El pódium – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «sin batería». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 15 de agosto!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

El pódium alcanzará

aquel que con arrojo

por el objetivo luchará

y nunca se rendirá

pues causaría enojo.

Con gran templanza

se alzará la medalla

estará en lo más alto

no la tendrá el canalla

que hace trampa y calla

ese; ni medalla de basalto.

SUSANA NÉRIDA SUÁREZ

Desde pequeña me ha apasionado el deporte. Me da paz, me siento libre.

Nunca entendí ese afán por competir y llegar al podium, la mayoría dejaban de disfrutar en el proceso y sólo existía el: tengo que ganar.

No, no me gusta competir.

Y, aún así, mi pared está llena de medallas de subir al podium por mis diversas disciplinas.

El deporte siempre ha sido mi vida. Pero tenéis que entender, que ese espíritu de competitividad por alcanzar el podium, consume y no es sano.

¿Qué tendrá ese podium, que dice que eres el mejor y todos aspiran a él?

De una exdeportista al mundo.

BENEDICTO PALACIOS

El lunes pasado, cuando media España se comía las uñas esperando que llegaran medallas y se preparaba para inmortalizar a los héroes sobre el pódium, mi compañero José Manuel estaba entregando la última tarjeta, la que a todos nos regala la vida, la lista de sus éxitos, muchos, y de sus fracasos.

José Manuel era un grandísimo profesor de Biología, un sabio en esta especialidad y sobre todo un innovador. Fue capaz de crear entre los alumnos de 4º curso de Secundaria el hábito de investigar. A las Jornadas Científicas, sí científicas, para alumnos de 16 años acudían chicos y chicas de toda España, del Perú y de Suecia, que recuerde. Y era un espectáculo asistir a sus exposiciones. ¿Os imagináis a un alumno del Perú tratando de explicar por qué un perro carecía de pelo? Y otras cien genialidades más. Pues todo esto quedará en las pupilas cuajadas de sorpresa de aquellos jóvenes.

En aquellas fechas no se celebraban los juegos olímpicos, no había un pódium, y a mí no se me ocurrió improvisarlo, porque José Manuel, como otros cientos de profesores anónimos, se lo merecía.

Tarde se me alcanza, pero de algún modo se ha de dejar constancia del reconocimiento y homenaje al compañero.

Descansa, amigo, si acaso allí competiciones, en lo alto del pódium.

RAQUEL LÓPEZ

En tiempos de Vespasiano

las tardes de Roma antigua

tiñen la arena de sangre

pues hizo construir un circo,

el gran Coliseo romano.

Entre el clamor de la plebe agitada

y las cuadrigas de caballos,

el graderío está a la espera

de que salgan los esclavos

que vacilantes y trémulos

al escuchar un rugido,

asoma el león belicoso

mientras la turba da aplausos.

Y así expiraron muchas vidas

en aras del entretenimiento

muchas almas perdidas,

Dolores y sinsabores.

El emperador fue perdiendo gloria

y ahora el coliseo

no es más que una vieja sombra

de todo lo acontecido.

¿ Y el pódium?

¡ Ya se ha perdido!

ARMANDO BARCELONA

VIRGINIA

Con Paciano acordamos distribuir el sótano en dos espacios: uno dedicado a despensa y bodega, no demasiado grande, y otro más espacioso para reuniones, presidido por un fogaril, que además de combatir el frío extremo que siempre hacía allí abajo, oficiara las veces de cocina rústica y asador, en fin, un eje alrededor del cual poder socializar con vecinos y amigos.

El otro fleco que faltaba por recortar, para que la propiedad luciera como en sus mejores momentos de esplendor, era el jardín que rodeaba la casa, que sin ser excesivo, sí tenía las dimensiones suficientes para el lucimiento. Yo no tengo habilidad para tratar con las plantas, por lo que tomé la postura cómoda de contratar un profesional y me recomendaron a María Amalia, una mujer del pueblo, que según algunos tenía un don especial para la jardinería.

Paciano torció el gesto, cuando se lo comenté: «Nun ye bonu tratar con bruxes», se limitó a decir mientras repiqueteaba el enlucido de una pared a golpes de maceta y cincel.

―No me digas que voy a contratar una guaxa ―me mofé de su reticencia supersticiosa.

Yo nun sé si esta zuca sangre o qué, pero dicen que fala colos muertos y eso nun ye bona cosa. ―Respondió sin esconder su incomodidad―. Avisáu quedes, mozu, depués nun vengas con quexes.

Me ajusté con ella por teléfono. Tenía una voz agradable y su asturiano era mucho menos cerrado que el de mi amigo albañil, quedamos en que se pasaría por mi casa la siguiente semana y abordaríamos juntos el arreglo del jardín. Resuelta esa contingencia, volví a centrarme en la historia de Garibaldi.

Como la documentación que tenía de los personajes era casi nula tuve que poner a trabajar la creatividad construyendo una vida del indiano por completo inventada, aunque con base en elementos veraces, pues la ubique en escenarios históricos e hice actuar a Garibaldi como un gambusino más del siglo XIX; de esa manera tenía la esperanza de que la trama de mi novela disfrutase de alguna posibilidad, aunque fuera por mera estadística, de rozarse con la realidad.

Por ese lado no se me hacía demasiado difícil armar la novela, que fluía sin contratiempos. Escribí que Chucchill, Cook y Rendueles explotaron la bonanza minera de Gamble Creek, hasta llegado el momento en que la falta de oro no compensaba el esfuerzo. El norte de Califonia era un aluvión de mineros y no quedaban tierras libres que reclamar; por otra parte, Coloma había dejado de ser un pueblo exclusivamente gambusino; la total ausencia de leyes y hombres que las hicieran cumplir, propició que una legión de aventureros, ladrones, pistoleros y maleantes, atraídos por la riqueza, camparan a sus anchas por el condado. Había llegado el momento de buscar nuevos horizontes y la compañía optó por tomar rumbo a México. Esta vez se les unió Hiram B. Bronson, un tipo de gatillo fácil, que necesitaba también cambiar de aires. Juntos llegaron a La Cienaguiila, al noroeste de México, topándose con la prohibición de trabajar las minas, impuesta por el gobierno de la nación. Por ese lado, la urdimbre de la trama estaba funcionando bien, sin embargo, no sabía cómo introducir en la novela la figura de Witari, la india que más tarde se convertiría en Virginia.

Soy de natural obsesivo, como ya ha quedado de manifiesto, y decir que esa mujer me estaba quitando el sueño no es un recurso de atenuación, porque literalmente era así. Algo no encajaba entre Virginia, la mulata caribeña, que llegó a Luarca con el indiano, y Witari, la india nativa del noroeste de México, pasajera de «La Favorita». En un sentido antropológico, los rasgos físicos de una y otra deberían diferenciarlas y eso me hacía pensar que se trataba de dos mujeres distintas, aunque tampoco podía obviar la posibilidad de que se hubiera utilizado el término «mulata», a modo de simplificación. Estaba ante otro callejón que también parecía ciego. Pero el azar, o quizás alguna otra fuerza oculta empeñada en hacerse visible por sabe dios qué extraña razón, vino a echar luz al misterio, emergiendo como un espectro de la gélida caverna del sótano.

Oime, Diego, ven y mira lo qu’atopé. Esto ye del indianu, seguro. Date priesa. ―Me atosigó Paciano desde las profundidades.

Habíamos decidido eliminar el revoco de las paredes para hacer que apareciera el ladrillo antiguo original y en esas estaba Paciano, cuando un derrumbe parcial del muro dejó al descubierto un nicho de aproximadamente medio metro de diámetro y dos cuartas de profundidad, dentro halló lo que parecía una caja, cuidadosamente envuelta en un trozo de hule. Con la unción y el respeto que merecería el acto de romper un sello sagrado, Paciano cortó las cuerdas que ataban el paquete y retiró el hule, quedando a la vista un joyero de madera, sencillo, sin adornos, austero, en el que solo había un cuaderno con tapas de cuero, una pequeña Derringer de un tiro, con las cachas de nácar, y dos viejos daguerrotipos, todo ello en perfecto estado de conservación.

La escena recogida en la primera de las placas parecía un linchamiento. De una gruesa viga de madera atravesada sobre dos postes, pendían tres hombres colgados por el cuello; dos estaban a la misma altura, pero la cuerda del tercer ahorcado, que ocupaba el centro en medio de los otros dos, era sensiblemente más corta, propiciando que el tipo colgase medio cuerpo por encima de sus compañeros, formando una especie de pódium macabro, a los pies del cual posaban ocho individuos con gesto severo, como cazadores exhibiendo el trofeo de las piezas cobradas.

La otra placa era una instantánea de un hombre y una mujer, ella sentada y él, a su lado, de pie y con una mano apoyada en el respaldo de la silla. Los dos vestían elegantemente: la dama, un traje blanco compuesto de corpiño y falda larga con adornos en lazo de raso; el caballero usaba camisa, chaleco y pantalón, en tonos igualmente claros, y cubría su cabeza con un panameño. ¿Estábamos ante Virginia y Garibaldi? Todo apuntaba en esa dirección, solo que los rasgos de ella distaban mucho de ser los de una india mexicana, lo que alejaba la posibilidad de que fuera la misma pareja que viajó en «La Favorita», pero tampoco parecía una mulata, más bien su fisonomía era la de una mujer caucásica. ¿Quién era, pues, en realidad Virginia, la compañera de l’indianu?

PEDRO PARRINA

Mi aspiración al podium no es sino vencer mis miedos al hipotético hecho de subir al podium.

Tan solo pretendo ser eso: un poema, breve; pero cierto, una semilla, una enseñanza, un pretexto.

DAVID MERLÁN CASTRO

Querido lector:

Les dejaba la semana pasada narrando Las Crónicas de Santa Marta del Grillo Cojo entre el anecdotario, las risas y los hechos extraordinarios.

Pues bien, como Crónicas que son, hoy toca hablar de uno de los hechos más luctuso que se recuerdan en el lugar: Las flechas de los inocentes

Recordaran que hace unas semanas les describía el concurso anual de tiro con arco que se celebraba en el pueblo con motivo de las fistas patronales en las cuales, año tras año, Paco era el admereir de todos. Tampoco es menos cierto que como les contaba, a veces suena la gaita y un año, y por un golpe absoluto de suerte, Paco había descubierto un manantial de aguas subterraneas al derribar un viejo depósito dando por terminada la acuciante sequía que les rodeaba.

