La residencia

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la residencia». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de mayo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Pues esta palabra tiene muy buena rima, no obstante hoy no voy a sacar mi sentido poético para confeccionar el tema semanal.

Vamos a centrarnos en la etimología de «residencia», obvio proviene del verbo residir. Residir por su parte proviene del latín residere(quedarse) formado por el prefijo re(en este caso significa intensificación) y sedere(sentarse, ver posesión, presea, sedán y sisa).

El significado de residencia es: acción y efecto de residir.

¿Para qué os pongo el formato etimológico y significado de la palabra del tema semanal?

Para afirmar que mi lugar de residencia para escribir fue, es y siempre será este grupo. En el que aprendí y aprendo cada semana y en el que evoluciono como persona y escritor, arduo trabajo,pues en este mundo de las letras y la literatura lo que importa es divertirse escribiendo y poco a poco se convierte en una necesidad, máxime en un grupo dónde el denominador común es el respeto. Por eso os animo a que nuestro hogar de residencia de letras sea este espacio. ¡Sean bienvenidos!

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Te mantenías altiva por tu inmueble grande y de calidad. Si a todo ello le añadimos tu ubicación y la calidad de las montañas, resulta que eres el hogar perfecto para terminar los últimos días de la vida.

Pero, la realidad en ese tiempo de vejez ahí está. Muchas de las personas que llegan a ella ,ya no tienen recuerdos y cuando se pierde la identidad «Que queda»Si queda mucho, el buen hacer de los médicos y los cuidadores.

Más quiero contar lo visto en mis andanzas por estas casas al ir a visitar a un familiar…

El ser humano se adapta a todo lo que la providencia le tiene reservado .

Solo decir que si estos edificios están revestidos de comodidad y harmonía los días allí serán beneficioso para la ancianidad.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

DIEZ MORENITOS – X

El Relicario no tiene cuarto oscuro, propiamente dicho, pero sí un coqueto reservado que algunos parroquianos selectos utilizan en ocasiones especiales y Bonifacio Escrivá es cliente VIP. Escondido, pues, a miradas indiscretas, el Salón Almodovar, como alguien ha bautizado ese espacio, resulta ideal para el tipo de reuniones, como la que está teniendo lugar en estos momentos.

Alrededor de una mesita de centro con base de mármol rosa, estilo imperio, se acomodan Manuel Lavilla, Manolo para los íntimos y marido de nuestra Rosi, la que dejamos en la ínsula con los nudillos pringados en laca de uñas; Marcial Buey, amigo, cómplice y pareja de baile del otro en sus andanzas por los bares de alterne de los que son devotos; Jimena e Hilario, suficientemente conocidos, marquesa, ella, secretario personal, él, amantes, ambos, por la gracia de Dios, y Bonifacio, que los ha reunido a todos.

Marcial y Manolo ocupan un sofá, igualmente imperial, tapizado en terciopelo granate, mientras que los demás están sentados en butacones a juego. Los dos amigos tienen mal aspecto, parecen cansados, sin afeitar, los trajes en una arruga, cualquier espectador objetivo diría que han pasado la noche en blanco. Por contra, los otros lucen bien planchados, limpios y en perfecto estado de revista.

Bonifacio, que se ha levantado del butacón, se acerca a la hornacina, casi una capilla en miniatura de la Virgen del Rocío, que preside la estancia, a cuyos pies se desparraman un par de docenas de lamparitas eléctricas votivas, casi todas apagadas; introduce una moneda en la ranura dela máquina encargada de gestionar la iluminación y una de las velas se enciende, a la vez que por la megafonía del cuarto suenan compases de la salve rociera:

«Olé, olé, olé, …
Al rocío yo quiero volver
a cantarle a la Virgen con fe
con un Olé, olé, olé, olé, …».

Acabada la liturgia, vuelve a su asiento y hace las presentaciones. Tras el besamanos preceptivo, con algo de urgencia y sin más dilación, aborda el asunto principal que los tiene allí reunidos.

―Bien, como todos ustedes conocen, el marqués de Jarandilla fue asesinado en la Ínsula del Duque hace poco más de una semana, la policía está investigando, dejemos que lo hagan y esperemos que su trabajo pronto dé resultados positivos. Pero lamentablemente, además de don Baltasar, la noche de autos había hospedadas en la isla otras personas, que ahora deben sufrir las inevitables molestias derivadas de esas pesquisas. Una incomodidad sobrevenida de la que no son culpables y por eso, la gerencia del complejo turístico ha querido organizar un encuentro entre familiares y amigos, para hacer más llevadero el encierro, que, por otra parte, no puede durar mucho más.

Manolo y Marcial cruzan una mirada de fastidio, que deja bien claro su sentir con respecto a lo de aliviar con su presencia el encierro de los atrapados en la Ínsula del Duque, aunque una de esas personas sea la esposa del primero.

―La señora marquesa quiere, de alguna manera, recuperar los últimos momentos de su marido ―puso, Bonifacio, cara de rumiante deprimido mientras señalaba a Jimena, que, distraída, hacía una inspección ocular a las uñas de sus manos―, y nos acompañará en el viaje. Don Hilario, su secretario personal; en cuanto a ustedes…

No dejó Manolo que terminara la frase; puso la palma de su mano izquierda sobre el dedo corazón de la derecha, en el gesto que usan los deportistas para pedir un tiempo muerto y tomó la palabra.

―A ver, que todo eso está muy bien ―se aflojó el nudo de la corbata, que del windsor inicial había pasado a convertirse en un gurruño―, pero ni yo, ni Marcial estamos en disposición de perder un par de días, o más, de trabajo, porque a esos señores de la Ínsula les apetezca montar un sarao para lavar su imagen comercial, que eso vale un dinero, no sé si me entiende usted.

Marcial, que asentía a todo lo que estaba diciendo su amigo, se vio en la necesidad de unirse a la protesta con voz y, si quieres, hasta con voto.

―Suscribo por completo lo dicho. Tengo yo obligaciones mucho más perentorias que sacarle las castañas del fuego a unos hoteleros.

Bonifacio, incómodo, dudó si echarle un euro más a la virgen rociera, u ofrecer un par de leches a cada uno de aquellos dos gañanes desaliñados, que ni tan siquiera habían tenido la previsión de pasar por la ducha, antes de presentarse allí oliendo a pecado tras una noche cutre de amor mercenario. Optó por el primer pensamiento, hizo la ofrenda a la virgen y, esta, le devolvió el favor con una nueva nota de audio, que parecía hecha exprofeso para significar la indecencia moral de aquellos dos personajes:

«Dios te Salve María
un rosal de hermosura.
Eres tu Madre mía
de pureza virginal»

―En fin, don Manuel, se pensó en usted porque su esposa, doña Rosario… Galindo ―Bonifacio tuvo que consultar sus notas para recuperar el apellido de Rosi―, es una de las personas afectadas por este suceso lamentable y, al menos en una primera instancia, cuando le propusimos a usted la operación, no pareció disgustarle de esta manera, incluso digo más, la presencia de don Marcial hoy aquí, obedece al deseo particular de usted de que lo acompañara.

Manolo se repantingó en el asiento adoptando una actitud de macarra prostibulario, que su amigote se apresuró a imitar.

―Mire usted, rectificar es de sabios ―dijo, con displicencia, mientras se hurgaba el oído derecho con el dedo meñique―, y aquí a Marcial y a mí, el coco nos funciona de maravilla. El marrón lo tienen ustedes o quienquiera que maneje el putiferio, ese, de la jodida ínsula, y este y yo ―encaró el mentón hacia Marcial señalándolo con chulería―no vamos a perder un euro en sacarles el culo de penas, de manera que si no hay compensación en forma de cash no cuente usted con nosotros; en caso contrario, podemos negociarlo.

Hilario y la marquesa cruzaron con Bonifacio una media sonrisa divertida, ante la desfachatez canalla de aquellos dos personajes de sainete. En un principio, la figura de Manuel fue necesaria para montar aquel operativo, tomando como excusa que su esposa, Rosi, llevaba demasiado tiempo confinada en la isla y parecía sólida la idea de juntar de nuevo al matrimonio, aunque solo fuera por unas horas; pero montada ya la operación, con Jimena y su secretario integrados en la misma, aprobado el expediente y estampados todos los sellos y firmas necesarios, la presencia de los dos viciosetes era totalmente prescindible.

―En fin, don Manuel, don Marcial ―puso Bonifacio su mejor cara de compunción―, lamento enormemente que sus obligaciones profesionales no les permitan acudir al evento, sobre todo por doña Rosario, que estará deseando volver a recuperarlo a usted ―aquí tuvo que reprimir la risa, porque según los informes que tenía, la señora se lo estaba pasando bomba junto con una tal Conchi, amigas ambas, y un chico caribeño que las acompañaba―. En cualquier caso, la gerencia de la Ínsula del Duque no tiene prevista compensación económica alguna. Así que son ustedes libres de no aceptar la invitación.

No esperaba Manolo esa negativa tajante y en su fuero interno caló la humillación de verse tratado como un simple objeto sin valor, «un pedazo de carne con ojos», se dijo sintiéndose tremendamente ofendido, pero no iba a dejar que aquel botarate, ni los otros dos pijos estirados se dieran el gusto de regocijarse con su frustración. Con la mayor dignidad se levantó del sofá y sacudiéndose con la mano una imaginaria pelusilla en la manga de la americana, comenzó a despedirse de los presentes.

―Señora, señores, santísima Virgen del Rocío ―quiso enmascarar de sarcasmo su salida por la puerta de atrás―, ha sido un placer, pero a mí y a este ―volvió a chulear a su amigo gestualmente―, nos espera un día de duro trabajo, no podemos quedarnos a los postres.

Ya iban a enfilar el camino a la salida, cuando de pronto se abrió la puerta y por ella se coló un aroma a sal lasciva, el rugido lejano de un mar domesticado y la cadencia sincopada de trompetería, agogôs, chocalos, cuicas, reco-recos y repeniques, propia de un sambódromo carioca. Sin que nadie echase un euro a la máquina, todas las velas se encendieron de golpe, se acalló la algarabía y la salve rociera se vio sustituida por la suave modorra de una guitarra y el susurro caliente de Jobim:

«Olha que coisa mais linda
Mais cheia de graça
É ela menina
Que vem e que passa
Num doce balanço
Caminho do mar»

Y con ese mismo «doce balanço», sensual e hipnótico, hizo su entrada en escena Gyhselle Larissa Pereira do Espírito Santo, tremenda garota que:

«… se ela soubesse
Que quando ela passa
O mundo, sorrindo
Se enche de graça
E fica mais lindo
Por causa do amor»

Enmudeció la gramola; Marcial y Manolo trataban, desesperadamente, de adecentar su vestuario, atropellados, medio histéricos y disputándose el espacio a codazos, mientras los otros tres: Jimena, Hilario y Bonifacio, contemplaban, con una sonrisa burlona y divertida, la patética performance que estaban interpretando aquellos casanovas de mercadillo.

Vocês terão que me desculpar―si el balanceo de sus caderas cargaba el ambiente de una irresistible estática sensual, el ronco susurro de su voz era un auténtico lanzallamas erótico, que puso a los dos verracos en posición de firmes y presentando armas―, não consegui encontrar uma vaga no estacionamento.

Nuevamente, Bonifacio, en su papel de maestro de ceremonias, hizo las presentaciones. No tuvo problemas con Hilario y la marquesa, ninguno de los dos tenía interés en ocultar su verdadera identidad, pero en lo concerniente a Manolo y Marcial sí tuvo dudas, pues sabía que los puteros, cuando se mueven por sus zonas de caza, nunca se identifican con sus verdaderos nombres, así que les dejó a ellos tomar esa decisión

―Estos dos señores ―dijo señalándolos a la vez que esbozaba una sonrisa amable―, ya se iban, han decidido no acompañarnos en la fiesta que estamos preparando, pero, en cualquier caso, si es su deseo, que sean ellos quienes le digan cómo se llaman, Gyhselle.

Como un par de colegiales disputándose el puesto en la fila del comedor, Marcial y Manolo se empujaban, el uno al otro, cabeceando nerviosos y únicamente les faltaba zurear, porque los dos iban en modo pecho-palomo.

―Este señor Bonifacio con sus bromas ―fue Manolo quien tomó la iniciativa―. Permítame, señorita, me bautizaron Manuel, para servirla, pero uste puede llamarme Manolo, Manu, Papi o como le dé la real gana, porque me tiene a sus pies rendido, esclavo sumiso y seguro servidor ―se abalanzó a besar la mano del travesti―; este señor se llama Marcial, es muy soso y está casado ―continuó la presentación sin soltar la mano de Gyhselle y ni siquiera dirigir una mirada a su amigo.

»En cuanto a lo de la fiesta, querido señor Bonifacio ―se volvió hacia el funcionario con la mejor sonrisa de joker que supo conseguir―, claro que vamos, faltaría más, solo estábamos bromeando, ¿verdad Marcial? Mira, si a esos señores de la Ínsula no les importa, podías llevar a tu mujer, seguro que Angelita disfruta allí con las amigas ―remató la faena con una estocada a su amigo en todo el morrillo.

Este, visiblemente cabreado, lo apartó sin miramientos y tomando a la supuesta brasileña por los hombros, le estampó sendos besos en ambas mejillas a modo de saludo.

―Marcial Buey, a tus órdenes ―estableció el tuteo desde el primer momento para marcar territorio―, tú chascas los dedos y ahí me tienes, meneando el rabo ―no pudo evitar la sutileza―. Mi señora, pobre, no va a querer venir, está embarazada y no es aconsejable que viaje; además en casa se siente más cómoda.

Bonifacio, que estaba disfrutando más que un gorrino en una charca, se unió a la polémica decidido a avivar el incendio.

―Por eso no se preocupe, don Marcial, el viaje será corto y muy cómodo, lo haremos en helicóptero, y en la isla, su señora encontrará todo tipo de atenciones. La residencia es un magnífico palacio modernista, que el duque mandó construir para su disfrute particular ―ocultó deliberadamente la verdadera función de picadero que tuvo el palacete en sus inicios―, y ahora es un pabellón de recreo de primer orden, doña… ¿Angelita?, me ha parecido entender que se llama, va a encontrarse allí divinamente, se lo aseguro.

Ahora fue Manolo quien desplazó a Marcial de un caderazo y cogiendo a Gyhselle de las manos, la apartó de su compinche un par de pasos, llevando a la chica a su territorio.

―Mira encanto ―ya la guerra de machos estaba desatada y era ocioso andarse con florituras―, estoy seguro de que tú, como yo, eres incapaz de separar a un futuro padre de sus obligaciones familiares, así que vamos a llamar a Angelita ―dijo sacando el móvil del bolsillo ante un Marcial que lo miraba espantado―, y que ella decida, ¿te parece?

Y sin esperar marcó un número en el teclado quedandoa la espera.

»Agelita, hermosa, soy Manolo, sí ¿cómo andas…?, claro, me hago cargo, y luego la tienda, que es mucho trabajo, tienes que estar hecha polvo…, entiendo…, sí, oye de eso quería hablarte, que estamos aquí, con tu marido, pensando en si te vendrías con nosotros unos días de vacaciones a la Ínsula del Duque…, sí, mujer, que nos ha salido un bolo allí. Te vendrá bien un poco de descanso, además están Conchi y Rosi, las tres mosqueteras, lo vais a pasar de muerte…, ¡claro, lo que yo decía! ―se volvió hacia la concurrencia con un guiño y levantando el pulgar en señal de triunfo―. Oye un sitio ideal, un palacio de cuento de hadas y con todos los gastos pagados ―miró a Bonifacio, que asintió divertido―. Pues venga, no se hable más, ya solucionamos luego la logística. Un beso, reina, cuídate. Arreglado ―sentenció, satisfecho, cerrando la comunicación.

A Marcial se le notaba en la cara que estaba a punto de sufrir un brote sicótico criminal y la brasilera de pega, que era más larga que la alfombra de una iglesia y vio venir la marejada, quiso poner paz.

Você é um ótimo amigo ―dijo acariciando la mejilla de Manolo―, e ambos são muito gentis ―concluyó interponiéndose entre los dos hombres, enganchada al brazo de cada uno.

