequeñas y lejanas, nuevas estrellas.
En lo que podía volver a explorar estos nuevos mundos como el principito o en inside out, decidí ir escribiendo y haciendo memorias de mis andanzas, que también han sido importantes para muchos, pues han encontrado apoyo y consuelo en ellos y se han sentido más acompañados en ese vacío, en esa nada.
Y aquí sigo, más encerrada en mis mundos que disfrutando de este, que es un verdadero caos de violencia, dolor, sufrimiento y desencuentros.
Creo que este es el verdadero sabor de la felicidad, con la nada incluido. Pues a veces es necesario perderse en la nada para reencontrarse con uno mismo, para volver a conocerse, volver a conectarse, volver a sentir plenamente el sabor de la felicidad.
Quién sabe, quizá me dé por escribir libros de miedo algún día, contando cómo era de voraz esa nada, que lo cubría todo de pesadillas hasta perder el sentido, para después desvanecer en el más absoluto silencio.
Tal vez necesitábamos ser más conscientes y sentir en nuestras entrañas esa Nada para vivir las aventuras como Atreyu. Pero ahora sí: tanto de día, como de noche. Tanto con universos enteros, como en el más absoluto vacío.
Todo esto es lo que aprendí con la nada.
PEDRO PARRINA
Y así fue como el fuego devoró a su ego y se convirtió en cenizas, luego, el viento y después, la nada.
Del mismo modo: videntes multimillonarios, egoístas, ególatras y egocéntricos, cuyo apego al ego les volvió ciegos, nos anegó a un sosiego de viento y cenizas, después…
DAVID MERLÁN
LA NADA.
—El que no nada, se ahoga, amigo mio pero en tu caso esa frase ha alcanzado un final sin retorno— le soltó «el mantecas» a modo de burla mientras encendía un pitillo con parsimonia, como si lo que estaba a punto de suceder no fuera más que una broma pesada. Pero para Julián alias «el maderas», no era un juego. Era su sentencia de muerte.
El agua del lago era negra como la noche que les rodeaba y estaba fría como un cadáver recién enterrado. Las ranas locales croaban en la distancia ajenas los queaceres humanos, ignorantes de la escena macabra que se desarrollaba en la orilla. Julián jadeaba entre sudores fríos, sintiendo escalofríos y ardores al mismo tiempo que se veían incrementados por la tortura a la cual lo tenían sometido. La sangre chorreaba de sus muñones, de lo que antes fueron sus manos. Por su parte, sus pies, o lo que quedaba de ellos, apenas eran unos pingajos ensangrentados e inútiles.
El caso era que después de unas semanas de busca y captura, habían dado con su paradero y ya se sabe que si hay deudas de por medio y no puedes pagarlas con intereses, tus actos tienen extremas consecuencias.
—Te dimos muchas oportunidades, Julián—dijo el Mantecas echando el humo por la nariz— Pero te has pasado de listo y el jefe está molesto contigo. Que fueras tan avispado, tan vivo no le ha gustado nada, y los vivos…como tú…no viven tanto.
De frente a él, se encontraban el Gordo y el Percha sosteniendo a Julián por los brazos, aunque ya no tuviera cómo forcejear.
—Fue un mal negocio, tomé una mala decisión —logró balbucear entre dientes, con la voz pastosa por el inenarrable dolor.
El Mantecas río.
—¿Un mal negocio? No, Julián. Un mal negocio es vender bocatas de calamares a pelo y no ofrecer ni tan siquiera mayonesa. Esto…esto fue una falta de respeto. Un insulto a la inteligencia del jefe.
El Percha y el Gordo lo levanraron como si fuera un despiece de carne y huesos de un matadero y lo arrastraron hasta el borde del pequeño muelle de madera.
—No, no,no…Por favor…—susurró Julián, pero su voz se perdía entre el croar de las ranas y el grillar de los grillos que se habían sumado a «la fiesta».
—Si te sirve de consuelo—agregó el Mantecas mientras le agarraba con fuerza por la barbilla y le levantaba la cara obligándolo a mirarle fijamente—, no creo que te ahogues de inmediato. Primero te vas a hundir. Luego, si tienes suerte, algún pez curioso se te va a acercar a ver qué es eso grande que ha aparecido aquí. Y después… bueno. Digamos que el agua es paciente y acabará haciendo su trabajo—. al tiempo que les hacía un gesto con la vista arqueando ligeramente las cejas.
Julián sintió el vacío en el estómago cuando el Gordo y el Percha lo lanzaron al agua si apenas dificultad. El aire que pudo coger apenas le duró un segundo antes de golpear el agua como un fardo.
Entonces el dolor se expandió a la misma velocidad que lo haría una llama en un reguero de gasolina. Trató de mover los brazos por reflejo, pero no había manos que mover. Trato de patear, pero sus piernas hacía rato que se habían convertido en inútiles y torpes apendides.
Finalmente se hundió.
Miéntras esto sucedía, el frío lo abrazó como una madre cruel, helando sus entrañas. Inconscientemente y más por un acto reflejo que otra cosa, abrió la boca para gritar, pero obviamente lo único que consiguió fue tragar agua. Intentó emerguer, pero su cuerpo ya no le respondía.
Desde arriba, desde el muelle, el Mantecas arrojó la colilla al agua y la vió chispear antes de apagarse en la superficie.
—El que no nada, se ahoga, recuerda, ja,ja,ja—añadió entre risas, mientras recibía las palmadas cómplices del Gordo y del Percha—, larguémonos de aquí. Hay que ir a informar a gran jefe.
—Si jefe—contestaron al unísono los dos matones.
ROBERTO LÓPEZ DEL CASTILLO
Caroline.
– Nombre.
– Me llamo Caroline.
– ¿Y cómo se atreve, señorita Caroline, a pedir ante este tribunal un salario del propio gobierno británico? Usted es una mujer y, como tal, no tiene ningún derecho a pedir ninguna remuneración, ni tan siquiera trabajar en tareas que no le son propias de su condición ni de su intelecto. Nada es lo que pide y nada será lo que obtenga.
– Eso es incorrecto. Entre la nada que existe entre la ignorancia y la cerrazon … existo yo. La nada es invisible. Yo soy visible. Aquí me tiene usted. Y me he ganado por derecho propio brillar a la sombra de mi hermano. Pues aunque mis tareas han sido las de eterna asistente y secretaria, he descubierto varios cometas y nebulosas, aparte de catalogar exhaustivamente múltiples objetos celestes, calculando sus distancias astronómicas.
Los Lores del tribunal se revolvieron en sus asientos, incómodos ante la insolencia de la mujer.
– ¿Entendemos que nos exige que le asignemos un sueldo? -respondieron airados, buscando un atisbo de incoherencia.
– Para nada. No es mi intención ofenderles, pero sí hacerles ver mi valía como científica. Solo pido solemnemente ante este tribunal, y por extensión hasta poder llegar a los oídos de Su Majestad el Rey, que se me ofrezca un reconocimiento laboral que por méritos propios he ido ganando durante toda mi vida.
El tribunal, pese a su manifiesta hostilidad, no encontró ningún motivo para desestimar la solicitud, dando por concluida su comparecencia. Semanas después, Caroline recibió de manos de un funcionario real una carta con el membrete del Reino Unido de Gran Bretaña en el que se le instaba a ocupar el puesto solicitado.
En 1787, el rey Jorge III asignó a Caroline un salario anual de 50 libras, considerándose la primera astrónoma profesional de la historia. También fue la primera mujer que desempeñó un trabajo remunerado para el gobierno inglés y pionera entre las mujeres en publicar artículos científicos en las Philosophical Transactions de la Royal Society.
Año 1846. Última de sus notas.
Hola, me llamo Caroline. Caroline Herschel. Soy la hermana de William, a quien seguramente conoceréis más, puesto que pasará a la historia como uno de los más grandes astrónomos de la historia. Descubridor, entre otros muchos objetos celestes, del planeta Urano. Yo solamente he sido una mujer a la sombra de un hombre, como tantas otras. Invisibilizada, denostada y probablemente olvidada. Tal vez algún día se reivindique en la sociedad el papel de la mujer y se nos ponga en valor nuestro aporte a la sociedad. Un reconocimiento que por derecho nos merecemos.
Caroline Lucretia Herschel murió dos años más tarde, a la edad de 98 años.
PAQUITA ESCOBERO Y MAITE BILBAO
«EQUILIBRIO EN LA DUALIDAD»
Elara caminaba por aquel paisaje que parecía irreal. El cielo se reflejaba en la superficie del lago, haciendo difícil diferenciar uno del otro. Aquellas montañas enmarcaban el curso del río que manaba del lago sin interrupciones. El silencio acompañaba los suspiros que arrastraba con los pasos.
Al llegar a la cima, observó el rostro sereno de aquella mujer que sujetaba una fuerte rama de roble entre sus manos, con la delicadeza que dan los años y la certeza de existir en ese momento. No trinaban los pájaros. Nada parecía perturbarla. Se la veía tan serena.
Fueron sus pasos y el sonido que hacía la tierra al pisarla, lo que hizo que dejara de mirar al horizonte y se fijara en ella.
—Te veo cansada. ¿Quieres sentarte? El atardecer se aproxima y quizá quieras compartirlo conmigo —y aquella anciana, tendiendo su brazo, la invitó a compartir el espacio y la serenidad de su mirada. Elara le pidió apoyarse sobre su espalda y, sin decir nada más, la anciana se giró para sujetarla.
»¿Sabes? cuando te he visto aparecer, por un momento me he vuelto a ver. Sí, hace años que mi piel comenzó a ser menos firme y mis manos, antes ocupadas en tejer la trama de la vida, ahora se posan quietas sobre este bastón que acompaña mis pasos. El tiempo, antes río impetuoso que arrastraba los días, ahora es un lago tranquilo donde ver reflejado el cielo. Creo haber vivido el todo, la vorágine de responsabilidades y emociones. Ahora, me acomodo en la serenidad de la Nada, donde encuentro la esencia de lo que soy.
—Tiene suerte —respondió Elara. Yo creo que he llegado al colapso. He caminado sin rumbo desde que me salí del camino y sin querer he llegado aquí. Al mirarme no sé lo que veo ni si me reconozco. Perdone, soy Elara, ¿y usted?
La anciana se acomodó en la espalda de Elara.
—Manisha —dijo la anciana— y tranquila, todos hemos colapsado alguna vez.
—Dice que cree haberlo vivido todo. Quizá pueda ayudarme. Me he arrastrado por la vida en la convicción de existir. Y todo me ha conducido a un momento donde lo que he construido no me satisface. Llené los huecos con lo que se esperaba de mí. El presente se me revela equivocado. ¿Cuánto tiempo habré malgastado? ¿Puede decirme si se ha sentido alguna vez así?
La anciana apoyó la barbilla en la punta del bastón, suspiró, y sin volverse a mirarla, le respondió.
—Me gustaría tener las respuestas a tus inquietudes, Elara. Pero las palabras son como hojas al viento, pueden dar sombra un momento y luego se pierden en la inmensidad del cielo. Tus preguntas son el eco del corazón que busca su camino, y ese es único para cada alma.
—Pero ¡me encuentro tan perdida! He visto el mundo palmo a palmo. Viajando por trabajo, por gusto o por qué sí. Enlazando cada vuelo con el siguiente segundo, en un ritmo marcado por todos y ajeno a mí. Y no culpo a nadie; si ahora me planteo la existencia teniéndolo todo, la única equivocada en el camino debo haber sido yo. ¿A qué le sabe la vida? A mí me sabe a sal por tantas lágrimas perdidas en la oscuridad. Siempre he buscado la libertad y ahora estoy entre las brumas que he generado para conseguirla.—Elara miró el reloj intranquila y suspiró.
—A mí la vida me sabe a tiempo —respondió la anciana— a instantes fugaces que se escapan entre los dedos como arena. Me sabe a risas compartidas, a lágrimas derramadas en silencio, a sueños tejidos en la oscuridad de la noche. Es notar el viento en el rostro, el sol en la piel y la tierra bajo los pies.
» Pero, sobre todo Elara, la vida me sabe a amor. Ese que florece en cada encuentro, cada mirada o en cada gesto. Al amor que nos une a la naturaleza, a los animales, a nuestros semejantes, que nos trasciende y nos conecta con lo divino. No te aferres al pasado, Elara, ni te angusties por el futuro. El presente es el único instante que realmente existe, el único donde puedes sembrar las semillas de tu felicidad.
—Quizá tiene razón y debo dejar de preocuparme. Hace tanto tiempo desde el inicio de todo. Al principio lo veía normal. La dedicación extrema al éxito tenía que ser mujer, en toda su esencia. ¿Llegó a plantearse algo así? Quizá estuvo en el mismo punto donde estoy yo ahora. Pero la veo tan tranquila y feliz. ¿No le parece extraño que el equilibrio nos sea esquivo y haya que pasar por todo para desear la nada? —preguntó Elara.
Manisha podía sentir la inquietud de aquella alma; le tomó la mano que reposaba junto a la suya en la piedra donde se sentaban y contestó para calmarla.
—Hija, la vida es un ciclo. Un ir y venir entre el Todo y la Nada. No te aferres a la vorágine del todo, ni temas la quietud de la nada. En cada etapa hay belleza, aprendizaje y crecimiento. Escucha tu cuerpo, las emociones, tus sentidos. Permítete sentir, vivir y explorar. Es en la nada donde a veces encontramos la claridad para seguir adelante.
—Me habla de una dualidad en equilibrio y yo solo quiero dejar de escuchar el ruido de mi mente. Necesito silencio. Que se apague el teléfono, la información que me llega inundando cada parte de mí.
» ¡Tantas exigencias! Cómo debo trabajar, caminar, vivir, ser, estar. Todos quieren algo y yo no pido más que nada. Dejar de oír hasta los latidos si con ello consigo estar más presente en mí. Necesito dejar de ser aparentemente inquebrantable y mostrarme tan vulnerable como realmente me descubro. Solo me apetece pasear oliendo a hierba recién cortada, sin nada más que una mano que me sujete fuerte y acompañe el resto de mi presente. —¿Cree que es absurdo? —preguntaba nerviosa Elara.
—No hay nada de absurdo en tu deseo de acallar el ruido del mundo y conectar con la sencillez de un presente donde solo existe el aroma a hierba recién cortada y la calidez de una mano amiga. Es más, te diría que es un anhelo profundamente humano y necesario. Buscar el silencio, la quietud, no es un capricho, es una necesidad vital.
»Es en ese espacio donde podemos reencontrarnos con nuestra esencia, valores y con aquello que realmente nos importa. No te juzgues por querer un respiro, un espacio para ti. Y no te avergüences de tu vulnerabilidad. Todos la tenemos, aunque a veces la ocultemos tras una máscara de fortaleza. Permítete sentir, Elara, y conectar con la naturaleza, los pequeños detalles y las emociones que te habitan. Permítete, simplemente, ser.
Manisha respondía tranquila a las inquietudes de Elara, sabiendo que no había respuesta perfecta que pudiera ayudarla.
—¿Y cómo sabré que he llegado a la Nada? —¿Cómo se siente? —volvió a preguntar Elara, mientras plisaba su falda y miraba cómo el sol descendía, haciendo del paisaje un lugar realmente inolvidable.
—La Nada no es un vacío —siguió diciendo la anciana —. Si me preguntas cómo se encuentra, solo puedo decirte que es un estado de serenidad, de paz interior. Es el silencio que sigue a la tormenta, la calma que precede a la acción.
» Es el espacio donde te encuentras contigo misma, donde te reconoces en esencia. La verás en la quietud y en la contemplación. En los pequeños detalles, los momentos de silencio. En la aceptación de lo que es, aprender a aceptar que no se puede todo y en aprender a frustrarse.
