Lo innecesario – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «lo inneccesario». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 10 de septiembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

«Lo innecesario «. Continuación del tema de la semana pasada «Diferentes interpretaciones «.

Todo había cambiado, o a lo mejor el que había cambiado era yo. Tras más de veinte años volví a aquel lugar en el que un día fui feliz en el pasado, ahora era inhóspito, la gente era diferente.

La seguridad de antaño brillaba por su ausencia, las miradas turbadas de aquellos nuevos moradores de esas tierras me indicaban que no era bien recibido y no creo que las estuviese interpretando mal; unos instantes de silencio me transportaron a sentir un miedo atroz, mi corazón iba a galope mientras aquella criatura me destripaba con los ojos, me hubiese encantado leer su mente para saber exactamente qué es lo que pensaba acerca de mí o mejor aún, qué quería hacerme.

Sin mediar palabra comencé a correr todo lo rápido que me era posible, para mi sorpresa mi raudez era equiparable a la de un atleta en unas olimpiadas, me sentí orgulloso de mí mismo, hasta que me dí cuenta que pese a mi inaudita rapidez aquel ser me seguía el ritmo casi sin despeinarse. Su aspecto era de una gran masa corporal, pero algo indicaba que no era humano, tenía los ojos con un brillo impropio y con el reflejo del sol parecían dos láseres apunto de incinerar todo lo que se le antojase.

Tropecé con una piedra que no vi en el camino, huir del asfalto y la protección que me daba la urbe fue un error, campo a través le fue más fácil dar conmigo. El golpe me había dejado aturdido y perdí el conocimiento.

Desperté en el tema semanal de la semana que viene…

Continuará

Autor: José Sergio Santiago Monreal.

«Lo innecesario».

Era innecesario intentar escapar, me habían amordazado de pies y manos. De facto me quitó aquel pedazo de celofán de una tirada, rápido;sin titubear un ápice. El estruendo producido por mi grito fue tal que estoy seguro que pudo escucharse en un ratio de varios kilómetros.

-Aaaaaaaaaaaaaaaa.-

-Menuda nenaza eres-. Me dijo de manera peyorativa aquella criatura de Satanás.

-¿Quién eres?,¿qué quieres de mí?- Le pregunté absorto por intentar sin éxito desmaniatarme.

-Tu peor pesadilla.- Contestó de manera burlona y sarcástica aquella alinaña.

-No es necesario que me ates, desátame por favor, ¡me duele mucho, sobre todo los brazos! Le imploré con ojos tristones intentando que se apiadase de mí.

-Ya si eso te desato en el tema semanal de la semana que viene.-

Será hijo de la gran puta, me va a tener así una semana más por lo menos. – Pensé mientras le obsequiaba una mirada dragona de esas que perdonan vidas.

Es innecesario continuar pensó el narrador mientras ponía la palabra que todo lector odia por ser necesaria una espera en estos tiempos donde premia la inmediatez…

Continuará.

ANTONICUS EFE

Para el tema de la semana. Lo innecesario

José Barcenas “Barcenilla” era un cantaor de quejío y raza, que ya llevaba varias décadas pululando por los escenarios de todo el país, incluso de más joven, había ido a hacer una temporada en Japón. En su adolescencia había sido novillero, “El niño de Calatayud”, pero una corná que le rozó la taleguilla le hizo replantearse lo del toreo y decidió tirar por el cante jondo. Su voz era rasposa, de lija del 10, pero profunda y envolvente, debido a su afición por el Mencey (un tabaco canario al que se aficionó cuando hizo la mili en Fuerteventura). Lo que mejor se le daba -todo cantaor tiene una especialidad- eran los fandangos de Huesca y los tanguillos de Teruel. Ahora a sus muchas canas, se le presentaba la oportunidad de triunfar a lo grande en el CCLV Festival Internacional de Cante Jondo de Soria y Alrededores, que era casi como si te dieran un Emmy o un Grammy en mùsica, lo veían millones de personas a través del canal internacional, además del público que acudía in situ al evento. Era una semana donde se juntaba lo más granado del flamenco y derivados. Antaño solo era para cantaores puros, pero hoy día con la globalización se había abierto también a distintas categorías: rumbita gallega, fusión del manzanares, flamenquito de Burgos, rock flamenco de Amberes o copla de Medinaceli (esta categoría solo para artistas locales), entre otras, aunque el plato estrella, por supuesto, era el flamenco puro. “Barcenilla” había contratado a lo más granado del toque, las palmas y el baile que había en el panorama musical para el evento, a saber: La Niña de Santurce al zapateo, Joché y Manué los palmeros de Chiclana obviamente a las palmas, Antoñito de Plasencia y Remolino de Azuaga a las guitarras y Garniquita de la Vega -la niña prodigio- al cajón. ¿Qué podía salir mal? Garganta a punto, buen acompañamiento, buenos aperitivos -eso era sabido de todo el mundo, el jamoncito de Palencia, el queso de Carabanchel y el fino de Vallecas nunca faltaba en la mesa, incluso entre canción y canción-.

Por fin llegó el día del comienzo del festival, Lunes por supuesto, si era una semana, era una semana. Abrió el festival la artista invitada Tropelía, que fusionaba, o eso creía ella, el flamenco con el Trap y el Reguetón para irse sucediendo las actuaciones día tras día de destacados y destacadas artistas del panorama flamenco: Los compadres de Orense, Manué tiés nombre gitano, Tempranillo de Almería, el Ruiseñor de los Monegros, Rocío es una aguilla mañanera, Isabel de La Toja y tantos y tantos nombres ilustres, Barcenilla por supuesto actuaba el domingo en prime time.

-Ay ojú mare, que nerviozo eztoy- farfullaba mientras paseaba por el camerino de atra´s hacia adelante.

-¡Ya te digo, un aragonés de pura cepa hablando como los de Caí- le indicó para que se serenase un poco Maite, La Niña de Santurce.

-Tu sabes que este acento queda mejor para los quejíos y los melismas, pero gracias por el inciso, ahora estoy seguro de que nos vamos a comer Soria- contesta ya más tranquilo.

-Bi que lo bigas, jo ja ve la espoy cobiendo- Contesta Manué uno de los palmeros moviendo muelas a dos carrillos.

Se hace el silencio en el tendio, la presentadora pronuncia las palabras mágicas:

-Sras y Sres. Publico y Televidentes. Patrocinadores y Colaboradores con todos ustedes…, el único, el inigualable, “la garganta”, el gentelman del cante ¡José Barcenas “Barcenilla”!

La ovación suena atronadora, uno a uno van saliendo los componentes del combo saludando como si fuesen los “Bitels”, el estruendo llega a límites insospechados de pasión cuando hace su aparición El Maestro. Una pocas notas de afinación, un zapateo de La Niña y empieza Garniquita con el redoble para acto seguido, entrar los bordones de la guitarra de Antoñito bien armonizados por los adornos en Mi mayor de Remolino, un par de quiebros de garganta, ajaiiiin, ajaaaainn, y empieza el chou.

-¡Amos Barcenilla!- suelta Joché dando entrada al cante.

-Aivvnnnn Aivvnnn que yo te quiero a tíiii y jinnnn

que yo te quiviviverouuu a tíii.

A pesar de las penitas que me divivisteeeiiin

que yo te quiviviverouuu a tíiiiii

y que naide, y que naide te venga en mi presencia

aivvinnn avvnnnn y a maldeeeesirrrr-

-Olé maestro!- se pone el público femenino en pie y sin dejar que acabe la canción, las féminas asaltan el escenario. Cuando por fin la seguridad del evento consigue desalojar el escenario, encuentran al maestro Barcenilla, con la ropa arrancada y besos de carmín por todo el cuerpo, casi en estado de Shock y se ponen a reanimarlo.

-¡Mi cartera, ¿Dónde está mi cartera?- es lo primero que se le viene a la mente.

-Te dije que era innecesario venir aquí, que tu tenías tu público en la Taberna de Pepe en La Almunia de Doña Godina, espero que te sirva de lección- le espeta a bote pronto La Niña de Santurce.

-¡Mi cartera, ¿Dónde está mi cartera?­- vuelve a preguntar paranoico.

-¿Pero que palo con la cartera? Todavía no te han pagao- vuelve a contestar La Niña

-Señora, aquí cobra todo el mundo por adelantado- replica con voz grave Amancio Ortiga el organizador.

-¡Mentiroso, se te emplea, pensabas quedarte con todo!- entra en cólera la bailaora.

Mientras tanto no muy lejos de allí…,

-Uno de veinte para tí, otro para Joché, otro para Manué, otro para Remolino y otro para mí- va contando Antoñito mientras reparte.

-¡Cuánta razón tenías cuando dijiste que era necesario que vigilásemos bien a éste pájaro, cuánta razón tenías­- sentenció Garniquita de la Vega.

ARMANDO BARCELONA

Si es que es no hacía falta…

¿Y esto te parece necesario, Rosa Mari? Mujer, que son treinta, no, treinta y un años de convivencia, corazón, hay confianza para hablar las cosas, digo yo.

Vale, que sí, que voy muy a lo mío, siempre dándolo todo en el negocio y muy poco en casa, tienes razón, pero, cariño, vivir en La Moraleja, costearte la tarjeta VIP en el club de golf, tener a tus padres instalados, todo el año, en el chalecito de Oropesa y a los chicos estudiando en Lóndres…, hija, qué quieres, hago lo que puedo, la madre de Supermán se murió en el 36; uno tiene sus limitaciones, no me parieron en la factoría Marvel.

No, no digas nada, reina, déjame hablar, aunque sea por esta vez.

Hay formas de llamar la atención, si es lo que querías. Oye y no te quito razón, Dios me libre, pero qué quieres, ¿de verdad que no había otra? A ver, que no te juzgo, quién soy yo, pero este señor aquí, en nuestra cama, en pelota picada…

Por cierto, soy Antonio, el marido, mucho gusto, y usted, no me lo diga, por lo que adivino es el entrenador de pilates; menudos pectorales que se gasta, amigo, se notan las horas de entrenamiento en el gimnasio, ahí, dale que te pego: cardio, musculación, full contact.

