Los rumores de aquella esquina

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la puerta de atrás». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 2 de enero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Los rumores de aquella esquina

difamando con cierta inquina

no eran ciertas aquellas mentiras

invenciones generadas por envidia

llenas de maldad y de ira

una reputación destruían

sin importar las consecuencias

aprovechando la gran ausencia

lo que no se atrevían en su presencia

pérfidas y cobardes vilezas

llenaban todo de tristeza

creyéndose de la realeza

con poca clase y gentileza.

Los rumores de aquella esquina

dagas clavadas de espinas

rosas marchitas en el alma levitan

al infierno invitan las llamas del karma

que hace su trabajo con calma

apresurada en el alba

de una eterna madrugada

alumbrada por una mirada

que a la reflexión suscita…

DAVID MERLÁN

Un enigmático personaje ataviado con una gabardina clara color crema claro se acerca en la calle a un ciego que vende, souvenirs, novedades y artículos de coña.

Cuando llega a su altura, el misterioso personaje mira a su alrededor y tras confirmar que no son objeto de miradas curiosas le susurra:

—Dígame: ¿El perro de San Roque tiene rabo?

A lo que el ciego le contesta:

—Se de buena tinta que Ramón Ramírez se lo ha cortado.

Confirmada que la contraseña y la respuesta eran las correctas, prosiguieron sus rumores en aquella esquina:

—Ha habido follón en el Berlín express. Sabían que yo viajaba en ese tren—dijo el hombre misterioso.

—Sospechamos que hay un traidor infiltrado en la resistencia.

—Sinembargo hay que seguir adelante. Es mucho lo que nos jugamos.

—Articulos de coña. Huela está flor, caballero. En una fiesta, es el desmadre—dijo el ciego disimulando y acercándole la solapa de su chaqueta mientras el hombre misterioso se acercaba y la agarraba.

En ese momento, la falsa flor chiringa la cara del hombre que empapado no sabe si llorar o reír y el vendedor ciego dice riéndose:

—Que cachondeo, ¿Eh? Tras una pausa de apenas un segundo y como si nada hubiese pasado…

—Los alemanes están preparando algo. No hay tiempo que perder—añadió.

—¿Se sabe en qué lugar tienen encerrado al doctor Flamón?—inquirió el hombre de la gabardina.

—Y este purito, sin cáncer, pero te mata de la risa—reaccionó rápido el vendedor disimulando la conversación al cruzarse con un transeúnte al tiempo que se lo ofrece al hombre.

Este lo acepta, el ciego le ofrece fuego y tras una calada profunda…

¡PUMMM!

—Jo,jo,jo…que cachondeo—dijo el ciego—cosa fina—mientras hacía que le limpiaba la solapa del traje.

Al igual que antes, un segundo después el vendedor cambia el tono para decir:

—Ignoramos donde tienen escondido al doctor Flamón, pero sabemos que le están forzando a construir un armario secreta.

—¿Hay instrucciones para mí?—preguntó el hombre de la gabardina.

El ciego «mira» a su alrededor y dice disimulando al paso de un nuevo transeunte.

—Tenga, tenga, pruébelo, jabón para afeitarse y para ser el rey de las fiestas—mientras le ofrece un bote.

El hombre, que parece que aun no ha aprendido de las dos veces anteriores, sonríe y al apretarlo, este le explota por el culo pringándole toda la cara mientras el ciego se ríe abiertamente ante la atónita mirada del hombre misterioso.

—Vaya usted está noche al Palé. Tenga su entrada.—mientras le da una nota disimulando— Conocerá al jefe de la resistencia. Le llaman «La antorcha». Le espera en el restaurante «Al pan, pan y al vino, vino» está en la calle Len, antes Hitler. Buena suerte amigo y cuide su aspecto, es importante —mientras se alejaba ante la incrédula mirada del misterioso personaje de la gabardina.

—¡Espere!—exclama el hombre al tiempo que se agacha situado a la espalda del ciego y recoge algo del suelo—se le ha caído un zurullo de coña

—¿Zurullo?—dice el vendedor—yo no trabajo ese artículo—añade seguro de su respuesta mientras, reiniciando su marcha, se aleja repitiendo su cantinela—Souveir, novedades, artículos de coña; souvenir, coñas marineras—ante la atónita mirada del extraño.

FIN

RAQUEL LÓPEZ

¿ Cómo? ¿ Qué? ¿ Cuándo?

Dimes y diretes… Así era el pueblo de Villasequilla donde los rumores acampaban en cualquier esquina.

Desde que salía el sol hasta que se escondía, dos siluetas sospechosas se cernían por la plaza del pueblo…

– ¡ Ehhhh, un momento señora guionista! Las siluetas de las que usted habla, somos nosotras dos, la Pura y la Casta, residentes del pueblo y solteronas de toda la vida y lo de solteronas es porque hemos querido porque pretendientes teníamos a raudales…

– Pues… Perdonen ustedes… ¿ Puedo proseguir?

– Prosiga, prosiga, está usted en su casa.

– Ejem… Las dos siluetas no eran más que, bueno ya conocen sus nombres, dos solteronas jubiladas que acudían a sentarse a un banco de la plaza del ayuntamiento donde contar sus chismes…quiero decir, conversaban….

-¡ Menuda la guionista esa!

– Ya Casta, hay gente muy chismosa… Por cierto ¿ No es aquel el señor cura?

– Sí y creo que se dirige hacia nosotras, Pura.

– Pues se rumorea que va casa por casa pidiendo a todos los feligreses que pongan sus cuartos para la restauración de la iglesia.

– Nos haremos las despistadas.

– ¡ Buenos días tengan ustedes! Doña Casta y doña Pura.

– ¡Con la iglesia hemos topao..!

-¿ Decía?

– No, nada. ¿ Cómo usted por aquí don Justo?

– Bueno, no se si sabrán que la casa de Dios corre un gran peligro y hay que restaurarla un poquito, pero necesito un pequeño donativo de todos los vecinos del pueblo..

– Mire usted, nosotras como comprenderá no tenemos mucha pensión, pero algo aportaremos.

– Muchas gracias, las veo en el sermón del domingo y no se olviden de la donación…Vayan ustedes con Dios.

– Sí, sí, menudo fresco es el cura.

-¡ Casta, no blasfemes!

– Menudo sermón le daría al alcalde si don Justo se enterase de que su hermana, anda tonteando con él.

– Serán rumores, la hermana del cura es muy decente.

– Y hablando del rey de Roma… Allí está el alcalde en aquella esquina haciendo manitas.

– ¡ Que poca vergüenza!

– Pues cambiando de tema, se rumorea que el joven médico tiene un cuarto donde mete a las pacientes, en su mayoría señoritas, para poner las inyecciones.

– ¿ Pero que me estás contando? No pondría yo mis posaderas a merced de ese hombre. Además eso del cuarto me recuerda a las 50 sombras..

– Pero Casta ¿tú has visto esa película?

– Yo…. En la vida…. Jijiji.

– Pues se rumorea que el medicucho ese está con la hija del carnicero y que ésta le lleva buenos filetes…

– Mira, mira, por allí va la Faustina, se rumorea que anda con el pastor.

-¿ Cómo? Si no hace ni un año que se le murió el pobre Anselmo, que Dios lo tenga en su gloria y ya se echó novio.

– Ya no hay verguenza ninguna, nadie es como nosotras respetuosas y educadas.

– ¡ Paice que va refrescando Pura y el sol ya se retira.

– Pues ya hemos pasado la tardecilla conversando. Buenas noches Casta.

– Buenas noches, Pura, mañana a la misma hora.

Pura y Casta se marcharon dejando al pueblo bien despachado, con ellas no hay nadie que se escape para despellejar con los chismes…

– ¡ Chitsss… guionista! Nosotras no somos chismosas vaya a contar sus cosas a otro sitio.

– Pido de nuevo disculpas, señoritas..vayan y descansen.

Pues esto es el pueblo de Villasequilla, donde los rumores están en cualquier esquina… Cuidado no toparse con estas dos señoritas..

SUSANA NÉRIDA

Los empezó la vecina:

Que soy trans, dice la porcina,

Demasiado masculina para ser nena.

Que me ha visto siendo un hombre

Dice, con su buena costumbre,

Con su lengua vespertina,

La muy cochina.

Y si lo fuera: ¿qué te importa?

Ahora me mira y se aparta,

Sólo miren cómo se comporta,

Aquí, la que nos pinta.

Y al otro lado, la pobrecita,

Pero si soy como caperucita,

Pero más gordita,

Y también, más mudita.

Y con esto me despido,

Pues ya no sé si mido,

Viendo tanta porquería

En esta piara que aburría.

Que tan cómplice es la vecina,

Como los que susurran en la esquina,

Tan mal queridas,

De estas gentes que tanto abundan.

A mis queridos vecinos.

ANA MARÍA BA

¡Dame solo hoja y papel!

Tú, niña del carusel…

Te pintaré tus labios carnosos,

tus ojos hermosos.

Nos encontramos detrás de la puerta,

levitamos en nuestra huerta,

nos perdemos entre sonidos y sabores,

maldecimos los rumores…

Hasta que el tiempo cesa

soñaremos en esta lluvia inmensa.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

COMO SI NO HUBIERA UN MAÑANA

Los rumores no cesaron de ir en aumento en aquella esquina. El día apenas había empezado a clarear y una mezcla espesa de sorpresa y malsanas especulaciones se adueñaban del barrio a esas horas.

Lo habían encontrado en el tercer banco, tumbado frente al estanque de los patos. Rígido, frío y envuelto por el silencio de la mañana. Su cuerpo inerte, como una pieza de taxidermista, reposaba vertical. Parecía un carámbano de hielo humano colgando de cualquier tejado un invierno cualquiera. Con la sonrisa desfigurada por el frío, grotesca y escalofriante, y ataviado con un infame disfraz de Papa Noel adquirido con urgencia en un bazar chino, en un vano y desesperado intento de celebrar por última vez la Navidad. A lo lejos sonaba en bucle el rumor de los villancicos mientras padres y niños lucían sus mejores bocas curvadas, el señor del puesto asaba las castañas y las bombillas seguían atrayendo criaturas, cegadas y absortas como enormes polillas humanas. Hasta que alguien lo vio, la sociedad, ajena a aquella persona que reposaba derrotada sobre el asiento de madera, había continuado su ciclo vital, embutida en esa falsa felicidad artificial por la que todos nos sentimos arrastrados y obligados.