Aquello pareció calmar los ánimos y Bonifacio aprovechó el cese de hostilidades para planificar el viaje.

En fin, marquesa, ¿cuándo estarás lista para volar a la ínsula?

Jimena, tras intercambiar con Hilario una fugaz mirada, contestó.

―La cremación será esta tarde, por cierto, Hilario, ¿los diez morenitos están preparados para acompañar a mi marido en su último viaje?

Este hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

―Listos y perfectamente enrollados para que quepan en el féretro, yo mismo me encargaré de que se cumpla tu voluntad.

―En ese caso, si mañana nos dan las cenizas, podemos viajar por la tarde ―propuso Jimena―, me gustaría pasar la noche en la casona; ya haremos el funeral en la finca de Jarandilla cuando volvamos, una vez terminemos con esto.

Bonifacio se mostró conforme y el trío carioca no puso objeciones.

―Te gustará el palacete, marquesa, una residencia hecha a la medida de un duque, vas a sentirte como en casa.

Jimena se encogió de hombros, no era precisamente turístico, su interés por la ínsula y dónde ella estaba realmente a gusto era en el campo, con sus caballos, los viñedos y su amante.

―A ti sí que voy a tenerte yo como una princesa, muñeca ―se chuleó Manolo amagando un azote en las posaderas de Gyhselle, que se echó a reír divertida.

―No se puede ser más cutre ―contraatacó Marcial―, esta preciosidad se merece un tratamiento de reina y yo te voy a hacer un trono de estrellas, corazón.

Hilario, Jimena y Bonifacio se miraron con expresión de picardía y fue este último quien, en un aparte y sotto vocce comentó:

―Estos dos van a terminar con el culo como la bandera de Japón, al tiempo.

Y volvió a encenderle una bujía a la Virgen, que agradecida respondió:

«¡Olé, olé, olé, olé, olé, olé y olé!»

Salieron todos del salón Almodovar, cada cual a preparar sus trastos para el viaje. Ninguno podía imaginar, ni remotamente, la colosal aventura en que acababan de embarcarse. Pero eso lo iban a descubrir muy pronto.

DAVID MERLÁN CASTRO

EL CUADRO

Las sesiones de espiritismo resultaban cada vez más aburridas ya que tras el frenesí inicial, se habían convertido en monótonas y repetitivas. Sin embargo, en aquella ocasión sucedió algo que lo cambió todo. El día en el que James, invitado por el anfitrión de la vieja Residencia Horsire a orillas del pantano de Preston se incorporó al grupo, algo maravilloso ocurrió.

Cuando todos el resto de los presentes, cinco invitados como él, se encontraban en éxtasis, el escéptico James asistió a unos hechos que lo dejaron estupefacto. El recién llegado ya iba a tirar la toalla y a romper a reír burlándose de toda aquella situación, cuando la luz de la vela que se encontraba en medio de la mesa se apagó de repente. James buscó una explicación lógica. Alguien o algo, una corriente de aire posiblemente, la habría apagado. Sin embargo, el hombre se quedó de piedra inmediatamente después de que toda la estancia se quedará a oscuras. Mientras todos se preguntaban qué había pasado, la luz de la vela se encendió de nuevo como por arte de magia. Su tenue luz iluminó la estancia y, para el horror de James, este se encontró solo sentando a la mesa.

La habitación estaba sucia, llena de polvo y con telarañas por doquier.

James miró a su alrededor desconcertado. No entendía nada de lo que estaba pasando.

De pronto, la temperatura bajó tan bruscamente, que una ráfaga heladora le recorrió el espinazo de arriba a abajo seguido de un escalofrío que le sacudió todo su cuerpo.

Repuesto del susto inicial, James se levantó de la silla y se propuso buscar una explicación realista a lo que allí sucedía. Por un momento pensó que todo aquello tenía que ser obra del gran sentido del humor del que, desde siempre, había hecho gala Willian Horsire, su gran amigo y anfitrión aquella noche.

Unos instantes después, agarró el portavelas con cuidado de no apagar la luz para no volver a quedarse a oscuras. Tras un ligero tintineo de la llama que le hizo temer lo peor, puso la palma de su otra mano por delante a modo de escudo y decidió salir de la habitación.

Empujó con cuidado el picaporte y, tras un ligero crujido, la antigua y pesada puerta de madera se abrió.

La luz iluminó generosamente la entrada de la casa, también descuidada. Dos butacones y un tresillo se encontraban tapados por unas amarillentas, viejas y raídas sábanas que alguna vez, habían sido blancas. Miró hacia lo alto. Una escalera de grandes proporciones ascendía majestuosa hacia el primer piso y flanqueaban su ascenso diez cuadros igualmente tapados por sábanas. En realidad, todos menos el último, que se vislumbraba desde donde se encontraba, pero que no alcanzaba a ver con tanto detalle como para adivinar su temática.

Intrigado por ello, comenzó a ascender por las escaleras sin dejar de mirar hacia el cuadro. Los peldaños crujían a cada paso e, instintivamente, se agarró con la otra mano al pasamanos. Unos instantes después, se encontraba cara a cara delante de él. Alzó un poco el portavelas para alumbrarlo mejor. Lo que vio, lo perturbó aún más. El cuadro versaba sobre la habitación en la que acababa de estar. En él se reconoció a sí mismo, visto desde una perspectiva casi cenital, acompañado de otras cinco personas que creyó reconocer como sus anteriores acompañantes. Uno de ellos, sin duda, era su amigo Willian. Se fijó todavía mejor y, para su horror, se apercibió de que detrás de él, de pie, a su espalda, una sombra lo acechaba amenazante. Un presentimiento recorrió su cuerpo aterrorizado. Se giró muy despacio, sintiendo que aquella negra amenaza se encontraba detrás de él, pero para su alivio, al darse la vuelta no había nada y James soltó un resoplido de alivio.

A pesar de todo, y perturbado más de lo que podía soportar, decidió salir de aquella casa lo antes posible.

Bajó las escaleras con rapidez, sin llegar a saciar su curiosidad sobre lo que habría en el piso superior. Una vez en la puerta, apoyó el portavelas en la mesita que se encontraba en la entrada, también tapado con un pequeño lienzo, y recogió su sombrero y su abrigo.

Abrió la puerta de la Residencia de su amigo y, cuando se disponía a salir, una sombra enorme apareció ante sus ojos, impidiéndole salir. Aquella cosa lo miró fijamente a los ojos y él, hipnotizado por su mirada tenebrosa, se quedó absorto en ella.

—James, es la hora —escuchó con claridad en su cabeza.

—Lo sé. Por una extraña razón, lo sé —contestó seguro de sus palabras.

— Vámonos, te están esperando.

—¿Quiénes?

— Los cinco, ¿quiénes si no?

James conocía aquella respuesta antes de escucharla y se echó a andar.

—¿Tardaremos mucho en llegar? —preguntó con curiosidad.

—En absoluto —volvió a escuchar en su cabeza.

La puerta de aquel magestuoso y enigmático lugar se cerró a su espalda.

Un cuadro de la escalera se descubrió. ¿Cual era su temática?

Quién sabe… Para descubrirlo, tendrás que entrar en la residencia Horsire junto a la orilla del pantano de Preston.

FIN

RAQUEL LÓPEZ

Abril 1945

El viaje no se hizo esperar, tenía que ir al lugar maravilloso donde mi madre fue feliz y experimentar aquella sensación.

Mi nombre es Patricia Evelyn Beauchamp, hija de Evelyn Beauchamp.

» Veo cosas maravillosas» Dijo el arqueólogo Howard Carter. ¿ Quién no conoce esa mítica frase?

Mi abuelo, Lord Carnavon, financió las excavaciones del valle de los reyes en Egipto, cuando descubrieron la tumba de Tutankamón. Fue todo un acontecimiento…

El clima en Egipto es muy seco, las tormentas de arena también llamadas Jamasín, se producen entre abril y mayo, fecha en la que decidí conocerlo y que por ende, me sentía parte de todo aquello.

El Cairo es una ciudad que te hace vibrar, exótica, fascinante y acogedora. Se entremezclaba las mágicas Pirámides con la fabulosa vista al Nilo, donde podía disfrutar de ellos desde el balcón del hotel donde me hospedaba y donde también se alojaron mi madre y mi abuelo, el Winter Palace de Luxor.

Dicen que existen dos lunas en el Sáhara, el satélite natural que alumbraba las noches de ensueño y el desierto blanco, con dunas resplandecientes. Estuve caminando un rato por ese desierto, todo era silencio con la única compañía del viento, plagado de maravillosos Oasis.

En aquel momento, el tiempo parecía haberse parado por un instante, mientras pasaban por mi mente imágenes que parecían cobrar vida de Carter y de mi madre, caminando también por las enormes dunas en busca de tesoros escondidos bajo la necrópolis.

Después, la serenidad del desierto se hacía corpórea.

Mi madre siempre acompañaba a mi abuelo cada invierno durante sus estancias en Egipto. Fue la primera y única mujer en entrar en la tumba de Tutankamón en noviembre de 1922.

Howard era muy joven, humilde, sin estudios y de modales encorsetados que trabajó duramente como arqueólogo.

Mi madre y él sentían una especial atracción y admiración, a pesar de la diferencia de edad, pero Carter, no tenía mayor compromiso que el trabajo y eso les alejó.

Iban juntos en sus numerosas expediciones después de fallecer mi abuelo. Sus largas charlas después de la cena siempre terminaban con una botella de champagne al lado de las pirámides desde donde se observaba la luminiscente luz de las estrellas, alumbrando el templo de Luxor. Pasaban veladas sensacionales según pude leer en su diario, paseando por la avenida de las esfinges hacia el templo coronado por un obelisco y gigantes estatuas de faraones vigilantes.

Pasado un tiempo, mi madre decidió quedarse en Inglaterra donde conoció al que fue mi padre y después de tenerme a mi, jamás volvió a Egipto, pero eso no impidió que tuviese correspondencia con Howard.

Después de todo aquello, me siento muy unida a Egipto y solo puedo decir la mítica frase que dijo Howard Carter…» Veo cosas maravillosas»

Creo que este lugar será mi nueva residencia para el resto de mis días, es algo que no se puede explicar, pero así lo siento….

CORONADO SMITH

San Francisco aparece en Plasencia

para apoyar a las almas solitarias

necesitadas de cuidados

y de amor, busca enriquecer sus almas.

Muchos lustros han luchado

para poder sobvrevivir,

bajo el yugo de los señoritos

en una época hostil.

Alegrías, risas, comprensión,

por fin han encontrado un sitio

donde se sienten otra vez como niños

donde vuelven a hacer amigos.

Una mujer peina ya muchas canas,

su soledad se vuelve compañía:

juega, recita, actúa,

se siente rejuvenecida,

pocos momentos más felices

ha tenido en su vida;

está rebosante de dicha.

Ring, ring.

Sí, dígame.

Lamentamos comunicarle

que su madre ha fallecido.

FÉLIX MELÉNDEZ

Residencia.

Residir en un lugar,

cuando no puedes

resistir;

cuando tienes

dónde vivir,

residir teniendo

residencia de por vida.

Sólo por la necesidad

de haber vivido mucho

y buscar ayuda

de los demás.

Residir entre residentes

nuevos amigos,

nuevo ambiente,

conocer otra vez

nuevos enemigos.

Tratar entre la gente.

Regalar tu casa, lo tuyo

y aguantar, soplar

sopitas calientes,

una habitación

compartida,

con vistas a la pared,

es lo que tienes,

después de luchar

durante toda la vida.

por una vejez cumplida.

Obedecer a los demás,

horario de comer,

horario de dormir,

esperar la partida de vivir.

¡Qué triste es la

soledad compartida

en residencias impuestas,

lo que te queda de vida!

BENEDICTO PALACIOS

RESIDENCIA

Había en lo alto de un peñascal un viejo y derruido castillo cuya propiedad dos pueblos se disputaban. No constaba leyenda alguna ni misterio fehaciente y por eso los muchachos habían olvidado su existencia, allí no había rincón para esconderse ni ventana por donde colarse, y tampoco atraía subir a la almena más alta porque desde las primeras piedras se veía lo mismo que desde las más elevadas. Si los hombres de siglo XV lo edificaron como refugio y residencia, allí no quedaba rastro alguno de defensa y sí mucha incomodidad. Así que la discusión entre los dos pueblos se había ido degradando y la propiedad quedado en el aire. El castillo no era una fuente de ingresos sino de quebraderos de cabeza.

Pero una tarde Patricia, una muchacha de quince años, apareció herida cerca de una de sus puertas y explicó al médico que le vendó la pierna que no se había caído sino que la habían empujado.«No estaba o yo no le vi pero existía.» —Se explicó.

El médico le recetó un calmante, mandó reposo durante una semana y aconsejó a sus padres que la vigilaran porque aquella muchacha veía visiones.

Sentada en un sillón de mimbre recibió la visitas de dos compañeros de colegio a los que explicó con detalle. Se había informado por unos recortes de un periódico de principios de siglo pasado, rescatados de un viejo armario, que el castillo fue edificado sobre una gruta, en la que existían pinturas rupestres y restos de pasadas civilizaciones y que en el interior moraban espíritus antiguos y que ella lo había comprobado en propia carne. «A ver quién si no me había empujado.»

No la creyeron y la tomaron por visionaria, pero la noticia corrió por las redes como la pólvora y los dos pueblos volvieron a las andadas. El alcalde de uno dijo que él también había sido víctima de los espíritus cuando un día se cayó de un burro. A lo que el del otro que era más escéptico repondió que no había espíritus y que no se inventara patrañas.

La discusión no hubiera ido a más de no haber sucedido que un muchacho del pueblo de los escépticos debió recibir la visita de un espíritu una mañana que se atrevió a subir al castillo y terminó rodando.

—Pues hay que avisar al obispo. —dijeron los dos alcaldes, que por una vez se pusieron de acuerdo— La presencia de espíritus excede las prerrogativas del cura.

Por tan buen acuerdo, también acordaron pasar una mañana en el castillo para comprobar en vivo la existencia de aquellos seres extraños. Y en tanto registraban se desató una tormenta y con el huracán un alcalde perdió el sombrero y el otro su bisoñé. Y no acertando a salir del aprieto de presentarse con la cabeza pelada, aguardaron a que se hiciera de noche y a escondidas cada cual buscó el amparo de su casa.

A la mañana siguiente, uno con el sombrero antiguo y el otro con gorra escribieron una carta al obispo dándole razones e invitándole. Y para convencerle de bondad de la obra añadieron a la carta unas fotografías.

—¿No creen ustedes —les contestó— que hay demasiadas piedras? Los espíritus no moran en lo seco y rígido sino en lo húmedo y oscuro.

La respuesta les desconcertó, porque allí arriba no había más agua que la caída del cielo y las piedras estaban a plena luz.

—Pues cerremos el castillo.

—Y hagamos una docena de habitaciones residenciales.

—¡Qué gran acierto! Vendrá el obispo a bendecirlas y el gobernador a inaugurarlas y saldremos en la televisión. ¡Menudo negocio!

Consultaron con el albañil del pueblo que les disuadió. A ver cómo lograrían subir al agua allí arriba. Aquella sería una obra de ingeniería.

Hablaron con otro distinto y la respuesta fue parecida.

—¿Tienes algunos conocimientos de albañilería? —Preguntó uno al otro— porque si estamos de acuerdo haremos allá arriba una habitación para celebrar los plenos.

¡Menuda se armó entre los vecinos! A punto estuvieron de morir los dos a gorrazos.

De entonces quedó en la memoria de todos esta celebrada sentencia que remedaba la clásica de Cervantes. No la pifiaron en balde el uno y el otro alcalde.

B. Palacios

JOSÉ LUIS USÓN

Una densa humareda emergía hacia el cielo, generando una especie de cumulonimbus negro, que partía en dos el radiante azul celeste. Los bomberos habían tardado en aparecer, e intentaban sin éxito controlar el pavoroso incendio, que por causas todavía sin determinar, se había producido en la residencia “El último suspiro”. En lo más alto del barrio, desde donde podían ver el espectáculo en todo su esplendor, los tres miembros del comando, disfrutaban viendo como las llamas consumían el edificio que en los últimos meses había sido su hogar.