Lo suyo son las sentadillas, se le nota en lo prieto del nalgatorio. Yo, asentar, lo que se dice, soy asentador de frutas y verduras en Mercamadrid; a las cinco de la mañana estoy todos los días ahí, a machete, como un valiente, pero es lo que tiene ser de culo bajo, que no se me luce.

En fin, Rosa Mari, mi vida, que hay maneras y maneras. Todo se puede hablar y me parece innecesario este despliegue de medios tuyo para enviar mensajes. Haz como yo, que te lo digo de frente, sin parafernalias, a la pata la llana y calzón quitao; bueno, eso tampoco, que con lo que se gasta, aquí, este señor, más vale guardar las formas.

Cariño, no tenemos un duro.

Hija, qué quieres, un bajón financiero. A ver si te crees que es solo el petróleo; a mí me ha pillado la crisis de la judía verde gallega: se ha puesto a unos precios que me descojono yo del barril de crudo.

Pero no te vengas abajo, corazón, y usted joven tampoco, aunque presumo que su «bajón» es circunstancial; anda que no hay Rosamaris de sobra en el mercado, ¿verdad, amigo? Por cierto, sáquele gusto a ese culín de güisqui caro que le queda en el vaso, porque ya no hay más.

Tú haz lo que quieras, mi amor: esta casa ya es del banco y el chalecito de Oropesa también, avisa a tus padres, que no les coja de golpe la impresión. A los niños los repatriará el consulado y yo me voy a vivir con Merceditas, más maja. Curra de cocinera en el bar del merca: tiene celulitis, las tetas un pelín caídas y en su puta vida ha pisado un tapete de yoga, pero, hija, hace unos callos de bacalao con garbanzos que quitan el sentido.

¡Joder, que a gusto me he quedado!

Ves, así se dicen las cosas, sencillamente, sin alardes innecesarios, ni pijadas, con naturalidad. Y daros prisa en acabar lo que estabais haciendo, porque los de la comisión de acreedores están en la puerta y, digo yo, que tampoco es plan.

Ahora, no sé, cosa vuestra.

SUSANA NÉRIDA

Arde en la hoguera

La refranera

Estaba en la bañera

Con embrujos cañera.

Arde en la hoguera

Y ya no se espera

A la refranera.

Arde en la hoguera

Ya no está entera

La refranera

Arde en la hoguera.

Arde en la hoguera

Y no es traicionera

Sólo estaba en la ratonera

Por ser comunera

RAQUEL LÓPEZ

El corazón del invierno

Siempre que llegaba el invierno, regresaba allí a las montañas cubiertas con su manto blanco y rodeadas de cabañas de madera y bosques majestuosos.

De niña, subía con mi padre allí y observaba » el corazón del invierno» en los Alpes.

Mi padre siempre repetía lo mismo cada vez que subíamos pues conocía aquello a la perfección:

-… Se acerca un invierno duro…

En la cabaña contábamos con todo lo necesario para subsistir, lo innecesario, los grandes lujos con los que disponían la mayoría de la gente no importaban pues nos teníamos el uno al otro y eso era lo realmente importante, sentirnos libres. Me encantaban las historias fantásticas que me contaba con un aura mística de seres mágicos, duendes y ninfas, guardianes de las montañas y convirtiéndolo en un mundo propio.

-¡ Vamos Ania, date prisa, la noche caerá y queda mucho camino¡- me decía Nayma, la ninfa del bosque.

-No puedo- contestaba- hace mucho frío y tengo que volver a casa…

La manada de lobos que nos acompañaba se acercaba cada vez más a mí para que pudiera sentir su calor.

Aquellos seres de los que tanto me habló mi padre, existían y pude comprobarlo cada vez que me adentraba en el bosque.

Era todo mágico, los lobos aullaban presintiendo la llegada del invierno, las luciérnagas bioluminiscentes iluminaban las montañas y podías atisbar los primeros copos y la flor de las nieves que crecía en aquellos parajes se veía la más bella del mundo.

Podía pasar horas y horas perdida en aquel mundo de ensueño, sin importar el tiempo, importante para algunas personas e innecesario cuando lo poco que tienes lo aprovechas disfrutando de todo lo que puedas ver y sentir.

Mi padre siempre se enfadaba porque iba sola, sin embargo no se inquietaba porque sabía donde encontrarme, aunque él no pudiese ver ese mundo mágico, pues solo se podía ver a través de los ojos de un niño. Yo, al igual que él, conocía aquello como la palma de mi mano.

Ahora, después de tantos años, he vuelto.

Ya no soy la niña de antaño, mi pelo se tornó blanco como las montañas nevadas, pero aquellos seres me conocían y salían a recibirme. Los lobos me olfateaban lanzando un aullido de confianza.

¡ He vuelto, sí! Para volver a sentir el corazón del invierno en libertad.

-¡ Espérame Nayma!- grité mientras me adentraba en las montañas…. Y alguien, me tendió la mano, era mi padre que falleció hace mucho tiempo.

¡ Por fin, él también pudo ver este mundo fantástico!

Y yo….. Volví a ser niña.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

La enfermedad para mí es»lo innecesario» más como luchar contra ella.

Hay un dicho, dice así, que dedo me cortaré que no me duela. Pero si ese dedo pone en peligro mi vida…

Hoy en unos de los pies, solo tengo cuatro dedos más la enfermedad sigue su curso, quien sabe si dentro de poco oigo a los médicos decir…

Que no es necesario, que no hace falta, que se puede prescindir de ello…

Muy duro, en el ser humano todo es necesario…

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

SU MALA CABEZA

Tambaleándose y visiblemente afectado, se acercó al mostrador para solicitar la devolución, con una frialdad solo al alcance de los de su condición. De entrada, se sorprendió de que no le pusieran reparos, pero después supuso que no debía ser el primero y que ya estarían acostumbrados a estas cosas.

Había conseguido la unidad, un modelo avanzado, aunque totalmente experimental, a última hora del viernes. Gratis, a cambio de la antigua. Una verdadera ganga. Ansioso, la desembaló y sin más dilación, allí mismo se la conectó. La sensación inicial resultaba casi imposible de describir. No se parecía a nada de cuanto había sentido hasta ese momento. Tras solo una hora de uso, sin embargo, la euforia primera pronto se tornaría en dolorosa decepción. Aquello se calentaba, demasiado, produciéndole una suerte de fiebre elevada acompañada de unas cefaleas insoportables. Por fortuna, la garantía cubría esos imprevistos. Solo le quedaba aguantar todo el fin de semana.

Llegado el lunes entró a la tienda con la cabeza al borde de la explosión. Nervioso, giró el mecanismo a la altura del cuello con toda la suavidad que le permitía su estado y la fue desenroscando hasta extraerla. Tras depositarla sobre el mostrador, esperó a ciegas un buen rato mientras el dependiente, con gesto robótico y mecánico, desaparecía en las profundidades de un enorme almacén. Ya de vuelta con la pieza original, le ayudó a colocársela. Al instante experimentó una agradable sensación de alivio mientras pensaba en lo innecesario que había sido todo.

Revisadas las conexiones y hechas las comprobaciones de rigor, recogió el ticket y se fue por donde había venido, jurando que sería la última vez. Más vale lo conocido que lo nuevo por conocer, pensó. Sin embargo, tenía la firme convicción de que no tardaría en probar la siguiente versión. Los androides y las inteligencias, por muy artificiales que sean, también sufren de adicciones. Con este tipo de cosas, no resulta difícil perder la cabeza.

CARMEN BERJANO

Córtame las puntas de la fidelidad

Hazme una coleta con el compromiso

Yo la independencia me la puedo dejar bien larga

Que no interfiere

Pero, por favor, quítame todo lo innecesario

Y quédate con la esencia de este amor

En el que

a trasquilones

Me arraigo.

JUAN PEÑA

La Daga Blanca (para el tema de la semana: innecesario)

El tamborileo de las uñas de Raquel sobre la mesa era lo único que se escuchaba en la habitación. Pero Ulmer no sabía estar callado, por algo lo llamaban «el Hacedor de Palabras», e interrumpió el concierto solista de la Daga Blanca, aun a riesgo de parecer maleducado o entrometido, cosa que, por otro lado, nunca le había importado.

―Parece que eres la que manda aquí ―dijo y Raquel asintió sin mucho énfasis, pero sin dejar lugar a dudas―. Ya le he dicho a Ernesto, que nos persigue una Sura y os pedimos cobijo durante unos días ―aunque para no dar la impresión de ser un blandengue y dejar claro que no se sentía inferior, añadió―. No es por miedo. Podría encargarme de ella sin despeinarme, pero debo pensar con detenimiento nuestros próximos movimientos y éste es un buen lugar para hacerlo ―para suavizar la soberbia, agregó―. Quizá, podrías aconsejarnos. Como has dicho, he oído hablar de ti y sé que eres una mujer sabia.

Ni la Daga Blanca era inmune a la voz de Ulmer, tampoco o menos, a los halagos. Miró a Ulmer a los ojos, complacida de orgullo henchido, y quiso demostrar que lo que se decía de ella no era charlatanería sin fundamento.

―Si me dices cuál es tu propósito, te diré cómo conseguirlo.

Ulmer creyó oportuno sacar el palo de regaliz del bolsillo; ponérselo en la boca; masticarlo tres veces, y sorber la saliva impregnada de sabor, con más ruido del imprescindible. Sonrió como el que sabe que lo que va a decir despertará por igual el asombro que la incredulidad, quizá, también, las burlas o, directamente, el recochineo, pero ya estaba acostumbrado y no era de los que se echaba a atrás por tales menudencias.

―Mi propósito es revivir Betelgeuse. Despertar las fuerzas ocultas, para luchar contra el mal y acabar con él. Cambiar el mundo, ni más ni menos.