A ojos de cualquiera, nada llamaba la atención. El hombre habría pasado por un transeúnte más, sentado en el parque, recién entrada la noche. Sin embargo, de cerca, los pequeños detalles cambiaban la perspectiva de las cosas. Lo más llamativo eran las dos hojas de papel, una de ellas asomando por el traje y la segunda atrapada en su puño derecho, convertido en un bloque de carne bajo cero a causa al frío y las circunstancias que habían desencadenado todo aquello. A primera vista, la nota arrugada parecía una simple lista de la compra. Pero en lugar de tomates, pimientos, papel higiénico y espuma de afeitar, cada punto recogía escrito a bolígrafo uno de los habituales deseos de año nuevo. El tono envejecido y el número de pliegues del papel evidenciaban que aquello llevaba ya tiempo escrito. Curiosamente, casi toda la lista estaba tachada:

PROPÓSITOS PARA 2025

  • Dejar de fumar de una puta vez. A ver si esta vez ya lo consigo.
  • Beber menos y firmar la tregua con mi hígado. El pobre no se merece el trato que le he venido dispensado todo este tiempo.
  • Empezar a ahorrar para el viaje de mis sueños. Pero vamos a ver… ¿Cuándo he viajado yo por última vez? Rectifico… Viajar de una maldita vez. Donde sea.
  • Hacer más deporte, moverme y migrar del sofá, que tengo la agilidad y la movilidad de una roca.
  • Leer más, no solo los catálogos de ofertas del súper.
  • Salir más y quedar más a menudo con los amigos. Joder, ¿pero a quién voy a engañar? Antes tendría que tener amigos. Vuelvo a rectificar… Hacer nuevos amigos y recuperar alguno de los muchos que he perdido en el camino.
  • Decir más «te quiero». Pero antes de eso, poner en remojo este corazón que ya se ha convertido en piedra, a ver si se reblandece y consigo que en él florezcan cosas, al menos algo mínimamente parecido al amor.
  • Usar menos el móvil, ese maldito invento del diablo. El mismo que me está haciendo perder la vista.
  • Decir “no” más a menudo. Si es que me lían, me lían…
  • Gastar menos en cosas que no necesito.
  • Sonreír más y quejarme menos.
  • Ser más optimista.

Luego, a continuación, había añadido lo siguiente:

«He reflexionado y lo he pensado mejor. Queda poco para que esto se acabe, y en vista de que nunca lo he conseguido, este año mi lista se va a reducir a un solo propósito: limpiarme el culo con los propósitos de año nuevo y dejar de formular deseos que de sobra sé que no voy a cumplir. Por eso, voy a fumar como si no hubiera un mañana. Ya lo decía la Montiel, el fumeteo es un placer, y es bien sabido que no hay que renunciar a los placeres. ¿Y qué decir del beber? Estos meses me voy a emplear a fondo, como un cosaco ruso. El alcohol mata bacterias. Así que total, para lo que me queda, me voy a desinfectar a conciencia por dentro. Lo de ganar unos kilitos y cuidarme menos… también llevo tiempo dedicado a ello con afán. Creo que he avanzado bastante, y siento curiosidad por saber hasta dónde puedo llegar antes de reventar. Leer más… ¿Para qué? ¿Para dejarme la poca vista que me queda? Sonreír más, quejarme menos…»

Ahí terminaba de forma brusca la lista, con un trazo deforme y abandonado en forma de derrota. Sobre la nieve, junto al banco, reposaba el bolígrafo con el que había dejado huérfana e inconclusa su relación de buenos propósitos. De su bolsillo emergía con timidez el segundo papel: los resultados de la analítica, la última, un regalo del día anterior gentileza de su médico.

El interior de aquel pobre despojo humano con envoltorio rojiblanco contenía, entre otras muchas cosas, un océano de dudas y de tormentas negras, una maraña de venas y arterias taponadas por el colesterol, un corazón prácticamente inservible, cansado e incapaz ya de bombear y un hígado destrozado por la cirrosis. Sin embargo, todo eso no eran más que simples menudencias comparadas con ese enemigo invisible y silencioso que hacía tiempo que se había extendido por todo su cuerpo. Ya no quedaba margen de maniobra.

Demasiado tarde para una nueva lista de deseos.

Tan solo se cumplió algo que él quizá nunca hubiera deseado: ser el rumor y el centro de atención de aquella esquina una fría mañana de invierno. Su último año. Su último día.

SERGIO TÉLLEZ GONZÁLEZ

UN RUMOR EN LA ESQUINA

Entró al bar-cafetería, atiborrado de personas. Su aspecto era muy diferente al de la gente que lo rodeaba. Mientras unos lucían camisas y sacos de marca, otros vestían de modo relajado y bohemio. Todos codeándose, aparentemente felices. Pero había algo en común: todos tenían un celular, tableta o computador en sus manos.

El hombre «diferente» se acercó a la barra y pidió una cerveza. Vestía una cachucha negra, camisa a cuadros y pantalón jean raído. Sus zapatos tenis rojos llamaban la atención. La apariencia desaliñada de su ropa lo hacía ver único en ese lugar.

De su bolso de piel, sacó una pequeña libreta y se dedicó a escribir. Contrario a la tosquedad que se esperaba, el tipo se veía amable, educado y culto. Pero eso no lo percibió la gente del lugar.

En aquella esquina del bar, comenzaron a circular los rumores de un hombre peligroso. Una chica desvió la mirada de su celular y comentó a su compañero: «Mira ese tipo, ¿no te parece extraño? No tiene celular, lleva algo raro en sus manos y escribe.»

Su compañero sonrió, pero enseguida su sonrisa desapareció. Miró detenidamente al pobre hombre y, como si hubiera visto al demonio, su rostro palideció.

«Esto no es normal, míralo con disimulo, no usa ningún dispositivo electrónico», dijo.

La gente comenzó a susurrar entre sí, intercambiando miradas de terror y desconfianza hacia el pobre hombre. En cuestión de segundos, el murmullo creció y solo había un tema de conversación: «El pobre hombre».

Un chico se paró de su mesa con toda la intención de escapar, pero en ese preciso momento el hombre lo miró desprevenidamente, y solo eso bastó para que el muchacho palideciera y se sentara nuevamente, de su entrepierna salieron algunas gotas amarillas, que trato de tapar con sus manos.

La central de emergencias de la policía se congestionó. El 911 recibió varias llamadas desesperadas:

– «¡Ayuda! Hay un hombre sin celular en el bar, creo que es un zombie!»

– «Necesito ayuda, hay un tipo en el bar que no tiene Instagram, es un peligro para la sociedad»

– «¡Emergencia! Un hombre en el bar está leyendo un libro de papel, es un riesgo para la seguridad nacional»

– «Por favor, envíen ayuda, hay un hombre en el bar que no tiene WhatsApp, es un caso de emergencia»

– «¡Socorro! Un tipo en el bar está escribiendo a mano, es un signo de que está planeando algo malo»

En cuestión de minutos, el lugar fue cercado por cinco patrullas de la policía. Los agentes entraron disparando.

«Todos al piso», gritó uno de ellos.

Todos hicieron caso, menos el pobre hombre que se encontraba en la barra tomándose una cerveza y escribiendo en su desgastada libreta.

«¿Qué pasa?», preguntó con pasmosa tranquilidad.

El policía que se encontraba más cerca se abalanzó sobre el hombre, inmovilizándolo.

«Se encuentra detenido por no tener internet, alimentando una posible masacre.»

El hombre no se inmutó, rogó al policía que le dejara guardar sus apuntes, ya que los consideraba importantes. Cuando era conducido a la patrulla de la policía, uno de los agentes le preguntó sobre lo que escribía en esa libreta desgastada.

«Un cuento distópico y loco, sobre un tipo feliz que no utilizaba celular y no tenía internet.»

JOSÉ LUIS USÓN

SANTIAGO PARRA II

La noche se convirtió en una tranquila espera. A pesar de las veladas amenazas que Mateo había vertido, al llegar a la comisaría lo habían instalado en una pequeña celda en la que, tras una puerta enrejada, había un catre con sábanas limpias y un pequeño lavabo de porcelana amarillenta en un rincón, un oasis comparada con su miserable habitación en la pensión. Sin embargo, los “huéspedes” con los que compartía destino y que ocupaban el resto de las celdas, eran mucho más molestos que los pobres diablos que se alojaban donde la Herminia. Ebrios en su mayoría, sermoneaban indescifrables letanías tirados en los catres o asomados a la reja de la puerta. Excrecencias de una noche bañada en alcoholes baratos; putas pintarrajeadas, peleas y tabaco de picadura.

El guardia en su ronda nocturna intentaba hacerlos callar y añadía un sonido más al caos, moviendo al compás de sus pasos el manojo de llaves que llevaba colgado del cinto.

En la celda de al lado, un hombre al que no podía verle el rostro ya que no podía sacar por completo la cabeza a través de la reja, intentaba elevar la voz por encima del griterío y se dirigía a él. Su voz era grave, dotada de una musicalidad al hablar que le daba un aire de persona confiable. Llegó un momento en que los borrachos acallaron su voz y se refugiaron en el dulce vapor del sueño. El pasillo pobremente iluminado quedó entonces en silencio y la conversación con su vecino de celda bajó de volumen hasta convertirse en un susurro. Santiago no sabía quién era ese hombre que, sin venir a cuento, había entablado conversación con él.

