El sustituto – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el sustituto». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 7 de noviembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Era yo misma, mi foto estaba en las redes sociales, me habían sustituido por otra persona.

El teléfono comenzó a sonar.

Por fin di contigo, dijo la voz.

Oiga, oiga, escuché, mire bien la foto, es la inteligencia artificial le que ha provocado el cambio…

SERGIO SANTIAGO MONREAL

-Pasa, Dimitri-. Dijo Raquel, la presidenta de la asociación de sicarios a la que pertenecían estos amables personajes.

-Con permiso-. Contestó Dimitri acariciando su arma blanca mirando de forma lasciva a Raquel.

-Ya han pasado casi cinco años desde que te uniste a nuestra causa y tengo que ser sincera. Te has vuelto blando. Hemos buscado un sustituto para ti-. Raquel orgullosa de cómo estaba llevando la conversación dio un buen sorbo al café que tenía en la mesa de su despacho.

– Es una pena. Raquel. ¿Sabe? Creo que tiene razón antes dejaba muchas evidencias en el lugar del crimen, solían ser un baño de sangre. Hoy soy más blando, con una pizca de cicuta en su café yo seré el sustituto de su cargo.

Dimitri abrió la puerta del despacho para que sus compañeros viesen el cuerpo inerte de Raquel y tras discernir un breve instante sus compañeros se agolparon a la entrada al grito unísono de:

– Dimitri presidente. Dimitri presidente.

DAVID MERLÁN

La aldea de Nieblas Claras estaba más aislada de lo que le habían contado. Para llegar hasta allí, Hugo, el maestro sustituto del fallecido profesor Anselmo tenía que cruzar un bosque frondoso y oscuro, donde la luz apenas conseguía filtrarse para iluminar el suelo, incluso al mediodía le costaba hacer su trabajo. El colegio rural era un edificio antiguo, de piedra gris, con una única aula que albergaba a todos los niños de la zona. En esta ocasión tenía que encargarse de dieciséis niños de edades comprendidas entre los nueve y catorce años. Hugo se había ofrecido a cubrir el puesto de su antecesor en el cargo sin imaginar lo que encontraría tras aquella tormenta.

Pasada una semana de rutina y aburrimiento entre clase y clase, una noche se interrumpió la calma. Esa noche, mientras Hugo revisaba sus apuntes en su pequeña y desordenada casa de alquiler, el cielo se partió en dos con un rayo que iluminó cada rincón de la aldea, incluso el bosque adquirió una luminosidad impropias de él.

Cuando escampó, Hugo salió a comentar el hecho con los vecinos y vecinas de Nieblas Claras. Quién más y quien menos opinaba que nunca habían visto tal cosa en toda su vida. Incluso algunos llegaron a temer por su vida y la de sus hijos. Todos estaban de acuerdo en que había sido una tormenta extraña, llena de luces que parecían girar y caer en las colinas cercanas. No había tardado mucho en descargar a tenor de lo que decían sus relojes, pero la sensación que flotaba en el aire era de que había pasado mucho más tiempo. De repente, la calma regresó, dejando el aire pesado, cargado de algo que Hugo no supo identificar.

Al día siguiente, la aldea se despertó en calma. Un día más amanecía y nada parecía fuera de lugar… al principio.

Los alumnos estaban en sus mesas, con los ojos clavados en él, pero había algo en su lenguaje corporal que no le encajaba sumado a la quietud en sus miradas fijas, que le ponía los pelos de punta.

Los conocía de apenas una semana pero como buen maestro, le había bastado un par de días para extraer el perfil psicológico de cada uno de ellos, y sabía que no eran niños precisamente disciplinados, y mucho menos silenciosos. Pero ahora lo observaban sin parpadear, como si lo analizaran y con las manos y dedos entrelazos apoyados en sus pupitres.

—Buenos días, chicos —dijo Hugo, con una sonrisa que apenas podía forzar.

Los niños respondieron al mismo tiempo, sincronizados, como si sus voces fueran una sola:

—Buenos días, profesor Hugo.

El tiempo pareció congelarse. Sin embargo, decidió continuar la clase, intentando ignorar aquella extraña e incómoda sensación. Al pedirle a Marina, una niña de diez años que solía tartamudear, que leyera en voz alta, su voz salió limpia, clara y perfecta. Ni un solo error. Y no fue la única; todos los alumnos leyeron con una precisión escalofriante, cada sílaba en su sitio, cada frase clavada como mandan los cánones de la ortografía y la gramática.

Los días se fueron sucediendo. Mientras más transcurrían, más evidente era el cambio en sus alumnos. Los niños ya no discutían ni reían, no se ensuciaban, como venían haciendo hasta no hace mucho cada vez que volvían sucios y embadurnados en tierra y lodo del recreo. Simplemente se sentaban, observaban y obedecían. Era como si algo les hubiera vaciado de toda humanidad.

El pánico se acrecentó en Hugo, y una tarde se aventuró a preguntarles:

—¿Alguien recuerda la tormenta de hace una semana?—Preguntó mientras se levantaba de su silla y se apoyaba en el canto delantero de la mesa al tiempo que se cruzaba de brazos observándoles.

Todos levantaron la mano al unísono, sin emoción en el rostro. Su piel, más pálida y tensa que antes adquirió un tono marmóreo que parecía esconder lo que Hugo sentía que había dentro. Algo que no era de este mundo.

—¿Qué pasó esa noche? —insistió, tratando de que su voz sonara firme mientras comenzaba a dar pequeños pasos a izquierda y derecha de un lado al otro de la tarima.

Uno de los niños, Andrés, quien antes no lograba sumar sin ayuda las cifras más básicas para un niño de su edad, le devolvió la mirada con frialdad.

—Fue cuando nosotros vinimos, profesor Hugo. La tormenta nos trajo.

El profesor dio un par de pasos hacía atrás, sintiendo que el aire en el aula se volvía pesado, opresivo y con la espalda prácticamente pegada al encerado reaccionó.

—¿Nosotros?

Andrés asintió, pero su sonrisa era sólo una imitación, una línea rígida y mal formada en su rostro.

—Los otros se fueron. Nosotros… los hemos sustituido.

—¿Qué quieres decir con que «nosotros» los habéis sustituido—preguntó al tiempo que se le aceleraba el pulso.

—Profesor. Para ser nuestro maestro no parece demostrar mucha inteligencia—dijo Samuel desde el fondo del aula.

—Hugo tragó saliva. Se suponia que él era el adulto allí y tras intentar disimular su angustia, no le dió más importancia y dejó que el reloj hiciese su trabajo para poder terminar el día y salir de aquel opresivo lugar lo antes posible.

Esa noche, Hugo apenas durmió. Sabía que debía hacer algo, pero, ¿qué? ¿Ir al pueblo más cercano y pedir ayuda? ¿Quién le creería? Nadie se atrevía a acercarse a esos niños. El día antes le había preguntado a los padres y estos, con cara de estupor y descolocados le confesaron que los observaban con una mezcla de terror y confusión, pero no intervenían, como si algo en su mente se los impidiera.

Con cada día que pasaba, Hugo se convencía más de que tenía que enfrentarse a ellos, pero, ¿cómo enfrentarse a algo que aparenta estar falto de vida?

Tras meditarlo con detenimiento preparó una estrategia: al día siguiente, llevaría a cabo un experimento. En mitad de la clase, haría sonar la alarma de incendios. Si aquello lograba romper su frialdad, aunque fuera por un instante, sabría que aún había esperanza de salvarlos.

Dicho y hecho, al día siguiente hizo sonar la alarma pero los niños ni se inmutaron. Simplemente lo miraron, como si estuvieran evaluando cada uno de sus movimientos. Entonces Marina, la niña ex-tartamuda se acercó a él y le susurró al oído en un tono que no admitía réplica:

—Profesor Hugo, su tiempo se acaba. Si no acepta lo que somos, quizás alguien más tenga que… sustituirlo.

Sólo ahí comprendió la verdadera amenaza, al ver la sonrisa diabólica en el rostro de aquella niña.

Aquella inhóspita aldea, aquellos niños… No estaban bajo su control. Él era quien estaba atrapado en sus manos, y sentía que cada día perdía un poco más su humanidad.

******

En Nieblas Claras, un nuevo profesor llega al colegio rural. Había un pequeño cambio en el calendario; el nombre del profesor anterior había sido sustituido por el suyo, y los niños lo miraban con una frialdad que apenas parecía humana. Pero él no lo notó. Al menos, no todavía.

SUSANA NÉRIDA

Toda la vida sentí soledad,

En compañia, forzada, buscada…

La vida no tenía piedad

E iba toda descompensada.

Los sustitutos de mi soledad

Fueron mi pareja, un canario y un cachorro

Entraron en mi vida a cascoporro

Casi por casualidad.

Llenaron todo de amor,

Ahora es todo de color,

Disiparon mi malhumor

Y dieron mucho calor.

Bienvenidos a los sustitutos

De este vacío infernal,

Pues no era sólo un mito

Esta cura emocional.

Puros, leales, fieles

Son del todo reales,

Que sanaron mi alma

Con su gran calma.

ARMANDO BARCELONA

Como os lo cuento.

«Te dije azul, Antoñito, azul, príncipe azul, coño, y este es más negro que las gónadas de un grillo». Recuerdo ese día, como si fuera hoy, pobre Antoñito, qué bronca se llevó.

Tenéis que entenderme, ser el padre de la Bella Durmiente no resulta fácil, es para vivirlo, que visto así, desde fuera, todo parece muy bonito, pero tener a la niña tumbada en el sofá, todo el día sobando y sin dar palo al agua… Vale que es un hechizo, que le puede pasar a cualquiera y tal y cuál, pero son muchos años así, oye, en mi pellejo os querría ver. Pone de los nervios al más templado.

Porque en el cuento lo pintan todo de color de rosa: Llega el príncipe azul, le da un morreo a mi niña, se despierta y, hala, a ser felices y a comer perdices. ¡Un mojón como la copa de un pino!

Las primeras veces aún aguantaba un poco despierta: un mes, dos, no más, luego volvía a ponerse modorra, se le cerraban los ojitos y a la que te dabas cuenta ya estaba otra vez como un tronco. Vuelta a empezar; a buscar un sustituto aparente: otro casting, otro príncipe, otro beso, y cada vez duraban menos los efectos, si antes eran meses pronto pasaron a ser semanas, luego días y, al final, tras el piquito, Bella abría un ojo, miraba al príncipe de turno de arriba a abajo, lo volvía a cerrar y seguía durmiendo tan ricamente. Por eso tengo presente el día en que Antoñito nos trajo a Mkia Mrefu —más tarde supe que en suajili significa «Rabo Largo».

«Majestad azules no quedaban, y le juro que he buscado hasta debajo de las piedras, este es lo más parecido que he encontrado y es príncipe; africano, sí, pero al fin y al cabo de la realeza».

Pobre Antoñito, qué mal rato pasó, porque yo no terminaba de verlo claro; recuerdo bien lo que le dije:

«Pero hijo mío, ¿tú lo has visto bien?, es enorme, nos saldría por un ojo, anda que no debe comer la criatura, y en taparrabos. ¡Joder, Antoñito! Bueno, lo de taparrabos es un decir, porque se le ve casi una cuarta, por debajo del trapo. Al menos podías haberlo traído en chilaba, no sé».