*

Todo ocurrió, como ocurren a veces las cosas, cuando existe una tensión soterrada arrastrada durante mucho tiempo, un mar de fondo, algo latente que un día estalla con una pequeña chispa, un pequeño detalle sin importancia aparente, pero con la capacidad de destrucción de una bomba atómica de veinte megatones. Aquella tarde Marcial, Felipe y Tomás, junto a otros residentes, se disponían a comenzar el campeonato Interesidentes de guiñote. Esperaban hacerlo con la baraja nueva que la dirección de la residencia les había prometido, pero al llegar al salón comprobaron, que como tantas otras veces, no se había cumplido su petición. Tenían que jugar el campeonato con la misma de siempre, esa con la que llevaban jugando ya, unos cuantos meses. Esa en la que todos sabían perfectamente, viendo el envés de las cartas, cuáles eran los ases, los reyes, las sotas, casi conocían cada una de ellas, debido a las múltiples marcas que estas llevaban de tanto uso. Así era imposible jugar un campeonato medianamente serio.

Cuando empezaron las protestas, los gritos y las amenazas bastón en mano, hacia la directora y los trabajadores del centro, Marcial, que siempre era quien llevaba la iniciativa en este tipo de situaciones, se borró de golpe y desapareció, dejando huérfanos de líder al resto. La protesta no duró mucho, y al poco tiempo, todos se fueron a los sillones a matar el tiempo dormitando o viendo algún culebrón. Tomás y Felipe se fueron directos a la habitación de Marcial, les preocupó la falta de implicación de su amigo durante la protesta. Cuando entraron, lo encontraron ensimismado, mirando hacia lo lejos a través de la ventana, Tomás y Felipe siguieron la dirección de su mirada, intentando averiguar que llamaba la atención de su amigo, pero no vieron nada especial, nada que se saliese de lo habitual, la misma maraña de antenas, chimeneas y cables de luz de todos los días. Al cabo de unos segundos, Marcial rompió el incómodo silencio que se había instalado entre los tres.

— ¡Se van a cagar!

— ¿Qué? —Preguntaron al unísono, los otros dos.

— Que se acabó, que estoy harto. Hay que tomar medidas contundentes, nos estamos dejando pisar y no estoy dispuesto. Nuestros hijos nos aparcaron aquí, como quien aparca un coche viejo, bajo un cobertizo, sin importarle que vaya cogiendo polvo o se oxide su carrocería. Decidme, ¿Cuántas veces vienen a visitarnos? Yo os lo digo, casi nunca, algún domingo y siempre con prisa, siempre tienen un plan mejor, plan en el que, por cierto, nunca estamos incluidos. Y qué decir de este sitio, es una cochambre, oscuro, sucio, la comida es asquerosa, por no hablar de los trabajadores, que nos tratan sin humanidad, como si fuésemos una molestia.

Cuando les contó el plan, Felipe y Tomás se mostraron escépticos, protestar y quejarse estaba bien y era fácil, pero lo que Marcial les proponía, rebasaba todos los límites, hacía falta una decisión y una fortaleza para llevarlo a cabo, que no sabían si tenían. Al final, como ocurría siempre, logró convencerlos y juntos formaron el comando. Todo estaba milimétricamente calculado. Cada uno sabía lo que tenía que hacer en cada momento para que el plan saliese a la perfección.

Llegado el día B hora H, todo estaba perfectamente orquestado, los tres miembros del comando, se tenían que encontrar antes de que nadie se levantara, en la planta baja del edificio, junto a la máquina expendedora de café —por darle algún nombre a esas lavativas—, era importante que ninguno se retrasara, pues tenían que ejecutar todos los pasos, con puntualidad suiza. Pasaban treinta segundos de la hora y Tomás no aparecía, el nerviosismo empezó a apoderarse de los otros dos. Cuando ya iban a subir a buscarlo, apareció por el pasillo que venía desde los ascensores, con la bolsa al hombro.

— ¡Joder Tomás! siempre tarde.

— Claro, para vosotros es fácil, no lleváis esta maldita sonda. Refunfuñó.

No podían perder tiempo, así que la discusión no fue más allá. Una vez juntos, continuaron ejecutando cada uno de los pasos que tenían previstos y minutos más tarde salían a toda prisa por la puerta del jardín, tras haber pulsado la alarma de incendios. Luego se perdieron por el laberinto de callejas, hacia el barrio alto de la ciudad, el plan de fuga les había salido perfecto. Cuando llegaban a la parte más alta, oyeron la explosión, los tres se miraron atónitos, sin comprender muy bien.

*

Como todos los días a esa temprana hora, Remedios, cocinera de la residencia “El último suspiro”, se disponía a empezar su jornada, iba a poner el agua a calentar y puso la olla sobre la placa, había abierto el paso de gas, y cuando se disponía a aplicarle el mechero para prender la llama, sonó la alarma de incendios. Asustada, dejó sin pensar lo que estaba haciendo, subió corriendo las escaleras —la cocina se encontraba en el sótano, e incumplía todas la normativas existentes al respecto—, y se implicó junto al resto de trabajadores en la evacuación del edificio, cosa que afortunadamente, sí hicieron con diligencia. Para cuando la vieja sirena del techo de la cocina explotó, produciendo un chispazo, el gas ya lo había inundado todo.

AMPARO SORIA

-Cinco amigas-

Eduardo observa a su madre mientras esta pasea sin prisa por el amplio jardín. Piensa que ya merece descansar de preocupaciones y ocupaciones, algo innato en las madres. Esos días que ha pasado en su casa, su madre ha mejorado su estado de ánimo y actividad. A pesar de haber entrado por voluntad propia en la residencia, la ve siempre sentada y triste…Ahora debe volver al centro. Una idea dibuja una leve sonrisa en su rostro siempre serio. Su madre no permanecerá mucho tiempo ahí.

Las cinco amigas pasean un tanto renqueantes por el espacioso jardín floreado. Van cogidas del brazo como en sus años mozos. Su vitalidad y alegría parece haber vuelto a ellas en pocos días. Eduardo se ha encargado de ello. Tras varias semanas de gestiones y reformas, un luminoso chalet olvidado de su propiedad, ha sido rehabilitado con todo lo necesario para las necesidades de su madre y amigas en su misma situación. Comparten sus vidas; se organizan sus tareas, se ayudan, además de tener cada una su espacio vital cubierto; luminosas y acogedoras habitaciones individuales.

Carmen, Francisca, Otilia, Inés y su propia madre, Adela, no dejan de agradecerle esa oportunidad de vivir a su aire, pero en buena compañía ¡Y a gastos pagados! Eduardo se siente satisfecho al ver el resultado de su idea. Cinco mujeres mayores que comparten sus vidas, en buena armonía, recibiendo, incluso, más visitas que en la residencia o en sus propias casas. Para él son sus tías, porque las conoce desde niño. Le encanta verlas en la puerta del chalet, sentadas en sus sillas, a la fresca, como si estuvieran todavía en el pueblo. Escuchar sus pícaros comentarios recordando viejos tiempos, sus risas, sus recuerdos, sus discusiones…

Eduardo observa satisfecho a su madre mientras charla con sus amigas en el jardín; tranquila, animada y bien atendida. Esta vez, sí se dibuja una amplia sonrisa en su rostro siempre serio.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

DE CÓMO ACABÉ EN MI PEQUEÑA ISLA

Una agradable sensación de calor me acaricia y recorre mi cuerpo. Me gusta. Forma parte de mi rutina de todos los días. Aquí donde estoy, esto es lo más parecido a la felicidad. El único sonido que me envuelve es el hipnótico y relajante murmullo del ir y venir que se escucha de fondo, como de olas. Muchos considerarán un auténtico privilegio estar aquí, tumbada sin otra cosa que hacer. Yo, sin embargo, tengo mis dudas.

Mientras mis pensamientos vagan sin rumbo, noto como el tiempo se desvanece, resbalando entre mis dedos. Todo en este lugar adquiere un sentido diferente. No hay horarios, ni prisas. por no haber, diría que aquí no hay forma ni necesidad de medir el tiempo. Pero su paso es inevitable. Es una guillotina, una trituradora de sueños. Los míos quedaron atrapados para siempre la noche en que acabé varada en esta isla desierta. Mi isla desierta, solitaria y particular.

Para explicarles el origen de todo tendría que remontarme al día en que decidí liarme la manta a la cabeza, entregándome en cuerpo y alma al noble y antiguo arte de la navegación. Algo bastante inusual para una mujer, lo sé. Pero así soy yo. Intensa, caótica e impredecible. Harta de dar tumbos por la vida acabé invirtiendo todo mi dinero en una pequeña embarcación para el transporte de mercancías. Así, sin pensarlo mucho, con un par. Siempre he sido muy resuelta, por lo que pronto aprendí todo sobre el oficio. En poco tiempo ya realizaba mi ruta de manera regular.

Pero el mar, sujeto al criterio del destino y otras fuerzas que la mayoría desconocemos, puede llegar a ser el mejor o el peor compañero de viaje. Esa noche la moneda cayó del lado de la cruz, y no solo el rumbo de la embarcación, sino también el de mi vida entera, acabaron dando un brusco giro de ciento ochenta grados. La peor tormenta que recordaba en años se encargó de hacer todo el trabajo. Engullida por la oscuridad de las olas, mi brújula se volvió loca y ya nunca más conseguí encontrar el norte.

Cuando desperté, confusa y aturdida, era ya de día. Me hallaba rebozada de arena y algas por todas partes. Con torpeza, me incorporé y comencé a otear a lo lejos en busca de algún atisbo del barco, pero todo cuanto llegaba a alcanzar mi vista era una inmensidad azul y uniforme. No dejo de preguntármelo. Por más que he explorado detallada y meticulosamente la isla desde el momento de mi llegada, cuando el mar me escupió sobre la orilla, jamás he encontrado el menor rastro de presencia humana. Sin embargo, sé que hay alguien. Lo noto. Personas que me observan sin que yo las pueda ver. No sabría cómo explicar esta incómoda sensación, pero sé que están ahí.

Ignoro el tiempo que llevo en este lugar. Tampoco sé si alguien vendrá a rescatarme. A estas alturas ya no me importa. Me he acostumbrado a vivir así. Sola, a merced de mis pensamientos. Juraría que en realidad nunca he navegado ni he visto el mar y que todo esto es solo fruto de mi imaginación. Lo que sí es cierto es que un día se cansaron de mí, y de mi enfermedad. Una vieja escritora como yo no tiene más que eso, imaginación. Es lo único que me queda. Por lo demás, para la familia, los años y la torpeza son un estorbo. Por eso, aquella noche me aparcaron en esta residencia, a merced de las olas del destino. Y ya nunca regresaron, como tampoco la lucidez a mi cabeza.

Hoy hace sol. Vuelvo a escuchar las voces, pero sigo sin verlos. He perdido la cuenta de los días que llevo abandonada, intentando escapar, echando a volar mi imaginación, soñando que me nacen alas que me hagan despegar del suelo. Sé que tarde o temprano volveré a ser libre, volveré a ser yo. Algún día. Quizá en otra isla.

SERGIO TÉLLEZ

BITACORA

Llegamos a Huahine en la Polinesia Francesa. El crucero que nos llevó, zarpó desde Sidney en Australia veinte días atrás, pasando por Auckland en Nueva Zelanda.

Lo que más me impacto en el recorrido a pie por la pequeña isla, fue el espectáculo de anguilas nadando en zigzag, debajo del pequeño puente de madera, por dónde cruzaba un arroyo repleto de estos singulares peces de hasta dos metros de largo, considerados sagrados por los lugareños. Este solo fue uno de los innumerables viajes que compartí con mis padres.

Ni que hablar de los lujos dentro del crucero: piscinas al aire libre, solárium, gimnasio, juegos diurnos y nocturnos, espectáculos de teatro, música en vivo, casino, discoteca, spa, tiendas, restaurantes con comidas increíbles.

Mis padres decidieron desde el primer día, educarme de una manera digamos que no formal; nada de colegios, todo se aprendería en nuestra residencia, fuera del sistema académico convencional.

Ellos se repartirían las materias a impartir a medida que yo fuera creciendo; mamá enseñaría escritura básica, matemáticas y ciencias naturales; papá enseñaría literatura universal, filosofía, y su materia preferida: Historia y ciencias sociales.

El no tener una educación formal en mis años de escolaridad, nos permitía junto con mis padres, disfrutar durante todo el año de las maravillas que nos ofrecía este planeta. La libertad que nos daba el hecho de no estar amarrados a las normas impuestas, de horarios de trabajo y estudio, nos concedían escoger, mediante un sencillo juego, el lugar de la tierra a dónde iríamos en los próximos días.

En un tranquilo rincón de casa, mis padres se convirtieron en maestros, impartiendo sus clases siempre en tono cálido, mezclando sus enseñanzas con números y letras que iluminaban mi mente con cada palabra. Día a día recibí conocimiento, acompañado de lecciones de vida que me hicieron crecer como persona.

Está forma tan «sui generis» de educación, fue el detonante de la libertad de viajar por todo el mundo, aprovechando las «inmensas riquezas» de mis padres.

Hoy estaba en Huahine, en La Polinesia Francesa, la semana entrante quizá en Ushuaia en el fin del mundo; o tal vez en el monte Kilimanjaro en Tanzania, todo dependería de la suerte, al hacer girar aquel globo terráqueo.

Mi gran anhelo era que mi padre pusiera su dedo en Praga, capital de la antigua Checoslovaquia para atesorar su belleza y patrimonio histórico.

El globo giraba sin control y el dedo índice de papá se posaba de manera aleatoria sobre un punto de la tierra, parando en seco la bolita, que bailaba graciosa sobre su eje.

El color que dominaba el globo terráqueo era el azul que según mi padre comprendía el setenta por ciento de la tierra, y según mi madre, había treinta opciones de cien que el dedo de papá se posará sobre tierra firme, o lo que era lo mismo, de cada cuatro intentos de giro, 1.2 veces se posaría en tierra y 2. 8 en mar. Cada que el dedo tocaba el mar, se reiniciaba el juego hasta que tocará tierra firme. No importaba el sitio que se escogiera, por más inaccesible allí estaríamos.

Papá y mamá tenían ocupaciones, como cualquier ser humano, pero no estaban atados a un horario especial, eso sí, en la penumbra de la noche, cuando la ciudad dormía, ellos persistían. La luz de las farolas iluminaba sus esfuerzos, mientras se dedicaban a seleccionar cuidadosamente lo que otros prescindían con ligereza, y que para ellos eran tesoros escondidos.

Los materiales revalorizables, llegarían pronto a personas que les darían una nueva vida y utilidad. En tanto, yo esperaba con ansias en casa, para recibir toda la sapiencia de mis padres, pero en especial, programar nuestro próximo viaje a cualquier lugar del mundo.

Mis ansias por saber nuestro siguiente viaje, contrastaban con la mirada triste y melancólica de mamá, que disimulaba con una sonrisa poco convincente, mientras papá cantaba «Imagine» de John Lennon, y preparaba la pequeña mesa donde se colocaría el artefacto que daría cientos de vueltas y que nos llevaría a un fantástico viaje dentro de nuestra modesta residencia( una casita de bahareque y tejas de zinc), sin tiquetes, maletas, viajes largos, sol, nieve, lluvia, mosquitos y la interminable lista de molestas cosas que se atravesaban en el camino de cualquier viajero bendecido por la fortuna material.

ANGY DEL TORO

MISTERIOSO INCENDIO EN “BRUJAS”

“Última noticia, última noticia… Se ha descubierto que la Fuerza Vital que anima la Tierra, los vegetales, los animales y hasta al hombre, es la misma que puebla los demás planetas del sistema solar”.

— Entonces, ¿es cierto que somos un eslabón de la cadena? — comentan y se preguntan los transeúntes que avanzan cual alma que lleva el viento por las malgastadas avenidas y calles secundarias del Planeta.

— Sí señores, como lo escucharon, se está hablando de lo que un día fue el Planeta Tierra. —respondió el vendedor de periódicos.

— Pues hacia allá iremos —dijeron algunos de los que allí se encontraban.

