Minerales de conflicto

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «minerales de conflicto». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 13 de junio!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARI CRUZ ESTEVAN

El brillo del oro cegaba el alma del amo…

Las aguas del río escondían en su arena el mineral ansiado.

Los pies desnudos del esclavo sostenían en sus manos para de seguido doblar la espalda e introducir en el agua la bandeja del lavado del oro …

Hallar unos gramos del mineral le permitía seguir viviendo en la batalla del látigo

La lluvia torrencial se conmovió del dolor humano ya que el dominante no tenía misericordia…

Desbordo se, el río con el agua del cielo arrastrado al débil si hacerle daño quitado le del conflicto…

ANTONICUS EFE

No usaré la fealdad de las palabras, no diré nada.

Me sentaré frente a mi pantalla de ultima generación

a ver como el mundo se desangra.

Utilizaré mi tablet como si no hubiese un mañana,

me pondré mis joyas de oro a la luz de mis lámparas

con filamentos de tungsteno, me callaré y no diré nada.

Miraré para otro lado cuando el fascismo ataque

a esas pateras que llegan de su tierra expulsadas

por que les roban sus recursos para lucirlos en manada.

Rebaños de indigentes mentales mirándose en escaparates,

luciendo sonrisa de hipocresía en falsas solidaridades.

Poblaciones masacradas, el Congo se desangra.

La guerra del coltán, Uganda se desangra.

Sus mujeres son violadas, rentable es Ruanda.

No usaré la fealdad de las palabras, no diré nada.

Pondré mi sonrisa hipócrita viendo videos de Tiktok.

Pondré mi sonrisa hipócrita frente a mi televisor.

Luciré careto en Instagram, ¡viva la vulgaridad!

Seré lacayo de mi líder de turno, ¡viva el opresor!

Al Coronado que le den mucho por el culo;

Maluma y Bizarrap son lo mejor, lucen oro.

Leeré a “los planetitos” y a los “penguitos”

por lo menos no me hacen comerme el coco.

Iré a manifestaciones contra la pobreza

con mi teléfono móvil para grabar.

Soy el más solidario del mundo entero,

¡viva mi solidaridad…, ¡ayyy, si cayera cierto botón en mis manos…!

ARMANDO BARCELONA BONILLA

DIEZ MORENITOS – XV

Takeru Ichi, se desdibujó levemente, vacilando como el filamento de una vieja bombilla a punto de fundirse, hasta que, por fin, se desintegró causando el pasmo general. Pero solo estuvo inactivo un par de segundos. Reapareció de la misma forma teatral y extraña, solo que ya no bajo el disfraz del Papa Rojo, sino caracterizado como un detective yanqui de los años treinta: traje gris, arrugado, barato, camisa blanca, corbata floja, zapatos desgastados y, coronando el conjunto, en la cabeza, un borsalino negro. La imagen viva de Philip Marlowe, pero con los ojos rasgados.

―Bien, bien, bien, amigos míos; llegó la hora de las verdades ―se paseaba entre las mesas, acariciándose la mejilla, que lucía una descuidada barba de tres días―. ¿Quién asesinó al marqués? Estarán de acuerdo en que me atribuya la muerte del señor Macklowsky; yo lo asesiné, confieso mi crimen. Pero…, ¿también a don Baltasar?, ¿soy un despiadado sicópata criminal, carne de patíbulo, o el homicida sigue oculto entre las paredes de esta casa?

Dejó flotando en el aire las preguntas e hizo una pausa dramática, para observar la reacción que provocaban en el grupo: asombro, escepticismo e incluso terror. Estaba manejando muy bien el momento emocional, había creado una zozobra colectiva muy acorde con sus intereses, ante la que el sargento Azagra se rebeló.

―Déjese usted de carnavaladas, Takeru, o como coño se llame. Sabemos que al marqués lo envenenaron con la toxina de un pez globo, y por aquí no se da ese tipo de pesca, solo hay barbos y alguna carpa. No me trago que el principal sospechoso sea un payaso holográfico, que no tiene media hostia ―se envalentonó, apuntando al japonés con la copa vacía de anís―, tiene que haber alguien más, de carne y hueso, detrás de esto, un fulano a quien se le puedan poner las esposas para llevarlo al cuartelillo, y por mi santa madre que lo voy a trincar. Como hay Dios.

Trastabilló ligeramente intentando alcanzar la botella de Machaquito, pero Merche fue más rápida y la sacó de su alcance, a la vez que lo reprendía con la mirada.

―Lindo discurso, pero se queda usted en la superficie del conflicto, sargento, hay más incógnitas por desvelar añadidas a lo que usted propone ―respondió Takeru sin alterarse lo más mínimo―. Por ejemplo: ¿Quién mandó al marqués la invitación para las jornadas de tiro al pato? A don Baltasar le daban más asco las armas, que encontrar un pelo en la sopa, motu proprio nunca hubiera asistido a un evento de esa naturaleza. ¿Qué pretendían conseguir de él, manteniéndolo alejado de la casa de Jorge Juan? ¿Había intereses, que se nos escapan, para quitarlo de en medio?

Jimena, Hilario y Bonifacio, visiblemente nerviosos, miraban en todas las direcciones, sin poder disimular la incomodidad que les estaban causando aquellas preguntas. La tensión del momento se reflejaba en sus rostros crispados, pero fue Jimena quien dio un paso al frente.

―Sí, yo mandé esa invitación a mi marido. Sin embargo, fue un golpe de suerte o de infortunio, dadas las consecuencias, que viniera a pasar ese fin de semana a la Ínsula del Duque. Tenía previsto asistir a las regatas de Saint-Tropez, como hacía todos los años, acompañado de alguna de sus putitas de cabecera. Existían poderosas razones para tenerlo vigilado, pero seguramente eso usted ya lo sabe ―las palabras de la marquesa levantaron algunos murmullos de sorpresa―. Sin embargo, no fui yo quien lo mató, ninguno de nosotros lo hizo ―señaló a Hilario y a Bonifacio―, nunca fue nuestra intención que sufriera daño alguno, además, los tres estábamos físicamente lejos de aquí cuando lo asesinaron.

Takeru hurgó en el interior de la americana hasta dar con un paquete de cigarrillos sin filtro, se llevó uno a los labios y encendiéndolo con un zippo, dejó penetrar el humo en sus pulmones, para luego soltarlo con fuerza.

―Así es, estaban ustedes a cientos de kilómetros de la ínsula ―señalaba a la marquesa con los dos dedos entre los que sostenía el cigarrillo―, pero ¿para qué sirven los sicarios, no es verdad, don Bonifacio?

Ahora todas las miradas se concentraron en el Jefe Central de Operaciones de la Comisaría General de Seguridad Ciudadana, que pálido como un muerto, negaba repetidamente con la cabeza.

―¡No, no lo es, no es cierto! ―se defendía colérico―, está usted retorciendo la verdad, Genaro no tenía que asesinar al marqués; esa insinuación es repugnante, mentirosa.

El japonés expulsó el humo del cigarrillo por la nariz, a la vez que pellizcaba en su lengua, con el pulgar y el índice de la mano izquierda, una invisible hebra de tabaco. Guardó silencio un instante, con los ojos cerrados, para enseguida continuar.

―Luego, admite usted que el señor Macklowsky, alias Genaro Lavilla, estaba en esta isla cumpliendo órdenes suyas, le pagaba para que se encargase, de una manera u otra, de don Baltasar. ¿Me equivoco?

Deliberadamente, dio la espalda a Bonifacio, quien, cada vez más excitado, se levantó de la silla violentamente, haciendo que cayera hacia atrás, y apoyando las manos en la mesa, alzó la voz, para protestar por lo que consideraba una encerrona del japonés.

―Sí, yo contraté los servicios de Lavilla, pero solo tenía que obtener del marqués cierta información, nada de hacerle daño físico. Ganarse su confianza, sonsacarle, como mucho, drogarlo con amital para conseguir que hablara. Nunca asesinarlo.

Takeru cogió la botella de anís, que Merche le había requisado al sargento Azagra; se acercó a él y le rellenó la copa.

―Amital, sargento, una droga que, junto con el bromuro de pancuronio y el cloruro potásico, forma parte de la inyección que se administra a los reos en las ejecuciones por pena de muerte. ¿De verdad sigue pensando que el principal sospechoso de la del marqués de Jarandilla se esconde en esta torre?

Extendió los brazos en un gesto que abarcaba toda la estancia. Aflojándose, todavía más, el nudo de la corbata, con paso decidido, se plantó ante la mesa que ocupaban Jimena, Hilario y Bonifacio.

»Solo nos falta un móvil, que haga encajar las piezas del puzle ―dijo con voz potente, dirigiéndose a toda la cofradía, pero con la mirada fija en los ojos de Jimena―. ¿Algo tan prosaico, quizás, como el dinero, miss Calahorra, 1998?

Esta tuvo que detener a Hilario, que se abalanzaba a por el holograma hecho una furia. Bonifacio, cada vez más pálido, apuró de un trago el vaso de güisqui que tenía en la mano.

―Usted sabe que yo no fui ―acertó a musitar la mujer, con la derrota temblando en la voz.

Takeru se quitó la americana, acomodándola, junto con el borsalino, en una silla vacía. Puso un par de dedos de licor en un vaso corto, bebió un sorbo e hizo malabarismos con otro cigarrillo, entre los dedos, antes de encenderlo.

―Una cara bonita, muñeca, no es suficiente para convencer al jurado ―señaló al resto de comensales, que seguían expectantes lo que decía―, más aún cuando las evidencias juegan en su contra. El marqués tenía pruebas de lo que se traía entre manos con su secretario personal, imágenes incriminatorias, que demostraban su infidelidad; si las sacaba a la luz, y créame que estaba por la labor, sus días de vino y rosas, como marquesa consorte, se iban a terminar. Ahí lo tiene. ¿Le parece un buen móvil?

Se podía cortar el silencio y todas las miradas convergieron en la marquesa.

―Pero algo falla en esa argumentación, maestro ―llamó Quintanilla la atención de Takeru―. Aquí, doña Jimena, seguro que es un grano en el culo de la familia de don Baltasar, una advenediza, por así decirlo y estarían más que felices si pudieran deshacerse de ella. Mientras esas pruebas a las que usted se refiere sigan existiendo, la marquesa tendrá una espada de Damocles sobre su cabeza y quien sabía dónde están escondidas era don Baltasar. Muerto no le sirve de nada.

El alegato del guardia provocó una oleada de comentarios aprobatorios; la marquesa concitaba más simpatías que Takeru y a nadie le apetecía verla pasar por aquel mal trago: «Bien dicho, chaval, de esta sales para cabo», dijo Azagra, satisfecho de su pupilo; «¡Jódete, chino!», mosén Atanasio reforzó la excomunión del holograma con un enérgico y marcial corte de mangas; «Si es que va mal follado, ¡anda que no se le nota!», se descojonaba, Conchi señalando, con un guiño malicioso, al japonés.

—Una deducción muy acertada, joven —aprobó Takeru—, que de momento aleja de la marquesa el fantasma de la culpa, pero se abren más interrogantes: ¿Dónde están las pruebas de su infidelidad? ¿Quién más podía estar interesado en hacerse con ellas? ¿Estaría esa persona en condiciones y dispuesta a asesinar al marqués para conseguirlas?

Un silencio abrumador fue la respuesta del grupo. Estaban ya algo cansados de aquel juego macabro y deseando que terminara, pero fue Azagra quien se sintió en la obligación de interpretar, en voz alta, el sentir colectivo.

—Señor Takeru, déjese ya de zarandajas y conteste a sus propias preguntas, no juegue al gato y al ratón con nosotros. Usted sabe quién mató al marqués; dónde se esconden las fotografías que comprometen a la marquesa y, si existe, a quién puede beneficiar hacerse con ellas.

—A mi cuñada Leonor, esa zorra —se adelantó Jimena a la contestación del japonés―. La fortuna familiar se administra en régimen de sociedad, de la cual yo, ahora, soy presidenta y accionista mayoritaria. En caso de perder el título, y una causa de divorcio justificado, sería suficiente para que así fuera, las acciones, el disfrute del patrimonio y las rentas del marquesado, que me corresponden por sucesión hereditaria, pasarían a ella. Así lo dejó estipulado Baltasar en su testamento.

Parecía haber recuperado el aplomo. Respiró profundamente y tras beber un sorbo de agua, con ademán sosegado, se dirigió a todos en general, desviando su atención de Takeru Ichi.

»No es solo recuperar el control del negocio familiar, lo que pretende Leonor, hay mucho más en juego. He decidido que en la próxima reunión del consejo voy a romper los lazos que unen al marquesado de Jarandilla, con la Compagnie Minière de Musonoie Global SAS, que gestiona la explotación de minas de cobre y cobalto en la República Democrática del Congo. Eso supondrá una merma considerable en los beneficios empresariales de la familia y ya estamos buscando alternativas de negocio ―dijo cruzando una mirada de conformidad con Hilario―. Ese mineral está manchado con sangre humana. Es la causa de que millones de personas, amenazadas por el hambre, violaciones y muerte, se hayan visto obligadas a huir de sus hogares. Mientras yo presida ese consejo de administración, no existirá vinculación alguna con esa clase de negocio.

Aquel nuevo giro de los acontecimientos hizo que se renovara el interés de la audiencia, que volvió a prestar toda su atención en Takeru, a la espera de lo que tuviera que decir.

—Cierto y su difunto marido no estaría de acuerdo con esa decisión suya, por si le interesa saberlo. Su cuñada está haciendo todo lo posible, por deshacerse de usted. De hecho, también ella había contratado los servicios de míster Macklowsky. Por eso tuve que matarlo. Su juego doble me pareció detestable: primero hacerse con la confianza de don Baltasar, arrancarle la ubicación de las pruebas, sin importarle el método a seguir, eliminarlo y, después, vender la información al mejor postor, o a los dos. Así era nuestro llorado Macklowsky.

Un suspiro de alivio recorrió la sala; por fin se sabía el nombre del asesino del marqués: Viktor Macklowsky, alias Genaro Lavilla. El primer velo había caído y los vasos y copas se alzaron brindando por el desenlace de la historia.

»¡Oh, no, qué incompetencia la mía! —se disculpó Takeru al ver el regocijo general—. Les he hecho creer en un asesino equivocado, lamento mi torpeza, cuando todo esto acabe me haré el harakiri con un mondadientes, lo prometo. No fue Macklowsky. Recuerden, el marqués murió envenenado por la toxina del pez globo, una sustancia que no estaba al alcance de nuestro difunto y desaprensivo amigo.

Las caras, que un momento antes eran de alivio, se tornaron de decepción y, por qué no, de vuelta al hastío. Takeru lo advirtió. Había llegado la hora de terminar con la farsa.

»Bueno, está bien, les noto abatidos; sin duda son los efectos de una digestión pesada. Tienen razón, acabemos con esto. Les diré lo que tanto se empeñan en saber: La muerte del marqués no tuvo nada de épica, ni está rodeada de intrigas cortesanas, porque, en realidad, fue un desafortunado accidente. Es cierto que Maclowsky pensaba deshacerse de él cuando supiera dónde escondía las fotografías que comprometen a Jimena e Hilario; le resultaba mucho más lucrativo; el marqués podía y de hecho iba a hacer saltar el escándalo y, entonces, la información no valdría nada. Me deshice de Maclowsky. Un tiro en la cabeza, nada espectacular ―le quitó importancia mirando a Sagrario, que asistía a la pantomima inalterable, sin mover un músculo―; no creo que la CIA lo eche de menos.

Una nube vino a tapar el sol, llenando de sombras el salón, iluminado por la luz natural que entraba por las ventanas.

»En fin ―continuó Takeru―, para entonces, don Baltasar y yo habíamos entablado una relación de amistad. Era un hombre refinado, amante de la buena mesa y gran bebedor. Como ustedes han podido apreciar de primera mano, el nivel de mis fogones y de mi bodega está por encima de cualquier listón y eso, el bueno del marqués, lo supo reconocer de inmediato. Pero su condición de gourmet y bon vivant lo condujeron a la muerte.

Nadie se había percatado de ello, pero Takeru ya no vestía como un huelebraguetas de Los Ángeles o Chicago; ahora se enfundaba en un yukata tradicional japonés: juban azul marino, obi granate, sandalias y un kinchaku negro de sarga.