Ahora me río, pero el cabreo que llevaba yo aquel día era para verlo y sufrirlo. Mi pobre secretario sudaba tinta china intentando salir del paso.

«Pues ha venido con el uniforme de gala, señor, que allí, en la tribu, van con todo al aire, como Dios los trajo. Yo probaría con él, si me permite la sugerencia; como suele decirse, el no ya lo tenemos».

Y así se hizo, total no se perdía mucho: «Otro fracaso más —pensé resignado mientras le pegaba un repaso visual a Mrefu—, pero ya que estamos».

El protocolo fue el de siempre: llegamos a la habitación de Bella, que dormía plácidamente, le dijimos al muchacho qué se esperaba de él; lo entendió a la primera, se fue a por ella, le comió el boquerón y…

Bella abrió solo un ojo, como venía haciendo las últimas mil veces anteriores. «Se acabó —pensé —, ahora echará la persiana, se pondrá de medio lado y vuelta la burra al trigo. ¡Qué cruz, Señor!». Pero, sí, sí, una leche.

Le pegó un barrido ocular al príncipe de chocolate, empezando por el penacho de plumas que le adornaba la cabeza, pero cuando llegó al borde del taparrabos…, oye, como si le hubieran dado a un resorte saltó el otro ojo y ya con los dos espabilados, medio salidos de las órbitas y redondos como platos talaveranos, abrió la boca, se relamió, golosa y dijo: «¡Papi, qué será lo que tiene el negro!».

Y qué quieres, hasta hoy, oye, que no pega ojo; tres años largos, cada día se la ve más despierta y llena de vida. Estoy que no quepo en mí.

A mi Antoñito se lo llevaron de ojeador otras princesas de cuento de hadas y el tío gana un pastón; yo hice buenas migas con mi consuegro, el padre de Mkia Mrefu, y paso largas temporadas en su tribu, cazando elefantes y bichos grandes. Esas cosas están mal vistas aquí, en casa, pero la gente no sabe nada y si algún día se enteran ya tengo preparada la disculpa: «Lo siento mucho —diré poniendo cara de pena—, me he equivocado y no volverá a ocurrir», y colorín, colorado…

Y ya está, aquí os quedáis, que me han salido unos bolos por el golfo pérsico y llego tarde.

RAQUEL LÓPEZ

Dime por qué

dejaste de ser aquel niño

el que acurruqué

el que trataba con cariño.

Dime por qué

tú bondad se quedó en el olvidó

y el recuerdo de un ángel,

se quedó allí perdido.

Mis lágrimas denotan tú ausencia

la soledad, me agobia

¡ Donde esconderme por siempre

para que este tormento no duela.

Denoto en tus ojos un vacío,

que grita sanar sus heridas

¡ No eres tú el que siempre has sido,

si no un sustituto de tu vida!

Y ahora, dime por qué

por qué cambiaste, yo no conozco

aquel niño al que acurruqué

y allí en su mundo, se encuentra solo…..

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

TRANSMUTACION

Han sido demasiados los años de vida febril y atormentada, pero, por fin, aquel hombre, ahora rígido e inmóvil sobre la cama, acaba de encontrar la paz necesaria.

No así su alma, desligada y atrapada dentro de los fragmentos restantes del espejo del baño. Un lugar tan cotidiano como inesperado donde ha quedado impregnada su esencia por última vez. Todo después de incrustar el puño y hacer añicos su imagen, incapaz de continuar sufriendo aquel infierno un solo minuto más. El segundo golpe ha sido en la cabeza. Los sucesivos también.

El reflejo de aquella alma, negra y sombría, que le ha llevado a cometer mil locuras ha permanecido allí incrustado durante las horas posteriores, observando el ir y venir de policías y forenses, agazapada y sigilosa a la espera de encontrar el sustituto adecuado. Dispuesta a alojarse en un nuevo huésped para continuar así el ciclo de su despiadada existencia.

Su cuerpo ahora reposa en paz. Hay cosas, sin embargo, que nunca encuentran descanso.

EFRAIN DIAZ

Esta es la tercera parte del tema original recolocarse, reposicionarse, readaptarse.

Daniel tomó una decisión drástica pero necesaria. Había decidido cooperar con la DEA bajo la irresistible promesa de una visa permanente para vivir en los Estados Unidos. Quería enterrar una vida de sangre y violencia. Había llegado a Texas tres años atrás para expandir las operaciones del Cartel de Sinaloa, pero conocer a Linda lo cambió todo. Linda, una hermosa joven estadounidense de quien se enamoró, le dio la noticia de que sería padre de una niña. Daniel no quería criar a su hija en medio de la muerte y el caos que él mismo había ayudado a crear. Era tiempo de escapar. De salirse del negocio. Aunque sabía que escapar de un cartel no era tarea fácil, haría el intento. El cartel era como una sombra que lo perseguiría implacablemente.

Sin dudarlo, Daniel se entregó a las autoridades. Sabía que al cruzar esa línea firmaba su sentencia de muerte. En el mundo del narco, ser un sapo solo llevaba a un final: la tumba. Pero la promesa de un futuro lejos de la violencia y la posibilidad de darle a su familia una vida nueva lo empujó a tomar el riesgo.

A cambio de su información y su posterior testimonio en corte, la DEA le ofreció protección, un trato que parecía sencillo. Mientras Daniel continuaba soltando nombres y detalles, un agente lo vigilaba día y noche en un intento de garantizar su seguridad. Una vez que testificara en el juicio, prometieron trasladarlo a otro estado con una nueva identidad, lejos de Dallas. Un nuevo comienzo para él, Linda y su hija.

Pero Daniel subestimaba el poder del cartel. Las redes del crimen organizado eran extensas y sus tentáculos muy largos. Tenían ojos y oídos en todas partes y en todos lados había manzanas podridas. Y encontraron a Timothy, un agente cuyo salario era imcompatible con sus ambiciones y su cuestionable lealtad estaba a dispocisión del mejor postor. Como casi todos en la cadena alimenticia, Timothy era un desechable. El dia que no les sirviera a sus propósitos, tendría sustituto, como tenían sustitutos en la política, en la policía y en el mundo privado. El cartel practicaba el viejo adagio “a rey muerto, rey puesto”.

Entonces, comprado por unos cuantos dólares, Tim les pasó la información. Un sapo sapeando a otro. El cartel ya sabía que Daniel los había traicionado.

Ernesto, silencioso y metódico, recibió órdenes claras y específicas: Daniel era el único objetivo. Eliminarlo a él solamente y no tocar a su familia, pues matar a un ciudadano estadounidense solo traería problemas. Nadie quería desatar una cacería innecesaria e inconveniente para las operaciones.

Ernesto se instaló en un apartamento cerca de Daniel. Con la paciencia de un francotirador, observar se convirtió en su rutina. Con la destreza del mejor ajedrecista, seguía cada movimiento de Daniel, anotando horarios, rutas y lugares. También estudiaba al escolta que lo acompañaba a todos lados. Durante días, se aseguró de que no hubiera más vigilancia. Cada detalle contaba.

Mientras Daniel caminaba por las calles de Dallas, pensando en su nueva vida, no sospechaba que lo seguían muy de cerca, anotando cada paso y cada desvío. Aunque la DEA intentara protegerlo, otro sapo había sellado su destino. Ernesto urdía el plan perfecto.

HAROLD LIMA

Son buenos para sustituir.

—Bravo Alfa, necesitamos apoyo, Repito, Bravo Alfa. Objetivo a 0 800.

Las cenizas caen como pequeños copos de nieve en el frío desierto, a lo lejos se puede ver delgadas ramas que nacen del cadáver de un caballo petrificado, el ambinete apesta a canela y clavo con un ligero toque de incienso, es muy molesto que las tropas solo piensen en esas cosas arcaicas a pesar del duro entrenamiento en Nueva caracas. Me cuestiono de los métodos de las fuerzas aliadas o de si estamos quemando hasta el último cartucho con estas operaciones de avanzada. Miro mis manos encallesidas de matar tantos de esos y por si acaso las comparo con los rostros suaves de las tropas de refuerzo. Esos muchachos apenas saben usar bien el fusil y ya están aquí.

—Aquí Charly Alfa, avanzamos. Solicitamos fuego de cubierta, paquete asegurado. Repito paquete asegurado.

Uno de esos jovencitos se queda quieto, pasmado ante la maldita cosa. Doy señal para avanzar con la mano el resto del batallon se pierde entre una callejuela ruinosa, el maldito olor a nueces es más intenso mientras más avanzo; quito el seguro a una Granada de mano que lanzó en dirección de la suave canción, pedazos de una dulce abuelita saltan por los aires. Salto sobre el joven soldado para evitar las esquirlas nos alcance. La charola llena de galletas recién horneadas se hacen humo inmediatamente en una bola de fuego, antes de desaparecer por completo alguna extremidad trata inútilmente de tomar la forma de un perro caniche que solloza lastimeramente. El soldado trata de levantarse y correr al perro que es una maza deforme y lamentable, inestable por la falta de un núcleo cercano.

—Maldita sea soldado, reaccione!!!

Grito y con mi pluma abierta doy un fuerte golpe al rostro del soldado, su casco termina de caer de si cabeza y su rostro juvenil anguloso me muestra es una muchacha de no más de 14 o 15 años con una larga cicatriz que marca su bello rostro de lado a lado.

La cargo a hombros y pienso que debemos estar tocando fondo si necesitamos hechas mano de hasta las jovencitas para el esfuerzo de guerra.

Solo hace unos años atrás, muchachas como estas eran llevadas a los campos de cría para asegurar una fuente constante de recursos humanos, ahí entre el frío de las bases estratégicas de los andes, ellas darían a luz a los ingenieros, militares y demás que reconstruirian el mundo luego de la victoria final.

Atravieso rápido las plazas y calles destruidas hasta el punto de extracción, para mi suerte la muchacha es ligera. Imagino apretando sus suaves muslos y sintiendo sus pequeños senos que aprietan mi espalda a travez del uniforme táctico que decido tardarme solo un poco, llego y la unidad se ha marchado en el helicóptero, ya tienen el paquete y la misión está completa, me marcarán y a ella también como una baja. Nadie me espera en la base ni espero volver a ver a nadie.

Esta zona tendrá unas 7 u 8 de esas cosas merodeando, un soldado novato seguramente no sobreviviría, el lamento de su madre muerta o de algún ser querido lo atraería a un núcleo y seria presa facil, claro está que los apéndices también son muy creativos y se disfrazarian de figuras genéricas como niñas heridas o talvez ancianos bonachónes de traje de papá noel; solo los núcleos tienen según inteligencia, para hacer un estudio telepático de la mente de su oponente. A esta muchacha seguro le encontraron un buen recuerdo de la abuela y por eso tuve que volar a la anciana.

Algo agitado decido, descansar. Pues, aunque la muchacha sólo pesará unos 30 y algo kilos me es un esfuerzo grande en esta niebla y polvo negro que queman mi pulmón a pesar de estar usando un implante de filtro de carbono.

Veo su lindo rostro marcado y reconozco que los altos mandos son ingeniosos; nadie pensaria esta muchacha tan bella es uno de esos, al mirarle esa cicatriz, esas cosas van a los seguro y nunca imitarian algo que no sea perfecto. Supongo los recuerdos y fantasías son perfectas, huelen a flores y cosas dulces. En cambio esta muchacha huele a pólvora y sudor. Ella es real y no deja de ser muy hermosa.