—Te he visto entrar — le dijo—. No eres como los demás. No eres un pobre diablo que acaba aquí su noche de borrachera, quiero decir. Esta ciudad se transforma en cuanto el sol se oculta y las sombras se extienden y se adueñan hasta del último rincón. La calma impostada que la viste de día —como si fuese una foto fija, que sin embargo esconde detrás un trasiego, un ir y venir de emociones— se convierte en una indisimulada insubordinación de noche. La gente tiene ganas de cambio, quiere sentir cosas. Aflora entonces una expansividad que desborda todo llegando hasta las mismas orillas del Ebro. Un sentir, una forma de revelarse contra todo y contra todos.

Hablaba armoniosamente, encontraba siempre la palabra adecuada para expresar con detalle lo que quería decir. Santiago tuvo la impresión de que se trataba de una persona con una dilatada formación, algún seminarista o algún estudiante de alguna rama de la literatura, aunque era incapaz de determinar su edad a través de su voz. Poco a poco la noche se consumía en medio de aquella conversación en la que Santiago era prácticamente un mero escuchante, pues apenas interrumpía la disertación de aquel hombre.

El guardia debía de estar dormido en su puesto, pues hacía ya rato que no efectuaba su ronda.

Supo que estaba allí por publicar un periódico clandestino que ponía los puntos sobre las íes, en algunos aspectos del gobierno de la ciudad. No daba sin embargo la sensación de ser un simple activista. Tenía ese poso, esa seguridad en si mismo que caracteriza a los grandes líderes de cualquier movimiento. De cuando en cuando, usaba términos en latín que Santiago era incapaz de comprender. Se extendía en explicaciones sobre lo que él consideraba que iba a ocurrir en un futuro próximo, tenía en cuenta diferentes tendencias que iban creciendo en la ciudad y que consideraba que acabarían por convertirse en grandes movimientos sociales que empujarían a la gente a forzar un cambio radical en la manera de hacer las cosas.

Santiago escuchaba aquella voz, y en su cabeza se iba formando una idea de cómo era en realidad esa ciudad en la que llevaba unos pocos días y de la que apenas conocía nada. La primera impresión, que le indujo a pensar que se encontraba en una gran urbe, un polo de modernidad, se iba transformando poco a poco, hasta transformarse en la sensación de que no difería tanto de su pueblo. Que todos eran hijos —aunque fuesen bastardos— de una misma época y tenían los mismos dolores, los mismos quebrantos, al fin y al cabo.

El sol empezó a iluminar el pasillo de celdas a través de unas pequeñas claraboyas situadas en el techo. La conversación con su vecino había terminado un rato antes de que esto ocurriera. Santiago dormitaba ahora ajeno a todo, cubierto con la sábana limpia. Lo despertó esa misma voz, que ahora sonaba lejana. Con tono de protesta recriminaba a los guardias que lo sacasen de allí sin desayunar.

Santiago se levantó con urgencia y se aproximó a la reja de la puerta, agarrado a los barrotes introdujo un poco su cara entre ellos intentando ver el rostro de aquel individuo que le había amenizado la noche y con el que había llegado a sentir una cercana intimidad. Solo alcanzó a ver de reojo la espalda de los dos guardias que andaban detrás de él y que lo empujaban hacia la salida.

Nada más abandonar las dependencias, entre el resto de los detenidos se extendió el rumor de que aquel hombre, se encaminaba hacia un incierto futuro.

EFRAÍN DÍAZ

“Se avecina una severa crisis económica,” dijo mi padre mientras dejaba el periódico sobre la mesa. “Y quien no esté preparado pagará las consecuencias.”

Mi padre no era pitoniso, pero había aprendido a medir los vaivenes económicos con la precisión que solo dan los años al frente de un pequeño negocio y la lectura constante de ciertos periódicos especializados. Sus advertencias rara vez fallaban, y esta vez no fue la excepción.

La crisis llegó como un vendaval, arrastrando empleos, ahorros y certezas. Todo se desplomó: la economía, las esperanzas y los planes para el futuro. El precio de los bienes más básicos se disparó, y sobrevivir día a día se convirtió en el único objetivo. En mi calle, los vecinos parecían vivir contra el reloj, siempre un paso detrás de la desgracia.

A mis vecinos Rogelio e Idalia, la crisis los agarró con los calzones abajo. Por más que Idalia le insistió a Rogelio en ahorrar, él no escuchó. Dinero que entraba, dinero que se gastaba. Ella tenía una voz firme y convincente, pero él solía callarla con un gesto brusco y un “despreocúpate, mujer, yo me encargo.” Ahora, sin ahorros y con un sueldo que apenas daba para lo básico, Rogelio tuvo que buscar una solución. Idalia le propuso salir a trabajar, pero él se negó tajantemente: “La mujer pertenece a la casa. El problema de buscar dinero es mío, no tuyo.”

Así que Rogelio encontró un segundo empleo. Salía de su trabajo regular a las cinco de la tarde, descansaba un par de horas y empezaba su turno nocturno de ocho de la noche a cuatro de la madrugada. Su rostro, antes lleno de orgullo, comenzó a mostrar el desgaste. Las ojeras profundas, el andar pesado, las palabras cortantes. Idalia lo miraba desde la mesa del comedor mientras él bebía su café en silencio, preguntándose si alguna vez había sido distinto, más amable. Más suyo.

Con Rogelio ausente por las noches, el barrio encontró en Idalia un nuevo tema de conversación. Al principio, los rumores de esquina eran apenas murmullos tímidos, casi susurros entre vecinos. Pero como toda chispa en un lugar lleno de sequía, el fuego no tardó en crecer. Decían que Idalia se prostituía por las noches para ayudar a su marido, que su casa servía de burdel y que en su lecho matrimonial ofrecía su cuerpo por dinero. Decían que era buena, dispuesta, e incansable. Cada rumor parecía añadir una nueva capa de detalle: las posiciones, los clientes, hasta los precios.

Idalia caminaba por el barrio con la cabeza alta, como si las palabras resbalaran por su piel. Pero por las noches, mientras ajustaba las cortinas y el silencio llenaba la casa, sus manos temblaban. Intentó hablar con Rogelio, explicarle que todo era mentira, pero él no quiso escucharla. Los rumores ya no eran solo palabras. Eran imágenes grabadas en su mente, lujuriosas escenas que no podía borrar.

Una noche, Rogelio llegó más temprano de lo habitual. Estaba cansado, con el rostro desencajado por el insomnio y el enojo acumulado. La discusión comenzó en la sala y terminó en el dormitorio, donde las palabras dieron paso al grito y el grito a dos detonaciones que rompieron el silencio de la noche.

Cuando llegó la policía, Rogelio estaba sentado en el borde de la cama, con el arma en la mano y la mirada perdida. Idalia yacía en el suelo, rodeada de sangre. La investigación reveló que ella nunca se prostituyó. Todo había sido un rumor de esquina, un simple comentario que fue creciendo como una bola de nieve hasta aplastarla.

Rogelio fue condenado a cuarenta y nueve años de cárcel por asesinato en segundo grado. Mi padre lo visita todos los sábados. Habla con él, intenta convencerlo de que fue víctima de las circunstancias. Mientras tanto, mi madre cuida la tumba de Idalia con un esmero que parece casi una penitencia. La lápida está siempre limpia, rodeada de flores frescas.

A veces pienso en Idalia. No murió por las balas de Rogelio. Murió mucho antes, apuñalada cada noche por los rumores de esquina de un barrio entero. Y nosotros fuimos cómplices. Fuimos los ojos tras las ventanas, las risas apagadas en las esquinas, el eco que llevó los rumores de una casa a otra.

La crisis económica terminó. Los precios bajaron, el dinero volvió a circular, y la vida siguió adelante. Todo volvió a la normalidad, excepto Rogelio. Excepto Idalia. Porque no hay normalidad que alcance a reparar lo que destruye un rumor.Ç

EL IDIOTA

Los rumores comenzaron en aquella esquina frente a la tienda de Válido, donde se reunían los hombres del barrio a jugar dominó, a tomar bedidas alcohólicas y hacer sus apuestas, también se hacian apuntes para jugar a la bolita y sobre todo, “chismear”, actividad que se realizaba sin dejar de hacer las otras.

La mesa para jugar al dominó, situada justo debajo de la farola del poste, era el centro social del periférico barrio de calles estrechas y tortuosas sin pavimentar, trazadas al azar, de casas de retazos de maderas y techos de zinc, amontonadas sobre el cause del antiguo rio convertido en zanja de desagüe de la gran ciudad.

Allí nació el comentario: a Mendez la mujer le estaba pegando los tarros.

Nadie se tomó la molestia de comprobar su veracidad; las habladurías de barrio no necesitaban de verificación para esparcirse entre la congregación de hombres acostumbrados al ocio obligatorio del desempleo y trabajos temporales.

Como el cauce de un gran rio que se va conformando de sus afluentes, asi fue creciendo y apareció la tercera punta del triángulo:“Aurelio, es con Aurelio que Josefina engaña a Méndez” “Pero si son más que amigos, esos dos han sido como hermanos desde pequeños” se cuchicheaban.

A pesar del acuerdo tácito de no hablar delante de los implicados para que se cumpliera aquello de que los perjudicados sean los últimos en enterarse, no se puede controlar la lengua cuando se ha tomado mucho ron y se sube la rabia a la cabeza por haber perdido el dinero en la partida y el tono burlón de Mendez junto a la eufórica manera de gritar “¡zapateeeroo!”.

Por eso Ramiro empujó bruscamente la mesa, las fichas cayeron al piso, se puso en pie y gritó desafiante, olvidando las reglas entre hombres acostumbrados a la pelea:

— ¡So tarruuú!

Hubo silencio después de aquella ofensa, dicen que de minutos, pero en realidad fueron segundos.

Entre hombres “guapos” el tiempo es vida y mientras más rápido se actúa, más se conserva. Mendez sacó la pistola y le disparó en la frente.

Allí quedó Raul por no saber controlar la lengua en momento de rabia.

Mendez desapareció antes de la llegada de la policía. Había prometido no volver a caer en prisión.

