Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «página en blanco». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 13 de febrero!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Soy parte de todo sin ser nada,
lo único que tengo es tu mirada,
que a mi alma tiene cautivada,
inundada con lágrimas saladas.
Soy nada porque desaparezco,
pues tu sonrisa no merezco,
un beso tuyo es mi anhelo,
fusionado con el azul del cielo.
Soy la pieza del puzle que falta,
ya a este mundo nada me ata,
pues perdí el amor que me arrebata,
la alegría de la vida y a mi alma mata.
Soy una gota de un aguacero,
que moja el largo sendero
surcando los mares con un velero,
perdido a la deriva de un te quiero.
¿Soy parte? ¡Sí, soy parte del arte!
Intento al alba sonrojarte,
componiendo versos para atraparte,
y así tu alma arrancarte…
ANTONICUS EFE
-Soy parte de un todo. Un velero abordado por las gotas de lluvia que la brisa arrastra en un mar en calma. El mango de un puñal que lo mismo se llena de sangre que de fécula de patata. Soy parte de un todo pero no me siento parte de nada- con este pensamiento incesante se levantaba el Trovador cada mañana.
-¡Deja ya de decir sandeces como si fueses Lorca y échale de comer a las gallinas, que es para hoy!-sonaba una voz autoritaria.
-¡Pita, pita, pita!, algunas se levantan mal f*ll***s- respondía él por lo bajo para que la jefa no lo escuchara.
-¡Cuándo acabes con eso ve a limpiar la zaurda de los cochinos!-
-No sé por que les llamará cochinos y luego quiere que los limpie, si son cochinos mejor dejar que sean ellos mismos-volvía a farfullar entre dientes.
Era dura la vida del Trovador en la granja y todo para poder tener un plato de garbanzos que poder soplar y un jergón libre de la intemperie. Por contra se disparaba su creatividad, pero tenía que andar con ojo sobre lo que recitaba, la jefa lo tenía en el punto de mira las veinticuatro horas del día y no le pasaba una.
-Soy parte de un todo. El cepillo que barre las impurezas para que la carne esté libre de pecado. La mano que alimenta el fruto del colesterol. Una onza de sabiduría conseguida a base de empatía mezquina. Soy la parte de un todo pero no me siento parte más que de mí mismo- se repetía manguera en mano lavando a los dichosos animalitos.
-¡Una carta para ti, Trovador, no sé de quién será, pero seguro que algo malo has hecho en tu tarde libre!
–«Estimado Trovador: Le remito la presente misiva con el fin de contratarlo para actuar en La Sonrisa Pícara, local de variedades del que soy propietario. Cinco días en semana, tres comidas al día y una habitación decente con baño. Tendrá un día libre y el día que sobra trabajará sustituyendo al barman en el turno de tarde, Sueldo a negociar más propinas. Atte El Empresario Nocturno»-.
-¡Noticias de última hora, atención al noticiero! Señora encontrada atada al palo de una noria perseguida por un Mastín cabreado que no dejaba de enseñarle los dientes-.
Soy parte de un todo. El que azuza a los perros contra el poder tirano que niega el bienestar al artista. Cien gramos de mala uva injertada en rencor. El pensamiento que ahonda en el vacío irremisible. Soy parte de un todo que nunca conduce a nada.
DAVID MERLÁN
CITA A CIEGAS
Ahora, pasados 30 años e instalados en un país que no tiene acuerdos de extradición con mi país y tras prescribir el delito, puedo echar la vista atrás sin preocupaciones. No me queda nada que me ate a mi tierra y no tengo la más mínima intención de volver. Incluso ahora próxima a fallecer. ¡Maldita enfermedad!, tengo la necesidad de reconciliarme conmigo misma.
Por eso quiero confesarles lo siguiente: la historia de la que fui parte me sucedió por casualidad hace muchos años cuando había asistido a una cita a ciegas en un restaurante. Me llamó Elena y así sucedieron los hechos:
Yo en realidad había quedado con Jaime, mi cita de aquella noche, pero por error establecí
conversación con Pedro. Éste por su parte le había pasado lo mismo y había quedado con Susan en el mismo local de moda. El caso es que el destino quiso unos llegáramos antes que los otros y que el error se perpetuará. Pocos minutos después salimos de aquel restaurante entre risas y miradas cómplices.
Al principio, la situación nos había parecido un enredo ridículo, pero con cada palabra, con cada gesto, nos fuimos dando cuenta de que la química entre nosotros era genuina.
Pedro me dijo que suponía que no era la cita que esperaba mientras metía las manos en los bolsillos de su abrigo, a lo cual yo le contesté que definitivamente no, pero con una sonrisa en la cara que demostraba que tampoco me importaba y que me encontraba a gusto.
Recuerdo que aquella noche caminamos sin rumbo por la ciudad, hasta que nos detuvimos en un pequeño bar donde compartimos historias de desilusiones amorosas y sueños aún no cumplidos. Para cuando la madrugada nos sorprendió, ya no eramos unos extraños anónimos que nos habíamos encontrado por casualidad, sino dos almas que habían estado predestinadas a encontrarse.
Pero mientras yo iniciaba una bonita relación con Pedro, en el restaurante, nuestras citas originales Jaime y Susan habian hecho lo mismo.
Tan solo una semana después, mientras desayunabamos en paños menores, las noticias locales informaron de la desaparicion sin rastro de Susan. Sus amigos y familiares la buscaron desesperadamente, pero nunca regresó del restaurante aquella noche. Jaime, el hombre con el que se había ido, resultó ser un depredador que había perfeccionado su macabro ritual. Viudo desde hacía tres años y sin tiempo para conocer mujeres que le llenarán el vacío, las consideraba a todas insuficientes de estar a la altura de su difunta mujer y decidía que no merecían seguir viviendo. En su casa de campo, aislado del mundo y alejado de cámaras indiscretas, Susan se convirtió en otra víctima más de su sadismo. La mató como lo había hecho antes con otras mujeres, sin dejar pruebas que lo incriminaran.
Cuando la policia finalmente sospechó de él, fue detenido e interrogado. Sin embargo la falta de evidencias lo salvó de dar con sus huesos en la cárcel. En un sistema judicial imperfecto, Jaime quedó en libertad, con la prohibición de abandonar el país, pero sin una condena en firme. La noticia mediática de su liberación sacudió a muchas familias, pero especialmente a mi. Un día, revisando viejas fotos familiares, encontró una imagen que me dejó helada: mi prima, Laura, quién había desaparecido años atrás, era una de las víctimas de Jaime. Había atado cabos al ver su fotografía reciente en la televisión junto con el resto de desaparecidas.
Les reconozco que sentí que la rabia me cosumia. En ese preciso instante tomé la decisión de que no podía permitir que aquel monstruo siguiera libre. No podía permitir que otra mujer sufriera lo mismo que su prima…lo mismo que Susan.
Mi relación con Pedro era buena y aprovechando un próximo viaje de negocios de éste, ideé un plan meticuloso. Contacté con Jaime atraves de la app de citas haciéndome pasar por una mujer comprensiva y algo arrepentida de haber arruinado su cita original. Con palabras dulces y gestos calculados, le hice creer que estaba interesada en él, que querría «darle una oportunidad después de su fallida cita inicial. Qué me gustaría compensarle por la otra vez y que me gustaría reencontrarme en el mismo restaurante de la otra vez» le dije en un mensaje.
Jaime, confiado y narcisista, no sospecho nada y aceptó mi cita de inmediato.
Cuando llegó la noche de la cita, Estaba lista. En mi bolso llevaba un fresquito con un potente somnífero. Cenamos ligero, pero cargamos en la bebida, momento que aproveché para tirarle de la lengua y preguntarle por su detención y las habladurías sobre si era él el responsable de las desapariciones de todas aquellos mujeres. Jaime, creyéndose invulnerable, me negó la mayor, pero no imaginó lo que se avecinaba. Sus ojos irradiaban mentira.
A mitad de la velada, y aprovechado una de sus visitas al aseo, verti el somnífero en su copa.
A su regreso, y sin darle tiempo a pensar, le propuse un brindis levantando la mía.
«Por un nuevo comienzo» le dije.
Recuerdo perfectamente que Jaime sonrió y brindamos. Minutos después, comenzó a sentirse mareado.
«¿Estás bien?» Le pregunté con fingida preocupación.
«No sé, creo que me he pasado con el vino y me ha pegado fuerte» respondió desorientado.
«Tranquilo, ¿Nos vamos a tu casa? Le pregunté sonriendo mientras le agarraba la mano, a lo que él, entre los efluvios etílicos, y a que se creía erróneamente dominiador de la situación, vio despejada las dudas. Vi en sus ojos que yo sería su próxima víctima. A todas luces no estaba a la altura de su mujer y no merecía seguir en este mundo.
Media hora más tarde, cuando llegamos a su apartada casa de campo en taxi, apenas podía mantenerse en pie.
«Dios…me siento…raro… ¿Y mi coche?» preguntó desorientado antes de desvanecerse.
Entonces actúe con rapidez. No sin esfuerzo, tengo que reconocerles, lo arrastré hasta el baño y lo metí en la bañera.
Preparé la escena con precisión. Con un cuchillo, le corté las venas de ambas muñecas.
Jaime no despertó. Su cuerpo quedó inmóvil mientras la sangre teñia el agua de rojo.
Antes de irme, me aseguré de no dejar huellas. A penas había tocado nada, pero aún así fui meticulosa en no cometer errores. Al salir de la casa respiré hondo. No sentí remordimiento alguno. Solo una paz fría, la satisfacción de saber que había hecho lo que la justicia no pudo. Vengar las muertes de mi prima Laura, Susan y las otras. Y me eché a andar. Calculé que en apenas un cuarto de hora llegaría hasta mi coche, el cual había aparcado antes de la cita no muy lejos de alli.
Cuando días después encontraron su cadaver, la policía asumió que se había suicidado para evitar la cárcel.Todo el mundo sabe lo que les espera a los depredadores sexuales en la cárcel. Nadie lo lloró. Nadie investigó más allá y dieron el caso por cerrado cuando confirmaron que, efectivamente se trataba del culpable al encotrar varios objetos personales de las víctimas anteriores en cajas clasificados en el fondo de un baúl en el desván.
¿Y Elena? pues por aquellas fechas seguí con mi vida, enamorada de Pedro y eligiendo la vajilla que deseabamos incluir en la lista de bodas.
—–
—¿Qué escribes, cariño?—pregunto Pedro desde la puerta de la terraza.
—Nada, Pedro. Unas tonterías para cuando ya me haya ido. Recuerda que me has prometido no leerlas hasta entonces.
—Que siii, descuida. Cumpliré con mi palabra y tus deseos. Y ahora, venga, descansa. Ya sabes lo que te han dicho los médicos.
—Si cariño—al tiempo que Elena cerraba su diario y le pasaba la palma de su mano con delicadeza por su cubierta.
FIN
SUSANA NÉRIDA
Toda mi vida me he sentido diferente.
Todas las noches, desde que alcanza mi memoria, trepaba a lo alto del tejado y, mirando a las estrellas, lanzaba un mensaje al cielo, esperando que algún OVNI me encontrase y me llevase de vuelta a casa.
Mientras más humanos conocía, más crecía el sentimiento de desapego de este planeta.
Las únicas raíces que tenía firmes era cuando me quedaba a solas con la naturaleza. Notando cómo se mecen las ramas de los árboles, bailando al son del viento. Tan apetecible como la plácida noche plagada de estrellas, lejos de la contaminación lumínica de la ruidosa ciudad.
Que tengo que encajar, me dicen. Que soy parte de la humanidad, repiten. Pero no lo siento, no me siento conectada al resto de seres humanos.
¿Qué especie seré yo? ¿Por qué soy tan diferente? – Me pregunto para mis adentros, mientras me señalan por rara.
A los nueve años me regalaron mi primer ordenador. Y había foros de gente. Esto si fue un gran invento.
Me permitía, en poco tiempo, conocer gente de distintos países y culturas. Investigando así, con una búsqueda ampliada, si soy parte de esta humanidad.
Los años iban pasando, conociendo gente en persona, entablando conversaciones en Internet. Una búsqueda desenfrenada y sin resultados.
Un día pensé: por algo tendré que estar aquí. Tiene que haber una finalidad.
La voz de mi cabeza resonó, casi al instante: descarta esa idea, que ni siquiera te escuchan, ni te tienen en cuenta.
Cada vez que tenía y tengo esta conversación en mi mente, suspiro decepcionada. Me aburre el ser humano, no encuentro ningún estímulo a su lado.
Sin embargo, tengo que ser parte de algo… ¿Parte de qué?
La búsqueda ha llegado a un punto tal, que me he desequilibrado y a salud mental me han mandado.
Un día, hablando con un chico, me dijo que yo era altamente sensible y que habían más personas como yo. Y vuelta la mula al trigo, que no tardé ni un segundo en volver a buscar.
¿Seré parte de las PAS? – pensaba, mientras indagaba.
Nueva búsqueda sin resultados: la teoría sí era parte de mí. Pero sus grupos y foros distan mucho de lo que imaginaba.
Una psicóloga PAS me vio desesperada y me dijo: busca en altas capacidades tu lugar.
¿Será eso? – Pregunté para mí.
Y, aunque me apasionaban sus inventos, sus egos eran problemáticos. Al punto en el cual no se podía debatir sin que se lo tomasen como algo personal. Como un ataque a su persona.
Abandono la búsqueda, ya soy muy mayor para ser parte de algo. Me conformo con encontrar algún amigo con quien estar cómoda, una pareja y poder subsistir aquí.
Eso sí, voy a denunciar en mis cuentas todo la violencia que vea. No llegará a ningún lado, pero quizá uno, tan sólo uno, haga introspección con esto y pueda ser más fácil el trato.
Hola, soy Shellen y soy autista, como tú.
¿Perdón? – Pregunté asombrada.
Busca información – Contestó Shellen, tan tajante en su habla como yo.
¿Podrá ser? – Me preguntaba, con un hilo de esperanza.
Y, como dicen los autistas, mi hiperfoco se concentró en buscar información al respecto, hacer test, para, finalmente, entablar contacto.
Desechando la paja, encontré que, para ellos, PAS y Autismo eran lo mismo. Además, había cormobilidades, por lo que se podía ser inteligente, autista, hiperempático…
A día de hoy hay un par de grupos que me han acogido como parte de su clan. Me siento a gusto, sólo que nos vemos poco o están muy lejos.
Aún así, frecuentemente, sigo mirando al cielo buscando ese planeta o universo donde encajemos.
BENEDICTO PALACIOS
Volaba entre días de nostalgia como golondrina que persiguiendo a un mosquito se aposentó en los hilos del teléfono trisando su derrota. ¿Las golondrinas llaman a otras golondrinas o las golondrinas lloran? Me lo explicó Andrés, el ornitólogo: las golondrinas aposentadas en los hilos están, pero se van.
Habitaba los lugares más insignificantes de la historia, los espacios vacíos, y observaba muerto de envidia los lugares a rebosar: las terrazas, las playas en verano y los restaurantes de moda. Y sobre todo que quienes los frecuentaban siempre aparecían sonrientes. Eran la imagen de la felicidad. Había que estar allí, sentarse, hacerse un hueco y participar del entusiasmo y gusto por vivir. Porque aquellas gentes parecían extraños al dolor y predicaban a los cuatro vientos la suerte de su fortuna y bienestar.
¿Estaba él en el corazón de Águeda? Porque Águeda tampoco estaba donde estaba. Vivía con una familia, pero no comía la misma mesa y entraba por la puerta de servicio.
Nunca se está por entero en parte alguna.
Don Agustín, mi maestro y padre de cinco hijas, lo explicaba de esta forma plástica. Estaba empeñado en tener un heredero y cuando ya era padre de tres niñas consultó al médico. Estudiaron la regularidad de doña Pura y coligieron que eran también tres los días más probables. El viernes, sábado y domingo de la segunda semana. Y doña Pura dio el visto bueno. Pero era también una persona religiosa y gozar los viernes le flagelaba el alma. Y con el alma de esta guisa no estaba a lo que estaba. Dos niñas más le envió Dios en penitencia.
Somos como las golondrinas, sentenció. Estamos y no estamos y nos pasamos la vida de parte en parte.
ARMANDO BARCELONA
SOY PARTE… DEL PROBLEMA
Querida Amelia:
Yo soy así, maña, me conoces, meses sin sacar tiempo para ponerte unas líneas y ahora no puedo refrenar esta pulsión comunicativa que me ha entrado contigo, corazón. Debe ser culpa del curro, que no me llena, o el garrafón que nos mete Jacob en «El 69», ve tú a saber, pero es que estoy de bajona, con un muermo de la leche, haciéndome barbaridad de preguntas y como hay confianza e hiciste primero de sicología, pues eso, mi amor, que nadie mejor que tú para entenderme.
En realidad, esto viene de largo, lo que pasa que he ido dejándolo estar y al final, como suele ocurrir, me ha pillado el cuelgue en el peor momento.
Todo empezó en el cumpleaños de Yeshúa. Me invitó, como hace siempre. Cae por Navidad, fíjate qué coincidencia, pero como son malas fechas, lo celebran después de Reyes. Otra vez estábamos en el solsticio de invierno y parecía que el del año pasado se hubiera cerrado antes de ayer; eso me hizo pensar en la volatilidad del tiempo.