Entre los edificios ruinosos y llenos de vegetación veo el helicóptero levantar polvo. Me veo tentado a dejar a la muchacha aquí a su suerte y alcanzar el transporte o talvez cargarla y procurar alcanzar juntos al comando que parte. Las hélices hace un ruido intenso que de seguro atraeran a esas cosas. Hago un inventario rápido de mi munición. En la radio se escucha.

—Charly Bravo regresamos a base, misión exitosa, 5 bajas y dos heridos.

Me siento tentado a tomar el radio y pedir auxilio; talvez enviaran alguien a recogernos. No que va. Están ocupados en la victoria. Yo mismo daría la orden como sargento que soy de avanzar hasta el cráter y volar el núcleo de núcleos. Esa maldita cosa que cayó en golfo de México hace 80 años y que arrastra sus raíces por todo el continente, de los brotes salen núcleos que se emergen en tu mente e imitan todo lo que amas o alguna vez amaste para luego devorarse con sus enormes dientes afilados.

Miro a la muchacha inconsciente. Es tan delicada y bella; creo me ocuparé de.los núcleos con la metralla que me queda y subiré a esa colina. Según inteligencia es de roca sólida y era nuestro punto de respaldo en caso no pudiéramos salir, el nucleo nunca podra hechar raices ahi. Me aseguro de quitar las baterías al radio, me hecho al hombro a la pequeña. Ya le daré buen uso cuando esté seguro y me haya improvisado un refugio o encontrado un poblado de disidentes objetores de conciencia, los informes decían hay algunos por aquí. La embarazare y tendré algunos hermosos muchachos; posiblemente ni siendo un soldado condecorado conseguiria una de estas, para nosotros solo hay las muñecas mecánicas y las bellezas como estas solo están para los altos mandos o los ricos empresarios.

Por las calles ruinosas se puede escuchar un jo jo jo… preparado mi arma para modo semi automático debo ahorrar munición.

Levanto a la muchacha en hombros y si calor hace que me sienta optimista, ellos podrán haber cumplido la misión y recibirán medallas, pero yo tendré algo mejor si salgo vivo de esta.

Avanzo y lanzó otra granada a lo que estoy seguro es un núcleo, vuelan pedazos de una soldado muy hermosa sus torneadas piernas

Se queman y su rostro sin marcas es idéntico a la muchacha que cargo en la espalda. Sonrió recordando que esas cosas hacen todo perfecto y que el cerebro lo ve todo mejor en sus fantasías.

Me pierdo a mi mismo en fantasías. Sobre lo bien que me la pasaré más luego eso hará que los núcleos que encuentre más luego sena todos como ella y fáciles de reconocer. La niebla es más espesa. Estoy seguro gracias a la brújula de mi camino.

Soy consiente que soy sustituible y que la guerra seguirá igual sin mi, decidí ser un poco egoista hoy.

Ellos son buenos para sustituir a cualquier cosa, milenios de evolución les dieron esa arma para tomar planeta tras planeta. Espero la guerra se gane algún día sea conmigo o sin mi.

Por costumbre, murmuro:

—Charly Bravo, evacuación a punto kappa, Victor 9…

JUAN PEÑA

En el mundo hay tres héroes, de los que se asegura, lucharán contra el Mal cuando resurja de las entrañas de la Tierra, para apoderarse de las almas de los hombres y, supongo, de las de las mujeres, aunque no puedo asegurarlo, pues los pergaminos antiguos, encontrados en el valle de Urón Sinalora, no lo especifican. Sin embargo, tratándose del Mal, deberíamos ponernos en lo peor. Cada cual que escoja la alternativa que le resulte más aterradora.

Los nombres de los héroes son conocidos por todos, y me da hasta vergüenza decirlos, pero siempre hay un zascandil olvidadizo, que necesita un recordatorio. Solo por ese motivo, me atrevo. El primer héroe, venido de las llanuras esteparias, rápido como una centella, ágil como hurón, arquero de raza, se llama Enaur Okogan Kalasei. La segunda, originaria de las selvas tropicales, fuerte como una mala cosa, lancera excepcional a tiempo completo, y tejedora a ratos muertos, es conocida como Nala Urgadesgá Jalahim. El tercero, proveniente de las montañas Oscuras, de vocación acertijero, de estirpe equívoca o desconocida, bueno en el antiguo arte de ver llover, es llamado José García, Pepe para los amigos y algunos enemigos. Y para desgracia del mundo y beneficio del Mal, es el inexperto, por no decir inepto, sustituto primero del héroe, ahora jubilado, con la pensión mínima, Ursú Katmani Telá.

El problema no es que Pepe sea un sustituto, pues ha habido otros por baja laboral de los héroes, ni, tampoco, que mintiera en y falsificara su currículo, cuando aplicó para el puesto, pues dos héroes se bastan y se sobran para acabar con el Mal, y son tres porque es un número más molón.

El verdadero problema es que los otros dos héroes no quieren trabajar con él. Las causas son diversas. Enaur se queja de que Pepe, él lo llama José García, fuma en el trabajo y le toca el culo cuando se despista y, a veces, cuando no se despista. Nala atestigua que José García, ella lo llama «Ese hijo de la gran…», solo hace que rascarse los cojones, literal y metafóricamente, que bebe manzanilla, el vino, no la infusión, y que los lunes no se presenta al tajo, y los demás días llega tarde, si es que llega.

Ambos héroes aseguran, que les pide prestado el coche y se lo devuelve sin gasolina, que tal y como está el patio, es un atraco en toda regla y tener una jeta de aquí te espero; que ha intentado, no detallan si lo ha conseguido, ligar con sus madres y con sus padres, sin importar el orden de factores, aunque sí la ingestión de manzanilla.

Recuerdan, los susodichos, que tienen encomendado salvar el mundo y luchar contra el Mal, que ya de por sí es un trabajo estresante y poco agradecido, pues los laureles se los llevan sus superiores, pero que en ningún lado del contrato, letra pequeña al margen y a la izquierda, pone que deban tolerar ni hacer la vista gorda, ante las vejaciones, las burlas y el pasotismo de un tal Pepe o de cualquier otro, salvedad hecha de los nombrados en el margen izquierdo y en letra minúscula.

Pepe se defiende de las acusaciones con un escueto «Pchs», mientras da una calada al cigarrillo, se espatarra en el sillón, se acomoda los huevos y enciende la tele. Luego, tras la tercera copa, si no se ha llegado a los penaltis en el Santaluria-Huera, se explaya y asevera que para tal y como está el mundo, quizá, sería mejor, darle una oportunidad al Mal.

FRAN KMIL

EL SUSTITUTO.

Cuando dices que te llamas Rafael , no Alcides, las enfermeras se compadecen de mí, dicen con lástima: “Tan joven y tan apuesto ¡Qué desperdicio!”. Creen que estoy enfermo, hasta le han puesto un nombre a la enfermedad: alzheimer la llaman. Porque tú te niegas a mi existencia en este mundo y al sustituirme hace como que no reconoces a nadie, te comportas diferente y a veces dices palabras en tu idioma, que en mi mundo son desconocidas.

Nadie sabe de nosotros, de nuestras vidas compartidas por un error en la matriz. Los ignorantes nada conocen de universos paralelos ni de diferentes yo para acelerar la experimentación de los distintos roles antes de llegar a formar parte del eterno y terminar con los estúpidos retornos que nos tienen hartos.

La enfermera mira mi cuerpo, te llama por mi nombre y menea la cabeza cuando tú no la reconoces.

Te dice con cariño:

—Soy yo, Teresa, la que…

Pero tú no oyes porque no quieres saber nada de mi mundo. No te gusta a lo que me dedico: ” eres mala persona —me acusas”. No obstante, yo soy tu sustituto, tú eres el mio. Así fue decretado sin consultarnos. Estamos condenados a compartir. Fue el plan secreto del universo, pero no contaron con que nos conocieramos. La culpa fue de la penumbra, las velas, el espejo, el mantra recitado y que coincidieramos esa noche en ritual.

Los dos estuvimos de acuerdo en el desacuerdo. Nos rebelamos a nuestra forma.

ANA DEL ÁLAMO

LA SUSTITUTA

Vino para unos días. Nadie sabía de dónde. Ingrid era profesora de Lengua. Enseñaba con un método peculiar y alternativo.

Secundaria era un curso difícil. Nadie daba un duro por esos niños.

El instituto estaba ubicado en uno de los peores barrios de la periferia.

Los primeros días fueron duros.

Ingrid se presentó como «la sustituta». Explicó que a su compañera tenían que someterle a una intervención…no le dejaron terminar la frase. No les interesaba. Comenzaron a echarle migas de pan y a insultarle, de los insultos pasaron a decirle cómo tenía el culo y las tetas. Ingrid no se inmutó. Dejó que se explayaran.

Cuando se cansaron, ella como si nada, sacó unas hojas y las repartió entre los alumnos. Unos hicieron pajaritas, otros aviones y otros gurruños que se lanzaban unos a otros. Saltaban por encima de las mesas y los folios desaparecieron de los pupitres tal y como habían llegado.

Ingrid sin gritar, pero alzando la voz, les dijo que con su actitud se habían quedado sin saber que contenían esos folios. Ellos le restaron importancia diciendo que les importaba una mierda lo que pusiese ahí.

Pero algunos desdoblaron las hojas y otros las recogieron del suelo, intrigados.

Cuando vieron que estaban en blanco se sintieron burlados. Ella les explicó que era para que escribieran lo que quisieran.

Unos decían que no tenían nada que decir y otros que a nadie le importaban sus cosas y menos a ella.

Jonathan era quien movía el cotarro y todos le seguían. Ingrid se percató inmediatamente y lo nombró su ayudante sentándolo a su lado. Él acepto sintiéndose importante.

Ahora todos prestaban atención y él empezó a repartir hojas nuevas y la mayoría empezó a escribir. Unos hicieron dibujos grotescos. Algunos ponían su nombre y edad por poner algo y otros escribían barbaridades. Pero ahora al menos los tenía a todos callados y entretenidos.

Ingrid les alentó a terminar la hoja en casa y que la trajeran sólo los que habían escrito algo interesante, como iba a hacer Jonathan. Realmente él no pensaba rellenar la hoja en casa, pero la dobló en cuatro y se la metió en el bolsillo, sintiéndose ahora responsable. Unos le imitaron y otros se la guardaron en la mochila, por si acaso.

Al cabo de un tiempo, Ingrid había conseguido reunirlos en mesas alrededor de la suya con Jonatan en ella. Unas veces leían pedacitos de un libro que habían elegido entre todos. Hablaban de temas que a ellos les preocupaba. Ella les corregía con cautela y les decía que cuando insultaban lo que hablaban perdía credibilidad. Y si les importaba que les creyeran debían comenzar por hablar sin insultos ni palabrotas.

Ingrid era mágica. Había conseguido su respeto y confianza y les había hecho sentirse importantes. Ya no se atrevieron a hablar de cómo tenía el culo. Jonatan no lo aprobaría.

Estaba claro que Ingrid había llegado para quedarse.

