La razón de vivir – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la razón de vivir». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 20 de diciembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Buscando el sentido de la vida, atravesando por franjas de tristeza y melancolía diluida. La razón de vivir azota al corazón y cada uno de sus latidos en una eterna madrugada esperando el efímero alba, en un sentimiento sempiterno apuntando a lo eterno del olvido.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

La razón de vivir,es lo más hermoso que tenemos,por ello amigos y compañeros de Escritura creativa Cuatro Hojas – Editorial , os cuento…

Mis padres, mi casa mi familia y mis recuerdos los tengo presentes.

Fui una niña feliz, ese sentir me ha acompañado a lo largo de mi cerca de 80 años que si Dios quiere el próximo año cumpliré.

La razón de mi vivir estaba en el ambiente de mi hogar, sin radio sin música ya que mis padres escaseaban de ese privilegio.

Paro al llegar la Navidad mi padre cada año para mi hermano

seis años más pequeño que yo y desde luego para mí nos hacía una zambomba. Mi madre llevaba días curtiendo aquella piel de conejo para que el sonido del artilugio sonará. Bom, Bom, Bom…Aquella mano grande trabajada y llena de arrugas de mi padre, el mismo, se echaba en ella una escupiñata con la intención de suavizar la calla de la zambomba.

Por otro lado, mi madre la noche buena solía hacer buñuelos e higos albardaos. El buen aceite de la cosecha y el fuego de la chimenea daban a la cocina el olor exquisito de la fritura y el resplandor en las paredes igual o el mejor alumbrado de hoy de la más bella ciudad de España.

Termino deseando a todos Feliz Navidad pues mi razón de vivir están grandes que agotaría con mis recuerdos todo papel blanco hallado…

ANA MARIA BA

El Universo es un libro abierto

De cuentos, leyendas y vivencias

con letras doradas

y un silbado muerto

de los que ansían renacer.

La vida les atrae,

buscan a sus seres queridos;

razón para vivir

y revivir.

Un bucle temporal

– la manzana de la discordia-,

un camino engañoso,

una efímera forma corporal

que vuelve a la vida;

un billete solo de ida,

un sentir que engancha

– vivir y revivir-

mas no morir …

FRANCISCA ESCOBERO

Antecedentes: La inspectora Duarte y su equipo tienen un reto, encontrar a quien parece ejecutar una posible venganza. Una superviviente narra lo que nunca debería pasar. Ahora llega el momento de buscar razones…

Título: Un analista de datos y un administrativo.

Sus ojos siempre habían sido nítidos, transparentes. Un inmenso mar azul verdoso, donde ella encontraba todas las razones para amar. Ahora, un cambio sutil había modificado el fondo del mar, haciendo de su mirada un lugar insondable.

Jamás le iba a reprochar los motivos.

Sabía que ella sentía la culpa como un látigo al despertar cada mañana. Y aunque no la tenía, la culpa es un extraño ente que se enreda entre las neuronas, alojándose en un rincón de la mente para obligarte a decidir. Ella se decantó por convertirla en ira, rabia sin control y quizás, desmedida. Su silencio, además, alentaba la culpa de su pareja, pero había perdido las palabras. Así que la culpa la hizo crecer y le dió fuerza.

Una fuerza que nace de la raíz, del origen de nuestra naturaleza humana, donde no existe la ética ni la moral, tan solo la defensa a ultranza de lo que tienes, lo que amas.

Aquella llamada del hospital, la madrugada del sábado de la cena de empresa, transformó a su pareja y el verde azulado de sus ojos pasó a un gris verdoso, intenso y frío. Solo lo apreciaba ella, que tantas veces había naufragado en sus silencios y buscado en el fondo de su mirada, el faro que te marca el camino. Esos ojos eran su constante, su norte y la estrella polar.

Detrás de sus ojos, una mente perspicaz, audaz. Una inteligencia tan competente que se ocultaba en normalidad para no llamar la atención.

Supo que nada más verla en el hospital había empezado a conformar un plan, su faro se hizo más intenso para que no se perdiera en la oscuridad. «Paso a paso mi amor, paso a paso»—recordaba esas palabras. Sabía que si alguien podría salvarla del abismo, sería ella. Y aunque fuera extraño de comprender, cada paso que comenzaba a dar, se convertía en una razón para vivir.

Una vez en casa de vuelta del hospital, tras no haber sido capaz de articular palabra y dejar a la policía sin las primeras pesquisas de la que tirar que buscarán culpables, hubo una conversación entre las dos que cambiaría sus vidas.

Bajo el edredón que ya no abrigaba el frío del alma, su pareja le susurró al oído una promesa: Tocar lo que más amaba tendría sus consecuencias. Haber osado dañarla, no quedaría impune. La justicia aplicaría sus reglas y esas eran insignificantes. Ya me conoces, nada que no sea bien planificado y con cabeza. Si quieres que me detenga, lo haré. Sí me hablas y me ayudas a saber, caminaré con ellos por las puertas del infierno, para que vean que hubieran estado mejor dentro.

Así fue como rompió el nudo que amarraba su garganta y entre sus brazos mecida por el amor, le contó todo lo que recordaba. Cada detalle escabroso, desde la cena hasta la discoteca. El extraño mareo, la insistencia de su joven jefe en que permaneciera en la fiesta. Las caras, todas y cada una se habían quedado grabadas. Sus nombres, donde trabajan en su empresa. Un conocido. Tras soltar el lastre que se no la dejaba tragar, se quedó dormida.

Al despertar arrastró las ganas de vivir hasta el salón. Sobre la mesa había fotos, anotaciones de lugares, personas que conocía y otras que no, horas y fechas. En definitiva datos de redes sociales que tanto decían de los que no se guardaban nada. Una análisis exahustivo de la vida de varias personas. Miró las fotos una a una y mientras sujetaba su abdomen mancillado por aquellas bestias, observó como su pareja recogía todo y le pedía solo una cosa, que aguantara.

Fue la segunda vez que vió cambiar el color de los ojos de su pareja. De nuevo su silencio se hizo cómplice del plan. No iba a disuadirla. No tenía fuerzas para intentarlo y en el fondo lo deseaba.

Pasaron el día juntas en casa y al caer la tarde, se volvió a quedar dormida en el sofá, el sonido de la tele ayudaba a acallar los ruidos de la memoria.

Ya había amanecido cuando recibió el beso que traía la confirmación de la noticia. Ya había sucedido. Sin vuelta atrás. Las noticias de la televisión, la foto de carnet que los medios habían difundido le confirmaban que Carlos, un analista de datos que se marchó de su empresa hace un año y Julio, el administrativo que sujetaba la puerta del baño, ya no volverían a robar a ninguna chica las ganas de vivir.

A la par que una lágrima recorría su mejilla un pequeño brillo surgió en color avellana de sus ojos. Su pareja la sujetó en el sofá y le susurró:

—¿Quieres saber?

Ella asintió con la cabeza y escuchó, sin perder detalle y entre la mezcla emocional del daño y la satisfacción.

—Nunca infravalores a una mujer que te invita a una copa, nunca menosprecies a las que defendemos lo que amamos. ¿Os lo pasasteis bien el viernes pasado? Saludar al diablo de mi parte, no creo que para vosotros tenga espacio— ha sido lo último que han escuchado.

Lo tenía todo planeado, sabía donde iban a estar, cuáles eran sus gustos. Novias anteriores, discotecas que frecuentaban, rutinas, horarios, gimnasios. Todo. Esos chicos no se guardaban nada. Solo he tenido que indagar en sus redes, amistades, estados. Determinar donde estarían hoy ha sido cuestión de investigación y confiar en que una manada se desplaza para asegurar territorios.

Pero ninguno esperaba una presa nueva en sus dominios.

Tranquila, no te asustes, estoy a salvo. Le dijo cuando la preocupación se dibujaba en su cara, no hay nada en el piso, ni me podrán identificar. No encontrarán rastros biológicos de mí. Tampoco la ropa ni la peluca que llevaba. No hay rastro de tarjetas ni compras que seguir. No me detectarán por las cámaras. ¡Tú y yo siempre estuvimos aquí! El camello que me ha pasado el GHB más puro del mercado tampoco hablará y solo ha sido necesaria una insinuacion. ¡Necios! les he enseñado lo que tenía en la mano, como buenos usuarios sabían lo que les ofrecía. Unas copas, unos bailes y una invitación al baño. Tampoco encontrarán rastro de la droga. Cuando quieran hacer la cromatografía de gases o la espectrometría de masas ya no estará el GHB y ellos tampoco, bueno ellos sí, desparramados en el cuarto de baño. Una fiesta que ha terminado mal.

Pagarán por el dolor. Por quitarte el brillo de tus ojos. Cada uno en su momento. Confía en mí.

Se acurrucó entre sus brazos y lloró en silencio. Porque tras escucharla, aunque fuera irracional, se iluminó en su corazón la primera razón para intentar seguir adelante y en el gris verdoso de los ojos de su chica estaban el resto de las razones para vivir. Las suyas, pero razones.

DAVID MERLÁN

(Un homenaje a Marco Aurelio (Emperador Romano. 121-180 y a sus Meditaciones)

****

Cada vida, como el vuelo de un gorrión, es frágil y breve. No busques sentido en grandes ilusiones, pues la existencia se sostiene en lo pequeño: un acto de compasión, un instante de belleza.

¿Por qué vivir? ¿Cuál es la verdadera razón de vivir? No sé vive para conquistar el mundo, sino para sostener lo que amas, lo cercano, aunque sea tan ligero como un ave, como un gorrión.

La vida no exige más de ti que presencia y cuidado. Recuerda: es en el momento humilde, cuando estamos con nosotros mismos, donde reside la verdadera grandeza y la verdadera humildad del ser humano.

Vive como un gorrión, atento a los detalles, confiado en el aire que sostiene tus alas y…vuela, vuela alto.

FIN

RAQUEL LÓPEZ

Son muchos los momentos que te planteas que hacer con tu vida y el sentido o la razón que le queremos dar. Pero todo depende de nosotros mismos. Vivimos tan rápidos que a veces andamos un poco perdidos y hay veces que nuestra vida se encuentra un poco vacía.

Solo podemos buscar en nuestro interior y abrirnos al mundo con una motivación, dando sentido a nuestras adversidades y circunstancias tan dispares y sobre todo quererse a si mismo.

Porque la razón de vivir es….

No querer vivir con tristeza

mientras mi vida se vacía

no vivir siempre con la angustia,

de no haber disfrutado de la vida.

No querer sentirme cansado

callarme, ante las injusticias

sin enfrentarme a mis miedos

mis fantasías y miserias.

Por eso elegí mil cosas

que darían sentido a mi vida

la esperanza para agarrarla

cuando siempre te lastima.

Decorarla con sueños y amarla

aunque a veces te brinde sus espinas

aferrándote a la luz de la esperanza

y adornándola con una sonrisa.

SUSANA NÉRIDA

Psicóloga: ¿por qué te has intentado suicidar?

Trastornada cualquiera: porque era ir contra todos o ir contra mí. No podía más.

Psicóloga: es preferible que sean todos, ¿no?

Trastornada: no tengo tanta fuerza para abordar tantos frentes a la vez.

Psicóloga: cuéntame, te escucho.

Trastornada: Con la excusa que era rebelde, me han pegado, me han gritado, me han llamado de todo… si les tengo que pedir ayuda, me lo echan en cara… la última vez, me dijeron que era como mi tío rafa (para ellos, un vividor y aprovechado)… ahora la tienen tomada contigo y te hacen lo mismo. Me han hechado de casa una y otra vez y cuando no, me he ido yo, prefiriendo dormir en la calle que aguantarlos.

¿Y qué pasa con todo esto?

Pues que, para mis hermanos: mi padre y yo nos pegábamos y era culpa mía que me pegase porque «algo habrá hecho», «habrá empezado ella», no me dejaban hacer nada porque «eras una inmadura», me llamaban de todo «porque lo merecía, porque era rebelde» y así.

Me iba de casa porque «cada vez que conoce a un hombre, se esfuma». La última pareja que tuve antes que la actual, salió llorando por mi padre…

Y cuando empecé con estrés postraumático, que les empecé a echar en cara todo: era una maltratadora.

No puedo tener crisis de salud mental porque «esta es tu naturaleza y no has aprendido nada acudiendo a salud mental», no puedo «darme el lujo» de estar mal o de decir qué cosas me molestan.

Si les hago el modo espejo y repito sus actitudes: ¿desde cuándo eres así?

Si me distancio: dependencia emocional.

Mi hermano: «me duelen los líos familiares». Más me duele a mí vivirlos.

Y si no voy en navidad: es que «hay una silla vacía».

Que «te queremos ayudar», pero te cargamos con más. Que empezamos a hablar y entre medias, te soltamos dos o tres de nuestros juicios con información soslayada y dando por hecho las cosas.

Por no entrar en lo que hay entre mi pareja actual y mi familia porque no quiere que hable más de ello, porque no va a llegar a nada, pero también hay bastante que rascar ahí.

Y que no tengo ganas de pasar tiempo con mi hermana, porque ha sido la gota que ha derramado el vaso. Porque por lo menos mis padres, aunque no pidan perdón, hacen esfuerzos por mejorar cada día y tener esa relación que no hemos tenido nunca o por lo menos yo no he dejado que pasen mis muros.

Pero claro: «en persona te oigo poco, por teléfono nada y por escrito entiendo el tono y el gesto como quiero». Y un desahogo se convierte en un ataque.

Y de poco sirven los viajes, los regalos de cosas que ni me gustan la mayoría de las veces, ni otras violencias, de las que ahora hablaré, en un intento de no amargarme por todo esto y que, como dices, buscar el lado bueno de ello.

Y ni siquiera puedo decirles las cosas, porque mi madre no oye, se ha quedado sorda. Y si se lo mando por WhatsApp, sólo ve ataques y corre a quejarse a salud mental…

Y si tengo psicosis, lo único evidente para ellos: «te veo un ratito y que te aguante la persona que a diario machaco». Y sino, «paso de ti, como siempre» en el caso de mis hermanos.

Y si nos reunimos todos en la mesa: que si el trabajo de mis hermanos y la novia de mi hermano, que si los viajes y a casa de nuevo. Y que no hables de perros que le va a doler, que se acaba de morir el suyo. A ver si la misma delicadeza se aplica a todos y a todo.

Sin haber abierto la boca, más que para decirle a mi madre lo que no escucha, para que por lo menos ella pueda estar en la conversación.

Vaya mierda todo. Y lo peor es que, aún así, los tenía idealizados a todos.

Y estas carencias me ha llevado a arrimarme a cualquiera. he sufrido todo tipo de abusos, maltratos y vejaciones.