Días después se esfumaron Josefina y Aurelio. Se chismorreó que andaban juntos, muy felices, pero las habladurías de esquina no son fiables.

ELEFANT YUFUS

–¿Sabes lo que se dice de la vecina?

–¡No! Pero ¡cuenta cuenta!

–Bueno no lo escuchaste de mi eh, quiero aclarar eso.

–Ni te preocupes que yo soy toda una tumba, bueno un “crucifijo” –dijo mientras se dibujaba en los labios una cremallera cerrándose.

–He oído que ha cambiado de género…

–¡Santo Dios! Pero ¿Cómo? ¿Acaso eso es posible? –se santiguó, no una ni dos sino unas seis veces seguidas, hasta formar una t imaginaria en el interior de ella misma. –Mira que si actitud se me hacía rara desde hace tiempo, ya lo decía mi madre, que en paz descanse, que no se podía esperar nada bueno de una puritana cómo ella. Siempre con los brazos hacia el cielo, pidiendo una respuesta que nunca llegó…

–No, deja de eso, la otra también anda en los mismos pasos.

–¿Apoco?

–Así como lo oyes

–Según se, no les alcanzaba el dinero y han buscado una vida más diversa, tú entiendes ¿no?

–¡Ay no me digas!

–Pues si te digo

–Pero todavía las veo pasar por aquí, no muy frecuente pero… llegan a pasar de la mano de alguno de los muchachos del barrio

–Pues sí, pero ahora dicen que su vida es borrón y cuenta nueva.

–Ojala no se metan en un problema

–¡Ay mujer! Si en problemas es donde más se meten.

–¿Tanto así?

–Desde el inicio esa fue su tirada

–¡Ay Santo Tomás de los plátanos! Ojalá no contagien a nadie con sus ideas retorcidas.

–La única que se le ve las mismas andadas es esa Zzzzzorra.

–Ya decía yo, que solo para mal ejemplo sirven esas letras

–Y si eh

–Y ahora ¿qué será de ellas?

–No lo sé, según los rumores de la esquina, se irán a pasar unos días al libro de matemáticas, van a practicar una tal Álgebra o algo por estilo.

–Y ¿qué van hacer ahí?

–Pues números

–¿Números? ¡Ay, Santo Padre!

–Así como lo oyes

–Ay B si no fuera por ti, nunca me lo hubiera imaginado

–No te preocupes T, que estás orejas no estan de adorno.

–Bueno pues vámonos que sin nosotros no va a tener sentido está historia.

HAROLD LIMA

Solo parece una utopía.

Como reportera para la Gaceta he tenido muchos encargos difíciles, en zonas peligrosas, creo mi carrera la he cimentado en atreverme a todo lo que otras no aceptarían de buena gana. Solo mencionar que mi primer gran reportaje fue en plena zona de guerra; los disidentes apenas consideraban dar una entrevista y yo logre que dieran esa histórica arenga » Hoy mueren valientes en una estrella lejana » estos años vi la barbarie, la muerte y lo peor de una raza que dice ser inteligente. Sin embargo nada me preparo para los horrores de una pequeña colonia alejada de todo, donde un pequeño grupo de no más de 10mil personas realizaban el experimento social más extraño y déjenme acotar siniestro de la historia. Ellos le llamaban utopía. Y yo le diré por el nombre que creo más correcto: locura sistematizada.

Estas líneas no pretenden convencer a nadie. Sólo me limitaré a contar mi experiencia personal y que sean las autoridades de este sector estelar quienes decidan si está colonia y ese mundo en particular debe ser aislado para evitar ese cáncer se propague por todo el universo conocido.

Mi delegación superó la primera línea de restricción gracias a la colaboración de ka oficina de cooperación científica espacial. El salto espacial fue difícil pues este remoto mundo carecía de un portal estelar y nuestro vehículo tuvo que ser maniobrando hábilmente por un marino espacial de aquellos que participaron en las grandes guerras de gaminedes, esquivar su gigante gaseoso y lograr una aproximación a su luna fue toda una hazaña de pericia. La colonia se ubicada en uno de los continentes que ofrecía un buen clima y vegetación similar a la que se encontraría en cualquier colonia humana.

Al llegar nos recibió un representante de la colonia, un ser grotesco y rústico que se veía lamentablemente desnudo de toda mejora biomecanica; me impresionó ver que casi le parto la mano al momento de saludarlo, por suerte me detuve a tiempo y no lo dañe. Imagine que estos colonos abrazaban algún tipo de fe religiosa que les prohibía el implante de mejoras que eran muy usuales en toda la federación estelar, mucha fue mi sorpresa al saber que inclusive habían renunciado a las nanomaquinas médicas básicas, que reparaba los cuerpos y nos permitian superar los ambientes inhóspitos del espacio exterior. Supuse que todos los niños nacidos de estos fanáticos sectarios estarían privados de la posibilidad de viajar a las estrellas, pues esto los mataría gradualmente. Las sorpresas que me aguardaban fueron mayores al enterarme que habían modificado su genética a tal punto de carecer de telepatía, visión superior o vida más larga; entre ellos se habían propuesto ser criaturas más puras y simples según las enseñanzas de un líder religioso extremo del cual poco pude saber, pues los miembros de la comunidad eran muy recelosos del tema.

Esas semanas me horrorizaron, me pregunte hasta donde podía llegar el fanatismo y la histeria colectiva de supuestamente intelectuales humanos ¿que filosofía de vida y experimento social enfermizo, era este? ¿Acaso estas ideas podían difundirse por la galaxia y llevar al colapso social a todos? No lo se. Pero, de algo estoy segura, nuestra preciada cultura tiende al retroceso en esta comunidad supuestamente utópica, basta ver peleas ridículas por recursos básicos como alimentos que nuestros cuerpos mejorados ya no necesitaban, pequeñas peleas por mal entendidos, en esta comunidad carente de telepatía; donde los dichos de esquina terminan en cruentos asesinatos pasionales. Al parecer sus creencias religiosas les exigen vivir como hace eones atrás, a merced de una naturaleza artificial que fue modificada con nuestra tecnología para simular ese mundo madre de sus fabulas religiosas.

Los habitantes de esta colonia se hacen llamar terrestres y a su pequeño mundo colonia le llaman tierra, son mis augurios cada generación olvidara más de lo que aprenderán y llegará el punto sean solo salvajes. Es mi opinión también que se aisle este mundo y la federación procure un bloqueo total, silencio en todas las frecuencias y de ser posible se implemente un bloqueador dimensional unidireccional, así sus científicos no puedan tener contacto alguno con nosotros ni percibir nuestra existencia. Sólo esto garantizará la cultura viva en nosotros lejos de fanatismos.

Soy claudia 3452 reportera de la Gaceta galáctica, para cadena ofiuco de noticias hiperespacial.

IRENE ADLER

LOS CINCO CANÓNICOS

1—POLLY NICHOLS

O el verdadero valor de cuatro peniques.

Salió de La Sartén notando en las vísceras el calor efímero de la ginebra. Había conseguido que unos marineros borrachos la invitaran a los tragos y después de unas risas y alguna que otra promesa vaga, se había escabullido entre el barullo del humo y la gente para salir a la semi oscuridad del callejón de Brick Lane.

Polly habría podido sacarles sin esfuerzo los cuatro peniques que necesitaba para sufragar la cama del albergue de Trawl Street, del que la habían desalojado esa misma tarde por no tener el dinero del alquiler. Pero no lo hizo. Tenía muy presente en su memoria el ataque brutal de un grupo de desaprensivos a la pobre Emma Smith, y tuvo miedo de quedarse a solas con cuatro marineros borrachos y correr la misma suerte que la pobre Emma. Prefería dormir en la calle, bajo los soportales de Buck’s Row o al abrigo de algún callejón en Osborne Street.

Whitechapel era un lugar de violencia y miserias. La ginebra hacía allí las veces de manta y de opio, proporcionando tibieza y olvido a muchas mujeres como Polly, despojadas de toda esperanza y de cualquier futuro.

Los albergues eran antros comunales que rara vez proporcionaban seguridad o consuelo. Los pubs de Brick Lane o de Hanbury eran los auténticos hogares de estas mujeres, con su calor artificial de sudor, arreos de caballería, humo de tabaco y vapores de ginebra.

En sus mesas desbastadas y toscas, al resplandor de luces de gas y conversaciones bulliciosas, la vida adquiría una esponjosa cualidad de simulacro. La triste realidad de una existencia precaria; el hambre omnipresente e insostenible; el miedo atroz al mañana, se diluían despacio entre el amargo sabor de la ginebra y los besos mercenarios. De alguna manera había que matar a los recuerdos; acallar esas voces que venían del pasado, inquisitivas y crueles, a preguntarles: ¿Cómo has acabado aquí?

Echó a andar por Whitechapel Road y el roce de sus pasos sobre los adoquines era como un aguacero. Llevaba un sombrero de paja con adornos de terciopelo negro y un abrigo de lana marrón abotonado hasta el cuello. La noche se deslizaba entre el frufrú de sus enaguas; caía en picado desde los tejados que olían a carbón caliente y almizcle; se le metía en la nariz y en la boca con su textura de algodón dulce y su sabor a regaliz amargo. Se detuvo bajo una farola y sacó de su bolso un pequeño espejo. Nadie la seguía. La avenida estaba desierta y silenciosa. Ojalá se hubiera ganado los cuatro peniques para el albergue, las calles vacías eran peligrosas. Pensó en sábanas limpias y en los ronquidos de Nelly, su compañera de cuarto. Pensó brevemente en sus hijos, durmiendo sin culpa en sus camas, bien cenados y arropados por su padre. Estaban mejor sin ella. Pensó en el ataque brutal a Emma Smith a pocos metros de allí y luego apuró el paso, dejó de pensar y se concentró en escuchar cualquier cosa que viniera de la oscuridad, los callejones, la negrura de los portales cerrados.