“Que la puntería de Paco te acompañe” se comenzara a decir por aquel entonces al que tenia buena suerte. Esa aparente alegría no duró demasiado, apenas diez años. Cuando los hechos que les voy a narrar a continuación sucedieron, Paco pasaria a la historia de Santa Marta por un motivo bien distinto.

Uno de esos años, tras el fracaso fulgurante año tras año de Paco que por entonces ya rondaba los cuarenta años, sin un viejo deposito que le pudiera ayudar, ni mosca que oportunamente se posara en su nariz, Paco entre los abucheos cada vez más insitentes de que dejara año tras año de participar; entre los sabios consejos de Anselmo, el alcalde o los de Manuel, el párraco, que así se lo recomendaban, y entre las mofas cada vez más de peores malos modos del resto de vecinos, algo en Paco cambió ese dia. Al caer la noche de su énesimo fracaso y sus correspondientes burlas, en la soledad de su casa, sentado en la cocina al calor de un fuego, mientras limpiaba y mimaba su arco y su carcaj, algo, un fuego oscuro se encendió en su interior trazando un plan en su cabeza y decidiendo su destino por él.

Decidió que ya no podía soportar más las humillaciones. Desde pequeño, había sido un amante del tiro con arco, dedicando horas a perfeccionar su técnica en el bosque cercano al pueblo. Su sueño era participar en el gran campeonato regional, pero cada año, primero debía de ganar el torneo local de las fiestas patronales que año si año no, caía del lado o bien de Ramiro o bien de Alberto, con alguna victoria esporádica de Luis, el jefe de familia de los Fernandez.

Paco comprendió que mientras esos tres estuvieran vivos, nunca lograría su objetivo y tomó la peor de las decisiones que se pueden tomar.

Optó por la solución más drástica y cruzó un punto de no retorno en el que la cordura se escurrió entre sus dedos.

Aquella tarde noche, tras un nuevo y doloroso recordatorio de su ineptitud matutina, decidió que era hora de que todos entendieran que no era un simple blanco de risas.

A medida que el sol se ocultaba tras el horizonte, Paco abandonó su hogar y se adentró en el bosque camino al pueblo. Su arco, un preciado regalo de su abuelo, lo acompañaba de nuevo. Colgado a la espalda, un carcaj lleno de flechas bien afiladas.

Apenas diez minutos mas tarde, el primer asesinato fue casi un accidente, una respuesta visceral a la provocación. Alberto, al verlo llegar tan serio, volvió a burlarse de el recordándole los hechos de la mañana, y cuando apenas le restaban quince metros de distancia, Paco no pudo soportar más.

En un instante, clavó los pies, se detuvo alzó su arco, lo cargó y disparó.

La flecha silbó en el aire, cortando el viento. Impactó en el pecho de Alberto, quien miró con incredulidad mientras la vida se desvanecía de sus ojos. En ese momento, los pocos del pueblo que alli se encontraban se quedaron en silencio, seguido por gritos desgarradores de horror. El cuerpo cayó al suelo, y la risa se transformó en pánico.

Paco, sintiendo cómo el poder de la venganza corría através de sus venas, echó a correr y se escabulló entre las sombras, dejando atrás un escenario de caos.

Apenas quince minutos después, el trayecto que separa la plaza del pueblo de la casa de su siguiente objetivo, Paco se plantó delante de la puerta de Ramiro, el campeón habitual.

―¡¡Ramiro!! ―gritó a pleno pulmón desde un par de metros de distancia.

Tan solo habia trascurrido un minuto cuando Ramiro abrió la puerta aún limpiándose con la servilleta los restos de la cena que estaba tomando.

―¿¡Qué carajo quieres? No ves que no son horas―contestó.

Paco, sin mediar palabra y con el arco ya preparado, lo tensó y disparó en cuanto tuvo el tiro limpio. La rápida y letal flecha le atravesó su garganta sin más resultado que su muerte casi instantánea.

Cobrada su segunda víctima, huyó del lugar. Solo le quedaba una tercera para alcanzar el podium tan deseado. De ser al fin el mejor, el campeón de todos ellos; Luis.

Pero como suele suceder con la locura, en medio del frenesí de sangre, y mientras se dirigia a casa de los Fernandez, surgió un destello de remordimiento. Paco se encontró corriendo, escabulléndose como un delincuente con la cara cubierta de polvo y sudor, y dos flechas menos en su carcaj. Sin embargo, el eco de las risas burlonas de estos años volvió a sonar con fuerza en su mente, y la ira volvió a fluir en su interior.

Diez minutos más tarde, repitió la escena:

―¡¡Luis!!… y cargó el arco.

Como no octuvo respuesta, lo volvió a intentar y tras unos segundos sin lograrlo, se acercó para aporrear la puerta, instante en que esta se abrió.

―¡¿Qué quieres, no ves que estamos cenando?! ―contestó con la puerta entornada que dejaba ver una familia alrededor de una mesa.

Paco sintió esa sinistra voz que te atrapa en los momentos de la demencia y propinándole un empujón tiró con Luis al interior de la vivienda. Éste al caer, se golpeó la cabeza con la esquina del mueble recibidor y quedó inconsciente.

Viendo fuera de combate a su rival, y con los ojos inyectados en sangre, decidió que necesitaba un último acto, quizás el más brutal de todos. En un frenesí absolutamente desbocado, entró en el hogar, cerró con calma ante las miradas angustiadas de la mujer y los dos hijos de Luis y los miró a la cara.

Sin mas dilación, lo que siguió fue un pequeño infierno. La masacre se desató. Uno a uno, los miembros de la familia Fernández cayeron ante él. Una flecha para la madre, otra para el hijo mayor y una tercera para el hijo pequeño, hasta que quedó solo el silencio. El eco de sus risas burlonas había cesado.

Cuando se disponia a salir de aquella morgue, Luis comenzó a despertar. Error incosciente el que comentío ya que al notar vida en él, Paco, con una tranquilidad y pasmosa sangre fria, se acercó a él, cargó el arco y apenas Luis abrió los ojos, le propino un flechazo en toda el cuello. Al fin y al cabo, parecía que si tenia punteria.

Con el objetivo cumpliendo, Paco salió de la casa, y echó a correr rumbo a la suya. Llegó, atrancó la puerta por dentro y se sentó en la cocina. Cogió un generoso vaso de vino tinto y se lo bebió casi de una sentada. Había logrado lo impensable, pero cuando miró a su alrededor, solo encontró desasosiego. Pronto terminaría todo.

La polica no tardó en llegar. Tras derribar la puerta, se encontraron a Paco colgado de la viga y una nota:

“A quien lea esto y le importe:

Al fin ya estoy en lo más alto del podium. Ya puedo descansar en paz.

Paco”

Desde entonces, las calles de Santa Marta del Grillo Cojo quedaron marcadas por la tragedia. El pueblo había perdido no solo a siete de sus vecinos, sino también la esencia de la comunidad que un día lo había caracterizado. Desde aquella funesta noche, la sombra de Paco se aventuraba en cada fiesta patronal, donde muchos afirmaban haberlo visto, agazapado entre las sombras esperando lanzar su próxima flecha.

ANTONICUS EFE

El paseo nocturno por tu helado corazón

cortó la brisa de mis sentimientos;

ahora soy escarcha en tu amanecer.

Eres medalla de bronce con trozos de cartón

que juega con bobos enamoramientos;

solo eres tinta para desmerecer.

Has sido medalla de plata en la traición

dando rienda suelta a resentimientos;

solo te interesa ostentar el poder.

Nunca serás medalla de oro como renglón

que sujete firme los ajenos tormentos;

está vacío de colores tu plumier.

El vacío del reloj es recorrido por las horas,

estupefactas con la competición

de las miserias cegadoras;

no hay podium que les de ascensión.

El amor es una estafa y el romanticismo

es el pesebre de los pusilanimes.

No hay asideros en el abismo.

No hay honor entre falsos amantes.

PEDRO A LÓPEZ CRUZ

CON LOS PIES EN EL BARRO

Persigue tus sueños. Que nada te impida lograr lo que quieres…

Eso es lo que siempre me había repetido todo el mundo: mis padres, mis abuelos, mis maestros en la escuela y muchos años más tarde, mi psicólogo. Y eso es justo lo que hice aquella mañana en la que mi único sueño se reducía a algo tan simple como engullir la enorme y deseable chocolatina de la tienda de chuches de Tomás, a la que llevaba un rato echándole el ojo. Y es que siempre me ha podido el ansia de comer. Más tarde descubriría que, técnicamente, eso se llamaba gula y que es un pecado muy gordo y muy feo. Pero a mis tempranos siete años yo simplemente desconocía esos pequeños detalles.

La escena se desencadenó en segundos. Fue todo una: agarrar la delicia de chocolate, girarse Tomás justo en ese momento, abrir dos ojos como platos Duralex y dar la orden a sus dos nietos, que por fortuna se encontraban en la tienda, para que salieran raudos a mi caza y captura. Ahí dio comienzo la prueba olímpica de muchos metros libres, tantos como aguantásemos los tres.

Sancho y Juancho, los nietos en cuestión, obedecieron de inmediato a su yayo, lanzándose a una endiablada persecución, como galgos tras su liebre. Aunque a juzgar por las generosas dimensiones de los tres, ni ellos se podían considerar galgos, y yo mucho menos una liebre. Yo corría como podía, y lo hacía bien, pero pasado un rato me empezó a faltar el resuello. Juancho, el más joven y patoso de los dos, corría por inercia, como si no supiera de qué iba la cosa, riendo y pensando que todo aquello era un juego. Sancho, sin embargo, ofuscado por la rabia que ya me tenía del colegio, se cebó conmigo, como si le fuera la vida en ello, dando enormes zancadas mientras resoplaba y me hacía sentir su aliento cada vez más cerca del cogote. Ironías de la vida; había pasado de perseguir mi sueño a ser perseguida por dos sicarios infantiles.

Fue en la curva cuando el destino se empeñó en truncarlo todo. Mientras miraba hacia atrás, no calculé bien el giro y acabé derrapando hasta dar con mis huesos en el suelo. La noche anterior había llovido y el descampado entero era un completo barrizal. Yo caí la primera. Acto seguido aterrizaron los dos hermanos, formando entre todos una especie de enorme albóndiga humana rebozada de fango que tras varias vueltas más consiguió por fin detenerse.

