Parafilias – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «parafilias». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 23 de febrero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

BENEDICTO PALACIOS

Tenía hundido el labio inferior. No había duda, aquel individuo llevaba muerto algo más de una hora. Lo había descubierto al lado de una encina el alguacil Nicolás, y al correrse la voz se habían presentado dos personas más que discutían si era o no una muerte por ahorcamiento puesto que aún conservaba el miembro excitado. El caso es que no tenía señal alguna en el cuello de una soga y solo presentaba rozaduras en el interior de los muslos.
—Pero quede o no señal, la erección posterior solo es posible por la causa citada —dijo Gaspar, estudiante de medicina que pasaba casualmente por allí.—Y añadió por su cuenta que cuando es una mujer la horcada el labio vaginal sufre una variación hasta enrojecer.
—Pues vaya con los ahorcados, qué novedades presentan cuando doblan la servilleta —apuntó Nicolás
Llegaron el forense y el juez pasadas dos horas. Dieron la vuelta al cadáver, levantaron un brazo, elevaron una pierna y mandó el juez que cubrieran el cadáver con una manta y lo trasladaran a una sala adjunta del cementerio para realizar la autopsia.
—¿No se trata de una muerte natural, puesto que no hay señal de una soga en el cuello? —Preguntaron al unísono dos curiosos.
—No.
El estudiante de medicina pensó entonces para sus adentros que si no era una muerte natural, en aquel suceso faltaba un agente. En sus estudios de psiquiatría se explicaba que cuando en una relación sexual alguien presionara sobre el cuello del hombre, la excitación consecuente sería mayor, pero existía el riesgo de asfixia. Todo encajaba, pero faltaba una mujer que explicara lo que parecían las reglas un juego. Así se lo lanzó al forense a ver su opinión, al que preguntó además por la causa de los muslos enrojecidos.
—Yo lo llamaría parafilia. Ella, la mujer que fuese, le pasó por el interior de los muslos unas ortigas, le montó encima, presionó sobre el cuello con las manos o con un pañuelo, pero se pasó de frenada y cuando le vio cadáver, se retiró y lo arrastró hasta la encina a ver si colaba que era una muerte por ahorcamiento.
—Eso cuadra. Pues descanse en paz.
—Sí, porque de ir a los cielos habría pasado de una gloria a otra—dijo socarrón el forense.

RAQUEL LÓPEZ

Manolo y Felisa, eran un matrimonio bien avenido con sus más y sus menos, llevaban treinta años de matrimonio más los ocho de noviazgo. Pero después de tantos años, más que amor era costumbre, les faltaba chispa…
-¡ Manolo! No podemos seguir así, tenemos que hacer algo. Luisa y Paco están yendo a terapia..
Manolo que estaba desayunando se le atragantaron las magdalenas..
– ¡ Mujer! Nosotros todavía funcionamos.
– Yo necesito otras cosas diferentes, algo fuerte…
-Felisa, desde que viste las 50 sombras del Grey estás muy extraña.
– ¡ Ayyyy! ..- suspiró Felisa.
Por las tardes, Manolo iba a echar la partida con los amigos y Felisa solía ir al parque con las amigas a pasear. En estas estaban cuando un hombre enmascarado se presentó ante ellas, se abrió la gabardina y se mostró como dios lo trajo al mundo.
– ¡ Jesús! – decía la Paca santiguàndose.
– ¡ Madre del amor hermoso y encima pequeña!- dijo la Juliana.
Felisa, llegó toda sofocada a casa, al rato llegó Manolo..
– No te lo vas a creer, se nos ha presentado un hombre mostrando sus atributos.
Manolo no decía ni pío.
– ¡ Pero chiquillo, di algo!. Mira que si violan a tu mujer en plena luz del día..
De pronto, Felisa intuyó algo.
– ¡ No, no me digas que….! ¡ Por favor, que verguenza y delante de todas mis amigas, que a cual, más chismosa!.
– Lo siento cariño, lo hice por ti, porque necesitabas algo fuerte..
– Pues mira, ahora que lo dices, sentí un cosquilleo por todo el cuerpo y una quemazón …menos mal que te pusiste la máscara, si no, menuda comidilla.
– Pues dice don Genaro, el maestro que hay un burdel clandestino donde hacen parafilias…- dijo Manolo.
– ¿ Para qué…? – preguntó Felisa.
– Don Genaro sabe de esas cosas porque es un hombre instruido, dice que allí se practican las artes amatorias…
– Manolo, esta noche te presentas en ese burdel y aprendes cosas nuevas..
– Pero mujer.. que van a decir en el pueblo..
– Todo sea por nuestro matrimonio.
Al llegar la noche, Manolo se acercó y se encontró con alguno de sus amigos solterones, en la puerta del burdel.
– ¿ Tú por aquí, Manolo?
– Solo vine a tomar una copita, ya sabes que tan tarde cierran los bares.
Los amigos se encogieron de hombros y se adentraron con él.
Al pasar, aquello parecía Sodoma y gomorra. Orgias con cuerpos esculturales y desnudos a tutiplen. Manolo salió de allí a respirar un poco de aire y se marchó antes de que alguien le invitará a unirse.
Felisa, le esperaba despierta…
– ¡ Y bien, aprendiste algo para hacer en práctica?
– Felisa,¿ tú te acuerdas del pajar de don Felipe donde culminamos nuestro amor en la primera noche?. Pues allí es donde tenemos que ir, no hay nada más excitante que sentir el calorcito del pajar…¡.
– ¡ Ay mi Manolo!, Pero que instruido eres en las artes amatorias y que calladito te lo tenías, podías haber empezado por ahí….
Y de nuevo, volvió a saltar la chispa entre los dos….

MARI CRUZ ESTEVAN

Juanelo había recorrido todos los caminos del placer. Por lo tanto su deseos estaban secos…
Los que le conocían le llamaban el hombre blanco ya que se sabía no tenía amor por nadie ni color en la piel. Más sucedió que la ciencia inventa una pastilla que le da vigor al miembro viril.
Juanelo la compra y se la toma luego se dirige a un parque ,le gusta mirar a parejas que se besan. Pero la pastilla hace su efecto y su persona comienza a tener fantasía. Los genitales no hay pantalón que los sujete están al aire. Los ojos de los transeúntes al verle de cierran…

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

UNA IMAGEN VALE MÁS QUE…
Lo mío con doña Concha, no sé cómo llamarlo. No era gerontología, porque la señora, si bien estaba en edad de ser mi madre, no era tan mayor como para considerarla una anciana, al menos en mis primeros años, esos de la pubertad, cuando las hormonas se amotinan, pasan por la quilla al capitán y toman el control del barco. Constituía, ciertamente, un suplicio, cada vez que me mandaban a la carnicería de con Cosme, donde ella era la reina de espadas, fileteando pechugas de pollo, solomillos de ternera o criadillas de cordero para envasarlas al vacío. Verla y ponerme febril era todo uno; allí, encaramada en su peana, como una diosa, con todo aquel despiece animal a su alrededor, tan vital, frescachona y desenvuelta. No podía evitar la erección.
Nunca lo supo, ella ni, por supuesto, su marido, ¡qué vergüenza!, un mocoso como yo, sin media bofetada, porque don Cosme se gastaba unas espaldas formidables, hechas a cargar los corderos de tres en tres, y tenía unas manazas como palas de tahona, que de haber sido cura en lugar de carnicero, con una hostia habría sacramentado a todo el barrio.
El sufrimiento era solo mío y tuve mucho cuidado de que nadie, ni mis amigos más íntimos, tuvieran la más mínima sospecha de mi cruel suplicio.
Pronto comprobé que mi libido solo se activaba en presencia de doña Concha, igual que le ocurría al protagonista de cierta película muy galardonada, Belle Époque, incapaz de conculcar el vínculo matrimonial, porque únicamente podía excitarse sexualmente con su señora, y eso está bien para la ficción, pero en la vida real, créame usted, es una putada.
Fueron pasando los años, don Cosme y doña Concha se hicieron viejos, traspasaron la carnicería y dejó de vérseles por el barrio, solo me quedó de ella el recuerdo en blanco y negro de una fotografía coral, tomada por alguien dentro de la tienda, en la que aparecía junto a varias parroquianas, entre ellas mi madre; espléndida en su uniforme de faena, con su delantal blanco, gorro charcutero y una hachuela amenazadora, que blandía en su mano derecha como una valquiria a punto de regresar al Valhalla.
Pero el alejamiento y la distancia no fueron medicina eficaz para corregir mi problema de impotencia selectiva; ni médicos, siquiatras, curanderos, fármacos milagrosos, novias solícitas o profesionales del amor mercenario, fueron capaces de dar con la tecla que pusiera orden a este cortocircuito emocional que sufro. Sagrario, una muchacha de Ciudad Real, catequista, buena cristiana y temerosa de Dios, fue la primera que lo intentó por la vía de la fe.
Yo tuve mis dudas desde el principio, porque teniendo el problema que tengo, ponte tú a la faena con los calzoncillos tobilleros puestos, dejando la gatera como única vía de escape para el pajarillo, tumbado en la cama, posición decúbito supino, con Sagrario a tu lado, vestida con el hábito carmelita, tuneado con trampilla, eso sí, ambos cogidos de la mano y entonando a duo el «yo pecador», a modo de calentamiento. Un desastre.
Lo dejamos, mejor dicho, me dejó, a la vuelta de un retiro espiritual que hizo en los dominicos de Alcobendas. No me digas qué le metieron los jodidos curas en la cabeza, quiero pensar, pero vino tratándome de pervertido, maníaco sexual y onanista compulsivo, que no había por dónde cogerme. Puñeteros dominicos, no son nadie cargándole mochuelos aberrantes al prójimo, menuda fama les pusieron estos frailes y Felipe «El Hermoso», al alimón, a los pobres templarios en el XIV.
Luego vino Merceditas; un visto y no visto, porque en cuanto se percató del sainete, echó mano de un conocido que hizo en el gimnasio, un cachas de exposición, por lo que me contaron, y me dejó a la francesa, sin despedirse siquiera. ¡Qué mal, oye!
Pero Lourdes es otra cosa, mira tú. Vale que es más gótica que la catedral de Burgos y así, a primera vista, como que da cosa; sin embargo, es la que mejor ha entendido mi problema y, como al descuido, sin querer, ha dado con la solución. La moza se pirra por los cementerios; los domingos, en vez de ir de excursión a Navacerrada, pasear en barca por El Retiro o ir por Serrano de escaparates, ella me lleva de cementerios: San Isidro, La Almudena, el Británico, el de San Justo. Precisamente, paseando por entre las tumbas de este recoleto camposanto de Carabanchel, encontramos solución a mi problema; allí, la tercera por la derecha, en la segunda fila de una manzana de nichos, emergiendo de entre un macizo de polvorientas flores de plástico, sonriente, provocativa y evocadora, me miraba doña Concha, desde la frialdad cerámica de su fotografía funeraria.
El efecto fue instantáneo. Una magnífica erección se hizo patente bajo mis pantalones, algo que no pasó desapercibido para mi gótica media naranja, que poniendo unos ojos como platos de cerámica talaverana, me agarró por el brazo y tiró de mí, buscando la complicidad de un parapeto de arbustos cercano, donde pudimos amarnos sin complejos, bajo la risueña y aprobadora mirada de mi carnicera.
Y así se escriben las historias. Casi todos los días, al caer la tarde, nos damos una vueltecita por el cementerio de San Justo: mi Lourdes, gótica ella donde las haya, ve una caja de muerto y le salen de las mamellas sendos pitones de vitorino y de mí ya conocéis la querencia, de manera que con este cóctel de parafilias somos felices; al menos por el momento, que es verano y hace calorcito, ya veremos cuando empiece a refrescar. Pero mi chica, que es una caja de sorpresas, me está preparando un tapa huevos de ganchillo, para cuando arrecie el frío.

FÉLIX MELÉNDEZ

Parafilias. «Consiste en la presencia de frecuentes e intensas conductas o fantasías sexuales de tipo excitatorio»
Paseando por la gran ciudad en la avenida de las enfermedades, podemos distinguir la plaza alta, de la Cara dura.
Una plaza pequeña de cualquier barrio, con cuatro bancos y cuatro árboles. Donde puedes observar casi de todo, de la gente que pasea por la calle.
Había un gran letrero rojo que llamaba la atención al pasar.
Parafilias, cura y tratamiento, todo el mundo necesita sanación. De tu problema, aquí tenemos la solución.
Clínica del Doctor Eisenhower.
Estudiaremos su caso paso a paso.
Un gran letrero que se veía en toda la plaza, por sus luces llamativas de colores que le daban cierto parecido a las casas alterne, de antiguamente de las carreteras, rojas y lilas brillando a pleno día, en pleno centro.
Al entrar encontramos un descanso tipo recibidor, con un mostrador alto, donde nos recibe la señorita Adelaida.
Tremendamente amable, con una voz casi robótica, podría estar sobre 440 hercios algo parecido a la nota la. Ella lo apunta todo despacito y bien calmada. No se le escapa nada ni nadie.
Te mira de arriba a abajo, cuando entras antes de hacer absolutamente nada, parece desnudarte con la foto-mirada insistente y después, ya se cerciora de cuál es tu problema. Y te lo dice a la cara.
Lentamente va observando cuanto sus ojos pueden ver. Rellenando un dossier de información muy personal, obligatorio que amablemente te pregunta.
Más adelante pasamos al despacho del Doctor Eisenhower. Un mobiliario tremendamente serio, rústico, todos los muebles oscuros y tochos, junto con una gran biblioteca a su espalda donde se agolpan los libros gordos bien encuadernados. Recuerda esa vieja biblioteca completa de libros, rebosando.
El doctor Eisenhower era poco agraciado, pequeño de estatura con la cabeza muy redonda igual que sus gafas y la bata blanca que le llegaba al suelo, siempre se comunicaba de una manera muy explícita.
Para cada cual tiene su pregunta, nunca da respuestas, contesta con otra pregunta siempre.
Con múltiples diplomas y títulos que llenaban toda la pared del lado derecho de la mesa.
-Buenos días. Soy Rodolfo Metomentodo Rodríguez, vengo por lo de la denuncia del ayuntamiento . Tengo cita con el doctor Eisenhower a las doce.
– Buenos días usted es el…, veamos, veamos, si…, el exhibicionista del partido de fútbol de la semana pasada. ¡Pues anda la que lío para nada!. A usted no le da vergüenza.
– Sí, señora – Estoy cansado de no ser nadie, necesito sentirme vivo. ¿Tiene usted algún problema? Con mi cuerpo. Lo quiere volver a ver.
-No, no…, por Dios. Yo no no tengo ese problema, pase al fondo y siéntese en la silla que pone. Exhibicionista. Gracias
-Vale eso haré. Tenga buen día.
-Hola, buenos días. Vengo a mi cita con el doctor.
– Buenos días. ¿Cómo se llama usted?
Casimiro Niveo Meimagino.
-¡Ah, ya! Usted es el Voyeur, de la piscina que se esconde en los vestuarios, y hace guarrerías, al que los municipales le tienen gana, no le dará cosa…, ¡a sus años!, que es más viejo que el hilo negro, anda pase al salón del fondo y siéntese en su silla, la que pone voyeur en el respaldo. Ahora irá el Doctor.
Cuando estén todos.
– Buenas. Vengo por lo de la denuncia del ayuntamiento a terapia.
– Hola buenos días. Y usted ¿cómo se llama?
Tomás Menosprecio Gracias.
-Espere un momento, voy a consultar la lista. Usted, se tiene que sentar en la silla «toca pelotas » Es un caso muy claro de Froteurismo. Puede usted pasar al fondo al salón donde en media hora irá el doctor. No olvide sentarse en la silla que dice Froteurismo gracias.
-¡Qué! Me dice a mí. ¿frote… qué?
-¿Usted, es el del autobús? Qué tiene quince denuncias ya, la costumbrita de pegarse a la gente y disfrutar ¿Es o no, el señor Tomás?
-Si. Si.
-Pués entonces pase, por favor.
Os tenéis que hacer a la idea del problema tan gordo que tenéis, anda pase al fondo ya.
-Qué tal, vengo por lo de la denuncia del ayuntamiento, tengo cita con el doctor Eisenhower.
-Si, un momento por favor. ¿Su nombre?
-Pedro Correa Blanco.
-Gracias, puede usted pasar al fondo al salón, ahora irá el doctor. Recuerde sentarse en la silla que pone «Fetichismo»
Al parecer, le gusta tocar a las niñas del parque. Tocón, que es un tocón. ¡Cómo fuera yo el doctor! Os iba a poner los puntos sobre las ies. Desde luego con la gentuza que tengo que tratar…
-¡Señora! Yo, sólo le acariciaba el pelo lo suave que era, no le he hecho daño a nadie. ¿Tiene usted un pelo muy finito también? Y qué bien huele.
-Anda…, anda…, pase al fondo, por favor, no me saque de mis casillas. ¡Daño a nadie!
-Hola. Señorita Adelaida, ¿están ya todos los pacientes?
Sí Señor. Están los cuatro de la reunión de las doce. En el salón esperando.
Reparto ya la documentación informática y las tablas de comportamiento. Ok.
-Si, gracias.
El salón del fondo es una estancia con paredes blancas, y un techo con focos halógenos. Hay una gran mesa circular de madera de nogal y múltiples sillas. Con carteles parafílicos en sus respaldos.
Una gran pizarra en la pared y al lado un letrero que dice:
«Mi libertad termina donde empieza la de los demás» Jean Paul Sartre.

