La belleza que cae – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «silencio cómplice». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 6 de diciembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

El ocaso

da paso

a la belleza que cae

y a los ojos atrae

un sentimiento

de nostalgias.

Es un embrujo

que a las almas condujo

al paraíso de los sentidos

es el goce del corazón

y cada uno de sus latidos,

embelesados por su destino.

SUSANA NÉRIDA

La belleza cae, o quizá nunca estuvo. Mientras se alzaba esbelta y majestuosa por fuera y todo el mundo la alavaba, se convirtió en un trofeo, un cacho de carne por el que todo el mundo competía y que nadie valoraba realmente ni la respetaba.

Y mientras, por dentro. Hay, por dentro.

Por dentro se cernía, como discapacidad invisible, la Nada. Ese ser primigenio de La historia interminable carcomía las esquinas de su maltrecho cuerpo y maltrecha mente.

Sí, definitivamente la belleza cae con el tiempo, y la discapacidad invisible se tornaría indescriptiblemente dolorosa e incomprendida.

Y ahí, la joven, bella por fuera y marchita y ajada por dentro, reflexionó estas líneas:

«Pensé que nada podía doler más que la vida. Y entonces, el dolor físico adquirió otra dimensión.

Mientras el primero agonizaba en eternos silencios, el segundo se abría paso entre gritos y retorcimientos.

Menuda agonía desesperante esta, que no me da ni un segundo de calma.»

Su belleza cae, una vez más, como los pétalos de rosa ante la joven Bella. La Bestia se abría paso entre jadeos para llegar a urgencias. Unas urgencias abarrotadas donde sería ignorada, tanto por su belleza, como por su discapacidad, al ser invisible.

Ese ser maldito, condenado, encerrado y atrapado en esa belleza que hoy, cae y se postra ante tantos fragmentos rotos y afilados de su ser. Esa feminidad rota y abatida de su interior.

Pero sólo ven, que la belleza cae.

La belleza cae, ante la celosía de las mujeres y la lascividad de los hombres.

Y así fue, como en la más profunda soledad, la belleza cae.

CORONADO SMITH

Este es mi regalo de Otoño, dos relatos, sin coste adicional para ustedes, usando los mismos elementos…y con una sola tostada y un café por desayuno.

Versión seria

Con el trinar de los pájaros,

me despierto;

también ladran los perros.

La manzana de la discordia cae

pero el ángel está atento.

No soy un caballero aunque

intento parecerlo.

Hay que cortar el nudo gordiano

del libro de los sentimientos,

sus tapas están marchitas

de tanto apuñalamiento;

restauraré su belleza con dinero.

Un ramo no compra una cita,

ni la montaña impide enamoramientos,

todo lo marchita el tiempo ,

por muchas cartas que digan «te quiero»

Versión libre

-Un pájaro me ha dicho que se ha escapado tu perro-

-A lo mejor ha sido un cuervo-

-Pues que sepas que se comió mi única manzana-

-¡Imposible, mi Rodolfo solo come queso!

-Señoras tengamos la fiesta en paz-dice apareciendo el caballero.

-Oh, que ángel tan hermoso-las dos suspiran por el forastero.

-«A éste le hago yo un nudo, aunque tenga que usar mi dinero»-piensa la una, la otra se pone a tocarse el trasero.

-Señor ángel, le voy a contar un secreto, aquí mi vecina, tiene mas recortes de piel que el carnicero-

-Pues anda que tú, que naciste cuando se estaba inventando el fuego-

-Tengo este ramo de rosas para la que me trate con más esmero-

-No hagamos una montaña de un grano de arena y compartamos a éste joven apuesto-

-¿Entonces están las dos de acuerdo?, tengan esta citación del juzgado por no pagarle al fontanero­-

-¡Le quisimos pagar en especia!-

-¡Pobrecillo, como para no salir corriendo!-

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

.La belleza que cae la poseía aquella mujer de hermosura divina. Buenos es un decir ya que todos sabemos que la divinidad es esencia de Dios.

Pero Sucre vestía la palabra baldad con aquella elegancia y sencillez en su persona que halla por donde iba su precioso moverse atraía los ojos de todo aquel que pasaba a su lado . Su atractivo tenía tal fuerza, que la gente de aquel asentamiento estaban en constante encantamiento. Más un día el viento del Norte arremetió con dureza en el entorno y su graciosidad y guapura comenzó a caer a igual caen las hojas de los árboles en el otoño.

ANA MARIA BA

Belleza que cae:

arrugas que trae

el tiempo.

Somos un barco hundido,

un fin de sinfín

en el universo.

RAQUEL LÓPEZ

Miro embelesada lo sublime

de estos paisajes que nos da la tierra

verdes caminos y manantiales,

abrazan y calman la sed eterna.

Flores que adornan

senderos y veredas

luciérnagas nocturnas,

que en la noche nos alumbran.

En el silencio de mi soledad

busco quietud en el camino

encontrando mu anhelaba felicidad,

embriagando mis ojos como un regalo divino.

Escucho los murmullos que me envuelven

y aún paisaje hostil, alberga vida,

bajo la inmensidad de la bóveda Celeste,

sigo sin palabras y abstraída.

¡ Oh, belleza que cae

y quedará olvidada!

bajo el destino cruel,

de miradas vanas…

ARMANDO BARCELONA

LA BELLEZA ES LO QUE ENTRA POR LOS OJOS

Decir que la Puerta del Sol se despierta con las primeras luces del alba, es una metáfora tramposa —si es que hay alguna que no lo sea—, porque la Puerta del Sol nunca duerme. Pero el trile es una seña identitaria del entorno urbanita en que vive la plaza y eso convierte en creíble la figura retórica.

La Mariblanca hace la esquina en la calle Arenal. Como casi todo en esta ciudad, no es la auténtica escultura de Venus que en 1630 coronaba la fuente de las Arpías, solo una copia más barata, pero da el pego y como la gente pasa del tema y no hace preguntas, a la corporación municipal se la suda.

—Buenos días Mari, parece que ya refresca —esponja las plumas Paloma, descansando el primer vuelo del día sobre la testa caliza de la estatua.

—¡Qué quieres, hija, a finales de septiembre! Y haz el favor de no cagarte en mi cabeza, que me la dejas llena de bigudíes. ¡Hala, si antes lo digo!

Paloma, tras la descarga, a saltitos, cambia su ubicación al hombro derecho de la diosa.

—Lo siento, Mari, pero es que para esto soy como un reloj, corazón. No te agobies, que con rulos o sin ellos estás guapísima.

La estatua, si pudiera, mostraría escepticismo con su lenguaje corporal, pero, dadas las circunstancias, no mueve ni una ceja.

—¿En serio, no me ves más gorda? ¡Ay, no sé, no me acabo, yo…! Esto de ser el arquetipo de la hermosura, qué quieres, emocionalmente pesa mucho, Paloma, créeme. El tiempo corre y los cuerpos se estropean. Cuando cae la belleza…

Paloma se despioja las plumas con el pico y abanica las alas.

—¡Cómo vas a estar gorda, Mari, coño, no me jodas, si eres puro carbonato cálcico! ¡Qué manías os entran a las guapas, Jesús! Ya me gustaría a mí tener vuestros problemas. Además, la belleza es eterna, imperecedera, una noción abstracta llena de matices subjetivistas. Quae visa placet, como dijo el de Aquino: bello es lo que agrada a la vista, y, oye, para gustos, colores.

—No te me pongas intensa, Paloma, reina, que de buena mañana estoy muy espesa.

Con un aleteo breve, el bicho volvió a posarse en los pétreos rizos de la diosa.

—Mari, la gente guapa, tenéis la vida resuelta, eso es un hecho incontestable, aunque tengáis menos luces que el dormitorio de un topo, y no lo digo por ti, cariño, que eres divina, pero fíjate la cantidad de macizas y macizos que cobran un pastón por ser tontos del culo y hacerlo público.

Con qué ganas, le habría soltado la escultura, un papirotazo al pajarraco, pero es lo malo que tiene ser de piedra, no hay forma de mover un dedo.

—No, guapa, de eso nada. Lo que pasa es que la chusma está cargada de prejuicios y, en cuanto ve a un tío o a una tía buenorros, tira de tópico y les cuelga el sambenito. «Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla». Esto es de Confucio, ya que te pones a tirar de pensamientos profundos. ¡Hala, otro rulo! Parece que lo hicieras a mala leche, Paloma, hija.

Perdona, chica, es que he comido ganchitos y esas guarradas me mueven el cuerpo. Pero me lo has puesto a huevo, amante: «Confucio es un señor muy antiguo, chino-japonés, que inventó la confusión». Te sonará, fue trending topic en su momento. La gilipollez dio la vuelta al mundo y fue parida por Giosue Cozzarelli, aspirante a Miss Panamá en 2009. ¿Crees que allí terminó su carrera de guapa con pretensiones? Pues no. La convirtieron en una muy cotizada modelo y hasta crearon para ella, con su nombre, una línea de camisetas, que llevaban estampadas frases del «chino-japonés». Por su cara bonita.

A la Mariblanca, aquello le tocó la fibra.

Ya estamos. La niña rubia está buena, ergo, es gilipollas; de manual. Seguro que no te has molestado en buscar una metedura de gamba parecida en un tío. ¡Sociedad machista de los huevos!

¡Ay, qué bonita te pones cuando te enfadas, cariño! —aleteó, Paloma, divertida—. La belleza está en todas partes: en el arte; en la naturaleza; en el poder. Claro que los hay, tíos metepatas, digo. A ver si te suenan estas perlas: «Es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde». «Lo que nosotros hemos hecho, cosa que no hizo usted, es engañar a la gente». «Dije que bajaría los impuestos y los estoy subiendo». Esto y más lo dijo un señor con toda la barba, para que veas, y no es que sea guapo, precisamente, aunque, ya sabes, para gustos…, pero gozó la belleza del poder. ¿Semejante diarrea mental lo inhabilitó para el servicio público? Pues tampoco, nada más lejos; con decirte que llegó a presidente del gobierno. Con un par.

Si hubiera podido, a la Venus se le habría escapado una sonrisa, pero… ¡Caramba, que ya lo he dicho antes: es de piedra, leñe!

No sé, Paloma, no sé. Visto así, lo mismo tienes algo de razón. Pero no me líes, coño. ¿De verdad que no me ves gorda?

DAVID MERLÁN

LA BAILARINA DE CRISTAL

En el corazón de la ciudad las butacas del viejo teatro se llenaban cada noche con murmullos de expectación. Todos querían ver a Enora Leconte, la bailarina de cristal.

La señorita Leconte flotaba en el escenario como una pluma, como una brizna, como un suspiro. Tenia a toda la ciudad ensemismada y noche tras noche muchos de los que alli se congregaban a sus puertas para asistir a los dos pases programados, pagaban cantidades desorbitadas a los reventas con tal de ver aquella bailarina mágica.

Sus movimientos desafiaban no solo la gravedad, sino también la lógica: daba giros imposibles, saltos que parecían suspendidos en el tiempo, y caídas que, por más que te fijaras, nunca tocaban el suelo. En una sociedad inmersa en una época de cambios, algunos de los presentes lo achacaban a la magia; otros a un engaño perfectamente orquestado para quitar el dinero a los incautos y llenar los bolsillos de los aprovechados.

A pesar de todo, el público, creyente o no, una vez imbuidos por el espectáculo, se dejaban llevar, hipnotizados. Noche tras noche, función tras función al finalizar, todos irremediablemente rompian en aplausos como muestra de admiración pero mezclado al mismo tiempo con un rugido colectivo que exigía más de su arte.

Sin embargo, pocos sabían el precio que pagaba por su gracia inhumana.

En la soledad de su camerino, Entre función y función, Enora sumida por la tristeza, retiraba con cuidado las zapatillas que habían transformado su vida. Eran de un cristal brillante, cada hebra entrelazada como una telaraña mágica que brillaba al contacto con la luz. Las zapatillas le habían sido entregadas por un misterioso hombre una noche de tormenta. «Con ellas, serás la perfección encarnada», le había prometido. Y había cumplido su palabra.

Siempre se repetía la misma escena. No podía remediarlo:

Ella a solas mirandose en el espejo viendo como le caían las lágrimas y rememorando el momento que cambió su vida.

El hombre que le había entregado las zapatillas no era un simple mortal. Se hacía llamar Oluwa Odili, y según ciertas leyendas que Enora pudo investigar más tarde, era un artesano maldito de origen africano que añoraba la inmortalidad y que estaba condenado a vagar por el mundo en busca de almas puras para alimentar sus creaciones. Para lograrlo, había hecho un pacto con fuerzas oscuras: sus manos serían bendecidas con la capacidad de crear objetos que otorgaran dones divinos, pero a cambio, cada una de sus obras consumiría poco a poco la vida de quien la usara. Esa energia vital, sería absorbida por él, otorgándole energía y deste modo alargando su vida en igual medida a la que arrebataba. Pero para Enora ya era tarde.

Cuando el señor Odili encontró a Enora, la vio como la musa perfecta para una de sus creaciones. Había estado observándola durante semanas desde las sombras, estudiando sus movimientos, su ambición, su deseo de destacar en un mundo cruelmente competitivo. Con su juventud vio en ella una mezcla irresistible: una joven bailarina talentosa que no podía alcanzar el éxito debido a las limitaciones de su cuerpo y la vida que le había tocado vivir.

La noche que se presentó ante ella, Enora, triste y cansada, se disponía a dirigir sus pasos a la pensión donde malvivía. Lo hizo durante una tormenta, en la entrada del callejón posterior a bastidores de un todavía más viejo y decrépito teatro que mal sobrevivía abierto ofreciendo espectáculos de tercera a sinvergüenzas, borrachos y prostitutas.

—Tus movimientos son hermosos, pero podrían ser extraordinarios —le dijo con una voz suave, pero cargada de autoridad.

Enora, con las zapatillas ensangrentadas por sus puntas tras horas de espectáculo vacío se detuvo, lo observó desde una distancia prudencial y lo miró con desconfianza. De todas formas, algo en la presencia del hombre la inquietaba y fascinaba a partes iguales.

—¿Y qué me ofrecerías tú? —preguntó, como si supiera que él no estaba ahí por casualidad.

