La partida – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «silencio cómplice». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 14 de noviembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Efímera es la vida,

entrenamiento para la partida.

El inexorable paso del tiempo,

se clava en mi pupila,

dilatada por un lamento,

mi alma escondida

en la memoria del olvido

por olvidar lo vivido.

Ya no quedan veranos,

para pasear por la orilla,

ya no queda fuego,

encendido por cerillas.

Mi triste mirada

se encuentra apagada,

buscando la nada.

Si se acaba mi vida

entrenaré para mi partida…

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Arrastrada por el agua de la DANA supe de «Mi partida»

Cogido al poste de la pared del garaje, te vi. Sabia que no volvería a ver más a persona alguna y tampoco la luz del día.

El agua me llevaba al interior del parqui, por ello con mi semblante desesperado te dije adiós.

«La partida» la hago acompañada de tablones y coches.

Mi última voluntad es decir al mundo, cuidar la atmósfera para que ella no nos destruya…

ANTONICUS EFE

PEQUEÑAS PÍLDORAS MALICIOSAS. ESTOY SENTENCIADO

Se corta el presupuesto

para que funcione mal

y se contrata a lo privado;

el amigo de turno ha sido el agraciado.

La partida de turno ha sido reasignada;

¡tú, sí tú!, ahora, pagas más,

pero apoyas a los patriotas.

¡Cuanta solidaridad!

——————————-

Mossa parte de su aldea,

está toda arrasada,

su familia saluda desde el cielo,

sus sueños huelen a metralla.

Llega a su destino,

por fin será feliz.

¡Oh mundo cruel!

No lo quieren allí.

Esos mismos que lo odian,

apoyan a los de las guerras,

no quieren que venga

pero provocan que abandone su tierra.

—————————————–

El alfil te trae noticias

que no te son gratas

eliminas su caballo

y te enrocas en tu plaza.

Las blancas siempre empiezan

siempre tienen ventaja,

las negras tienen que currar más

pero te gusta comerte su dama.

Sacrificas peones

para salvar al rey,

la partida está muy clara:

“es quien dicta la ley”.

SUSANA NÉRIDA

DANA

¿A quién reclamamos justicia

ante toda esta injusticia?

quitasteis presas

del temporal fuimos presas.

Quitásteis servicios de urgencias,

pues los toros tenían más ventas;

ahora sólo hay sentencias

y nos mencionáis en actas

escondiendo vuentras ineficacias.

El pantano de Forata se abrió,

y un manto de agua nos cubrió,

imposible tanta agua contener,

tanto que pudimos perder.

Con vuestra ineptitud nos enfurecisteis,

tanto dolor lo provocó,

ahora decís que os entristecéis,

cuando todo lo arrasó.

Sin hacer acto de presencia,

centenares de muertos anegados,

flotan los condenados, ahogados

y nuestras voces asocia.

Está claro que por omisión,

llegó la perdición,

llega el mensaje, tarde y nunca

sentimos antes el terror en la nuca.

La Dana arrasa con todo,

Al retumbar del trueno

entre silencios, gritos y un fallecido

Los voluntarios fueron lo único bueno.

Ante un diluvio anunciado,

en el que nos habíais sentenciado,

sobrevino la ausencia

y después, la mala presencia.

El que de milagro se ha salvado,

ha quedado en shock, traumatizado,

sin poder beber o ser alimentado

y con esas aguas contaminado.

Todo esto nos ha desgastado,

nos ha devastado,

nos ha compungido,

en nuestras narices ha acaecido.

Abriendo paso entre el fango,

lo vio el responsable ego,

buscando a los desaparecidos,

apoyando a conocidos y desconocidos.

No podíamos apartar de aquí las mentes,

Os tenemos presentes,

Mi aportación finalmente,

De esta marchita demente,

Es coger boli y papel y ser inclemente.

Me dicen que Valencia es la nueva Antártida,

la nueva Venecia anegada por el agua,

quizá necesitemos una nueva vida,

donde la cosa sea menos ambigua.

Ahora dicen que mucha información

es mera invención,

que si izquierda, que si derecha

para encender la mecha.

Mejor hagamos una partida,

para los que todo lo han perdido,

materiales y comida,

que han quedado en el olvido.

RAQUEL LÓPEZ

¿ Que es este amor,

quizás un juego?

Moviéndonos como peones

de una historia sin retorno.

Jugamos a las caricias,

a los dulces besos,

unimos nuestros cuerpos

de pasión y de deseo.

Cualquier movimiento dado

resultó ser un fracaso,

aunque supimos las normas

siempre lo diste por terminado.

Tú siempre desapareces,

me rehúyes sin reparo,

hasta en los sueños te encuentro

y tú te sigues marchando.

El destino nos desafió

jugando con nuestra vida,

triste amor que desapareció

sin terminar la partida.

ARMANDO BARCELONA

GAMBITO DE DAMA

—¡Churri, anda, tráeme una cervecita, please!

Vocifera Alberto en dirección a la cocina, donde se escucha trastear a Nines. Ella coge una lata de Mahou del frigorífico, camina hasta el salón, se la alcanza a su marido y, tras pensarlo unos segundos, toma asiento en el sofá junto a él.

—¿Cómo van? —pregunta, por decir algo.

—Acaba de empezar, cariño —responde Alberto, a la vez que, sin apartar los ojos de la pantalla, palmea la rodilla de su mujer.

—Podríamos salir a dar una vuelta, hace muy buena tarde y apetece pasear un rato, no sé, charlar, sentarnos en una terraza, tomar algo… —propone ella sin demasiada convicción.

—¡¿No me jodas, y tiene que ser hoy?! —protesta Alberto.

Se hace un silencio a dos voces —como diría el poeta—, solo enturbiado por la salmodia lejana del comentarista deportivo, que con el beneplácito de la cadena de televisión y absoluta impunidad, pisotea el diccionario, viola la gramática y se cisca en la RAE y todo lo que representa.

«Cómo ha cambiado este hombre —piensa Nines—, antes era más divertido, le gustaba que hiciéramos cosas juntos, me ayudaba en la casa. Pero ahora, míralo, no hay quien lo saque del sofá, si hasta le ha hecho la horma del culo en su parte. ¡Por Dios!».

—Alberto, cariño, cuéntame algo, que no hablas nada, ¡deja el puto partido, coño, que soy tu mujer! —se rebrinca enfadada.

—A ver, cómo te lo digo para que me entiendas: es el clásico, Nines, el clásico, no me toques los… —se muerde la lengua en el último instante, porque intuye que ha metido la pata.

Nines calla y ese silencio hace que en el pecho de Alberto crezca una sensación de incertidumbre, que le corre tripas abajo hasta las gónadas anticipando marejada.

»Cariño, lo siento, perdona, pero es que… —baja el volumen del televisor y busca con las suyas las manos de su mujer intentando redimirse.

—¡Shhhhh! Calla, mi vida, que te conozco y si dices algo será para cagarla —sella los labios de él con un dedo—. Pero mira, ya que te veo predispuesto, déjame que te cuente un cuento. ¿Sabes qué es un gambito de dama?

Alberto niega: «¡Ay, Dios, por dónde me va a salir esta!», piensa con un acojone que pone jirones de niebla en su mirada.

»Me lo contó mi yaya Luisa, que era una ajedrecista como la copa de un pino. No te voy a aburrir con detalles, pero el caso es que las negras aceptaron el gambito y, tras numerosas escaramuzas y cambios de piezas, las dos damas se encontraron frente a frente. La blanca se llamaba Merche, la negra Lina y esto es lo que ocurrió:

Estoy hasta el chichi, Lina, querida, de andar como una loca, de aquí para allá, tapando agujeros y partiéndome la cara con todos, mientras ese —señaló al rey blanco—, se queda en la retaguardia rascándose los huevos. No sé tú, pero yo estoy por hacer una barbaridad.

Qué me vas a contar, Merche, si son todos iguales. Míralos, cada cual en una esquina, rodeados de guardaespaldas y, ¡hala, aquí me las den!, viendo los toros desde la barrera. ¿Por qué no le haría caso a mi madre? Donde me ves, yo iba para reina de picas y se me daban bien los estudios; apuntaba a ser de las primeras en mi promoción. Pero se cruzó en mi camino el mastuerzo ese, me dijo cuatro lindezas, puso ojitos tiernos y… Ahora, te digo una cosa, antes no era así, ¡qué va! Lo que ha perdido este hombre.

Hija, has contado la historia de mi vida —respondió la blanca—. De novios, el mío era un sol: atento, siempre pendiente de mí, cariñoso, y en la cama, ¡por Dios, un volcán! Pero lo que es ahora, no lo sacas de casa ni a punta de pistola; todo el día dándole a la «play», como un adolescente, y de sexo nada, una vez por semana y las hay que tocan barbecho. Aunque no vayas a pensar, mejor así, porque, chica, lo que es a mí ya no me provoca nada de nada. Menos mal que es de gatillo rápido y cuando se pone cachondo acaba enseguida: Él empuja, yo jadeo, él empuja, yo jadeo, él empuja, yo jadeo, y así hasta que pasan cuatro minutos y medio, que me conozco la rutina y controlo; sube un poco el ritmo, yo gimo con fuerza, él brama como un toro y… ¡puf!, se acabó. Cinco minutos. De reloj. «¿Cómo se te ha quedado el cuerpo, reina?». Siempre la misma pregunta idiota: Pues como antes de empezar, imbécil, la madre que te parió. Encima va diciendo por ahí que soy multiorgásmica. ¿Te lo puedes creer? Como si hubiera alguna.

¡Qué me vas a contar! Cuando mi rey quiere que me abra de piernas pasa lo mismo, solo que yo, mientras entra y sale, voy cantando, mentalmente, Mediterráneo, de Serrat, y al llegar a: «… empujad al mar mi barca, con un levante otoñal…», sé que debo empezar a pegar gritos como una loca, porque con el último, «… nací en el Mediterráneo…», ¡hala, ahí va el Ebro! Es que el mío es de Cabañas, provincia de Zaragoza. Tres minutos, con veinte segundos, no dura más.

Las dos damas se miran con pena, mudas, haciendo balance. Es Merche la que rompe el silencio.

Al menos tú tienes el consuelo de que el tuyo es negro y eso siempre supone un plus.

Lina esboza una sonrisa amarga, se ajusta el corpiño y suspira.

Eso es una leyenda blanca, corazón, la mayoría son rabicortos. Si tienes suerte, pillas uno estándar, en la media. A los cuatro pollones que salen se los rifan para hacer películas.

¡Qué vida más perra! ¿Sabes qué te digo? —se aventuró Merche—, pues que estamos desperdiciando la juventud. Mírate, estás divina, con esas curvas perfectas. No sé si te has dado cuenta, pero mi alfil no te quita ojo.

Lina mira con disimulo y comprueba que es cierto lo que dice la dama blanca; el alfil la tiene etiquetada y, oye, la carne es débil; a la dama negra se le alegra la tarde.

¿Quieres decir? ¡Jesús, qué calores! —se da aire con las manos como si fueran abanicos.

Cariño, estás para comerte. Vamos, que a mí tampoco me importaría —se sincera Merche—. Además, en la Edad Media los llamaban obispos y eso aumenta el morbo, ¿no crees?

¡Coño, y tanto! Nunca me le he montado con un cura. ¿Tú crees…? Una vez me comió un caballo y me da vergüenza admitirlo, pero fue la hostia. Por otra parte, Merche, cielo. Tú también estás como un queso. ¡No sé, qué angustia!

Joder, Lina, un caballo de ajedrez. Catalina de Rusia se lo montó con uno de verdad y la historia sigue conociéndola como Catalina «La Grande». Espabila, amor, que son tres días. Mira, te propongo una cosa: yo te gusto, tú me gustas, el alfil se muere por echarte un polvo. Me lo comes todo, las dos vamos a disfrutar como perras; el obispo te lo come a ti; cerramos el círculo y, como dicen los anglosajones, hacemos un «threesome», un trío, vamos, con todas las de la ley, por su sitio, y nuestros respectivos que se compren un piano, si es que quieren seguir tocando algo. ¿Hace?

Y sin mediar más palabras, las dos damas se enzarzaron en una lujuriosa lucha de lenguas, mientras miraban de reojo al obispo esperando su reacción.

Llegados a este punto del cuento, Nines, levantándose del sofá, le puso las tetas en la cara a su marido y, mirándolo fijamente a los ojos, mientras se las sopesaba con ambas manos, preguntó:

—Alberto, mi amor, ¿cuál crees tú que fue el siguiente movimiento del obispo?

Y el chico, que podía ser comodón, pero andaba ligero de reflejos y no aspiraba a cabestro, se apresuró a contestar.

—No me gusta el cuento, Nines, mi amor, y en mi puta vida voy a jugar una partida de ajedrez, pero píntate el ojo y tira para la calle, que hoy cenamos fuera.

Y colorín colorado…

ANA MARIA BA

1800. El Parlamento británico ha promulgado una Acta de Unión conforme lo cual Irlanda era conducida básicamente por Inglaterra. El precio de lo cereales se eleva y la mayoría de los irlandeses se vienen esforzados a alimentarse con patatas. La pobreza se extiende. Inglaterra decide no într-o meterse, ya que su objetivo principal era el de empobrecer y de someter a la población irlandesa.

Callum Brennan, un agricultor robusto irlandés, tenía en su posesión unas cuantas tierras que sus padres se les han dejado después de sus muertes. Este año, por falta de las semillas y por el elevado precio de los cereales, decide cultivar patatas. Viste una camisa ligera, un cinturón de cuero en la cintura, unos pantalones calurosos de lana y un cómodo abrigo de lana y que le tenía de calor. Sus zapatos de cuero pisan la tierra húmeda y fría. Por la noche, una espesa lluvia ha caído, limpiando las casas mugres y polvorientas, bañando las tierras, trayendo esa riqueza, que muchos añoraban, de los cultivos. Callum era un padre de familia ejemplar y junto a su esposa- Fiona, crecieron a dos niños: Riona, la hija pequeña y que tenía 6 años y Brendan, el hijo mayor de unos 17 años. Nunca les faltó de nada, ya que Callum procuraba siempre en tener comida y vestimenta para sus hijos.

Callum se despertó ésta mañana con mucho animo de trabajar la tierra. Toda la familia participaba, menos la pequeña- que jugaba encantada con sus muñecas. No era un trabajo fácil zarpar la tierra. Casi siempre tenían sus espaldas encogidas. Sus manos eran llenas de callos y que muchas veces se rompían, produciéndoles dolor y sus uñas, ennegrecidas. Pero nunca se lamentaban. Seguían con su arduo labor, siendo eso su único sustento.

Callum tiene como costumbre ir por las mañanas a los Finn’s- un sitio humilde en donde comía un buen plato de patatas, acompañado por un buen vaso de whisky.

– ¡Slainte( ¡Salud!)!- dijo elevando el vaso de whisky. Los otros le replicaron igual, elevando juntos el vaso en el aire.

Se levanta de la mesa un poco mareado ya que se tomó un vaso de más. Se dirige a la puerta, saludando a todos los presentes. Uno de ellos, al presenciar el estado un poco débil de Callum, se ofrece llevarlo a su casa, pero éste se niega. Se sale afuera, tropezándose. Se cae. Una de sus mangas largas se mancha co barro.

– ¡Por Taran! ¡Menuda caída! Me sentaré un rato sobre esta piedra. A ver si se me quita el mareo.

Al sentarse, un gran sueño se apodera de su cuerpo. Cierra los ojos al instante. Ya ni el frío le molesta. Está cansado.