— ¡Pos claro que vamos, no faltaba más! exclamó el investigador y máxima autoridad del Centro de Investigaciones Científicas del Laboratorio Místico del Espacio, el MS en Salud Ambiental SALOCIN OCINREPOC.

Cuando los llamados testigos afirmaron haber visto figuras muy similares a las humanas, las alarmas se dispararon. Cada cual daba una versión diferente. Se hablaba de que vestían como dioses alados, los dioses del Sol que llegaban montados en discos voladores y cubiertos de polvo cósmico. ¡Extraterrestres!

No hay más que hablar, “the time is money” —indicó el científico—hagamos la Ronda Espacial.

Embarcaremos y navegaremos por los océanos cósmicos en busca de nuevos horizontes, hallaremos “la piedra filosofal” o fórmula mágica que nos indique cómo comunicarnos con seres de otros sistemas solares.

Llegado el momento de partir y habiendo ignorado las fuerzas del orden interior, fueron interceptados en alta mar. De entre las estrellas y en medio de la noche oscura como lobo, aparecieron los Guardias del Espacio, fuerza represiva que resulta imposible de obviar. Aunque su intención no es precisamente detener la expedición, han dado el STOP y reclaman el pago del peaje.

—¿De qué habla este tío? ¿Y cómo quiere que paguemos? ¿se ha vuelto loco o qué? —preguntaban los expedicionarios.

Ante la confusión e intentando controlar semejante algarabía, MS. SALOCIN OCINREPOC, personalmente dirige la nave y pone rumbo a la constelación de Sagitario donde radica el cuartel general de la Osa Mayor. Hacia “El carro” también va una multitud de individuos que gritan y visten ropajes harto conocidos en la Tierra.

¡El Universo de Disney es nuestro! ¡Como es arriba es abajo! Y ustedes lo saben. Ya es real ¡Extraterrestres Uníos! ¡Esta es la Constelación de las Brujas! Vean el “Sombrero” que nos distingue. ¡No hay pérdida! El espejo mágico de las galaxias nos abdujo, pero eso nos importa un comino, lo que deseamos es vivir en armonía y gozar de placeres mundanos.

Daban fin a sus luchas por la conservación de la especie cósmica y disfrutaban de la gran fiesta en la Casa Halloween cuando fueron invadidos por las llamas, un siniestro de grandes proporciones había quedado atrás.

— ¡NOS HAN INCENDIADO LAS VEINTE ESQUINAS DE NUESTRO EXCLUSIVO BARRIO RESIDENCIAL DEL CIBERESPACIO! gritaban los encabritados huéspedes del espacio. Nuestras Casas de la Literatura, la Pintura y de Mitología se queman. También las de películas, series y comics arden en estos momentos —comentaban otros.

—¡A la carga con los culpables! el oráculo con sus poderes adivinatorios nos advierte de la maldad y la codicia que les destruyó su Planeta Tierra. Curen sus heridas hijos de Lucifer que aquí no se les ha perdido nada.

La reportera encargada de dar seguimiento a las noticias del “Espacio Cósmico” goza de una gran perspicacia y su presentimiento le afirma que hay conspiración por parte de los humanos. Los muy obstinados quieren monopolizar el mundo exterior. Lo ocurrido afecta la seguridad del universo.

El incendio en la residencia de las brujas se ha convertido en el catalizador que une a los Cazadores de Verdades y a los Vigilantes de la Galaxia Eterna en una misión común: descubrir la verdad detrás del fuego y asegurar que la luz del conocimiento brille una vez más en el universo.

La redacción de “Disparates News” confía en que Mme. Géminis Londoño entregue su reportaje a tiempo y que las noticias puedan ser publicadas en el estelar de la mañana.

EFRAÍN DÍAZ

Tarde o temprano llegaremos a una edad que, sin importar nuestras capacidades físicas y mentales, seremos vistos como ancianos decrépitos. Viejos incapaces de valernos por nosotros mismos. Seremos una pesada carga que nadie desea llevar. Entonces, la prole comenzará a conspirar sobre cuál es la mejor residencia para ancianos. El más apegado no escatimará en precio mientras que el menos, abogará por aquella que el anciano pueda sufragar con su retiro. Y no podrán ponerse de acuerdo excepto en una sola cosa: el viejo tiene que ir a una residencia.

A sus setenta y cinco años, Julián era un viejo fuerte. Había sido criado a la antigua. Cada mañana, luego de ir al baño hacía una hora de gimnasia, tomaba su café, limpiaba su apartamento y se sentaba a leer y a escribir. Era capaz de vestirse, cocinar sus propios alimentos y manejar su propio vehículo. No admitía ayuda de nadie. Era su forma de mantenerse activo y no caer en la decrepitud.

Sin embargo, sus hijos desarrollaron una fobia. Temían que a su padre le sobreviniera un infarto, un derrame cerebro-vascular o simplemente se cayera y no hubiese nadie que lo auxiliara. Con esa excusa y con la ayuda de un inescrupuloso abogado, internaron a Julián, contra su voluntad, en una residencia geriátrica.

Al llegar, Julián miró el panorama. No pintaba nada bien. Todos los ancianos estaban en horrendas pijamas, unos babosos y otros a punto de. Lucían abstraidos, lejanos, como drogados por los medicamentos. Morían agonizando lentamente en el estado más indigno posible.

En su primera visita, Julián le pidió a sus hijos que vendieran su residencia y depositaran los fondos en el banco. Sus hijos sonrieron llenos de júbilo. “Papá se esta acostumbrando” decian entre risas. Consumada la venta, depositados los dineros y con la ayuda de un testaferro, Julián abrió una cuenta de banco secreta, transfirió los fondos y como un fantasma, desapareció del hogar.

Al día siguiente se inició una intensa búsqueda. No habían rastros ni pistas de Julián. Se había marchado sin dejar huella. Sus hijos no se dieron por vencidos. Fueron a todos los noticieros y diarios en que fueron recibidos. La policía mantuvo la búsqueda por noventa dias. Al expirar dicho término, Julián paso a la lista de casos sin resolver, al cajón del olvido, en espera de una nueva pista o confidencia que nuevamente reabriera el caso. Pasaron los días y los días se convirtieron en meses y los meses se convirtieron en años. Los hijos, ya acostumbrados a la ausencia del padre, continuaron con sus vidas, esperando cualquier atisbo de comunicación.

Esa comunicación llego siete años después. Una mañana el mayor de los vástagos recibió una llamada de un extraño número. El número no era de Puerto Rico, sino de los Estados Unidos. Desconcertado, la contestó. Su interlocutor le habló en inglés, idioma que el entendía bastante bien. Era un granjero que tenía su rancho en el estado de Montana. Hacía siete años había recibido a Julián. Lo acogió como huesped y terminaron siendo grandes amigos. Julián lo ayudaba en las faenas de la finca. También lo acompanaba en las temporadas de cacerí. Aprendió el sigiloso arte de cazar y en sus temporadas, cazaba venados y patos. También cazó uno que otro oso en defensa propia. Había aprendido a convivir con los lobos. En fin, que Julián le habia contado la historia de la residencia y de como había escapado de ella. “Tu padre era de todo menos un anciano decrépito” le dijo el granjero al mayor de los hijos de Julián. “Lo tuve siete años en mi granja y murió hace tres días. Está enterrado en mi propiedad porque ese fue su deseo. Me pidió que luego de su enterramiento, te llamara. Esta es mi dirección, por si desean visitar su última morada, su eterna y verdadera residencia”.

HAROLD LIMA

Esta en los ojos.

Me siento vacía por dentro, un bardo sin una historia épica que contar a las masas, el sol me alumbra pero camino inquieto por los pasillos de estilo románico renacentista pop, sus arcos catenarios dejan entrar la luz a intervalos casi mágicos que nublan la mente en sueños delirantes, obra de solo un genio de la arquitectura. Al final está una batería de inodoros, mi verdadero objetivo de esta mañana, las curvas bruñidas de los inodoros son un deleite en sí mismas, funcional desfile de forma y función, siento que los fluidos regurgitados de mi estómago se sienten tan complacidos de fluir a través de lo que interpreto por una cascada de ensueños, me miró al espejo esperando encontrar mi rostro demacrado por la desesperación y solo veo una jovencita, tan bella que me repugna y regreso a los inodoros para desocupar algo más mi estómago; creo el consejo sobrepaso sus limites al aprobar una infamia tal, como un espejo que siempre devuelve la mejor imagen posible de su usuario. En su momento yo me opuse, en ese momento yo era la más joven miembro de la comunidad, los grandes maestros me daban palmaditas y el consejo me invitaba como oradora en las decisiones, pues cada obra mía hacia que la población entera saltará en elogios y vítores.

Poco a poco fui envejeciendo y mi arte se estancaba, cada día tenía menos ideas y me enfocaba en ideas obsesivas.

» la gente me envidia y son ellos los que no pueden apreciar mi trabajo» un tiempo después acepte que no tenía talento, me ofreci a otros para apoyar o ser parte de sus obras, de esta forma lograría pasar desapercibida ante los ojos del consejo. Esos días fueron de cargar bloques de piedra, ayudar en extraño monumentos, dejar que los bioartistas modificarán mi cuerpo a su antojo y asistir a los que deseaban hacer de sus propias muertes un perfirmance, todo para alargar un poco más mis días aquí, en espera a las musas que me harían la joven prodigio de antes.

Nada de eso llego, a pesar de estar rodeada de maravillas yo seguía estéril en mi creatividad y los primeros comunicados acerca de mi permiso de residencia llegaron. Ya esperaba algo así, no me sorprendio.

En algún momento me plantee suicidarme y hacer de eso mi gran obra final. Pero, reflexioné . «Que gracia tiene morir y que ellos aplaudan» seguramente mi ciudadanía se la darán a otra niña pobre que excaba entre la basura buscando lodo y desperdicios para hacer una obra de arte que los maraville.

Hoy es dia de presentacion, los miembros del consejo caminaran desnudos a la gran plaza y como perros que traen una pelota a sus amos, enseñarán las obras de la comunidad de artistas, los señores del cielo miraran fríos y aprobaran.

Es curioso creer que ellos solo hace 40 años exterminaron a la humanidad y antes de eliminar todo rastro de su existencia, encontraron algunas pinturas de algún artista mediocre, se conmovieron y decidieron dejar a los sobrevivientes y crear una comunidad idílica para que crearán arte y los sorprendieron.

Yo nací en los basurales de los límites de la ciudad, buscaba entre los desperdicios de obras culinarias, lienzos y pedazos de arte. Soñaba con vivir aquí donde las máquinas de los señores trabajan y los humanos solo crean belleza, sin preocuparse del mundo destruido y explotado por las máquinas mineras.

Estoy segura mi residencia será revocada ni acabada la presentación, ellos solo desean a los mejores, no a mediocres como yo.

«La belleza está en los ojos del espectador» me digo, mientras llevo gasolina para que Jjhosep se queme vivo en tanto canta una sección de opera, arrastro mi cola de lagarto que es parte del proyecto de Justine y me cuestiono el mal gusto de estos repugnantes alienigenas.

MARÍA JESÚS GARNICA

Allí estábamos, cogidos de la mano.

Yo te miraba y el cuerpo entero me cosquillea.

Tú y yo.

La residencia para personas especiales.

lo eres. Especial.

Cuando me dejaron aquí, por mi bien, tenía problemas de comportamiento.

Mi cabeza era un nudo, qué no podía manejar.

Y te conocí. La loca de las pinturas te llamaban.

Horas, días pintado.

Y yo me reí de tus pinturas.

Me miraste» Por fin alguien comprendió mi pintura» dijiste.

Hoy paseamos por los jardines cogidos de la mano.

YOMALCKRY OSORIO

En el hogar de los sueños ,poco a poco sus residentes fueron abandonando el nido .

Unos primero otros despues .

Las paredes se fueron agrietando ,y se fueron llenando con ecos unos de tristezas y otros de lamentos.

Los fantasmas se apoderaron de aquel inmenso pasillo teatro de múltiples y fantásticas alegrias .

Por las ventanas corren las lágrimas como lluvia sin avisar.

Todo queda en el concreto de revestimiento .

Las alegrias se transformaron en melancolias y nostalgias .

La felicidad que hubo un dia se transformaron en ausencias.

Las risas en iceberg.

Todo queda congelado .

La última en salir fue la matrona,el pilar,el sosten,el alma ,la roca que sostenia las columnas del refugio y que al mismo tiempo fue sinonimo de fortaleza y resistencia ,hoy descansa despues de tanto ajetreo por la vida.

Hoy ,cada espacio la extraña .

La residencia ha quedado vacia pero al mismo tiempo repleta de memorias interminables.

Y de recuerdos imborrables.

CARLOS RODRÍGUEZ

El distribuidor tenía sede en Madrid, se pasaría por sus oficinas una vez hubiese aclarado todas las pistas que le empujaban a Bilbao.

Tenía unas cuantas horas de carrera por delante, y si no querías que la noche se le echase encima debía salir ya.

¿No tendrás pensado ir en la moto?

– Claro que sí, como he hecho siempre.

– ¿Pero tú estas tonto? Esta claro que la moto la conocen bien, además de ser un vehículo fácilmente destrozable en un pequeño accidente, con lo que serias un blanco muy fácil. Llévate el SUV, yo apenas lo utilizo, me resulta más cómodo para moverme por la ciudad el pequeño FIAT 500. Además, seguro que ese coche no lo tienen controlado, hace casi un año que no sale del garaje.

– Vaya, no había pensado en eso, y lo cierto es que tienes razón… debo de estar perdido facultades – rió Vallejo.

– Mira que eres payaso, siempre con alguna coletilla para quitar importancia a las situaciones enrevesadas.

Prepararon el coche para su partida, llevando la maleta y algunas cosillas más a través de la puerta que comunicaba con el garaje por el interior, así nadie sabría del plan hasta que ya estuviera en el exterior de la vivienda.

Vallejo se despidió de ambas con un abrazo, un beso en la frente y un pequeño chascarrillo de los que él usaba a menudo – cuidaros mucho mientras yo estoy fuera, que será muy poquito, y ya sabéis… no hagáis nada que yo no fuese a hacer.

Amalia le acompañó hasta el coche y antes de que se subiera volvió a abrazarle fuertemente – no hagas tonterías por favor, la niña y yo te necesitamos de vuelta – y sin previo aviso dejó un beso rápido en sus labios y volvió al interior con lagrimas en los ojos.

El viaje fue algo más largo de lo que hubiera sido en circunstancias normales, pero las continuas comprobaciones para cerciorarse de que nadie lo seguía iban sumando minutos y kilómetros al trayecto. Caían ya las sombras de la noche sobre los astilleros del Nervión cuando Vallejo daba tres vueltas a la manzana donde se encontraba el hostal donde había decidido alojarse.

Metió el vehículo en un parking próximo, y como si de un turista extraviado se tratase se dirigió al edificio de la pensión, mirando a todas partes, como si tratase de encontrar la ubicación correcta, aunque en realidad miraba y remiraba a los pocos transeúntes que a esas horas compartían acera con sus pasos.

Dejó sus pertenencias en la habitación y volvió a la calle, las primeras horas de la noche eran las mejores para encontrar a una chica de la calle en su puesto de trabajo.

Por los informes de las detenciones asociados a la ficha policial sabía perfectamente cual era la zona que debería visitar si quería dar con quien había compartido cama con Genarez en su última noche entre los vivos.

No se había equivocado, tras algo mas de media hora de callejear arriba y abajo observando a las chicas de cada esquina y lanzar visuales desde la puerta de cada bar ¡allí estaba ella! Caminaba despacio, como lo haría una modelo sobre la pasarela, con la cabeza tal alta como su minifalda, segura de que todas las miradas seguían su contoneo, tanto hombres como mujeres se giraban con un brillo en sus ojos entre lascivo y de admiración.

Vallejo se detuvo a la altura de un portal bastante amplio, esperó a que la mujer estuviese a tan solo un par de metros y le habló para que detuviera sus pasos.

– Buenas noches, me han dicho que si quería algo realmente especial debería de buscarte.

– Conmigo todo es especial, cariño ¿acaso has visto un cuerpo como este alguna vez?