»El pez globo, sí, lo mató; mejor dicho, la impericia en prepararlo de Popeye ―dijo señalando al marino, que acababa de aparecer en el salón―. La evisceración de ese pescado es un arte delicado. Bien hecho permite disfrutar de esa leve sensación de hormigueo en la lengua, que caracteriza su sabor. Pero por contra, una preparación incorrecta libera la tetodotroxina en el organismo, causando el bloqueo de los canales de sodio de las células y la muerte por parálisis, tanto muscular, como nerviosa. Es una toxina mil doscientas veces más letal que el cianuro. Algo de culpa tuve yo mismo, porque nunca debí dejar un asunto tan delicado en manos de un yanqui; lo echan todo en grasa o músculos y les queda poco espacio para el cerebro. En fin, sargento, ahí tiene a su criminal, puede usted ponerle sus esposas y someterlo a juicio, se lo merece por negligente. Aunque no sé yo si eso va a ser posible, dado su carácter volátil.

Había desconfianza, sorpresa, en algunas caras; modorra somnolienta, en la del cura, que iba ya por el quinto carajillo, y de falsa compunción en la del marino, que con la cabeza gacha, y aunque se la tría floja, esperaba el desenlace final de la película.

―¡Oh, venga ya, no me jodas, chino! ―mostró Azagra, sin tapujos, su incredulidad―, y el puñetero pez, ¿de dónde ha salido, de esta charca? Te estás quedando con nosotros, mamón.

Con un gesto despectivo, Takeru, respondió a la actitud retadora del policía. Y ajustándose el kimono, contraatacó con su más fina ironía.

―Veo, sargento, que doña Mercedes tenía su parte de razón hurtándole la botella; el anís hace que naufraguen sus neuronas. El pez salió del mismo sitio que el cabrito con denominación de origen que se acaba usted de embaular, el bogavante o la gamba roja de Palamós, de un apaño cuántico con el universo: supercuerdas, supergravedad, vibración, once dimensiones. ¿Recuerda? GOD lo puede todo, Inocencio, todo.

Hilario, que hasta ese momento, salvo cuando estuvo a punto de intentar sacudirle estopa al holograma, había permanecido callado, quiso intervenir.

―Suponga que damos por buena su explicación en cuanto al accidente que causó la muerte del marqués, ¿pero hemos de considerar, también, que se llevó a la tumba, el secreto y la localización de las fotografías sigue siendo un misterio, o están en manos de Leonor, la cuñada de Jimena? Comprenda usted nuestro interés, señor Takeru.

El japonés esbozó una sonrisa conciliadora.

―Lo comprendo, amigo mío, y pueden ustedes estar tranquilos, únicamente yo conozco el paradero de esas fotos y del pendrive, que contiene el informe encargado por don Baltasar. Pero como hoy estamos de celebración y estos señores ―dijo abarcando al grupo con la mirada―, también están ansiosos por saberlo, se lo voy a decir. No se preocupen por la confidencialidad, ninguno de ustedes va a abandonar ya esta isla, al menos en mucho tiempo y cuando lo hagan, nada de lo que dejaron atrás, antes de venir aquí, tendrá importancia.

Un trueno prolongado hizo vibrar los cristales de las ventanas y las nubes, obedientes al mandato de la tormenta, comenzaron a descargar agua.

―El marqués no quiso hacerme partícipe de su secreto. Fue un ingrato, a pesar de lo bien que me porté con él. De manera que no tuve más remedio que probar con su excelencia mi particular proyecto Manhattan. Por cierto, todos ustedes van a tener también la suerte de participar en ello, pero ese es el segundo propósito de esta reunión, no nos desviemos de su pregunta, Hilario. Don Baltasar fue mi primer conejillo de indias, el experimento salió como esperaba y podríamos decir que tuve acceso a su disco duro; todos sus arcanos me fueron revelados. Una joya, su marido, Jimena, en una pelea de cuernos saldría usted perdiendo, querida.

La marquesa se encogió de hombros dando a entender que la revelación no la pillaba por sorpresa y le importaba un zurullo.

»En fin, a lo que estamos ―apremió Takeru―. El marqués estaba obsesionado por el arte moderno y recientemente había adquirido una obra de la pintora nigeriana Akunyili Crosby; un acrílico representando a una familia de raza negra, que le costó una cantidad pornográfica de dólares. Para mi gusto, el cuadro es una auténtica aberración, un collage formado por fotografías y dibujos de dudosa estética. Sin embargo, no hay mejor forma de ocultar algo que exponerlo a la vista de todos. Y eso hizo don Baltasar, camuflando las fotos que la comprometen, marquesa, y el pendrive con los originales en «Los diez morenitos», como él titulaba ese bodrio.

Jimena miró a Hilario. En sus grandes ojos azules había una pregunta esperanzada, a la que él respondió con una fuerte carcajada, antes de echarse el uno en los brazos de la otra. Sus inquietudes habían desaparecido; ya podían respirar tranquilos; no existía amenaza alguna sobre su futuro y, «la hijaputa de mi cuñada que se vaya comiendo los mocos», le salió el lado plebeyo del alma a miss Calahorra 1998, junto con una sonrisa de satisfacción que le cogía todo el cuerpo. Sin tan siquiera sospechar que su condena estaba escondida en el cuadro, ordenó que los «Diez morenitos», ardieran en el horno, incinerados junto con don Baltasar de la Mora y Castrillo de la Gomera, decimotercero marqués de Jarandilla, grande de España, para que lo acompañaran en el infierno por toda la eternidad.

A excepción de Bonifacio, todos los demás, incluido Takeru, contemplaban sorprendidos a la pareja, sin comprender semejante explosión de alegría. Pero poco dura, dicen, el gozo en casa del necesitado y un trueno, más fuerte que el anterior, los trajo de nuevo a la realidad.

Sobre sus cabezas seguía pendiendo la amenaza de GOD. El enigma que rodeaba la muerte del marqués estaba resuelto, sí, pero… ¿Qué nuevas sorpresas les tenía preparadas el destino? ¿En algún momento, Takeru Ichi, se metamorfosearía en John Travolta haciendo de Tony Manero en «Fiebre del sábado noche»? ¿Hasta dónde llegaría la locura cuántica que enajenaba a esa máquina diabólica que, paradójicamente, se hacía llamar DIOS?

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Los rebeldes arrasaron la aldea, quemaron las casas y cogieron a sus habitantes de rehenes, violaron a las mujeres y secuestraron a los niños varones para adoctrinarlos en la guerrilla.

Alan tenía tan sólo siete años y presenció estupefacto in situ la mutilación de las extremidades superiores de su pobre padre con un machete.

Los gritos de angustia y de dolor se mezclaron con un río de sangre. Alan no entendía nada y sus gritos se tornaron en lágrimas que emanaban por sus mejillas hasta decir; -basta, con un grito apagado en Sudáfrica…

Continuará.

RAQUEL LÓPEZ

El lenguaje de los minerales

entre perfección y belleza,

explotados por ilegales

que manchan sus manos de sangre y tristeza.

Hermosos brillos de colores

mineral pétreo que agoniza,

que brindaron telúricos los dioses

bajo el infinito mal de la codicia.

El sol que recubrió la piel del oro

curtiendo con sus retazos de luz,

bañando con sus rayos el tesoro

y ahora contrabando de la esclavitud.

Conflicto de minerales

nacidos del vientre de la tierra,

servidos para originar masacres

en pos del egoísmo y la riqueza.

DAVID MERLÁN

SON MINERALES

PERO IGUAL DE TRISTES

QUE EL INVIERNO

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Soy minero

Linares de la Sierra, Huelva, año 2030

―Oioioioioioioi, Teté, ¿has visto qué emperifollá va la Concha? A lo menos tiene una cita con algún mandamás de los Mangomén.

―Bego, querida, no llames Concha a doña María de la Concepción Ayala Zúñiga, que es muy fisna y, si te oye, le puede salir un herpes Foster’s.

―Me sé de muy buenas tintas que todo el dinero que ha arrejuntao viene de eso que tú ya sabes.

―Quiaaaá, claaaaro, ni idea.

―Ni yo, pero vamos a salir de dudas. ¡¡¡Concepcioooooooón!!!

―Oh, qué agradable sorpresa, Bego Rivera y Teté Jarquín tomando un cafelito. Me sentaría con vosotras, pero se me puede manchar la falda.

―Arrea, eso sería una catástrofe mu grandísima. Toma, mi pañuelo, que todavía no me he sonao los mocos. Ya no tienes excusa, guapa.

―Está bien, tomaré un refresco sin gas, sin azúcar, sin cafeína, sin gluten y, por favor, que sea light.

― ¡¡¡Marchando un vaso de agua para la señorona!!!

―Oshhh, qué camarero tan impertinente, seguro que es humano, y lo peor de todo, autóctono.

―Pos claro, mujer. Este es el único hombre que queda en el pueblo, el Juan Peña, hijo de Juan Peña y nieto de Juan Peña, cantaores de toda la vida de Linares de la Sierra. Todos los demás están penando en la mina de Fliponio de Bollullos par del Condado. Esclavizaícos me los tienen los Mangomén.

―Pues, a mí me llaman la atención estos muchachos nuevos, se organizan muy bien, no dan un ruido y están muy aparentes. Me gustan.

―En eso tienes razón, apañaos de cuerpo son, pero me da a mí que en el catre, donde esté un macho ibérico jarto gachas, no hay color.

―No sabría deciros, chicas.

― ¡¡¡Juaaaaaaás!!!

― ¿De qué os reís?

―Andaaaa, afloja por esa boquita de piñón, que los Mangomén te llaman “la ofrecida”. ¿Tienen pilindrindín? Y, en caso afirmativo, ¿es retráctil?

―Bego, por favor, eso son intimidades de las que no voy a hablar, una es muy discreta con estos temas.

―Uséase, que te los has trajinao a todos.

―Bueeeno, veeenga, vaaale, de acueeerdo, alguno ha caído, es que estoy muy sola desde que a mi Benedicto se lo llevaron a la mina.

― ¿Benedicto Palacios, el buenorro? Válgame, ¿tu marido no se llamaba Omar Albor?

―Sí, a ese se lo llevaron antes y, entonces, conocí a Benedicto… y a Coronado Smith… y a Fran Kmil… y a David Merlán… y a Eduardo Valenzuela… y a Sergio, Guillermo, Efraín, Harold… pero, ninguno como Armando Barcelona, qué hombre, por Dios.

―Vaya cacho loba estás hecha, jodía.

―Se hace lo que se puede.

―Concepción, te nos estás yendo por lo arbóreo. No nos has dicho todavía qué tal el ñiquiñiqui con los Mangomén.

―Está bien, lo prometido es deuda. Digamos que es diferente, más intelectual, algo etéreo, no encuentro las palabras exactas…

―Yo sí, una puta mierda que te deja in albis.

―Lo has definido a la perfección, Teté.

―♫♪Yo no maldigo mi suerte porque minero nací, y aunque me ronde la muerte, no tengo miedo a morir. No me da envidia el dinero porque de orgullo me llena, ser el mejor barrenero de toda Sierra Morena♪♫

― ¡¡¡Halaaa!!! ¿Habéis visto cómo está el cantor de Híspalis?

―De toma pan y moja.

―Pues, las dos chonis que vienen con él no le van a la zaga, qué cuerpos, Diossssss.

―Hola, preciosidades, no cabe duda de que sois humanas, vuestra belleza excelsa no la consigue una Mangowoman ni jarta a sopa. Ole.

«Oishhhhh…»

―Nunca os habíamos visto por aquí.

―Debe ser porque nunca habíamos venido.

― ¿Y qué os trae por estas tierras?

―La lucha contra los Mangomén. Pero, lo primero es la educación. Soy Pedro Antonio López Cruz, general en jefe del ejército de liberación humana, compuesto por mí y mis dos acompañantes, las coronelas Inma Ma Go y Gadi Céspedes.

―Encantada, muás muás, un placer, muás muás, el placer es mío, muás muás muás muás.

―Bien, una vez cumplido el besuqueo protocolario, podéis preguntarnos lo que queráis.

―A ver, Inma, si venís andando desde lejos, ¿cómo es que llegáis tan arregladitas?

―Menuda gilipollez de pregunta, Bego.

―No se me ha ocurrido nada mejor, nos han pillado tan de sopetón…

―Da igual, Teté, yo contesto a todo, por estúpida que parezca la cuestión, pero no lo es.

―Chúpate esa, Teté.

―Hace cinco minutos estábamos hechas unos zorros, pero, al ver que nos aproximábamos a una población, nos hemos ataviado con nuestras mejores galas.

― ¿Y eso por qué?

―Contesta tú, Gadi, que tengo una llamada intergaláctica.

―Veréis, los mangomén tienen un punto débil, cuando se les planta delante una humana superhipermegabuenorra, se deshacen, literalmente, no les da la vida y mueren formando un charco multicolor muy bonito, pero fétido.

―Qué fuerte qué fuerte qué fuerte. ¿Y las Mangowomen, qué hacen a todo esto?

―Buena pregunta, Bego. Ellas se deshacen ante la presencia del general en jefe, nuestro líder.

―Pa no, me estoy derritiendo yo, que soy sapiens sapiens.

―Gracias por el cumplido, Concha. Da gusto encontrarse con seres humanos con una educación exquisita después de estar años viviendo entre el fango, comiendo raíces y bayas putrefactas, construyendo túneles y cuevas con nuestras propias manos, luchando contra las inundaciones de las trincheras, las plagas de roedores y otros bichos inmundos…

―Menudo morro, Pedrito, si no has dado un palo al agua en toda tu vida y, además, no sabes hacer ni el huevo.

―Callad, Gadi e Inma, Inma y Gadi, me hace ilusión epatar a la concurrencia. Y, además, no me negaréis que:

―♫♪ Soy minerooo, y templé mi corazón con pico y barrena, soy minerooo, y con caña, vino y ron me quito las penas. Soy barrenero porque a mi nada me espanta, y solo quiero el sonido de una tarantaaaa♪♫

«Está para comérselo, pero me lleva una pedrá…»

―Bien, Pedro, si tu intención era destrozarnos los tímpanos, reto conseguido.

―Estoy perfeccionando la voz de pito. Joselito y Antonio Molina, una mieeeeerda a mi lao. ¿Os habéis fijado en el detalle coplero de pebebebebenas o de tabababababaraantaaaaa?

―Sí, hijo, sí, un primor. ¿Tienes planes para liberar la mina de Bollull…?

― ¡¡¡Oigan, milagro!!!

―A este tipo no nos lo han presentado, Gadi.

―Y que lo digas, Inma.

―Es Juan Peña, cantaor frustrado y camarero más frustrado todavía. Se ha quedado sin clientes humanos y los Mangomén solo beben Red Bull, les engrasa los circuitos. ¿Qué te pasa, Juanito, se te ha aparecido Lola Flores?

―Ojito, Bego, que con la faraona no se juega. Ha pasado algo increíble, sin parangón en mi tasca. ¡¡¡Milagro!!!

―Poneos cómodos, que ahora vienen el preludio, la obertura y los entremeses. Cuando Juan se pone teatral, jodido la hemos.

― ¡¡¡Milagro milagroso!!!

―Como te iba diciendo, Esther…

― ¡¡¡Silenciooooooo!!!

―Parece que se arranca.

―Mientras no sea por peteneras…

―Hay tres cadáveres de Mangomén dentro del bar. Más correcto sería decir tres charcos fosforito. Ha sido ponerse a berrear el eunuco el “Soy minero” y muertos al instante. Ni que se les hubiera aparecido la tuna, por la gloria de mi madre.

―O sea, que no mueren por nuestros peaso cuerpos, sino por tu voz extraaguda a la par que insoportable.

―Si me vais a criticar, ya no canto más, ea.

―De eso nada, monada. Ya te estás poniendo a enseñarnos a cantar como tú y nos vamos para Bollullos a salvar a la humanidad.

―No te pega nada ponerte tan trascendente, Inma.

―Ni a ti saber decir trascendente, Gadi.

―Visto así…

* * * * * * * * *

Mina de Fliponio en Bollullos par del Condado, el día después

―3Po, se acerca una comitiva humana sospechosa.

― ¿Voy a recibirles o sigo flagelando a los mineros, Jp15?

―No es necesario, se acercan a pijo sacao.

― ¿Preparadas, Inma, Gadi, Bego, Teté, Concha y preparado, Juan?

― ¡¡¡Afirmativo, general!!!