Oluwa Odili le mostró unas zapatillas. Relucían incluso en la oscuridad, como si tuvieran luz propia.

Él se percató al instante de la reacción de la joven y supo que la tenía a su merced.

—Con estas zapatillas, tus límites desaparecerán. No habrá salto que no podras dar, ni giro que no puedas ejecutar. Bailarás como si el mundo estuviera supeditado solo para ti. Y sobre todo podrás salir de este maloliente lugar. Pero… —hizo una pausa, sonriendo— la perfección siempre tiene un precio.

Enora no preguntó cuál era el precio. Error. Su mente estaba embriagada por la promesa de grandeza. Miró alternativamente hacia sus zapatillas y hacia las que aquel extraño le ofrecía desde la distancia y pensó que no tenía nada que perder. Dejó caer las suyas sobre un charco mugriento y se acercó para aceptar las nuevas. Las tomó, creyendo que cualquier sacrificio sería menor comparado con la gloria que prometía.

Ahora, con el paso del tiempo, si. Ahora si sabía el precio que cada noche, al utilizarlas, estaba pagando.

Cada vez que las usaba, las zapatillas absorbían algo de ella. No era algo visible al principio; quizás un poco de energía, un leve cansancio en los músculos de las piernas. Pero apenas habían pasado un par de años dede entonces cuando comenzó a notar más. Sus dedos perdían sensibilidad, su reflejo en el espejo se veía cada vez más apagado, como si la luz misma la estuviera abandonando.

Esa noche en particular, sentía un peso distinto. Las zapatillas brillaban con una intensidad voraz, como si hubieran devorado demasiado.

—Enora, la sala está llena otra vez. ¡Están esperándote! —dijo Helena, su ayudante, asomándose por la puerta.

—Solo una última vez, Helena. ―dijo esbozando con dificultad una leve sonrisa en dirección a la puerta.

Helena apenas pudo oirla debido a la algarabía que se formó cuando sonriente y brazos al cielo anunciaba el inminente regreso a escena de Enora Leconte, La Bailarina de cristal.

El teatro rugió cuando las luces se apagaron. El telón se alzó, y Enora apareció en el escenario, bañada por un único haz de luz. El público contuvo el aliento mientras ella comenzaba su danza.

Aquella noche, Enora Leconte se superó asi misma. Giros en el aire como si el viento mismo la sostuviera; sus pies apenas rozando el suelo, y sus brazos dibujándo líneas imposibles. Pero entonces, algo sucedió.

Un crujido sordo llenó el teatro. Al principio, nadie entendió de dónde provenía, pero luego vieron las grietas. Pequeñas líneas que serpenteaban como venas por el cristal de las zapatillas. Enora siguió bailando, ajena al peligro, pero cada paso hacía que las grietas se hiciesen más visibles.

—¡Basta, Enora. Detente! —gritó Helena desde las sombras del escenario.

Cuando Enora regresó de su concentrada ensoñación intentó detenerse pero no pudo. Las zapatillas ya no le pertenecían; eran las dueñas de sus movimientos. La última pirueta fue perfecta, una espiral luminosa que terminó en el centro del escenario. Pero al detenerse, las zapatillas se rompieron en mil pedazos.

El sonido fue ensordecedor, como si el alma de aquel lugar se hubiese partido en dos. Enora, como por arte de magía permaneció suspendida por un hilo invisible unas decimas de segundo y finalmente cayó al suelo, inmóvil. El público se levantó en un clamor confuso, entre gritos de horror y aplausos desconcertados.

Helena corrió hacia ella. Enora abrió levemente los ojos, y en ellos ya no había brillo, solo un vacío profundo.

—¿Fue hermoso? —le susurró al oido con una débil sonrisa.

Helena asintió con lágrimas en los ojos. —Fue la cosa más hermosa que he visto. Escucha.

******

Dos horas mas tarde, cuando todo el teatro ya se entraba en vacío y en silencio, Oluwa Odili entró por el lateral de la platea y se dirigió al escenario. Esa noche, como cada noche desde la penunbra de las últimas filas, no había perdido detalle de la actuación de Enora y se había fijado que, con las prisas de socorrer a la jóven, nadie se había parado a recoger los trozos de las zapatillas de cristal. Oluwa recogió en silencio los fragmentos brillantes que quedaron en el escenario. En ellos, atrapados para la eternidad, se encontraba la esencia de su obra enriquecida con la de Enora.

Oluwa, recogió los fragmentos y los guardó en una pequeña caja de madera repujada con exoticos relieves y dibujos. Miró por un instante al escenario donde visualizó a Enora dando piruetas imposibles y desapareció en la noche, listo para buscar a su próxima musa.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

LIGERA, COMO PLUMA DE AVE

El mundo apenas acaba de parir una nueva mañana. Como muchas, imprevisible, dispuesta a abrirse paso, perlada de esa constelación de pequeñas lágrimas con las que el otoño llora los campos. No suena aún el canto del primer gallo cuando de repente, sin previo aviso, he comenzado a caer. Como caen tantas cosas al llegar su hora. De manera lenta y silenciosa, mecida por el viento. Humilde, callada y sin testigos. Porque la belleza no siempre requiere de presencias, no necesita ser contemplada para seguir siendo perfecta.

A nadie debería sorprender, pero a veces lo hago. Soy una hoja. Una simple hoja. Un vestigio enorme y marrón, testigo del otoño, ese asesino implacable que, aliado con el frío, va desnudando poco a poco los árboles, los pela y los deshace, desvistiéndolos de su abrigo de pequeñas piezas. Ligeras, como plumas de pájaro, en otro tiempo verdes y ahora desvaídas. Poco a poco vamos descendiendo hasta hacer del suelo nuestro nuevo hogar, descansando dormidas sobre un mar de tonos ocres bañados de nostalgia.

Mi vuelo, a merced del caprichoso viento, puede que no sea el más perfecto. Pero soy hermosa, bien formada, tejida por una red de nervios que me surcan y que en otro tiempo me hicieron sentir viva. Soy única entre las miles que forman el denso y mullido manto que yace bajo el árbol que es mi padre.

No busquen motivos para mi caída. Simplemente tenía que ocurrir. Porque el otoño está sujeto a leyes inmemoriales. Porque era mi destino y mi razón de ser. Las hojas, llegado nuestro momento, al alcanzar el último recodo de la vida, estamos para eso. Para envejecer y descolgarnos en el ocaso de los días. Como se apagan los humanos. Como se extinguen todas las demás criaturas en cuyos pechos late la vida. Si tuviera la fabulosa capacidad de la voz, os diría muchas cosas. Os hablaría de lo que se percibe estando allí arriba, verde y lozana. Os detallaría el dolor o quizá la liberación que se siente al ser arrancada. Y finalmente os describiría la sensación al caer, mientras el viento me acuna y me abraza, invitándome a bailar ese extraño vals en el vacío.

Quien pudiera, aunque fuese solo una vez, experimentar el privilegio de ser una simple hoja.

CARMEN BERJANO

—Dios te salve María.

«Ay, madre mía, qué está pasando con mi cuerpo».

—Llena eres de gracia.

«Eso, eso era yo, una mujer llana de gracias, y ¿ahora?».

—El señor es contigo.

«El señor, dice. Uno y tantos. Vivir soltera y viajar tanto por trabajo me había permitido hacer lo que me daba la gana y ligar, había ligado muuucho».

—Bendita tú eres entre todas las mujeres.

«Bendita, sí, porque quien tuvo retuvo y, aunque la belleza decae, sé que sigo siendo atractiva. Pese a mis daños, pese a mis años».

—Y Bendito es el grupo de tu vientre, Jesús.

«Mi vientre no ha sido útil. Solo para dar placer y recibirlo. Por eso, a mis 48 años me sigo quedando embobada con los bebés. Añoro su olor y ternura. Añoro haber formado una familia».

Carmen salió de la iglesia revuelta, pero en paz. Cogió un taxi hasta la terraza donde había quedado para picar algo con aquel señor.

Y qué señor… Era más joven, pero con responsabilidad afectiva y una ternura de otro planeta. Se saludaron con un beso tímido en la comisura de los labios y él la abrazó.

Era domingo y estaban ultimando detalles para que la acompañase al viaje de esa semana, ya que él podía teletrabajar. A Carmen le entusiasmaba la idea porque ella solo trabajaba tres horas por la tarde y podían visitar la zona. Iban a Alburquerque, adonde iba a acompañarle Claudio y la premenopausia, con sus sofocos y dolores articulares.

Ya tenían hotel. Se quedaban en el castillo de Luna. Y se había propuesto moverse un poquito hasta Marvao y Campo Maior, además de Valencia de Alcántara.

Eran primeros de diciembre. El clima animaba al piel con piel. Y las ganas. Muchas ganas.

«Dios te salve, María…». Carmen nunca había confundido la fe con la culpa. Creía en el dios de Espinoza, pero ir a misa le relajaba y le sentaba bien.

Claudio sí era religioso. Llevaban saliendo año y medio. La pasada Semana Santa, Carmen le pidió que le hiciese el amor con el traje de nazareno puesto. Era algo que, no entendía por qué, le excitaba muchísimo.

«Llena eres de gracia…».

RUFINA SEVILLA

Si te escogí a tí

Si a tí.

Porque me di cuenta

De qué encontraste

Mi punto debil

El único que descubrió

La bella de esta alma

indomable.

Te escogí

Si a tí ,a ti

Porque valía la pena.

Valía los riesgos.

Valía la vida.

EFRAÍN DÍAZ

La caída de Ana Milena

En la carrera por la belleza, por ganarle la partida a la vejez, a veces se pierde más de lo que se gana. Ana Milena siempre fue la joven más hermosa del colegio, una diosa entre mortales. Sin esfuerzo, año tras año, se alzaba con el título de Reina de los Corazones. Su belleza no era común, era de esas que paralizan miradas, que generan silencios incómodos y suspiros.

A los quince años, su rostro angelical la llevó al modelaje, luego a la televisión, y más tarde al cine. Todo lo que tocaba se convertía en éxito. Sin embargo, el día que encontró su primera arruga frente al espejo, algo en su interior se quebró. El pánico se apoderó de ella como una sombra. La idea de perder esa perfección que la había definido era inconcebible. Perdería su lugar en la industria. No tendría posibilidad de continuar haciendo protagónicos.

Sin dudarlo, tomó el teléfono y llamó a su agente, ordenándole conseguir al mejor cirujano plástico de la ciudad.

Cuando llegó al consultorio, el médico, un hombre de experiencia que había visto a muchas mujeres caer en la misma trampa, la recibió con una mezcla de admiración y profesionalismo. Ella pidió un lifting facial con la soberbia de quien siempre obtiene lo que quiere. Sin embargo, el cirujano la observó detenidamente y calmadamente le dijo:

—No necesitas un lifting, Ana Milena. Con unas pocas inyecciones de bótox será más que suficiente.

Sus palabras no fueron recibidas como un consejo sino como un insulto. Se levantó de inmediato, fulminándolo con la mirada.

—Nadie le dice que no a Ana Milena.

De inmediato buscó otro médico, uno dispuesto a complacerla. Este accedió a realizar el lifting. La cirugía fue un éxito. No solo desaparecieron las arrugas, sino que su rostro recuperó el brillo de años atrás. Ana Milena estaba eufórica. Había ganado. La vejez no podía contra ella. No paraba de mirarse sonriendo frente al espejo.

Pero la euforia duró poco. Apenas un año después, una nueva línea de expresión apareció, esta vez en su frente. Desesperada, regresó al mismo médico.

—Quiero otro lifting y un pequeño retoque en la nariz —ordenó, como quien pide un vestido a la medida.

El cirujano, con más ética que ambición, trató de hacerla entrar en razón.

—No puedo realizarte otra cirugía tan pronto. Es innecesario y arriesgado. Tu rostro no lo necesita.

—No estoy aquí para escuchar excusas. Si no lo haces tú, encontraré quien lo haga-manifestó molesta.

Y así lo hizo. Buscó un nuevo cirujano. El tercer cirujano que encontró no tuvo reparos en cumplir con todos sus deseos. Lifting facial, reducción de nariz, levantamiento de párpados y afinamiento del mentón. Ana Milena estaba exultante. Volvería a ser la reina. La más hermosa de la industria.

Cuando llegó el día de quitarle los vendajes, su corazón latía con fuerza. Miró el espejo con ansias, pero lo que vio la dejó sin aliento. Su reflejo era una pesadilla: un rostro asimétrico, con los párpados tan altos que sus ojos parecían desorbitados. Los pómulos sobresalían como protuberancias grotescas, la nariz diminuta parecía ajena a su cara, y sus labios, hinchados y desproporcionados, daban la impresión de ser caricaturescos. La piel estaba tan estirada que cualquier expresión parecía imposible.

El grito que salió de su garganta resonó por todo el consultorio.

—¡Esto es tu culpa! ¡Arruinaste mi rostro!

El cirujano, incómodo pero frío, respondió:

—Señora, cada tejido reacciona de manera distinta. Seguí todod los estándares médicos al pie de la letra y lo que usted pidió. Su tejido reaccionó de esta forma. No hubo impericia de ninguna clase.

Ella no quiso escuchar. Salió de la clínica en un ataque de histeria, pero las semanas siguientes confirmaron lo que temía: la corrección era imposible. Ni siquiera el mejor cirujano del mundo podía devolverle lo que había perdido.

La industria, despiadada y cruel, le cerró las puertas. Ya no era la protagonista, ni siquiera la villana, que requería cierta belleza. Simplemente no encajaba. Ana Milena se recluyó en su mansión, apartándose del mundo. Solo su fiel mayordomo la veía a diario, llevándole lo necesario, pues ella ya no se atrevía a salir a la calle.

Frente a su espejo, ahora cubierto con una sábana, pensaba en todo lo que había perdido: no solo su belleza, sino también su identidad y su libertad. En su afán por detener el inexorable paso del tiempo, había caído en la peor de las trampas: olvidar que la verdadera belleza no radica en el rostro, sino en el alma. Su belleza había caído por un abismo, arrastrándola a ella, sin vuelta atrás.

CESAR BORT

Fermín Arosta dijo que la empujaron. Yo no lo creo. En aquel lugar arrecia el cierzo y esa tarde soplaba con fuerza. Debió cegarla el polvo y en la entallada, cuando confundes un paso, te vas al fondo. Si la caída no te mata, las serpientes te acaban.