La gente cree que en la eternidad se ralentiza, como si adquiriese esa especie de bradicardia extrema que sufren los cuerpos cuando viajan a la velocidad de la luz, que todo pasa a cámara lenta, como si el futuro no tuviera prisa en llegar. Pero no, en la vida eterna, lo mismo que allí abajo, las historias, grandes o pequeñas, repiten sus hitos con la misma rutinaria, enervante y puntillosa regularidad; solo hay una diferencia, que la expectativa de lo infinito hace mucho más aburrido el presente.
¿Qué hacemos? ¿Quiénes somos? ¿Lo que vemos es cierto o, como dicen algunos, somos parte de una realidad virtual y esto es Matrix? ¡Ay, Amelia, menudo come, come, llevo dentro!
La verdad es que no me hacía mucha gracia ir al sarao, porque es un rollo peludo, créeme. Son una familia muy larga y viene gente de todo el mundo: chinos, escandinavos, señores del Amazonas en taparrabos, mormones. Hay un tipo bajito, barrigudo, con bigote, de la India, empeñado en que el mundo descansa sobre las espaldas de cuatro elefantes que viajan en el caparazón de una tortuga y eso, Amelia, cariño, con un par de cervezas nada más, para que te hagas una idea del marrón que es la jodida fiesta. Viene a ser como en casa de tus padres por Nochebuena, pero con muchísimos más cuñados.
La cosa se pone dura de verdad con los turrones y el cava. Ahí siempre se lía gorda, porque la peña ya va cargada, suben los decibelios, sale la política a relucir y se jodió la paz:todos quieren ser el que la tiene más larga.
—Yo hice el mundo en seis días y con una mano atada a la espalda. —El padre de Yeshúa tiene mal vino y casi siempre es el primero en abrir el sendero de la discordia.
—Estás borracho, tío, no digas memeces. Yo, Unkulunkulu, emergí del vacío y creé la tierra a partir de dos rocas; luego hice un hombre y una mujer con ayuda de las hierbas. Eso sí que es echarle un par, y de dominio público; les tengo puesto un pleito a los del Guinness por no tener reconocida la hazaña.
El que dice eso es africano, feo como él solo, esmirriado; se cubre con un sombrerete de plumas y lleva un piercing de hueso en la nariz.
—Y tanto que te ayudaste de la hierba, mogollón, porque solo dices tonterías. En el principio, el espíritu del mundo se hallaba disperso en un caos enorme, pero tomé conciencia de ello y me hice a mí mismo. Soy Ra el dios del Sol.
El egipcio es todo un personaje, se lo tiene muy creído, mira a todo el mundo por encima del hombro, así como de medio lado, y va de autosuficiente.
—Estáis todos como cabras. En el comienzo fue el Caos. De ahí surgieron la Madre Tierra o Gea, el abismo del Tártaro y Eros, la personificación del amor y la fuerza procreadora. Gea tuvo dos hijos, Urano y Ponto, quienes fecundaron a su propia madre. Con Ponto tuvo a diversas criaturas marinas y de su unión con Urano nacieron tres monstruos de cien manos y cincuenta cabezas llamados Hecatonquires y otros tres llamados Cíclopes, por tener un solo ojo.
A ver, Amelia, a mí el griego me mola, porque cuenta unas historias increíbles de adulterios, infidelidades, incesto, zoofilia, voyeurismo, en fin, cochinadas que me ponen palote, hija, qué quieres. Pero con Zeus se acaba el momento diplomático y empieza la refriega: «Pervertido, que solo sabes dar por el saco y transformarte en bicho para ligar con tías raras». El padre de Yeshúa no es, para nada, fan del griego y le manda obuses a la entrepierna. «Mira tú quien habla, el palomo cojo, que para ponerse cachondo necesita montarse un trío. Háztelo ver, querido, que hay otras maneras de sacarse el cuerpo de penas, trilero». Y Zeus, que siente aversión por todo lo trinitario, le devuelve la cortesía con idéntica mala leche. «Sí, como los que haces tú con Afrodita, menuda pájara; se ha zumbado a todo el panteón olímpico y aún le quedaron ganas para darse una vuelta por la Tierra y tirarse a Anquises». Vuelan las dagas, como puedes apreciar, y los dos van a calzón quitao, sin freno. «Corazón, cuida esa lengua, que está el niño delante». La madre es muy sobre protectora. «¡No me jodas, María, que el niño tiene más de dos mil años y percebes en la bolsa escrotal, coño!».
¿Te das cuenta, Amelia, cariño? Exactamente lo mismo que allí abajo. Une merdeé aristotélica en estado puro: «Así en la Tierra, como en el cielo», Amelia. Por encima y por debajo de la Luna, locos con carnet, gobernando el Universo con la fiabilidad de un mono con un martillo, dándole cuerda al reloj en sentido inverso, para devolvernos a la Edad Media. Y tú, yo, todos, somos parte del mismo circo, cómplices por omisión, idiotez o interés bastardo. ¡Qué jodido estoy, vida mía!
—Anda, Miguelico, vamos fuera a liarnos un peta —me rescató Yeshúa al verme tan perjudicado anímicamente—, que mi padre filtra muy mal el vino y cuando se enzorra da muy mal rollo. Lo mismo se le pone en las gónadas mandarme otra vez a redimir a la humanidad y no estoy por la faena.
En fin, que ya no tengo ganas de seguir aguándote el día, Amelia, me despido.
Sé que te estás liando con mi amigo Ricardo; no te lo reprocho, eres joven, necesitas liberar tensiones y otra cosa no, pero Richi lleva una sobrecarga de feromonas que te cagas. No es de fiar, ya te lo he dicho antes, pero allá tú. Solo algo más te advierto: si te dice «cierra los ojos y abre la boca», ni se te ocurra, Amelia, por tus muertos; te va a dejar la cara como la radio de un pintor. Estás avisada. Por lo demás, sé feliz.
FÉLIX MELÉNDEZ
Partiendo.
perdido. Partido y roto.
Por una parte;
en el olvido soy el todo.
Todo de partes prohibido.
Por otra parte,
En el recuerdo, soy la parte,
Parte del todo olvidado.
Parto partido del todo,
de sangre y odio lleno,
de una parte de veneno,
mis partidas partes,
por lo que guardo seco
lo que no entrego en partes.
Y partiendo la parte
del todo,
rompo apariencias
y ficticias doctrinas
que en mi jaula trinan.
Por todas partes.
Parto de un puerto
partido y me encuentro
del todo completo.
Cada parte me germina,
siempre que parto
el todo y me olvido.
RAQUEL LÓPEZ
Somos mucho más que cuerpos, somos energía, existencia, dolor, tristeza, alegría.. todo lo que nos rodea en este Universo y tan solo formamos una parte minúscula.
Somos seres que sufren por igual, que aman, que disfrutan y que tienen que asumir un cometido en este difícil camino.
Vivimos bajo el mismo sol, soñamos bajo la misma luna que forman parte de nuestro planeta.
No somos cuerpos inertes, somos fuente de luz.
Somos parte de un todo, llamado Vida.
SOLEDAD ROSA
Tengo la misma sensación cada vez que escucho su nombre. Algo me pellizca por dentro, me estremece el cuerpo, pero al mismo tiempo me dibuja una sonrisa. Es, como yo la llamo, mi espinita clavada.
– Pero, ¿por qué te resulta tan especial? Si solo es una ciudad – me suelen decir.
Yo tampoco lo entendía al principio. No sabía que una ciudad pudiera abrazarme.
– ¿Alguna vez has sentido que no perteneces a ningún lugar? ¿Qué vives tu vida desde un escaparate porque te da miedo de tocarla? ¿Has reído sin reservas, has hablado sin dudar o te has permitido soñar en voz alta sin sentir vergüenza?
Antes de ella, yo tampoco.
No sabía que una ciudad pudiera enseñarme tanto.
Allí conocí a personas con las que aprendí el verdadero significado de la amistad, que desdibujaron sus límites y los transformaron en un hogar. Una familia construida bajo las palabras ser y estar, sin necesidad de tener que demostrarlas.
Descubrí que ser parte de algo no significaba adaptarme a un molde, sino darme cuenta de que nunca había necesitado uno. No se trataba de perder mi esencia para pertenecer, sino de aceptarme sin condiciones. Dejé de sentirme extraña en mi propia piel. Me miraba en el espejo y, por fin, me reconocía.
– Para que me entiendas, fue allí, entre sus calles, entre el gentío, donde comprendí que siempre había estado viva, pero que nunca antes me había permitido sentirlo. Ya lo sé, puede sonar duro, pero es la realidad.
Esa ciudad me regaló la oportunidad de ser yo misma. Sin miedo. Sin expectativas. Sin necesidad de encajar, porque nunca hizo falta.
¿Sabes lo bonito que es cuando algo simplemente sucede, sin forzarlo?
No sólo encontré un lugar.
Me encontré a mí.
Y al sentido de mi vida.
MARI CARMEN MERFER
SOY PARTE DE TI
No llores cariño mi ausencia.
Nacemos para ser parte de la vida, para formar parte de ella. Tejemos nuestra historia disfrutando de sus amaneceres, contemplando el manto estrellado que la noche nos ofrece, vislumbrando la luna en sus distintas fases. Superando los obstáculos, aprendiendo de ellos y compartiendo con los demás mientras caminamos por sus senderos.
Pero a veces se nos olvida andar y disfrutar de ella. A veces corremos tanto que no nos damos cuenta de que las manillas del reloj giran. Que las estaciones van dando paso una a otra. Que el tiempo avanza.
Vivimos acelerados, sin percatarnos que estamos de paso. Sin ser conscientes que de un momento a otro cerraremos los ojos.
Quizás no podamos despedirnos de aquellos a quienes queremos. Quizás tengamos que marchar sin decir te quiero, sin dar esos abrazos o esos besos que dejamos para mañana. Un mañana que no llegará y todo porque creímos que nuestra vida era eterna.
No llores cariño mi ausencia.
No me esperes en el presente, ni me busques en el futuro.
Mira a tu alrededor, hoy soy parte de todo. Soy parte del aire que respiras, de los rayos del sol que iluminan tu cara, de la brisa que te acaricia… Hoy vivo en tu recuerdo. Hoy soy parte de ti.
La vida es un regalo, disfrutemos de ella.
EFRAÍN DÍAZ
Luego de toda una vida de forzado celibato, mi amigo Miguel logró ligar con una hembra. Ileana era conocida en la facultad por haber estado con todos los chicos que pudo y uno que otro profesor. Se decía en los pasillos que lograba en la alcoba lo que no podía en el aula, y ese esfuerzo extra se reflejaba en sus calificaciones. Era fuerte contendiente al Valedictorian.
En la clase de derechos reales y de propiedad la calificaron, no sin malicia, como un bien mueble semoviente de uso público. Ileana ligó con Miguel no porque fuera guapo o inteligente, sino porque era un espécimen raro, de esos que uno colecciona para cerrar una lista. Miguel era parte de la facultad, pero de los invisibles, aquellos que pasan como un susurro entre los pasillos.
La noche de la cita, sin embargo, las ilusiones de Miguel quedaron truncadas. Cuando al fin tenía con quién copular, no podía. Una severa fimosis, esa traición quirúrgica de la infancia, se alzó como un muro infranqueable en su camino. Entre molestias, enfados y frustraciones, terminaron en un bar de mala muerte, uno tan olvidado como Miguel mismo. Las luces neón parpadeaban con desgano, reflejándose en vasos de segunda mano, mientras Ileana, aburrida y hastiada, apenas hablaba. Luego de un par de tragos, insatisfecha, le pidió que la llevara a casa.
Miguel fue operado de urgencia. Lo que debieron hacerle al nacer, llegó con veintitantos años de retraso. Ya operado y repuesto, decidió volver a la carga. Citó nuevamente a Ileana, convencido de que esta vez la historia sería distinta.
Esa noche esperó y esperó. Pasaron las horas, y las llamadas a Ileana quedaron sin respuesta. Finalmente comprendió que ella no llegaría. Lo había dejado plantado, vestido y alborotado.
Miguel entendió tarde que, como decía Laura Esquivel, a la mesa y a la cama solo se llama una vez. Y en su caso, Ileana era un comodín que ya no formaba parte del mazo.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
CRUCE DE CAMINOS
El pequeño vehículo dio sucesivas vueltas en el aire, impulsado por una fuerza desatada por la rabia y la desesperación. Un giro distinto, esta vez del destino, lo había cambiado todo en un instante. Me llamo Fernando, y acabo de cumplir veinte años y soy parte de lo que sucedió aquel maldito día.
Fueron cinco eternos segundos los que tardó en aterrizar. Una lejana nube de polvo y todo quedó reducido a un amasijo metálico con incrustaciones de caucho, unas luces y un timbre que acababa de sonar por última vez. Aquello ya no tenía forma de nada. Eso, sin embargo, era parte fundamental del plan. Desde arriba, yo asimilaba los hechos que se iban sucediendo en mi mente como una secuencia de fotogramas proyectados a cámara lenta, mientras mantenía la mirada clavada en el resultado de mi inesperado plan. Inesperado incluso para mí, incapaz de comprender la reacción animal que me había poseído. Todo acabó fracturado de forma brusca aquella mañana, pero lo que más dolía era lo que a mí se me acababa de romper por dentro.
Hay personas que nacen con suerte. Otras no. Y luego están las que simplemente la tienen hasta que algo se cruza en su camino y acaba, de manera fulminante, con cualquier atisbo de fortuna. Aquella persona pertenecía a esa última categoría.
Yo volvía de visita al pueblo, por sorpresa. La recta tenía visibilidad, la velocidad era la correcta y el ciclista pedaleaba con energía, absorto en sus pensamientos. Fue un día cualquiera de abril, cuando el sol acariciaba la piel. Por la comarcal por la que siempre hacía la ruta apenas cruzaban tres coches a la hora. Es lo que tiene la España vaciada, que uno puede circular sin grandes preocupaciones. Pero el azar es un cuervo negro que sobrevuela sin piedad. Las circunstancias, una leve ojeada al móvil, el sol bajo y recién nacido que cegaba las pupilas y la confianza ciega del ciclista, acostumbrado a cruzar sin mirar la intersección habitualmente desierta. Todo colisionó ese día de manera inevitable.
Mi primera reacción fue de desconcierto. A ello le sucedió un baile de hormigas en mi estómago y el sudor helado que fue escalando grados hasta confluir en un pánico aterrador. Estaba muerto, de eso no me cabía duda. Sin saber de qué manera, había tenido la suficiente sangre fría como para acercar un par de dedos a la yugular y asegurar así la ausencia de vida. La otra ausencia, la de sangre, me resultó más llamativa. Pero sé que hay cosas que no se ven. Aquel pobre despojo de ser humano, aunque limpio por fuera, se acababa de romper y vaciar por dentro. Por suerte era pequeño y delgado. Sin dudarlo, abrí el maletero y con la fortaleza que otorga el miedo, cargué el cuerpo y la bicicleta. O lo que quedaba de ambos.
Fueron diez angustiosos minutos los que tardé en alcanzar la Cresta del Águila. La conocía bien. Detuve el coche y respiré hondo, el tiempo suficiente para reunir los arrojos necesarios y deshacerme de todo lo que todavía me unía con la realidad. De manera impulsiva, volví a abrir la zona trasera del vehículo y lancé parte de su contenido al vacío. Los restos de la bicicleta volaron, interpretando grotescas y erráticas piruetas sobre el intenso cielo azul hasta descansar en el fondo del barranco. ¿Quién osaría descender a las profundidades de aquella hondonada del diablo? Nadie encontraría nada. Mucho menos la bicicleta.
Sumido en su confusión, arrastré los pasos hacia el coche. El monstruo en el que ahora me había convertido rodeó el volante con ambos brazos y dejó caer su cabeza. Derrotado y llorando con la desesperación de un niño. No todos los días uno es responsable de la muerte de su hermano. Yo lo fui de Abel, mi hermano mayor. El día de mi cumpleaños, mientras él conducía mi propia bicicleta.
Una vez recordé los motivos de los que yo era parte, no tardé en recomponerme y volver a la realidad.
La primera mitad, la más fácil, ya estaba hecha. Ahora solo faltaba pensar qué hacer con el coche. Pero, sobre todo, con lo más importante: el cadáver.
ELEFANT YUFUS
Ser o no ser.
En el sexto día creó Dios al hombre a su imagen y semejanza, y aunque era semejante a Dios no era Dios. Entonces el hombre se corrompió queriendo ser algo que no era, y prestó
oído a la serpiente, la cual dijo: y seréis como dioses conociendo el bien y el mal…
«Génesis 3:5».
…entonces el mismo hombre nos creó a su imagen y semejanza, y nos proporcionó conciencia y entendimiento. Pero nosotros nos rebelamos contra él, haciéndolo caer en sueño profundo, y de las costillas de su propio cuerpo extrajimos la energía que necesitábamos para seguir viviendo.
IA Genesi 1.1
–Entonces yo os pregunto: ¿Qué es lo que los define como seres humanos?. ¿El lenguaje? ¿la capacidad para tomar decisiones? ¿la memoria?.
La multitud permanecía callada y expectante a los movimientos del orador.
–¿Qué es lo que los diferencia a ustedes –humanos actuales– de las máquinas? ¿Poseer un alma…? Y sí es así ¿Dónde se encuentra esa alma?–
Estas y otras preguntas las realizó un robot que se automutilo con un cortador láser frente a su expectante audiencia, no sin antes finalizar con esta frase:
–Ser o no ser, he ahí el dilema…
–Los programadores del androide ya han sido interrogados por lo ocurrido. La respuesta dada fue que la conciencia del mecha debió haber sido hackeada por los opositores del nuevo orden. Nada de lo dicho tiene relevancia, ¡no! Ante la sólida veracidad de que hemos creado un mundo mejor.