LUISA MARGARITA

LA PRIMERA LECCIÓN DE LA ESCUELA SUSTITUTA»

El carro avanzaba con rapidez por la calle Central. A ambos lados, en las humildes casitas que bordeaban nuestro camino, estaba sintonizado un programa de música guajira y en algunos portales, se veía gente jugando dominó.

Era domingo y anochecía, sin remedio, aunque como era verano el sol caería muy lentamente sobre los cañaverales y almas. Aún nos faltaban unos veinte minutos para llegar al destino

que habían elegido para mi: una academia de ricas señoritas en la cual yo estudiaría mi próximo año. Llegamos a las siete y cuarto y la imponente fachada de la institución me dejó sin emitir un sólo sonido. Se trataba de la escuela sustituta que me educaría y me prepararía para el bello futuro que se aproximaba con ínfulas desconocidas.

Mi tío me dijo con cariño:

— Baja mi niña ya llegamos!!!

Mi madre ya se había bajado y lo miraba todo con cuidadosa atención.

De pronto escuché su voz suave que me decía:

–Aquí estarás bien. Tiene un inmenso patio con una fuente preciosa en el centro! A mi me encantaban las fuentes y si tenían agua, como aquella, más !

Caminé junto a mi familia hacia la puerta de entrada que dejaba ver por una hendija el interior del lugar , tocamos una campanilla e inmediatamente a nuestro encuentro vino una novicia vestida de blanco. Nos sonrió y nos saludó muy amablemente mientras sus verdes ojos me recorrían de pies a cabeza. De pronto dijo:

–Tuvieron buen viaje? Los estábamos esperando .

Y agregó en un susurro:

–Aquí las niñas duermen a las siete y aún ella tiene algunas cosas que hacer. Los dejaré a ustedes con la Madre Superiora . A la niña la llevaré al dormitorio para que lo vea todo y se organice. Y así las cosas caminamos por largos corredores, impecablemente limpios y silenciosos.

Al llegar a una gran puerta de vidrios, la joven religiosa me dijo:

–Aquí te despides de tu familia.

Y mirándolos a ellos señaló:

–Esa es la puerta de la Dirección, ya los aguardan.

Nos abrazamos y cada cual siguió su rumbo muy distinto.

Llegamos al dormitorio y vi los pequeños cubículos con cortinas, un escaparate y una estrecha cama. Me enseñó el que sería mío y me dijo:

Yo me llamo Sor Sara, te dejo sola para que te acomodes. Dentro de un ratico vengo a verte, entonces, me pedirás cualquier cosa que necesites.

Y diciendo esto pasó su mano por mi cabeza y giró su cuerpo delgado hacia la penumbra del amplio pasillo.

escudriñé por todos lados y guardé todos mis uniformes y libros y en esas estaba cuando llegó Sor Sara y me preguntó:

–Dime Luisa, necesitas algo?

A lo que yo contesté

mirándola suplicante:

-Sí, comida, tengo mucha hambre!

La respuesta fue la primera lección que recibí en mi escuela sustituta de la vieja y destartalada de mi pueblo…

Sor Sara garraspeó y afirmó:

–Lo siento, aquí se come a las cinco y treinta de la tarde. El bebedero está al lado de los sanitarios!

CARMEN BERJANO

Llevo aquí desde el 28 de abril de 1967.

Han pasado por esta casa tres familias con sus imposibles criaturas.

Mi estética ya no es actual.

Estoy acolchada. Puedo recordar a la sala de agudos de un hospital psiquiátrico.

Y aguda está mi nueva dueña.

Vive sola, no hay hombre en esta ecuación, aunque sí los hubo. Vive con ella una niña de 10 años.

Y la gata, una gata arisca y huraña como su dueña.

No como la niña, dulce, atrevida y creativa.

Como puerta he visto pasar muchos encuentros desastrosos y otros decepcionantes. Algunos hasta indecorosos.

Pero nunca me había sentido tan odiada como ahora.

Mi dueña no quiere conservarme.

Y hoy 27 de octubre de 2024, 57 años después de mi instalación me quitan, me arrancan, me tiran, me han buscado sustituta.

Es una puerta normativa no acolchada, no hortera y o peor, con una mira automática que detecta presencias y se activa.

No entiendo como mi dueña, siendo tan sensible, aunque huraña, no me conserva.

No entiende mi utilidad ni me estética.

No entiendo por qué me odia.

Y sin embargo, aunque yo la odie también a ella por arrancarme de aquí, de mi espacio y de su alma, siento que este no es el fin.

Me han recogido a las 12,48 los de Reto, y a las 18,47 ya me había adoptado una pareja gay para su Airbnb.

AMPARO SORIA

-El bus escolar-

Los coloridos paraguas protegen cómo pueden de la intensa y racheada lluvia. Los cuatro niños, junto a sus padres, caminan por el embarrado sendero que baja de la aldea al punto de la carretera donde el bus escolar los recoge. A lo lejos, ven la lentitud del autobús avanzando hacia ellos.

Tranquilos, es precaución, por la lluvia. –comenta uno de los padres.

En ese momento, una leve ese del vehículo provoca la desconfiada mirada entre los padres.

– ¡Qué divertido! –exclama una niña alzando su paraguas entusiasmada. – ¡Ya quiero subir en el bus!

El autobús se detiene frente a ellos con un ligero frenazo. Abre sus puertas. Al volante, les sorprende un chico joven, desgarbado, con gafas redondas de montura verde y las greñas ocultando medio rostro. Este saluda sonriente. Cierra las puertas de inmediato. El aguacero no permite ni una corta aclaración sobre la ausencia de la prudente señora Eleonora, conductora en los últimos tres años.

Durante el trayecto hacia a la escuela, Jerónimo, el joven desgarbado, se presenta a sus primeros y pequeños pasajeros como el sustituto de la señora Eleonora. El vehículo, de nuevo realiza una ligera ese para delirio de los niños que jalean alzando los brazos entre risas. Lo que ellos y sus padres ignoran, es que Jerónimo todavía carece de carnet de conducir. A veces, la urgente necesidad de ofrecer servicio tiene estos arriesgados inconvenientes.

GUILLERMO ARQUILLOS

NO ME DIO TIEMPO

Hola, Marta:

¿Cómo te va? Me han dicho que sigues montando ambulatorios junto a la selva y hartándote de poner vacunas. Me alegro mucho, aunque ya sabes que me habría encantado que te quedaras conmigo; pero aquí estoy, más solo que la una, esperando a que vuelvas y, quién sabe, igual me das otra oportunidad… Qué iluso, ¿no?

Pues mira, visto y no visto, dejé la enseñanza pública. Después de tanto esfuerzo por ser profesor de instituto, ¿quién me lo iba a decir? Ahora estoy dando clases particulares y saco lo justito para el alquiler y un bocadillo al día, poco más. ¿Sabes cuánto duré en el instituto? Cinco días. Sí, ni siquiera aguanté una semana. Me llamaron para cubrir una baja y me encasquetaron la tutoría más complicada del centro. Eso sí, desde el principio me avisaron de lo que había, pero uno nunca piensa que las cosas van a ser tan duras.

Uno de los chavales, Iker, acababa de volver del hospital y los demás alumnos no paraban de meterse con él. Yo no podía imaginarme lo crueles que pueden llegar a ser los críos. El primer día, muy en mi papel, intento hablarles de la importancia de la música y todas esas cosas, pero veo que la mayoría está a lo suyo, y no me hacen ni caso: unos, durmiendo; otros, con el maldito móvil… Y yo, pensando: «Aguanta, Martín, aguanta; solo es el primer día».

En eso que Iker, colorado como un tomate, levanta la mano. Ni siquiera hace falta que abra la boca porque ya me ha explicado el jefe de estudios lo que le sucede y que hay que dejarlo ir al baño cuando lo pida. Va a salir de la clase y, de repente, alguien hace una pedorreta. Iker hasta tropieza de los nervios. En cuanto sale, le llamo la atención a toda la clase, no es para menos, pero algunos se ponen a defender a Bruno, el que se ha burlado:

—Él es así, profe, tiene mogollón de problemas en su casa y hay que comprenderlo.

Iker, que ha olvidado su bolsa, vuelve a buscarla y Bruno va y aprovecha para decir en voz baja: «Panza culo, panza culo», el mote del pobre chico.

Por supuesto, hice que expulsaran a Bruno, pero eso a Iker no le secó ni una lágrima. En cuanto hablé con él a solas, me reconoció que no sabía si alguna vez volvería a la normalidad, que le habían hecho la colostomía porque tuvieron que operarlo del intestino y que debía estar siempre pendiente de cambiarse la bolsa. Desde entonces, todos le estaban dando de lado, unos porque no sabían qué decirle, otros porque a veces la bolsa le olía fatal y les daba asco. Y encima, lo del mote. Me dio rabia porque, en aquel momento, me di cuenta de que yo siempre he estado viviendo en una especie de burbuja, que mis problemas no son casi nada al lado de quienes tienen problemas de verdad. Lo peor, Marta, lo peor es que me dijo, casi sin darle importancia, que vivía junto a la estación, cerca de las vías. Me quedé de piedra.

Te lo juro, Marta, me impresionó tanto que hice todo lo que pude y más de lo que pude, y eso que allí yo solo era un sustituto para poco más de un mes. Moví cielo y tierra para organizar charlas para los padres y los alumnos, para que vinieran médicos y hasta policías y que explicaran la situación: a Iker no lo podían marginar de aquella manera, aquello era un crimen. Conseguí reunir algunos padres, pero no me dio tiempo a las charlas para los chavales. No me dio tiempo, Marta, no me dio tiempo. Qué impotencia. Qué fracaso. Cuatro días después, encontraron a Iker junto a las vías. Ya te imaginarás cómo, no hace falta que te lo diga.

Esa misma mañana, con el corazón en un puño, llamé a la inspección para renunciar a la plaza. Me harté de llorar. Los compañeros me dijeron que no me castigara, que yo solo era un sustituto y que había hecho todo lo posible por el chaval. Ahora, cada vez que intento dormir, me imagino un tren a toda velocidad, un maquinista horrorizado y un golpe seco. Escucho la voz de Iker y no puedo dejar de repetir: «No me dio tiempo, no me dio tiempo». Esto es una tortura, Marta: llevo miles de sesiones con el psicólogo, pero no mejoro. Voy a terminar fatal, ya verás.

Bueno, chica, ¿qué quieres que te diga? Pues eso, que te envidio un montón por el bien que estás haciendo ahí en África con tu grupo de médicos, ojalá yo pudiera hacer lo mismo. Ya sabes que por aquí sigo, esperando a que vuelvas. Acuérdate de que estoy coladito por ti, como siempre.

Deséame que logre cumplir mi nuevo sueño: montar una tienda de instrumentos musicales. La llamaré Iker musical, claro, porque la historia de ese chico me hizo abrir los ojos a muchas realidades de este mundo.

Y es que, para dar clase, ya ves, para dar clase, yo no sirvo.

Un abrazo, Marta. Ojalá estuvieras aquí para darme una buena colleja y decirme que espabile, igual hasta me animabas un poco.