En la esquina de Whitechapel con Osborne, oyó un rumor de pasos lentos y voces quedas. Se quedó en la acera opuesta, muy quieta, con la vista fija en los ladrillos sucios de la pared que daba al callejón. La sobresaltó el súbito resplandor de un fósforo y la brasa de una pipa que iluminaron el rostro de un hombre apoyado contra la pared y el escorzo de otro que gesticulaba frente a él. Discutían conteniendo la voz y Polly no distinguió las palabras, pero algo en la actitud del hombre que fumaba la tranquilizó. Su estática y relajada postura, quizá. O el hecho de que llevara capa y guantes. Tal vez el tono confidencial de su voz, que le pareció a ella demasiado distinguida para la calle Osborne.

Un caballero le daría cuatro peniques para la cama del albergue. Volvería a soportar con gusto los ronquidos de Nelly y a dormir en sábanas limpias. Un caballero distinguido no haría algo tan despreciable como lo que le habían hecho a Emma. Un caballero distinguido no podía ser peligroso aunque estuviera en la calle Osborne a aquellas horas de la noche, discutiendo a media voz con otro hombre. Y ella necesitaba cuatro peniques para no dormir a la intemperie.

Cuando vio que el caballero se quedaba a solas, Polly cruzó la calle atusándose el coqueto sombrero de paja.

Fue el pesado rumor de sus botas con herrajes en el tacón resonando sobre los adoquines de aquella esquina de Whitechapel Road con la calle Osborne, lo último que Polly Nichols oyó.

Sus pasos resonando sobre los adoquines como un aguacero…

CARMEN BERJANO

Otra vez lo mismo, no me dejan en paz. Desde aquí puedo oír los rumores de aquella esquina. Por qué no nos dejan en paz. Siempre lo mismo. Que mi abuelo en realidad es mi padre.

Llevo viviendo y luchando contra ese cotilleo desde que nací. En realidad, lo que nos tienen es pena y creo que por momentos asco, por ser pobres. Es duro vivir de alquiler en piso de 40 metros cuadrados, cuando cruzando la avenida hay chalets con piscina privada. Es duro ir al mismo colegio que los niños de esas casas. Las madres de unos compañeros este año nos han regalado el uniforme y unos zapatos. Como si con ese gesto ya borrasen los miles de malos. Los cuchicheos. Como duelen los cuchicheos.

Ahora estoy en sexto de la ESO y soy consciente de todo lo que ha luchado mi madre por sacarnos a los tres para adelante, sin apenas fondos y con un marido alcohólico.

No es fácil, nunca lo ha sido, tener comida en la mesa, y menos comida saludable. Cuantas cenas de croquetas y empanadillas de bolsa. Que lujo a veces solo poder merendar fruta. Pero mi madre nunca se daba por vencida. Limpiaba casas y más casas para que nunca nos faltara lo imprescindible.

Es verdad que mi padrastro se lo bebía todo. No podíamos tener ni vino para cocinar. Y si mi madre dejaba el monedero en la cocina, siempre le quitaba el dinero para bajar al bar.

Lo malo era como volvía, pasado y borde. Muy borde. Buscando discusión con todos nosotros. Aprendimos a callarnos y a normalizar.

Ayer me atrevía a preguntarle a mi madre por los cotilleos. Voy a hacer 12 y creo que ya merezco saber toda la verdad sobre mi origen. Aproveché que mis hermanos estaban viendo la tele y mi madre zurcía un pantalón.

– Mamá, necesito saber la verdad. ¿Quién es en realidad mi padre?

– Hija, lo hemos hablado muchas veces, tu padre es un feriante que pasó por el pueblo cuando yo apenas tenía 18 años. Era la primera vez que yo hacía el amor con alguien y en esa primera vez, me quedé embarazada de ti. Y nunca volví a verlo.

– Pero mamá, dime la verdad. Todos dicen que soy hija de mi abuelo.

– No cariño, eso no es así. Nuestra familia es pobre, tus abuelos pedían en la puerta de la iglesia. A tu abuela le apodaron “La Popocha” porque siempre iba sucia y es que no teníamos dinero para lavar la ropa. Pero te juro que tu abuelo jamás se propasó conmigo. Cuando me quedé embarazada de ti, me echaron de casa, porque para ellos era una vergüenza y me vine a vivir aquí. Enseguida empecé con el Paco, pero él antes no bebía tanto. El se ha portando como un padre contigo y me ha dado a tus hermanos. Pero lleva dos años que apenas trabaja. Ya ni se va con el padrino a hacer portes y pintar pisos. La verdad es que estoy desesperada porque con lo que yo saco limpiando apenas nos llega para pagar el alquiler y gastos. Tengo que hacer algo. No merecemos vivir así.

– Mamá, es que la gente siempre cotillea lo mismo, que mi abuelo en realidad es mi padre. Como apenas tenemos relación con ellos tampoco…

– Hija, te lo he explicado. Renegaron de mi hace 13 años, cuando me quedé embarazada de ti.

– Ya, si yo te creo. Pero, ¿por qué son tan crueles?

– Porque somos pobres, hija. Si yo hubiera tenido dinero se hubiera ocultado mi embarazo, y se hubiera fingido uno de mi madre. Ha sido así toda la vida. Tú te hubieras criado como mi hermana. Pero no, somos pobres. Y es más fácil crear un bulo que informarse.

– Como odio esta situación. Como me gustaría desaparecer o aparecer en un lugar donde no hubiese rumores en cada esquina. Donde no nos dijesen “Los Pochochos”.

– Tienes razón, hija. Yo también estoy harta. Voy a hablar con el Paco. Y en cuanto acabéis el cole nos mudamos a la ciudad. Seguro que allí podemos partir de 0 de verdad.

La conversación con mi madre me dejó más tranquila. Mudarme no me daba miedo, al contrario. Era como una liberación. No tenía amigas de verdad y la familia tampoco me retenía porque no teníamos contacto.

Mamá ha hablado con el Paco hoy. El paco dice que el no se mueve. Que es su barrio y su gente, y q si quiero, que nos vayamos nosotras, que total el no nos quiere. Decía eso borracho y borde, camino de la cama sin hacer.

Mamá ha estado buscando piso en la ciudad. Y ha hablado con la asistente social. Nos corresponde una ayuda que será perfecta para empezar. Mamá es muy valiente, pero aparte de valiente está tan harta como yo.

Mañana nos vamos. Se acabaron los cuchicheos y se acabó aguantar al Paco. Ya no voy a ser más la hija de «La Popocha».

Ya no voy a ser más la hija de mi abuelo. Ya no va a haber más rumores ni cuchicheos.

– ¡Mamá! Mamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa. Ayuda, ayudaaaaaaaaaaaa.

Tengo que llamar al 112.

Hola, vengan rápido. Mi madre se muere creo que la ha atacado mi padrastro.

Mis hermanos duermen. Madre mía, que vengan rápido y que no aparezca el Paco.

Los del 112 llegaron muy rápido. Mi madre había sido acuchillada por el Paco. Nos llevaron a mis hermanos y a mi a un centro hasta que mamá se puso bien del todo. Al Paco lo metieron en la cárcel y nosotras por fin pudimos empezar de 0 y le ayudaron a buscar la ciudad. A mi madre le dieron una ayuda, una vivienda protegida y le ayudaron a buscar un trabajo.

Ahora sí, ahora empezábamos de nuevo y en paz.

Ese verano fue extraño y tranquilo. Y llegó el primer día de cole. Escuché los rumores desde la esquina:

– María, ve a conocer a tu nueva compañera y preséntale a todas tus amigas.

GRACE PELLS

Era un sopor de malos días, de sobrepensar, de comer poco y dormir mucho. Como si diciembre se hizo tan voluminoso, que el almanaque no resiste, pesado de nostalgias. De tanto andar solo, uno se inventa a otro, que le sigue en la cocina mientras hierve el arroz. Uno se inventa alguien que empuja, con la misma altura, los dedos largos y esa joroba en la espalda. ¿Cuánta espalda no?

Uno lo intenta. Primero sale con la bolsa del mercado a cruzarse, luego rescata un gato viejo y se aprende dos series para charlar de algo en la mesa de los compañeros de trabajo.

Y se hacen las 6…todos los días.

Y uno vive

Como rengo. Medio de lado, tropezando con algunas realidades que le son sosas, como mi pan sin sal.

Corazón discapacitado tal vez.

El invernadero de los padres, ya no existe.

En las esquinas dicen que uno puede esperar los amores, que vienen los desolados y traen unas fotografías viejas. Que hay que animarse a salirse a la luna y charlar de esos bueyes perdidos. En las esquinas a veces se citan los vecinos que ya tampoco tienen invernadero. Y usan la palabra como milagros.

Y así probar…todos los días

Cuando todo parece igual, pero no lo es, después de las 6.

MARÍA JESÚS GARNICA

José salió a buscar comida y aún no había llegado, ella se tumbo a descansar entre los burros y las vacas, donde encontró un poco de calor.

Cuando despertó sintió los dolores del parto.

María sintió pánico, José sin llegar.

El puto ángel, qué se le aparecía, sin aparecer.

Por fin apareció José con algo de comida.

Al verla padilecio.

María estaba de parto.

José la ayudó como pudo, una vez nacido el niño, tan bonito, como un querubín, José recordó lo escuchado en aquélla esquina

Calumnias sin lugar a dudas, qué hablaban de un ángel, una paloma y de un carpintero

Feliz Navidad.

CONCHA CARIAS

Antes de salir del coche se colocó las gafas bifocales, como una máscara para no ser reconocida. Avanzaba con paso firme y directo para irrumpir en aquella taberna situada en una de las esquinas del pueblo. El local contaba con una enorme terraza cubierta y caldeada, siempre abarrotada de gente que, rumoreaban y hablaban mal de todo el que veían, o al menos eso ella creía, por lo que siempre se guarecía en el interior del bar, casi siempre vacío.