Los tres nos miramos y en ese momento supe que estaba perdida. Fue entonces cuando tuve que claudicar. En un rápido e inteligente movimiento, saqué del bolsillo otras dos chocolatinas más. He de reconocer que, además de la gula, la cleptomanía también se encontraba entre mis aptitudes más destacadas. Para cuando Tomás me pescó en la tienda, chocolatina en mano, ya me había dado tiempo a escamotear otras dos bajo el abrigo. Tres para tres. Total, que hice un justo reparto y la cara de rabia de Sancho se tornó de pronto en un cuelgue de baba nada más ver la enorme y apetitosa barra de chocolate. Y es que aquellos chavales serían los nietos de Tomás, pero tontos no eran. El pódium había quedado finalmente establecido. El oro para mí, por rapidez e inteligencia de sobra demostradas. Los dos hermanos, por su parte, se repartieron plata y bronce respectivamente, al haber caído al barro con un segundo de diferencia.

—Y así fue como acabó el robo y la persecución aquel día, señor juez.

—Me parece estupendo, señora, pero no sé a qué viene contarme ahora su vida. Tiene usted ya más de cuarenta años y un botín de tres millones de euros no es precisamente una chocolatina ni este juicio unos juegos olímpicos.

El honorable juez que presidía la audiencia y que acababa de pronunciar esas palabras no era otro que Sancho Alcántara. Se enfrentaba a su primer juicio tras haber aprobado las oposiciones de judicatura y de repente la vida le llevaba a coincidir de nuevo con aquella mujer. Trató por todos sus medios de disimular y que no se notara que conocía de sobra a la acusada, aunque sin éxito. No era consciente, pero la misma cara de rabia de aquella lejana acababa de aflorar de nuevo en su rostro, muchos años después. Ahora sí que la tenía hundida en el barro, atascada hasta las orejas. Y esta vez no lo iba a comprar con una simple chocolatina. Estaba dispuesto a darlo todo por conseguir el oro en aquel juicio. El primero de toda su carrera.

SERGIO TELLEZ

MOCOS

La señorita Celinda me sorprendió con las «manos en la masa».

Ella fue mi maestra en primer año de primaria, y me encontró con mi dedo índice izquierdo hurgando con pericia minera uno de los orificios de mi nariz.

Siempre me pregunté ¿por qué le decían señorita?, ya que aunque sin esposo, si tenía una hija de unos veinticinco años. Talvez poseía ese «título» para proteger su buen nombre.

La señorita frunció el ceño, con disimulo se acercó hacia mí, puso su cara contra la mía y me susurro: —¡niño, eso es pecado, irás al infierno!

Yo sabía que la falta cometida era grave, pero no al extremo de ser pecado.

La última vez que perfore mi nariz para buscar un «moco» y me pillaron, fue en la mesa del comedor a la hora del desayuno y mi mamá fue la que descubrió mi falta, el grito se escuchó en todo el pueblo. «¡Cochino…!». Mi papá me miró con una sonrisa cómplice y mi hermano río maliciosamente. Hoy lo premiarían a él. Solo fue el grito ensordecedor, unas cuantas reprimendas; una diablura más.

El día que la señorita me sentenció y me mandó a la hoguera fue terrible, había pecado y merecía un castigo ejemplar por parte de Dios. Yo estaba desolado, no era justo que fuera el único condenado a la hoguera, todos mis compañeritos se metían el dedo en la nariz, unos eran muy descarados igual que yo, había otros más reservados, que se creían más puros y lo hacían en privado a la hora del recreo, encerrados en el baño de la escuela, o detrás de las paredes y hasta se los comían, ellos comentaban que eran saladitos y mulliditos.

El meter el dedo, escudriñar y despegar muy suavemente los benditos mocos era una experiencia inolvidable.

Lo bueno del hecho que nos enfermáramos y nos diera gripe en temporada de invierno, además de los mimos de mamá, eran las «competencias» que se programaban cada recreo a las diez de la mañana. Con cuaderno en mano, Juanito anotaba una a una las medidas de los mocos que nos sacábamos.

Había dos reglas no escritas que teníamos que cumplir: La primera, los mocos tenían que salir secos, nada de estar «gelatinosos». La segunda, los mocos tenían que llegar enteros a la mesa de medición, si se partían no aplicaban. Modestamente, subí al pódium en tres ocasiones; mi nariz no era tan grande como la de Deimar, que subió a lo más alto unas ocho veces.

Al día siguiente la señorita, en clase de religión, nuevamente se acercó muy sigilosa y me dijo:—Para que Dios no se enoje y te perdone tienes que escribir cinco páginas de cuaderno que digan:»No debo meterme los dedos a la nariz», y con eso él en su extrema sabiduría te perdonará.

—¿Me perdonará?—Le pregunté con una sonrisa esperanzadora.

—Claro que sí— me contestó sonriendo.

Afortunadamente, tenía un cuaderno de cien hojas cuadriculado nuevo, y tomé literalmente lo que la señorita me dijo.

Ahora tendría el «permiso» de el de arriba, y cada vez que pecara escribiría cinco páginas con ese letrero «No debo meterme los dedos a la nariz».

El cuaderno no duro mucho, se llenó rápidamente, y yo disfruté de los placeres más deliciosos de mi niñez, hurgar y tratar de extraer la mayor cantidad de mocos.

JOSE LUIS USÓN

EL ÚLTIMO PÓDIUM

Salgo del agua con la respiración acelerada, mi corazón late a todo lo que da, boqueo en busca de un aire que me cuesta encontrar, me siento casi en la antesala de la muerte. El cambio de una posición horizontal a la verticalidad nunca es fácil, el mareo quiere aparecer, pero lo aparto de un manotazo.

El sector de natación ha transcurrido sin sobresaltos, me he conseguido meter en el grupo de cabeza y dejándome llevar consigo muy buena posición. Comienzo a subir la larga cuesta que lleva del pantano a la primera transición. Mano a la espalda, agarro la tira de la cremallera del neopreno y con un fuerte tirón la bajo de golpe, mientras sigo corriendo, empiezo a sacar los brazos y dejo la parte superior del mismo colgando de la cintura, en mis sienes un golpeteo acelerado. Mi inseparable compañera de dos ruedas me espera en la transición, traigo a mi memoria la posición en la que se encuentra, ya la veo, me quito el gorro y las gafas de nadar, me planto frente a ella y me saco totalmente el neopreno, dejo todo en la caja y me pongo casco y gafas de bici. Con la flaca agarrada por el sillín, salgo disparado hacia la línea de montaje. Allí veo al míster que me grita “ terceros por equipos, a darlo todo”, seis palabras que me meten una presión que no esperaba, a mi edad luchar por un pódium, aunque sea por equipos, es pura fantasía, algo que ya tienes descartado. Salto sobre la bici y las calas encajan a la primera, lo que me permite imprimir velocidad desde el primer metro, por delante cuarenta y dos kilómetros, pero planitos. El ciclismo es mi fuerte y tengo que sacar el mayor tiempo posible a los que vienen detrás, los de mi grupo se escapan y me quedo solo, en tierra de nadie, nada a lo que no esté acostumbrado.

El comienzo de la mañana queda ya lejano, una fuerte lluvia nos recibió y sigue siendo la protagonista de la prueba, que en un principio parecía que se iba a suspender, pero no había aparato eléctrico así que al final, la organización con buen criterio decide dar la salida.

Tras un tiempo en la bici luchando en solitario contra el agua y el viento, alcanzo a ver la segunda transición. Como hago siempre cuando faltan trescientos metros, saco los pies de las zapatillas y los pongo encima. Cuando desmonto, chapotean descalzos en la moqueta empapada, sigue lloviendo y no tiene pintas de que vaya a parar. La temperatura a pesar de todo es ideal. Cuando me calzo las deportivas, tres voces emergen entre el gentío y suenan al unísono “vamos papi”, el mejor gel energético que puede haber, un motor con un montón de caballos que te impulsa hacia delante con una energía renovada. Solo quedan diez kilómetros de carrera a pie, cuarenta y pocos minutos de sufrimiento extremo. Vuelvo a oír al míster, “ a darlo todo… pero regula”, —coño, Alex, ¿lo doy todo, o regulo?— le digo con la poca voz que me queda, “ a tope, que por detrás vienen fuerte” me suelta. A pesar de todo yo sé que vienen lejos, así que intento desviar de mi mente esos pensamientos catastróficos que me asaltan a veces en situaciones delicadas, “ me van a faltar fuerzas, los de atrás me meten mano seguro…”, y me concentro en mantener el ritmo, en la respiración, en correr con esa técnica que tantas veces me han repetido.

Veo la meta, nadie por detrás, lo he logrado. Cuando cruzo el arco, me esperan los compañeros con los que subiré al pódium, me abrazan, nos felicitamos. Pero detrás de las vallas está lo que verdaderamente me mueve, ese motor del que hablaba antes, me voy hacia ellos, y es justo en ese momento en el que las lagrimas brotan de mis ojos, mientras abrazo, beso y estrujo a mi mujer y mis dos hijos. Ya cuando estoy en el pódium, todo se detiene, hay un momento en que la gente que está allí abajo presenciando la entrega de trofeos desaparece, todos menos tres, me fijo en ellos, son lo único que ahora veo. Mi mujer me mira sonriente, mientras yo pienso que es ella la que debería estar aquí arriba, ella es la verdadera artífice, sin ella nada de esto hubiera sido posible, sin su cobertura a la hora de los entrenamientos, sin su generosidad, sin sus ánimos, sin su infinita paciencia. Le lanzo un beso que sale profundo, sentido, le hago un gesto que ella entiende y salto al suelo.

EFRAÍN DÍAZ

Cuando se enteraron de la muerte de Edmundo, sus hijos acudieron inmediatamente a su casa. No negaré que había cierta tristeza en ellos, pues con sus luces y sus sombras, Edmundo había sido un buen padre. Había hecho cuanto malabar posible para sacar adelante a sus retoños y ya era hora de descansar.