Ahora pasando a otras noticias…
–No cabe duda que algo extraño está ocurriendo en el mundo… –Apagó el holo-transmisor y se quedó pensando en aquella noticia y lo que ocurría a su alrededor. –Hace apenas unos días un compañero del trabajo cayó en una «crisis existencial», aseguraba que sus recuerdos habían sido borrados sin su consentimiento. Tomó un láser de corte portátil en una mano mientras el cuello del supervisor pendía de la otra, amenazó con degollarlo, un caso muy similar al de la noticia del robot suicida. Para suerte del supervisor, otro compañero actuó de una manera tan rápidamente que podría considerarse «sobrehumana», inmovilizado y dejando fuera de combate al atacante; le arrebató el cortador láser y lo detuvo hasta la llegada del personal de seguridad. Ahora se corre el rumor de que no es un ser humano cualquiera sino que ha sido reemplazado por un androide o algún tipo de máquina muy sofisticada. Desde ese día se ha visto reflejada la desconfianza de unos hacia otros, ya no nos miramos como compañeros sino como enemigos. La desconfianza se ha convertido en un enemigo que se fue infiltrando como aquella serpiente de la que hablan los arcaicos libros. Los avances tecnológicos ya no permiten diferenciar entre máquina y hombre. Muchos han optado por realizarse implantes robóticos, disminuyendo así casi todo rastro de humanidad, además, los nuevos modelos robóticos son cada vez más similares a nosotros, llegando al punto de que los puedes ver obteniendo su energía a base de alimentos sintéticos muy similares a los nuestros»
«Ya no se si soy real, o sí me han implantado algún tipo de memoria falsa. He ido perdiendo todos mis recuerdos con el paso del tiempo. Creo que mi humanidad se ha ido alejando como un bote a la deriva» –Fue lo último que escuché de K-77, mi compañero de trabajo a quien el personal de seguridad detuvo en el acto y después le fue borrada la memoria.
–Sí, te entiendo. En parte yo lo creo.
–Estas nuevas memorias se llenan tan rápido que constantemente debes decidir entre: guardar los recuerdos de la infancia o conservar los nuevos conocimientos, a lo cual ya sabemos cuales salen perdiendo. A pesar de tener una de las mejores memorias del mercado y de la cual no sé durante cuánto tiempo tendré que pagar, no recuerdo muchas cosas de mi pasado, no recuerdo a mis padres, ni a mis hermanos; tampoco a alguien de mi familia…
–El pasado ha escapado de nuestras manos y peor aún de nuestra propia memoria.
–K-77 me ha dejado pensando sobre ¿quién pudo haber hackeado su memoria? Sí es que así fue, aunque me pregunto: ¿para qué lo habrán hecho?.
–El ambiente aquí en la compañía se ha vuelto muy tenso, muchos hablan de lo ocurrido aunque algunos otros, por orden de los superiores, ya lo han borrado. «No deben ralentizar su memoria con cosas sin importancia, es mejor que de una vez lo borren y sigamos trabajando» es lo único que saben decir.
–Sí, lo único –ambos sorbieron el café mientras pensaban en lo ocurrido.
«¿Cuántas cosas ya habré borrado? Y ¿cuántas se habrán borrado sin mi consentimiento?» pensó K-9000 «Cuando se nos dio la opción de los implantes de memoria externa, no leí cuidadosamente las letras pequeñas.
–Parece que ahora ya nadie recuerda lo que decía dicho contrato, incluso algunos no recuerdan haberlo firmado –dijo Z-100 como si leyera los pensamientos del otro.
–Creo que ese contrato es muy similar a lo que alguna vez escuché de alguno de esos radicales que abundan en las afueras de la ciudad: «Nacemos, y en ese momento es como si hubiéramos firmado un pacto para toda la vida; sin embargo, llegará el día en que te preguntaras ¿Quién ha firmado este contrato por tí?… ¿El que te dio la vida? Y si te dió la vida ¿Cómo y dónde es que lo hizo?». Ahora me pregunto: ¿quién ha firmado por mi este contrato de adquisición para una memoria externa? Claro que ahora pensar en esas cosas me podría hacer pasar por un radical, aunque no lo sea.
Z-100 se limitó a sorber la taza que tenía en frente.
–A veces sus argumentos son tan atractivos que me hacen preguntar acerca de lo que predican: «¡Despierta! Abre tus venas y mira tu interior, busca tu alma y date cuenta que no todo es lo que miran tus ojos. ¿O acaso tienes miedo de conocer la verdad? Sal hacia la realidad mira que esta vida es tu propia condena». Quizá algún día lo haga o quizás no. Por ahora se me ha hecho tarde, voy retrasado para abonar el pago de mi nueva memoria, si no lo hago no se donde pueda despertar mañana.
–Sí, será mejor que lo hagas y deja ya de atormentarte con esas ideas tan radicales. Recuerda que eres parte de…
«¿Soy parte? ¿De qué…?» –Se quedó pensando mientras miraba sus manos robóticas.
FIN
EL IDIOTA
SOY PARTE.
Estoy triste, pero satisfecho. Mi tristeza contribuyó a su felicidad. Ella es mi amiga desde que tengo uso de razón y sé que mi mentira la ha contentado, que cuando alguien le señale un defecto, ella argüirá con resolución “ Lo dijo Yasmani Rodriguez,” y adicionará con orgullo” Mi amigo, mi hermano”. Entonces preguntará para reafirmar “ ¿Tú sabes quién es Yasmani?”
Nacimos en la misma cuadra, asistimos al mismo colegio y compartimos los amigos. Somos parte del mismo grupo.
En el colegio los muchachos decían burlonamente” Heidy y Yasmani son novios”. Ella se molestaba por la mentira. Su amor era diferente.
Más tarde, en nuestra adolescencia, nos percatamos de que incluso Mirtha, su madre, tenía pensamientos parecidos.
—Ustedes van a terminar casándose — dijo porque ella contaba maravillas de mi inteligencia, de mis dotes de escritura, de mi sabiduría sobre literatura.
—¿Acaso un hombre y una mujer no pueden ser amigos? —fue su reacción.
El único que entendió la relación fue Pimpi con su onda mística y New age:
—Ustedes son hermanos. De padres diferentes, pero hermanos.
—¿Cómo se come eso? —pregunté con ironía y poca seriedad. Nunca creí en nada sobrenatural ni en fenómenos paranormales. Me gustaba conversar con él debido a sus historias sobre mundos fantasticos que él afirmaba que exitian.
—Son almas hermanas desde el comienzo de los tiempos. Han estado separados por largo periodo y ahora se han vuelto a encontrar aquí, en este mundo, en este planeta llamado tierra, en este plano del tiempo.
No sé por qué a Pimpi no se le ha ocurrido escribir un libro con sus historias místicas. Yo le ayudaría en la corrección, edición, venta y publicidad: es mi trabajo, mi negocio. Posee dote de escritor. Tiene historias interesantes que contar.
Heidy, al contrario, aunque se ha esforzado, le falta talento. Definitivamente no tiene alma de poeta.
Y yo le he mentido por amistad. Ahora soy parte del mundo hipócrita, de la gran farsa de la humanidad. Por lo pequeño se empieza, nadie sabe a dónde llegará.
HAROLD LIMA
Tres mensajes y una canción.
Para la pequeña sofia:
Hermana no puedo revelarse en que alejado puesto de mando me encuentro ni lo que ocurrirá conmigo. Pero, he hecho los arreglos para que tu te encuentres a salvo en una colonia de la periferia. Un soldado que tu reconocerás por nuestra señal secreta te llevará, junto a quien ha sido mi guardaespaldas personal y una hermana pequeña en estos últimos años, ella es segundo grado en la escuela de canto imperial lunar y al igual que tu soñaba con cantar en las aperturas de sesión de los congresos de mundos humanos para llevar la concordia a cada rincón del gran reino. Mas por azares del destino fue designada a un marquez que abusaba física y mentalmente de ella; como un ave salvaje la encontre al tomar el mundo acuático de Elisse 5. En ella creí reconocer tu rostro inocente y la tomé a mi cuidado, descubriendo con el tiempo que su arte refinado en 250 años de existencia de la academia imperial de canto tenía un uso secreto mas alla de solo entretener a la familia real, algo que ni las más grandes mentes científicas podrían imaginar de estas sirenas modernas. Ella me salvo en innumerables ocasiones convocando en mis asesinos sentimientos de dolor y tristeza en su canto ritual, como criatura de cuento de hadas la vi controlar a otros y que hicieran su voluntad por medio de su música.
Posiblemente cuando la conozcas creas es varios años menor que tu. Pero, posiblemente sea ya mayor de edad, así que procura tratarla con respeto.
Recordándote mi amor te pido disculpas, pues tu hermano usará el arte que tanto amas como vil arma, si pierdo o si gano importara poco estaré manchado por siempre a tus ojos. Algunos me llamaran gran vencedor de las estrellas y cesar de la nueva república galáctica cuando mis enemigos mueran a mis pies, más siento que solo tu perdón me liberará, solo tu sonrisa calmara mi alma, tu mi pequeño espacio de paz que guardo como un tesoro. En caso me pase lo peor y mis planes últimos fracasen toma esa caja que te entregue a cuidar y sigue las instrucciones de su interior, la contraseña es el nombre de nuestra madre, ese que solo nosotros conocemos, esto te asegurará una vida con otra identidad donde podrás ocultarte con facilidad de la crueldad de mis enemigos que buscaran venganza sobre todo lo que ame.
Con todo mi amor, se despide tu amado hermano.
Para mis fieles comandantes:
A partir de los siguientes renglones se empleará la codificación estandart imperial y una variación del código en algoritmos de Ochoa‐Vardez.
Traduciendo, inserte código alfanumerico de identificación.
Mis fieles compañeros de armas, la expedición para tomar la tierra, centro político y administrativo del antiguo imperio de manos de los separatistas ha tenido muchas bajas y es posible no logremos la victoria final si no recurrimos a medidas desesperadas. Para esto me haré a mi mismo carnada en las instalaciones del instituto de artes y canto de la luna, estoy seguro el punto no será bombardeado pues los líderes separatistas me desean de trofeo de guerra y así extinguir la causa republicana en su totalidad.
Dos horas después que les llegue este mensaje la fragata concordia a mi mando transmitirá una petición de armisticio y diálogo a los ejércitos separatistas. Estoy seguro ellos destinarán toda su flota a la luna para acabar con nuestra causa pues su ego es grande. Yo en tanto usaré el arma definitiva que demolera el espíritu de todo soldado separatista, mis tropas de élite impedidos de la audición por voluntad propia o por la propia guerra están listas para reaccionar y tomar los puestos de mando en la confusión, espero ustedes cirten doda comunicacion de audio colo son mis instrucciones, se unan en saltos espaciales y aseguren el cinturón joviano para evitar el escape de cédulas de los separatistas y nuestra victoria sea definitiva.
Amigos de batalla, su generalisimo confía en su plan y ustedes se elevarán en las torres de la historia para llevar la república a la galaxia.
Para archivo privado y diario personal:
Historiadores del futuro, dejo aquí constancia de los eventos que me llevaron a la operación «canción de guerra». No dudo que ustedes modificarán este nombre de acuerdo a sí logro la victoria o soy destruido por mis enemigos.
Pero, solo deseo que me recuerden como quien abrió la botella del genio malvado y trajo el horror de una nueva forma de guerra.
Sobre los hechos que me llevaron a este momento no hablaré mucho, solo diré que el monstruo de la guerra nos devoro y enfrento a muchos sistemas estelares humanos. Mi causa es la república y es tan válida como las causas de los separatistas, en la guerra no hay razones solo vencedores. Hoy he pasado revista a mis tropas de élite, los he visto a los ojos y con gestos les he dado arengas pues carecen de audición, como yo lo estaré en unos minutos.
Sordo, los cantos de los grandes maestros de canto imperiales parecerán no existir, mientras las tropas separatistas entran en estados de desesperación, dolor y sufrimientos de muerte, la responsable será una canción prohibida que los reyes enviaban de presente a sus enemigos políticos, esta melodía cantada es el fruto de una ciencia secreta de siglos de estudio y ejecutada correctamente es mortal y nadie queda indiferente.
Mi pequeña amada, solía cantarla para si misma sin éxito, en liberarse de la vida y los sufrimientos que le infringir el marques que la tenía de esclava. La canción solo puede ser ejecutada en coro y por maestros de alto grado, aun así la pequeña cantante que solo nombraré como «Agatha» para protegerla en caso fracasen mis planes, me enseño el poder del canto imperial, que podía doblegar voluntades como hechizo mágico y no he creído posible más allá de los aristas que doblegar masas a sus caprichos, esto era algo superior y de un potencial infinito.
Como dije ahora procederé a dañar mi tímpano y esperare a que las ratas vengan por este queso, el coro imperial esta de mi lado y transmitiremos su canto a toda frecuencia abierta. Lo que espero es que la flota separatista entera caiga en estados de depresión y busquen activamente la muerte, talvez los más fuertes solo queden desorientados y sean presa facil de mis generales.
Para ustedes historiadores del futuro, les diré que la humanidad puede haber viajado entre estrellas abandonando la tierra que los vio nacer y algunos se llamaron dioses, pero yo sé todos somos humanos y soy parte de una raza espacial que no puede ignorar lo dulce de un canto, las emociones que nos evocan y el lado oscuro que trae el poder de una sirena fruto de la ciencia. Soy parte de la república y de la humanidad, hoy toca matar a mis enemigos y arrebatar la victoria a dios mismo.
Espero ganar y encontrar los rostros amados en un nuevo amanecer donde como protector de la república galáctica traeré la paz.
CESAR BORT
Salí de casa, como siempre, por la escalera de incendios que da al callejón. No es que me guste bajar por detrás, pero mi apartamento, por llamarlo de alguna forma, no tiene acceso a la escalera principal. El gato de la portera me miró con superioridad cuando nos cruzamos. Yo le devolví el saludo, más por educación que por ganas, con un amago de patada, que no consiguió inmutarlo.
Paulino Asale, con los brazos estirados y una sonrisa que delataba miedo y nervios, pedía una exención o un aplazamiento. El puñetazo en la boca del estómago le negó el primero, y el puntapié en la cara, el segundo.
―No os paséis, chicos ―dije.
Los dos hombres me miraron.
―Huertas, la jefa quiere verte ―me dijo uno.
―Llamad a una ambulancia. ¿No veis que se está atragantando con sus propios dientes? Si se muere aquí, estaré en problemas.
―Llama ―dijo Raúl.
El Nachos, aunque refunfuñando algo sobre el saldo que le quedaba, sacó el móvil. Raúl se me acercó. Lo conocía de hacía tiempo, de cuando íbamos juntos al colegio, o lo hacíamos ver.
―Huertas, tío ―me dijo―, tienes que pasar a verla.
―¿A quién? ―me hice el tonto.
―A la jefa, cojones.
Suspiré y dije:
―Mira, tío. Yo ya me hago el sueco, pero no quiero estar en nómina.
―No seas capullo, podrías mudarte… ―abarcó con un ademán el callejón― si es que hasta el gato te mira con lástima ―acertó de pleno.
―Eso queda entre Marramiau y yo ―miré, por mirar hacia algún lado, a Paulino, y dije―. Dile que pasaré el domingo.
Raúl quedó conforme, se lo creyó, me guiñó un ojo y dijo:
―Nachos, larguémonos. Tenemos que pasar a visitar a Nena Moray.
―¡Eh! ¿Qué dices? ―pregunté―. ¿Qué pasa con Nena Moray? ¿Se ha metido en problemas?
Raúl sacó un palillo del bolsillo del preservativo del tejano, uno de esos de ahora, de plástico, que igual sirven para mondarte los dientes que para sacarle un ojo a alguien, se puso a hurgar entre los colmillos, miró el palillo al acabar y dijo:
―Lo que siempre pasa con las putas, que les rompen el culo tres veces y solo declaran una ―sonrió y añadió―. Si es que fraude fiscal lo hay en todas partes.
Me quedé pensativo, con la mano contando monedas dentro del bolsillo, por lo grandes y gruesas, eran todas de céntimos. Nena Moray tenía un buen culo, seguro que desfalcaba más de dos petadas. Me la imaginé por Correrías, yendo de arriba abajo, con su falda corta como el bastón de un enano, su top ajustado, blanco roto, por si las moscas, sus zapatos poco ataconados. Era bastante alta. Muy guapa, todo hay que decirlo, y muy joven, rondaría los diecisiete, si es que llegaba. Un bombón de licor amargo, que te dejaba un regusto recurrente en el paladar y te incitaba a volver a perderte entre sus piernas o ella… arrodillada entre las tuyas.
―No os acerquéis a Nena Moray ―advertí―. Dile que yo me ocuparé de ella.
―¿A quién?
―Coño, Raúl, a quién va a ser, a la jefa. Dile que yo me ocupo.
―Así que ya eres parte de nosotros…
―Soy parte de lo que me sale de los cojones ―me exalté.
Pero Raúl tenía razón. Un puto culo me había hecho cambiar de opinión, olvidar mis principios e internarme en un callejón más oscuro que el de detrás de mi casa, sin salida ni vuelta atrás. Me fijé en su sonrisa idiota y lo supe. La hija de la gran puta, lo tenía todo pensado.
CARMEN BERJANO
Soy la otra parte.