– No hay duda de que no hay escultor capaz de tallar nada tan fino, si estas disponible quisiera disfrutar de tu compañía esta noche.

Vallejo había optado por hacerse pasar por un cliente para no levantar sospechas y poder sacarla de la calle, sólo así podría interrogarla sin que su chulo se les echase encima y no levantar la liebre identificándose como policía.

Cerraron la negociación sobre el coste del servicio y se fueron calle arriba, las señas donde entraron eran las que figuraban en la ficha como domicilio de aquella chica. Una vez dentro Vallejo quiso asegurarse de que no había nadie más, y que nadie podría entrar e interrumpir su conversación.

– Eres un poco rarito ¿de qué tienes miedo? … ¿no serás un sicópata de esos?

– No, puedes estar tranquila, soy policía – dijo mientras mostraba su placa.

– Joder… y pretenderás que el servicio te salga gratis, menuda suerte la mía.

– No, hoy no habrá ningún servicio. Anda, siéntate donde la mesa y hablemos.

Antes de comenzar con las preguntas saco de su bolsillo una pequeña grabadora, su block de notas y un reluciente bolígrafo plateado.

Parecía que la noche iba a ser más bien larga, Ángela no hacía más que contestar con evasivas, no sé, yo no hice nada, a mi sólo me pagaron por complacer a aquel tipo. La paciencia de Vallejo estaba a punto de sucumbir cuando la joven se derrumbó.

– Tú ganas, pero poco puedo decirte. No fue aquel hombre quien contrató mis servicios, fue una mujer, una morena escultural que decía querer darle una alegría a un amigo. Ella me pago el día que contacto conmigo, luego no volví a saber de ella hasta el día antes del trabajo, que se presento aquí, en mi casa, y me dijo que cogiese ropa para dos días y la acompañase.

– ¿Tiene nombre esa mujer?

– Supongo que sí, pero no me lo dijo. Aquella noche se tomó un par de copas con aquel tipo y conmigo. Recuerdo que ella le llamaba Genaro.

– Sigue hablando… ¿Qué paso después?

– Ella me había dicho que llevara unos gramos de coca, pero quería que fuese buena, no le importaba el precio.

– ¿Consumisteis los tres?

– No, ella ni siquiera la probó, cuando el tipo iba por el segundo tiro se despidió y se fue. Nunca he ganado tanto sin hacer nada.

– ¿Cómo que sin hacer nada?

– Sí, aquel gilipollas sólo quería ver como me desnudaba para masturbarme, luego me pidió una mamada y se durmió antes de correrse ¿te lo puedes creer?

– Puedo entender tu decepción. Háblame de la mujer.

– ¿Qué quieres que te diga? Era morena, pelo largo, muy guapa y con un cuerpazo, te aseguro que si se hubiera quedado a la supuesta fiesta le no le habría cobrado, me gustaría haberme comido cada centímetro de aquel cuerpo.

– ¿La reconocerías si la vieses?¿podrías guiar a un dibujante para un retrato robot?

– Si la veo seguro que sí, ahora que lo otro… no soy muy buena para fijarme en los detalles.

– Esta bien, volveremos a hablar, que ni se te pase por la cabeza desaparecer.

Era evidente que aquella infeliz no tenía ni idea de lo sucedido, pero tal vez el dibujante podría hacerle recordar algunos rasgos y a partir del dibujo darían con la mujer que tantos dolores de cabeza le estaba causando.

Regreso a la pensión para descansar un poco, darse una buena ducha y volver a la calle, esa mañana visitaría al encuadernador, tal vez esa otra línea le deparase resultados más halagüeños. Tomó un taxi para llegar hasta la dirección que había obtenido con su juego del grafito.

La dirección era correcta, un viejo rótulo sobre la puerta así lo indicaba, aunque al flanquear el umbral un sentimiento de desilusión le invadió, el negocio parecía haber cambiado por completo para convertirse en una papelería y un centro de fotocopias.

Un joven de poco más de veinte años asomó tras el mostrador para atenderle. Vallejo le preguntó si hacían trabajos de encuadernación, aquella pregunta hizo cambiar la cara del joven quien respondía que esperase un momento para ser atendido por otra persona mientras abría la puerta de la trastienda para llamar a alguien.

– Dígame joven ¿Qué tipo de trabajo necesita? Dice mi nieto que busca usted encuadernar algo.

– Más bien lo contrario ¿es usted la responsable del negocio?

– Así es, Francisca… aunque todos me dicen Paquita ¿en qué puedo ayudarle?

– He recibido un libro que según parece ha sido encuadernado por ustedes.

– ¿Tiene usted el libro aquí?

Vallejo sacó el libro y lo dejó sobre el mostrador, la mujer lo tomo en sus manos y de forma automática las lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos y de su rostro se borró la sonrisa que había estado luciendo.

– ¿Ocurre algo?

– No reconozco este libro, y eso es muy raro, pero solamente mi marido podría hacer un trabajo como éste.

– ¿Podría hablar con él? Tal vez haya hecho el trabajo sin que usted lo supiera.

– No sabría que decirle, la forma en que esta realizado sin duda es la que él escogería, el problema esta en que este libro no lleva montado más de un mes, todavía puedo sentir el olor de la cola que el mismo preparaba.

– Habla usted en pasado, ¿acaso ha fallecido?

– No por Dios, afortunadamente todavía le tenemos con nosotros, pero desde hace unos años la enfermedad no le deja trabajar. Mientras yo estoy aquí, él pasa las horas en una residencia de día donde tratan de frenar el avance de su dolencia ejercitando su memoria y su cuerpo.

– ¿Cree que podría haberlo hecho como una manualidad en el centro?

– No podría decir ni sí ni no, pero puedo preguntar.

No se preocupe, si me da usted la dirección yo mismo me pasaré por allí. Por como habla usted de él debe de ser un hombre fantástico y es evidente que un magnífico profesional. Si a usted le parece bien, me gustaría conocerle.

FRAN KMIL

LA TEMPESTAD

La residencia se encontraba en un pequeño acantilado cerca del mar, tan cerca, que las olas embravecidas llegaban al portal, tocaban a la puerta metálica y amenazaba con derrumbarla. Menos mal que Alcibiades, conocedor de la zona, de ciclones y mares furiosos, en cuanto notó la oscuridad del cielo, oyó el rugido aún distante del mar y sintió la humedad del aire, recomendó desarmar las casas de campañas y guarecerse en la vieja construcción.

—Es un ciclón — advirtió oteando el horizonte e inspirando profundamente el aire, como si quisiera saborearlo o interrogarle para extraerle todos los datos atmosféricos.

—¿Cómo ciclón si estamos en febrero? —Preguntó Lilian algo dudosa de la veracidad de sus palabras.

—Vamos para la residencia porque ya no hay tiempo para desandar lo andado —dijo sin prestar atención a la duda de Lilian —Es un ciclón y de los grandes —gritó furioso, molesto con la naturaleza que había venido a interrumpir los entrenamientos de concentración, meditación y viajes astrales programados para ese fin de semana.

—Traigamos rocas lo más grande que podamos para una vez dentro, ponerlas en la entrada y que sirvan de rompeolas y refuercen la puerta —ordenó.

La tarea se cumplió justo antes de comenzar los vientos y la lluvia.

Eran un pequeño grupo unidos por la espiritualidad que se habían dado cita para pasar un fin de semana alejado de la civilización, desconectados de la redes y en contacto con la naturaleza.

—En el parte meteorológico ni siquiera estaba anunciada lluvia —Informó Alfonso cuando ya comenzaba a caer las primeras gotas.

—El instituto de mentirología, dirás tú. Como siempre, nunca dan en el clavo —Agregó Felipe con sorna.

Esther, con una tranquilidad inusual para la situación, caminaba palpando las paredes con las palmas de las manos y mirando al destartalado techo, llegó a los restos de lo que parecía haber sido antiguamente una escalera y se sentó en el primer y único peldaño que quedaba.

—Va a resistir, me lo dijeron las paredes —comunicó al grupo —Esta casa conoce mucho de mal tiempo y ciclones —anunció.

A pesar de ser casi mediodía, en pocos minutos el cielo se oscureció tanto que no podían verse ni la palma de la mano.

—Vamos a juntarnos donde está Esther —Sugirió Felipe.

—¿y cómo, si no veo nada? —preguntó Alfonso.

—Por el sonido —propuso Esther y comenzó a cantar al Señor.

Una vez unidos, por recomendación de Alcibiades, se tomaron de la mano y cada uno gritó su nombre para que los demás estuvieran seguros de su presencia.

Pronto dejaron de oír la voz de Esther porque el ruido de la lluvia, del viento y las olas rompiendo contra la metálica puerta de la entrada era tan fuerte que ninguna otra cosa se oía, ni siquiera el horrendo gritó de Alfonso pidiendo socorro a su creador.

El agua comenzó a subir, sentían la humedad subiendo desde los pies hasta llegar al cuello y amenazaba con taparlos.

—ADIÓS COMPAÑEROS —Se despidió Esther.

De haberse podido eliminar el ruido, cada uno hubiese escuchado la despedida de los otros.

Súbitamente dejó de llover, el viento se calmó y las olas dejaron de bramar. Abrieron los ojos cuando percibieron la luz del sol, porque en la oscuridad el ser humano instintivamente tiende a cerrarlos. El agua no sólo se había retirado, sino que todo estaba seco como si nunca se hubiese mojado.

—¿Y el ciclón? —preguntó intrigado Felipe.

—En sus mentes —respondió Alcibiades risueñamente.

EVA AVIA TORIBIO

Residencia, Donde van a parar

Tengo, no se ni la edad que tengo ya, solo sé que he vivido muchos lustros. Si mi engendro de nieta o mi hija me escucharan utilizar esa palabra…, no quiero pensar lo que me dirían. ¡Al grano, que ya divago! Que una ya se va haciendo mayor y tiene que tomar una decisión. He decidido utilizar la herencia de mi primo Silfrido, ¡ahh, que no te acuerdas quien es, pues para eso está la hemeroteca!, para algo más que comprar a estas dos, una por pelandusca y la otra por vaga, cosas inútiles, ¡me voy a una residencia!

Lo tengo todo listo, no necesito mas enseres que los cuatro trapos que llevo en la maleta, ¡total allí, tengo de todo!; peluquería, masajista, cafetería, me lavan la ropa… ¿¡Qué más puede una pedir!? Voy a estar como una reina. ¡Se van a cagar cuando lean la carta que les he dejado en la mesita de noche!

Unas horas más tarde, llegan madre e hija de estar de compras en el centro comercial.

—¡Abuu! —gritando, Katherine—. ¡Mira que te hemos comprado mi vieja y yo! —Soltando las bolsas encima de la mesa del salón.

—¡Así que tu vieja! —Dándole una colleja—. ¡Anda trae pacá esas bolsas que tu abuu, como tú dices, desde que abrió la caja de Pandora no sale de su cuarto! —Cogiendo las bolsas.

—¡Joo, mamá, como te pareces la abuu! —Frotándose la cabeza.

—¿Tú te has mirado en el espejo? ¡Qué pareces una calcamonía de ella! ¡Vamos al cuarto a darle una sorpresa! Esto no se lo va a esperar —sonriendo.

Entran al cuarto y las que no se esperaban lo que iban a encontrar han sido ellas. Sus enseres más preciados, incluido el baúl donde atesoraba sus vienes más preciados de juventud, ¡ahh, que tampoco sabes a que me refiero, pues sigue tirando de hemeroteca!, bueno, no voy a ser mala, en el relato Libro, conociendo a Antonia, encontrarás a que me refiero, ¡upps, que ya parezco Antonia divagando!, ya no está y en su lugar una carta escrita a puño y letra, Antonia y las tecnologías más allá de una buena televisión no hacen migas.

“Mis queridas pelandusca e engendro de nieta, he tomado la decisión de marcharme a una residencia, se llama Donde van a parar, en el reverso de la carta os dejo anotada la dirección y el teléfono, por si queréis ir a visitar a esta anciana.

—¡Coño, que la abuu se ha ido! —Sorprendida por lo que está leyendo, deja caer la carta al suelo y cae desplomada al suelo.

—¡Katherine, hija! —Moviéndola.

—¡Estoy bien, mamá, que me descoyuntas! Solo ha sido un vahído. La abuela nos ha dejado —Lagrimeando, señala la carta.

—¡La abuela nos ha dejado! —Cogiendo la carta—, ¿¡qué te has fumado, que también quiero!?

—¡Tú si que te has fumado algo! Dame que la leo en voz alta —Quitándosela.

—¡Engendro de niña, maleducada! —refunfuña, Silvia. Se sienta al lado de su hija.

“Mis queridas pelandusca…

—Que manía con mi madre de llamarme pelandusca, yo no tengo la culpa de que los hombres me lleven de calle, ¡ja, ja, ja!

—Reconoce, mamá, que eres un poco zorra.

Voy a salir a la calle a gritar lo que siento… —cantando y moviéndose al son de la canción.

A los cuatro vientos… —siguiendo a su madre—. Prosigo.

Mis queridas pelandusca e engendro de nieta, he tomado la decisión de marcharme a una residencia, se llama Donde van a parar, en el reverso de la carta os dejo anotada la dirección y el teléfono por si queréis ir a visitar a esta anciana. Ha sido una decisión muy meditada en la que por supuesto no tenéis ni voz ni voto y que fui madurando a medida que iba visualizando los recuerdos de juventud. Desde que herede en lo único que se ha invertido ese dinero ha sido en derrochar, y ya va siendo hora de que lo utilice en mí. No lloréis, voy a estar rodeada de personas que me van a tratar como una reina. Os quiero, mis hijas, y perdonar a esta anciana si he sido muy dura con vosotras”

—Mamá, ya estás tardando en coger las llaves y llevarme con la abuela. ¡Contigo no me quedo! —Cogiendo su mano y arrastrándola con fuerza fuera de la habitación.

—No hacia falta que me lo dijeras, la residencia de la mamá es esta, ¡y punto!

Cogen las llaves, montan en el coche y toman la nacional dirección a Donde van a parar. Una vez llegan a esa dirección, no pueden creer lo que ven sus ojos. Silvia coge el móvil y llama al número que su madre les había dejado.

—Residencia “Donde van a parar”, le atiende doña Antonia, ¿en qué le puedo ayudar?

—¡Mamá, que clase de broma es esta! —Saliendo del coche.

—Hija, si que has tardado poco. ¿Y mi nieta como se lo ha tomado?

—¡Abuu, sal que estamos en la puerta! —grita desde el otro lado del coche mientras cierra la puerta.

Segundos después, sale Antonia con un gato entre sus brazos.

—¡Abuu, como mola esto! —Acariciando al gatito.

—¡Es una broma verdad, mamá! —encogiéndose de hombros porque su madre se la vuelto a liar.

—A que sí nieta. Venir, que os enseño la residencia de animales que he montado —sonriendo, les invita a pasar.

—Como mola y el nombre te ha quedado brutal —le dice satisfecha, porque su abuela no la ha abandonado, simplemente quería hacer realidad un sueño de juventud.

GRACIELA PELLAZZA

Esta es mi casa.

Cuando miro el techo en la habitación cuadrada, me digo, esta es mi casa.

No importa lo que tú veas, si te gusta o no te gusta, estoy llena de propósitos, he llegado aquí con un racimo de voluntades

Tengo el tiempo de mis relojes de arena, para sacar la basura y acomodar los brotes, florecerá cuando sea su momento, y en los tapices verdes caminaré descalza. La llanura del empeño.

Fue así.

De la nada.

Del centro hacia fuera.

Como bolitas de rosario fui rezando la oración, el nácar del deseo, para encontrar el lugar donde quedarme.

Debía transformar el hueco del pecho, para poder armar el plano de mi casa. Y hacerlo bien. Sanar con sopas de calabaza.

Amarse es un proyecto.

Aquí vivo

En un tres por tres, sosteniendo las emociones nobles para que perduren, y se hagan viejitas conmigo.

Huele a limón

Yo huelo a limón

Ya no recuerdo de donde vengo, pero si sé, adonde voy.

De lejos…Si vienes por mí

Verás el sol de las doce, naciendo en la ventana.