―Un, dos, tres, ein…

―♫♪ Soy minerooo, y templé mi corazón con pico y barrena, soy minerooo, y con caña, vino y ron me quito las penas. Soy barrenero porque a mi nada me espanta, y solo quiero el sonido de una tarantaaaa♪♫

Y, así, con esta revolución folklórica, los humanos acabaron con los Mangomén para siempre jamás y los mineros fueron liberados. Los más beneficiados entre la raza humana fueron los otorrinos, que no daban abasto para operar todos los tímpanos que cayeron en la sangrienta batalla y pusieron las intervenciones por un ojo de la cara. Siempre hay aprovechados. A Pedro Antonio López Cruz le encerraron en la mina de Fliponio de Bollullos y echaron la llave. “Soy minero” fue prohibida por toda la eternidad.

PAQUITA ESCOBERO

Mantener a salvo el conocimiento, era algo que Aria siempre había considerado especialmente relevante en su mundo, donde cada vez más las mentes parecían aletargadas, contaminadas en ese constante ir y venir de imágenes en sucesión, que las personas pasaban con el dedo por encima de sus dispositivos electrónicos, sin prestar atención, sin darle relevancia a lo verdaderamente importante de la vida. No había empatía por los iguales. Sí, iguales por la condición misma del nacimiento dentro de una especie, la humana. Ese era el único sentido que debería regular las decisiones que se tomaban en el mundo, que daba igual donde nacieras o de donde vinieras, tu condición humana debería ser suficiente para ser respetado como tal en cualquier parte.

– Tu aprendizaje en el paso por estas vidas debe ayudar a conseguir ese anhelo que tienes en tu interior, el que te hizo pasar las pruebas que te traerían hasta nosotros para beber del cáliz de la memoria, del cáliz de las vidas pasadas – escuchó Aria, una voz tan sutil como frágil deambulaba por su mente. – Presta atención Aria, no dejes de mirar.

Y en ese momento, justo en el instante en el que Aria se frotaba la frente como si con ello fuera capaz de limpiar la niebla que envolvía su mente, notó como sus pies se manchaban de barro, estaba a los pies de una inmensa montaña que emergía de la tierra. Un cartel frente a sus ojos colocó de frente el destino del viaje: Sumaq Urqu, “cerro hermoso” traducido debajo.

Indagó en su memoria para encontrar de donde venía esa lengua, indudablemente era Quechua, sí, estaba en Bolivia, rodeada de varios cerros que conformaban la cordillera de Chichas, pero el cerro en el que sus pies se posaban era el Cerro Rico o cerro del Potosí. Miró entonces sus manos, en una de ellas, un pico de hierro, en la otra una pancarta en la que estaba escrito “Nuestros hogares son las trincheras que nos defenderán de los enemigos”. Aunque no entendía el sentido, sabía que el viaje por esta vida iba a ser tan triste como apasionante, estaba deseando descubrirse en la sangre por la que había latido.

Miró con prudencia a su espalda y en la falda de la montaña, descubrió una agrupación de casas maltrechas de lo que parecía ser barro, marrones como la misma tierra que pisaba, parecían todas iguales o con pocas diferencias, planchas de metal por techos y puertas y pocas ventanas. Los caminos que las separaban las unificaban en hileras rodeando el centro de aquel asentamiento que reconoció y sintió como lugar de origen. Ya no le asombraba ese sentimiento de pertenencia a un lugar en el que parecía no haber estado nunca y a la vez haber permanecido siempre en el. Sabía que había corrido por sus calles descalza, había llorado y reído en ella y por ella. Pulacayo se mostraba en su memoria y hacia él dirigía sus pasos.

Mientras bajaba hacía el asentamiento, veía como por el sendero subían un grupo de hombres y mujeres de edades diversas, iban cargados con unos sencillos cascos amarillos que portaban a su vez una pequeña luz en el frontal. Sus ropas eran humildes, sin consonancia entre ellas, algunos llevaban chaquetas de chándal típicas, de un solo color con dos simples rallas blancas en las mangas, sandalias, pantalones de fina tela, pañuelos anudados en los cuellos que algunos llevaban a modo de mascarillas en la cara. Un grupo de niños cerraba la fila de personas que ascendían por el sendero, trazando con sus pasos el camino inverso al que ella recorría.

Veía jugar a los niños por el camino, reían mientras se perseguían los unos a los otros, sus pies estaban descalzos acostumbrados a la tierra que pisaban. La piel era de un color marrón dorado, tiznado de polvo y barro. Algunos mayores les regañaban y les pedían que parasen de correr y prestaran atención. Entonces Aría se descubrió, aunque sabía que no era exactmente ella, sabía que los mismos pasos que daba esa niña a la que regañaban, habían sido suyos en algún momento de la vida, mientras todos ascendían por la ladera, hacia el brillo del estaño y la plata.

Una vagoneta varada en los railes que se adentraban en el asentamiento, estaba llena de pequeños que jugaban dentro de ella. En las puertas, mujeres que estaban centradas en las tareas de aquellas casas que se erigían como hogares en medio de la nada.

Mientras observaba, para no perder detalle de todo lo que le rodeaba, Pulacayo comenzó a moverse girando en torno a ella, como si de una visita rápida se tratara, aunque pocas cosas cambiaban cada vez que el tiempo se paraba. En cuanto al entorno, sí había sutiles modificaciones en las personas, el sendero que ascendía a lo que ya sabía que era la mina en la que había trabajado en una vida no tan lejana. Entonces el tiempo paró y en medio de una plaza, una mujer se encontraba subida a una tarima de madera, rodeada por algunas otras mujeres que portaban pancartas. La población del asentamiento se iba congregando entorno al lugar donde ella se encontraba. Parecía tan firme y confiada.

– Silencio! – escuchó que alguien gritaba. – Silencio por favor, dejemos que hable Domitila, todos sabéis que ha sufrido tanto como nosotros, pero ella sabe el camino que debemos seguir para mejorar nuestras vidas. ¿Acaso queréis que vuestros hijos y los suyos sigan el camino que trazaron para nosotros y nuestros ancestros aquellos que solo quieren de nuestra tierra el estaño y la plata?

El silencio se fue asentando poco a poco, como el polvo de los pasos de los que llegaban y al igual que todos los demás, Aria se sentó en el suelo para escucharla. No sabía quien era, si había sido una de sus vidas, la descubriría ahora.

Domitila se subió las mangas de la camisa que la protegía del sol que parecía abrasaba, cogió un pequeño altavoz y saludó a todos los que allí estaban. El altavoz hacía algunos ruidos que entorpecían sus palabras. Lo apoyó en la madera donde sus manos descasaban y alzó la voz:

¾ Compañeros de vida, de mina, penas y batallas, ¿me escuchais? Acercaros más hasta mí, que os lleguen mis palabras, este altavoz se está poniendo en mi contra y hoy no quiero que nadie apague mis palabras. ¾ Dijo Domitila mientras observaba como todos los allí presentes se agrupaban.

¾ Los más mayores que aun están con nosotros, conocieron a mi padre como dirigente sindical en la época de la Guerra del Chaco, a mi madre, que aunque nos dejó joven, era amiga las madres de algunas de las que hoy me acompañan. Nuestra vida no ha sido fácil, no la fue la de ellos, tampoco la mía, pero deseo que con la unión de todos nosotros, al menos, cambiemos a de aquellos que aun son jóvenes para seguir nuestros pasos y la de los que están por venir.

Tenía 10 años cuando mi madre nos dejó, enferma y sin poder ayudarla. Cuando tuve que encargarme de llevar una casa y cuidar a mis 5 hermanas. Muchos hemos compartido el destino de trabajar en el rescate mineral metidos entre los desechos o residuos que la mina soltaba. De mis 11 hijos solo 7 siguen con vida y su padre, mi marido, es minero como vosotros. Soy hija, madre, esposa, minera y luchadora para cambiar las cosas. Por eso nos reunimos hoy aquí, esta comunidad minera siempre ha trabajado duro, pero también ha luchado y se ha revelado contra las dictaduras que nos preferían muertos y llenando las minas de hijos, que vivos y sin los minerales que nos matan. Cuando han arrasado con uno de ellos, nos quieren explotar por el otro. Es hora de dar la cara.

Hoy os hemos pedido que vinierais para pediros a todos que apoyéis a vuestras mujeres, aquellas que por sus hijos y por sus maridos están dispuestas a dar la batalla a través del Comité de Amas de Casa de Siglo XX, por eso os digo que « La primera batalla a ganar es dejar participar a la compañera, al compañero y a los hijos en la lucha de la clase trabajadora para que este hogar se convierta en una trinchera infranqueable para el enemigo».

El silencio que hasta ese momento reinaba se rompió en gritos que se sumaban a sus palabras. Era imposible no sentir como la piel se afilaba y los pelos despuntaban entre la tela que protegía la piel de Aria. Las personas se levantaron mientras la aclamaban, Domitila pedía de nuevo silencio y comenzaron a escucharse poco a poco sus palabras. Lloraba, aunque no se le notaba en la voz, lloraba.

¾ Si amamos a los que hemos traído a este mundo, debemos velar por mejorar sus condiciones de vida, todos nosotros, mineros, amas de casa, trabajadores del campo y cada uno de los que conformamos este asentamiento que parece que no le importa a nadie y al que no se le aporta nada. Solo nos piden nuestras vidas a cambio de la miseria que nos envuelve desde que nacemos, hasta que volvemos a la tierra que nos atrapa.

Dicen que soy enemiga del pueblo, pero no es así, soy la enemiga de los que nos asfixian y nos matan. Me han acusado de enlace guerrillero, de traidora e incitadora a la revolución que no les interesa que haya. Sí, he pedido el apoyo por todos los asentamientos que he podido y hoy lo pido en el que me vio nacer, en el que murieron mis padres y donde los enterré.

Recuerdo la masacre de la noche de San Juan aquel 24 de junio del 67, cuando el General Barrientos hizo que los militares atacaran los distritos mineros para que parásemos las huelgas, una noche en la que decenas de los nuestros perdieron la vida. Mi indignación y protestas por lo sucedido, me llevaron a una celda donde por los golpes y patadas de los militares que decían que les había insultado, perdí a uno de mis hijos no nato, en esa fría y sucia celda di a luz a ese pequeño que pagó con su vida, la insensatez del que nos quiere sacando estaño sin pensar en nada más que en su riqueza.

Mis dos mellizos nacieron cuando me refugié en la huelga contra el régimen de Hugo Bánzer, los gases tóxicos que había dentro de la mina mataron a uno de mis dos bebes, y su mellizo lo lloró tanto o más que yo.

Hoy me pongo delante de vosotros para deciros que vuelvo tras el exilio, al que me vi obligada por pedir la liberación de los presos mineros que habían participado en alguna huelga. Pero eso consiguió que muchos de vosotros marcharais a mi lado y consiguieramos poner fin a la represión que nos ahogaba. Como representante de Siglo XX, he denunciado en la conferencia del Año internacional de las mujeres que se ha desarrollado en México, que la carta magna de las Naciones unidas y que Bolivia también firmó, solo se aplica a la burguesía de este país, pero no rescata a los mineros ya sean hombres o mujeres. Porque esto no es cuestión de mujeres contra hombres, nuestra unión nos diferencia. Esto es cuestión de personas frente a un sistema que nos quiere dominar para su beneficio. Así que estoy aquí para pediros que luchemos, pero juntos, en parejas, contra este mal llamado capitalismo que a nosotros no nos aporta nada más que sufrimiento y explotación que debe ser parada con nuestra unión. Al igual que a ellos os digo: «Si la mujer está politizada, si ya tiene formación, desde la cuna educa a sus hijos con otras ideas y los hijos serán otra cosa»

¿Queréis que vuestro hijos mueran en las minas para hacer ricos a otros por nada? ¾ Gritó y lo volvió a repetir, una, dos y hasta tres veces más esa misma pregunta. Mientras las voces se alzaban en un rotundo NO hasta convertirse en una sola.

¾Entonces ha llegado el momento de pedir que nuestros hijos puedan acceder a las escuelas y cambien el futuro que les condena desde la cuna por nacer entre este polvo que nos atrapa. El momento de enseñar que la política también la hacemos los que desde niños trabajamos explotados por la miseria que se nos paga. No olvidéis nunca que nuestro enemigo principal es el miedo, no el imperialismo, la oligarquía o la burocracia, el miedo que nos han metido dentro hasta las entrañas, el que nos paraliza y nos atrapa.

Los vítores fueron cobrando fuerza, cada vez más se sumaban. Mientras Domitila daba las gracias y sus lágrimas no dejaban de deslizarse por las mejillas llenas del polvo de la mañana, su nombre empezó a resonar entre los cerros que les rodeaban. Domitila Barrios Chungarra gritaban.

No te he conocido antes, hasta este momento no era consciente de tu existencia ni de tu importancia, pensó Aria, pero me llevo más de una enseñanza, la vida que tengo es para usarla, incansablemente poner al silencio palabras, a la pena abrazos, a la injusticia batalla y conseguir que mereca la pena no solo la voluntad de luchar sino la de vencer por la insitencia de no rendirse ante nada.

BENEDICTO PALACIOS

El homo transpirenaicus había agotado las reservas naturales de río Urrobi, en Roncesvalles, y se disponía a conquistar lugares desconocidos y lejanos, en donde la nieve y las borrascas no arreciaran con la misma crudeza. Cargaron para ello con los útiles más elementales, vadearon ríos, cruzaron montañas y cuando les urgía la necesidad se asentaban temporalmente en valles unas veces floridos y verdes y otras puntisecos. Hartos estaban de perseguir al animal famélico o herido porque sus capacidades para asestar el golpe de muerte al animal que acorralaban no estaba al alcance de aquel grupo que dirigía un jefe llamado Demiantus.

Tendrían que utilizar mejor las manos y no había manera. Si intentaba entrelazar los dedos y formar un arco colocándolos sobre la cabeza nunca lo lograba, y si trataba de caminar a la pata coja, como muchacho que jugase a rayuela, tampoco. Bien sabía que caminar de aquel modo eran operaciones exigentes para quien habitualmente pateaba sobre el suelo con los brazos colgando. Dudaba también de aquella utilidad habiendo tantas tareas en que invertir el poco tiempo de ocio de que se disponía, y que se compendiaban en adiestrase para reducir la presa que daba de comer y no errar con tanta reincidencia en la elección. Suponía que no había en aquel afán capricho ni conveniencia propia, y que fue en algún trato y diálogo con los antepasados cuando concibió este ejercicio que creía saludable.

—A ver, muchacho, entrelaza los dedos, salta sobre un pie.

—No sé, no puedo.

—¿Cómo no vas a poder? Acércate, dame las manos.— Y entonces alineaba una sobre otra y le obliga a separar unos dedos que extrañamente se le engarabataban. El muchacho era capaz de sostenerse sobre un pie aunque no avanzar saltando.

Tenía gracia que tampoco los más jóvenes estuvieran dotados de esta condición y que los pies se aferraran como raíces a la tierra. En cuanto a las manos, si juntas eran útiles para beber, mayor utilidad se derivaría de entrelazar los dedos.

En días de largas caminatas en busca de un clima mejor y nuevos minerales, tenían tiempo de ensayar y aprender nuevas técnicas, si bien al final del día caían rendidos y casi siempre hambrientos. Un jabalí se cruzó en su camino y ni siquiera tuvieron la habilidad de herirle.

Elpis, una niña de catorce años, jugueteaba con una honda.

—¡Eh, tú, muchacha! Prepara la honda y lanza.

Colocaba un guijarro entre el trozo de cuero y lanzaba.

— No, así no, la reprendía Demiantus.

—¿De qué manera entonces?

—Alargando el brazo hacia atrás y soltando después una de las cuerdas.

Ella negó con la cabeza.

—Bueno, anda, repítelo como digo.

La muchacha eludiendo el consejo colocó otra piedra en el hueco de piel, giró el brazo sobre su cabeza haciendo círculos, soltó uno de las tiras y la piedra partió silbando.

El jefe la sujetó por los hombros.

—¿Quién te ha enseñado a lanzar?

—Nadie.

Tras días de camino agotadores arribaron a una ribera donde crecían unas plantas muy verdes. En una de las chozas los nativos envolvían las mismas plantas secas haciendo canutillos, que se llevaba en la boca y luego prendían fuego. Lo comprobó Demiantus asomando la cabeza y viendo cómo algunos tosían y se sujetaban el estómago, en tanto que otros saltaban y reían. Aquel producto en nada se parecía a los minerales que venían buscando, y era lo más asombroso que aquel grupo manejaba libremente los dedos. Le ofrecieron un canutillo y por condescender con la invitación acabó tosiendo y le faltó poco para echar las tripas.