¿Y dónde buscas refugio? Si son todos iguales.

Cuando empecé con psicosis, me obligaron a elegir entre ir con un chico que acababa de conocer o mis padres. Dije que con ninguno, que me quería ir a donde yo vivía, porque sabía lo que había. En dos días iban a estar otra vez igual.

Me espetó la psiquiatra que me tenía que dejar cuidar, que ahora estaba delicada. Como si alguno de ellos me supiera cuidar, sin imponer y violentar las situaciones hasta que se explota. Me fui, en contra de mi voluntad, a sabiendas de lo que iba a acontecer a continuación.

Las amistades vienen y van. Rara vez traspasan esos muros. Rara vez me siento cómoda. ¿No hay ningún ser normal en este plano?

Me siento sola. Siempre ha sido así. No encajo en ningún lado y no dejan de decir que la culpa es mía, pero no miran las actitudes que me llevan a estos puntos.

¿Para qué seguir en este mundo?

Me he intentado suicidar, porque eran ellos o yo. Y no voy a coger la ametralladora para ir haciendo justicia y que salgan 1.000 más como setas.

Y no me violentéis vosotros más diciendo que necesito un antidepresivo, la pastillita mágica que «soluciona todos los problemas».

Estoy cansada. Sólo quiero descansar en paz.

Dejarme todos en paz ya…

Psicóloga: tal vez, sólo necesites encontrar una razón para vivir. O quizá, esa razón, seas tú misma, apartando todo aquello que te impide lograr esa razón. Te dejo reflexionar esto y continuamos la semana que viene, que se ha hecho tarde.

Inspirado en hechos reales.

ARMANDO BARCELONA

LA FE MUEVE MONTAÑAS.

Se reúnen lunes, miércoles y viernes, de cinco a siete de la tarde, en la iglesia de Santa Fístula. Empezaron como un grupo de oración formado por Rosa, Amparo, Milagros y Cástula, pero trascendió el sentido de sus plegarias, funcionó el boca a boca y un poquito con cuenta gotas, pero fue creciendo la hermandad. Todas tienen una razón muy poderosa para seguir viviendo: aguantar lo que haga falta hasta quedarse viudas. En la parroquia se las conoce como las «¡¿Cuándo te lo llevarás, Señor?!», y van muy en serio.

Don Hilario, el párroco, por minimizar riesgos: «quién te dice a ti que no pillan un santo con mal día y la montan», decidió trasladar sus reuniones a una especie de trastero, en el que se guardan las tallas dadas de baja por ILT (Incapacidad Laboral Transitoria): un san Roque de mirada melancólica, al que le falta el perro; una santa Águeda con la bandeja vacía en las manos, que mira a las conspiradoras con gesto agrio, tal que si pensase; «¡Qué pasa, como si a vosotras no se os hubieran caído también las tetas, coño!», y un san Pedro sin llaves porque le han desmochado la mano derecha. Todos con problemas de salud gordos. «Bastante tienen ellos con lo suyo, como para hacer oídos a estas», se ve que pensó el cura.

En la sesión de hoy falta Rosa, que está en el hospital, porque han ingresado de urgencia a su Benito; noticia recibida por las demás con grandes muestras de alborozo. Completan la asamblea Milagros, Amparo, Cástula, Romualda, Eugenia, Nati, Mari Flor y Fermín, un señor bajito, con gafas y cara de conejo, que nunca dice esta boca es mía y, sin que nadie supiera los motivos, se acopló al colectivo después de la pandemia; pero como es calladito y no molesta, pues lo dejan estar.

—Parece que traes mala cara, Cástula. ¿Estás buena? ¡No me jodas que le han salido bien los análisis a Dalmacio! Hija, es que el tuyo es un castigo: no fuma, no bebe, va al gimnasio todos los días. ¡Jesús, qué cruz!

Se compadeció Milagros de su amiga, mientras se acercaba a la santa Águeda para hacerse con la botella de anís y servir una ronda de chupitos. A falta de otra cosa, utilizan la bandeja vacía de la santa como mesita auxiliar.

—Y que lo digas. Como un roble, está el cabrito —admitió Cástula—. Desde que se jubiló, mira, es algo superior a mí, no lo soporto. Ya no sé la de novenas que le tengo hechas a Santa Rita y nada, como el que oye llover. Será la patrona de los imposibles, pero lo que es conmigo se está luciendo. ¡¿Cuándo te lo llevarás, Señor?!

Se metió el chupito de anís de un trago, chascó la lengua y puso el vaso vacío al alcance de la botella, para que se lo rellenaran.

»Pero tienes razón. No estoy buena y es por mi José Mari —dijo a la vez que sacaba del bolso un consolador de respetables dimensiones—. Lleva unos meses como desganado, apático, sin alegría, y últimamente no me aguanta nada. Hace el amago, le entra, así, como un tembleque, y, oye, se acabó, no hay manera de que reaccione.

—Igualito, igualito que mi marido. A Sebastián le pasaba lo mismo; que yo recuerde, porque anda que no hace años —puso Romualda cara de hacer memoria.

Algunas se acercaron a echarle un vistazo a José Mari; hasta Fermín lo hizo —el señor bajito, con gafas y cara de conejo—, que con una evidente dilatación de las fosas nasales y arrugando el hociquillo, se puso a olisquear el artilugio.

—Este señor es muy raro, ¿no os parece? —murmuró Mari Flor poniendo cara de asco.

Todas asintieron en silencio y Fermín, percatado de la situación, volvió a su sitio con un trote corto, tomó asiento y se quedó muy quieto.

—Pues así, a simple vista, yo no le veo nada raro, a José Mari —le restó importancia Amparo—. ¿Cuánto hace que estáis juntos? No vaya a ser que se esté enfriando la pasión, que eso pasa; si lo sabremos todas.

Cástula miró al techo sacando cuentas, cerró el ojo izquierdo y tras unos segundos se rindió.

—Uf, no sabría decirte, mucho, desde antes de conocer a mi marido, figúrate. ¡Ay, no me agobies, Amparo! Mi razón de vivir es que se muera Dalmacio, igual que os pasa a vosotras con los vuestros, pero no hay manera, hija, y mi José Mari es la única alegría que me queda. Si me falla…

Amparo se vio asaeteada por las miradas reprobadoras del grupo.

—¡Hijas, yo era por decir algo, no me hagáis caso! Cástula, cariño, que será el estrés, ya se le pasará. ¿Lo has sacado a que le dé el aire? Bien hecho, no le vendrá mal. ¿Has probado a cambiarle las pilas?

—¿Te crees que soy mema? Claro que lleva pilas nuevas y de marca, que yo con este —acarició con mimo el mazacote de caucho—, no reparo en gastos. Lo llevo en el bolso porque luego me quiero acercar a los chinos, esos que tienen la tienda en la esquina; además de los bajos del pantalón, dicen que arreglan móviles y esas cosas, les diré que le echen un ojo, a ver si me lo apañan. ¡Quiera Dios! —volvió a guardarlo, a la vez que se enjugaba con el pañuelo una lagrimita furtiva.

Conmovidas, todas corrieron a abrazar a la amiga para transmitirle su solidaridad. Fermín, el señor bajito, con gafas y cara de conejo, hizo amago de unirse al grupo, pero se abstuvo prudentemente, ante las miradas asesinas que recibió.

—Oye, y con este que hacemos, parece la mascota del grupo —dijo Mari Flor, señalándolo con el mentón—, habrá que sacarlo a mear o algo.

—Toda la tarde ahí, como un pasmarote, dando por el saco, igual que los de casa —puso Nati cara de mala leche.

—Anda, que no es feo, el jodido —apostilló Romualda.

—Y, a fin de cuentas, es un tío —hizo notar Eugenia.

Se hizo un silencio denso, amenazador, todos los ojos se clavaron en el pobre Fermín, que parecía haber menguado de tamaño ostensiblemente. Milagros rellenó de anís las copitas de todas. Las chocaron entre ellas y se metieron el lingotazo de golpe.

—Venga, que nos distraemos con tonterías. Ya sabéis: este fin de semana toca rezar por la arritmia cardíaca —dio Amparo un toque de atención—, y hacerlo con fe, coño, que ya va siendo hora de llevarnos alguna alegría. Vamos cerrando, que se nos echa el tiempo encima y hay que preparar las cenas. Cojámonos de las manos. Con fuerza. Todas juntas:

¡¿Cuándo te los llevarás, Señor?!

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

LA NOCHE QUE NO ACABA

La luz de uno de los fluorescentes no cesaba de parpadear de manera rítmica, interrumpiendo a cada segundo mis vanos intentos de inducirme al descanso y acrecentando aún más mi visible ansiedad. El reloj acababa de anunciar las cuatro de la mañana y yo apenas conseguía mantenerme en posición horizontal, en la misma silla que venía ocupando desde hacía un buen rato, dura e incómoda como una piedra. Impasible, después de más de cinco horas desde que recibiera aquella llamada urgente. Las instrucciones pronunciadas por el empleado de turno, de semblante rígido y cara de pocos amigos, nada más llegar habían sido claras y explícitas:

— Permanezca aquí sentado a la espera de ser avisado y no se le ocurra ir a ningún sitio. Le pueden llamar en cualquier momento. Le aconsejo que tenga paciencia… creo que la espera va a ser larga.

Me hallaba en una pequeña sala, fría y aséptica, cuyo escaso mobiliario lo componían varias filas de sillas, todas idénticas. Sus paredes desnudas, que algún día fueron blancas, ahora presentaban un color grisáceo indeterminado, jaspeado por diferentes manchas oscuras producto de la falta de mantenimiento y de la suciedad acumulada durante el paso del tiempo.

Compartía aquellos tensos momentos con varios desconocidos que aguardaban la llegada de un final muy similar al mío. Había una especie de hilo invisible que nos unía a todos nosotros. Con el paso de las horas llegue a experimentar una extraña familiaridad con aquellos improvisados compañeros. Al fin y al cabo, todos estábamos allí por motivos similares. De vez en cuando, alguno me lanzaba una mirada furtiva, a la que yo correspondía de manera automática, como sintiendo la obligación. En sus rostros, fieles reflejos del mío, también se apreciaba esa mezcla de cansancio y nerviosismo por el desconocido desenlace que nos esperaba. Sin embargo, nadie se atrevía a hacer el más mínimo comentario. Los minutos transcurrían arropados por un silencio sepulcral, solo roto de vez en cuando por algún ruido de fondo.

El día rozaba las siete de la mañana y las primeras luces comenzaron a despuntar por el pequeño ventanuco situado en la parte superior del cuarto, el único resquicio de luz artificial que nos comunicaba con el mundo exterior. Ocurrió entonces, cuando menos lo esperaba. Un hombre uniformado abrió la puerta, irrumpiendo estrepitosamente en la estancia:

— Martín Fernández, pase…

Nada más oír aquellas palabras, mi corazón dio un vuelco. De alguna forma sabía lo que iba a encontrar al otro lado de la puerta, pero uno nunca está preparado para estas cosas, especialmente cuando es la primera vez. Desbordado de dudas, conseguí incorporarme. Acto seguido, el hombre del uniforme me acompañó a lo largo de un pasillo oscuro e infinito, flanqueado por innumerables puertas, todas cerradas excepto una, al fondo de corredor, de la que emanaba una luz blanca.

Tras el recorrido, que me pareció eterno, crucé el umbral. Allí estaba ella, tumbada en la camilla, mientras me miraba con los ojos bañados en lágrimas intentando esbozar una sonrisa con las pocas fuerzas que aún le quedaban. En ese momento mis temores se disiparon de manera instantánea. En sus brazos de María se hallaba el motivo de todos mis desvelos, la razón de vivir por la que había merecido la pena tan larga espera. Ella, con la voz entrecortada, apenas acertó a pronunciar una simple frase:

— Felicidades, cariño… acabas de ser padre.

EFRAÍN DÍAZ

El jefe de la mafia local, un hombre duro, calculador y despiadado, golpeó la mesa con el puño cerrado. Diez millones de dólares faltaban en su caja y sabía exactamente quién los había tomado.

Frente a él estaba su contable, un hombre sordo mudo, elegido para el trabajo precisamente por esa condición. Para el capo, la discreción absoluta era una garantía. ¿Qué mejor que alguien que no puede escuchar ni hablar para manejar las finanzas de su imperio?

Sin embargo, esa confianza ahora pendía de un hilo. A su lado, la abogada más reciente de la organización, una joven brillante y ambiciosa, observaba la escena con una mezcla de tensión y curiosidad. Apenas llevaba un mes en el trabajo, pero dominaba el lenguaje de señas. Hoy era su primera prueba real, aunque no se imaginaba hasta dónde llegarían las cosas.

El capo observó al contable con una mirada penetrante, helada.

—Dile que si no me dice dónde está mi dinero, esta será la última vez que vea la luz del día.

La abogada tradujo las palabras con precisión, sus manos moviéndose rápidamente frente al contable. Este, visiblemente nervioso, le respondió con señas rápidas.

—Dice que no sabe de qué estás hablando —tradujo la abogada con cautela.

El jefe desenfundó un Magnum 357 y lo apoyó en la sien del contable, su voz firme como una sentencia:

—Díselo de nuevo, pero esta vez, hazle entender que no estoy bromeando.

La abogada tragó saliva y volvió a usar las señas, esta vez añadiendo un gesto sutil para enfatizar el peligro inminente.

—Él va a matarte si no hablas ahora mismo.

El contable, pálido y sudando frío, levantó las manos en señal de rendición. Sus dedos se movieron frenéticos mientras confesaba.

—Está bien, está bien, usted gana. El dinero está en una maleta de cuero color marrón, enterrada en el jardín de la casa de mi primo Carlos, en el número 40 de la calle Madrid, bloque 6, en Santa Marta. Mi primo no está, pero regresará en dos meses.

La abogada observó cada movimiento y luego se volvió hacia el capo. Este la miró con ojos que parecían escarbar en su alma.

—¿Qué dijo?

Por un instante, ella dudó. Luego, con una frialdad que ni ella misma conocía, respondió:

—Dice que le chupes la verga. Que no tiene miedo a morir, que jamás te dirá dónde está el dinero. También dice que no tienes los cojones para apretar el gatillo.

El silencio en la sala era sepulcral. El capo entrecerró los ojos y sonrió con amargura.

—¿Eso dijo?

Asintiendo con aparente seguridad, la abogada mantuvo la mirada firme. El jefe no dijo una palabra más. Hizo un leve gesto con la cabeza y dos de sus hombres arrastraron al contable fuera del cuarto.

—Hazlo desaparecer. Que duerma con los peces —ordenó sin inmutarse.