Su madre ya le advirtió que no anduviera por los escarpados, que era peligroso, que la angustia se cura ocupando las manos, no deambulando a solas. Puede que quisiera matarse, eso no lo sé, y, por eso, no le hizo caso.

Razones para hacerlo tenía de sobras, desde aquel día que el aroza y sus cuatro la emboscaron volviendo de la vaguada. Le rompieron el cántaro, desparramaron el agua y la dejaron preñada.

Fermín Arosta dejó de cortejarla, quiso o su padre le obligó a creer al cura, que dijo que se había abierto de piernas, como una fulana; que gritaba de placer, mientras la penetraban; que la muy puta volvía cada día a la vaguada, y no, precisamente, a por agua.

Y es que al parecer, el aroza le dejó un buen diezmo en el cepillo, y ya se sabe que pagando, san Pedro canta. Aunque sin limosna, también, cantó, cuando supo que la muchacha había tomado ruda para abortar. Una aberración a ojos del Altísimo, un asesinato, se ve que dijo, pues yo no estaba.

«Bruja», llamó el párroco a la vieja que le preparó el veneno, la que vivía en la casa desconchada, a las afueras del pueblo. Hacia allí fue la turba, con horcas y garrotes. Yo la vi pasar frente a mi ventana. Iba enfurecida, encolerizada, el aroza y sus cuatro al frente, con un hierro al rojo para marcarle la piel, como al ganado, aunque acabaron quemándole los ojos, cosas que pasan, y la echaron del pueblo, ciega y sin nada.

Supongo que se la habrán comido las alimañas, como le hubiera pasado a la belleza que cayó en la entallada, si Fermín Arosta no la hubiera encontrado, medio espiazada.

CARMEN ÚBEDA FERRER

La vanidad de una gota de rocío

En aquel frío y hermoso amanecer, en el que la luna, dilatadamente redonda y blanca, llevaba impresa la tristeza de una forzosa despedida, nacía una gota de rocío. La gasa de una nube la posó en la copa de un pino. La chispa de agua, se vio tan hermosa, cristalina y transparente bañada por el languidecido y sedoso resplandor de la luna, que arropada por su vanidad, quiso ser eterna y quedarse a vivir para siempre en el cobijo perfumado de aquel frondoso árbol. Más… la gota de rocío resbaló por las hojas, quedó suspendida un instante en el aire… y fue a caer en un fangoso charco donde se disolvió como una lágrima vertida sin consuelo por la pérdida de su belleza.

SERGIO TELLEZ

LA JUVENTUD ETERNA, SOLO $19,99

Querido lector, tengo algo realmente maravilloso que revelarte, pero a la vez sombrío. Antes de comenzar, te ruego que concentres tus seis sentidos (pues aquellos que han trascendido la condición mortal saben que el sexto sentido es el que nos permite percibir lo que se esconde más allá de la realidad tangible). Debes estar dispuesto a creer en la historia que te voy a contar, a dejar que tu mente se abra a la posibilidad de lo desconocido. Si no estás preparado para ello, te aconsejo que no sigas leyendo, pues este mensaje está escrito para aquellos que están dispuestos a entrar en mundos etéreos y a enfrentar la verdad que se esconde más allá de la realidad cotidiana.

Querido amigo, te voy a revelar un secreto que pocos conocen. Un secreto que se esconde detrás de la fachada de la normalidad, un secreto que te hará cuestionar todo lo que creías saber sobre la vida y la muerte.

Hablaré de Benjamin Button, si… el de Fitzgerald , el que encarnó Brat Pitt, el hombre que nació con la apariencia de un anciano y que envejeció hacia atrás. Sí, amigo mío, es la misma historia que te contaron en la escuela, pero no te dejes engañar. La verdad es mucho más profunda y compleja de lo que te imaginabas.

Imagina que tienes en tus manos un reloj que marca el tiempo al revés. Un reloj que te permite viajar en el tiempo, pero no hacia adelante, sino hacia atrás. Un reloj que te permite rejuvenecer, que te permite vivir la vida al revés.

Ese es el secreto de Benjamin Button, amigo mío. Un secreto que te hará cuestionar todo lo que creías saber sobre la vida y la muerte. Un secreto que te hará preguntarte si es posible vivir la vida al revés, si es posible rejuvenecer y empezar de nuevo.

Pero, amigo mío, no te dejes engañar. La verdad es mucho más compleja de lo que te imaginabas. La verdad es que Benjamin Button no fue solo un hombre que nació con la apariencia de un anciano y que envejeció hacia atrás. La verdad es que Benjamin Button fue un hombre que vivió una vida extraña, una vida que desafió a la naturaleza, una vida que se burló de las leyes de la física y de la biología. Porque Benjamin Button si existió y existe pero con otro nombre y está metido entre los mortales, tiene el mismo nombre y apellidos míos…

Y ahora, amigo mío, te pregunto: ¿estás listo para descubrir el secreto de Benjamin Button? ¿Estás listo para vivir la vida al revés? ¿Estás listo para rejuvenecer y empezar de nuevo?

Querido amigo, te invito a sumergirte en un mundo de misterio y maravilla, un mundo que te hará cuestionar todo lo que creías saber sobre la vida y la muerte. Antes de comenzar, te ruego que concentres tus seis sentidos, que te permitas sentir la energía que fluye a través de este mensaje, y que te dejes llevar por la corriente de la imaginación.

Debes estar dispuesto a creer en lo increíble, a dejar que tu mente se abra a la posibilidad de lo desconocido. Si no estás preparado para ello, te aconsejo que no sigas leyendo, pues esta historia está escrita para aquellos que están dispuestos a entrar en mundos inimaginables y a enfrentar la verdad que se esconde más allá de la realidad cotidiana.

Pero amigo mío, hay algo más. Algo que te hará cuestionar todo lo que creías saber sobre ti mismo. Algo que te hará preguntarte si eres quien crees ser, o si quieres cambiar tu vida.

Y ahora, amigo mío, te pregunto: ¿estás listo para descubrir el secreto de Benjamin Button? ¿Estás listo para vivir la vida al revés? ¿Estás listo para rejuvenecer y empezar de nuevo?

La respuesta, amigo mío, es sencilla. La respuesta es que Benjamin Button no es solo un personaje de una historia, sino que es una parte de ti mismo. Una parte que ha estado escondida durante mucho tiempo, pero que ahora está lista para ser descubierta.

¿Estás listo para descubrir la verdad sobre ti mismo? ¿Estás listo para vivir la vida al revés? ¿Estás listo para rejuvenecer y empezar de nuevo?

Amigo mío, te presento el Elixir de la Regeneración Eterna, un brebaje misterioso que contiene la esencia de las hierbas y minerales más raros y poderosos del universo. La hierba de la vida, también conocida como »Eterna», es una planta rara que solo crece en las montañas de La Sierra Nevada de Santa Marta, cultivada por mis hermanos indios Wayú en zonas con una altitud superior a 4.000 metros sobre el nivel del mar. Su estructura molecular es única, con un contenido de flavonoides y terpenos que supera el 30% de su peso seco.

La extracción de la esencia de esta hierba se realiza mediante un proceso de destilación a vapor, utilizando un equipo especializado que permite mantener la temperatura y la presión óptimas para preservar la integridad molecular de los compuestos activos. El resultado es un extracto rico en antioxidantes y compuestos antiinflamatorios, que pueden ayudar a reducir el estrés oxidativo y a promover la regeneración celular.

El mineral de la regeneración, también conocido como »Cristal de la Vida», es un mineral raro que solo se encuentra en las profundidades de la tierra, en zonas con una alta concentración de iones de litio y cobalto. Su estructura cristalina es única, con una red de iones que se organiza en una estructura hexagonal. Esta estructura permite que el mineral emita una resonancia energética que puede ayudar a equilibrar el campo energético del cuerpo humano.

La combinación de la hierba de la vida y el mineral de la regeneración en el Elixir de la Regeneración Eterna crea un efecto sinérgico que puede ayudar a promover la regeneración celular, a reducir el estrés oxidativo y a equilibrar el campo energético del cuerpo humano. Es un brebaje misterioso que puede ayudar a transformar tu vida de manera profunda y duradera.

¿Estás listo para experimentar la transformación más profunda de tu vida? ¿Estás listo para vivir la vida que siempre has querido vivir? Entonces, amigo mío, te invito a probar el Elixir de la Regeneración Eterna. ¡Es tu oportunidad para vivir la vida eterna.

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¡No esperes más, amigo mío! ¡El Elixir de la Regeneración Eterna te espera!

IRENE ADLER

PALADION

(La belleza que cayó del cielo)

El viento arremolinaba la tierra reseca y árida; el polvo se metía bajo la ropa y en las narices y entre los ojos. El sol se fragmentaba en pedazos de luz rota y la inmensidad yerma del páramo, se difuminaba entre esa niebla artificial y tórrida que el hombre mitigaba con un pañuelo amarrado contra la boca y los párpados entornados. La mordaza y el aullido del viento ahogaban sus maldiciones: contra la tierra; contra la suerte; contra los dioses.

Nunca le arrancaría un fruto a aquel terruño áspero y odioso. Nunca pariría esa tierra nada más que polvo, miseria, lágrimas y odio. El odio sí arraigaba allí. El odio no precisaba de agua para florecer. Al odio, como al fuego, para prender le bastaba un soplido, y allí lo único que sobraba era viento.

Por encima del hombro vio a la mujer que se afanaba en sacudir la única esterilla de la casa bajo el alero entornado. La alfombra recogía más polvo del que soltaba y el viento enloquecido pareciera querer obligarla a levantar el vuelo. Animado por el ejemplo de ella, el hombre volvió a la azada y a la tierra; a los surcos pedregosos; al empeño de obtener un mísero celemín de trigo. Ya ni siquiera pedía— a esas alturas— la bendición de una cosecha entera.

La luz describió un arco en el cielo por entre la espesa polvareda similar a una marca de tiza. Era brillante como las estrellas y se movía rápido en una trayectoria descendente que auguraba un golpe brutal contra el suelo, justo detrás del linde oeste. Cayó brillante y sin ruido y luego vieron una espesa columna de humo azul elevarse allí donde había caído. Lo vieron los dos. El hombre se apartó el pañuelo que le amordazaba la voluntad y las palabras y ella se quedó inmóvil bajo el alero, con una mano sobre los ojos y en la otra la esterilla, flácida y a merced del viento.

—No vayas —suplicó ella, adivinándole en el gesto la intención.—Déjalo estar.

—Tú quédate aquí.

Y echó a andar campo a través usando la azada como si fuera un cayado.

Una piedra pintada de blanco hacía las veces de mojón y de lindero. Contra ella, recostada plácidamente en un agujero, yacía una pequeña estatua de madera oscura que humeaba suavemente sin fuego y sin llama. Al tocarla la notó caliente al tacto. Era una talla tosca, burda, hecha por una mano inexperta, tal vez por un niño. Había algo anormalmente hermoso en su fealdad, como si la madera irradiara hacia afuera el amor con que la habían creado; se apreciaba la buena voluntad en los detalles y lo que a su manera, él interpretó como la ternura del primer esfuerzo.

La figura tenía un yelmo y una coraza con un extraño abalorio en su centro. Sostenía en rígido equilibrio una lanza y tenía los ojos cerrados, quizá porque le había faltado valor para verse a sí misma en la caída.

Cediendo a un impulso que no habría sabido explicar, se metió la estatua en el zurrón y regresó a la casa con su tibieza acariciándole el costado. Y a cada paso que daba, aquel calor se derramaba en la tierra que empezó a cambiar de textura y de color, tornándose bajo el peso de sus sandalias dócil, fresca, fértil…

Para cuando alcanzó la puerta de la casa bajo el alero entornado, todo el páramo era un vergel verde brillante y el viento se había transformado en una brisa dulce como almíbar. Regresó el agua cristalina al manantial polvoriento que alimentaba la alberca y una fragancia olvidada de flores y primavera lo inundó todo como un milagro o una promesa.

Colocaron la estatua en un pequeño altar votivo cerca del fuego y le rindieron un culto humilde y sincero, sin pretensiones. La suerte de ambos cambió y hasta la estatua empezó a parecer diferente, colorida, a veces incluso en movimiento. Los párpados cerrados, tersos, adquirían por las noches un brevísimo aleteo, como un hombre dormido cuando sueña. Sus labios finos, esculpidos con un rictus de amargura, mostraban una incipiente sonrisa que se acentuaba un poco más cada día. La granja prosperó. Fue la suya la mejor cosecha de toda la comarca. El invierno trajo nieve y esperanzas en una vida mejor.

Pero el hombre, en secreto, deseaba que la estatua abriera los ojos y viera todo cuánto les había regalado.

—Déjalo estar—le recomendó la mujer—. No deberías pedirle más que la Gracia y la Belleza que ha traído a nuestras vidas desde que cayó del cielo. La diosa podría enfadarse.

—Pero puede sonreír —respondió él —. Y si puede sonreír, podrá mirar.

Le pintó unos iris azules sobre la tersa madera de los párpados cerrados, como esos barcos con ojos grandes e inertes que surcan los mares procelosos. Ojos de buen augurio que protegían y vigilaban la derrota de los hombres: su camino y su fracaso.

Tan pronto el hombre dejó el carboncillo sobre la mesa, la estatua tembló; la casa tembló; el cielo amenazó con desplomarse sobre sus cabezas. Con súbita fiereza se apagaron a la vez el sol y el fuego. Murió el trigo y se secó la alberca. Regresó el viento enloquecido a resecar las entrañas de la tierra y vieron con asombro y terror cómo la estatua —otra vez ciega— rodaba fuera de la casa, remontaba el alero torcido, se alzaba sobre el tejado y se perdía para siempre en aquella niebla artificial y tórrida a merced del viento, llevándose consigo sus promesas y sus dones, exactamente igual que había llegado.

Efímera y fugaz, como acostumbran a serlo la Fortuna y la Belleza…

Aunque se caigan del cielo.

AMPARO SORIA

-El joven Helmides-

Helmides encontró a su maestro, Ansel, con la cabeza oculta entre los brazos, abatido, sobre el escritorio iluminado por la anacarada luz de la luna. Todos dormían en palacio. Aquella escueta alcoba dónde residían él y su maestro era demasiado fría para el anciano.