Mientras su hijo mayor, Segismundo, hacía las gestiones con la funeraria, sus hermanos rebuscaban en la residencia lo que sería su herencia. Bolígrafos, relojes y prendas. Entraron a la biblioteca y se adueñaron de uno que otro libro, pero ninguno miró el viejo podio de madera que estaba acomodado en una esquina.

Cuando Segismundo terminó con las gestiones fúnebres, se reunió con sus hermanos. Todos cargaban sendas bolsas llenas con las pertenencias de su finado padre. Él los miró con cierto desdén, fue a la biblioteca y cargó con el viejo podio.

Sus hermanos le preguntaron si era lo único que se llevaría. Con mirada impasible le dijo a sus hermanos que el viejo podio fue lo único que dejaron y que con eso le bastaba y le sobraba. Sus hermanos se encogieron de hombros y se marcharon.

El podio que estaba en la biblioteca de Edmundo estaba hecho de caoba, una de las maderas puertorriqueñas más nobles. Fue tallado por un famoso artesano en la segunda mitad del siglo XIX como encargo del Venerable Gran Maestro Santiago R. Palmer en ocasión de la inauguración de la Gran Logia Soberana de Libres y Aceptados Masones, Capítulo de Puerto Rico.

Sobre el decimonónico podio dieron grandes discurso los hombres más ilustres de la historia puertorriqueña. Hombres de la talla de Luis Muñoz Rivera, José Celso Barbosa, José de Diego, Eugenio María de Hostos, Rosendo Matienzo Cintrón y el ilustrísimo e ilustrado Federico Degetau.

Pero como llegó ese podio a manos de Edmundo?

Edmundo fue admitido a la masonería y por su dirección residencial, fue asignado a la Gran Logia Soberana. En una de las tenidas, los hermanos votaron por una renovación estética. Renovarían el viejo mobiliario y le darían una nueva pintura. Edmundo, que conocía la historia del podio, preguntó que harían con el y cuando recibió por respuesta que “no sabían”, el lo pidió y le fue regalado. De esa forma, la modesta biblioteca Edmundo terminó con el famoso podio objeto de los discursos de la clase más culta de la época.

Segismundo, que también era masón, conocía muy bien la historia del podio. Por eso no dudó en mantener la calma cuando sus hermanos rebuscaron en las pertenencias de su padre. Sabía que ninguno se fijaría en el. Entonces agarró el podio y lo llevó a una famosa casa de subastas. Allí les relató su historia y les pidió que lo valoraran económicamente. La famosa casa de subastas hizo su asignación e indagaron en la historia del podio. Al poder corroborar el relato de Segismundo, lo valoraron en $350,000.00. Pero el podio, aunque famoso y bien valorado, no dejaba de ser un objeto regional, por lo que la famosa casa de subastas no mostró interés en subastarlo públicamente. A Segismundo tampoco le interesaba subastar el podio. Solo quería su valoración. Certificado en mano, agarró su podio y se marchó.

Cuando sus hermanos advinieron en conocimiento del verdadero valor del viejo y olvidado podio, exigieron a Segismundo venderlo y repartir el dinero. A su entender era lo justo. Segismundo les recordó que ellos rebuscaron a sus anchas y se llevaron todo lo que quisieron, a su vista, ciencia y paciencia, sin una sola queja de su parte.

Ya se cuajaba una demanda contra Segismundo.

CARMEN BERJANO

Coñ0drama

Y en el pódium de las ilusas otra vez yo, después de creer cada promesa, cada patraña, cada gesto de cariño…

Pero esto no se queda aquí. No.

A ver la cara que se te queda cuando me veas de la mano de tu propio hermano.

LUISA MARGARITA

«EL DON»

Me llamaron a las tres de la mañana, llovía y hacía frío, me desperté muy sorprendida porque a aquellas horas ni las cucarachas andaban despiertas. Atolondrada y con la voz de quien tiene un sueño atravesado dije:

— Dígame, qué sucede para que me llamen a estas horas?

Y una voz culpable me contestó:

Ayy compañera, discúlpame; pero yo estaba en una reunión que acaba de concluir y allí se acordó que la persona que haría el comunicado y el poema eras tú?

Yo medio dormida insistí:

–Pero de¿ qué me hablas ?¿qué comunicado es ese?

A lo que la voz respondió:

–No recuerdas que a las diez de la mañana visitará nuestra escuela un presidente africano?

–Ahh -dije frotándome los ojos-

Y enfaticé, ya molesta!

–Y yo qué tengo que ver con eso? Dime!

La voz al teléfono vaciló un instante y dijo:

–Tu tienes un don y lo necesitamos mañana!

–Ahh – contesté y agregué, hasta mañana, Susana y colgué.

Al día siguiente llegué con cara de pocos amigos y papeles en mano para cumplir mi misión histórica.

Vi el podium en el que tendría que poner de manifiesto el don que según mis amigos yo tenía. Subí la escalera y garraspié. El patio estaba inundado de alumnos y de agua. Un señor vestido de blanco se veía entre el selecto grupo de invitados. Volví a garraspear y me di cuenta de que no podía pronunciar palabra.

La madrugada y la lluvia me habían pasado la cuenta, gracias a Dios, quitándome la voz y con ésta, el don mío que los políticos de turno pretendían explotar!

ANGY DEL TORO

Olimpiadas 2024 (Tenis individual masculino)

Una estrella en ascenso en el podio brillará, Unos, por favorito lo dan, y los otros, al pronóstico le temen. Cierto que en forma su rival está, Pero lo que todos se preguntan es: ¿Cuál el oro ganará? Y por respuesta reciben, bueno, eso muy pronto verás.

Un domingo festivo nos espera, Con la medalla de plata asegurada, a lo más alto, solo uno llegará. En la cancha, el sol resplandecerá, Y con cada golpe, la pasión se sentirá.

Un público que, en silencio y expectante, este domingo cuatro de agosto, El duelo vibrante y constante de dos titanes en batalla verá.

Raquetas al aire y sudor en la piel, Cada punto luchado, cada set fiel. El espíritu olímpico en cada saque, La gloria en sus manos, el oro reluce, El esfuerzo y la entrega, nadie reduce. Un sueño forjado en años de entrega en este evento se decidirá.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Raquel,cómo todos los días, cerró la tienda. La caja no era para ser optimista. Si seguía así, en unos meses tenía que cerrar.

Ya en casa puso la tele, las olimpiadas.

Ver a los atletas buscando una medalla.

El esfuerzo.

Raquel no tenía medalla para ganar.

Para ella el podium era inalcanzable.

Mañana pondría el cartel de traspaso.

La vida es a veces una carrera de obstáculos que no podemos saltar.

IRENE ADLER

EL CARPINTERO DE PARÍS

Abatido, el carpintero mira a través del ventanal sucio hacia abajo, al taller que languidece en la penumbra, sordomudo. En su imaginación, resuena brevemente el ajetreo de una vida pasada: las voces de los oficiales y los aprendices, el formón y la lijadora trabajando afanosamente entre una calima dorada con perfumes de resina. Ahora todo es polvo envejecido y silencio. Huele a cerrado. Se presiente en el aire la mordedura letal de la carcoma.

En un rincón, bajo la mortaja de una sábana blanca, su último trabajo espera a que se haga de día. El carpintero desciende los veintisiete peldaños que van del taller umbrío a la oficina. Retira con cuidado la sábana y un resplandor de blanco Masstone le inunda los ojos y le precipita una sonrisa. Es perfecto. Las medidas exactas; el desnivel requerido; los módulos intercambiables. Es perfecto en altura y armonía. Delicado pero sólido, como suelen serlo la esperanza o la alegría. Blanco como la pureza de un inocente sol de mediodía. Firme como el corazón del hombre que se doblega pero no se rompe. Es perfecto. Y es el último. Mañana, el taller será del Banco, y con él, los últimos veinte años de su vida. “Pero éso será mañana”, se dice el viejo carpintero.

Puntuales como Parcas, los tres chicos aparecen en la puerta. Él los recibe con una solemne inclinación de cabeza. Sus aprendices, aún leales como buenos soldados, se ocupan de todo. Con los ojos cerrados, el carpintero se acomoda en el asiento de la camioneta que circula por un París aún durmiente hasta la Plaza Grêves.

Se siente cómo debió sentirse el primer hombre que construyó una guillotina o un patíbulo. Ni orgulloso ni eufórico, sólo satisfecho. Contempla a los muchachos colocar su último trabajo en el centro exacto de la plaza vacía, sin muchedumbres vocingleras ni espectáculo. Sin prisas y sin temores.

Los 685 módulos de los 68 pódiums olímpicos, estaban hechos de plástico reciclado por máquinas eficientes, sostenibles, obedientes y desapasionadas. El Ayuntamiento de París rechazó su propuesta de pódiums artesanos de madera para reivindicar la agonía del oficio frente a los nuevos materiales baratos, ligeros, desechables, feos. El mundo era un Ikea de dimensiones gigantescas y ya no había cabida en él para formones y artesanos; barnices y delicadezas.

Un pódium convertido en patíbulo para el último carpintero de París, en la misma plaza dónde se ejecutaba a los hugonotes y a los sediciosos.

Sentenciado a muerte por Belleza.

YOMALCKRY OSORIO

Muchos quieren ganar haciendo trampas a granel.

Muchos quieren ganar , pero les resulta más fácil no luchar.

Muchos quieren ganar , pero a todos atropellar.

Muchos quieren ganar, y falsas pruebas quieren inventar.

El asfalto nuevamente se mancha de sangre , no les duele el hermano que ha caido en una lucha sin sentido.

LVIS GARES

Ser mujer en una casa llena de hombres puede llegar a ser un infierno si estos hombres son como mi padre y mis hermanos; unos machistas de manual, recelosos, desconfiados y de esos que opinan que la mujer donde mejor está es en la cocina y con la pata quebrá ( como dice el refrán)

Mi tío Pablo fue el que se impuso a mi padre, su hermano, y terció por mí para que terminara de estudiar.

—Déjala que termine, algún día puede hacer falta un jornal extra en casa y son solo dos años. Eres un carcamal, hermano

Aquello pareció convencer a mi padre, aquello y que debía mucho dinero a mi tio y este se encargó de recordárselo.

—Lo que me debes, queda zanjado y es para pagar sus estudios. Con eso estamos en paz.

Gracias a mí tío iba a a sacarme el bachillerato Un hombre viudo, buena persona, adinerado y que se pasaba la vida viajando.