PEDRO PARRINA

UN MONSTRUO LLAMADO AMOR-.
Natalia se miraba al espejo y se sentía culpable, veía en su reflejo a la culpable de los celos de su pareja.
Natalia sentía amor, veía un amor inconmensurable donde solo había control; control de su vida, de su día a día.
-¿De donde vienes a estas horas?
-He ido a la peluquería cariño, a ponerme guapa para ti.
-¿Tú te crees que soy gilipollas?, eres una zorra, hueles a puta con tanta colonia como te pones, vienes de buscar macho, de provocar a otros hombres, que es lo que te gusta.
Natalia nunca vio a un monstruo en su maltratador; murió asesinada por su gran amor.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Juan y Verónica se despertaron tras una intensa noche de fiesta, dos jóvenes veinteañeros disfrutando de la vida.
Juan.
¡Buenos días cariño! Recuerdas lo que me prometiste anoche.
Verónica.
¡Buenos días amor! Estaba un poco ebria, pero sí que me acuerdo. Te prometí hacer realidad una de tus parafilias, fuiste muy valiente al contármelo, a mí me daría vergüenza contártelo.
Juan.
Sí, pero al final tú también me lo contaste, es una de las parafilias más raras que me han contado, pero te prometo que hoy se hará realidad.
Verónica se quitó las bragas y comenzó a masturbar a Juan con ellas.
Verónica.
¿Te gusta mi amor?
Juan.
Sí, mucho. Sigue, sigue.
Al cabo de un par de minutos Juan eyaculó sobre las bragas de Verónica.
Verónica.
Me toca, ¿tienes el pepino a mano?
Juan.
Sí, espero que te guste.
Juan introdujo el pepino en el interior de Verónica.
Verónica.
Diossssssss. Está frío, muy frío. La próxima vez sácalo media hora antes de la nevera.
Ambos cumplieron sus parafilias.
Fin.

SON SONIA

SIN PIEDAD
La falta de belleza arquitectónica a nivel externo habla del infierno que contiene internamente esta cárcel en concreto. Es una cárcel creada especialmente para pedófilos.
De lo primero que le sucede a un pedófilo al ingresar es que se le lleva a la sección de carnicería. En ella, sin anestesia ni cuidado alguno, propiciando el dolor y alargándolo lo máximo posible, se procede a cortar en trozos muy pequeños los genitales del recluso. Se realiza con un cuchillo de sierra, poco afilado, para que sea más difícil cortar y así prolongar el proceso. La norma establece que los trozos sean de un centímetro como mucho, para beneficiar la cantidad de tiempo que el sujeto podrá disfrutar de este trato especial. También hay medicamentos a mano para atajar pérdidas de conocimiento, desmayos y similares.
Lo siguiente que espera a los huéspedes de esta cárcel en particular es cumplir una condena perpetua en la que sufrirán a diario violaciones anales infligidas con distintos aparatos pensados para incrementar el dolor físico. Se aplican las medidas médicas imprescindibles para que ninguno de ellos pueda escapar a su castigo a través de la muerte. También se evita todo aquello que pueda ser usado suicidamente.
Esta cárcel tiene como operarios robots de última generación.
No hay ningún tipo de lujo.
No hay piedad.

MARY CORREA

MINNA
Este sería un año difícil para Dan, se tuvo que separar de su esposa y su pequeño hijo por primera vez, pero sería por unos meses hasta que se retirara el viejo director del colegio de su ciudad, y le dieran el puesto a él, abrumado por las deudas no tuvo más remedio que aceptar el empleo de maestro en un colegio de un desolado pueblo, mientras esperaba que le llamarán. Al entrar a la clase y presentarse a sus alumnos no pudo evitar, mirar a aquella nena que estaba sentada en el banco frente de su pupitre, es tan hermosa parece un ángel,- penso – buenos días – yo soy Dan y seré su maestro este año, y los haré estudiar mucho. Las semanas pasaban, el grupo cada día se adaptaba más a su maestro, y el cariño de el hacia ellos crecía, pero con Minna era distinto se sentía atraído por ella, un día sin darse cuenta se quedó observando sus pequeños piecitos calzados en sandalias blancas, sintió como cada fibra de su cuerpo se excitaba, salió casi corriendo del aula quería respirar aire fresco, alejar esa atracción enfermiza hacía su alumna, -esto no puede ser, estas enfermo, ¿que te sucede?- le decía a su reflejo en el espejo del baño, -por suerte falta unas pocas semanas para que vuelvas a tu casa con tu hijo y tu esposa. Siguieron pasando los días y la atracción por Minna se hacía cada vez más difícil de contener, un día a la salida a la nena se le cayó el pañuelo, Dan lo tomo rápidamente y se lo guardo en uno de los bolsillos de su pantalón, cada tanto lo sacaba y se lo ponía en la nariz para sentir el perfume de Minna, esa nena de trece años que lo estaba volviendo loco. Esa noche estaba solo en su dormitorio navegando por internet, y consiguió contactarse de forma anónima con un psiquiatra a quién le contó su historia, este le dijo que probablemente era una parafilia que buscará ayuda psicológica cuánto antes, luego de esta comunicación con el profesional, borró el historial de navegación – no pienso arriesgar mi familia,mi empleo por una locura que se pasará cuando salga de este maldito lugar- se dijo a si mismo. El día antes de despedirse de sus alumnos, pidió a Minna que se quedará un momento a la salida, ella estaba sentada en uno de los bancos cerca de la puerta, él se le acercó comenzó a tomar su cabello entre sus manos y llevárselo a la cara, la nena se asustó y salió corriendo a los brazos de su madre que la esperaba en el patio, – que sucede Minna – preguntó su madre que noto a la nena alterada – nada mamá, nada, ¿ mañana puedo faltar a clase? -dijo Minna tratando de calmarse. ¿Te sucedió algo ?- interrogó la madre preocupada ya que su hija jamás faltaba al colegio -no mamá, pero me sentí un poco mal y como mañana es viernes pensé que podría faltar a clase- contestó Minna, bueno- dijo la madre -mañana veremos. Al otro día, el último de sus días como maestro, se despidió de sus alumnos ,pero Minna no vino al colegio, así que se fue del pueblo sin poder volver a ver a la nena que le provocó hasta casi cometer una locura, que lo llevo sentir un deseo irreal para él, un hombre de unos treinta y dos años, con una esposa hermosa y un pequeño hijo al que adoraba.Cuando volvio a su casa nada fue igual, su esposa le increpaba todo el tiempo que ya no era el esposo amoroso,ni el padre cariñoso que se había ido hacía unos meses atras, ahora trataba con indiferencia á su pequeño hijo. Él se sentia aterrorizado de acercarse a su pequeño, y sentir por él lo mismo que había sentido por Minna, eso lo asustaba. Está situación termino con la ruptura de su matrimonio y cuando su esposa dijo que se iría a vivir a otro país y se llevaría a su hijo, sé sintió aliviado de que el estaría a salvó de su perturbada mente .Ya han pasado unos seis años de aquella locura que le hizo sentir su alumna, ahora es un respetado director de uno de los más importantes colegio de su ciudad, pero aún hoy cada tanto saca de su bolsillo el pañuelo de Minna para sentir su aroma, esperando cada día que uno de los niños que entran en su colegio, reviva la misma sensación que ella había provocado en él.

CESAR BORT

El sacerdote (Parafilia criminal)
Años de observación y estudio del ser humano, me advertían que todos los niños son ovejas sin redil; algunos de ellos, con esfuerzo de la voluntad, pueden entrar en él, aunque los más acabarán siendo ovejas descarriadas de por vida.
El cuerpo y el rostro son una fidedigna impresión de las almas, así, la belleza y el mérito van indefectible y universalmente unidos. Yo me fijaba en los cuerpos armónicos y con un cierto punto de fragilidad, pues los cuerpos demasiado vigorosos o deformados denotan o bien esclavitud al mundo físico o bien un alma impura.
Pero esa fragilidad natural, no afectada, unida a una cadencia de movimientos perturbadora, nos da a entender que ese cuerpo alberga un alma predispuesta a florecer en las más altas cotas de la espiritualidad.
También reclamaban mi atención los rostros. Tenían que estar bien formados, debían de ser simétricos: ambas cosas indicativas de equilibrio interior y dominio de los sentimientos. Los ojos tenían que tener un mirar nervioso, huidizo y tímido, debían ser vasallos y humildes, ya que la desfachatez y la prepotencia no quieren ser enseñadas ni pueden aprender. Es en los ojos donde se aprecia la inocencia reclamada para regocijarse en Dios y es en ellos donde yo la buscaba.
A los niños elegidos los sometía, en las horas de clase, a un seguimiento y una disciplina mayores que a los demás, pues, como es lógico, la inocencia que emanaban ―y que tantas cosas buenas prometía―, los hacía, al mismo tiempo, más vulnerables a los ardides que en todo momento está urdiendo el Mal.
Tenía, por su bien, que disciplinarlos, pero el tiempo de que disponía en las clases no era suficiente para lograr mi cometido y mi vocación hizo que ampliara mis horarios y los extendiera hasta mi despacho.
El niño citado llamaba a la puerta tenuemente, como si la vergüenza le atenazara el brazo. Yo, desde detrás de la mesa, contestaba con un lacónico «Entre», y, entonces, la puerta se abría despacio, temblorosa, hasta la mitad, y el niño entraba a pasos cortos y con la cabeza gacha. Le invitaba a sentarse y, mientras él se acomodaba, yo me levantaba a correr las cortinas ―para que la penumbra resguardara nuestro secreto de miradas infieles―, después, me situaba detrás de él y le ponía las manos en la espalda.
La mayoría de niños permanecían quietos, con la mirada jugando con las puntas de sus zapatos que se movían adelante y atrás suspendidos en el aire. Ponían las manos entre las piernas y se agarraban al borde de la silla.
En la primera visita, iniciaba mi enseñanza hablándoles de lo que Dios espera de nosotros y acariciaba su nuca.
En la segunda visita, me sentaba frente a ellos con nuestras rodillas tocándose, les hablaba de la Fe y los Misterios; les tomaba de las manos para sentir el temblor que provocaban mis explicaciones en su espíritu y notaba cómo su alma se abría al conocimiento verdadero de Dios.
En visitas posteriores, ya más adentrados en su Salvación ―pues quien ve a Dios es imposible que yerre―, los despojaba de sus camisas, mientras les recitaba y glosaba los Pecados Capitales. Me cercioraba de que nadie los maltrataba, pues a las almas puras es fácil infringirles daño. Acariciaban mis manos su torso, buscando algún estigma provocado por herejes que lo único que pretenden es menoscabar la inocencia.
Mis manos bajaban hasta la cintura donde se internaban en sus pantalones, y allí se entretenían un tiempo andando a tientas. Luego, los hacía levantar, los dejaba en medio de la estancia in puribus y sin orgullo, tal y como debemos presentarnos ante Dios.

EFRAÍN DÍAZ

«Nadie sabe lo que hay en la olla excepto el que la menea». Refrán popular puertorriqueño.
El accidente había sido aparatoso y la escena era dantesca. Las partes destruidas de ambos vehículos se extendían por un amplio radio y la policía no se explicaba cómo esos dos autos se embistieron de frente a toda velocidad. No hubo sobrevivientes. Ambas familias perecieron en el acto. Una vez el fiscal ordenó el levantamiento de los cadáveres, fueron llevados a la morgue.
Era la una de la madrugada y JC era el embalsamador de turno. Se disponía a preparar los cuerpos. Como de costumbre, despachó a la policía, vistió su bata blanca, agarró su caja de instrumentos quirúrgicos y se puso manos a la obra.
Cuando abrió la nevera, quedó estupefacto. No se esperaba el cadáver de una jovencita que apenas comenzaba a vivir. Estaba en la flor de su juventud. Por su ficha, tenía veinte años. JC estaba acostumbrado a cadáveres envejecidos y decrépitos. Muertos por el inexorable paso del tiempo y sintió lástima por la jovencita que había sido arrancada de este mundo a destiempo. Abrió las demás neveras para ver a toda la familia.
Con sumo cuidado, pasó el cadáver de la jovencita a la camilla, la llevó hasta la mesa de embalsamamiento, prendió las lámparas de halógeno y comenzó la faena.
Primero limpió el cuerpo, especialmente la cara, que estaba llena de sangre. Al limpiarla, vio que la veinteañera era realmente hermosa. Al ver su cuerpo desnudo e inerte en la mesa sintió una rara excitación, algo que nunca antes había sentido. Agarró el bisturí y a punto de dar el corte pectoral en forma de Y, se detuvo. Miró hacia ambos lados, como quien tiene la certeza de que obra mal, de quien se siente observado y quiere asegurarse que nadie lo mira y le acarició los pechos. Sus senos tenían la dureza y la frialdad de un bloque de hielo. El rigor mortis había comenzado a hacer efectos en el cuerpo de la joven. Aún así, continuó acariciando sus fríos pechos y sus duros pezones, duros no por la excitación sexual, sino por la rigidez cadavérica. Sintió la necesidad de parar, pero tal era su excitación que no pudo contenerse. Lamió sus pechos, chupó sus pezones y sintió un corrientazo en su cuerpo que le provocó una erección. Se preguntó si antes de partir a la otra orilla, la jovencita había conocido el sexo, si lo había disfrutado e imaginó toda una película en su cabeza de como hubiera sido acostarse con esa beldad. Tirársela, follársela hasta el éxtasis.
Entonces JC sintió vergüenza. ¿Como había llegado a tan bajos pensamientos? ¿Cuándo y cómo se había corrompido? Nunca antes había sentido un deseo como ese.
El deseo por aquella hermosa joven pudo más que sus pensamientos moralistas. Ya ni pudo ni quiso contenerse. Lentamente bajó la vista hasta llegar al monte de venus. Con sus manos abrió las piernas de la joven y observó su vagina. Estaba depilada. Corrió al laboratorio, buscó la jeringuilla más grande posible y la llenó de NaHCO3. Esa sustancia aminoraría el rigor mortis y le daría flexibilidad al tieso e inflexible cuerpo de la jovencita.
Volvió a la sala de embalsamamientos e inyectó el cuerpo de la joven. Volvió a mirar a ambos lados para cerciorarse de que nadie lo observaba. Se llama culpa y nos hace ser más precavidos. Entonces se dio cuenta que tenía tres testigos silentes. Cerró las neveras de los padres y el hermano menor y comenzó a penetrar el cadáver de la muchacha con ferocidad. El cuerpo estaba flexible. El NaHCO3 había hecho efecto y el rigor mortis había casi desaparecido.
Mientras la penetraba salvajemente, JC le miraba a la cara. Un rostro sin expresión. Con los ojos cerrados y la boca semi abierta por el efecto de la sustancia, le introdujo dos dedo en la boca, fetiche que disfrutaba. A punto de eyacular, paró. Puso el cuerpo bocabajo, la levantó por las caderas y continuó penetrándola salvajemente hasta eyacular.
Al terminar, colocó el cadáver boca arriba y lo limpió. Luego, sintió un miedo aterrador. No por lo que hizo, sino por la ausencia de culpa y la carencia de remordimiento. Porque había caído en lo más bajo que puede caer un ser humano y lo había disfrutado. Porque había descendido al sótano de la moral y gustosamente volvería a hacerlo.
Entonces volvió a la sala, subió a la mesa y nuevamente profanó el cadáver de la joven. Esta vez sin inhibiciones.
JC había cruzado una línea de la cual no había vuelta atrás. Era un viaje sin retorno. La necrofilia es una parafilia que no tiene cura. Desde ese momento no hubo cadáver femenino que llegara a la morgue y que JC no profanara. No hubo fémina que JC no se follara antes de que fuera expuesto en capilla ardiente.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