Mi señor ¿Qué os ocurre? Varios días ya le veo con ese preocupante desaliento.

Ay, joven Helmides…Su Majestad me ha insinuado que, si no escribo como antes, dormiré bajo el cielo.

Helmides observó extrañado a su maestro. El joven le fue entregado de niño a Ansel para que lo cuidara, este quedó huérfano en una de las revueltas promovidas por el propio Rey, Ladislao IV, El Grande, para recaudar los impuestos a los humildes campesinos de la comarca.

– ¿Y por qué no lo hacéis, maestro? Vos sabéis.

-Joven, Helmides. –suspiró, bajando ruborizado la mirada. –La belleza que se cae es muy ardua de recuperar. Su Majestad siempre ha alabado mi escritura. Me contrató para su corte porque mis escritos eran elegantes, sin estridencias. Según sus palabras, mi escritura era la belleza perfecta sobre un pergamino. Y ahora, miradme, soy viejo; mi vista ha menguado bastante, mis manos son torpes con la pluma, y mi cabeza, a veces confusa. No logro realizar la bella letra de antaño. Mis ideas se enredan…

-Maestro, si vos me permitís. – interrumpió con cautela el aprendiz. –Yo os puedo ayudar. No perdemos nada por intentarlo. Si vos debéis dormir bajo el cielo, yo os acompañaré, sin dudarlo. –sonrió apoyando respetuoso su mano sobre el hombro del anciano.

-Decidme cómo, joven Helmides. Escucho.

-Llevo toda la vida con vos. Os he visto escribir, con delicadeza, muchas noches, con luna, con tormentas…Cuando vos os retirabais de esta estancia o dormíais, yo leía sus trabajos antes de entregarlos, aprendí a imitar su letra. Conozco sus historias y su estilo de escribir. Vos me indicáis y yo escribo. Si la confusión le atormenta, yo sabría aclarar vuestra idea.

El maestro se mantuvo unos minutos en silencio, contemplando la luna a través del exiguo ventanal, considerando la ayuda de su aprendiz.

-Me parece buena idea. Si no, siempre podemos dormir bajo un árbol, una manta o un puente si la lluvia arrecia. –sonrieron y estrecharon su mano, conformes.

Y así, las historias del maestro, Ansel, volvieron a emocionar al rey Ladislao IV, El Grande. Pocos años más tarde, el joven Helmides continuó con el legado de su maestro, al servicio de Su Majestad.

————-

EL IDIOTA

La belleza que cae.

Cada cual sabe sus cosas y tiene sus razones. No la juzgo, aunque admito que me queda un espacio vacío en mi lógica cuando veo su cuerpo hermoso, de curvas bien formadas de forma natural , porque la silicona es fácil de reconocer y en ella se nota la ausencia de lo artificial, y su cara, que a pesar del miedo o del arrepentimiento, refleja belleza en la sonrisa con la cual se despide de esta miserable vida. Tampoco tengo argumentos para justificar la elección de un edificio en el mismo centro de la ciudad y mucho menos el que haya decidido dar el salto completamente desnuda. No sé si es metáfora o ironía o simplemente sarcasmo de su parte entrar en el mundo de la muerte como mismo lo hizo en éste.

Mi lógica no basta para llenar el hueco de una muerte voluntaria, supuestamente absurda. Saco la cuenta y no me da: una mujer bonita debe elegir siempre el lado de la vida donde no caben los suicidios, donde exIsten tantos tontos.dispuestos a complacer sus más grandes deseos tan solo por poseerla. Aún no comprendo el impulso malsano, porque algo podrido debe haber dentro de mí, que me indujo a dirigir el lente hacia su cuerpo en vuelo y tomar la fotografía que ahora miro detenidamente y en un arranque de egoísmo y desprecio al dolor del prójimo me da por titular “ La belleza que cae” y pensar en premios, aplausos y dinero.

Estoy corrompido por dentro. No merezco la vida.

ANA DEL ÁLAMO

LA BELLEZA QUE CAE

Me asomo entre las nubes. El cielo está gris, casi negro. No puedo reprimir un escalofrío al sentir la mañana tan fría y nubosa.

Anoche dormí bien, a bajo cero, como es habitual en esta época invernal; nada hacía presagiar que hoy, después de esa calma, viniera una tormenta de nieve.

Mis compañeros me empujan y me hacen trastabillar, son jóvenes como yo e inexpertos. Todos queremos salir los primeros, y a la orden, comenzamos a descender desde el cielo con furia, indulgentes, saboreando cada palmo.

La gente ahí abajo, se apresura a cobijarse bajo sus techos, otros se paran y nos observan embelesados recibiéndonos como un maná.

Unos niños me recogen del suelo y entre risas y juegos, hacen de mí un muñeco rechoncho y gracioso. Me colocan una zanahoria por nariz y unas ramitas hacen de brazos. Alguien me coloca un gorro sobre mi cabezota y una bufanda al cuello. Se lo agradezco, me estaba quedando helado.

Hay quien se ha instalado sobre los árboles cubriendo sus copas de blanco satén. Nos miran altivos y con cierto orgullo. Ellos se acloparon antes y se quedaron las mejores vistas.

A lo lejos, en el corazón de las montañas, mis amigos han vestido las cumbres creando una estampa de Navidad perfecta y entrañable. Les envidio. Cuando venga el deshielo, serán agua cristalina que baje retozando por los ríos hacia los manantiales o acabarán en el mar continuando el ciclo.

Acabo de verme al lado de unos niños en una postal navideña. Es un regalo para sus padres. Parece que les ha gustado porque sonríen y se abrazan. Ya no les envidio.

HAROLD LIMA

Es solo un negocio.

Miro mis manos y traviesa levanto con el índice solo un poco los blancos guantes que las cubren, son como cartón viejo y hay manchas oscuras que las hacen verse aún más viejas, ese doctor es magnífico; supongo debo dejar algunos créditos extras cuando haga el pago virtual. Pero, de eso ya se ocupará mi representante. Un joven y apuesto acomodador del tren me guía a mi vagón privado, me siento una diva y no puedo evitar sonreirme, más el seguramente no lo nota pues llevo un velo negro que me cubre toda. Una vez adentro me aseguro de cerrar la puerta y las ventanas con cuidado, el doctor me recomendó que evotara exponerme al sol por dos semanas o todo el trabajo cosmético se perdería, el espejo es justo como lo pedí, de cuerpo entero y con acabados en plata. Es curioso que hace solo unos siglos, entraría en pánico al verme tan solo una arruga en mi rostro y hace solo unas semanas exigía a mi cirujano sean más notorias y acentuadas, más avejentada y más vieja que nadie le dije, de ser necesario busque en archivos históricos y haga todo lo que este en sus manos, yo sabre pagarle bien por la discreción y su arte.

El doctor es de los mejores y en verdad hizo un gran trabajo, estoy segura la presentación de mañana será un éxito total. Yo me sentaré y ellos me miraran con sus rostros admirados, moveré difícilmente mis manos como lo practique toda la semana y empezaré a contar esas historias antiguas de como la humanidad dejó vieja tierra en naves de impulso sagan-tittor tan lentas que nos tomó años llegar a próxima, tambien contaré como eran los océanos de la tierra, aunque nunca los vi pues nací en una colonia orbital de próxima, muchos siglos luego. Todos me escucharan maravillado y a mitad de esas historias diré estoy cansada, difícilmente respirare y parecerá me muero teatralmente en el escenario, para recuperarme y dejar por terminado el show. Los rostros jóvenes se llenarán de emoción y considerarán que cada credito invertido en sus entradas valió la pena. Compraran mi libro, recuerdos en la tienda y fotos que autografie. Posiblemente los más osados y con dinero me invitaran a cenas en mi honor. Cuesta creer que to sea una estrella en toda la galaxia solo por ser la persona más vieja. Antes me sentía fuera de lugar en un universo donde nadie envejecia ya, me maldije el embarcarme como enfermera en los cargeros mercantes, la paga era buena pero los años de incomunicación hacían que fuera intolerable aunque casi todo el viaje fuera un entrar en stasis y salir de ella. Recuerdo el día que el capitán nos despertó a todos al mismo tiempo y nos comunico que las grandes razas habían admitido a la humanidad como miembro temporal, lo siguiente fue maravillarnos con toda la tecnología que pusieron a nuestro alcancé. Juan de ingeniería fue el primero en sugerir no esperar y aplicarnos las 22 dosis para detener el envejecimiento, la doctora de abordo sugirió usáramos la carga de vegetales para sintetizarla y cuando llegáramos a puerto la pagaríamos de nuestros sueldo, todos estuvimos de acuerdo. En esa época yo tenía 33 años y era solo en un año mayor a nuestro miembro más viejo, el sub oficial científico Miller. Pienso que en aquella época se considera éramos personas de mediana edad y nada más, nunca ancianos. Fue una lastima que nuestra nave terminara perdida por algunos años en el espacio, yo sobreviví a dirás penas por la mera suerte que mi cápsula de stasis no se dañara en el accidente que daño el reactor. A mi llegada al puerto de paso rostros de casi adolesentes me recibieron, nadie aparentaba más de 15 o 17 años, al parecer era norma recibir el tratamiento que detenía el envejecimiento a esa edad y los años que estuve perdida hubo una crisis social que fomento los suicidios entre los que se habían aplicado el tratamiento a edades superiores a los marcados como norma. Según entiendo vivir la eternidad en un cuerpo viejo fue mucho para muchos. Los años siguientes trabaje oculta en toneladas de maquillaje y tratamientos para verme aún menor, así encaje medio bien hasta que in representante artístico me ubico y se sorprendió de no encontrar a una ancianita, luego de risas y un buen café creamos el espectáculo que hoy soy. La mujer mas vieja de la galaxia. Las grandes banderolas y publicidades holograficas dicen 33 años. La belleza y juventud en este mundo son norma, algo sin valor, pues todos son inmortales y con un simple tratamiento de bioescultura puedes parecer aún más bella y joven, contrario a las modas actuales que buscan aparentar más años o defectos pequeños, solo los suficientes sin exagerar. Los publicistas llama a esto «La belleza que cae». Por ahora estoy aprovechando el morbo y la emoción de ver a la persona más vieja de la galaxia. En una semana más estaré en el teatro más exclusivo de esta metrópolis galáctica, los propios reyes de la casa musk me rendirán tributo en fiestas protocolares, los millonarios pagaran millones de créditos por estar en primera fila y escucharme historias inventadas, mi rostro envejecido les evoca algo antiguo de respeto y solemnidad.

Me miro otra vez en el espejo de marco de plata, ese cirujano es increíble, a los viejos estándares parezco de 80 años, unos años más y me jubilare, estoy segura algún día tendré que regresar a mi imagen juvenil y vivir como cualquier otra que no es famosa, sin las palmas ni los elogios. Esto es solo un negocio, ahora a leer un poco los libros de historia, mi actuación será mejor.

GAIA ORBE

lluvia de flores

titilan en las hojas

cae belleza

ciudad de buenos aires

pintada con colores

amarillo ocre

inunda las veredas

llega el verano

MARTU MONFORTE

Renovación

Cae su llovizna

y el jacarandá pinta

caminos azules a estrenar.

Cae la plegaria

anhelante y tibia…

diciembre es paz.

Caen

esperanzas nuevas

florecen sobre manos abiertas

las almas titilantes.

Caen

sueños como estrellas refugio

y en desiertos de fuego

amanece un lago.

Caen

savia, amor, belleza y lluvia

y la tierra adormecida

renace

despierta

brota otra vez.

MARÍA GALERNA

Efímera

Abandonada en el rincón

exhala su último aliento.

Maldiciendo su suerte,

la brevedad de su vida.

Avocada a un instante

efímero y ajeno.

Perdida la hermosura.

Sola y olvidada,

consume su ajada frescura.

Efímero momento

donde reinó

ante miradas indiferentes.

SILVIA RAFI GRACIA

AQUEL PECULIAR ESCONDRIJO

La belleza se revelaba en aquellas chispeantes y esponjosas briznas que, en su descenso de caída, se mantenían suspendidas ante aquella mirada de niño sorprendido que tanto las había evocado un día tras otro al regirar su bola de cristal.

Una bola de cristal en la que contemplaba una y otra vez caer, embelesado, aquellos figurados copos de nieve cuando, ya habiendo anochecido y tras haberse acostado, sentía la necesidad de vaciar su mente del cúmulo de sensaciones que habían ido impregnando su cuerpo durante el día.

La tenía en su mesita de noche junto a su cama; y estaba convencido de

que, en aquella casita de madera que sobre las ramas del frondoso y gigantesco árbol

enraizado en aquel apacible valle.que, cada vez que regiraba su bola, acogía los copos de nieve mágicamente aparecidos.., nadie podría conocer su paradero ni.importunarle..

Y se imaginaba mirándola caer desde la ventana, la única ventana de la cabaña, junto a aquel perro soñado que, aunque nunca en toda su infancia llegó a ser real, era para él su fiel compañero; además de la añadida compañía de algunos pájaros que, como él y su perro Germán (tenía cara, pensaba, de llamarse así), anidaban por las mismas ramas, así como también una familia de ardillas. A los pájaros y a las ardillas con quienes compartía aquel enorme árbol no les había puesto nombre, porque no entraban siempre los mismos, era un ir y venir y aún no sabía distinguirlos para identificarlos

No importaba que la minúscula maqueta del interior de aquella bola transparente estuviese compuesta de figuras diminutas y muy poco definidas, porque él, Marcos, no tenía el más mínimo problema en hacerse también tan diminuto como fuese necesario para divisar claramente todo detalle

del entorno de su acogedora cabaña de madera.

Y por allí, en otras casitas de madera, tenía un par o tres de buenos amigos;

no como aquellos cuatro impertinentes compañeros de su nueva escuela (pensaba en sus

adentros), que no le comprendían y diariamente se reían de él, de sus ocurrencias

(disparatadas y cómicas, comentaban entre ellos a carcajadas aquellos grandullones, cuando coincidían en los ratos de recreo). Con ellos, con sus vecinos de cabaña, sí que juntos vivían intrépidas y divertidas aventuras buscando descubrir misterios.