Pero no hubo ni burlas ni asombro ni incredulidad, solo, de nuevo, el tamborileo de las uñas de la Daga Blanca sobre la mesa, aunque esta vez no era un solo contemporizador, sino una sonata en la que, también, participaban los ojos entornados, que buscaban en lo más profundo de sus pensamientos. Al final, dijo:

―Es cierto, que la guerra entre el Bien y el Mal sigue adelante en las profundidades de las consciencias. Aunque, en ese campo de batalla, el Bien es, de largo, mucho más débil, pues al no ser una lucha patente, sino soterrada, nadie tiene la percepción y, menos, la convicción de estar librando una batalla. El Mal va ganando terreno y se va apoderando de todos los ámbitos de la vida; prosperando en las decisiones individualidades, que se centran en la medra egoísta y no en el conjunto. Nunca como ahora, ha sido tan indiferente de qué lado estás, pues se ha instalado en los corazones que no hay bandos, solo proyectos de vida independientes, cínicos, útiles o desechables, dando igual qué o a quién arrases con ellos. Se ha sustituido la empatía y el apoyo mutuo, por una fraseología vacua, banal y sin sentido, y por un postureo rayano en lo criminal ―la Daga Blanca entrelazó las manos ante la boca. Suspiró de cansancio filosófico, y añadió―. No soy una adicta a las causas perdidas ni una ingenua que cree que el mundo se puede cambiar, únicamente, con buena voluntad y frases locuaces, aunque salgan de la boca del Hacedor de Palabras ―miró a Ulmer. Cerró los ojos, meditó un instante y dijo―. Pero tampoco soy un convidado de piedra, pues el sufrimiento no me es indiferente y puedo y tengo algo que decir al respecto. Os ayudaré, pero antes, necesito saber desde dónde salís para llevar a cabo esa empresa.

―¿Desde dónde salimos? ―preguntó Ulmer extrañado.

―Sí. Quiero saber el lugar desde el que salís, porque aunque a veces ganan, no es lo más inteligente apostar al gallo con un solo espolón, sino esperar a otra oportunidad en la que la victoria esté asegurada, ya que puede haber una sola oportunidad de lograrla.

Ulmer se encogió de hombros sin pretenderlo, algo inusual en él, pues controlaba todos sus gestos, para transmitir exactamente lo que quería en cada momento. Miró a su alrededor, era la primera vez que Saúl lo veía desubicado y pensó que le debía muchos favores. En un arrebato de gratitud temeraria, se adelantó un paso y dijo:

―Hemos salido de Silena.

La daga Blanca observó divertida a Saúl y replicó:

―¡Ah! Pero eso no es un lugar, es solo una circunstancia. Un lugar, es salir desde la curiosidad, la nostalgia, la rabia, la felicidad, el aburrimiento, la soledad, la ignorancia, el desamparo, el conocimiento, la valentía o la cobardía, la confianza, la duda, la determinación, la lujuria, la inocencia, la culpa, la ambición o la justicia, la maldad, la envidia, la tristeza, la melancolía, la alegría, el desvarío, el rencor, la obsesión, la sensatez, la locura, la tranquilidad, el amor o los celos, la venganza, la traición, la fidelidad, la pasión o la vergüenza, el recuerdo, la nostalgia, la esperanza… Todo eso son lugares desde donde salir. Cada uno te lleva por caminos diferentes, y tardas más o menos en llegar a tu destino, algunos, incluso, te hacen perder y no te llevan a él. Dime, chico, ¿desde dónde salís vosotros?

Saúl tragó saliva. Había dado un paso al frente y todas las miradas se centraban en él, no podía echarse atrás, pues ese, lo tenía claro, era un mal lugar desde el que salir y no convencería a la Daga Blanca para que les prestase su ayuda. Miró a Ulmer, que lo observaba con tranquilidad, con calidez, con confianza; miró a Misilene, aunque no a los ojos; miró a Talía, que se tocó el ala de lapislázuli, y él se perdió en las profundidades de sus ojos azules y en el sueño de un abrazo confidente y cálido.

Carraspeó como el mal jugador que ha decidido lanzar un órdago con cartas desconocidas, y dijo:

―Salimos desde la amistad.

La frase sonó fuerte, clara, sin trastabilleos, cargada de futuro y esperanza. Sonó a verdad, como si Saúl hubiera empeñado su vida en ella. Sus compañeros irguieron la espalda, miraron a Saúl con un cosquilleo de orgullo en las entrañas, y a Raquel con la serenidad del que ya no le importa el sentido de una respuesta; con la tranquilidad del que sabe que puede caer, que seguro que lo hace, pero que habrá manos a su lado para ayudarle a levantarse; con la calma del que entrevé el sentido de la vida, que es lo mismo que vislumbrar el de la muerte.

La Daga Blanca tamborileó con sus uñas en la mesa, un rato, uno largo, y, por fin, dijo:

―Desde la amistad… ―Saúl asintió con convencimiento, y Raquel, levantándose, añadió―. Y, aun así, abandonasteis a Rosario Viuda Roberto.

La Daga Blanca pasó por el lado de un Saúl sin palabras, con la mala conciencia renovada y avergonzado de haberse llenado la boca con la palabra «Amistad», tras haber traicionado a doña Rosario.

Raquel se detuvo frente a la puerta trasera, al lado de Ernesto y le dijo: «Vámonos», que era la orden para que la abriera.

―Os daremos de comer, cuidaremos a vuestros caballos, podéis pasar la noche aquí, pero mañana debéis iros ―dijo.

Pero antes de que saliera, Talía se levantó, apoyó las manos en la mesa, miraba fijamente la madera, con ojos húmedos de rabia e inyectados en sangre, y gritó:

―¡Sacrificarse por los compañeros es el mayor acto de amistad que se puede llegar a hacer! ¡Rosario Roberto lo hizo por nosotros! ―levantó la vista y encaró a la Daga Blanca―. ¡Decir que la abandonamos no es insultarnos a nosotros, sino a ella; es menospreciar su sacrificio, y eso, no te lo permito, nuita okodesgá!

Ulmer se levantó con tanto brío que tiró la silla al suelo. Se quedó mirando a Talía con gesto estupefacto y, al mismo, tiempo, feliz. Misilene puso los ojos en blanco, señal de que entraba en trance. A Ernesto se le borró la sonrisa guasona del rostro. Saúl no comprendía a qué tanto revuelo. Le parecía innecesario. La Daga Blanca se giró despacio, su figura esquelética y desgarbada brillaba en la penumbra de la sala, escrutaba a Talía, y preguntó:

―¿Quién eres? ¿Cómo es que conoces la antigua lengua élfica?

Talía se enderezó, adoptando una actitud noble, avanzó dos pasos en dirección a la Daga Blanca que, por instinto, retrocedió uno, quedando apoyada de espaldas a la puerta. A Saúl le pareció que el cabello de Talía se había tornado más rojo, desbancando al castaño definitivamente.

―Mi nombre es Talía, Ité Ursgadim Bas, la Herida Sangrante. Hija de Enaur, Ité Okogan Kalasei, el Invisible, el que no existe cuando viaja entre las hojas. Hijo de Salisa, Ité Zeil Alaur, el Destino que Cobija. Del linaje ancestral de Elharim, Ité Ne-Sgadim Suké, la Tierra que Florece. Soy una Ursukelan, una de las cinco raíces del bosque Iluirdien.

EFRAÍN DÍAZ

Cuando Christine y Michael se casaron, ella jamás imaginó que enviudaría durante su luna de miel.

Planificaron una boda sencilla, rodeados de sus seres más cercanos: el sacerdote, la familia, y algunos amigos. Optaron por casarse en la mañana y servir desayuno, pues era lo más económico. Todo lo ahorrado lo destinaron a su gran sueño: la luna de miel.

Christine, nacida en Kansas, nunca había visto el mar. Así que Michael organizó un crucero por el Caribe que salía de Miami, con paradas en Key West, Grand Cayman, Jamaica, República Dominicana y Puerto Rico. Ambos estaban llenos de ilusión.

Al llegar a Puerto Rico, bajaron del barco y le pidieron a un taxista que los llevara a la playa de Condado.

La playa de Condado era famosa, no por su belleza, sino por su peligrosidad. A pesar de los letreros de advertencia, las feroces olas y las corrientes traicioneras ya habían cobrado varias vidas. Pero los turistas, como Christine y Michael, solían ignorarlos.

Christine había disfrutado su luna de miel al máximo. Había visto el mar, se había bañado en él, y en Puerto Rico no pensaba hacer una excepción. Tomados de la mano, ambos se metieron al agua, riendo y jugueteando como dos enamorados. Pero después de un rato, Michael decidió nadar un poco más lejos.

Y entonces, una fuerte corriente marina lo atrapó.

Michael luchó por nadar contra ella, pero la fuerza del mar era demasiado para él. Desesperado, empezó a gritar pidiendo ayuda. Christine lo hizo también. La gente se aglomeró en la orilla, pero nadie saltó al rescate. Los locales conocían bien los peligros de esa playa y arriesgarían sus vidas.

Fue en ese momento cuando un joven en una tabla de surf se lanzó al agua para intentar salvarlo.

Cuando lo llevaron a la orilla, Michael estaba moribundo. Había tragado mucha agua salada, no respiraba y su pulso apenas se sentía. Entre los curiosos, un hombre se identificó como médico y corrió hacia ellos. Sin perder tiempo, inició la reanimación cardiopulmonar. Repitió el proceso una y otra vez, intentando revivirlo, pero después de quince minutos y múltiples intentos, Michael murió.

Diez días después de la boda, la luna de miel se había convertido en una tragedia. Christine estaba en la misma iglesia donde se casó, ahora asistiendo al funeral de su difunto esposo. Para su sorpresa, el médico que intentó salvarle la vida a Michael estaba entre los presentes y le dedicó unas palabras de consuelo. Al caer la noche, él se acercó con delicadeza y la invitó a cenar.

Ahora, mi querido lector, se preguntará donde está lo «innecesario» esta historia. Pues lo innecesario es lo que Christine nunca debía saber, el oscuro secreto que el médico se llevaría a la tumba.

Desde el primer momento en que vio a Christine desesperada en la playa, el médico quedó cautivado por su belleza. Era una hermosura extraordinaria, con un encanto que lo obsesionó de inmediato. En su retorcida mente, la quería para él y estaba dispuesto a cualquier cosa para lograrlo.