Martín

IRENE ADLER


MARTÍN GUERRE

Cuando Martín “El Auténtico” se fue, ella trató de sostener la granja y lo que quedaba de su vida con denuedo; pero la tierra era agreste y sus brazos mucho menos fuertes que su corazón. Pronto tuvo que arrendar una parte de sus tierras; ponerse a trabajar lavando ropa por dinero; aceptar de buen grado la caridad de su familia y de la Iglesia. El orgullo no ponía comida en la mesa y la autocompasión era un ejemplo deplorable para Saxis, su hijo, al que nunca supo explicar del todo las abstrusas razones por las que Martín “El Auténtico” había decidido abandonarlos. Cuando Martín “El Otro”, regresó, ella estaba sacando agua del pozo para llenar un balde. Vio su silueta renqueante doblar el recodo bajo el inclemente sol del mediodía. Llevaba un hatillo sobre el hombro izquierdo colgando de una vara de avellano, y pareciera que en vez de sostener él la vara, fuera el peso de la vara el que lo sostenía a él. En el juicio, le preguntaron muchas veces si acaso en aquel momento no dudó; si no hubo algo que le resultara extraño o incoherente; querían saber qué pensó la primera vez que tuvo “al otro “ delante. Primero se acercó a la verja; luego al pozo; después a ella, que le acarició la cicatriz de la frente como para asegurarse de que era real o como si aquel gesto íntimo fuera entre los dos un santo y seña. Ella estaba atravesada por el estupor y la reverencia de las personas que presencian un milagro, muy quieta y sin voz. Entonces se hizo para sus adentros la misma pregunta que haría en voz alta y tantas veces al tribunal: “¿Quién soy yo para cuestionar la voluntad de Dios?” Y después aquella otra que sólo pronunció una vez, el día de la ejecución del otro, contemplando el errático movimiento de sus pies colgando de una rama de la higuera: “¿Por qué Dios ha cambiado de parecer?” Con El Otro, la granja prosperó: tuvieron una excelente cosecha de trigo, entre él y Saxis labraron un huerto cerca de la alberca y lo cerraron con estacas que pintaron de colores; volvieron a recibirlos en la Iglesia los domingos y ella dejó atrás la ropa sucia y la caridad ajena. Tuvieron dos hijas. Y la vida siguió, con la misma crueldad de siempre, sin sobresaltos, hasta que el asunto de la herencia vino a descubrir la farsa y el engaño. Martín “El Auténtico” se presentó un día en el tribunal, con su cicatriz en la frente, su pierna de palo, su identidad, para reclamar todo lo que El Otro le había robado. Dios había cambiado de parecer y ella eligió la penitencia igual que había elegido el pecado: jamás volvió a pronunciar una sola palabra. Al menos, no con los vivos.

**

<<En mitad de la noche, Ella se levanta de la cama como impulsada por un resorte y se queda de pie bajo el dintel de la puerta. En verano y en invierno, incluso en las noches de tormenta, se quedan allí Ella y su maldito silencio, mirando con una fijeza animal y enfermiza hacia la higuera. Cuando recuperé mi nombre, mi casa y mi vida, lo primero que quise hacer fue talar aquel árbol maldito, dónde habían colgado del cuello hasta morir al Otro en presencia de toda la comarca, de mi hijo, de sus hijas y de Ella. Lo intenté con un hacha, pero la corteza apenas acusaba bajo los golpes un pequeño arañazo, como una herida roja que suavemente, sangraba. Un día le prendí fuego. Las llamas azules envolvieron la higuera sin tocarla, era un clarísimo día de junio, sin una sola nube en el cielo; y sin embargo, de pronto empezó a llover de una manera antinatural, tormentosa, enloquecida. La lluvia apagó las llamas y dejó un cerco de humo o niebla a ras del tronco que jamás se disipó, como si fuera el aliento de un hombre sobre el cristal de una ventana en una noche de invierno. Ahora tengo miedo de los objetos que habitan esta casa. La silla que ocupaba El Otro; su aborrecible lado de la cama; la polea y el brocal del pozo. Tengo la sensación de que su sombra ocupa cada espacio y es su mano la que enciende y apaga los candiles, aviva el fuego del brasero, hace que las tazas y los platos de peltre se suiciden desde lo alto de los anaqueles. Ella no habla, sólo me mira con desprecio y después sonríe. Yo rezo. Ya no sé lo que es real y lo que no. El Otro me suplantó y ahora yo lo sustituyo a él; y la sombra de su sombra viene a sustituirme a mí. ¿Quién de nosotros dos es realmente Martín Guerre?>>

EVA AVIA TORIBIO

El juguete sustituto del chocolate

La idea no me hace mucha gracia, pero es lo que toca. Mi prima se casa y nos vamos de despedida de soltera. Las mujeres de la casa, incluida mamá, y unas amigas han decidido ir a un local de striptease donde también sirven cenas, situado a unos cuantos kilómetros de aquí. El autobús contratado nos recoge a las ocho, la cena es a las nueve y el pase a las once.

Las chicas ya están aporreando la puerta, quedaron de pasar por mí a las siete y media y las muy jodidas han sido muy puntuales. No quiero ir. Lo que menos me apetece es ver como mi madre y la tía se desatan delante de mí, que vergüenza, además, mañana hay una exposición muy importante en la universidad, igual le vuelvo a ver.

Unas horas antes, en la universidad.

—¿Quién es ella? —Observándome desde la puerta.

—Una desconocida —Levantando la cabeza para mirar a mi viejo amigo. Pero pasa, no te quedes ahí —Agitando mi mano, mientras con la otra el pincel hace su magia sobre el lienzo.

—Pues parece ser que es algo mas que una desconocida —Sentándose en el sofá.

—Eh —Desde ese día nadie lo ha utilizado—, nada. ¿Qué era eso tan importante que te trae por aquí? ¿Y, por cierto, que te ha pasado? —Lleva el brazo escayolado.

—Nada, que me caí de la bici. Amigo —sonriéndome juguetón—, hermano —Levantándose—. Necesito que me hagas un pequeño favor —Entregándome un pen.

—Cuando me dices hermano significa que lo que necesitas de mí no es precisamente un pequeñito favor —Dejando el pincel en el caballete. No puedo quitármela de la cabeza.

—Esta noche tengo un pase y falta un bailarín —Elevando los hombros. Me da golpecitos en la espalda.

—No me pidas eso, hace mucho tiempo que ya no bailo —Levantándome del taburete.

—¿Recuerdas como las mujeres gritaban tu nombre? ¿No lo echas de menos ni siquiera un poquito? —Y ahí está la mirada picarona que se le ponía cada vez que subíamos al escenario.

—De eso hace mucho tiempo. Ya no me hace falta, gracias a mis trabajos como pintor puedo pagarme la carrera.

—Venga, solo esta vez. Ahí tienes la coreografía —Señalando el pen—. El pase comienza a las once. Tienes que estar a las ocho para ensayar con los chicos, el resto ya sabes como sigue. Aquí está tu disfraz. Parece que no has perdido la forma —Tocando mi brazo—, así que te quedará muy bien. Hoy Félix, será un lindo gatito negro.

—Está bien. Me vendrá bien desconectar un poquito. Anda dame el disfraz. Así que un lindo gatito. Y ahora márchate, que tengo que memorizar un baile.

Unas horas mas tarde. Las chicas ya están cenando.

—¡En serio, prima, tú y tu cuaderno de dibujo! —Sacándolo del bolso—. ¿Quién es este bombón? Chicas mirad esto —Mostrando a todas mis dibujos.

—¡A ver! —dice, mamá, cogiéndolo.

—¡Mamá! —Quitándoselo—. Es algo personal.

—Creo que a alguien ya le han quitado las telarañas —riéndose.

—Tú siempre tan chistosa, prima —Refugiando mis secretos en el fondo del bolso.

—Esto es para ti —Metiéndome algo dentro de mi bolso—. Creo que esta noche te va a hacer falta.

—No cambiarás nunca —Resignándome.

—Jamás. Es la hora, chicas, vamos al otro lado.

Suena “You can leve your hat on”. Se apagan las luces del local y el escenario se ilumina. Y como en la película, unas persianas separan a los bailarines de las damas de la sala.

Amo esta canción es toda sensualidad. Mi mente se transporta a ese día. Cojo mi cuaderno.

—Ni se te ocurra —Deteniéndome—. Hija, hemos venido a pasarlo bien.

—Está bien, mamá —Guardándolo.

Los bailarines se deslizan por el escenario y poco a poco se desprenden de su ropa. Una máscara cubre sus rostros. Las líneas de sus cuerpos meren ser dibujadas. Uno de ellos se aproxima a nosotras.

—¡Chicas! ¿Ese no es Félix? —dice, una de las amigas de mi prima.

—¡Es cierto! ¡Dios, que hombre! Cuanto tiempo sin verle.

—Pues ese tal Félix va a por mi prima. ¡Ja, ja, ja!

El bailarín, con sus gestos, me invita a levantarme. Me niego, que vergüenza. Insiste. Me niego de nuevo. Me coge de la mano y estira con fuerza, cayendo sobre su pecho. Este calor, su aroma. No puede ser. Elevo mis ojos y este gatito, Félix, como así le han llamado, es Amado. Observo en sus ojos la lujuria. Se aferra a mis caderas y susurrándome me dice que me ha extrañado.

Me zafo de él. Esto es demasiado. Mi pecho se acelera. Cojo mis cosas y salgo de esa sala.

Suena el inicio de la música, es la hora de salir al escenario. Las luces lo iluminan. A primera línea hay alguna cara conocida. Empiezo a deslizarme por el escenario, es como montar en bici, una vez aprendes ya no se olvida. Esta canción me transporta a sus líneas. ¡Que ven mis ojos! Mostrando mis encantos me aproximo a ella. Escucho mi nombre, pero lo ignoro. Toda mi atención es para ella. Me clavo en sus ojos. Le ofrezco mi mano, la que ella rechaza. Se la vuelvo ofrecer. Me niega con su cabeza. Creo que sabe que soy yo. La tomo de su mano y la aferro contra mi pecho. —Te he extrañado—, le digo, pero ella se aleja de mí. Ha debido ser impactante verme así. Resignado continuo con el espectáculo, con la esperanza de verla mañana.

Ya estoy en casa. Entro en mi habitación, enfurecida, confusa, excitada. Vuelco las cosas de mi bolso sobre mi cama. Cojo mi cuaderno y miro con detenimiento cada línea recreada en el. No he podido olvidarlo y verlo ahí, moviéndose seductor, provocándome con su mirada, ha encendido de nuevo mi cuerpo. Me recuesto en mi cama y mis dedos recorren sus líneas en el cuaderno. Su aroma, que bien huele a jazmín. Suelto el cuaderno. Cojo un pañuelo y cubro mis ojos, quiero imaginarle como aquel día. Mis dedos se deslizan por la comisura de mi boca, retomando sus besos. Recorren mi cuello suavemente. Dibujan las curvas de mis senos, su boca se aferra con fuerza a ellos. Ella sigue el recorrido por mi vientre hasta llegar a mi sexo. Cojo el sustituto que tan sabiamente mi prima me colocó en el bolso y lo utilizo con fuerza, el está dentro de mí. Sucumbo ante el placer proporcionado por el sustituto, pero no hay nada como un buen trozo de chocolate. Por cierto, ¿me queda chocolate? Creo que he arrasado con el.

MARÍA JOSÉ DÍAZ GRAUZ

Julia se atiborraba de grandes

cantidades de chocolate,su adicción,su calmante,su ansiolítico sin receta….el sustituto de su ansiedad,

de su desamor,

de su baja autoestima,

de tantas situaciones….. .

