Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «una vez tuve un sueño». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 15 de diciembre!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Horrr Arrurg (el que mira a lo lejos), Orrorín a partir de ahora, se levantó con la mosca detrás de la oreja. Hummm…, no me fío ni un pelo – y tengo unos cuantos, pensó-, no me fío, pero todavía no se de qué.
Orrorín era un homínido generoso con sus congéneres, si encontraba un árbol con corteza masticable inmediatamente avisaba a sus grupo de donde se hallaba, si encontraba restos de algún mamut, él solo, le quitaba la piel e iba ofreciendo trozos a quién más lo necesitase. El grupo estaba bastante contento con Orrorín, en cuanto el nunca pedía y siempre daba. Orrorín también había enseñado las diferentes técnicas de tallado de piedra o hueso que iba aprendiendo por su cuenta, -algún iluminado, iluminada o iluminade, dirá que las técnicas líticas no aparecen hasta el H. hábilis, pero como el relato es mío, aparecen cuando lo digo yo y punto.-, de hecho se comentaba ya en la época del H.ergaster, qué la técnica Levallois era un plagio de la suya, pero que por razón de derechos de autor, no se la reconocieron. En fin el caso es que Orrorín era un tipo generoso, pero que ahora pasaba por una mala racha anímica, a causa de la pérdida de su querida Barrr Burrg (La que se peina) y eso hacía que no fuese tan efectivo buscando comida o pieles, por lo que los demás tuvieron que empezar a buscar por sí mismos. Orrorín los observaba volviendo abatidos, cansados, con las manos casi vacías y al principio se culpaba por no tener ánimo de salir como antes, bastante tenía con conseguir algo para él, pero al mismo tiempo también observaba que no estaban desnutridos y que sus armas eran bastante nuevas, ¡y de silex encima!
-Aquí hay algo que no me cuadra, pensaba para sí. Estos (y estas también) antes me saludaban y se alegraban de verme y ahora que necesito no me traen nada, me evitan o me saludan por compromiso y encima tienen “muy buen color de pelo”. ¿Qué pasará aquí? ¡Ni lo sé, ni me importa! Cogió sus bártulos y se fue. ¡Garr e urr grg rgg!, dijo.-
¿Ande irá Orrorín? Ya se verá… o no.
No me fío de tus palabras porque tus hechos con tu tardanza me atormentan.
Son las diez de la noche y encima de la mesa la cena está fría.
Fría la sopa de pescado que con tanto amor prepare.
No me fío pero tu manera de decirme el qué y el como de tu tardanza es tan melosa.
De nuevo el día trae la luz y con esa claridad mis ojos te ven hermoso más al llegar la noche la cena vuelve a estar fría.
No me fío,no me fío pero aguardo a que entres en casa y me hables de tus cosas…
—Manolo
—¿Qué?
—¡Manolo!
—¡¿Qué quieres? Son las 4:00 am!
—Levantate y ve a mirar si el niño cerró bien la puerta al llegar, que no me fío.
—El niño tiene veinte años, Fina. Pienso que sabrá cerrar la puerta con llave, ¿No?
—Bueno, ¿tanto de cuesta complacerme?
—¡Que pesada puedes llegar a ser, de verdad! Ya voy.
Manolo se levantó y pisó el frío suelo de la habitación familiar. Se calzó las zapatillas y se puso el batín. Una vez afuera de la habitación, bajó las escaleras. Se detuvo en el último peldaño y vio que la luz de la habitación de su hijo se colaba por debajo de la puerta. Terminó de bajar las escaleras y llegó a la puerta de la calle. Comprobado que, efectivamente el niño sabía cerrar una puerta con llave, se dió media vuelta para volver a su habitación, y cuando se disponía a subir las escaleras, escuchó unos ruidos raros que provenían de la habitación de su primogénito. Se acercó con cautela y pegó la oreja a la puerta. Un gesto de asombro se le dibujó en la cara y salió despavorido escaleras arriba subiéndolas de dos en dos.
Una vez arriba, entró y cerró rápidamente la puerta de la habitación.
—¿Qué te pasa, Manolo? ¿Comprobaste la puerta?
—Si, si, está cerrada —. contestó el marido aún con el gesto desencajado.
—Pero, ¿Qué te pasa?. Ni que vieras un fantasma.
—No, no es eso, lo que pasa es que pegué la oreja a su puerta y… por decirlo de un modo suave… diré que el niño se nos ha hecho mayor.
—No entiendo nada de lo que dices, Manolo. Duérmete ya —. respondió ella dándose la vuelta y tirando de las sábanas de su lado de la cama.
«Mejor así, porque si su madre se entera que su querido niño está con compañía le da un ataque» pensó Manolo haciendo lo mismo que ella mientras se acurrucaba en su lado de la cama con una sonrisa de complicidad.
Narrador:.
Lo que les vengo a narrar,
sucedió hace mucho tiempo
en la Villa La Real
de un tal marqués, Don Fulgencio.
Hallándose encamado el marqués
pues un mal le acechaba
¡Que mal le veo, pardiez!
En la corte murmuraban..
Marquesa:
¡Llamad pronto al médico! -suplicaba la marquesa
que mi marido se muere
y no tengo descendencia..
Narrador:
El cura, mientras rezaba
dándole la extremaunción
un ruido se desataba
semejante a un estertor.
Era el último suspiro
del marqués Don Fulgencio,
que con un hilo de voz
alertó a su escribano,
redactar testamento.
Marquesa:
¡Dios mío, Señor!
¡Que va a hacer testamento!
y yo no sé si mi esposo
estará en sus cabales..
Matasanos:
Buenos días nos dé Dios,
¡abran paso al doctor
que a este le espabilo yo
con el remedio en la mano!
Narrador:
Don Fulgencio se incorporó
como obra del espíritu Santo…
Don Fulgencio:
¡ Darme mi espada, aprisa
que no quiero un matasanos!
Marquesa:
¡ Fulgencio, esposo mío
ya te has recuperado!
¿Que mal te aquejaba entonces
sí estabas acongojado?
Matasanos:
No señora, no es grave
es solo un dolor de muelas
y por no tomarse la triaca
que le mandé hace horas,
esta el pobre agotado.
Don Fulgencio:
¡ No quiero sus medicinas
aunque sienta su alivio
porque de los matasanos
yo nunca me fío…
Narrador:
Substrayendole la muela
soltó el marqués un quejido,
alertando a la corte
a guardias y centinelas.
El marqués Don Fulgencio
casi en la extenuación,
paso el día refunfuñando
y maldiciendo al doctor.
Y en la villa La Real
respirando ya tranquilos,
se oía al marqués murmurar:
¡ De este tío no me fío!
pues su arte tan peculiar
de profesión sacamuelas
canutas me ha hecho pasar
y la venganza..le espera…
NO ME FÍO DE LOS MÍOS
A la maldad solo le fío la distancia, a la guerra; la ausencia, a la bondad; cercanía, a la paz; puertas abiertas, a la amistad; la bienvenida, al amor; la vida, el ser, la existencia…
Como carnívoro no me fío de mis instintos de supervivencia.
Como persona de carne y hueso no he de fiarme de otras fieras.
Tengo alma y espíritu, ideales y conciencia; no puedo fiarme de nadie que de ellas se alimenta.
Ni como lobo ni como oveja he de fiarme de los pastores de las iglesias.
Ni pobre ni rico confío en los políticos, ni en su opulencia ni en su pobreza.
En mis enemigos sí confío; ellos no defraudan, no abandonan, nunca traicionan…
No quisiera fiarme del hambre; ni de las letras; ni de los versos; ni de las lenguas; ni del mar o del viento o del fuego…, ni, siquiera, de la tierra.
En definitiva: no puedo fiarme de nada ni nadie del que yo forme parte de su dieta, ni viceversa…
Cecilia había paseado mil veces la calle Encinavieja y se sabía de memoria dónde estaban las baldosas rotas y las despegadas, un negocio pujante de ultramarinos, la panadería y el portal del número 17, donde se refugió un día de lluvia. Porque cuando por fin se dignaba llover, Cecilia no caminaba a derecho por la acera sino a saltitos como Nicholson en Mejor Imposible. Por eso le gustaban los días lluviosos, por imitar aquel modo de andar del protagonista de la película que tanta risa le produjo, y que era como hacer de artista.
Tampoco era ella la única que imitaba los saltos del actor, lo hacían todos los que habitaban en los cuarenta números impares de aquella calle. Decía el concejal de turno que ya la arreglarían.
Hacía frío aquella tarde y Cecilia abrió el paraguas porque lloviznaba. Caminaba con cuidado, como siempre. Soplaba el viento del norte, el sol se iba hundiendo entre los picos de la sierra lejana y la noche se anunciaba heladora. Pobres los pobres, porque si siempre era dolorosa la pobreza, más con aquella temperatura y cuando se acercaban las fechas de Navidad, cuando se imponía el gastar por norma.
Ella no lograría remediarlo, no gozaba de ese poder, pero como algo estaba en sus manos hacer, se había comprometido con los compañeros de su clase en recoger donaciones para el Banco de Alimentos. Se reunió con ellos cuando atardecía, colocaron tres grandes cajas a las puertas de un supermercado y colgaron el cartel que lo anunciaba. Tenía que ser persuasiva. Lo conseguiría, lo mostraba su cara de bondad.