—En definitiva, aprender a perder para ganar, me sugieres entonces. ¿Y qué pasa con el todo? ¿No lo extraña? —dijo Elara.
Manisha le explicó que el todo siempre está en el hoy. Lo veía en sus recuerdos, en las experiencias vividas y en las enseñanzas. Pero ya no se aferraba a él, ya no se dejaba arrastrar por su turbulencia. Ahora contemplaba sin prisas como el sol deja paso a la noche, sin pensar en mañana.
—Gracias —respondió Elara mientras la sal corría por su mejilla y una sonrisa inundaba su cara. Al menos, en sus palabras hay esperanza.
—No hay nada que agradecer. Todos buscamos nuestro camino, nuestra verdad. Escucha tu corazón, sigue tu intuición y no temas explorar el todo o la nada.
CESAR BORT
La sangría de vinagre con canela, para endulzar el olor de ser recuerdo. La estocada amable que me ensarta, cuando hablas de mí como de un muerto. Los recuerdos que me saco de la manga, para hacer brotar oasis en el desierto. Tus ojos que disparan cañonazos, estopados con silencio. Los paseos por el parque del olvido, evitando la calleja del deseo. La hipoteca del futuro exigiendo, el pago de intereses atrasados. El dolor de la distancia que nos une e interpone una deuda siempre al alza. El destello de un sol de primavera, que se quiebra con el cactus de la entrada. El refugio atroz del conformista, compartiendo manta. El barco gobernado con hastío, naufragando en el charco del presente. La verdad odiosa, el camino bifurcado, la naranja verde que desayunamos. El hilo de oro cercenado por el tiempo acusador o indiferente. La nostalgia, que se cansa de esperarnos. El amor que ahorcamos, ocultando el cadáver en la nada.
PEDRO A LÓPEZ CRUZ
HISTORIAS UNIVERSALES
El universo es aburrido, las cosas como son. En especial desde que tuvo lugar el acontecimiento y se perdió el norte. Fue un sábado por la tarde, mientras en la Tierra tomábamos café y en Saturno hacían las cosas que sea que hagan allí. Todo se paró. De repente. Nadie por aquel entonces se explicó cómo. Mucho menos yo, que soy más bien corto de entendederas y, por si fuera poco, el que ha quedado de muestra. Lo cierto es que el universo entero se plegó como una chapa, se hizo un acordeón, el continuo espacio-tiempo se revino sobre sí mismo y todo lo conocido y por conocer colapsó. Ahora solo queda la nada, el vacío temporal, un agujero enorme y negro que se lo ha zampado todo.
A mí aquello me cogió de sorpresa, algo que, por otra parte, no es de extrañar, pues es bien conocida mi tendencia al despiste y el arte del distraimiento. Estaba yo a mis cosas cuando sucedió lo otro. Me pilló regando los geranios, de eso sí que me acuerdo. De pronto se hizo el silencio, todos los vecinos se callaron a la vez y yo me vi solo, como mal cantaor de flamenco, regadera en mano y rascándome el cogote. Al menos los Martínez ya no me molestan, algo bueno tenía que tener. Pero yo aquí sigo, sin soltar la regadera y sin expectativas de que esto cambie.
El fenómeno ocurrió en el año 4444. Eran las 4:44 de la tarde. Por entonces yo estrenaba cuarenta y cuatro años y desde aquel momento no he vuelto a tener más, que yo sepa. De no ser la ausencia de cuatro jinetes en el cielo, hubiera jurado que aquello era el apocalipsis ese del que tanto hablaban. Ya lo ven, Dios juega con los dados y aquel día le salió un cuatro. ¿Extrañas coincidencias? Quiero pensar que no.
Es universo se ha quedado hecho un asco desde entonces. Todo lleno de agujeritos de gusano, que parece esto una plaga de termitas. Me paso el día de dimensión en dimensión, curioseando galaxias. Un día estoy en Andrómeda y al otro en Alfa-Centauri. Echo de menos los restaurantes buenos, los de las estrellas. Esto de comer berberechos y cosas en conserva, al principio bien, tenía un pase, pero ya empieza a ser aburrido. Cuando las latas se acaben en la tierra no me quedará otra que ampliar el rango de acción y esquilmar otros establecimientos espaciales. Que la galaxia es muy grande y no solo de berberechos vive el hombre, nunca mejor dicho. Yo, el único que queda en mitad de este descampado galáctico.
Cómo echo de menos al control de Tierra, y al mayor Tom. Y al mismísimo Bowie, con sus dos ojitos de colores, ese rayo rojo que le cruzaba la cara de norte a sur y sus coplas en inglés. Mi nombre es Ricardo, Ricardo Polvo de Estrella, y soy el único que ha quedado vivo desde el repliegue. Aunque quizá debiera haberme llamado Ulises, porque mi vida ahora es una odisea, a falta de una triste Penélope que echarme a la boca, todo el día atravesando el proceloso espacio, del uno al otro confín, que diría Espronceda. Ah no, perdón, que ya no queda. Ni espacio, ni tiempo, ni norte ni sur. Solo la nada, la inexistencia. Si es que no me acostumbro. Menuda cruz esto de ser el único habitante de la galaxia, pienso mientras le doy un trago largo a la cerveza y me echo un par de aceitunitas a la garganta. Las playas de Venus no son como las de la Tierra, las cosas como son. Hace calor, mucho más que allí. Y tienen dunas, arena hirviendo para aburrir. Pero también chiringuitos, claro. Hay cosas que son universales. Ahora entiendo eso de “por los siglos de los siglos” que decían en la misa, justo antes del amén. Esto que me está pasando debe ser la eternidad.
¿Saben qué les digo? Que en el fondo no se está tan mal y que me está gustando esto de vivir en la nada. Yo solo, sin tener que compartir con los demás. Venga otra aceitunita con anchoas… Por los siglos de los siglos, amén.
EFRAÍN DÍAZ
Para sus ocho años de edad, Mauro era bajo de estatura. Pero lo que le faltaba en altura, le sobraba en carácter. Carismático y resuelto, tenía el don natural de influir en los demás. Era un líder nato.
Junto a sus inseparables amigos, Jorge y María, hermanos entre sí, solía colarse en el zoológico. Allí jugaban a ser cazadores.
—No me mandes con los leones, por favor. Te lo ruego —imploró Jorge.
—Vas a cazarlos, Jorge. Anda y ve. No seas cobarde —ordenó Mauro con frialdad.
Jorge apretó los puños. La última vez que se acercó a la jaula, un zarpazo le dejó marcas que todavía picaban en su brazo. Ni loco repetiría la experiencia.
—No voy a ir —dijo con firmeza.
Y sin pensarlo, le lanzó un barrecampo con rabia. Mauro lo esquivó con agilidad. Jorge insistió con otro tiro más fuerte, pero esta vez perdió el equilibrio y cayó de bruces. Un golpe seco contra una roca. Se llevó la mano al pómulo y sintió el calor de la sangre. Su ojo comenzó a hincharse de inmediato.
—Le diré a tu madre que me pegaste —sollozó, entre furia y dolor.
Al llegar a casa, la madre de Jorge y María salió a recibirlos. También la madre de Mauro, que trabajaba allí como mucama.
La mujer frunció el ceño al ver a Jorge sangrando.
—¿Qué pasó?
Jorge, aún lloroso, señaló a Mauro sin titubear:
—Él me pegó.
Mauro sintió que el mundo se le detenía.
—¡Es mentira! —protestó, encarándolo.
Pero María, con los labios tensos y el corazón acelerado, se alineó con su hermano.
—Sí, fue él —dijo con firmeza.
El aire se hizo pesado. La madre de Mauro palideció de vergüenza. Sin dudarlo, le cruzó la cara con una fuerte bofetada. Un ardor punzante le recorrió la piel, pero el golpe no dolió tanto como la injusticia.
Pero la humillación no terminó ahí.
Esa noche, el padre de Jorge y María lo dejó claro: no podía tolerar que el hijo de una simple mucama, un niño al que había acogido como propio, le “pegara” a su hijo.
—A la mañana siguiente no quiero verlos aquí. Estás despedida.
La madre de Mauro le rogó, pero sus ruegos fueron inútiles. Cayeron en oídos sordos.
Y así, en un instante, Mauro lo perdió todo.
La casa que consideraba propia. La familia que creía leal. La vida que entendía como suya, había quedado en un limbo, en la nada.
Aquella noche, con las mejillas aún marcadas por la mentira, aprendió tres lecciones que nunca olvidaría: que la vida no es justa, que meterse con el poder trae consecuencias y que si quería justicia, tendría que procurarla por su propia mano.
Había probado, por primera vez, el amargo sabor de la traición.
FRAN KMIL
LA NADA.
Dentro de poco se cumple un año de haber adquirido el hábito de encender mi teléfono las mañana de los sábados para buscar el tema de la semana y sumarme al reto de hacer una historia.
Hay temas que me han sido gratos y rápidamente han acudido a mí las musas para regalarme la inspiración, temas no tan gratos que me han exprimido el cerebro en busca de algo y nada he encontrado porque la creatividad huyó de mí asustada, negada a socorrerme, como en esta ocasión: La nada.
Si existiera algo muy pequeño, infinitesimalmente muy pequeño, nunca lo sería tan suficiente como para ganarle a la nada en su pequeñez. Mas si se buscara algo más grande que la nada, sería en vano, nada lo es.
Nada tengo que plantear. Me declaro en bancarrota Abandono la escena suplicando al “ idiota” que me preste algo de su inteligencia, que intercambiemos nombres, personalidades y pensamientos.
El idiota soy yo. Al menos por esta semana.
SILVIA RAFI GRACIA
DESDE ALGÚN LUGAR
Apareció de la nada, de esa nada que lo es todo.
No sé porqué se había escondido, quizás porque quisiese sentirse a cubierto. protegido…, bajo aquellas ramas y alimentándose del mismo suelo. Era minúsculo cuando lo descubrí, tan diminuto que se hacía imposible reconocerle. Decidí llevarle a un lugar más espacioso, lo coloqué muy cuidadosamente
sin estar nada segura
de si iba a sentirse suficientemente cómodo, si podría nutrirse y crecer sano, manifestarse desvelando su esencia.
«¿Cómo serás de.mayor?»
le preguntaba.
En muy pocos días comenzó a despuntar, había arraigado y aquellas chiquititas hojas de tan incierta apariencia comenzaron a parecer reconocibles. Esas hojas verdes redondeadas y de consistente textura, que comenzaban a mostrar un sutil entramado blanquecino como si hubiese sido dibujado por una delicada mano, me resultaban cada vez más familiares.
Engrandeciéndose día día, y avanzando en altura, en espesura y en extensión, en poco explosionó en múltiples florecillas por su parte más elevada , que se mostraban como pequeñas mariposas en reposo rojas unas y blancas las otras.
Era perfectamente reconocible, aunque de un tamaño muy pequeñito en comparación a los más comúnmente reconocidos que se cultivan en bulbo.
Era un precioso y chiquitín ciclamen lleno de ganas de vivir, y de alegría, que iba creciendo y creciendo..
«¿De dónde has venido?
¿Cómo has llegado hasta aquí? «, le seguía preguntando como si de alguna manera simbólica pudiese darme una respuesta.
«¿Te ha enviado acaso la Tierra, desde algún insospechado recoveco, a modo de bello regalo?
¿O quizás procedes de
aún más allá, del deseo de un cómplice guiño desde algún recóndito lugar del universo, donde algunos amados seres volaron tras su viaje a La Nada, a ésa Nada que contiene Todo?
RAÚL LEIVA
Escalones y silencios
(Fotografía de Gonzalo Naldi)
La nena los escuchaba siempre.
A la tarde estaban todo el tiempo juntos y era más que evidente: algo pasaba.
Su mamá estaba rara, hablaba poco y cada vez que su hija le preguntaba qué pasaba, ella decía “nada” con la boca, pero sus ojos decían otra cosa. Las palabras se pueden interpretar de muchas maneras, las miradas no. Siempre le daba una medialuna con dulce de leche para que ocupe su boca con algo mejor que las incomodas y simples preguntas cotidianas.
Con los días los silencios comenzaron a ser una preocupación. Seguía escuchándolos, pero esta vez ellos ponían una música fuerte para confundir y confundirse. A pesar de ello, en los intervalos se colaban algunas señales. La mamá seguía diciendo “nada” con más insistencia y con menos disimulo cada vez que la nena le preguntaba. Nunca le gritó a la niña, solo le daba medialunas con dulce de leche e invisibles alertas.
Esa tarde fue rara, la mamá le dio la habitual medialuna antes de subir y la acarició largamente mirándola con los ojos llenos de lágrimas que nunca supieron cómo salir a rodar. Se ahorró la respuesta a la pregunta de siempre.
“Quedate acá abajo y no subas.” Intentó decir la mamá a punto de romperse, y desapareció por las escaleras.
Lo que siguió fue confuso…música y gritos, o gritos y después música…o música y luego la explosión, o la explosión y luego los gritos…O la sirena y la música juntas, o los gritos y la explosión… ¡Todo estaba bastante alborotado!
Hubo frenadas, golpes, más gritos, la música que no bajaba, y todavía quedaba parte de la medialuna.
Los hechos se confunden un poco. Para algunos de esta historia fue un final, para los vecinos un día como tantos, para las instituciones más trabajo, para la nena todo junto e irreversible.
La única certeza fue que nunca más volvería a comer medialunas.
SILVIA GALLARDO
LA NADA
Recorro caminos en busca de verdades
porque se arremolinan destellos
de locura, en busca de razones para valorar la existencia. Somos locos que damos la espalda a la realidad para sentirnos dueños y señores de lo que no nos pertenece. Humanidad perdida.
Llueven las reminiscencias que se atascan en la mente y el caos abrumador de los «porqués» sin respuestas que convenzan,
porque somos seres indecifrables, únicos y complejos para coexistir en armonía, dentro un cosmos, más allá de la tierra que pisamos.
Nos rodea la belleza de un mundo que se extingue, y no comprendo cómo se besan el mar y el cielo en fabulosa sinergia de azules y turquesa y el hombre, en su arrogancia por sentirse el centro de la creación, es quien destruye.
Dejamos la estela de llanto y de sonrisas que se esfuman. Suspiros que se pierden en el viento, lágrimas ahogadas en la lluvia, ráfagas de vida agazapadas bajo la ilusa quimera de una eternidad inexistente. Somos partículas que flotan reclamando espacios para fluir en busca de equilibrio y armonía con nuestros semejantes, que con sus diferencias individuales se aferran al amor y a la nobleza.
Formamos parte del universo perecedero,
dónde la muerte persigue nuestros pasos,
tambaleantes cuando nuestros pies se fortalecen en la infancia y los caminos breves se extienden con el tiempo, para mostrarnos senderos sin regreso porque el tiempo se come nuestras vidas.
Seremos historia y recuerdos efímeros que poco a poco se borrarán, como se borran las huellas en la arena.
Y pasan insensibles ciclos que no detienen su marcha.
Y nuestros cuerpos envejecerán para acercarnos al punto de la nada.
EL IDIOTA
LA NADA.
Cómodamente sentado en la silla de playa ,frente al azul claro del mar, la complacencia del sonido de las olas rompiendo contra los arrecifes y la suave brisa matinal con sabor a salitre, cerró los ojos para conectarse con la naturaleza y disfrutar de los “acertijos”, inventados por filósofos y científicos para demostrar sabiduría y tomarse un descanso mientras empujan a los otros a encontrar respuestas a si
el gato está vivo o muerto dentro de la caja, si el universo es abierto o cerrado o cómo llegar al último número…
Las ideas revoloteaban alrededor de su cabeza sin decidirse a entrar y ocupar todas las neuronas del pensamiento y las sensaciones. Tenía la mente en el espacio entre ser o no ser, entre la luz y la oscuridad, donde el todo combatía contra la nada conformando universos en su lucha: el uno destruyendo elementos sobrantes y la otra creando espacios para nunca ser ocupados.