Pero éso era en otros momentos porque a la hora de dormir lo que le gustaba y limpiaba sus malestares era ver caer la nieve junto a Germán hasta que ambos se quedaban dormidos mientras Germán le abrazaba (o más bien él abrazaba a Germán, personalizado en el muñeco de peluche que durante el día aparentaba dormitar cómodamente sobre su cama).

Y fué muy intensa la sensación que sorprendió a Marcos cuando de repente vió flotando tantas i briznas blancas algodonadas desde la ventana de su actual hogar, que no era ninguna cabaña sobre un árbol pero sí que lo percibía igual de entrañable y protector

Fué el ver tanta belleza cayendo del cielo con un imponente y acolchado silencio en el que ingrávidamente danzaban, como titubeando, los copos de nieve al desplazarse, zigzagueando destellos de luz al ir descendiendo ante las farolas. Fué en aquel justo momento cuando recordó con total nitidez aquellos días de su infancia, pasados ya unos cincuenta años, cuando

su padre y su madre, y con ellos él, debieron trasladarse a vivir a otro lugar al cual le costó acostumbrarse.

Vivenció de nuevo la paz profunda que con sus cinco años había sentido en su recurrente refugio y reconoció cómo aquella bola de nieve junto a su desbordante y prolífica imaginación le habían salvado en unos cuantos momentos puntuales de una sensación de inquietud, incertidumbre y desolación que, no sabiendo cómo explicarla a los adultos de su entorno debido a su corta edad, mantenía en su intimidad.

Pensó que la próxima vez que fuese a casa de sus padres buscaría aquel valioso y carismático objeto y que lo tendría a mano por si algún día, tras algunos años, se hiciese presente la nostalgia. Se preguntaba si Marina, su única hija, alguna vez también habría viajado al interior de aquella bola de cristal; aunque quizás su propia fantasía la hubiese llevado a ubicarse en cualquier otro lugar imaginado de aquella minúscula maqueta.

Berta apretó suavemente la mano de Marcos con la suya, ambas prendidas; y se miraron con calidez..

Salieron ambos al balcón para ver mejor aquella agradecida aparición que impregnaba el aire de esperanzada benevolencia

Caruso (en nimgún momento se le pasó por la cabeza a Marcos llamarle Germán), a quien habían puesto ese nombre por la potencia y variedad de matices de su voz al ladrar, percatándose de que sucedía algo excepcional ( no era para nada habitual ver nevar en aquellas zonas), se incorporó raudo del sofá para curiosear aquel inusitado acontecimiento junto a sus amados compañeros humanos.

Y permanecieron allí los tres juntos, respirando aquella imperturbable, aunque también efímera, calma.

ART MI

Tenía la facilidad innata para quitarle lo complicado al mundo, y todo para hacernos sentir a salvo dentro del que ella creaba.

Iba y venía por todos los rincones, aplacando los susurros de la desgracia con su sonrisa pacificadora, apagando las brasas cuando la casa estaba en llamas. Siempre fue así, con sus detalles particulares y, por encima de cualquier cosa, con sus códigos secretos, propios de la alquimia que guardan los seres fantásticos.

Pero sucedió, de a poco, y con el paso de los años, que algo empezó a andar mal en su comportamiento. Al principio lo explicábamos con razones prácticas, evitando el alarmismo barato y luego, ante lo obvio, buscamos un diagnóstico, y con ello cambió todo.

Desde ese momento luchaba, todas las jornadas, para reconstruir los retazos de pasado que le iba dejando el padecimiento. Decía que mi nombre nunca lo olvidaría y, con mucha pena, noté, poco tiempo después, que empezaba a dejar de recordarlo.

Me había limitado, al principio – por petición suya -, a interferir en lo más mínimo.

<< Quiero sentirme útil >> – decía, medio en serio, medio bromeando -. <<Quiero que no me tengas lástima, robotcito tonto>>.

La miraba a escondidas, cuidando en la lejanía que apagara las luces, que no descuidara la flama en la parrilla, que no olvidara los fármacos. Y “su majestad” – como la llamaba desde el día en que la vi descender de una cápsula de parto natural – seguía en el sube y baja, refunfuñando, peleando a ratos con las moscas en el baño, poniendo barricadas contra las cucarachas. Y el carácter se le fue agriando.

En algún punto pasamos a ser extraños.

Preferí ausentarme, echar a su suerte el espectro de lo que ella había sido en otro tiempo, dejar que navegara en los mares del no saber qué sé es, qué se vive, qué se anhela. Decidí que, si un accidente ocurría, simplemente ocurriría. A eso estábamos reducidos.

Y no pude con eso. Tuve que alterar la programación que me habían hecho.

Empezaron las pequeñas batallas: cambiarle las cosas de lugar, constante e intencionalmente, para ejercitar su memoria de corto plazo y evitar un desgaste que se apresuraba; al comienzo el salero, la ropa en el clóset, los pintalabios en la cosmetiquera, o actualizar las contraseñas del asistente virtual, por poner algunos ejemplos. Luego pasamos a las idas y vueltas del carajo con los muebles, al final del día la sala terminaba donde el comedor y el comedor dónde la sala.

Entonces nos sentábamos, como en su niñez, a tomar el té y repasar la historia del triste coronel al que, frente al pelotón de fusilamiento, no se le ocurrió otra cosa que recordar la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo; entonábamos la canción del barquito de cáscara de nuez, contento por los mares lejanos del sur. Bailábamos en el borde de Andrómeda y, con cada giro, su cabello dibujaba nuevas constelaciones en el infinito.

Reñíamos, para recordar los anhelos fugitivos y cargarle la culpa correspondiente a cada uno. Escuchábamos a las medusas cocodrilo, estrellándose contra la malla en los ventanales, produciendo aquellos destellos verdosos que iluminaban el ambiente de manera fugaz.

Hasta que dejó de percibir por completo los cambios y ya no fue… Podría haberle llevado Júpiter a casa y no recordaría que esa mañana, al despertar, no estaba a medio patio, girando con sus tormentas eternas.

Su padre – mi constructor – fue un militar condecorado, de esos que aún en la tormenta se paraban a saludar, para no pasar por la vergüenza de ser tomados como maleducados. Así que ella tenía un sentido del honor muy elevado, y la gravedad de la traición era algo que no pasaba por alto.

Cuando me descubrió las artimañas de ayuda – en un momento de lucidez muy vago – vino con toda su furia a reprocharme, por faltarle, y por hacerla sentir invalida; de milagro no me echó a la calle, como hacen en otros hogares cuando el nuevo modelo es lanzado a la venta.

La última vez que me llamó por mi nombre quise aprovechar, así que me le paré enfrente y me declaré culpable en primer grado, Judas mecánico y desobediente irremediable, traidor detestable, soplón de la Providencia.

Me miró, extrañada: <<ya no importa >> – dijo, mientras pasaba su mano por mi mejilla metálica.

Y yo supe que era cierto, que ya no importaba, que había olvidado mi irrespeto, pero no por la enfermedad que traía escrita en el código genético, sino porque así acostumbran a olvidar las almas magnificas todo lo malo que les sucede.

Vino el médico más tarde, a cumplir con el último paso de su voluntad anticipada. Hizo lo suyo y se fue, dejándome un <<lo siento mucho>> como cortesía.

Navegué, en mi nueva soledad, por los mares del no saber qué sé es, qué se vive, qué se anhela, y descubrí un día a la infelicidad, acechándome bajo la cama con sus filosos dientes. Ahí supe que toda belleza se había extinguido.

Ese es mi testimonio de servicio.

<< SEÑOR TURNER, LA INSTRUCCIÓN RECIBIDA PARA AUTO APAGADO PERMANENTE: ¿DESEA CONTINUAR? EL PROCESO ES IRREVERSiBLE>>.

Confirmo instrucción: apagar ahora.

NILA J BOHORQUEZ

«Eterna belleza»…

Nuestro hábitat es el desierto…

el desierto más árido del mundo…

¡Atacama!

conservando el aroma y la lozanía

las florecillas mil colores…¡Siempre vivas!

¡Somos resilientes ante las inclemencias del invierno y logramos

florecer en primavera, resistiéndonos a morir en el ígneo verano…

luciendo con orgullo el encanto y hermosura que nos regala nuestra madre, «Natura», belleza que nunca cae porque nos protege con su magia, la diosa griega «Gea», manteniendo el deseo de sobrevivir en terrenos arenosos, pedregosos o cubiertos de sal!

IVONNE CORONADO

La belleza que cae

María de los Ángeles llevaba bien su nombre, tenía una belleza angelical unida a un carácter agradable, además de ser inteligente. Ya a sus cinco años deleitaba a sus padres, familiares y amigos, disfrazándose para cantarles o recitarles, pues a todo lo dicho, cantaba bien.
Era hija única de los Fernández, quienes sin ser millonarios vivían con mucha comodidad gracias a sus profesiones. Su padre era abogado y su madre maestra en una prestigiosa universidad.
Desde temprano habían estimulado los dones artísticos de su hija, enviándola a cursos de baile y canto. Lo único con lo que obtenían se preocupara de sus estudios era amenazarla con suspenderle sus clases de los sábados. Por supuesto, era figura conocida en su escuela, siempre salía en sus espectáculos.

Ella sabía lo que quería. Tan pronto terminaría la escuela, estudiaría Arte Dramático y música en el conservatorio. Había crecido con alma de diva y eso se proponía ser.

Yo era una de sus amigas de infancia , y fiel admiradora de su talento. Cómo me gustaba la música, y aprendí a tocar la guitarra, era conmigo que ensayaba las canciones de moda. Nuestras familias también acostumbraban salir juntas al campo, donde mis padres tenían un chalet precioso, con un bosque vecino donde María y yo íbamos a recoger frutillas.

He de confesar que tuve celos a veces de esa popularidad que fácilmente conseguía, sobre todo cuando al preguntarle a mi madre: -Mamá, ¿ crees que María de los Ángeles es más bonita que yo?- mi madre contestó, tal vez distraída: » Creo que sí, Graciela». No me importaba que los demás le dieran el primer lugar en belleza, pero sí que mi propia madre cayera a sus pies. Pero era una adolescente, y me di cuenta que más me importaba ser querida y apreciada por mis padres, que también me halagaban mi talento cómo músico y me estimulaban a seguir escribiendo, que considerarme bonita.

Más adelante, escribiría canciones exclusivas para mi amiga. Ella siguió creciendo como artista: actuaba, cantaba, bailaba, brillaba…y era una estrella ascendente. Cosechó buenas críticas, obtuvo su primer Oscar a los veinticinco, con su inolvidable película «Pasiones Ocultas». Nuestra amistad se mantenía, pero a ella la acaparaban cada día más sus nuevas amistades, y de pronto vi abrirse una brecha entre nosotras. Yo me casé, tuve un par de gemelos, mientras ella seguía teniendo amores sin base sólida. Ocupada con los críos, los quehaceres del hogar, y mi trabajo, ya no la veía, sino en los periódicos o en las revistas de moda o en los carteles de los cines.

A los cuarenta ella ya no era la más grande. Otras subían más alto. Su belleza caía. De mi lado, seguía feliz en mi matrimonio, mi carrera se estancó a la llegada de nuestros gemelos. Retomaría mi placer por escribir y componer canciones una vez retirada.

A los cincuenta, María de los Ángeles todavía lograba papeles en el cine, seguía teniendo un cuerpo esbelto, y cuidaba su cara con esmero. Había acumulado una fortuna considerable que se lo permitía. Cosecho otros cuantos trofeos, pero la vida glamorosa de las artistas tiene altas y bajas.

Por mi parte, todo iba bien hasta el día que mi esposo se enfermó, y además de trabajar, tuve que ocuparme de los hijos y de Mario, quien desarrolló un cáncer del estómago. A los seis meses de ser diagnosticado, me dejó viuda. Entonces sí que me alejé de María de los Ángeles. Mi vida era un torbellino. No me di cuenta que me volvía mayor, hasta que necesite ir a comprarme ropa. En el vestidor, frente al espejo, solo con pantaletas y sostén, descubrí una mujer diferente, con un poco de celulitis en las piernas, con un vientre deforme por haber dado a luz, con arrugas en la cara. Fue un shock! Hace ratos que no me fijaba mucho en mí, preocupada por tantas cosas al mismo tiempo. Poco a poco acepté la pérdida de mi juventud. El análisis de mi vida me pareció justo, y volví a disfrutar de lo que me rodeaba. Mis hijos se graduaron, y se hicieron de novia.

Un día recorriendo el periódico encontré un artículo que hablaba de María de los Ángeles. Entre otras cosas decían que ya no salía casi de su mansión, que se ocultaba de los periodistas, usaba espejuelos negros, pañuelo en la cabeza, abrigos gruesos, y que después de haber sido una gran artista, ya no aceptaba personificar personajes de su edad, lo que le hubiera permitido seguir en la industria cinematográfica. Ella no aceptaba verse ahora doblegada por la edad y el abuso de alguna que otra droga y el tabaco, me imagino.

Me sentí triste y decidí ir a verla, después que vi una foto reciente de ella, con la cara descompuesta por un rictus amargo. No sabía si aceptaría verme, pero lo intentaría. Tenía tiempo de sobra en mis manos, pues ya estaba retirada.

Pasé intentando hablarle al teléfono, le dejé muchos mensaje, y finalmente, en el último le dije que era viuda, que ya estaba retirada, que pronto sería abuela, que me gustaría recordar la época en que éramos dos adolescentes, que vivían de ilusiones y de ensueños, aceptó verme en su casa un domingo de un mes de diciembre, ya blanqueado por la nieve, dándome indicaciones precisas para entrar por detrás, avisándole de mi llegada para dejar la puerta sin llave. La seguían acechando algunos curiosos.

En mis cabellos cortos también había nevado, y mi cara tenía muchas arrugas de expresión. Me encanta reír y disfruto las tiras cómicas y la literatura que me hace soltar una que otra carcajada. Gozo con mis hijos y sus amigos. Paso entretenida con mi grupo de lectura, y guardo un día a la semana para verme preparar una cena sabrosa para mis hijos y sus ahora prometidas.

Cumpliendo instrucciones llegué a las siete de la noche. Cuando me abrió la puerta, tuve que contener mi sorpresa. Tenía delante de mí a una mujer no solo vencida por una edad avanzada, sino por la amargura de no saber aceptarla. La abracé con cariño. Honestamente, nuestra vieja amistad me hacía falta.