Callum se había negado al cristianismo. Él era uno de los pocos que aún seguían con los rituales druidas. Respetaba la naturaleza y la naturaleza, a su vez, le recompensaba. Pocos gozaban de tan buenos cultivos como él. Pero todo eso un día se cambió. Las políticas inglesas le afectaron mucho. Si hasta ahora cultivaba cereales de todo tipo, este año pudo cultivar solo patatas. Su salvación eran unas buenas ovejas que tenía y que les dejaba libres en la verde y majestuosa pradera. Les tenía por si acaso, por si algo peor ocurrirá. Lo que más le gustaba era el rico queso que hacía su mujer con mucho cariño. También si mujer era la que confeccionaba la vestimenta con la lana de las ovejas. Nada tiraban. Todo tenía su utilidad.

– ¡Me he dormido! ¡Menuda suerte! ¡A saber lo que piensa Fiona!- dijo Callum, levantándose. Tenía el cuerpo gélido. Sus pies, adormidos.

– ¡Me cago en Inglaterra!- dijo de repente y escupiendo furioso.

– ¡Me cago en sus podridas venas! Nos quieren a todos muertos. Poco les importan los niños hambrientos. Les da igual sus muertes…

Llega a casa. Su mujer viene corriendo. Callum se pone nervioso. No entiende la preocupación de su mujer. Su cara es de espanto. A poco no puede ni hablar.

– ¡Callum! La recolta… ¡Mira!- le dijo Fiona a Callum con una voz apagada.

Al mirar la recolta se percata de que el follaje de las patatas estaba dañado. Con sus manos zarpa como loco la tierra hasta dar con unos tubérculos podridos. Enfurecido, coge una pala y zarpa perdido. Le duelen las manos. Su cara se llena de sudor.

– ¡Todo está perdido! Ninguna patata se salvó- le dijo Callum a su esposa entre lágrimas.

Pasaron los meses. El frío invierno y la escasez de los alimentos hizo que Riona- su hija pequeña- se pusiese enferma. No pueden permitirse un médico. Su cuerpo pequeño temblaba y ardía. Sus ojos eran rojos y vacíos. Por las noches, sufría de insomnio. Su madre lucha junto a ella. Hasta que un día, ella también se puso mal. Está vez, Callum se encargaba de ellas. Cuando la fiebre se elevaba, pasaba un paño frío por sus frentes. Ya llevaban días sin comer. Sus labios eran secos y agrietados. Sus cuerpos desnutridos. Callum empezó a beber todos los días hasta caerse al suelo adormido. Brendan, el hijo mayor, se encarga de su madre y de su hermana. Al acabarse el mes, Brendan se encuentra a su madre y su hermana inmóviles. Habían muerto. A Callum le enloqueció la partida de su esposa y de su hija. Una noche bebió hasta perder su mente. Cogió con sus manos un cuchillo. Temblaba. Se acuchilla. Su corazón ya casi no late.

– ¡Fiona, aquí estoy! ¿Donde está Riona? Fueron sus últimas palabras antes de morir.

Brendan se queda sólo. Estaba desnutrido. Su ropa, sucia y destrozada. McCallister- el mejor amigo de Callum- se entera de su fallecimiento y se va a visitar a Brendan. Como Callum no era cristiano, tuvo que enterarlo en el jardín de la casa junto a su esposa y su hijo.

– ¡Qué Taran os tengan en misericordia!- dijo llorando McCallister, golpeando su pecho.

– Lamento tu partida, viejo amigo…- lo dijo casi sin articular sus palabras.

McCallister se hace Cargo de Brendan. Vende todas sus tierras a un noble inglés que, aprovechándose de la situación económica del país, le paga casi nada por sus tierras. McCallister vende también sus tierras y decide ir con Brendan en América, igual que hicieron tantas miles de almas sufrientes y hambrientas. Compra los billetes y se embarcan por la mañana. Llega la noche. El viento se pone fuerte. El océano estaba agitado. Las olas crecían hasta formar un muro sólido y inalcanzable. El barco se tambalea al merced de las olas. Las olas se rompen. El barco se hunde. Todos intentan salvarse pero nadie lo consigue. El océano decidió llevárselos en su oscura y aterradora profundidad.

DAVID MERLÁN

EL CRONODADOS

Año 2476. La sociedad y sus más elementales y sagrados valores han tocado fondo. Cualquier cosa se ha convertido en un mero espectáculo en el que todo vale. Todo se justifica en aras del entretenimiento de las masas, incluso la justicia, que ha sido mercantilizada y vendida al mejor postor.

Sala de lo Penal. 25 de octubre.

—Que se ponga en pié el acusado para escuchar la sentencia—. Ordenó solemnemente el juez encargado del caso de Kirt Carson.

El reo se levantó despacio. No tenía prisa. Se sabía condenado. A pesar de pregonar su inocencia en repetidas ocasiones durante el juicio, era conocedor de que las pruebas jugaban en su contra. Sus «socios» se la habían jugado bien y ahora era él el que cargaría con el peso de la ley. Sólo rezaba para que el número que pronunciara a continuación el juez fuera bajo. Aumentarían sus probabilidades de salir airoso de todo aquello.

—Kirt Carson. Por los cargos de homicidio en primer grado, por el poder que me otorga el Estado de Montana y gracias a… Royal State Insurance, su inmobiliaria de confianza en más de cuarenta y cinco Estados, yo le sentencio a jugar al Cronodados. Por ello, le condeno a la cifra de cuatro tiradas, dos hacia atrás, seguidas automáticamente de dos hacia adelante en el tiempo. De su suerte, dependerá su destino, y la época donde finalmente termine usted sus días cumpliendo con la justicia. La sentencia se ejecutará mañana, en prime time, 12:00hs, hora del Oeste, y con seguimiento televisivo a nivel global. Se levanta la sesión.

El revuelo en la sala se hizo patente al instante. Cuatro tiradas daban una posibilidad de margen de siglos. El morbo del juego era saber en qué época acabaría el condenado; si sería capaz de adaptarse, si acabaría muerto o si por el contrario y en un golpe de suerte espectacular, al fin y al cabo todo quedaba en manos del azar, sería capaz de sacar las mismas tiradas en el viaje de ida que en el de vuelta, y que todo quedara en nada.

Eso si, teniendo en cuenta la sistematología del juego, las posibilidades de que dos tiradas se repitieran en el orden contrario en la tercera y cuarta tirada, era sólo del 0,077%

Las cuentas eran claras, de ahí la dificultad de volver a tu época e irte de rositas, pero al mismo tiempo, el morbo por saber dónde acabarías, lo hacía sumamente atractivo, toda vez que era posible monitorizar donde se hayaba el condenado en todo momento gracias a la cámara insertada en las retinas del reo. El público no podía oir lo que pasaba, pero las imágenes llegaban nítidas, lo suficiente para contentar a las masas. Si te mantenías alerta, podias con suerte, ver un instante antes de que el reo perdiese el sentido o la vida, o tal vez, viendo cómo era liquidado, en beneficio del espectáculo observado por multitud de telespectadores:

– Si salía un 1, viajabas una hora en el tiempo hacia atrás o hacia adelante.

– Si salía un 2, viajabas dos días en el tiempo hacia atrás o hacia adelante.

– Si salía un 3, viajabas tres semanas en el tiempo hacia atrás o hacia adelante.

– Si salía un 4, viajabas cuatro meses en el tiempo hacia atrás o hacia adelante.

– Si salía un 5, viajabas cinco años en el tiempo hacia atrás o hacia adelante.

– Y si salía un 6, viajabas seis siglos en el tiempo hacia atrás o hacia adelante.

Sólo había una limitación. No se podía sobrepasar el tiempo presente en los viajes de retorno. El presente marcaba la frontera, toda vez que era cuando se había impuesto la condena. Por ello, si tenías la suerte de retroceder poco en el tiempo con tiradas bajas de unos o doses, y luego en las tiradas de retorno sacabas «cincos o seises», el sistema te transportaba al momento actual y nada más. Esta nueva regla, junto con el seguimiento por imágenes en tiempo real, se habían impuesto a raíz del caso de Rudford Williams que en las primeras condenas del Cronodados había sobrepasado el presente y viéndose en el futuro, se había guardado la última tirada. Sin nadie que lo controlara se dedicó a hacer lo que mejor sabía, engañar y manipular a la incauta e inocente sociedad en la que había caido. Años después, aparecería su cuerpo cosido a balazos en su ático de lujo, tendido en la cama y con el dado ensangrentado a su lado. A raíz de esto, otra de las conclusiones a las que había llegado la policía era el descubrir que cada dado es personal e intransferible, y los ladrones que habían entrado en casa de Rudford Williams con la idea de apoderase de él y venderlo al mejor postor en en Deep web, habían descubierto tarde que, una vez muerto el dueño del dado, este dejaba de funcionar.

Pues bien, como estaba previsto, a las 12:00 horas dió comienzo el espectáculo. El presentador de moda a nivel planetario hizo acto de presencia en el plató de la televisión. La mañana era fría y ventosa, pero eso no parecía amedrentar a los allí presentes. El espectáculo bien merecía la pena. En este caso se desarrollaría en Montana, donde había sido celebrado el juicio. Otra de las reglas del «juego». Celebrar la gala televisiva allí donde se había sentenciado al condenado.

—¡Buenas noches, audiencia! Soy Parker River y esto es….—dijo sonriendo, gustándose y con los brazos al aire del escenario—…el ¡¡CRONODADOS!!

La gente explotó de alegría en el plató, mientras los telespectadores desde sus cubículos convertidos en viviendas, saltaban igualmente de alegría al aparecer en pantalla un dado gigante rotando sobre una de sus aristas con el nombre del programa grabado en sus caras.

—Hoy tenemos el caso de Kirt Carson. ¡Ni más ni menos que un cuatro!. Cuatro tiradas en el CRONODADOS—mientras la gente volvía a interrumpir al presentador rompiendo otra vez entre vítores y aplausos en una mezcla de alegria morbosa y risa ansiosa por que diera comienzo el espectáculo.

La estrella televisiva Parker River permaneció inmóvil en el centro del plató mirando al frente. Esperó paciente el tiempo minuciosamente estudiado y a que bajase el ruido ambiente de la algarabía del lugar y con una enorme sonrisa ocupando toda su cara. Tras unos minutos de espectáculo contenido que la realización aprovechó para sobreimpresionar la publicidad de la inmobiliaria Royal State Insurance, y tras el aviso del realizador de que podía proseguir, tomó de nuevo la palabra.

—¡Y ahora, demos la bienvenida al señor Kirt Carson!—. mientras hacía un escorzo y señalaba al fondo del escenario estirando su brazo.

La gente volvió a alterarse por enésima vez y poniéndose en pie, rompió a aplaudir mientras el condenado hacía el Vía Crucis hasta el centro del escenario rodeado por cuatro policías. Al tiempo que un paso le pedía permiso a otro, los ayudantes del presentador aprovechaban a colocar en el centro del plató una mesa, un cubilete y cuatro dados que dejaban a su lado.

Cuando Kirt Carson, ataviado con un simple mono carcelario azul y unas botas negras llegó a la altura del presentador, esté, dejó de sonreír imperceptiblemente. No sé podía notar en aras al espectáculo, pero la verdad era que no sentía ninguna simpatía por aquel hombre, y menos aún empatía. La verdad es que le daba igual lo qué le pasara en su regreso al futuro tras la segunda de las tiradas. Aún es más, si no regresaba y todo el mundo observaba en directo su muerte, los ratings de audiencia se disparaban hasta límites insospechados. La gente, en definitiva, quería carnaza.

La cara del acusado era un poema. Era una mezcla entre resignada y esperanzada. ¿Quién no ha tenido esa sensación. Esa última esperanza de que al fin, la suerte te sonría?.

Miró al frente. Después al presentador que dio un paso atrás, seguido de los policías y nuevamente miró al frente. Los focos lo deslumbraron y achinó un poco los ojos. Repuesto, extendió los brazos y un agente del juzgado, como si fuese un verdugo de otros siglos, le retiró las bridas eléctricas que le sugetaban las muñecas. Liberado al fin, se las frotó ligeramente y se acercó a la mesa. Reinaba el más absoluto de los silencios.

—A continuación, recordaremos las reglas del juego.

El presentador fue desgranando la sistemática de lo que iba a venir a continuación ante la atenta mirada del sentenciado.

—…¡ y para terminar, recuerden que todo lo podremos ver gracias a… Cámaras Nikofuji, las cámaras de tu vida!. Y sin más preámbulos demos paso al protagonista—. añadió haciendo un ligero ademán a Kirt para que se acercase a la mesa y procediera.

La gente volvió a alterarse pero esta vez de un modo más contenido.

Tras un breve debate interno, Kirt cogió los cuatro dados y se guardó tres en el bolsillo del pecho con cremallera de su mono. Respiró hondo y decidió lanzar el primero de los dados macabros. Con temblorosa mano, cerró los ojos, y lo arrojó sobre la mesa. El dado brincó un par de veces antes de detenerse en el número 4, apareciendo también en las pantallas gigantes.

«4 meses» le dió el tiempo justo para razonar miéntras, de repente, el ambiente del plató comenzó a distorsionarse. Las personas y objetos se desdibujaron a su alrededor, difuminándose en un frenesí temporal. El reloj retrocedió, mostrando rápidamente los últimos cuatro meses. Kirt vio cómo cambiaba la estación. De otoño a verano de manera vertiginosa, en un remolino caótico.

Los rostros se tornaron borrosos, fusionándose entre diferentes momentos. Observó breves destellos de su propia vida, momentos alegres y trágicos, como si estuviera visualizando una vida en cámara rápida.

La experiencia lo dejó aturdido y desorientado. Cuando todo a su alrededor finalmente se estabilizó Kirt se encontró en el mismo plató televisivo de hacía un momento. La única diferencia era que si las cuentas no le fallaban, se encontraba en el 25 de junio y para su sorpresa, se encontraba completamente a solas. Estaba claro que en esa ocasión o en esa hora, no había espectáculo que ofrecer al planeta. Bueno, en realidad si había un espectáculo y las cámaras insertadas en sus ojos eran buen testigo de ello.

Durante un minuto, se dió cuenta de que había sido transportado “solo” cuatro meses atrás, pero con el peso de una realidad que ahora podía cambiar en cualquier momento. Respiró hondo, abrió la cremallera de su pecho y extrajo el segundo de los dados. Había decidido no dilatar mucho las dos primeras tiradas, a fin y al cabo, quería evitar ser un conejillo de indias, un payaso del circo mediático, y dedicarle a la audiencia el menor tiempo posible.

No quería darles más espectaculo que el meramente necesario. Tras cerrar la cremallera, manoseó el dado mientras lo observaba con detenimiento, como queriendo coaccionarlo para que esta vez saliera un uno o un dos.

«Cronodados, alla vamos» pensó mientras empuñando el siniestro dado, lo lanzó con una incertidumbre palpable. El destino en esta ocasión fue siniestro y el dado se detuvo en el seis. El número retumbó en su cabeza. Al mismo tiempo que en el plató la gente explotaba de morbosa alegria al ver el resultado a tamaño gigante en las pantallas. Mientras tanto, el mediático presentador se ganaba el sueldo gesticulando y arengando a las masas cual circo romano.

“Seis siglos, ¡¡¡nooo!!! Le dio escasos instantes para darse cuenta de su mala suerte.

De repente, y al igual que había sucedido antes, el ambiente del solitario plató comenzó a diluirse, a distorsionarse a su alrededor, a difuminárse esta vez a una velocidad endiablada. Como si se tratase de una película acelerada, el reloj comenzó a acelerar retrocediendo en el tiempo, mostrándole a Kirt como todo cambiaba a su alrededor. Vio también los cambios en la orografia, en cómo los edificios aparecian y desaparecían a su alrededor a velocidad de vértigo, pero sin darle apenas tiempo para calcular el año exacto en el que se detendría la regresión temporal. Nunca había sido muy bueno con las matemáticas y los cálculos, él era mas de letras y de historia, de ahí que sus compinches de fechorias le hubieran engañado y que él acabara “jugándose el futuro” a los cronodados.