Julia soy yo,eres tú,es la madre agobiada al llegar la noche,la adolescente ,

incluso,

la química,las hormonas,

en definitiva,

el chocolate es el sustituto del placer ….

Julia no se quería ,detestaba su cuerpo,se atiborraba a chocolate y luego arrepentida,

vomitaba.

Este sustituto,calmaba su ansiedad y a la vez era esclava de una enfermedad invisible,Julia tenía trastornos alimenticios.

Su gran secreto,

inteligente,

deportista,

con un alto cargo empresarial

pero el reflejo de su espejo la defraudaba diariamente…….y nadie sabía de su sufrimiento.

ISABEL SANTERVAZ

Max

Le abrió la puerta a su hijo que volvía del colegio. El niño la mantuvo abierta unos segundos y, cuando vio que su madre se dirigía a prepararle la merienda, la cerró con suavidad.

—¡Por fin hemos llegado, Max! —habló en un susurro. Esta es mi casa y ahora la tuya. Ven, te enseñaré mi dormitorio. Te va a gustar —subieron el tramo de escaleras, apresurados—. Desde mi ventana podemos ver el río y por la noche las luces del otro lado de la ciudad —le sonrió desde su altura—. Mamá ni se ha dado cuenta de que has entrado. ¡Menos mal! A veces está tan ocupada con sus cosas que creo que ni se acuerda de mí.

Ya sabes, no te muevas de aquí —le decía mientras se quitaba el uniforme y se ponía un chandal—. Volveré pronto, desde que meriende, y traeré algo para tí, debes estar hambriento —le guiño un ojo.

El niño devoró un tazón de chocolate con galletas y se guardó algunas en el bolsillo para Max. Su madre lo observaba de reojo. Se dio cuenta de que esta vez su hijo no lloraba y que un ligero color rosado regresaba a sus mejillas. Se acercó para abrazarlo y el niño se sintió reconfortado. La miró a los ojos mientras ella le decía con dulzura:

-Sabes que Max no volverá. Aunque no encontrarás un sustituto, el dolor irá pasando. Y llegará un día en que Max será un maravilloso recuerdo en tu vida.

El niño sonrió por vez primera desde hacía tiempo y subió a su habitación, sintiéndose consolado.

MARÍA JESÚS GARNICA

El sustituto. Los sustitutos.

La habitación se ilumina después del rayo, tiembla después del trueno.

Isabel llama a su marido, pero no hay linea, coge a su hijo y se meten en el armario con una linterna, la apagan.

Isabel le dice a su hijo qué es un juego.

Alguien abre la puerta.

Tapa la boca del niño. Apaga el móvil.

Allí está él.

Los busca. Es el sustituto.

Ella se dió cuenta el primer día, pero calló esperando qué hacer.

Pero hoy se dió cuenta de qué tenía qué huir con el niño.

El niño se queda dormido gracias a sus poderes, saca las garras, el corazón le late con fuerza, abre la puerta del armario.

Pero él, está preparado, no sabe cómo pero se siente paralizada. Una neblina cubre su mente.

El hombre habla con alguien.

_Cogimos a una sustituta y a su hijo. dice una voz, desconocida para ella.

_Dira donde estan mi mujer y mi hijo? Dijo el hombre.

El hombre de la voz desconocida miro al hombre con tristeza.

Los qué eran sustituidos no aparecían nunca.

CARMEN ÚBEDA FERRER

Soy el sustituto

– Buenos días. Soy el sustituto-

– ¿El sustituto? Me parece que se ha equivocado de lugar. Aquí no esperamos a ningún sustituto-

-Pues verá. Yo creo que en este Banco necesitan un sustituto y ese soy yo. Necesito trabajo y dinero. Ningún sitio mejor que este donde se tocan los billetes. Mejor dinero que trabajo-

-Usted está chiflado. ¡Lárguese!-

-No se mosquee ni sea grosero. Necesito dinero y trabajo y este puesto que usted tiene de cajero, me parece excelente para sustituirlo-

-En el Ocean Money Banc no necesitamos a nadie. Lárguese de una puñetera vez o llamo a seguridad-

-Yo de usted no lo haría. Le estoy apuntando con una pistola, Herstal… que le dejaría un bonito agujero en el pecho y entonces si que necesitarían un sustituto. Entrégueme, discretamente, la pasta que tenga en el cajón. No mueva ni una pestaña o le pego un tiro-

El empleado obedece. El tipo se guarda los billetes con la mano izquierda en el bolsillo interior de la cazadora. La boca de la pistola asoma amenazadora entre la manga y la mano del atracador. El cajero ni pestañea. Se ha quedado más tieso que una mojama mientras el fulano sale tan campante del Ocean Money Banc. El tío camina con un transeúnte cualquiera. En cuanto dobla la primera esquina corre como un galgo en carrera. Cuando se cerciora de que nadie le sigue se deshace de la pistola que no es más que una burda imitación de juguete.

ALMUT KREUSCH

El sustituto

Venían de Mali, Mauritania , Gambia, Senegal, Ghana, Libia y hasta el Yemen.

El cayuco parecía un arca Noé humano y al igual que los animales, buscaron mejorar las condiciones de vida. No era el agua que les llegó hasta el cuello, sino el hambre, la pobreza, las guerras, las discriminaciones y la violencia. La costa senegalesa se había convertido la Mesopotamia del siglo XXI, y el Noe de ahora era traficante de humanos.

El cayuco era bonito y pintado en colores vivos, predominando el azul celeste, con símbolos y escritos que nadie entendió cuando lo encontraron.

El interior del barco, originalmente pesquero, se había transformado en un medio de transporte humano con hileras de bancos de madera y con el espacio justo entre uno y otro.

Al ver “su” barco, la esperanza de los hombres y mujeres llegados exhaustos se reactivaba y los traficantes, despiadados, no tardaron en cobrarles el pasaje: los ahorros de toda una vida de sus familias, fruto de trabajos mal pagado en condiciones miserables, eran el precio que estaban dispuestos a pagar a cambio de un futuro prometedor.

Confiaron en la promesa de una travesía segura y corta, en la calma del mar en aquel momento y en la garantía de recibir suficiente comida y agua. Creyeron la mentira de que el patrón era un experimentado pescador, cuando en realidad era un hombre analfabeto que apenas sobrevivía con lo que el mar dejaba en sus redes. Él también soñaba con un futuro mejor y aceptó de buena gana la oferta de llevar el rumbo del barco a cambio del pasaje gratuito.

Subieron a bordo con una mezcla de euforia, nervios y miedo. No llevaban más que lo puesto y se apiñaron, sin apenas poder moverse.

Se miraron entre sí, y sus ojos hablaban la misma lengua.

Les repartieron chalecos salvavidas, pero eran trampas mortales para quienes caían al agua. El relleno era de papel, cuyo peso, al mojarse, arrastraba los frágiles cuerpos hasta el fondo del Mediterráneo, convertido en fosa común.

Una brújula era su único instrumento de navegación, y al patrón sin experiencia le enseñaron que la aguja siempre debía apuntar al norte.

Al principio, el mar estaba en calma, pero a medida que se alejaban de la costa protectora, las olas comenzaron a pasar por encima del cayuco, empapándolos a todos. Durante el día, el sol quemaba sus cuerpos, y al caer la noche, la oscuridad hacía imposible ver la brújula.

Solo al amanecer podían retomar el rumbo. Un joven espabiladotomaba el timón de vez en cuando, convirtiéndose en el sustituto del patrón cuando este, exhausto, caía rendido al sueño.

Tuvieron que achicar el agua que entraba constantemente con las olas y que se mezclaba con las heces y los vómitos.

Al cuarto día, las provisiones —un poco de leche en polvo y agua— se agotaron. La promesa de llegar a tierra en cinco días quedó sin cumplir.

El frío de la noche y el calor abrasador del día debilitaban rápidamente la salud de todos. El viento se llevaba sus lamentos, rezos y quejas de dolor. Sin noción del tiempo, la sed se hizo peor que el hambre, y en su desesperación, algunos bebieron agua del mar, agotando sus cuerpos aún más. Los órganos comenzaban a fallar, el delirio aumentaba, y algunos saltaron del bote, convencidos de que habían llegado a tierra. Ninguno sabía nadar. Los primeros muertos fueron arrojados por la borda.

Una tempestad cruel dio el golpe definitivo: una ráfaga de viento partió en dos el roñoso timón. Ahora, las corrientes marinas eran las dueñas de sus destinos.

En una playa remota de una isla caribeña, un pescador divisó un pequeño bote pintado de azul. Al acercarse, hizo un hallazgo terrible: una docena de cadáveres esqueléticos.

En el suelo, yacía una brújula rota.

RAÚL LEIVA

Fe de rata

Buenas noches, grupo.

Mi nombre no les va a aportar demasiado, pongamos que me llamo Aurelio por ponerme una suerte de identidad. Como sabrán, Raúl Leiva (si es que así se llama) anda con una suerte de meseta creativa. No es que le esté pasando algo o que tenga muchos asuntos que atender, nada de eso. Simplemente se está repitiendo bastante, ustedes más que yo lo saben, tiene esa suerte de relatos con un giro inesperado cerca del final que ya no sorprende a nadie, y cuando se pone en modo “poeta” recurre a metáforas muy rebuscadas.

“Hace un rato le pude interceptar un poema que empezaba así:

Este sustituto que me habita,

no es más que un fantoche agazapado,

no se diferencia de mis traumas del pasado,

ni del juglar que cada tanto me visita.

Este sustituto nunca grita,

es un tibio reflejo, un garabato dibujado,

un olvido traicionero, un mal pecado,

una milanesa sin huevo ni papafrita.”

Lo juro… me sangraron los ojos de solo leerlo. Y lo que continuaba era peor aún. Hago malabares para poder corregir las atrocidades que se le ocurren, esos “giros” por lo general son producto del teclado roto que le borra párrafos enteros. A veces es un favor que le hace la tecnología tirando a la papelera textos enteros.

Por eso mi trabajo es una suerte de filtro de textos, pero últimamente es imposible, sepan disculpar. En un taller literario (sí, sí…fue a un taller literario, dos días, pero fue…) el director del grupo le dijo que lisa y llanamente su poema era una merd. Raúl, lejos de desistir, se puso de pie y lo increpó, le dijo que a lo mejor tenía detalles, algún que otro error, cositas a ser corregidas, que en definitiva faltaba pulirlo un poquito tal vez. El director fue tajante, le dijo con voz grave “¿usted alguna vez trató de pulir un pedazo de excremento?”.

Se autoconvenció que a Bukowsky (a quién nunca leyó) le debió haber pasado algo parecido, y se fue con la frente en alto y la bragueta abierta. De verdad fue esto, lo juro.

Así que sepan disculpar este momento de catarsis, pero creo que es necesario que sepan algunos interiores de los “escritores” de este grupo.

Me voy y los dejo, debe estar por despertar del golpe que le tuve que dar en la cabeza cuando estaba por mandar su obra póstuma “Gost Raiter”, un papelón más de esos a los que nos tiene acostumbrados.

Un abrazo a todos.

Cordialmente, Aurelio.

P.D.: ¡Jajajaja! Cayeron. Soy Raúl.

P.D.2: Perdón, perdón, en un descuido se despertó y agregó el Post Data…quiso hacerse el gracioso poniendo un giro, fiel a su “estilo”. Ya lo desmayé de nuevo. Disfruten de los textos…no de éste, de otros textos digo. Adiós.