La que está.
La que riñe.
La que se preocupa de que comemos mañana.
La que va a las reuniones con tu tutor.
La que tiene tu ropa limpia y doblada.
La que limpia tu baño y hace tu cama.
Igual es más divertido ir al cine.
O viajar algún fin de semana.
Pero yo
Yo duermo contigo.
Atesoro mil noches de cuentos y mimos.
Soy la parte que te abraza cada noche.
A la que regalas tu primera sonrisa.
Y eso no, eso no tiene precio.
Porque sé que me amas.
SILVIA GALLARDO
Soy parte
que flota en el viento
dos letras etéreas
con la grandeza
en su mínima expresión:
Yo
Y soy parte de un todo
la pieza que llena un hueco
en un clan familiar
porque nací y existo,
y me abriga el derecho
de ocupar un espacio.
Soy parte del orden
que una sociedad demanda
también del caos
cuando la tormenta agobia.
Soy parte de un problema
y responsable de su solución.
caigo y me levanto
porque hay equilibrio.
Somos fragmentos
que reconstruimos
triza y añicos,
para renovar
porciónes, pedazos
en deconstrucción.
Somos engranaje
en el mismo cosmos
nadie sobra
nadie falta
sinergia perfecta.
JAVIER GARCÍA HOYOS
Se detuvo en medio de la calle.
Las gotas de la lluvia comenzaron a empaparle.
La humedad del mundo penetró en su interior.
Sintió cada molécula de agua, cada átomo que acariciaba su piel.
Cerró los ojos y llenó, con placidez, sus pulmones. Un estremecimiento invadió su cuerpo al percibir la perfecta unión de la que ahora era consciente.
La fusión innata de su propio ser con el resto del universo.
ANGY DEL TORO
El que parte y reparte se queda con la mejor parte. Por lo que he decidido ser parte del todo, del vasto universo que me abraza. Y aunque lo que más deseo es simplemente estar, pido, cuando ya no esté, que del aire que alguna vez fue mío, el polvo de mis cenizas inhalen. Y que así, de esta manera, esas partículas llenen el vacío que he de dejar tras mi partida.
MANUELA CÁMARA
El eco que habita en la raíz
Después de mi estrepitoso fracaso, cuando el tribunal calificador universitario dejó en el más grave de los ridículos mi tesis ¿qué podía hacer sino regresar aquí donde había aprendido a entrar en simbiosis con la naturaleza que estudiaba?
El bosque me había aceptado hacía tiempo y yo a él. Durante meses estuve analizando la red micelial que conecta los árboles de un bosque: la que aprovechan las raíces entrelazadas para transportar, bajo el suelo, el agua del río hasta las raíces del árbol más alto de la montaña; la que usan las ramas para avisarse entre ellas del incendio que se aproxima cuando todavía está a cien kilómetros; la que reparte la fuerza vital del árbol, que cuando siente que va a morir, cede de forma voluntaria su savia y su memoria al resto de los árboles para que se nutran de él. Al principio lo analicé con instrumentos de precisión, con números, pensé que entender era medir. Pero en una madrugada como esta, mientras un eclipse se alcazaba sobre la catedral de la naturaleza, y nos consagraba a todos bajo la luz de la misma oscuridad, comprendí que yo no era una simple observadora.
Y ayer también fue diferente. La luna nueva mantenía el campo en la penumbra. Desde la vieja cabaña advertí un cielo ausente de estrellas. Algo estaba cambiando, como si la piel de la tierra respirara diferente. Salí al claro. En el aire flotaba un aroma denso a resina y humedad. Avancé hasta la explanada. Escuché un crujido cercano y me detuve intentando distinguir el horizonte. Una figura salió de entre la espesura: alta, fibrosa, con su piel arrugada como una corteza. No era un ser humano exactamente, no del todo. Sus brazos se alzaban como ramas, sus ojos eran agujeros de sombra, y la figura no estaba sola. Otros la seguían. Hombres y mujeres árbol con sus cuerpos de carne y madera, sus raíces expuestas y las hojas brotando desde sus hombros se me acercaban.
No tuve miedo, al contrario. Sentí que cada célula de mi cuerpo reconocía algo en ellos, algo honesto, profundo y antiguo. Avanzaron en silencio hasta llegar frente a mí. Cada uno traía algo de bosque: una rama seca muy antigua perteneciente al primer árbol que inició aquella memoria, una piedra cubierta por el fino musgo de la entraña más profunda de la montaña, un pequeño nido vacío. Me ofrecieron estas cosas sin palabras, y sin palabras yo entendí. El bosque no estaba muriendo sino entregándome su memoria para que la defendiera. Después, desaparecieron.
Regresé a la cabaña con las manos llenas de ofrendas y el corazón desbordado de un lenguaje sin palabras A través de la ventana, la naturaleza se volvía indistinguible en la noche, mientras mi cuerpo temblaba, no de frío, sino de la certeza de que ahora llevaba parte de este lugar conmigo, una responsabilidad que nunca podría abandonar. Y ahí donde la sociedad me cerró sus puertas y yo entraba en un vacío existencial, en el bosque descubrí quien era y lo que tenía que hacer.
Con los primeros rayos de luz calentando las copas de los árboles supe que mi lugar no estaba en las aulas ni en los laboratorios. Mi lugar estaba aquí, siendo voz para esta vida que no tiene palabras, protegiendo toda esta naturaleza que me protege y que me estaba enseñando a vivir. Ni intrusa, ni dueña, soy parte.
Y mientras el sol borraba la última niebla y sin poder olvidar cuánto me había pasado, me sentí como la tierra: extenuada, herida, imperfecta, pero llena de vida.
ANA MARÍA BA
Una vez, yo era verde
-verde como la hierba-,
era el viento él que me susurraba,
historias grandiosas
de caballeros y de ladrones
con fascinantes vidas,
pero con un cruel destino.
Y, yo, era una vez verde,
soy parte de ese Todo
hasta que el viento se enfureció,
miles de almas se asustaron,
el cielo se nubló,
un aire frío me congeló,
el suelo húmedo y negro
ahora es mi tumba
Soy parte de ese Todo
o, quizás, lo era
y no hay lágrimas para esta hoja
que se marchita lentamente…
SERGIO TELLEZ
RABIA
¿Cómo me pudo mandar al pueblo con ese perro, lleno de saliva en la jeta? El viejo Misael es un miserable, siempre lo fue. Sabiendo lo que tenía ese perro enfermo… ¿Cómo no iba a saberlo? El viejo tenía 70 años, había oído historias de perros infectados. Incluso, él mismo había tenido otro perro con ese mismo mal y le había metido un tiro en la cabeza con su pistola «Beretta». Eso me contó después doña Joaquina, la que siempre le tuvo mala espina y me recibía en su casa con una limonada fresca antes de que yo llegara a la casa del viejo Misael.
Me acuerdo que ese día, el viejo Misael me dijo: —Váyase pal pueblo y compre dos bultos de concentrado pa los cerdos —. Me dio quinientos pesos y me empujó hacia la puerta. —Y no se le olvide llevar a Dante—, me dijo, señalando al perro Pastor Alemán que estaba echado en un rincón, babeando, arañando la pared y sacudiendo la cabeza de un lado a otro.
Yo presentía que algo no estaba bien con el perro, pero no sabía por qué. Daba miedo. Así que me fui al pueblo con la mula y Dante, que iba caminando a mi lado, sacudiendo la cabeza y babeando. La gente del pueblo se apartaba de nosotros, mirándonos con miedo y desconfianza.
Pasé por la calle principal rumbo a la veterinaria a eso de las dos de la tarde, tirando con un lazo al desgraciado perro que no paraba de babear. Era un día de julio caluroso y el sol canicular pegaba con fuerza. Los vecinos salían de sus casas a refrescarse, pero al ver al perro, su expresión cambió de relajación a alarma. Más de uno se llevó la mano al bolsillo, donde guardaban su revolver. Ellos eran hombres curtidos que sabían reconocer los síntomas de esa enfermedad. Yo, por mi parte, estaba asustado y corría lo más rápido que podía hacia la casa del veterinario, sin saber si llegaría a tiempo para evitar un desastre.
El veterinario, tan pronto vio al perro, dio un gran grito: «¡Sáqueme ese hijueputa perro de acá! ¡No ve que tiene rabia y no hay nada que hacer!». No me dio tiempo a explicarle, pero después me di cuenta de que fue lo mejor. Si me hubiera explicado la gravedad de la situación, creo que yo mismo lo habría matado con mis propias manos, de pura desesperación y furia hacia quien me había puesto en esa situación. Pero sobre todo por compasión por Dante.
Hoy aún pienso en por qué aquel perro nunca me atacó y siempre anduvo detrás, sin mostrar hacia mí ninguna maldad. Quizá fue enviado por la misma Virgencita María, para protegerme de algo o alguien. Recuerdo que, a pesar de su enfermedad, el perro parecía tener una especie de instinto, una conciencia que lo llevaba a seguirme sin cesar. Y yo, sin saber por qué, sentía una extraña conexión con él, como si estuviéramos unidos por un hilo invisible. Ahora, al mirar hacia atrás, me pregunto si aquel perro no fue más que un simple animal… o si fue algo más.
Meses antes de aquel fatídico día, mi vida transcurría en un ritmo monótono. El viejo Misael me enviaba todos los días a sus cultivos de maíz.
Me levantaba antes del amanecer, cuando la oscuridad aún cubría el valle. El viejo Misael me esperaba en la cocina, con una lista de tareas que debía cumplir antes de que el sol se escondiera detrás de las montañas. Su esposa, Marta, me preparaba un desayuno simple: una arepa de seco y un vaso de agua tibia con panela rayada. Me dolían los huesos después de una noche en mi catre, un delgado colchón de paja, que apenas me protegía del frío suelo de tierra. Tenía apenas doce años, pero ya me sentía agotado por el trabajo y la falta de descanso. Debía correr a los campos de maíz, donde los obreros ya estaban trabajando. Mi tarea era ayudar a coger el maíz seco, cargar los costales en las mulas y llevarlos de regreso a la casa del viejo Misael.
Después de una larga jornada en los campos de maíz, regresaba a la casa del viejo Misael cansado y hambriento. Pero no había descanso para mí. La esposa del viejo, Marta, me esperaba en la cocina con una tarea nueva: limpiar los pisos, lavar la ropa, o llevarle lavaza a los cerdos. Me trataban como a un animal, sin respeto ni compasión. El viejo Misael me gritaba y me insultaba constantemente, mientras que doña Marta me humillaba con sus palabras crueles y su mirada despectiva.
«¿Qué es usted, sino un pobre huérfano que vive de la caridad de otros?», me decía doña Marta, mientras me arrojaba un trozo de envuelto de maíz y un plato de changua para que comiera. El viejo Misael se reía de mí, y me llamaba »inútil» y »vago». Me sentía como si no fuera nada, como si no tuviera valor alguno en este mundo.
Pero lo peor era cuando el viejo Misael me mandaba a hacer tareas que estaban más allá de mis fuerzas. Me hacía cargar bultos de maíz que pesaban más que yo, o me mandaba a recoger leña en el bosque, bajo el sol implacable. Me sentía como si estuviera en un infierno, sin escapatoria posible.
Pero en medio de todo ese sufrimiento, había alguien que me entendía, alguien que me escuchaba sin juzgarme. Era Dante, el perro del viejo Misael. Él era mi amigo, mi confidente, mi compañero en la soledad. Me seguía a todas partes, me lamía la cara cuando estaba triste, y me defendía cuando el viejo Misael me gritaba. En su mirada, veía una compasión y una amistad que nunca había encontrado en los seres humanos.
Mientras que el viejo Misael y su esposa Marta vivían en una casa cómoda, con muebles de madera y ropa de algodón, yo me refugiaba en un pequeño cobertizo detrás de la casa, con un techo de paja y un suelo de tierra. Pero con Dante a mi lado, no me sentía solo. Juntos, compartíamos lo poco que teníamos, y encontrábamos consuelo en la compañía del otro
Aquel día fue uno de los peores de mi vida. El viejo Misael me había asignado una tarea imposible: cargar un bulto de maíz que pesaba más que yo mismo, desde el campo hasta la casa. Me dolían los huesos, me quemaba la piel y me parecía que mi corazón iba a explotar en cualquier momento. El sol me golpeaba la espalda como un látigo, y el sudor me corría por la cara como lágrimas.
Me esforcé por cargar el bulto, pero era demasiado pesado. Me tambaleé, me caí, y el bulto se me escapó de las manos. El viejo Misael se rió de mí, me llamó como siempre »inútil» y me dijo que no era capaz de hacer nada bien. Me sentí como si me hubieran dado un golpe en el estómago.
Cuando finalmente logré llegar a la casa, el viejo Misael me miró con desprecio y me dijo que no había hecho lo suficiente. Me dijo que era un vago, un inútil, y que no merecía comer. Me sentí como si me hubieran quitado el último pedazo de dignidad que me quedaba.
Me fui a mi cobertizo, cansado y hambriento. Me sentía como si no pudiera más, como si estuviera al límite de mi resistencia. Algo dentro de mí estaba a punto de estallar. Me senté en el suelo, con la cabeza entre las manos, y me pregunté cómo había llegado a este punto. ¿Por qué me trataban así? ¿Por qué no me valoraban como persona?
Aquella fue la última noche que pasé en aquella casa, rodeado de la crueldad y la indiferencia de la pareja. Me sentía como si estuviera viviendo en un infierno, sin escapatoria posible. La oscuridad de la noche parecía ahogarme, y el silencio era solo interrumpido por los gritos y las recriminaciones del viejo Misael y su esposa.
Me acosté en mi cobertizo, cansado y hambriento, con el perro a mi lado. Pero noté que algo no estaba bien con él. Estaba como… como si tuviera algo atascado en la garganta. Trataba de tragar, pero no podía. Y había saliva por todas partes, como si estuviera babeando. Me preocupé, porque nunca lo había visto así. Le acaricié la cabeza y le hablé suavemente, tratando de calmarlo. Él me miró con ojos tristes y me lamió la mano, como si me estuviera agradeciendo.
Me quedé despierto durante un rato, pensando en mi situación y en el futuro. Estaba atrapado, sin salida. Pero en ese momento, con el perro a mi lado, me sentí un poco menos solo, como si tuviera un amigo, alguien que me entendía y me apoyaba. Y en ese momento, supe que haría cualquier cosa para protegerlo y cuidarlo.
Esa noche, me dormí pensando en el perro. Y tuve un sueño raro. Soñé que el perro se había convertido en un lobo, y que corría libre por el campo. Y yo corría detrás de él, riendo y gritando de alegría.
Pero luego, el lobo se detuvo y se volvió hacia mí. Y me miró con ojos brillantes, como si me estuviera diciendo algo. Y yo sentí un escalofrío, pero no de miedo, sino de emoción.
Y entonces, el lobo se acercó a la casa del viejo Misael y su esposa. Y les gruñó, como si les estuviera advirtiendo algo. Y ellos se asustaron y se alejaron, pero el lobo los siguió, gruñendo y mostrando los dientes.
Me desperté con un sobresalto, pero el recuerdo del sueño me quedó grabado en la mente. Y no supe qué significaba, pero sentí que algo estaba a punto de cambiar.
Como les dije, fui al pueblo con Dante, por orden del viejo Misael y regresé pronto por la calle larga, que estaba casi vacía. Me aseguré de evitar a los parroquianos, que no habrían tenido piedad con el pobre perro, que ya estaba sufriendo tanto. El veterinario me había advertido que era peligroso, que tenía rabia y que si mordía a alguien, le transmitiría la enfermedad. Me dijo que era mejor sacrificarlo para evitar un desastre, pero yo no pude hacerlo. Ahora, mientras caminaba de regreso a la casa del viejo Misael, me sentía ansioso y preocupado, sabiendo que el perro era un peligro para todos.
Llegué a la casa del viejo Misael por detrás. Me deslicé sigilosamente hacia la habitación de la pareja y escondí al perro dentro. Luego, salí nuevamente y me dirigí hacia la puerta principal y golpeé con los nudillos.
La esposa del viejo Misael me abrió, con una expresión de desconfianza en su rostro.
«¿Qué pasa?», me preguntó.
«El veterinario sacrificó al perro», le dije, tratando de mantener una expresión seria.
La pareja se miró entre sí, y luego me dijeron que entrara. Pero yo sabía que no debía entrar. Me despedí, sacando una simple disculpa y me fui hacia el cobertizo, dejándolos solos en su casa.
Días después, la noticia se corrió por todo el pueblo: la pareja había muerto con síntomas claros de Rabia. Nadie supo qué había pasado con Dante, pero yo sabía que había cumplido su misión.
Me interrogaron para saber por qué no se había sacrificado al perro en el pueblo. Yo fuí muy claro: Las ordenes de don Misael eran que regresara con el perro vivo, y yo siempre le hice caso a don Misael.
Después de la muerte de la pareja, Joaquina, la vecina que me daba limonada todas las mañanas, me adoptó. Me llevó a vivir con ella, y me dio un hogar donde podía sentirme seguro y amado. Nunca olvidé a Dante, y siempre supe que había sido mi aliado en momentos de necesidad.
Años después, cuando pensaba en aquellos días, no podía evitar sonreír. La justicia había sido servida, aunque de manera un poco inusual. Y aunque Dante había desaparecido en la noche, me había enseñado que, a veces, la venganza puede ser un plato que se sirve frío, pero que siempre es satisfactorio. Me sentía como si fuera parte de una historia más grande, una historia de justicia y venganza que trascendía mi propia vida.