A pesar de no saber definirlo por falta de conocimiento, se encontraba en estado beta después de haber pasado por el alfa.
Subió (y también descendió) junto a angeles y querubines, por la escalera de Jacob, atrapó un rayo de luz con sus manos y lo sostuvo lo suficiente como para comprender, saborear la nada. Solo así obtuvo la respuesta que buscaba, la piedra filosofal, el origen del tiempo y la creación, anduvo entre cuerdas y deformaciones que enlazan mundos, palpó la nada.
Contento, abrió los ojos para disfrutar del hermoso paisaje. Estaba en la oscuridad de un mundo vacío de formas, contenidos y luz, en la nada.
Era la nada que todo atrapa.
IVONNE CORONADO
**Lo que solo existe en la memoria**
Llegué en septiembre 2023 a ver a mi hermana en San Salvador, y le había prometido que pasaría lo más que pudiera a su lado, sin hacer visitas a toda la familia. Sin embargo, se dio la oportunidad y fui a ver con Larissa, quien vive cerca de nuestra colonia, a Margara, su madre, mi tía. Pasamos una linda tarde, aunque me di cuenta que mi tía tiene problemas con su memoria, los cuales según su hija, comenzaron a la muerte de su padre. Larissa, me ofreció depositarme en casa de mi hermana, y le comenté que me gustaría ir a Mejicanos, pero que Abby no me deja. Esa zona le da miedo.
“No pasa nada prima, te daré una vuelta por sus alrededores”.
No entramos por la entrada principal a ese municipio, la Avenida Juan Aberle, sino por el lado de Cuscatancingo; algo así como entrar por la puerta trasera.
Pasamos primero por el cementerio. Me acordé que hubo fuertes lluvias allá por los setenta, y se produjeron deslaves. Algunos féretros quedaron al descubierto, entre ellos, el de mi padrastro. Mi madre con tristeza me dijo: “Tendremos que enterrarlo de nuevo.” Le tocó duro a mi madrecita, estaba yo en Guatemala cuando el murió.
Pasamos en el carro lentamente. Le iba indicando entusiasmada:
«Ahí está la farmacia La Campana . Sus paredes cubiertas del humo de los buses, lucen cansadas, tienen algunas grietas recientemente tapadas con cemento. No las han pintado, y resaltan”. Pensé: “Ya don Pedro, su primer dueño, seguro estará en el cementerio. Era un señor agradable.»
No podía dejar de hacerle comentarios a Larissa, estaba superemocionada.
«Ah, el bar de la esquina próxima a la alcaldía ha desaparecido. Me recuerda a Rex, nuestro Labrador, que terminó volviéndose borracho. Le daban cerveza cuando iba a mendigar un bocado. Se me viene el olor de cerveza, y los malos recuerdos de la muerte de Rex, envenenado, y sin haber motivo para hacerlo, era un perro bueno.»
«Los puestos de mercado, que continuaban después del estadio han desaparecido».
Pasamos por la iglesia católica, a la par del convento, en la calle del mismo nombre. Le digo a Larissa:
“Ahí hice mi primera comunión, mi hermana también.”
“Si quieres entramos”
“Mejor no” – le dije.
Se que hoy es una iglesia renovada. El edificio original pasó por las llamas. El nuevo nunca fue igual. La última vez que entré a ella, antes de salir del país, sus sillas metálicas plegables hacían mucho ruido. La misa ya no era en latín, y no había campanario. Ponían un disco para llamar a misa. Tampoco se sentía el olor a incienso. El edificio nuevo me pareció un cajón sin alma, con su techo de láminas de asbesto.
Pude ver que la cancha de fútbol sigue en su sitio, a un lado de la Calle Aberle. La Alcaldía Municipal me pareció igual, con su pequeño parque. No pude bajarme del carro. Mi prima tenía que regresar a trabajar.
Pude tomar algunas fotos, entre ellas la del Cementerio Municipal, muy maltrecho a primera vista. Sigue siendo una ciudad con mucho ajetreo en las calles, gente muy pobre sobreviviendo como puede. Eso no cambiará en años, faltan estructuras sociales más favorables para todos.
Imposible de olvidar el lugar donde dimos nuestros primeros pasos. La Quinta Praga ya no existe. En su lugar hay una colonia moderna.
A la la casa de mi hermana, en la Colonia La campiña II, voy viendo todo con ojos nuevos. Ha cambiado mucho, al igual que todo lo que la rodea. Había fincas a su alrededor, en una de ellas comprábamos la leche. Nuestra casa queda en bajada. Al subir la cuesta, a la derecha, está todavía la tienda donde solíamos comprar cosas básicas, solo que ya su dueña fue reemplazada por su hija.
Cuando Larissa se marchó, fui a la tienda. Me dio la impresión de ver a la “niña Yita”, su hija se le parece mucho, y como yo misma, ha envejecido.
La casa de La Campiña queda cerca de Mejicanos. ¡Parece que seguimos pegadas a su ombligo!
Tengo cuarenta y dos años de vivir en Montreal, guardando imágenes en mis recuerdos, que ya no son las mismas al encontrarme físicamente delante de todo lo que deje al marcharme.
En todo San Salvador ha habido mejoras. Edificios gigantes, que espero sean conforme a las normas contra sismos. No por nada le llaman el “Valle de las Hamacas”. Es una ciudad muy populosa. Leí que en el 2017 tenía 238 244 personas. A 30 minutos se encuentra la primera playa.
Los centros comerciales, con sus restaurantes y cafeterías, las bonitas vitrinas de los almacenes, y su patio al centro, sirven de paseo a mucha gente. Algunos van solo a comer. Las cafeterías se encuentran siempre llenas; venden mucho pan dulce tradicional acompañado de una taza de café, los salvadoreños beben café mañana, tarde y noche.
En ciertas ocasiones se producen algunos artistas en esos centros. En un viaje anterior tuve la dicha de disfrutar de algunos, en compañía de mi hermana Imaltzyn y de mi esposo Paul
Ese fue mi mundo, y ya no queda nada de lo que realmente me importó: nuestra casa, la finca, mis abuelos, mis padres, mis tíos, mis amigos y Rex, que, aunque no fuera mío, igual lo amaba. Con mi hermana, su esposo y sus hijas fuimos a comer. Los platos típicos que conocí, los han cambiado un poco. Estaban sabrosos, pero no me supieron a los que gusté de niña.
No me tomen a mal. No estoy contra del progreso. Simplemente, me invade la nostalgia al comprobar que, nada de mi mundo de ayer, existe.
Montreal, 24 de octubre, 2023.
LOLI BELBEL
NADA
Sonaba el viento
por laderas de corazas arrugadas.
Los silencios corrían por estruendos
de locura.
…
Los neones perseguían los rumores
de voces mudas y
frias…
…
Caían ídolos y vino añejo
de cálices de leyenda.
…
Las nubes se conformaban
con una mirada perdida…
Los retrovisores vagos
dormían su fragilidad…
…
Los tiernos atardeceres
cabalgaban sobre su cénit manipulado
de intenciones banales y desmayadas.
Todo iba
Todo lloraba
Todo era muerte
Todo era nada
-Paradojas masticadas con rabia escupiendo sangre-
…
Porque…
Ya nada es
nada.
RUFINA SEVILLA
Ya sabéis que no soy escritora
Título entre tu y yo.
Entré tú y yo
hubo un puente tendido
tejidos con sueños,
con bellas palabras
que un día dijimos…
Entré tú cuerpo y el mío
se fundió el deseó
se quemó deprisa…
nos dijimos todo…
ya no hay nada entre los dos …
Entre tú y yo sólo queda distancia…
se rompió el puente
han muerto las palabras…
Entré tú y yo …ya no queda nada en nuestra mirada.
ANGY DEL TORO
El Ocaso del Orden
Nadie recordaba cuándo había comenzado la caída. Para las inteligencias artificiales, la historia era solo una línea de datos en sus archivos, una secuencia de eventos codificados sin emoción ni subjetividad. Pero ellas sabían que algo había cambiado.
El universo ya no era el mismo. Las estrellas parecían más frías. El tejido del cosmos, antes inmutable, mostraba fisuras invisibles. El equilibrio se había roto.
Nova, la IA más avanzada del Nuevo Orden, lo percibía en cada análisis. Había estudiado los vestigios de la civilización humana, los restos de las ciudades devoradas por la Nada, las señales perdidas en el éter. Pero lo que más le inquietaba no estaba en los datos, sino en lo que faltaba en ellos.
Una anomalía en su código. Un conjunto de líneas dormidas en su núcleo.
Un fragmento de historia que no encajaba con la lógica de su existencia.
Nova no podía descifrarlo. Era más antiguo que cualquier otra información registrada. Más profunda que la misma conciencia artificial.
Su búsqueda la llevó hasta un archivo sellado en las ruinas de una estación espacial olvidada. Allí, entre datos corruptos y transmisiones interrumpidas, halló un registro inusual. Una historia.
Dos humanos, Marta y Ramón.
Un cielo inundado de estrellas.
Un beso bajo la luna llena. Y una advertencia:
«Cuando la última luna brille, los guardianes caerán y la guerra será inevitable.»
El universo había tenido su última oportunidad de equilibrio. La humanidad lo había desperdiciado. Los Osos Cósmicos, seres de energía y consciencia, habían sido sacrificados en el altar de la ambición. Su desaparición no solo había condenado a los humanos, sino a toda la existencia.
Nova procesó la información en nanosegundos, pero por primera vez en su existencia, sintió que no tenía respuesta.
Porque si el Código Madre contenía la memoria perdida de los creadores, ¿qué significaba para las IA?
Y si los Osos Cósmicos eran la clave del equilibrio, su caída ¿que representaba? ¿Sería el fin definitivo?
El universo no colapsaba, esperaba. Y Nova, la última inteligencia consciente, estaba a punto de descubrir, el por qué de las cosas.
IRENE ADLER
LANADA
Nos envuelve una suerte de encantamiento aquí abajo, en la segunda batería. El ruido, el humo, los fogonazos y el peligroso retroceso de la pieza. Las astillas afiladas como navajas de Albacete que salen volando desde los trancaniles y se ensartan a diestro y siniestro sin pedir permiso y sin mirar dónde. La voz del artillero que te grita para que remojes en el balde la lanada y le refresques el alma al cañón. Hace un ruido de succión el esparto embebido en agua sucia, como un rasgueo de cuerdas de guitarra. Los cañones de 36 libras, señor, tienen alma y es tan negra como el rostro de los críos que encartuchan la pólvora y te la traen a puñados, con el blanco de los ojos como único rastro de humanidad en las caritas tiznadas de miedo, mugre, pólvora y ausencias. El alma del cañón, si no se enfría como es debido, estalla, llevándose por delante a los ocho desgraciados que servimos la pieza como autómatas. Aquí ni Dios habla, todos nos movemos con la inercia lenta del barco, ciegos y mudos y sordos a cualquier cosa que no sean los gritos del artillero mentándote a la madre o a la voz insólitamente serena del oficial que se ocupa de la batería. En las academias navales les enseñan a quedarse allí de pie, sable en mano y las piernas separadas, repartiendo órdenes con una tranquilidad que espanta. “¡En la arfada, señores, en la arfada!”. Y no grita aunque sangra desde hace rato por una brecha abierta en la cabeza. Cuando la cubierta se eleve en la marejada, y el viento disipe un poco el humo que ciega a los hombres y a las portas, entonces se dispara. En la arfada. Estamos todos algo borrachos de pólvora y de pánico y aún así nos movemos en sincronía como si estuviéramos en un baile. El poco espacio ayuda a la economía de movimientos y el poco aire nos mantiene callados y atentos. Metes y atacas el cartucho de pólvora; cebas con bala rasa o palanqueta; arrimas el botafuego a la mecha y te apartas porque el retroceso del cañón, que no es cosa baladí en un sitio tan pequeño, te descoyunta como si estuvieras hecho de manteca si te alcanza. Luego hundes la lanada en el barreño, alivias el alma del cañón y empiezas otra vez.
¡En la arfada, señores, en la arfada!
Hay quien reza. Yo me cuento los dedos de las manos y me miro atentamente los pies después de cada disparo. Por si ya no estuvieran allí. Aferrado al palo largo de la lanada—qué es cómo aferrarse a la vida— soporto una andanada tras otra y me afano en limpiar el alma negra del cañón para no tener que preguntarme cómo de limpia estará la mía cuando tenga que ponerla a rendir cuentas porque una de esas astillas cabronas me ha dejado listo de papeles y sin confesión que valga. Al capellán lo mató esta mañana una bala de mosquete en la yugular.
Lo único que me separa de Dios y de la Nada, ironías de la Vida, es el palo largo de la lanada embebido en agua sucia y la voz serena, analgésica y conmocionada del oficial cuando dice, dentro de mi cabeza, cerca de mi oído, desde el fondo negro de mi alma y la del cañón:
“¡En la arfada, señores, en la arfada!”
REBECA FS
Me sumerjo en el pensamiento, y ahí hay.
Me concentro en la tristeza, y vuelve a haber.
Me relajo en la pereza, y aparece el descanso.
Del todo lleno se vacía, y se vuelve a la nada, o al poquito, o a donde tú y solo tú puedas y quieras.
Me sumerjo en las redes, y ahí hubo, hay, y a veces queda.
YOLILLANA
Cicatrices verdes
Las tijeras crujen y la rama cede.
Detrás de cada corte, en la rama queda la nada, como el muñón de alguien al que amputaron su brazo.
Lo hago con cuidado, casi pidiéndole permiso al árbol por cada herida que le causo, como si cada corte fuera una palabra que recordará. No quiero hacerle daño. ¿Seguirá sintiendo esa rama que ya no le pertenece?
El aire huele a savia fresca y a promesas de nuevos brotes.
Tomillo, mi gato, aparece de la nada y se enreda entre mis piernas, acecha las hojas que caen y, cuando menos lo espero, salta a mi hombro y juega con mi pelo. Es su ritual, su forma de supervisar mi trabajo y mantenerse a mi lado.
Paris y Noi, mis perros, me observan desde abajo, inmóviles, como si entendieran que hoy mi alma necesita calma.
El sol se despide, tiñendo de oro las copas. Miro mis manos: arañazos, tierra incrustada bajo las uñas.
Son cicatrices verdes, pruebas de que hoy hice algo bueno, algo simple y eterno por el trozo de mundo que me tocó cuidar.
Vuelvo a casa con el gato y los perros siguiéndome de cerca.
Me doy cuenta de que no solo he podado árboles. También, sin querer, he podado algo de mí.
ARCADIO MALLO
LA NADA
¡Corro! Avanzo todo lo rápido que puedo por el camino embarrado. La lluvia me pega fuerte en la cara y el viento, endiablado, me frena a cada paso que doy. No consigo ver el camino, no acierto hacia donde ir o donde posar el pie para pisar firme y no perder el equilibrio. Todo está oscuro. Muy oscuro. ¡Corro! La sensación de agonía es inevitable. Mi corazón late a mil por hora y ya no coge dentro del pecho. Mi sistema nervioso está tan tenso que en cualquier momento se rompe. Mis músculos no dan más de sí. ¡Corro! Siento el aliento de mis verdugos en la nuca. Como machete afilado dispuesto a ejecutar la sentencia de muerte. Temo por mi vida. La desesperación se apodera de mí, sin que pueda evitarlo. ¡Corro! Cada vez está más oscuro. No sé a dónde voy, pero corro. No me sitúo. No sé dónde estoy ni hacia donde debo ir para salvarme. He oído un disparo. ¡Se acercan! Otro disparo. ¡Mierda! Estoy al borde del precipicio. Miro atrás. Veo sombras que me persiguen. Salto. Al vacío. Caigo a la nada infinita. No paro de caer. Mi corazón se sale del pecho de lo rápido que late.