—Disculpe señor, recogemos toda clase de donativos para los que nada tienen, para aliviar su pobreza en estos días. Si fuera usted tan amable. No es necesaria una gran cantidad.
El señor metió la mano al bolsillo de la americana.
—No, no, dinero no, solo alimentos en especie: garbanzos, arroz, latas de conserva, leche…
—Compre lo que dé de sí este dinero —y puso en las manos de Cecilia 150 euros. —A otra persona que no fuera usted no se los hubiera dado, no me fío, sí de usted.
No le salió decirle tan siquiera gracias. Se puso coloradísima, se aturulló completamente, ni una sola vez le habían confiado esta suma de dinero. Pensó distraer una parte de la cantidad, nadie lo había visto, era tentador, pero los billetes le quemaban las manos. ¿Solo con uno de 50? De ninguna manera. Si fuera con un billete de 20… Se comía las uñas cuando una señora con dos niños le entregó una lata de conserva.
—Gracias, señora.
—Somos pobres pero los hay más.
Abandonó un momento el puesto y entró en los servicios. Se miró en el espejo. Qué vergüenza. No se reconocía, tenía dudas de su proclamada carita de bondad. La gente desconfiando de los otros y ella desconfiando de sí misma.
Cogió un carro y con los productos adquiridos por los 150 euros llenó a rebosar la caja de cartón. Se sentía ahora gloriosa. Aquella noche le sabría la cena mejor y dormiría en cuna de ángeles. Se veía volar.
Volvió a casa. Iba en efecto volandera y tan desprevenida que no reparó en las baldosas que pisaba. En una hundió parte del zapato. ¡Qué tonta soy, qué distraída! Llegó a su portal y se miró en el espejo del ascensor. Tanto le asustó la imagen de su rostro fruncido que entró en su casa a todo correr dirigiéndose al cuarto de baño. Cerró los ojos y recordó a la madre con los dos niños. Aquella sí que era una cara angelical y pulcra, no la que acababa de contemplar. Como para fiarme de mí misma. Pero había triunfado, había logrado al fin decir no, y la expresión le hizo sonreír. Entró en la cocina cantando con melodía inventada no me fío, no me fío.
—¿De qué cosa, Cecilia, no te fías? —Preguntó su madre y la atrajo hacia sí—. Habrás tenido una tarde confusa y difícil. Los amigos a veces te la juegan. Anda, vete a dormir.
Y le plantó un sonoro beso en la mejilla. Antes de meterse en la cama, volvió a mirarse en el espejo. La expresión de la cara había mejorado, pero no tenía al completo la mirada limpia.
Iba caminando por el parque de las mimosas, cómo tantas veces, tantas noches y tantas tardes, me gusta perderme un rato para mí; en mí mismo, a última hora de las tardes noches, de mis días normales y corrientes.
Pensar, meditar, rezar, andar sobre caminos de tierra que salen al campo abierto, justo a esa hora mágica del atardecer, presenciar el final del día y volver en el principio de la noche, donde las estrellas aparecen con toda su belleza natural, y a veces hay una luna imponente, donde el ocaso se presenta entre colores fuertes de despedida y viene la noche oscuridad. Infinidad de matices que deja caer la luz cuando se esconde, me encanta; ver atardecer, desde el mismo campo abierto, notar la esencia del aire que va cubriendo la noche, cuando el día se da por terminado es magistral, la acuarela, un abismo que raya lo impresionante, revienta lo inmenso, unas luces definidas, y estrelladas entre rojos, rosas y malba, con atardeceres dorados brutales de lo magnético que incide en mí la tierra. Que me transportan hacia una extraña sensación de inmensidad, siento que pertenezco a esa misma naturaleza que acompaño y me acompaña. Me embruja su atracción y siempre, siempre miro y pienso lo mismo. Me cautiva lo impresionante que es la tierra, la magnitud y la belleza, su inmensidad y poder.
El otro día ya bien entrada la noche paseaba entre las sombras que producen las farolas en la noche solitaria y tardía, entre los árboles, de las mimosas ya no había nadie en el interior del parque aparentemente, todos se retiraron a sus casas, porque caían unas pequeñas gotitas casi imperceptibles al tacto, se diluían con el viento bailando a la luz de las farolas en una noche de aires, donde los columpios se balanceaban sólos que empezaba a volverse fría.
De la oscuridad entre los árboles salió un chaval joven y delgado con la capucha puesta y pantalones vaqueros, se aproximó a mí.
-¿Dame un cigarro?
-Lo miro de arriba a abajo, no me fiaba un pelo, de él. Y doy un paso atrás. Y contestó:
No tengo tabaco, no fumo.
A lo que el chaval, me dice:
Bueno pues, dame cinco euros, que tengo hambre y no he cenado nada.
Comienzo a andar como si no lo hubiese oído, y me coge por la manga del brazo.
-Me suelto de un tirón, y le digo:
No ves que estoy en chándal, no traigo ni cartera, ni nada.
Y continuó caminando por el parque, él venía detrás de mí. Yo saliendo del mismo, sigo caminando por el recinto exterior que hay una buena avenida muy iluminada. Dónde dejé de verlo. De nuevo desapareció.
Cuando se presenta un coche con música a todo volumen y luces de neón de todos los colores en los aparcamientos.
Apareció de nuevo entre las sombras fumándose un porro, se montó en el coche y se marchó con ellos.
Yo seguí caminando ya más tranquilo no me fiaba un pelo de él. Cuando los vi marcharse me alivió un poco y continué paseando, rumbo a casa, ya mucho más tranquilo.
No me fío de la gente que se esconde y sale de imprevisto a pedirte tabaco.
Camino por la oscura y silenciosa calle,
entre grises bloques y agudas piedras
que se revoltean, entre mis pasos hundidas
y sin ni siquiera sentir sus asperezas,
y desde lejos un cansado y repentino torcido
de unas negras y delgadas siluetas,
mi <<santo silencio>>, ¡irrumpido!
¡Vaya, qué par de hostias os daría!
o, desde el cielo, un relampago bien esculpido,
¡Vaya susto qué os metería!
A mi me gusta el profundo silencio de la noche
con su exquisito perfume,
¡y no vuestro ronroneo molesto y infame!
Y no me fío ni un pelo de vuestra ternura;
mal pensamientos que fluyen sin cordura,
se mezclan y me llevan a la mismisíma locura…
NOCHE DE PAZ
Mire usted, señor juez, yo no soy un matarife, ¡qué horror! ¿A quién se le ocurre? Pero es algo superior a mí, que me acompaña desde pequeño, innato, podría decirse, no lo puedo remediar. ¿Excesivamente detallista quizás? ¿Intransigente tal vez? ¿Algo pitagórico en lo tocante a la última esencia de las cosas? Llámelo usted como quiera, pero hay una voz interior, un mandato supremo, algo, que me dice: «Jasón, sé caritativo, alivia el sufrimiento callado de esta pobre criatura, enmienda el onomástico error, con el sacrificio de su vida»
No, no me venga también, su señoría, con la milonga de la esquizofrenia, porque no estoy loco, no soy un sicópata, ni un asesino en serie, ¡qué estupidez! ¿Llamaría usted criminal al funcionario que aprieta el tornillo para agarrotar a un reo condenado? No, ¿verdad?, estoy convencido de ello. Es pura lógica, impulso, cuestión de confianza y créame, ganarse la mía es complicado, mi nivel de exigencia es muy alto.
Mis dos primeras víctimas, por llevar un orden —la organización es fundamental en la vida de las personas honradas; la anarquía es patrimonio de los imbéciles—, el matrimonio de carniceros, Abel y Lucía. ¿Se los imagina usted, señor juez, haciendo a cuartos un cordero, despellejando un conejo o apañando morcillas? Claro que no, es inconcebible. Uno tiene que desconfiar por narices.
Un carnicero feliz debe tener un nombre más contundente: Matías, por decir alguno que sugiere costillares al horno, solomillos con pimientos, asaduras encebolladas. Y su mujer debería llamarse Conchi, como una amazona del despiece de pollos y fileteado de pechugas. Su destino estaba marcado por una potencia jerarca: colgar, ensartados por la barbilla, de sendos ganchos de carnicero en la sala de despiece.
Lo del segundo es de manual, no hay quien lo discuta. ¿Me va a negar usted, señoría, que Luis es un nombre de médico rural?
«—Don Luis, vengo por lo de la tensión; hace mucho que no me la miro.
—¡Sagrario, hija mía, que viniste por lo mismo anteayer!
—Pues eso, una eternidad».
¿Qué pinta un párroco de pueblo llamándose Luis? No es creíble, inspira prevención, yo no me fio. Lo suyo es que lo bautizaran Anselmo, Cándido, Inocencio, nombres de cura, vamos. ¡Pero Luis! No sabe nadie lo que me costó provocarle un síndrome de realimentación, a fuerza de embutirle obleas por gastrostomía endoscópica percutánea como si fuera un capón.
Qué quiere usted, no puedo hacerme el sueco, mirar para otro lado, es superior a mí, van provocando.