La abogada, con el corazón latiendo desbocado, salió del lugar en cuanto pudo. Había arriesgado todo con esa mentira, pero ahora tenía un plan claro. Sin perder tiempo, fue directamente al número 40 de la calle Madrid. Al llegar, buscó la maleta con ansias, pero antes de que pudiera siquiera tocar la tierra, un par de manos la sujetaron con fuerza.

Los secuaces del capo la rodearon. La arrastraron de vuelta a la guarida como si fuera un trofeo. Cuando entró al despacho, el contable estaba ahí, sentado junto al jefe. Su rostro mostró una mezcla de increduludad miedo. En ese instante, lo entendió todo: había caído en una trampa.

El jefe encendió un cigarro y, tras una calada lenta y profunda, habló con voz áspera:

—Te creíste muy lista, ¿eh? Pensaste que podías robarme y salirte con la tuya.

Ella quiso hablar, explicar, rogar, pero él levantó una mano, silenciándola.

—No tengo tiempo para traidores. Mándenla a dormir con los peces —dijo sin levantar la voz, pero con un tono que helaba la sangre.

Mientras la arrastraban fuera, una película pasó por su cabeza. Sus padres, la escuela de derecho, todas sus metas e ilusiones de éxito y sobre todo pensaba en su hija, su única razón para vivir y por quien se había corrido el riesgo.

IRENE ADLER

EL ATALAYERO

Entró cabizbajo y silencioso. Nunca había sido hombre de muchas palabras y su taciturnidad, igual que aquel rostro duro como las rocas afiladas de Punta Muyeres, parecían haber sido tallados a la vez por ausencias, vientos del norte, privaciones y galernas. No había cincel más duro que el incesante vaivén de las mareas.

—¿Qué te han dicho?

Él se sentó al borde del camastro y fijó la mirada en la saya y el corpiño hecho de barbas de ballena que se secaban al amor del fuego. El casetón olía a sal y a leña. No había pucheros ni sopa ni escudillas. Ella se había vuelto descuidada y negligente, sumida en una tristeza honda e irremediable como las mareas vivas. Y su dolor amenazaba con inundar el mundo.

—No harán nada. La costera está empezando y necesitan a los arponeros. Me han asegurado que después se reunirán y estudiarán el caso.

Ella rodó sobre un costado, dándole la espalda. En aquel estrecho habitáculo, su espalda había adquirido la consistencia hostil de un muro. Una frontera que él, huérfano de ternura y de palabras, no sabía cómo alcanzar. Tocarla era un agravio. Su cuerpo empezaba a parecerse al de una ballena franca que se pudría lentamente en la arena de una playa. Hedía. Y aunque ella parecía no advertirlo, también se abultaba.

—Después será demasiado tarde— dijo—. Después ya no importará.

Él salió al frío cortante del farallón.

El fuego ardía en su nicho de pizarra y huesos de ballena con una luminiscencia suave de amparo ante la adversidad. El recipiente de saín que lo alimentaba descansaba en una repisa, junto al cuerno que avisaba de la llegada de los primeros cachalotes. Pero otro fuego, más azul y más siniestro, ardía en su corazón de náufrago ante la tragedia. Y en su atormentada imaginación, la veía a ella ardiendo dentro de los hornos crematorios donde se destilaba el aceite de saín de las ballenas.

Aquella rutina sorda de otear, avisar, prender el fuego con leña verde que humeara profundo, mantenerlo avivado día y noche alimentando su voracidad con aceite. No desfallecer, no permitir —bajo pena de muerte— que el fuego se apagara, habían sido su único propósito en la vida, su orgullo.

Antes de ella, aquella luz que era más antigua que el amor, había sido su única razón para vivir.

Su desvelo procuraba a los balleneros el regreso a las costas bonancibles; aseguraba su carga y sus esfuerzos. Los protegía desde su Atalaya sacrificando la cordura amenazada por la falta de sueño, convencido de que ellos, en sus armaxas endebles, arriesgaban mucho más.

Aquellas embarcaciones desafiaban el furor de las ballenas malheridas y sus mortales coletazos de dolor y de furia. Muchos morían. El Gremio de Mareantes amparaba entonces a las viudas y a los huérfanos. Se les procuraba misericordia y un oficio dentro del gremio que no los abocara a la miseria o la mendicidad.

Y dentro del Gremio se impartía justicia. A ellos, reunidos en la Mesa, acudían los agraviados por un reparto deshonesto o por la mala actuación de un patrón o un marinero. Y a ellos había acudido él, en un intento desesperado por aplacar en su esposa las furias y los humores que la estaban devorando y consumiendo desde que un grupo de ellos la violara, arrojando después su cuerpo malherido a los hornos del muelle.

Siete hombres. Todos arponeros. Todos infames y borrachos, lo negaron ante el alcalde de mar, el mayordomo y los síndicos. Lo negaron y la acusaron a ella. Y la Mesa, con su justicia y su misericordia y su piedad para los suyos, aplazó la decisión para no poner en peligro la tripulación de las armaxas y la producción de la costera.

Después, dijeron. En primavera, cuando regresen. Insinuando, con astucia y con malicia, que si alguno no volvía, entonces la justicia la impartiría el mismísimo Dios. Insinuando, con astucia y con malicia, que aquellos que sobrevivieran a la furia y al poder de las ballenas, entonces quizá fueran inocentes. Y la embustera sería ella, que se pudría ante sus ojos como se pudre en una playa una ballena.

Arrojó el cuerno promisorio al acantilado y luego, con una lasitud extraña, como si lo invadiera de pronto todo el sueño atrasado, arrojó un cubo de agua al fuego. Las brasas moribundas se quejaron exhalando un humo espeso y negro como la noche. Allá afuera, bajo el silencioso discurrir de dioses y de estrellas, los hombres se debatían con los cachalotes a bordo de sus armaxas, aferrados a sus arpones y sus codicias, mientras él, en su Atalaya, renegaba de su deber, de su honor y de su vida: sin razones ya para seguir viviendo, pero henchido el corazón de una muy buena razón para morir.

Sin la bienaventurada claridad de la Atalaya se estrellarían contra las rocas al regresar a casa; sus lanchas se hundirían y con ellos, su captura de ballenas. No quedaría justicia que administrar ni por Dios, ni por el Azar ni por la Mesa de Mareantes. No habría después, ni quizás, ni aplazamientos venturosos.

No sentía nada, pero tampoco sabía qué debía sentir. ¿Alivio, remordimientos, culpa? La venganza no iba a proporcionarle satisfacción, como no iba a proporcionarle a ella esperanzas o paliativos. Pero le pareció que había una cierta lógica, como un orden natural y antiguo, en el hecho de no sentir nada cuando no sabes qué es lo que estás obligado a sentir.

Ella se recortó contra la claridad de la puerta entreabierta. Su cuerpo desmadejado y herido que se resistía a cicatrizar; las heridas infectadas y los cardenales que la cubrían y que él había intentado aliviar con ungüentos de semen de ballena. Sus ojos tristes y su boca a la que ya no volverían la alegría, la dulzura de las promesas o los besos. Su triste destino de ballena.

—¿Qué has hecho?— susurró ella, abismando la mirada en la negrura del farallón; en el fuego muerto; en la perspectiva del castigo inminente al que se exponía el atalayero que permitía que la luz se descuidara o se extinguiese: la horca.

Él la abrazó con torpeza y con una ternura recién estrenada. El olor de la gangrena lo envolvió como un nordeste impetuoso, con el descarnado perfume de los alfolíes y la carne de ballena en salazón; con la amarga humareda de los hornos crematorios dónde se derretía la grasa para convertirla en el codiciado saín: el aceite para lámparas.

Recordó el aroma a manzanilla que desprendía su cabello; aquel otro, mezcla de limones y hierba luisa de su piel pálida y joven; las almendras de su aliento y el perfume con un rastro de jabón y de salitre que impregnaba siempre sus dedos de redera.

Ella no iba a sobrevivir a sus heridas.

Ninguna luz tenía derecho a ser más antigua que el amor.

Él tenía muy claro cuál era ahora su única razón para vivir:

…morir con ella.

AMPARO SORIA

-Añoranzas de un viejo-

Hola, soy la trémula voz de un pueblo abandonado, no sé cuántos años ya. Aunque los hombres no nos escuchéis. O tal vez, sea yo el único pueblo con voz propia. No lo sé. Me comunico contigo para relatarte mi añoranza, mi nostalgia…

Recuerdo mis años mozos, cuando los hombres recorrían a diario mis calles, la plaza del pueblo, labraban sus campos cantando canciones populares de sus antepasados. Me siento muy viejo, ya solo puedo mantener en pie algunas ruinas; el campanario sin campana, un lavadero seco dónde las atareadas mujeres antaño se reunían para lavar la ropa. ¿Y los niños? Sus risas resonaban cual cascabeles agitados. Algún resquicio de lo que un día fue un hogar; secretos, discusiones, ilusiones, nacimientos o tristemente la pérdida de un ser querido ¡Cómo echo de menos aquellas risas, aquellas voces, el trasiego, los saludos…! ¡El metálico redoblar de Justiniana, la campana, con sus toques alegres, solemnes o tristes! Con ella nos enterábamos de todo. Repicaba desde la cima de la montaña. De su preciosa y pequeña ermita, dos muros y una cruz quedan en pie.

La maleza me rodea, los árboles ocultan viejos muros derruidos, el musgo verdea suelo, paredes, rocas. Cuando no se desbordaba el río cercano, era una epidemia la que restaba habitantes, una helada que malograba la cosecha y el terreno de esta. Caminos largos y tortuosos. Poco a poco, la razón de vivir entre mis tierras fue minando el aliento de mi gente, recorriendo el camino descendente de ida para no volver. Me observo, melancólico… ¿Cómo pudo acabar toda aquella vida que me enorgullecía y alegraba? Su bullicioso mercado en la plaza, sus empedradas casas señoriales o las humildes, los talleres del herrero, del carpintero, la botica que igual te vendía fruta que medicamentos, la casa grande del alcalde dónde gestionaban los papeleos. Las humeantes chimeneas que dejaban escapar el delicioso olor de sus cocinas, o de leña prendida. Parece mentira que yo fuera un pueblo importante de mi comarca, y ahora…

Ahora, su eterno silencio, su perpetua quietud, me perturban. Los nubarrones cubren mi cielo. La lluvia empapa los pocos tejados que apenas logran sobrellevar su cometido, las ruinas esparcidas, la prolífica vegetación. Escucho su cantarín sonido, mi espíritu se calma esperando el momento en que desaparezca todo vestigio de mi existir. Añoranzas de un viejo.

ELEFANT YUFUS

Aires de febrero

Ahora que soy padre entiendo cosas que antes no entendía. Una de ellas es el porqué mi madre lloró el día de mi boda. Otra de las cosas que ha trascendido el tiempo, es una enseñanza que nos dejó mi abuela cuando ella aún vivía y reposaba su cuerpo ya cansado en nuestro hogar, hablando siempre de su pasado, un pasado que aunque duro le dio enseñanza y sabiduría; una sabiduría que me quedó muy bien grabada en la memoria. Cuando sentía el deslizar de la brisa en su rostro, sus manos y sobre su pelo cano, se alegraba como un niño a quien se le obsequia un juguete nuevo. –¡Es la alegría de estar viva!– me decía.

En la brisa ella encontró, no sólo la alegría de estar viva –como le gustaba decir– sino la alegría de liberarse de las preocupaciones que genera la vida.

Levantaba las manos al cielo y cerrando los ojos, en palabras de su dialecto ya casi olvidado, agradecía al cielo por llevarse sus penas con el viento. –Levanta tus manos y deja que tus penas cual tamo se las lleve el viento- decía con cierta asertividad, muy serena la veía al recitar cada palabra como un hechizo de purificación espiritual.

Cuando dejó de hablar por una enfermedad que afectó su garganta, lamenté no haber atesorado cada palabra que salió de su boca. Cuántas veces escuché que sus propios hijos le decían: «esas historias ya las has contado» «vuelves una y otra vez a lo mismo» «ya nos tienes hartos con las historias de tu pasado» se molestaban y le hacían callar lo que salía de sus labios ya marchitos.

Ahora sé que esas historias las repetía no porque hubiera perdido la memoria y no recordará que ya las había contado, sino todo lo contrario, así es como ella preservaba su tesoro más preciado, su memoria. Recordando una y otra vez los bellos momentos de su vida y de la vida que había pasado con él, me refiero al abuelo.

A pesar de que dejó de hablar no por eso dejó de realizar aquel ritual de agradecimiento. Seguía levantando los brazos al aire dejando que sus penas se las llevara el viento.

¿Por qué traigo a la memoria ese ritual? Por una simple razón. Ese ritual es la manera en cómo se limpia el maíz para que el tamo se lo lleve el viento. Cuando la mazorca ya está desgranada la semilla se coloca en un arnero, un cuadro de madera con una malla metálica que cuál red impide que la semilla caiga al suelo. Al momento en que comienza a soplar el viento, la semilla se eleva con las manos a una cierta altura y se deja caer sobre la malla para que no caiga. El tamo, la piel que cubre la semilla, se desprende y vuela con el viento. Así me imagino que era su memoria y el repetir de sus historias, como aquel arnero, elevando su voz, sus manos al viento, depositando sus vivencias, sus memorias en aquella malla metálica para que ninguna de ellas cayera al suelo… al olvido.

Ella amaba los aires de febrero; cuando sus penas se las llevaba el viento, también –según decía ella– le traía buenas noticias de quienes ya no estaban entre nosotros, saludos, abrazos y hasta una que otra caricia que depositaban en sus marchitas mejillas.

Ahora miro con alegría aquellas enseñanzas puestas en práctica por mi madre. Sé que algún día yo he de heredar a mis hijos lo que mi abuela hizo por nosotros. Pero ahora solo me toca llevar del brazo a la novia y dejarla en brazos de otro hombre. Esa novia es mi hija.

Ahora comprendo lo que sintió mi madre en aquel día memorable, cuando me uní a mi pareja para formar una familia y honrar la memoria de mi padre. A él, que está en el cielo, ¡cómo le hubiese gustado conocer a sus nietos! Sé que mi abuela y mi padre nos miran desde algún lugar etéreo.

Los siento en el aire y en la lluvia que cae del cielo. Los siento en las nubes que riegan el suelo. Los recuerdo con amor… un amor sincero.

Ellos se han ido pero parece que en los aires de febrero, vuelven a nosotros trayéndonos regalos y algún buen consejo. Nos traen noticias de sus viajes, de sus nuevas experiencias, y llenan su equipaje con todas nuestras penas, que cual tamo se las ha de llevar el viento.