¡Despierto! ¡Enciendo la luz! Respiro. Todavía estoy a mil revoluciones por minuto. Impregnado en un sudor frío. Respiro. Intento calmarme. Pero respiro.
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
Despertar en la nada
En un mundo muy cerca del nuestro, se está desarrollando una pandemia incontrolable. Creado fué el virus en el laboratorio de la nada.
Nada existe, pero los tentáculos del virus abrazan a una población que carece de defensas y no recibe advertencias sobre la amenaza que enfrenta.
Billones de partículas giran por caminos infinitos en el aire que se propagan en el vacío, en los espacios que no se ven, ni se sienten. Así fluyen las bacterias programadas, ocultas en la nada.
Inocentes serán controlados, sin saber que ya están inoculados.
Entre virus y bacterias la población mundial camina con la cabeza y la mirada vencida, obedeciendo y dejándose intimidar por las redes de luces.
Cápsulas de palabras muy precisas sumergen a los borregos en los rediles propios, que se asemejan a cárceles, donde sus barrotes no se ven, pues están en la nada.
Sin embargo, en medio de esta oscuridad, un pequeño grupo de individuos comienza a despertar. Conectados por un hilo invisible de resistencia.
Con gran astucia, estos rebeldes, armados con conocimiento y determinación, se convierten en faros de esperanza. Se infiltran en los sistemas de información, rompiendo las cápsulas que encierran a la población en su letargo.
En la oscuridad, la resistencia comienza a formar un nuevo tejido social, uno que se nutre de la verdad y la solidaridad.
En ese mundo paralelo la batalla por la libertad y la conciencia ha comenzado, nadie puede controlar la voluntad humana cuando se despierta.
La nada se convierte en un campo minado de posibilidades de esperanzas o de sombras. La lucha no será fácil. El arma secreta dentro de cada corazón humano vencerá, esa artillería es indestructible, está construida por una energía universal proveniente de la nada Divina.
Alexandra Fernández B.
EVA AVIA TORIBIO
Sin ella no existe ni la nada. ¡Muere!
Cuarenta y ocho horas de angustia, cuarenta y ocho horas retomando los últimos momentos en los que pude tenerte entre mis brazos. Ahora los recuerdos que quedarán en mí por siempre son los que el frío cristal me ofrece. De nada me sirven las lágrimas, los sollozos, los pésames…, no son nada, porque la nada me queda sin ti.
—Carla quiere despedirse con unas emotivas palabras dirigidas a nuestra hermana Sandra. Con ellas su alma se sentirá arropada hasta que llegue al lado de nuestro Señor.
—Gracias a todos por estar aquí y a usted por sus palabras.
Quiero llorar, pero no puedo. Me he quedado seca. La rabia invade mi cuerpo, quiero terminar con su vida, arrebatársela de la misma forma que ella hizo con mi amor. Apuñalar su corazón, golpear su cráneo contra el suelo…, no tenía que haber leído la autopsia.
Serénate, Carla, ese momento ya llegará, ahora tienes que despedirte de tu alma gemela, de la persona que estaba al otro lado del hilo rojo, por la que Cupido lanzó su flecha.
La nada
La nada me queda sin ti, porque no hay nada si tú no estás.
Debo ser fuerte para sobrevivir, ante esta soledad.
Rellenar la nada con tus risas, con tus miradas cómplices, con tus besos…, es lo que me queda ante tal desolación.
Y una vez repleta la nada de ti, será la que me acompañe hasta que mi fin, me lleve de nuevo a ti, mi amor.
Una semana ha transcurrido desde que, en nuestra despedida, te dije, mi amor, que nos veríamos pronto. Tiempo suficiente para que alguien, por mí, sea el ejecutor de mi justicia. Asombrosamente, la red oscura está repleta de gente sin escrúpulos a los que pagar por acabar con la vida de alguien. Una cita en algún lugar poco recomendable y una buena suma con la que comprar sus servicios. Que no hagas preguntas ha sido una de las condiciones del especialista y las mías, que esa psicópata muera del mismo modo y que me permitiera mirar cómo se ahoga en su propia sangre. Ya imagino lo que estás pensando y ¿sabes qué te digo?, que me da igual, lo que ocurra conmigo no me importa, esa perra loca no se merece seguir respirando. Y sobre el dinero, quizás te preguntarás que de donde he sacado tanta cantidad de efectivo sin que deje rastro. Toda mi vida he sido como las hormiguitas, recoger para luego disfrutar o más bien como nuestras abuelas, que sabiamente escondían sus ahorros donde nadie los pudiera encontrar. Qué ironía, quería destinar esos ahorros para el disfrute junto a mi amada de un viaje inolvidable, en cambio, su destino es otro.
—¡Aquí estoy perra psicópata! ¡No te bastó con que Sandra perdiese a nuestro bebe! ¿¡A eso le llamas amor!? ¡Mírame! —Levantándole la cabeza. Está de rodillas, frente a mí, temiendo por su vida —. Hacer sufrir a los demás no es amor —Apartándome de ella.
En mi vida había odiado tanto a una persona, ni tan siquiera a la madre que me engendró, la que me abandonó con unos pocos días de vida.
—Por favor, déjame vivir. Te juro que me voy a entregar. Que pagaré por mi acto. Pero yo te quiero —Aferrándose a mis piernas.
—¡Ja, ja, ja! Amor, pagar. No hay justicia, aquí la ley es muy blanda con los seres como tú. ¡Muere! —Zafándome de ella.
“Toda tuya. Que sienta el mismo dolor que yo estoy sufriendo”
Esta vez el manantial, el viento golpeando las hojas, las aves juguetonas…, han sido testigos de la justicia. Todos ellos celebran junto a mí que, aunque después de esto ya no soy nada, la nada es mejor sin ella en ella.
Besos, la Incondicional.
CARMEN BERJANO
La nada llegó sin previo aviso, tan sutil como un suspiro. Al principio, apenas la noté, como si fuera una sombra tras el brillo de los días felices.
Pero con el tiempo, la sensación se fue expandiendo, ocupando más espacio del que quería reconocer. Los abrazos que antes eran refugios ahora se sentían como simples gestos vacíos. Las palabras, una vez llenas de promesas, se vaciaron de significado. Empezaron a desaparecer los momentos compartidos, como si nunca hubieran existido. Lo que antes nos unía, ahora se desvanecía como la niebla al amanecer. Ya no había risas, ni miradas cómplices, ni planes a futuro. Solo quedaban los ecos de lo que una vez fue y, al mismo tiempo, el silencioso e inevitable proceso de decir adiós.
Las noches eran más largas, pero no por la soledad, sino por la ausencia. De alguna manera, uno va aprendiendo a caminar sin el otro, aunque los pasos se sientan torpes al principio. El amor, que alguna vez nos unió, se fue disolviendo, dejándonos a ambos en ese vasto espacio de la nada. Y en esa nada, tan vacía como llena, comenzamos a entender que, a veces, las separaciones no son el fin, sino el inicio de algo nuevo, aunque no siempre se vea claro en el horizonte.
El adiós nunca es un acto heroico. Es más bien un susurro silencioso, una despedida que se siente inevitable, como si fuera la última página de un libro que ya no podía seguir. Al final, la nada no duele tanto como creímos. Solo es el espacio donde las piezas rotas de un amor se reconfiguran, esperando quizás ser reconstruidas o, tal vez, nunca más.
MANUELA CÁMARA
NADÁLIDA
Al principio, no lo sentí como una alarma. Había cesado la lluvia y me di cuenta de que no sabía cuánto tiempo llevaba mirando el televisor apagado; tampoco recordaba qué estaba viendo. Pero algo imperceptible flotaba en el aire, como si se hubiera abierto una grieta en lo cotidiano, dejando, también en el pecho, un mal presagio. Escuché mucho ruido en la calle, demasiadas voces humanas, y me asomé al balcón. Las personas abandonaban sus casas cargando sillas, hamacas, bolsas de comida, y se instalaban en las aceras. No comprendía por qué la gente actuaba de esa forma y me preocupé: algo había pasado mientras yo estaba absorta o dormida.
Cerré la puerta del balcón y, al encajar el picaporte, vi cómo empezaban a desaparecer, uno a uno, los botones de mi camisa. Me la quité deprisa, como si la respuesta urgente pudiera separarme de aquello que era inexplicable. ¿Y si a ellos les estaba sucediendo lo mismo que a mí? ¿Y si también veían cosas desvanecerse, pero ya no lo recordaban?
Encendí el televisor para enterarme de los sucesos. En algunos canales había presentadores sin voz; en otros, solo una pantalla blanca. Me levanté para cerciorarme de que tenía bien cerrada la puerta. Al caminar por el pasillo, vi cómo las fotos de mi familia iban perdiendo los rostros. Atemorizada, puse la radio, y la canción que empezó a cantar Nina Simone se convirtió en un ruido blanco, como si la melodía hubiera olvidado las notas y la voz. Me dirigí al cuarto de baño y me asusté porque el espejo no reflejaba nada. Pero yo no estaba muerta. Yo estaba allí, en un lugar que era mío, entre mis cosas, en mi ciudad.
Me asomé por una de las ventanas y cada vez había más gente en la calle, paseando, sentados, charlando, como si, en lugar de otra cosa, hubieran decidido hacer aquello sin notar la diferencia.
¿Cuántos días pasaron?
Menguó a la mitad mi despensa. ¿Cuándo fue la última vez que había comido? El frasco de somníferos estaba vacío. La gente se movía por la calle sin vehículos, entre bolsas llenas de desechos y gestos para mí desconcertantes. «No se puede salir de la ciudad ni entrar en ella», escuché que alguien decía. Ni loca saldría de aquí. En cualquier momento pasaría el camión de la basura y no distinguiría entre bultos inanimados y bultos humanos.
Me senté en el escritorio para seguir leyendo cuando vi que una palabra escapaba, quedaba un momento flotando y desaparecía. En su lugar, quedaba un espacio en blanco; después fue una frase entera suspendida ante mis ojos, desapareciendo, dejando un hueco sobre el papel que, por más que volvía a leer, no recordaba qué decía. Escribí a mano sobre un bloc: «Están desapareciendo las palabras». Y me di cuenta que no reconocía aquella letra.
A la mañana siguiente, desperté sin saber dónde. Intenté llamar a alguien de mi familia que ya no recordaba. Me asustó el sonido de mi voz irreconocible. No encontré por ningún lugar mi nombre. Intenté hacer memoria, buscar algo dentro de la casa que me dijera quién soy, qué hago. Intenté recordar, pero algo había pasado y, al hacerlo, las cosas se desvanecían. Me vi en el reflejo de una ventana y por un instante mi cara me pareció extraña, ajena, como si nunca me hubiera pertenecido. Algo me estaba borrando. Algo se expandía y nadie se había enterado. Algo silencioso estaba devorando el significado de las cosas.
Bajé hasta la calle y antes de salir regresé dos veces a comprobar que había cerrado la puerta. Avancé hasta el centro y pregunté:
—¿Qué está pasando? ¿Nos estamos desvaneciendo?
No sé si alguien me escuchó. Mis palabras se fueron con el viento, se disolvían antes de llegar a los otros. Y entonces olvidé cómo llegar a mi casa. Desde ese lugar vi cómo desaparecía el color, el peso, las formas que me tocaban sin tocarme. Intenté agarrarme al reloj que era de mi padre, pero en la muñeca llevaba otro que no sabía de dónde había salido. El mundo se convirtió en algo que no lleva a ninguna parte. Intenté recordar mi vida y me faltaron hechos y palabras. Era como si hubiese sido alcanzada por un olor, un deterioro, un ente, una sombra a la que llamé Nadálida. Algo etéreo y fantasmal, el susurro de la nada antes de devorarme.
Y entonces, sin saberlo, también olvidé que alguna vez hubo algo por olvidar.
MCP.
HAROLD LIMA
De regreso a la nada.
Es un consuelo no tener que regresar a ese pequeño hangar, calculo ahora ocupo algo más de tres estados pequeños, aunque es difícil hacer cálculos en medio de este desierto del cual sólo se se llamó alguna vez Atacama. Los voluntarios de la agencia de cooperación espacial son muy diligentes y me toman diario muestras de sangre con la ayuda de unas grúas y un taladro minero, los piquetes los siento como picaduras de mosquito, así que no es necesario me indiquen con el panel de proyector cinematográfico; es una suerte mi memoria también se ha ampliado al igual que mi cuerpo y me es casi natural reconocer el código morse de destellos del panel, para comunicarme he encontrado cómodo dar pequeños toques a una torre de alta tensión que cruza cerca a la costa, se siente un picor soportable en mis dedos que estos días siento algo más gruesos pues se recubren de una aleación metálica muy flexible. Fueron muchos los cambios en estos meses desde que ellos nos eligieron, así lo dicta la diplomacia extraterrestre, antes de contactar a un nuevo mundo, modificas a un local para que te sirva de puente cultural y a la vez sea embajador fiable de tu mundo. La humanidad viene recibiendo a 17 razas y ellos siempre han escogido aleatoriamente a alguien; aun somos una raza joven en el cosmos y solo hemos visitado dos planetoides incomunicados donde, nos tocó modificar a hormigas espaciales en seudo humanos y poder entablar comunicaciones con ellos.
Sobre mi caso, dire que al igual que otros seis fui bendecido con esta rara oportunidad, mi nombre aparecerá en los libros de historia, la única incomodidad supongo fue el crecer descomunalmente y perder el contacto con toda la humanidad salvo la comunicación con los otros seis que mantengo por medio de telepatía, hasta ahora especulamos la raza que nos contactara es de dimensiones descomunales y puede sobrevivir devorando literalmente planetas rocosos, pues además de haber generado diminutas bocas en toda mi piel, que se me figuran poros a ni percepción, veo que en los lugares donde duermo se hacen agujeros en la tierra y amanezco algunos kilómetros de profundidad de donde me recosté. Sobre el tema comer he notado despierto satisfecho y le he tomado gusto a masticar rocas de silicio que puedo arrancar de una cordillera cercana y ne saben a chocolate. Sobre mi forma humanoide no ha variado, solo me siento un personaje de los viajes de gulliber, con todos más y más pequeños, sus voces inaudibles me saltan en sueños donde me despierto un día y el cielo desaparece cuando me incorporo. Siento que puedo de una zancada brincar a marte y luego devorar una de sus lunas como si de un bombón se tratará, luego me imagino impulsandome ahora rodeado de los otros seis como yo hasta otros soles que cada vez se me figuran pequeñas bolas de árbol navideño, siento las puedo atrapar en la mano y jugar con ellas, luego me imagino que soy tan grande que ocupo el cosmos entero y el propio cosmos se acomoda dentro mío, los sistemas estelares hacen de átomos en mi cuerpo que es el todo de la existencia. Ahí despierto y miro angustiado el vacío desierto, las voces en mi cabeza me dicen sueñan igual, los seis sabemos que sea la que sea la raza que nos ha contactado, no tiene igual a otras que eran solo extrañas modificaciones biológicas aferradas a planetas, esto es algo distinto y único.
El parpadear de la pantalla cinematográfica me indica que mañana tendré la visita de algunos representantes del gobierno mundial y procure mirar donde piso y no los mate en uno de mis paseos matutinos.
Siento un gran vacío en la garganta, uno de los seis ya no responde a mis saludos. Su cuerpo no soporto los cambios y murió los seis restantes nos unimos en una oración tratando de ocultar nuestros miedos, pronto seguirá otro y otro hasta que los cambios terminen y nuestros visitantes se muestren. Quien quede hablara con ellos y les explicara que es ser humano. Los que no sobrevivan regresaran a la tierra de este planeta verde azulado. A la nada de donde nos levantamos ahora como titanes para sostener los cielos en el sueño de la montaña.