Sin ir más lejos, Prudencio Galván, campeón del mundo de moto GP. ¡Cómo va a ser un as de la velocidad, alguien que se llame Prudencio! Eso no se lo cree nadie. Lo suyo es opositar a notarías y ejercer la profesión en Venta de Baños, que es una población respetable e importante nudo ferroviario. Fue complicado, para qué negarlo, enchufarlo al tubo de escape de la moto por vía anal, para que reventase como un globo de monóxido de carbono.
Vale, me habré cargado siglos de tradición, pero Melchor, Gaspar y Baltasar no son nombres regios y taumatúrgicos. Mi desconfianza en este caso, además, viene avalada por años de decepciones experimentales. Nunca me trajeron el tren eléctrico, la bicicleta o el scalextric, todo fueron calcetines de invierno, calzoncillos de felpa y lápices de colores. Pero no vaya usted a pensar, señor juez, que en esto hay algo personal; para nada, solo son negocios. Un rey ancestral que se precie debe llamarse Alarico, Teodoredo, Wamba —aunque este suene a anuncio de zapatillas—. Cargárselos por sobredosis fue sencillo, como siempre van rodeados de camellos.
En fin, señor juez, que usted lo entiende, porque no hay nada más conveniente para un magistrado que llamarse Moisés, incluso Zacarías o Ezequiel, nombres rotundos, serios, que imponen respeto, pero Agapito…, ¡vamos, no me joda! «Preside la sala su señoría Agapito Simplón». Nada fiable. Inapropiado. De chiste. Así que le ruego cooperación, porque es Nochebuena, tengo a la familia esperando en casa, y eviscerar a un tipo que no para de resistirse va a resultar complicado, pueden darnos las uvas. ¡Sea usted razonable, hombre, que estamos en Navidad!
«We wish you a merry Christmas
We wish you a merry Christmas
We wish you a merry Christmas
And a happy New Year»
<<No me fio>> le repetía una voz en su interior una y otra vez.
La vida no había sido justa con María. Le arrebató lo que más quería y eso le había llevado a ocultarse dentro de sí misma, a pasar desapercibida entre el resto del mundo como si de un fantasma se tratase.
Aún así se levantaba cada día, pintaba una sonrisa en su rostro —una sonrisa falsa; de esas que hacen pensar a la persona que tienes en frente que todo va bien cuando en realidad tu alma está hecha añicos —y se dirigía a su trabajo. Un trabajo donde ocupaba 6 horas de ese día, de otro largo día. Seis horas que se hacían interminables. Seis horas en las que intentaba mantener esa sonrisa fingida y hacer el menos ruido posible.
Pero era cuando salía de allí, en el momento que paraba a tomarse un café en esa cafetería de la esquina, justo antes de llegar a casa, cuando por fin se sentía ella. Ya no tenía que enmascarar su tristeza, de nuevo podía transformarse en ese espectro al que no le importaba nada, y podía dejar que sus ojos se humedecieran al recordar todo aquello que un día la hizo feliz.
Y como todas las tardes alguien se acercaba a ella. Dejaba sobre la mesa un café y una nota en la que se podía leer «Sigo aquí. Aún no me he rendido porque aún creo que puedes ser feliz»
En ese momento su mente volvía a susurrarle <<No me fio. No me fio. ¿Feliz? ¿Cómo puede volver a ser feliz alguien que lo ha perdido todo?>> Y en el polo opuesto, ese músculo desconsolado que seguía bombeando un cuerpo abatido por la melancolía, parecía decir lo contrario latiendo con más fuerza que nunca mientras leía la nota.
Dos voces encontradas, dos sentimientos incompatibles dentro de una misma persona. Una queriendo vivir en la agonía; la otra intentándose dar la oportunidad de volver a ser feliz.
Pero esta tarde fue diferente. Cogió aire. Respiró profundo y cerró los ojos. Fue en ese instante cuando la esperanza inundó su cuerpo inerte para hacer brotar una chispa de ilusión.
Introdujo su mano en el bolso y sacó un bolígrafo.
Lo sé. Gracias por no rendirte. Gracias por estar ahí -escribió.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
NUEVOS TIEMPOS
Desde primera hora de la mañana, un zumbido constante y ahogado se venía escuchando por toda la casa. A principio, amortiguado por las paredes de la habitación, resultaba casi imperceptible. Pero después de un rato lo tenían metido ya en la cabeza. Los dos miembros que formaban parte del personal servicio llevaban horas pensativos y nerviosos, deambulando de un lado para otro, tratando de localizar el origen de aquel extraño sonido del que no se fiaban.
De sobra era conocido el peculiar carácter del marqués, por lo que ya estaban acostumbrados a sus constantes y habituales arrebatos, cuya onda expansiva solía venir acompañada de un amplio repertorio de ruidos varios, producto de los daños colaterales.
Pero esta vez no. Algo no cuadraba. De repente echaron de menos el acostumbrado golpe seco y el estruendo de cristales o porcelana ocasionado por algún lanzamiento contra la pared. Aquella mañana reinaba un silencio inusual, salvo por aquel zumbido de fondo.
Afinando al máximo su sentido auditivo, sus pesquisas les condujeron hasta el despacho del señor marqués, lugar favorito del palacete donde pasaba la mayor parte de su tiempo. La puerta estaba cerrada y ambos se miraron sin saber qué hacer. Finalmente, y puesto que no se fiaban de nada, decidieron investigar con extremo sigilo.
Sebastián aproximó su globo ocular derecho a la cerradura, al tiempo que Gerundina, su mujer, y a la sazón ama de llaves, le susurraba ansiosa al oído, ávida de curiosidad. El ojo de Sebastián se desplazó como un periscopio en todas direcciones, escrutando cada rincón de la enorme estancia. Finalmente, divisó al marqués. Su semblante nada tenía que ver con el habitual. En su mano derecha sostenía un pequeño mando cuyos botones accionaba de forma compulsiva, al tiempo que en su rostro se reflejaba un gesto de curiosidad y expectación.
Gerundina, que hasta entonces había hecho gala de una desmedida paciencia, no pudo más. De un empujón, apartó a su marido para clavar la vista en la improvisada mirilla. En ese momento, su sorpresa fue mayúscula. Temblando, dejó caer el plumero que hasta entonces había estado sosteniendo bajo el sobaco derecho.
Sobre el suelo de madera giraba cadenciosamente un extraño artefacto oscuro y redondo con lucecitas parpadeantes de un intenso azul cobalto. Se trataba, en efecto, del nuevo Tango 7500, el último grito en robots de limpieza que, como un descosido, se afanaba en recoger la mugre a una velocidad desorbitada. Con la boca abierta, la siguiente imagen que atravesó la mente de Gerundina fue la cola del paro.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
La historia transcurre en una humilde morada de la pintoresca provincia de Guadalajara, Saúl es un octogenario desconfiado al que le acaba de tocar un premio en la lotería nacional, su esposa Gertrudis está súper ilusionada.
Ambos conversan tras enterarse.
SAÚL
Gertru, mi vida, acércame las lentes que voy a comprobar con el periódico si nos ha tocado la lotería nacional.
GERTRUDIS
Llevas jugando a la lotería nacional desde que teníamos veinte años y jamás te ha tocado una mierda, no sé como puedes seguir teniendo esperanzas.
SAÚL
Ya sabes que soy muy desconfiado, no me fío ni de mi sombra.
Pero esta vez tengo una corazonada.
Saúl se pone sus lentes y al comprobar que el número es el mismo que el que pone en el periódico como primer premio da un alarido de alegría.
SAÚL
¡Tomaaaaaaaaa!, ¡nos ha tocadooooo!, ¡sí! Ves lo que te decía Gertruditas, ¡mi vida!
GERTRUDIS
No me fío. Déjame el periódico.
Saúl le deja ver el periódico a Gertrudis y la sorpresa de ambos fue mayúscula al comprobar que el periódico era del año pasado.
GERTRUDIS
¡Imbécil!, no ves que este periódico es del año pasado, ¡menso!
YOLILLANA RELATOS
Ramiro siempre había tenido problemas para aceptar la muerte. Cuando era niño, su perro había muerto y él no podía entender por qué su amigo peludo ya no estaba con él. Pasó horas sentado junto a su perro esperando que volviera a la vida, hasta que comprendió que aunque su cuerpo seguía ahí, el alma de su amigo ya se había ido.
Sin embargo, cuando Ramiro creció y comenzó a trabajar en una funeraria, su miedo a la muerte volvió a aparecer. No confiaba en que los cadáveres de la funeraria estuvieran realmente muertos. Ramiro se imaginaba que, en cualquier momento, uno de los cadáveres se sentaría en su ataúd y comenzaría a hablar.
A menudo se sentía como si estuviera viviendo en una historia de Frankenstein, donde los cadáveres cobraban vida y comenzaban a caminar por la funeraria. Trataba de no pensar en ello, pero a veces no podía evitar mirar fijamente a los cadáveres y preguntarse si estaban realmente muertos.
Ramiro no confiaba en que los cadáveres de la funeraria estuvieran muertos. Él siempre se imaginaba que, en cualquier momento, uno de ellos se sentaría en su ataúd y comenzaría a hablar.