FIN

IVONNE CORONADO

“Tu razón de vivir, ¿cuál es? “—Me preguntaron hoy que celebro mis 77 años.

Me puse a pensar seriamente en esa pregunta. Mi respuesta es: Ayer y hoy el amor me motiva a vivir, a seguir adelante, a superarme, buscando lo mejor para los míos, muchas veces dejando mis propios anhelos atrás.

El amor a los míos, a esos corazones que laten al unísono desde siempre, el de mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, mis primos, y el de todos aquellos que se fueron acercando a mí en mi camino, prodigándome cariño a manos llenas, ese amor me impulsa a seguir la vida como venga y a adaptarla o adaptarme a ella.

De pequeña, no comprendía el mundo, pero presentía que todos éramos diferentes, que no todos podíamos tener lo que necesitábamos ni lo que deseábamos. Galeano dijo de la mayoría: “Los donnadie”. Eso somos los más en todas partes, pero a mi hoy me parece que serlo nos ayuda a buscar con más ahínco la superación y la felicidad. Me recuerdo que, cuando veía a mi madre retorcerse las manos al ver que no había mucho sobre la mesa ni esperanzas de recibir dinero, pues faltaba aún para la fecha de pago, que se hacía a fines del mes, según mi memoria, me encerraba en mis sueños pensando: “¡Me saqué la lotería! Iré a comprar todo lo que necesitamos, le daré regalos a mi abuelita Inés, a mi tío Salvador, un collar nuevo a mi Rex, que ladrara de alegría, compraré vestidos para mi madre, unos bien chulos…” y así podía romper la tristeza del momento, suspendida en las nubes de mi imaginación. De pronto llegaba a la puerta el cartero, no tocaba, no teníamos cerrada la puerta, y de todos modos, no había timbre ni nada parecido, y mi madre sonreía, y yo sonreía, todos sonreíamos, era el cheque de la pensión que mi padre nos enviaba. Y allá íbamos a pie a cobrarlo. No había para el bus.

Cuando crecí, ansiaba ser abogada, o periodista, pero nunca pensé que finalmente sería secretaria. Una profesión de pocos años de estudio, para obtener un empleo rápidamente y ayudar a mi madre a sostener el hogar, donde vivíamos con mi abuelita y mis hermanos. Una casita obtenida con lágrimas y muchos sacrificios.

Luego vino la guerra, y me casé. Ya tenía treinta y tres, esperé mucho para decirle si a mi enamorado, me costó decidirme, pero pensando que tendría oportunidades en otro país que ahora faltaban en el mío, me lancé a la aventura del matrimonio y de la migración. Y otra vez, a luchar a brazo partido. A aprender otro idioma, otras costumbres, para abrirme camino. Pude ayudar a algunos pero no a todos. Siempre he tenido limitaciones, piedras que no puedo mover. Y mi refugio, continuar soñando tener algo más que me permita contribuir a sacar adelante a los que amo. La lucha por sobrevivir es incansable para los donnadie como yo y como tantos.

ARCADIO MALLO

Cismar

Cismar. Esa era para él la razón de vivir. No había tema en el pueblo del que no estuviera al tanto y sobre el que, sin que nadie se lo pidiese, emitiese juicio tal magistrado del juzgado de paz fuera. Comentaba con Dios y con el Diablo, sin cautela, a muerte con quién fuera el interlocutor. Además, tenía como virtud la desfachatez de convertir el cielo en infierno y viceversa, según la conversación y el interlocutor del momento.

A veces lo veía como un punto de impás, que mantenía el equilibrio entre el bien y el mal, vertiendo la misma cantidad de despropósito hacia un lado como hacia el otro. Una especie de justiciero sobrenatural que evitaba que la balanza se decantase. Porque, realmente, lo que le gustaba era saber, tener el poder de la información y presumir ante uno u otro.

Pero, como suele suceder en estas situaciones, llegó el día en que el blanco de la ira de las lenguas viperinas fue él. Ese día me dio pena al tiempo que consideré que se hacía justicia poética. Sobre él vertieron Dios y el Diablo, el cielo y el infierno, sin equilibrio. Fue como si la báscula se plegase sobre el soporte y descargaran todo el peso sobre el Fiel. Nadie dijo una sola palabra en su defensa.

Señalado. Juzgado. Y condenado sin defensa. Pero cismar, siguió siendo su razón para vivir.

FRAN KMIL

El jocoso refrán que surgió en el pueblo a causa del cierre del templo por falta de personal que la atendiera , pues el gobierno puso empeño en ahogar la fe Cristiana y no permitía entrar al país a ningún religioso extranjero y perseguía a los nacionales que mostraban inclinación hacia los servicios del Señor , ese que se decía medio en serio y medio en broma, entre amenaza y advertencia ”te vas a quedar como la iglesia de San Pedro: sin cura” había dejado de corresponderse con la realidad, pues el obispo, de tanto oír sobre los milagros, mandó a reabrirla y asignó al padre Arturo, discípulo de su plena confianza y hombre de fe extrema en Dios, para que llevara a cabo una investigación, pues a sus oídos habían llegado palabras tan alarmantes como: los ciegos ven, los sordos oyen, los mudos hablan y los tullido caminan.

Preocupado por la posibilidad del surgimiento de una nueva secta en la ya vasta lista de denominaciones que existían, contactó con las autoridades civiles para que pusieran coto a las actividades de la tal “bruja”.

—¡No estamos en tiempos de milagros! ¡Embustes, engaños! ¡No todas las buenas obras provienen de Dios!. ¡El diablo tiene sus mañas! —gritó el obispo de la diócesis al emisario que le fue con la nueva. —¡Qué se presenten ante mí los sanados!¡Ver para creer! Vista hace fe.

Entre las tareas del nuevo sacerdote estaba el hacer crecer la fe aumentando las celebraciones de misas y hacer sermones repletos de recriminaciones a la serpiente antigua, a satanás, belcebú y todos los nombres por los que se llama al maligno, al calumniador, al sembrador de cizaña en la obra del señor.

Mas de una semana llevaba el Padre Arturo indagando, preguntando (a las mujeres porque los hombres no querían cooperar) por todos los rincones del pueblo en busca de ella, pero quiso el destino que no la encontrara; sin embargo, por obra de Dios o del diablo, se presentaron las circunstancias para que ambos hombres, antiguos compañeros de estudio se encontrarán en en la tienda de los olivos y además de recordar viejos tiempos, contar viejas historias, preguntar por el presente.

—¿Entonces tú eres ese tal Rogelio que anda con la bruja y se dice es su secuaz?

—El mismo que viste y calza. Ella le dio razón a mi vida, me rescató de las tinieblas y me recordó mi verdadera misión.

Fue allí, en la tienda de Rodolfo, llamada por casualidad o por destino “los olivos”, donde se concertó la entrevista entre la hermosa mujer y el soldado de Jesús, el nazareno, para el próximo miércoles a las ocho de la mañana, después de misa, en las oficinas de la iglesia.

—Ah, y que entre por la puerta de atrás sin que nadie la vea —condicionó Arturo.

Contrario a lo pactado, llegado el día, Rogelio se presentó solo.

—¿Y la bruja?

—Se marchó, se fue. Se esfumó, padre —Informó con tristeza.

—¡Qué bueno!

—¿Para quién? ¿Para usted y sus amigos? ¿Para su iglesia?.

—¡No jodas, Rogelio! que ella no es ninguna santa para estar haciendo milagros. Superstición es lo que se ha infiltrado en este pueblo. No cualquiera es profeta. Bruja es a lo más que se acerca y a ti por lo que se ve, te tiene embrujado.

—Bruja no, maga, que es diferente.

—Mejor vuelve a tus borracheras, que de borracho hablabas menos sandeces. ¿Cuál es la diferencia? Maga, bruja, hechicera…todas están condenadas por las sagradas escrituras.

—Ella trabaja con los poderes de Dios y la naturaleza haciendo el bien.

Rogelio y el padre Arturo conversaban en el patio de la iglesia recién abierta, como habían acordado.

Fue en ese pequeño periodo de tiempo, en tan solo tres días de ausencia de la maga, que se supo que ambos hombres estudiaron en la misma universidad y se conocían de pequeños por ser del mismo barrio de una populosa ciudad.

Rogelio dijo haber perdido la razón de la vida y volvió a sus borracheras y al portal de Anselmo. Sin embargo, el Padre Arturo insistía en exclamar:

—¡Una vez más los poderes de Dios derrotaron al mal!

Y sus sermones, se volvieron apocalípticos, tristes y amenazantes. Repetía la frase cual mantra contra el mal cuando iba por las calles, incluso, a solas, si se encontraba con un grupo, a los que le prestaban atención y a los que no, a los creyentes, a los ateos y a los agnósticos y a todo el que pasara por su lado y estuviera al alcance de su voz.

Nuevamente quedó el pueblo sin cura, porque el Obispo, temiendo por la salud mental del siervo de Dios, y atendiendo a las quejas de los feligreses y las autoridades civiles y militares, lo asignó de regresó a la basílica menor del sagrado corazón, destinado a trabajos menores en la biblioteca de la arquidiócesis. “No cualquiera se enfrenta a satanás y queda vivo para contarlo” decía el prelado justificando la conducta del Padre. En su interior se reprochaba, pues había perdido a uno de sus mejores soldados, aunque le quedaba la satisfacción de haber resuelto el asunto de San Pedro, sin grandes consecuencias.

Tres días después de la partida del representante de Dios, los sanados, quienes formaron una asociación, grupo o iglesia ( nunca adoptaron un nombre oficial) se presentaron ante Rogelio para pedirle que fuera su líder y pusiera nombre a la congregación.

—¡Búsquense a otro! —gritó Rogelio moviendo los brazos como si estuviera espantando moscas —Nunca más me vuelvo a ilusionar. He perdido la razón de la vida y ya todo me da igual. ¡Al carajo con todo! No vuelvo a creer ni aunque se me aparezca el mismo Dios.

No sabía que su promesa se vería rota en tan solo unos segundos después de pronunciada, porque oyeron una voz suave y delicada de mujer y al voltearse, allí estaba Martha con su vestido rojo muy ceñido al cuerpo. La maga había vuelto.

EL IDIOTA

La razón de la vida.

Me agarraste desprevenido. Esa pregunta no es tan simple de responder… es tan difícil como el origen del universo. Es más, la misma pregunta da para forjar múltiples universos: universos paralelos, universos tangentes, universos en oposiciones, universos superpuestos …infinidades de realidades que pueden ser ilusiones e ilusiones que son realidades o parecen realidades.

Tienes que aguantar la “descarga”. Es el castigo por despertar al filósofo que llevo dentro. A ver, ¿para qué cuquiaste al teólogo, al poeta y loco que apaciblemente reposaban dentro de mi? ¡Tengo una razón para la vida! Incluso aquellos que lo niegan, la tienen. No es elección del hombre, es castigo divino que se nos da al nacer.

¿Ahora? ¿Me preguntas por la de ahora? Siento decirte que estás en un error. que no es inmutable ni eterna, es variable! Depende del tiempo, de la persona, del lugar, incluso, del universo en que habitas.

Cuando era niño, pensaba como niño y mi razón era de niño. Luego vino la juventud y la razón se enamoró de otros objetivos. Sí: fama, dinero, poder…y mujeres, muchas mujeres. No me avergonzaba porque nada sabía de pecados, ni me interesaba conocerlos. Si pequé fue sin conocimiento de causa.

¿Dios? No. Él en su reino y yo en el mío. No espero perdón de un Dios al que no reconozco. Mi eternidad es otra, no la que él promete.

Cuando llegó el amor y con él los hijos, cambió mi razón. Los nietos me hicieron ver otro mundo y con ese otro mundo, otra razón para la vida.

Ya estoy cansado de razones. A veces, solo a veces ruego por la muerte, pero no tengo quien me ayude. ¿Suicidio? No. Eso es de cobardes. Los hombres mueren de pie, en la batalla. No es que asuste, pero cuando pienso la tristeza de los seres queridos una vez que me haya marchado, quisiera encontrar una buena razón para no morir. ¿Cobardía? Puede ser.

CESAR BORT

Hay innumerables razones para vivir, pero leyendo esta mierda, no se te ocurre ninguna.

SERGIO TELLEZ

GABY

Jajaja… La Navidad, ese tiempo del año en que todos nos volvemos un poco más hipócritas y nos disfrazamos de ángeles. Sí, nosotros, los mismos que durante el resto del año nos pasamos la vida complicando la existencia de los demás, y de repente nos convertimos en seres bondadosos y caritativos. Inundamos de regalos a nuestros seres queridos, los abrazos y besos van y vienen sin cesar, y hasta los desconocidos se ganan nuestra efusividad envuelta en muestras de cariño y falsa amabilidad.

La razón de vivir. Ese es el gran misterio, ¿no? El que ha intrigado a filósofos, poetas y borrachos durante siglos. Bueno, al menos para mí, la razón de vivir es muy clara. Se llama Gabriela y es la mejor cosa que me ha pasado en la vida. Me ha vuelto loco, me ha hecho reír y llorar, y me ha hecho sentir vivo de una manera que nunca había experimentado antes. Y es especialmente significativo durante la Navidad, cuando todos nos volvemos un poco más reflexivos y nos damos cuenta de lo que realmente importa. Ella es la que me hace sentir que todo esto, incluyendo la Navidad, vale la pena. ¡Y todo esto por solo $50.000 al año en gastos de universidad!, si, ella estudia en la publica y es súper pila. Pero en serio, si no fuera por ella, probablemente estaría vagando por la vida sin rumbo, sin dirección, sin nada que me hiciera sentir que estoy aquí por algo. ¡Así que gracias Gaby, por darme una razón para seguir viviendo!

Después de 12 años de intentarlo, de trabajar día y noche sin descanso, de hacer tratamientos de inseminación artificial y de conocer todas las revistas de Penthouse y Playboy (por razones médicas, por supuesto), finalmente logramos concebirla a través de un tratamiento invitro con una variante llamada itci (inyección intracitoplasmatica). Y así nació nuestra hermosa, inteligente y encantadora hija.

Ahora, cada Navidad, me siento como un rey. No necesito regalos ni celebraciones. Solo necesito ver a mi hija sonreír y saber que ella es la razón de vivir. Y eso, amigo mío, es el mejor regalo que podrías pedir.

Pero la Navidad también me hace reflexionar sobre la existencia. ¿Hay un ser superior que nos guía y nos da regalos como este? ¿O es solo una casualidad, un golpe de suerte en la ruleta de la vida? No lo sé. Lo que sí sé es que, en momentos como estos, me siento conectado con algo más grande que yo mismo. Algo que me hace sentir que todo esto, incluyendo la Navidad, tiene un propósito.