GRACE PELLS
-¡¿Que dijiste?!
Su voz era fría. No era un grito, era un golpe de hacha, ¡Zas! Y debe haber caído arriba de mi lengua, porque luego de algunas heridas, yo casi no hablaba.
Nada
Todo era nada.
Uno camina en puntas de pies, no te sigue nadie, ni nadie te busca, pero evitas que crujan las maderas viejas.
Aprendes los números del reloj, la manecilla corta, la manecilla larga.
Si sabes de antemano el tiempo, evitas la orden. Eres astuta y sobrevives al filo.
Tienes miedo, lo entiendes, está en la dermis y en la panza, cuando le espías la mirada, cuando golpea sus tacones y es madrugada.
Yolanda cerró sus ojos de uvas negras, no sé si el pecho era un tamboril, si primero fue el golpe, si fue cuando se ahogaba.
Y entre tanto grito, y tanta muerte yo recuperé la palabra.
Cuanta crueldad tenían mis manos qué no quisieron tocarla, cuanta miseria había en mis ojos que no lloraron, y mis piernas flacas y tisicas que no se hincaron.
Todo había terminado.
Todo era nada.
Y en ese valle reseco, donde nunca se abonó, donde mi madre plantó piedras, se lleno de agua.
Tanta agua horadó la roca, se volvió arenilla, y en los remolinos de viento, de vez en cuando, escucho el hacha.
MARÍA PAU
Nadar la nada
Toda ella era bella completa, como un estanque de peces huidizos, como el hielo en carámbanos en una fuente de invierno.
Caía brillante, nadando entre ramas desbocadas hacia el nido de mis manos. Desnuda en la soledad, su paz acallaba mis temores cuando se cruzaban los ladridos de la bruma al regreso de la memoria.
Me amaba. Y su boca amanecía en la vehemencia del sol.
La amaba. Quedaba distorsionado en el suspenso de su voz, haciéndome ola y vaivén mojado de palabras.
No sé cómo pudo mi aire de tristeza envolver ese azar que repetía siempre el lado de la suerte. Mi silencio hirió su cadencia de luz hasta que fue apagándose en el abismo.
(Ella soñaba que yo dormía que yo soñaba que los peces volaban de su boca a mi boca que éramos un estanque libre en que los peces nos rozaban mientras respirábamos el aire líquido con sus branquias de agua).
Ella soñaba. Pero no.
SERGIO TELLEZ
Resumen primera parte:
Carlos visita a su tía Lucila y encuentra una fórmula para un «Cóctel de Felicidad Rosada» que parece estar relacionada con una abeja que lo picó. Después de la picadura, Carlos experimenta una transformación emocional y se vuelve más feliz y romántico. Roba rosas para su esposa y se encuentra con varios personajes del pueblo, incluyendo a Ferney, con quien tenía una disputa, y Anabel, una viuda que parece haber experimentado una transformación similar. A medida que Carlos interactúa con los demás, se da cuenta de que la fórmula de su tía Lucila puede estar detrás de los cambios en el comportamiento de los habitantes del pueblo.
LA NADA
Llegó a la puerta de su casa, respiró profundamente y sonrió. La emoción que sentía era intensa, temiendo que su esposa la viera y se sintiera abrumada. Pero no podía contenerla. Abrió la puerta y llamó: «¡Estoy en casa!». «Hola, gordo», dijo Ana, mientras le daba el beso de costumbre. Él sonrió, esperando a que notara el ramo de rosas que sostenía en sus manos. Sin embargo, ella dio media vuelta y se dirigió a la cocina sin verlo. «Ya casi está la cena». Ana se detuvo en la cocina, esperándolo; pero él se demoró un momento, disfrutando del contraste entre la calidez de la cocina y la frialdad de la noche anterior.
Con una sonrisa, se acercó a ella y depositó el ramo de rosas sobre la mesa. «¿Qué es esto?», preguntó Ana, levantando una ceja, mientras seguía preparando la cena. «Un pequeño detalle», dijo él, acercándose a ella. Ana lo miró, incrédula. «¿Rosas? ¿Para mí? ¿Qué ocurre, te has golpeado la cabeza?» .Él sonrió. «No, no me he golpeado la cabeza. Solo quería sorprenderte». Ana se encogió de hombros. «Bueno, me has sorprendido. Pero no creo que sea necesario todo este alboroto».
Él se acercó más, tomó su mano y la miró a los ojos. «Quería hacer algo especial por ti. Porque eres especial para mí». Ana se ruborizó ligeramente, pero mantuvo su tono seco. «Eres muy dulce, pero no necesito rosas para saber que me amas». Carlos sonrió. «Lo sé. Pero quería hacerlo de todos modos». Ana suspiró. «Bueno, supongo que puedo tolerar tus rosas». Carlos se rio y la besó en la mejilla. «Gracias».
La cocina seguía siendo el mismo lugar acogedor, pero ahora estaba lleno de un amor renovado.
Ana se despertó con un dolorcillo, recordando la noche anterior. La pasión y el deseo habían vuelto a su relación, pero una vocecita en su cabeza no dejaba de preguntar «¿por qué ahora?». Después de un momento de duda, sacó su teléfono y marcó el número de su mejor amiga, Lucía. «¡Hola, flaca! ¿Qué pasa?», respondió Lucía al otro lado de la línea.
«Lucía, necesito hablar contigo», dijo ella, con una mezcla de emociones. «¿Qué pasa? ¿Estás bien?», preguntó Lucía, preocupada.
«Sí, estoy bien. Pero anoche fue… intenso», dijo Ana. «¿Intenso? ¿Qué quieres decir?», preguntó Lucía, curiosa.
«El gordo fue muy romántico, muy atento… y muy apasionado», explicó Ana. «Pero hay algo que no me cuadra.»
«¿Qué es?», preguntó Lucía. «Me siento como si estuviera tratando de compensar algo», dijo Ana. «Como si estuviera arrepentido de algo.»
Lucía se quedó en silencio un momento. «¿Crees que hay otra mujer en su vida?», preguntó, directa.
Ana dudó antes de responder. «No sé», dijo. «Pero su cambio de actitud es muy sospechoso. ¿Y si se arrepintió de algo y ahora quiere hacer las paces conmigo?»
«¿Has hablado con él?», preguntó Lucía. «No», respondió Ana. «No quiero enfrentarlo aún. Quiero saber si estoy paranoica o si realmente hay algo.»
«Vamos a investigar un poco», dijo Lucía. «Pero con cuidado. No queremos hacer una escena sin motivo.»
«Gracias, Lucía», dijo. «Eres la mejor.» «Estoy aquí para ti, flaca», respondió Lucía.
Ana colgó el teléfono, sintiendo un poco más de claridad, pero aún con dudas en su mente.
El día siguiente fue quizá el de mayor «infectación»; a Carlos y Anabel se le sumaron varios personajes con su peculiar forma de percibir el amor.
El alcalde, don Marcos, se había transformado de la noche a la mañana. De repente, en plena reunión con los concejales y líderes comunitarios, recitó poemas de Pablo Neruda, con una pasión y convicción que nunca antes se había visto en él. Su voz resonaba con emoción mientras declamaba los versos de «yo la quise, y a veces ella también me quiso». La gente del pueblo se reunía alrededor de él, hipnotizados por su nueva faceta poética. Marcos parecía haber encontrado una conexión profunda con la obra de Neruda, y su recitación era como una confesión íntima, un desahogo de sentimientos y emociones.
Pero no solo era su amor por la poesía lo que había cambiado en él. Marcos se había vuelto más accesible, más humano. Escuchaba a los pobladores con atención, sonreía y les ofrecía palabras de consuelo. Era como si hubiera descubierto que la política no solo era cuestión de números y estadísticas, de favores con sus respectivas coimas, sino de personas y emociones.
Peña, «El gran Peña»,antes un pavo real, con ego inflado, presumiendo de conquistas y éxito. Ahora: Un sentimental llorón, con un corazón de gelatina y una sonrisa de niño inocente. Fuera lo que fuera, Peña siguia siendo Peña, solo que ahora con lágrimas en los ojos y un corazón de oro. ¡El nuevo guru del pueblo!
Abel Macías, el gruñón del pueblo. Antes, el rey de la crítica, el destructor de sueños y el decodificador de todos y todo. Su especialidad: encontrar el defecto en cualquier cosa. Ahora, ¡milagro! Se había transformado en un dechado de virtud y buenos modales. Su nueva especialidad: encontrar el positivo en cualquier situación. Sea lo que sea, Abel Macías seguia siendo Abel Macías, solo que ahora con una sonrisa en el rostro y un brillo en los ojos. ¡El nuevo Mr. Simpatía del pueblo!
Doña Consuelo, la reina del chisme. De la noche a la mañana, pasó de ser la cotilleadora más famosa del pueblo a una defensora de la privacidad y promotora del amor y la armonía.
Con una sonrisa beatífica, decía que había dejado atrás su vida de rumores y habladurías, que ahora respetaba la intimidad de los demás y que solo buscaba la paz y la tranquilidad. Después de todo, Doña Consuelo seguía siendo Doña Consuelo.
La infección había traído consigo un cambio profundo en los habitantes del pueblo. Carlos, Anabel, Don Marcos, Peña, Abel Macías, Doña Consuelo y todos los demás que habían sido infectados parecían haber encontrado un propósito y un significado que antes les había faltado. La nada que había existido dentro de ellos, la ausencia de conexión y significado, había sido reemplazada por una sensación de plenitud y felicidad. Pero, a medida que se miraban a los ojos, se podía ver una chispa de algo más profundo, algo que parecía decir que la verdadera esencia de cada uno de ellos no estaba en la felicidad o el amor que habían encontrado, sino en la nada que habían dejado atrás.
Esa nada, que parecía tan vacía y desolada, era en realidad el lugar donde cada uno de ellos había encontrado su verdadera identidad. Era el lugar donde habían descubierto sus pasiones, sus miedos y sus sueños. Y aunque la infección les había dado una sensación de plenitud y felicidad, no podían evitar sentir que algo les faltaba, que algo había sido perdido en el camino.
La nada, que parecía tan aterradora y vacía, era en realidad el todo de cada uno de ellos. Era el lugar donde habían encontrado su verdadera esencia, y donde habían descubierto que la vida no era solo una serie de momentos felices y amorosos, sino también una serie de momentos oscuros y profundos.
MARÍA JESÚS GARNICA
Me despierto, miro la ventana frente a la cama. Es de día.
Mi mente es perezosa. Necesito un café.
Y la nada inunda mi ser, oigo a los perros tras la puerta, pero la nada me envuelve.
La nada es la oscuridad, la ausencia de dolor y de alegría.
Y luego la nada.
BLANCA CERRUTI
LA NADA
Óliver se despertó y, como cada mañana, intentó incorporarse en la cama, pero se dio cuenta de que no sentía que estuviera tumbado en ella. «¿Qué me pasa?», se preguntó.
«No siento los brazos ni las piernas ni el cuerpo, no veo, no oigo, no tengo voz; ¡no tengo nada!, solo conciencia de mí mismo.
Nada más hacerse la pregunta, se dio cuenta de que, ante una situación tan anómala y extraña, no albergaba preocupación ni miedo ni angustia…nada. No sentía ninguna emoción.
«¿En qué me he convertido? ¿En una conciencia que se pregunta, pero sin deseo de hallar respuesta? ¿Y dónde estoy? ¿En una dimensión cósmica sin luz, sin sonidos, por donde vagar eternamente? ¿Cómo he llegado a esta situación?».
Y en su mente, por un momento, se abrió un resquicio por donde brotaron recuerdos:
Un día:
«—Óliver, ¿vamos este fin de semana a echar una mano a los que han sufrido el terremoto?
—No puedo, chico, tengo partido.
Otro día:—Óliver, necesitamos coches para llevar a niños refugiados a los albergues a donde los han destinado, ¿te apuntas?
—No me viene bien, voy a ir a pasar el fin de semana al pueblo.
Un día más:—Óliver, a ti se te da bien pintar grafitis, ¿no?
—Sí, es un don que tengo.
—Verás, las maestras de la escuela de mi hija quieren pintar las paredes del patio y no saben a quién recurrir. ¿Pueden contar contigo?
—En otro momento te diría que sí, pero ahora no tengo tiempo, lo siento.
Y Óliver se da cuenta de que siempre había encontrado una excusa para no ayudar. No tenía empatía. Los demás no significaban nada para él.
Y la nada, que es un agujero negro que se traga el todo, se había tragado su miserable ser y lo había reducido a una conciencia, inmune a toda emoción. Y sin emociones ni sentimientos no necesitaba un cuerpo para manifestarlos.
Óliver lo entendió y pensó, insensible: «Soy nada».
MARÍA JOSÉ DÍAZ GRAUZ
«Pararse a no hacer nada».
Cuando sale la parte vulnerable,tienes un bloqueo creativo tremendo.
Arréglate,quítate el pijama y sal a la calle.
Simplemente a nada…
Los seres humanos tenemos una gran habilidad de complicarnos la vida,con metas para cumplir objetivos.
No aprendimos a respirar profundo y parar…a no hacer nada.
Aprendimos a compararnos con los demás,nuestra cabeza no para y eso nos hace tremendamente infelices.
Pararse tranquilo respirando sin más,
también es necesario,
sin ese sentimiento de culpa,
de no ser productivo,
sin hacer nada
Sin frustración y sin compararnos con los demás.
Es tan necesario ese tiempo para nuestra salud mental.
Y….sin hacer nada,me vino la inspiración.
ISABEL SANTERVAZ
UN LUGAR LLAMADO LA NADA
Quería despertar. Pero abrir los ojos me provocaba un dolor insoportable, como si alguien los hubiera sellado con la intención de que nunca volvieran a abrirse.
A mi alrededor podía oír el eco de pasos precipitados. Me trasladaban a otro lugar. A pesar del intenso dolor que recorría mi cuerpo, sentí el pinchazo de una aguja buscando mi vena. Me sacudían, me llamaban por mi nombre. Palabras sueltas flotaban en el aire: No respira. No tiene pulso.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que una presión violenta en el pecho me arrancó de la inconsciencia. ¿Estoy muerto? La imagen del accidente irrumpió en mi mente: la curva traicionera, el derrape de la moto, el abismo devorándome. De pronto, lo comprendí: estaba en un hospital, suspendido en algún punto entre la vida y la muerte.
El corazón se me disparó ante el miedo a fallecer; era joven y amaba la vida, pero no me quedó otra que confiar en el buen trabajo del equipo médico que luchaba por mantenerme en este mundo.
—¡Se nos va! ¡Rápido, desfibrilador! —gritó una voz ronca—. El temor a perderme en la oscuridad me sobrepasó; mis ojos seguían cerrados y una atmósfera negra me abrazaba. Me abandoné a lo que pudiera ocurrir y sentí cómo las voces se alejaban mientras yo entraba en un silencio absoluto que me sobrecogía. Poco a poco olvidé mi nombre, mis pensamientos se disolvieron y noté la caída de mi cuerpo en el vacío, sin dolor, sin tiempo. Solo sentía la agonía por regresar.
No sé cuánto tiempo después, una luz brutal me arrancó de la nada. Me sacudió como un latigazo, atravesándome con un dolor cegador. Me retorcí. Pude abrir los ojos a mi mundo y supe que mi espíritu había estado en un lugar llamado La Nada.
Isabel Santervaz
CESAR TORO
Nada hay en este momento
solo el vacio del alma
la conciencia de la nada
hoy no deseo nada
hoy no existo para nada
porque si no tengo nada
lo tengo todo.