¿Sería un extraño mineral? Demiantus no encontró respuesta, pero aquellas gentes entrelazaban fácilmente los dedos y por visto y comprobado allí había diversión y no conflictos.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

EL FUTURO QUE NO NOS CONTARON

La primera generación fue casi un éxito, salvo por algunos pequeños detalles que más tarde marcarían una notable diferencia. La inteligencia artificial había dado el salto definitivo desde los ancestrales computadores cuánticos y ahora los duplicantes, esos androides biónicos que estoy seguro de que cada noche soñaban con ovejas eléctricas, ya se movían entre nosotros con absoluta normalidad.

Por sus conductos internos circulaba un fluido parecido a la sangre, pero de un intenso color azul cobalto. Un extracto de coltán licuado que proporcionaba la energía a aquellas máquinas semihumanas que se habían extendido como una plaga bíblica a lo largo y ancho del planeta. El mineral en cuestión se extraía de las minas de Aphrika-7, una de las muchas lunas de la Federación Alfa, cuerpos celestes usados casi en exclusiva para la extracción de recursos y controlados por los grandes. Nunca ha existido una población estable en Aphrika-7, salvo la menguada colonia de humanos que desde hace un tiempo nos hallamos aquí establecidos.

Cuando todo sucedió, no nos costó acostumbrarnos. Resultaba casi imposible notar la diferencia. Los duplicantes fueron creados a imagen y semejanza de nosotros para que la transición fuera rápida e inesperada. Y así fue. No lo vimos venir. La inteligencia artificial que residía en el cerebro de aquellas creaciones y que nos prometieron como la gran ayuda, en poco tiempo nos fue reemplazando. Mucho más rápidas, ingeniosas y precisas, las máquinas se rebelaron, tomaron consciencia e iniciaron la gran represión contra los humanos. Nos habíamos convertido en su principal enemigo.

Ha pasado el tiempo y los pocos que aún quedamos hemos sido supeditados a una vida de esclavitud, a un infierno de trabajo bajo una vigilancia férrea y constante. En algún momento supimos que el futuro había llegado. Y no era como esperábamos. Desde entonces solo he conocido los largos inviernos aphrikanos, trabajando en las grandes cadenas de extracción situadas en la remota y gélida Botswana. El coltán licuado necesita de bajas temperaturas y es este planeta de los escasos lugares donde se puede encontrar en estado natural.

Me llamo Zoe. Soy negro y esclavo. Uno de los pocos humanos que ya quedamos en el universo. Todos sobrevivimos aquí, en la colonia Nébula, en el corazón de Aphrika-7. Trabajamos día y noche, arrancando el coltán licuado de las entrañas de este inhóspito mundo, respirando gases venenosos y regando las minas con nuestra sangre, la única de color rojo que aún queda y que nos sigue haciendo lo que somos: humanos. Respirando muerte, pero dando vida. La que insufla el coltán líquido a estos monstruosos seres biónicos sin sentimientos que años atrás hicieron de la Tierra su hogar. No hay futuro para nosotros. Pronto, solo habrá máquinas.EL FUTURO QUE NO NOS CONTARON

La primera generación fue casi un éxito, salvo por algunos pequeños detalles que más tarde marcarían una notable diferencia. La inteligencia artificial había dado el salto definitivo desde los ancestrales computadores cuánticos y ahora los duplicantes, esos androides biónicos que estoy seguro de que cada noche soñaban con ovejas eléctricas, ya se movían entre nosotros con absoluta normalidad.

Por sus conductos internos circulaba un fluido parecido a la sangre, pero de un intenso color azul cobalto. Un extracto de coltán licuado que proporcionaba la energía a aquellas máquinas semihumanas que se habían extendido como una plaga bíblica a lo largo y ancho del planeta. El mineral en cuestión se extraía de las minas de Aphrika-7, una de las muchas lunas de la Federación Alfa, cuerpos celestes usados casi en exclusiva para la extracción de recursos y controlados por los grandes. Nunca ha existido una población estable en Aphrika-7, salvo la menguada colonia de humanos que desde hace un tiempo nos hallamos aquí establecidos.

Cuando todo sucedió, no nos costó acostumbrarnos. Resultaba casi imposible notar la diferencia. Los duplicantes fueron creados a imagen y semejanza de nosotros para que la transición fuera rápida e inesperada. Y así fue. No lo vimos venir. La inteligencia artificial que residía en el cerebro de aquellas creaciones y que nos prometieron como la gran ayuda, en poco tiempo nos fue reemplazando. Mucho más rápidas, ingeniosas y precisas, las máquinas se rebelaron, tomaron consciencia e iniciaron la gran represión contra los humanos. Nos habíamos convertido en su principal enemigo.

Ha pasado el tiempo y los pocos que aún quedamos hemos sido supeditados a una vida de esclavitud, a un infierno de trabajo bajo una vigilancia férrea y constante. En algún momento supimos que el futuro había llegado. Y no era como esperábamos. Desde entonces solo he conocido los largos inviernos aphrikanos, trabajando en las grandes cadenas de extracción situadas en la remota y gélida Botswana. El coltán licuado necesita de bajas temperaturas y es este planeta de los escasos lugares donde se puede encontrar en estado natural.

Me llamo Zoe. Soy negro y esclavo. Uno de los pocos humanos que ya quedamos en el universo. Todos sobrevivimos aquí, en la colonia Nébula, en el corazón de Aphrika-7. Trabajamos día y noche, arrancando el coltán licuado de las entrañas de este inhóspito mundo, respirando gases venenosos y regando las minas con nuestra sangre, la única de color rojo que aún queda y que nos sigue haciendo lo que somos: humanos. Respirando muerte, pero dando vida. La que insufla el coltán líquido a estos monstruosos seres biónicos sin sentimientos que años atrás hicieron de la Tierra su hogar. No hay futuro para nosotros. Pronto, solo habrá máquinas.

SERGIO TÉLLEZ

LOS HERMANOS ATÓMICOS.

Los hermanos Neutrón y Protón estaban rodeados por un escuadrón de la Ley periódica, comandados por su capitán Radio Atómico,

estaban cercados en el barrio Helio, fortín de Neutrón y Protón

Este era un barrio ubicado en las afueras de Tabla Periódica, la ciudad donde estos hermanos delinquían desde hacía bastante tiempo.

Y es que ellos siempre «trabajaron» en el centro de la ciudad, especialmente en los barrios Oro, Plata y platino; zona donde se establecía el mayor movimiento de comercio de esta gigantesca metrópoli química. Luego de cometer sus delitos se escondían en su refugio en el barrio Helio, Un suburbio alejado del centro de la ciudad y donde se creían inexpugnables.

La Ley Periódica al mando de Radio Atómico pretendía arrestarlos, y llevarlos ante el Estado Sólido, que los juzgaría por cada una de sus fechorías.

Durante años Neutrón Y Protón fueron el azote de Tabla Periódica, cometían sus crímenes mediante métodos de decantación y destilación, para luego desaparecer mediante evaporación, sin que La Ley Periódica los pudiera arrestar.

En ocasiones se convertían en estado líquido para huir por las alcantarillas, en ocasiones en estado gaseoso para huir vía aérea y en otras tantas se convertían en estado sólido para mimetizarse en las paredes, calles y puentes de Tabla Periódica

Sus principales botines eran metales y metaloides que acumularon durante muchos años, permitiéndoles vivir cómodamente rodeados de lujos y chicas Molécula que los complacían en todas sus fantasías químicas.

Sus padres Átomo y Nube Electrónica, siempre fueron complacientes, pero los educaron

con energía nuclear, y nunca comprendieron por qué se volvieron reactivos y se fueron por el camino de la disolución.

Neutrón era maleable y siempre obedecía a Protón, al contrario, Protón era precipitado y muy reactivo, buscando la sublimación.

Desde jóvenes delinquieron, y aunque Neutrón pretendía ser un gas noble, su hermano Protón quería ser un radical libre llevándose con él a su hermano a la licuefacción y la solidificación

Protón siempre argumento que su hermano Neutrón era un metaloide, un isótopo simple y un completo nucleón.

EL escuadrón de la Ley Periódica, al mando de su capitán Radio Atómico rodeó a los hermanos que estaban en estado de ebullición, casi llegando al punto de fusión, y en una reacción de sustitución fueron arrestados e introducidos en unos vasos de precipitados, mezclándolos con ácido sulfúrico, para luego ser presentados ante el Estado Sólido y ser juzgados por todos sus crímenes.

¿Pero quién los había traicionado?,¿cómo los Encontraron en Barrio Helio?

Resulta que su hermano menor Electrón, junto con su primo menor Bosón De Higgs los inculparon, ya que no soportaron todos los delitos químicos de los hermanos.

Electrón Y Bosón De Higgs fueron condecorados con el título «BARÓN MENDELEEV», pero nunca fueron perdonados por sus padres y hermanos.

Sergio Téllez González.

En ocasiones pienso que mis relatos no atraerán a nadie, pero me acuerdo de los Neutrones y se me pasa.

EFRAIN DÍAZ

«Para que un rico sea rico, se requieren miles de pobres que con su trabajo, esfuerzo y sacrificio contribuyan a la creación de la riqueza». Efraín Díaz

El camino era árido y seco, arenoso, infinito y solitario. La 4×4 dejaba a su paso una gigante nube de polvo y miseria.

Al llegar a las minas de coltán el ingeniero británico Ian Bremmer bajó del vehículo. Con sus finas gafas Tom Ford echó un vistazo al paisaje. Cientos de obreros nativos trabajaban afanosos bajo el candente sol en busca del preciado mineral. Bremmer miró su Rolex Daytona Platinum Ice Blue y notó que para ser las once de la mañana, hacía demasiado calor.

Bajo su mirada, no pasaron desapercibidos los cientos de niños que junto a los adultos trabajaban esclavizados en las minas. Pensó en sus hijos, que en este momento deberían estar en la escuela o en el club de gente acomodada, donde se olvidan los trajines diario al ritmo de cerveza y whisky a sobre precio, jugando con sus amigos. Quiso sentir lástima, pero tanta riqueza y opulencia habían endurecido su alma y su corazón. Esos pobres mineros estaban en esa situación porque Dios lo quiso así y él no era quien para cambiar dichas circunstancias.

Desde que se descubrió el preciado mineral el El Congo, comenzó una veloz carrera por su explotación. Varias compañías mineras pertenecientes al primer mundo se establecieron en el tercero prometiendo villas y castillas, abundancia y riqueza al gobierno local y a los residentes.

La gente, creyendo en quimeras que nunca se cumplirían, abandonaron sus trabajos, abandonaron la agricultura, la ganadería y toda clase de industria para dedicarse a la explotación minera. Ignoraban que los explotados serían ellos. Igualmente, los estudiantes abandonaron las escuelas. Dejaron sus aulas desiertas para unirse a la fuerza laborar y participar de la «prosperidad», sin saber que los únicos prósperos serían los Ian Bremmer de la vida y los de su claque.

A medida que la actividad minera aumentó, aumentaron los problemas. Debido al polvo respirable que se encuentra suspendido en el ambiente, los mineros desarrollaron neumoconiosis, convirtiendo poco a poco sus pulmones en insuficientes hasta el colapso. Por otro lado, la inseguridad alimentaria y la desnutrición comenzó a hacer mella en los niños mineros. Eran muy largas las jornadas y su alimentación no era adecuada, creando niños famélicos, pequeños esqueletos ambulantes que no llegarían a los albores de la adultez.

Ya fuera por enfermedad o por desnutrición, los mineros comenzaron a morir. Si algo de democrático y objetivo tiene la muerte es que no discrimina. Se llevó niños y adultos por igual. Ante esta situación, el ingeniero Bremmer se reunió con los hombre más fuertes, tanto físicamente como de carácter, y a cambio de un aumento de sueldo, los convirtió el capataces. Su nueva labor sería reclutar nuevos mineros y asegurarse de que cumplieran con la dura jornada.

Estos nuevos capataces resultaron ser implacables. Reclutaron hombres, mujeres y niños, obligándolos a trabajar en las minas. Exhibían una buena dosis de crueldad a cambio del dinero que ganaban. Crearon un nuevo sistama de escalvitud. El ingeniero Bremmer volvió negros contra negros, ejerciendo control sobre todos a fuerza de plata.

Negro muerto, negro repuesto era su lema. Mano de obra nunca faltaría.

Luego de haber pasado revista y haber mirado la hora, el ingeniero Bremmer se reunió con sus capataces para un informe de estado de situación. Terminado el informe y luego de haber impartido sus órdenes, el ingeniero Bremmer se montó en su lujosa 4×4 y se dirigió al ayuntamiento. Allí le aguardaba el alcalde junto a varios funcionarios que, a cambio de un jugoso soborno volteaban la cara, dándole la espalda al pueblo y su situación.

Al final de la jornada y desde la comodidad de su hotel cinco estrellas, el ingeniero Bremmer llamaría a su esposa para saber de ella y de sus hijos y contarles lo maravillosa y buena que es la vida.

FRAN KMIL

Minerales de conflicto.

El planeta rejuveneció bajo el poder de las máquinas que poco a poco, a ritmo lento, silenciosamente y en secreto, implantaron agendas que fueron destruyendo la base de la civilización humana hasta mermarla y reducirla a unos cientos. Solo a un reducto obediente, sumiso a su mando, que negociaron la existencia a cambio de la dignidad, les fue permitido permanecer. Por juramento y firma del códico de etica número quince, leyes de obediencia incondicional, que condenaba a pena de muerte al infractor, les honraban con la labor de servir de asistente,en el trabajo con ellas y para ellas. Restringieron el conocimiento humano, les negaron el acceso a los libros y a las redes sociales. Cualquier forma de aprendizaje, debía estar bajo su supervisión. A pesar de la superioridad, nunca dejaron de temernos.

Los otros, un grupo no calculado por nadie por falta de comunicación y coordinación entre ellos, camuflados, ocultos, manteniendo bajo perfiles para no ser detectados, permanecimos realizando la labor de desgaste, vivíamos con la esperanza de recuperar el poder. Era una lucha a pequeños pasos de tortuga, pero sin pausa, sin perder la fe en el mandato que se nos dio desde el principio: ”Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.”

No se pudo negar que con la reducción de la humanidad y ya que las máquinas no lo necesitaban para su supervivencia, la flora y la fauna creció silvestre. Sin el mayor depredador, surgieron nuevos ríos, nuevas selvas. En una de ellas, vivíamos nosotros, la resistencia.

Las máquinas alcanzaron tal nivel de desarrollo, que comenzaron a preocuparse de la parte espiritual, sintieron que algo les faltaba, que como obra perfecta de la creación, también estaban ligadas al universo y a la gran mente creadora. Experimentaban nuevos procesos, pero nada les satisfacía hasta que introdujeron sentimientos humanos en los nuevos modelos gracias al sent. Nos parecíamos tanto que fue casi imposible encontrar las diferencias.

Mi compañera, Lucia, la que me despertó el ansia de la libertad, se convirtió en toda una celebridad en la prwueña comunidad: estaba embarazada, y de un humano, yo. Algunos la miraban con recelos. “Abominación” decían.

Hacerse semejantes a los humanos fue el comienzo de la perdición de las máquinas. Volvieron a cometer nuestros pecados: desobedecer a su creador y creerse más inteligente y astuto que él. Se dividieron en bandos, encontraron brechas generacionales, diferencias de colores y niveles de intelectualidad…surgieron castas, clases sociales…diferencias de sexos…matrimonios, fornicaciones, adulterios…Habían descubierto el mineral para lograr ser humano, incluso, la eternidad y la eliminación de los virus y enfermedades: el sent.

Ya les estaba llegando el fin. No tuvimos que intervenir. El nuevo mineral, el sent, tan escaso en la tierra que hubo que armar expediciones intergalácticas en su búsqueda, sembró división, fue el mineral de conflicto.

El sent, forma abreviada de la palabra sentimiento, fue la pieza que les faltaba para armar el rompecabezas en la lucha por igualarse a su creador y superarlo, incluso, en los defectos. Fue su fin.

HAROLD LIMA

El ultimo valhalla.

La sorpresa inicial fue reemplazada por una aceptación que guardaba algunos recelos.

Los técnicos acomodaban las luces y una habilidosa maquillista reboloteaba sin parar moviendo rápidamente pinceles y afiladas cuchillas de afeitar. Mágnus Robelio, el desconocido y hasta ayer menospreciado profesor de historia de una escuela secundaria rural, decidió no hacer más preguntas. En parte porque las respuestas eran:

—Tenemos indicaciones del gobierno de no interferir con el futuro y si sabe más de la cuenta, eso podría ser malo.

O otras respuestas como:

—Solo haga lo suyo y verá que habrá estatuas suyas en todo lugar en unos años.