RUFINA SEVILLA

Residencia

Historia de una vieja amiga

En la residencia

con una vieja amiga me encontré

Al verme,lloraba

Las lágrimas de sus ojos

su rostro bañaba

Yo la vi tan amargada

Que la tristeza la ahogaba,

Le pregunté por su familia

Y a pena me contestó.

Al rato me contestó

Entre penas y suspiros

Tengo una pena muy grande

Desde que aquí me trajieron

Me encuentro sola en la vida .

Los hijos partieron mis intereses

Todo lo que yo tenía

Que en vida yo adjunte

Me trajeron aquí

Para que aquí muriera

Rezando le pido a Dios

Porque no me llevá

Dónde mi esposo marchó.

Tanto que quise a mis hijos

Como me haces esto señor

Solo le pido al señor no lo tenga en cuenta

Porque la vida es muy larga

y puede darse la vuelta.

CARMEN ÚBEDA

El último habitáculo

_____________________

Mira que te lo advirtieron pero tú, terco qué terco.

¿No te provocaba nauseas ver la presentación, de las cajetillas con esas fotografías?

Ya ni el dentista pudo hacer nada por tus encías. No hay trasplante ni cirugía que las enmiende.

Acabaste sorbiendo sopas, bebiendo licuados y comiendo alimentos blandengues. Estabas asqueado de todo… de modo que empezaste con la copita de coñac para amenizar con los cigarillos y terminaste agarrando unas cogorzas de caérsete los pantalones.

Levas tres meses en este hospital. Va siendo hora de que cambies de residencia. Te vienes conmigo, pero antes, tu última bocanada de humo.

La parca encendió un cigarrillo y lo pusoen la boca de su oyente.

Aspira profundamente y pasarás entre nebulosas al eterno habitáculo de los muertos.

MAITE BILBAO

RESIDENCIAS PARALELAS

El aroma a alcohol y soledad impregna el aire de la Residencia “El Roble”, un lugar que para Pedro, un anciano de mirada perdida y cabello blanco, se ha convertido en un purgatorio en vida.

Cada día es una batalla contra la incertidumbre y desmemoria. El único recordatorio es el calendario sobre la pared en la que cada día marco, con una cruz temblorosa, el paso del tiempo. 1 año, 2 meses y 4 días ya, en este lugar de muerte.

Mi hijo me trajo después del incidente. No entendí por qué se alarmó tanto por haber dejado el gas encendido, dicen que estoy más seguro aquí. No acabo de entenderlo, pero lo acepto.

La soledad me envuelve como una mortaja, un vacío que ni siquiera mi compañero de habitación, Manuel, sordo y frustrado por la incomunicación, que continuamente se enfada, puede llenar.

Nos repiten que la rutina es lo que nos conviene: desayuno temprano e insípido, una ducha rápida, horas muertas en el salón, donde la televisión transmite imágenes de un mundo al que ya no pertenezco. Estamos tantos viejos en esta residencia que a las pocas auxiliares no les da tiempo. “¿Para qué más?, no somos útiles en este destierro.”

Llueve, nos toca mirar la vida por la ventana hasta la hora de la comida. Dicen que a nuestra edad no necesitamos más. Después siesta, tengas o no sueño, tras ello vendrán las visitas.

Otro día más de esperanza e ilusión, que se quiebra con la voz de mi hijo, tras el teléfono. Bálsamo momentáneo para el alma. Las mentiras piadosas que inventa para justificar la ausencia acentúan el dolor que siento. Hace tanto que no lo veo que ya no recuerdo su cara.

Una merienda dulce para mitigar la pena, es el premio.Y llega la noche cruel. Las pastillas para dormir me sumen en un sueño artificial, un escape de la realidad.Amanece, otro día, un paso más hacia el inevitable final del encierro, del que solo saldré muerto.

*

Marcos, un hombre de mediana edad, con una mirada cargada de remordimiento se encuentra cumpliendo condena en Cantabria, en el centro penitenciario “El Dueso”.

Cada minuto es una cuenta regresiva hacia la libertad condicional, la oportunidad para redimirse de los errores.

1 año, 2 meses y 4 días cumplo hoy, un macabro cumpleaños que celebro cada día, con mi compañero de celda. La vida en la cárcel es dura. La monotonía, la frustración por la falta de libertad, y la incertidumbre del futuro es la pena que he de pagar. Busco salida para canalizar la ira y culpa en el taller de carpintería. Crear algo con las manos es mi refugio y el futuro para cuando los barrotes se abran hacia la libertad anhelada.

Las visitas de mi esposa e hijos son luz en esta oscuridad que siento. Ellos se merecen alguien mejor al salir, y ese es el motor que me impulsa.

Cada día es una batalla contra el pasado, una lucha contra la tentación del regreso a viejos hábitos, tan cercana aquí dentro. Pero la esperanza es mi arma poderosa, reconstruir, recuperar la confianza de quienes me aman y convertirme en alguien útil en la sociedad.

Suena la alarma, cada noche antes de apagar las luces, Marcos sueña con otro día menos para comenzar el camino hacia una segunda oportunidad, por la que está decidido a recorrerlo.

FELIX LONDOÑO G

Ya que lo preguntas, te diré que su residencia es mental, no tiene los pies en la tierra. Sufre de esquizofrenia. Vive prisionera entre los barrotes de su cabeza, acechada por los demonios que dice que la acosan sin tregua. Según ella, yo soy uno de esos malignos, de hecho el que preside los aquerrales en su contra.

JUAN PEÑA

Castillo de Kolossi, Chipre, anno Domine 1295

El etesio hacía ondear las banderas en los torreones, se lo escuchaba silbar al colarse por las aspilleras y los recovecos; levantaba polvo en los campos de olivos, llevándolo hacia el sur, empujándolo al mar. Era un viento seco, fuerte, tenaz, parecido a Jacques de Molay, el gran maestre de la Orden del Templo que, sentado en una sella castrense, observaba al hombre cargado de cadenas, sucio, barbudo, greñudo, andrajoso, con la cabeza hundida y las manos engrilletadas a la espalda, que estaba arrodillado sobre las losas, frías e irregulares, de una de las capillas subterráneas del castillo de Kolossi, mientras pensaba que él, como el etesio, también quería ir hacia el sur, volver a poner los pies en Tierra Santa y, a mayor gloria de Dios y de Roma, reconquistarla.

Se acarició la barba, larga y canosa. Amagó un suspiró. Sus esperanzas de recuperar los Santos Lugares pasaban por el reo que tenía delante, aunque no le gustaba la idea y temía las consecuencias. Sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados, mientras se empolvaba la cruz patada, se oxidaban los mandobles y los infieles profanaban reliquias y templos sacros. No era ese su talante ni la encomienda de Dios cuando lo guió a enrolarse en la Orden. Su misión era otra y santa.

A pesar de todo, dudaba. Ninguno de sus antecesores había recurrido al preso. Era peligroso, como jugar con fuego y no con el de una hoguera, que también, sino con el fuego eterno del infierno. Mezclarse con esa ralea rozaba o caía de lleno en la herejía, una u otra sentencia dependería de que la empresa tuviese éxito o acabase en fracaso.

Pero la situación era acuciante, tras la caída de Acre en 1291, los templarios se vieron obligados a replegarse hasta Chipre, su último bastión. Y la fe o, quizá, la ambición de Molay no soportaba más la espera de volver a Jerusalén, al templo de Salomón, a casa, a la Residencia que les daba el nombre. Pero a la Orden, aunque ahíta de riquezas e influencia en Europa, le faltaban fuerzas para enfrentar a los mamelucos.

Una fuerza y un poder que el despojo humano que tenía ante sí, le podía proporcionar.

No era la primera vez que lo veía. Lo había visto muchas veces durante los treinta años que llevaba en los Templarios. Siempre preso, siempre encadenado, siempre bajo la vigilancia del gran maestre de turno.

Había preguntado, pero nadie le supo dar razón de quién era ni por qué estaba preso. Solo sabían que llevaba cautivo mucho tiempo, tanto, que la realidad se confundía con la leyenda. Algunos afirmaban que fue el mismísimo Hugues de Payens, fundador de la orden de los Pobres Compañeros de Cristo del Templo de Salomón, el que lo apresó, y que mientras siguiera preso, la Orden perduraría.

«Una superchería», se dijo de Moray, aunque reconoció un atisbo de duda e intranquilidad en su corazón, que tembló como las llamas de las antorchas en las paredes.

Si al principio, el reo le causaba lástima, ahora, le producía urticaria solo mirarlo. Conocía el secreto que escondían y atenazaban las cadenas. Un secreto transmitido de gran maestre a gran maestre. A él, se lo había revelado su predecesor, Thibaud Gaudin. Se lo dijo en esa misma capilla, con su último aliento. Recordaba las palabras: «De los que hubo y los que habrán, es el mago más poderoso sobre la tierra».

Y Jacques de Moray, hombre de fe igual que de espada, abominaba de los de su especie. El reo era un mago, un hechicero, un hereje a ojos del Altísimo y de los hombres píos. Utilizarlo contravenía las enseñanzas de la Biblia y sería semejante a adorar a un vellocino de oro, aun así, podía retornar el lustre a los Templarios, no solo eso, podía encumbrarlos hasta que uno de ellos rezara sus oraciones en el Sancta Sanctorum; ayudarlos a conseguir un poder que les permitiera extender sus reglas, mucho menos timoratas, interesadas y mundanas que las de la Santa Iglesia y, ni qué decir, que las de los reinos, sobre todo, el de los francos, que cada vez codiciaba más poder y menos tutelaje.

Eso, claro está, si el poder de ese hombre era tan imponente como le había asegurado Gaudin…

―Está escrito en Éxodo que: «A su vez, el faraón llamó a sus sabios y hechiceros, y los magos de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos. Cada cual tiró su bastón y se convirtieron en serpientes, pero el cayado de Aarón devoró los otros cayados» ―citó Jacques de Molay y su voz retumbó en el techo abovedado y alargado de la capilla.

El reo sonrió con desdén y, sin levantar la cabeza, replicó:

―Esas palabras cuentan la verdad, pero esta no recae en la falsedad de los hechiceros del faraón, sino en que Aarón era mejor mago que ellos.

―¡Aarón no fue mago! ―exclamó Molay, aunque se calmó al instante y dijo―. Realizaba prodigios porque Dios le concedió esa gracia, para que el pueblo elegido pudiera liberarse del yugo opresor del faraón.

El reo levantó la cabeza. Estaba acostumbrado a la oscuridad completa de su celda y con las antorchas veía a la perfección, casi se deslumbraba. Sus ojos de un azul claro, más gatuno que humano, se clavaron en los de Molay, su boca se retorció en una mueca salvaje, y dijo:

―¿Para qué me has traído ante ti, para que niegue la magia y acepte el poder supremo de tu Dios, como los que te precedieron, o para que la utilice por Su gracia y para tu beneficio?

Jacques de Molay era un hombre carismático, de carácter fuerte y decidido, acostumbrado a jugarse la vida en el campo de batalla, en el de la diplomacia y entre bambalinas, pero ante la mirada del reo se sintió pequeño, notó algo parecido al miedo recorriéndole las venas. Los ojos azules le atravesaron el cerebro, notó su mirada entrándole en la cabeza, jugando con sus pensamientos, sus anhelos y sus cuitas. La mano del gran maestre acarició el pomo de la espada, que descansaba apoyada en su muslo, se tranquilizó y dijo:

―Santiago el Torzuelo, así me dijo el gran maestre Thibaud Gaudin que te llamas. Y que eres un mago, aseguró.

―Lo soy. Sin duda, mejor que los del faraón y, también, que Aarón ―dijo el Torzuelo con orgullo y sin modestia.

Moray pasó por alto la bravata que coqueteaba con el sacrilegio y dijo:

―Pero no puedes utilizar magia, pues llevas una pulsera que te la anula ―sonrió Molay levantándose, apoyando la espada en la sella y yendo hacia Santiago.

―Es cierto ―afirmó el mago con rabia, mostrando la mano donde llevaba la esclava.

―¿Cuánto llevas preso?

―Cuarenta y tres años, cinco meses y dos días ―respondió el Torzuelo.

Molay asintió complacido y aliviado, la leyenda de que fue Hugues de Payens el que lo apresó no era cierta. Confortado, dijo:

―Eso es mucho tiempo, toda una vida.

Santiago sonrió con ironía y dijo:

―Toda una vida.

―¿No te gustaría recuperar la libertad? ―preguntó Molay y, para cargar de veracidad a la propuesta, aguantó la mirada incrédula del Torzuelo, pero antes de que contestara, añadió―. No te saldrá gratis. Tengo un encargo para ti. Si lo llevas a cabo, prometo dejarte libre.

―¿Qué encargo? ―Santiago preguntó con interés.

―Encontrar y traer el Grimorio Sagrado.

Si en algún momento, Santiago había estado en tensión, dejó de estarlo al escuchar la petición del gran maestre. Sus hombros se relajaron, la cabeza volvió a mirar al suelo y dijo:

―¿Para eso me has sacado de la celda, para hablar de cuentos de niños? Qué desilusión. Esperaba más de un gran maestre que pretende comerse el mundo. Ese grimorio no existe, es una leyenda.

―No soy más ambicioso de lo que mi fe me permite ni hombre de perder el tiempo. A los guerreros no nos sobra. El Grimorio existe ―aseguró Molay, molesto.

―¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Qué sabes tú que no supieron todos aquellos que lo buscaron durante siglos?

―Tengo pruebas. Unos pergaminos que obran en mi poder mencionan que Jesús de Nazaret escribió un grimorio en el sepulcro, pero era tal el poder de los conjuros, que lo escondieron en el lugar más recóndito del orbe: en un lugar al que llaman «Silena».

El Torzuelo abrió mucho los ojos, se mordió el labio, para no revelar su excitación y dijo:

―¿Dónde conseguisteis esos pergaminos? ¿En el templo de Salomón? Hace tiempo que no pisáis Tierra Santa. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no cuando los mamelucos os infringían derrota tras derrota y acabaron con vosotros en Acre?

Jacques de Molay le dio la espalda al Torzuelo y dijo:

―Había algunos de nosotros que lo buscaban, pero la mayoría pensaba que no era más que una leyenda ―reflexionó Moray―. Eso se creía. Yo, también. Hasta ahora. Los pergaminos no los encontramos en Jerusalén, sino en un lugar muy alejado de allí, en Glastonbury. Hace apenas un mes ―Moray se giró hacia el Torzuelo y preguntó―. ¿Sabes quién fundó la iglesia de Glastonbury, hechicero?

Santiago el Torzuelo, con esfuerzo y a pesar del lastre de las cadenas, se fue levantando poco a poco. Moray tragó saliva y se acercó a la sella para tener la espada a mano. Santiago le sacaba dos cabezas, sobrepasaba los dos metros e imponía. Irradiaba una fuerza descomunal y majestuosa. El mago inhaló el aire denso y viciado de la capilla, y dijo:

―José de Arimatea.

Jacques de Moray asintió, despacio, asombrado de que el mago supiera no solo el nombre, sino, también, por el tono de sus palabras, la historia de José de Arimatea.

―Cierto, el sepulturero de Cristo, aquél al que el Señor, tras resucitar, se le apareció y le dijo: «Tú custodiarás el Grial y después de ti aquellos que tú designes», y se lo entregó ―el gran maestre sonrió, se sentó en la sella castrense y dijo―. Aunque no es lo que te piensas. El Santo Grial no es la copa que guarda la sangre de Cristo. ―Complacido vio cómo el Torzuelo se sorprendía―. Es el Grimorio. Un libro de prodigios que Cristo escribió con su propia sangre, con sangre Divina, durante los tres días que estuvo sepultado ―Moray disfrutó la estupefacción del mago unos segundos y, seguro de haber atrapado a la presa, preguntó― ¿Aceptas el encargo?

Santiago el Torzuelo hincó una rodilla en el suelo y dijo:

―Acepto…, pero tengo una petición.

Moray le hizo un gesto para que hablara.

―Quiero que me devolváis mi túnica negra, bordada con filigranas de seda azul y blanca, le tengo aprecio… y mi cayado huesudo y retorcido de madera de olivo.