Los camareros, que esperaban pendientes de la clientela en el exterior, se balanceaban de un lado a otro para paliar aquel frío 22 de diciembre:

­­ ­­­­­—Hay viene tu amiga —dijo Esteban risueño dándole un ligero codazo a Robert, aquel enorme camarero procedente de Medellín—. No sé cómo te hablas con esa zumbada…

Robert salió al paso de la mujer:

—¡Hola guapa! —la espetó mientras le colocaba un beso en cada mejilla—, ¿cómo va tu día?

Ella cómo cada vez que él joven se acercaba para saludarla, mostró un ligero rubor y a la vez una leve sonrisa:

—Pues más o menos…, pendiente de la lotería. Solo llevo el “43.226”, el número que vendéis.

—¡Eyyy! Eso es divino. A lo mejor acabamos tomando champán. ¡Venga pasa! Aquí hace frío.

Ella solía pedir en la barra un croissant y un café, que pagaba en el momento y dejaba propina sin olvidar el periódico.

— ¡Hoy estás invitada! —dijo el joven de Medellín que se frotaba las manos para entrar en calor indicándole que ocupara su mesa preferida, situada bajo una ventana bañada siempre en la mañana por los rayos de sol, donde él depositó el desayuno guiñándole un ojo.

—¡Jooo! —contestó ella emocionada—. ¡Hay que ver como eres! ¿Y cómo hago para compensarte?

—Pues de ti me valdría con una enorme sonrisa.

Entonces ella se clavó las uñas en el muslo durante unos instantes para evitar el llanto. Otros días, en solitario, eran los cortes con la cuchilla, o se provocaba el vómito, o se arrancaba mechones de pelo… el dolor, cuanto más intenso más placentero y a la vez espantaba sus fantasmas, o sus horribles recuerdos.

Ahora mientras hojeaba la prensa de la que solo leía los titulares, desayunaba y seguía pendiente del soniquete de los niños de San Ildefonso. Mientras entraron tres parejas ruidosas que se situaron en un rincón de la barra, y pidieron vino y cerveza.

Ella, a través de sus bifocales, distinguió de entre los nuevos feligreses a Félix, el guardia primero junto su inseparable amigo el sargento Carrillo. Aquellos guardias civiles consiguieron que ella detestara tanto su vida, que acabó durante dos meses ingresada en un hospital psiquiátrico tras un intento frustrado de suicidio al cortarse las venas en los aseos del cuartel.

Pasados unos instantes el reconocimiento debió de ser mutuo ya que el grupo paso de sonoras risotadas a un ligero rumor.

Ella pensaba: «Se han dado cuenta, están hablando de mi… algo me van a decir… me pondrán en ridículo», todo apretando con fuerza el tenedor.

De pronto de la televisión se escuchó:

—¡¡¡ 43.226!!! ¡¡¡4 millones de euros!!! … ¡¡¡ 43.226!!! ¡¡¡4 millones de euros!!!… ¡¡¡ 43.226!!! ¡¡¡4 millones de euros!!!

Ella se levantó gritando:

—¡¡¡Nos ha tocado!!! —y salió del local para anunciárselo, sobre todo, a su amigo el camarero con el que entró de nuevo gritando.

—¡¡¡Se han equivocado niña, se han equivocado!!!—repetía la cocinera—.

Los del grupito de la barra, sus excompañeros, empezaron a cachondearse de la reacción de ella, que esta vez no se hizo un bicho bola, como cuando la acosaban en el trabajo, sino que se acercó al grupo y con el tenedor que aún empuñaba clavó este en la cara del sargento tantas y tantas veces que tuvieron que intervenir tres hombres para disminuirla y arrebatarle el “arma”.

Al salir del local, esposada y custodiada por la guardia civil, el de Medellín se dio cuenta de que ella le correspondía a su invitación mostrando una enorme sonrisa en su cara.

IVONNE CORONADO

Rumores

Cuando vieron que a María Dolores se le formaba una misteriosa barriga, las lenguas viperinas comenzaron a susurrar en todas las esquinas, en las tienduchas y bares, que “a la tan altanera señorita la habían dejado preñada”. Cómo la miraban pasar siempre sola, algunos despechados se reían.

Y ella, conteniendo las lágrimas, sabía que en realidad moría, y que su agonía sería dolorosa.

La iglesia tenía un campanario. Era una vieja iglesia, los peldaños que llegaban hasta arriba crujían por los pies que arrastraban un cuerpo deforme. Las lágrimas corrían por un rostro de rasgos hermosos.

Era un domingo por la mañana. Un sol radiante iluminaba los vitrales, los fieles comenzaron a sentarse en las bancas esperando la misa.

Un grito de muerte se escuchó de pronto, al igual que un ruido de alas.

La curiosidad, el espanto hizo salir a la gente.

María Dolores yacía en el suelo. “Jesús, José y María”, las beatas se persignaban.

Hay rumores que corren por todas las esquinas. Una vez comenzados son como un reguero de pólvora; avanzan, avanzan, y van arrastrando la reputación del calumniado, quien tendrá que esperar que llegue a sus oídos, para defenderse. Pero antes que lo declaren inocente, ya lo habrán crucificado mil veces.

En el sermón del domingo siguiente, el padre dijo:

-Hoy he sabido por sus padres, que María Dolores sufría un cáncer, un tumor espantoso que crecía y crecía, y no había dinero para operarla. El suicidio es pecado, pero calumniar al prójimo también lo es. Lo dijo mirando a todos fijamente.

-Roguemos por su alma.

-Padre nuestro que estás en los cielos…

CARMEN ÚBEDA FERRER

Correveidile

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—¡Ay! Vicenta, te lo he contado porque sé que no se lo vas a decir a nadie, eres como un cofre cerrado con un candado cuando se te confía un secreto. Más, siendo una cosa de mi cuñada. Ya ves, parece increíble, pero hasta ahí ha llegado la muy bribona.

—¡Pobre Angustias! Tener una cuñada tan metomentodo. Aunque no me lo hubieses contado yo ya me lo barruntaba. Si es que se la ve venir. Que sí, mujer, que sí. Que has hecho muy bien en confiarte a mí. A veces es muy necesario desahogarse.

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Vicenta entra en el supermercado. Ve de lejos a Juana por uno de los pasillos. Con el carro de la compra sale disparada para hacerse la encontradiza.

—¿Qué tal, Juana? Qué bueno que nos hayamos encontrado. Porque de lo que me he enterado…

—¡Qué me cuentas, Vicenta! Parece mentira lo que le ocurre a Angustias. Sí, su cuñada parece una mala zorra. Ha caído en una familia que no tiene desperdicio. No, mujer, no. Que no cuento nada. ¡Jesús! ¡A qué santo voy yo a contar semejante cosa! De aquí no sale. (Hace un gesto con los dedos para sellarse los labios)

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Juana llega a su casa, tira la bolsa de la compra encima del banco de la cocina y saca el móvil del bolso y hace una llamada.

-Hola, Teresa, esto es muy duro y te lo tengo que contar, porque sé que lo que te cuente a ti de ti no sale ni aunque te maten.

¿A qué es horrible? Hasta parece cosa de un crimen. ¡Por Dios! ¡Qué angustias debe de pasar la pobre Angustias!-

-Tienes razón, Juana, una familia así… Da escalofríos solo de pensarlo. Lo que me has contado es siniestro. ¡Terrible! Pero no te preocupes que de mí no sale ni mu. ¡Faltaría más! Un secreto es un secreto. Puedes quedarte tranquila.

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Teresa estaba impaciente por reunirse con Matilde y Pura a las cuatro y medía de la tarde donde habían quedado para tomar un café.

Estaba segura de que cuando le contase el chisme de Juana, no iría más allá de sus dos amigas.

Jamás dirían nada aunque las matasen…

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Lo que no sabían ninguna de ellas es que Angustias las estaba utilizando para que todo el mundo murmurase de la familia de su marido. Necesitaba cobrarse las malas pasadas y los desprecios de los que era objeto.

SILVIA RAFI GRACIA

ESPERÁNDOTE SIN SABER…

Estoy aquí en la esquina. Me dijo que me esperara aquí y yo obedezco..Hace un rato que se fué. Quizás haya ido a buscar el coche para pasar por aquí a recogerme.

Quizás cree que sufro de agotamiento porque dos travesías más abajo me estiré a ras del suelo ya que, habiendo tropezado con una piedra y con tan mala suerte que una uña de mi pie se regiró…. claro, me cuesta caminar, voy ranqueando. Pero a mí no me importa. A mí, aunque es cierto que desde hace un tiempo me canso cada vez más, me entusiasma pasear a su lado, sobretodo cuando no tiene prisa y me permite husmear por todos los rincones que me plazca.

Esta mañana le oí alzar mucho la voz con un humano que vive por enfrente de nuestra casa.. No sé que ocurría pero sus tonos de voz eran de enfado. No pude reconocer ninguna palabra, porque decía tantas…, y entre ellas no mencionaba ni comida, ni galletita, ni collar, ni paseo…Pero tampoco bolita, ni Brisa, así que me tranquilizó saber que, si no me mencionaban, yo no era causa de ese enfado.

Yo me retiré allá a la esquina donde tengo mi aposento particular. Carol me lo preparó con mucho cariño, en una esquina del salón; es muy confortable y algunos ratos lo voy utilizando; pero a mí, donde más me gusta estar es a su lado, muy cerca de su cuerpo. Durante el día en nuestro aposento de día y a la hora de dormir, en nuestro lecho de noche. Son ambos muchísimo más grandes que el que preparó sólo para mí..

En éste, el que preparó para mí, no cabríamos ambas a la vez; y es por eso, creo, que ella nunca se pone allí. Porque ¿ para qué iba a recostarse en un lugar donde no podamos caber las dos juntas?

En cambio en aquel fabuloso lecho por el que sentimos preferencia para dormir, aún nos sobra espacio. A mí me gusta arrimar mi cabeza sobre su lomo; o sobre su vientre cuando duerme patas arriba. Cuando duerme así, patas arriba, y lo hace a menudo, es que confía mucho en mí. Y es evidente que sólo quiere dormir allí, en el lecho grande, porque en los otros no cabríamos las dos juntas.