Un día en el que estaba trabajando en la funeraria, escuchó un ruido extraño proveniente de uno de los ataúdes. Ramiro se acercó lentamente y, con gran sorpresa, descubrió que el ruido provenía de un loro que había sido enterrado junto a su dueño.
El loro parpadeó un par de veces y luego comenzó a hablar con una voz entrecortada y tartamuda.
– Hola, soy Pollo. ¿Qué estoy haciendo aquí?
Ramiro se quedó boquiabierto y no supo qué decir. Finalmente, consiguió balbucear una respuesta.
– Estás en un ataúd Pollo. Creo que has muerto junto con tu dueño.
Pollo parpadeó de nuevo y luego dijo:
– Oh, vaya. Eso no es bueno.
Ramiro se quedó atónito. ¿Un loro muerto que habla y se da cuenta de que está muerto? Ramiro no podía creerlo.
Si es que ya lo decía su abuelo, nunca se sabe lo que puede pasar en esta vida.
GLORIA ALBADALEJO
NO ME FíO NI DE MÍ SOMBRA.
Parece ser, que el amanecer y el atardecer, es cuando más se proyecta la sombra en las paredes y te sigue a todas partes, también te anima a continuar andando y cuando te paras, ella también se para. Sólo le falta hablar, pero como no tiene rostro, tampoco boca para decir nada ni ojos para observarte. Es negra completamente y aburrida, pero muy pesada, no te deja tranquilo.
Después llegó a casa, enciendo la luz y ahí está la dichosa sombra. Como estoy solo, hablo con ella. Le pregunto:
– ¿Qué tal el día? – y me responde que muy bien. Después le pregunto :
– ¿ Qué quieres para comer hoy?. – Se queda callada un rato. Estará pensando, creo yo y cuando pasan unos minutos, me dice.
– Hoy quiero pasta.
Cuando ya está hecha la comida, me pongo en la mesa, pero la sombra permanece en la pared.
– ¿ Por qué no vienes a comer hoy conmigo? – le pregunto.
– Aquí estoy mejor, – me responde – la pared es mí sitio preferido.
Lo comprendo. Además toda negra, sin rostro, ni ojos, ni boca, ni…, pero bueno, si no tiene boca, ¿ cómo va a comer?.
– ¿ Tú me estás tomando el pelo, o qué?.
Al final oigo unas carcajadas de la sombra y se ríe cada vez más. Después pienso mosqueado, es que, no te puedes fiar ni de tú propia sombra.
Fin de la historia.
EDUARDO VALENZUELA JARA
Les he mentido a mi esposa y a mi hija. He fingido para hacerles creer que estoy de buen humor y feliz con el visitante que está sentado frente a mí en el sofá de la sala.
Mi esposa subió con mi hija a su cuarto para prepararla. Están nerviosas por esta cita. Aproveché la ocasión para dialogar con el galán.
―Escucha, sabandija. Escucha, atentamente, cada una de las palabras que te voy a decir,… porque de ti,… no me fío.
―Señor, yo…
―¡¿Te pedí que hablaras?! ¿Eh? ¿Lo hice?… ¡¡No!! Te dije, ESCUCHA, ESCUCHA… Ahora cierra tu hocico y pon atención. Allá arriba esta mi hija. Mi amada hija. ¡La niña de mis ojos! Ella es dulce e inocente, por eso cree en ti… Yo, no me fío… ¿Qué edad crees que tengo? ¿Eh?
El interpelado estaba pasmado y solo atinó a alzar los hombros con cara de asombro.
―Cincuenta y tres años, muchacho. ¿Entiendes? A mí no me vienes con cuentos, porque ya me los sé todos ¿Comprendes? ¡Me los sé TODOS! Conozco a los muchachos como tú y se en lo que están pensando. Así es que como me entere que le haces algo a mi hija… ¡Te arranco los brazos y te los meto por el trasero! ¿Me entiendes?… ¡Dije ¿me entiendes?!
El chico se desfiguró. El asombro de su rostro cambió a miedo y sus labios se arquearon hacia abajo.
―¡¿Vas a llorar, bebé?! ¿Vas a llorar, florcita del bosque? ¿Qué clase de …
Y entonces apareció mi esposa para terminar mi diálogo.
―¡¿Eduardo qué estás haciendo?! ¡¿Cómo se te ocurre asustar a un niño de cinco años?!
PABLO CRUZ ROBLES
Primero el bicho, luego la escasez de alimentos, después la crisis energética, y ahora, los aliens.
Pues yo puedo presumir de no haberme metido ese veneno al que llaman vacuna, ni de sufrir esa escasez que se inventaron; en mi huerto nunca faltan las patatas. Y en el tema de la energía, nunca tuve problema con mis placas solares.
Pero ahora me quieren echar de mi casa con la escusa de los aliens. Dicen que cuando mucha gente se concentra en un solo punto ejercemos una especie de barrera mental y los aliens no pueden meterse en nuestras cabezas. Y la solución es echarnos de nuestras casas —Donde tenemos todo lo necesario para sobrevivir sin la «ayuda» del gobierno— y recluirnos en esas mega torres a las que llaman viviendas. A mí se me parecen más a campos de concentración.
Además, nadie ha visto nunca un alien, con la escusa de que son pura energía cósmica invisible al ojo humano, lo tienen todo solucionado.
Pues yo no me voy de mi casa. No pienso tragarme ni uno solo de sus disparates. Como bien dicen las voces de mi cabeza: «ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn»
EFRAIN DÍAZ
Arantxa continuó con su vida. Ejercía su profesión de patóloga forense a tiempo completo. A tiempo parcial, pintaba y hacía música, sus dos grandes pasiones.
Su padre se había convertido en un vago recuerdo, guardado en el baúl del olvido. El tiempo todo lo cura. La pintura y la música le sirvieron de alicientes. El tiempo, inexorable como siempre, se encargó del resto.
De vez en cuando la conciencia intentaba machacarla, pero Arantxa la ahogaba y la silenciaba con su guitarra.
Mientras su madre le limpiaba la casa, encontró los papeles de la autopsia y comenzó a leerlos.
Según avanzaba, se dio cuenta de ciertas irregularidades. El protocolo dictaba que el patólogo forense que practicaba la autopsia debía de estar asistido al menos por un ayudante cualificado. Éste le serviría de testigo del proceso en caso de quejas o querellas.
Arantxa había practicado la autopsia sola. Sin ayudantes ni asistentes. El lugar de las firmas estaba en blanco, algo que la madre no pasó por alto. También dictaba el protocolo que la autopsia debia ser grabada en audio mientras el patólogo indicaba dictaba el procedimiento.
Su madre se preguntó si dicha grabación existía. Y así, la madre fue encontrando incongruencias e inconsistencias, irregularidades que le hicieron pensar. Hay ciertas puertas que no deben abrirse. Podría no gustarnos lo que hay detrás. Sin embargo, hay ciertas dudas con las que no debemos quedarnos, con las que no debemos vivir. Esas dudas que carcomen el corazón y rasgan el alma. Dudas que constantemente martillan la cabeza. De esas que es mejor saber aunque duela, a vivir en la ignorancia. Al terminar de leer la autopsia y su protocolo, la madre de Arantxa tenía más dudas que certezas y más preguntas que respuestas.
Al llegar del hospital, su madre le tenía la cena lista. Ambas se sentaron y comenzaron a comer. No intercambiaron palabras. Al tercer bocado, la madre rompió el silencio.
-Arantxa, debemos hablar.
-Diga usted, madre.
-hoy, mientras limpiaba, encontré los papeles de la autopsia. No pude resistir la tentación y los leí. Hay muchas incongruencias en el proceso.
Al escuchar esto, a Arantxa se le cayó el cuchillo de la mano. Sintió en golpe en el estómago y un buche amargo le subió por el esófago. Sin embargo, se compuso rápidamente lo mejor que pudo.
-no digas tonterías. No hay incongruencias. Yo misma hice la autopsia.
-si, tu misma hiciste la autopsia. Pero no tenías ayudante. El lugar de su firma estaba en blanco. Y quisiera escuchar la grabación de la misma.
Arantxa la miró fijamente.
-ese día estaba sola. No habían asistentes y no podía dejarla para el próximo día porque tenía cuatro autopsias programadas. Por eso la hice sola.
-y la grabación? Podrías conseguirmela para oírla?
-estaba sola, no pude grabarla.
-hay algo que quieras decirme? Soy tu madre. Puedes confiar en mi.
Arantxa sintió un torbellino de emociones en su interior. Por un lado quería explotar. Sincerarse con su madre y contarle la verdad. Contarle que estaba harta de su vida y de su padre. Que estaba harta del control y autoridad que éste ejercía. Que era infelíz. Que no quería vivir. Que quería suicidarse. Que sí, que lo había matado y que no se arrepentía. Que las había liberado a ambas. Pero por otro lado, no se fiaba. No sabía como reaccionaría su madre. Y si contándole la verdad la hacía sufrir? Y si la delataba a la policía? Esa ruta era peligrosa. El asesinato en primer grado no prescribe y no pensaba pasar su vida encerrada en una celda por parricida.