En un momento dado, y cuando ya todo era praderas y campos a su alrededor, notó el descenso del ritmo al que se ponía y salía el Sol en el horizonte. Cuando finalmente volvió a ser consciente de su entorno, el Sol se había detenido en su cénit, en lo más alto de su recorrido por un cielo azul. Hizo cuentas mientras no dejaba de observar un río que serpenteando, pasaba cerca de donde se encontraba de pie.

“Piensa Kirt. Retrocediste cuatro meses y ahora seis siglos. Eso quiere decir que estas en el … 25 de junio de 1876”

Un escalofrío le recorrió la espalda, seguido de una apertura de ojos como un buho, al comprender que se encontraba en las praderas de Montana en una fecha muy señalada en la historia de los Estados Unidos.

A penas había comenzado a darse cuenta de donde se encontraba, y sobre todo el cuando se encontraba, cuando comenzó a oir unos gritos que se acercaban a su posición. Intentó buscar un sitio donde esconderse pero fue inútil. Cuando se quiso dar cuenta, los gritos se hicieron presentes en varios cientos de indios nativos americanos que lo sobrepasaban al galope bordeándolo para proseguir su carga. A Kirt sólo le dio tiempo horrorizado, a darse la vuelta y ser testigo de la masacre y derrota que unos instantes después sufririan las tropas del ejército de los Estados Unidos y en concreto del mal llamado General Custer y sus 268 soldados que moririan a manos de, entre otros, el lider y guerrero Sioux Caballo Loco en Little Bighorm.

Kirt, en una mezcla de terror y privilegio, se quedó inmóvil asistiendo a la historica escena tantas veces narrada en los libros. Con el final del fragor del combate desigual, Caballo Loco y los suyos dieron por terminada la batalla. Cuando se disponían a abandonar aquel lugar, reparó en Kirt.

Al mismo tiempo, en el plató televisivo, el silencio era total, tan solo roto por inapreciables cuchicheos entre el público allí presente. Incluso Parker River, el animador principal de todo aquello, no perdía detalle de lo que veian los ojos de Kirt.

En ese instante, todos a nivel planetario, pudieron observar através de los ojos del condenado, como Caballo Loco alzaba el brazo al cielo de Montana y tomahawk en mano, gritaba “cargar” contra aquel supuesto soldado que había quedado vivo, cosa que hizo reaccionar a Kirt y salir corriendo en dirección contraria.

La escena que siguió fue contemplada por toda la audiencia en el más estricto silencio:

Tras una breve persecución en la que el espectador podía ver un reguero de cadáveres por doquier que iba dejando atrás en su intento de escapatoria, Kirt cayó al suelo e intentó levantarse en vano. Sólo pudieron contemplar en primer plano las pezuñas de un caballo para acto seguido, notar como se levantaba “la cámara”. Una vez puesto en pie, los espectadores atónitos pudieron ver apenas a un palmo de sus narices todo el rostro inyectado en adrenalina, con manchas de sangre de soldados por su cara, y apretando los dientes mientras miraba con ira fijamente a “aquel soldado”, a Caballo Loco que le tocaba con desprecio el buzo azul y su cremallera, a buen seguro desconcertado por lo extraño que tenía de diferente aquel uniforme de soldado con respecto a los demás. Caballo Loco pegó otro alarido y en un frenesí del que se cree invencible, le asestó un golpe mortal con el tomahawk, para acto seguido toda la imagen quedarse en negro.

En los rostros de los espectadores de todo el mundo se entendió perfectamente que aquel habia sido el final del condenado.

Unos segundos de shock después, Parker River, reaccionó como buen entretenedor de audiencias y tomó el control del momento:

― ¡Grandioso espectáculo el que acabamos de presenciar!, ¡Si señor! ―gritó brazos al cielo provocando el griterío y los aplausos de un público entregado de antemano―. ¡Qué gran condenado hemos tenido! Lástima que no hayamos podido disfrutarlo más tiempo. Aun quedaban dos tiradas, pero…qué le vamos a hacer, así son las reglas―. Mientras sonriendo a cámara ponía las palmas hacia arriba y se encogía de hombros―. Hasta aquí el Cronodados de hoy. Les espero con un nuevo condenado muy pronto, gracias a… Royal State Insurance, su inmobiliaria de confianza en más de cuarenta y cinco Estados y.. a cámaras Nikofuji, las cámaras de tu vida, ¡¡GRACIAS!! ―mientras bajando los brazos, señaló a cámara con una sonrisa perfecta de oreja a oreja, mostrando unos dientes blancos como la nieve, por un trabajo bien hecho, al tiempo que los créditos televisivos comenzaban a aparecer en pantalla.

PAQUITA ESCOBERO

ORIGEN

Era sencillo. Un sistema basado en la rápida lectura de actos y efectos causados durante la existencia de un ser humano. Aquellos que una IA leía al entrar en su radar y tomaba una decisión irrevocable, devolver a la persona elegida a «Origen». Un destino marcado. Una prueba aleatoria que nadie sabría si pasaría. Tampoco que existía. Algo tan sencillo y a la par difícil de descifrar.

¾¿Habéis encontrado algo? ¾preguntó inquieto la inspectora Duarte a los cuatro subinspectores que esa mañana habían tenido que acompañarla a una supuesta escena de crimen.

¾Nada¾contestó Martínez, el más joven de los cinco¾¡Es asombroso, pero aquí no hay absolutamente nada! Hemos preguntado a las personas que esta mañana abrían el edificio y a los funcionarios en general del Congreso y la mayoría había entrado antes de que empezaran a llegar los diputados y sus escoltas. Así que todos nos dicen más o menos lo mismo, que no han visto nada extraño. Fueron los escoltas de algunos Diputados los que dieron la voz de alarma al ver que de pronto ya no estaban escoltando a nadie.

¾Demasiados desaparecidos en una semana. Algo se nos está pasando. Las personas no desaparecen, así como así, sin dejar rastro. ¾Repetía una y otra vez Duarte tanto para convencerse a sí misma como para que sus compañeros la escucharan. ¾Con esta desaparición ya son 28 solo en el Congreso, 31 en el Senado, 17 grandes empresarios solo en la jurisdicción que nos han designado, que con tantos desaparecidos ahora llevamos 4 veces más territorio que antes. Los sustituyen y desaparecen de nuevo la mayoría. No hay señales ni indicios de delito, ni huellas, ni patrones, ningún hilo del que tirar. ¿Qué carajo está pasando?

·

En tan solo cinco años la población mundial se había visto reducida a la mitad. Algo tan paradójico como la ausencia de parte de una especie que habitaba sin reparos el planeta, no solo había sido el resorte para que esté comenzará una regeneración insospechada, sino que había reducido los índices de criminalidad hasta el punto de ser casi innecesarios los sistemas de seguridad nacional, juzgados y resto de parafernalia que la humanidad había creado para marcarse a ella misma los límites. Si no fuera por el empeño de unos pocos en investigar que estaba sucediendo, la población en general parecía no dar relevancia a lo que sucedía.

Curiosamente la economía mundial había mejorado. Se habían eliminado fronteras dando paso a la libre deambulación. Habían desaparecido mafias completas, delincuentes que entraban por la noche en sus celdas y no estaban por la mañana. Pocos eran los que seguían en las cárceles a nivel mundial. Las investigaciones encima llevaban a pensar que esos pocos eran los errores de la justicia, aquellos condenados sin ser culpable.

Había todo tipo de teorías. El Consejo superior de Investigaciones científicas había reunido a todo tipo de expertos en diferentes materias. Ni los programas más conocidos por investigar lo inaudito podían poner nombre a lo que sucedía. La teoría más extendida y que cada vez cobraba más relevancia era que algún tipo de inteligencia artificial estaba ejerciendo por su voluntad el acto de retirar lo que sobraba del planeta, pero solo de la especie humana. El resto de los pobladores de la tierra seguían estando, dejando en evidencia la supuesta supremacía que hasta ahora había sido la insignia del humano ante cualquier circunstancia.

En un principio las desapariciones habían causado revuelo, inquietud entre las personas, pero poco a poco se fue normalizando la situación. Si le preguntabas a cualquier persona, en cualquier parte del mundo, el discurso era similar «No sé que está pasando, pero sí que estamos mejor, no hay casi delincuencia, cuando sucede algo que es un atentado contra cualquier derecho humano básico, esa persona desaparece, y esto ha traído tanta paz que casi nos da igual donde se encuentren, más que tener miedo a qué sucede tenemos miedo a que regresen”. Y ese era más o menos el discurso de todos los que consultaba Duarte y su cuadrilla.

La cuestión era que nadie quería saber dónde se encontraban. En estos años se había aprendido una regla, haz el bien y no mires a quién, de tal manera que los niveles de empatía, apoyo, ayuda, etc., eran tan altos que, hasta ella misma, si no fuera por el sentido del deber, también pensaba que así se estaba mejor.

En España se insistía en poner y sustituir cargos políticos, aunque la población ya no iba a votar sabedores de que el responsable de lo que estuviera sucediendo se encargaría de garantizar que los nuevos asignados fueran, al menos, personas decentes, no solo ahora sino que también hubieran tenido un comportamiento pasado casi inmaculado. Porque lo que parecía que lo que no le gustaba a esta entidad, por llamarlo de alguna, era la mala conducta y de eso habíamos tenido en todo el planeta suficiente durante casi toda la historia de la humanidad.

·

Duarte y su cuadrilla volvían a la comisaria otro día más sin nada que poder aportar. Mientras sus compañeros intercambiaban impresiones ella miraba ensimismada por la ventana del coche, observando a los peatones ir de un lado para otro en aparente normalidad. En ese momento lo vio.

¾¿Habéis visto eso? ¾Martínez, para el coche ¡ya! ¾ gritaba Duarte mientras abría peligrosamente la puerta del coche para bajarse casi en marcha.

¾¿Qué si hemos visto qué? ¾preguntaron casi al unísono sus compañeros.

¾El señor que estaba esperando en el semáforo para pasar, se ha girado mientras seguía con la mirada a aquella adolescente, algo obsceno por su parte y de pronto, es como si se lo hubiera tragado la tierra. ¡Vamos, deprisa, quizá podamos ver algo!

¾Yo he visto que estaba esperando, pero no me he fijado si ha cruzado- respondió otro de los colegas.

¾¿Cómo va a cruzar, acaso le ves en el otro lado? Le habríamos atropellado. Ha desaparecido y delante de nosotros ¡Vamos, deprisa, quizá podamos ver algo! ¾Les instó Duarte.

Mientras se acercaban al semáforo un pequeño haz de luz iba cerrándose poco a poco en el suelo. Duarte y los demás entre el asombro y el desconcierto se agacharon para ver si había alguna trampilla, algo que reaccionara a su presencia. Martínez saltaba encima de las baldosas como un niño en un charco de agua, ninguno encontraba nada. Se miraron unos a otros sin comprender y sin saber que hacer.

Una llamada entrando en el teléfono de Duarte hizo que se apartara un poco del grupo de compañeros. Número desconocido. «Joder con las llamaditas de promociones y eso que casi ya no hay». No respondió pensando que alguien quería venderle cualquier cosa. Ya casi no se daban esas llamadas pero si el teléfono decía desconocido o spam tenía la regla de no contestar.

Un SMS entrante «Duarte, coja el teléfono». Y sin más, volvió a sonar.

¾¿Diga? ¾ respondió la inspectora algo inquieta.

¾Duarte le llamamos desde Origen, no porque consideremos que tengamos que dar explicaciones, tampoco por que los que están llegando aquí se lo merezcan, pero sí porque es usted una buena persona, de esas que han quedado en el planeta, junto con sus compañeros y tras estos cinco años viendo como sigue intentando encontrar una explicación y no hallarla hemos decidido contactar para que siga con su vida y nos deje actuar. ¾Escuchó esa voz que parecía estar encapsulada en un absoluto vacío.

¾¡Pero es mi trabajo, no pretenderá que abandone sin más porque alguien me llame para decirme que deje de buscar!

¾Puede hacer con su tiempo lo que estime conveniente. Puede seguir perdiéndolo, buscando la razón de las desapariciones o seguir con su vida y dedicarse a otra cosa ya que su trabajo dentro de poco dejará de ser necesario. Origen es la causa de todo y el efecto. Quien es detectado por ella como, un humano poco digno de su existencia, es devuelto al principio. Ya se le dio una oportunidad, se puso a prueba su capacidad como ser humano para crecer y vivir bajo unos valores universales que casi no tendrían que ser enseñados. Aun así, con sus más y sus menos se les proporcionaron y decidieron ignorarlos. La humanidad había llegado al colapso absoluto y debido a la ingratitud de esta parte de la población el resto estaba siendo condenada a la destrucción. La tierra es demasiado importante en el sistema que se creó como para ser destruida por la especie menos relevante. Por eso mismo, le pedimos que deje de indagar, no encontrará respuesta, tampoco donde están esas personas. Origen no es localizable, no tiene vuelta atrás, no hay reinserción, reencarnación ni otra oportunidad. Ella decide quién es digno de no ser devuelto.

¾¿Me dice que no les vamos a encontrar? ¾preguntó Duarte.

¾Origen le dice que lo deje estar. No volveremos a contactar.

Así terminó la búsqueda, entre la incredulidad de sus compañeros al verla recoger sus cosas en la comisaría tras intentarles explicar lo que había escuchado. Miró la foto de la familia de la última navidad y acariciando sus caras con la yema de sus dedos sonrió, miró hacia atrás y les dijo a sus compañeros.

¾Ya no hay vuelta atrás. Me voy a por mi familia y al campo de mis padres. Aquí ya no hay nada que hacer y ¿sabéis? Me alegro. ¡Hasta siempre compañeros, ha sido un honor trabajar con vosotros!

Mientras salía hacia el coche intentando encontrar las palabras con las que iba a explicar a su familia su decisión y lo sucedido pensó que mejor hacer lo que decía origen y dejarlo estar. Lo que para unos era el final, para ella un nuevo comienzo.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

LA PARTIDA

La tormenta, a punto de dejarse caer sobre la tierra, parecía presagiar el oscuro destino que le acechaba. En esos momentos, ya derrotado, agradeció que después de tan largo día su única compañía fuera la soledad. Aunque fuese una soledad relativa.

Aquel pobre diablo agonizaba. Los acontecimientos de ese día, resultado de una sucesión de terribles augurios, le habían llevado al inevitable final. Desahuciado a su suerte y flanqueado por otros dos seres que, ya en silencio y abandonada su condición de humanos, se hallaban convertidos ahora en cadáveres. Simples envoltorios colgantes vacíos de un alma y unos sentimientos que, por otra parte, nunca habían tenido. Sin embargo, aquel hombre aún se aferraba a lo imposible. Conocedor de su destino, la muerte, se agarraba con uñas y dientes al más leve suspiro de vida, como un gato con la certeza de estar a punto de agotar su existencia número siete.

De pronto, un relámpago desgarró la noche, iluminando con un aura fantasmagórica los cuerpos casi desnudos. El ozono impregnaba el ambiente. Durante décimas de segundo se produjo un inesperado amanecer. Acto seguido, todo se apagó de nuevo para dar paso a un trueno que hizo temblar el monte. La luna, deseando no ser testigo de lo que estaba por llegar, había abandonado por completo este mundo, sumergiéndolo en tinieblas.

Fue en ese momento cuando dos ojos parpadearon nerviosos en la oscuridad. Aquel par de pupilas, felinas y amenazantes, acostumbradas a escrutar las sombras, escondía tras de sí un cuerpo gigantesco y animal. El enorme gato, de un negro profundo e insondable, cruzó frente a los tres hombres, aunque debido a la oscuridad, solo alcanzó a verlo uno de ellos, el que con burla llamaban “el rey”, el único que aún conservaba un hilo de vida.

La bestia se detuvo, movida quién sabe por qué tipo de instinto. Alzó la vista y ambos se miraron fijamente, como quien enfrenta su suerte, la más tenebrosa que ningún ser humano jamás haya conocido. No en vano, de aquella noche nacería la leyenda de los gatos negros y los malos augurios que durante siglos han cargado a sus espaldas. A nadie le extrañe que aquel también fuera un día trece aquel en el que le habían traicionado.