INSTINTO
Jamás hubiera imaginado que su anhelado retiro iba a llegar acompañado del mejor de los regalos y la mayor de las satisfacciones. Pero así era. La vida, de repente, le acababa de agasajar con una interminable colección de minutos y experiencias por descubrir que no estaba dispuesto a desaprovechar. Tras una trayectoria laboral entregado en cuerpo y alma a la medicina legal y forense, ahora, por fin, disponía de tiempo más que de sobra para poder dedicarse a su afición.
Vivía abajo de manera casi permanente. Con el sótano ya transformado en una especie de segundo hogar, lo que en principio comenzara como un mero entretenimiento, había acabado por convertirse en su verdadera pasión. Hora tras hora, pasaba la mayor parte de su tiempo entregado a su incansable labor. Tal era su dedicación que en cuestión de meses había conseguido adquirir un grado de destreza al alcance de muy pocos.

El nivel de excitación tan extremo que aquello le generaba no se parecía a nada que hubiese conocido con anterioridad. Todo comenzaba seleccionando meticulosamente la materia prima. Una vez en sus manos, derrochaba incontables horas restaurando cada mínimo desperfecto, cortando por aquí, cosiendo por allí, mimando cada detalle y puliendo la obra hasta aproximarse lentamente a su aspecto definitivo. Siempre con esmero y paciencia. De esta forma había conseguido reunir la exclusiva colección de piezas que componían su extravagante museo personal. Dar por finalizada cada una de sus obras le producía un escalofriante orgasmo imposible de describir con palabras y ante el que no se podía resistir.

Tras varias semanas de intenso trabajo, se hallaba a punto de concluir su creación número cincuenta, a falta de algunas falanges, que atornilló con sumo cuidado. Finalmente, contempló satisfecho el resultado. Una mano impecable. Al igual que el resto del conjunto.

Sus obras parecían estar llenas de vida. Solo les faltaba moverse. Tal era el realismo que emanaban que, una vez acabadas, las miraba completamente extasiado, presa de una especie de extraño y macabro síndrome de Stendhal. Acto seguido, surgía el deseo irrefrenable. Indefectiblemente. Una y otra vez. De alguna forma era consciente de que aquello no era más que era el delirio animal de una mente enferma. Pero no lo podía evitar. Sus instintos se anteponían a la razón.
Una vez terminado todo, y con la respiración aún entrecortada, procedió como de costumbre a limpiar cuidadosamente cada centímetro de piel, hasta dejarla impoluta mientras la colocaba en su ubicación final y daba tiempo a su agitada mente para que fuese volviendo en sí.
Sabía que aquello no estaba bien visto y que despertaría suspicacias, pero a su edad y en sus circunstancias, ya nada le importaba. Había hecho de la taxidermia su modo de vida. Y de los seres humanos su principal especialidad. Niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres y especialmente mujeres de todo tipo conformaban su peculiar muestrario. Siempre movido por una noble causa… preservar la especie para futuras generaciones. Un instinto de conservación loable y aparentemente legítimo. De no ser por esa ligera tendencia a la necrofilia.

IRENE ADLER

ALFA CENTAURI
Lo capturaron en la isla griega de Quíos y era, desde hacía ya mucho tiempo, el único y el último de su especie. No puedo imaginar una soledad más grande que ésa.
Mientras escribo este informe, en mi despacho de las instalaciones NESO 972 de los laboratorios de investigación militar de Fort Detrick, veo la jaula de cristal vacía, con el heno aún fresco, y alcanzo a oler la resina de los brotes de lentisco con que Zoe lo alimentaba, pero Alfa Centauri no está. Su silueta mitad humana mitad equina, ya no se desdibuja contra los paneles iluminados, y sus ojos verdes, tan humanos, ya no me miran acusadores desde la triste jaula de su cautiverio.
Cuando lo trajeron, Alfa Centauri hablaba en un un antiguo dialecto variante del minoico, extraño y tan poco conocido, que tardamos semanas en encontrar un posible intérprete para aquella lengua muerta mucho más arcaica que el dorio. Así llegó Zoe al proyecto NESO 972, a su vida y a la mía, para cambiarlo todo con su remota dulzura y su permanente ensimismamiento.
Había algo insólito y viejo en ella; en sus modales pausados; en el reverbero triste de su sonrisa. La orfandad prematura y una suerte de obstinada inocencia, la habían abocado a una vida de erudición, soledad y escasas dotes sociales. Creo que la primera vez que ella y Alfa Centauri se vieron, comprendieron que sus respectivas soledades eran, a la vez, identidad y estigma.
Al principio era violento; se negaba a comer; los jóvenes técnicos del laboratorio le tenían miedo. Luego, las constantes pruebas médicas y bioquímicas, junto con las drogas, fueron minando la beligerancia propia de su especie, hasta rozar la domesticación, la abulia y la mansedumbre. Pasó de ser un centauro extraordinariamente hermoso a tener el aspecto cadavérico de un niño de Biafra. Hasta que Zoe apareció, con su voz modulando ternuras y promesas de libertad en una lengua extraña y su mano esparciendo caricias como libélulas sobre su grupa azulada.
Día a día, Alfa Centauri volvió a comer; permitió que Zoe le curara las llagas autoinfligidas en su tenaz deseo de escapar al atroz cautiverio; y ya de madrugada, sin testigos ni pudores, ella se acurrucaba entre sus patas y sus brazos o apoyaba dulcemente la cabeza contra el pelaje suave de sus cuartos traseros. Zoe sustituyó en su corazón a los misterios de Quíos y ella encontró en un centauro, el afecto genuino que nunca podría encontrar en un hombre.
Y así como la Vida siempre se abre paso, el Amor adquiere muchas formas.
Zoe sabía que lo habríamos torturado hasta la muerte para obtener de él secretos y razones. Y que luego lo habríamos desechado, cuando ya no resultara útil. Zoe sabía cuánto daño podemos causar lo mismo en nombre de Dios, que de la ciencia o del miedo.
Por éso se lo llevó. Con mi ayuda.
Hay un lugar, cuyas coordenadas no revelaré, (pues sella mis labios una promesa), donde no han irrumpido aún ni ese Dios, ni esa ciencia ni ese miedo. Un lugar dónde sus únicos y escasos habitantes no temen a esas formas del amor que nosotros, tan civilizados y dogmáticos, tan necios, no entendemos y no aceptamos.
Un lugar dónde vivirán en paz, libres de prejuicios y sin miedo, la última mujer inocente y el último centauro.

MARÍA LORETO ARGANDOÑA

Advertencia al lector/a, pido disculpas de antemano, pues si alguien pudiese sentirse afectado por haber acabado con su fantasía de infancia de golpe y porrazo, pero ¿Sabía usted, que en el país de Parafiliandia:
El lacayo del rey, se ofreció voluntariamente para ir de casa en casa por todo el reino, sólo para acariciarle los pies a más de 700 doncellas antes de dar con el paradero de Cenicienta.
El príncipe feliz no quería que terminara el verano, porque las golondrinas ya no se frotarían más cada mañana en su estatua..
El enano tontín se hizo el idem, para poder ser el favorito de Blancanieves, pero también porque en el fondo, amaba que los demás lo trataran mal…
En realidad, el lobo feroz no se disfrazó de abuelita precisamente para engañar a la Caperucita…
Blanca Nieves se hizo de un ejército de animalitos no sólo para que le ayudaran a hacer las labores del hogar…
A Bella Durmiente la besaron solo porque el príncipe pensó que estaba muerta.
El gato con botas tenía un armario secreto con más de 300 botas y zapatos y de lo más puntiagudos fijesé.
El gigante egoísta, si quería que los niños jugaran con él, pero no en el jardín.
En los Tres cerditos, el hermano mayor, dejó que el lobo destruyera la casa de sus hermanos por puro placer mientras él se deleitaba mirándolos por la ventana.
A pulgarcito le gustaba ser pequeño, porque así podía meterse en todos lados a mirar sin que nadie lo notara
A Pinocho le gustaba mentir solo para que la gente le mirara la nariz, qué me dice usted…
Y Colorín colorado, esta historia, parece que aún no ha terminado.

EL FARO

«Espiaba.
Eso la iba auxiliando. Como si mirar por mirillas fuera otro medicamento.
Uno que tomaba cuando podía, o cuando le venia a la piel ese incendio de los solos.
Por los ojos entraba el libido que la humedecía, enfocaba la acción para repetirla, la caricia para calcarla, el gemido para copiar y la flojedad del orgasmo.
Y ella era un rictus de felicidad cuando todo terminaba.
Los años se iban cosiendo en los muslos y en las nalgas, en los brazos y las manos.
Y cuando se acostaba sobre las sábanas frias se recordaba… ella en la erupción de los deseos, en el fracaso de los intentos, en el hambre no saciada.
Espiaba
Y fornicaba a su gusto, modelando posiciones, moviéndose desnuda por la casa. Alimentaba la cabeza con un cuerpo que ya no tenía, con una pasion que secreteaba.
Y acomodó la mentira, la inventaba, se regocijó en lo que acechaba para su gozo; ya no era el durazno del deseo, ella sola se saboreaba.

BEGO RIVERA

El terapeuta
— ¿Quién tiene la potestad absoluta de decidir qué es lo correcto y qué no ?
¿Quién osa proclamar leyes sin el beneplácito de todos y cada uno de sus ciudadanos?
¿Por qué los que sienten, actúan y discrepan como yo… somos excluidos de la sociedad, ya sea moralmente o penalizándonos con normas establecidas por unos pocos?
¿Qué es normal? ¿ Quién es normal?
¡Yo soy normal! ¡ Malditos farsantes, impostores, embaucadores!
¡Hipócritas! ¿Me van a decir a mí que no harían lo mismo? ¿ Qué no tienen fantasías que les gustaría llevar a cabo de verdad? ¡Seguro que muchos superan las mías con creces! ¿ Con qué clase de parafilia sueñan? ¡Usted…! ¿Cuál es la suya? Adivinaré.. sí, se excita jugando con objetos forzando mujeres. ¿ Me equivoco? Treinta años como terapeuta me avalan. Usted es mi homólogo, lo entiende, le entiendo ¿ No doctor?
El terapeuta pidió que le abrieran la celda. Salió dejando a su paciente totalmente enervado e insultando sin parar.
Cuando salió de la comisaría los periodistas invadían la acera. Era noticia la captura del terapeuta pedófilo.
Sorteó a la prensa y se encaminó a su despacho. Le esperaba una paciente, Silvia, una joven muy rebelde. Sonrío y babeó sólo de pensarlo.

GUILLERMO ARQUILLOS

EN LA PUERTA DE LA ESTACIÓN
El vagabundo estaba contemplando a la gente que entraba y salía de la estación. Quería una presa fácil: un chiquillo que entrara jugando, alejado de sus padres, o una cría de seis o siete, quizá de ocho años, cuyo cuerpo fuera fácil de disimular envuelto en una capa.
El vagabundo no había tenido ningún ingreso legal desde antes de la pandemia y casi no se acordaba de lo bien que se dormía a cubierto, en un colchón blando y una cama limpia, porque tampoco quería estar prisionero en un centro de ayuda a la gente sin hogar, lleno de borrachos, como los dos que él conocía.
Cuando se le acercó el hombre alto de las gafas de sol para proponerle el trabajo, se le abrieron las ganas de ser normal.
«Normal —se dijo—. ¿Qué querrá decir eso de “ser normal”? Todo el mundo está loco, eso es lo normal. Cada uno cree que las vidas de todos los demás giran en torno a él. ¡Es ridículo!».
—Mil pavos —dijo el desconocido.
Tumbado en el suelo, el vagabundo vio la sonrisa del hombre alto. En cualquier momento le podría haber ofrecido dinero o haberle dado un puntapié y escupirle. Al fin y al cabo, estaban solos en la calle y ¿qué más le daba una mierda de pordiosero?
Se pusieron de acuerdo rápidamente: serían doscientos ahora y el resto con la entrega de la mercancía. Le había dejado una enorme capa para que se la envolviera, si le hacía falta, y le había explicado rápidamente cómo se usaba la jeringa.
—A las siete, ya sabes, a las siete en punto —le había dicho.
Y el vagabundo estaba al acecho, al día siguiente, tumbado en la puerta de la estación. Esperaba a que la mercancía entrase en el baño. Allí tendría que cazarla.
Pasaba el tiempo y la estación estaba vacía. Llegó a creer que tendría que decirle al hombre alto que no había podido conseguirle nada. Y eso no le gustaría.
Un crío de unos tres o cuatro años acercó la cara al cristal de un escaparate de la estación. Debió de decirle algo a sus padres, que estaban detrás, con caras de luna de miel. Se oyó la voz enfadada del hombre, que le gritaba, pero no se le entendió. No debió hacerle mucha gracia lo que le dijo el chiquillo. Dio la impresión de que algo no iba bien; el niño se acercó entonces a las piernas de la mujer y se abrazó a ella. La pareja se echó a reír a carcajadas y se oyó al padre, cuando lo agarraba de la mano.
—¡Venga, vamos, tonto…!
Entraron en la tienda.
En ese momento, pasó por delante de los ojos del vagabundo la presa ideal: era una chiquilla rubia que tendría siete u ocho años. Iba con paso muy ligero, casi corriendo. Se veía que tenía ganas de hacer pis. Entró en los servicios a toda velocidad.
—Amigo —dijo el vagabundo—. Seguro que esta cría le va bien.
Puso la carga en el maletero del Mercedes, ayudado por el hombre alto de gafas de sol. Este sacó un sobre.
—No lo cuentes, está todo. Ya verás —dijo—. ¿Alguien te ha visto?
—He tenido que dejar a la hermana en los servicios. Se ha quedado dormida, ya sabe
El hombre de las gafas de sol abrió la boca un momento. Se agarró con los dedos las gafas de sol como si así pensara mejor.
—¿Eres gilipollas? —gritó en un susurro—. ¿Cómo se te ha ocurrido…?
—¡Es que entró cuando ya le había puesto la inyección a esta…! —Se disculpó—. No tuve más remedio.
Dejaron el coche aparcado de cualquier forma, con las luces de emergencia, y entraron ambos en la estación. Al momento, salieron con algo voluminoso, envuelto en la capa. Parecía una alfombra un poco grande y pesaba como una muchacha delgada de unos quince años.
Cuando la pusieron en el maletero, junto a la otra cría, el vagabundo, sacudiéndose las manos, preguntó:
—¿Ahora ya está todo bien?
El hombre lo miró de la cabeza a los pies. Sin darle tiempo a reaccionar, lo abofeteó con la mano abierta y lo tiró sobre la acera.
—¡Gilipollas! —gritó.
El pordiosero trató de incorporarse y entonces el hombre le escupió en la cara.
—Hueles a mierda, vagabundo. ¡Píllate una buena cogorza y muérete, escoria!
El Mercedes se dirigió a las afueras saltándose los semáforos en rojo.
Era la tarde de la final de futbol, todo el mundo estaba en casa.

JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA

PORNOGRAFIA.
¿Quién dictaba lo que tenía que ser el erotismo?¿Quién definía lo que era una desviación sexual? ¿No somos libres para hacer lo que queramos sin hacer daño a nadie? ¿No podía ser la desviación sexual otra forma de aprovechar el tiempo cuando ya apenas hay tiempo?
Ella y él, sin nombres porque la muerte se los arrebataría dentro de poco, huyeron desesperados de ese feo hospital. Feo por los muebles, por lo poco colorido de los uniformes, por las paredes lisas, por el olor a desinfectante y sobre todo por las malas noticias. Después de 2 semanas de ser sorprendidos en su habitación intentando tocarse y continuar con aquella ardiente esperanza, él decidió firmar su baja voluntaria y enterrarse en su cama de matrimonio los últimos días de su vida.
Lo primero que dijo cuando llegaron a su casa fue que lo desnudara y lo dejara entre sus sábanas blancas favoritas, las que olían a tantas horas de lujuria y que fueron testigo de palabras y fluidos que se desparramaron por doquier como ríos de vida que no fueron a desembocar a ninguna parte sino que se quedaron frescos en sus recuerdos. Le tenía dicho que lavara las sábanas pero que no se esmerara en quitar las huellas de tanto esfuerzo por quedarse uno dentro del otro continuamente. Se excitaba nada más pensar en volver a dejar otra huella de su locura en aquellas sábanas, ó era más bien la cordura de aprovechar cada día, incluso a veces más de una vez, para que ahora no tuvieran ningún arrepentimiento por haber perdido su tiempo. Le pidió a ella también lo obvio, que se desnudara y que dejara desplegados sus cabellos y sus pechos para llamar a su excitación otra vez, pero los dos eran conscientes de que ahora tendría que ser diferente, excitante e inolvidable como cada vez pero diferente.
Ella lo amaba tanto que inmediatamente supo lo que tenía que hacer. Arrojó al suelo sus bragas que resbalaron por sus muslos mojadas de excitación y se dirigió con paso firme a su caja de labores artísticas; cogió un lápiz de grafito y un cuaderno de hojas tan blancas como las sábanas y se sentó frente a él cruzando los tobillos y abriendo los muslos encima del sillón para ofrecerle su sexo hambriento y jugoso. Llegó a una página en blanco y empezó a plasmar en ella el cuerpo de su hombre, el que tanto la había satisfecho, el que todavía la amaba y el que todavía deseaba follarla. Cuando empezó a trazar el milagro que ofrecía su ingle, dibujó su erección y entonces la real también surgió de las sábanas, eso y el primer gemido común. El lápiz incrementó su ritmo, de una página pasaba a otra y el deseo crecía y mojaba la mente de ambos, ella siempre encima para que él no tuviera que esforzarse, de frente a sus ojos, ofreciéndole sus nalgas, moviéndose en el dibujo, arriba y abajo, arriba y abajo, frotando sus pieles internas y jadeando sin descanso. El climax llegaba y sería a la vez, como siempre que el sexo lo hacían como el más grande gesto de amor y de placer, el lápiz tensó la piel del pene y el último espasmo salió desde muy adentro, explotando y derramando por el papel y la sábana lo que se llevaban aguantando desde hacía días. La habitación se llenó de un silencio que sólo se rompía con un suave aliento ¿Sería el último ya? ¿Tendrían fuerzas para un nuevo acto? Una vez calmadas las ansias de aquellos cuerpos sedientos, todo daba ya igual.
Ella acarició de nuevo el lápiz de grafito, lo hizo suavemente para calmarlo y viendo sus trazos entendió que habían creado su propia porno-grafía.

ALMUT KREUSCH HOFFMANN

Isabel sumisa
Isabel tenía entonces 40 años y era una mujer inteligente, muy disciplinada y muy independiente. Tenía excelente reputación como abogada con calidad y rigor profesional, y desempeñaba sus funciones de manera ética por encima de todo. Se sentía comprometida con los delitos sexuales y era muy respetada entre las prostitutas por su eficacia en la persecución de los maltratadores, la explotación sexual y la prostitución ilegal y forzada. Los honorarios que cobraba a estas mujeres cubrían los gastos estrictamente necesarios, pues conocía la precaria situación económica de la mayoría de sus clientas.
Era una mujer con mucho estilo. Siempre llevaba elegantes trajes falda y vertiginosos tacones.
Dos veces divorciada, no tuvo suerte en el amor. Su inteligencia, su independencia, su sexualidad franca y exigente hacían que los hombres, que al principio se pavonearon de haber conquistado a una «power woman», pronto se sintieron incómodos e inseguros ante esta mujer de semejante talla y por lo que sus egos sufrieron un duro golpe. Esto, a su vez, desinfló todo el entusiasmo de Isabel y terminó menospreciando al hombre que al principio creía su alma gemela.
Pero no descartaba encontrar una nueva pareja, incluso un tercer marido, pero ni siquiera con una intensa vida social conoció a un hombre de su agrado.
Cuando habló de ello con su mejor amiga, esta le sugirió que utilizara las redes sociales.
—¿Hay muchas páginas web para hacer contactos, porqué no las pruebas? Las hay de todo tipo. Cada vez hay más parejas que se encuentren por esta vía.
— No sé,—respondió Isabel,—¡he oído cosas tan raras, como para fiarse!
— Y a las parejas que se han conocido por la vía «normal» no les pasan también cosas muy raras? Por lo menos no dejes nada por intentar.
Isabel, aunque escéptica y justificándose que era sólo por curiosidad, empezó a entrar por las noches en el sitio web recomendado por su amiga. Al principio era nerviosa, pero aprendió pronto que el anonimato tiene sus ventajas.
Habló con muchos hombres y reconoció rápidamente a los mentirosos, los casados camuflados, los adolescentes salidos y a los que querían sexo sin compromiso. Conoció hombres interesantes, académicos como ella, hombres con inquietudes. Incluso salió con algunos de ellos. Pasaron una velada agradable, pero no surgió nada más.
Una noche decidió que esta vez sería el último intento, porque esta búsqueda inútil era una pérdida de tiempo.
En cuanto se conectó con su nick habitual «ejecutivaexigente» un tal Javier la saludó. A esta primera vez le siguieron muchas más. Era un hombre muy educado, culto, ocupó un alto cargo directivo en un hospital, e irradiaba una fuerza que cautivó a Isabel desde el primer momento e inexplicablemente la excitó. Tenía el ego elevado, era muy sutil y tenía un fino sentido de humor.
Pasó un tiempo antes de que hablaran de temas más intimas. No ocultaba que era Dominante y amante de BDSM. La sorpresa, unida a la ignorancia y la curiosidad apenas disimulada de Isabel eran para él un campo fácil de abonar.
Isabel estaba asustada, y cuando él hablaba de mordaza, castigos, pinzas, fusta, collar de perra, de ataduras y sobre la relación amo y sumisa, los escalofríos le recorrieron la espalda. Y la exquisitez y sutileza de Javier despertaron en ella más que un simple deseo sexual.
Empezó a leer todo relacionado con el mundo de la dominación y la sumisión. No tardó mucho en descubrir su alma sumisa, e incluso se alegró de ello porque prometía emociones placenteras y, aunque casi no se permitiera este pensamiento, una felicidad diferente.
Ahora quería descubrir y experimentar ese placer tan especial del que tanto había leído. ¿Qué sentiría al entregar la propia voluntad a otra persona, al darle poder? ¿Cómo sentiría placer a través del dolor, siendo castigada o humillada?
Pacientemente Javier intentó resolver todas las dudas de Isabel, pero también le dejó claro que, si finalmente ambos elegían este camino, no sería siempre de rosas.
Llegó el día de su primer cita y quedaron para cenar en un pequeño y elegante restaurante .
Ella llegó la primera, con un elegante vestido negro de escote medido y tacones de aguja rojos. Apenas se había maquillado. No llevaba bragas, como se le había pedido Javier en la noche anterior. Tenía las manos frías y la boca seca. Él llegó un cuarto de hora más tarde, a propósito, según supo mas tarde. Cuando se vieron, se gustaron inmediatamente. El era alto, muy atractivo y tenía una mirada intensa. Olía a perfume caro. Su voz era agradablemente grave y muy seductora.
Isabel se fue relajando poco a poco, cenaron a gusto el menú y con el vino que él había elegido. Hablaron de sí mismos, de su vida profesional, de sus aficiones, de los viajes que habían hecho; una conversación ajena a todo lo que en realidad les había unido. En el postre, ella ya no podía aguantar más.
—¡Estoy sin bragas!
—¡Ya lo sé!— contestó el.
—¿Y no lo quieres comprobar?
— No, sé que has cumplido mi orden.
Terminaron la velada con una copa, él la acompañó al coche y entonces sí, la besó en la boca, un beso que ella nunca olvidó.
Isabel estaba confusa, pero también aliviada por no tener que someterse a más pruebas, aunque tampoco imaginaba qué tipo de pruebas podrían haber sido.
El segundo encuentro tuvo lugar en un hotel. Esta vez él había llegado antes y la esperaba en la habitación. Isabel había cumplido con la segunda orden. «Lencería sexy y provocativa, medias hasta el muslo y zapatos de tacón». En una tiende de lencería especializada había comprado un body negro de satén con un escote de escándalo que casi dejaba al descubierto sus bien formados pechos.
Con una leve sonrisa en los labios él dijo:
—¡Quítate la ropa! Sorpréndeme con tu ropa interior y no te quites las medias ni los zapatos¡
Temblando obedeció, ¿qué iba hacer con ella ahora?
Cuando se presentó delante de él, vio con alivio su expresión de satisfacción.
—¡Acércate y date la vuelta!
Isabel se dio la vuelta y se vio reflejada de cuerpo entero en un gran espejo.
—!Y ahora dime lo que ves¡
Se quedó mudo y no supo qué contestar. Pero de repente fue como si un velo cayera de sus ojos.
Vio una puta. Una puta elegante, provocadora y seductora.
— Una puta, — dijo vacilante.
Javier se acercó a ella con una cálida sonrisa y la estrechó entre sus brazos.
—No eres una puta. !Eres MI puta¡

GABRIELA INÉS COLACCINNI

Audio
Hola, soy yo.
Ya sé que no querés que te cuente pero no doy más, te mando este audio para descargarme un poco. Estamos seguros, el tipo se calienta espiando a mi sobrina, la de trece, ¿podés creer?¡ Mientras la nena está en la clase de gimnasia! ¡Qué mugre! Una amiga de ella dijo que lo vio mirando por el vidrio y tocándose mientras practicaban para la muestra. Mi hermana y mi cuñado ya hicieron la denuncia pero los despacharon en cinco minutos. Dicen que sin pruebas no hay nada que hacer. Estos canas siempre iguales, mirando para otro lado, ¡qué basuras! Espero que hoy venga y haga lo mismo de siempre. Yo tengo todo listo, le cambié a la moza de afuera mis mesas de adentro y tengo el gotero en el bolsillo del delantal. Te dejo, te dejo, ahí llegó el hijo de puta. Después te cuento cómo se retorció antes de morir. ¡Deseame suerte!

CANDELA PUNTO

AMA Y SEÑORA

De pelo rojo cobrizo y con trenzas, bailaba sola en la pista dispuesta a enmudecer a la discoteca entera. Sus dulces labios carnosos y anaranjados por el efecto de las luces psicodélicas, resaltaban entre tanta peca bien puesta y su pequeña nariz llamativa. Los ojos de un azul eléctrico, te devoraba al mirarlos sumiendo tus deseos carnales más profundos en un puto caos. Su mono de látex echo a medida, resaltaba el perfecto y ansiado por todos, contorno, de unos senos bien ajustados y escotados por el traje negro de costuras moradas. Sus glúteos redondeados y firmes como consecuencia del Pilates que practicaba a diario en su casa, ¡madre mía!, me estaban volviendo loco mientras movía sus caderas en medio de la pista.
Dispuesto a darlo todo y encendido como un tronco en una hoguera, me agarraré a ella por detrás y deslicé mis manos por su cintura hasta llegar a su pubis. Abrazados y en contacto lascivo, dancemos pegados al ritmo de la última canción de la noche. Ella me agarraba de los pelos y empujaba mi cabeza hacia su cuello, yo la besaba sintiendo su culo apretado en mi sexo. ¡Dios, no aguanto, me muero si no la poseo aquí mismo!
Se giró, abrazamos nuestras leguas, bebimos de su copa, nos fuimos en un taxi. Follamos salvajemente en el ascensor…
Cuando desperté.
Viento en popa y a toda vela, me vais a besar el culo en cuanto lo ordene —exclamaba agitando el látigo al aire mientras sorteaba los cuerpos desnudos y tumbados bocarriba en el suelo—. El novato de mi derecha temblaba de la emoción que sentía ante su primera experiencia de este tipo. El de la izquierda, conocedor de las buenas virtudes de nuestra ama y señora, se peía de gusto, solo de pensarlo. Yo, en medio de los dos y atragantado con la bola que sellaba mi boca, lloraba inmóvil y arrepentido encadenado al suelo deseando escapar.
Así fue mi primera vez, en contra de mi voluntad. Ahora la lamo a diario. Mi mujer no sabe nada.