-padre murió de un infarto y no hay más nada que buscar. No encontré más nada. Un infarto masivo al miocardio.
Arantnxa dijo esto con el corazón acelerado. Quería decirle la verdad. Necesitaba decirle la verdad. Pero ese no era el momento adecuado. No podía fiarse de ella. Al menos todavía. Ya tendría ocasión de contarle toda la verdad con lujo de detalles. Mas no ahora, sino cuando estuviera en su lecho de muerte. En el último momento le contaría todo. Cuando ya nada pudiera hacerse.
DANI GALLEGO
No me fío.
De mí, de mi mano y mi desgana.
No me fío.
De mí, de mis sueños, de mi envidia y mi desidia, de mi noche oscura, de éste día que brilla, amarillo delicatessen, amarillo oro, amarillo feo…
No me fío de tu aliento, tan dulce…tan inobvio, llenetíco de silencios, de aire, de voz cantada, de nada y de todo y de nada otra vez.
Mi corazón, liso ya por fuera, no lo fío, rugoso y calentito por dentro, no me fío, no lo doy, lo presto a ratitos… cortos porque no me fío, los ratitos ,cortos por lo del fiarse digo.
Hablo poco y descanso mucho, no me fío, ni del tiempo ni de las mentiras. Es lo que creo porque hablo poco y descanso mucho, yo.
No me fío de la mortadela con olivas, ni de la mayonesa abierta en la nevera, no me fío del bocadillo que me hice ayer con ambas cosas.
No me escondo porque me delato y no me fío claro, tu te fiarías?, si te vieras?.
Te ves y te fías?
ROSITA MISKY
—No me fio de ti dijo ella; con notoria tristeza y amargura.
–No me fio de tus palabras vacías, ni de tus regalos y flores cargadas de vacios de amor.
Pero que quieres dijo él. —Es lo único que puedo darte, sólo libro el domingo y entre mi madre y tú debo repartir mi atención.
— No es tu madre la que te envía mensajes a la 1 de la mañana, no es tu madre la que come todos los días contigo, lo sé bien.
— Cállate de una buena vez. Este domingo saldremos a comer juntos los tres, llamaré a mi madre para que reserve un restaurante que a ella le guste.
— Claro, esto es lo que mejor se te da, tapar el sol con un dedo. No ire con vosotros, este domingo he quedado a comer con mi padre y sabes que sólo puedo visitarlo los domingos.
GUILLERMO ARQUILLOS
EL ENGAÑO DE JULIÁN
¡Vaya sorpresa! Cuando por fin se fue el profe de su hijo, Julián, Enrique arrugó la frente y se quedó mirando al campo, más allá de la última casa. La muchacha del jersey amarillo le tuvo que dar una voz para que le llenara el depósito.
Siguió atendiendo toda la mañana los coches que llegaban, con la mente puesta en que Julián había faltado a un examen para subir nota y que llevaba varios días sin ir por clase. En el instituto había dicho que estaba malo.
Enrique pensó que su vida era una mierda. El sueldo no le llegaba, porque todo subía de precio sin parar; estaba harto de Julián, ya con dieciocho años y siempre discutiendo y al coche le había fallado una pieza que costaba una barbaridad y lo había tenido que dejar en el taller de Rogelio. Cuando se lo arreglaran no iba a tener bastante dinero, así que había tenido que empeñar el reloj de oro que era de su padre.
«Y, ahora, estábamos pocos y parió la abuela», se dijo Enrique.
Lo veía venir. Se había imaginado que Julián estaba en líos desde que le desapareció un billete de cincuenta. El chico le juró y le perjuró que él no tenía nada que ver con aquello, pero Enrique estaba mosca desde entonces. Ahora ya se imaginaba que estaba con los porros o con algo peor.
Le cambió el turno a su compañero y, a la mañana siguiente, se fue a dar una vuelta por los sitios por donde solía andar Julián. En los jardines en los que su gente hacía botellón, no estaba. En el parque pequeño, tampoco; solo había jubilados paseando a sus perros. En el parque grande, donde se juntaba a veces con otros amigos, encontró a unos compañeros que se habían saltado las clases. Le dijeron que llevaban varios días sin verlo, que si estaba malo. Aquello terminó de mosquear a Enrique. ¿En qué lío se habría metido si hasta sus colegas no sabían dónde andaba?
Aprovechó que estaba en aquella parte del pueblo para acercarse por el taller de Rogelio. Setecientos euros iba a costarle la reparación y, encima, la pieza tardaba en llegar.
El taller era muy grande y siempre estaba lleno de coches viejos, algunos dignos de estar en un museo de antiguallas. Rogelio, siempre sonriente, le volvió a decir que no sabía cuándo podía llegar la maldita pieza, que se había quedado parada en Alemania por una huelga.
Cuando salía, de pronto, lo vio:
—Julián, ¿qué coño haces tú aquí? —le dijo— ¿Qué haces con ese mono de trabajo?
El chaval bajó la cabeza.
Rogelio se acercó con una sonrisa. Tenía la voz cascada de tanto fumar:
—Enrique, tu hijo es un hacha con la mecánica. Se le da de puta madre.
—Pero ¿quién le ha dado permiso a este imbécil para que esté aquí contigo? Lo que tiene que hacer es estar en clase y sacarse el curso.
Julián, con la cara roja, miraba fijamente a su padre y no abría la boca.
—A ver, Enrique, si el chaval está empeñado en aprender… No me lo tomes a mal, pero yo le he dicho que se venga por aquí. Y aquí lo tienes, trabajando como el mejor desde hace nueve o diez días. Me dijo que necesitaba dinero… Es para que estés orgulloso de él.
Y Rogelio se marchó para dejarlos que hablaran tranquilos.
—¿Para qué necesitas tú tanto el dinero? Tú lo que tienes que hacer es estudiar. Estudiar para tener un buen trabajo el día de mañana y llegar a ser alguien.
—Yo lo que quiero es ser mecánico y montar un taller como este.
—Pues ponte a estudiar, leche…
—No, papá, primero hay que sacar de la casa de empeño el reloj del abuelo. No puedo quedarme de brazos cruzados viendo que no nos llega el dinero, con lo caro que está todo. Voy a seguir echando horas en el taller hasta que consiga lo que hace falta. Está decidido —dijo, clavándole la mirada—. Por cierto, en tu coche he encontrado esto que estaba entre los asientos. Toma.
Enrique levantó las cejas y abrió bien los ojos mirándolo con sorpresa: su hijo había sacado de un bolsillo el billete de cincuenta que pensó que le había quitado.
LILA VIVAS
Como quisiera creer
que lo que dices es verdadero.Si te olvidas, cada vez que sales de dar un beso.
Como quisiera creer
que en mí piensas,
cuando cae la noche
y se planta el silencio.
Como quisiera creer
que mi cuerpo te atrae
por esa quimica, por ser
de carne y hueso.
Como quisiera creer
Que pertezco a tu mundo,
si cada vez que te miro,
nace la duda y la desconfianza…
Como quisiera creer
si ya no me fío,
ni de tus silencios, ni
de tus palabras.
BEGO RIVERA
El andén de la estación de metro está abarrotado de gente, apenas puedo andar un paso sin rozarme con alguien.
Es la hora punta de la mañana, la mayoría vamos a trabajar. Son las siete de la mañana.
Llevo la mochila colgada por delante, como siempre. No me fío. Hay muchos hurtos aprovechando que los trenes van llenos.
Los trenes pasan cada cinco minutos, aún así… la mayoría nos quedamos fuera; vienen completos de otras estaciones anteriores, con personas de pie, apretujados.
Me voy colocando poco a poco hacia adelante, muchos hacemos eso: intentar alcanzar las mamparas para cuando se abran las puertas entrar.
Miro a los que me rodean , todos invadiéndonos nuestro espacio vital. Es una sensación agobiante.
Ellos también me miran, unos a otros, todos agarrando nuestros bolsos, mochilas, bolsillos.
Por fin puedo entrar en el cuarto tren, tengo que empujar para entrar, yo y otras cuántas personas más ante la mirada de molestia de los que ya están dentro.
No lo aguanto. El viaje siempre se hace largo.
Sujeto mi mochila y observó a los demás.
Todos nos miramos con desconfianza. A esa hora siempre huele bien por lo menos. Gente recién duchada. Una mezcla de fragancias diferentes.
A la vuelta es peor, aparte de ir como si todos estuviéramos cosidos por el mismo hilo… el olor a sudor lo empeora.
Una señora cerca de mí… apretada a un señor que me asfixia a mí…me mira mal; mira mi mochila.
Creo que piensa que le voy a robar. También mirá mal a los demás, agarrando su bolso contra el pecho.
Un chico joven con una bandolera roja que parece estar vacía es el elegido ahora.
Todos los que están cerca le miran con mala cara, está haciendo cosas raras con las manos, no se le ven.
Nadie se fía de nadie.
La gente empieza a separarse de él y los demás acabamos aplastados unos contra otros.
Nadie le quita ojo. El chico se ríe; sabe lo que piensan los demás. Se divierte.
Después de varias paradas por fin llego a la mía, la última parada.
El gentío se dispersa.