Y quizás, solo quizás, ese propósito sea encontrar la felicidad en los pequeños detalles. En ver a mi hija sonreír, en sentir su abrazo, en saber que ella está aquí conmigo. Eso es lo que me hace sentir vivo. Eso es lo que me hace sentir que la Navidad es algo más que solo una fecha en el calendario.

Así que, en esta Navidad, quiero agradecer a quien sea que esté allá arriba, si es que hay alguien. Agradecerle por este regalo tan maravilloso, por esta hija que me ha cambiado la vida. Y agradecerle también por la oportunidad de reflexionar sobre la existencia, sobre el propósito de la vida y sobre la felicidad que se encuentra en los pequeños detalles.

Y así, en esta Navidad, me quedo aquí, solo, con mi hija dormida en el sofá. La luz de la lámpara de Navidad parpadea como una pequeña llama de desesperanza en la oscuridad. Pero no me importa. Porque en este momento, todo está bien. La Navidad es una mierda, pero mi hija es la única cosa que me hace sentir que la vida no es solo una gran mentira. Así que, en esta Navidad, te deseo lo mismo que yo he recibido: un poco de paz, un poco de amor, y un poco de whisky para olvidar la mierda que es la vida. Pero no te preocupes, no te voy a dar ninguno de esos regalos. Solo te voy a dejar con la certeza de que la vida es una gran mierda, pero que hay momentos como este que hacen que todo valga la pena.

HAROLD LIMA

El primer gran día de tu éternidad.

Si tu, me refiero a ti que lees esto, no te confundas esto esta escrito exclusivamente para ti. Me costo un esfuerzo muy grande mover la cantidad de circunstancias correctas para hacerte llegar este mensaje. Para otros solo será una divertida aventura de ciencia ficción, sin embargo, es mi propósito conozcas algunas cosas y así estes preparado para lo que mañana vivirás.

Ahora que tengo tu atención te explicare algunas cosas importantes sobre el día de mañana. Yo hubiera deseado que alguien me anticipara algo de esto, seguramente me hubiera ahorrado algunos siglos de prueba y error, pruebas y errores que fueron muy agobiantes, en ocasiones desee morir y realmente me mate en varias ocasiones, tantas que no puedo ennumerarlas.

Creo debo contarte mi historia, un día ya no recuerdo cual, desperté, tomé una ducha, comí algo antes de salir al trabajo; en aquella época me encargaba del almacén de abastos número 15, mi vida era normal a la de miles de personas comunes, salia agitado del trabajo,tomaba una copa en el bar y me regresaba a mi departamento para descansar. Luego de eso. A la mañana siguiente tambien desperté y mientras me duchaba se me hizo curioso ver por la pequeña ventanilla el mismo paisaje cotidiano sin el menor cambio, el mismo anciano que busca su periódico, la misma mujer que sale apresurada de su casa detrás de un niño caprichoso y mal vestido, en fin todo igual, igual que ayer. Para la tarde empezaba a comprender que este día era exactamente igual porque era el mismo día, al comienzo no podía creerlo y casi a la semana de repetir el mismo día caí en la desesperación total, pase por intentar el suicidio hasta aprovechar este bucle para robar, matar o violar a quien yo deseara, con la seguridad de que mañana todo estaría intacto y nuevo sin consecuencias de mis travesuras, pues este día no hacía más que repetirse y repetirse. Cada experiencia, cada fantasía estaba a mi alcance, las viví todas sin encontrar el fin, ni el agotamiento pues era inmortal, siempre de maravillosos 30 años. Robar un banco y lanzar el dinero desde un helicoptero, enamorar a las estrellas de televisión o talvez hacerme del control mundial era de lo más común en mi día a día. Supongo tras algunos siglos de vivir esta extraña situación me decidí a estudiar las ciencias en busca de respuestas a mi condición única, acabe con todo libro existente en el planeta, conocí y fui discípulo de cada sabio descubriendo y desarrollando con el tiempo teorías propias pues el tiempo no era un obstáculo para mi, morir no era tampoco algo que me atormentara o detuviera, de esto descubrí que de alguna forma yo era un dios en mi propia versión de las cosas que tu seguramente llamas tu dimensión, mas es algo más complejo que solo el estudio detallado de siglos y siglos podía entender. A esas fechas descubrí habían otros como yo en otras dimensiones distintas, personas comunes innumes al tiempo que repetían el día a día, logre contactarme con ellos por sutiles cambios en mi realidad, que resonaban en las suyas. Aquí te mencionare que a tu realidad la distorsione colocando cosa fura de su lugar naturalen el tiempo, cosa pequeñas como pisadas de zapatos de goma en fósiles de miles de años, pequeños relojes de cuerda en el tesoro del primer emperador chino, en fin pequeñas migajas de pan para que tu y los otros como nosotros las pudieras relacionar en algún momento. Mensajes cifrados en el lenguaje de dioses. Así posiblemente una sucesión de coincidencias te trajo aqui y llegaras a leer este mensaje. De igual forma que otros como nosotros modificaron realidades de otros, para comunicarse entre iguales.

Hasta aquí supongo crees esto solo es una broma mal intencionada de un escritor amateur de Internet. Pero para mí es real y para ti lo será desde mañana, pues repetirás ese día por la eternidad, tu camino iniciará sabiendo estos conceptos básicos y posiblemente te tome solo unos milenios de repetición llegar a comunicarte con otros como yo, sin embargo confío que lo lograrás porque es lo que tiene ser eterno he inmortal te da tiempo para repetir las cosas infinidad de veces hasta hacerlas bien. Una cantidad ilimitada de vidas en el arcaico juego de la eternidad. También te dire que la razón para vivir de los que son como nosotros es el deseo de auto exploración y descubrimiento personal, somos prácticamente dioses prisioneros en una lámpara de tiempo. Perpetuos amos de todo lo que ocupa un día.

Suerte amigo o amiga, mañana será el primer gran día de tu eternidad.

MARÍA PAU

Puro teatro: la mediocre razón de vivir

En la función de estreno, el actor acompañaba su verborragia con gestos y guiños que buscaban la complicidad del público, aunque el guion repetido y carente de luces semejara un pulpo extendiendo tentáculos de sandeces sin brillo.

—La gente chiquita busca aplausitos. Aplausito al ego ¡y arriba los corazones!, ¿entendés? Que los vean es su única razón de vivir —le susurró el cronista experimentado en espectáculos soporíferos al principiante que estaba a su lado—. Y a veces uno quisiera decir que lo que hacen es una bazofia, pero acá nos pagan para la palmadita en la espalda, no para decir verdades.
—A veces, un halago no está mal… —respondió en voz baja el aprendiz.
—Sí, querido, pero cuando se merece. Eso de planear desfiles de pancartas termina siendo como los comerciales del gobierno, puro autobombo. Te venden Brigada A y termina siendo Brigada Z.
Quedaron en silencio, hasta que el muchacho se atrevió:
—¿Me parece a mí, o esto es una bosta?
—Lo es, y una bosta previsible. Hasta te hubiera podido dar la lista de lugares comunes por donde iba a andar —suspiró el cronista—. Pero será la próxima. Es hora de aplaudir, vivar y escribir la nota sobre el «maravilloso monólogo que será el éxito del año».

Hubieran querido un kilo de aspirinas para aliviar el agotamiento, pero los corazones obsecuentes ya comenzaban a levantar festejos que impedían el acceso a las farmacias de turno.
El actor bajó del escenario a comentar(se) en convenida y conveniente rueda de críticos, como si hubiese sido posible explicar la propia confusión. Aplauso y brindis: el «summum bonum» de la mediocridad.

—Hay un mundo allí afuera que aún no lo conoce… —baboseó un periodista—. ¿Cómo es posible?…
—No es para tanto —La humildad ensayada durante horas en el espejo consiguió el gesto perfecto—, pero es cierto que esta obra fija para mí un nuevo escalón…
—¿Un nuevo escalón hacia el sótano de la creatividad?… —apuró el principiante, decidiendo inmolarse.

En un segundo, y como en una película, lo sacaron en andas, pataleando al ritmo de un solo grito:
—¡¡En el escenario manda usted, pero acá abajo mandamos nosotr… —Fue lo último que se escuchó del aprendiz en lo que sería su primera y última nota.

Dos días después, los afiches de la obra, a la entrada del teatro, lucían orgullosos un cartel que los cruzaba: «Localidades agotadas». Parecía una mordaza, pero, por las dudas, nadie se atrevió a insinuarlo

ANA DEL ÁLAMO

Sobrevivía vagando entre dos puertos. Nunca pensé que el invierno crudo y amargo llegaría tan pronto.

La vida que sin saber porqué te gasta esas bromas.

Y siempre te encuentra sin coraza. A su antojo. Como un león acechando.

Vivimos expuestos; lo aprendí de niña cuando se rompió el cántaro de leche y los gatos no volvieron.

El demonio se presentó sin avisar. Oculto entre la umbría. A su manera.

Decidió airear sus brasas y me eligió para danzar entre los rescoldos.

Pero nunca la noche es perpétua; vislumbré un monte desnudo donde plantar mi arboleda… y amanecí junto al mar en el paraíso de las virtudes.

El árbol parido había crecido, disculpando mis errores.

Fue mi razón de vivir. Mi supervivencia.

Él me guió hasta la liturgia de Adviento para reencontrarme de nuevo entre mis sombras.

RAÚL LEIVA

Silencios que gritan

—Hoy dan una película muy buena por el canal cinco, Erlinda —le decía cada noche mi tía Teresa a mi mamá antes de preparar la comida.

En esos tiempos no había streamming ni plataformas, si la película empezaba, no había chance de rebobinado ni de pausas. Mi mamá decía siempre que sí con algunos de esos gestos que las madres de antes usaban en forma casi universal tanto para decir que sí, que no o para decir “hacé lo que quieras”.

Cada noche nos juntábamos en la única mesa de la casa y frente al televisor comíamos casi en silencio para no distraer a la tía Teresa que estaba viendo su película hasta que llegaba ese momento de la noche en que se levantaba cinco minutos antes del final y se iba en silencio a su pieza a dormir.

Mi mamá juntaba los platos sacudiendo la cabeza y murmurando algo que apenas dejaba entender su descontento con mi tía. Concretamente decía —¡Para qué hinchará tanto las pelotas con la película si después ni la termina de ver!

En esos años, mi tía Teresa se vino a vivir a casa con mi familia. Ella vivía con mi tío Victorio y los sobrinos siempre creímos que eran pareja cuando en verdad se trataba de dos hermanos. Fueron los mayores de una familia numerosa, y cuando murió mi abuela Petrona, ellos se hicieron cargo de los hermanos menores. Después de la operación del cáncer de colon, mi tía necesitaba cuidados y sobre todo muchas visitas al médico que la trataba.

Tanto la salud de mi tía Teresa como la paciencia de mi mamá iban decayendo con los años. Cada noche cerraban su día con el ritual de la película recomendada y el soliloquio de mi mamá antes de apagar las luces de la casa.

Con el tiempo mi tía falleció, y unos años después la siguió mi mamá. Y el misterio de la película recomendada que nunca terminaban de ver las hermanas me persiguió y me despertó interrogantes. Siempre pensé que era un ritual de hermanas, como una suerte de acuerdo tácito de saberse la una para la otra, una proponiendo algo que no iba a terminar, y la otra sosteniendo sin cuestionar hasta donde podía el trato. Mi rol de espectador silencioso se limitaba a no entorpecer los caminos de las protagonistas de la historia como si se tratara del tramoyista de un teatro en su primer día de trabajo.

No fue fácil entender lo que pasaba, y recién hoy a cuarenta años de esos días, pude resolverlo. Mi tía Teresa quedó casi sola en su enorme casa, cuando partieron todos los hermanos menores, mi tío Victorio se encerraba en su habitación a las ocho de la noche y desaparecía hasta las seis de la mañana, hora en la que se iba a la sodería hasta terminar la jornada. Ella solo conversaba con sí misma y con sus sueños rotos, sus soledades le mordían los tobillos y los ruidos de la casa le recordaban que ya era tarde para cualquier intento de familia propia. Mi tía no lloraba, al menos nunca la vimos llorar, y también imaginé a la pobre mujer cerrar el día con los deseos guardados como esas flores secas que dejan los amantes furtivos en señal de haber pasado por la vida de alguien. Y ahí fue que se me ocurrió que mi tía no quería terminar el día sola, y se inventaba la historia de la película que nunca terminaba de ver para cenar en familia, sin discusiones, sin ningún final, simplemente quedándose con la duda de qué habría pasado con la protagonista de la historia, tal como le pasó a ella.

Recuerdo hoy esos días, porque fue justamente un diez de diciembre que mi tía nos dejó, con la historia inconclusa de esa muchacha que vivió para criar hermanos junto con un artificio de marido/hermano haciendo de cuenta que tenía una familia numerosa colmada de sobrinos y soledades.

SONIA VAKEIRO

Aunque hay quien dice que sí, yo creo que nadie escogió nacer y que ese es uno de los motivos por los que buscamos la razón de vivir.

Much@s encontramos la razón más importante en nuestr@s hij@s. Pero, yo no puedo evitar pensar que fui muy egoísta y que le hice la gran faena al traerla a un mundo en el que sufrirá, ya ha sufrido.

Sí, sin duda ella es la razón por la que saco fuerzas cuando no las tengo. Ella es la razón por la que sonrío los días que llueve por dentro. Ella es el motivo por el que busco siempre mi mejor versión.

Ella es quien me da esperanzas en la humanidad.

La veo y me veo a mí cuando puse tanto empeño en tenerla. Fui egoísta, quería robar un cachito de cielo para mí… y lo conseguí ♥️

Amada Thais, tu llegada al mundo le dio sentido a mi vida y me desplazó de mi ombligo al tuyo. Solo por ti estoy dispuesta a opositar para ganarme el puesto como tu ángel de la guarda cuando me toque partir. No se me ocurre nada mejor que cuidarte eternamente, mi cachito de cielo en la tierra.

Tú eres mi razón de vivir

SILVIA GALLARDO

Hay momentos aciagos que abruman, se comen las ansias de seguir en la lucha cotidiana y cansa todo, incluso respirar; pero entonces, la algarabía de sonrisas infantiles y voces que brotan en el jardín de los afectos, dónde sembramos amor y esperanza, sin decir palabras, elevan el espíritu con el vibrato sutil de su existencia. Y he ahí nuestra cosecha. Por eso, cuando la vida nos empieza a marcar la cuenta regresiva, no demos la espalda al pasado y miremos en retrospectiva las huellas que marcaron nuestros pasos en la bifurcación de nuestros caminos; podremos observar que valió la pena cada acción para allanar los campos a nuestros amores.