JOSMA TAXI

TACONES
Llevaba cerca de media hora esperando, notaba que hacía demasiado calor en aquellas oficinas, aunque mi reloj de pulsera me indicara que estábamos a una temperatura de veinte grados, sin embargo, yo notaba que estaba entre sudado, seguramente sería la ansiedad por aquella tardanza.
— ¡Pase y siéntese! —, me dijo la mujer morena, lamento el retraso, pero ha habido un contratiempo. Le felicito por haber llegado hasta aquí, ahora solo quedan dos aspirantes. Es preciso que le haga una entrevista rutinaria para llegar a la fase final.
La dama me colocó un gorro de transmisiones, que le permitiría seguir todas mis constantes vitales y empezó a preguntar, tenía en su ordenador holográfico todo mi expediente, así que mientras dijera la verdad, mientras no cayese en ninguna contradicción, todo iría bien. Pero recordar aquello que no había explicado nunca, que no quería contar ahora, me enervaba.
— Muy bien señor, nos queda un pequeño apartado que explorar, el de su vida sexual.
Ahí estaba el problema, tenía que salvar aquella parte, contestar de forma coherente, así que le dije que no estaba casado, pero que vivía con Alma desde hacía tres años, que nos iba muy bien, que estábamos consolidando una magnífica relación. Mis comentarios fueron asentidos por la morena.
— ¿Mantienen relaciones sexuales periódicamente?
— Naturalmente que sí, de forma satisfactoria.
— ¿Usted sufre alguna parafilia? ¿Sabe lo que son?
— Sí, he oído hablar de ellas, pero no tengo ninguna, Es cierto que siempre he estado atraído por los zapatos de aguja, los de tacón estrecho. Pero lo que me gusta es una mujer que los lleve, no los zapatos en sí. Cuando Alma se pone unos, caigo rendido ante ella.
Yo mismo noté como mi voz se alteró un tanto en esta última respuesta, tenía que ocultar a toda costa que Alma no era humana. Siempre tuve atracción por las muñecas hinchables, y cuando apareció en el mercado el primer robot femenino psicotrónico me apresuré a comprar uno, la llame Alma, le enseñé todo lo que yo sabía, le conseguí documentación legal, le regalé dos títulos universitarios. La dote de cinco módulos lingüísticos, que tuve que financiar aparte, quería que mi chica supiera idiomas, que me susurrase palabra de amor y de sexo en diferentes lenguas. Aprendió canto y piano, Alma era mi creación y jamás revelaría a nadie que era un droide, aunque me costara, cuanto fuera.
—Bien, Sr. García, no he detectado nada extraño, creo que es apto para ocupar el puesto, la selección del aspirante la llevaran ustedes mismos a cabo, mediante una negociación, así que le dejo solo, en cuanto llegue su oponente pueden comenzar su discusión
La morena se marchó, volví a esperar, me agaché hacia el lado izquierdo para anudarme el zapato, en esa posición noté que abrían la puerta del despacho, un olorcillo a flores frescas invadió el ambiente, unos suaves pasos se deslizaron por la moqueta, la chica llevaba puestos unos espléndidos zapatos rojos, con unos finísimos tacones, una medias trasparentes de fondo negro, una falda negra con topitos rojos, una chaqueta a juego, al levantar la cabeza supe que había perdido el trabajo, ella era…, era Alma.

OMAR ALBOR

Entre las texturas de la ventana, logré verte desnuda.
Supe desde esa primera vez que serías para siempre mi fantasía.
Iba a tú kiosco a comprar un simple caramelo y lo abría frente a tus ojos.
Solo para que me vieras saborearlo.
Mis ojos te desnudaban.
Y cada noche volvía a tú persiana a poder verte entre las texturas.
De todas las formas te vi llegar a tú cama.
Te vi vestirte y desvestirte Cristina.
Hasta la anécdota de estar junto a tus hijos amigos míos en la pileta junto a tú hermana.
Y que la pileta de lona cediera y que todo sea un hermoso caos de mucha agua sin rumbo viendo la tortuga flotar y tú cuerpo tatuado por el sol tratando de hacer pie para evitar las miradas.
La perfección de florecer entre tú fantasía de cada noche.
Volver cada noche a casa y que todo fluya fue siempre imaginación.
El tiempo dejo pasar las noches que volvía de la cochera de Fernando y vos estabas sentada en la puerta de tú casa.
Y nos sentabamos a charlar, las miradas nos desnudaban pero vos eras la mamá de mis mejores amigos.
Nos reíamos nos rozabamos todo era extrema opción.
Creo que ambos nos despedíamos para poder llegar a nuestra intimidad e imaginar tocarnos y ser solo uno.
Eso siempre ocurrió y el después, la historia lo guardara para el próximo capítulo.

EDUARDO VALENZUELA

¡Alma! ¡Alma! Cierro los ojos y grito tu nombre al viento. ¿Qué me has hecho, que no consigo sacarte de mí?
Me heriste. Heriste a tu Oskar, lo heriste de muerte en esa clínica vienesa. Te lo dije, Alma, no solo me arrebataste nuestro hijo nonato, también te llevaste mi vida. Ni siquiera los disparos, ni los horrores en el frente de guerra me hicieron tanto daño.
Cómo quisiera verte muerta antes que con ese idiota de Walter. Los acabaría a ambos con mis propias manos. Usaría tu sangre tibia para pintar un último cuadro y me quitaría la vida.
Tú sabes que con él nunca será lo mismo que lo nuestro. ¿Qué sabe él de pasión? ¿Qué sabe él de los secretos de tu cuerpo? ¿Sabe fundir las lenguas como hacíamos nosotros? ¿Te haría desfallecer cómo yo?
Tan solo imaginar que estás con él me carcome, me perturba, me enloquece. He colgado el intestino de un cerdo en la ventana del taller. Lo he visto llenarse de moscas y pudrirse. He pintado un cuadro de la descomposición. He cogido los gusanos para ponerlos sobre la tela. Pero el resultado no me ha satisfecho, lo he tirado. Era una mierda maloliente, sin arte, sin vibración.
Alma, te has llevado mi inspiración. Cómo quisiera pintarte. Cómo quisiera recorrete con mis manos y con mi aliento una vez más.
Supongo que ya te enteraste, por la prensa, de la “Mujer Silenciosa”. Esos estúpidos empingorotados se escandalizaron cuando la llevé conmigo a la Ópera de Viena. La vestí con un hermoso vestido azul con blondas, como aquel que lucías tan bien, y la senté junto a mí, sosteniendo su mano. Ella se mantuvo, como siempre, en silencio, pero aún así causó molestia en algunos imbéciles.
Le pedí a Hermine Moos que la fabricara de tamaño real. Había visto su sensibilidad como pintora y la calidad de su trabajo como fabricante de muñecas. Le envié las indicaciones y esquemas de cada curva de tu cuerpo ya que, bien sabes, podría describirlo a ojos cerrados, porque cada fibra del mío conoce el calor y la humedad del tuyo.
Sostuvimos una nutrida correspondencia para cubrir, de la forma más realista, hasta los detalles más íntimos. Le solicité, encarecidamente, que usara su magia de artista para que «cuando vea y toque a la muñeca, imagine que tengo a la mujer de mis sueños frente a mí». El resultado fue un monstruo, horripilante, frío, indiferente y silencioso…, pero era todo lo que me quedaba de ti.
Pensé en destruirla. Me tomó un par de días decidirme. Pasamos una noche entera hablando, desnudos ―como solíamos hacerlo los dos―, allí la nombre: “Mujer Silenciosa”.
Contraté una doncella para que la vistiera, peinara y atendiera, con todos los menesteres que una dama requiere. Así, todas las tardes, paseaba con su silencio por la ciudad, como si lo hiciera contigo. Pinté un par de cuadros de ella, como si te pintara a tí. Y desaté mi pasión sobre ella, como si fueras tú. Mas solo encontré frustración y amargura. Sus carnes heladas, cubiertas de finas plumas, no ardían como tú. Sus brazos fláccidos no me abrazaban, ni me arañaban. Su boca, cerrada, no me mordía ni jadeaba «¡Oskar!» en mi oído.
Le pedí a Hermine Moos que mejorara a la “Mujer Silenciosa”, que le diera boca, que le pusiera dientes y que la abriera para mi cuerpo trémulo y ardiente, pero se negó.
Reí, Alma, reí con locura. Ese monstruo tenía tus formas, tu estatura, pero no eras tú. Quizás, si hubiese vestido tus ropas, si le hubiese puesto tus medias, si la hubiese impregnado con tu aroma, con la sal de tu cuerpo.
No pude más con ella, Alma. La asesiné tras una noche de juerga y desenfreno. La bañé en vino, bailé con ella sin parar, la besé sin tener respuesta y acabé decapitándola.
La he tirado a la basura, Alma. Ya no me queda nada de ti.
¡Alma! ¡Alma! Cierro los ojos y grito tu nombre al viento.
***
Alma María Margaretha Schindler, compositora y editora musical austríaca, fue la musa de destacados artistas e intelectuales de finales de siglo IX y comienzos del XX. Se casó tres veces. Primero con el compositor Gustav Mahler, luego con el arquitecto Walter Gropius y finalmente con el novelista Franz Werfel. Su figura (una mezcla de inteligencia y belleza) inspiró importantísimas obras de arte. Entre ellas, el cuadro “La Novia del Viento”, del pintor Oskar Kokoschka.

IVONNE CORONADO LARDE

Gustos extraños (Autora: Ivonne Coronado Lardé)
La mayoría de la gente tiene sus fantasmas sexuales en un rincón de su mente, y los deja salir libres cuando encuentra con quien disfrutarlos en la intimidad de su hogar, pero cuando esos fantasmas obsesionan tanto que salen afuera a pasearse impúdicamente por las calles queriendo convertirse en realidades con extraños que no lo desean, el dueño de esas obsesiones se encuentra de repente con un nombrecito en la frente. Los que lo leen, se asustan, lo rechazan. La verdad, solo de leer esos nombres, da risa, pero esta se acaba al leer sus descripciones.
Misofilia, atracción por los olores corporales; ailurofilia, deseos de poseer ropa, cabello, piel, etc. de extraños; formicofilia, placer al contacto de insectos en el cuerpo; asfixiofilia, masoquismo sexual que puede ser mortal, etc., etc. son una de las tantas aberraciones que padecen los humanos. En gustos se rompen jergas, decía mi abuelita, y tenía razón.
Leyendo todas las definiciones de las más raras parafilias, me acordé de la historia que me contó Mauricio Fuentes, uno de mis amigos.
Mauricio es policía y detective, y estaba furioso el día que nos encontramos ante nuestra acostumbrada cerveza de los sábados.
-Odio que me pongan a investigar cosas insignificantes, cuando hay tantas que son verdaderamente importantes. Imagínate – continuó – en este vecindario alguien anda disparando por las noches, abriendo agujeros en las paredes, asustando a la gente en pleno sueño, y si hasta ahora, no hemos visto más que caras asustadas, podríamos tener un muerto entre las manos.
-Qué horror! De dónde sacan esas armas.
-Pues nadie sabe… andan muchos chicos haciendo diabluras en vez de estudiar, de divertirse sanamente.
-Pero, que te han puesto a investigar? -Le pregunté intrigada.
¡-Ja, ja, ja! Ni te lo imaginas… el robo de ropa íntima de los tendederos.
¡-Ja, ja, ja! No puedes quejarte al sindicato? Parece una payasada.
Nos despedimos con un apretón de manos. Quedamos en vernos ahí mismo el sábado entrante.
Puntual como siempre, Mauricio me esperaba en nuestro rincón, éramos amigos desde la infancia. A mí me gusta escribir, más de una vez acudí a él para pedirle información.
-Hola, ¿cómo te va con tus robos de calzones?
-Te tengo noticias. La ropa interior ha sido tomada del interior de ciertos domicilios, no solo de los tendederos. Ya no es una tontería. ¡Estoy confrontado a un fetichista, que puede estar loco!
-Te cuento que encontré un nombre para la obsesión de tu ladrón: hifefilia.
¿-Qué es eso?
-Otro nombre para el fetichismo. Y puedes encontrarte con tipos extravagantes que viven sus fantasmas sexuales abusando a sus víctimas. Otros se encuentran con gente que, igual que ellos, buscan realizarlos.
Al siguiente sábado por la mañana apareció la noticia, que me parecía divertida, aunque la sentencia un poco dura: «Se atrapa al ladrón de prendas íntimas. Encuentran en su domicilio fotos de mujeres desnudas y cientos de sostenes y bragas de todo tamaño. Se le darán 7 años de prisión por allanamiento de morada y conducta inmoral. La
captura fue efectuada gracias a las investigaciones del detective Mauricio Fuentes. Diario «Las Actualidades». 24 de septiembre, 2014, Montreal.»
Seguro que este sábado por la noche tendré los pormenores, para utilizarlos en mis cuentos.
Nota: Basado en hechos reales, pero en diferente lugar.

PABLO CRUZ ROBLES

Todo el mundo tiene algún «alter ego». No es necesario haber pasado un horrible trauma infantil, ni tener ninguna enfermedad mental. A veces, con solo cabrearnos, ya estamos generando una pequeña personalidad diferente a la que asumimos como base; alguien más temperamental y decidido de lo que normalmente somos.
Pero hay más situaciones en las que podemos generar pequeños «alters». Ya sea por aburrimiento, resistencia física, o pequeñas epifanías, nuestra personalidad sufre mutaciones que la transforman y alteran durante el tiempo que nuestro subconsciente determine necesario.
Y ahí es donde entra este nuevo producto: Posesión. Una sustancia líquida que se inyecta vía intravenosa por los párpados. El sujeto que lo consume, experimenta la perdida total de voluntad durante unos segundos, hasta que el «alter» toma el control y… Bueno, los resultados son variopintos, todo depende de qué tipo de «alter» oculte el individuo.
Ayer, pensando que quizá yo era el elegido, decidí probarlo por primera vez. No creí que yo pudiese tener tal cosa oculta en lo más profundo de mis ideas. Pero así fue, y no sé si es por qué siempre fui célibe y un fiel sirviente del señor, pero cuando volví en mí, unos dolores inenarrables se apoderaron de mis genitales. Creo que en cosa de unas pocas horas cumplí todas las parafilias ocultas de mi «alter». Perdóname señor.