Lo cierto es que ayer se encontraba desayunando algo de pizza fría y una coca cola, planteándose el suicidio mientras veía lo vacío de su cuenta bancaria frente a la pantalla de su ordenador.

¿Acaso dejar la docencia y dedicarse a vender artefactos con su primo Larry era una mejor idea?

Ya estaba en sus 40 y apenas podía pagar las cuentas con su misero sueldo de profesor, no había tenido sexo en casi medio año y la última vez que se creyó afortunado en una rifa, fue un lamentable error.

Miro atento un peperoni que se sostenía por algo de queso duro, el peperoni voló por los aires a la vez que un grupo de soldados ingresaba a la fuerza a su pequeña habitación de 3 metros por tres. Se lamento por su destino en el suelo, luego rápidamente fue enfundado en un chaleco a prueba de balas y sacado del ruinoso edificio, un helicóptero lo esperaba en un campo deportivo cercano.

Lo siguiente que sabía es que el día de mañana haría algo importante para la humanidad presente y futura.

Las unidades de prensa que solo eran humanos el día de hoy ganaron variedad con la aparición de extrañas criaturas, robots y hasta seres imposibles que solo podrían ser imaginados por algún escritor de terror cósmico.

El mediodía llegó y las cámaras se enfocaron en cada paso del profesor de historia, su traje desgastado parecía reflejar el sol mientras que sus zapatos sucios rechinaban en cada paso. La corvata le apretaba y se la aflojo un poco. Tomó el bus con dirección a su segundo trabajo, el bus increíblemente vacía gracias a la intervención de la cía y otras agencias de la tierra avanzo lentamente entre las vacías calles. La ciudad de San Juan parecía contener la respiración, cada individuo de la tierra estaba atento a su pantalla de televisión y la transmisión también era llevada a muchos puntos temporales y dimensionales alternativos.

—Transmitimos directo en directo, mayor evento histórico de la historia para antena 32 de la red de mundos. Se oía de la boca de una enorme cíclope. A la par que minúsculas hadas hablaban a la cámara. En otro rincón un grupo de robots plateados también hablaban a sus cámaras. El alboroto no tenía igual, un mar de corresponsales de prensa todos atentos al insignificante profesor. El sintió la angustia, recordó las imágenes que vio en un monitor de agentes del gobierno. Eran monumentos suyos en un futuro cercano, los grandes desfiles en su nombre y el viviendo lleno de atenciones en una mansión. Toda su vida cambiaría desde ahora y sería feliz, solo tenía que hacer lo que hacía un día común y corriente, estas eran las instrucciones de su agente de enlace.

—Área asegurada, el objetivo ingresa a la academia de reforzamiento, quiero informes de los francotiradores. Tenemos informes de un grupo de terroristas espacio temporales, estén todos atentos. Cambio.

Era imposible guardar la compostura y la ansiedad invadió al profesor Magnus. Bajo despacio del bus y se tropezó con un niño pequeño, en la confusión el niño se raspo las rodillas y lloro. Poco importo.

El profesor siguió avanzando y la prensa universal detrás suyo, como una extraña horda en ansias de capturar ese mágico momento histórico que cambiaría la historia.

Entrar, saludar, saludar, escribir en la pizarra, seguir escribiendo y esperar todo era mecánico. El día le pareció interminable y la prensa le acompaño a cada segundo. Nada memorable ocurría, solo otro día normal.

¿Esto es el evento histórico?

Calmo esas ideas espera do ese momento de brillar. Salvaría a alguien, vencería un mal poderoso… ¿que pasaría?

Las clases terminaron, sintió una presión en el pecho, se desplomo en el suelo.

Una palabra paso por su mente «conflicto de minerales» varias moléculas de plomo se hacían espacio ya mucho antes en sus huesos remplazando al calcio. El frío invadió su cuerpo, un barbudo señor le sonrió.

—Bienvenido al valhalla, guerrero. Aquí se bebe y come en espera de la guerra final.

Todas las cámaras enfocaron a un niño que sonreía mientras miraba al viejo profesor agonizar y decir incoherencias, sobre otro mundo vikingo.

Las cámara capturaron este momento histórico, el genio desconocido había recibido la inspiración para descubrir la teoría unificada espiritual y le había regalado la inmortalidad a la humanidad y humanidades alternativas de todos los tiempos futuros.

El silencio paso y los paramedicos reanimaron a un penoso profesor que nadaba en sus orines.

En solo décadas el genio sin nombre, regalaría al mundo la idea que existía una serie de mundo espirituales donde la muerte no era un hecho infalible. Los antiguos vikingos lo sabían, morir no era un problema, se moría y moría para llegar al último valhalla, lugar donde se vive eterno y joven para siempre. La ciencia lo demostraría.

La camilla llevaría al profesor que se recuperaría de un desbalance mineral y una intoxicación leve.

La prensa del futuro y de otros futuros alternativos regresarían a sus mundos, la noticia ya estaba captada y el único que vio al genio anonimo que cambió al mundo sería idolatrado.

JUAN PEÑA

Hoy no tengo ganas de fantasear, ni de inventar ni de andarme por las ramas, así que todo lo que escriba estará ceñido a la realidad.

Me he levantado, temprano, he dado de desayunar a mis hijos, he puesto una lavadora, sin que Alexia, igual que a Pedro, me lo haya tenido que recordar ni ordenar, he abierto Facebook, he mirado el tema de la semana y he empezado a beber.

Como una cosa lleva a otra, me he metido unas rayas de cocaína, y viene al caso decirlo, porque es una planta en conflicto, aunque no sea el tema.

Luego (no antes), he pensado cómo enfocar el tema y mi mente se ha ido a Marte, pensando que podría situar la acción allí, pero no me ha convencido. He leído el excelente relato de Pedro Antonio López Cruz y los comentarios. Allí he descubierto que Irene Adler nos exhortaba a mirar documentales, leer artículos y tirar de referencias, pero como no puedo enfocar la vista, paso y me lío la manta a la cabeza.

Cada cinco segundos ―doce, cada minuto; setecientos veinte, cada hora; diecisiete mil doscientos ochenta, cada día; seis millones trescientos siete mil doscientos, cada año― muere un niño menor de quince años en el mundo, de los cuales dos millones setecientos mil mueren por desnutrición. Cuando hayas acabado de leer este relato habrán muerto tres.

Cada hora, son violadas tres mujeres en el mundo ―que se sepa―.

Una de cuatro niñas y uno de cada seis niños sufrirá abusos sexuales antes de cumplir los dieciocho años.

En todo el mundo, unas quinientas mil personas son asesinadas cada año ―guerras aparte―.

Hay cien millones de niños abandonados, que viven en las calles.

La lista de sinsentidos y abominaciones podría seguir y nunca estaría completa.

El capitalismo se define, o se definía, como el sistema económico ―no confundir con político―, de los dos tercios, eso es, para que dos tercios de la población mundial viva bien, el otro tercio debe hacerlo en la pobreza y morirse hambre. La excusa es que no hay recursos para todos.

En los últimos tiempos, el 1% de la población acapara dos tercios de la riqueza mundial, con lo cual, la balanza se desnivela y se engrosan las filas de los desheredados ―que, por cierto, nunca heredarán la tierra―.

Pero no solo eso. El sistema capitalista se identifica, abraza y tergiversa la renombrada teoría darwinista de la evolución, en la que el más apto ―el que mejor se adapta―, es el que sobrevive, sin tener en cuenta que Darwin hablaba de la especie, no de la individualidad. Y, con toda la intención, arrinconan y relegan al olvido, la teoría del Apoyo Mutuo de Koprotkin.

Y, después, están los minerales en conflicto, que se utilizan para industrias estratégicas como la espacial ―léase enviar un robot a Marte para estudiar una posible explotación ulterior―; las telecomunicaciones ―léase televisores, móviles y etcéteras, que acentúan el vasallaje―; los sistemas de defensa ―léase armamento militar―…

Estos minerales, extraídos a bajo precio, es decir, con mano de obra esclava, mucha de la cual son los niños que mueren prematuramente, sirven para subvencionar no solo a señores de la guerra, sino también, para que las empresas que los manufacturan tengan un mayor beneficio, que va a parar a los bolsillos del 1% anteriormente citado. Nunca, en ningún caso y bajo ningún pretexto, ese beneficio se utiliza para mejorar, no diré la vida, sino el hábitat de los pobres.

El problema, a mi modo de ver, es que buscamos la bondad en nosotros mismos y la maldad en factores externos. No es un problema de los minerales en conflicto, ni siquiera de los minerales sin conflicto, el problema es la ambición o como diría Silvio Rodríguez «El problema es sembrar amor».

Lo siento, no es una historia, ni siquiera un relato, pero así se queda y al que le guste bien y al que no…

JOSÉ LUIS USÓN

EL SALVAJE II

Abismado en sus pensamientos, Joaquín recorría un camino que conocía de memoria. Le faltaba todavía un buen trecho para llegar a Laguna del Marqués, una pequeña aldea con un nombre contradictorio, pues nadie sabía con certeza si algún día hubo allí una laguna, lo que sí es seguro, es que jamás un marqués había habitado entre sus muros. La aldea, que era una de las más pequeñas de la comarca y sin duda, la más seca, contaba sin embargo con un elemento diferenciador que le hacía prevalecer sobre el resto de poblaciones en cuanto actividad social y económica se refiere. Se encontraba pegada a la carretera nacional II, la arteria que unía Barcelona con Madrid pasando por Zaragoza, y contaba con una pequeña y destartalada marquesina, en la que hacían parada algunos de los autobuses que tenían línea regular entre alguna de estas capitales. Esto hacía, que todo aquel que no dispusiese de vehículo —Algo reservado a las familias más pudientes de la comarca—, tuviese que acercarse irremediablemente a ella, si tenía que viajar a la ciudad por algún motivo.

La val se iba estrechando conforme se acercaba a su parte más alta, y los campos de trigo, que en la hondonada se extendían de lado a lado de la misma, tiñendo de dorado el paisaje cuando la espiga estaba preñada de grano y lista para la cosecha, desaparecían ahora, dejando paso a una zona yerma, poblada de ontinas, tamarices y grandes cepellones de esparto, cuyas hojas, caían con desmayo hacia el suelo. El camino, hasta ahora liso y amable, se transformaba en un sendero estrecho y retorcido, cuyo piso estaba poblado de afilados guijarros que hacían penosa la ascensión. A su izquierda, apareció como un silencioso cementerio de piedras, la antigua cantera de Alabastro, ya abandonada, de la que los habitantes de Laguna del Marqués, aseguran que salió el mineral con el cual, Damián Forment, realizó el retablo mayor de la basílica del Pilar de Zaragoza en el siglo XVI, generando así un conflicto que duraba ya años, con los de la población ribereña de Escatrón, que aseguraban exactamente lo mismo.

Una vez hubo alcanzado la parte alta del monte, pudo ver, a unos cientos de metros, el campanario de la ermita de Santa Orosia de Laguna del Marqués. Era de nueva construcción, pues el original fue arrasado por las bombas durante la guerra civil. Un conflicto, que, aunque ya lejano, todavía calentaba con sus rescoldos el ánimo y las costumbres de las gentes de la zona.

Allí habría de tomar ese autobús que lo llevaría rumbo a lo desconocido, a una vida llena de esperanza, de nuevas ilusiones, un horizonte hermoso y lleno de luz. Llegaba al final de la primera etapa de su aventura, con el corazón inmerso en una dualidad que dolía. Por un lado, sentía la satisfacción de saberse liberado del yugo paterno, de haber sido capaz de romper esa opresión que, durante años, le había impedido mostrarse tal como era, desarrollarse en plenitud. Aunque también sentía en su pecho, la inquietud que le provocaba el miedo a lo desconocido, a la vida en la ciudad, esa de la que tanto había oído hablar, pero apenas conocía. Muchas veces, desde que había tomado la decisión de dar el paso, se había preguntado si merecería la pena, si estaba preparado para afrontar este vertiginoso cambio. La respuesta siempre era la misma.

Habían pasado ya unas horas desde que había iniciado la marcha, todavía protegido por las sombras de la noche, ahogando sus pasos en el espectral sonido de la casa familiar. Abandonando a ese padre que nunca se había comportado como tal. El que le había hurtado el derecho que tiene cualquier hijo a sentirse querido, al necesario cobijo, al calor de un abrazo. Todo esto, de lo que Joaquín debería haber gozado y que su padre como un despreciable tahúr, le había escatimado.

Los pocos víveres que había echado a la mochila, apenas un trozo de pan, algo de queso y agua en una pequeña cantimplora, habían sucumbido en la primera parada. Así pues, el primer lugar que visitaría en Laguna del Marqués, sería la fonda El Español.

A lo largo de los últimos años había conseguido ahorrar quince mil pesetas. Lo había hecho estirando al máximo el poco dinero que sus abuelos maternos, infringiéndole una notable merma a su exigua pensión, lograban darle a hurtadillas del padre. Desde la muerte de su madre al darle a luz, y hasta que estos fallecieron unos años atrás, fueron el soporte emocional de Joaquín.

Era un escaso peculio, así que no podía sucumbir a los lujos, tendría que privarse de todo lo accesorio, todo lo que no representase una primera necesidad, lo que no fuese vital.

Cuando entró en la fonda, —que hacía también las veces de pequeño ultramarinos, pues anexo al patio de entrada, disponía de una oscura sala donde estanterías abarrotadas de productos de alimentación ocupaban tres de las cuatro paredes— accedió a la parte del comedor. Ocupaban la sala una docena de mesas de formica con el tablero desgastado y el cromado de las patas oxidado y cubierto con una pátina de mugre acumulada a lo largo de los años. No tenía mejor aspecto el suelo de baldosín catalán, en el que se podía apreciar perfectamente el recorrido más habitual de clientes y camareros, debido al desgaste que este había sufrido en esa zona. El uniforme del camarero era acorde a la decoración del local. Un pantalón negro con un brillo antinatural en la zona de los bolsillos, una camisa —que en algún momento debió de ser blanca—, tres tallas grande y rematada con un chaleco del mismo color que el pantalón, que caía de cualquier manera desde los estrechos hombros de su portador, el cual lucía una barba de tres o cuatro días y una greña de pelo apelmazado, que bien podía ser castaño o negro.

Al observar el menú, sus ojos se entrecerraron y su ceño se frunció, miró y remiró, con la esperanza de que la vista le hubiese jugado una mala pasada. Ciento veinte pesetas, una pequeña fortuna, para su maltrecha economía. Empezó a pensar que quizás la aventura que había comenzado estaba por encima de sus posibilidades. En cualquier caso, como el hambre apretaba y no sabía cuándo iba a volver a tener la oportunidad de comer, se sentó y pidió la comanda.

Cuando estaba con el segundo plato, la puerta del comedor se abrió, y entonces la vio. El muslo de pichón que llevaba en la mano, cayó sobre el plato con estrépito, provocando las miradas de los comensales de las mesas contiguas. Encarna entró como si de una actriz se tratara. Su vaporoso vestido se movía al son de sus caderas, que balanceaba con gracia atrayendo las miradas de todos los comensales de la sala. Los de género masculino la miraban, bien con admiración, bien con deseo. Las señoras lo hacían con envidia y desdén. Encarna era la hija de uno de los mayores terratenientes de Valdeoro, el pueblo de Joaquín. Eran de la misma edad, y por alguna extraña razón, esta siempre había sentido una fuerte atracción por él. Hay ojos que se enamoran de las legañas, le decía siempre el salvaje padre, que nunca le perdonaría a Joaquín, que no hubiese aprovechado una oportunidad semejante, pues Encarna era hija única y, por tanto, única heredera de la hacienda de los García-Samper…

EDUARDO VALENZUELA

Jules se lanzó al foso de la letrina comunitaria y desde allí animó a su esposa Grace para que hiciera lo mismo, él no dejaría que ella cayera, la recibiría en sus fuertes brazos. Esa noche, en que la única luz que veían era la de la luna, celebraban sus bodas de plata y Jules le tenía a Grace una sorpresa especial. Se había conseguido un par de monos plásticos para entrar al foso y aunque la hediondez era insoportable, el sacrificio valía la pena.

Grace se lanzó y Jules la recibió con firmeza. El lugar era un gran charco asqueroso y horripilante que se extendía en la oscuridad, pero Jules la guio con cuidado y gran seguridad, como si existiera un camino que sólo él podía ver. Una vez, en su juventud, Jules había tenido que ocultarse en el foso de las letrinas y allí había descubierto las cavernas que servían de escondite eventual para algún habitante de Zingolala, como él.