Cuando el joven surfista trajo a Michael agonizante, el médico comenzó la reanimación cardiopulmonar. Pero no lo hizo correctamente. Deliberadamente rompió el protocolo, fracturando las costillas de Michael con tanta fuerza que perforaron sus pulmones, provocando el colapso fatal. La muerte fue calificada como un accidente. Con Michael fuera del panorama, el médico tenía el camino libre para acercarse a Christine.

FRAN KMIL

LO INNECESARIO.

¿Quién pudiera vivir la vida a gusto, sin restrinciones ni reglas, ni compromisos? De pequeños nos llenan y nos llenamos de sentimientos tan innecesarios, que nos envenenan el alma, cierran nuestras bocas y aleja del corazón, los verdaderos sentimientos. Vamos arrastrando acciones, palabras y pensamientos, solo por complacer y encajar en la sociedad, usando máscaras según las circunstancias para no desentonar.

La hipocresía y lo políticamente correcto, nos atiborra de innecesarias palabras de alientos y de amor y nos obligan a ser tolerantes , incluso, con lo que debemos combatir.

Innecesario es el odio, la discriminación, la burla, la violencia, pero no hay ser humano que pueda librarse del yugo. Quizás algunos enmascaramos mejor los sentimientos: porque hay un tiempo para todo, negarlo sería ir contracorriente.

Lo innecesario, quizás no lo sea tanto, porque necesitamos de él para vivir plenamente.

EVA AVIA TORIBIO

Innecesarias, las palabras.

Me llamo Amanda, estoy estudiando Bellas Artes y como dicen las mujeres de mi casa nací con un don especial. Soy muy sensitiva, tan solo necesito tocarte unos instantes para sentir lo mismo que tú. Esto me ha llevado a que me aleje de todo aquel que no sea un familiar directo, porque tengo miedo de sufrir algún tipo de dolor. Y sé, que me estoy perdiendo momentos que pueden llegar a ser muy placenteros, pero por el momento, estoy bien así. Me considero una chica del montón. Me gusta la comodidad de unos buenos vaqueros y zapatillas deportivas. Y aunque podría utilizar lentillas, prefiero las gafas, ocultarme detrás de ellas me dan seguridad. Quiero contarte una cosa, ha llegado a mis oídos que un chico del último curso de carrera es capaz de conectar con todo aquel que dibuja en sus lienzos. Tengo curiosidad por saber qué es lo que él siente. Quizás algún día sea lo suficientemente valiente para dejar atrás mis miedos, presentarme delante de su puerta y tal vez, pueda ser la elegida para tal honor.

Mi madre deseaba tanto tenerme que me puso de nombre Amado y parece ser un imán para ellas y ellos. Bueno voy a decirte lo que creo, que más bien es la curiosidad por saber si es verdad lo que se cotillea por los pasillos de la Uni; que si es muy guapo, que si tiene una mirada muy sexy, que es soltero y que si mantiene relaciones sexuales con toda aquella persona que retrata …, en fin, que crean lo que quieran, yo lo hago porque me apasiona. Lo de que si mantengo relaciones con todo aquel que es retratado, vamos a dejarlo en que he tenido algún que otro encuentro, pero todavía no ha llegado la persona que me haga verdaderamente sentir lo mismo que siento cuando estoy frente a un lienzo. Por cierto, estoy en el último curso de Bellas Artes y a través de mis dibujos puedo conectar con la persona que está siendo retratada. Hace ya algún tiempo que no encuentro al o a la modelo que me estimule lo suficiente para seguir pintando. Quien sabe, igual tropiezo cualquier día con esa persona por estos pasillos.

Caminando ambos por el mismo pasillo.

—Perdón —le digo a alguien con quien he tropezado mientras me agacho a recoger la carpeta de dibujo que se me ha caído.

—Perdonada —Rozando su mano en un intento de recoger su carpeta. Ella se levanta bruscamente.

—Gracias —Esquivando su mirada.

Me levanto rápidamente para intentar evitar el contacto. Aprisiono la carpeta contra mi pecho y me acomodo la gafa.

—Permite un segundo —es muy bonita—. Así mejor —Deslizando con suavidad mis dedos por su rostro le arreglo un mechón del cabello.

—Eh. Gracias —Agachando la mirada. He sentido un fuego abrasador.

“Me tengo que marchar, que llego tarde a la siguiente clase —Alejándome.”

—Desconocida. ¿Me permitirías que te dibujara en uno de mis lienzos? —Algo en ella me atrae. Detrás de esas gafas se esconde una mirada que necesita ser dibujada.

—No le prometo nada, desconocido.

Unos días después, Amanda deja atrás sus miedos para descubrir que hay detrás de ese fuego que ha sentido con tan sólo esos breves instantes.

—¡Has venido, desconocida! Pasa, no te quedes ahí —Invitándola a

entrar. Cierro la puerta para que nadie nos moleste.

“¿Quieres un poquito de agua o algo un poquito mas fuerte para calmar los nervios? —Mirando hacia la nevera. Está temblando.”

—Gracias, un poquito de agua. Esto es nuevo para mí. No me gusta retratarme. No soy precisamente fotogénica.

—Eres perfecta tal y como eres —Ofreciéndole el vaso—. Aquí estás segura, te lo prometo. Necesito que confíes en mí y que te dejes llevar —Quitándole el vaso. Tomándola de las manos, la invito a sentarse en el sofá.

—¡Uf, ah! —Dándome aire con la mano. Que calor que siento.

—¿Tienes calor? Es una sensación normal, estas nerviosa. Relájate. ¿Me permites? —Aproximándome más a ella. Le quito la gafa y le suelto el cabello.

Trago saliva e intento evitar esa mirada seductora. Este hombre es puro fuego y yo estoy que me derrito. No sé si me voy a arrepentir de todo esto.

—Quiero descubrir tu piel, ver que escondes. ¿Puedo? —Acercando mis manos a su camisa.

—Sí —Uniendo mis manos a las suyas, para sentir lo que el siente a medida que, lentamente y sin apartar nuestras miradas, me desabrocha la camisa.

—¿Bien, quieres continuar? —Sus mejillas están coloradas. Su piel es hermosa.

Asiento con la cabeza, no han hecho falta palabras. Desliza sus dedos por mis hombros y suavemente deja deslizar las tiras de mi sujetador, el que desabrocha, dejándome completamente desnuda ante su mirada.

—Recuéstate un poquito. Deja que sea tu cabello el que cubra tu desnudez —Moviendo su larga melena rojiza—. ¿Estás cómoda? Ahora no te muevas, no apartes tu mirada de mis ojos, necesito ver en ellos lo que estás sintiendo, ellos hablan por ti.

—Está bien.

Ya estoy un poco más tranquila. Su proximidad y su roce comenzaban a excitarme.

Comienzo a trazar líneas suaves, dando forma a cada curva de su cuerpo. Con mis dedos difumino las líneas de sus senos, para crear las sombras. Sus hombros cubiertos por su cabello, su largo cuello, su hermoso rostro. Me detengo a mi mirar su boca, esa que invita a ser mordida. Deslizando los dedos difumino el color del lápiz, imaginando que es a ella a la que estoy rozando. No ha apartado ni un segundo su mira, es la primera vez que siento este calor cuando dibujo a alguien.

—¿Quieres ver como ha quedado? Cúbrete.

Cojo mi camisa y sin llegar a abotonármela me aproximo expectante por ver como me veo a través de sus ojos. Estoy hermosa.

—Desconocido, ¿puedo pedirte una cosa? Quiero que nuestras manos recorran este lienzo, para así sentir lo que tú has sentido mientras me veías. Coloco mi mano sobre la suya y le pido que trace de nuevo las líneas tal y como lo ha hecho anteriormente en el lienzo. Siento como sus dedos acarician mis hombros, como roza mi cabello, como desliza sus dedos por mis senos difuminando las sobras. Como sube por mi cuello hasta la comisura de mi boca. En ese instante detengo su mano. Tengo la necesidad de que nuestras bocas se fundan en una. Suelto su mano y son, ahora, mis dedos los que se deslizan por su rostro, descubriendo poco a poco cada línea que lo forman, llegando a su rosada boca a la que me aproximo y robo un beso que es correspondido con mucha pasión.

He tenido miedo toda mi vida a sentir los que otras personas puedan sentir si me tocan, pero sabes que te digo, que en ocasiones son innecesarias las palabras.

GAIA ORBE

noche de fuego
el viejo amor del día
arde en la hoguera

BEGO RIVERA

Un extraño en mi cama

El llanto del bebé despertó a Amanda. Entreabrió los ojos dándose cuenta que aún era de madrugada. La luz de la luna llena se filtraba por la persiana del dormitorio. Miró a su lado esperando que Iván, su marido, siguiese durmiendo, pero como las últimas noches el hombre que dormía a su lado no era Iván. Amanda estaba cansada, muy cansada, no sabía que pensar.

Se levantó temblando y se dirigió hacia la habitación de donde provenía el incesante lloro del bebé.

Todo empezó cuando ella y su marido se mudaron a la casa de la madre de Iván, Chonchi,—recién fallecida— ; la habían heredado. Por fin tendrían un hogar estable después de muchos años. Llevaban diez años casados y seguían tan unidos como al principio, lo único que les faltaba para ser plenamente felices era un hijo. Después de varios años intentándolo no venían y la desesperación se había apoderado sobre todo de ella.

En la casa llevaban dos semanas y todavía tenían cajas repartidas por todas las habitaciones sin abrir de la mudanza. A Amanda no le gustaba mucho la casa, nunca se llevó bien con Conchi, su suegra, ya que quería acaparar a su hijo para ella sola y había influido negativamente en la relación de pareja.

Desde la primera noche Amanda se despertaba escuchando a un bebé llorar y el hombre con el que compartía cama no era Iván. Cuando llegaba a la habitación del bebé siguiendo su llanto que era el despacho de Iván, se encontraba con una habitación de niño con tonos celestes y a un niño en su cuna en medio del cuarto.

Amanda ya le había puesto nombre, Iván, como su esposo.