Cuando salgo por fin a la superficie respiro el aire fresco, aunque hace frío.
Jaime—mi novio, mi cómplice—con su bandolera roja se acerca a mí.
—¿ Que tal, como ha ido?— me dice mientras me besa apasionadamente.
—Esta hora es muy buena, vale la pena el madrugón— le digo mientras le enseñó el botín: varias carteras, monederos, móviles — La mujer mayor casi me pilla, menos mal que la distraiste, y a todos los demás.
— Bueno, ese es el plan ¿No?. Vamos a soltar el botín a casa y hacemos otro viaje — me comenta Jaime sonriendo.
— Espera que guarde todo bien en la mochila.
No sea que nos roben, que no me fío.
PURO CUENTO. RAÚL DÍAZ
UNA MUJER CASI PERFECTA
Raúl Díaz Quezada
Lo nuestro fue amor a primera vista.
Desde la primera vez que la vi, supe que tenía que ser mía, y lo fue.
Ella era perfecta por fuera y por dentro.
Un rostro angelical, una figura excepcional.
Pero su personalidad, ah, su personalidad: Siempre callada, siempre me supo escuchar.
Le compartí mis fracasos, mis logros, mis temores, mis tristezas, mis alegrías, mi pasado, mi presente y muchas otras cosas más. Yo la amaba y sentía, creía, juraba que ella sentía lo mismo por mi.
Se sentaba a mi lado a ver los programas o películas que yo quería ver, a escuchar conmigo la música que me placiera.
Jamás protestó o le molestó que fumara y bebiera cuando yo quisiera.
Cuando necesitaba trabajar o simplemente estar solo, nunca, pero nunca me interrumpía.
El sexo ni se diga. Cumplió voluntariamente, con genuinos deseos, todas mis fantasías. Hacíamos el amor sin freno, tantas veces como mi ímpetu, mi lujuria lo necesitara.
Yo pensé que era perfecta.
Pero una noche, al llegar a nuestra morada, la encontré con mi ex compañero de cuarto, mi mejor amigo, casi, casi mi hermano.
Habíamos vivido juntos un par de años, luego se mudó. Siempre se quedó con una copia de las llaves del departamento. Podía entrar, salir cuando él quisiera. Confiaba ciegamente en él. Incluso le había contado de Eloisa.
El verlos juntos, de esa manera, se sintió como una puñalada en el pecho que luego te arranca el corazón. «Eso me pasa por estúpido, por fiarme».
Tomé mi revolver, y sin querer escuchar más sus suplicas, explicaciones absurdas, le pegué un tiro en la frente.
Ella se quedó ahí en la alcoba toda desnuda, sin decir nada, evitando mirarme a los ojos.
Tomé un cuchillo, la apuñalé no sé cuantas veces hasta que, poco a poco se empezó a desinflar.
«¡Por qué? ¡Por qué me hiciste eso si yo te amaba? ¡Por qué Eloisa? ¡Por qué? » Grité una y otra vez aferrando a mi pecho ese cuerpo de silicona ya sin vida.
EL FARO
“Talaron casi todos los árboles de la infancia.
Todo en derredor era de no fiar; no había un solo gesto donde descansar con la paz de los ojos cerrados. Y lo inteligente era aceptar que no iba a cambiar.
Como si uno hubiera llegado en momento equivocado.. y se notaba.
Cuando me prestaba a la bienvenida, la compostura de los demás apagaban los cascabeles de la alegría. Y así como quien no quiere la cosa se fue dando el instinto defensivo que seguramente nace con uno. No sé bien cómo; pero día tras día me fui doblando hacia dentro.
Los árboles que talaron.. mutaron.
Se hicieron fibra y pasta, un bodoque rociado de agua, los trituraron y se convirtió en masa madre.
La paciencia de la espera.
La evolución del pan.
Papel y cartón, letra y palabra. Cosidos con hilos.
No se dieron cuenta y crecieron libros en el pie de mi cama..y yo, viajé en barcos y canoas, crucé cielos e infiernos, conocí unos niños que tenían solo casa y otros, que tenían madre, las victorias de los débiles y las derrotas de los fuertes y qué hay dioses de yeso y espíritus de fuego. Y tracé mapas, pinté banderas y me llené los poros de voluntades. Busque recetas y arme escudos, estudie las soluciones de los problemas más comunes..ávida de explotar en un cielo lleno de estrellas, hice un moño con el destino.
Al principio no se notaba, pero con ese moño, asistí a los exámenes de la vida.
Quebré por la mitad un futuro sin sentido.
Pude!.. con ojos grandes y mirada pequeña.
Leí
Con manos flacas y dedos largos. Escribí
Paciencia gritaban los personajes.
¡Paciencia!
Te cuento ¡he mutado!
Leñador que has talado.. no has podido conmigo
JOSÉ LUIS GARCÍA RODRÍGUEZ
No me fío del destino,
que nunca te da nada
siempre habrá algún hilo,
que te deja en la estacada,
tras luchar en el camino,
lleno de flores y zarzas,
puede ser que sea el sino,
que me dan ya desgana,
¿algún día llegará el hito,
que me ofrezca una semana,
cargada de flores y olivos,
de esos logros y ganadas?
es tan frustrante lo mío,
de tener valores y galas,
de encontrar los pajaritos,
que se van en escapada,
ellos ensalzan mi río,
con canciones y baladas,
pero siempre me dejan frío,
al no beber de mi agua,
¿Quién le da sentido,
al bueno, al que ama?
que estando en el camino,
se tropieza y resbala,
es tan duro el destino,
del que quiere, del que ama,
que al no ser correspondido,
se le nota en la mirada,
pues su corazón blandido,
por esa poderosa espada,
le dejan al final hundido,
y un desgarro, en su alma,
cuando algo es querido,
en un corazón en llamas,
puede ser mal recibido,
pues le quema las entrañas.
más seré fiel al camino,
que las señales, ahora me marcan,
para ver si un día el destino,
se apiada de esta alma.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ MISERQUE
Se quedo mirando fijamente la colilla del cigarrillo que se terminaba de consumir entre sus dedos mientras se preguntaba -¿Por qué fumo?-
Porque me relaja… No, esa era la respuesta automática que le daba a los demás cuando se lo preguntaban. Pero ahora estaba hablando consigo mismo. No había necesidad de mentirse.
Aunque algo de cierto tenía que acudía a aquella maquinita generadora de cáncer cuando algo no salía muy bien durante el día. Debía entrar a su jornada de trabajo de 8 horas, se fumaba “un pucho”. El mecánico que le dijo que le trajera el auto no vino al taller ese día sin avisarle, se fumaba un pucho. Su jefe lo atiborraba de trabajo “urgente” para el día siguiente, un pucho. Pronto la situación seria más inusual, al ver otra persona fumando, no tenía muy claro por qué, pero le daban ganas de fumarse un pucho.
Había algo en común en todo aquello. No se fiaba de que no. Definitivamente había un patrón -Pensó-.
Pero ¿Por qué manifestar su desaprobación, enojo o ansiedad haciéndose daño a si mismo cada vez que sucediera un suceso de dicha índole? ¿Era suficiente eso para justificar el mal sabor de boca o el olor a humo entre sus dedos que dejaba la “solución”? ¿Era una solución siquiera?
Odiaba el cigarrillo. Tenía que comerse un chicle siempre, después de cada vez que se fumaba uno. Se enjuagaba las manos si tenia un lavamanos cerca para sacarse el olor impregnado en sus dedos. Odiaba el cigarrillo, pero aun así lo fumaba.
Pero ¿por qué el cigarrillo?, bueno, en su caso después de cierta edad la cerveza le había empezado a caer mal al estómago. Le hinchaba las tripas, lo mandaba al baño. Si eran muy pocas al rato le daban sueño, si eran muchas también terminaba dormido en la silla y además sin dignidad ante los que lo acompañaban. No era más el adolescente borracho y aventurero. Tampoco sus nuevas amistades lo eran. La mayoría ni siquiera tomaban alcohol. Además, la cerveza no la podía llevar metida en el bolsillo a todas partes. Tampoco podía estar ebrio todo el tiempo. En cambio, el “mareo bobo” del cigarrillo solo le duraba un rato.
No era un tipo de drogas. Las drogas eran malas. Eso lo sabía desde pequeño. Tal vez había encontrado en el cigarrillo un punto medio.
Sin embargo, había agarrado tarde el vicio. Recordó de imprevisto aquel profesor que cuando estaba en primaria lo había expuesto de la siguiente manera cuando le preguntaron ¿Por qué fumaba? – Ustedes ahora son jóvenes, esperen a que crezcan, a que tengan una familia, hijos y un trabajo con el que deban ser responsables todos los días-.
Ahora lo entendía, la ansiedad de la vida adulta era la causante, el estrés de la vida adulta era el motivo. La etiología primaria. El cigarrillo solo era un “Mecanismo de escape”. Pero ¿Era un escape realmente? ¿O terminábamos atrapados, viéndonos envueltos en un problema más? Uno que bien sabíamos todos los fumadores, tenía muchas probabilidades de enfermarnos. Hipertensión, infartos, cáncer, enfermedades respiratorias, vasculares… El cigarrillo tarde o temprano se vería implicado de alguna manera en la serie de sucesos que nos llevarían al final de nuestras vidas. ¿Era aquel acaso el mecanismo de suicidio crónico masivo más popular a nivel mundial?