El inexorable tiempo va consumiendo nuestra vida, la piel envejece, el invierno cubre nuestros cabellos y los pasos tropiezan en los años acumulados, más la presencia de esos seres que son la extensión de nuestros hijos, llenan con su candor los vacíos que acumulamos en el alma.

Sentir la calidez de una nieta que te acerca un vaso con agua, que en su intuición infantil percibe que necesitas ayuda y te da la mano para ayudarte a caminar y besa tu mano con devoción, con amor inmarcesible. ¡Esa es la razón de vivir!

Entonces se borran los pesares aunque las nostalgias habiten el alma, porque ellos, nuestros nietos, nos conducen a su mundo de fantasía e imaginación desbordada y nos vemos, de pronto, hablando con la luna y las estrellas porque ahí habitan seres misteriosos de fantástica apariencia que ellos nos presentan.

Después abrigados en nuestros brazos, se sumergen en un profundo sueño, confiados, porque los latidos de nuestros corazones hacen una sinfonía de amor y entrega.

Sellamos después, con un beso amoroso e infinito, su tierno rostro, porque nos regalan en la cotidianidad, inefables momentos de felicidad y alegría, y esa, precisamente, es la razón de vivir, porque mientras vibre el corazón en nuestro pecho, debemos sonreírle a la vida y saborear con intensidad esos instantes.

MARÍA JESÚS GARNICA

Abro los ojos, por la ventana se filtra la luz de la mañana.

Poco a poco me despojo de mis sueños, tan vividos.

Preparo café.

El sol se adueña de la mañana.

No me duele nada. Estoy viva.

Me asomo al balcón y doy gracias.

Un día más.

Mi razón para vivir es un día más.

El sol, el frío.

La comida en la mesa.

Un amanecer o un atardecer.

Un beso, un abrazo.

Cuando crees que no hay razón para vivir. Allí está la esperanza.

El brillo.

Un beso. Y a vivir qué son dos días y uno ya pasó.

JOSÉ LUIS USÓN

A media luz observo atento el bulto de su cuerpo bajo la sábana. Su respiración, pausada ahora, provoca un movimiento lento, rítmico. Encorvado sobre el sillón articulado de escay, me remuevo e intento encontrar la calma que hace días me falta, acompaso mi respiración con la suya para sentirme más profundamente unido a ella, intentando crear una ligazón que la sujete a mi lado. Nuevamente, una sensación de indefensión se apodera de mí, o de incompetencia quizás, de haber incumplido mi juramento, mi sacrosanta misión de protegerla a ultranza, contra todo y contra todos, un pensamiento ridículo, un acto casi de arrogancia que no puedo evitar. La esquelética noche ha pasado vacía de sueño, el continuo ir y venir del personal del hospital impide encontrar un momento de sosiego en el que acomodarse en esa sensación cotidiana que te invade con su vaho espeso, evaporándose la consciencia. La escasa luz que se filtra a través de la persiana cerrada, se proyecta sobre el suelo en una sucesión geométrica de puntos luminosos. Me levanto y tiro con suavidad de la cinta, la hago subir despacio provocando un sonido ronco que llega a sus oídos y la hace removerse. Un sol gozoso e inspirador se desparrama por toda la habitación inundando hasta el último rincón, iluminando también cada hueco de mi ser, cada uno de esos rincones en los que hasta ahora reinaba una oscuridad ominosa que tiraba de mi hacia adentro, hacia algún lugar indeterminado y apenas dejaba resquicios por los que pudiera colarse una brizna de esperanza. Me recompongo, armo una sonrisa con la que darle los buenos días, en su rostro se dibuja otra y me da algo a lo que agarrarme, es ese algo —una palabra tan indeterminada—, en el que todo se sustenta, ese algo que mantiene un precario equilibrio, ese algo que justifica todo lo pasado, todo lo vivido, todo lo sufrido, y te empuja con una fuerza extraordinaria hacia delante.

<<Hoy nos vamos>> me dice. Y así es, hoy nos vamos. Abandonamos esa habitación que en los últimos días ha sido la nuestra, pero que mañana será de otros y al cabo de unos días de otros más, una sucesión de historias diferentes unidas por un mismo espacio.

Ya no siento cansancio, el dolor se va mitigando y es sustituido por una creciente sensación de júbilo. Y subido a este monte que alcanza ya cincuenta y tres horizontes, solo pienso en lo bello, en lo verdaderamente valioso, en todo aquello que te otorga la verdadera razón de vivir.

CARMEN BERJANO

Recuerdo cuando me decían en el instituto que qué quería ser de mayor y yo contestaba: feliz.

Ahora me cuestiono esto y creo que he llegado a un estado de plenitud y autoestima que no tienen precio.

Bueno sí, el precio de vivir en una ciudad pequeña, trabajar marcándome los tiempos yo y estar acompañada de unos padres por lo que he podido y puedo, viajar. Salir y entrar sin problemas, estando mi hijo y mis animales atendidos.

Mi razón de vivir es ayudar con el Arte como el Arte me lleva ayudando a mi desde niña. Si voy más allá, es cambiar el mundo, porque la vida me encanta, pero el sistema me parece horrible.

Si en mis formaciones consigo dotar de herramientas para que las personas protagonistas vivan un poquito mejor, si consigo que estén por dos horas escuchando música y creando, si consigo que me digan que han estado tranquilos y que soy muy acogedora. Si consigo todo esto, y lo voy consiguiendo, tengo que asumir que soy afortunada y tengo una vida plena.

Si además este año voy a publicar un libro y participar en dos antologías más. Si se me siguen ocurriendo instalaciones cerámicas.

Si veo a mi hijo, mi proyecto más importante, mi emprendimiento más valiente. Si lo veo tranquilo y en paz. ¿Qué más quiero?

Si mis padres están suficientemente bien de salud como para tener una buena calidad de vida.

Si acontecimientos cercanos nos han acercado aún más… ¿Qué más quiero?

Si cuento con una vida social rica. Una red afectiva amorosa y nutrida que me deja caer, pero no del todo y a la que ya no tengo miedo de pedir ayuda porque nadie es adivino. Y si ni te ven, pues no pueden entender ciertas cosas.

Si a nivel laboral me puedo organizar los tiempos y el descanso y no vivir estresada.

Si cada vez que quiero me ducho, ya sea por calor o frío y dispongo de comida saludable y rica que me gusta.

La razón de vivir es haber encontrado uno o varios para qués…. Los por qués hoy los dejamos.

Mi razón de vivir es vivir bien y tratar de que las personas que pasan por mi vida también estén bien.

Y esta calma ha costado muchas tormentas.

Una de mis razones de vivir también eras tú.

Pero ya no.

No respondes a mis expectativas. Me das calma, pero también mucha guerra.

Me cambias los ritmos. Me tengo que adaptar a ti y tus necesidades negando las mías.

Yo no quiero tener una pareja, yo no quiero convivir con nadie ahora mismo.

Pero busco tiempo de calidad con quien esté. Y si se trata de una relación sexoafectiva, me acabo de dar cuenta de que acabo de descubrir otra bandera roja.

Me sirve de autocrítica porque yo no siempre estoy en atención plena.

Seguimos aprendiendo.

Seguimos sumando momentos.

Que no tengas intención de autocrítica ni propósito de enmienda igual es otra bandera roja, sobre la puesta previamente.

Y es que igual si ofrezco, y es asombroso, tratar de mejorar la calidad de vida de quien pasa por mi vida, lo único que pido del otro o la otra es que al menos no la joda.

Que me facilite la vida y si decido estar con alguien es sea para no sentirme sola cuando trato de evitarlo.

No es intento de abducción, es saber definir lo que quiero a base de lo que no quiero. La razón de vivir soy yo. Estar bien es fundamental en los diferentes sistemas a los que pertenezco. Y a día de hoy sé lo que me merezco.

NILA J BOHÓRQUEZ

«En mi atalaya»

¡Es hermoso ver desde la atalaya de mi vida, todo ese horizonte donde

he podido otear el crecimiento, desarrollo personal y éxitos en la vida profesional de mis dos hijos nacidos desde mi vientre y del fruto de un amor maternal nacido desde mi corazón (mi hija adoptiva)!

¡Maravillarme viendo el verdor de los árboles sembrados en el fabuloso jardín encantado de mi hogar, y ya, en el reposo de mis años, sentirme inmensamente feliz poder hojear pausadamente, cada página de ese gran libro donde he plasmado todas mis vivencias entre cantos y poemas… sonrisas y lágrimas, pero también de grandes satisfacciones!

¡Así de bella es la vida (con sus «bemoles»)…nuestra razón de vivir…de ser y estar, para continuar por estos caminos, algunos expeditos, otros, alfombrados de rosas con sus infaltables espinas!

Nila J. Bohórquez L.

GRACE PELLS

¿Qué vamos a escribir?

Somos los juntadores, los probadores de sílabas, los sastres de las palabras.

Creemos que la vida tiene argumento, y te la queremos contar; así como nos sale, como escuchamos de los que viven sueltos, o de los amordazados, como si supiéramos.

Emitimos juicios y tratamos de explicar los fundamentos.

No tenemos más que vuelos de pájaros en la cabeza y escribimos tonteras. Murmuramos en papel, y sobrevolamos en tu noche para tomarnos un vino en la comunión de la soledad.

Entonces tú…

que vives en la orilla opuesta de mi casa, cruzando agua y montaña, eres el receptor noble de mi pena.

Yo lloro acá y tú, no sabes que cuerno pasa, pero entiendes y también lloras.

Tengo un eco

Yo que tengo un perro viejo y desde hace días otro nuevo, yo que tengo tres platos y casi siempre sopa, yo que tengo miedo a veces de estar tan solo…

Tengo un eco.

Sin saber tú nombre, la razón de mi voz en otra voz.

Y esa es una buena razón para vivir.

NUMIRALDA DEL VALLE

LA RAZÓN PARA VIVIR

El correr del tiempo trae consigo la caída de la belleza física, es un proceso experimentado por todos, cada uno lo vive diferente. Muchos lo hacen felices, agradecidos porque ella no es la más importante, la otra, la verdadera belleza, perdura pues no reside en lo externo sino en los recuerdos, en los gratos momentos, en el amor recibido, en el amor dado. Así sucede cuando se tiene en el corazón paz y alegría.

No es el caso de Zoila, quien no ha podido superar la pérdida de su belleza a manos de un esposo celopata. El filo de la navaja dejó una gran cicatriz en la mejilla… también le marcó el alma para siempre.

«Las cicatrices son muy profundas, no volverá a quedar igual», dijeron los médicos. Al salir del hospital se encerró en la casa abandonando todo tipo de actividades. La señora doméstica, fiel acompañante, ha permanecido a su lado.

Esta mañana al levantarse, como tantas veces el espejo le devuelve la conocida imagen, pero esta vez no salió corriendo, huyendo. Está vez tuvo el valor de sostenerse la mirada y observarse. Han pasado cinco años.

—¿En qué me he convertido?— pregunta a la imagen.

—En una muerta en vida— le responde.

—No tengo una razón para vivir—refuta.

—Si la tienes.

—¿Cual es, dónde está?

—La estas viendo. Es que acaso no sabes que eres la persona más importante de tu vida. Tú eres la razón, vive por ti.

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

Recuerdo que de niña; mi padre siempre nos decía

que lo que hiciéramos fuese lo que fuese lo hiciéramos siempre de la mejor manera posible, y que fuéramos los mejores. Era un ser mágico, especial; su alegría por la vida era contagiosa, siempre veía el lado bueno de las personas, de todo. Era una alegría estar a su lado, era muy compartido y trataba a todos por igual.

Todas las celebraciones que se hacían en casa eran realmente una gran fiesta.

Cuantos recuerdos increíbles tenía en mi mente.

Había tratado de seguir su ejemplo, pareciera fácil ser bueno; generoso y compartido como él lo era, pero en ocasiones ciertas situaciones que vivimos nos abaten y actuamos irreflexivamente; y nos convertimos en seres difíciles, negativos.

Ahora con más años a cuestas pensando en que mi fin ya no está tan lejano vuelvo a recordar una y otra vez las sabias palabras; mi padre y su comportamiento me envuelven en ese devenir de la vida y vuelvo a sentir lo increíble que hay en mi existencia valoro cada instante y no quiero perder más riempo con lamentaciones absurdas.

Se que siempre he sabido que los rencores resentimientos dañan nuestra existencia «enferman nuestras almas» y regreso a tratar de ser lo que debo; un ser que sabe que la vida es un instante y día a día hay que seguir adelante, tratando de ser la mejor version de nosotros mismos y que siempre habrá una nueva razón para vivir.

CESAR TORO

Wow. Creo que es un Exelente tema.

El cantautor Argentino Victor Heredia, tiene una bonita canción con ese título, os invito a escucharlo.

“Para decidir si sigo poniendo esta sangre en tierra, este corazón que bate su parche, sol y tinieblas. Para continuar caminando al sol por estos desiertos, para recalcar que estoy vivo en medio de tantos muertos…”

Dice un adagio popular, que cada cabeza es un mundo, por tal motivo; pienso que, cada uno de nosotros tiene una razón diferente, para vivir y dar gracias al ser supremo.

A mi, en particular, me fascina el momento mágico, cuando abro los ojos y descubro que Dios me ha regalado un nuevo día, una nueva oportunidad y que depende de mi, “ carpe diem “, la vida es una aventura maravillosa, tenemos la ocasión para amar, trabajar, estudiar, pasear, etc. Nosotros descidimos a cada instante en qué empleamos ese cheque en blanco, llamado tiempo.

Si aplicamos la ley de “causa y efecto” entonces, podemos estar seguros de los resultados, cosecharemos lo que hemos sembrado, recogeremos lo que hemos dado. Por todo esto debemos ser concientes de nuestros actos, durante el paso por este mundo, si asi lo hacemos la vida nos devolverá a manos llenas cosas buenas y tendremos una razón para seguir viviendo.

Demos gracias al Creador, por esta nueva oportunidad y aprovechemos al máximo este tiempo maravilloso para:

Correguir errores, pedonar, aprender, abrazar y reir a carcajadas. encontremos la razon para vivir en las cosas simples, pues no hay vuelta atras.

Como dijo el insigne poeta Machado.

“ Caminante no hay camino, se hace camino al andar, al andar se hace camino, y al volver la vista atras, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”

ANGY DEL TORO

En la feria navideña, donde las familias se movían entre risas y conversaciones alegres, había alguien que parecía ajeno al bullicio. Una figura alta, delgada, con un abrigo gris que absorbía la luz del entorno, como si todo el brillo de la temporada se desvaneciera al pasar junto a él. Caminaba con pasos pesados, sus pisadas se marcaban difusas en la nieve, tal si el frío le pesara más que al resto. Su rostro, enmarcado por un cabello encanecido y ojos extraviados en el tiempo, llevaba la huella de pasados inviernos.