Ella lo atendía, lo cogía en brazos toda la noche y se quedaba dormida con él.

Al día siguiente se despertaba en su cama, con su marido Iván y el despacho seguía allí y el niño había desaparecido.

Por más que pensaba no encontraba explicación; lo más probable es que fuese un sueño muy vívido, pero deseaba que llegase la noche para ir con su bebé. Tampoco sabía quién era ese hombre que dormía a su lado puesto que nunca habló con él.

Poco a poco y sin darse cuenta se fue metiendo más y más en esa otra vida y la tensión se apoderó del matrimonio ya que su marido no entendía que estaba pasando y el extraño estado de su mujer ya que se comportaba de manera diferente.

A ella le daba igual, solo quería estar con su niño.

Un día a Amanda le despertó el extraño hombre por primera vez. Miró a su alrededor y vio que su dormitorio estaba diferente, el mobiliario era más antiguo. No se asustó del hombre, le era familiar.

— Conchi, cariño, Iván está llorando, ¿ Vas tú o voy yo?— le dijo el hombre que estaba a su lado.

Amanda reconoció a su suegro, al que no llegó a conocer porque murió antes de que ella conociese a su marido, lo había visto cientos de veces en las fotografías familiares.

Entonces se dio cuenta que su suegra le estaba quitando su vida para volver, en otro tiempo, en su tiempo: supo que ella desaparecería lentamente sin quedar vestigio de ella.

Mientras—ajeno a ella—su marido Iván encuentra a Amanda muerta en su despacho, sentada en su sillón y abrazando un cojín como si fuera un bebé.

ISABEL SANTERVAZ

Cerrar la puerta con doble cerrojo era completamente innecesario. Sabían perfectamente cómo burlar las normas y salir sigilosamente de la residencia.

Aquella tarde, durante la cena, el choque de cucharas y tenedores contra los platos era ensordecedor. Ernesto apenas podía oír lo que María intentaba decirle, pero el brillo en los ojos de la anciana le indicaba que tramaba algo. Un nuevo plan de escape, sin duda.

Más tarde, tras la habitual ronda de la enfermera para darles la medicación, Ernesto se deslizó en la habitación de María. La encontró sentada, inquieta, y no tardó en preguntarle qué significaban aquellas miradas cómplices durante la cena.

—No estarás pensando en escapar otra vez, ¿verdad? —dijo Ernesto, recordando el incidente de semanas atrás. Aún no comprendía cómo lo había convencido para fugarse con el monopatín que su nieto había dejado durante una visita. María, a sus años, quería sentir la adrenalina de deslizarse sobre esas cuatro ruedas y vivir una aventura. ¡Qué locura!, pensó Ernesto. Naturalmente, los celadores los atraparon a las pocas horas y los llevaron de vuelta. Sin embargo, el fracaso no había extinguido las ganas de María.

—¿Te estás tomando la medicación? —preguntó Ernesto, acomodándose en un viejo sillón de la habitación.

—¡Claro que no! Te lo he dicho mil veces: nos drogan para mantenernos atontados, para que no molestemos. Pero yo quiero vivir, Ernesto. Quiero vivir antes de morirme.

—¿Quieres escaparte otra vez en el monopatín? —dijo Ernesto soltando una risa incrédula.

—¿Y por qué no? —respondió María con una sonrisa traviesa, mirando el rincón donde el monopatín parecía esperarla—. No nos queda mucho tiempo, y ellos quieren robarnos lo poco que nos queda de libertad. ¡Atrévete, cobardica! Solo se vive una vez.

Ernesto no compartía del todo el entusiasmo de su amiga, pero había momentos en que lograba convencerlo. Él también había arrojado su medicación por el retrete más de una vez, aunque esa era la única «rebeldía» que se permitía. Se quedó en silencio, intentando evitar la conversación.

—¿Qué te pasa ahora? Si no vienes conmigo, me iré sola, ¡maldita sea! —gritó María, impaciente.

—Solo estoy pensando, mujer —respondió Ernesto, lanzando una mirada de reojo al monopatín—. ¿De verdad crees que cabemos los dos en ese cacharro?

JAVIER LINO OTERO ALONZO

Armando era crédulo por naturaleza, creía en el Dios de los judíos, cristianos, musulmanes y demás dioses, creía en extraterrestres, chamanes gurues y hasta en el panadero que le decía que utilizaba la mejor harina para hacer pan. El decía que creer en algo es mejor que ser incrédulo, se la pasa uno mejor decía… Un día se harto y probó no creer en nada, quería sentir si en realidad eso modifican su cosmovisión del mundo y su manera de encarar la vida sería diferente. Luego de estar en ambos lados del mostrador la duda fue su conclusión. Por lo tanto la solución que tomo es que sería innecesario decidirse por una posición, decidió que en el año sería 6 meses crédulo y los restantes 6 meses lo contrario.

MAYTE SOCA

Él siempre se quejaba de la pobreza de su hogar, –no soporto esto, mira mis zapatillas no puedo ir a estudiar así, mis amigos se reirán de mí, mira esta ropa, ¿crees que me puedo presentar así ante toda mi clase? no iré a estudiar mañana, no tengo ropa de marca y ni siquiera tengo un iPhone, cuando cumpla los 15 me voy de aquí, no lo soporto más – refunfuñaba David mientras María, su madre lloraba en la soledad de la cocina preparando la cena. María secó sus lágrimas, acomodó su garganta y en su rostro dibujó la mejor de sus sonrisas, puso el plato de comida en una bandeja y caminó hasta la puerta de la habitación de su hijo dando unos suaves golpes –David, hijo aquí tienes la cena– dijo María a través de la puerta. David desde dentro gritó – vete no quiero comer nada, no tengo hambre, llévate esa porquería.

–Pero tienes que comer algo, no puedes irte a la cama con hambre– le dijo María a su hijo. –Ya te dije que no quiero, llévatela y no me molestes más– gritó aún con más fuerza David desde dentro de su cuarto. –Bueno, te dejo la bandeja sobre la mesa de la cocina, quizás más tarde te da hambre — dijo María, esperando una respuesta pero David no contestó.

María limpió la cocina mientras esperaba ver a su hijo salir de la habitación, pero David nunca salió para compartir un instante siquiera con su madre. Al otro día cuando María se levantó muy temprano para dejarle el desayuno pronto a David, se encontró con el plato sucio sobre la mesa, María sonrió y pensó para tranquilizarse – bueno al menos se comió la cena. Así eran casi todos los días en la casa, David siempre enojado gritándole a su madre y María trabajando desde muy temprano hasta tarde en la noche.

Llegó el día tan esperado, David cumplía sus 15 años, María estuvo toda la noche preparando un pastel para su hijo, que dejó sobre la mesa de la cocina, junto a una caja, que contenía las zapatillas de marca que David tanto quería, envueltas en un hermoso papel de regalo y una nota pegada al obsequio para su hijo “David te hice este pastel de cumpleaños para que compartas con tus amigos, ¡espero te guste tu regalo!, acuéstate temprano, hoy llego tarde. Que pases un hermoso día hijo, te amo mucho “mamá” Antes de salir para su empleo María pasó por la habitación de David, abrió la puerta sin hacer ruido, se acercó a su hijo y como cada día le dio un beso en la frente. María llegó a su casa en la noche, ya era muy tarde David seguramente estaría durmiendo pensó. Cuando entró a la cocina, aún estaba el pastel sobre la mesa, el regalo con la nota, tal cual ella lo había dejado corrió a la habitación de David llamándolo, mientras su corazón latía tan fuerte que parecía salirse de su pecho. En la habitación del muchacho, la cama estaba revuelta y había ropa tirada por todos lados, había una nota sobre la mesa de noche “ Te dije que cumplía los 15 y me iba de casa, te saqué el dinero que tenías en el cajón de tu mesa de noche, cuando sea rico te la voy a devolver.” María apretó la nota contra su pecho y llorando salió corriendo hacia el camino que llegaba desde su casa al pueblo, llamando a su hijo, anduvo por ese camino toda la madrugada. En la mañana se presentó en la comisaría a hacer la denuncia de que su hijo había desaparecido, Pero el policía que la atendió le dijo que se había ido por su propia voluntad así que era muy poco lo que podrían hacer. – Usted debería haber cuidado más a su hijo, por la nota que le dejó, presiento que el muchacho estaba muy solo y frustrado de la vida que usted le estaba dando – dijo el policía mientras María no paraba de llorar– siempre pasa lo mismo los chicos huyen de la casa y los padres vienen llorando para que los encontremos, vaya a su casa señora cuando sepamos algo la llamaremos. María salió de la comisaría sin saber qué hacer, volvió a su casa guardó el pastel en el refrigerador, llevó el regalo que había comprado para su hijo a la habitación de este y entre lágrimas puso en orden el lugar. Al pasar los días y no tener noticias de su hijo la tristeza, el mal dormir y casi ni comer pues no pasaba bocado María enfermo, cayó en cama con fiebre y en su delirio sólo veía el camino que le había arrebatado a su hijo, esperando que se lo trajera de regreso. El teléfono había estado sonando Pero María se sentía demasiado mal como para poder atenderlo, la fiebre era muy alta. Tenía muchísima sed así que María hizo un gran esfuerzo para ponerse en pie e ir hasta la cocina por un vaso de agua, cuando iba de regreso a su habitación miró por la ventana y le pareció ver a David venir por el camino, la luz del sol iluminaba por completo el camino abrió la puerta y comenzó a llamarlo David, David, hijo regresaste– después de eso cayó desmayada en el porche de su casa. David al ver a su madre caer corrió hacia ella– mamá, mamita perdón, no debí dejarte, –David levantó a su madre en brazos la acomodo en la cama, fue hasta el cajón donde su madre guardaba el dinero y recordó que él lo había tomado, así que entró en su habitación y sobre la cama vió su regalo de cumpleaños ahí esperando por el – mamita, que mal me he portado contigo y tú siempre has estado pensando en mí– tomó la guitarra que con tanto esfuerzo, su madre le había comprado y que a él le había parecido algo tan innecesario en su momento. Se despidió de su madre con un beso en la frente –Espérame, ya vuelvo voy a conseguirte la medicina. De pie en medio de la plaza las cuerdas de su guitarra comenzaron a sonar, eran notas que pedían perdón, y la canción era un lamento por haber causado tanto dolor a quién más lo amaba, las personas se detenían al escucharlo cantar. Cuando terminó su canción todos dejaron monedas y billetes a los pies del muchacho, él juntó el dinero y salió corriendo a la farmacia llegó junto a su madre y la cuido toda esa noche, hasta que al fin la fiebre cedió, al despertar la mujer encontró a su hijo dormido con la cabeza apoyada a su lado, no podía creer lo que sus ojos veían, su niño estaba en casa, acarició su cabello y este despertó – mamita, estás bien? perdóname, fue lo único que pudo decir y se abrazó a la mujer. Todo el fin de semana David estuvo cuidando de María, sin dejarla levantarse de la cama -descansa, yo te traeré la comida a la cama. Cuando todo estuvo bien María le preguntó a David – ¿dónde estuviste todos estos días? ¿Dónde has estado durmiendo?. David bajó la mirada y muy apenado le contó a su madre – he estado en prisión, alguien que pensé que era mi amigo me engaño diciéndome que tenia trabajo y que me esperaban unos amigos suyos en la capital, no se en que momento metió algo en mi bolso y cuando llegue a la terminal unos policías se acercaron a mí, me llevaron a una habitación me revisaron la mochila y encontraron algo que no era mío mamá te lo juro – mientras le contaba a su madre David lloraba, recordando por todo lo que había pasado. Su madre lo abrazó muy fuerte, –ya estás en casa – le dijo su madre– todo está bien ahora. Pasaron unas semanas y todo volvió a la normalidad, María trabajaba pero ahora volvía temprano a casa para esperar a David, que después de la secundaria trabajaba medio turno en una cafetería del pueblo y los fines semana, acompañado por María tocaba su música en el restaurante de don Pepe. Ahora hacía lo que le gustaba y ayudaba a su mamá, sin dejar de estudiar. Un día de esos en los que estaba cantando para los clientes del restaurante un hombre se le acercó, muchacho te podría pedir que cantarás una canción para mí y mi esposa estamos cumpliendo nuestro aniversario. Si por supuesto exclamó David, se acercó a la mesa en donde estaba la pareja y cantó una canción muy dulce y romántica, que hablaba de un camino que lo había alejado de su hogar y de cómo ese mismo camino lo regreso al lugar de donde nunca debió partir. La mujer del empresario quedó encantada con el muchacho y el hombre muy sorprendido le dijo –no conozco esa canción– a lo que David contestó,– señor no la conoce porque esta canción es mía yo la compuse, para regalarsela a mi madre. El hombre sacó una tarjeta de su bolsillo y se la entregó al muchacho – Ve el lunes por mi oficina te estaré esperando. Ese día David tuvo la suerte de estar en el lugar indicado, el hombre para el que había cantado era un representante de artistas. Ahora David lleva su música a todo el mundo y es muy famoso, algunas veces lo acompaña su madre, pero otras muchas María lo espera en la puerta de su casa mirando hacia el camino para verlo regresar.