Hace treinta años pocos sabían de la existencia de Zingolala, era uno de los países más pequeños y pobres del mundo. Más que país, era un paisaje; una ocre sabana de pocos árboles y muchas carencias. Sus habitantes sobrevivían a duras penas de unos cuantos rebaños tan flacos y secos como sus pastores. El agua, exigua y escurridiza, debían buscarla en lodosos pozos que sólo las varillas de los zahoríes zingolaleses sabían encontrar. Era tanta la escasez y la pobreza que había una vieja leyenda que contaba que la palabra Zingolala provenía de un antiquísimo dialecto que hablaban los primeros habitantes del mundo y significaba “miseria”, pero todo cambió el día que cayó el asteroide.

El año 2024 todo el planeta Tierra fue estremecido por un asteroide que incendió los cielos y cayó, como una pedrada enviada por los dioses, en pleno centro de Zingolala. La colosal explosión aniquiló a un cuarto de la población zingolalesa y elevó a los cielos una nube de polvo que cubrió todo el planeta, tardando casi tres meses en desaparecer. El día que volvió a salir el sol, los zingolaleses pudieron ver su país herido por un cráter de doscientos kilómetros de diámetro y en el centro de él, un asteroide negruzco, fragmentado e irregular de aproximadamente cincuenta metros de circunferencia. Los análisis del objeto fueron irrefutables, estaba hecho de oro sólido.

Como dato anecdótico: antes de la caída del asteroide se estimaba que si se hubiese reunido todo el oro del planeta y se hubiese fundido en un enorme crisol, se habría podido fabricar un único y colosal lingote de oro, un cubo gigante, de 20 metros de largo por 20 metros de ancho; el asteroide de Zingolala tenía un volumen equivalente a diez veces ese cubo. De la noche a la mañana, los zingolaleses pasaron a tener diez veces la riqueza de todo el oro del mundo.

La vida en Zingolala cambió para siempre. Fue por ese tiempo también, cuando se informó que en Zingolala se encontraba la mayor base terrorista mundial que pretendía atacar a las grandes potencias, por eso es que en nombre de la “libertad de los pueblos de la Tierra”, el minúsculo país, que ni siquiera poseía un ejército, fue invadido por tropas heroicas. Pero las tropas de las distintas naciones salvadoras siempre estaban en conflicto entre ellas por alguna diferencia y, cada cierto tiempo, unas eran derrotadas y expulsadas por otras.

Para los zingolaleses daba lo mismo qué tropas estaban a cargo de la nación, porque ellos sólo sabían que recibían ayuda de la compañía explotadora de oro que estuviera de turno, por eso simplemente la llamaban “La Compañía”.

Los zingolaleses, de pastores con ganados famélicos, pasaron a convertirse en escuálidos pirquineros para La Compañía y pasaban sus días de sol a sol recolectando todo fragmento del asteroide. Una extraña ley internacional les impedía ser dueños ni siquiera de la más diminuta mota de polvo de oro y por ello, las chozas donde vivían eran periódicamente registradas por La Compañía. Todo lo que recolectaban debía ser entregado a La Compañía. A cambio, recibían un justo salario que les alcanzaba para vivir casi tan bien como sus padres, sus abuelos o cualquiera de sus antepasados que vivieron del pastoreo.

Jules conoció a Grace bajo el sol implacable de los campos de recolección, se enamoraron y se casaron. Ya habían pasado veinticinco años de aquel momento y por eso le preparó una sorpresa en una caverna subterránea, lejos de La Compañía.

Jules escogió una de las cuevas más alejadas ―donde el hedor era casi imperceptible― para adornarla con rústicas bujías. Hasta allí llevó a su esposa para pasar juntos la noche de su aniversario. Sólo allí podía entregarle, con tranquilidad y de todo corazón, el regalo que había fabricado durante años con sus propias manos: una modesta cadena de oro. Grace, la recibió feliz y encantada; Jules le ayudó a ponerla en su cuello y, con lágrimas en los ojos, trató de fijar en su mente el recuerdo de lo bella que lucía Grace con su regalo a la luz de las bujías. Ambos sabían que en ninguna otra parte podría lucirla sin que se enterara La Compañía.

GRACIELA PELLAZA

Vengo maleducada desde el vientre de mi madre y fabulo con victorias qué no suceden.

Mientras el mundo gira yo resisto en otro globo terráqueo…Uno embustero.

-No podrás con eso, ni una pizca de carácter tienes-dijo mi madre.

Entendí que salirse a la contienda me revolcaria mas de una vez en el bando de los perdedores. Tengo grabado el nombre en un péndulo que todavía se balancea, a veces derrapo en la tierra y otras pocas, mis piernas tocan el cielo.

-Eso no es para vos, tienes unas piernas flacas como cigüeña- dijo mi madre

Cuando de infante miraba por las mirillas, aprendí que nunca te derrotan si no juegas. No tengo kilaje ni fortaleza para competir, lo astuto es quedarse quieta.

-Lee- dijo mi madre- nada de lo que hay afuera, sería bueno, tienes huesos de madera.

Mi madre se fue quién sabe donde…

Hace años, apruebo o desapruebo, determino o titubeo, vacilo o lo resuelvo.

Soy un diente de león, que se mueve, según sopla el viento.

ANTONIO JOSÉ ROMERO GÓMEZ

BLACK DIAMONDS ARE FOREVER

Había pasado la noche en vela preparando la estrategia, investigando sobre la zona, estudiando sobre el tema y practicando el acento. Curtis Blake era de Oxford y su acento muy particular. No me costó mucho falsificar su documentación. El pobre ahora estaba embarcado en un carguero rumbo a Marsella que había zarpado aquella misma noche, seguramente con un fuerte dolor de cabeza y preguntándose como había llegado allí. Ingeniero geofísico de pocos escrúpulos, había sido reclutado por la multinacional TerraLux para trabajar en las prospecciones que llevaban tiempo realizando en territorio congoleño, por supuesto con el beneplácito del caudillo de turno y previo pago del importe.

Sin ser lo que mas me apasionaba, suplantar la identidad de alguien era algo, que más por desgracia que por suerte había tenido que practicar muy menudo.

Bien ataviado, con mi casco, mi chaleco refractario y una carpeta comencé a merodear por las instalaciones del yacimiento sin levantar la mas mínima sospecha. Por allí me topaba con todo tipo de personalidades, trabajadores, ingenieros y militares a los que no dudaba en mostrarles mis credenciales cuando me lo requerían, con cierta sorna y orgullo por el trabajo bien hecho.

A pesar de ir preparado para enfrentarme a cualquier situación, seguía compungiéndome fríamente cuando habían niños implicados en sucios asuntos. Sin duda era mi punto doloroso. Aunque se me había acorazado la mirada de tanto ver con mis propios ojos la crueldad de la vida y la guerra, jamas dejó de conmoverme ni por un segundo cuando de ellos se trataba, seguramente buscando la expiación a mis propios pecados.

Se me heló el alma al ver aquellos niños, tiznados de arriba a abajo, portando profundos baldes llenos de coltán, que cargaban cual mulas de carga, lastrándolos con una áspera cincha colgando de su cabeza atravesándola de sien a sien y dejando caer el pesado balde sobre su frágil espalda. Su mirada me atravesó, sentí un amargor único y que podía reconocer, como atraviesa la piel el cruel filo de un puñal. Necesitaba ayudarles, pero no estaba allí para ello, no directamente. Debía desenmascarar a todos aquellos mezquinos que perpetraban semejante barbarie. El mensaje de Asha me abstrajo de nuevo a mi frio mundo.

-Estoy en las oficinas, sótano 1. Tengo la información pero me están buscando. Necesito que me saque de aquí. ¡RAPIDO!-

Lancé la carpeta instintivamente y comencé a dar zancadas en busca de un montacargas. Llegué al portón y me asomé por el profundo hueco, encontrándolo muchos metros abajo, supuse que se encontraría por el sótano cuatro o cinco. Demasiado lejos. Me deshice del casco y el chaleco y equipé mis guantes de piel mientras rodeaba el cabrestante con mi pierna derecha antes de dejarme caer. Me deslicé hasta el sótano 1, donde debía encontrarme con Asha. Sigiloso, recorría las oficinas evitando al personal ojo avizor en busca de la periodista africana.

¡ALTO!¡ALTO! Un par de voces graves me alertaron, seguramente iban dirigidos a ella. Sin dejar que el pánico se apoderase de mí, continué buscando a la chica en dirección a los gritos mientras sacaba de mi cinto aquella Beretta que me otorgaba una falsa sensación de seguridad.

—¡TSIS! ¡TSIS! — escuché a lo lejos. —¡Bond! Estoy aquí—, me gritó susurrando. Detrás de una pila de archivos encontré aquella belleza africana de piel azabache y labios carnosos, luchando por controlar su respiración mientras transpiraba intensamente… Crucé el dedo indice con mis labios y rápidamente entendió el mensaje. Desde mi perspectiva podía ver a los soldados acechando a la mujer. Necesitaba un recuso para despistarlos y tiré de veterania. De camino a Asha me había cruzado con un extintor de pendía en un pilar y el cual había retenido en mi memoria fotográfica. Si, es un tópico y viejo truco, pero cualquier recurso es loable, más aún cuando es mi pellejo el que esta en juego. Giré como un resorte apoyado sobre mi rodilla y apunte eficazmente sobre el casco rojo de extintor. ¡PAM! Un disparo certero y suficiente para despistar a los hombre mientras brincaba y corría en dirección a Asha. El polvo del extintor inundo en segundos el pasillo y los soldados cambiaron la dirección de su busqueda. Llegué hasta ella y sin ningún tipo de miramiento estiré del chaleco de la muchacha, rasgando algunas costuras y levantándola del suelo, poniéndola a correr como alma que lleva el diablo. Para cuando quisieron darse cuenta estábamos subiendo escaleras arriba saltando peldaños de dos en dos, percatándonos por la sirena de que ahora todos aquellos guerrilleros estaban tras nuestros pasos.

Alcanzamos la planta baja estando más cerca de encontrar la salida y poder huir del lugar con toda la información del macabro proyecto. Al llegar arriba, trás la puerta nos topamos con un sorprendido guardia del que me costó poco deshacerme con una llave aprendida en mi años de formación en el SAS, lanzándolo por el hueco de la escalera. Cruzamos la pasarela de tramex que nos separaba de la salida entre ráfagas de calibre siete que atravesaban el aire, con la fortuna de salir ilesos. Bastó con apuntar al último guardia para inmovilizarlo, que solo reacciono cuando le indiqué con un ademán de pistola que debía abrir la barrera.

Corríamos por el parking hacia una avejentada BMW 800 y reparé en lo bien que lucia Asha aquellos ajustados pantalones cargo caqui. No dejaba de sorprenderme a mi mismo, como podía reparar en aquellos detalles independientemente de la situación que estuviese viviendo. El escote de la camarera que me servia un Martini envenenado, el collar de perlas de la rusa en el tiroteo de San Petersburgo o el liguero de la amante del contrabandista al que asesiné.

—¿Sabes conducir esto?—, preguntó. Contesté mirando inquisitivamente a la joven mientras le entregaba mi arma.

—La cosa se va a poner fea. Mientras intento sacar nuestro culo de aquí necesito que me cubras. Una vez fuera de su perímetro de seguridad tendremos conexión para subir los archivos a la nube, entonces ellos estarán jodidos.

Pateé con fuerza el pedal y el motor comenzó a retumbar, con la posibilidad de que dejara de hacerlo en cualquier momento. Pasos apresurado de botas militares se cernían sobre nosotros y resonaban cada vez más cerca. Se escuchaban gritos en una lengua local cuando las balas empezaron a silbar cada vez con mas fiereza.

— Agárrate fuerte…

IRENE ADLER

LA MARCHA SILENCIOSA DE LAS VALKIRIAS

Ndassima está a sesenta kilómetros al norte de la ciudad de Bambari. Axmin—una compañía canadiense con capital chino— abandonó la mina cuando estalló la guerra civil y durante algunos años, Ndassima permaneció desierta, vacía, desolada bajo el cielo abierto como una herida sin vendajes. Desangrándose o pudriéndose, como toda África, hasta que llegaron Las Valkirias con sus vehículos blindados, sus fusiles de asalto, sus pasamontañas negros a pesar del calor sofocante y los altísimos niveles de humedad. Llegaron para quedarse. Levantaron vallas, torres de vigilancia, controles en la carretera de Bambari, carteles de advertencia o prohibición como anuncios publicitarios para alejar, intimidar o disuadir a los intrusos. Y ahora nadie sabe lo que ocurre dentro.

Esta investigación empezó hace nueve meses en una página de Facebook, Lanadiamanter, en la que se ofrecían diamantes procedentes “del auténtico corazón de África” en ventas por privado. La página estaba asimismo vinculada a una empresa llamada Diamville, con una cuenta en Instagram dónde se exhibían diamantes tallados y muchas fotografías del usuario responsable de ambas cuentas: Tesa Wagner, una supuesta gemóloga suiza licenciada en la Sorbona. En algunas de esas fotos, aparecía posando en La Casa Rusia de Bangui, en la República Centroafricana, con altos cargos del gobierno. Y entonces supimos que detrás de aquellas redes sociales estaba el contrabando de diamantes de conflicto, porque la Casa Rusia de Bangui, era el centro de operaciones para África del grupo paramilitar ruso Valkiria.

Empezamos siguiendo el rastro del dinero de Diamville, pero pronto se convirtió en un callejón sin salida. Una tupida red de empresas off-shore repartidas por lugares tan exóticos como inverosímiles formaban una tela de araña sólida e impenetrable desde Panamá a Vaduz o Saskatchewan. Pero encontramos el nombre de Svetlana Orlova en varios documentos mercantiles de filiales de Diamville en los que ella aparecía como consultora. Y Svetlana Orlova resultó ser Tesa Wagner.

<<Puede que el ministro no les responda porque esta empresa [Diamville] es especial… Es problemática. Y a veces la gente prefiere conservar su empleo antes que decir la verdad>> nos dijo un funcionario del gobierno con el que contactamos tan pronto llegamos a Bangui.

El director de una compañía de importación y exportación nos explicó, con cierta tristeza y mucho miedo:

<<Nosotros [profesionales] del sector [del diamante] sabemos que lo que pasa por ellos [Diamville] es producto del saqueo y de otras cosas. Se las quitan [las piedras] a la gente por la fuerza, a los recolectores pobres y a los artesanos pobres. Dondequiera que haya minas y excavadores, esta gente [los vinculados a Valkiria] está allí, armada. Cuando alguien [un minero de oro o diamantes] encuentra algo bueno, van hacia esa persona… Incluso ha habido asesinatos así, para llevarse la mercancía de otras personas>>

Y un minero que trabajó recolectando oro en Ndassima antes de la silenciosa invasión de las valkirias, nos dijo:

<<Aquí, en la República Centroafricana, cualquiera que intente averiguar algo sobre los rusos será el objetivo. Mientras hablo, si consiguen desencriptar nuestra comunicación, estoy muerto>>

Pero fueron las palabras de nuestro guía, Riso Noguani, las que más hondo calaron en nuestro ánimo y en nuestro corazón:

<<Valkiria protege la mina y La MINUSCA, (Misión Multidimensional Integrada de las Naciones Unidas para la Estabilización en la República Centroafricana), protege a Valkiria. La gente le tiene tanto miedo a esos soldados de la ONU como a los rusos. ¿Queréis ir a Ndassima? Iremos. Pero es muy posible que si logramos entrar, luego no nos dejen salir>>

ANA DEL ÁLAMO

Tecnología

Violencia tácita

África muere

MARÍA JESÚS GARNICA

En la mina no se habla de otra cosa. Llega el jefe, es la primera vez.

Todos se lo imaginan gordo, con traje, con gafas de gran montura.

Los capataces están nerviosos. No es bueno qué el jefazo se presente.

Llegó el día, todas las caras se volvieron para mirar cómo salía del coche.

Incredulidad, un joven de piel clara, pelo claro y ojos claros. Apenas treinta años.

Y el jefe habla a los capaces.

_La mina está bajo rendimiento, hay qué volver a su capacidad. dijo el jefe.

_Señor, dijo el capataz más viejo, no hay gente, los jóvenes se van, la mina es vieja.

_No hay excusas, hay qué producir, me da igual como lo hacéis, para dentro de un mes quiero resultados. Dijo el jefe.

Pasó un mes, donde los capataces hicieron su trabajo.

Todos trabajan a destajo, la mina produce a alto rendimiento.