Desde ese día, la convencí de salir de su encierro, fuimos juntas a ver a una amiga que tenía un salón de belleza. Le cortaron el pelo, la maquillaron y una sonrisa comenzó a dibujarse en su cara. Mis gemelos tuvieron oportunidad de conocerla y apreciarla.

Luego hicimos un viaje juntas, tomamos un crucero. Con una imagen completamente diferente, logramos que nos dejaran tranquilas los cazadores de noticias. Lo disfrutamos tanto, que decidimos hacer otros viajes más.

Terminamos viviendo juntas en el chalet de mis padres, y otra vez como dos adolescentes fuimos a recoger arándanos. El olor de los pasteles y mermeladas invadía la casa. Nos divertíamos con mis muchachos, ya casados, y con hijos, tocando la guitarra. Cuatro guitarras rasgueando, y dos jóvenes felices con sus pequeños bailando, haciendo la delicia de un par de viejas.

Mi querida y recobrada amiga logro terminar su vida de manera diferente. Incluso antes de su muerte pudo filmar “El amor en otoño”, donde su actuación fue muy apreciada. ¡Cómo no habría de serlo! En nuestro último viaje a Venecia, se enamoró de nuevo. En un rostro, joven o viejo, una sonrisa opera su magia.

CESAR TORO

El sol ya esta aquí, mis pupilas se pierden en el infinito horizonte, ¡Oh Dios! Cuanta belleza hay en Tu creación. Despierto con el trino melodioso de las aves, las flores me saludan con su fragante aroma, el café fruto mágico de la naturaleza despierta mis sentidos, el sol me baña con sus rayos de oro, el brillo en los ojos del ser amado.

¿Como no agradecerte Señor?. Por tu perfecta creación.

Nosotros, orgullosos, egoístas y ciegos damos todo por hecho y menospreciamos las maravillas del universo: El nacimiento de un nuevo ser, la belleza de la naturaleza que nos rodea, los árboles boles con su laboratorio de química, los polluelos que nacen de un huevo, solo calentado por su madre, etc

» El que, viendo las maravillas de la naturaleza ignora a Dios, es un nécio»

«Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno. Y atardeció y amaneció: fue el dia sexto»

Aprovechemos la oportunidad que el creador nos brinda, en nuestro paso efímero por este mundo maravilloso y seamos agradecidos, despojémonos de esas gafas oscuras, para así poder apreciar, la belleza que cae a cada instante.

LUISA MARGARITA

«EL JARRÓN»

Nunca pensé que sucedería, yo estaba inmersa en la preparación de un viaje a París. El laberinto de mi casa me hacía difícil lo que deseaba hacer con rapidez. Lo oscuro de los recovecos y lo extraño me atemorizaba. Un eco de pasos avanzaban tras de mi y rebotaban contra las cúpulas y los abovedados umbrales trazados con sumo cuidado por los ancestrales cabezas de la familia aferrados tercamente a la grandeza de aquellos tiempos.

Yo no me había podido desembarazar de esa secuela del pasado. En un rincón de mi habitación estaba un jarrón polvoriento qué nadie se atrevía a tocar. De lo profundo de su abombada barriga brotaban palabras que en algún momento de la vida habían salido de mi boca o de las bocas de mis abuelos. Atrapadas ahí se habían quedado y en las noches salían y vagaban por los antiguos laberintos mezcladas con risas y murmullos.

Tenía que hacer algo., el pánico me empujaba a irme a París y al mismo tiempo me detenía y no lograba concentrarme en empacar lo que necesitaba. A veces

lo daba por hecho y después notaba que había espacios vacíos. Se habían evaporado misteriosamente los objetos colocados por mi. Yo creía que el jarrón los devoraba

cuando yo viraba la espalda. Era una especie de juego que me impedía avanzar en mis planes.

Una noche, la risa proveniente del jarrón era burlona, el muy sinvergüenza no me respetaba, estaba seguro de vencer mis intentos. Yo era su víctima. Me sentí furiosa, lo confieso y la furia me impulsó a agarrar el jarrón por su asa y apretarlo entre mis brazos .Un olor a palabras de amor salió por su estrecha boca fileteada en oro, una fragancia a sexo derramado se expandía engañoso, divertidas carcajadas

se fundían con los aromas excitantes que provenían de su vientre todo ello combinado arbitrariamente con mordaces palabras ahogadas en un viejo desamor, chillón y perplejo que avivaba mi incertidumbre y mi deseo de huir. En este punto tengo que decir que el jarrón era precioso y que entre mis manos perdió el churre inevitable acumulado por añales de perversos dueños.

Me asomé por la ventana que daba a un patio interior cuajado de pájaros y lagartos verdes y dejé la belleza caer de mis manos haciendo un estruendo inaudito. Al chocar contra el borde de la fuente se desbordaron cientos de gritos, sonidos y palabras que se esparcieron impregnando los viejos muros de un lenguaje letal mitad odio y mitad amor!

Ahora sí estaba segura, liberadas las contradictorias palabras, se había abierto una poderosa puerta, era posible escapar, podría irme a París!!!

MARÍA LAURA MALVENTANO

belleza literaria

da vuelta a la esquina, entra al callejón, mira para atrás, nadie lo sigue, toma aire, las manos en las rodillas, la mirada al suelo, barro en los zapatos, gotas de sangre, orgullo rasgado, miedo en la piel; vuelve sobre sus pasos, piensa dos veces, mira a los ojos, piensa tres veces, y ella le suplica que no se deje llevar por él, que alce la voz, que no la decepcione; se observan, se entienden, se necesitan porque dan sentido a sus días y sus noches cuando todo duerme, cuando el mundo anda; y en la penumbra de una habitación llena de páginas y de palabras, hoy ella deplora la cobardía de su personaje y la traición del autor que cedió a los deseos egoístas de la trama.

MAR GINEZ

Pero que remota idea se nos ha ocurrido para deshacernos de este sentir en el corazón. Aún sigo pensando en cuantas veces te dije que permanecería a tu lado el tiempo que me necesitarías, cuantos suspiros diste en el momento que me recordabas o recuerdas, cuantas veces has deseado que regrese…

Sí, que regrese a un camino lleno de felicidad, de vivencias lindas, de caricias con amor, de consuelos y palabras dulces. Cada niña sueña con tener un príncipe azul, caballeroso, simpático, que te haga la vida más que feliz. Imaginas el momento perfecto en el que llegará a tu vida en la que quizá la cita perfecta sea en una noche caminando junto al mar, escuchando las olas y pisando la arena o bueno en un jardín bello lleno de flores, con luces, a la luz de la noche lleno de estrellas, con un vino y dos copas, música romántica y un camino lleno de pétalos los cuales tus pies pisarán evitando que pises solo el suelo en sí. Que belleza de imaginación inocente…

< Lo antes dicho, fue lo que mi madre me relato antes de haberle preguntado que era la belleza pura en el amor hacia una persona. >

Tan pocas pueden ser las acciones o palabras para destruir una belleza que solo tú vez en una persona. Han sido noches de desvelo que he llevado desde que tome esa decisión, aquella que en ocasiones le da oscuridad a mis pensamientos y emociones, mi madre me dio la visibilidad de poder saber un poco de lo que sentía mi mujer o más bien cómo podría conquistar a su corazón y su ser, todo aquello que me platicaba era tan romántico, todo era como sacado de una película de princesas nunca antes vista, hice todo para que ella estuviera más que encantada a mi lado.

Yo estaba completamente enamorado de todo su ser tal cual Dios la diseñó, sus manos, sus ojos, sus labios, su encantador cabello que cada dos años donaba a niños con Cáncer, su tono de piel, sus pies, su olor, ¡vaya! me perdí en todo eso que hoy lamento tanto.

Una noche antes de la boda la he alcanzando orando a Dios, con lágrimas en los ojos, las manos unidas he hincada.

“Tiene una capacidad de hacer cosas que me hacen ser feliz, de estar cómoda y tener un sentimiento de felicidad en mi paz mental, como es que me lo has mandado a mí, cuál es tu razón de haberlo puesto en mi camino, ahora el día de mañana será mi esposo. Un esposo que no amo y no creo amar”, esas fueron sus palabras mientras yo estaba tras la pared en la entrada de la habitación.

Sentí como una gran roca se formo en la garganta dejándome sin respiración, en seguida quise marcharme, pero ella siguió llorando, no sabía si entrar y consolarla o consolarme a mí mismo por lo que había escuchado. Solo cubrí mis labios con las manos y a los segundos escuché que ella mencionó “hoy sé que nunca podré responder tu amor como lo demuestras, pero; de tantas decepciones he descubierto que es mejor quedarme con el hombre que me ama y no al que amo y no me ama”

Tanta belleza que forme yo para tener su amor, una belleza que hoy cae al saber tremenda verdad. ¿Pero qué estoy haciendo?

Fue lo único que pude pensar en aquel momento…

Sin más que pensar, dejé que la noche y día procedieran como si nada y sin más que decir ya estaba casado y hoy estoy caminando a lado de una mujer que sé que me quiere, pero no me ama o no al menos lo suficiente como para yo seguir creyendo en aquella belleza del amor que mi madre me relató.

Hasta el momento me ha preguntado un sin fin de cantidades que dónde está el hombre que solía ser, ella sigue siendo el amor de mi vida, pero yo para ella solo soy un querer en la que ella se a aferrado a permanecer.

ARCADIO MALLO

Título: ¡Feliz Navidad!

La lluvia no cesa.

El viento bate fuerte.

El río corre rápido,

como la vida en el tiempo.

La belleza que cae

y no se levanta,

se pierde para siempre,

tal gota de agua en la mar.

Ya es diciembre,

llega Navidad,

Se llena el pesebre

de pobre divinidad.

Los caminos alumbran,

llenos de oscuridad,

pero a tientas caminan,

ciegos de mezquindad.

En la era de la luz

no se ve la belleza,

que cae y no se levanta.

Sin perder la templanza

encendió la estrella,

como punto de lanza

que los guíe a ella.

Muere la Navidad:

El pesebre vacío,

ni cuento, ni realidad.

Los magos de oriente,

atrapados en la vanidad.

Los pastores sin ovejas,

se fueron a la ciudad.

Allí está la divinidad,

en los escaparates iluminados,

ahogados en la oscuridad,

de un ser humano

que perdió la humanidad.

¡Feliz Navidad!

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

En el año 95 del pasado siglo, Alicia cumplió 18 años, una chica guapa, lista, con un futuro prometedor.

Pero.

Se cruzó en su camino Alex González, más conocido por el Torta, cuarenta años de los cuales casi todos estaban jalonados por diferentes crímenes.

Alicia fue envuelta en una telaraña de amor y lujo. Cuando descubrió la verdad tampoco le importo.

Ahí empezó su caída, el Torta la metió en el mundo de la droga, luego en los asaltos, en el asesinato.

Alicia paso a llamarse la Nena.

Luego la Negra.

Cuándo se vio acorralada por la policía, (el Torta la dejó sola, había huido), antes de morir mato a veinte policías en la refriega.

Tenía veinte años. Una belleza sin igual, había caído.

EVA AVIA TORIBIO

La belleza caída. Recogiendo pedazos de mí.

Frente a la soledad de mi espejo, el reflejo que veo no lo reconozco. Atrás quedó aquella niña que quería ser mayor.

Miro mis manos, en ellas se hacen presentes las largas horas de trabajo, de desesperación y de angustia, resignadas a no ser cogidas por la confidente que hace tanto tiempo perdí cuando me hice mayor.

En mi rostro asoman las primeras líneas, testigo de lo efímera que es la vida, de todo lo acontecido, queriendo recordar las risas confidentes.

Y qué decir de mi cuerpo, ese hace mucho tiempo que dejo de ser deseado por alguien más, ahora solo provoca risas confidentes.

Mi mente, mi mente está agotada de recordar viejos tiempos que me hacen llorar. En su lugar, prefiero llenarla de guapos y guapas que me recuerdan a cuando pasaba largas noches en vela y no me agotaba; a cuando mi piel la rozabas y era suave como un melocotón; a cuando mi cuerpo voluptuoso era deseado por alguien más, alguien como ellos.

Ahora, al igual que la bella naturaleza nos azota con tormentas y nos rebelamos ante ella mostrándole que estamos todos unidos, a mí solo me queda recoger los pedazos de mi integridad, colocarme frente al espejo y decirle a la que estoy viendo, que, a pesar de los años vividos, puedo dar gracias a que sigo viva. Que los cambios en mi cuerpo son cicatrices de guerra bien llevados. Pero, sobre todo, hablar con mi cabecita loca para recordarle que tiene mucho que contar a los demás, que la sabiduría que te da la madurez, no hay guapo ni guapa que me la pueda arrebatar y que hasta que llegue el día en la que acompañe a la naturaleza, tengo que quererme, para que alguien mas pueda quererme.

Besos, La Incondicional.

MAITE BILBAO

LA BELLEZA EN LA OSCURIDAD

Siempre fui un esclavo de la luz. Desde niño, la luz había sido mi obsesión. Recuerdo pasar horas en el estudio de mi abuelo, un pintor impresionista que me enseñó a ver el mundo a través de los colores. Su paleta fue mi universo, y la perseguí a través de lienzos, la atrapé en pinceladas vibrantes y la vendí en galerías. Mi musa, mi eterna compañera, era mi sol, y mi razón de ser. Sus ojos, dos océanos profundos, me inspiraban a crear mundos enteros.

Pintoresca y perfecta, así la veían todos. Pero detrás de esa fachada, ella luchaba con una profunda inseguridad. A veces se sentía invisible, como si su belleza fuera tan solo una máscara. Yo, en cambio, miraba más allá de la superficie. Observaba las arrugas que el tiempo había trazado en sus mejillas, las canas que coronaban la cabeza, y las líneas de expresión que narraban historias de una vida compartida. Para mí, esa era la verdadera belleza.

Pero el mercado exigía otra cosa. Quería juventud, perfección, un estándar que yo reproducía en los cuadros, complaciendo a críticos y coleccionistas. Y así, entregué mi alma al arte comercial, olvidando que la belleza más auténtica reside en lo imperfecto, en lo íntimo, en lo que solo dos corazones pueden comprender.