ALMUT KREUSH

Innecesario

Teodoro

Teodoro nunca fue un tipo sociable. La vecindad lo recuerda como educado, aunque poco amable, pero siempre correcto. A su trabajo de administrativo acudía siempre impecablemente vestido de traje y corbata, y con invariable puntualidad. Salía de casa a las siete y cuarenta y cinco minutos y volvía a las cuatro y media de la tarde.

Los sábados por la mañana, salvo por inclemencias del tiempo, limpiaba su coche, un discreto turismo de marca nacional, color negro. Por dentro y por fuera, sacaba brillo sobre brillo, porque ni siquiera daba tiempo al polvo a posarse. Daba los últimos toques, trapo en mano, escudriñando con ojos de águila la carrocería. Con su aliento atacaba las más mínimas imperfecciones y, frotando con devoción después, como se hace para quitar las manchas de los cristales de las gafas. Luego daba unos pasos atrás y, con una leve sonrisa de satisfacción, disfrutaba de su vehículo brillante, como recién salido de la fábrica.

Elena, su mujer, y él vivían en uno de los chalets adosados del barrio, de estética parecida al coche: impoluto por dentro y por fuera. No tenían hijos y Elena no trabajaba. Estaba ocupada con la exhaustiva limpieza diaria, las enormes coladas un día sí y otro también, y atendiéndose en la preparación de la comida a un riguroso plan dietético.

Los sábados, la pareja solía ir al cine y los domingos por la mañana daban un paseo de invariable itinerario. Por la tarde veían la película de la 1 y se acostaban pronto. Nadie les vio nunca recibiendo amigos en su casa.

Inesperadamente Elena enfermo gravemente y cuando finalmente fui al médico, el tumor era ya my grande. Falleció en el postoperatorio.

El mundo de Teodoro se derrumbo. Elena era el pilar que sostenía su existencia. Y este pilar de un día para otro se quedó hecho añicos. Recién jubilado su realidad se distorsionó y comenzó llenar el vacío con todo lo que estaba a su alcance.

Poco a poco, su vida se convirtió en un caos. No era capaz de mantener el orden en su vida ni en su casa, donde la basura se acumulaba en montañas cada vez más grandes. Ropa, revistas, libros, correos sin abrir y comenzó salir a la calle en búsqueda de objetos útiles, sin orden ni principios. Los metía en sacos, en cajas de cartón o simplemente los apilaba encima de mesas y sillas. Todo le servía; todo para él era imprescindible. Un día, un destartalado sillón de dentista apareció en su jardín.

Al principio, y ante los vecinos, aparentaba ser el de siempre, pero no tardó mucho en cambiar el traje por un chándal cada vez más sucio. Su pelo y su barba crecían a sus anchas, dejó de saludar a los vecinos y vivía en un mundo que solamente él entendía, y quizás ni eso. Se abandonó; su olor corporal era cada vez más insoportable y su delgadez era testigo de una deficiente alimentación.

Cuando comenzó de acoger animales abandonados, sobre todo perros, un vecino valiente, preocupado y alarmado por los ladridos desesperados de los animales, sea por hambre o porque no podían salir, llamó a la puerta.

Teodoro le recibió con cara de pocos amigos pero tan debilitado que sus piernas apenas le sostuvieron. Detrás de él salieron 5 o 6 perros desesperados y famélicos. El hedor de la casa era indescriptible.

Teodoro terminó sus días en un psiquiátrico.

Creo es innecesario recordar el síndrome que padeció este pobre hombre, aunque nadie me ha podido explicar las paralelas que puede haber entre la caótica existencia de personas como Teodoro y el filosofo griego.

IVONNE CORONADO

Lo innecesario

Miro a mi alrededor. ¿Cómo es que ahora, en esta etapa de mi vida, no tengo tiempo para ordenar, separar lo necesario de lo innecesario? Al principio, atribuía nuestro desorden a la falta de armarios suficientes y a lo estrecho de nuestro tres y medio. Todos los libros estaban encima de las sillas, de las mesas de noche, del tocador, donde también había fotografías y objetos heterogéneos como la máquina de coser portátil, tarros de crema, ungüentos, maquillaje y la bisutería coleccionada a lo largo de los años.

Comenzamos a ir a las tiendas de segunda mano y nos hicimos de una alacena para la vajilla, un carrito utilitario con ruedas para la fruta y las verduras, unos bancos altos para las plantas, contenedores plásticos, y un estante para el armario más grande, donde almacenamos botes de conserva, bocales con granos, trastos de cocina, detergentes y recipientes con vinagre, aceite y café, todo para desocupar espacio en la cocina y las alacenas.

Vivimos en una residencia para mayores autónomos. Cada vez que alguien se muda, regala cosas o muebles que no necesita. Así fue como nos hicimos de una bonita librera, una lámpara para la sala, otras sillas para el cuarto, y una mesa con gavetas para la impresora.

Los libros fueron colocados, y lo que se debe mantener a la temperatura de la pieza ya no se acumula en la mesa del comedor. De las plantas, solo quedan dos en ella. Nos deshicimos de varias piezas de vajilla, de libros, ropa, zapatos y carteras, algunos adornos, aretes, collares y chucherías. Leí el libro de Marie Kondo y comencé a ordenar mi ropa para que no estuviera desparramada por todas partes. Al final, vi mi obra con satisfacción.

Sin embargo, me gusta dibujar, pintar, hacer crucigramas, escribir y tener plantas a mi alrededor, ahora tengo mucho material, así como otras plantas. Miro desesperada y reconozco que mi esposo tiene razón. Me hizo la observación de que, mientras más tenemos donde guardar, parece que no logramos deshacernos de nuestro desorden. No fue un reproche. Solo un comentario.

Aparte de lo necesario, está lo que nos ata a un recuerdo. Yo recojo piedras de donde vaya; me fascinan. Las tengo alrededor de las macetas, en los bordes de las ventanas y a orillas del mueble de la tele. Tintinean en el fondo de mi mochila cuando olvido sacarlas. Compro algo cuando salgo fuera de Montreal para recordar un momento especial, un lugar, o simplemente porque puedo gastar unos centavos en algo de cristal o madera, pequeñito. Soy la que más añade objetos en casa, pues soy muy sentimental. Recojo cosas de la calle cuando veo que pueden servir, y las lavo y las dejo presentables. Algunas van a las tiendas de segunda, y otras me las quedo, como mi perrito felpudo, de apenas diez centímetros.

¿Y qué decir de los regalos? Mi amiga Delores, me regaló unos patos de madera, cuando le dije o que me gustaban. Mi amiga Nelly, un espejo peruano chulísimo, y cada cumpleaños hay regalos que se suman a mi caos, los ato al cariño del que me los ofreció. ¿Como cómo deshacerme del fabuloso caballo de cobre, que al admirarlo, mi madre cruzó la calle y lo compró para mí? Y los certificados de estudio, actas de nacimiento, defunción, cartas, tarjetas, dibujos de los niños, cuadernos con apuntes, etcétera, que no son solo de mi esposo y míos, sino los de mi madre, de mi primer esposo, de mi vida de inmigrante. En mis cajones hay pedazos de vida, de un pasado muy viejo, de un presente que comienza a serlo desde hace tres cuartos de siglo. Llevo en mi haber dos matrimonios, una viudez, el duelo de mis padres, la lucha para abrirme paso en un país diferente, y hoy, la pena de estar lejos de los que dejé atrás, a pesar de que soy muy feliz disfrutando de un amor nuevo, de viajes increíbles, y el amor de los nietos.