De él, aún guardo las matriuskas que me trajo de la URSS, entonces se llamaba así y sé que mis padres hablaban sobre él como si fuera alguien muy importante. No todo el mundo podía entrar en Rusia en plena guerra fría y él, no solo estuvo allí sino que también viajo por la entonces Alemania del este. Imaginaba a mi tío como un espía y me hacía ilusión. Nunca le pregunté a que se dedicaba, ni siquiera de mayor. Sé que dejó de hablar con mi padre el día que madre murió tras una larga enfermedad y tampoco le pregunté por aquello. Temía, supongo, que tuviera razón, tenía miedo de no querer lo suficiente a mi padre si pensaba que el tío tenía razón.

Volviendo a aquél día, solo sé que me dió un abrazo y me dijo :

—Adelita, déjame en buen lugar.

Me dió dos besos y desapareció de mi vista como un fantasma.

Eran los años ochenta, unos años complicados y en clase, yo era la típica empollona. Todo sobresaliente. Vamos, lo que todos definen como una niña repelente.

Los compañeros eran desagradables conmigo, todos menos Nuria, una chica alegre, jovial y que por cierto siempre llegaba tarde, sobre todo los lunes.

Iba siempre con colores vivos en su ropa y el pelo tintado de colores. ¿Quién vestía así en aquella época? ¿No le decían nada sus padres? España era muy conservadora, llevábamos pocos años de democracia y una persona así, llamaba mucho la atención. Demasiado diría yo. El caso es que por una extraña razón nos hicimos inseparables, en el colegio, claro esta. Mi padre me hubiera matado si hubiera sabido lo que en aquellos locos meses ocurrió.

He de decir que mi nueva amiga, los viernes, al terminar las clases, se metía en el baño del colegio, se quitaba el uniforme y se ponía faldas cortas, se pintaba y se arreglaba y salía corriendo como alma que lleva el diablo…

—¡Adiós Adela! Nos vemos el lunes

Llegué a tener sueños con ella, intentando imaginar lo que haría cuando desaparecía, quien era Nuria fuera del colegio. Para mí era un misterio y tenía que descubrirlo.

Aquel Viernes estaba nerviosa, la vi salir corriendo como siempre, salí corriendo detrás de ella, al menos recorrimos doce manzanas. La vi parar, arreglarse el pelo, estirarse la faldita ya de por sí pequeña que llevaba y luego la vi desaparecer en un local, un sitio de moda por lo que averiguaría despues, de nombre «Nitrógeno»

Hice de tripas corazón, estaba decidida a averiguar lo que escondía mi amiga y entré. Era un local estrecho en la entrada con una barra de bar en un lado y que desembocaba en una espectacular pista donde la gente se movía como locos al compás de una música que jamás había escuchado, música inglesa, cuyas letras no conocía. Luces de neón por todas partes y una pista de baile repleta de gente. En el centro la vi, enjaulada, subida a un podium, mi amiga Nuria se movía al ritmo de la música.

Sé que me vio. El lunes siguiente nada más verme, me propuso que la acompañara el viernes siguiente, que se ganaba dinero y era divertido y que iba a conocer muchos chicos.

¿Chicos? Yo que, a mi edad, no había estado a solas con ninguno.

—Mi padre no me dejara. No sabes como es.

— Déjame a tu padre, yo le convenzo.

Así fue, aquella tarde vino conmigo a casa, habló con mi padre sobre un trabajo sobre insectos que había que presentar el lunes y que necesitaba que dejara que me quedara con ella en su casa esa noche para terminarlo. No sé cómo lo hizo pero mi padre llamó al teléfono que ella le dió, habló con alguien que se hizo pasar por su madre y me dio permiso.

Por vez primera iba a pasar la noche fuera. Estaba emocionada y cuando el colegio terminó, nos metimos en el baño, me dio ropa suya, me la puse, me maquilló, me miré en el espejo y no me reconocí pero me gustó lo que vi. Salimos las dos corriendo y entramos en la sala.

—Federico, es mi amiga. Ponle en una jaula a ver que sabe hacer sobre el podium.

Estaba nerviosa pero había ensayado durante días, sin música, para no espantar a mi padre y hermanos.

Aquella tarde noche fue la mejor de mi vida, conocí a mucha gente y por primera vez me sentí alguien, me sentí libre, probé el alcohol y me fumé mi primer cigarrillo. No me gustó la nicotina pero sí todo lo demás, incluso un chico llamado Germán que besó mis labios en un despiste, fue un pico pero fue mi primer pico. Aquel dia fue el día que pude despertar y me convertí en una mariposa recién salida de una crisálida.

Poco después, mi hermano fue con unos amigos a la sala, me vio, se lo dijo a mi padre, me cruzó la cara y me fui de casa.

Federico, el dueño del local, me cedió una habitación. Me dijo que era esa hija que nunca había tenido y así me trató hasta su muerte. La sala Nitrógeno fue la mejor discoteca durante más de una década y cerró…

Ahora aquí, en está habitación de hospital, lo veo, respirando oxígeno de una bombona, delgado, le quedan días, mis hermanos no estan, nunca lo cuidaron y me da por pensar en el podium de la Nitrogeno , en lo bien que lo pasé y en que él, mi verdadero padre nunca me hubiera visto bailar. Gracias a todos estos acontecimientos me convertí en lo que soy y mi padre jamás me vio bailar.

En un mes nos vamos a Las Vegas, mi compañia está consolidada y todo gracias a ella, a mi hermana del alma, a Nuria que vivió muy deprisa como si quisiera comerse la vida a bocados. Nunca pude agradecérselo, un accidente de coche se la llevó poco antes de que yo triunfara gracias al dinero de la herencia de Federico y a los hilos que movió mi tío Pablo.

MARÍA JOSÉ DÍAZ GRAUZ

Mamá?que es un podium? Pregunto Marta de seis añitos ,

porque tanto interés,Marta?.

Ya de sobra sabes que es,

la profe de gimnasia os lo explico;

y por mi parte te diré,que disfrutes,

no seas tan competitiva,tan pequeña y

tan competitiva….no sé qué moda es esta de…..

haber quien es el mejor.

Ahora es tiempo de aprender jugando,

con tus compañeros del cole.

Si ganáis lo celebramos,

y si perdéis también,

todo cuesta , sé que os habéis esforzado

para estas olimpiadas escolares,y que tú clase quiere ganar.

Pero piensa que las demás clases también quieren ganar,seguro que están todos los niños del cole como tú.

También se aprende cuando pierdes,

Ahora relájate un rato con tu libro favorito

y a dormir.

HAROLD LIMA

Para ser recordada.

La colilla de un cigarro llama mi atención, tan solitaria en el suelo, un destello escarlata brilla aún y me indica que su dueño se retiro solo hace algunas horas, un minúsculo robot corre presuroso para levantarla y llevarla junto a la demás basura, para esas maquinas autoconcientes, el más grande placer es hacer la pila más grande de basura y presumirá a otra maquinas basureros antes de ser destruidas en las cámaras de reciclado. Lo sé de primera mano pues hace años como detective me toco seguir la pista del ojo de sirio; una rara y extraña joya robada, la prenda hablo.mucjo de eso, pero en pocas palabras me toco negociar con una comunidad de robots basureros me la devolvieran. Los hábiles negociadores consiguieron de mi casi una tonelada de basura de primera calidad de los distritos comerciales de nova callao, según supe esté clan escribió su nombre entre la historia de todos los clanes por 1000 generaciones que fueron algo más de dos horas en tiempo ordinario. Pienso que todos a su forma desean ser recordados, como una forma de inmortalidad, tener hijos, ser un héroe o hacer algo por lo que los que se quedan piensen en ti y sigas viva. Los veo correr tras cualquier cosa que cae mientras espero mi transporte, la cápsula apenas y se asoma por el horizonte, el largo cable hace que parezca un globo suspendido en el firmamento; algún que otro niño señala sonriente al «viejo Joe» el gancho espacial, ingenio humano de 3 km en orbita baja de seguro el mira indiferente a la pequeña luna, insignificante y ansia algún día hacer algo más que solo balancearse y dar impulso a los cargueros espaciales venciendo la gravedad, también esta consciente que no es inmortal y algún día será remplazado por algún invento nuevo. A decir verdades los humanos descubrimos hace mucho la forma de vivir indefinidamente gracias a la tecnología de las grandes razas espaciales, no llamaría a eso inmortalidad, solo un patético intento de alargar lo natural; esos pobres diablos que pagaron millones hace siglos para ser los primeros, ahora viven en aldeas de refugio tristes solitarios, rodeandose de cosas viejas que les dejan estar tranquilos pues tiene un sentimiento paranoico de no estar en su lugar, algunos ya ni pueden comunicarse pues su lengua es tan arcaica que nadie la entiende, ni que decir de sus conocidos o quien recuerda sus hazañas personales todos muertos como el recuerdo de ellos que solo viven añorando haber movido en su momento justo y ahora ser recordados.

La cápsula está cada vez más cerca y me llevara a un crucero espacial y luego de escala a otro super crucero, nada será especial en mi viaje de 30 años pues lo pasaré durmiendo. Miro a un anciano que dañarse del buen clima, supongo en sus épocas el clima era mejor.

Miro mis maños huesudas, siempre desee tenerlas suaves o más oscuras, con mi talla podría haber sido modelo y vivir entre el lujo, llena de amantes que me desearan tener hijos. Pero, mi evaluación juvenil marcó, detective o fuerza de seguridad, se notaba que no ser color ébano y en lugar solo algo morena me descalificada para modelo, aunque tuviera una figura bastante armoniosa; en fin trabaje en varios casos como detective particular y se podría decir soy famosa en esta pequeña colonia forestal y solo hace tres años me llega un mensaje.