ADRIA MANTÍCORA

La Mecanofilia en el Desamor
Su amor era mecánico,
un reloj perfecto y frío,
una máquina de precisión,
sin un ápice de cariño.
Se enamoró de la estructura,
de la perfección de la forma,
de los engranajes y tornillos,
de la frialdad que transforma.
Pero mi amor era humano,
un ser imperfecto y cálido,
con altos y bajos emocionales,
con una pasión que era real.
Intenté conectarme a su alma,
pero él solo quería perfección,
nada de risas o lágrimas,
solo fría precisión.
Y así me dejó, abandonado,
en busca de una máquina ideal,
sin comprender que el amor verdadero,
no se mide con una regla ni con un reloj de metal.
Ahora sigo adelante,
buscando un amor de verdad,
que me ame con todo mi ser,
y no solo con la frialdad.
XA

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

Le Petit Chaperón Rouge
Si bien el título proviene del cuento de hadas de trasmisión oral, el cual se lo conoce con el nombre de Caperucita roja, esta versión tiene más similitud con el relato de Charles Perrault.
En ella, el autor expone una leyenda bastante cruel destinada a prevenir a las niñas de tener encuentros con desconocidos.
Esta versión libre que les paso a contar, deja entrever los riesgos que ante la confianza depositada en alguien, pueda resultar que pase de ser un hermoso cuento como lo es el de los hermanos Grimm con un feliz desenlace, a un traumático y distorsionado encuentro con lo desconocido.
La protagonista de esta historia puede ser cualquier niña que no preste demasiada atención y, es para ellas la advertencia en este relato.
La hija menor de los Gómez, más conocida en el barrio como la Caperuza, una piba de aspecto tímido, aunque en ese punto distaba mucho de ser la dulce e inocente Caperucita. En fin, esta soñadora niña, casualmente tenía una gentil y adorable abuelita que vivía en el conurbano bonaerense, es decir, alejada de la ensordecedora y agobiante ciudad.
Para llegar a la casa de su abuela, la pequeña debía tomar un colectivo que la dejaba a unas seis cuadras (seiscientos metros) antes de divisar la vivienda. Desde allí, un pequeño bosque de álamos la guiaba hasta llegar a una explanada y ahí sí, un pedregoso sendero marcaba el camino hasta la casa de su única y querida abuela.
La adorable Caperuza era amable y generosa, había acordado con su madre llevar algunos víveres para la anciana, ya que la pobre contaba con una magra jubilación, debiendo hacer malabares para cubrir los días que se avecinaban.
Al bajar del transporte y caminar unos cien metros, la pequeña tomo un desvío, la curiosidad pudo más que ella, y pensó en un atajo, el cual sería mucho más rápido que respetar el mismo camino de siempre, aunque fue ahí que por el rabillo del ojo algo llamó su atención.
La niña se sintió observada, guiada por su instinto de supervivencia caminó apresurada por el bosque cuando alguien la interceptó.
—Pequeña ¿dónde vas tan aprisa? —dijo un anciano con voz ronca.
—Debo llevarle estos víveres a mi abuelita, ella me está esperando —respondió la niña con vos temblorosa.
—Qué buena niña eres y dime… ¿Tu abuelita vive lejos?
En su inocencia la infanta le dio detalles donde estaba la vivienda y la soledad en la que vivía su abuela.
—Ah, bien —dijo sonriendo el carcamán— pues ve rápido, ella debe estar ansiosa por recibirte.
El extraño sujeto podría ser su abuelo por la edad que representaba, al despedirse de la joven, este apresuró su marcha para adelantarse a la llegada de la niña y ahí, tomando el sitio de la abuela, sacaría su lujuria en la débil carne de la pequeña.
Al llegar allí queriendo ocupar el lugar de la anciana, abrió con fuerzas la puerta que obstruía su paso, pero antes de ponerle una mano encima a la anciana, la policía entró armada por lo que el veterano argumentó:
—¿Cómo se atreven a entrar sin permiso?
—gritó ofuscado aparentando ser pareja de la mujer.
Sin embargo, la pequeña y no tan inocente Caperuza había preparado el escenario junto a la policía, quien no tenía hasta ese momento evidencia alguna para acusar al Lobo, como se lo conocía en la delegación, quien era intensamente buscado en la zona como el violador del bosque. El nombrado en cuestión fue acusado de asedio y abuso de siete mujeres, dos de las cuales eran menores.
Al ser esposado en esa oportunidad, ante la atónita mirada del depravado, la anciana se fue quitando los lentes; se despojó de la prótesis dental y la entrecana peluca simulando ser su propia abuela, quien salió del baño abrazando a su pequeña nieta, la cual había dejado su roja capa colgada en el perchero detrás de la puerta, minutos antes de que entre el lobo feroz.

BEA ARTEENCUERO

20 años de casados.
Hacía 15 que vivían en Capital, Rafael fue transferido, como gerente, de una conocida empresa de seguros.
Ambos tenían 42 años, sin hijos, por decisión de ambos.
Romana se había dedicado a seguir alguna que otra correrá en la universidad, las cuales después de un tiempo abandonaba.
Tenían una vida social muy intensa debido al trabajo de Rafael, de reunión en reunión; Su mayor preocupación era ir de boutique en boutique.
Le gustaba lucirse.
Alta, morocha, de grandes ojos,
Cabello negro, un cuerpo esbelto, bien cuidado, no era mujer de pasar desapercibida.
En su matrimonio era feliz, pero…siempre un pero…
Su vida sexual era muy monótona, le faltaba esa chispa que aviva el fuego de la pasión.
Rafael no le daba importancia, era feliz así, pero ella ardía por dentro.
Aburrida…Gran parte de su tiempo pasaba frente a la computadora y poco a poco fue integrando grupos virtuales, cada día se animaba a más.
Mientras Rafael trabajaba, ella jugaba..
Compro ropa especial, para jugar con él, cuándo la vio..
Solo le dijo…
– Que te has puesto mujer?
– Juguemos.
– Estas bella, pero estoy muy cansado, lo dejamos para otro día.
Nunca más le insinuó nada.
Empezó a jugar con sus amigos de Internet, al principio solo miraba, hasta que se fue animando a más.
Una amiga virtual, la fue integrando, un día se animo y se puso la ropa sexy que nunca uso en el lecho matrimonial.
– No te ánimas a visitar un sex- shop? Allí encontras muchos juguetes para divertirte..
Ella dudaba,( la ropa de cuero se la había comprado una amiga.)…Pero si no te ánimas tenes la solución en tu casa!!
– En mi casa?
– Habre la heladera y te asombrará lo que encuentras si usas tu imaginación.
Así empezó, usaba todo lo más parecido al miembro del hombre…
Que bananas! Que pepinos!
Que Zanahorias!..
Todas las tardes, después que quedaba sola en la casa, se preparaba…
Se vestía, por supuesto sin ropa interior y con herramientas sexuales improvisadas; Pasaba largas horas disfrutando de los placeres virtuales, cada día se animaba a más.
Alguien del grupo le insinuó…
– No te gustaría integrar un grupo swinger?
– Que es?
– Son parejas que se juntan e intercambian entre sí, se goza mucho y saliste de la rutina.
– No creo que le guste a Rafael.
– También hay un lugar que encontras de todo, es con quién quieras y cuantos quieras, con cualquier sexo, Si quieres usas antifas, no te mostras, va mucha gente de la Élite social.
La idea le daba vueltas en la cabeza, ya no le bastaba con masturbarse, quería más, pero no se animaba a decirle a Rafael, hasta que se le presento la oportunidad.
– Amor…Feliz Aniversario!
La besa y le entrega un ramo de rosas rojas y un estuche, al habrirlo la deslumbra, un hermoso collar de brillante con los aros..
– Es hermoso!
– Vamos a cenar, esta noche te concedo todo lo que desees.
– Seguro? Todo lo que quiera?
– Claro amor, festejamos a lo grande…
– Bien, vamos a cenar y después a un lugar que me recomendaron.
– Donde? Hay Show?
– Es una sorpresa..
Estaba deslumbrante, con un vestido negro ajustado al cuerpo, la espalda al descubierto y gran parte de sus senos, Cabello recogido, el collar y los aros de brillante y altos tacos completaban el vestuario.
Rafael parpadeo cuando la vio.
– Estas bellísima!!
Amaba a su esposa y se sentía orgulloso, cuando entraba a un lugar y era el centro de todas las miradas.
Fueron a uno de los mejores restaurantes, donde eran habitué.
Después de una copiosa cena y el brindis.
Romana no dejaba de pensar al lugar que irían, tenía la dirección en su mente.
Salieron.
– Amor, soy todo tuyo, llévame donde quieras, (le insinuó Rafael)
Al fin, llegaron..
El lugar increíble, exótico…
– Rafael intrigado y más aún cuando antes de entrar le ofrecieron el antifas.
– Es necesario? Pregunto.
– Es una sorpresa…Entremos.
Una luz muy tenue iluminaba a varias parejas bailando; Los guiaron a un lugar muy cerca donde sería el show, amplios sillones y una mesa ratona, todo con mucho lujo..
– Bailemos, le dice y lo lleva,a la pista, bailando muy apretados, moviéndose al compás de una música sensual .
– Comienza el show, ven.
En el centro del escenario aparece una bella mujer, su cuerpo se contornos y va quitándose las prendes con movimientos muy exigentes,
Solo le queda una prenda…
Un joven semi desnudo se une a ella.
Poco a poco quedan desnudez, se untan con aceite, sus pieles brillan, se acarician, todo lo hacen muy despacio.
El ambiente está denso, un olor se desprende de sus cuerpos, mezcla de perfume y sexo..
Romana está muy exitada, acaricia a Rafael y siente su miembro erguido como nunca.
El show está en el.momento culminante, un grito ahogado de los presentes cuando el joven la voltea y la posee allí mismo, con furia, sólo se escuchan los quejidos de gozo de ambos. Sus cuerpos quedan exautos con el último grito de placer..
Se acerca un camarero y los invita al siguiente salón.
Se encuentran con un grupo de hombres y mujeres, dedicados al placer, sin pensarlo se dejan llevar, se acercan dos parejas, en silencio los desnudarte, una de las mujeres lo lleva a Rafael y dos mujeres a Roxana…
Allí fue el comienzo de la noche más loca e instante que jamás imaginará, se permitía todo para gozar.
En un momento ve a Rafael teniendo sexo con dos hombres, eso la exita más.
Regresan en silencio.
Se duchan juntos, la noche aún no terminó, Roxana trae los elementos sexuales y hacen el amor como nunca.
Al día siguiente todo vuelve a la normalidad, la misma rutina.
Jamás hablaron de esa noche.
Hasta que un día al llegar Rafael de la oficina…
– Hola amor, ven hablemos.
– Si, dime.
– Mira Roxana, no puedo seguir así.
– Así, como?
– Me enamore de otra persona, no quiero engañarte.
– Quien es ella? La conozco?
– No es ella, es él, recuerdas la noche de nuestro aniversario?
– Claro.
– Seguu viéndome con Luis, nos enamoramos y decidimos vivir juntos, me voy en unos días.
No logra decir nada, no sabe si reír o llorar.
Amaba a Rafael, pero últimamente no eran los mismos, cada día se apartaban
más y…
Quién era ella para para negarle la felicidad!!
Esa noche durmió abrazada al hombre que la acompaño tantos años, al fin y al cabo fue ella quién había despertado esos deseos a los cuales él nunca se habría animado.
Pasaron varios meses.
– Hola Roxana, como estas?
– Hola Rafael, que gusto escucharte.
– Te llamó para invitarte a cenar, el viernes es el cumple… de Luis, Vienes?
– Claro, claro…Allí estaré.
Colgó sonriendo…Viernes, día de salida.Seguro después de la cena…
– Buenas noches señores, pasen.(Ya eran habitué)
– Gracias, hoy no vemos el show, vamos directo a la suite.
Alguien le comentó que en una de las habitaciones integraban al acto a animales.
Se animaría?
Sus instintos ya no tenían límite!!!
Hay una línea que muy pocos se animan a cruzar!!! Entre el gozo y la degradación. .
Lo cruzaría ella??

MARÍA JESÚS MARTÍNEZ SANCHO

ÉL…
Podría haberse pasado horas mirándolo. Acudía hasta dónde estaba para verlo sin que se dieran cuenta porque la opinión de los demás si llegaban a enterarse de algo así le resultaba inquietante a la par que excitante y eso hacía más emocionante aquellos últimos meses.
Al abrir los ojos cada mañana en lo único que podía pensar era en él… Pero sería demasiado evidente ir todos los días allí sin que resultara sospechoso, aunque era lo único que hacía su monótona vida más llevadera, pues aquel secreto que no había revelado a nadie le dio un nuevo aire justo cuándo más falta le hacía.
Incluso su marido empezó a sospechar que algo pasaba pues aunque su vida sexual no fuese ya precisamente un jolgorio lleno de fuegos artificiales, lo que percibía en ella desde hacía varios meses no le parecía «normal».
Ella misma se sentía ya muy alejada de su vida de los últimos 30 años con su querido y ejemplar esposo por culpa de esa pasión que nunca antes había conocido y que sabía que tendría que ocultar el resto de su vida.
Él… Sólo él y su imponente presencia le hacía sentir un poco más abajo de su ombligo algo que a duras penas había conseguido sentir nunca pese a todos los intentos de su marido por satisfacerla, no podía culparlo de no haber puesto todo su empeño en ello, pero aquello era tan irracional… que por si mismo ya le parecía un frenesí. Nunca ni remotamente se había imaginado en una situación parecida, sintiendo ese cosquilleo que le provocaba pensar en él y que ese mismo cosquilleo le obligara a encerrarse en el baño para saciarse a solas pensando en otro que no fuera su marido.
Se sentía mal, su marido y compañero de vida no se merecía eso. Tenían más de 50 años y a su edad no estaba bien, pero la sensación que le producía todo aquello era adictiva y no podía ni quería dejar de verle realmente .
Ni siquiera supo cómo empezó todo, solo recordaba aquella tarde preparando la boda de su hijo que fueron a aquel Centro Comercial a mirar trajes para su marido, y en aquella tienda encontró sin saber porqué el objeto de deseo más ansiado que hubiera imaginado nunca. No podría olvidar jamás el momento en el que mientras su marido se probaba trajes, ella no dejaba de repasar aquel cuerpo esculpido a la perfección por los mismos Dioses a cincel y el fuego que sintió en ella observando a la dependienta probarle los pantalones. Fue sencillamente indescriptible.
Él se volvió una auténtica obsesión para ella. Y los Lunes y los Viernes encontraba una excusa cualquiera para coger el metro y recorrer las 13 paradas que le distanciaban de su febril fantasía y detenerse en aquel escaparte para admirarlo… Sólo un rato, lo justo para que no repararan en ella lo suficiente y lo bastante para calmar la ansiedad que sentía por mirar a aquel hombre sin alma, corazón ni rostro que le había robado la poca sensatez que le quedaba. Hoy era Viernes…y esa secreta excitacion que la invadía por completo, acudió un día más a su cita con aquel maniquí del Centro Comercial

ANNERIS GARCÍA

-Hola, ¿Petra? – Pepe, un señor muy bien vestido, con traje de marca y exquisitos zapatos italianos llamaba al portero del número 37 del paseo de las Delicias. Un bloque humilde, en una zona muy céntrica de Madrid, cercana a la estación de Atocha.
-Sube, te estoy esperando con la plancha. – le contestó la voz de Petra, era una voz con carácter, enérgica.
Pepe, no pudo evitar que le recorriera un escalofrío de placer por toda la espalda, le empezaron a temblar las manos y a punto estuvo de tragarse los tres escalones que tenía que subir hasta llegar al ascensor. Allí estaban Juana y Enriqueta, esperando también aquél cacharro. Las dos mujeres no paraban de mirar de arriba abajo al señor tan apuesto y aparente que entraba en su portal.
– ¿Es usted el nuevo? ¿el del 5ºC – le preguntó Enriqueta, que llevaba la bolsa del pan y se le adivinaba el pijama debajo de su abultado abrigo.
Pepe, sin poder articular palabra, movió la cabeza en gesto de negación. Las mujeres se miraron y se hicieron una seña, adivinando su destino. En eso llegó el ascensor, que no era más que una lata de sardinas, dónde cogían los tres muy justitos. Ellas pasaron primero, pero esperaron a que el hombre entrara y le diera al botón. El silencio era incómodo, pero más lo eran las miradas de aquellas dos mujeres. Pepe, sin preguntar pulsó el número 3. Y a sus espaldas oyó un ¿lo ves? No quiso, ni tampoco podía, aunque quisiera darse la vuelta, bastante incómodo era el momento, y él estaba deseando llegar a ver a su Petra.
Cuando el ascensor llegó por fin a la tercera planta, se abrieron las puertas y por fin Pepe pudo salir de allí. Detrás de él se asomaron Juana y Enriqueta sacando las dos sus cabezas y estirando sus cuellos como jirafas. La puerta del 3ºC estaba abierta y dentro se oía un ruido que a Pepe le pareció música para sus oídos.
Por el pasillo se acercaba Petra con un body de cuero, con cadenas por las caderas, llevaba unos guantes también de cuero, que le cubrían sólo hasta la mitad de sus dedos, dejando ver sus extensas uñas de un color rojo sangre. Acompañaba su escasa vestimenta con un antifaz negro y unas botas que le cubrían hasta las rodillas con un fino tacón de vértigo. En la mano derecha llevaba un látigo que arrastraba por el pasillo y en la izquierda la plancha caliente echando vapor de agua cada vez que apretaba un botón.
-Has tardado mucho y eso te va a suponer un castigo. – dijo Petra con una voz autoritaria y sensual – ¡Arrodíllate perro! – gritó a la par que con la puntera de su bota empujó la puerta que se cerró de un portazo.
– ¡Jesús! Hay que ver lo bien que se lo ha montado la Petra oye – dijo Juana a su amiga. – vamos a tener que pedirle trabajo, chica, a mí eso de mangonear a tipos tan bien vestidos me pone.
-Sí, venga, dale al primero que se me queman las lentejas. – le contestó Enriqueta.