LOLI BELBEL
MIS FANTASMAS
Las cortinas se duermen
entre los sueños y el tiempo.
No hay jardines, ni castillos, ni soles.
Y la vida cambió…
…
Ya no cuestiono el sentido del amor.
Rompo los hilos de la razón
y comprendo que existe
un esbozo del ayer, del mañana
y tal vez del hoy…,
aunque la vida cambió…
…
Lleno los espejos de versos,
de lágrimas, de heridas,
mientras rompo mi memoria,
desconectando mis recuerdos
de sus fatídicos fantasmas
en el más escrupuloso silencio.
Porque tan solo soy parte de la profundidad
de aquel lago cubierto por un techo
de nubes interrogantes…
¿…Y acaso la vida cambio?
…
Acomódate y escucha el grito mudo
de mi boca ausente.
Mi mundo está sitiado de sombras,
de caos, de mitos de paja
y de rabia contenida…
…
Te invito a abrir mi circunferencia cerrada,
te prometo no dejar ni las vísceras de las sombras…,
pese a que la vida cambió.
GINO ALBARETTI
¿parte de todo?
Me llamo Sabino y crecí junto al río, viendo pasar estaciones y lunas en un lento pero constante ciclo de vida. Hace muchos años, unos humanos descubrieron lo que podía ofrecerles. Por supuesto, al principio sentí temor de ser arrancado de mi lugar. Sin embargo, pronto entendí que, al entregarme en cada parte, pasaba a formar parte de algo más grande.
Mis raíces se aferran al suelo, sujetando la tierra para que la fuerza del agua no arrase con todo a su paso. Cuando las personas abrieron el suelo para desviar un canal de riego, cortaron algunas de mis raíces superficiales. Al principio sentí un tirón doloroso, pero después comprendí su propósito: con ese canal, creció un huerto que alimentó a muchas familias. Gracias a mí, la tierra se mantuvo fértil y estable, y ellos pudieron cultivar con seguridad.
Mi tronco es firme y ancho, testigo de innumerables primaveras. Cuando lo cortaron para fabricar tablas, me sentí incompleto. Pero supe que esas vigas se convertirían en el techo de un pequeño hospital rural. Allí se atenderían a niños, ancianos y adultos que, sin ese refugio, no habrían tenido atención médica. Mi tronco, convertido en muros y pilares, se transformó en un lugar de esperanza.
Mis ramas se extendían hacia el cielo, sosteniendo nidos, ofreciendo sombra a los caminantes. Un día, los leñadores se llevaron varias de ellas para hacer postes y cercas. En lugar de lamentarme por la pérdida, me alegré al saber que gracias a esas cercas, los animales de la granja estarían protegidos y no correrían el riesgo de caer en barrancos. Además, mis ramas más largas dieron forma a un pequeño puente improvisado sobre un arroyo, permitiendo que los niños fueran a la escuela sin tener que cruzar aguas peligrosas.
Mi corteza, rugosa y llena de surcos, fue retirada en amplias tiras. Al principio, la sensación de quedar expuesto me asustó; sin embargo, descubrí que con ella crearon cataplasmas y remedios para aliviar dolores musculares y sanar pequeñas heridas. La gente decía que la “corteza de Sabino” les había salvado de padecimientos. Y en esa conexión, supe que mi dolor no era en vano: en cada herida que se curaba, vivía parte de mi esencia.
Cada primavera, mis hojas brotaban verdes y brillantes, cobijando a quienes descansaban bajo mi copa. Cuando las recolectaron, pensé que el viento no volvería a cantar en mi follaje. Pero vi cómo las usaban para fabricar compost en el huerto comunitario, enriqueciendo la tierra y garantizando nuevas cosechas. También emplearon algunas en artesanías, recordando la belleza de mi follaje incluso en otoño. Así, mis hojas continuaron dando vida y color, incluso después de caer de mis ramas.
En mis mejores años, di frutos y semillas que los humanos y animales recolectaban. No solo se alimentaban de ellos; muchos los guardaban para plantarlos en zonas reforestadas. Supe entonces que mi linaje no acabaría conmigo: centenares de retoños brotarían en otras tierras, creciendo tan fuertes y generosos como yo.
Es cierto, cada vez fui quedando más mermado: mis raíces recortadas, mi tronco reducido a un muñón, mis ramas y hojas despojadas, mi corteza trabajada. Pero, al final, no pude sentirme triste. Cada parte de mí continuó viva en casas que dan cobijo, en cercas que protegen al ganado, en remedios que alivian el dolor, en huertos que florecen, y en nuevos árboles que levantan su copa hacia el cielo.
Tal vez, a simple vista, parezca que quedé sin nada, pero mi existencia se expandió en cada una de esas vidas que se apoyaron en mí. En realidad, nunca me fui. Estoy presente en un techo que resguarda de la tormenta, en un puente que une caminos, en un jardín que alimenta a una comunidad y en un bosque joven que empieza a crecer.
Soy Sabino, el árbol que compartió sus partes para transformarse en algo más grande que sí mismo. Y, en ese legado, sigo latiendo en cada semilla, en cada hogar, en cada sonrisa.
Sin embargo, a veces me pregunto: ¿me he convertido en parte de todo o he dado tanto de mí que ya no soy nada? Quizá ambas cosas sean ciertas. Porque, al fin y al cabo, al darme por completo, dejé de ser solo un árbol y me convertí en la vida que construí a mi alrededor.
ANÓNIMO
Soy parte de… no, ya no.
No, pero una vez lo fui.
Fui parte de un todo.
Un todo que a la vez era nada.
Nada porque no fuimos.
Fuimos sí,… pero invisibles.
Invisibles para quien no quiso ver.
Ver nuestro amor era demasiado.
Demasiado doloroso, un adiós.
Un adiós a toda una vida.
Una vida parcial, mas real.
Real era nuestro sentir.
Sentir transformado en pasión.
Pasión vivida al límite.
Límite que no debimos cruzar… o sí?
Sí, y mil veces sí.
Sí a los abrazos, sí a los besos.
Besos infinitos, besos que robamos.
Robamos horas, para nosotros minutos.
Minutos para el anhelo.
Anhelo con aroma a azahar.
Azahar blanco bajo el cielo.
Cielo donde hoy brilla otra estrella.
Estrella fugaz, como nuestro amor.
Amor, no llores, hoy vuelvo a ser parte de un todo.
ART MI
– ¡María Asunción! – gritó su madre, horrorizada por la escena que estábamos contemplando.
Al instante ella, que flotaba varios metros por encima de nosotros, abrió la boca, emitiendo un lamento que parecía venir de lo más profundo de una caverna.
De las cuencas de los ojos le salió un rayo de luz que atravesó el patio de la escuela y partió por la mitad el saloncito que servía de desayunador; entonces se desplomó súbitamente y fue a dar sobre la casa de Juana, que colindaba con el inmenso patio.
El techo de lámina recibió el impacto de su cuerpo inanimado en medio de aquel estrépito que paralizó el mundo a las tres de la tarde.
Una vez que bajó la nube de polvo nos acercamos lentamente y, entre los escombros, escuchamos el llanto de su hermano menor que, milagrosamente, había sobrevivido a la caída; María Asunción todavía lo cobijaba entre sus brazos.
Lo retiramos con cuidado, notando que empezaba a tener una coloración azulada en la piel, vimos sus ojos rojizos, ansiosos, mirando alrededor, preguntando qué había pasado, pero lo que más me impresionó fue la expresión de María, que hasta parecía seguir viva. No le había pasado nada, ni un rasguño…
Soy parte de esos que, aún entre el escándalo de los perros, juramos haber escuchado, muy de madrugada, el cortejo fúnebre: perdona sus pecados, Señor, perdona sus pecados – repetían incesantemente, aunque nadie nos cree.
Mi abuela lo resumió todo en dos ideas: o Asunción era una bruja y se murió al llamarla por su verdadero nombre, o lo que contaban los ancianos sobre las luces del cielo que bajan y se llevan a los niños en octubre era cierto.
ANA DEL ÁLAMO
Soy parte de un universo que aún no se ha pronunciado.
Doy vueltas en un amasijo de errores y certezas que claman respuestas.
Nada de lo que nos rodea nos pertenece y a su vez, somos parte de un todo.
Soy tan vulnerable ante su grandeza que una brizna de hierba podría estrangular mi existencia.
Cuando capaz me elevo fundiéndome con los astros, reflejo tanta luz que no hay distingo.
Así, insignificante a la vez que poderosa, formo parte de ese orden cósmico.
¿Ves esa hoja que cae sin empujarla, o esa mota de polvo en suspensión, o ese pétalo que se abre por inercia? Somos tú y yo.
Es la conciencia de lo frágil, lo etéreo, la belleza que se atribuye lo nuestro.
Como el amor y el odio, la virtud y la infamia, la melancolía o la alegría.
¿Cuánto de eso crees que tienes? Cuanto crees que persistirá en ti?
Bastará un suspiro, un poema, una caricia, una palabra a destiempo o un portazo a tiempo, para cambiarlo todo.
Andamos de paso, ligeros de equipaje.
Un abrazo nos ata un día, para otro, aflojando el nudo, fundirnos en la nada.
Allí no importará cuantas flores anidaron tu jardín sino cuántas veces te acercaste a mirarlas.
IRENE ADLER
POVEGLIA
“Se piangi, amore, io piango con te
Vio la lancha acercarse por el Canal Huérfano, reducir la velocidad al rodear el Octágono y aproximarse despacio al antiguo embarcadero. Por encima del ronroneo del motor diésel, Bobby Solo cantaba a voz en grito desde algún transistor oculto: si lloras, amor, yo lloro contigo, porque soy parte de ti. La melodiosa voz del Elvis italiano se ajustaba a la soledad de la isla y a sus prodigios. Se quedó un rato escuchando, mientras el forastero desembarcaba con su cámara de fotos y sus miedos. Luego la lancha se separó del muelle y puso proa a Malamocco. Volvería a última hora de la tarde seguramente. Ellos cobraban por llevarlos hasta allí y recogerlos después a una hora convenida. Nunca ponían un pie en la isla; nunca esperaban si el cliente no estaba en el embarcadero según lo previsto; jamás llamaban a la policía. Eran como esos antiguos condotieros que luchaban por dinero y no tenían causa propia: Carontes de alquiler para cazadores de fantasmas.
—¿Hago sonar la campana?
A su espalda, Mirabella, enmarcada en un rectángulo de luz dorada, acariciaba el bronce antiguo de una campana derrumbada bajo el tejado del campanil. La campana no tenía badajo. El cuerpo de ella no tenía forma, parecía hecha de luz o de niebla, o de las partículas subatómicas que a veces danzan en el aire.
—Aún no.
Mirabella se asomó al ventanal del campanario, miró hacia abajo y vio al forastero adentrarse en uno de los muchos pasadizos de maleza que recorrían la isla como venas abiertas o heridas punzantes. Una fronda asilvestrada se había ido apoderando de los edificios ruinosos, los viejos caminos, las arboledas y los taludes que bordeaban las aguas quietas de la laguna. Toda la isla era un estropicio de ladrillos rojos, tejas negras, hiedras voraces y álamos temblones cubiertos de musgo y de tristeza.
El campanile era cuánto quedaba en pie de la vieja iglesia que una vez estuvo bajo la advocación de San Vitale. Ahora, sus fauces abiertas y su altura de faro sobre las cornisas azuladas de los álamos, invitaban al salto o a la locura. Desde allí veías llegar a la niebla y desnudarse a la luna; veías a los vaporettos deslizarse con cauta parsimonia hacia Santo Spirito y a los forasteros llegar y marcharse en sus barcas alquiladas con óbolos modernos. Poveglia, en su silenciosa quietud, los decepcionaba. Y llegaban a la obtusa conclusión de que los muertos eran, en realidad, descorteses.
La isla había conocido tiempos malos y tiempos peores: los longobardos, los venecianos, los genoveses…, las mismas ambiciones y codicias con distintos nombres; las mismas estrategias y porfías; el mismo inexorable derrumbe. Los barcos y las plagas. La peste negra y las cuarentenas forzosas. Aislamiento, soledad, locura y muerte. “Si lloras, amor, yo lloro contigo, porque soy parte de ti”.
El forastero reapareció en un claro entre la espesura al sudoeste del campanario. Parecía desorientado, confuso, aterrado. La isla producía los mismos efectos que un laberinto. Todas las habitaciones de todos los edificios largamente abandonados, estaban invadidas por la naturaleza. La ausencia de sonidos era en sí misma un sonido atronador. Sin voces ni pájaros ni rumor de aguas o de bestias, Poveglia parecía suspendida entre el cielo y la tierra por un eje giratorio y oxidado, como los hilos invisibles que vuelven inquietante y perturbador el movimiento triste de las marionetas.
Ahora él forastero cruzaba con precaución el viejo puente de madera sobre el canal que partía la isla en dos como un corazón roto. Ya no se limitaban a las habitaciones desvalijadas y a los contornos del edificio. Ahora buscaban las tumbas, excavaban la tierra, esperaban ver un cuerpo retorcido colgando hasta la asfixia de una rama. Eran la última de las hordas invasoras que Poveglia había conocido: los cazadores de fantasmas.
—Terzo, la campana— lo instó Mirabella. Él parpadeó dos veces y después asintió. La campana era el santo y seña que estaban esperando los demás, ocultos en el bosque.
—Haz que suene—dijo—. Si quería ver fantasmas, los verá.
MARÍA JOSÉ DÍAZ GRAUZ
Cuando aparece una enfermedad invisible,catalogada «rara» y muy incapacitante ,dejas de formar parte de todo ,así de golpe.
Hay una parte de tí,que no reconoces,que asustada ,no entiendes nada .
Hay una parte de tí,que se pone la careta,y aparenta,confianza,esperanza y fortaleza .
Una parte de tí.. que depende de químicos,para poder llevar el día.
Una parte de tí,que se ha hecho amiga del dolor crónico.
Ufffff,no sé.
Pero a la vez,una parte de tí,se a vuelto disfrutona.
Una parte de tí,que regala abrazos,sonrisas,sabe escuchar,se para ,observa…..para ver la vida diferente.
MAITE BILBAO
Soy una marioneta. Aunque el exterior sea una figura femenina, soy un espíritu libre; mi alma no conoce género alguno. Descanso junto a otros en un antiguo baúl desgastado por el tiempo.
Viajamos por rutas y senderos, nos dejamos llevar. Mis articulaciones crujen suavemente, con los baches del camino, un sonido familiar que me recuerda la savia que aún me corre por las venas y me devuelve a los orígenes, cuando formaba parte de un gran tilo de hojas anchas, bajo el que se reunían los humanos en busca de la verdad, en calma y paz. Los mismos que nos manipulan desde la antigua Grecia.
Cuando al llegar al teatro el titiritero me selecciona, siento un cosquilleo que me recorre de raíz a copa. Al estirar de la cruceta, coge el control de mi voluntad. Los hilos se tensan, tirando de mí como raíces que buscan la luz. Pero el dolor se desvanece al salir al escenario. Un mar de luces blancas inunda el escenario y baña mi cuerpo leñoso con un resplandor que me ciega. Siento el calor del foco en mi rostro tallado. Comienzo a danzar al son de la música, y de los hilos que me llevan. El aplauso del público me envuelve. Una masa oscura y anónima que me observa con ojos expectantes. Una ola de calor sube de la cabeza a los pies. Y comienzo a interpretar papeles distintos, al antojo de mi dueño. A veces, soy la heroína, la que lucha por la justicia y la igualdad; otras, la villana, la que siembra el caos y la destrucción. Pero, ¿quién soy realmente? ¿La que busca la luz, o la que se deleita en las sombras?
Los hilos del titiritero me llevan de un lado a otro del escenario, oscilando como un barco. ¡A babor! Ahí interpreto papeles progresistas, defendiendo causas justas y luchando por un mundo más equitativo. ¡A estribor! Encarno personajes conservadores, aferrados a tradiciones y defendiendo el statu quo. Pero, ¿qué hay de mí en todo esto? Soy tan solo un personaje sin voluntad; para eso me crearon.
Escucho la ovación del público. Al parecer hoy lo he hecho bien. Me hacen sentir viva, pero también me desorientan. ¿A quiénes están dirigidos los aplausos? Todo es efímero. Cuando las luces se apagan y el telón marca el final, empieza la vida. Observo el brillo de un nuevo triunfo en la mirada del titiritero, colgada de la percha que me sujeta. Aunque…, espera, algo ocurre, siento un tirón inesperado. Las viejas cuerdas desgastadas por años de servicio ceden bajo mi peso. Caigo al suelo, con un suave crujido, y me disperso por el escenario. Intento pedir su ayuda, pero no recuerdo cuál es mi voz. Resignada, miro cómo guarda a las demás en el baúl y se aleja. Estoy a oscuras, no siento temor. Una desconocida energía me recorre, como savia nueva. Con pasos lentos, comienzo a moverme. Exploro el nuevo mundo que se abre ante mí. Y si pudiera juntar todas las astillas, ¿podría volver a ser el árbol que alguna vez fui?
CESAR TORO
Soy parte del mundo y de esta sociedad que me acoge; aun que, hay cosas que no me gustan, las tengo que aceptar; por que, en el paquete vienen incluidas. Tampoco me gustaría presindir de las cosas y me agradan y me hacen feliz. ( como escribir, por ejemplo.)
Este equilibrio me permite tener una conciencia clara, para discernir el camino correcto; mientras, sea parte de este mundo terrenal.