«Usted ha sido pre calificada para presentarse en el podium»

Parecía una broma y lo confirme con la administración de la ciudad. Era cierto, sin planteármelo o pedirlo, yo entre los 300 billones de seres humanos repartidos en la galaxia fue seleccionada con otros 20, para la ansiada oportunidad de viajar al planeta de uno de los miembros del consejo de las grandes razas, en específico de los mariposoides. La oportunidad real de ser inmortal estaba a mi alcance, mi recuerdo y vida viviría en cada ser de la galaxia una vez subiera al podio central, ahí podría hablar de de la paz universal como lo hizo el anterior orador, un artista plástico excéntrico o si lo deseaba solo contar un chiste malo como lo hizo hace 20 años, una ama de casa de una pequeña colonia orbital. Lo se con exactitud, pues los mariposoides tiene una tecnología que en un principio se usaba para compartir conocimiento y luego se uso en las altas esferas de la política extraterrestre. Según sé y lo sabe media galaxia, cuando subes al podio de su gran consejo planetario algo de tu ser se une a cada ser de este universo y tus logros, sufrimientos y tu vida entera vive un poco en ellos para siempre. Un método muy útil para evitar problemas políticos y una de las razones de que una raza de frágiles mariposa gigantes de un planeta pequeño llegaron a lo más alto de las razas galácticas.

La cápsula llega y subo, mi destino es subir al podium, en mi mente ya tengo todo planeado al mínimo detalle, no por nada soy una detective que cuidaba cada detalle de una misión.

Llegare a las escaleras que llevan al gran consejo, me quitare el camisón delgado que llevo en mi maleta, me pondré a cuatro patas y levantaré en alto la pelvis, me documente y los especialistas dicen que basta que el aguijon encuentre un agujero para entrar al cuerpo y abrir la boca seria incómodo, no deja dar tu discurso adecuadamente, le paso a muchos otros que subieron al podium.

Luego de ser aguijoneada por algún personaje importante de su mundo, supongo una de las muchas reinas, tendré alrededor de media hora para que los huevecillos eclosiónen y me consuman totalmente por dentro. Así que prepare un discurso donde agradeceré a todas las personas importantes de mi vida y daré un mensaje por la paz y amor para todo el universo. Más tarde que el podio recoja todos mis datos y los transmita a cada ser de este grande universo, supongo lo inevitable llegará y lo último de mi cuerpo físico desaparecerá sin rastros entre miles de millones de pequeñas mariposas que son el estado inmaduro de esta raza, osea sus niños.

Cuando me enteré de mi pre selección, me pareció un cambio justo, ellos aseguran su propia eternidad en sus pequeños hijos y yo viviendo en las mente y recuerdos de muchos desconocidos. Crecí, conociendo a muchos otros que subieron al podio, sus vidas fueron parte de mi, aparecieron en las conversaciones informales de amigos y sus vivencias se citaban como recuerdos de parientes amados. No creo exista mejor forma de dejar este mundo. La cápsula sube y puedo ver el carguero espacial que iniciará mi viaje. Adiós luna callao y sus calles de crimen, tus parques de faroles infinitos y tu verde manto de vegetación, hoy viajo para ser recordada.

ANDRÉS JAMES CÁCERES

Morir corriendo.

En el año 490 A.C ,los griegos derrotaron a los persas en las primeras guerras Médicas (que no tienen que ver con ningún paro del gremio de la salud) .

Para avisar a la ciudad de Atenas de tan extraordinaria proeza, mandaron a un soldado que corriera hasta allí y diera la buena nueva.

Por valles, bosques y desfiladeros, Filipides cubrió descalzo los Cuarenta y dos quilometros hasta llegar a las puertas de la ciudad, dar la noticia y caer exhausto muriendo por e tremendo exfuerzo realizado.

Para el no hubo Pódium , pero si obtuvo el reconocimiento de crear en su homenaje la prueba más exigente y emocionante de las olimpiadas modernas.

BEGO RIVERA

Sueños de gloria

La multitud eufórica esperaba la imposición de las medallas, los primeros en pasar por el podium eran los alumnos de atletismo.

Jaime, en lo más alto, se había coronado como vencedor. Por primera vez en su vida pisaba el añorado podium con el que su padre soñó desde que él nació.

Desde un principio fue inscrito en un colegio donde el deporte y la competición a nivel nacional e internacional eran lo primero.

El problema era que Jaime no fue bendecido con el don atlético, era torpe, desgarbado y desganado, ya que además odiaba todo tipo de deporte, pero su padre no le dio nunca opción a desistir de semejante esfuerzo por la gloria, su infancia había estado marcada por maltrato físico y mental por parte de su padre y mentor.

Tenía que cumplir con el sueño de su padre, quien fue tan inepto como él y jamás besó un podium ni cayéndose.

Jaime miró a la «piara humana» delante de él; el bullicio le enojaba, le enervaba que le mirarán, estaba deseando que acabara el show.

Rememoró a su padre y qué hubiera hecho si lo hubiese visto ganar, pensaba que era una jodida ironía que justo el día de su muerte él se alzara con el primer puesto del podium .

Tras colocarle la medalla el director del centro y sin sentir ni frío ni calor Jaime maldijo su mala suerte; ¡ Su maldito padre se había salido con la suya! Y todo por el exceso de adrenalina tras matarlo esa misma mañana.

No debió acudir al colegio pero no se le ocurrió otra cosa.

Varios coches de policía empezaron a llegar y rodear el recinto; aliviado, Jaime pensó en el lado positivo…no volvería a competir jamás.

MARÍA GALERNA

De patadas en la espinilla y puñaladas traperas

Me he preparado muy bien. Llevo la rutina a rajatabla. Ejercicios y alimentación. Sé lo que me juego.

Hoy empieza todo. Han sido meses de esfuerzo, de sufrimiento. Pero todo tiene un precio.

El lugar es grandioso. Impone. En un vistazo rápido veo alguno de los aparatos de las distintas disciplinas. Me recorre un escalofrío.

Poco a poco llegan mis competidores. Algunos son profesionales, otros –como yo–, somos novatos en estas lides.

Nos miramos con cierto recelo, aunque mantenemos una falsa sonrisa –la educación también cuenta–. El juego sucio vendrá después. O eso me han contado.

Desde hace tiempo he soñado con este día, este momento. Y llegar a lo más alto, al podium, ser medalla de oro.

Un megáfono suena: «Pi…piii…

Probando, probando.

¡Bienvenidos a la primera jornada de compañerismo e integración de la compañía!

¡A divertirse! ¡Nos vemos a su termino!»

En ese momento me vino a la mente el libro de Stephen King «La larga marcha»: Solo puede quedar uno…y la Parca lo esperaba en la llegada.

¡Ups!

GRACIELA PELLAZZA

En la fatiga, aparece el amor para salvar la tela y enarbolar las banderas. Cuando aparece el anhelo, comprendes la tenacidad de llegar a la cumbre.

Es en la herida, donde sientes que hay que mitigar el dolor. Coincidir en el cuerpo y descubrir el espíritu.Y en la entrega, ir sanando la vida.

Yo soy.

Tú eres.

Y somos…en un juego torpemente magistral, los vencedores del embeleso. Los laureles del placer, coronando el extasis del momento.

Nos estamos escondiendo de lo que flagela, del tedio de los días. En la medicación de la ternura nos lamemos cómo perros compañeros, y armamos un complot para querernos y seguir.

Jugamos para defendernos de los malos.

No hay medalla, ni trofeo. Éramos hace un rato de una forma, luego somos otros.

En un podio imaginario, aplaudimos la victoria, la detonación del gozo.

El tópico curador del día de hoy.

Triunfar es llegar al lugar seguro, donde entre un billón de humanos, yo levanto mi mano… y tú, me miras.

IRENITTA MERNES

Todo el mundo no sabía quién era, como era, o el simple hecho de si aún vivía. Nadie sabía nada del hijo del Rey, su simple nombre era un tema desconocido.

El rey tenía a su hijo en un podium, se decía que el hijo era un sanguinario asesino, un militar que mataba por pura diversión y maldad, iba con su grupo de hombres a divertirse. El rey lo sabía, más por poner a su único hijo en un podium el salía inmune, ya que era su único heredero.

MARIANA DI PASCUA

QUIEN ME QUITA LO BAILADO!

Nunca fui buena en atletismo, salvo en la carrera de cien metros que corría sin respirar como me dijo mi padre.

Sabía que al podium no me daría ni de bronce algún aplauso.

Yo lo miraba de lejos de todos modos esperanzada.

Le hablaba en silencio apretando los dientes aunque el ni un guiño me regalaba.

Un viernes volvíamos con Angélica de mirar las competencias liceales.

Yo le digo muy segura: «te juro que alguna vez me gano el oro Ange»,El orito ese, no es solo de todas las que se sacan las fotos para verse gloriosas por unos escaloncitos más altos.

Mi amiga confiaba en mi pero en química o matemáticas.

Pero de todos modos me dijo que había un concurso donde yo ganaba seguro el primer premio. Era un concurso de baile.

Llegó el sábado y me apronté para mi revancha.

Yo sabía que bailando bluss o rock ninguna del colegio podría ser mejor.

Fue así que para verme más sexy me compré unas sandalias de plataforma.

Muy altas para resaltar en el escenario.

Sonaba la música de Memfis » El rock del gato»,cuando las cinco finalistas nos destruiamos los pies bailando con una sonrisa de bailarinas de caño.

La música se detiene y yo temblé insegura.

Los pies me dolían como el diablo.

Pero escuché mi nombre entre aturdidores aplausos. El locutor anuncia con voz entusiasta :

«el primer premio de este año es…. Para Valeria Borges!!!

Caen globos de colores, papelitos picados, gritos, llantos y yo, yo salto mirando con soberbia al grupete de atletismo de mi clase.

Pero mi gloria cayó conmigo en un espectacular salto largo que me desplomó en las maderas de tablado del club del barrio.

Mi pie izquierdo se reveló a tanto taco y se desquito con mi tobillo.

La señora presidenta soltó la cinta dorada que no llegó a mi cuelo sana.

Luego del estruendo de mi caída todo fue silencio.

A los 5 minutos una silla de ruedas me sacó del chusmerio que ya había empezado a reírse.

Yo aguanté el llanto mientras la ambulancia me alejaba de las fotos de reina.

Tenía la cinta rota y la corona en la mano.

Hoy pasaron 10 años y conservo en un cuadro la cinta a la que le agregue mi nombre.

La miro desde mi nueva cama con carcajadas cuando Angélica me visita.

«Valeria ( con bolígrafo rojo) primer premio de baile 1994.

Las sandalias no me dieron exacto lo que yo quise en ese año. Sin embargo hoy ya nadie me dice por mi nombre porque ganar gané.

Desde los 17años mi nombre cambió ilegalmente a Reina.

Llegó otro concurso, uno mucho más importante. Me anuncian.