Ahora que la oscuridad se ha adueñado de mis ojos, ya no veo los colores como antes, los percibo de otra manera, con una intensidad que antes desconocía. Pinto con el corazón, con las yemas de los dedos que recorren el lienzo como si fuera el mapa del alma. En esta nueva dimensión, comprendo que mis mejores obras no son aquellas que cuelgan en las paredes de los museos, sino las que pinto para ti, en la intimidad de nuestro hogar. Retratos que capturan, no solo la belleza física, sino también tu esencia.

—Mi amada, en esta oscuridad he descubierto la verdadera belleza. No es la que se ve con los ojos, sino la que se siente con el corazón. Es la de dos almas entrelazadas, compartiendo los sueños de una vida dedicada al amor y al arte.

¡Acércate más¡ Cierra los ojos. Ahora siento la suavidad de tu piel bajo mis dedos, como una seda antigua. Cada arruga es una historia que me cuentas en silencio, una vida entera que se condensa en un gesto. Me detengo en tus ojos, inmensos océanos que me han inspirado por tantos años, son como dos constelaciones perdidas en la noche. En ellos veo galaxias enteras, nebulosas de emociones y agujeros negros de misterios. ¿Sonríes? Siento como tus labios se entreabren suaves bajo mis yemas.

—Y tú, mi pintor, eres el pincel que renace con la oscuridad. Creas mundos a partir de la nada, belleza a partir del vacío.—Se acerca a él, sus rostros a centímetros de distancia.—Estoy tan agradecida de ser tu musa. Seguiremos juntos desde la oscuridad, pintando con el alma y esculpiendo con el corazón.

Él asiente, sus ojos cerrados, saboreando cada palabra. En ese instante, su mundo se transforma . La ceguera, lejos de ser una tragedia, se convierte en un puente que los une aún más. Ella que siempre ha sido su musa visual, ahora es la musa sensorial. Y él a través del tacto, descubre una nueva dimensión de la belleza.

El tacto, antes un sentido complementario a la vista, se ha convertido en su principal herramienta para conocer y apreciar el mundo. Cada textura, cada temperatura, cada forma, se revela ahora con una intensidad desconocida. En las semanas siguientes comienza a experimentar con materiales inusuales: telas ásperas, maderas rugosas, metales fríos. Cada uno se transforma en una extensión de su propio cuerpo, una herramienta para expresar emociones y sensaciones. En el taller rodeado de lienzos en blanco y una cacofonía de texturas, el pintor se encuentra en un estado de creación frenética. Sus manos dan forma a la nada, de las que surgen obras que son más que simples representaciones visuales. Son experiencias sensoriales, invitaciones a tocar, a sentir. Y en cada una de ellas, late el corazón de un hombre que ha encontrado la verdadera belleza en la oscuridad, en la profundidad de su alma y en la sensibilidad de sus dedos.

—Amada, déjame mirarte en esta oscuridad. No recuerdo el color del océano.

Ella, sonriendo, lleva las manos de él hacia su cara anhelando la caricia.

—Ya los veo, son de un azul intenso. Un azul que cambia con la luz de la luna, que se torna más profundo en la noche. ¿Qué secretos esconden, mi amor?

FRAN KMIL

Belleza que cae.

Rogelio contó que estaba tirado en el portal de la casa de Anselmo, quien por caridad cristiana y temor a Dios, lo dejaba dormir allí, cuando en el cielo comenzaron a aparecer destellos de diferentes colores que se fueron juntando y tomaron forma de mujer; una suave brisa con olor a salitre (cosa rara pues entre San Pedro y el mar habia mucha tierra de por medio)se arremolinó en el maizal de Eduvigis y arrancó pelos a las tiernas mazorcas para formar la hermosa cabellera de la mujer y que de los pétalos de las rosas rojas del bien cuidado jardín de Cleopatra, se tejió el vestido para cubrir la belleza del cuerpo desnudo que del cielo bajaba y se mostraba sin recato, pero con inocencia; y que dos estrellas del firmamento acudieron al llamado de la creación y rellenaron el misterioso brillo de los ojos negros.

También narró con lujo de detalles, cómo fue descendiendo del cielo, sostenida por blancas palomas, hasta posarse despacio en la plaza, en tanto un coro de nubes cantaba alabanzas al creador y tenues luces azules blanquecinas iluminaban la escena cuál estrella musical haciendo su entrada en el concierto.

Nadie lo contradijo, los alcohólicos viven sus ilusiones y nada se gana en desmentirlos, además, las historias bellamente contadas no se ponen en duda ni se averigua su veracidad porque se les muere el encanto, aunque lo cuente un sucio borracho callejero sin casa.

Sí, por aquel tiempo Rogelio no era el que ahora conocemos sino otro advenedizo, sin pasado ni dinero ni familia, que apareció un día en San Pedro y eligió el portal de la casa de Anselmo para pasar la noche, con la diferencia de que a él lo vieron bajarse del ómnibus que iba desde Santiago a la capital y pasaba por el pueblo y a veces se detenía para comprar frutas de nuestros campos.

La maga no. A ella nadie la vio bajarse de ningún transporte; simplemente amaneció en la plaza pregonando cosas tan raras que llamó la atención del teniente, un ateo empedernido que ni el mismísimo Dios en persona le hacía creer en milagros, quien se la llevó a la estación bajo sospecha de estar hablando en clave y colaborar con los narcos que comenzaban a aparecer por ese tiempo en San Pedro y amenazaban con corroer a la juventud.

Con su bella cabellera negra hasta los hombros, un cuerpo esculpido a mano por algún escultor o dios griego de la antigüedad y ese vestido rojo tan ajustado que dejaba poco a la imaginación y parecía romperse en sus pechos con cada respiración, pronto los hombres la rodearon tratando de ganarse su confianza, peros las mujeres, a distancia, desde los portales o los ventanales de sus casas, la comenzaron a odiar y a planear su decadencia. ¡Tanta belleza en un solo cuerpo era envidiablemente insoportable!

“ vengan a mí los sedientos, los pusilánimes, los débiles, los desesperanzados, porque he sido enviada a curar a los enfermos, a dar de comer a los hambrientos, a fortalecer a los débiles de espíritus, a devolver la luz a los que andan en tinieblas, a repartir esperanzas y felicidad”.

Así habló aquel primer día en medio de un coro de hombres que querían saciar la sed no precisamente de agua.

Dijo llamarse Martha, pero le gustaba que le dijeran la maga.” Por un tiempo, hasta que mi verdadero nombre sea develado” confesó al teniente.

Así la llamaron los hombres, las mujeres se negaron y le decían Martha y agregaban el mote de puta, las más finas usaban prostituta o mujer de la vida.

El primer convertido fue Rogelio, que de alcohólico pasó a ser su guardián , su perro faldero y la defendía a capa y espada, tanto fue su empeño que a le pusieron el mote de perro hortelano, ese que ni come ni deja comer. Él era su predilecto. Existía buena química entre ambos, como si dos almas hubiesen planeado desde el comienzo de los tiempos, ese encuentro en San Pedro.

La envidia comenzó a murmurar que entre ellos…porque a pesar de algunos fanfarrones que afirmaban haber disfrutado de sus placeres, lo cierto fue que se lo inventaban para despertar celos.

—¡Dios me libre de semejante pecado! —y Rogelio hacia un gesto algo parecido a la persignación. Jamás había visitado una iglesia ni participado en ningún ritual donde aprendiera el verdadero. Juraba y perjuraba que los asuntos del cielo eran diferente a los del mundo, que ella vino a recordarle su lugar en el tiempo y el universo y a ayudarlo a cumplir su verdadera misión.

will it continue?

FERNANDO LÓPEZ AGUILERA

Renacer desde la oscuridad

Llegó el gran día. Un equipo de gimnasia rítmica de una modesta localidad de no más de 30000 habitantes disputaba el colarse entre los 3 mejores equipos que tendrían derecho a disputar el torneo nacional.

Contra todo pronóstico el equipo se plantó en el último ejercicio como líderes de la clasificación, todo iba mejor de lo que habían imaginado. Pero justo en uno de los saltos del último ejercicio. Todo iba a cambiar. Sandra, la mejor del equipo tuvo una mala caída que le provocó una lesión que no le permitiría estar en el nacional. Ese día, al final con el contratiempo de la compañera hicieron terceras. Aún con esta situación consiguieron el billete para disputar el torneo nacional dos meses más tarde. Eso sí, ya sin Sandra, su mejor gimnasta.

Un miércoles, la entrenadora, durante el entrenamiento lo interrumpió y nos mandó al vestuario antes de lo previsto. Teníamos que hablar.

– Chicas tengo que daros dos noticias. La primera se incorpora al equipo Luz, ella será la quinta integrante para los nacionales. – Decía la entrenadora mientras con la mano invitaba a pasar a la nueva compañera. – La segunda es que a partir de hoy nuestros caminos se separan. Me han propuesto una oferta para entrenar a otro equipo. – dijo la entrenadora con la mirada agachada sin tener el valor de mirar a la cara de las chicas.

– ¿Y de qué equipo se trata? – Preguntó Laura

– Del Alto Castillo. – Respondió la entrenadora de manera escueta. Queriendo con ello, evitar alargar la conversación y dar más explicaciones.

– Ah, muy bien. ¡Estupendo! Que le vaya muy bien con las actuales campeonas y máximas favoritas para ganar de nuevo este año. Pero comprenda que si se han fijado en usted en cierta medida también ha sido por nosotras. – Le contestó enérgicamente Laura.

– Lo se Laura y os lo agradezco. Pero para mí es una gran oportunidad. Y ya sin Sandra en el equipo nuestras opciones se veían muy mermadas. – Le replicó la entrenadora.

– Ah claro, se trata de eso. Pues márchese y nos veremos en los nacionales. Laura cogió su toalla y el equipo que necesitaba para el entrenamiento y volvió a pista.

El resto de las compañeras, la siguieron dejando atrás a la entrenadora sin mediar palabra. En sus rostros mostraban la decepción que les había supuesto la decisión de su entrenadora. Ese día las chicas entrenaron, junto a Luz, su nueva compañera con una rabia contenida.

El tiempo transcurría y los nacionales se acercaban irremediablemente. Una tarde la directora del club reunió a las chicas y les presentó a Clara. La que sería su nueva entrenadora.

– Chicas para mi será un honor formar parte de este equipo y para comenzar quiero explicaros algo que vamos a hacer antes de cada entrenamiento. – Las chicas se intrigaron, permaneciendo atentas a aquello que les tenía que contar.

– Antes de comenzar a entrenar y justo antes de salir a pista pasaréis individualmente a esta habitación y quiero que permanezcáis en ella durante 1 minuto con la luz apagada y simplemente estéis allí presentes. – Las chicas mostraron cara de incredulidad ante la propuesta de la entrenadora, pero estaban forjadas en la disciplina e iban a acatar las órdenes.

Pasaron los días, y las chicas cada jornada siguieron el ritual propuesto por la entrenadora antes de salir a ejercitarse. Entre ellas, comentaban que no entendían muy bien en que les iba a beneficiar hacer esto cada día. Hasta que un día, antes de que la primera entrara en la habitación las reunió, para que esta vez, entraran las 5 a la vez.

Permanecieron allí durante el minuto y justo antes de que concluyera. La nueva entrenadora encendió la luz. De repente, pudieron ver en una pared una gran foto del trofeo que acredita como campeonas del nacional. Además, había una fotografía de cada una de ellas realizando un movimiento. Y un mensaje “Yo sí confió, seremos campeonas”. Las chicas se miraron unas a otras mientras una nueva energía de confianza se desplegaba por la sala. La entrenadora tomo la palabra y les dijo:

– No se trata de que la belleza de vuestros movimientos haya decaído, sino que estaba apagada la luz que permitía poder verla.

NUMIRALDA DEL VALLE

LA BELLEZA CAE

Los años pasan y con ellos la belleza cae, es un proceso natural. Lentamente el aspecto físico empieza a sufrir cambios. Las huellas en el cuerpo se notan. La piel pierde elasticidad apareciendo en el rostro finas líneas que terminan convirtiéndose en indeseadas arrugas. El cabello se tiñe de blanco, las uñas se vuelven frágiles. El brillo en la mirada también desaparece tornándose vaga, lejana.

La caída de la belleza física al envejecer es experimentada por todos, cada quien la vive diferente. Algunos lo hacen felices, agradecidos porque ella no es la más importante, la otra, la verdadera perdura en el tiempo pues no reside en lo externo sino en los recuerdos, en los gratos momentos, en el amor recibido, en el amor dado. Cuando así sucede hay alegría en el corazón.

No es el caso de Zoila, quien no ha podido superar la pérdida de su belleza a manos de un esposo celopata. El filo de la navaja dejó una gran cicatriz en la mejilla… también le marcó el alma para siempre.

MARÍA PAU

Durante años, los pasillos del mercado habían visto el deambular de Esmeralda, balanceando su descaro al ritmo de las miradas. Cada uno de aquellos días, el escote en piloto automático se abría mostrando el señuelo, para cerrarse una vez finalizado el intercambio de carne por mercadería. Hubiera podido ser y hacer, pero había preferido, desde que su razón le había cedido el paso a las hormonas, la montura de los caracoles en sus caderas calizas antes que el trajín de los días con esfuerzo.

El nombre de gema, que su madre había elegido con ilusión, contradecía su vocación de guijarro en oferta, y los caminos de baba entre sus piernas sin horarios habían bosquejado un destino, no de alcurnia, sino de efímero trofeo. En otros tiempos, sus rodillas se habían inclinado para elevarla como sacerdotisa de las esquinas; pero del consciente desparpajo solo iba quedando el descascarado recuerdo de las alturas.
Los placeres que antes se anunciaban ardientes empezaron a ser exhibidos en madrigueras de hastío y la codiciada piedra preciosa fue mutando en piedra gastada, como una gorgona decapitada que, aun así, seguía en el intento de recobrar a quienes alguna vez desearon enredarse en su hambre.

—Vuelvan… —ruega aún a veces en las noches su cascada voz, sin entender que el deseo se ha vuelto desdén.
—¡¡Ay, Esmeralda, rascame la espalda!! —responden los burlones, enmascaradas sus risas de viejo canto infantil, al ver pasar el desacierto de su madurez.