No hay por casa ningún lecho donde sólo pueda caber ella y yo no; aunque hay un lugar de la casa donde nunca puedo entrar porque la puerta siempre está cerrada; y últimamente, cuando viene Martí, se van los dos allí, tras la puerta, y la cierran. Pero no me importa, ya que yo tengo tres cómodos lugares donde dormitar; y también me gusta algunos ratos estar sola; además dispongo de objetos con los que Carol me permite jugar; y un recipiente con agua y otro con comida ( pienso para perros, he aprendido que le llaman los humanos) siempre a mi disposición. Y con saber que Carol está allí y que en un momento u otro saldrá de la habitación con Martí y estaremos juntas, yo ya me siento tranquila.

Martí es un humano amigo de Carol que últimamente viene a casa muy a menudo. Me cae bien; también le gusta acariciarme mientras apoyo mi cabeza sobre su cuerpo. Y me habla y me llama por mi nombre cariñosamente y me ofrece sabrosas galletitas, que, dice, saben a jamón. Me gustan las ondas que recibo de él. Y no me importa compartir con él

a Carol. Al contrario, me gusta, porque siento a Carol más alegre cuando él está con nosotras.

Y esta mañana , cuando ella y el vecino vociferaban, preferí irme a mi aposento de la esquina del salón, porque sabiendo que entre ellos no iban a hacerse ningún

daño, pues hace ya mucho que se conocen y se llevan bien, se ayudan… . pensé que quizás ni siquiera estaban enfadados entre ellos, sinó que su enojo era con alguien que no estaba allí.

Y, como esas voces alteradas me estaban molestando demasiado, decidí colocarme en aquella esquina, donde los podía seguir viendo pero sus voces sólo me llegaban a modo de rumor, bajo una música que hacía rato ya que sonaba por la habitación y que me gustaba escuchar.

A la tarde percibí cierta inquietud de su parte cuando me colocaba el collar para salir; y, durante el día, no me ha hablado tanto como lo hace otras veces. No sé si su actitud tenía algo que ver con la conversación que mantuvieron ella y el vecino o si el motivo era otro. Pero yo la sentía como distraída, o absorta en alguna preocupación, como distante .. Yo conozco muy bien a mi Carol, percibo sus emociones, sus estados de ánimo, aunque yo no sepa expresar con mi lenguaje lo que sé que ella siente.

No sé si ese estado de ánimo que he percibido durante el día puede tener relación con que ahora me haya dejado aquí, en esta esquina.

Intento asomar la cabeza hacia la otra calle contígua, para ver si la veo, pero no me alcanza la longitud de la correa; ya que la trabó. Por aquí, hasta este lado de la esquina, apenas pasan nunca coches; y humanos a pie sólo de tanto en tanto, algunos de ellos acompañando a amigos míos del vecindario, entre los que nos reconocemos y comunicamos todos aún sin alcanzar a vernos. A veces coincidimos aquí, cada uno con su correa sujeta a alguno de estos colgajos redondos que cuelgan de la pared, cuando nuestros humanos nos dicen que esperemos, que vuelven enseguida y luego se van.

Y mientras les esperamos nos hacemos compañía y nos explicamos nuestras vivencias.

Pero hoy no hay nadie. Estoy aquí muy sola.

Mi única compañía ahora mismo es el rumor del oleaje del mar; y me hace recordar cómo hace un rato hemos estado corriendo por la arena. Ha sido muy divertido. Aunque Carol a ratos parecía algo despistada.

Si me acerco más al otro lado de la esquina, aunque la correa no me da para girar la cabeza y poder mirar, oigo rumores de gente hablando, porque sé por otras veces que por ese lado hay bastantes humanos que entran y salen de portales, algunos cargados de bultos.

Y me llegan olores muy estimulantes de las bolsas que cuelgan de sus brazos y quisiera acercar mi hocico y mordisquearlas cuando pasan ante mí; pero sé que no puedo hacerlo, no solo porque la correa no me lo permite, sinó porque es un pacto

ya casi ancestral que hicimos con los humanos.

A Carol le llaman siempre Carol. Yo también le llamo así, en mis adentros, aunque no se note. En cambio ella se dirige a mí con nombres diversos, a veces bolita, otras pequeñita, gremlin, peluche, cariñita…, que

ahora mismo recuerde; pero cuando quiere que acuda a su llamada, o que le atienda, entonces inefablemente se dirije a mí llamándome Brisa. Y también es con este nombre con el que me presenta a la gente.

Y todos los otros humanos que me conocen se dirigen también a mí llamándome Brisa. Me gusta la voz de Carol cuando me llama Brisa; aunque también me gustan esos otros nombres que utiliza a veces mientras me hace arrumacos con ese bello tono de voz.

Siempre utilizan palabras para todo, ellos, los humanos. No saben comunicarse como nosotros.

También siento el rumor del viento moviendo las hojas.y el de cómo rozan entre ellas.

Y ahora el de… , era, creo, un moscardón, pero me lo acabo de comer.

También, aquí esperando en la esquina, siento rumores de vehículos que circulan por las calles donde no está prohibido.

y unos cuantos de ellos los reconozco porque pertenecen a algunos humanos del vecindario. Pero ninguno de los que oigo ahora es el nuestro, el de Carol..

¿No está hoy tardando mucho?

La verdad es que me duele bastante el dedo, esa uña regirada…y mi espalda también desde hace un tiempo. Y mi Carol se preocupa mucho cuando ve que me duele la espalda y yo intento disimularlo. Pero la verdad es que caminar ahora más no me apetece, aunque tampoco estar aquí quieta mucho rato sin poder ver por dónde anda mi Carol.. No me gusta que se aleje mucho rato de mí. Estoy deseando que aparezca doblando la esquina con una de mis galletitas preferidas y que acurrucándose acerque a

mí su hocico para poder lamerlo y mordisquearlo suave y flojito y así decirle cuánto la quiero.

El hocico de los humanos es un poco raro pero a mi me gusta mucho el del mío, aunque no sé porqué nunca me lame (hay que tener paciencia y aceptar sus extrañas costumbres..)

Hay una palabra que estos días repiten mucho los humanos.

En mis años de vida la he oído ya unas cuantas veces. Y no sé aún muy bien si tiene relación con el frío, o con los encuentros entre muchos humanos, o con grandes comilonas y paquetes enlazados…,

Siento en las calles vibraciones en el aire, ondas que llegan hasta mí en forma de emociones muy diversas y entremezcladas; de pletórica alegría, sorpresividad, ilusión, melancolía, añoranza, nostalgia, tristeza, inquietud, dolor, ansiedad.

frustración, ., y mi estado de ánimo va cambiando y se va alterando.

No me gusta andar esos días por estas calles tan repletas que hay al otro lado de la esquina. Y no me gusta que mi Carol esté mucho rato por allí

¿Qué ocurre? En la esquina de enfrente hay un humano muy extraño!! Grita con una voz grave y profunda que resuena, y entre otras repite esa palabra que estos días todos mencionan. Y hace con su boca un ruido extraño, como si fuese una risa pero que no lo es de verdad. Tiene una gran panza y lleva un saco lleno de bultos. Tiene pelos blancos bajo su hocico de humano, muy largos, y lleva unos instrumentos colgados del brazo que van también resonando.

¡¡Tengo miedo!! ¿Dónde está mi Carol??.

Me ha mirado.Pero yo he girado la cabeza para que no crea que le he visto.

Ahora se le acercan dos cachorros riendo de verdad y le agarran cada uno por una pierna. Y él se agacha.para mirarles sus caras, tanto que se cae de espaldas y los dos cachorros sobre él.

Yo grito, avisando, con todas mis fuerzas ¿Qué más puedo hacer?.

Unos cuantos humanos adultos les han rodeado casi al instante y ya no puedo verles. Pero sí les oigo reir. Los dos cachorros siguen riendo muy fuerte; y también el humano extraño, pero ahora con una risa que sí es risa.

Tan distraída como estaba y con tantos ruidos a mi alrededor no he oído llegar a Carol que acaba de doblar la esquina. Viene con Martí. Y Martí va empujando un artefacto que nunca antes había visto. Tiene ruedas y una apariencia que no sé reconocer.

De repente, Carol me ha tomado en brazos y me ha colocado dentro de aquel artefacto.

Hay muchos cojines aquí dentro, grandes y pequeños; y la verdad es que me siento muy cómoda

Me ha parecido entender que le explicaba a Martí por dónde llegar al veterinario (esa palabra, tras tantos años, sí que la reconozco), para reparar mi dedo..

Y que luego daríamos un largo paseo los tres; yo en el artefacto y Carol y Martí a pie

Me han dado cada uno una galletita, una con un irresistible olor a chocolate y otra a queso Y luego Àlex, el veterinario, una con sabor a jamón tras curar mi dedo. Al despedirse, por cierto, los tres han mencionado la palabra ésa que…

Me impresiona mucho ir a ver a Àlex. Siento gran temor y mi cuerpo tiembla al ver la puerta; pero luego siempre me trata muy bien.

Hace un día soleado, me siento muy bien y puedo oler y escuchar todo lo que hay a mi alrededor mientras voy estirada tan cómodamente en estos esponjosos y suaves cojines.

Cuánto te quiero, Carol.!!

Pienso, la miro, me acaricia.

Mi querido humano faldero !!

FERNANDO LÓPZ AGUILERA

Los tres filtros del guerrero.

Un joven soldado fue a visitar a su viejo y querido padre. Tenía que enrolarse en la tercera legión del imperio de Roma que le conducía ante su primera guerra que enfrentar como soldado.

Aquel anciano ya lo esperaba en su humilde salón junto al fuego encendido.

– Hola padre vengo a despedirme. – Le dijo el joven muchacho con tono firme.

– Bien hijo, te agradezco tu visita. – Le replicó el anciano con cariño en su tono de voz. – Veo que ya estas listo. Vas hecho todo un guerrero.