―Te daré la túnica, si es lo que quieres, pero el cayado fue quemado.

El Torzuelo apretó los dientes, pero no protestó, sino que, con naturalidad fingida, dijo:

―No es importante, ya conseguiré otro. Sin embargo ―miró de soslayo a Jacques de Moray para verle la expresión―, el Grimorio es poderoso, y peligroso en manos inexpertas. Sería aconsejable que yo lo protegiera, aunque necesitaré hacer uso de mi magia. Seguro que tienes la llave que abre la pulsera…

―No te la quitaremos.

El Torzuelo entrecerró los ojos e inquirió:

―¿De qué te sirve un mago sin magia?

Moray dijo:

―Te quitarán la pulsera en el momento adecuado, con diez espadas en tu espalda, cuando estés ante el Grimorio Sagrado. Entonces podrás hacer uso de ella para romper las barreras que lo protejan, te harás con él y lo traerás a mi presencia. No permitiré que tengas poder alguno sobre el Grimorio. Te matarán si lo intentas.

―El Grimorio en mis manos será más poderoso que en las de alguien sin magia. Te he jurado mi lealtad, nunca te traicionaré.

De Moray lo miró con desconfianza, con repugnancia, con aversión y dijo:

―No voy a poner a prueba la palabra de un hechicero. Te usaré, es cierto, pero no olvido ni perdono tus pecados y afrentas a Dios ni tus crímenes contra el hombre. Te necesito para conseguir el Grimorio, pero no para mi propio beneficio ni para el de la Orden, como piensas y voceas, sino para servir a Dios. A cambio, como he prometido, te otorgaré la libertad. Ahí se acabará nuestra relación y si nos volvemos a cruzar, te mataré.

Santiago levantó la cabeza, tenía la mirada sombría y se le notó el odio al susurrar:

―Los cobardes e incrédulos, los fornicarios y los idólatras, y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.

Jacques de Molay asintió y dijo:

―Está escrito en Apocalipsis. Aunque has olvidado que también tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre los abominables, los homicidas y los hechiceros. ―El gran maestre se levantó, pasó por el lado del Torzuelo, pero antes de salir de la capilla, se detuvo un instante, escuchó el ulular del etesio sobre el castillo de Kolossi, yendo al sur. Envainando la espada, añadió―. Dios nos juzgará, por nuestros actos y nuestras intenciones. Yo estoy preparado para asumir Su sentencia. ¿Lo estás tú?

GUZMÁN FABIANA

Solo soy un caminante más, degustador de lugares, viajante, inquieto, aventurero …en fin, lo que llamo entre nosotros un » culinquieto». No suelo estar demasiado tiempo en el mismo sitio, me agota imaginar mis días repitiendo los mismos pasos por los mismos caminos. Tal vez, solo tal vez, eso haya sido moldeado en mi adolescencia. No tengo idea de cuando, ni cómo, solo que un día descubrí que me aburría muchísimo de todo. Imaginaba la vida como una carrera de postas, entonces me impulsaba a pasarlas de a una, y a seguir por la próxima esperando me sorprendiera al llegar. Quería que me vibrara el alma a cada momento, teniendo la sagrada convicción de que no había nada más allá de mi y mis decisiones. Es que aún siento eso. No hay nada.

Vivir o morir estancado en la agonía de un reloj, que no para jamás; ese sería el peor de mis castigos, una cárcel, una pesadilla. Soñé sin embargo que algo en alguna instancia de mi vida, apagaría ese fuego interno que me llevaba por las mil y una noches de locura; y por los mil y un días vagabundeando. Eso de las premoniciones no es lo mío, yo soy un ser libre que no tiene creencias arraigadas. Molestaba que ese susurro apareciera de vez en cuando a soplarme al oído un » basta ya».. NO TE QUIERO ESCUCHAR!

Mis días no tendrán fin y mis sueños menos aún. Nada podrá jamás mantenerme impávido , tieso, viendo pasar mi muerte en vida.

Aquella madrugada fue todo lo que estaba bien, caminaba silbando una canción, por la orilla de la vía del tren, con la juventud y la pasión corriendo por mis venas. Me sentía poderoso, libre, mágico. La luna me guiñaba de vez en cuando y yo simplemente sonreía y seguía silbando esa canción. Mis recuerdos ya no me pertenecen, solo me di cuenta , en un instante, de aquella luz poderosa como el sol estival quemando mis ojos, giré la cabeza y me dormí. Varios meses después me contaron que caí a las vías, nadie se explicaba como podía ser que no hubiesen rescatado un cadáver. Aquí estoy ahora, sentado en mi silla, mirando la llovizna que golpetea la ventana; escucho el tic tic del reloj del pasillo, ya no veo mis piernas, quedaron en aquella sala donde me llevaron prácticamente muerto. Pedí que no contaran todos los detalles, y cuando pude leer que me llevaran libros. Sigo siendo un espíritu viajante, que abre un libro y despliega las alas, sigo vivo. Ya no tengo zapatos, pero tengo imaginación. Cierro los ojos cuando me aburro mucho y repaso algún capítulo de mi vieja existencia. Sonrío, agradezco, medito. Mi residencia está donde mi alma yace y mi espíritu goza. Ambas cosas siguen intactas.

CESAR TORO

Después de ir y venir de un lado a otro me di cuenta que no es mi residencia definitiva, que puedo estar en cualquier lugar siempre y cuando me lo permitan y me acojan, aun que siempre busco los espacios tranquilos para aprovechar el momento y descansar de la rutina, pues estoy consiente, que mi paso por esta residencia terrenal es temporal. Así que, trato de hacer las cosas lo mejor posible, cumplir los preceptos y obligaciones que me corresponden como ser humano e hijo de Dios; mas, estoy seguro, que un día me quitarán la residencia y me llamarán a pedirme cuentas de mis talentos y lo que hice con ellos. No me gustaría presentarme con las manos vacías, somos pasajeros del tren del tiempo, el día menos pensado todos tendremos que abandonar nuestra residencia y partir a otro lugar, cielo, espacio sideral, infinito como ustedes le quieran llamar.

“ La vida es un sueño, el sueño eterno de la muerte”

MANUELA CÁMARA

RESCOLDO

Aunque está rodeado de todos, siempre se sienta solo. Sus ojos muestran un brillo natural ante la neblina de los recuerdos, rescatando la genuidad de la niñez. Como un poderoso y añejo tronco, sus arrugas reflejan con fuerza, las huellas que se desvanecen.

Cada día es un laberinto de olvido. Las palabras se desdibujan en la punta de la lengua como un caramelo efervescente. Familia, amigos, lugares… son cosas que flotan en la bruma, un círculo que se repite con imágenes cada vez más lejanas.

Los pasillos de la residencia son ahora el mundo. En su habitación hay quince libros con su imagen y su nombre, ya olvidados, y una decena de fotografías. Una mujer sonriente en blanco y negro le aprieta el corazón cuando la mira. Su presencia siempre estática es tan importante para él como la ventana que deja pasar el sol y la imagen de las ramas de los árboles moviéndose en el jardín con su efecto hipnótico.

“¿Cómo está hoy, profesor?”, le pregunta la chica que no falta nunca a su cita de los sábados. Él la mira, no la conoce, y se enfada. Siente que la vida se burla, como si le mostrara la rosa de la que ha olvidado el perfume. Ella saca las rosquillas de vino que tanto le gustan y el enfado se transforma en una complicidad anónima y exquisita, en un bocado de gratitud. Ella toma uno de los libros y comienza la lectura. El rostro de él se transforma. Entra dentro de las historias que una vez salieron de sus manos. Se ve a sí mismo en aquella playa soleada, en el barco rumbo a Cuba, en la casa señorial rodeado de caballos; vuelve a vivir sus sueños.

Por la noche, acurrucado en la cama, las luces se desvanecen mientras la luna se queda mucho rato mirándolo por la ventana. Algunos recuerdos regresan como estrellas y a veces encuentra el camino a casa. Se sienta de nuevo frente a su chimenea en su biblioteca, azuza las llamas rojas y azules, y estas se transforman en ascuas, en pavesas, y en un humo de roble que se eleva y sube, y sube, y se desvanece, para siempre.

LUISA MARGARITA

La residencia estaba a la orilla de un mar violento. Las olas eran muros de espuma qué se iban introduciendo, poco a poco, en el lugar que estaba según parecía abandonado desde hacía , muchos años.

La chica había llegado hasta allí de manera inexplicable,

extraviada, deambulando con su mochila a la espalda

Necesitaba, por ello, detenerse a descansar aunque fueran unas horas porque ya llevaba dos días sin dormir y sin sentarse siquiera . Cuando vio que estaba anocheciendo tuvo miedo, en aquella zona no había encontrado ni un alma y tenía la sensación de que si existía un fin del mundo, sin dudas, era aquel.

Se sentían murmullos lejanos, voces de niños apagadas, cantos muy quedos. Y ella no sabía de dónde salía todo aquello.

Cuando descubrió la residencia no le gustó, estaba junto al mar y eso no le daba confianza.;pero no quería que la noche cerrada la sorprendiera sin un escondrijo apropiado.

Entró a la residencia por una puerta lateral

y tuvo la sensación de que alguien la observaba así que por simple precaución se movió como una sombra pegada a las paredes. El olor a humedad y a comida podrida era insoportable, por lo que se alejó de esa área tan inhóspita para buscar un sitio más acogedor para pasar la noche. Abrió puertas, caminó por pasillos oscuros, tanteando con los pies y las manos para saber si había algún peligro.

En una de las diversas vueltas que dio escuchó el llanto de alguien. Se detuvo un instante para tratar de habituar sus ojos a la falta de luz y al poco rato vislumbró tres chicas de alrededor de doce años que estaban amarradas con cadenas y tenían servidos unos platos, de sopa, colocados en el piso como si ellas fueran perros.Las niñas lloraban bajito y se callaron en cuanto se

dieron cuenta de que no estaban solas.Y en realidad las habían dejado abandonadas , al menos, por el momento. La joven en su recorrido por el lugar no había detectado a los que las tenían raptadas. Así que les dijo suavemente:

–Silencio, yo las voy a ayudar!

Las niñas le pidieron:

— Abre la ventana, ahí está la única luz de aquí!

La chica lo hizo y vio

las caras sucias y demacradas de las prisioneras que estaban en aquel antiguo salón agrietado y desprovisto de humanidad.

La muchacha les preguntó:

–¿Ustedes saben si por aquí cerca hay algún lugar en el que nos puedan ayudar?

–Creemos que hay un criadero de caballos Percherones. Uno de los hombres se lo contó al otro. -dijo una de las pequeñas-

–Pues ya está, confien, iré allí y llamaré a la policía o los traeré, a ellos, por una oreja si es que no quieren!

ANA DEL ÁLAMO

Estaba durmiendo en mi residencia habitual. Era un día cualquiera de un mes más en mi querida casa que con gran ilusión y esmero mi esposa y yo habíamos comprado y que con el tiempo se había convertido en nuestro hogar. Los hijos vendrían después. Sus habitaciones les estaban esperando.

Comenzó a sonar el teléfono de madrugada… y contesté con la extrañeza de las horas:

-Dígame ?

-Óscar, soy tu vecino de abajo. Te has debido dejar un grifo abierto, macho!

Al oir ésto me levanté asustado, y al poner un pie en el suelo me percaté que estaba todo inundado y mis zapatillas flotaban como un cadáver en un río.

Llamé a mi esposa sin éxito. Solo escuché el eco exaltado de mi voz.

Me apresuré a buscarla con el agua hasta las rodillas.

Al entrar en el baño me quedé petrificado.

Allí estaba, despatarrada flotando sobre la bañera. Pálida como la cera . Su pelo lacio y largo serpenteaba entre la espuma. Parecía una muñeca de plástico, tan desnuda y virginal.

Hundí medio cuerpo bajo el agua hasta dar con el tapón. El desagüe comenzó a tragar sin vergüenza.

Pedí auxilio gritando.

Desesperado corrí hacia la la puerta. Al abrirla, medio vecindario estaba en el rellano dando voces. El ascensor se había parado . El agua resbalaba por los escalones y unas chispas amenazaban con saltar desde los cajetines .

Reparé que en un rincón había una cartera nadando. La reconocí, era de Gabriela, mi mujer. La abrí llevado por la incertidumbre. Entre sus documentos personales, un billete de avión empapado.

Nombre: Gabriela Carrión Ventura

Fecha: 25 de, de…?

Origen: Madrid

Destino, destino….imposible de leer.

Las preguntas martilleaban en mi cabeza sin conseguir respuestas :

A dónde? Con quién? Por qué?

Se me aflojaron las piernas. Me dejé caer sobre el mismo rincón extenuado, empapado. Agarré la cartera y la apreté entre mis manos. No tenía fuerzas para otra cosa. Gabriela estaba muerta en la bañera de nuestra casa sin saber qué había sucedido y por qué.

Mi casa se llenó de gente. Pronto vendría la policía haciendo preguntas, pero a mí ya me daba igual. Yo también tenía preguntas.

Gabriela se llevó su secreto a la tumba.

Y a mí con ella.

Ana del Álamo

NUMIRALDA DEL VALLE

BONITA RESIDENCIA

Juliana de 78 años caminaba por el jardín donde muchas plantas y flores de variados colores la rodeaban, las amarillas sus preferidas. Realmente era una residencia muy bonita. Este sábado, como todos, los pasos la llevaron al mismo lugar: el banco donde esperaba.

Una simpática niña, muy vivaz, que frecuentemente iba a visitar a la abuela acompañada del padre, se acercó y le pregunta:

—¿Por qué estás siempre tan solita, tus hijos no vienen a visitarte? Ella levantando los hombros, respondió:

—Yo ya ni los recuerdo.

—Ahhh, exclama la niña señalandola con el dedo índice, seguro tú también tienes Alzheimer como mi abuela.

La señora con voz pesarosa y ojos tristes contesta:

—No pequeña, el Alzheimer le dio a ellos.

SANTIAGO VILLA IBÁÑEZ

El mundo en que vivimos, está delimitado por líneas trazadas sobre mapas. Convirtiendo al hombre, aún siendo hermanos, diferentes, en su idioma, su cultura, sus creencias y hasta en su forma de pensar.

En fríos despachos se trazan esas líneas imaginarias que acogen a unos y excluyen a otros.

Bonito sería que fuéramos hermanos todos, arropados en ésta nuestra madre tierra. Sin fronteras, sin distinciones, sin guerra, ni humillación.

Utopia de soñadores trotamundos, que hacen del terreno que pisan… su querida residencia.

MARTU MONFORTE

Ella me nombraba, me llamaba Mar…Y, cuando lo hacía, me daba alas. Era playa serena acariciada por su voz, gaviota sobrevolando un gigante azul bajo su mirada atenta.

Ella me llamaba Mar. Y su canto anunciaba el alba clara, amanecía. Siempre amanecía, cuando miraba sus ojos o sentía sus manos tibias.

Mar…toma la leche, cultiva amigos, levántate, no te detengas. Nunca dejes de caminar, lucha, canta, trabaja duro. Y juega, no abandones aquella niña que late en ti. Busca el sol, arma tu nido; me dijo un día. Y lo hizo con todas sus fuerzas, era tiempo de vuelo.

Después fue mi niña, fui su alba clara, preparé su comida, arropé su sueli, peiné su pelo.

Y un día, no tuve fuerzas, no pude más. La residencia fue la última opción, la más dura, la que me había jurado no tomar. Comprendí que podrían cuidarla mejor, como ella merecía.

Es plena noche, me llaman, ella se ha ido. No entiendo lo que dicen. No quiero entender.

Pero ellos…¿Qué saben?

Siento el rumor del mar; mi madre late, vive en mi corazón.

LETICIA R MENA

Después de una larga noche de gritos y lamentos, ahora todo está calmo.

Una aparente normalidad que sólo los que pasamos aquí todas las horas que un reloj puede llegar a marcar, llegamos a saber como falsa.

Un espejismo que se muestra a la visitas, las cuales se dejan su buen montón de dinero para que estemos aquí. Sin molestar, escondidos de sus perfectas vidas en ese mundo exterior más loco que todos los locos que vivimos en St Clemaine.