No buscaba nada. No tenía intención de hacerlo. Había llegado allí por el impulso de una tradición que ya no sentía suya, una tarea impuesta por voces que resonaban distantes. Mientras los demás elegían árboles con entusiasmo, él deambulaba como un espectador en un teatro donde no entendía de qué trataba la obra.

El aire a su alrededor era denso, casi visible, como si cargara una tristeza antigua, una que no se había desvanecido con el tiempo. No hablaba con nadie, pero su presencia contaba historias. Leyendas de silencios en cenas que solían ser ruidosas, de regalos que ya no se envolvían, de ausencias que dolían más que el frío del invierno.

De pronto, sus pasos se detuvieron. No sabía por qué, pero algo lo había atrapado. Frente a él, un árbol pequeño y torcido parecía mirarlo. No era el más frondoso ni el más alto; sus ramas eran desiguales, y su tronco curvado le daba una apariencia frágil, como si hubiera soportado demasiados vientos. Sin embargo, había algo en él, en su quietud que lo llamaba.

El hombre extendió la mano y tocó una de las ramas. Estaba fría, pero en ese instante sintió algo que no podía explicar: una vibración tenue, un eco suave de palabras no dichas, un susurro que parecía venir de muy lejos. Cerró los ojos, y en el vacío oscuro de sus párpados vio imágenes fugaces: una mesa adornada, una risa infantil, rostros amados que el tiempo había difuminado.

El árbol habló, aunque no con palabras. Le mostró lo que había olvidado, lo que había negado. Y en ese instante, el hombre supo que no estaba eligiendo un árbol. Era el árbol el que lo había elegido a él.

El árbol lo observaba. O al menos así lo sentía él, aunque sabía que era imposible. Era un pino pequeño, casi insignificante entre la majestuosidad de los demás árboles, pero su quietud lo desarmaba. Había algo en su forma torcida y en la manera en que sus hojas apenas retenían el rocío, como si estuviera cansado, que le resultaba extraño y familiar.

Cuando los dedos del hombre rozaron la rama, un leve crujido recorrió el aire, como si el árbol hubiera despertado de un sueño profundo. Fue un sonido tenue, fácil de ignorar entre el bullicio de la feria, pero para él fue tan nítido como el eco de una voz perdida.

—Te pareces a mí —pensó, aunque no movió sus labios para expresar palabra alguna.

El árbol parecía un recuerdo atrapado en el tiempo, con sus ramas vacilantes y su tronco doblado. Era una vida que había resistido, pero no sin marcas. Y entonces llegó el susurro, un sonido que no venía del exterior, sino desde algún lugar profundo como su alma, como si el árbol compartiera su propio silencio:

—Estoy solo.

El hombre apartó la mano de golpe. Miró a su alrededor, nervioso, buscando la fuente de esa frase. Pero nadie lo miraba. Nadie había hablado. Sin embargo, las palabras seguían ahí, flotando en su mente como un eco.

—Estoy solo —repitió el árbol, o tal vez era su propio pensamiento. Era difícil saberlo.

El hombre retrocedió un paso, pero no pudo alejarse. ¿Quién me sujeta? Se preguntaba. No sentía sus fuerzas, sino, un peso invisible que le apretaba el pecho. Era como si el árbol le hablara de cosas que él había guardado bajo llave durante mucho tiempo. De ausencias que dolían, de momentos que habían quedado suspendidos en los años, de una tristeza que ambos compartían pero que ninguno había logrado comprender del todo.

—¿Tú también extrañas? —preguntó en voz baja, casi sin darse cuenta de que hablaba.

El viento sopló, y las ramas del árbol se movieron apenas, como asintiendo. En ese momento, algo cambió. No era una conversación; no eran palabras. Era una sensación, un entendimiento. El árbol y el hombre compartían una raíz común: la pérdida, la nostalgia, y el anhelo por algo que se había ido. Fue entonces cuando lo supo. No podía dejarlo ahí. Ese árbol no era perfecto, pero tampoco él lo era. Ninguno de los dos lo había sido en mucho tiempo.

El vendedor lo miró con sorpresa cuando señaló el árbol.

—¿Seguro que quiere este? Hay otros mucho mejores…

El hombre no respondió. Sólo asintió. Era como si algo lo hubiera elegido, y no al revés.

Cuando lo llevó a casa, algo curioso sucedió. Al colocarlo en el rincón de la sala, justo al lado de una ventana, sintió que el árbol respiraba. Su presencia llenó el espacio, no con tristeza, sino con un peso cálido, como si hubiera traído consigo los ecos del tiempo.

Esa noche, encendió las luces por primera vez. Y entonces lo vio: entre las ramas irregulares, las sombras proyectaban imágenes que no estaban ahí. Una mesa de madera gastada, rodeada de risas. Un par de manos decorando un pastel. Una mujer colocando velas mientras un niño las contaba en voz alta.

Eran sus recuerdos. Pero no eran sólo suyos. Eran recuerdos de todos aquellos que alguna vez habían llenado esa casa de vida. Se sentó frente al árbol, sin saber cuánto tiempo pasó. Las luces titilaban suavemente, y por primera vez en años, una lágrima rodó por su mejilla. No era tristeza lo que sentía. Era algo más profundo, algo que no había sentido en mucho tiempo: una esperanza de vida, su razón de vivir. El árbol no estaba solo. Y él tampoco.

Al principio, la familia no entendió por qué él había elegido aquel árbol torcido y sin brillo. Al colocarlo en la sala, junto a la ventana, todos lo miraron con cierto desconcierto.

—¿Ese? —preguntaron, con un tono incrédulo. —¿Por qué no uno más grande, más bonito? —dijeron.

Él no respondió. No sabía cómo explicarles que aquel árbol lo había elegido a él, que su tristeza parecía encajar con la suya, como si compartieran un mismo invierno interno. En cambio, lo adornó en silencio, colgando luces y esferas viejas, con movimientos lentos pero precisos. No parecía un hombre decorando un árbol. Era algo distinto.

Al encender las luces, la habitación entera quedó bañada por un resplandor cálido. No era el destello brillante de los árboles perfectos, sino un parpadeo tenue, casi tímido, como si el árbol estuviera despertando. La familia, que había estado observando con poca expectativa, quedó en silencio.

—¡Mira! —dijo alguien al señalar una de las ramas.

En las sombras proyectadas por las luces, comenzaron a aparecer formas. Primero, vagas siluetas. Luego, imágenes más claras. Un hombre joven levantando a un niño sobre sus hombros en un patio nevado. Una mujer decorando una mesa con guirnaldas doradas. Un perro, nombrado Leal persiguiendo un lazo rojo por toda la sala.

—Es papá… —susurró su hermana, cubriéndose la boca con la mano.

Era cierto. Cada sombra contaba una historia. Eran recuerdos olvidados, capturados como fotografías en las ramas del árbol. No eran sólo los suyos; eran de todos los que estaban allí. Los años felices que habían compartido, los rostros que ya no estaban, las risas que parecían haberse perdido en el tiempo.

Quien hasta ese momento había permanecido inmóvil, sintió que algo dentro de él se rompía. Pero no era dolor lo que salía; era alivio. Se permitió llorar, y al hacerlo, sintió que el peso que había cargado durante tanto tiempo comenzaba a disiparse.

—Los extrañamos tanto —dijo su hermana, dejando caer una lágrima mientras todos se abrazaban.

El árbol, que al principio parecía tan apagado, comenzó a brillar con una calidez que nadie podía explicar. No era magia, al menos no como la gente suele imaginarla. Era el reflejo de algo que todos compartían: la añoranza por lo perdido, la alegría de haberlo vivido, y la esperanza de que aquellos momentos no se habían ido del todo.

La transformación del hombre no pasó desapercibida. Durante años, había sido un espectador de las reuniones familiares. Pero esa noche, sentado frente al árbol, los miró como si los viera por primera vez.

—Nunca les dije cuánto los necesito —admitió, con voz quebrada. El silencio habló más que cualquier palabra.

El árbol parecía amplificar esos sentimientos. No sólo reflejaba los recuerdos felices, sino que también les devolvía la capacidad de sentirlos. No eran sólo añoranza o tristeza; eran raíces que los conectaban a un pasado que seguía vivo en cada uno.

La navidad pasó y la casa, de nuevo se llenaba de risas. Las historias del pasado fluyeron como un río desbordado, pero esta vez no había dolor, sólo gratitud. Hablaron de los que ya no estaban, no con lágrimas, sino con sonrisas.

—¿Y si hacemos algo diferente este año? —propuso su hermana. —Algo para recordarlos, pero también para celebrar lo que tenemos ahora.

Decidieron plantar un árbol en primavera, como un símbolo de renovación, de raíces que seguirían creciendo juntos. Mientras tanto, cada noche de diciembre, encenderían las luces y compartirían un recuerdo alrededor de él.

El hombre, como un espectro de sí mismo, comenzó a participar en las conversaciones, a reír, incluso a soñar. Y el árbol, que había sido pequeño y torcido, parecía más lleno, más vivo.

Así, el árbol no sólo transformó al hombre, sino a toda la familia. Les enseñó que la Navidad no se trataba de perfección ni de cosas materiales, sino de la conexión entre quienes están y quienes estuvieron.

Aquella noche, antes de la Navidad, el hombre miró el árbol y sintió algo diferente. No era tristeza, ni siquiera añoranza. Era paz. Cerró los ojos y, por primera vez en años, pudo recordar sin sentir que algo le faltaba. El árbol, en su esquina junto a la ventana, parecía sonreír.

MARIA ESTELA ALVAREZ

Donde estarà? le preguntò la hora . Al Tiempo

los minutos abrieron los ojos sorprendidos,

se codiaron despacito los segundos;

se estremeciò el ayer , y; una sonrisa sincera se dibujo en los labios del hoy .

El tiempo recorrio miles de galaxias y se detuvo en el unico puntito azul del sistema solar ,de donde salia mùsica, danza, algarabia, felicidad. el manana se despertaria alegre en donde todavia quedaba vida

MARÍA LAURA MALVENTANO

La huella en la nariz

Estar por estar o sentir el peso del aire propio y ajeno con gratitud de por ejemplo este desayuno en la cocina, con la resolana en la pared descascarada; voces en inglés de un podcast que intenta contarle lo que hoy no le interesa, mientras repite su ejercicio de morning pages en una servilleta de papel, porque le gusta lo mullido de la escritura y se le hizo hábito por las mañanas –y ahora esos ojos entrecerrados que vienen a buscarla le recuerdan el peso del aire y esa resolana, y que lo que nutre se encuentra, se hace, se escribe, se pinta, se vive; y sonríe despacio y se siente ingrata pero escribe y escribe, y sonríe y sonríe.

MAITE BILBAO

LA BÚSQUEDA

Esta semana me ha tocado escribir un relato sobre el sentido de la vida. A ver ¿a mí, filosofía? Si soy experta en evadir preguntas incómodas. Es como pedirle a un gato que explique la teoría de la relatividad.

Empecé a teclear, pero las palabras se negaban a fluir. Mi cerebro era un laberinto de preguntas sin hilo de Ariadna. Consulté a San Google: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué estamos aquí? ¿Y lo más importante: ¿por qué demonios me pidieron a mí que respondiera a eso?

Para escapar de la presión, creé a un extraterrestre llamado Zog. Un tipo con ocho ojos y una antena que se pasaba la vida repitiendo las mismas preguntas como un loro filosófico. ¡Qué original! Es como si me hubiera mirado al espejo y hubiera dicho: Vamos a hacer de esto un metaverso existencial.

El caso es que mi protagonista aterriza en la Tierra y se encuentra con situaciones absurdas: pregunta a un perro callejero cuál es el significado de la existencia y el perro lo mira como si estuviera loco; intenta conversar con una planta, pero la planta solo crece. ¡Vaya, qué profunda conversación!

Mientras escribía sobre Zog, me di cuenta de que estaba proyectando todas mis inseguridades y mis dudas en él, como un buzo en busca de perlas, pero solo encontraba algas, medusas y plásticos. Era como si estuviera diciendo: “Mira, no soy el único que no tiene ni idea de lo que está haciendo”.

Me puse en contacto con un grupo online de filosofía, pensando que ahí encontraría las respuestas que buscaba. Pero lo único que encontré fue un montón de gente inteligente discutiendo sobre cosas que no entendía. Me sentí como un niño en una tienda de antigüedades, rodeado de objetos valiosos desconocidos.

El martes, mientras paseaba por el parque, me senté en un banco y observé a los niños que jugaban. Tan concentrada estaba que no percibí su llegada y de repente, la pelota impactó en mi cabeza. Tras el aturdimiento inicial, desperté iluminada. Y entonces lo entendí todo. El sentido de la vida era tan obvio como la nariz en la cara, pero había estado buscándola en los libros de filosofía. Era la alegría de un niño, la emoción de un primer beso, la satisfacción de un trabajo bien hecho.

Escribí las últimas líneas del relato con una sonrisa. Había dejado de buscar razones para vivir, y he empezado a vivir sin razones. Amar, reír, llorar y sentir. Había decidido ser.

¡Ah! olvidaba deciros que envié de nuevo a Zog a su planeta, no era feliz por aquí, pero eso es otra historia.

EVA AVIA TORIBIO

La razón de vivir, el futuro amor.

1861. Armida y su nana han sido recibidas con gran expectación por las señoritas de la taberna que frecuenta Julius. Como es de esperar las acosan a preguntas, pero obviamente, Armida y la nana se reservan ciertos detalles.

Cansadas, y algo incomodas porque tienen la sensación de que ese no es un buen sitio para una persona no tan vivida, piden que les indiquen algún lugar donde puedan dormir esa noche. No disponen de muchos recursos económicos, pero si para sustentarse unos días hasta que encuentren algún trabajillo.

La propietaria de la taberna se ofrece gustosa a darles cobijo. ¿Cómo iba a dejar a una amiga tan querida de Cotton que pasara la noche en cualquier antro?, así que las convence de que no hay problema y que allí estarían protegidas. Tras ese ofrecimiento ve la oportunidad de tener nueva chica para el club que regenta. Ha pasado toda la noche observando a Armida, su educación, su forma de moverse, su figura, su juventud, en pocas palabras carne fresca para el negocio.

Armida y su nana, resignadas, aceptan con la condición de que puedan pagar con sus cuatro manos. Lo que, ingenuas, no podían imaginar, es que el costo sería algo más que sus cuatro manos.