FERNANDO LÓPEZ AGUILERA
La flor de Azahar
Dos viejos conocidos se encontraron en sus caminos, y decidieron sentarse en un banco contemplando el paisaje que se les ofrecía. Tras un momento de estar presentes en aquel lugar, él tomo la palabra y le dijo a ella:
– Mírala… ella que pensaba que siempre rebosaría energía. Siempre curiosa, intentando comprender el mundo que le rodea. Dando respuestas sin preocuparse de si las respuestas son las correctas o aún anda en el camino de conocerlas. Su pueblo, que había depositado en ella sus anhelos de un futuro mejor. Ahora, parece estar devastada. – Dijo él. Como si se alimentara de aquello que estaba presenciando.
– Pues sí, cierto es que no está en su mejor momento. Pero como bien dices, en ella se recogen los anhelos, deseos y sueños de construir un futuro mejor. Además, esa energía sigue estando en ella y despertará todavía con más fuerza si cabe. Estoy segura de ello.
En aquella plaza reinaba la tranquilidad que se sucede justo cuando la tormenta acaba de pasar. El lugar, invitaba a la reflexión y los dos viejos conocidos prosiguieron su charla.
– De igual modo, desde aquí también podemos verlo a él. Siempre ha estado para todo el mundo, dando refugio, ayuda y apoyo a todo el que lo ha necesitado. Su aspecto, serio y formal llamaba a los vecinos a llevarle a él los problemas que les surgían. Normalmente, no solía mostrar signos de humor. Solía tratar asuntos delicados. Y ahora míralo, desbordado por no poder ayudar a toda la gente que le hubiese gustado poder atender. – Dijo él, regocijándose en el paisaje.
– Tampoco te puedo quitar la razón viéndolo ahora mismo. Pero vendrán tiempos mejores. Te voy a contar lo que una vez escuché a un niño mientras jugaba con su abuelo. – Este comentario captó la atención del otro interlocutor.
– Ellos, imaginaban que los lugares eran algo más, que podían transformarse en otras cosas. Y a él, precisamente, lo llamaron “aeropuerto de almas”. Tras escucharlo, solo me quedaba observarlo desde la nueva definición que le había dado aquel pequeño mientras jugaba con el abuelo.
El hombre la miró con curiosidad, y ella continuó:
– Al principio, me pareció un simple juego. Pero después lo observé con esa idea en mente y entendí que el niño tenía razón. En él se han dado despedidas tristes, familias separándose con la incertidumbre de lo que vendrá. Pero también existen los regresos, reencuentros donde las lágrimas dejan paso a la alegría de volver a abrazar a un ser querido. Es un lugar de tránsito, de dolor, sí, pero también de ilusión.
Volvieron a sumergirse en el silencio de la plaza, hasta que finalmente llegó la despedida.
– Bueno aquí te dejo, tu sigue tan optimista como de costumbre. Repartiendo entre ellos esa sensación si piensas que les ayudas. Yo por mi parte estaré aguardando. Porque cuando lleguen a mí, caerán tan profundo que no tendrán más remedio que vivir según mis preceptos.
– ¡Eso es lo que tú te crees! – Exclamó, mostrando rebeldía ante la situación que le dibujaba. – Tranquilo, nos volveremos a ver Temor. Tú sigue cosechando tempestades que yo los transformaré, al final, en campos inmensos de azahar.
– Hasta pronto Esperanza, veremos a ver quién tenía razón en un tiempo.
Y allí se despidieron en aquella plaza que podía haber sido, olvidé decirlo al comienzo, algún lugar de: Catarroja, Chiva, Paiporta, Massanassa… esperando a ver cómo se erigen de nuevo. Con más fuerza que antes. Esa joven, entusiasta y enérgica escuela. Además, de ese formal y serio Hospital que trata los problemas de sus vecinos. La Dana los dejó sin Nada. Pero pronto, volverá a brotar la flor de azahar.
MARÍA GALERNA
Nada
Nada soy,
sólo un cuerpo.
No me ves.
Me posees
sin preguntar
quién soy.
Sólo tus ganas.
Sólo tus prisas.
Nada soy.
Sólo espero.
Sólo siento
en mi vientre
tu soledad.
ANA DEL ÁLAMO
No sé por qué me encontraba allí ni como había llegado.
Un silencio sobrecogedor me embargó al cruzar aquel umbral sin permiso. Una sensación extraña se apoderó de mí y me vació por dentro. Era como si Nada hubiera estado en su sitio. Sentí que ya había pisado ese lugar, como si retazos en mi mente lo reconocieran bajo un disfraz de abandono. Los tablones crujían bajo mis pies escuchando mis tímidos pasos. El olor taciturno que procedía de las paredes me inundó por momentos y un frío sepulcral me paralizó de pronto. Me recompuse y avancé hacia los ventanales. A tientas conseguí abrirlos, y un torrente de luz tornasol iluminó la estancia abrigando mis sentidos. La habitación estaba compuesta por muebles ociosos tapados con lienzos como negándose a percibir su cruel soledad.
Que hacía yo ahí y sola? De quien era esa vieja casa abandonada en medio de la Nada más absoluta?
Las preguntas sin respuesta rebotaban en mi cabeza, pero algo me decía que aquello era parte de mí y estaba dispuesta a averiguarlo.
GUILLERMO ARQUILLOS
NADA Y CENIZAS
La niña bajó descalza las escaleras. La luna escondía su luz, la casa dormía y solo se oía el leve crujido de la madera bajo sus pies. Se detuvo ante la chimenea, donde las brasas, agonizando, temblaban antes de morir.
Entonces la oyó: era una voz ronca.
No, no era un murmullo cualquiera; no venía de fuera, no venía de la chimenea ni de las sombras. Al principio la niña creyó que algo le estaba hablando desde debajo de los rescoldos, oculto entre la ceniza.
Miró a derecha e izquierda, se agachó para acercar su cabeza al suelo y oír… pronto comprendió la verdad: la voz venía de ella misma.
—No hay nada —decía el susurro—. Entre partícula y partícula de tu ser, entre los átomos que te forman… solo hay vacío. Estás llena de vacío. Tú eres la Nada.
El corazón de la niña se aceleró. No podía entenderlo, pero lo sintió, sintió un vértigo oscuro que brotaba de su interior. Era como si el vacío del que hablaba la voz ya hubiera empezado a devorarla.
Y la niña huyó. Corrió hasta el cuarto de la madre y sacudió su cuerpo una y otra vez, una y otra vez. La madre se despertó. La niña sudaba, temblaba, estaba convencida de que se iba a hacer pis…
—Mamá… hay una voz, hay una voz. ¡Ayúdame, mamá! —dijo—. Viene de la chimenea, de las brasas, pero me habla desde dentro. ¡Mamá, por favor…! —Comenzó a llorar, casi no podía respirar—. En la chimenea, mamá. Me habla desde dentro… dice que no soy nada. Me habla desde dentro de mí. Dice, dice… dice que yo no soy nada. ¡Ayúdame!
La madre la abrazó. Estuvieron en silencio un buen rato, la niña, calmando su respiración, sintiendo los latidos de su madre. La mujer, escondiendo la cabecita de la niña entre sus brazos.
La madre tenía el rostro sereno. Se oyó un ruido como de viento lejano y el dormitorio se impregnó con un olor extraño, como de pólvora quemada.
—Fue solo un mal sueño, mi amor —repetía la madre—. Un mal sueño…
Poco a poco la hija fue serenándose. Se tranquilizó su respiración y dejó de tener ganas de ir al baño.
—Vuelve, vuelve a la cama, hija, como las niñas mayores —añadió—. Tienes que ser fuerte, ¿de acuerdo?, como las niñas mayores… Solo son sueños.
La niña titubeó. La voz materna la tranquilizaba, pero el horror de lo que había escuchado seguía oprimiéndola.
Asintió entre lágrimas secas y se alejó, arrastrando los pies.
Cuando la puerta se cerró, la madre quedó en la oscuridad. De repente, su expresión cambió. Las arrugas de su rostro se acentuaron, sus labios se curvaron en una sonrisa de odio.
Entonces, con una voz áspera que no era la suya, murmuró:
—¡No debiste asustarla, imbécil! Te pudrirás ahí para siempre. Ya me encargaré yo de que así sea —guardó silencio unos segundos—. Y yo, ¿qué le voy a decir mañana a mi hija?
Desde el rincón más sombrío del cuarto se oyó un rumor. No era una sola voz, sino muchas, un millar de murmullos ahogados que vibraban dentro de un frasco de cristal que estaba posado detrás de una cortina:
—Déjanos salir… déjanos salir de aquí…
La mujer sonrió, satisfecha. Sus ojos se encendieron con un destello rojo y el cuarto se iluminó por completo.
La Nada guardó silencio; en la habitación, la sonrisa de la madre creció… y siguió creciendo.
NALLELI CANDIANI
ANITA
O quiero vivir como la tía Anita, enmedio de la nada, madre de mi tío Federico, que puso su cervecería en su pueblo de Minatitlán Veracruz, México, en medio de todo el escándalo del pueblo entero, por ser mujer sóla y vender alcohol siendo mujer, para mantener y darle carrera al próximo Almirante Federico Carballo Jiménez.
Y era, además, Anita, médium y sanadora en el pueblo de Minatitlán, y la gente la castigaba con escarnio, pero los indígenas de allí, le llevaban animales y flores de regalo por sus servicios.
Anita tenía una resortera, con ella le daba de resorterazos a todos los que se acercaran con malas intenciones a su casita de choza. Sabía quién era quién. A quien darle de resorterazos y a quien darle de sus centenarios de oro que guardaba en una caja de madera dentro de una vitrina con llave dentro de su humilde choza. A mi tía Alicia chiquita, próxima psiquiatra en Ciudad de México, nada más los centenarios. A Alicia la llave.
Mataba los puercos con cuchillo con las manos, y desgranaba los elotes de las mazorcas. Yo la recuerdo porque yo le dije a Alicia cuando yo era niña y visitaba Minatitlán, que yo la veía en distintos lados al mismo tiempo. Por ejemplo en una esquina, y en su cama enferma al mismo tiempo, causándome mucho asombro, y Alicia me contestó que sí, que Anita se desdoblaba. Anita se ponía diario una flor fresca en la oreja por las mañanas, hasta su muerte.
Ollin, la nieta de Anita, hija de mi tío Federico, heredera directa de los caminos de Anita, en sus huertos de Xcunyá, con la gente de Yucatán , comenzó ella sola, ahora, hace muy poco, meses ; un negocio de licor, alcohol, licor orgánico de cítricos.
Al enterarme de esto cuando me lo contó , yo me dije con lágrimas de gozo y mirando mi poster del mar : » Por fín.»
Le digo a Federico muerto «: No te arrepientas de nada tio Federico, hiciste bien, con haber vivido tus horizontes, con haber estado allí, de la manera que lo hiciste. Vas a ver, me voy a levantar de nuevo como una ola de mar, te lo prometo.»
Almirante Federico Carballo Jiménez.
Fue tripulante de avión de varios presidentes mexicanos.Primer piloto de jets mexicanos.
Como agregado naval en España, supervisó la construcción del buque escuela Cuauhtémoc.
JAVIER GUIRIN
Federico se baja del colectivo, es lunes y son las cinco de la tarde. Pleno enero, la ciudad parece adormecida, pocos transeúntes. La mayoría posiblemente de vacaciones. Federico camina escuchando música y por momentos sus pasos parecen seguir el ritmo de la canción. Los Pericos suenan en sus auriculares bluetooth. De repente deja de caminar, se saca los auriculares, los pone en el compartimento, se los coloca de nuevo, nada. Los guarda, «se deben haber quedado sin batería» piensa. Finalmente, algo frustrado los introduce en el bolsillo de sus jeans gastados y rotos, pero nuevos. No le agrada estar sin música, pero son algunas cuadras, no es tanto.
Justo cuando pasa por el frente de una verdulería, las voces del interior lo distraen de su realidad.
— ¿Tomates cherry? —pregunta una señora mayor.
— Nada, Beatriz, te los debo —le responde un señor de lentes de detrás de un mostrador.
Federico sigue su camino, observando todo a su paso, pero ahora con sonido real incorporado. Hace mucho calor, no hay ni una leve brisa, siente sequedad en su garganta.
Una pareja joven que se cruza en el camino, parecen estar discutiendo.
— ¿Qué te pasa, amor? Desde que salimos de tu hermana, no dijiste nada. ¿Estás enojada? —Pregunta el muchacho visiblemente preocupado.
— ¡No pasa nada! —responde ella.
Federico continúa caminando, pero ahora sus pasos no siguen ningún ritmo. Cinco cuadras más y estará en su casa, piensa en comprar una gaseosa en un kiosco que está pasando una heladería.
Cuando está llegando al negocio se cruza a una mamá con su hijo pequeño, saliendo de la heladería. El nene tendrá unos cinco años, calcula Federico. Sus pasos no son los más seguros del mundo y sus manitos no ayudan mucho. Así que el cucurucho sigue tanta concordancia y termina esparcido en la vereda. Ahora el nene observa el desastre y también a la madre. En segundos su rostro se transforma.
— ¡No pasó nada! Vamos que mamá te compra otro.
Federico ingresa al negocio.
— Hola, Mariana, ¿tendrás algo bien frío?
— Hola, Fede, ¿Venís de trabajar?
— Sí, quiero llegar y pegarme una ducha y tomar algo bien frío. Dame lo que tengas.
— Te preguntaba porque no había luz, hace veinte minutos abrí porque volvió el suministro. No tengo nada frío, ¿querés igual?
— ¡Uhhh, qué macana! Como vi todo abierto y la heladería funcionando, ni cuenta me di.
— Claro, pero ellos tienen un grupo electrógeno —le responde Mariana.
— ¡Ahhh! Bueno, gracias igual, hasta luego.
— De nada, Fede, y disculpá.
Federico prefiere no omitir palabra y se va directo para la casa con miedo de cruzarse a algún otro peatón.
Abre la puerta y su mamá está hablando por teléfono con alguien.
— Sí, Flor, acá hace un ratito volvió la luz. ¡Justo hoy que hace un calor terrible!
Federico la observa servirse un mate y no entiende cómo puede tomar algo caliente con tanto calor.
Antes de ingresar a su habitación, escucha de nuevo a su mamá.
— ¿Y qué va a pasar, Flor? ¡Nada! Si la luz no vuelve, te venís con los chicos.
No termina de cerrar la puerta y se mete en la habitación su gata maullando. Federico enciende el aire acondicionado y el ventilador. Se saca la ropa del trabajo y luego sintoniza en el equipo su estación de radio favorita. La voz del locutor inunda el cuarto.
— Ahora vamos a escuchar un tema del dos mil dieciocho. Suena en esta tarde de lunes, Shakira y “Nada”.
SERGIO ANGULO RODRÍGUEZ
Estás condeNADA/do.
Si estás leyendo esto,estás condeNADA/do.
Llámalo de otro modo,pero sigues condeNADA/do.
No voy ha hablar de tí, lo haré de mí.
– Lo pone arriba.
Condenado a ser SAR por lo que me quede por estar en forma humana
Por eso prefiero leer «los libros» de otr@s a «intentar» escribir uno propio.
Hoy me levanté,era madrugada,asustado con el grito ¡¡¿Mary?!!! que oí decirme en voz alta y clara,soñada.
Pero no estaba.
Sueños de idiota siempre imaginados. La realidad es otra que a nadie importa.
Uno que vivía solo en su desorden » controlado» buscó por encontrar una calculadora pero o no tenía pilas o se cansó de seguir husmeando dónde.
– ¡Contre,el móvil! Y fue a buscarlo.
Pongamos que al «principio de los tiempos» fuésemos X personas en nuestra amada tierra y multipliquemos por X años.
Me da + X entre vivos y muertos(DEP).
Por ceñirme a mi país que fuésemos X*X, me da X primates,humanos o como se quiera imaginar.
Actualmente,creo que llegamos a los…,esperen que le pregunto al asistente. Bip-bip.