Pero sin olvidar que esta no es una casa de locos, un manicomio como lo llaman el común de los mortales.

No, St Clemaine es, por encima de todo, una residencia de reposo y descanso. Un oasis de tranquilidad ajeno al caótico mundo rutinario.

Nadie habla de los gritos, de las voces que susurran en las paredes, de los seres vagabundos que pasean por los jardines más allá del anochecer, y que desaparecen igual que han aparecido, desvaneciendose en el humo que son.

Yo finjo mi locura. Me dejo la mirada perdida en ningún punto. Niego todo susurro y presencia fuera de lo «normal» que confirme mi locura.

Pero todos los secretos, todos los seres que habitan la casa se hacen cada día más fuertes, y todo St Clemaine tiembla desde los cimientos cada vez que se pierde un alma entre estas cuatro paredes. Tiembla al alimentarse de ella con hambre voraz.

Pronto, muy pronto, St Clemaine cobrará vida propia. Y entonces ya no habrá diferencia entre el que está cuerdo y el loco.

HAROLD LIMA

El dios crucificado.

Las altas copas de los eucaliptos se movían ajenas a los apagados gritos del grupo. Poco quedaba entre las provisiones de mano que se pudiera usar salvo unos cuadernillos viejos y los apuntes del camarada doctor del grupo.

Mal momento escogí para completar mi servicio civil, supongo fue la presión familiar.

—Tienes el apellidos de los primeros revolucionarios decían todos, es una locura no te hagas parte de los consejos regionales.

—Decían en las reuniones de verano ecuatorial—

Los camaradas del gobierno solo añadían que si ellos tuvieran la suerte de tener tal apellido, no habría puesto en el servicio que no fuera suyo, aunque fueran ignorantes o analfabetos.

Los cierto es que desde pequeño fui algo más listo que la media de niños que se colectivizaban en los campos de reproducción y por eso el estado mayor de vieja tierra me ocupaba en calcular las órbitas de entrada de las naves de carga. Esos días yo lo veía como un juego entretenido por el cual mi madre recibía más raciones de comida al mes; aunque decir mi madre, sería decir la madre de la camada número h347. Una camarada que dedicaba su vida a criar a niños anónimos que se llamaban por números y tenían un único apellido de la colonia donde nacían.

A pesar de estar congelandome no puedo evitar recordar los calidos veranos en la colonia orbital Trujillo, las enormes plantaciones de apios que cuidabamos. Desearía poder estar ahí ahora cosechando en lugar de con un grupo de científicos en medio de la nada.

—Camarada, soldado ¿cree usted que alguien nos escuche?

Pregunto el más anciano del grupo, que no gritaba a la vez que se acurrucada en su gruesa chaqueta.

Yo no hablaba su variación del neolengua, solo el lenguaje estandart de los soviets. Y acenti a la vez que buscaba en mi bolso el traductor electrónico.

Las jóvenes doctoras se aproximaron, esperando escuchar de mi alguna idea, para salir de este apuro.

Con señas les indique las ruinas de un viejo templo abandonado, ellas entendieron y cargaron con el viejo mal herido, yo arrastre los equipos de precisión ayudado por el androide de servicio que pudimos activar antes de la caída de nuestro transporte.

Estaba seguro había o hubo una población en esta lejana colonia y nuestra valiza espacial los llamaría para que nos rescatasen, solo era esperar y algún camarada llegaría.

El templo era solo piedras mal colocadas y vegetación que la consumía. Las doctoras no se cansaban de mirar la estructura ruinosa y maravillarse. Las estatuas de yeso se mantenían en pie y el ser crucificado nos miraba de reojo, me dispuse a dar un buen tirón y echarlo abajo, al caer se partió en pequeños trozos de piernas, torzo, cabeza y otras partes bien ensambladas para hacerlas móviles, similares a los juguetes de los niños.

Los doctores no evitaron darme una mirada de reproche, son gente de ciencia, más sabían que haría una fogata que nos mantendría calientes hasta que llegara el auxilio.

Las jóvenes se acurrucaron entre ellas y yo saque un cuchillo con el cual astille y talle un brazo de la figura para hacerlo un arma en caso algún lobo salvaje viniera, atraído por la sangre que derramo el doctor.

Al mirar al grupo me antojo la idea de con esta arma matar al anciano, abusar de las jóvenes y crear aquí una colonia separatista; en las noticias disidentes se escucha de colonias que empezaron así, vieja tierra no envía militares a lugares tan alejados como esta luna. Sólo se acercan a comprar algunos materiales y los dejan estar. La otra opción es esperar a la mañana, buscar un poblado y esperar los comisarios del pueblo no me culpen de esta expedición fracasada. En el mejor de los casos me mandaran a cuidar otra luna por dos años y luego podré presentarme a las elecciones de las asambleas como un legítimo trujillo de la colonia heroica, me darían un cargo en la administración y talvez con los años sería comisario del pueblo en otra asquerosa luna colonial como esta.

Los techos roidos crujieron amenazando caerse sobre nosotros. Una de las jóvenes se despertó y sacó un largo cuchillo con el cual apuñaló al viejo doctor, yo la mire sin moverme. Supongo no era el único que tenía acceso a las noticias disidentes por las cadenas ultralinea espaciales.

Lance el brazo del dios de madera que tenia entre las manos, la fogata crugio alimentada por la carne de este dios de los antiguos capitalistas. Ella al verme desarmado dijo algo en lengua espacial:

—Según los informes tu eres un héroe por sobrevivir ¿ahora también lo harás?

Mi traductor electrónico se quedaba sin baterías, pero funcionaba. Lo repitió en neolengua. Sus ojos son hermosos —Pense— ahora me matará, para que no queden testigos.

«Esto era un templo, aqui le rezaban a un dios del que no sabemos mucho, la lucha del pueblo destruyó casi todos en vieja tierra es una suerte en esta luna solo vivan animales y algunos colonos. Encontraremos muchos templos y los estudiaremos. Haremos historia camarada soldado»

Fueron ciertas las palabras del camarada doctor.

Esta luna fue de las primeras colonias de mujeres, ellas eran fieras guerreras que tomaron rápidamente el sistema estelar, esclavizado a los hombres. Yo fui de los primeros que atraparon y usaron para sus propósitos. Sus templos son iguales a estas ruinas, solo que el crucificado está a los pies de la virgen.

—Las mujeres son diosas y los hombres deben obedecer. No hay lugar a resistencia. Así era antes y lo será mañana. Es su consiga.

EDUARDO VALENZUELA

Cuando Florencia descubrió la grieta en la tubería, se sintió morir. Era una línea nerviosa, indecisa, que asemejaba al dibujo de un río en el mapamundi. Por la fisura se filtraba el combustible para el generador eléctrico de la:

“Residencia para el adulto mayor Villa Alegre”

Como Florencia se desvivía todos los días para que la máquina no se detuviese, una filtración podía ser fatal. De modo que cogió una vieja banda de goma y la amarró a la tubería tan fuerte como pudo. Por debajo puso un cuenco para recibir allí las preciosas gotas que aún osaran escapar.

Florencia era una anciana, una huésped más de la Residencia, pero algo había ocurrido con su cápsula criogénica. Un día había despertado sola para encontrarse a oscuras en el depósito. Junto a ella estaban dormidos ―en sus cápsulas― los otros doce ancianos de la Residencia. La pobre Florencia, vistiendo únicamente su camisón, se había incorporado, llamó al personal de servicio, nadie apareció. Descalza, recorrió el edificio, estaba todo sucio con una gruesa capa de polvo, parecía abandonado. Sintió miedo y frío. Salió a la calle para encontrar que la ciudad entera era sólo ruinas y desolación. Nunca supo qué fue lo que ocurrió, únicamente sabía que su sueño de realidad virtual se había interrumpido y que los demás huespédes seguían allí, conectados, vulnerables, sin saber que sus vidas sólo dependían de la máquina. Desde entonces, Florencia se había jurado mantener funcionando el generador, por eso salía diariamente a buscar petróleo en los automóviles abandonados, aunque, después de todos estos años, se sentía cansada y cada vez se hacía más difícil encontrarlo.

Las residencias virtuales para ancianos habían aparecido el año 2084. Gracias a ellas la calidad de vida de los adultos mayores mejoró notablemente. Los huéspedes ya no eran una carga para sus familias y podían pasar el resto de sus vidas en una especie de paraíso donde no habían achaques ni enfermedades, donde podían recordar una y otra vez los momentos más felices de sus vidas. Las residencias virtuales mantenían a los ancianos en unas cápsulas selladas, aislados del mundo real, únicamente conectados con sus cerebros al ordenador principal, y todo energizado desde un generador.

Así vivía Florencia, en su mundo feliz, hasta que su cápsula falló y despertó en esa pesadilla, un mundo abandonado. Desde entonces, dedicaba sus días a cargar de combustible al generador, a limpiar las cápsulas y mantener bien aseado el edificio. Incluso había quitado la enredadera que cubría la fachada de la residencia. Ahora podía leerse claramente su cartel de entrada:

“Residencia para el adulto mayor Villa Alegre”

Por las tardes, Florencia se sentaba junto a las cápsulas criogénicas a contemplar los rostros de los demás ancianos. Miraba la sonrisas de las señoras y trataba de imaginar con qué estarían soñando ¿Sería con algún baile en que lucían un hermoso vestido? ¿Sería con el primer beso que les dieron sus esposos? Ella, con tristeza, añoraba sus días de realidad virtual, aquella donde recreaba su infancia corriendo feliz por campos floridos junto a sus padres, los juegos que tenía con sus nietas, o los abrazos cálidos de su esposo.

Ahora, con la fisura de la tubería, Florencia no hallaba qué hacer. Todos los días la grieta crecía y crecía, perdiendo más combustible. Era como si las instalaciones hubieran envejecido como sus huéspedes y cada día parecía estar más cerca ese inevitable final.

El día que la tubería se rompió, Florencia lloró amargamente. Abandonó la Residencia para no ver cómo una a una se iban apagando esas vidas que, aún sin conocerlas, habían llegado a ser sus amigas. Sintió que ahora quedaba más sola que nunca. Ahora sólo quedaban sus recuerdos.

ASAPH FERNÁNDEZ

El Templo

Han transcurrido 1233 días desde que comencé mi trabajo como escultor en el templo donde me refugio para adorar. Durante su construcción, lo primero que se hizo fue fortalecer cada pilar donde descansa su cuerpo. Cuatro baluartes de arquitectura toscana y capiteles jónicos sostienen toda la edificación. Un par de escudos de bronce a la entrada, dan la bienvenida y muestran el esplendor y la imponencia de éste sobre otros templos de similar o igual tamaño. En la parte trasera, hay dos peñas de roca ígnea pulida de las que nace un pequeño arroyo que baja hasta perderse entre dos colinas de piedra firme. Un muro de ladrillo recocido divide la parte media entre las cuatro columnas y sostiene los escudos que decoran el pórtico principal. El pináculo, la cabeza, es lo que menos se ha trabajado, en realidad no sé qué podría hacerse, así que ha quedado un poco tosco y cácaro, de un talle bárbaro y robusto, que le proporciona un aspecto de resistencia al tiempo.

Ha sido adornado con figurillas de yeso, madera y piedra. Lagartos y salamandras figuran en las columnas principales, flores pintadas adornan sus muros. Un dragón serpentea en la parte de donde nace el riachuelo y su sombra se proyecta sobre una de las peñas.

En un inicio fue solo eso, una edificación llevada con trabajo duro y sobre todo mucho esfuerzo. Pero yo quería más. Los sacrificios ya no eran suficientes, los ayunos se prolongaron. Hice que los ojos de muchos voltearan a verlo. Deseaba tanto que ellos vinieran a honrarlo que cargue sobre sus muros más y más adornos. Yeso sobre yeso, lienzos nuevos sobre los lienzos ya pintados. Piedras sobre las piedras ya puestas. El paisaje, junto con sus jardines, comenzaron a deformarse en un paraje árido y desolado. El templo que había dedicado a Hércules se desvío hacia los caminos de Polifermo. Me convertí en un monstruo.

Tomé entre mis manos el espejo de cuerpo completo y lo rompí en mil pedazos. No podía creer que era yo a quien miraban mis ojos. Mi conciencia había despertado aletargada y vi horrorizado aquella amorfa masa muscular. ¿Cuánto hacia que había cambiado el trabajo duro; los buenos materiales, la cal y el cemento, por el oropel y el yeso? Había hecho a un lado el imitar las andanzas de los lagartos, por las jeringas y los suplementos. Los brazos era titanicos pero sin fuerza, los músculos crecieron, sí, de dónde nunca había imaginado al igual que crece la hierba.

Yo que me jactaba de las columnas de hierro colado y cemento que podían sostener, cien y hasta doscientos kilos sin más esfuerzo se habían podrido y escombros quedaban de todo ello.

El corazón se me escapa por la boca y los jadeos se hacen tan prolongantes que el miedo a perderlo todo por el mismo motivo por el que lo gane se despierta. Este es mi templo, mi residencia, donde ahora vivo atrapado. El Dios que tanto adoré me abandonado. Yo que fui el sacerdote, que fui el mismo templo; fui sus columnas y su patio trasero, ahora soy él y tampoco soy nada.

JOSMA TAXI

LA RESIDENCIA

Mi familia me ingresó cuando ya no pudo seguir atendiéndome, la artritis había degenerado y me era casi imposible moverme, necesitaba ayuda para todo.

Los primeros días fueron terribles, yo, el que había servido para tantas cosas en mi vida, me encontraba ahora aparcado como un trasto viejo, me costó aceptarlo.

Pero apareció ella, Pura, la enfermera. Ya tenía sesenta años, le quedaba poco para jubilarse, era un encanto de mujer.

Se dirigía a nosotros llamándonos los resistentes. Siempre tenía una sonrisa para todos.

Con el tiempo me enteré de que era viuda, no tenía hijos y nuestro cuidado llenaba su tiempo.

Más adelante supe que tenía una compañera de piso, se trataba de una mujer más joven que ella, padecía alzhéimer y su familia la había abandonado. Pura la acogió en su casa, la mantenía con su sueldo, la acompañaba en sus olvidos.

La auténtica resistente era Pura.

NILA BOHORQUEZ

«Residencia definitiva»…

Son tantos los excelentes y fabulosos microrrelatos que mi hermoso grupo de escritores han publicado en esta página literaria, sobre el término «residencia» que he quedado admirada al leer cada caso, la mayoría resaltando con sus nobles letras con delicadeza, sabiduría y también con crudeza, la soledad del ‘Adulto Mayor’ cuando la familia decide internarlo(a) en una » casa de «reposo» que de ‘reposo’ no tiene nada, dado el sufrimiento y depresión al sentirse tan solo(a) en su nueva ‘residencia’…y que al conocer sus historias, el corazón se hace añicos…

Pero no todo es tristeza en la vida… también hay momentos de felicidad y emoción, sobre todo para mí, saber que nuestra recordada «Isolina» (personaje de mi relato relacionado con su vestido de novia la noche de su boda…¿lo recuerdan?)… pues hoy nos ha llamado para comunicarnos la buena noticia: ella y su familia han dejado de sufrir y padecer en lejanas tierras, ya que después de muchos años de espera lograron obtener la «residencia definitiva» en el país de la alegría, confort, seguridad ciudadana, libertad plena…¡en ese lugar fantástico el cual nos recuerda a «Narnia», según las crónicas del autor británico, C.S. Lewis!

¡Enhorabuena por su nuevo ‘status’ como residente en el país de las maravillas!

Isolina nos ha sorprendido al final de la conversación, manifestándonos con su pausada voz y característica humildad…

«De aquí… partiré a mi lar espiritual definitivo, donde realmente estaré feliz eternamente, disfrutando de las delicias celestiales… ¡La única residencia donde ya no sentiré más angustias, soledad ni apegos materiales»!..

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9 comentarios en «La residencia»

  1. Excelente participación de todos mis compañeros de letras…pero solo nos permiten seleccionar 4 «relatos»…. Bb

    * Efrain Díaz
    * Antonio López Cruz
    * Manuela Cámara
    * Carmen Ubeda

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