Para todos ustedes he aquí la licenciada Reyna Borges!!

Me recibí con las mejores calificaciones en la facultad de química de la generación 2001.

Me tocó decir el discurso de egresados y volví a saltar muy alto al tirar el gorro hacia el cielo.

Esta vez no caí al piso y disfruté los aplausos. Mis pies estaban bien seguros con los zapatos más bajos que encontré en la zapatería.

¡Quién me quita lo bailado!!

RAÚL LEIVA

Destinos

El atardecer se cerraba sobre la multitud que, a pesar de lo largo de la jornada, se negaba a abandonar el campo.

Desde lo alto de esa suerte de pódium, pudo contemplar ese milagro de la naturaleza. El sol escondiendo su gloria en el horizonte, mientras su cuerpo dolorido clamaba por un poco de paz y descanso. A cada uno de sus flancos, dos muchachos entregados al cansancio miraban el suelo resignados, y con la última fuerza del derrotero recorrido se cuestionaban si valió la pena tanto sacrificio. Solo encontraron consuelo en alguna que otra palabra que les susurró el muchacho desde lo alto.

Con un esfuerzo sobrehumano levantó la cabeza, recorrió a cada uno de los presentes allí, entre ellos divisó a un puñado de amigos abrazados entre sí que no dejaban su asombro, a su madre llorando con sus ojos y el alma en un puño, a un montón de desconocidos que no paraban de gritar eufóricos. Con los brazos abiertos y la frente bañada en sudor, miró al cielo y recordó a su padre, ahogando el grito en un silencio que suele coronar estos momentos de soledad y gloria.

Nunca perdió la humildad y esa exposición se le volvió una carga pesada de llevar. Allí abajo estaba el campo de combate y las multitudes, allí arriba la soledad de los que rompen un modelo.

Cuando la tarde cedió su lugar a la noche, los bajaron.

Solo restaba esperar tres días para la siguiente fase.

JUAN PEÑA

Estábamos cansados, no de trabajar, que también, porque esos bloques no se levantan ni se acomodan solos, hay que empujar y dejarte media vida para colocarlos en su lugar y posición exactas, que no los dejamos caer a la tun-tun, y por mucha ciencia y grúas que tengan los arquitectos; y por mucha pericia y andamios que usen los maestros de obra, la verdad es que cansa. Todo el día bajo un sol de justicia. No es un trabajo agradecido. Mucho menos, si no te pagan lo prometido. Por eso estábamos cansados; más que cansados, hastiados; más que hastiados, cabreados. Hasta los huevos, vaya.

A mí me da igual que la Casa Grande vaya justa o que los sacerdotes se lo queden todo. Pagar hay que pagar, y si no quieren hacerlo, pues que echen mano de los esclavos, que para eso están. Aunque claro, el faraón, Ra lo guarde muchos años, que no es tonto ni lo parece, sabe que los esclavos trabajan sin ganas y tendrían que embalsamarlo y guardarlo mil años antes de ver acabada la pirámide y poder ser enterrado en ella.

Ponme una cerveza, niño, que tengo la boca seca del polvo que trago todos los días. Esa no, la grande. Cómo que eso no es una jarra, sino un ánfora. Vaya, escucháis, nos ha salido alfarero, el crío.

Tú sírveme la grande, que hoy es un gran día y hay que celebrarlo.

Pasó lo siguiente. Meophtet, el arquitecto del faraón, estaba tan tranquilo, mirando los planos, como si hiciera falta, pues sabemos mejor que él cómo tiene que quedar el mamotreto. Él solo molesta, se dedica a hacer garabatos y a criticar: «Que si esta piedra es muy pequeña, que si tiene que ser más grande, que si está mal tallada, que tendría que ir en el piso de arriba…». Pues la subes tú con los cojones. Arriba los cantos pequeños o se cae todo. No hay que ser escriba para saberlo.

Pues eso, estaba Meophtet tan tranquilo y Nasser, que no se calla una, se encaramó al andamio, que se convirtió en pódium, como los que usan los nobles cuando quieren hablar con el pueblo, que siempre es cuando se les ha ocurrido robarnos algo más, y a voz en cuello, no va y grita: «O nos dan la cerveza que nos prometieron o aquí va a trabajar Rita la cantaora», por supuesto lo dijo en jeroglífico, para que lo entendieran todos.

Al principio, nos quedamos secos, como el Nilo en Peret, pero pronto tiramos los cinceles y los martillos al suelo, y coreamos al unísono: «Cerveza, cerveza, cerveza», menos algún despistado que gritaba: «Rita, Rita, Rita».

Meophtet se puso blanco como la harina de trigo. Mandó a los flageladores contra nosotros, pero claro, una cosa es que dar latigazos para que trabajemos alegres y con ritmo, otra muy distinta es hacerlo por saña y castigo. Además, los conocíamos a todos, algunos eran familiares, mi cuñado es uno de ellos y sé que tampoco ha recibido el salario. En fin, que se pusieron de nuestro lado.

Meophtet cedió y dijo que una delegación iría a palacio a presentar las quejas al faraón. Nasser me dijo que lo acompañara y nos pusimos en camino.

No os diré cómo es el palacio del faraón, si queréis compráis entradas y lo visitáis. Solo os diré que es cosa guapa. No parece que le vayan mal las cosas al tercero de su nombre. Pasamos entre dos filas de eunucos. Ya me conocéis y sabéis de mis gustos, pero debo decir que a alguno de ellos, le reventaría con gusto el ojete.

El faraón nos esperaba sentado en su trono con la corona blanca del Alto Egipto, que es de donde vienen los guerreros más temibles. Toda una declaración de intenciones, que no nos amedrentó.

Le presentamos nuestras quejas, que fueron recibidas con sorpresa por Ramsés. Nos aseguró, sin disculparse, pero muy educadamente, que mañana recibiremos nuestros jornales, con un extra de pan por los inconvenientes ocasionados. Así que, ponme otra cerveza, alfarero, que hoy tenemos mucho que celebrar, y no solo que hayamos trabajado media jornada y hayamos conocido al faraón, sino que hemos conseguido algo grande. Algo que nunca nadie había logrado y no se olvidará por muchas crecidas que se sucedan. Y es que es lo que siempre digo: «El que no llora, no mama».

EVA AVIA TORIBIO

Pódium. Cuando ganar no es lo importante

Todavía recuerdo aquellas carreras en el patio del colegio; los saltos de distancia, el potro, jugar al baloncesto, al balompié…, todos esos deportes que se enseñaban en las escuelas, donde lo que se pretendía con ello es amar al deporte, al juego en equipo, a tener deportividad, que independientemente de quien fuera el vencedor todos habíamos ganado, por el mero echo de estar juntos.

Ahora, que ya soy adulta, y reflexiono en lo que se ha convertido alguno de aquellos deportes, han dejado de gustarme. Ya no se juega en la calle, partiendo de la base de que en las capitales apenas hay parques y en las escuelas se ha perdido ese amor, esa pasión por enseñar a los niños esos valores que nos dieron a nosotros al jugar con tus compañeros a diferentes deportes, sin importar si eras niño o niña, porque desde hace mucho tiempo todo se resuelve con dinero.

No voy a continuar reflexionando a cambio os cuento una historia de una niña a la que habían educado a que tenía que ser siempre la mejor y descubrió que en ocasiones también es gratificante no ser el vencedor.

Sara, nacida en una familia donde todo se solucionaba a golpe de tarjeta, estaba destinada a ser la heredera de uno de los grupos textiles mas importantes de Europa. La presión recibida por siempre ser la mejor en todo aquello que realizaba comenzaba a dejar rastro en su cuerpo.

Apenas tenía tiempo para disfrutar como otro niño más. Después de sus obligaciones escolares, compaginaba la natación con el ballet, terminando su intenso día con las clases particulares de chino.

Una noche, de esas que habían pocas, pudo compartir mesa con su padre, este le pregunto como le iban las clases, a la que ella le respondió que como siempre.

—Te he inscrito para el campeonato de natación —le dijo su padre.

Sara asintió con la cabeza, ya estaba acostumbrada a que el cabeza del grupo tomara las decisiones importantes por todos.

—Imagino que no tengo que recordarte que es muy importante para nosotros que subas al pódium, nuestros socios estarán ahí, tú eres el rostro de la marca, el futuro.

—Por supuesto, padre.

Ya no hubo mas preguntas, solo silencio. Sara echaba mucho de menos las conversaciones con su madre, ella decidió abandonar ese seno familiar que no la hacía feliz, teniendo que renunciar de Sara, porque todo se resuelve a golpe de tarjeta.

Pronto llegaría el día. La presión fue todavía más evidente no solo para Sara, sino para todos los participantes. Al equipo se había incorporado recientemente una niña, Violeta, que tenía gran resistencia, una gran competidora, pero con pocos recursos, su futuro dependía de ser la ganadora. Sara escucha, sin pretenderlo, como los padres de Violeta hablan con los entrenadores del esfuerzo económico que para ellos les suponía que su hija cumpliera su sueño.

Día cero, todos están nerviosos, listos para salir, Sara, para no perder la costumbre está acompañada de sus cuidadores, a su padre solo le interesa seguir añadiendo cifras a la cuenta y Sara, por desgracia, es solo un número más.

—Sara, hay una persona que quiere verte —le dice una de las cuidadoras que señala a una mujer que se está aproximando a ellas.

—¡Hola, hija! —abrazándola. Perdóname.

Sara abraza a su madre con todas sus fuerzas. Sabe que, aunque no la tiene cerca, está con ella.

—Sal a ahí fuera y demuestra quién eres. Solo tú decides quien quieres ser.

Todos los participantes están colocados en sus respectivas calles, a Sara y a Violeta les toca competir en el mismo grupo. Una participante las separa. Ambas tienen la misma presión por ser la vencedora, aunque por diferentes motivos. Se animan entre sí. Comienza la competición de estilo libre.

Ambas están muy igualadas. La participante que las separa se adelanta. Desde las gradas se escuchan como animan a todas las participantes.

Sara ve como otra nadadora las adelanta. Es consciente de que va a quedar la tercera.

Violeta se siente rendida, va ha perder la competición, si pierde sus padres no podrán seguir costeándole su pasión.