¡Eureka! Eso era. La vida nos molestaba, y nosotros fumábamos para acabar con ella conciente o inconcientemente. Por eso fumábamos.
Pero bueno, él no tenía que preocuparse por aquello -Pensó mientras lanzaba la colilla al piso- Sabia con certeza que lo podía dejar cuando quisiera. A fin de cuentas, ya lo había dejado antes un par de veces.
CARLOS RODRÍGUEZ
Amanecía, y a pesar de estar en pleno mes de diciembre, a pocos días de comenzar oficialmente el invierno, el sol brillaba con fuerza y la temperatura estaba ya bastante alta para la época del año.
Sentado sobre una piedra contemplaba como el incandescente astro asomaba entre las cimas de las montañas ya cubiertas de nieve. Para mis adentros pensaba en lo poco que aquel blanco vestido duraría a las costumbres, pero que hermosa postal me estaba regalando.
Un ruido distrajo mi atención de aquella imagen, algunas retamas parecían moverse a pesar de la total ausencia de viento. Sin duda algún pequeño animalillo del bosque las habría rozado a su paso.
Permanecí atento, tratando de vislumbrar alguna silueta entre las hojas, pero fuera lo que fuese permanecía bien oculto a mis ojos, aunque puedo escuchar como se mueve entre la seca hojarasca.
Permanezco inmóvil, agazapado, incluso bajo el ritmo de mi respiración tratando de reducir al mínimo cualquier sonido que pueda delatar mi posición.
Pasan los minutos y continúo escudriñando el entorno en busca del origen de aquellos sonidos y por tanto del causante del movimiento de las plantas que rodean mi posición.
No se deja ver con claridad, pero en un momento consigo descubrir entre las ramas y las hojas unos ojos que me observan. Nuestras miradas parecen encontrarse a mitad de la distancia que nos separa, como intentando adivinar la intención del otro.
Todavía no consigo adivinar de qué se trata, pero no me fío de sus motivos para permanecer tanto tiempo al acecho, observándome, como calculando las probabilidades de éxito de un ataque repentino.
Mis piernas ya están entumecidas por la inmovilidad, pero no puedo arriesgarme a realizar el más mínimo movimiento que delate esta dificultad de movimiento, eso podría ser el fin.
Siguen pasando los minutos y parece que la impaciencia comienza a hacer mella en mi observante, las ramas comienzan a moverse de nuevo, pero esta vez delatan un claro acercamiento, en cautelosos movimientos va restando centímetros a la distancia que existe entre nosotros, si continúa así pronto saldrá de la cobertura que ahora le brinda la vegetación.
Su curiosidad, o tal vez el hambre le hacen sucumbir y salir de su escondite.
– ¡Menudo susto me has dado bribón! Es evidente que tu tampoco te fías de mis intenciones. Anda… acércate y compartamos mi bocadillo, que seguro es lo que vienes buscando.
Este pequeño zorro me ha tenido acojonado durante más de media hora, pero ahora nos sentamos juntos, y mientras comemos disfrutamos de las vistas que del valle nos ofrece la altura de esta colina.
Creo que he encontrado un nuevo amigo con quien compartir estos amaneceres.
RAMÓN SANTOS
No me fio, le dijo la hormiga al oso hormiguero cuando le pidió ser amigos…
No me fio, comentó la araña cuando colocaron aquella escoba cerca de su telar…
No me fio, exclamó el ciervo cuando leyó un cartel que decía “Coto de caza”…
No me fio, pensó el camaleón cuando dejaron cerca de su eucalipto una moto-sierra…
MAR SHA
En el ocaso de la noche una pareja estaba a punto de ver renacer el cariño de muchos años de repente vieron la luz al final de la oscuridad, esa luz era muy difusa, ninguno estaba seguro de seguirla o averiguarla, por más extraño que suene ninguno se fiaba en el otro… por más que ya llevaban 4 años juntos, era por eso que sus almas se querían reencontrar de nuevo, y sus cuerpos deseaban hacer derroche… toda la noche se mimaron, hablaron durante horas.
Casi al termino de aquella mágica noche surgió lo inesperado juntos confiando el uno en el otro caminaron hacia esa luz. A la mañana siguiente dos campesinos encontraron sus cuerpos entrelazados junto al rio Chiminigagua.
DIEGO CISNEROS
Caminaba con pasos elegantes y decididos, luciendo un hermoso vestido rojo que resaltaba su esbelta figura. Sus tacones altos resonaban en la acera mientras se dirigía a una sesión de fotos para una prestigiada revista de moda.
El sacerdote, por su parte, a unos metros de ella caminaba con la cabeza inclinada en oración. Vestía una sotana negra y llevaba un crucifijo entre manos, y las manos casi pegadas a los labios. Su rostro estaba sereno y concentrado, como si no estuviera consciente del mundo que lo rodeaba.
De repente, un fuerte viento comenzó a soplar y levantó de golpe la falda de la mujer, dejando al descubierto atrevida lencería. La mujer se sonrojó mientras se apresuraba a bajar la falda, pero justo en ese momento el viento arreció más, levantandole el vestido hasta las axilas.
En ese instante, el sacerdote levantó la cabeza y vio la escena. Sus ojos se llenaron de asombro y una mezcla de emociones lo invadió como si una ola de un mar embravecido lo hubiese impactado el alma. Sentía curiosidad, desconcierto y sorpresa, como si hubiera encontrado un tesoro en medio del desierto; un tesoro que debía permanecer oculto y ajeno al mundo mortal pero que, por capricho del viento, los ojos de quién nunca debian ver visto eso, vieron.
Por un momento sintió la necesidad de ayudar la pobre oveja en problemas y por el otro lado la de seguir contemplando la divina creación del Señor. No obstante, mientras se debatía en que hacer, se percató de que su mano ya se aproximaba a la dama en desgracia. Tardo solo un parpadeo para obligar a su otra mano actuar, deteniendo a la primera con bastante fuerza.
No hijo mío. Se dijo a sí mismo. Estas son pruebas de Dios. Es aquí cuando lo mejor es seguir mi camino. Porque aunque la voluntad es fuerte, la carne es débil. Y de esta mano mia, la verdad, no me fío
OMAR ALBOR
De la desconfianza normal si llueve lleva paraguas y cuando volves el sol te muele a palos.
Los dichos o creencias dominan nuestro andar cotidiano.
No me fío.
Somos animales de costumbre.
Será que siempre hacemos las mismas cosas?.
Gato por liebre
Somos mentirosos!!
No hay tu tía.
Cuando te toca te toca.
Hacer tripa corazón.
Es hacer lo feo mirándolo lindo.
No me fío.
Sociedades disociadas de la más linda palabra cuelga un interrogante.
Eres o no eres.
JOSMA TAXI
— Yo confío en ti– dijo Catherina.
— Me gustaría indicar lo mismo, pero no puedo, no me fío.
— No lo entiendo, puse toda mi vida, las pertenencias que más quería, incluso a algunos miembros de mi familia a tu cuidado. Incluso dejé que determinarás todas las acciones de gobierno.
— ¿Y cómo me lo pagaste?
— De ninguna manera especial, ese era tu trabajo.
— ¡No, no era mi trabajo! Al menos no en la forma en que lo ejercí, puse tu encargo por encima de los míos, de mis bienes, de mi ejercicio profesional.
— Esa era tu obligación.
— No es cierto, eso es lo que hice, pero no era mi obligación, no te engañes,
— En ese caso, ¿por qué actuabas así?
— Porque la gente se merece: vivir mejor, respirar, comer, beber y, de tanto en tanto, sentirse útiles y libres.
— Ya te has puesto filosófico.
— ¿No te has planteado nunca que quizás soy un pequeño filósofo?
— No creo no llegas a esa altura.
Llevábamos una larga y tensa media hora de conversación, en la que no había ninguna comunicación, ella quería justificarse y yo necesitaba que se enterase, de una puñetera vez, que estaba muy dolido. Ella era terca, tenía una voluntad indomable, poseía un carácter lleno de aristas y cuando se ofuscaba se empecinaba en su conducta. Siempre tenía que poseer la razón, nunca reconoció ante mí un error.
Todo nuestro asunto había comenzado tres años antes, cuando ella perdió a su padre y el poder que la protegía. Me buscó, quería saber, necesitaba aprender. Pensaba, o eso le habían comentado, que el experto de aquel conocimiento era yo. Me asaltó sin miramientos, abrió mi cerebro y mi alma y absorbió todo lo que encontró. Pasó de ser una ignorante a una especialista en el arte de gobierno. También es cierto que era mujer culta y siempre dispuesta a mejorar, pero no tuvo límites en la forma de abordarme y de servirse de mí.
Mis años de diplomacia, mis viajes, los tratos con reyes, gobernantes y tiranos, me habían enseñado que la intención justificaba los medios, en eso Catherina Sforza fue mi mejor alumna.