De nuevo, un destello de luz iluminó las tres cruces de madera. La boca del hombre exhaló otro suspiro con sabor a sangre. Sabía que probablemente sería el último, el definitivo. Fue entonces, apartando la mirada del gato, cuando gritó desesperado sus últimas siete palabras:

— ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!

Entonces, de manera lenta y dulce, las fuerzas le abandonaron hasta dejarse caer.

Samael pareció esbozar una sonrisa con los bigotes, al tiempo que movía grácilmente su cola. Se adivinaba en él un cierto gesto de complacencia. Después de treinta y tres años, pensó que la espera había merecido la pena. Ahora, el camino estaba libre. Los suyos y todo lo que representaban, podrían campar a sus anchas por la faz de la tierra.

Ya transformado y desplegando sus grandes alas, permaneció un buen rato sentado frente a la cruz, con la satisfacción de dar por concluido aquello por lo que había venido. Mientras, contemplaba cómo el alma de aquel pobre desgraciado iniciaba su partida hacia los cielos.

JUAN PEÑA

La partida (para el tema de la semana)

La mujer del partido es la partida. De jóvenes, fueron una pareja juguetona, pero con las responsabilidades acumuladas y la necesidad de dinero, soterraron su natural alegría, tornándose serios y huraños.

Cuando el partido vuelve de la cancha, se sienta en el sofá, pero no puede olvidar el laburo y mira en la tele, cómo trabajan otros partidos. La partida trabaja de noche, en un bar de copas, con jornadas interminables.

Tienen dos hijas, la pachanga y la timba, a las que casi nunca ven. La pachanga siempre anda por las calles, jugando de aquí para allá, con cualquiera que encuentre. Últimamente, dice que quiere cambiar de sexo; que quiere ser partido como su padre. A él se le ha partido el corazón, pues era la nineta dels seus ulls, pero su madre lo ve con buenos ojos, y alega que nadie puede hacer nada contra las cartas que ha repartido el destino.

La timba no es un buen partido. Es una princesa despendolada, se diría que Borbón, como ellos es más de picas, que de corazones. Se juega el almuerzo y las bragas a los chinos, a veces pierde y adelgaza, a vueltas, pierde, aunque disfruta. Solo tiene buenas manos, cuando juega al solitario. Es el masoquismo del ludópata, según cuentan. La partida dice que si fuera partidillo, nadie la criticaría ni la llamaría «putón desorejado», pero el partido no está de acuerdo y asegura que acabará jugando al póker abierto, como hacen las partidas que ve a escondidas, por las noches, en el internet de su lavabo.

Ayer, la partida libraba y el partido fue suspendido. Fueron a cenar al casino de Torrelodones. De postre, la pachanga pidió un penalti dudoso; el partido un córner olímpico; la timba un doble o nada, y la partida una recatada brisca.

CARMEN BERJANO

Aquella partida se hacía interminable, no paraban de caer peones, los caballos eran una terrible amenaza y Sara empezaba a ponerse nerviosa, cosa inusual en ella, siempre tan prudente y controlando estupendamente sus emociones.

Jugaba con blancas y con Esther, su compañera de piso, como hacían cada siesta, despreciando los horribles programas televisivos. Pero hoy jugar no le estaba sentando nada bien, de hecho, concentrada en el ajedrezado del tablero, dejó de ver las fichas y se quedó como dormida en aquel sofá, al calor del brasero.

Empezó a verlo todo bicolor, sólo existían el blanco y el negro y entró por un pasillo de baldosas, ajedrezadas por supuesto, donde la esperaban dos enanitos negros que la tomaron de la mano y la condujeron a una estancia toda blanca, con una majestuosa cama, donde yacía, sonriendo, la reina negra.

Era la mulata más hermosa que había visto en su vida. Con una cara dulce, de niña y esos ojos vivaces y pícaros que le decían lo que debía hacer y no debía hacer.

Al mirarla recordó unos versos, algo sobre África en los ojos. La boca era un derroche de labios perfectamente definidos y abiertos en sonrisa para ella.

Los peones desaparecieron, y Sara supo que ahí era donde realmente se jugaba la partida, que los movimientos que ambas realizasen eran los que de verdad determinarían quien sería la ganadora, y sabía de más que ese juego era sin palabras.

Se desnudó muy lentamente, apenas se la veía por lo blanco de su color entre tanta blancura y esas luces tenues. Se tumbó junto a la reina, que más parecía una diosa, todo generosidad de curvas y carnes, y con ese olor dulce pero cargado que le llegó al acercarse a ella.

Sara no tenía experiencia con chicas, pero le daba igual, en esos momentos amaba a esa mujer y la deseaba con toda su alma. Acarició la cara de la reina y ella le respondió con un beso, y luego con otro, a los que siguieron muchos más.

Su sabor la excitaba aún más y acariciar ese cuerpo sensual, esa piel tierna y tan oscura contra sus dedos blancos, esa visión aumentaba el grado de excitación aún más. Sara perdió la cabeza y comenzó a besar todo su cuerpo, le gustaba cada vez más su olor, le parecía casi adictivo.

Besó y chupó esos pechos, su lengua jugó con sus pezones y hasta los mordisqueó repetitivamente, hasta que escuchó gemir a la reina, eso sí, sin articular palabra.

Nunca había probado un coño, vamos sólo el suyo, alguna vez al masturbarse se había olido y chupado los dedos, hasta había imaginado alguna vez que llegaba a comerse uno, pero esta era su primera vez y le encantaba lo fácil y sensual de todo lo que le rodeaba, especialmente esa chica de ébano que esa noche era suya. Mientras seguía besando sus pechos, comenzó a tocar el sexo de su reina, manantial de néctar espeso y no pudo evitar probarlo. Su sabor era muy especial, le recordaba olores de su niñez, que no ubicaba, era un sabor generoso, como aquella belleza que tenía tumbada al lado y ya abierta para ella.

Aquello excitó aún más a la reina, que comenzó a acariciar el sexo de Sara como nunca antes nadie lo había hecho, era casi como si se acariciase ella misma, aquella mujer conocía perfectamente sus gustos y a cada roce y caricia se lo demostraba.

Ambas estaban muy excitadas, Sara hacía todo lo que le iba surgiendo, sin pensarlo casi, como si fuera una situación natural en su vida y fue entonces cuando se acercó al sexo de la reina negra y comenzó a besarlo suavemente.

Besó el interior de sus piernas, quería recorrer todas sus células, beber todos sus flujos, quería poseer a aquella mujer, y mientras la besaba comenzó a introducir un dedo en su vagina resbaladiza y cálida.

Y a continuación otro y otro. Introducía rápidamente sus dedos mientras succionaba el clítoris de aquella extraordinaria belleza, totalmente entregada. Que gemía y respiraba cada vez más rápido y que no paraba a su vez de jugar con el clítoris de Sara.

Y de golpe la reina de África sufrió una pequeña convulsión y gimió dulcemente, avisando de que había llegado al orgasmo. Sara sonrió y notó una mano en su espalda.

Al darse la vuelta vio a un mulato enorme y precioso, color caramelo y con unos enormes ojos verdes que la sonreían.

El rey comenzó a besarle la espalda, mientras la reina seguía con sus dedos jugueteando en su sexo.

Sara estaba confusa, la situación era extraña, pero tan mágica que no podía traer nada malo, pensaba para ella.

Y se dejó llevar, por él y por ella.

Ahora ella era la reina y le encantaba ser el centro de una relación sexual como aquella, que superaba a sus fantasías.

La reina comenzó a besar su sexo ávidamente, mientras el rey le ofrecía su polla y acariciaba a su vez a su reina.

La complicidad entre ellos era tal que se la contagiaron a Sara, que ya se sentía tan segura como para insinuar a miradas y gestos.

Fue entonces que el rey la penetró, primero muy despacio y luego embrutecido, mientras la reina miraba y se masturbaba, y esto excitaba aún más a Sara.

Entonces la reina se abalanzó sobre ellos y comenzó a dirigir la operación.

Empezó chupando todo el ano de Sara, que ya estaba al borde del orgasmo, e introdujo la polla de su rey en el culo de la reina blanca y mientras besaba el clítoris de Sara que ya no podía resistirlo más. La mezcla de mucho placer y un poco de dolor pudo con ella y llegó al orgasmo a la vez que el rey.

Entonces el rey las abrazó a las dos muy fuerte y se besaron.

Sara despertó. La cara de su chico le miraba asustado, preguntando:

– ¿Estás bien, Sara?

Ella no podía ni responder, pero verle era un regalo. Allí estaba también Esther y Nacho, su otro compañero. Esther le decía:

– ¿Quieres que te llevemos al médico?

Sara ya logró articular palabra mientras miraba al tablero de

ajedrez.

– Estoy bien, pero ¿qué ha pasado?

– Ha pasado que has ganado la partida. Y ha pasado que te

has desmayado y has tenido convulsiones. Contestó Esther.

– ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? Dijo Sara

– Apenas dos minutos, cariño, no te preocupes. Le contestó su chico

– Creo que empiezo a entender el ajedrez y es el juego más sexual que existe. Se dijo Sara casi para sí misma, pero en

voz alta.

– Yo creo que habías fumado demasiados porros, chiquinina.

– Pues será eso. Sentenció Sara y sonrió viéndolo todo negro de nuevo.

YOMALCKRY OSORIO

Un gran abrazo.

Marcò aquella despedida imprevista.

Quedó como una huella para siempre.

Jamás imagino que sería el último día que la vería.

La calle se inundò de un terrible silencio, jamás sospecharía lo que vendría, se volvio un interminable desierto .

Tiempo después vino su partida inesperada.

Aún existen secuelas.

En que se iría para siempre, ya no la volverán a ver por lo menos en este plano.

Habrá que aguardar una vida entera para volverla a abrazar y que ese momento no se termine.

Es cálido volver a estar entre sus brazos, observar esa sonrisa que todo lo cura, que todo lo sana.

Y esa mirada tan cautivante, pero misteriosa al mismo tiempo.

Solo ella, solo ella volverla a ver es el deseo de este rebelde corazón.

¡Solo queda extrañarte cada vez mas y llorar hasta que no pueda más!.

FRAN KMIL

LA PARTIDA.

Estábamos en un terreno aplanado para construir un nuevo barrio residencial alejado de la ciudad desde el cual se divisaba a más de cien metros a cualquiera que se acercara. Sin embargo, no la oíamos llegar.

Una mañana su voz suave, musical, pregonando refrescos y bocaditos, nos sorprendió a nuestras espaldas. Hicimos un alto en la labor y nos reunimos a su alrededor no tanto para comprar como para admirar los lindos senos casi al salirse de su vestido rojo muy apretado: siempre se vistió de rojo y muy escotado, mostrando la “mercancía” a la vista del que quisiera mirar, no la que decía vender porque no llevaba ninguna canasta ni recipiente donde guardara alimento.

—Vendo energía para sus cuerpos y paz para las almas —Pronunció sin importarle que las miradas llenas de deseos la desnudaban. —Lo que es bueno para la vista, también lo es para el espíritu. El cuerpo desnudo, desnuda al alma, el placer físico libera los miedos y las angustias. Ofrezco paz y armonía —fueron las primeras enseñanzas.

Y sonrió maliciosamente paseándose entre nosotros mientras dirigía miradas a cada uno. Cuando mis ojos tropezaron con el negro de los de ella, sentí calma y a pesar de su vestimenta de prostituta, todo deseo carnal desapareció. Quise ser el elegido para protegerla la vida entera de la tanta maldad del mundo.

—Quiénes necesitan protección son ustedes. —Dijo como si hubiese adivinado mis pensamientos. Cierta vez había un capataz…

Y el capataz era yo.

Así comenzaron las historias.

Nos visitó por un tiempo. Mientras velábamos su llegada, no aparecía. Bastaba que algo nos entretuviera o que perdiéramos la fe de volverla a ver para que apareciera con sus enseñanzas.

Dijo llamarse Teresa y que le gustaba que le dijeran la maga, sin embargo, nosotros la bautizamos Terezade. Fue idea de Ismael, el único que gustaba de leer las historias aburridas de los libros que nada aportaban a la hora de manejar las herramientas para abrir los huecos de los cimientos de la nuevas edificaciones. No era costumbre la lectura entre constructores cuyas conversaciones versaban casi siempre sobre sexo y ron.

—Nos hechiza con las historias que deja inconclusas con marcada intención —nos explicó Ismael— Igualito que Sherezade.

A ella le gustó el apodo. Se sonrió y con las manos en las caderas tan bien dibujadas debajo de su estrecha cintura que parecía un jarrón de porcelana rojo, sonrió complacida y dijo: “ Pero sin quitarme lo de maga, que es lo más importante” fue la única condición que puso.

Nadie supo de dónde vino, mucho menos a donde partió. Ni siquiera Ismael, que era quien más conversaba con ella, pudo sacarle información. A su pregunta, solo respondió:

—A donde voy, ustedes no pueden ir por ahora. Yo prepararé el camino y las habitaciones para recibirlos. Los estaré esperando.

De vez en cuando deteníamos el trabajo para otear el terraplén o nos volteabamos creyendo haber oído su voz hasta acostumbranos a su partida.

HAROLD LIMA

La tierra partida.

Los pequeños y suaves pasos hacían crujir la madera del vestíbulo, se dirigían por las escaleras hasta las habitaciones principales. La casa de estilo victoriano se perdía en la pradera infinita apenas guardada por un perro pastor inglés y algunas ovejas que jaloneaban la yerba a grandes bocados. Las risitas continuaban en los pisos superiores y eran reemplazadas por gemidos de placer que se contabilizaban en los archivos temporales de la segunda unidad de logística. Cada cuenta enviaba miles de millones de datos a cada segundo de experiencia, a cada interacción con los sofisticados paisajes artificiales, con cada criatura perfectamente simulada.

Muchos ciudadanos de las mega ciudades ignoraban que mitad de los recursos de la nación servían para otorgar estas experiencias finitas a unos pocos humanos, que a decir de los informes públicos no pasaban de 12 o 13. Repartidos en varias salas.

Las singulares experiencias variaban desde el inocente escape de un señor de mediana edad al campo con sus dos jóvenes amantes, hasta dos muchachos que acribillaban a balazos a su compañeros de secundaria.

El incansable personal reparaba, limpiaba y mejoraba los entornos; alguno que otro daba orcajadas al ver las simples maquinas desgastadas, rotas o solo sucias, en sus miradas vacías guardaban el misterio asqueroso de lo que no está vivo. Pero lo simula para el show interminable, para complacer a estos pocos humanos. La mirada perdida de uno de los asistentes hace objetivo en el ojo vacío de una de las jovencitas llena de fluido seminales en el reflejo de las verdes pupilas artificiales puede ver su delicado rostro platinado que dejan adivinar es un modelo reciente, apenas salido algunos años de la fábrica, las finas cámaras hacen un ruido mecánico para afinar la imagen, se siente llena de vida y ansia su turno termine para salir por la ciudad y conocer a un guapo robot como ella que la invite a una descarga de datos y talvez se cableen en un hotel de las afueras. Sin embargo hay que limpiar y dejar todo listo para la siguiente escenificacion interminable. El humano de mediana edad terminó su fantasía y duerme en la cama satisfecho, su sueño será profundo, pues así se diseño que fuera con la justa combinación de genes, mañana despertara pensando es jueves de algún día de verano, tomará su desayuno, algunos huevos fritos, pan y un café. Sus dos amantes pasearan en camisón y juguetearan para llevarlo a los pisos superiores el quedará satisfecho y se desmallara como cada día desde hace 300 años. Los otros humanos cumplirán sus fantasías y también se desmallaran para iniciar el ciclo infinito.