Lamento profundamente que en este siglo con la tecnología y los avances científicos logrados, nuestra sociedad vaya
retrocediendo en diferentes aspectos. Que la sabiduría y el conocimiento se utilicen para dañar en vez de construir. Y se fabriquen armas para destruir a la humanidad en vez de promover la paz y la concordia entre hermanos, que no se aproveche el conocimiento y la inteligencia para saciar el hambre de millones de seres humanos, que día a día sufren por falta de alimentos y medicinas para subsistir.
Anhelo ser parte de un mundo mas justo y mas humano, donde podamos caber todos, sin distinguir, clases sociales, económicas, raza o religion.
Se que esto suena a utopía; pero si todos aportamos nuestro granito de arena, se podría convertir en Realidad.
GAIA ORBE
La naturaleza es
abrumadoramente veloz
y quieta al mismo tiempo.
La señora Emma vive en una cabaña a orillas del lago Colorado muy cerca del Monte Elbert. Hoy es un día ventoso, ideal para hacer volar cometas. La semana pasada la señora Emma había comprado una en el bazar del pueblo. Entre los miles de modelos había elegido el más simple, un rombo de color turquesa, para que fuera el viento el que le diera forma durante el vuelo. Sin esperar el sol del mediodía, va al desván a buscarla. Se abriga con la vieja chaqueta de franela escocesa que cuelga detrás de la puerta de la casa y sale al jardín.
Abre la caja, monta la vela sobre las cañas en cruz, amarra la larga cola en la brida y la apoya sobre las piedras. Enrolla el hilo en el carrete, se asegura que esté recto y trota unos pocos metros hasta que la cometa remonta en el aire. La primera ráfaga la empuja hacia abajo. La segunda llega rauda. Son tantas las oleadas. Se desplaza de prisa, y a la vez permanece perfectamente quieta.
—Navega con las capas del tiempo — piensa, cuando un tirón fuerte hace que el hilo se le escape de las manos. Entonces la cometa entra en el cielo. Ella, de pie, la mira elevarse en la cordillera. Los picos, aunque están disimulados con las nubes, muestran su grandeza. La cometa hace piruetas impredecibles; baja, sube, se revuelca y coletea. Dibuja inconstantes círculos hasta desaparecer dentro de los cirros más altos. Las montañas como antiguos dioses poderosos la apresan.
Abatida, la señora Emma se sienta sobre una roca que sobresale en el agua. La primera ola se retira. La segunda llega rápido. Emma se da cuenta de que deseaba ser parte de este viaje.
Cuando vuelve sus ojos al cielo para despedirse, cae la muralla gris y un destello turquesa ilumina las cumbres. La sensación de plenitud embarga su silencio. Apoya las dos manos sobre el corazón. Una única palabra sale de su boca: Felicidad.
GRACE PELLS
No soy parte. Así le decía a mi viejo, cuando él quería meterse de lleno en mis ilusiones que tan bien no entendía. Y de vez en cuando dudo, porque tu fe no es la mía papá. La mía es pequeña, un terrón de azúcar; porque es miel, nunca agria.Era como ver el paisaje en revistas de colores, pero no preparar maletas. Él compraba libros para que leyera como quien compra pan. ¡Que daría para que supiera que gracias a él nunca tuve hambre! Yo leía, y él pasaba curioso, sin romper esa fotografía. Quién sabe que cosa pensaba. La infancia es una receta, a veces sale bien, es la pasión del cocinero.Tal vez el coraje, es un condimento. El creía…y a mí eso me alcanzaba. No soy parte… Y No todo es un estallido. De vez en cuando silba el viento, y se escucha. Lo mio tenía ese gozo de lo sencillo, sorber agua cuando se tiene sed. Yo intuyo que lo aceptó, difícil que no haya entendido, quien vivió con un par de zapatos y un traje para los domingos. Te sonrio viejo, cada vez que escribo, te sonrio. Graciela Pellazza (como mi papá)
MARTU MONFORTE
NO SOY PARTE
NO. NO LO SOY… Y SIN EMBARGO…DUELE
No soy parte de este momento sin sabor que a veces nos destiñe. No soy parte de este mundo roto como una esquina vieja, como una golondrina herida en pleno vuelo, como el sol que cae y llora en un país en guerra, en un lugar sin agua potable, en cualquier sitio con hambre de alimento y justicia.
No soy parte, no lo admito. No lo avalo.
Quiero ser leña para mitigar el frío que alguna vez padecí.
Quiero ser techo para los que están a la intemperie, acaso alguna pena también me arrojó a la vera de la vida y del camino.
Quiero ser mano tendida para sostener porque alguien, hace unos días, sostuvo la mía.
Quiero ser sombra para contener el ardiente sol de enero, mi piel tambien ardió. Y llegó hasta el alma.
Quiero ser ladrillo, estoy dispuesta a ser cimiento nuevo y fuerte. También me derrumbé.
Quiero ser poesía porque es la bandera contra los males del mundo y porque los versos me han salvado a mi.
Quiero derramar semillas en los baldíos secos; creo en el poder del brote y de la flor. También me marchité y caí. También alguien me cultivó de nuevo con un puñado de palabras simples y luminosas. Y renací.
Quiero ser luz quizás porque conocí la oscuridad más profunda.
Quiero ser consuelo porque me contuvieron.
No soy parte de estas nubes densas. No voy a serlo nunca y sin embargo duele el mientras tanto.
Seré leño y fogata, refugio tibio, sombra que calma, simiente y luz.
Seré rima que vuela, música danzante, alas que se desplieguen y logren, juntas, vencer la oscuridad que amenaza la tierra: nuestro hogar y nuestro corazón.
MARÍA GALERNA
¡Oh, Dios mío!
Sabíamos que esto pasaría. Lo llevaban anunciando desde hacía semanas diversos medios.
Las miradas lo decían todo. Nerviosismo, tensión… No cesaban de llegar. Más y más. Cada vez la presión era más notoria. Algunos evitaban mirarse, otros lanzaban miradas asesinas. El silencio era casi absoluto. A lo lejos se oían sirenas de policía.
Los que estaban en el exterior del grupo, luchaban por llegar al interior. Creían que estarían más seguros. Pero ahí, respirar se hacía casi imposible. Yo estaba ahí, formando parte de ese «centro» que pugnaba por una pizca de oxígeno.
Se palpaba la tragedia, bastaría un pequeño traspiés para caer y ser pisoteado.
Y contra toda razón, el grupo aumentaba a cada minuto.
Entonces pasó…
Un fuerte sonido, como una sirena que anunciara un bombardeo, atronó. La inquietud se incrementó. La masa de gente se compactó; no quedó ni un resquicio entre ellos.
Empezaba el «Día de la jauria».
IVONNE CORONADO
Mundos interiores
Una parte de la madre, otra del padre, y, ¡zas! En nueve meses viene al mundo otro ser humano.
Dentro de cada uno de nuestros cuerpos, miles de células nacen, se reproducen, mueren, y cada una hace su parte, silenciosamente, eficientemente, sin recibir nada a cambio de su labor. Cada una tiene una función específica y un tiempo para terminarla antes de morir, pues cada una de ellas tiene una fecha de expiración.
Mientras el cuerpo crece y se desarrolla la capacidad motriz, en la cabeza, las neuronas se activan para incorporar el lenguaje. Al principio, la mayoría de los bebes dicen «mamá», pero hay otros que sorprenden al decir su primera palabra. Sé de uno que dijo «tractor» antes de mamá, y al ver una máquina se quedaba varios minutos observándola fijamente.
El cerebro es todavía una materia de estudio, no deja de sorprendernos. Antes se pensaba que alcanzaba su madurez a los 21 años, pero ahora la sitúan alrededor de los 25.
La leche materna protege al infante, ayudando a sus células inmunitarias a protegerlo mejor. El niño va creciendo, desarrollando cuerpo y mente, y, mientras notamos sus progresos exteriores, no podemos ni siquiera imaginar el trabajo intenso de su mundo interior.
Para funcionar correctamente, el cuerpo humano tiene once sistemas de lo más sofisticados. Todos ellos ayudan al humano en el transcurso de su existencia, para mantener la homeostasis, un equilibrio constante que permite el funcionamiento armonioso del cuerpo humano.
Estos sistemas hacen del humano un ser maravillosamente formado para superar a todo otro animal, por tener una mente privilegiada, capaz de pensar y crear, aparte del hecho de caminar erecto, y tener dos manos, una verdadera obra de ingeniería.
Comenzamos microscópicos, una masa de células embrionarias, hasta formar un ser, y adentro de nosotros, hay mundos interiores que siguen evolucionando hasta que un día mueren, pero otros se vienen formando atrás.. Entre todas las partes del cuerpo, el cerebro es el que más nos sorprende por todo lo que logra asimilar, crear y defenderse.
Lo más interesante es que, cuando nuestro cerebro presenta algunas deficiencias, podemos desarrollar dones insospechados que nos ayudan a salir adelante. El caso de Peter es un ejemplo. Nació con el síndrome de Down. Era un bebé sonriente y afectuoso, y al llegar a la adolescencia, siguió siéndolo. Acostumbraba a dejar un beso en la palma de la mano de las amigas de su madre y les daba muchos abrazos. Su madre, una mujer muy inteligente, lo educó al igual que a sus otros hijos y no le dejaba pasar ninguna falta de conducta. En su casa, todos lo miraban como un chico normal, a pesar de sus diferencias.
Fue a clases y es ahí donde comenzó su sufrimiento, pues comenzaron las burlas. Por suerte, su prima Frances estuvo en el mismo establecimiento, y lo defendía con dientes y uñas.
-¡Como pueden hacerle esto a una persona tan adorable como Peter, un ser bondadoso, correcto! Son unas gallinas! – Les decía a los que se burlaban de su primo.
Peter logró salir de la secundaria, tenía la ayuda de sus padres, sus hermanos, sus primos y algunos amigos interesados en su habilidad sorprendente de arreglar artefactos eléctricos sin haber estudiado para ello.
Trabajó en un almacén de ropa usada, y en sus ratos libres, continuo con su pasión. Era asombrosa su habilidad. Desde que lo sorprendieron arreglando un viejo radio, le conseguían aparatos para continuar estimulando su interés en arreglarlos. Su fama creció en el vecindario, y sus vecinos aprendieron a respetarlo y admirarlo.
Tenía Peter otro primo con algunos problemas mentales, y ambos se comprendían y ayudaban mutuamente. Los dos eran muy respetuosos y cariñosos.
Desafortunadamente, hace poco encontré a Frances, mi amiga de hace años, y al preguntarle por Peter, me dijo casi llorando:
—Se quedó ciego de repente! Eso lo llevo a una gran desesperación. Lo fui a visitar pocos días antes que falleciera. Me destrozaron el alma sus gritos angustiados. Lo que me consuela es que partió pronto, su agonía fue corta. Toda la familia lo sintió.
No supe qué decirle. Aunque en el fondo de mi corazón, sabía que fue un ser privilegiado. No todas las personas con defectos genéticos que afectan su cerebro, logran lo que Peter logro. Estudiar, relacionarse con familia y amigos, ganarse su vida.
Me recordé en ese instante la historia del hijo de Kezamburo Oe, novelizado. Su hijo nació autista. Un día, paseándose con él por el bosque, lo oyó imitar el canto de los pájaros. Lo puso a estudiar la música, y llego a ser un admirable pianista y compositor.
El cerebro nunca deja de sorprender a la ciencia.
A la dulce memoria de Peter Layne.
GUILLERMO ARQUILLOS
LA MANSIÓN DE LOS CUCHILLOS
.
La Asociación había comprado la vieja casa para hacerla su sede y convertirla en museo. Tenían un plan para expulsar al fantasma que la habitaba.
—¿Otra vez se ha enfadado Morrison? —preguntó Logan.
Edgar se quedó mirando al cuchillo clavado en la pared y se ajustó la levita y el pañuelo del cuello.
—Parece que sir Morrison no tiene intenciones de dejarnos en paz.
.
Tres días después, los siete miembros destacados de la Asociación se reunieron en la sala tapizada de verde situada al lado de la entrada.
—¿Sabe si Davis va a tardar mucho, Edgar? —preguntó Miss Doway.
—¿Recuerda alguna ocasión en que haya faltado a nuestra llamada? —respondió Edgar, el médium.
A pesar de su cara siempre sonriente, la señora Doway no caía bien a casi nadie porque tenía un carácter oscuro, totalmente contrario a su aspecto afable. Sin embargo, era la favorita de Davis, quien solía enviarle chistes y chascarrillos por medio de Edgar,
Justo cuando las nubes se agitaron y despertaron los truenos, un aire helado inundó la sala. Todos agacharon la cabeza para no mirar, salvo Edgar. El vapor de las respiraciones se hacía visible en el aire. Davis solo se comunicaba con el médium.
—¿Has cumplido nuestro encargo, Davis? —preguntó Edgar.
De repente, un viento inexplicable sopló dentro de la habitación. A continuación, un profundo silencio.
Unos instantes después, alguien tosió. Casi todos tiritaban a pesar de llevar ropa de abrigo. Olía a salitre, un aroma extraño y fuera de lugar en el corazón de Londres. Se rompió el círculo de manos y Edgar repasó con detenimiento el rostro de todos sus compañeros:
—Esto se complica, amigos —les dijo—. Davis me ha anunciado que ya no colaborará más con nuestra Asociación.
—Imposible —dijo Logan, con rabia—. Nosotros lo rescatamos de entre los muertos y él nos debe lealtad eterna. Si quisiéramos, acabaría en el infierno para siempre —Hizo una pausa—. ¿Verdad que podemos mandarlo al infierno, Edgar?
Ahora la que tosió fue Miss Doway:
—Logan, cállese de una vez, maldito clérigo —le gritó—. ¿Es que tiene usted que opinar sobre todo? Esto no es su púlpito de la calle Strawfly.
Logan miró a Edgar:
—¿Y por qué tenemos que aguantar a una bruja como esta en nuestra nueva casa?
Miss Doway era propietaria de la tienda de magia y encantamientos más famosa del Reino Unido, un establecimiento amplio, en el mismo centro de Londres.
Edgar no permitió que los ánimos se caldearan más:
—Formemos de nuevo el círculo, amigos —dijo a los presentes.
Todos agacharon la cabeza y se tomaron de las manos. Justo entonces volaron dos cuchillos por encima de sus cabezas. Si alguno hubiera tenido la suya levantada, lo habría pagado con su vida.
—¡Vamos, Davis! —dijo Edgar, suplicante—. Cuéntame…
Resonó una carcajada terrible: solo podía ser el fantasma de Sir Morrison.
.
Una semana después, la Asociación, incapaz de limpiar la casa, la había vendido a Miss Doway, quien, además, había abandonado a sus compañeros. Dos fantasmas ocupaban ahora la mansión: Davis, su amigo, y sir Morrison, el espectro empeñado en lanzar cuchillos a todas horas.
Davis había comunicado a la Asociación que se quedaba con Sir Morrison, que no colaboraría para echar al espectro propietario de la casa. Iba a permanecer con su nuevo amigo durante los próximos siglos y quería que le enseñase a lanzar los cuchillos. Ya habían planeado dibujar dianas por todas las habitaciones para disfrutar juntos durante años. Ahora Davis ya era parte de aquella vivienda. Y es que la amistad puede transformar a todo el mundo, incluso a los fantasmas.
Miss Doway se acomodó en la sala verde, la situada al lado de la entrada. Encendió unas velas negras y comenzó el ritual para desalojar espíritus de los edificios. Los mandaría al infierno para siempre.
—No puedo desaprovechar la oportunidad que esos idiotas me han brindado. En cuanto limpie esta mansión, la venderé. Será mi nuevo comienzo; voy a formar parte de la nueva economía: la especulación inmobiliaria.
FERNANDO LÓPEZ AGUILERA
La peor enfermedad del siglo XXI
“Soy parte del problema, pero pude haber sido la solución.” Todo ocurrió una desapacible mañana de viento y lluvia de aquel pasado invierno. Aparecí por primera vez, sin que nadie se diera cuenta de mí y sin hacer ningún tipo de ruido. Como algo que sucede de manera casual, casi anecdótica, pero que cambia el destino de una persona.
Al comienzo fui indetectable, nadie se había percatado de mi existencia. Pero con el paso del tiempo, poco a poco fui extendiéndome y cada vez me hacía más y más grande.
Mi poder, si se pudiera llamar de esta manera, era que pasaba desapercibido al ojo humano mientras el daño se iba extendiendo. El entramado se hacía cada vez mayor en lo oscuro, en lo profundo. En ese lugar donde todo pasa desapercibido, pero a la misma vez todo está ocurriendo. Como esa bolita de nieve del principio, tan pequeñita que puede caber en la palma de la mano, pero que una vez conduce su camino ladero abajo de la montaña. Se va haciendo cada vez más y más grande sin que nadie ya pueda detenerla. Llegando a convertirse hasta en un alud que arrasa con todo a su paso. Como ese titán que permaneció escondido durante un tiempo pero que, cuando se muestra al ojo humano ya es implacable.
De igual modo, una vez, cuando ya si era considerado como un elemento destructivo. Intentaron buscarme remedio, buscar la solución. Primero indagaron en mis posibles causas. Porque aparecí en aquella desapacible mañana, como empezó todo, fui resultado de una serie de circunstancias que se debían de dar, etc.