FELIX LONDOÑO G

Uña de gato
Por: Félix Londoño G.
Con tanto encierro imaginaba que sus pies pudieran echar raíces a través del piso de la casa. Con sus extremidades hundidas en la tierra conjeturaba que la uncaria tomentosa, más conocida como uña de gato, que ya había cubierto las paredes de la vivienda, y que ahora amenazaba con apoderarse del techo, entraría por las ventanas, por la chimenea o por los resquicios y fisuras de los muros, y finalmente los ahogaría a él, y a sus perros y a sus gatos que, fieles a su existencia bucólica, se someterían a los designios de la naturaleza.
Le intranquilizaba el que las prolongaciones de las raíces de sus miembros inferiores pudieran entrar en contacto con los múltiples rizomas con los que imaginaba que debía contar la tal uncaria. Había escuchado que los raigones de algunas plantas y de algunos árboles podían tener una extensión que en ocasiones alcanzaba hasta dos y tres veces la estatura que exhibían en su mundo exterior por encima de la superficie. Calculaba que las raíces de esta planta, cuyas ramas ahora lo vigilaban desde afuera a través de los cristales, se hundían en la tierra por debajo de las fundaciones de su casa. Tal vez mientras las ramas ahogaban las paredes de su morada, las raíces asfixiaban sus cimientos.
Pero siempre había sido optimista. Imaginaba una grata convivencia bajo tierra, una conchabanza entre los rizomas que le brotaran y crecieran de sus uñas y callosidades de las plantas de sus pies y los raigones de esa liana que ahora cubría las paredes de su vivienda, y los de la arboleda que crecía allende los muros de su encierro. Ya que su cuerpo de eremita se encontraba confinado, esperaba dar vía libre para que su espíritu, haciendo uso de las prolongaciones de sus extremidades inferiores, se dedicara a una abierta y subrepticia contemplación de ese subsuelo que sabía lleno de vida allá afuera.
Así como le intrigaba la larga deriva que pudieran tener los rizomas de su uña de gato, imaginaba una gran hondura en las raíces del eucalipto que ya se alzaba con firmeza por lo menos unos veinte metros por encima del piso a la orilla de la quebrada. Esperaba que las prolongaciones de sus pies visitaran las raíces de los guayacanes en tiempos de florescencia o las de algunos frutales en tiempos de cosecha. Se preguntaba por las variaciones que pudiera haber en los raigones del guayaco de floración amarilla intensa y del que no muy lejos le hacía juego con su suave color rosáceo.
Su espíritu homeopático lo movía a interesarse por las raíces de algunos de los árboles que en su parte externa exhibían una acritud manifiesta con su ramaje débil y amarillento, lo que le hacía preguntarse si la savia que circulaba por sus vasos liberianos también estaba expuesta a algún incremento de algo equivalente a la bilirrubina causante de ictericias. Se cuestionaba qué hacía que sus frutos, cuando apenas si lograban madurar, resultaban casi siempre ser vástagos enfermos.
Errando entre las radículas y cofias del jardín volvieron a su memoria las imágenes del herbario de raíces de su infancia, su colección de raigones disecados. Recordó las marañas que se armaban entre los tentáculos de aquel muestrario de raigambres. ¡Cómo le costaba desenredarlas!
De manera súbita vio allí también momificadas las zarpas de sus extremidades inferiores. Una señal premonitoria que le movía a desandar lo ya recorrido en las oscuridades del subsuelo.
Cuando ya se disponía a darse vuelta sintió que sus pies se enredaban en algo. Le tomó algunos segundos darse cuenta de que allí, rodeadas de bulbos y rizomas, sus falanges se habían quedado aturrulladas entre unos dedos femeninos. Con terror observó como poco a poco la uña de gato ocupaba cada espacio de su casa mientras aquella fetichista de la podofilia lo mantenía atrapado bajo tierra.

LOLY MORENO

¡Disculpadme grupo!
¡Esta semana no puedo escribir!
¿Cómo hacerlo con un tema como la parafilia?
¿Parafilias?
¡Esa perturbación humana que permite conductas sexuales tan perversas!
¡Me es imposible!¡ Desisto!
Esta semana paso…
No quiero mencionar los exhibicionismos, ni siquiera quiero pensar en ellos.
Ni de fetichismos sexuales, ni de frotamiento de los genitales en público, ni masoquismo, ni sadismo, ni voyerismo, ni de perturbados abusadores de menores, etc. etc.…
¡Calladita estoy mejor!
…Y eso en estos tiempos…
…¡Porque si tuviese que referirme a parafilias antiguas que ha celebrado la humanidad, me asqueo mucho más!
¿Se imaginan comentar como en las antiguas guerras emparejaban soldados pupilos jóvenes con tutores mayores para que se complacieran sexualmente antes de las batallas para subir su autoestima y si ello fallaba que lucharan para proteger a su compañero amante?
O sugerir cómo se practicaba la pederastia como adiestramiento militar.
Tampoco voy a explicar cómo los señores feudales denigraban a sus vasallos pasando la noche de bodas con las doncellas que contraían matrimonio con los campesinos.
Nada. Esta semana prefiero pasar inadvertida y en silencio sin escribir sobre un tema que revela las bajezas de la humanidad.

YOLILLANA RELATOS

(Esto sí que ha sido para mí, salir de la zona de confort…)
Roberto miraba asustado a su mujer. No se podía creer que ver a Conchi de aquella guisa, con lencería sexy y enfundada en esas botas de cuero altas que le llegaban hasta casi las ingles, le estuviera causando más terror que deseo.
-Roberto hijo, no me mires así e intenta actuar con un poco de naturalidad, que pareces más perdido que un pulpo en un garaje!
-Mujer, naturalidad… ¿Tu has visto cómo te miran?
-De eso se trata, ¿no? ¿no querías reavivar nuestra vida sexual? Pues ya sabes lo que dijo la terapeuta: “tenéis que darle vidilla a vuestra relación”, así que relájate y disfruta hombre. Anda vete y pide un par de gin tonics. El tuyo bien cargadito, a ver si te cambia esa cara
Tras estas palabras Roberto dejó a su mujer sola mientras iba a la barra, en aquel local de intercambio de parejas al que les había recomendado ir su amigo Raúl, con el que iba a tener que mantener una conversación muy pero que muy seria. Normal que se lo pasara pipa el muy zorro! Sólo, sin pareja, sin tener que ver como todo el local se comía con los ojos a su mujer. Además aquello era una exhibición de tangas, máscaras de carnaval y pezoneras con brillantitos. Hasta había hombres que llevaban algo que, prefería no saber qué era, brillaba como un diamante donde debería estar el tercer ojo.
Por mucho que había leído y le habían contado, nunca se habría podido imaginar lo que allí veía.
Y ahí estaba él, paseándose con una toalla minúscula que apenas le tapaba media nalga, camino de la barra para pedir un par de copas.
Mientras esperaba que se las sirvieran buscó con la mirada a su mujer y, ojiplático se quedó cuando vio que Conchi estaba entablando conversación con una pareja. Bueno, más que entablar conversación, los tres estaban en una cama repartiéndose sonrisas pícaras y manoseándose como si se conocieran de toda la vida.
Cogió los gin tonics y salió, con su medio culo al aire, en dirección a su mujer y sus cariñosos acompañantes.
-Ejem… tu copa querida! – dijo para llamar su atención
-Mirad chicos, os presento a Roberto, mi marido. Mira cariño, son Alejandra y Carlos – Roberto notó que lo miraban de arriba abajo (sobretodo la tal Alejandra) intentando explicarse cómo podía ser él, el marido del bellezón de su mujer (cosa que él ya se preguntaba habitualmente)
-Hola – dijo levantando las manos, con un gin tonic en cada una de ellas
-Ven, siéntate con nosotros – dijo su mujer
-No tranquila, si yo estoy bien así… casi que me siento en la barra y os dejo con lo que estabais…
-No hombre no, ven aquí – y cuando fue a cogerle el brazo para que no se marchara, por accidente agarró la toalla y dejó al pobre Roberto como su madre lo trajo al mundo, aunque un poco más crecidito, con los dos gin tonics en la mano y las piernas semi cruzadas intentando ocultar sus testículos
Para foto estaba el pobre.
-¡Mira Roberto, yo así, es que no puedo! ¡No puedo! O nos ponemos o no nos ponemos. Mira que te dije que lo de la toalla era una horterada, que te pusieras los calzoncillos de Batman que te regalaron los niños por Navidad. Pero nada, el señorito tenía que venir sin nada y liarse en la toalla de pin y pon, más sexy no se puede ir hijo!
Todo esto ante la mirada atónita del resto de los asistentes del local. Porque Conchi había empezado a hablar casi gritando. Lo que le faltaba al pobre Roberto, que todo el mundo le mirara las vergüenzas mientras él seguía sosteniendo los gin tonics y su mujer le echaba la bronca
– Mira, ¿sabes que te digo? que mejor nos vamos y ya vuelvo yo sola otro día, que me has cortado el rollo. Ni tomándome tres gin tonics me quedo aquí contigo. Tu te vienes cuando quieras, sólo o con tu amigo Raúl, que seguro a él también le va el rollo look toallita – dijo esto último con rintintín
Roberto seguía sin inmutarse, aunque había empezado a beberse uno de los gin tonics como si fuera agua, a ver si se emborrachaba rápido o se acaba la escena, lo que antes ocurriese
-Alejandra querida, espera que voy a la barra a por un boli y me apuntas tu teléfono en el brazo, que luego te hago una perdida y quedamos otro día, ¿vale nena? Tengo unos conjuntitos en casa que seguro que te quedan monísimos a ti también – dijo Conchi con una sonrisa y su voz más sensual, como si no hubiera estado gritando hacía unos segundos
Y así fue como Roberto y Conchi terminaron las prácticas de reavivación sexual, y empezaron los trámites de divorcio.
FIN

CONCE JARA

LA EMETOFILIA DE ONOFRE
Onofre no sabía que le pasaba a su barriga. Fue después de almorzar, en el recreo, tuvo que dejar de jugar al “Pilla, pilla”. ¿Será la comida? Pensó. Quizás algo le sentó mal a su estómago.
Onofre fue a preguntarle que podía ocurrirle a su amiga Natalia, cuando sintió que su vientre se removía y antes de que pudiera hablar, le salió por la boca una catarata multicolor. «¡Qué asco!», gritó Natalia al verse embadurnada de ese maloliente semilíquido de color verde. Onofre también quería gritar, pero tenía la nariz taponada, le picaba la garganta y sentía bajo su abrigo, por primera vez, su pene duro, erecto…
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Onofre sueña con ser alguien importante. Le interesa la política y la emetofilia por igual. Aún no tiene ningún cargo importante en su partido, pero aspira a puestos de mayor responsabilidad, incluso debutando en el Congreso… algún día.
Onofre defiende su vida privada, a pesar de que habría unanimidad tanto en el partido como en su entorno familiar en reprobar su relación con la ducha romana.
Onofre piensa, “Si fuera fontanero a nadie le importaría lo que hiciera en mi tiempo libre, con quién o cómo tenga sexo. Pero si trabajas en política te la juegas con la ducha romana. Y eso que yo no soy un enfermo de esos que salen en los foros diciendo que eyaculan con sólo oler el vómito de otros, y tampoco me interesa que me vomiten encima… solo busco devolver el favor, ser el que vomita, y hacerlo en la boca de otros. Y me gustan las chicas, sí. Hacerlo en su boca es lo que más me excita, aunque a nadie le amarga un dulce, y si encuentro a un chico apetecible, no le hago ascos.”
En sus primeras experiencias, a Onofre, le resultaba más fácil encontrar gente con la que compartir su parafilia. Solía ir a bukkakes, pero cuando eyaculaba ya todo le daba igual hasta que se dio cuenta de que lo bueno venía después: ver a la persona bañada en vómitos.
Ahora vomitar para él es mucho más intenso que eyacular. Y es que cuando viene el vómito ¿quién lo puede parar? Le palpita el estómago, después siente ese vacío que le deja sumido en una paz inenarrable, y más al ver a una persona empapada y disfrutando de su “última comida”. Mientras, él sigue duro y puede continuar teniendo sexo.
Un día, tras una cena de partido, tomaba unas copas en un glamuroso local de la noche madrileña, cuando un compañero de partido, quien había confesado a Onofre que él también disfrutaba de una parafilia (en su caso coprofilia; práctica más de heces), le presentó a una sugar dating, quien le comentó que conocía un local swinger donde se practicaba la ducha romana.
Una semana después acompañó a la joven hasta el local. Se trataba de una barbería que funcionaba como bar encubierto. El portero les hizo pasar a una gran estancia decorada con lámparas de cristal, grandes cortinajes, divanes, sillones y mesitas al estilo rococo, donde la gente hablaba, reía, bailaba.
La chica tiró de su brazo llevándole hacia una esquina del lugar, donde un camarero corrió una tupida cortina de color verde. Tras la cortina un pasillo con varias puertas dispuestas a derecha e izquierda. Ella golpeó suavemente una puerta tapizada de rojo y al abrirse Onofre sintió aquel olor rancio tan familiar… Al principio todo fue bien. Si él olía, ella olía más, y eso le llevó al éxtasis. Pero a los diez segundos de paz, vio donde estaba, lo que había hecho junto con tantos hombres a la vez, con aquella joven en el suelo. Entonces, solo quería lavarse y salir corriendo. Se sentía un mierda. ¿Cómo había llegado a hacer aquello?
A la mañana siguiente, al mirar su cuenta bancaria a Onofre se le quedó cara de tonto, y es que cuando la cosa se le pone a tiro, no puede pensar. Pagó a la acompañante, las entradas, las consumiciones, para vomitar, en su caso, en la boca y los genitales de… Echó cuentas: aquello fue muy rápido, apenas le dieron tiempo a masturbarse y en cuanto vomitó la gente se empezó a enfadar ya que él quería seguir que ella le vomitara a él. Aquello no valió la pena: salió con el estómago revuelto, dolor de huevos, golpes de un guardia local, y encima sin dinero.
Onofre estaba paranoico. Pensaba, «No pasa nada, conseguí escapar, pero… ¿y si alguien se entera?, ¿y si alguien me ha reconocido? Me siento fatal, por la práctica, por la vergüenza de que la policía podría haberme descubierto”.
Pasaron unos días, y ante la tranquilidad de su entorno y los medios, Onofre empezó a pensar pronto en cómo volver a hacerlo. Disfrutaba recordando en cómo vio a aquella mujer debajo de él, recibiendo algo tan íntimo, tan interno, que llegó a considerar que no era tan malo, tan asqueroso… ¡era natural!
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Para Onofre se hicieron realidad sus sueños. Acababa de asumir la Comisión de Interior por su partido en el Congreso de los Diputados. Era un político de futuro que se codeaba con el presidente, secretarios, vicesecretarios y demás miembros de su partido. Afrontaba con firmeza retos, responsabilidades, formulaba iniciativas, se subía a la tribuna para increpar con pericia, aportando soluciones que ensalzaban día a día el nombramiento de su cargo.
Ahora era un Onofre al que le interesaba más la política que la emetofilia. No tenía deseos, no pensaba más que en su triunfo, en hacer bien su trabajo, convertirse en un ejemplo. Atendía a los periodistas y los respondía con contundencia, con rigor, hasta que aquel 16 de febrero, al entrar en el pleno del Congreso de los Diputados, una marabunta de reporteros se le echó encima para interrogarle sobre la posible modificación de la Ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. Uno de aquellos periodistas le interpeló:
—Don Onofre, Don Onofre, por favor… ¿cree que existe algún vínculo entre su futuro político en el Congreso y que le guste vomitar sobre la gente?
Onofre se quedó seco. Imaginó su castillo derrumbarse, pero aquella voz que le llevaba años a avergonzarse por su parafilia se transformó contestando:
—No tiene nada que ver… Me importan los votantes de mi partido, quiero a mi ciudad, a mi país. Que todos disfruten de iguales oportunidades para ser felices. Eso es hacer política ¿no? Mi intimidad no tiene que ver con mi labor… y no le hago daño a nadie.
—¿Está seguro de que todas las personas a las que ha vomitado votarían por usted? —inquirió otro periodista.
—El sexo puede ser algo animal. Nadie lo entiende y no se le puede analizar mucho más. Pero lo cierto es que hay gente que usa el vómito para pasarlo bien, no tiene nada de malo, y no tengo más que añadir.