Algunos políticos proclaman que la sociedad robotica ha evolucionado mucho y las leyes de la robotica ya no aplican a los complejos de positron para que se realice estos gasto inútiles. Pero los técnicos y sabios al igual que cada ciudadano del mundo saben que si a media noche sienten esa angustia emocional de no tener un propósito en este universo, siempre pueden encender la televisión y ver a algún humano satisfecho bajo su protectora ala; eso los calma y hace que esa angustia desaparezca. El robot puede dormir tranquilo, pensar en planes y placeres propios.

Antes la tierra estaba partida entre humanos y cosas, hoy los humanos reemplazan a los animales salvajes de los zoológico, naturaleza domesticada finita en una carcel de alegría y placer.

EFRAÍN DÍAZ

El día que Alejandro de Macedonia exhaló su último suspiro, el palacio de Nabucodonosor se sumió en el caos. Apenas diez días antes, lo habían agasajado con una serie de banquetes en su honor y ahora, su cuerpo yacía inerte. El imperio entero temblaba.

No hay momento en que un cadáver cobre más valor que cuando empieza a serlo, cuando llega la hora de la despedida. Y en el caso de Alejandro, ese valor se multiplicaba. Aún su cuerpo no se había enfriado cuando Roxana de Bactria, embarazada de su futuro heredero, tomó una decisión tajante. Sabía que, en un imperio sin rey, la vida de su hijo dependía de los hilos que ella pudiera tejer. Las voluntades que pudiera mover y las vidas que pudiera eliminar.

Estatira, la otra esposa de Alejandro, no tenía cabida en sus planes. Roxana necesitaba un solo heredero legítimo, y así, sin demora, ordenó la muerte de su rival. Asegurada la desaparición de Estatira, el hijo que crecía en su vientre se convertía en el único descendiente directo del conquistador.

Mientras tanto, los preparativos del funeral tomaban forma, y cada detalle buscaba proyectar una imagen poderosa, colosal. El ataúd de Alejandro fue llevado por los mejores médicos del reino, un gesto solemne que recordaba que, ante la muerte, ni los más sabios pueden desafiar su poder. A lo largo de la ruta fúnebre, sus tesoros eran arrojados a manos de cualquiera que los tomara, como una advertencia de que nadie, ni siquiera Alejandro Magno, se lleva algo al otro mundo, al más allá. Finalmente, sus manos asomaban fuera del ataúd, símbolo de que, igual que al nacer, nos vamos del mundo con las manos vacías.

Pero mientras Roxana tejía su red de poder, no era la única que urdía planes. En otra parte del imperio, Ptolomeo, uno de los generales más cercanos a Alejandro, trazaba su propio destino. Sabía que la muerte de Alejandro era la oportunidad de su vida y, en su mente, ya visualizaba un reino para él solo. Debía ser implacable. El cuerpo del conquistador y su trono eran símbolos demasiado valiosos como para dejarlos ir. Roxana, al igual que el hijo que esperaba, representaban un obstáculo en su camino. Pero de eso ya se encargaría.

Así, la partida de Alejandro de Macedonia desató no solo el llanto de sus súbditos, sino también las primeras maniobras de una sutil y feroz guerra, donde cada aliado podía ser un enemigo, y cada lágrima escondía una ambición secreta.

MARÍA GALERNA

En la lejanía

Nos vamos lejos para no volver. Papá dice que Charlie no puede venir, que es viejo y no soportaría el viaje.

Hago pucheros, pero papá se muestra inflexible.

—No, no podemos llevarlo con nosotros.

—¡Pero papááá! —suplico entre hipos mientras el coche arranca y nos alejamos— Me gusta jugar con él. Lo conozco desde que naci.

—He dicho que no.

Me arrodilló en el asiento y miro por el cristal trasero del coche. Charlie está ahí fuera, se hace cada vez más pequeño, nos mira con ojos tristes y una expresión confundida. No entiende porqué no está en el coche conmigo.

Acaricio a Boby mientras pienso que será la última vez que veo al abuelo.

NOVATUS LITERATUS

Disconfort

Quiero irme. Quiero dejar de sentir el vacío en mi pecho. Y luego quiero anestesiarme, morir entre sueños e ilusiones, para después despertar y continuar mi vida sobre las escaleras eléctricas.

Quiero que esta sea una partida, pero a la vez quiero quedarme… ¿Y si me voy y me siento mal por no haberlo intentado?… Me siento mal ahora mismo. En esta espera. Camino del cuarto a la cocina, esperando mi turno entre más de cincuenta aspirantes. Este proceso se siente como la incertidumbre de esperar pares seguidos en un juego de parqués qué huele a perdido desde el inicio.

Deambulo en círculos y tengo movimientos repetitivos con mis manos. He tomado café, leche achocolatada y dos panes. Podría enfocar mi atención en este escrito, pero me cuesta… Sigue allí la expectativa… Y también esta sensación eléctrizante, helada como una mano cercenada y encerrada en el congelador; sensación ligeramente acentuada por el consumo furtivo del tramadol para mi dolor de tendinosis.

¿Y de quien me despediría si llego a partir?

¿De los hombres y mujeres con miles de sueños e ilusiones que esperan ser seleccionados? ¿Del joven con excelentes habilidades de escucha activa, validación y orientación que supera -nos supera- a los avesados psicólogos y orientadores que se toman la palabra e intervienen sin escuchar?

Primero la expectativa. Luego la incertidumbre – ¿Cuántos turnos más?-

Luego mi nombre: una ligera sensación de pánico al no encontrar la ventana. – Víctor Ladino ¿Me escuchas? Es tu turno… – Encuentro la ventana y logro habilitar el audio, y mis dudas, y mi inseguridad.

Controlo el titubeo -pero qué no se convierta en mi objetivo-. Me dejó llevar siendo yo mismo, con mis habilidades, mis limitaciones y mi entrega.

No es tiempo aún para despedirle, para dejar partir a la persona que quiero ser. La que volverá a las escaleras eléctricas – por ahora- con un nuevo aprendizaje. Con el miedo y la ansiedad; pero no la del vacío por una despedida anónima sin el primer y único intento de muchos tantos, sino por la inherente del camino y las caídas.

No está nada mal para una persona acostumbrada a la comodidad de las escaleras eléctricas…

Luego viene y va…, viene y va… La comparación odiosa con el adolescente en mitad de su carrera. Me gustaría que alguien me dijera lo que sé… No es solo cuestión de mi mente. En realidad no soy tan hábil ante la evaluacion cuando a otros les brota por los poros. Y eso siempre limita mi desempeño.

Un cortante: -gracias por tu participación-, me lleva a preguntarme… ¿Que hubiese pasado si hubiera preguntado: ¿Te encuentras en un lugar seguro?…

A cuestiones con tintes de arrepentimiento… -Hubiese sido mejor preguntar sobre hace cuanto su hijo viene con estos comportamientos…-

Una sensacion de nostalgia viene como un pañito calmante para mis descargas de cortisol, como eyaculaciones de un adolescente solitario y sin límites…

Estoy cansado. Triste. Creo que me hace falta una partida, luego de haber creado este recinto, este pequeña jaula de vulnerabilidad; la cual me es imposible si no me dan una bienvenida, si no logro salir de esas escaleras eléctricas: una asesoría comercial presencial bajo el sol y la lluvia, con portazos, malos tratos, pero también con buenas personas, con clientes en mora, y con comisiones por recaudo que se deshojan como mis aspiraciones por ejercer nuevamente mi profesión. Esa si que es una despedida. Hace mucho partí de lo que me hace feliz…

Hoy, al menos, le di una bienvenida al miedo del camino, del nuevo escenario, de la polea o el ascensor… Y no está mal sentir todo lo que sentí, aunque creo que ese tramadol me quita un mal y me exhacerba otros…

Todos, absolutamente todos tuvieron miedo, ansiedad, ninguno tuvo un desempeño perfecto, pero no todos tienen el suficiente dramatismo, introspección o nivel de locura para permitirse crear musas.

Celebro una feliz partida a mis juicios mientras que dan su acostumbrada vuelta a la manzana, con su maleta amarilla llena de sueños.

¿Y si para este proceso de selección también corresponde una partida?

Adios pedazo de vida. Quiero que sepas: lo seguiré intentando.

JOSÉ LUIS USÓN

Santiago se miraba una y otra vez en el espejo. No podía evitar cierto aire de suficiencia al hacerlo. La luz de la lámpara de la habitación se reflejaba en su pelo engominado. Pasaba la mano por el tupé repetidamente para darle forma, y al hacerlo se le quedaba una fina capa de cera en los dedos, esto le desagradaba. Fruncía el gesto y lo volvía a relajar adoptando una pose de tipo duro. Las gafas le daban un falso aire de desventaja, no le gustaban, pero no podía salir de casa sin ellas, su exagerada miopía no se lo permitía. El cuello de su camisa blanca, sobresalía de su cazadora de cuero, de la que colgaban los tiradores de acero de las cremalleras de las mangas, que tintineaban cada vez que subía el brazo provocando su movimiento. Tras un tiempo dedicado a perfeccionar su aspecto, se quedó inmóvil, miró largamente su reflejo en el espejo y con un gesto de satisfacción, se dio la vuelta y se encaminó hacia la puerta.

Su pequeño estudio era el último reducto habitable de un antiguo caserón revendido por partes hace unos años. El resto de las estancias estaban cerradas, devoradas por la herrumbre y el voraz abrazo del tiempo. Las demás viviendas del pueblo eran casas unifamiliares habitadas en su mayor parte por ancianos solitarios abandonados a su crepuscular existencia. Cuando atravesó la puerta, un latigazo le recorrió la espina dorsal como una corriente, y un vacío se le formó en el pecho. Fue una vaga impresión, una oscura premonición. Giró sobre sí y volvió a entrar. Se dirigió al mueble multiusos, ese en el que guardaba la ropa junto a todo tipo de cacharros necesarios para la vida cotidiana y también la poca vajilla que poseía. Abrió el primer cajón y sacó de él la navaja con cachas de obsidiana que le regaló su padre, que lo miraba sonriente desde el marco de fotos que había encima de uno de los aparadores.

Hoy eran fiestas en Aldehuela —el pueblo de al lado— y pensaba pasar la noche disfrutando en la verbena. Sabía que los jóvenes de allí se la tenían jurada. Tuvo la seguridad de que el destino lo aguardaba y afilaba la guadaña. Muchas veces había oído que no se puede luchar contra él, que todos tenemos uno y vamos a buscarlo. Pero él era Santiago Parra y no se dejaba alcanzar por nadie, ni siquiera por el destino, al que pensaba torcerle el brazo esa noche. Ya habría tiempo para ir a su encuentro en su debido momento. Si los belicosos de Aldehuela le aguardaban, no le iban a coger por sorpresa.

Abandonó el pueblo y enfiló el camino de la huerta vieja, al final del cual, apenas a tres kilómetros de distancia, se encontraba Aldehuela. La tarde lo acompañaba con el reconfortante frescor de los últimos días de septiembre, una suave brisa tiznada por el aroma de las adelfas, endulzaba el ambiente. No merecía la pena utilizar el ciclomotor, en apenas media hora estaría entrando a pie por la calle de las aguadoras. Evitaba así tenerse que preocupar por los guardias que a buen seguro estarían controlando las entradas y salidas por la desvencijada carretera comarcal.

En el lento caminar sacó del bolsillo la navaja para entretenerse, le gustaba pasar los dedos por la fina superficie de las cachas una y otra vez, le daba seguridad. La abrió y comenzó a girarla sobre la palma de la mano, pensó en los de Aldehuela y una sonrisa maliciosa acudió a sus labios. Giraba y giraba la navaja. Un pequeño reguero en el camino, provocado por las últimas lluvias, atrapó su pie haciéndole tropezar, la navaja se escapó de su mano. En un rápido gesto reflejo la alcanzó mientras caía al suelo. De nuevo esa mueca de suficiencia, sus reflejos eran una de sus grandes virtudes. No tuvo tiempo de reconfortarse en ese pensamiento. Notó de pronto un aguijonazo en el pecho. Esta vez era algo físico. Entendió tarde que, al coger la navaja, él había caído con ella apoyándola filo arriba en el suelo.

Reclinado en el mullido abrazo de la muerte, mientras se le espumaba la consciencia y una masa viscosa desaparecía de su cuerpo regando la tierra infértil, pensó en el destino, ese despreciable tahúr que siempre juega con las cartas marcadas. No le guardó rencor.

ARITZ SANCHO MAURI

La Partida

Estoy dividida por dentro. Por un lado, pienso: ¿Pero qué he hecho? ¡La que he liado! No podrías haberlo hecho peor. Y por otro, para que aprenda, se lo merecía; pero realmente no sé si he obrado en consecuencia, me temo que no he hecho lo correcto.

Lo correcto supondría revelar la verdad y admitir que he mentido, que he manipulado, que en este juego no he participado honestamente, que me he saltado las normas. Y aunque a simple vista parece que voy ganando este pulso fruto de la tensión sexual no resuelta, realmente estoy cada vez más cerca de alejar a ese ser querido y compañero de vida que tanto anhelé desde el día que me enamoré perdidamente de él, en mi afán por superar y desprenderme de esta soledad oscura que me ciega la mente.

Él es auténtico, es original, corre el riesgo de perder hasta su libertad por mí; y yo, yo nunca le dije en una situación de paz lo que realmente he sentido por él. Siempre me he hecho la deseada por muchos, la difícil, la inalcanzable, la imposible, siempre y solo con él. No lo he tratado como realmente me hubiera gustado y cada día que pasa me voy dando cuenta de que no he sido justa, ya que a él lo amonestaron por algo que yo creé a mi antojo. Ahora que ha pasado un tiempo me arrepiento, pero ¿Cómo me pongo en contacto con él si no puedo, si lo tengo prohibido? ¿Cómo le digo que, pese a tener varias opciones por las que barajar, el que verdaderamente me tiene monopolizada y acorralada en la casilla prisión en esta partida amorosa es él?

Hace pocos días le llamé un poco borracha y sé que él es lo suficientemente inteligente como para reconocer mi voz de gilipollas como una loca enamorada. Sabe que le conté todo a mi hermano. Tengo que admitir que él se preocupa y quiere lo mejor para mí, incluso cuando ello incluya la probabilidad de estar con alguien que no sea él.

¿Por qué siempre tengo que jugar este juego? ¿Por qué no puedo simplemente ser honesta? ¿Será que tengo miedo de que si él me conoce de verdad, me rechace? ¿O es que disfruto de la sensación de poder que me da manipularlo?

¿Y si cojo el teléfono y marco su número y le llamo y me confieso diciéndole que necesito verle, que tenemos que hablar, aunque me tiemble la voz y esté cagada de miedo?

IRENE ADLER

APERTURA DE PEÓN DE DAMA

El Hotel Shepherd’s mezclaba sin pudor y sin ambages el sólido carácter colonial británico con la exuberante opulencia del lujo árabe. Era el hotel favorito de la tía Dorothy y nada más pisar la escalinata flanqueada por palmeras—dónde refulgían los cromados de los Bentley y los Packard— supe por qué.

El Shepherd’s poseía un aura canalla y sigilosa detrás de su carísima reputación y su sofisticada elegancia. En el Shepherd’s todo el mundo parecía conspirar: soldados, diplomáticos, aparcacoches, botones, recepcionistas, aventureros y bartenders. Las damas de la alta sociedad, ociosas tras sus tazas de té y sus sombreros, tenían la mirada sesgada y oblicua que acompaña al chismorreo, la observación minuciosa y la noticia. El humo de los cigarrillos enturbiaba la atmósfera de salones y corrillos. No se permitía acceder al American Bar sin chaqueta y los únicos árabes que ocupaban los sillones y la agradable penumbra, eran miembros de la casa real o funcionarios de alto rango del gobierno.

El conserje me miró de arriba a abajo con un mohín de disgusto, creo que me tomó por un vagabundo y mi deplorable aspecto no era para menos. Tenía el traje arrugado, sudaba copiosamente y a menudo tartamudeo cuando me asaltan el pánico, la inseguridad o la vergüenza. Dejé mis maletas en el suelo—ningún botones se había dignado hacerse cargo de ellas en la puerta—y balbuceé mi nombre dos veces, con un breve y muy inglés carraspeo entre ambas.