A mi esposo, es al que menos puedo atribuirle el desorden que aún existe. Me ha dejado la mayoría de las gavetas de las seis de nuestra cómoda. Las suyas están impecables. Al desvestirse, pliega su ropa y la deja en un sillón de la sala. Es tan meticuloso en todo, que hace la rotación de su ropa para usarla igual, a excepción de la de fiesta. Además, le gusta la ropa cómoda: las bermudas y los t-shirts son legión, pero sus trajes son los que usó para nuestra boda, que le quedan bien, ya que no deja de vigilar su peso. Su hobby es su juego de letras en el móvil, la lectura y actividades al aire libre, lo que solo me deja a mí, con pinturas, pinceles, y lápices desperdigados, y como toda mujer, con más ropa y cachivaches de todo estilo. Guarda documentos y fotografías, pero no en la cantidad astronómica mía, que colecciona fotos de mis padres, tíos abuelos, y demás familia, la cual es muy numerosa de mi lado.

Es Paul, el motor que me impulsa a comer balanceado, a esmerarme en cocinar algo sabroso y nutritivo, y a acompañarlo, retorciéndome, mientras seguimos los movimientos de Fitness Queen en YouTube por las mañanas, con pocas excepciones de descanso.

La muerte de mi vecino me ha hecho reflexionar. Ver a sus hijas con tiempo limitado para vaciar un apartamento más grande que el mío, igualmente lleno de cosas, ha sido un espejo de la vida que llevo. Ellas se ven abrumadas, y no puedo evitar pensar en cómo, a pesar de mis esfuerzos por organizar, sigo acumulando objetos. De la tarea que les espera a nuestra familia, cuando fallezcamos.

El libro de Marie Kondo, es muy instructivo, y ha sido vendido por millones, traducido a varias lenguas. Algo que retuve de su contenido, es que, debemos dejar a nuestro alrededor lo que nos proporcione alegría. Esta mañana, le dije a Paul: “Estoy escribiendo sobre lo innecesario y lo necesario, sobre todo en esta parte de nuestras vidas.”

Le reiteré que tenía razón, mientras más tenemos lugares y muebles para guardar cosas, más acumulamos. Le comenté lo de Marie Kondo, acerca de su opinión de guardar solo lo que nos alegra.

Se quedó pensativo un rato, miro a todos lados. Y me dijo: “Si, hay que deshacernos de todo lo innecesario.”

Más luego, suspirando, y volviendo a ver a todos lados, me dijo: “Pero, es que todo lo que tenemos me hace feliz.” No supe que contestarle, lo abracé tiernamente y le di un beso.

LUISA MARGARITA

«DE VUELTA A MI»

Él era mi todo y yo era su algo, por ello pasaban los días yo queriendo romper la monotonía y el tedio y él dejándose querer bajo el paraguas con el que yo lo protegía o frente al delicioso plato de gambas al anillo, su preferido.

Pasaban fechas inolvidables, días de festejos, etapas en las que el amor era la justa medida de que estamos vivos; pero era inútil…a él le pasaban inadvertidos con su cerveza en la mano y sus eternos juegos de combates

milenarios.

Una noche entró una mariposa negra por la ventana, él no se inmutó , yo la miré y supuse que era un aviso de que todo había llegado a su final. El aburrimiento era abrumador, una mariposa grande y negra me había sacado de la indiferencia y me hacía recapacitar.

Hacía mucho tiempo que él se había extraviado en cualquiera de los laberintos de su desamor, creía innecesario el contacto espiritual y sólo, a veces despertaba de su modorra sexual, de manera mecánica y como si yo fuera una muñeca inflable que se toma por necesidad personal, como limpiarse los dientes o escoger los calcetines.

Colmada ya, se lo dije bajito, suavemente. Ese día no hubo paraguas, ni gambas, ni música para adornar el momento.

Él vio en ese instante, mi maleta junto a la puerta y se puso muy pálido. A dónde vas – me dijo- con un raro temblor en la voz.

Le contesté, bajito y muy suavemente:

–Al carajo donde tú cada minuto me mandas.

–Pero qué dices, mujer, cómo vas a tomar en serio mis palabras? Sabes que soy un bruto!

A lo que yo respondí con voz queda; pero firme:

–No tomo en serio tus palabras, si no a ti. Tu sin hablar demuestras lo que no sientes!

Dije yo, sonreí ante lo turbado que estaba aquel hombre que creía innecesario que yo fuera feliz y ahora pretendía estar de vuelta a mi cuando yo ya no estaba ahí. Mi alma era la mariposa negra que ya se había ido nuevamente rumbo a la vida!

IRENITTA MERNES

Siempre pensaba que siendo el más perfecto iba a triunfar en la vida, notas perfectas, padres perfectos…

Sentía que algo me faltaba, no sé el qué, pero era un gran vacío que sentía, no me dejaba ni pensar, ni dormir, ni vivir en paz. Este sin vivir me dejaba sin poder pensar plácidamente.

Siempre solía irme a un parque a pensar, a tener un momento de relajación, de no pensar por un solo momento, el único lugar que me permitía no pensar.

Ahí en ese banco solitario donde solía quedarme horas pensando en nada, se sentó un hombre mayor, no solían sentarse conmigo.

Empezó a hablar, sus palabras eran raramente reconfortantes.

«Una vez un viejo monje fue al manantial a pensar, no sabía que hacer con su vida. Verás, los monjes jóvenes cuando van a ser mayores de edad tienen que ir a palacio y seguir un régimen muy duro con pocas libertades, nulas, diría yo.

Pero, el monje quería libertad, no vivir tras las rejas, un día escapó al bosque, y encontró una joven ninfa, en esos tiempos las ninfas protegían los bosques de intrusos. Ellas vivían en libertad pues eran salvajes, justo lo que el quería, pero su mayor error fue no ver esa diferencia.

Tiempo después descubrió una tribu del bosque, una tribu muy conocida por su mala reputación. Sangrienta, violenta…

Después de las pérdidas, el hombre se dió cuenta de que la libertad no era vivir con otros, o ser salvajes.

Si no poner límites.»

En ese momento, me di cuenta de mis errores, que el miedo no llevaba a ningún lugar, que debía no preocuparme por nada.

MAITE BILBAO

Sombras del pasado Parte I

Las paredes del club, un rojo desgastado por el paso del tiempo y el humo denso, parecía sangrar. Las butacas de terciopelo, otrora símbolo de lujo, ahora lucían raídas y manchadas, sus rellenos asomando como vísceras expuestas. Un hedor nauseabundo, compuesto por humo de cigarrillo, perfume barato y sudor rancio, impregnaba cada rincón del club. La música, un latido constante que sacudía las paredes, vibraba en los dientes como un martillo pilón. Ella se deslizaba entre las mesas como una sombra, su vestido negro ceñido acentuando las curvas que prefería ocultar. La música ensordecedora la envolvía, pero no lograba ahogar los ecos del pasado que la atormentaban. Un hombre, sudoroso y con la mirada perdida, se acercó. Sus manos, ásperas como lija, se posaron en su hombro, provocando un escalofrío que recorrió su espalda. No era el placer lo que sentía, sino un profundo horror. En ese instante, el tiempo se detuvo. Sus ojos se cerraron y se encontró de vuelta en su infancia. Su padre, enfurecido, la sujetaba del brazo con una fuerza descomunal. El dolor físico era intenso, pero era la herida emocional la que más la marcaba. La mirada vacía de su madre, observando la escena desde la esquina, se grabó en su retina como una cicatriz. Los recuerdos la inundaban, haciéndola sentir pequeña, vulnerable y perdida. Al abrir los ojos, volvió a encontrarse en el club, el hombre aún a su lado. Pero ahora, entre ellos existía una barrera invisible, un muro construido con los ladrillos del dolor y el miedo. Se alejó, buscando refugio en la penumbra de la barra. La madame, una mujer alta y delgada con una mirada de serpiente, se acercó. Su rostro, excesivamente maquillado, parecía una máscara. Vestida con un traje ceñido que resaltaba sus curvas y tacones altísimos, irradiaba una aura de dominación. —Todo bajo control, —dijo un hombre, levantándose para cederle el paso. Ella sintió con la cabeza, mientras sus ojos escanearon la sala. —Asegúrate de que estén entretenidas. Y recuerda, si alguna de ellas se pone difícil, sabes lo que tienes que hacer. —Sí, madame —, respondió el hombre, inclinando la cabeza. Volvió su mirada hacia ella, fría y calculadora. —Sonríe más, cariño. Tienes que hacer que los clientes se sientan cómodos. Ella forzó una sonrisa, pero por dentro se sentía enferma. Los recuerdos del pasado y la realidad del presente se entrelazaban, formando un nudo en su estómago. Deseaba desaparecer, desvanecerse en la oscuridad de la noche. La idea del suicidio se insinuó en su mente. ¿Por qué seguir soportando tanto dolor? En un rincón, una muchacha joven, de ojos grandes y asustados, la observaba. Sus ropas, aunque elegantes, mostraban signos de uso excesivo. La nueva le ofreció una sonrisa tímida, y ella asintió con la cabeza. En ese momento, se estableció una conexión silenciosa, como si ambas compartieran un secreto oscuro. La muchacha parecía tan frágil, tan perdida. En sus ojos, vio reflejado su propio dolor, su propia desesperanza. Y en ese instante, algo dentro de ella cambió. La idea del suicidio se desvaneció, reemplazada por un atisbo de esperanza. Quizás, juntas, podrían encontrar una salida. El club era un laberinto de sombras donde el tiempo parecía haberse detenido. Las luces, tenues y parpadeantes, creaban sombras grotescas en las paredes, como demonios danzando en un aquelarre. Cada rincón del lugar era un recordatorio de la decadencia y el peligro que acechaba en la oscuridad. A pesar de la multitud, ella se sentía más sola que nunca. El aire, cargado de feromonas y promesas rotas, era tan denso que parecía tangible. Una selva donde los depredadores sexuales esperaban al acecho en cada rincón, mientras elegían presa. Y a pesar de todo, ella seguía avanzando, una sombra más en ese océano de rostros anónimos. Pero ahora, ya no se sentía tan sola. Quizás aquella otra chica…