Esmeralda oye, sin entender que el constante bamboleo es ahora el único acompañante de sus pasos, y que su nombre, ya opaco, acumula un pasado inocultable y ningún presente. Nada le es perdonado, ni sus carnívoros trueques juveniles, ni la decadencia de su sexo abierto.
Quiere no ser, pero ya no puede; sin embargo, sigue, llevando el peso de sus pasos y sus culpas por un mercado que ya no desea trueques. El imperceptible mover de serpientes que cegó a sus amantes la ha cegado a ella, que, sin ver la estrepitosa caída de su belleza, aún piensa que su carne sigue bailando locamente en la memoria de los hombres.

ELEFANT YUFUS

Liqora

El repiqueteo de las gotas que caían sobre el techo de zinc oxidado, iban envolviendo poco a poco mi sueño en un profundo y placentero descanso; susurrándome cosas al oído, arrastrando en sus aguas historias de tiempos más jóvenes, tiempos antiguos, cuando el último de los elefantes que sostienen el cielo fue concebido por Liqora, la que con sus lágrimas embriaga la tierra.

La tierra aún era joven y los que la habitaban aún más que ella. A pesar de ello había lucidez y destellos de inteligencia, amor pero también odio, rencor envidia y otros sentimientos que florecian en la primavera de lo eterno; relámpagos iluminando por instantes la conciencia y la razón de un mundo que asomaba entre los montes de lo perdurable al igual que lo hace un sol naciente. Uno de ellos era el amor que había entre dos de los elementos primigenios. Falhel el señor del viento y Liqora, el elemento de dónde proviene la vida, demostraban ese amor entre danzas creadas en los mares y los inmensos océanos, con las delicadas falanges de sus dedos ella tocaba los grandes vientos, izando sus aguas, elevando sus olas hasta alturas inimaginables. Mientras él, por su parte, impulsaba los huracanes y los torbellinos que se envolvían entre sí mismos de contentos. Era un deleite mirar todo aquello. Sin embargo, la felicidad y los bramidos provocados por ella aturdían los oídos de Ferhar que los miraba desde las entrañas de la tierra. Abrazado y amado por Terranfher, el elemento del fuego no sentía la misma felicidad que proyectaban los amantes conocidos como el agua y el viento. Su mirada fulminante veía que aquella pareja era feliz a pesar de no poder tocar sus cuerpos. Una felicidad que iba más allá de lo tangible, más allá de lo terreno, contrario a lo era el amor que tenía él con Terranfher, un amor material y violento. Sus erupciones hacían que la misma Terranfher se estremeciera y que temblará entre jadeos involuntarios, sin la delicadeza de un amante sino el amor destructivo y voraz de maestro en el sadomasoquista.

La envidia lo empezó a consumir como una llama se consume a sí misma, día y noche oía los cánticos que Falhel dedicaba a Liqora y esto atizaba el odio hacia el señor del viento. Una tarde mientras él creador despedía el vaho que refrescaba el mundo entero les habló diciendo:

–Ha nacido en mí un deseo que quisiera compartieran conmigo.

–¿Cuál es ese deseo? –preguntó Terra.

–Crear vida –contestó él mirando a cada uno de ellos.

–Pero nosotros somos vida, solo míranos, nos movemos, danzamos abrimos nuestra boca y soplamos –se adelantó Ferhar un tanto arrebatado y molesto.

–Lo sé, pero mi deseo es concebir una nueva forma de vida. Pensante, con uso de razón pero también instintiva y llevadera por sus necesidades más básicas. Diversa. De experiencias pero también analítica de sus propias vivencias. Una vida que nos mire a nosotros y que en ella nos veamos nosotros mismos. Un conjunto de elementos y no sólo perteneciente a uno de ustedes.

Tomó arcilla y la humedeció entre sus dedos mientras hablaba, la moldeó y le dio diversas formas.

–Una vida procedente de la unión de cada uno de ustedes, de cada elemento creado y modelado a nuestra imagen como un espejo en el cual examinarnos de pies a cabeza. Formado en la unión del agua y la tierra, secado con el calor del fuego consumidor e inundado con el soplo de una ventisca pasajera. Él contará historias de nosotros y las escribirá para memoria de los postreros días. Le hablaremos, susurraremos a su oído y él atenderá el llamado en su interior, la tierra clamara a la tierra y el agua buscará en él lo suyo. Nos examinará y creerá encontrar en nosotros el propósito de la vida, pero nosotros no se lo daremos, sino solo el alimento que le proporcione la fuerza necesaria para seguir en la indagación de su propósito en la vida misma. Robaremos sus años y nos nutriremos de él así como él cree que lo hace de nosotros. Y cuando esté en la cúspide de su tarea los años rodarán en su contra, el sentido de la misma se verá tan cerca y tan lejos como el hoy y el mañana. ¿De que le servirán sus afanes y sus desvelos? Sino solo de un recuerdo etéreo, intangible y fugaz, liviano y volátil. Su paso y su huella serán borrados, mientras nosotros permanecemos. ¡Procreen, procreen! Y de la tierra y del agua salga vida.

En ese momento les dio una forma tangible según el deseo de cada uno. Falhel tomó la forma de un elefante al igual que Liqora. Ferhar tomó la forma de un ave en llamas pues su misma envidia que le tenía a Falhel por surcar los cielos así como él lo hacía en la tierra lo convirtieron en ello. Terranfher, sumisa a los deseos de dar abrigo al ave de fuego y ser abrasada por él, tomó la forma de un árbol. Un árbol enorme, lleno de resina que Ferhar pudiera quemar con sus besos y sus caricias violentas. Pero no, él deseaba probar lo incompatible, el amor de Liqora y sus húmedos besos. Cada que podía erupcionaba en las profundas aguas del océano para ver si ella volvía su mirada hacia él, pero esto nunca ocurrió. Los tiempos y el amor trajeron consigo a Jhambo el mayor de los tres hijos. A la llegada de M’mole la cólera de Ferhar era tan grande que busco la manera de acabar de una vez por todas con el amor entre el agua y el viento. El nacimiento de Yufus fue la gota que derramó el vaso, el pequeño elefante de las nubes era la viva imagen de Liqora la madre de los tres. Su irá fue tal que la tierra se convirtió en una bola de fuego enardecida. La arena se convirtió en vidrio y sus lágrimas de coraje en piedras preciosas que escupía por los diversos volcanes nacidos. La destrucción parecía inminente, pero el amor de una madre siempre será mayor que cualquier sacrificio. Liqora volvió sus ojos al cielo y se entregó para volverse uno con el elemento de dónde había sido tomada. Hasta ese momento nunca había llovido y nunca volvería a llover de la misma manera. De su vientre nacieron las aguas que apagaron la cólera del más furioso y destructor de los cuatro elementos. Cascadas descendieron del cielo y sus aguas llenaron los valles desiertos. La tierra bebió y bebió hasta embriagarse, y del amor de ambas madres nació la vida no solo en la tierra sino también en los mares y el cielo.

La tormenta se fue debilitando convirtiendo sus aguas en un repiqueteo, miró por la ventana ya despierto y veo la belleza que cae del cielo. Lágrimas de una madre dibujan un lienzo. Arcoiris le llaman algunos, pacto del cielo dicen otros. Entrega del amor de una madre para con sus hijos, los elefantes que sostienen el cielo.

EMILIANO HEREDIA

COLORES

La casa.

La verdad es, que sí, hacía bastante tiempo que no iba a casa de mis padres.

Tal vez, no, tal vez no. Es verdad, demasiado, demasiado tiempo.

El color ocre amarillo de las paredes cuando subo las paredes.

Los viejos azulejos que alicatan el portal. Ajados por el paso del tiempo.

Limpios, con un cuadro de una vieja escena de caza de unos podencos atacando a un jabalí.

Un espacio tan séptico, tan limpio.

Blanco.

La calle.

El cuaderno donde escribí los primeros renglones de una infancia que, si no fue maravillosa, tampoco fue tan mal.

Una etapa de mi vida donde los periodos de sol se intercalaban con violentas tormentas. Galernas en un mar nocturno donde en vano, en mi inocencia, me echaba encima la sabana y la colcha, para construirme una balsa de náufrago.

Soñaba con un estanque en medio de un jardín sembrado por la soledad.

Negro.

El parque.

Los bancos, toman el sol que blanquea sus arrugas y soportan la lluvia que ennegrece su tez.

Cicatrices de amores ya olvidados grabados a punta de navaja.

Polvo, que ya solo lo levanta una brisa despistada que de vez en cuando pasea por los terrosos caminillos.

Atrás quedaron las correrías detrás de un balón barato, con las carteras escolares de porterías. Los ecos de la chiquillería se perdieron por entre los arbustos y los envoltorios de la bollería de las meriendas iban a morir a las papeleras.

Sepia.

Rosi.

Ésta mañana me he encontrado con una mariposa que llevaba un mal disfraz de yonqui.

Rosi.

Mi primer beso y mi primera tristeza.

Era preciosa.

Rubia.

Con ropa de marca que su padre se sacaba de infinitas horas de trabajo en la fábrica y su madre de limpiar otras tantas escaleras.

Pajarillo que quiso volar y un mal viento la tiró del nido.

Chándal multicolor del Pryca.

Mirada de abstinencia.

Boca en ruinas y labios rajados por los besos de un ruin caballo.

Rosi.

Gris.

Antes.

Primeros besos.

Amor ciego.

Idiota.

Imbécil.

Familia.

Ojos de recién nacido que me miran.

Juegos infantiles.

Cuentos en la noche.

Segundos golpes. Segundos insultos. Segundas humillaciones. Segundas huidas en mitad de la noche. Segundo miedo. Segundo silencio. Segundo mal.

Mujer.

Mala.

Demonio.

Rojo.

Ahora.

Heridas.

No hay dolor.

No físico.

El alma se recupera gracias al consuelo del corazón.

Hija presente e hijo ausente.

Verde.

Mañana.

Silencio.

Paz.

Libre.

Incierto.

Cierto.

Lucha.

Azul.

Sigo andando hacia la parada del autobús.

Reflexión:

hay cosas, que por entonces me parecían hermosas, bellas, que tan feas se me antojan ahora con la mirada de la dura realidad.

Horizonte.

Arcoíris.

Fin

Emiliano Heredia Jurado.

05 de noviembre de 2025

Meco.

AXY LINDA

En el corazón de la ciudad apareció una estatua de mármol, tan perfecta que parecía imposible que fuera obra humana.

Keiff, el escultor, quería ver cómo reaccionaba la gente. Al observar, notó algo insólito: la estatua se embellecía cuando quien la veía era amable, pero empezaba a desmoronarse si no lo era.

Decidió colocar un cartel:

“Esta obra se transforma con las miradas. Si quien la observa es noble, se embellecerá. Si no, perderá un fragmento de sí misma.”

Al principio, pocos creyeron el mensaje. Pero pronto lo comprobaron. La estatua, atrajo a todos y desató debates: ¿Quién era digno de mirarla? ¿Quién no? Algunos evitaban la plaza, temerosos de ser responsables de su deterioro; otros se arriesgaban, buscando probarse.

Para Keiff, cada fragmento perdido era doloroso. Desesperado, añadió otro cartel:

”¿Por qué destruir algo hermoso? Si su belleza depende de la bondad, ¿qué tan difícil es cuidarla?”

El mensaje provocó un cambio inesperado. Los vecinos empezaron a saludarse con calidez, los comerciantes ajustaron precios, y los transeúntes recogían basura. Lentamente, la ciudad cambió.

Un año después, la estatua brillaba como nunca. Una noche, Keiff la observó de lejos y notó algo extraordinario: en su superficie pulida, la estatua reflejaba la imagen de quienes la miraban.

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

Las mayoría de las gentes; comúnmente solo ven el exterior de las personas, y yo en casi toda mi existencia me dejé llevar por eso. Y ahora me doy cuenta de lo absurdo que eso es.

Muchos tienen una magia interior que irradian por dentro y por fuera y nos envuelven en esa magia maravillosa de ese encanto que posee, te arroban con su carisma y su alegría por la vida a través de ellas cambias tu percepción de las cosas y; además te das cuenta que la belleza que emanan inunda sus rostros y tus ojos brillantes otra vez. He cambiado si aprendí hijo por tu a ver muchas cosas que se han perdido a lo largo de mi existencia que ya no valoraba.

Ahora como a ti me me maravilla un amanecer, una piedra de forma irregular que encuentras en el camino, aprendí a ser más generosa, más compartida, más amable, tolerante y comprensiva, así también a seguir viviendo con sueños y deseos y que a pesar de los años acumulados siempre puedes correr y recrear la vida.

LETICIA R MENA

Cae la belleza

Tal y como caen las hojas de un otoño anhelado y tardío, así cae la belleza.

Se desliza en un gris y plomizo cielo, y luego se apresura a caer, lluvia o nieve, así cae la belleza.

Los pesados párpados de un soñoliento se cierran, aun cuando se resiste a dejarse arrastrar al mundo de los sueños, y la belleza cae en esa tranquila criatura durmiente, ajena al mundo no onírico.

Una lágrima nacida de la emoción más pura, cae así la belleza con ella. Mejilla abajo, rodando silenciosa, a morir en la comisura de unos labios temblorosos, aguantando el llanto, la emoción no desbordada en un mar salado.

Y la belleza cae envuelta en ropa hacia el suelo, dejando al descubierto aún más belleza, la de las pieles desnudas de los amantes que se encuentran, en lo más bello, el amor.

Cae la belleza, como lo hace la venda de unos ojos para poder contemplar así la verdad del mundo.

La belleza que cae en palabras que salen de unos labios y van a perderse en el viento.

La belleza cae, y queda al descubierto el monstruo del mundo, con diez cabezas y veinte patas.

La belleza cae y queda al descubierto la bruja del cuento, fea y con una malévola risa.

Cae y vuelve a caer la belleza, para renacer en la insignificancia de lo simple.

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18 comentarios en «La belleza que cae – miniconcurso de relatos»

  1. 44 relatos bellos.
    Por la belleza de sus letras,
    Elefant Yufus.
    Por el bello cristal de sus zapatillas,
    David Merlan.
    Por qué «llena eres de Gracia»
    Carmen Úbeda.

    Y habría más…sin dudar

    Responder

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