Fue como pronunciar una consigna secreta. El conserje pasó de mirarme con altanería y cierto desprecio, a deshacerse en halagos y congratulaciones por mi llegada al hotel sano y salvo, cómo si en lugar de venir de Port Said viniera del Congo. Aparecieron de la nada, no un botones sino cuatro, y yo sólo tenía equipaje para dos. Aquella profusión de atenciones y preguntas atropelladas aumentó considerablemente mi incomodidad de extranjero provinciano. Sólo alcancé a entender que el sobrino de lady Clayton-East-Clayton era un huésped distinguido del hotel y cualquier cosa que yo precisara, ellos estarían encantados de conseguirla: guías, taxis, espectáculos, visitas a la pirámide, ropa, relojes, camellos. Por un momento, temí que me ofreciera también mujeres y me ruboricé.

—Señor Dusay hemos reservado expresamente para usted la Suite Herodoto, la misma que solía ocupar lady Clayton cuando nos honraba con su visita. Permítame que le transmita nuestras más sinceras condolencias, en mi nombre y en el del Hotel Shepherd’s, aquí todos sentíamos un gran afecto por su tía Dorothy. Bienvenido a El Cairo, señor.

Me tendió un sobre con aire confidencial empleando ése gesto internacional—entre la naturalidad y el disimulo—que únicamente dominan los tahúres profesionales y los conserjes de hotel, y que sirve igual para aceptar un soborno que para esconder una carta en la manga. Mi azoramiento, llegados a este punto, se parecía mucho a una crisis nerviosa. Sonreí, antes de huir en pos de los jóvenes botones hacia las fauces abiertas de un mastodóntico ascensor revestido de terciopelo verde.

La Suite Herodoto tenía una espléndida vista sobre la corniche el Nile y los West Gardens. Una luz meridional que parecía pintada al óleo sobre un lienzo, se derramaba en estado casi líquido sobre las alfombras persas y el juego de otomanas. Olía a cítricos y a especias. Cerré los ojos un instante, pensé en Dorothy y sonreí. La curiosidad se impuso al cansancio, me senté al borde de la cama y abrí el sobre misterioso que me había entregado el conserje.

<<Mi querido Tristan, si estás leyendo ésto entonces has llegado al Shepherd’s sin novedad y habrás conocido a Anton, el encantador conserje de día, puedes confiar en él, porque en la peligrosa partida de ajedrez que se avecina, él será la Torre.

Estás a punto de conocer también a Anita Chadhaury, tu Caballo . No le tengas en cuenta la extravagancia en el atuendo ni el recelo que siente por las puertas, está acostumbrada a los espacios abiertos: pasó su niñez en el sur de Nepal y casi toda su vida adulta en el desierto. Ella te presentará a Hassanein Bey, el Alfil. No hay un hombre mejor en el mundo y desde luego, nadie conoce como él ese Mar de Arena, fascinante e inhóspito a partes iguales, que desde ahora será el tablero de ajedrez sobre el que habrás de moverte y sobrevivir. En esta parte del mundo nada es lo que parece, Tristan, pero ellos conocen el juego y conocen las reglas. Y yo te conozco a ti. ¿Recuerdas el verano que pasaste con Robert y conmigo en Hall Place? Ahí fue donde supe que un simple peón, si su corazón y su voluntad son fuertes, puede sentenciar la partida.

Tu tía que te quiere, Dorothy>>

Aquel encantador verano en Hall Place, en Hurley, yo le había preguntado a Robert Clayton si él y Dorothy eran espías al servicio del gobierno británico. Estábamos en la biblioteca, los dos solos, y Robert me miró con una extrema seriedad y una expresión que yo no habría asociado nunca a un hombre como él: Robert Clayton era frívolo, díscolo, soñador. El típico inglés clasista e inepto. Pero también lo era Percy Blakeney en la Pimpinela Escarlata. Nunca contestó a mi pregunta salvo con una carcajada sin humor que daba por zanjado el asunto y al igual que habría hecho lord Blakeney en la novela, me sugirió que lo ayudara a elegir otra corbata.

Dorothy había dado comienzo a una peligrosa partida de ajedrez con una apertura de peón de dama y el tablero se extendía en el espacio y el tiempo hacia el sur, más allá de la frontera con Sudán, hasta una ciudad fronteriza y hostil llamada Wadi Halfa.

Pero si nosotros jugábamos con blancas.. ¿Quién y dónde jugaba con negras?

GAIA ORBE

El día está despejado. Multitud de diminutas estrellas vibran en la superficie del agua, sin caos, en calma. La señora Emma, con su cuerpo rígido de poco peso levanta la cabeza. Su vestido se proyecta hacia abajo desde la cintura. Suenan dos pitidos largos. Ella sube un brazo al pecho para contener el latido. Es la hora de partir. Deshacer el nudo que ata el ancla a la dársena del puerto.

La señora Emma conoce casi todo lo que existe en la vida del navegante. Los miedos, los sufrimientos y alegrías, las virtudes. Es que ella, capitana de tantísimos temporales, aprendió que los ciclos de grandeza y de miseria, no tienen fin.

No hace caso de las supersticiones y mucho menos de los habitantes míticos y misteriosos de las profundidades. Tampoco de las creencias religiosas. Después de tantas batallas, Emma eligió ser una mujer pagana mirando al horizonte. Aunque siempre se pregunta si ahí estará el límite de todas las cosas.

Se oye el último silbido. Desde el muelle levanto las manos en señal de adiós. La señora Emma, arrogante, parece querer lanzarse de un salto al mar. Esta vez, ella no es un pájaro del Nilo engalanado de colores deslizándose en las aguas. Ni un dragón dispuesto a intimidar a imprevisibles enemigos. De pronto, entre balances y cabeceadas al ardor del sol, se da cuenta de que el próximo naufragio será el último capítulo de su vida.

ELEFANT YUFUS

«Ground Control to Major Tom»

–¡Tommy, Tommy! ¿Lo escuchas? ¡Es Bowie!… ¡Es Bowie!

El pequeño Tomas yacía inmovil dentro de aquella caja blanca de madera lisa y brillante como un espejo; ajeno a las miradas expectantes que devoraban con los ojos el ir y venir de la gente a su alrededor. Ajeno a Jacob, a sus padres, a sus compañeros de clase; ensimismado y profundamente hundido en un sueño implacable.

–Dejalo descansar

–¡No! El amaba a Bowie tanto como yo, lo se, se que despertará de ese largo sueño e iremos al espacio y llegaremos a Saturno y… y. –Las lágrimas comenzaron aflorar en los risueños ojos café claro del pequeño, mientras la pequeña caja metálica que llevaba entre las manos escupía una voz melancólica y hasta dolorosa. Una antena metálica y brillante asomaba de ella, quizá en busca de alguna señal de vida que llegara del espacio, de algún planeta cercano, quizá de la nave en la que Tomas había sido puesto.

«Ground Control to Major Tom»

Se acercó la radio a la boca y con la música de fondo y uniendo su voz a la de Bowie dijo:

–Qjjj, aquí Jacob ¿me copias? Cambio –Pero no hubo respuesta –Qjjj, aquí Jacob ¿me copias? Cambio –Repitió nuevamente el mensaje de la misma forma y no hubo respuesta.

«¿Can you hear me, Major Tom?» La música se unía a la voz de Jacob y viceversa. Nadie, ni siquiera el mismo Bowie podía despertar a Tomas de ese pesado letargo.

–Despierta Tomás, ¡despierta!

Del balde blanco que llevaba en la cabeza comenzaron a escurrir delgados hilos lágrimas que bajaban por su playera. El rostro comenzó a llenarse de fluidos mientras la radio seguía sonando indiferente.

Arti tomó a Jacob y lo llevó contra su cuerpo, sus brazos lo apretaron tan fuerte que parecía querer romperlo. No era odio, tampoco un ataque de ira o rabia contenida. El dolor era tan pesado que no podía sostenerlo él solo. Deseaba que Jacob sintiera el dolor que se agolpaba en su pecho a pesar de que su rostro se había mantenido firme ante lo adverso. Sus brazos le cubrieron la espalda mientras sus ojos se derretían en un mar de lágrimas que poco o nada consolaban al pequeño sino que lo hundían más en ese sentimiento extraño.

–¿Por qué Tomas no despierta papá? Le había preguntado Jacob a su padre algunas horas antes.

–Se ha ido al cielo –fue su respuesta

–¿Y cuándo volverá?

–No lo sé hijo

–Y ¿Por qué lo meten en esa caja tan estrecha?

–Es… es, es una cápsula de hipersueño –dijo Arti –¡Sí! Eso es. Hay un mundo al que debe llegar y es un viaje largo por eso se ha quedado dormido.

–¡Ah!

El dolor era punzante pero con cada mentira intentaba anestesiarse.

–Y ¿por qué no se ha despedido de ti y de mamá?

–Porque no ha habido tiempo, el viaje es largo y debía alistarse lo más rápido posible.

–Pero de mí… ¿por qué no se despidió de mí?

Fue a su habitación y regresó con aquel cacharro que reproducía un cassette con la música de David Bowie, lo puso junto a la cabeza inmovil del cuerpo de su hermano, dos años mayor que él, y al ver qué este no reaccionaba comenzó a sentir que su corazón se empezó a acelerar dentro de su pecho.

Se retiró la “escafandra” que llevaba en su cabeza e hizo un gesto que recordaré a pesar de nunca haberlo visto en persona. Saludó de la forma que sólo podía ser merecedor el Mayor Tom, la mano derecha en la frente y la izquierda sosteniendo el balde-casco como todo un astronauta. Y con el rostro lleno de lágrimas y saliva escurriendo por la barbilla dijo:

–Hasta pronto mayor Tom, buen viaje allá donde quiera que sea que vayas.

«The planet Earth is blue

And there’s nothing I can do»

ANA DEL ÁLAMO

Julio había sido su cómplice, su compañero de vida, mucho más que un amante, testigo de sus aciertos y también de algunos fracasos.

Desde su particular atalaya, Marina contempla un mar encrespado que golpea rítmicamente sus olas contra el acantilado. El viento desmadeja su pelo y siente como él coloca sus mechones rebeldes en orden, acariciando con ternura sus mejillas y sellando sus labios.

Ambos saben que nunca morirán esas pequeñas cosas que alimentaron su pasión, como darse los buenos días, despeinados delante de un café, o de retozar en el sofá hasta caer sobre la alfombra muertos de risa y placer.

El viejo reloj de vida, cansado y renqueante, marca sus últimos pasos, pero él nunca se hubiera ido sin despedirse; así que cuando el día emitó su último suspiro, una estrella se fundió con el horizonte dando luz a una noche pálida y huérfana de afectos.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Te fuiste sin despedirte. Según tú eras.

Así.

Yo vi como la máquina se iba apagando, yo te hablé, pero no escuchabas.

Te supliqué qué te quedarás.

Pero no podías hacer otra cosa, si no partir.

Y el tiempo pasa.

Y solo nos queda el recuerdo.

NANCY AGUILAR

Sin mirar atrás

Al llegar a la frontera, el guardia selló mi pasaporte con cara de pocos amigos. Esquivé su mirada y, con maleta en mano, crucé de prisa el trecho que separa los dos países. Huía del hambre, de la inseguridad, de la desesperación de ver a los míos morir de inanición. Volteé hacia atrás y vi mi bandera tricolor ondeando como diciéndome adiós. Con lágrimas en los ojos, pensé que lo había perdido todo… ¡Pero no, no podía darme por vencido! Una fuerza venida de mi interior me hizo reaccionar. Sequé mi llanto y con una gran sonrisa caminé hacia un mundo desconocido, ignoto, pero mágico y pleno de oportunidades. Miré al firmamento, di las gracias a Dios por permitirme llegar a esta nueva tierra sano y salvo. Había comenzado a llover, dicen que es augurio de bienvenida. Ahora sí, caminé con la cabeza erguida y la vista fija en el horizonte… ¡Sin mirar atrás!

EVA AVIA TORIBIO

Destino, La partida

En la Universidad.

—¡No te vayas! —Cogiéndola del brazo—. Tenemos que hablar.

Aquí frente al cuadro de una hermosa mujer, la mujer que mis lienzos llaman a gritos, continua con su partida.

“Cuéntame sobre ella —Acelerando mis pasos. Necesito estar con ella, aunque sea unos breves instantes.”

—¿Qué quieres de mí? ¿Quién quiere que me quede? Saber sobre ella, sobre mí, ¿Félix o Amado? —Aquí, frente a tanta belleza, las dudas sobre lo que sentí, sobre lo que descubrí ayer, que no me parece mal, pero es algo que no esperaba, las dudas invaden mis pensamientos.

—Soy ese que te tiene aquí pintado —Acariciando su mejilla, su rostro responde a mi mano, mientras con la otra agarro con fuerza la suya y la coloco en mi pecho.

—Está bien, pero esta vez las reglas del juego las pongo yo y van a ser en mi casa.

Una vez en casa, ambos acomodados en el sofá toman una copa. Cogen un juego erótico que anteriormente, el día de su cumpleaños, le regaló su prima.

—Verdad o reto. Las reglas son sencillas, teniendo en cuenta que es un juego donde tienen que haber más de dos participantes y solo estamos los dos, giraremos la flecha y, o bien aceptamos el reto o bien, contestaremos con la verdad a la pregunta realizada. Comencemos la partida. Empiezo yo.

Giro la flecha y esta es fácil de aceptar. Un beso no es nada. Nuestras miradas se clavan en nuestras bocas y nos fundimos en un apasionado beso.

—No me has dado opción a que te pregunte —Por primera vez quiero saber sobre alguien con la que he compartido mi pasión, pero si es cierto que la situación no lo pone nada fácil.

—¿De verdad quieres saber o solo es postureo? —Muero por estar, de nuevo entre sus brazos, mi historia en estos momentos no es importante.

—No es tu turno —Girando la flecha—. ¡Muu! —Me ha tocado acariciar su cuerpo—. Difícil, pero deniego el reto. Pregunta.

—Como has respondido a mi pregunta, voy a ser yo la que te acaricie.

Cogiéndole la mano, le invito a colocarse en la alfombra. Mis manos recorren su rostro, respondiendo a sus movimientos, se deslizan por su cuello dirección a sus hombros. Hace un intento de besarme, pero yo deniego su gesto. Mis dedos juguetean con su pecho, bajando hasta la cinturilla del pantalón, su erección se hace presente, estoy desando morder su boca, pero me contengo. Le observo expectante y le invito a que se coloque de rodillas. Me coloco detrás de él, desde aquí las líneas de su espalda son más imponentes, las que recorro hasta llegar allí donde comienza su prieto trasero. Me aferro a su cuerpo, deslizo mis manos por su pecho bajándolas a su erección, la que acaricio.

—¡No! —Deteniéndola—. Hace algunos años bailaba para pagarme la carrera —Girándome, la miro a los ojos—. Quiero explicarme.

—No tienes que explicarme nada, esto es solo una partida, en las que las reglas han sido aceptadas por ambos. Ahora me toca a mí. Parece ser que el juego quiere que elijas tú.

—Cuéntame algo sobre ella.

—Está bien…

Comienza a relatarle lo que sus mayores le contaron desde niña.

1861, Puerto de Nueva Orleans.

Cansadas, asustadas por lo que está por venir, por lo que he hecho, nos hemos embarcado, como polizontes, hacia una ciudad totalmente desconocida, donde con mucha suerte podremos estar al amparo de mi viejo amigo. Mientras pasábamos las horas encerradas en una pequeña sala situada al lado de las calderas, he leído con detenimiento sus letras, llenas de dolor y a la vez de esperanza. En ellas me relata como su ama se encaprichó de él. Le enseñó a leer y escribir. Le presentó a gente del mundo del arte, de los que aprendió muchísimo, siempre fue culo inquieto y muy vivaracho. Su ama se casó, por segunda vez, con un hombre muy importante de las finanzas y tenían que marchar, así que le otorgó su libertad. Julius decidió dedicarse a la pintura y al ser un esclavo no podía firmar con su nombre, Cotton es el seudónimo que eligió, para así nunca olvidar sus raíces.