GRACIELA PELLAZZA

Busco un sustituto, alguien que haga de mí; para no afligir al entorno.

Quiero creer en esa extrañeza que tienen los perros cuando te vas y no vuelves.

Y sentarme a mirar como le va con esta vida.

Seguramente debe venir con algunas cualidades y falencias que tengo marcadas.

Sino, se notaria que no soy yo ¿Cuántos dudarian?

La idea es descansar.

Un tiempo

Un verano tal vez.

Igual mientras busco me hace ruido eso de no querer volver.

¿Y si no vuelvo?

Pobre mi yo

Buscándome.

NUMIRALDA DEL VALLE

SUSTITUCIÓN

En un pequeño pueblo vivía Eliza. Tenía 36 años, de ojos color miel y cabellos negros como la noche. A lo largo de 10 años de matrimonio fue ganando algunos kilos perdiendo un poco la esbeltez de la juventud. Conocida por su sonrisa tímida y una bondad sin igual, era muy apreciada por familiares y amigos.

A pesar de la imposibilidad de concebir hijos, no sentía ningún tipo de frustración. Dedicada al esposo, casa y trabajo como secretaria en un colegio, la vida le transcurría plácidamente hasta hace un año aproximadamente cuando Rigoberto, al cumplir los 40, empezó a modificar su apacible carácter. Ahora todo… casi todo, lo irritaba.

Al parecer nada lo satisface manifestando la necesidad de cambios en su estilo de vida familiar y laboral. Quería sustituir el móvil, el ordenador, el coche, hasta la vestimenta. Lo peor era la forma brusca que adoptó para tratarla.

—Eliza esta comida engorda—gritaba—mirate como estás.

—Eliza busca un sustituto para ese detergente, la camisa quedó sucia.

—Comprame unos tenis nuevos que voy a empezar a ir al gym.

—Cambia esto, aquello, lo otro. Así cada día. Realmente estaba insoportable.

Una noche le manifestó, molesto, que debía viajar por dos meses a cumplir un compromiso de trabajo, pero al volver renunciaría.

—Llevas tiempo esperando ese viaje, tú deseabas hacerlo. No entiendo porqué estás enojado—le respondió ella, algo cohibida.

Él ni se molestó en responderle. Aunque un dejo de remordimiento empezó a corroerlo y quiso disculparse, el orgullo le ganó.

Pasado el tiempo estipulado, Rigoberto regresó a casa con la intención de rectificar la injusta actitud hacia la esposa quien no tenía la culpa de su crisis existencial. Eliza bellamente arreglada lo esperaba en el salón. Un varonil sustituto la acompañaba.

MARÍA GALERNA

Una historia triste, tristísima

El comienzo de nuestra relación fue perfecto. Mimos, cuidados, sonrisas… Deseábamos estar juntos. Ningún tiempo era suficiente, siempre queríamos más.

Te arreglabas para mí, ponías nuestra música…

Me gustaba sentir tu peso sobre mí. Tus manos, tocándome. Los suspiros se mezclaban con el sudor, caíamos rendidos, pero felices.

Todo ha cambiado. Ya ni me miras. Soy invisible. Solo cuando me tiras tu chaqueta, eres consciente de mi existencia, pero me olvidas al instante.

Sé que hay otra. Otra con la que sales, para la que también te vistes, como lo hacías conmigo. Tendréis una música propia. Distinta. Eres feliz… sin mí.

¡Qué cruel es mi vida! ¡Ojalá me vendiera en Wallapop!

Total, solo soy… una bicicleta estática.

CESAR TORO

Yo hablaré de: “La sustituta”

No entraré en detalles ni menos en explicaciones sobre la ley ni nada que se le parezca.

Solo quiero resaltar el coraje y la valentía de aquellas mujeres, madres, abuelas, hermanas o tías, que sin haber parido crían, educan y dan amor a sus hijos putativos, que por x razones cayeron en sus manos, ya sea por motivos de guerras, migraciones, muerte de sus progenitores , abandono, etc.

Mi admiración y respeto a las madres y padres que sin haber parido hijos, los quieren y acogen como propios.

Para mi son, unos héroes sustitutos y sustitutas.

ARITZ SANCHO MAURI

La creatividad no tiene sustituto.

La sonrisa en tu mirada,

¿asustado? Me confundo.

Conquista la madrugada.

¡Resistete a ser el segundo!

Elegante, alocada.

Amarillo, mudo.

Tirando sigue de la cuerda.

¡Instigame y te desnudo!

Versos como destellos,

imaginando en tu mente,

donde el dolor es más bello,

aderezado por accidente.

Donde el dolor es más bello,

no me ames fielmente,

o pisoteare la querella.

Temele con miedo al tiempo.

Indicame, ¿cuál es la estrella?

Enséñame, ¡arrepientete!

No te acerques, pequeña.

Estoy malgastando el papel,

sintiendo lo atonal divertido.

Untando en tus ojos la miel,

¡Siento caer en el olvido!

Tener fe es buscar el camino.

¡Invitame a tocarte la piel!

Tientame a perder el sentido.

Untando en tus ojos de miel,

tientame a perder el sentido

o devuélveme la contraseña.

AXY LINDA

Luis bajó del tren, entusiasmado por el trabajo que lo había llevado hasta aquel pueblo remoto.

Se dirigió al único bar del lugar y, al entrar, el bullicio se apagó. Todos los ojos se clavaron en él, mirándolo como si hubieran visto un fantasma. Antes de que pudiera pedir un trago, una voz estridente rompió el silencio: “¡Es él! ¡Es el asesino!”

Luis retrocedió, confundido. “Debe haber un error”, murmuró, pero las miradas no cambiaron. Salió asustado, uno de los hombres le sonrió, dejando entrever una mueca gélida: “No te dejarán ir.”

Intentó huir, pero todas las calles lo devolvían al mismo sitio, como si el pueblo se cerrara sobre él. A la mañana siguiente, lo hallaron sentado en la plaza, con una sonrisa vacía y la misma ropa manchada de sangre que llevaba el asesino cuando lo atraparon años atrás. “No es el mismo”, murmuraron. “Pero servirá como sustituto.” Y, sin más, lo arrastraron hacia el cadalso.

ELEFANT YUFUS

–…tres días después de aquella tarde en qué la luna se paró frente al sol mataron a Agustín Barrera. Era jueves «según yo…» pa amanecer lunes cuando las noticias llegaron hasta los oídos de ella. Lo encontraron río arriba en la nopalera de Juan Jerónimo “el alto”. Frío y descolorido, con una de las botas puesta pues llevaba los pies como tamales, envueltos e hinchados. Los coyotes se disputaban su carne cuando Juvencio, el más chico de los García, lo encontró mientras regresaba de cortar leña por la vereda; los apartó con su garrucha y su ayate lleno de piedras, lo subió al asno y bajaron por toda la orilla del canal donde anidan los zenzontles en primavera.

¿Y por qué? Se preguntará “buen escucha…” yo mesmo le doy respuesta. Por sembrar la semilla en tierra ajena; decían los boquiflojas en el sepelio de Agustín Barrera. ¡Esos que no saben de amor, ni de duelos! Esos ñeros que solo van por el café y el pan que dan en los entierros. Lo entierraron junto a Marta y Aureliano, sus padres, en el campo de las ortigas verdes, ahí donde los pobres entierran a sus muertos. La muerte le había echado el ojo mucho antes de entrar a la taberna de los madroños, esa pocilga de mala muerte que en sus tiempos era el oasis de los viajeros y las putas de a cinco pesos. José Manuel y Manuel Fernando, su hermano el que estaba enamorado de Raquel, la de ojos bellos, le jalaron el gabán por la espalda y ya tumbado en el suelo lo zapatearon hasta romperle las costillas. Su dolor fue muy suyo pues nadie fue bueno pa defenderlo. Lo sacaron arrastras, le amarraron una cuerda a la altura del pescuezo y lo pasearon por todo el pueblo hasta que sus mesmas manos soltaron el mecate con el cuál detenía la presión ejercida en su cuello; permanecía inconsciente más no muerto.

El otro lo miró extrañado, dio una larga calada al cigarrillo que pendía de sus resecos labios mientras pensaba en como un sujeto tan joven pudiera describir con tal pulcritud los hechos ocurridos hace más de una década en ese mismo pueblo. Levantó la mirada y sus ojos se cruzaron con los del joven, no había ningún rasgo que pudiera delatar algún parentesco con el occiso, tampoco el nombre proporcionado le decía algo. Hizo un gesto con el rostro para alentarlo a seguir hablando, deseaba saber qué tanto sabía aquel joven de ojos castaños.

–Su rostro sangraba con el roce de las piedras que encontró en el camino, parecía el mismo Cristo al que le juró amar a su mujer hasta el último momento. Lo revivieron con agua y alcohol de caña que pusieron en sus heridas, solo para seguir encaninandolo al cementerio. Los gritos de dolor se oían a veces cerca de los magueyes y otras lejos, por la vereda de las siemprevivas. Lo traiban de allá para acá, arrastrado y moribundo como un perro al que hay que demostrar ante el pueblo que lleva la rabia en el hocico. «Tovia no hemos terminado contigo» dijo Manuel Fernando, mientras José Manuel se empinaba la botella medio vacía.

Le cortaron los huevos con una hoja de afeitar y lo aventaron ahí donde lo encontrara aquel día lunes por la mañana Juvencio García, poco más de medio cuerpo tendido al intemperie y lo demás quizá en el vientre de los rapaces coyotes muertos de hambre. Lo reconoció por la camisa que llevaba puesta y la gargantilla que le pendía del pescuezo, con su nombre grabado junto al de ella.

Hizo una pausa para examinar la habitación, solo había un escritorio rápido y un librero con carpetas mal puestas. Un teléfono de disco en color crema que bien pudo haber sido blanco en otro tiempo. Se secó el sudor que escurría por su frente y continuó:

–Hace diecisiete años de eso –En ese momento sacó de su bolsa una cadenita de color gris con una relicario en forma de corazón que colgaba de la misma. La colocó sobre la mesa delante del viejo alguacil mientras su mano izquierda desaparecía debajo de la mesa. El hombre frente a él la miró sin inmutarse, era un cacharro, una simple baratija que se podía conseguir en cualquier lado. –Hace dieciséis años que vengo buscando justicia a ello.

El alguacil siguió inmovil, el cigarrillo se enrojecía y se oscurecía entre sus labios. El humo escapó de su nariz al igual que su aliento para decir:

–Has venido a buscar justicia ¿Eh?

–Si

–Justicia enterrada hace unos…

–17 años exactamente

–Umm… es imposible desenterrar el pasado

–Imposible no, quizá difícil pero no imposible. La sangre de Agustín Barrera sigue pidiendo justicia. Lo he visto en mis sueños.

–Lo has visto dices…

La ceniza cayó sobre la mesa mientras la colilla del cigarro bailaba en la boca del alguacil mientras escupía las palabras.

–¿Y cómo es él? ¿Qué te ha dicho?

–Me ha dicho que la venganza es un buen sustituto de la justicia cuando ésta no se aplica de manera correcta y que en el acto hubo alguien más, un hombre que operaba entre las sombras, un halcón diría yo.