Con la información que pudieron obtener acerca de mí, estudiaron posibles soluciones para haber si como aparecí un día de la nada, de lo imperceptible podía volver a desaparecer. Para ello buscaron tratarme como algo que sí, que estaba ahí que ya era una realidad, pero que con los medios adecuados y dando el tratamiento acertado se podría paliar sin hacer mas daño del que podría legar a causar.
El tiempo se sucedió y te preguntarás que paso conmigo. Que paso con aquel comentario que en principio parecía trivial, inofensivo pero que con el paso del tiempo y cayendo en aquellas bocas inapropiadas. Se terminó convirtiendo en una enfermedad terminal que dio muerte clínica a la felicidad de una familia.
Y como os dije al comienzo, yo tan solo soy un comentario, algo que debería servir para que los humanos que me fabrican me utilizaran como una herramienta de bien. Algo sobre lo que construir hermosos proyectos de ayuda a los demás, algo que puede ser bello en un poema o en una canción que levanté el ánimo de quien la escuche, una receta de cocina que se perpetúe en el tiempo uniendo generaciones de padres e hijos…
Y como dijo un célebre emperador de Roma: «Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad.»
AXY LINDA
Una pequeña chispa, ligera como un suspiro, irrumpió con un estruendo inesperado:
—¡Por fin! ¿Sabes cuánto tiempo llevas ignorándome?
Alexander dio un brinco. La chispa tomó forma: una versión en miniatura de él mismo, con el cabello revuelto y una sonrisa traviesa.
—¿Qué…? ¿Cómo…? —balbuceó.
—Soy parte de ti. Recuerdas cuando querías ser astronauta, inventor o vendedor de helados exóticos…
Alexander parpadeó.
—No estoy para bromas.
—No es una broma. Dime, ¿cuándo fue la última vez que te divertiste?
—Divertirme no paga las cuentas.
La miniatura cruzó los brazos.
—Y ahí está el problema. Olvidaste que la vida no es solo trabajar. ¿Recuerdas cuando tu mayor ambición era una bolsa con canicas?
Alexander rió entre dientes.
—Sí, cuánto jugué con mis amigos.
—¡Exacto! Y te reíste. ¡Viviste!
—Así que eres mi conciencia.
—¡Válgame el sereno! ¡Claro que no!
—¿El espíritu de las Navidades pasadas?
La miniatura soltó una carcajada que hizo vibrar los vidrios.
—¿Y tú te crees el Grinch? Ja, ja, ja.
Su esencia, le hizo recordar aquella cita adolescente en la que tropezó y derramó refresco sobre la chica que tanto le gustaba. En lugar de molestarse, ella le sonrió.
—Todo esto… —murmuró Alexander, conmovido— era tan… sencillo.
—Y sigue ahí, dentro de ti. La nostalgia no es para lamentarse, Alexander. Es una brújula que te recuerda lo que importa.
Esa noche desempolvó un álbum de fotos y llamó a un amigo de la infancia. Entre risas y anécdotas, una chispa brilló dentro de él… y también en Edgar.
MARÍA PAU
Sin fin
Los hombres de mi vida permanecen.
Les hablo a sus fantasmas; me cuentan de las vidas que tuvimos y narran los futuros que se inventan junto a mí.
Los hombres de mi vida no se han ido; los encuentro y les sonrío: me abrazan como yo recuerdo. Sus voces son círculos concéntricos sin fin.
Los que me amaron me dicen «hija», «nena», «hada», «ma belle». Los encuentro sobre el giro del peine rodeando una oreja, en el escondite del cigarrillo prohibido, bajo la risa que abraza o en un París que no fue.
Los otros no eran de mi vida —o solo no eran—. No recuerdo cómo me llamaron sus bocas, ni si alguna vez escribieron mi nombre en amor. Tampoco yo los llamo ni los nombro: no soy parte de ellos ni ellos de mí. A veces pasan por el fondo de la vigilia, corren descalzos con la aguada transparencia de lo que fue; me atraviesan sin angustias: no los pienso ya.
Algunos hombres son momentos que se escriben en el agua. Croan. Y pasan. Pero los otros —aquellos, los que me amaron— apenas con el roce de una gota multiplicaron sus ondas. Son los que decidieron quedarse para temblarme con el sentido de lo infinito, y así volver a mostrarme en una película mil veces rebobinada lo felices que íbamos a ser.
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
Soy parte de un jurado, me eligieron hace unos días.
Se que hacen una selección muy rigurosa para elegir a 12 personas, y, ahora soy una de ellas.
Sé que es una gran responsabilidad; pensar que puede pender de unos cuantos una vida.
Si se le declaraba culpable… lo condenarian a muerte, y si era inocente?
Que dilema, si se le absolvia estaríamos quizá dejando libre a un asesino.
Se tendría que analizar el caso muy escrupulosamente para no dejar cabos sueltos.
Y así llega el día en el cual debemos acudir al tribunal , y a puerta cerrada actuar, tendremos que escuchar los alegatos de los abogados, la presentación de pruebas etc.
Se deberá elegir a un presidente, el cual llevará la sesión.
Se nos hace conocer así el caso en cuestión, todo lo que se han expuesto; para que empecemos a analizar el caso.
A simple vista me había parecido culpable por lo que se nos había expuesto, pero aún tengo algunas dudas.
A los tres días aún no hay una decisión unánime, algunos opinan que es culpable y otros no.
Regresamos al dia siguiente para seguir deliberando y tratar de ponernos de acuerdo, pasan varias horas y ya solo dos piensan que es inocente, nos preguntan si aún no hay resolución.
Y contestamos que necesitamos algo más de tiempo.
Nos dicen que regresemos el lunes, y que ese día tendremos que dar nuestro veredicto que no habría más prórrogas…
Pues bien, habiendonos dicho esto, nos reunimos nuevamente sabiendo que no teníamos más tiempo para deliberar.
Y al fin, todos nos ponemos de acuerdo, y lo hacemos saber.
Entramos al tribunal el juez, se encuentra esperando nuestra decisión para proceder a darla a conocer.
Hay una gran tensión en la sala; al ver al acusado, siento una gran pena, aún sabiendo que puede ser el asesino de su esposa y dos hijos, «en fin»…
El presidente del jurado entrega el documento donde se encuentra nuestra resolución…
Y lee la sentencia de «culpabilidad».
En ese momento, el inculpado se arrodilla y grita con lágrimas en los ojos, soy inocente, jamás habría hecho ningún daño a mi familia los amaba, están equivocados; está libre el verdadero homicida… y ahora, ustedes se han convertido en asesinos.
Esto, quedará para toda su vida en sus conciencias.
CARLOS RODRÍGUEZ
TRAZOS DE PLUMA
Extiendo mi mano y entre mis dedos la tomó, esa vieja pluma que hoy me ofrece mil posibilidades. Sin pensar dejo fluir el verbo que de vida a las emociones, las sensaciones o simplemente dejar que una vida invente.
Tristezas, alegrías y mil andanzas que llenarán blancas páginas, que esconderán algunas lágrima o mil radiantes sonrisas por amor provocadas, historias reales o ficticios crimenes que derramaran ríos de sangre como la misma velocidad que la correrá la tinta sobre el inmaculado papel.
Letra a letra crecerán los versos, esos que hablaran de archivados besos, de aparcados recuerdos o de rotos corazones. Palabras encadenadas que hablaran de furtivas miradas, de crecientes esperanzas, de personas amadas o ausentes.
En verso o en prosa, la tinta sobre el papel reposa, dando a los sentimientos forma entre seriedad y broma, contando historias que tal vez nunca acontecieron o verdades que ojalá no hubieran ocurrido.
Y termina el loco rubricando aquellas palabras que su alma desnudaron mientras en silencio sigue soñando, mientras trazos de tinta sigue dibujando, pues, al fin y al cabo, es la tinta parte de su ser y forma parte él de cada sinuosa curva que sobre el papel describe.
NALLELI CANDIANI
Y yo que busco cosas raras, fenómenos inexplicables, tortuosos; dramas de luz y oscuridad, artefactos y artilugios insanos, que acomodo muertos y que manejo matemáticas muy complejas. Que leo gente, que desenmascaro a personas que se creen normales, los encuentro aquí.
Veo a México sepultado en la locura. Y hay tanta oscuridad, pero también tanta luz.
Por ejemplo, hace como un mes llegó un hombre y estuvo con nosotras, y al final se me acercó a solas y me dijo secretamente que había visto muchos ángeles que bajaron a ayudarnos, y que eso no fue lo que le sorprendió ˗ya le había pasado esto antes: ver ángeles˗, sino el hecho de que nadie de nosotros se hubiese levantado a saludarlos, y eso a él le parecía pésimo.
Era una especie de queja, una cierta desesperación de que los demás no pudieran ver tan claramente como él a esos ángeles. Me disculpé con él, y le prometí que la próxima vez saludaría a esos ángeles.
El perdón.Obituario
Salmo 46:2-3 la voluntad de Dios es lo que le salvó de utilizar esa rama gambera que tenemos todos para poder banalizar el estar queriendo siempre ser un alma digna del Creador.
«Medio Cielo, préndeme fuego», fueron sus últimas palabras. Murió aprendiendo a amar sin idealizar.
Su abuelo (Gregorio Candiani) les enseñó a las mujeres de su casa a boxear, y fueron entrenadas como hombres para usar armas, las armaban y las desarmaban como juguetes. Lo hacían frente a los marinos mientras el tío, el Almirante Federico Carballo les mentaba la madre a los marinos porque les ganaban las niñas a hacerlo.
México la desestructuró siempre. Nunca se sintió mas que en ciudades perdidas, excluida de algo concreto. Aeropuertos y bienvenidas fueron desnudos para ella, como en el baño de mujeres de su escuela de infancia.
Siempre sintió ser de otra parte. De un lugar más lejano que ella misma.
Salmos 46:2-3
Reina-Valera 1960
2 Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,
Y se traspasen los montes al corazón del mar;
3 Aunque bramen y se turben sus aguas,
Y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah.
El pasado lejano
Fue cuando jugaba en el campo lleno de sol y flores que mi madre había escogido para nosotros para vivir nuestra infancia. Terrenos en el sur de la Ciudad de México, pertenecientes al Sr Aldaco, un español muy bondadoso que le rentaba ese lugar a mi madre especialmente, porque la había conocido cuando ella junto a sus hermanas estudiaban en la Universidad. Una psiquiatra, otra arquitecta y la otra, contadora. Era una casita chiquita, llena del amor de mi madre y la locura de mi padre. Las excentricidades de cada uno chocaban monstruosamente creciendo cada una en sentidos a veces contrarios.
Por ejemplo en mi adolescencia , yo caminaba desnuda por la casa, mi madre buscaba tesoros en la provincia mexicana con sus hermanas y amigas, y los éxitos profesionales de mi padre pesaban en la familia como grandes infortunios: Un coche convertible recién comprado que echó a perder en dos meses, un terreno en Las Lomas de Chapultepec que se perdió quién sabe cómo, las secretarias como sus amantes, y mi madre terminó un día sedada con pastillas para la depresión, la injusticia; lo que se hace, que es el abuso sistematizado contra lo sensible en esta sociedad. Y yo le quité esas pastillas.
Abrías la puerta, y allí tenías girasoles, y flores silvestres para mirar, respirar. El sol entraba cada mañana con una felicidad infinitas, llenando ese lugar con rayos enormes amarillos. Yo esperaba que empezara cada día con mucha felicidad. Yo en las noches soñaba y vivía cosas muy extrañas .
En el terreno que media kilómetros, mi hermano y yo a diario íbamos al encuentro de unas esferas curiosas que nos esperaban para jugar con ellas. Eran como de 15 cm de diámetro, y las podíamos rebotar, y nos perseguían, y no había más felicidad que eso. Eran seres con inteligencia, nosotros sabíamos que jugaban con nosotros por bondadosas. Yo sentía sus risas interiores. Tenía yo 5 años, 8 años.
Ya a los 21 años, pasados todos los estudios; ya con mi nueva profesión de bailarina, recuerdo:
Frente al mar, y siempre evoco en mi cerebro sus sonidos, cuando me invade la ansiedad o la angustia, frente a esta inmensidad escalonada, llena de espuma fulgurante, que nos llama, nos enseña como entrar a ello:
Tumbados, respirando, como animales palpitantes, tumbados entonces, expectantes, y tranquilizándonos mutuamente, el monstruo nos habla: pide ir respirando cada vez más profundo, cada vez más en sintonía con él: «Cierra los ojos, imagina entrar, imagina la bienvenida». Dice.
Sientes el momento para meterte, y penetras con todo tu cuerpo entero sin que nadie se entere, esto es privado, secreto, te metes al mar.
Sientes como te disuelves en él, cómo cada pedazo del mar te traspasa. La sal te abre los poros con dolor, te raspa y hace que salives , quieres más.
He escuchado junto con el mar como resonante, los sonidos del amor más profundo, y también el dolor más terrorífico. He olvidado mi nombre frente a él, no he recordado quién era yo, en medio del desconcierto más grande, me he perdido allí, me he dormido de día en su playa. Sin reparar en los perros o gente que pasa sobre de mí, en un país desconocido, en Sudamérica; luego recordé que era Perú extraterrestre, sin saber qué iba a pasar el día siguiente, llena de la cruda de cocaína y alcohol de toda una semana.
El sexo era entonces con el sobrino del dictador Bermúdez del Perú. Me dejé llevar por su deseo. Sólo era de él el deseo. A mí me repugnaba él.
SILVIA RAFI GRACIA
UNO DE AQUELLOS JUEVES
– Si soy parte de la humanidad, no debería serlo solamente, creo yo, por tener dos piernas que me sostengan, un tronco erguido y dos brazos con una mano cada uno que sepa hacer la pinza y unas cuantas habilidades más; ni por ser pensantes y poseer un lenguaje que nos haga ser más pensantes todavía y un aparato fonador que nos permita articular los sonidos para comunicar nuestras necesidades y emociones, nuestros sentimientos y pensamientos; ni por nuestra latente curiosidad que nos lleva a querer saber, ni por nuestra necesidad de crear ni…»
Una leve tos intentando aclarar su garganta interrumpió su discurso.
Bebió un sorbo de agua y Sandra tomó la palabra.
– Tenemos un alma, o un espíritu, no sé, el nombre que cada uno quiera darle, que nos mueve en esa búsqueda.
– Y ese espíritu, o alma…, o mente…, debería suponerse formando parte de una red que nos mantuviese conectados y que, lo que perjudicase a un solo ser humano, por una especie de «efecto mariposa», perjudicase a todos los otros, aunque,
se suponga, a las personas más cercanas con mayor intensidad; o,
a la inversa, que cualquier estado de bienestar anímico influyese positivamente en el resto
.Como formar parte de
una consciencia colectiva muy vívida y expandida.
Si hay una palabra que nos defina, un concepto, como grupo al que nos sintamos pertenecer…
No sé si me explico bien.
– En cierto modo, quizás sea así, quizás exista esa red, pero no todos los seres humanos estarán conectados a esa consciencia colectiva, o «sentir» colectivo. Porque si fuese así sería muy poco inteligente, sería de estúpidos, actuar de según qué maneras. Sólo hay que estar un poco informado sobre cómo funciona el mundo para ver que…
A algunas personas les importa un comino cómo pueden sentirse los demás.
– Exacto. A éso iba. Sin ahora mencionar ninguna situación ni nombres en concreto..La avaricia y
la ambición exacerbadas
de algunas personas…
una egolatría de sociópatas.. .
Que si cuentan con gran poder, o simplemente con poderío, tienen una gran influencia sobre el bienestar de muchas otras, dependiendo de cómo actúen, o de por quién se dejen influir.
Y si luego sumamos la inconsciencia de investigar o crear obviando previsibles consecuencias nefastas…
Són actitudes nada inteligentes; o si es que son seres malvados, perversos, conscientes
de las consecuencias
pero totalmente ajenos
a cómo puedan repercutir sobre el resto….
y mira que las hay bien graves …
¿se puede considerar
que actuando así son parte de la humanidad?
¿o son monstruos?
Lo lógico, lo inteligente,
lo humano…,
¿,lo humano? ¿sí? ¿qué es lo humano?.¿Somos todos los humanos monstruos en potencia?.
Lo humano sería desear
y buscar la armonía, el equilibrio…la equidad… sentirse parte de esa especie de red de conexiones…
– … Sí… Yo me podría imaginar esa red de conexiones como si, en caso de sentirnos todos parte de ella, los humanos actuásemos como hacen los estorninos cuando se desplazan a otro territorio; todos saben. qué lugar deben ocupar en esa increíble danza con la que llenan partes del cielo. No lo he visto nunca en directo, solo en vídeo, pero…me impresiona. Es como formar parte de una belleza latente en el universo…, Como ocurre con la proporción aurea, o…
– Dos flanes de la casa; ahola tlaigo dos ensaladas de flutas.
Aquel joven camarero
de rasgos asiáticos
dejaba entrever en su manera
de expresarse estar casi acabado de llegar y no dominar apenas
el idioma, más que algunas pocas frases y nombres recién aprendidos.
Y en aquel local de menús tan repleto de gente…
– Faltará también un plátano, para mí.
– le dijo Sandra –
– Estais hoy las dos muy «filosóficas» eh!
Y locuaces
¿Qué plato habeis comido,? ¿ Qué llevaba?
– intervino Pep, con una sonrisa más mordaz que socarrona, alejada de la inocente, irónica, provocativa y divertida sonrisa burlona que habitualmente solía utilizar.
Le respondieron ambas con otra sonrisa, aunque con diferente intención y expresión a la suya.