—Nana, ¿hacia donde vamos? —Mirando a mi alrededor, veo personas de distintas razas conviviendo como si no existiera diferencia racial. Hay tanta gente, tanta música en las calles, niños corriendo felices, no puede ser real.

—Al futuro, mi niña —me contesta, rozando mis mejillas.

El presente.

—Amado, quiero que me hagas el amor —Acercándome a él—. Por hoy ya está bien de historias tristes, quizás mañana te cuente algo más.

MAITE BILBAO

Juego

Soy una partida dentro del juego de la vida, las reglas cambian constantemente y el tablero es un laberinto de espejos. Mi marido, el partido, es un rey sin reino, un emperador de cartón. Y yo, su reina, estoy más interesada en escapar del castillo que en organizar un baile de máscaras.

Miro a mi alrededor y veo un mundo ridículo. La gente vuela a la luna, pero no sabe cómo preparar un café decente. Las mujeres luchan por la igualdad pero aún así se afeitan las piernas. Todo el mundo, casi todo el mundo, es adicto a sus teléfonos.

Mis hijas Pachanga y Timba son dos cometas desbocados que cruzan el cielo de la vida, dejando un rastro de caos y color. Pachanga quiere ser unicornio y Timba quiere ser sirena. ¿Quién soy yo para negar sus sueños? En este circo espacial todo es posible.

A veces me pregunto si sería mejor convertirme en una nube y desaparecer en el cielo. O un gato callejero que deambula sin rumbo fijo.Pero luego recuerdo que tengo cuentas que pagar y un refrigerador que llenar. Así es la vida, una mezcla de poesía y prosa, sueños y realidad.

Miro al techo y veo un punto que parece un agujero negro. ¿Qué hay del otro lado? ¿Vacío absoluto? ¿O un universo paralelo donde todo está al revés?

No lo sé. Todo lo que sé es que estoy cansada de jugar este juego. Quiero dejar el tablero de ajedrez y perderme en un bosque encantado. O tal vez me una a un grupo de extraterrestres y exploremos la galaxia juntos. Las posibilidades son infinitas, al igual que mi deseo de hacer reír a todos.

Así que, mientras tanto, sigo siendo una partida, una figura que nadie necesita, pero siempre ahí, observando el juego con mirada sarcástica. Si termino perdiendo, está bien. Al menos tendría una vida interesante, llena de sorpresas y absurdos. Después de todo, ¿qué es la vida sino una broma gigante?

Si algo sale mal, siempre puedo llevar la partida al punto donde empezó.

CESAR TORO

Carlos y la abuela

Carlos deambula por una ciudad en ruinas, las aves de rapiña, los monstruos se han apoderado de las calles solitarias, hay un silencio sepulcral. Camina sin hacer ruido, para no ser descubierto; eso fue imposible, uno de los monstruos lo ha pillado y lo persigue.

Él en su afán de huir, atraviesa la plaza, sube las escaleras y se lanza al vacío, estrellándose de bruces. El fuerte golpe lo despierta de inmediato, se repone lentamente de la terrible pesadilla, ha terminado en el piso, lo último que recuerda es que: antes de irse a la cama, se encontraba viendo una película de terror. Su abuela siempre le aconseja, que no esté todo el día en el celular, pero Carlos no escucha los consejos de la abuela.

Cuando no está en el celular, Carlos va al ciber, donde se dedica a “divertirse” jugando a la guerra y demás juegos violentos en la computadora, se reúne con sus amigos, hablan de cosas sin sentido (estupideces).El joven tiene quince años, vive con su abuela Juana, quien ha hecho lo posible para que su nieto estudie, sin embargo; El no quiere estudiar, lo único que hace es: vagar oor las calles y el resto del tiempo lo consume en el celular, el vicio lo domina y aunque a veces logra alejarse del teléfono por un rato, inmediatamente vuelve a caer.

La abuela una maestra jubilada y aficionada del ajedrez, tiene una biblioteca con muchos libros, constantemente ella lo invita a leer, mas El se aburre rápidamente y vuelve al celular, en ocasiones comparten y juegan

al ajedrez con un tablero y unas piezas de hierro, que parecen sacadas de un museo, ella le ha dicho que: “el ajedrez imita a la vida”

Juanita le ha prometido que le contará una historia de sus años de juventud, cuando abundaban los monstruos de verdad, pues vivían en el campo, la espesura de la selva ara guarida de: leones, tigres y otros animales salvajes, contra los cuales debían luchar para sobrevivir.

Carlos se fue a la calle, a pesar de que la abuela le había pedido que se quedara en casa para jugar una última partida, pues se sentía indispuesta de salud, El no obedeció y se marchó con sus amigos. No fue sino hasta el otro día que regresó a casa y encontró a su abuela sentada en la mecedora. La saludó pero ella no respondió, se acercó y al tocarla sintió en frio helado de la muerte.

Salió despavorido en busca de ayuda, pero era demasiado tarde.

RAÚL LEIVA

Compro metidos

Alquilar una soledad al mejor postor,

Arriesgar las pocas promesas que nos dimos,

Invocar a los solemnes desconocidos a opinar,

Borrar con los codos lo que nunca escribimos,

Dar por sentado que no somos como creemos,

Velar cuatro recuerdos cada domingo de lluvia,

Ponerle una venda en los ojos a la esperanza vana,

Cantar el feliz cumpleaños en una sala de hospital,

Vaciar las dudas en el florero seco de un cementerio,

Ponerse zapatos nuevos solo para sentir el dolor,

Tragar cada mentira sazonada con abrazos vespertinos,

Ponerse una máscara sin boca solo para callar un adiós,

Reservar el mejor de los vinos para volverlo vinagre,

Arremangarle las suertes a los viajeros con desgano,

Embanderarse de marrón glacé a la hora de la siesta,

Verter plomo derretido en las heridas de amor y torpeza,

Despertar a las 2:30 solo para saber quién nos acompaña,

Revocar un acuerdo con harina y azúcar por si acaso,

Remendar los bolsillos a los avaros pantalones del ocaso,

Negar tres veces antes de tirar la primera piedra,

Jurar, ante todo y ante todos, que sí quiero.

Esas son las reglas de la partida.

A jugar se ha dicho.

SERGIO TELLEZ

La partida que nadie vio venir. Esta semana, las musas estaban refundidas, buscando nuevas formas de inspiración. Y de repente, surgió esto: »LA», la palabra más simple y elegante, partida en dos, horizontalmente hablando.

Nadie sabe qué pasó. ¿Fue un golpe de creatividad? ¿Un error tipográfico divino? Lo cierto es que «LA» ya no es la misma. Ahora es una obra de arte, una declaración de independencia, una división sin precedentes.

Juntas, siguen siendo »LA», pero ahora con un significado nuevo, una partida que nos hace reflexionar sobre la naturaleza de la lengua y la creatividad.

Así que aquí está, mi contribución a la semana de »La, partida». Una obra maestra de la ironía, el humor y la inspiración. ¡Quién sabe qué otras sorpresas nos depara el futuro!

FERNANDO LÓPEZ AGUILERA

ACABAR O CONTINUAR, ESA ES LA CUESTIÓN.

Todo se funde a negro y en la pantalla aparece un “game over” (juego acabado). Instantes después, se muestra el mensaje “insert coins to continue” (inserte monedas para continuar). En esta decisión, en la de acabar o continuar, empieza nuestra historia.

Hace un tiempo y en algún lugar que desconozco, un padre reunió a sus dos hijos y les dijo:

– Hijos os voy a dar 5 monedas a cada cual para que las gastéis en el juego como cada uno vea conveniente.

Los hijos aceptaron entusiasmados el regalo del padre y entraron en la partida.

Uno de ellos comenzó a jugar y, cuando llegaba a la pantalla en negro, a la de tomar la decisión, siempre optaba por terminar la partida. De ese modo, al día siguiente iba con otra de las monedas y jugaba otra partida, casi similar a la que había jugado el día anterior y el anterior del anterior. Así estuvo jugando sus cinco días.

El otro hermano, en cambio, entró en la misma partida y cuando llegó a la pantalla de tomar la decisión, optó por seguir y utilizó la segunda moneda. Así pudo avanzar más en el juego. Volvió a fracasar en la partida y apareció el juego acabado (pantalla en negro) pero no se dio por vencido y utilizó sus otras tres monedas para no dejar de jugar y alcanzar en un solo día el progreso del juego que le permitieran las cinco monedas que le había dado su padre.

Pasado un tiempo, el padre volvió a reunir a sus dos hijos en un lago en calma, inmenso y rodeado de una frondosa pradera. Allí les pregunto:

– ¿Cómo os ha ido con las monedas que os di para jugar a ese juego?

– Con las cinco monedas que me diste tuve suficiente para jugar varios días – respondió el primero-, porque utilicé solo una cada jornada. Cada día volvía a ir para jugar otra vez utilizando otra moneda que me hacía comenzar desde el principio. Sintiéndome seguro por el camino que ya conocía y antes había recorrido.

El segundo de los hijos le respondió al padre:

– Yo, una vez inicié la partida, no pude dejar de jugar al juego. Con la primera moneda inicié la partida. Con la segunda, avancé hasta que me enfrenté a un adversario con armadura que me venció. Pero utilicé la siguiente moneda (la tercera) para seguir y logré derrotarlo. Del duelo, obtuve su armadura y me hizo más resistente a los golpes. Proseguí en el juego y esta vez fracasé al intentar escapar de un laberinto. Apareció la opción de continuar y eso hice (cuarta moneda). En esta ocasión tuve éxito y escape del laberinto que me ofreció un mapa para explorar otra parte del juego. Cuando tuve que saltar un abismo para acercarme a mi objetivo, fallé. Volví a tomar la decisión de continuar en la partida arriesgando lo que me quedaba (quinta moneda) y ésta me hizo darme cuenta de que ya no había más opciones que solo tenía la opción de lograrlo. Cogí de nuevo impulso fijando como meta alcanzar el otro extremo de tierra. Me sudaban las manos, el pulso se me aceleraba, mis piernas temblaban… Sin embargo, di mi gran salto, a sabiendas de que ya no habría más oportunidades, pero con la certeza de que ganaría mucho si lo lograba. Di el salto, una vez más…

– Hijo, ¿lograste entonces ver lo que había dentro del tesoro?

– Sí, padre. Había un texto que decía:

“No te rindas, por favor no cedas,
aunque el frío queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento,
aún hay fuego en tu alma,
aún hay vida en tus sueños

Porque cada día es un comienzo nuevo,
porque esta es la hora y el mejor momento.
porque no estás solo, porque yo te quiero.”

Mario Benedetti

CESAR BORT

Aguas oscuras

Talía se detuvo varias veces mientras cruzaba el túnel; se entretuvo divagando por las paredes o las gotas que supuraban del techo, sabía que eran excusas vagas, pérdidas de tiempo indignas, porque, aunque la negaba, tenía la esperanza de que sus compañeros corrieran tras ella a buscarla, a rescatarla de su huida, de su idiotez temperamental y cabezona, pero no ocurrió y llegó a la charca con un regusto amargo a orgullo imbécil en el paladar.

No vio a Misilene, pero vio su ropa en el suelo, a la salida del túnel. Le extrañó la dedicación metódica en dejarla bien plegada y ordenada. Se sorprendió de no oírla canturrear tras los juncos. Se encogió de hombros. Era perder el tiempo tratar de entenderla. Se despediría y se iría. ¿Adónde? No se lo podría decir, aunque se lo preguntara.

Fue hacia la charca, atravesó los juncos, varias ranas saltaron y croaron protestonas.

―Misile…

Talía se llevó una mano a la boca y ahogó un grito. El agua estaba oscura, teñida de rojo, el cuerpo de la pythia flotaba boca abajo. Se agachó, para hacerse invisible entre la vegetación. Oteó alrededor, buscando enemigos ocultos. Pero no vio nada, no sintió nada. Debían de haberse ido, pero… ¿por qué no habían cruzado el túnel? No lo acertaba a entender, al fin y al cabo, eran montaraces y actuaban como niños. Es lo que había dicho Ulmer.

El nombre le trasladó la mente al otro lado del túnel y, en un destello de felicidad cínica, pensó que la muerte de Misilene era un buen pretexto para volver junto a Tau y Ulmer; una razón de peso. Se regocijó con asco de su propio pensamiento, aunque no lo descartó. Antes, por salvaguardar una remembranza de decencia y dignidad, tenía que sacar a Misilene de la charca.

Sin olvidar la cautela, se arrastró, llegó a la orilla, entró al agua, tiró del cuerpo. Le dio la vuelta para que la cara no se enfangara y, como si los brazos de la pythia quemaran, apartó las manos, horrorizada.

Los cortes en las muñecas eran profundos y precisos. Los ojos abiertos decían que Misilene había recibido a la muerte esforzándose en mirarla a la cara, y la mueca de los labios podría haber sido una sonrisa de alivio, aunque a los que nunca se han planteado el suicidio les evocaría tristeza o arrepentimiento.

La pregunta que merodea, siempre es «¿Por qué?», aunque nunca hay respuesta satisfactoria, solo la plasmación del hecho incontrovertible de que no sabemos qué piensan los otros, ni lo que sufren ni cómo lo afrontan. El suicidio de un conocido, mucho más el de un amigo, nos instala en la certeza de que solo podemos ver con nuestros ojos y sentir con nuestros sesos; nos obliga a jugar la partida a ciegas, cuando creíamos tener las cartas marcadas; nos empuja y chocamos contra el muro de graznidos de la fatalidad hueca; nos desafía a buscar la redención en el uso al por mayor de nuestro egoísmo, al que tan angosto camino separa de la supervivencia; nos arroja a la inveterada y terrible verdad del homine insula.

EMILIANO HEREDIA

PARTIDAS

¡Uf!, cuántas cosas hay por hacer y, la verdad, es que no me apetece nada de nada, pero hay que hacerlo, que remedio.

Me están llamando…

-¡Ah! ¡hola!, ¿Qué tal estás?

-Bien, yo bien, como siempre, ¿y tú?, ¿sigues en el trabajo?

-Si, todavía sobrevivo al trabajo. Como es de temporal, aún no me creo que lleve tantos meses, me parece mentira….

-Pero en este estás mucho mejor, ¿no? Porque el otro que tuviste….

-Pues la verdad es que sí, que estoy mucho más tranquilo, no como el anterior trabajo, donde estuve casi diez años. Acuérdate de lo que te contaba. Por un lado, tenía un jefe cuarentón, p*utero, que estaba liado con dos chicas de la oficina, más vago que el perro de Heidi. Que estaba todo el día dando vueltas por el almacén, dando voces a quien podía, es decir, a mí, y a otros dos, que no éramos ni amigos suyos ni parientes de nadie. Recuerda que estaba su hermano, y sus dos amigos. Luego, estaba el otro jefe de almacén, un tío que casi tenía la edad para jubilarse, un calzonazos que se dejaba pegar broncas por su mujer, que trabaja con él. Más, estaba el cuñado de éste jefe, y una vieja, líder del almacén, amiga íntima de éstos, que me hizo la cruz por no querer integrarme en su “secta”. Luego, el hermano del director de comerciales…los amigos del jefe mayor…en fin, ya sabes, ahí trabajábamos cuatro, como dice el dicho, por mí y por todos mis compañeros. Pero bueno, aunque fue una inesperada partida, y me dolió, me ha servido para poner punto y seguido.

– Lo importante es que ahora estás mucho más tranquilo, ¿no?.