Sara ve como Violeta queda un poco rezagada. Las palabras de su madre resuenan en su cabeza: “Sal a ahí fuera y demuestra quién eres. Solo tú decides quien quieres ser.” Sara aminora la velocidad dándole así la posibilidad a Violeta de que sea la tercera.

Sara regresa a casa sabiendo que, aunque no es el resultado que se espera de ella, ha ganado algo más importante, poder seguir nadando al lado de una gran amiga.

Besos, La Incondicional.

NILA J BOHORQUEZ

Keissy era una profesional de la arquitectura, dueña de un establecimiento comercial donde se vendían extraordinarias obras de arte y muebles de estilo antiguo y moderno, tallados con textura natural y rústica.

Anualmente promocionaba su negocio con dinámica publicidad

convocando a su exclusiva clientela para la gran exposición y venta de sus creaciones, tanto pictórica, escultura y mueblería.

Ese día domingo le correspondió dar la bienvenida a sus invitados y subió al escenario para anunciar el inicio del acto y una vez colocada delante del ambón tocando con suavidad sus bordes…una «nube astral» la trasladó hasta la época de su infancia, recordando a su amado padre, de profesión ebanista, trabajando en su carpintería con sus herramientas (formones, escoplos, gubias, sierra, charol, etc.), convirtiendo las tablas que pasaban por sus mágicas manos en enseres de alta calidad, siendo la «swietenia humilis» -como él la llamaba- su caoba preferida. Recordaba la forma cómo trabajaba don José -su progenitor – con responsabilidad y rapidez en la entrega de las obras solicitadas, entre ellas, bancos de las iglesias, pasamanos de las escaleras de algunas quintas de gente rica y especialmente, aquel mueble de excelente acabado con destino al Aula Magna de la Universidad local. Continuaba su recorrido mental viendo a esa niña en el taller recogiendo el aserrín, producto del cepillado de los troncos y en otra escena el diálogo con don José, -«¿Qué haces, papá?-…y este volteándose, interrumpiendo su labor, le respondió…-«Haciendo un podium, hija»- y ella como no entendió le preguntó…-«¿Y qué es eso?»- Nuevamente don José hizo una pausa y le explicó con detalles sobre su uso en los grandes salones de programas académicos, deportivos, etc. Keissy se quedó pensativa diciéndose así misma «cuando sea grande y estudie, recibiré el Título de ‘Doctora’.

A Keissy no le importaba que el público se diera cuenta de su silencio profundo que la hizo retroceder en su tiempo y continuaba ensimismada en su propio mundo, sintiendo cómo pasó esa etapa de la niñez creciendo en cuerpo y alma hasta culminar la carrera como Arquitecta y no de «Doctora» como lo imaginó de niña, recibiendo el mencionado Título de parte del Rector de la Universidad, desde el podium que había diseñado fabulosamente su «carpentier» preferido, humedeciéndose sus ojos de emoción indescriptible, pero a la vez de tristeza, pues el «Maestro de la madera» no estaba en esta dimensión.

Y disimulando sus lágrimas, pues ya había regresado a su estado normal, a la realidad…y con palabras emotivas aperturó el evento convidando a los presentes para compartir exquisito vino francés servido en delicadas copas de

cristal «Le boheme».

PEPI MAGINARIA

DE LAS ACACIAS

Hay una preciosa mimosa delante de casa.

Sus ramas extendidas parece que quieran abarcar todo el espacio circundante. Yo la voy recortando en forma de un magnífico parasol bajo el que podemos disfrutar de sobremesas veraniegas, cuando los agostos se prostituyen a cambio de un trocito de sombra.

Cuando el invierno aún no ha tocado a su fin, nos regala el amarillo de miles de bolitas que la cubren para que sepamos que pronto llegará la primavera.

El mismo color que bordea los caminos desemboca en ella, omnipresente y majestuosa. La vida se transforma en amarilla. Los días son amarillos y amarillos son los sueños. Hasta los cantos de las ranas parece que amarillean los sonidos de febrero. Todo parece mejor iluminado con el color del sol. Los pensamientos se vuelven más ligeros y el ambiente te asegura que siempre retornan las cálidas estaciones.

Su floración no dura mucho tiempo, apenas el suficiente para acompañarte hasta el equinoccio de marzo, que llegará acompañado de sus nuevos tonos lilas en la vereda. Poco a poco, el amarillo se ha ido convirtiendo en un marrón cada vez más descolorido y van cayendo las flores. Yo las voy retirando cada día para que no se convierta el suelo en una esponjosa y profunda alfombra, nadie creería la cantidad que hay.

Miles de flores cayendo incesantemente. Cientos de veces recogiéndolas. Y hay que hacerlo si no, no se podría ni pasar. Llegas a hundirte, incluso.

Pero es un acto que simula no tener fin. Vuelven a estar ahí, cubriendo la tierra, aunque la mimosa parece igual de repleta que al principio. Trato de mantener la calma.

Es una tarea incesante que me produce continuos dolores musculares y de cabeza, pero barro y barro y vuelvo a barrer… Hay que hacerlo, ya digo, hay que hacerlo.

Esta vez he dejado de acudir al trabajo, pues si no, no me daría tiempo a despejarlo todo de las malditas flores marrones que no desaparecen nunca.

También he pensado que quizá se acumulen tanto porque por la noche no se recogen, claro, eso debe ser, así que he decidido poner el despertador cada dos horas y vigilo tras la ventana la caída continuada de esas flores que parecen burlarse de mí; pero no les doy tiempo, salgo a recogerlas protegida por el silencio nocturno.

Ya no como. Sólo me ocupo de esta angustiosa labor.

Me siento muy fatigada, pues mi esfuerzo no tiene recompensa, por el contrario, cuanto más barro y barro, con más intensidad caen.

Me doy cuenta de que no pienso en otra cosa…pero lo primero es lo primero…

Mis dolores de cabeza se intensifican día a día. Desde la mirilla, controlo sin cesar a la mimosa…

Esta mañana he amanecido envuelta en mi propio sudor, provocado por las más inquietantes pesadillas en las que siempre terminaba siendo engullida en un pozo de bolitas marrones movedizas.

De pronto, una risa procedente del jardín hace que salga rápidamente de la cama. Me cubro apenas con una camiseta y, descalza, acudo al lugar donde el sonido se convertía ya en una espumosa carcajada. Podría ser el viento huracanado que pronosticaban los informativos…pero yo oigo perfectamente de dónde proviene…

…Es ella…

Hay más floración marchita que nunca por todas partes y el viento seguramente la está ayudando a invadir la casa; al abrir la puerta no he podido evitar que entrara…Sí…está por todas partes…

¡Tengo que parar esto!

No puedo consentir esta agresión.

He de urdir un plan…

No debe ver que me dirijo al estante de las herramientas…

Ya no hay vuelta atrás.

Mi ira encuentra el momento de desatarse.

Mi respiración se acelera…

¡…Y la ataco por sorpresa!

“¿Qué quieres de mí, jodida mimosa, qué quieres de mí? No me gusta la violencia y has estado provocándome hasta la extenuación. ¡Toma sierra, toma sierra, puta mimosa de mierda! ¡A ver de quién te ríes ahora! ¡Ahhh, ahhhhh, ahhhhhhhhhhh! Voy a cortarte hasta que no quede ni un maldito centímetro de tu asqueroso tronco en mi jardín. Y voy a quemarte después para que no quede rastro de tu existencia. ¡Estás muerta, ¿Me oyes? Estás muerta. Fuck you!”

Parece que se resiste… Alguna rama que voy cortando se engancha en mi pelo y tira de mí…pero consigo arrancarme el mechón de cabello que me sujetaba. Sí, la estoy venciendo. Continúo defendiéndome a pesar de alguna herida y voy llegando al tronco con el filo eléctrico.

Ya no me siento cansada, sino liviana. Sé que estoy haciendo lo que debo y eso me da fuerza. Estoy cumpliendo mi misión. Las mimosas no son buenas, no, no tienen compasión y te chupan la vida. Solamente había que dejar paso libre al entendimiento para haberlo llegado a comprender…pero ahora ya lo sé…

He conseguido acabar con ella…y aún algún resto se lanza desde el suelo contra mí, no sé si por algún resquicio de vida o por el viento, casi huracanado por momentos. Me dispongo a quemarlo todo y la hoguera prende enseguida a mi favor.

El poder de la razón impera en la naturaleza, sí, y yo lo siento dentro de mí, lo siento, cómo lo siento…

Miro las llamas y río, río, río…y las lágrimas cubren mi rostro de la emoción.

El calor…sí… Me quito la camiseta y la lanzo a la pira. Mis extremidades empiezan a agitarse en una danza involuntaria y giro y giro desnuda alrededor del fuego, mientras sigo riendo en este momento purificador que consigue excitar mis sentidos… Y llego a establecer contacto con lo divino…

El viento cada vez es más intenso y las llamas se van prendiendo a la casa. Pero no debo interrumpir el ritual antes de que la última astilla de la acacia haya sido extinguida.

…El éxtasis de haber ganado la batalla… No harán falta laureles ni podios sobre sus cenizas, yo lo sé. Y ella también…

Fin 

LOLY MORENO BARNES

¿DONDE ESTÁ EL PODIUM?

En plena temporada de juegos olímpicos se ve con orgullo como cada país participante elogia a los deportistas que alcanzan el pódium.

Es loable alcanzarlo después de tanto esfuerzo y dedicación en los entrenamientos. En muchos casos pasan buena parte de su vida.

Pero…

¿Dónde está el pódium?

Para tantas personas anónimas que luchan toda la vida por ideales justos y sociales.

¿Dónde está el pódium?

Para los médicos que salvan vidas. Para las madres que sacan adelante a sus hijos, en medio de adversidades y después de tantos años ni siquiera tienen una jubilación justa porque solo se dedicaron a “sus labores”.

¿Dónde está el pódium?

Para los que superan una grave enfermedad, para los que siendo inocentes se ven inmersos en guerras y catástrofes.

¿Dónde está el pódium al amor?

¿Dónde está el pódium a la libertad?

¿Dónde está el pódium?

Para los que ni tan siquiera llegan a nacer, porque alguien decide que no merecen la vida, o los olvidados que lucharon en la vida para pasar a ser “nada” después de la muerte…

¡DONDE ESTÁ EL PODIUM!

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11 comentarios en «El pódium – miniconcurso de relatos»

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