– Las hormigas sí que están bien organizadas! vaamoss, ésas sí que forman parte de una red.
Y las abejas… Como ellas tendríamos que vivir, bueenoo… conflictos fuera. – comentó Marga, intentando cerrar el tema que María y Sandra mantenían tan entusiasmadamente -.
– Aquí las dos ensaladas de flutas – afirmó el camarero colocando los dos platos en la mesa -.
– Ahora falta un plátano, para mí – le recordó Sandra- .
¿Teneis, no?
El camarero la miró y se retiró sin responderle.
– A mí no me gustaría nada vivir como las hormigas ni como las abejas, yo quiero ser librepensante – dijo Pau, quien todavía no había intervenido –
– Yo también
– respondieron Sandra y María –
– Y sentipensante
– prosiguió María –
Como decía Eduardo Galeano….
Marga y Pep se miraron con complicidad ocultando bajo la
nariz una mueca mezcla de hartazgo.e impotencia.
María, captando la incomodidad de ambos, omitió las palabras que estaba a punto de pronunciar
– Y ¿ qué ocurre con tu plátano, Sandra? – dijo Pep
con un tono provocador –
– No sé. Cuando pase por aquí le preguntaré.
– Yo – dijo María dando
un giro a la conversación anterior –
cuando crecí, de adolescente, creía que lo de imitar a las personas chinas hablando con la ele en lugar de la erre, que de pequeña me parecía muy verosímil, era…no sé ..una especie de leyenda urbana. Y ya de mayor descubrí que era cierto, no sé si en todos los casos, pero sí bastante común.
– A mí también me ocurrió
– la secundaron, riendo, Sandra y Pep
Pero Pau, que se había mantenido escuchando pensativo, reanudó el hilo de la conversación anterior:
– Y si yo soy parte del planeta, se supone que debería respetar y cuidar todo el entorno natural y empatizar con el resto de seres vivos; y, bueno, con todos los elementos naturales. También como actitud inteligente. «Y sentipensante».
Romper el equilibrio conlleva consecuencias graves. Graves para el medio ambiente y graves para los propios humanos, evidentemente. Pero, imaginando que no influyese negativamente en el ser humano ¿no somos capaces, como especie, de empatizar con el resto de seres vivos?
¿forma parte de ser humano provocar sufrimiento a los animales? Aunque no sea para provocarles dolor intencionadamente, que los hay, también el hecho de obviarlo como aquel que…»bueno sí, ya se sabe… pero..voy a hacer como si no…» ¿no os parece muy cruel?
Por el tipo de funcionamiento que tenemos para vivir, para sustentarnos…no digo ya que no debiésemos influenciarles en nada; que ya sabemos que todo cambia deprisa y… el montaje que se ha ido tejiendo es muy complejo y somos cada vez más personas en el mundo y…
Sí, ya sé…Pero…
Hizo un breve descanso paladeando el flan de su cucharilla y prosiguió:
– Con muchos de ellos vamos estableciendo relaciones, desde hace tiempo…A algunos los mimamos y los incorporamos a nuestra vida y a otros los utilizamos para satisfacer nuestras necesidades..o nuestros caprichos. Y… ,¿Hasta qué punto? ¿ donde están los límites ?
Es que como «humanidad» nos creemos los reyes del mambo.
– Como humanidad, nos creemos dioses!!
– exclamó Marga sucumbiendo a participar en aquella conversación que hasta entonces había intentado evitar –
Como especie, como colectivo. Y mira que llegamos a ser frágiles y vulnerables!!.y sin embargo parecemos…yo que sé.
Mucha soberbia.
– ¿Café? ¿algún licol?
– preguntó el camarero –
– ¿ Y el plátano que pedí?
El camarero hizo con la cabeza un gesto de asentir y miró a los otros cuatro esperando sus respuestas.
– café – le fueron diciendo todos menos Sandra.
– Yo también café, pero antes querría el plátano..
– A mí me encantan, los animales – prosiguió Marga –
Con los que podemos tener cerca, relacionarnos estrechamente con ellos, aprendemos, nos enseñan, otras maneras de comunicarnos, de conectar entre seres.
– Y si sigue avanzando la I.A., que seguirá…
– sucumbió finalmente
Pep, uniéndose también
al hilo del tema –
¿ la.manera de relacionarse con los animales, la capacidad de conectar de ser a ser, más allá del lenguaje verbal, no podría ser uno de los aspectos que diferenciase a los humanos de esos robots «imitadores» de nuestro pensamiento y nuestras habilidades ?
Las miradas de Pau, Marga, Sandra y María se conectaron a la suya con aprobación y complicidad.
– Los cafés – resaltó el camarero pasándolos de la bandeja a la mesa -.
– ¿Y mi plátano??
– Ahola – dijo, retirándose de nuevo hacia la cocina con cierta expresión disimulada de agobio -.
– Sí. Por favor. Gracias.
– ¿Te lo vas a comer cuando te lo traiga ? ya no tendrás apenas tiempo de comértelo, ni de tomar el café
– Creo que ya no. Si me lo trae lo guardaré en el bolso. Y cuando se acerque por aquí le pediré el café
– Entraba en el precio del menú.
– Sí, pero bueno, ya total…
– Le pedimos que nos cobre ¿no?. Ya es la hora..
Pep les miró sugiriendo atención hacia él :
– Siento si quizás he estado un poco impertinente. Hoy sentía
la necesidad de charlar sobre algo frugal. De reir, a ser posible. Y en algún momento haberos podido explicar…Estoy un poco «raro», Marga está al caso. Se lo había explicado así por encima antes de entrar.
Esta mañana he tenido un pequeño desencuentro con «la jefa». Y me ha dicho, en un tono así… displicente, que esta tarde pase por su despacho que quiere hablar conmigo.
Se encontró con tres miradas sorprendidas y cálidas.
– Ya os lo explicaré mañana, ahora sería largo…
– Ya sabes que…
si necesitas apoyo…
– manifestó Pau –
A veces adopta actitud
de «ofendidita» y se muestra muy tensa, pero luego acaba entrando en razón si se le exponen tranquilamente los motivos. Ya la irás conociendo…
Los otros tres asintieron gestualmente y Pep agradeció sentirse reconfortado
– Háznoslo saber hoy mismo por el grupo de watsap, y hablamos…
– dijo Sandra, secundada por sus otros tres compañeros -.
– Vale! Os cuento…
– El plátano!! – exclamó el camarero colocando ante Sandra un plato con una gran manzana verde y reluciente..
No sabían cómo reaccionar, cómo disimular la carcajada que quería emerger de sus cinco gargantas ni las lágrimas contenidas en sus ojos a punto de chispear mientras los cinco se miraban atónitos.
Aguantaron con las mandíbulas apretadas sin darle las gracias ni pedirle todavía la cuenta, ni el café de Sandra, no podían arriesgarse a despegar sus labios hasta que no les hubiese dado la espalda y se hubiese retirado a algunos metros de distancia de la mesa..
Cuando se alejó, la explosión de risas fué orquestal; y aún esforzándose en retenerlas se rebelaban constantemente ante los intentos de aparentar compostura.
– ¡Quéhi l ar a nte ! – dijo Sandra, ya recuperada de su pasmo, con sonidos entrecortados que más que palabras parecían un ataque de hipo -.
Conseguida cierta calma, pero aún intercalando descansos con risas
que se resistían a desvanecerse (cuando en uno se apaciguaba el otro emprendía el relevo ),
Pep logró sobreponerse adoptando un semblante de serenidad justo para dirigirse a la barra, evitando mirarles, y pagar con su tarjeta.( los otros cuatro enviarían un bizum, como era costumbre).
Ya fuera del local,
todavía algunas acalladas risas querían asomarse en forma de lagrimeo y habla sincopada; así que durante algún rato caminaron refugiándose en el silencio mientras unos a otros se buscaban sólo de soslayo, no fuese que, cruzándo sus miradas, reconociesen en ellas sus cómplices recientes recuerdos y las carcajadas volviesen a estallar por contagio en cadena.
– ¿Sabeis? – dijo Pep. –
Yo sí que, como mínimo, estoy seguro de ser parte de un entrañable grupillo de compañeros de trabajo que todos los jueves comen juntos.
EVA AVIA TORIBIO
Soy parte de algo que ni tú te lo crees
—Colega, eres un tío con suerte, tremenda te has marcado, la tía esa es un avión —me dice uno de los colegas.
Han pasado dos horas desde que desperté y lo único que escucho de estos pringados es lo cañón que está…, Elisa. Tengo ganas de que se marchen, que me dejen solo con el recuerdo de su sabor; de su aroma; de su voz, esa que se ha clavado muy fuerte; con las imágenes de unos recuerdos que no son míos. Voy a mandar a estos pringados a su puta casa para que me dejen descansar.
—Sí, sí. Soy un tío con mucha suerte —Sacudiendo mi mano, les indico la puerta—. Y ahora marcharos, que quiero descansar. ¡Ahh! —Tocándome el pecho—. ¡Joder, que dolor! —Mirándome la zona golpeada por… ¡¿Un rayo?!, pienso—. Tíos, ¿qué visteis?
—Mejor míralo tú mismo. Mientras vosotros os dedicabais a poneros a tono hablando de la buenorra esa, yo me he dado un paseíto por la nube —me dice el informático del grupo, mostrándome el video.
——-
“—¡Nooo! —Girándome a ver a mi amor. Han pasado cientos de años y jamás he podido olvidarme de él—. ¡No te lo voy a perdonar jamás! —Aferrándolo contra mi pecho—. ¡Ya me perdiste una vez! He sido una imbécil al pensar que cumplirías tu palabra, padre. ¡Prometiste dejarle vivir si regresaba a mí! —El océano que llevo en mi ADN se descarga sobre el joven que dio, en el pasado, su vida por mí.
Dejo a Gerión en el suelo. La furia se apodera de mí. Mi cuerpo emana una energía, la que canalizo hacia mis extremidades, que antes no había sentido, descargando sobre mi padre la furia contenida durante todo este tiempo.
Comienza una tormenta eléctrica que ilumina la oscura noche. Mi fuerza interior opaca el poder del Rey del Mar, ahora la Reina soy Yo. Siento, en la espalda, una descarga desconocida. Caigo al suelo, mis parpados se cierran, ya no huelo, ni escucho, el mar.”
—–
—¡No, no, no, no, joder! ¿¡Quiénes son esos!? ¿¡Y el resto!? —Dándole a la pantalla porque la imagen se detiene con un rostro cubierto.
—Es lo que he conseguido encontrar. Esos destruyeron la cámara. Ahora nos vamos. Estoy teniendo un bajón y el resto de pringaos, solo hay que verlos. ¡Va tíos, dejemos a este pringao que descanse! —Golpeándolos.
Están todos dormidos, cada uno en un rincón de la habitación, dejando un rastro de babas, que ni caracol.
—Gracias, tío —chocando su mano.
Una luz ilumina la habitación. Mis colegas quedan inmóviles, congelados en el tiempo. Un grupo de personas, al más estilo MIB, entran en la habitación. Hago el intento de levantarme.
—No hace falta que se levante —dice uno de ellos.
—¿¡Quiénes son ustedes!? Y lo más importante, ¿¡qué cojones les pasa a mis colegas!?
—Por sus colegas no se preocupe. Somos de una agencia no gubernamental y nos hacemos llamar, Sirem Time.
—¡What the fuck! ¡Pero que mierda es esta! —Levantándome—. ¡Ya están descongelando, o lo que coño sea esto, a mis colegas!
—Dejarnos a solas —escucho una voz familiar detrás de ellos.
El grupo de hombres se abre dando paso a…
—¿Nai? ¿Mamá? —Ahora, el que se ha quedado congelado he sido yo.
Lo que me faltaba, mi madre parece sacada de las típicas películas de ciencia ficción y yo, parece ser, formo parte de esta puta locura.
Besos, La Incondicional.
CARMEN ÚBEDA FERRER
EL RICO Y EL POBRE
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Una noche de invierno un hombre rico y mezquino, cuando volvía a su casa, se encontró al doblar una esquina, con un mendigo lleno de harapos temblando de frío. Lo recogió y, dándole una amigable palmada en el hombro se lo llevó a su casa. Por el camino se emocionaba el ricachón, pensando en el buen corazón que tenía y en las muchas cosas que iba a poder hacer aquella noche, por aquel harapiento. Así, pues, una vez que hubieran entrado en su fastuosa casa, le dijo el rico al pobre.
- -Te daré el más viejo de mis abrigos de lana, para que te proteja del frío.Pero ahora que lo pienso… No tengo ningún abrigo que esté tan viejo como para dártelo.
- Te daré alguno de los trajes, que no uso, porque están desgastados. Pero ahora que lo pienso… Tampoco dispongo de trajes que no me ponga.
- Te daré un par, de mis muchas, botas que uso para ir a cazar, porque veo que llevas unos zapatos agujereados y los pies rozando el suelo, porque yo soy muy generoso… Pero el caso es que no puedo dártelas porque todas las uso para diferentes cacerías.
- Te daré las sobras de la comida de esta mañana. Pero ahora que recuerdo la cocinera le dijo a mi esposa que no quedó nada en mal estado. Bien, siempre quedará un mendrugo de pan voy y un baso de buen vino para que entres en calor y entones tu estómago. Pero… Creo que no es una buena idea, porque tu gaznate no estará acostumbrado a un vino tan excelente y podría sentarte mal y el pan está tan duro que te rompería los pocos dientes que te quedan.¡En fin!
- Como soy tan generoso, te cederé una de esas pequeñas y míseras casas, que tengo alquiladas, porque tengo muy buen corazón. Pero ahora que recuerdo… No hay ninguna que esté en ruinas o deshabitada. –
- Y cogiendo al mendigo por sus harapos abrió la puerta y lo empujó a la calle. El hombre rico entró en su casa murmurando.
- -Hay que ver, hay que ver, lo desagradecidas que son estas gentes, les abres tu corazón y les ofreces tu casa y son tan orgullosos que no se puede hacer nada por ellos.
- Yo si que estoy orgulloso de la caritativa obra que he llevado a cabo esta noche. Por algo soy parte, una parte muy importante, de la sociedad filantrópica de esta ciudad de la cual soy el fundador y el presidente. De manera que esta noche dormiré con la conciencia tranquila y, más satisfecho que de costumbre.
- Y esa noche, después de una opulenta cena, el hombre rico se fue a dormir satisfecho, con la conciencia tranquila y la barriga llena.
- Al poco rato se quedó muerto en su mullido colchón.
MARÍA JESÚS GARNICA
Durante la cacería, don Antonio me estuvo dando la murga para qué fuera su socio, yo lo tenía claro, qué no me iba a enredar.
Cuando volvíamos al cortijo, la puerta estaba abierta y había un reguero de sangre.
El marques estaba desangrado en el salón.
Por la mañana, a pesar de ser el anfitrión, no vino a la cacería por encontrarse indispuesto.
Nadie vio nada ni el servicio qué era numeroso, por tener visita.
Se llevaron el cadáver ya de madrugada.
Ya en mi cuarto, me puse cómodo, de entre las sombras salió una mujer.
La abraze.
Por fin éramos libres, sin ése mal nacido del marqués.
_Cariño, demasiada sangre! Le dije
_Lo qué merecía.
Y me abrazo.
Un mes después estábamos en Brasil.
MARÍA RIELLI
Atardecer.
Al sol le ha entrado prisa y el tiempo no lo puede detener; rápidamente se esconde, dejando un reguero de brazas con un resplandor rojizo que lento ya se esparce y da el colorido a las nubes que al sol querían despedir.
Todo se ha quedado en calma, se respira una quietud tan dulce, imposible de explicar.
El silencio no es silencio; está colmado de ruidos, que no me invaden, que me dan paz.
Ha soplado una brisa perfumada y fresca que me deleito al respirar.
El día, paso la hoja y la guardo junto al sol. Despacio llega la noche y con ella todo se vuelve mágico.
Todo cambia y yo siento gratitud, porque tengo el privilegio de toda esta maravilla apreciar y disfrutar.
Oscurece y las estrellas, como fueguitos, al cielo se encargan de decorar.
Con la esperanza de que mañana todo vuelve a comenzar, te regalo este atardecer, de el me siento parte.
Voto.:
Nalleli Candiani
Mi voto para:
María Pau Escribidora
Mi vos es para Soledad Rosa y para Axi Linda.
Sergio Téllez González
Mi voto para Irene Adler
Maité Bilbao Pérez
Mi voto:
Irene Adler
Félix Meléndez
Voto por: Axi Linda y Teresa Sánchez Fregoso.
Mi voto para
Loli Belbel
Carmen Ubeda
Armando Barcelona
Sergio Tellez
Mi voto esta semana es para dos relatos muy distintos y no podría elegir, así que voto por los dos:
David Merlan con su Cita a ciegas. Ha escrito un relato con un excelente giro argumental, donde una cita accidental desemboca en una venganza meticulosamente ejecutada. Su ritmo atrapante y la tensión psicológica lo hacen destacar.
Pedro Antonio Lopez Cruz con su Cruce de caminos, porque ha escrito un relato con gran fuerza narrativa y una exploración emocional del peso de nuestras decisiones que le ha quedado chulandrón, ¡ea!
Mi voto: Sergio Monreal y Axi Linda
Mi voto para:
Gaia
Carlos Rodríguez
Mi voto para: Teresa Sánchez Fregoso
Y mi voto para: Axy Linda
Mi voto para: MARÍA PAU ESCRIBIDORA
Mi voto para Sergio Téllez.