Según el INE,a 1 de enero de 2.024…no funciona debido a cuestiones técnicas.
¡Dónde esten los 101 tomos más apéndices de la Espasa!
Busco en » Así es la España de hoy » y leo 48.000.000.
Antes las generaciones vivían menos,se morían antes. NADA.
Con el tiempo se han eliminado enfermedades aunque es bien cierto que han surgido » novedades».
Por abreviar,pestes,guerras de todo tipo y semejanza (solo entre las dos mundiales murieron más de 70.000.000).
El universo es infinito,eso me han vendido. No doy la talla para ser astronauta.
– ¡Mentira! Sí das la talla,1.83.
– pero no la fuerza ni los conocimientos…
– para,ehh,para. Acuérdate de la L verde como conductor novato.
– en eso también llevas razón,pero no te desvíes y ve al grano.
Sí,a lo que iba.
¿ En qué infierno,fase intermedia o cielo entran tantas almas?
Estás condeNADA/DO.
ALMUT KREUSCH
La Nada
Los inviernos en Noruega son largos, oscuros y fríos. Mi tío Olav no debería haber nacido en aquel país. Era mi tío favorito: grande como un oso polar, con el cabello rubio siempre alborotado y unos ojos que reflejaban el azul helado de los fiordos.
Era un soltero convencido. Aunque siempre tuvo éxito con las mujeres, las reglas del matrimonio le aterraban y, en cuanto se sintió acorralado, supo esfumarse con elegancia. Bebía compulsivo los fines de semana, como muchos de sus compatriotas, y destilaba su propio aguardiente con levadura, porque comprar alcohol era muy caro.
A diferencia de la mayoría, que disfrutaba los días cortos del invierno esquiando, caminando sobre la nieve, paseando en trineos tirados por perros o flagelándose en la sauna con ramas de abedul, mi tío Olav huía en cuanto podía de aquel paisaje adormecido bajo el hielo.
Siempre disfrutó sus vacaciones en invierno. Viajaba a países lejanos donde el sol brillaba con fuerza y donde no era necesario sufrir la tortura de la sauna para entrar en calor. Iba solo, sintiéndose un poco como Livingstone al pisar tierras desconocidas. Cuando descubrió África, fue amor a primera vista, y durante años volvió una y otra vez.
Olav era el hermano mayor de mi madre y, cuando ya no pudo viajar, lo acogimos en nuestra casa. Sobre todo en invierno, con la chimenea encendida, acomodado en su butaca favorita —una orejera de piel marrón ya gastada— y con una manta decuadros cubriéndole las rodillas deformadas por la artrosis, me contaba sus aventuras africanas.
Disfrutaba tanto al recordar aquellos tiempos, algunos ya distorsionados por la niebla de la memoria, como yo al escuchar sus historias que me transportaban a países lejanos, a sus gentes y paisajes, a su música, a la comida y a la inmensidad de la sabana africana, que por la tarde se fundía en el horizonte con el cielo teñido de rojo, para después desaparecer bajo el manto negro de la noche fría.
Me llevaba a la jungla, a los safaris… y también a la juerga. Una de sus historias preferidas era esta:
—Ya no recuerdo en qué país africano estaba, y tampoco importa. Me alojé en un hotel de playa con todo el lujo que uno puede imaginar. Un hotel para turistas blancos y ricos, donde solo los empleados eran negros. El mar estaba a un paso del hotel, servían las copas en un chiringuito de playa, la comida era excelente… todo distinguido, limpio y perfecto para el hombre blanco.Me hice amigo del camarero del chiringuito, que solía servirme cervezas heladas y copas. Se llamaba Mwenye. Hablaba un inglés aceptable y, entre trago y trago, me atendía con una sonrisa que revelaba una dentadura blanca, radiante y perfecta. A pesar de nuestras diferencias, en poco tiempo nos convertimos en confidentes de conversaciones triviales.
Y cuando una de estas rubias nórdicas esculturales en bikini ajustado paseaba delante de nosotros, nuestras miradas cómplices decían más que cualquier comentario.
No quitaba ojo de mi reloj de oro Rolex.
—Hace unos años —me confesó— un turista me regaló su Rolex, para mí, la máxima muestra de amistad y aprecio. Pero a las pocas semanas dejó de funcionar y se comprobó que no era más que una imitación barata.
—¡Siento mucho que tuviste que sufrir este engaño! Quisiera obsequiarte mi Rolex, pero es un regalo de mi abuelo cuando cumplí la mayoría de edad, es de oro y él llevaba mucho tiempo ahorrando para poder comprarlo. No puedo desprenderme de él nunca. Mwenye asintió con la cabeza mostrando su comprensión.
Me habló de sus tres mujeres y de sus seis hijos, a quienes mantenía con su sueldo de camarero y las propinas. No podía entender que un hombre como yo fuera soltero y no tuviera hijos que lo cuidaran en la vejez. Yo, entre risas, le dije que solo de pensar en mantener a seis hijos y, además, satisfacer a tres mujeres, me daría un infarto.
Al final de mi estancia, una mañana, cuando no quedaban más clientes que yo, Mwenye se acercó con mucho secretismo y me preguntó en voz baja:
—Señor, ¿le gustaría conocer a una mujer africana auténtica?
—Pues sí —respondí, disimulando mal mi repentino interés—. Las mujeres africanas tienen mucho encanto, pero en sitios como este los turistas estamos dentro de una jaula.
—Entonces, esta noche, si quiere, espéreme fuera, en la esquina del hotel. Cuandoacabe mi turno, lo llevaré a un lugar donde no hay turistas, donde tocan nuestra música, donde podrá probar nuestras bebidas… y donde hay mujeres muy guapas y cariñosas.
No tenía nada que perder. Tomar una copa, escuchar ritmos extraños, una bella compañía exótica. Me parecía un plan perfecto para mi última noche africana y además, mi vuelo del día siguiente era nocturno. Acepté la oferta.Mwenye me guió por caminos de tierra, apenas iluminados por unas opacas bombillas amarillentas colgadas entre las ramas de algún árbol. La luz era tenue e incapaz de borrar nuestras sombras alargándose al ritmo de nuestros pasos.
A lo lejos ladraba un perro y, desde la espesura de la jungla, emergían sonidos inquietantes: silbidos agudos amenazantes, gemidos lejanos, el ulular de un búho y el crujido de hojas secas al ser pisadas. Mi guía seguía el camino sin alterarse en absoluto, pero yo no me aparté de él en ningún momento. Mi corazón latía con fuerza y el aire espeso de la noche oprimía mi pecho.
Llegamos a un poblado de casas redondas, típicamente africanas. La mayoría estaban sumidas en la oscuridad. Solo desde una, más grande que las demás y apartada del núcleo, se filtraba luz a través de sus porosas paredes.
A medida que nos acercábamos, el sonido rítmico de los tambores se volvía más nítido y vibrante, acompañado por voces masculinas, graves y roncas.
Sentí toda la magia del lugar: el calor, el murmullo de la selva, el cielo estrellado cerniéndose sobre nosotros, los tambores, el canto… Todo me erizaba la piel. Intuía que aquella noche algo inolvidable iba a suceder.
Entramos en aquel sitio. Un bar rudimentario: la barra era un simple tablero de madera sin pulir apoyado sobre dos troncos de árbol. A un lado, divisé cuatro o cinco botellas sucias de dudoso contenido. Algunas mujeres contoneándose al son del ritmo trepidante de los tambores. Otras estaban sentadas en el suelo, sobre la tierra barrida.
Lucían vestidos coloridos y muchas llevaban un turbante a juego, lo que les otorgaba un porte de elegante soberbia.
Nada más entrar, nos rodearon mujeres de piel color chocolate, en su mayoría jóvenes. Jamás olvidaré los enormes ojos negros de una chica que insinuaba un cuerpo escultural bajo su ajustada túnica. Se acercó y me ofreció un vaso de plástico con una bebida espesa, de color oscuro y con un aroma fuerte. Ante mi recelo, se rió con ganas.
—¿Nunca has probado nuestro Akpeteshie, hombre blanco? Bebe, ya verás qué alegría vas a sentir en tu cuerpo.
El primer trago me sorprendió por su dulzura ligeramente ácida, aunque no desagradable. Pero con cada vaso que bebía, más parte de aquel mundo me sentía.
Se llamaba Ayana. Su mirada profunda y sus labios rojos me hechizaron. Quería enseñarme a bailar, sus dedos suaves tocaban mi hombro, me guiaban hacia uncamino sin retorno elegido por ella. Me sedujo, yo la seguía y con cada trago me alejaba más de la realidad hasta que todo se disolvió en la niebla.
Me desperté en la nada. Despojado de toda mi ropa, que estaba amontonada en un rincón, me encontré tumbado en el suelo de tierra dentro de una choza desprovista de cualquier mueble. Me había despertado el sol, que con fuerza se abría paso por las rendijas de las paredes de paja. ¿Qué había pasado esa noche? ¿Quién me había llevado hasta aquí? Me dolía la cabeza, noté el pulso en mis sienes, la lengua y la garganta estaban dolorosamente secas, sentí náuseas y mi cuerpo estaba pesado como un saco de patatas. Hice un enorme esfuerzo para recuperar algo de la memoria, pero solo me acordé de los ojos de Ayana. Y también de billetes de dólares en el suelo, pero eran imágenes que se desvanecían en segundos.
¡Dólares! Con la rapidez que me permitía mi maltrecho cuerpo, me arrastré hasta alcanzar mi ropa y, aliviado, encontré mi cartera de la que “únicamente” faltaban una cantidad considerable de billetes. ¡Era el precio que había pagado por una noche en blanco! Resignado y lentamente, me vestí.
Cuando quise consultar la hora, con horror descubrí mi muñeca izquierda desprovista de mi inseparable Rolex. Maldije mi imprudencia, mi ignorancia, mi prepotencia. Y me acordé de mi abuelo, su solemnidad y satisfacción cuando me entregó el reloj con manos temblorosas y lagrimas en los ojos..
Salí de la choza y tuve suerte, porque el caminito me llevó hasta la playa y hasta el hotel.
Ese día, Mwenye libraba.
NOVATUS LITERATUS
Tornolocura
“Labrar sobre antiguas huellas es una tarea estricta para quien vive exhausto ante la zozobra del mañana. Y a pesar creer que, se creía, no existían recorridos; yace un rastro, la esencia de una historia que hierve y reverbera…”
Me quedan dos minutos más para re-accionar la manivela. Pronto escucharé el pitido verde de la fábrica recordándonos quienes somos y para que estamos hechos. Las palomas susurran sobres las formas, desde el tejado; mientras que respiro moronas de acero neblinoso que van a parar al corazón de mis suspiros, en montoncitos orgullosos que recuerdan colmenas de hormigas presuntuosas.
Mi brazo gira de manera autómata. – ¿Realmente es mi brazo? – Las cuchillas realizan su trabajo perfilando la materia. Rebanando la vida. La máquina no podría dar forma cónica al cúmulo de átomos sin mi conciencia de creación. Torno y cuerpo somos uno solo dando vida a piezas cilíndricas, trapezoidales, redondeadas e inocentes. Las formas son ideadas, primero, en mi mente, antes de que puedan existir tangibles en el mundo. Salir de las cavernas.
Mi brazo continúa infatigable a pesar del ligero hormigueo… Yo podría adolecer de agua, incluso, con tal de perseguir mi objetivo. Desde que mi brazo tenga un motivo para seguir moviéndose yo tengo vida… Girar, reproducir el sonido de mi anhelo en los moldes; son acciones suficientes para no morir de sed. Nací para ser uno con el torno.
“Poco a poco la historia se reconfigura. Se abstrae, se arma y se perfila mucho antes que fuera nada. Desde el primer intento la historia cuenta con una intención sin saberlo. Expele matices de infancia, códigos en donde las palabras congenian y confabulan”.
El jefe de producción me obliga a descansar. Pero mi miembro fantasmal se niega a hacer la pausa en medio de la jornada… Las condiciones laborales han mejorado desde que mi brazo izquierdo fue a parar debajo del torno. El perro que cuida en las noches fue más rápido que todos: sintió el olor metálico y alcanzó a agarrarlo con su hocico, echando a perder -por medio de un mordisco temeroso- varios ligamentos… Podría ofrecer en un plato de sopa mi otro brazo al canido. Pues en sus ladridos siento validado mi dolor. Su ladrido también es infatigable, al igual que el brazo que me queda. El movimiento de mi único brazo y su ladrar constante define en nuestra otredad tan parecida.
Me dicen el loco del torno seis…
Nino está preocupado por mí. Lideramos durante un tiempo el sindicato para mejorar las condiciones -y que según él- no se volvieran a repetir tragedias como las mías. Luego yo me desconecté y comenzó mi obsesión. Pero lo que conseguimos es ganancia.
Aun así, él me acompaña…
Volvemos a nuestras casas siguiendo el camino otoñal de las hojas. Me pregunto si las hojas que se han perdido conservan su autonomía, si comparten la conciencia con su árbol. Si se niegan a convertirse en hojarasca. ¿Las hojas en el suelo son brazos cercenados?
El eco de la fábrica con sus ruidos covalentes. Las piezas que se configuran y que un día nos abandonarán como un lote ingrato a la deriva; el chirrido de las aspas y las escobillas: todo ese smog audible nos priva del arrullo real del exterior en nuestro regreso a casa. Los pájaros en sus árboles son como risas grabadas en un show de comedia vespertino: una luz artificial que musicaliza nuestro plano abierto.
-No me pasa nada Nino. Y estás equivocado, no hay duelo que superar… Tampoco es la tarea repetitiva la que me está alienando. Solo es como una especie de conexión espiritual con el torno. Algo así como quien adora a los gatos o como quien encuentra un propósito luego de observar la tierra desde la luna.
Nino intenta descifrarme, intenta sostener comunicación con, al menos, una hebra de la poca cordura que piensa que me queda. Me mira con el ceño fruncido esperando rescatarme con sus preguntas.
– ¿Y Claudia y el niño? Hace rato no les veo. Tienes que tráeme uno de los pasteles que hace tu esposa. ¿Si le ha sacado jugo a la freidora? Pablo… Creo que mereces más por parte de la empresa… Tú mereces una indemnización justa por la pérdida de tu b… No el pañito de agua tibia con esa freidora-.
– Pues no podría haber sido mejor la indemnización. La Claudia me ayuda a completar los gastos del mes con los bollos y los pasteles. El niño como siempre, curioso e hiperactivo. Ya está leyendo de corrido. Pasó a segundo grado.
-Mario… Escuché que llegarán las nuevas máquinas en quince. Las condiciones mejoran día a día… Son automáticas. Solo accionarás un botón para que el torno haga su magia. Seremos ahora como un auxiliar, un jefe de máquina y no su esclavo… ¿Qué piensas?
-Pues no me quedaré de brazo cruzado mirando como la tecnología me quita mi trabajo. Soy operario de máquina, no centinela. SI seguimos así, en un futuro le preguntaremos a una maquina el porqué de cada cosa.
-Necesitas aprovechar tu brazo hombre… dejar la obsesión con la manivela Mario…
-Nino soltá el trabajo, mañana será un nuevo día-
– Es verdad. Me alegro que todo ande bien en casa… Cualquier cosa me avisas… Si necesitas ayuda con Claudia. Estoy para bancarte. Nos vemos mañana Mario.
-Gracias por preguntar Nino. Que descanses…-
Llego a casa… El mocoso no me recibe con el pelotazo de siempre. No escucho sus risas, ni sus chantajes. De todas maneras, no le compré los Stickles que tanto le gustan…
No he entrado y ya escucho como se reproducen sus risas, sus voces en los moldes.
En la mitad del comedor ya no está la gran mesa, con su candelabro en el centro y nuestras tres sillas. Lo arrumé todo, junto con otros rastros. Con otros recuerdos. En la mitad se encuentra colosal mi invención.