SHEILA SHEILA

El doctor Vera era un señor de 45 años muy inteligente decente, elegante concentrado al 100 en dirigir una oficina, ese trabajo lo apasionaba mucho, como todos los seres humanos tenía un secreto que solo una persona conocía, era de su eterna estima.
Cuando aparentemente nadie lo veía, él se quedaba viendo, alucinando con su derrier, cintura y demás. Era ese tipo de personas a la cual no tenía tabú con las relaciones sexuales, A una edad muy temprana tuvo una experiencia no muy cómoda con un adulto , el cual le poseía mucha confianza y respeto ,esto desencadenó una necesidad muy intensa de buscar sensaciones sin límite, la tremenda obsesión de tener a una mujer, a pesar de ser un hombre exitoso y muy atractivo no lograba conseguir esposas, las que había conocido no encajaban en su molde imaginario y sus extensas expectativas ,hasta que apareció Margue , prácticamente se le convirtió en su secreta obsesión, una vez intento verla en el baño de mujeres, ella se dio cuenta ,grito y salió corriendo, acto seguido el doctor muy «preocupado » por su imagen y presencia la llamo a su oficina:
– Señorita Margue, lamento lo sucedido, prometo que no va a volver a ocurrir, usted sabe que la desnudez de la mujer me desborda, al punto de llevarme a la locura, y a realizar estupideces, que para mí son totalmente normal, usted comprenderá, le guiño el ojo.
– si doctor como no, comprendo. prometo olvidar este horrendo suceso, como usted entenderá nunca me había sucedido algo así. estese tranquilo, de mi boca no saldrá ni una sola palabra.
Dos semanas después Vera le hacía «la cacería » una para no dejarse ver y la otra para poder verla. pero nada que se le cumplía el deseo mezclado con obsesión. Hasta que una tarde 28 de abril se le cumplió, por fin la pudo ver totalmente desnuda, por el rabillo de la chapa de la puesta del baño del consultorio, el cual contaba con ducha debido a que de vez en cuando se tenía que amanecer trabajando. al ver esas imágenes su mente pasaba las bellas imágenes entre ellos dos. Era Margue la más discreta de toda la oficina, eso le llamo la atención al doctor, puesto que se veía siempre elegante y dispuesta a cumplir su rol de trabajadora y mujer al mismo tiempo. … con su mirada contemplaba cada parte del cuerpo de la susodicha, cuando de repente sintió en su pantalón se le abultaba algo, tratando de contenerse, y de poner sus pensamientos en otra parte, pero el sentimiento se hacía cada vez más fuerte. no fue capaz de entrar… ese no era su objetivo, solo verla por primera y última vez, puesto que le había prometido a un amigo cercano que iría a terapia debido a que según su compañero sufría de parafilia y debía de tener alguna terapia antes de que se volviera a salir de control.
Margue salió del cuarto de baño muy desprevenida, el doctor se escabullo rápidamente por entre las paredes, rápidamente desapareció.
Al día siguiente todos entraron a su trabajo como todos los días, Don Vera llego hasta el medio día después de su primera cita con el psiquiatra, de haberlo contado todo. se le notaba preocupado y triste acto seguido que Margue se le acercó y le dijo:
– DR que le sucede, le noto triste, su alma se le ve en sus ojos, si quiere entregarme sus sufrimientos estoy a al orden.
-Gracias hermosa, dijo el doctor. Se fue a su oficina.
según me contaron semanas después el jefe dejo todo listo, porque disque se iba de viaje, según dejo dicho en su oficina, Margue entro, vio todo recogido, ordenado, fue a buscar en los cajones y los vio varios. de prono vio una hoja doblada dirigida a ella:
Señorita Maruge, Sé que usted y yo nos conocemos desde el principio de esta empresa, se y sabe lo que nos aqueja, nuestras adicciones y demás. No sé en qué momento me empecé a obsesionar son su figura tal esvelta, envuelta en unas cuantas ropas, mire a usted mija la admiro mucho, usted es una excelente trabajadora, me atrevo a imaginar lo buena mujer que debe ser. Mire semanas a tras yo infringir las normas de mi propia empresa, las cuales yo puse .. la vi desnuda… perdóneme por los clavos de Pachamama!! Le cuento que después de esto llegué a casa, me sentí deshecho, a pesar de tener constantemente estos impulsos tan raros desde hace años NUNCA PERO NUNCA había hecho algo parecido se lo juro. Mire mija me voy a internar por un buen tiempo en el campo, con ayuda de psicólogo y psiquiatra más unos medicamentos que me mandaron, espero volver a la oficina y dirigirla como antes, por ahora no puedo ni debo dirigir nada. espero que me comprenda, de todo corazón le pido mil disculpas Margie.
ATT Doctor vera.
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas, en su corazón no hubo rencor , no se lo dijo a nadie, se lo guardo muy dentro de sí, esperando que tal vez algún vez pudiera ver aquel doctor alegre y estable pero totalmente recuperado, ejerciendo como director de oficina, para lo cual fue llamado.

ASAPH FERNÁNDEZ

Zoofia
La zoofilia podría traducirse cómo el amor bestial o amor hacia lo no humano (animal).
…el amor todo lo puede, todo lo soporta, todo lo cree, todo lo aguanta… borra las infidelidades que se guardan en la memoria y que envenenan el alma, las difumina y las echa fuera. Eso es lo que dijo mi amado Angello y yo le creí, mi amor por él es tan grande que aún le seguiría creyendo.
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Los altos muros se erigían imponentes, labrados en un roca monolítica de un gris plomizo sin grietas ni hendiduras, obra de los artífices y maestros pájaros carpinteros; en un intento de tocar el cielo raso de color azul celeste, voces tan celestiales cómo las de los mismos angeles se elevaban fuera de la gótica edificación cómo sahumerios perfumando el firmamento y los cielos del creador de los hombres pájaro.
«Aaaaaave Mariiiiiia…» Angello Ave-Lino Gaio (el gallo), de entre todos los efebos su portentosa voz y los tonos altos qué de su pico lograban escapar le hacían sobresalir entre las aves corales. Todos le creían un ser puro, perfecto, sin mancha ni arruga, «es un ángel bajado del cielo» escuché decir en diversas ocasiones, sin saber que los que lo decían, tenían tanta razón en sus palabras. Detrás de aquellas plumas blancas y esos cantos élficos se escondía un ser crepuscular.
Frente a la audiencia, muy por encima del atril principal se dibujaba la figura de un palomino blanco con las alas batiendo en vuelo qué según decía el Padre Palomon era el espíritu Santo.
–…el amor es sufrido, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta– comenzó a decir el clérigo una vez que la voz de Angello fue apagada para dar paso al sermón dominical.
Mis ojos y mis oídos no tenían cabida para nada más que la voz de Angello y aquella corona cobriza sobresaliente de su cabeza. Todo en él era perfecto, aún la indiferencia que su mismo orgullo le producía para no voltear a mirarme.
La primera vez que lo ví fue en un baile que hizo mi padre en la casa del lago. Era una fiesta de máscarassólo asistió la crème et la crème, las aves de los mejores y más bellos plumajes carnavalescos. Los Faisanes dorados llegaron primero, los Quetzales les siguieron junto a los pavorreales que llevaban los abanicos extendidos para aminorar el calor que producía el ambiente; los flamingos rosados y los secretarios luciendo sus piernas largas y delgadas, éstos últimos además con los ojos adornados de unas pestañas que las harpías aseguraban debían de ser falsas. Así fueron llegando uno a uno hasta que la casa quedó hecha un baño de plumas. Entonces llegó él acompañado del Padre Palomon y un par de golondrinas con sus hábitos negros. Desde ese momento quedé fascinada ante su plumaje, su cresta; los espolones aún pequeños denotaban su juventud; engreído y orgulloso esa es su personalidad, sabía que no existía ave igual a él y esto le hacía que ninguna de las especies ahí reunidas le rozaran algún ala. Se pavoneó frente a mí sin siquiera voltear a verme, yo aún no mudaba mis plumas pues era tan solo una infante, por lo que aún siendo de la familia de los cisnes a los ojos de los demás tan solo era un patito feo.
Mi padre los recibió y los hospedó aquella noche junto con las demás personalidades. A pesar de mi edad supe que aquella fiesta fue solo un pretexto para la fornicación y el desenfreno. Pude ver cómo cada ave entraba y salía de las habitaciones con una pareja diferente. En ese momento no importaba el color, el status o lo diferente de cada especie, el motivo era el mismo y cada una sabía a lo que había asistido. A pesar de ello y mencionando lo ya dicho nunca vi entrar a Angello en alguna de las cámaras para copular, creí que quizá su orgullo no le permitía pisar algún ave que no estuviera a su altura. Mientras paseaba por los jardines lo sorprendí mirando una de las ventanas, me escondí detrás de un arbusto mientras su mirada vidriosa y dilatada oscurecía ambas pupilas. Comenzó a sacudir las alas y mover las piernas, revolcaba su cuerpo en la tierra intentando apagar la fiebre que subía hasta su cabeza. Lo sé, porque él mismo me lo ha dicho.
Al poco tiempo mis plumas de niña cayeron y con ello dejé atrás la adolescencia. Muchos me admiraban por mi actual belleza pero mis ojos seguían prendados de él, Angello Ave-Lino Gaio es quién tenía mi corazón en sus manos. Los días transcurrieron y mi amor por él siguió creciendo, lo seguía por los parques, por las veredas a dónde quiera que él fuera ahí estaba yo para que me viera.
Recuerdo muy bien aquel día, los ciruelos aún estaban en flor, volteo a verme y se acercó para decir que tenía unas hermosas alas y un cuello tan delgado y elegante, sentí que moriría en ese preciso instante, tanto tiempo había esperado para que dirigiera su vista hacia mi qué cuando lo hizo me sentí volar más allá de las nubes. Desde aquel día el amor comenzó a enfermarme, no hacía otra cosa que pensar en él, hablar de él, mencionar su nombre «haría lo que fuera por ganarme su amor» le dije a mi madre. Ella rió al oírme decir las palabras que consideraba eran las de una chiquilla que no sabe diferenciar entre el amor y la pasión, pero aunque él ya no está lo seguiría diciendo.
Días después de nuestro primer encuentro se acercó y me regaló una de sus plumas.
–Guardala, es el regalo para la mayor de mis admiradoras– dijo sonriendo.
En aquel momento enmudecí, no supe qué decir o cómo reaccionar, me tomó con la guardia baja. Solo asentí con la cabeza mientras veía cómo se iba alejando de mí; aún conservo su pluma como el mayor de mis tesoros, en un baúl donde atesoro cada uno de sus obsequios.
Mi cumpleaños número dieciocho por fin había llegado, ante la sociedad y ante los ojos de Angello ya era toda una señorita, hecha y derecha. Mi padre organizó una fiesta y entre los invitados estaba él, creí que aquella sería mi noche. Adorné mi cuerpo con alhajas y brillantes joyas regaladas por mi padre. Todas las bocas quedaron abiertas cuando hice mi entrada y creí que él también se sorprendería al verme pero no fue así. Sentí que mi corazón se rompía en mil pedazos, sentía que no valía lo suficiente para que él me correspondiera. El despecho de aquella noche me hizo caer en cama con Jean Pierre uno de los invitados muy especiales de mi padre, después de bailar durante casi toda la noche, me tomó entre sus plumas y nos dirigimos hacia nuestro aposento. La luna entraba directo por la ventana y sin medida me entregué a él queriendo borrar la imagen de Angello para siempre. Nuestras alas y todo nuestro cuerpo quedaron entrelazados, él era un cisne fuerte y vigoroso, yo tan solo una doncella que experimentaba el amor por vez primera. Sin embargo, cuando me estaba entregando a él vi por la ventana una cresta escondida entre las hojas de los árboles, conocía… sabía perfectamente que era él y me entregué con mayor ahínco y voracidad. Las hojas comenzaron a mecerse y antes de que el alba lograse entrar por la ventana, un cacaraqueo se escuchó que alarmó a todos los residentes.
Mi padre salió alarmado creyendo que algo malo había pasado pero cuando mire hacia abajo ya no estaba, solo su olor y su hombría habían quedado derramados.
Nadie lo vio durante algunos días sino hasta el domingo que era cuando hacía su presentación en el atril de la iglesia. El padre Palomon hablaba algo acerca del amor sin que yo pudiera escuchar alguna de sus palabras. Mis ojos volvieron a posar sobre Angello, una nueva aura parecía irradiar sobre su cabeza. Desde el lugar donde se encontraba parecía no querer verme y hasta parecía ignorarme, sin embargo, una vez fuera me tomó y me confesó que desde aquella noche se sentía enfermo. No entendí porque pero él me pidió suplicando y aventando su orgullo al suelo que repitiera lo que había ocurrido aquella noche. Lo abofetee y me separé de él diciéndole que era un maldito pervertido. Sus ojos entristecieron y el brillo pareció perderse junto con el orgullo.
Lloré y lloré por lo que me había pedido pero recapacite y recordé la promesa que me había hecho a mi misma y teniendo cómo testiga a mí propia madre «haría lo que fuera por ganarme su amor» ¿en verdad estaba dispuesta a hacerlo? Al menos sabía que el amigo de mi padre no me defraudaría.
Hice los arreglos y nos citamos los tres sin que Jean Pierre lo supiera, me entregué a él como en aquella ocasión mientras veía como los arbustos se movían.
Así fue como comencé a entregar mi carne a las aves que él escogía. Faisanes, Quetzales, pavorreales, grullas, águilas reales, incluso me revolqué en el fango junto a los sucios y descuidados gansos. El decía que me amaba y amaba lo que hacía «el amor todo lo puede, todo lo soporta… incluso borrar las infidelidades que envenenan el alma, yo te amo por lo que haces por mí con ello tu me demuestras tu amor» me decía una y otra vez. Yo le creí, y seguiría creyendo todo lo que él me dijera. Solo que en una de aquellas noches en que su lujuria creció tanto al punto de entregarme a media docena de buitres para deleitarse con mis carnes, no pudo reprimir su canto y fue descubierto en el acto mismo del onanismo. Lo degollaron y desplumaron, su cabeza fue colgada junto al camino de las perdices dónde aún se puede ver su cráneo desnudado.
El alba lo encontró al igual que a su antepasado conocido como Alectrion el hombre que fue hecho gallo.
FIN

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16 comentarios en «Parafilias – miniconcurso de relatos»

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