Un año y unos meses después en el campamento de guerra.

La guerra está siendo dura para ambos bandos. Al final todo es política y siempre pagan los civiles. Los más idealistas luchan con fervor por lo que creen y en el mejor de los casos salen con heridas de guerra, como así le ha ocurrido a Julius, que ha perdido uno de sus ojos.

El capitán ha cogido en gran estima a nuestro amado e idealista Julius y ha decidido utilizar sus capacidades, poco comunes entre la clase pobre. Julius ha sido designado a comunicaciones. Allí aparte de transcribir y recibir las ordenes confidenciales dadas, se ocupa de escribir y leer las poquitas cartas que reciben sus compañeros. Julius es de los pocos que no recibe nada, ya que no tiene a nadie que se preocupe por él, pero en esta ocasión ha recibido correspondencia de una de las chicas del club.

“Querido, Cotton, espero que estés leyendo estas letras que ha escondidas he conseguido hacerte llegar. Créeme, gratis no me han salido, pero tienes que saber que tu amiga de la infancia y la nana han caído en manos de la madame y no sé cuánto tiempo más podrán resistir. Durante todo este tiempo he llegado a conocerlas bien y les he cogido mucho cariño. Este no es lugar para ellas y solo te tienen a ti. Regresa.”

—¡Joder, no, joder! ¡¿Cómo se ha atrevido esa zorra?! —grito, enfadado. Tengo ganas de ponerme a pegar tiros. Necesito hablar con el capital para que me conceda un permiso.

Un rato después, Julius está hablando con el capitán en su despacho.

Lo siento, Julius, pero si te marchas serás considerado un desertor —Levantándose de su asiento.

—¡Me importa una mierda! ¡La razón por la que estoy aquí es ella y nadie me va a impedir que me marche! —golpeando la mesa.

—No te pongas así. Déjame unos días. Eres un hombre muy importante para esta causa. Voy a ver qué puedo hacer.

—Te doy hasta mañana, si por la noche no he recibo noticias tuyas, abandono el campamento y me va a importar un mierda que luego me vengáis a buscar.

Julios abandona el despacho con impotencia, por no haber estado cuando esa dulce niña que dejó entre algodones vino en su busca.

Quince días después, en el club.

—Lo siento, nana, no puedo más —Llorando, miro mi cuerpo y esto es peor que cuando estaba entre algodones, al menos allí, solo abusaba de mí mi amo y teníamos con que sobrevivir.

—Mi niña, no llores, verás como esto terminará pronto. Confío en que Dios nos envíe ayuda —Secando mis lágrimas.

—¡Tú, muévete, tienes un cliente esperándote! —grita la madame, mientras se aproxima a nosotras—. ¡Y componte, coño, que das asco! —Golpeándome el rostro.

Se escuchan gritos.

—¿Dónde la tienes, maldita zorra? —Golpeo con fuerza la puerta del club. Subo las escaleras dirección al despacho de la madame, la que creí era mi amiga.

—Cotton, la tiene en esa habitación —me dice una de las chicas—. Gracias por estar vivo.

—Gracias a ti —Rozando su mejilla, porque sé que ella, entre todas, es la única que aún no ha terminado de marchitarse.

Nuestro galán con el uniforme de soldado tira la puerta abajo y lo que ahí encuentra, es lo que ha sufrido Amada desde que pisó ese lugar.

*****

—¡Coño, que susto me has dado! —Saltando del sillón. Que razón que tenía mi hija, estos junta letras me tienen enganchadita. Ya no tengo tiempo de pensar en hombres. ¡Ja, ja, ja!

—¡Coño, mamá, que soy un engendro, pero no es para tanto! —Escapándoseme unas risas—. Qué, ¿leyendo a la Incondicional?

—Bueno, es que, si solo fuera a ella, aún tendría algo de tiempo para más cosas, pero es que tela del telón lo que hay aquí, a cuál más bueno —Mostrándole a los que me van apareciendo.

—¡Mamá, la abu, que dice que no viene sola! —Quedándome a cuadros con lo que estoy leyendo en el WhatsApp.

—Sí, eso me ha dicho. Que se ha echado un novio zumbón. Pero ahora déjame, que quiero retomar el relato de la otra semana que necesito un poquito de calor.

Besos, la Incondicional.

LETICIA R MENA

– Pequeñas cosas intrascendentes –

Mi razón de vivir es el vuelo.

La flotación en equilibrio en el espectro de luz, que se cuela furtivo entre las cortinas de la sala.

Mi razón de vivir es la huida.

Escapar del artefacto que se empeña en sacudirme cuando aterrizo sobre los objetos inertes.

No sé de donde he venido, tampoco el lugar hacia el que dirigirme.

Solo sigo a mis compañeras en la levitación.

Tal vez un día salga al mundo, aprovechando la ventana abierta.

Entonces seré solo una minúscula e irrelevante mota de polvo en la inmensidad del aire invisible.

Una más entre el incontable número de motas de polvo que vagan sin rumbo, sin mueble sobre el que posarse, acurrucada junto a las demás como yo para sobrevivir al frío.

Me gustaría que mi razón de vivir fuera elevarme, subir y seguir subiendo. Atravesar todas la capas de la atmósfera y llegar al espacio exterior.

Dejar de ser una mota de polvo en la luz, y flotar en la no gravedad oscura.

Reflejar el destello de la luz de las estrellas, ser polvo de ellas.

Ahora una mano intenta atraparme. Nos alborotamos, deslizándonos entre los dedos.

Reímos, es un baile, un juego da caricias esquivas.

Somos una ilusión que devuelve a la infancia, a la inocencia de las cosas intrascendentes que hacen de la vida magia.

Tal vez esta sea nuestra razón de vivir.

Me olvidaré entonces de mi deseo de ser la primera mota de polvo astronauta.

Aquí en la tierra no se está tan mal.

FERNANDO LÓPEZ AGUILERA

La promesa

Una mañana, con los primeros rayos del alba, llegaron a nuestra aldea unos extraños. Decían ser conquistadores de la tierra y, allá donde iban, sometían a las gentes del lugar.

—Traed a vuestro mejor guerrero para que se enfrente a mis tres mejores soldados. Si los vence, os dejaremos en paz —proclamó, confiado, el hombre al frente del grupo de desconocidos.

La desconfianza se apoderó de nosotros, pues el grupo parecía bien preparado en el arte de la lucha y la guerra.

—Como nos ha sucedido en otros tantos lugares, también conquistaremos este territorio. Sabia decisión por vuestra parte sería no luchar —continuó hablando el líder de los extraños.

—Yo… Yo seré quien luche por nuestra tierra —dijo un joven indígena que salió de entre las cabañas, con valentía en su voz.

—¿Tú? ¡Mírate! —se mofó el líder, dejando escapar una carcajada—. Bien, si te crees lo suficientemente preparado, te pondré los tres desafíos que deberás superar si pretendes triunfar —concluyó con una sonrisa confiada, mientras tomaba asiento para presenciar el acontecimiento.

El escenario del enfrentamiento era una llanura de pasto verde que se extendía hasta la entrada del bosque que defendía nuestra aldea.

Fue entonces cuando comenzó la lucha. El primer adversario era un gigante, un hombre imponente que sobresalía del grupo de extranjeros y parecía dotado de una fuerza inconmensurable. A simple vista, un solo golpe suyo podía equivaler a cien del joven. El combate empezó con el gigante abalanzándose sobre el muchacho. Pero este, con gran habilidad, esquivó el primer envite. A partir de ese momento, comprendió que no debía enfrentarlo cuerpo a cuerpo.

Usando su ingenio, el joven se adentró en el bosque, que conocía a la perfección. El gigante lo siguió, destruyendo cuanto encontró a su paso y lanzando golpes colosales, mientras el muchacho se limitaba a esquivarlos. Con el tiempo, la furia del gigante comenzó a menguar. Fue entonces cuando el joven aguardó el momento preciso: al ver al gigante bajar la guardia, asestó un certero golpe que lo derribó. El primer desafío estaba superado.

El segundo reto no parecía tan amenazador a primera vista. Del grupo de extranjeros emergió un soldado cuya apariencia era menos intimidante que la del gigante. Pero pronto el joven descubrió que este adversario poseía un poder inusual: con un gesto, comenzó a replicarse a sí mismo, llenando el campo de batalla con centenares de copias idénticas. Cada ilusión atacaba al joven, buscando confundirlo y obligándolo a bajar la guardia.

El joven era golpeado constantemente, incapaz de distinguir al verdadero soldado entre las sombras de su mente. Fue entonces cuando el bosque, una vez más, luchó junto a él. La fría mañana trajo consigo una espesa niebla matutina que desdibujó las figuras ilusorias, dejando entrever al enemigo real. Aprovechando este regalo de la naturaleza, el joven se abalanzó sobre el verdadero soldado y logró abatirlo. Había triunfado nuevamente.

Finalmente, llegó el último y más peligroso adversario. Un soldado cubierto por una deslumbrante armadura dorada se presentó ante él, irradiando una autoridad abrumadora. Desenvainando una espada que brillaba como el sol, advirtió al joven:

—Muchacho, esto acabará pronto. Esta espada cuenta cientos de victorias, asestando un único y certero golpe.

Sin dar tiempo a una respuesta, el caballero atacó, hiriendo mortalmente al joven y haciéndolo caer al suelo, inmóvil. Los extranjeros celebraban ya su victoria, seguros de que la resistencia había terminado. Pero, ante la incredulidad de todos, el joven se movió y, tambaleándose, se levantó una vez más.

El caballero, atónito, le preguntó:

—Es imposible. Ya deberías haber abandonado. ¿Por qué sigues luchando?

De repente, el escenario cambió. La muchedumbre que presenciaba el combate se transformó en la bulliciosa multitud de un mercado navideño en nuestra ciudad. Ahora estaba cogido de la mano de mi abuelo, quien repitió la misma pregunta, pero esta vez al hombre detrás del mostrador de un viejo puesto de panderetas y zambombas:

—¿Por qué sigue luchando?

El señor de la tienda respondió con una sonrisa serena:

—Porque le prometí a mi abuelo que las panderetas y zambombas que él, desde hace muchos años, me había enseñado a fabricar serían mi razón de vivir.

CARMEN ÚBEDA FERRER

Un charco

Después de una lluvia intensa,

quedó un charco de agua

que entren sollozos gemía.

¡Qué triste y sucio me encuentro!

Fui de gotas blancas como perlas.

Arribé al asfalto como agua cristalina.

Ahora solo soy un cenagal.

¡Triste será mi corta vida!

¡Triste y sin consuelo mi final!

Bajó volando un pajarito,

chapoteó en el agua

bebió con su piquito ambarino

y, entonó un alegre trino.

Te dedico esta melodía,

charco para mí bendecido.

Te has cruzado en mi vida

para saciar mi sed y asear

el plumaje de mi vestido.

Muy contento se puso el charco.

¡No estaba todo perdido!

El día continuó gris

y gris fue su pensamiento.

¡Ay! Pobre y mísero de mí.

Más al atardecer clareó el cielo

y lució del sol un destello.

El charco se vio convertido

en un brillante espejo.

Las hojas de los árboles, muy coquetas,

se miraron en aquel cristal de agua

y, al verse tan verdes y hermosas,

con el alear de su fronda,

al charco le dieron las gracias.

El sol se fue apagando…

se terminaba su ronda.

Nació la luna lozana, redonda y plateada.

Del charco hizo un reflejo

con espejitos de plata.

Así transcurrió la noche.

La luna en el cenagal,

brillaba multiplicada.

Pero al llegar la alborada,

el sol con rayo potente

abrasó, de tal forma la calzada,

que del agua no quedó nada.

Una súbita reflexión

le vino al charco al pensamiento.

Tuve compañía y

regalé buenos momentos,

que me hicieron muy feliz,

por tanto, hete aquí,

que al fin comprendí

cual fue mi razón de vivir.

Carmen Úbeda Ferrer.

AXY LINDA

—Hola, estoy haciendo una encuesta para una revista. ¿Puedo hacerles una sola pregunta?

—Claro, adelante.

—¿Cuál consideran que es su razón de vivir?

Sujeto 1

—Mmm… Tener mucho dinero, un coche de lujo y viajar por el mundo.

Sujeto 2

—Mis padres. Ya están ancianos y dependen de mí.

Sujeto 3

—Comprar una casa para vivir con mi novia.

Sujeto 4

—Mi hijo, mi nieto, mi pareja… Mi familia y amigos.

Tras escuchar respuestas similares de varias personas, un anciano que transmitía paz y bondad, llamó la atención del encuestador:

Sujeto 11

—He oído lo que dicen los demás y podría responder igual. Pero creo que hay algo más.

Acomodó su bastón, tomó aire y continuó:

—Durante años, creí saber mis razones: sueños, metas, personas queridas. Pero, a los 26 años, un vacío me llevó a pensar que no tenía ninguna. Intenté terminar con mi vida.

Irónicamente, quien me empujó a esa decisión terminó salvándome.

El encuestador lo miró con atención.

—Viví por inercia mucho tiempo; sentía que merecía más del mundo. ¡Vaya! Tenía el concepto al revés. Me di cuenta de que incluso lo más simple—una flor que brota en el concreto, el aroma del pan recién horneado, los ojos curiosos de un niño—tiene un valor inmenso. Aprendí que la vida en sí misma es razón suficiente para vivir. Si sigo aquí, es porque puedo contribuir a mejorar algo, aunque sea pequeño.

Al hacerlo, todo cobra sentido.

El encuestador dejó de tomar notas. Sintió que algo dentro de él había cambiado.

El anciano sonrió.

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17 comentarios en «La razón de vivir – miniconcurso de relatos»

  1. Este tema es tan especial para mí, que hay dos relatos que he de votar por sus letras:

    José Luis Usón, por llevar a la razón de vivir a casa tras la larga noche.

    Irene Adler, por una razón para vivir y otra para morir.

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  2. Aunque hay muchas razones para vivir, a mí me han llegado las de:
    -Angy, por ese Árbol y sus recuerdos
    -Leticia, por esa mota de polvo que aunque quería volar al espacio, decide que en la Tierra se vive muy bien.

    Responder
  3. Enhorabuena compañeros. Que bien tejeis letras.
    .-Grace por ese eco que todos tenemos
    .-Paquita, por la dedicación y buenas letras en esa novela negra por entregas.
    .-Jose Luis Usón por tocar las emociones que desgraciadamente todos hemos tenido cerca.
    .-Angy por las raíces profundas de ese árbol.

    Y así seguiría.
    Seguid iluminando con letras. ✨✨✨
    Luz y salud para todos.

    Responder

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