– Como sabe padre el rival que nos aguarda es duro y fiero según cuentan sobre él.

– Antes de partir me gustaría que me dijeras si han pasado por los tres filtros del guerrero tu armadura y tu espada. – Continuó el padre con templanza en su voz.

– No padre, desconozco de lo que me habla. – Dijo extrañado el joven.

– Pues bien, comencemos. – El padre se levantó de aquella modesta silla de mimbre y alcanzó con su mano el vigoroso hombro de su hijo. – ¿Sabes con certeza, sin titubear lo más mínimo, de donde procede la armadura y el casco que te van a proteger?

– Si padre. La lleva haciendo durante semanas, en su taller, el herrero de nuestro pueblo. Es más, cada día pasaba para ver el progreso de la misma. Yo mismo doy fe de que la armadura que llevo puesta proviene de buenas manos.

– De acuerdo entonces hijo. Paso el filtro de la confianza.

– Mírate, me siento orgulloso de ti. ¿Me puedes decir con que vas a enfrentar el desafío que la vida te pone delante, que es lo más útil de cuánto llevas? – Continuó, preguntando el anciano.

– Padre, con esta espada defenderé nuestra patria con mi propia vida si fuera necesario. – Le respondió con valentía el joven.

– Error hijo mío. No es la espada lo más útil que llevas. Sino el tiempo de entrenamiento que le llevas dedicando al arte de la guerra. Recuerda que no es el metal el que hiere sino la mano que lo empuña.

– Ya para concluir, ¿Crees que lo que haces es bueno para ti? – Dejó la última pregunta el hombre en el aire mientras buscaba de nuevo descanso en la silla.

– Es bueno para mí y para Roma padre. – Tardó en responder el muchacho dudando de recibir la aprobación de su padre a la respuesta.

– Tienes razón en una cosa hijo, es bueno para Roma. El pueblo necesita sentir que su nación es grande. Pero no es bueno para ti enfrentarte a muerte a seres semejantes a ti. Así que honra con una rodilla al suelo cada vez que un guerrero caiga bajo tu espada. Le terminó dando el consejo a su amado hijo, tras concluir las tres cuestiones. – los ojos del viejo hombre se comenzaron a poner vidriosos. – Ahora ve y cumple con tu deber según te dicte tu conciencia.

Tras contarle la vieja historia a mi hijo adolescente. Quien había escuchado rumores en la esquina del patio del colegio sobre él, nos fundimos en un abrazo que me agradeció diciendo: “Gracias por haberme construido la mejor armadura para afrontar la batalla de la vida. Papá”

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

Al fin había regresado después de 15 años al pueblo donde nací.

Ahí crecí y se fueron incrustando tantos sueños y deseos en mi mente.

Me entero que aun viven varias personas, compañeros de antaño y, decido visitarlos; también quiero ir a esa esquina donde se encontraban el café donde mi madre iba a conversar con sus amigas y los hijos jugábamos al lado

Nuchos recuerdos al azar.

He visitado ya a cuatro amigos se les ve felices y les pregunto si volvieron alguna vez a la esquina donde jugábamos o quizá ahora a tomar algún café donde se reunían nuestras madres.

Gran sorpresa fue que me dijeron diferentes versiones de algo que había ocurrido en esa esquina y que la gente había dejado de ir al café y a los juegos, por lo tanto habían tenido que cerrar, mucha gente ya no quería pasar por ahí; tenían miedo de que algo les pudiera ocurrir.yo no se que pensar, si realmente había pasado algo tan grave para que nadie quisiera pasar por ese lugar. Y Como, en ocasiones los rumores ciertos o falsos pueden cambiar la vida de muchas personas.

MAITE BILBAO

SUSURROS

En una esquina cualquiera de la calle Mayor de un pueblo comenzó un rumor. «Shhh … ¿has oído?». Un susurro, como el roce de una mariposa, emergió del aire. Así la palabra «monstruo» anido en el oído de un vecino, y el miedo surgió.

¡Ay! —gritó desmesurado, abriendo los ojos. La palabra, fue descendiendo por la calle, rebotando contra las paredes de piedra como una pelota traviesa. «¡Ah ¡Ah!» gesticulaban los vecinos, a medida que el rumor ganaba en intensidad.

La noticia, como un virus, se iba extendiendo por el pueblo. «¡BUM!», la plaza estallaba. «¡CRASH!», rompía las ventanas de la iglesia, el terror se difundía en la oscuridad de la noche. El monstruo, que comenzó como lluvia, se transformó en tormenta. Que calaba en la mente de los habitantes, tomando la forma de pesadilla.

Las casas, antes mudas, pasaron a hablar entre ellas, contando su secreto oscuro. Los árboles, extendían las ramas, que como garras, señalaban hacia el bosque, el lugar donde, según decían, acechaba la aflicción. Los niños, en la plaza, dejaron de jugar, el temor silenció a sus risas. «¿Qué pasa?», preguntó uno, pálido. «¡Monstruo! ¡Monstruo!», contestó el otro, con los ojos abiertos, como platos.

El rumor, como avalancha incontrolada, aniquiló la tranquilidad del pueblo. «¡BUM! ¡CRASH! ¡AAAAH!». El repique de las campanas de la iglesia, que antes se oían dulces melodías, ahora resonaban como un canto fúnebre.

El monstruo, en total plenitud, irrumpió con toda su garra por los recintos de la mente, tomando formas diversas: Unos lo imaginaban como una bestia peluda y unos colmillos afilados, y otros lo representaban con unos ojos brillando en la oscuridad. La plaza se había convertido en un estadio de miedo y de desconfianza plena. Las puertas y las ventanas se cerraron. Los habitantes temblaban en sus casas asomando por las cortinas, el temor les atrapaba. La criatura se nutria del miedo, ahora pánico, aumentando de tamaño.

Hasta que un niño, con ojos valientes y voz firme, rompió el hechizo. Se acercó al bosque . «¡Aquí no hay ningún monstruo!», gritó, su voz, como un eco, se extendió «¡No tenemos miedo!» Otros niños se unieron a él, sus voces pequeñas formaban un coro de fuerza.

Los adultos, al ver la valentía de los niños, empezaron a dudar. Abrieron los postigos, salieron a la calle, y poco a poco, el miedo comenzó a disiparse como la niebla ante el sol. El rumor, como una bola de nieve, comenzó a derretirse, y en el suelo se formó una palabra: “Verdad”.

El viento susurró entre las hojas de los árboles, llevando consigo un eco lejano: «Shhh…».

El río, que antes murmuraba canciones, ahora parecía contener la respiración. Tal vez a la espera de otro susurro.

ARCADIO MALLO

LOS RUMORES DE AQUELLA ESQUINA

Los rumores de aquella esquina nunca fueron ciertos. Esta vez no podía ser distinto. ¡Esta vez no! Esta vez debían ser mentira. ¡Por Dios que lo fuesen!

Como de costumbre alguien soltó la noticia, a primera hora de la tarde. Corrió como la pólvora, como era habitual. El pueblo era pequeño, todos se conocían. Ese hecho hacía el efecto de la gasolina en un fuego.

Nunca he participado en ese ir y venir de información no contrastada, en ese juego de suposiciones teóricas que buscaban justificar o, en el mejor de los casos, explicar el origen del rumor en sí. Pero siempre estaba al tanto, sobre todo en verano, cuando la ventana está abierta todo el día y buena parte de la noche. Justo debajo está el enlace tres de la cadena y, ahí, todavía la información está poco tergiversada.

Pero el rumor de hoy me ha superado. Y se ha detenido aquí, en el punto tres. Oigo mucho alboroto. Dicen que he muerto y que no localizan a nadie con la llave de mi puerta. Han llamado a los bomberos o no sé qué. Si no fuera porque no participo en sus ir y venir, me levantaría a la ventana y se les diría algo.

Hace rato los bomberos derribaron la puerta. Hay gente haciendo fotos y recogiendo cosas. En la puerta esperan dos tipos con un cajón. Apenas puedo verlos a través de la sábana que me echaron encima.

Los rumores de aquella esquina nunca fueron ciertos. Pero esta vez… ¡Maldita sea! ¡Esta vez tampoco debían serlo!

MARÍA GALERNA

Murmuraciones

Las cotillas murmuran. Critican. Dicen que te maté y solo porque no te ven.

Acusan, acosan.

«Ahora sí les daré de qué hablar». Y sonrío mientras coloco tu calavera en el alféizar de la ventana.

ANGY DEL TORO

LA ENGAÑADORA

Las historias de mi abuela hoy vienen a mi memoria. Ella, quien evocaba de serena su llamada juventud, un día, al pasar por aquella esquina, habló: «No piensen que, solo por mi senectud, habría de platicar de más sobre lo que ya no es necesario. Es mejor sigan pensando que jamás fueron ciertos, los rumores de aquella esquina.»

En las noches de luna llena, cuando el viento, entre los árboles susurraba, mi abuela solía contar historias del pasado, de amores perdidos y secretos guardados. Con voz suave y ojillos languidecientes, que nos parecían brillaban como las estrellas, mi abuela nos transportaba a un mundo de misterio y magia, donde aquella esquina tenía sus propios cuentos, y cada rumor, un grano de veracidad y otros tantos de imaginación.

«Ah, pero no se dejen engañar,» decía con una sonrisa traviesa, «esa esquina no solo guarda secretos de amores inocentes. Hubo noches en que los susurros del viento traían consigo promesas rotas y pactos clandestinos. ¿Quién sabe? Si le preguntaras al abuelo diría que, hasta yo misma fui protagonista de alguna de esas travesuras que aún se murmuran entre los portales.»

Y así, con cada historia, ella nos recordaba que en los rincones más inesperados de la memoria y en los susurros del viento, las verdades y los mitos que moldean nuestras vidas se esconden. Porque, al final, decía mi abuela, somos las historias que contamos y los recuerdos que escuchamos.

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11 comentarios en «Los rumores de aquella esquina»

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