LETICIA R MENA

Octubroño Guardo octubre en la maleta, junto con un puñado de versos sueltos que se habían caído de mí, como las hojas lo hacen de los árboles en otoño. Me calzo las botas de caminar por los bosques a los que huían los poetas; estas botas que han recorrido las Siete Leguas, como las de ese gato del cuento. Me dispongo, una vez más, a emprender el camino. Me aseguro de llevar todo lo necesario. Aire para respirar. Ojos para ver el mundo. Piel, toda ella, toda entera; para no dejar de sentir ni el más mínimo roce del viento, ni el último rayo de un atardecer dorado y rojizo, ni cada mota de polvo flotando en la luz. De todo ello haré versos. Lanzo un puñado de letras al aire. Caen revoloteando dentro de la maleta que se cierra al instante, impidiéndoles escapar. Dejo atrás todo lo innecesario, que es más disfraz de un yo inexistente, que un yo misma, aunque nacida en algún rincón oscuro y pequeño dentro de mí. Nacida de la oscuridad, como lo hacen las semillas en la tierra, enredando las raíces en las profundidades para emerger al mundo. Pequeñas al principio. Árboles que han crecido sacudidos por el viento y las tormentas, bajo el inclemente sol de los largos veranos sin lluvia, después. Marcho ya, he de irme. Octubre se agita nervioso, impaciente, dentro de la maleta, y alborota a las palabras que comparten espacio con él ahí dentro. Mis botas están listas. Si algo he de necesitar lo buscaré por el camino. Me desprendo de lo innecesario, al mismo tiempo en que la primera de mis hojas marrones inicia el vuelo a acrobático hacia el suelo. Supongo que quedaré desnuda de todo lo vacío. No importa. Sé que reverdeceré al llegar la primavera. Mientras tanto, seré solo esqueleto. Pasos sobre un mundo que recorrer, juntando un puñado de letras. Éstas tal vez. Quizá otras después.

CESAR TORO

Decía en una de sus peroratas el cantautor Argentino Facundo Cabral. Que su abuela cuando iba al mercado, se admiraba al ver tantas cosas que no necesitaba .

Hoy en día, nosotros, en este mundo “inteligente”, somos presa fácil del consumismo, bueno me refiero, a ese consumismo que nos hace ver a través de la tele, o la prensa que: entre mas tenemos, más debemos comprar. Otro coche, un movil nuevo, el ultimo juego de video etc. El otro consumismo es el del pobre, el que no tuvo la suerte de los otros, entonces tiene que conformarse, con su mismo coche, con sus mismos zapatos y con su misma pareja.

Bueno, ya mas en serio, creo que todos tenemos cosas innecesarias, algunas materiales y tambien de otra índole.

Una caña de pescar que nunca usamos, un telescopio para ver las estrellas y nunca las vemos, una arma guardada por si acaso, aunque ya no funciona, una bicicleta que esta llena de óxido, ropa nueva, para una “ocasión especial” y muchas cosas mas que no termino de nombrar. Ademas, guardamos otras cosas que también son inecesarias como por ejemplo: odio, rencor, sed de venganza, gerras, armas nucleares, egoísmo, tristeza, etc. Si los humanos entendieramos a belleza de una vida sensilla y en paz. Todo lo demas sería innecesario.

“Un hombre rico tenia un terreno que le produjo mucha cosecha, por fin dijo: “Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, donde pueda almacenar todo mi grano y mis bienes. 19 Y diré: Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años. Descansa, come, bebe y goza e la vida”. 20 Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?”.”

(Lucas 12, 16)

NUMIRALDA DEL VALLE

LO INNECESARIO.

La hermosa chica iba conduciendo su coche último modelo, regalo del padre al cumplir 19 años. Los ojos claros resaltan en la tez bronceada por el sol. Hija única de un prestigioso empresario, dotada de todas las cosas materiales necesarias y de las no tan necesarias también. Él consideraba estar haciendo lo correcto. «Su hija se lo merecía», determinaba cada vez que incurría en darle uno de sus exorbitantes regalos. En ningún momento piensa que el exceso, lo superfluo, no elude o mitiga algunos sentimientos.

Verónica inició recientemente en la universidad, proveniente de otra ciudad. Por su porte distinguido, actuar formal y aspecto taciturno, despierta el interés de los compañeros. Con la curiosidad propia de la edad, casi de forma descarada, se la pasan observándola percibiendo que es muy adinerada.

Pasadas algunas semanas no se ha integrado a ningún grupo. A pesar de ser cortés con todos, de alguna forma evadía los acercamientos. Esta actitud fue cuestionada, especialmente por las muchachas. Leticia empezó a verla de forma despectiva emitiendo comentarios como «se cree gran cosa, es una estúpida». Otros decían que era privilegiada por sus costosas posesiones. «Seguro no carece de nada, tiene todo cuanto desea», afirmaban. Lo cierto es que Verónica se convirtió en la chica envidiada.

Su modo de ser no le impedía detectar los efectos que despertaba. Por eso, mientras conducía meditaba en ello: «Envidiada». Una lágrima rodó por su mejilla. Claro, pensaban así porque ellos no saben lo que es crecer sin mamá.

HAROLD LIMA

La redundancia se ocupará.

Miro su mano manchada por algo de sangre, lo intenso del rojo le sorprendió, rara vez tenía la oportunidad de sentir preocupación o ansiedad más allá de los días que visitaba junto a amigos los simuladores de emociones del centro comercial de su ciudad; estaba muy de moda jugar a mendigo y sentir hambre o ese crudo dolor de huesos luego la temperatura en la ciudad simulada bajara a menos de 10 grados. Muchos jugadores preferían las aventuras laborales donde trabajabas 10 horas diarias para llegar a una casa diminuta y pensar en suicidarte a diario, la variedad de juegos era cada vez menor por culpa de los activistas pro felicidad. Sin embargo, aún habían locales donde podías por unas monedas, sentir, dolor, hambre, sufrimiento y otras muchas emociones de la forma más segura para tu salud.

Era curioso que algunos se hicieran adictos a estas emociones que en otros siglos serían desagradables y las buscaran mas alla del mundo virtual y simulado, nadie los recriminaba socialmente por eso o era penado legalmente, solo eran unos desviados a la norma que reinaba en la sociedad tranquila del bienestar. En ocasiones se les veia caminar en grupos pequeños, totalmente ataviados de accesorios perfotantes, sus cuerpos como alfileteros humanos no pasaban desapercibidos y pocos podían aguantar el asco y las arcadas al mirarlos; mucho psicólogo postulo era una forma de rebeldía juvenil inofensiva o sub culturas urbanas que se expresaban autoinflingiendose dolor. Lo cierto es que eran pocos y con los años pasaron a ser un curioso atractivo turístico en las calles de la ciudad.

Entre sus dedos pulgar e índice sintió la viscosidad e imagino en probar con su lengua el sabor, sus estudios de medicina le indicaban que si seguía perdiendo sangre, probablemente moriria en algunas horas. Pero, no podía evitar estar fascinado por todo esto. Morir da frío se decía a sí mismo, suspiro y apretó fuerte su costado que estaba en parte empapado en sangre y del cual escapaban pequeños cables que chispeaban a ritmos periódicos. Los altoparlantes le perecieron lejanos y su voz apenas audible entre las explosiones apenas entendible.

«Ciudadanos eviten moverse o pedir auxilio, esto solo demorará la muerte y les será aun más incomodo»

El mensaje se repetía y los confundidos heridos apenasle prestaban atención, algunos suplicaban los maten o pedían auxilio. También los había otros que daban exaltados gritos de placer.

En cambio el solo se perdía en sus pensamientos, nunca antes había muerto y estas emociones eran nuevas y apasionantes.

Una segunda ráfaga de metralla inundó el cielo y desde lo alto las naves humanas bombardeaban el planeta de androides.

—¡Mueran maquinas, solo son programación. Nosotros somos reales! Se escuchaba de algún regordete tirador, otros regordetes lo apoyaban a la vez que reían.

Él sintió que su cuerpo ya no le respondía se dejó caer en la inconsciencia.

La gran fábrica mañana construiría otra ciudad nueva y otro él nuevo. Estos ataques le eran algo periódico y previsible.

Cada 20 o 30 años era normal los orgánicos llegarán en naves para destruir alguna ciudad y luego se marchaban. Contraatacar fue evaluado hace mucho y se vio que solo seria un problema logístico inútil, reconstruir requería menos recursos que una guerra a escala planetaria contra sus antiguos creadores.

Los sistemas perfectos de esta sociedad contemplaban estos arranques sentimentales de los humanos, lo innecesario de una guerra era sólo reservado para los imperfectos humanos que vivían en las colonias orbitales, ellos temían a los planetas donde se tenía que depender de los cambios estacionales y la dureza de la naturaleza.

Solo los androides disfrutaban de ocupar los mundos y vivir estas experiencias. Los humanos temían perder su humanidad al ver que los androides eran una humanidad mejor y más ordenada.

Los sistemas redundantes trabajaban ya en restaurar las ciudades destruidas por la emoción humana era inútil pensar que algún bando ganó la guerra, era innecesario llorar por un muerto, pues cada ciudadano era almacenado y respaldado en un nuevo cuerpo que era idéntico al de un humano del siglo pasado. Los regordetes callaban sus ansias de emociones y presumían en sus colonias orbitales las cabezas de algún androides como trofeos de caza. Los androides reconstruir y vivían sus vidas repetitivas pues solo eso sabían hacer.

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11 comentarios en «Lo innecesario – miniconcurso de relatos»

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