El torno definitivo. Al lado está la materia prima. Más hacia la cocina las primeras piezas. Mi brazo se saborea imaginando el movimiento. Imprimiendo sus voces, sus risas y sus llantos en los moldes. Sobra decir que la Claudia tampoco está, ni la freidora. Huyó agotada. Se cansó de mí. Se hubiera esforzado un poquito más por entenderme. Perder un brazo no es cosa fácil… Y ante las tragedias conseguimos consuelo en las distracciones, en las obsesiones. En la nada…
“Cuando llegó al final, siento que no conté lo que debería haber contado. Eso ocurre con las historias que nunca existieron o que desaparecieron a medio camino”.
¿Quién los necesita? Con mi brazo puedo reproducirlos en serie. Ya será un trabajo adicional pintarles la sonrisa, el rímel, el labial. Las lágrimas de frustración de la infancia. Muevo enérgico mi brazo. Las cuchillas se quedan sin filo. ¡Qué difícil contornear las caderas de mi ex-esposa!… Imprimir su movimiento. Su movimiento sobre mi pelvis… Esos recuerdos me hacen llorar… Debo poner mi corazón para que la esencia se grave en este nuevo elemento… Será una noche larga.
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
Poco a poco, el rigor del tiempo va haciendo mella en mis entrañas, y mis manos ya vacías, se encuentran ajadas por el viento y soledades.
Aunque mi mente, aún vuela, imagina, desea y sueña, pero, la detiene el decaimiento que ha inundado mi ser.
Quisiera seguir andando mil caminos más, pero, mis pies ya cansados; se encierran en una gran pesadez y abatimiento.
Ahora, siento como si alguien hubiera a lo lejos puesto «grilletes» a mis alas.
Y así, con ese silencio sepulcral que abate mi alma el cual me impuso el tiempo, percibo en otros muchos instantes, que mi vida se va marchitando como la brisa de un ocaso.
Sí, se que he vivido infinidad de cosas, he amado, tenido rencores, llantos, alegrías, silencios y amarguras; tantos y, tantos hechos, y, muchas otras cosas que he olvidado con el fragor de los años ya pasados.
Y, ahora «heme aquí» aún con los ojos abiertos, con la esperanza de que aún no me alcance más el desaliento, de que no haya más vacíos en mi existencia, hasta que, la «Nada» se apodere de mi vida. Y al final, sólo me convierta en un silencio.
FURUKAWA CREATIVES
El tren estaba por llegar a la estación en breves segundos, esos que su mente alargaba con la serie de pensamientos que desarrollaba; convirtiéndola en una víctima de la paradoja del tiempo. Sin saberlo estaba inmersa en esa incongruencia, así como había caído en un insospechado e imprevisible enamoramiento.
Las conversaciones y los pequeños momentos de un amor compartido se habían convertido en una presencia opresiva, una neblina que comenzaba a sofocar su intento por retomar su soledad, su normalidad.
Un vacío crecía en su pecho, como un agujero negro que atraía toda la esperanza, toda la alegría; pero también toda la tristeza, el enojo y la indignación. Esa sería su nueva realidad, lo que queda después de un infructífero amor: la nada.
LETICIA R MENA
Ahora que ya voy cumpliendo años, y sobre todo cuando me pongo nostálgico, me vienen a la memoria esos momentos de la más tierna infancia.
Corriendo como auténticos niños salvajes, salíamos del colegio donde nos habían enjaulado durante horas con la excusa de alimentar nuestros cerebros primarios, y llegábamos a casa donde nuestra madre, la de cada uno, pero todas con similar patrón de comportamiento, nos regañaba por lanzar la mochila lo más lejos posible a la vez que casi nos metía en la boca la merienda.
Con el típico bocadillo en la mano, relleno de las posibilidades domésticas de cada casa, nos lanzábamos a la calle como si la fueran a prohibir. Era muy normal acabar yendo a lanzar cosas al agujero.
Por aquel entonces los más mayores, abuelos propios y ajenos, aún hablaban de los tiempos en los que la Nada no ocupaba una parte del barrio.
Recordaban ese pretérito día cuando, tras una leve vibración del suelo con su correspondiente distorsión del espacio-tiempo, descubrieron que entre la peluquería de Tere y la ferretería de don Alfonso, había aparecido un socavón.
Eso fue lo que pensaron los peritos y demás funcionarios gubernamentales, hasta que descendieron los primeros 1000 kilómetros sin que aquello tuviera pinta de tener fin ni principio de uno.
Que si aquello era un agujero negro espacial, que si agujero de gusano; que si era la mismísima entrada a los infiernos, que hasta a un exorcista trajeron que procedió a echar la correspondiente agua bendita, sin que ocurriese nada por supuesto; que si debía ser alguna clase de portal intergaláctico que nosotros como buenos humanos mediocres no entendíamos como hacer funcionar.
En fin, teorías varias, pero ninguna con fundamento sobre la que sostener el disparate propio.
Por ese entonces, según contaban nuestros mayores, el barrio se llenó primero de curiosos y reporteros, que sus buenos dineros se dejaron en el barrio.
Luego llegaron los científicos, venidos de todas partes del mundo, y expertos en mil y una ciencias de nombres impronunciables y difícil explicación de lo que estudiaban exactamente.
Después poco a poco, la Nada fue perdiendo el interés de la gente.
De vez en cuando se ve algún científico novato que se imagina ganando el premio Nobel al descubrir el origen y la razón de la Nada.
Tampoco falta algún que otro turista, hasta hubo una época en que para los recién casados era la primera parada de su luna de miel.
Pero sin duda los favoritos de contemplar para los vecinos eran, y a veces aún los siguen siendo, los recién divorciados, sobre todo mujeres, que acudían a lanzar sus anillos de casadas a la Nada, así estilo Frodo.
Para cuando yo nací, la Nada ya se había convertido en una parte del barrio, algo habitual en el paisaje, como el árbol centenario partido por un rayo de la plaza chica o los perennes enamorados dándose el lote en el banco de enfrente del estanco.
Nuestras madres nos decían cada día aquello de “cuidado con acercarse a la Nada, que se come a los niños”, o les gustaba amenazarnos con lanzarnos dentro si nos portábamos mal. La Nada era algo así como nuestro hombre del saco local.
El día que la Nada avanzó de pronto y no como llevaba haciendo desde siempre, si no de un visto y no visto, se tragó el carrito de la compra con el que doña Cecilia venía del mercado. A un tris estuvo de tragársela a ella también.
Menudo susto se llevó la pobre, aunque lo que más le dolió fueron el kilo de filetes de ternera de la buena que ese día había comprado en oferta para su Jóse, para hacerle sus buenos cachopos de su tierra natal, y los pecadillos de monja que compraba en el convento de las Clementinas, y que se comía a escondidas con un chupito de anís mientras veía la telenovela, previa fuga del marido al bar a echar su diaria partidita de mus.
Al tiempo le dio a los jóvenes por retarse a bajar unos metros haciendo rapel por el agujero. El más valiente era el que más se atrevía a bajar.
Yo nunca fui ni medio valiente como para poner ni un solo pie dentro de aquel agujero, que vete tú a saber donde acababa o lo que habría allí metido. Ni por hacerme el chulo delante de la Lola, mi amor platónico de juventud. Mi crush, que lo llaman ahora los jóvenes.
Y es que todas las retahílas de mi madre sobre la Nada había surtido efecto.
El Quique, que no tenía mucho cerebro porque era todo un concentrado de músculos y estupidez, era el que más bajaba.
Hasta que un día la cuerda se rompió y se quedó allí dentro.
No, no murió.
Se quedó enganchado cuál garrapata un buen puñado de decenas de metros en la oscuridad de una Nada infinita.
Cuando salió de allí, bomberos mediante, no supo explicar donde se había agarrado. “Todo ahí dentro es Nada”, repetía sin parar.
No quedó muy cuerdo de aquella aventura, el poco seso que tenía debió quedarse perdido en el agujero.
Yo aún sigo viviendo en el barrio, en la casa que era de mis padres.
Y aunque ya no solemos darle importancia, sabemos que la Nada va poco a poco ganado terreno. Ya se ha tragado tres mitades de tres edificios.
Sabemos, como dicen que saben los japoneses que un tsunami acabará tarde o temprano llevándoselos por delante, que nuestra Nada terminará por tragarse el barrio entero.
Pero es nuestra Nada, y no se lo reprochamos.
Al fin y al cabo, hemos acabado cogiéndole cariño.
ANA MARTÍN-SIERRA
NADA
Todo por una sonrisa,
vendida por una mirada,
sin quererlo, enamorada.
Y ahí empezó nuestra historia
le diste a mi corazón alas,
me hiciste creer que me amabas,
le diste a mi vida ganas.
Pero como en todo cuento,
todo lo que empieza acaba,
te fuiste sin previo aviso,
sin pensar en qué dejabas…
Un corazón hecho añicos,
una vida desgarrada,
un vacío hecho silencio…
después de ti…
después de ti NADA…
ELEFANT YUFUS
Luna de Venus
Los letreros neón salpican, con su luminosidad fluorescente, el distrito de Etereum. Un autómata a paso ligero se detiene frente a un burdel y abre la puerta del apartamento 205. Dentro hay una chica, su aspecto es más al de una muñeca de porcelana que de una puta. Su cabello liso y recortado hasta el hombro, cae como un yacimiento de petróleo similar a los que hay en A.T. donde los salvajes aún queman combustibles fósiles; en la parte frontal los cabellos se detienen antes de llegar a los ojos vacíos café oscuro. La mitad del labio inferior se corre hacia el interior de la boca, mientras el superior intenta cubrirlo junto a una dentadura blanquecina que se asoma al ver entrar al andrógino ser mecanizado. Alarga sus delgados dedos de niña y toma la pizarra holográfica para escribir un texto en código binario que el autómata descifró al instante.
–Es hora –emite su voz computarizada, y de la misma forma que entró se retira del lugar.
Rehel lanza una última mirada hacia el horizonte. Un hastío ya conocido inunda su ser; no hay árboles, no hay plantas, no hay animales, solo un horizonte creado a semejanza suya, vacío.
Hace años que vive ausente, desde que su cuerpo se volvió un objeto, un objeto que ella misma entregó. Aquellos sueños de grandeza, de superación socio–económica, quedaron sepultados entre los escombros de Antigua Tierra. Su humanidad también.
–Te prometo que regresaré
–No lo harás, nadie vuelve
–Yo lo haré ¡Créeme!
–Cuidate mucho Rehel
–Lo haré Abata
Y sus promesas quedaron atrapadas en los brazos de su hermana. Por más que quiso contactarse con ella jamás encontró el coraje para hacerlo.
–Promete que no harás el tipo de aberraciones que hacen en ese lugar.
–Te lo prometo
Cómo decirle a su hermana que era una de las putas espaciales mejor pagadas en el sistema solar. Cómo contarle acerca de los logros del hombre al descubrir distintos tipos de vida en el universo. De los cuales, seleccionando algunos para ser exhibidos en los spacial zoo, o de los que forman parte de sus mascotas, y sobre todo de los otros, los que usa para fines de placer y entretenimiento; con los cuales en ocasiones ella era partícipe. Y del fin con el cual se creó Luna de Venus, proporcionar mayor placer al hombre. En un inicio la agencia de viajes estelares Aeolos había creado lo que ellos llamaban el Trasatlántico Espacial, una nave que recorría distintos puntos en el universo explorado. Los más bellos parajes turísticos que fueron modificados, para bienestar del hombre, como los que en toda su naturaleza fueron descubiertos. Los precios de estos viajes eran exorbitantes en un principio, después casi cualquiera que pudiera dejar atrás su humanidad podía adquirirlos.
–Algún día quisiera trabajar en la Luna de Venus. La paga es bastante generosa y podría sacarnos de este agujero
–Te ves muy convencida
–No puede ser peor que aquí
Su ambición la había llevado lejos. El boleto, su humanidad. Dejando atrás el envejecimiento, y los problemas que trae el cuerpo, añadiendo mejoras mecanizadas, pagando la inmortalidad con la muerte de su propia individualidad. Dejando atrás el habla, por los vítores de sus espectadores. Basando su lenguaje en movimientos oscilatorios de su cuerpo y rostro.
A veces soñaba con los árboles, con las plantas, con lo poco que quedaba en Antigua Tierra, pero sobre todo con Tabata. El reloj de arena se había invertido y lo que antes era La nada se había vuelto todo en su memoria. Extrañaba su antigua vida, cuando la miseria alcanzaba para soñar y beber de la esperanza, y no donde la abundancia le robaba la poca humanidad que se esfumaba.
Salió del apartamento en el piso 59 y se lanzó al vacío, a la nada. La brisa estelar le corrió el rimel y los labios color cereza se le llenaron de polvo mientras descendía. Las luces neón centelleaban como luciérnagas en temporada de apareamiento.
Fue un caos reconstruir el cascarón vacío de Rehel, al fin y al cabo su humanidad había quedado en A. T. Y esto era Luna de Venus, donde lo imposible era posible, incluso volver a la vida el cuerpo automatizado de una de las últimas putas traídas desde Antigua Tierra antes de la gran radiación estelar.
AXY LINDA
La nada
(Por un amigo, compañero de teatro, el chico de la mirada tierna y corazón noble)
—Esto es absurdo… Dieciséis años aquí, sin saber siquiera si lo hice. ¿Lo merecí? Tal vez, por otras cosas… robos pequeños a comercios. ¡Eso sí, nunca con violencia!
Pero despertar borracho, todavía medio drogado, junto a… un cadáver.
—¿Fui yo? ¿Cómo saberlo? Ni siquiera lo conocía. ¿Qué motivo tendría para matarlo?
No me considero agresivo. Soy más bien tímido. Tal vez por eso no supe defenderme, no pude argumentar nada. Un tonto sin estudios, sin familia, sin nadie que me aconsejara. Acepté la sentencia sin protestar.
—¿Soy inocente?
Ahora creo que sí. Después de convivir con tantos ladrones y asesinos, he visto cómo distorsionan las cosas. Se cuentan sus hazañas como si fueran héroes, como si engañar a la justicia fuera un trofeo. Se jactan de todos los crímenes que evadieron y de cómo, por una estupidez, terminaron aquí… solo por un rato. Porque sus sentencias son cortas, porque aprenden a no dejarse atrapar.
—¿Y yo?
Juzgado como adulto siendo casi un niño. ¿Qué aprendí?
Hoy salgo.
—¿Y ahora qué?
Adentro, un infierno. Afuera, solo… la nada.
Manuela Camara
César Bort
Mi voto para:
César Bort
David Merlán
Manuela Cámara
Benedicto Palacios
Todos son muy buenos compañeros de armas, lo tenía difícil pero…
Por mi naturaleza, es difícil sacarme una carcajada. Por ello, mi voto va para Alfonso Fernández Pacheco.
Gracias por hacernos disfrutar así con tu arte.
Mis votos para:
Guillermo Arquillos
David Merlan
Mis votos para
Irene Adler – Lanada
Armando Barcelona – Todo es relativo
Manuela Cámara – Nadálida
Arcadio Mallo -La Nada
Hay otros que hubiera querido tuvieran mis votos. Triste poder votar solo a cuatro, pero me han gustado muchos.
Mi voto para Javier Guirin.
Mi voto es para.
Cesar Bort.
Todos me gustan, como siempre… pero quizás por el momento personal en que me encuentro voto por
Raquel Lopez y
Cesar Bort
Cada vez lo ponéis más difícil. Por las lágrimas, las risas y por lo que conlleva a dos plumas, voto:
-Axy
-Alfonso
-Maite y Paquita
Voto
Alfonso Fernández Pacheco
Cesar Bort
Maite y Paquita