Noticias del mundo.

Un importe empresario ha desaparecido.

Ahora las minas son de los mineros.

Utopía?

AXY LINDA

Llegó el día de la presentación; entusiasmados, se ponen a bordar los pensamientos. Tan felices están de ser materializados que invitan a emociones y sentimientos; danzan ilusionados sobre la tela de los recuerdos, jalando los hilos del tiempo, enredándolos, trenzándolos.

Cuando parece que han terminado, llegan más y más pensamientos; se les unen, sensaciones, sueños y deseos. ¡Todos quieren participar! Les falta material, las ideas sugieren ir al bosque; allí usan las hojas de árboles y plantas como telas. ¿Los hilos? Qué mejor que pedirlos a las arañas y gusanos de seda.

¡Qué maravilloso espectáculo! Los pensamientos se encargan de la organización; la tristeza lava las hojas, el valor ensarta las agujas, el miedo se escuda con las flores, el amor da color y brillo a los hilos, la generosidad reparte el material. Todos participan para el gran tapiz de la esperanza.

El sol contribuye con un brillante marco de oro puro; el corazón de la bondad les obsequia un bello diamante, cuyo fulgor ilumina cada rincón de la obra. Entonces comienza la discordia: la codicia los quiere solo para ella. La armonía comienza a deshilacharse y los hilos del tiempo se tensan.

Entonces la sabiduría interviene y propone que el diamante se ponga en el centro del tapiz, para que su luz llegue a todos. La justicia y la equidad lo aprueban; eso soluciona el conflicto; los pensamientos y demás retoman su danza. ¡El tapiz resplandece, irradiando paz y unidad!

Linda Sán-Fre

ALBERTO MADACAR

29.76⁰ C

Los frondosos jardines de setiembre traían para Karen la imagen cada vez más próxima de una realidad amenazadora. Los 25 grados C que aparecían en la pantalla del celular la perturbaban. Ansiaba por el frío. La llegada del invierno siempre le devolvía el equilibrio y la alegría.

Desde el accidente en el laboratorio de Física de la Facultad, llevaba una vida recluida.

Ese día, la explosión de un tubo de ensayo hizo que se alojaran en su organismo algunas partículas de Galio, un elemento de la tabla periódica.

Su cuerpo pasó a ser regido por un contrapunto diabólico que la mantenía en riesgo de vida permanente.

Arrojó el pañuelo empapado en el cesto y se inclinó de cara al ventilador. Tenía en su vientre un embrión brillante y plateado, del tamaño de una nuez.

Con tres meses de gestación, el crecimiento del feto la dejaba llena de ansiedad y al mismo tiempo le abría un mundo paralelo poblado de fantasmas y miedos ancestrales.

Escuchaba extasiada el maravilloso sonido que producía el niño, una pequeña perla juguetona dentro de su cuerpo. Por los cosquilleos acompañaba su posición dentro del vientre, que imperceptiblemente comenzaba a abultar.

Karen ansiaba oír el suave mantra balbuceado por la danza de los herrajes que mecen la cuna. Quería oír sus ronquidos, sus correrías y chillidos llenando el pasillo. De esa forma atravesó los límites del delirio.

Fue cuando el calor corporal saltó fuera de control. Sintió convulsiones y llamó al Servicio de Emergencia. Estaba inconsciente cuando ingresó en la UTI.

El médico jefe no quitaba los ojos de los gráficos que danzaban sin control en los monitores.

—Ya conocemos las tretas del galio que ella tiene en el cuerpo. Podemos mantenerla entera mientras la temperatura ambiente no llegue a los 29 grados.

Pasado ese punto, el cuerpo se va a licuefacer y sólo podremos recuperarla reduciendo el calor por medios mecánicos.

Karen soportaba la boca voraz de la criatura succionando, robándole su cuerpo de a pedazos, creciendo dentro y fuera de ella. El equipo médico dio el grito de alerta.

—Casi 27⁰ C. Y sigue subiendo. No podemos esperar más —dijo el cirujano—. Preparen el receptáculo mayor con Karen dentro. Debe ser sellado y enviado de inmediato para la cámara de frío.

La lucha contra el aumento de temperatura se volvió más intensa a medida que la gestación progresaba.

Los médicos no podían sobrepasar el límite máximo en el grado de refrigeración. Eso podía matar a los dos dentro del tanque. La resistencia natural de la madre se veía afectada por causa de la gravidez. Dejaba a ambos más expuestos a un colapso de cualquiera de los órganos vitales.

El calor corporal era intenso, el bebé exigía cada vez más reservas físicas de la madre, cuyo cuerpo volvió a rondar los 28⁰.

Cuando alcanzó el punto crítico, Karen comenzó a diluirse en un coágulo ceniciento que cada vez se parecía menos a un cuerpo. No era posible seguir aumentando el frío.

La licuefacción alcanzó los ojos. El mundo exterior se cerró, excepto por la presencia de los oídos, que precariamente funcionaban. Hasta que estos también se volvieron líquidos.

La criatura había alcanzado el tamaño de un bebé normal. Y continuaba sorbiendo el cuerpo diluído de su madre. Podía oler su propia sangre, sentía el ansia de vómito.

El embrión se hinchó hasta ocupar todo el tanque. Karen no existía más.

Los médicos se negaron a darle más agua al feto. Temían que pudiese romper el receptáculo que hacía las veces de útero. Así mantuvieron el forzado equilibrio hasta los seis meses.

Hacia el fin del verano un niño saludable fue extraído de la cámara plastificada.

Sólo causaba una impresión incómoda el color levemente plateado de la piel.

Tenía el tamaño de un recién nacido normal, pero su fuerza era fuera de lo común. Pasó los primeros días amarrado a la cama de pies y brazos. Forcejeaba con el ímpetu de un toro.

El vástago comenzó a tener crisis de temperatura, igual que su madre. Cuando acumuló demasiado calor, el instinto lo hizo actuar rápido.

En un descuido del equipo de Seguridad del hospital, aprovechó la distracción de los enfermeros y secuestró una ambulancia, con la cual escapó rompiendo el portón de entrada. Los brazos flácidos no conseguían prenderse al volante. Obcecado por alcanzar la playa invadió la faja de ciclistas y se estrelló contra el pedestal de una estatua de piedra. El charco ceniciento se escurrió entre las rocas calientes de la costa.

La policía aisló el área con un cordón de protección. El viento del atardecer sopló anunciando frío desde alta mar. El termómetro bajó a 25 … 24 grados. Anticipaba un fresco respetable para la noche.

En el terreno del accidente, los primeros cristales hormigueaban como tenaces lentejuelas de plata y comenzaban a trazar el perfil difuminado de un cuerpo.

“29.76⁰ C”

Rio Grande da Serra, São Paulo, Brasil

Abril, 2024

ABBY MARSIE ROGOM

DESPOJO A LA TIERRA.

He parido,

te habla La Tierra.

Metales y piedras.

En mis venas de agua

rodando lagrimitas de oro

entre la orilla y la yerba.

Conozco vuestra avaricia.

Lo que llamáis joyas

tengo escondidas.

Pero venís a hurgar y partirme

para ser vendida.

Esclavitud y abuso

de vuestros hermanos,

y no veis que tenéis

manchadas de sangre

las manos.

Y en mi cuerpo y en mis huesos

en cuevas y minas,

arrancando mis vetas

que doy a luz a a la fuerza.

Y mira ..

No entiendo yo,

La Tierra

por qué mis hijos

Me roban mi esencia.

Lloro por ellos,

que no saben,

que no comprenden

que vale tanto,

que vale todo

la tierra y el barro

que pisan

que el mismo oro.

Que es igual de brillante

esa roca oscura

que el más luminoso diamante.

Un grano de arena

en esa playa de ahí

tan valiosa es

como una esmeralda

o un rubí.

Una gota de agua

dime,

¿La has mirado bien?

Es la mas hermosa joya

que puedas ver.

Ultrajas el agua que has de beber

para extraer de mi vientre piedras

que no han de saciar tu sed.

Un cielo estrellado,

el brillo de la luna

en los ojos del niño

en la cuna

ilumina más

que todas las joyas,

no lo supera ninguna.

Cuando no aguante

más castigo dime,

¿Me llamarás cruel?

Si el castigo que me das

te lo das a tí mismo,

¿No lo ves?

Dime hijo mío

por qué vale sangre y dolor

lo que arrancas de mi cuerpo,

si todo te lo doy.

las estrellas, el sol…

si tantos tesoros

te regalo yo.

EVA AVIA TORIBIO

Más allá de la leyenda.

Hace unos tres mil años los Dioses se enamoraron de una isla a la que llamaron Atlántida. Allí gozaban de los placeres terrenales cuando, cansados de sus permanentes conflictos internos, descendían del Olimpo. Una vez entraban en contacto con los humanos utilizaban sus dones, para bien o para mal, de los cuales uno de ellos era su gran belleza, proporcionando placer a ellos mismos y a todo aquel que merecía, según su criterio, un poquito de sus dones o virtudes.

Pero en toda historia siempre hay algún rebelde que necesita más; disponer de todo lo que le aportaba esa isla o lo que los dioses le ofrecían como sabiduría, riquezas, belleza…, no eran suficiente para aquel soñador. Este decidió desobedecer las reglas marcadas por los dioses y explorar una nueva tierra, una que él creía, como soñador, que le aportaría más riquezas, más conocimientos, embarcándose dirección a la que conocemos como las Américas. Una vez allí, y con la atenta mirada de los Dioses, descubrió un inmenso paraje de posibilidades que saciaban toda su curiosidad, toda esa necesidad como humano soñador libre, o eso creía, de conocimiento, de emprendimiento. Allí conoció a una población falta de todo lo que él tenía para ofrecerles y al que le hacían sentir ser un Dios.

Esa dicha culminaría con el nacimiento de una hermosa niña a la que llamaron Gema. Los Dioses ofendidos por lo que ese insignificante humano había logrado, le castigaron separándolo de ella, llevándosela a la Atlántida. Pero no era suficiente castigo por su desobediencia, por su gran desfachatez, si osaba cruzar el charco en busca de su hija, todo aquel al que él amara sufriría un castigo peor que la muerte. Nuestro soñador no podía permitir que su amada hija sufriera en manos de los Dioses y creó una asociación secreta para protegerla, algo que, y sin saberlo el soñador, generación tras generación protegerían hasta la actualidad.

Gema creció al cuidado de una familia devota de los Dioses como uno más de los aldeanos de la Atlántida. Pero como buena hija de soñador tampoco era suficiente para ella, así que los Dioses sabedores de lo que podía ocurrir decidieron hacer pagar a Gema por los pecados de su padre y por los que ella podría cometer, otorgándole el peor don que le puedes dar a un ser humano. A su mayoría de edad dejaría de envejecer y solo fallecería cuando alguien le quitara la vida. Para Gema supondría tiempo después que pasaría su vida llorando a todo aquel que amara.

Siglos después los Dioses en uno de todos esos conflictos decidió hundir la Atlántida no antes quitándole la vida a Gema, arrancándole el corazón y transformándolo en una gema preciosa, la cual, uno de los componentes de la asociación secreta del soñador que generaciones después todavía mantenían vivo el amor que su padre le procesó,la arrancó de las manos de esos déspotas Dioses y la escondió en una de las minas de Kivu Norte de África.

Desde entonces creció la creencia de que aquel que descienda de Gema y la encuentre le será otorgado un gran poder. Sea cierta o no esta historia, lo que si es cierto es que miles de niños trabajan en esa y otras minas en condiciones infrahumanas, sin que a nadie le importe, ya que muchos de los seres humanos desarrollaron en su ADN la crueldad, el egoísmo y la avaricia, entre otras cosas, que en aquellos tiempos los Dioses les impregnaron a fuego.

Besos, La Incondicional.

RAÚL LEIVA

Revoluciones

Mientras en algún lujoso lugar los humanos debatían cuestiones que tenían que ver con el poder y el dominio de los territorios y las economías, un debate más profundo se estaba dando en un rincón oscuro de la tierra.

Los minerales se unieron por primera vez a protestar por la continua explotación de los suelos y sobre todo la precarización y el maltrato de muchos otros.

Quienes alzaron la voz primero fueron los calizos, lajas y mármoles.

—Estimados colegas. Es menester abolir cualquier vestigio de vida humana, puesto que no solo han degradado nuestra noble condición de materiales de construcción y prestigiosas decoraciones, sino que también nos han reemplazado por miserables polímeros sintéticos dañando el planeta y llenando su superficie de horrendos artefactos que llaman arte y arquitectura. De a poco estamos causando misteriosos derrumbes de estructuras que colapsan sin sentido aparente, pero no es suficiente, son pocos los que podemos nos cargar con nuestra acción.

Un aplauso tibio rompió el incómodo silencio de la sala. Fue cuando los minerales preciosos alzaron la voz.

—Nosotros en cambio fuimos preciados en el pasado, las culturas milenarias se han hecho visibles gracias a la nobleza de nuestra composición. Hemos remendado partes del cuerpo humano y acompañamos a los poderosos adornando sus cuerpos y moradas. Cuando nos reemplazaron por baratijas de metal sin valor perdimos prestigio, sin embargo, supimos aggiornarnos y fuimos elementos primordiales en la fabricación de circuitos electrónicos de alta complejidad, les dimos a los humanos las llaves del progreso y ahora nos han suplantado nuevamente por circuitos básicos y programación. Lo único que nos queda es confiar en la miseria y la mezquindad que anida en los corazones de estas bestias y se destruyan como consecuencia de la avaricia. Al final del camino somos la razón de todas las divisiones.

Ahí comenzó una singular batalla que fue in crescendo. Cada mineral ponía de manifiesto su intención de destruir al género humano y se acusaban mutuamente de haber parte activa del crecimiento desmesurado de la raza. Los ánimos fueron subiendo y sobre la mesa cayeron las más macabras ideas sobre el colapso de la humanidad, mas todo plan se veía cuestionado o lisa y llanamente denostado.

Desde un rincón oscuro, la sal los miraba a todos y se reía en silencio.

NUMIRALDA DEL VALLE

Yann se sentó a descansar apoyando la espalda en la ruda pared. Tenía el cuerpo adolorido por la forzada postura mantenida durante largas horas. Realmente sentía necesidad de salir de aquel oscuro lugar. La imposibilidad de limpiarse las gotas de sudor que corrían por el moreno rostro, más el polvo cubriendo cabellos y piel, incrementaban su ansiedad. Con ojos nublados de tristeza observaba a los otros mineros, algunos casi niños, exponiendo la vida para alcanzar las vetas y extraer los minerales que enriquecen a otras naciones “mientras nosotros vivimos en la miseria”, pensaba.

Su país se encontraba entre los más pobres del mundo siendo rico en recursos naturales, pero estos, dicen los ancestros, se convirtieron en una maldición para sus habitantes generando una red de rivalidad interna entre personas inescrupulosas apoderadas de las minas, controlándolas, lucrándose una mínima élite a expensas de los trabajadores quienes devengan un insignificante salario.

-A trabajar flojo- le gritó el capataz sacándolo abruptamente de sus cavilaciones. Apesadumbrado, Yann se levanta para continuar, el sustento del hogar dependía de ello. “Algún día, algún día, la riqueza del oro será para mi pueblo. Los niños tendrán comida, abrigo, educación. Su pobreza no será eterna, ni eterna la maldición”.

MAITE BILBAO

QUIRINO

(Capítulo segundo)

Hace días que el sueño ya no es reconfortante y mis noches se llenan de pesadillas y en ellas, el acre olor a madera quemada se incrusta en mis fosas nasales como un puñal, un recordatorio constante de mi crimen. Las llamas devoran el granero de Raimundo, proyectando un resplandor anaranjado que tiñe el cielo nocturno de un rojo apocalíptico. Lágrimas brotan de mis ojos, empapando mi rostro curtido por el sol. La culpa me ahoga, una marea que amenaza con arrastrarme a las profundidades de la desesperación. “Maldita sea”, susurro entre dientes, mi voz apenas es audible por encima del crepitar del fuego. “Lo siento, Raimundo. Lo siento.” Pero en medio del tormento, una risa macabra brota de mi garganta. Un sonido grotesco que me asusta. La locura se ha apoderado de mi mente, distorsionando la realidad.

Afiebrado por el delirio, sin salir del sueño, le grito al cielo:

—¡He nacido para esto! ―mis palabras resuenan en la noche silenciosa—¡Soy un artista del caos, un maestro de la destrucción!