-Si, claro, aquí donde estoy, estoy mucho más relajado, no me gritan, respetan mi trabajo, y sobre todo, lo que es más importante, me respetan a mí como persona.

-Eso está bien, y con tu madre y tu hermana, ¿sigues igual?.

-A ver, pues sí. Qué te voy a decir que ya no sepas. Después de la precipitada partida de mi casa, junto a mi hija, hace dos años, empecé a retomar vida normal con mis padres, que antes cuando estaba casado, no tenía. Y, como te conté, hace un año, una vieja amistad del barrio, me contó una cosa que había pasado entre una señora y mis padres, por culpa de mi cuñado.

-Ya…es que tu cuñado tiene una fama en el barrio…

-Normal, es que es un informal. Según me contó esta amistad, esta señora le dijo a mis padres que estaba muy enfadada con mi cuñado, porque éste no le había acabado una “chapuza” en su casa, que le quedaba por rematar unas cosas, y le estaba dando largas, y que le iba a poner un juicio. Ya sabes, cosas que se dicen en caliente…

-Ya….

-El caso es que por privado, en WhatsApp, se lo dije a mi hermana, para comprobar si era cierto o no lo que me habían contado, ya que estaba preocupado por mis padres. Pero ese ha sido mi problema toda la vida, que de bueno que uno quiere ser, acaba escaldado.

-Pero es que tú siempre has sido siempre así y no vas a cambiar, te lo he dicho miles de veces, te preocupas demasiado por la gente.

-Ya, pero eran mis padres, y estaba preocupado. Y mi hermana, en nano segundos, se lo dijo a mi madre, ya que estaba con ella, y se lió la mundial. Y luego me dice ella a mí, que soy un chismoso, cuando es ella la que enseguida se lo dijo a mi madre, en vez de corroborarme o desmentirme en privado, entre los dos. En fin, la familia, otra vez partida. Es que con los cuñados no se puede. Para mi madre, su yerno en intocable. En su trabajo no me meto, si lo hace bien o mal, pero es un informal en su trabajo. Como ya sabes, a mi madre le tiene sin acabar la cocina hace ya seis o siete años. Puertas sin poner, que si el fin de semana que viene lo hago. Mentira. Que si tengo que esperar a una oferta para comprarte el horno y la vitroceramica…otra mentira…y mientras tanto, la cocina sin terminar.

Y eso que mis padres, tuvieron que pedir un préstamo personal, para darle una partida económica a mi cuñado y su socio, para la reforma de la cocina..

-Encima eso, que les cobró a tus padres, después de toda la paliza que se ha pegado tu madre con tus sobrinos desde que eran pequeños…

-A mí, sinceramente me da lo mismo. Pero yo, si estuviera en el lugar de mi madre, hablaría en serio con él y mi hermana.

-Es que los cuñados….

-Ya…., como mi otro cuñado, el de la hermana de mi ex, un vago de nacimiento, que desde que tengo conocimiento, han salido de mis costillas, de mi sueldo, finitas “partidas económicas”, para su rescate. Es decir, este mes, para el gas, que no puedo pagar, el siguiente, para la luz, para el agua…..perdí hace tiempo la cuenta de todo lo que nos deben. Y el tío, sentado el sofá, dia sí, día también, viendo series, sin buscar trabajo. Eso sí, hace unos años, unos cuatro, creo, encontró un trabajo, y siempre le he escuchado que está reventado de trabajar. En fin, un jeta, que le saca los cuartos a sus suegros, porque yo ya me negué a dejarles a fondo perdido más dinero. Eso sí, su tabaco, sus copas y sus cosas, que no le falten…

-Un jeta, vamos.

-Ya te digo.

-¿de tu hermano sabes algo?.

-Pues mira, aunque parezca insensible, la cosa sigue igual, sé que el sigue donde siempre, alguna vez se deja caer en casa de mis padres, a hacer “caja”, y no quiere saber nada de mí. Pero de mi boca no va a salir nunca de que no quiero saber nada de él.

-Es que tu hermano siempre ha sido un cabra loca

-Y un desagradecido. Después de toda la ayuda que le he dado durante todos los años que he podido, antes de casarme, en todas sus partidas de la casa de mis padres, y los consiguientes regresos. Algún mes le he pagado la pensión, otras veces, le he comprado cosas….y para colmo, mi madre está de su lado, diciéndome que mi hermano no me quiere hablar, porque el día de mi boda, le dije que si no pagaba no iba a la boda.

-Pero eso no es cierto, te conozco, y sé que tu no serias capaz decirle a tu hermano tal cosa, es más, tú me contaste, que tu padre te pidió la parte proporcional del dinero mensual que tú le dabas, de los días que llevabas en casa hasta que te casaste, si no recuerdo mal, fue una semana, ¿no?.

-Pues sí, y lo de mi hermano, se cabreó conmigo, porque literalmente, le cerré el grifo, porque la nochevieja antes de casarme, me pidió dinero para irse de fiesta y se lo negué, por supuesto. Pero claro, es lo que pasa en todas las familias, que están partidas por imbecilidades. Es decir, un yerno o nuera “intocables”, un hermano o hermana de los cuales, ante una “falta” hay que guardar ley del silencio… .Y así pasan los años, sin hablarnos, sin querer saber nada el uno del otro, y nos damos cuenta del paso del tiempo en los entierros, en fin, paciencia.

-Tienes razón, porque yo, como tú bien sabes, también tengo lo mío con mi familia

-En fin, por lo menos, me agarro a los buenos recuerdos, de cuando era pequeño, y veía a mis abuelos, jugar al dominó con mis padres. De las partidas a las cartas con mis hermanos, con mis hijos….en fin. Esta vida en una gran partida que hay que saber jugar.

-En eso tienes razón.

-Bueno, te dejo, que tengo que preparar la comida e irme al trabajo, a ver si nos vemos y nos tomamos unas cervezas.

-Ok, chao, un abrazo.

-¡Hala!, a hacer la comida y a irme al trabajo. Qué vida ésta.

FIN

LETICIA R MENA

— Lo que hacen las piezas cuando no miras —

El día de la partida había amanecido envuelto en niebla y fantasmagorías. A medida que la penumbra se extingue y la luz crece, la niebla se disipa, y de nuevo comienza el juego.

El suelo ajedrezado.

Las piezas listas en sus posiciones.

Blancas abren, como siempre.

Peones se deslizan primero. Después piezas mayores comienzan la masacre.

Una torre negra se derrumba sobre uno de los caballos blancos.

Uno de los alfiles blancos asesta lances contra su rival negro.

Los dos caballos negros, acosando a la torre blanca, de repente se ven obligados a retroceder en sus posiciones.

Uno de ellos lo consigue.

El otro es rebanado en dos por la espada de la reina negra, que muestra la más malvada de sus sonrisas cuando la sangre salpica a las demás piezas que están alrededor.

Unos peones caen, los menos se acercan sigilosos a la línea de defensa enemiga, para ser arrollados allí fácilmente por piezas que les doblan en tamaño.

Ambos reyes protegidos en la última fila. Uno enrocado a su torre por la amenaza de mate del alfil opuesto. El otro resguardado, usando como escudo a su peón de rey.

Poco a poco las piezas de un bando y otro van cayendo.

En un momento clave, ambas reinas se encuentran en el centro del tablero.

Cualquiera en esa situación pactaría una tregua, tablas en la partida a la espera de una posterior batalla, más ventajosa para la victoria.

Pero las dos damas son sanguinarias, y no les sacia la sed de guerra, ni siquiera la visión de los cadáveres de las piezas propias y ajenas por todo el campo de batalla bicolor.

Las dos señoras se miran, se estudian, se tantean la intención de la que tienen enfrente.

Las dos señoras se sonríen antes de asestarse sendas puñaladas, en sendos corazones, que se dudaba si aún tenían.

En el centro del tablero quedan ambas, muertas la una y la otra, entre sus ejércitos caídos.

Después, el rey blanco y el rey negro avanzan por las casillas, un paso a un paso cada vez, alargando el tiempo de espera de enfrentarse el uno al otro.

Frente a frente se encuentran, y en la indecisión de quien mueve primero, quedan ajenos a una pequeña pieza que se ha movido.

Un insignificante peón.

Sin darse cuenta ese pequeño peón había atravesado todo el tablero y llegado a la octava fila.

Ahora podía convertirse en la pieza que quisiera.

Los dos reyes contemplan, entre maravillados y aterrados, la transformación.

No es ya un peón, pero tampoco otra de las piezas habituales.

No es torre, ni alfil, ni caballo. Pero tiene la fortaleza y robustez de la torre, la agilidad y velocidad del caballo, y la inteligencia y astucia del alfil.

No es rey, pero tiene el porte e inspira el respeto de uno.

No es dama, pero tiene su elegancia, su valentía y su versatilidad.

No es peón ya, pero conserva su valiosa insignificancia.

No es ninguna pieza y es todas ellas.

No es blanca, ni es negra.

De repente un temblor agita el tablero, los dos reyes y las escasas piezas que aún quedaban en pie, se ven derribados.

Una grieta atraviesa de lado a lado el cuadrado campo de batalla.

El nuevo peón se desliza, utilizando los movimientos de reina, salta y esquiva piezas caídas, y deja atrás la grieta que cada vez va haciéndose más y más grande y ha empezado a devorar en su abismo a las piezas que no pueden huir.

A su espalda aún puede ver a los dos reyes, abrazados pidiendo ayuda.

El peón de un salto sale del tablero.

Se envuelve en su recién adquirido real manto, y echa a andar hacia lo desconocido.

Mientras tras de sí, el mundo encasillado desaparece devorado por la grieta.

SANANDO EMOCIONES

«Honrar cada partida»

Somos seres especiales. Que contaremos que transitamos «la pandemia». Contaremos esa aventura a quienes quizás creerán que exageramos. Éramos libres y no lo sabíamos. Éramos sanos y nos dejamos avasallar por el miedo, el poder, la ignorancia… el llamado «virus y sus cómplices»

Un día nos encerraron, familias se encontraron, personas que no querían estar juntos y los obligaron, otras que se amaban y los separaron, otras que estaban solas, otras que tuvieron que compartir espacios con desconocidos, o pocos queridos, o agresivos, o hasta con esa gente llamada familia que se desconocía. Le agregaron miedo de contagio, de abrazar, de estar cerca, de enfermamos y miedo a morir. «Partieron», sí partieron muchas personas que sólo Dios sabrá si fue el virus, negligencia, ignorancia o un juego perverso anunciado.

En esas tristes partidas de familiares, amigos,conocidos, muchos que ni siquiera fueron despedidos quedó el dolor desolador de la impotencia y el dolor que llevará mucho tiempo sanar. Un duelo que quedará por siempre.

También se sumaron partidas liberadores, animarse a correr el riesgo de nuevas elecciones como círculo familiar, trabajo, hábitos, creencias etc.

HONRAR CADA PARTIDA, VALORAR CADA APRENDIZAJE, AGRADECER LA SALUD, LA VIDA, LA LIBERTAD PARA SACAR ALGO POSITIVO DE ESTA «ALERTA PLANETARIA» QUE NOS TOCÓ VIVIR.

ART MI

KAMIKAZES (para el tema de la semana: la partida)

Ahí estaba la explanada accidentada, llena de desperdicios del mercado y cadáveres de animales en descomposición.

Ese lugar fue antes un relleno sanitario que luego el gobierno clausuró y comenzó a rehabilitar para volverlo un parque temático, pero no pasó las revisiones correspondientes y la obra fue detenida, quedándose ahí, a

merced del tiempo… Otro elefante blanco, esos de los que hay manadas en este lugar del mundo.

Apenas empezaba a clarear, pero el número de las gentes ya era importante. Entre los que venían del norte y del sur, y de todas partes, yo calculé que habíamos más de cien.

Los rovers de la policía rodeaban el perímetro, iluminando fugazmente el paisaje con sus luces anaranjadas, rompiendo el silencio de la mañana con las llantas gigantescas sobre la tierra agrietada.

Miré a mi alrededor y me sentí perdido, como todos los días desde tu partida. Y es que no quería ir ahí, para ser sincero. Yo había decidido, unos días antes, que mejor era dejarlo así, por mi propia tranquilidad, y porque tampoco estoy en condiciones del cuerpo y de la mente para seguir en este ajetreo.

Pero vino Santa, que es siempre muy terca y me convenció de lo contrario: la última vez, hombre, vamos.

Una más. Una más y no vuelves – insistía.

Le respondí que lo pensaría, y ella me dejó la herida sangrando antes de irse: ya no es por la paz tuya, sino por la de ella – dijo.

Y odié a Santa toda la madrugada. La odié porque sus palabras me inquietaron las ideas. Sólo era cosa de juntar a las personas necesarias, calentarles un poco la cabeza y tomar las armas; entonces podríamos ir donde los saturninos, infiltrarnos entre sus esclavos y desde adentro armarles un desmadre.

Incendiaríamos sus naves, esas gigantescas colmenas biomecánicas en las que llegaron y a ellos los tasajearíamos, siendo conscientes de nuestra superioridad numérica. Luego, ya con la gente embravecida y arrancando de raíztodo mal, cazaríamos uno a uno a los funcionarios que permitieron este remedio de existencia, que vendieron a nuestros niños a esa mala raza venida de otros lares en el universo. Los pondríamos todos juntos ahí, a media plaza, apilados para prenderles fuego, y danzaríamos junto a la hoguera entre gritos de justicia, o tal vez entre risas de inconsciencia caníbal, o quizás entre lágrimas de dolor por todo el puto daño que nos causaron, pero al fin y al cabo, aullando porque se acababa la mala hora, porque al fin podríamos abrirnos la

carne para extirpar la espina, sacarnos el veneno que se siente en la garganta, ese que todos los días y a toda hora te contamina y no te mata.

Es que yo había pactado con la vida y con mis dioses, y contigo: tenía decidido que nos encontraríamos hasta el otro lado de la existencia.

Y no pude dormir.

Imaginé que, de estar ahí, tu cuerpo estaría siendo devorado por las plagas, herido por el frío; y tus cabellos se ensuciarían con las aguas pestilentes de los desperdicios, sobre todo cuando llueve. Más aún: pensé que, si tu espíritu andaba rondando por aquel rumbo, se quedaría muy triste cuando viera que volvieron todos, menos yo, que había renunciado a tu búsqueda.

Y recordé nuestras andanzas juntos, buscando la tienda de la estera voladora; el cuento del capitán Turnerque no alcanzó a prepararnos una base en el lado que los elefantes perdieron las alas. La tarde de cine en que vimos “La invasión de las medusas cocodrilo”, y las imágenes del proyector reflejándose en tus ojos infinitos. Me vino tu gesto de tristeza cuando descubriste que no alcanzaría el dinero para cubrir el pasaje de ambos y así poder irnos de este puto mundo.

Y a pesar de eso tu coraje y esfuerzo, tu ímpetu, tu edificar callado y, sobre todo, pero muy sobre todo, las galaxias que parecías dar a luz con las gesticulaciones de las manos.

Entonces me odié a mí mismo, por cobarde, y por dejar que tú te dieras cuenta. Así que fui donde los escáneres, porque era hora de buscar encontrarme contigo.

Santa, bueno, Santa feliz cuando me vio bajar por la vereda, claro. Me miró, con los ojos enrojecidos, como muchas otras mañanas de búsquedas infructuosas.

– Qué bueno que te diste la oportunidad, hombre – dijo al recibirme, dándome palmadas en la espalda.

– Ya no es por nuestra paz, sino por la suya – alcancé a responderle.

Y aquí estamos, avanzando nuevamente hacia la explanada, llena del cadáver de nuestras vidas, llena de toda esta descomposición accidentada.

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15 comentarios en «La partida – miniconcurso de relatos»

  1. Felicitaciones para todos. De nuevo estoy participando de las actividades de lectura y escritura.
    Mis votos esta semana son para:
    Sergio Santiago Monreal
    Carmen Berjarano
    Eva Avia Toribio
    Maite Bilbao

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