En ese momento una gota de sudor asomo en el rostro del alguacil, aquella seguridad poco a poco se vio desmoronarse en su rostro.

–¿Tienes nombres?

Se llevó la mano al sombrero y descubrió su frente perlada del sudor que le bajaba por ambas sienes.

–¿Usted cree que si no los tuviera estaría aquí?

En ese momento se llevó la mano al cinturón, ahí estaba el arma que le confirió el estado hace algunos años, la acarició y sintió la misma seguridad de antes.

–¿Le importa si enciendo un cigarrillo?

–En absoluto

Se llevó la mano a la bolsa del pantalón y sacó una cajetilla de color rojo. Extrajo uno con los labios y el hombre frente a él le ofreció fuego cubriendo la cerilla con ambas manos. Estando cerca el uno del otro le susurro con el cigarrillo entre los labios.

–El halcón se ha vuelto porcino y su nombre es: José Balthazar Pérez del Real

La placa en el escritorio llevaba el mismo nombre mencionado por el joven. El martilleo de una arma apunto de ser activada inundó la atmósfera de aquel pequeño habitáculo. El sudor bajó despacio por el rostro del alguacil. Un sudor frío que contrastó con el calor del mediodía.

–Usted es quien debió testificar en aquel momento lo ocurrido pero hizo todo lo contrario. Se volvió cómplice en vez y por ellos fue recompensado.

El sudor le comenzó a oscurecer las axilas y la espalda de la camisa a cuadros.

–Pero se ve que usted no sabe lo que es testificar y mucho menos lo que es justicia.

En ese momento quiso mover su mano hacia el revólver que tenía bajo el cinturón pero el joven le advirtió:

–Ni siquiera lo intente.

Volvió las manos a dónde el joven pudiera verlas.

–Se dice que las personas que en la antigüedad debían testificar ante un tribunal debían tomar sus testículos y dar fe de lo que iban a decir apretando sus propios genitales. Pero lo que se ve es que usted no tuvo los huevos para hablar y que en ese momento se hiciera justicia con los que mataron a mi padre.

Las oscuras pupilas se dilataron en el rostro desencajado del alguacil mientras su respiración se iba agitando cada vez más rápida en su pecho.

–¿Le parece si damos un paseo por la nopalera de Juan Jerónimo “el alto”? Me gustaría que platicaramos los hechos ocurridos hace 17 años. La misma noche cuando Agustín Barrera murió, era jueves para amanecer lunes dicen en el pueblo. Tres días y cuatro noches, mi madre y yo estuvimos en vela. Cuatro fatídicas noches en que él sufriera. Venga, le aseguro que nadie nos molestará allá arriba en la sierra.

Tomaron el caballo del alguacil y se perdieron entre la montaña, río arriba por la nopalera. Tres días después encontraron los restos del cuerpo del funcionario tendidos al sol con los huevos en las manos. Las cuencas de los ojos vacías y un letrero que decía:

La venganza es el mejor sustituto de la justicia cuando ésta no se aplica de manera correcta. Aquí yace el halcón que dio el pitazo la noche que mataron a Agustín Barrera.

MARIANA DI PASCUA

EL SUSTITUTO Conocí a Facundo en la página de Tinder. Mis cuarenta y uno le sentaban tan bien a mi apariencia que los mach me obligaban a mayores de veintiocho y menores de cuarenta. Mis fotos casuales con mi ropa retro y mi carrera de Nutricionista me ofrecía ingenieros, médicos o quizá estudiantes, Ahí se podía mentir un poco aunque lo que atrapaba más a mis elegidos era la verdad. Mi verdad de mujer madura gustaba. Entre las coincidencias aparecía en el mercado un jóven bonito que apenas miré en fotos. Decía facultad de medicina. Entre hombres de carne y hueso no me faltaban invitaciones de» salimos a tomar algo «, por lo que yo prefería charlar de temas que me introdujeran en un parcial mutuo sin calificación. Bueno, yo en silencio calificaba y me calificaba, algo de Nerd sapiosexual. Él era estudiante de tercero o 4to de medicina y yo había paseado por varias carreras dentro del área. Contó que era del interior, que tenía un hermano mellizo y una hermana más grande. Luego exagero en algunas cosas que no me preocuparon. Sentí mintia un poco pero quizá yo quise creerle. Me gustaba hablar de medicina y especialmente conincidiamos en microbiologia. Bacterias, virus, hongos y levaduras. Accedí a verlo. Previo aviso de sin compromiso Si llegaba a quedar había un indicador básico más allá de todo. Yo los tenia que oler en el saludo inicial para seguir o decir el discurso :»sos lindo pero no mi estilo » o seguir en la seducción sutil que le diera seguridad. No sé pero algo en mi daba miedo y estaba vinculado ha la poesía que aprendí a esconder. Nos vimos en una plaza céntrica de la capital. El lugar público era lo más seguro. Su aroma mezcla de el propio y el perfume importado me hicieron seguir en su compania. El llegó algo agitado y nervioso. Supuse que era por sus once años menos de vida. Sin mucha vuelta lo ayudé a migrar al hotel. De esa edad no era para hacer vueltas para lograr un noviazgo. En el hotel caminamos de la mano hacia la habitación. Esta vez no era el lugar mas barato. Yo supuse cosa de doctor precavido por los bacilos, estreptococos, estafilococos y todo el bicherio de microscopio que nos unió para vernos. La pasión salió sola, sin casi palabras. Mire! que íbamos a charlar de infecciones durante las deliciosas caricias y las miradas cómplices. Todo fue muy encantador y terminamos conversando con él recostado en mis piernas. Yo casi maternal le despeinaba el cabello. Fue ahí cuando le pregunto que me dijera su verdadera edad. Que en verdad mi límite de edad más importante era el superior, el inferior podía bajar siempre que la garantía diera para no ir a la cárcel. Ahí me dijo que tenía veinticuatro. Ese tipo de cosas solían ser mentiras blancas puesto que hacía bien en pensar que sin ella yo no lo habría visto. Ya no tenía mucho que hacer en aquel cuarto así que le empecé a hacer preguntas juguetonas sobre los microorganismos. Vamos a ver Doc le dije :Que tanto sabe para el examen que salvo con honores. Vi que su rostro se puso serio y se sentó en la cama. Entonces ataque con lo básico. Ana_¿En que se diferencia un virus de una bacteria? El silencio se hizo largo hasta que un mensaje lo salvó del interrogatorio. Fue en ese momento que le llega un texto que de reojo logré ver el nombre de quien lo mandaba. Logré ver que el texto lo enviaba un tal «Facundo» y entonces este «Facundo» tomó rápido su celular tapando la pantalla. De todos modos en el 2017 yo no necesitaba lentes y vi en una maniobra la foto idéntica a mi acompañante. Lo vi leer y responder apurado. Yo cambié de tema. Saqué temas sin biología y le dije que me hablara cuando quisiera Nos vimos 3 o 4 veces más y deje de tomarle examen teórico. Jamás supe su verdadero nombre. En el celular hasta hoy sigue agendado como «Facundo» el sustituto». ! A mí un nombre no me quitaría lo bailado!, ni la posibilidad de algunos bailes más. Pocos días después recibo un mensaje de un número desconocido. Reconocí la foto. El me avisó que tenía un número nuevo. Agendé : «Facundo el titular» y sigue agendado hasta ahora. (ficción) Tema :sustituto

LETICIA R MENA

El sustituto

El sustituto del tío Matías es un tipo algo raro.

No solo por la extraña forma de hablar, ni esa costumbre de llamar a mi tía Marta “mi amol” todo el tiempo.

Aquí en el pueblo es toda una novedad. Creo que, además de por la forma de hablar, es por ese color de piel.

Tan negra como el café que tomaba el abuelo.

Ese abuelo que la abuela no se cansa de nombrar últimamente, a cada rato vista al techo diciendo que “si levantara la cabeza se volvería a morir solo del sofocón y del bochorno por el nuevo yerno”.

“La comidilla del pueblo”, añade la abuela, “somos la comidilla del pueblo”.

Yo la verdad no le veo lo vergonzoso.

A pesar de ser un tipo raro, es muy simpático, y le gusta ver Bonanza conmigo mientras meriendo pan con chocolate, y repite una y otra vez que los gringos esto o lo otro.

No tengo muy claro porque la tía Marta cambió al tío por este otro.

Ni que fueran cromos.

Al principio creía que era porque el tío Matías se había muerto. Porque mi padre, cuando no lo escuchaba mamá y siempre entre risas con los amiguetes, no dejaba decir que el tío estaba en el paraíso, en un lugar mejor vaya.

Y eso es lo que se dice cuando alguien se muere, que lo sé yo, aunque solo sea un mocoso.

Pero tiempo después el tío envió una carta. Creo que fue por Navidad o por ahí.

La carta, que apenas eran cuatro letras sin importancia, venía con una foto del tío agarrándole de la cintura a una señora que no era la tía.

Debía ser familia del tío sustituto porque tenían el mismo color de piel.

Cuando se lo pregunté a mamá me llevé un capón, y papá otro por dejarme ver cosas que yo siendo tan chico no tenía por qué saber.

Con el capón iba a la amenaza de no contarle nada a nadie.

«Ni a Miguelito», pregunté yo.

«Ni a Miguelito, ni al Jesusito de mi vida, ni el cura en confesión el domingo», sentenció mi madre.

Yo le contesté que eso seguro era pecado. Ella me convenció dándome veinte duros para comprarme chucherías, y la amenaza de otro capón si abría la boca cuando volví a intentar sacarle otros veinte duros al día siguiente.

La verdad es que este tío sustituto es más divertido que el original.

A la tía la tiene contentísima, siempre se está riendo y hasta la está enseñando a bailar

Pero yo seguía con la curiosidad.

Así que el otro día le pregunté a papá el porqué del cambio de tío.

Sin que mamá me escuchara, por supuesto, no quería yo llevarme otro capón

Me respondió con la universal frase que usa cuando no quiere explicarme algo

“Son cosas de mayores, no preguntes tanto”

Pero luego le escuché, cuando decía entre dientes, que a él no le importaría cambiar a mamá por una mulatita cubana como la del tío.

Eso me dejó pensando preocupado.

No por el miedo a cambiar de madre, o por si la sustituta fuera a ser negra o de otro color.

Más bien es la duda de si la madre sustituta daría tan buenos capones como la mía.

Seguro que no.

Ya se sabe, mejor malo conocido.

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22 comentarios en «El sustituto – miniconcurso de relatos»

  1. El relato de Luisa Margarita lo elegí totalmente independiente de lo lindo que ella con otras chicas me regalan en su tiempo de amistad virtual literaria. Siempre soy justa con mis elecciones. Esta vez Luisa me hizo sentir que el personaje no era ella, lo sea o no. Pocas veces siento que algo es casi todo real, lo parecía, yo creí que no. Logro que yo sufriera el personaje, la situación, las ausencias, la crueldad y para mi no existían colegios de tal inhumanidad. Se claramente lo existen de primera mano, pues logre tener una nueva hija que salió del cuidado de monjas. Hice negación de lo que claramente me dolía y duele.

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  2. Está semana divido el voto entre dos grandes plumas, con distintas formas de encarar el tema.

    Humor, ironía, de Armando Barcelona
    Relato veraz, crítico y duro de
    Elefant Yufus.

    Sois muy grandes todos

    Responder

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