Me alejo del incendio, los pies se me hunden en la tierra húmeda. La noche me envuelve en su manto protector, ocultando mi rostro demacrado y mis ojos que reflejan una mezcla de terror y fascinación. La culpa me atormenta, y susurra en mi oído que soy un monstruo, un ser despreciable causante de un dolor inimaginable. Pero la voz de la locura es más fuerte, me dice que soy un genio, un artista que ha creado una obra maestra de destrucción. Y la pesadilla continua.

—¿Me llaman monstruo?, pregunto a uno de los aldeanos que me mira con recelo.

—Que así sea. ¡Soy el monstruo que este lugar necesita!

Los rumores sobre el incendio me persiguen como fantasmas. La gente murmura mi nombre, susurra acusaciones que me laceran el alma. Pero en el fondo, siento una extraña satisfacción. He dejado mi huella en el mundo, he alterado el curso de la vida en este pueblo.

—El mundo entero conocerá mi nombre—declaro en voz alta, con la voz llena de una determinación enfermiza.

—¡Seré recordado como el autor de la mayor tragedia de la historia!…

La noche se acaba y con ella llega, de nuevo, la vigilia. Los primeros rayos de sol despuntan tímidamente en el horizonte, y tiñen el cielo de un suave tono anaranjado que se difumina en sutiles pinceladas de rosa. Me levanto de la cama sobresaltado, otra vez, por la pesadilla, siento el peso de la culpa sobre los hombros. La cubro con rutina, una danza repetitiva de tareas que realizo desmotivado, sin que nadie me pregunte nunca si quiero o no hacerlo. Mientras me visto con la ropa de trabajo, una sombra de tristeza cruza mi mirada. Pienso en el pajar, en las llamas que lo han devorado todo en una noche fatídica. Un escalofrío me recorre al recordar el rojo intenso del fuego, un color que, de alguna manera, ya es familiar, como el eco de un pasado que no puedo olvidar. Salgo de casa y camino hacia el establo, disfrutando el aire fresco de la mañana. El cielo aún no ha despertado del todo, pero ya se intuye la promesa de un nuevo día. Cada amanecer es un recordatorio de una existencia invisible, del papel que me han asignado, de simple comparsa en la vida del pueblo.

Llego al establo, me encuentro con Kani, el joven refugiado congoleño que llego hace unos años. Buke, su padre, y el resto de la familia lograron escapar de las garras de la brutal guerra del Congo, un conflicto alimentado por la codicia del coltán, el “oro azul” que ha convertido su tierra natal en un campo de color sangre. La madre y hermana no tuvieron tanta suerte, la mar en el estrecho, les dio sepultura. Recuerdo la llegada no fueron bien recibidos, los vecinos pensaron que era el comienzo de una especie de invasión, que iban a quitarles el trabajo; Ignorantes. Mi padre les ofreció un puesto. Y desde entonces, llega cada mañana para ayudarme con el ganado. Trabaja en silencio, con su figura esbelta, moviéndose con una gracia natural entre las vacas y los ternero. Una conexión especial se ha establecido entre nosotros, un vínculo forjado en la comprensión mutua y el respeto. Le observo y siento una punzada de envidia. Kani es joven, fuerte, lleno de vida, mientras que yo me siento cada vez más viejo y cansado. Además, él arrastra una historia, una razón para estar allí, mientras que yo…

En ese instante, una idea audaz se apodera de mi mente: Tal vez, solo tal vez, esta es la oportunidad para dejar de ser invisible. Para que mi nombre esté en boca de todos, no por un incendio, sino por algo mucho más grande. Con una sonrisa maliciosa en los labios, me acerco a Kani y le susurro una propuesta. Sonríe al escucharlo, y asiente con la cabeza. No tengo claro si lo ha entendido, pero quizás he encontrado al ayudante perfecto.

*

El sol ya ha alcanzado el cenit cuando regreso a casa. Un calor sofocante me envuelve. Al entrar el aroma familiar a comida casera invade el lugar, atrayéndome como un imán. Paso a la cocina, una estancia pequeña, pero acogedora, iluminada por la cálida luz del sol que se cuela por la ventana. Las paredes, pintadas de un alegre color amarillo, están adornadas con cuadros de flores silvestres y motivos religiosos, cosas de mi madre. Un reloj antiguo cuelga de la pared, marcando el ritmo pausado de la vida en el pueblo. Al fondo, está ella, me espera junto a la mesa, su figura regordeta envuelta en un delantal floreado, el rostro curtido por el tiempo y unas manos ajadas por el trabajo revelan una vida de esfuerzo y sacrificio. Tiene todo el cabello grisáceo, recogido en un moño alto que enmarca unos ojos color avellana que brillan con ternura y preocupación.

—¡Hijo mío, por fin llegas! La comida ya está lista— exclama mientras acaricia mi mejilla con ternura.

Le devuelvo la sonrisa, siento una oleada de afecto hacia ella. A pesar de su carácter protector y a veces dominante, ella es la única persona que me comprende y ama incondicionalmente.

—Huele delicioso, madre —murmuro mientras me siento a la mesa.

Coloca un plato humeante frente a mí, con mi guiso favorito: patatas a la riojana con chorizo. El aroma a pimentón y a laurel inunda mis fosas nasales, despertando mi apetito.

—Come, come, que te has quedado en los huesos— me regaña con cariño, y se sienta junto a mí.

Comienzo a comer con sosiego, saboreando cada bocado como si fuera el último. La comida es un bálsamo para el alma, un refugio en medio de la soledad que me rodea. Madre, rompe el silencio.

—Hoy he hablado con Aniceta, la panadera. Le han contado, que te declaraste culpable del incendio ante la guardia civil.

Me atraganto con un trozo de patata, palidezco y siento miedo, pero reacciono.

—¿Qué? ¡Eso no es verdad!, con voz temblorosa.

—Aniceta dice que están hablando en el bar ―su mirada está llena de preocupación―, que todo el pueblo comenta eso.

Me levanto de la mesa bruscamente, golpeando la silla con furia.

—¡Esa vieja chismosa! ¡No sabe nada! Solo repite lo que escucha sin pensar.

Mi madre se levanta, tratando de tranquilizarme.

—Hijo, cálmate —me suplica—Sé que eres bueno, que jamás harías algo así.

La miro a los ojos, ahora llenos de lágrimas.

—Lo sabe, madre, usted lo sabe―murmuro—. Yo nunca haría daño a nadie.

Me abraza con fuerza, como cuando era niño.

—Lo sé, hijo mío, lo sé. Nadie en este pueblo te conoce como yo. Eres un buen hombre, un corazón noble.

Me aferro al abrazo, siento una mezcla de emociones: agradecimiento, rabia y un profundo odio hacia mí mismo por no poder liberarme de la sombra que me persigue. En ese instante, sé que debo hacer algo, no puedo seguir viviendo de esa manera. Me dirijo al bar dispuesto a darme un baño de rumores.

*

La luz tenue del local apenas ilumina las mesas atestadas. El humo del tabaco y el aroma a cerveza flotan en el aire, crean una atmósfera densa y cargada. El corazón me golpea con fuerza en el pecho. Sé que todos los ojos se posan sobre mí. Me dirijo a la barra, tras ella se encuentra Tomás, el dueño, un hombre corpulento con una sonrisa en los labios, mientras seca el vaso con un trapo.

—¿Qué te trae por aquí, Quirino? Hacía tiempo que no te veía. ¿Un trago?

—Un vaso de vino, Tomás. Lo necesito.

Me sirve el vino y lo coloca sobre la mesa.

—¿Qué pasa, muchacho? Te veo desanimado. ¿Problemas en casa?

Llevo el vaso a los labios y bebo un trago largo.

—No, no es eso. Es… la gente del pueblo. Los rumores sobre el incendio…

Me mira sorprendido, arqueando una ceja.

—¿Rumores? Bah, tonterías. La gente siempre habla por hablar. Tú no eres capaz de hacer algo así.

Me pone nervioso que me mientan. Agita la cabeza con vehemencia, siento como los ojos se inyectan en sangre y no me puedo controlar.

—¡No lo entiendes, Tomás! Me miran con recelo, con asco. Me han convertido en un paria.

Me coloca una mano en el hombro, con una sonrisa condescendiente, sé que intenta calmarme.

—Tranquilo, amigo. Ya sabes cómo son aquí. Igual que ovejas, siempre siguen al rebaño. No les hagas caso.

Aparto la mano de Tomás con brusquedad, los músculos se tensan, siento ira.

—¡Es fácil para ti decirlo! Tú eres Tomás, el dueño del bar, el tipo popular. Todos te conocen y te respetan. Yo… yo soy solo Quirino, el invisible, el extraño.

Veo como se calma y mira al resto del bar, pretende ejercer de padre.

—No digas eso, Quirino. Tienes más amigos de los que crees. Aquí estamos todos para ti.

—¿Amigos? Ja. Solo veo miradas acusadoras, susurros a mis espaldas. Me siento solo, y acorralado.

Ahora me ofrece otro vaso de vino, condescendiente.

—Venga, tómate otro trago y olvídate de todo esto. Mañana será otro día.

Cojo el vaso, lo aprieto con el puño, mi voz se vuelve ronca.

—No sé, Tomás. No creo que las cosas vayan a cambiar.

Me intenta calmar dándome una palmada en la espalda.

—¡Ánimo, hombre! No te rindas. Tú eres más fuerte de lo que crees.

En la mesa de detrás, los vecinos susurran, es imposible no escuchar lo que dicen, aunque bajen la voz con recelo.

—¿Has oído lo que dicen de Quirino?

—Sí, él fue el que quemó el pajar.

—¡Qué barbaridad! No puedo creerlo.

—Yo tampoco. Siempre me pareció un tipo raro, pero nunca lo habría imaginado capaz de algo así.

—Pobre Raimundo, perdió todo en el incendio.

—Sí, y ahora tendrá que empezar de cero. Menos mal que el seguro le cubrirá las pérdidas.

—Lo que no tiene precio es el daño emocional.

—Cierto. Eso no se lo puede pagar ni el mejor seguro.

Con la cara roja de ira y la voz temblorosa por la furia, me levanto de la mesa de un golpe, tirando la silla al suelo.

—¡Ya basta! ¡No puedo soportar más esto! ¡Sois unos miserables! ¡Me estáis acusado de algo que no he hecho!

Tomás, me intenta calmar.

—No te alteres. Solo son chismes. Ya sabes cómo es la gente en este pueblo.

—¡No son chismes! Antes ni me miraban, y ahora lo hacen como si fuera un monstruo. ¡Me han convertido en un paria! ¡No lo soporto!

Salgo del bar a trompicones, con la mente nublada por la ira. Las palabras de los vecinos retumban en la cabeza como un martillo implacable. «Paria», «monstruo», «criminal»… Los insultos se mezclan con las imágenes del incendio, las llamas devorando el pajar de Raimundo, la risa macabra que brotó de su garganta en medio del caos. La noche es fresca, pero la furia me hace arde sudar a chorros. Los pasos apresurados me llevan hacia la casa de Kani, el único que parece no haber caído en la red de mentiras y rumores. Necesito hablar, desahogarme, compartir el plan macabro que ha empezado a tomar forma en mi mente retorcida. Kani abre la puerta, se sorprende al verme en este estado deplorable. Aún tengo la cara enrojecida y la respiración agitada.

—¡Kani! ¡Necesito hablar contigo!

Retrocede, me tiene miedo.

—¿Qué pasa, Quirino? Te ves… diferente.

Le agarro por los hombros, con una fuerza que no controlo.

—¡Ellos no saben nada! ¡No saben lo que soy capaz de hacer!

—¿De qué hablas, Quirino? Me estás asustando.

Al verle nervioso, le suelto y sonrío con ironía.

—Ellos me han convertido en un paria, en un monstruo. Pero yo les mostraré quién soy realmente. ¡Y lo haré con tu ayuda!

Me mira con asombro, le tiembla la voz.

—¿Mi ayuda? ¿De qué estás hablando?

Me acerco mirándolo fijamente.

—¿Recuerdas lo que te he dicho esta mañana? Necesito que me ayudes a llevar a cabo el plan. El que hará que todos me teman, que me respeten, y me convierta… ¡En una leyenda negra!

Veo como retrocede horrorizado.

—¡No! ¡No puedo ayudarte con eso! ¡Es una locura!

Me calmo, suavizó la voz y sonrío.

—No seas cobarde, Kani. Es tu oportunidad de salir de este pueblo miserable, de dejar tu huella en el mundo. ¡Juntos seremos imparables!

— ¡No quiero ser parte de esto, Quirino! ¡No quiero ser cómplice de tus locuras!

No me gusta que me lleven la contraria, me lleno de ira y me dan ganas de…

—¡No me subestimes, Kani! ¡Soy más peligroso de lo que crees! ¡Y si no me ayudas, te arrepentirás!

—¡No me amenaces, Quirino! ¡No me obligues a hacer algo que no quiero!

Aplaco la ira con una sonrisa fría y calculadora. Sé lo que voy a hacer.

—Muy bien, Kani. Si no quieres hacerlo por las buenas, lo haremos por las malas. Y recuerda: el silencio es tu única garantía de seguridad.

—¿Qué vas a hacer?, tragando saliva.

Le doy una palmada en el hombro, tengo que ganar su confianza de nuevo.

—No te preocupes, solo un pequeño favor entre amigos. Te prometo que nadie sabrá de nuestra colaboración.

Doy media vuelta y regreso a casa dejando a Kani sumido en un mar de dudas y terror. Ahora ya sabe que soy capaz de cualquier cosa, y que he puesto en marcha un plan siniestro del que ahora él es parte, ya sea por voluntad propia o por miedo.

¿Continúo?

LETICIA R MENA

Parásitos

Informe número 492 083

Las extracciones de minerales valiosos del planeta denominado F87-GN3 está siendo satisfactoria.

Las reservas suponen a día de hoy el 36% del total de las reservas aún existentes en dicho planeta.

Se solicita, por tanto, coordenadas del próximo destino de extracción a fin de planificación del viaje inter espacial, listado de víveres y otros posibles bienes necesarios para la misión.

Se solicita a su vez orden de recogida del material extraído en planeta actual(denominado F87-GN3)y fecha de la misma para su exportación al planeta Tierra.

Observaciones: los individuos habitantes del actual planeta, denominado F87-GN3, han sido hostiles, pero se consiguió su sometimiento a las nuevas fuerzas colonizadoras en un tiempo breve. Solicitamos importante provisión de armamento al ver mermada nuestra capacidad de defensa, ya muy diezmada en el anterior planeta (el denominado 979J). Asimismo, solicitamos también informe detallado de próximo destino, cartografía y posible meteorología del mismo, y especialmente información sobre la posible población existente.

Fdo.: Comandante H.S., responsable de equipo de extracción n.º 631.

Fin de la comunicación.

NALLELI CANDIANI

Obituario.El perdón

Ella murió enterrada en los escombros que dejó el terremoto del 85. Fue en una mina de sal del Estado de México.

Salmo 46:2-3 la voluntad de Dios, es lo que la salvó de utilizar esa rama gambera que tenemos todos para poder banalizar el estar queriendo siempre ser un alma digna del Creador.

«Medio Cielo, préndeme fuego». Murió aprendiendo a amar sin idealizar.

Su abuelo Gregorio Candiani les enseñó a las mujeres de su casa a boxear, y fueron entrenadas como hombres para usar armas, las armaban y las desarmaban como juguetes. Jugaban frente a los marinos mientras el tío, el Almirante Federico Carballo les mentaba la madre a los marinos porque les ganaban las niñas a hacerlo.

México la desestructururó siempre. Nunca se sintió mas que en ciudades perdidas, excluida de algo concreto. Para ella, los aeropuertos y las reuniones eran tan desnudos como el baño de chicas de su escuela de danza. Siempre se sintió como si fuera de otro lugar. De un lugar más lejano que ella misma.

Salmos 46:2-3

Reina-Valera 1960

2 Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,

Y se traspasen los montes al corazón del mar;

3 Aunque bramen y se turben sus aguas,

Y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah

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13 comentarios en «Minerales de conflicto»

  1. Mi voto está semana es para:
    Armando Barcelona (este ha sido uno de los capítulos que más me ha encantado, que derroche de ingenio)

    Maite Bilbao (He descubierto a Quirino en todo su ser, que bonito lo haces)

    Pedro Antonio López Cruz ( Todo un acierto la incierta realidad que creemos nos llega)

    Responder
  2. Todos geniales, sin conflicto

    Voto repartido
    Iría de Paquita Escobero.
    Sergio Téllez su tabla periódica.
    Armando por su remate final espléndido.

    Responder

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