Yo sabía que era mejor ganar la confianza de la gente que confiar en la fuerza. Pensaba que había que negociar absolutamente siempre. Todo conflicto que desembocara en una guerra daría un ganador. Pero esa victoria no sería útil, antes o después, la venganza de los perdedores resurgiría y sería imposible mantener eternamente a las tropas prestas a la batalla.
Catherina estaba sola, había enviudado dos veces y los Borgia la habían señalado como objetivo a batir. Quizás fue su necesidad de apoyo la que le condujo de amante en amante. Hasta que apareció aquel rubito—Rafaello—lo llamaban. Era una mala persona que maltrataba física y moralmente a todos los que considerase como enemigos. Era un hombre voluble, capaz de cambiar tres veces de opinión en la misma tarde.
Su influencia en Catherina fue desastrosa, no mejoró ninguna de sus virtudes, pero acrecentó todos sus defectos.
Algunos amigos y ciertos deudores de mis favores, me avisaron de que el personaje había puesto sus ojos en mí. Tras desprestigiarme ante ella y ante la corte, decidió que debía ser alejado, por ese motivo me había llamado la princesa.
Al comprender que todos los puentes estaban rotos, que por mucho que siguiéramos hablando no llegaríamos a buen fin, me dirigí a Catherina y le dije:
— Mi Señora, creo que debemos abandonar esta entrevista, no hay solución posible, así que me retiro.
— ¡Sí Nicolás estás despedido!
–No puedes despedirme Catherina, lo acabo de hacer yo. Sabes que no me fío.
RAÚL LEIVA
Extremos y medios
A los Martínez les preocupaba el modo en que había cambiado el mundo. Si bien vivían en un barrio cerrado, no descartaban que su pequeña Alison pudiera ser víctima de algún hecho horrible. Ellos veían muchos casos de desapariciones, violaciones, secuestros extorsivos y la mayor parte de las veces nada terminaba bien, así que había que empezar a hacer algo.
Tenían el celular de la pequeña Alison monitoreado, la casa estaba rodeada de cámaras de seguridad y guardias atentos, pero nada de esto traía la tranquilidad absoluta a los Martínez. Según ellos, la comodidad de vivir en una burbuja segura, volvía a la niña más vulnerable a un ataque de algún abusador o un asesino.
Buscaron en internet terapias de shock y encontraron un lugar apropiado. Concertaron una cita, y dejaron a la pequeña Alison con su niñera hasta el regreso del centro. Obviamente mintieron acerca de dónde iban realmente.
En la institución, los recibió directamente el dueño. Luego de las presentaciones de rigor, el terapeuta les describió la variedad de servicios qué ofrecía la institución.
—En estos tiempos, las menores son siempre víctimas de engaños en las distintas redes sociales, para ello tenemos un plantel de jóvenes expertos en seducir y concertar una cita. Cuando la niña acuda, ustedes los padres se presentarán demostrándole qué tan fácil es ser presa de un engaño. Obviamente este servicio es muy básico y barato que en el fondo no resuelve nada, sino que es la puerta para otros tratamientos más intensos. Vean, si ustedes aparecieran en la escena, ella sólo reforzará la idea de que son unos mentirosos, y les perderá el respeto. La finalidad de todo esto es que ustedes sean unos héroes para ella. ¿Sí? ¡Bien! Entonces a la cita ira a recibir a su niña un jovencito apuesto que no dudará en cautivar vuestra hija. Luego la llevará a un lugar alejado y se pondrá un poco intenso con ella. Ojo, no le hará nada de daño, solo la increpará hasta que justo, por casualidad, ustedes aparezcan y la rescaten. Ese tratamiento es efectivo. Quedarían como héroes, pero la niña solo habría experimentado un potencial peligro. Es como decirle que el fuego quema sin haber experimentado el dolor. ¿Entienden? Bien, sigamos. El tratamiento complementario que sucede al anterior, salvo que esta vez ustedes no llegan a salvarla, es experimentar una violación. Tranquilos, sé que suena terrible, pero sería un jovencito de nuestra confianza, sano, que se cuidaría con condones de alta calidad y espermicida, obviamente le causará daños leves, los suficientes para que su pequeña niña escarmiente y comience a desconfiar de los jovencitos apuestos. Este proceso es monitoreado minuto a minuto y puede ser interrumpido cuando ustedes lo dispongan, les advierto que, si cortan la acción apareciendo en escena, solo alimentarán las sospechas de la niña acerca de vuestra participación en el plan. Tranquilos, como les dije antes somos una compañía bastante organizada. Es posible que también tengan ganas de proteger que su niña no caiga en adicciones. Al tratamiento anterior, le sumaríamos el riesgo de ser raptada por una red de trata de personas, y le administrarían muestras de droga en cantidades seguras, así ella no caería en dependencia y sería posible rescatarla con un mínimo tratamiento toxicológico sin cargo, provisto por nuestros profesionales. Así su pequeña niña podrá experimentar todos los posibles traumas en forma segura, sin ningún riesgo haciendo que conozca cada vericueto que le puede deparar este oscuro mundo. Tenemos un plantel de profesionales en la materia y estamos avalados por normas internacionales. Garantizamos discreción y no tenemos competencia en el mercado. Aquí tienen un catálogo, la primera muestra del tratamiento es sin costo, esperamos haber sido claros y ojalá nos hayamos entendido. Contamos con vuestra discreción y esperamos vuestro llamado.
La pareja salió temblando como una hoja. No podían imaginar siquiera a la pequeña Alison sufriendo esos tormentos, aún por su propio bien. Les pareció terrible lo que decía este hombre, pero la verdad es que esos peligros realmente existían, no era una invención. Entonces… ¿Qué hacer? Esa pregunta acompañaba a los Martínez de regreso al barrio privado. Cuando llegaron a la casa, encontraron todo hecho un lío. Buscaron a la pequeña Alison por todos lados. El guardia del barrio no percibió nada fuera de lo común, ni siquiera vio a la niñera salir del predio. Martínez volvió a la casa corriendo y fue directamente a revisar el cuarto de Alison, buscó bajo la cama, en el pequeño ropero, en cada rincón. Cuando se daba por vencido, se tropezó con el celular de Alison. Lo levantó y vio un número marcado. Oprimió la tecla de llamado y sonó tres veces. Una voz grave y metálica contestó del otro lado:
—Buenas noches Martínez. Esperábamos su llamado. ¿Comenzamos?
BEA ARTEENCUERO
DESPERTAR.
Te vi llegar con tu caminar tranquilo, seguro; Alto, delgado, tu cara de amplia frente, tus ojos negros de suave mirada, trasmitia paz, tu fina nariz se ajustaba a tu boca de gruesos labios y completaban el marco de tu bello rostro.
Eras la imagen de un Dios Griego.
Todas nos volteamos a mirarte, embelesadas sin atinar a decir palabra,
Con paso seguro te dirigistes hacia nosotras.
– Buenas noches, soy Alexander…
Así te presentaste.
Elegante, cordial de conversación amena, alegre.
Me cautivastes al instante; Eras el esperado en mis locos sueños de noches solitarias.
Te quedaste allí, charlamos, bailamos, reímos.
En mi mente tejí historias de amor, donde fuimos los protagonistas, me imagine en tus brazos amándote y volé Alto.
Hacía mucho tiempo que no me sentía así, embriagada de amor y de pronto ahí estabas, soñé despierta, la pasión revolucionó mis sentidos y mi piel ansiaba el momento de tenerte, entregarme sin límites.
No podía creer todo lo que sentía, apenas nos conocíamos y yo, yo te deseaba; La noche llegaba a su fin, anhelaba el momento de irnos.
De pronto te paras y vas al encuentro de un joven que llega en ese instante, regresas con él y con una hermosa sonrisa me dices:
Te presento a Javier, mi pareja!!
Las luces giraron, giraron, vueltas y vueltas…
Cuando recobró el conocimiento me encuentro en una camilla en la guardia del hospital.
Pasó el tiempo y aún me pregunto…
¿Si fue real o solo un sueño, tejido en mis horas de soledad?
¡¡Jamás me olvidé aquella noche!!
ANNAMARIA TOMMASETTI
Mi boca se abria y cerraba, la lengua acariciaba juguetona cada bocado mientras al fondo una musica ambiental hacia juego con las luces.
la armonía se complementaba entre el campanar de las copas , nuestras miradas y ese roce sigiloso entre los dos me erizaba .
tu y yo….Juntos.
Los cubiertos se movían al ritmo acompasado de nuestras voces , mientras que las delicias sobre la mesa se disponían con tanta creatividad que el momento se fue tornando cada vez mas y mas interesante, cuando en un momento de descuido… baje mi rostro subí la mirada, mordí mis labios y con esa sonrisa pícara y atrevida, coloqué en el centro de la mesa mis pantis rojos con encajes.
Te observo entretanto tu con curiosidad lo agarras, lo ves con asombro, y es justo allí en ese instante que tras reírme con sagacidad completo la noche diciendo es que tengo mucho calor. …
Después de ese instante todo se movió muy rápido, pues la necesidad acelero la sensibilidad que hace rato se venia conteniendo.
No me fio si cuando lleguemos a casa te quedes dormido, y toda estas ganas se queden conmigo.
ALBERTO LÓPEZ MEGIAS
Escribe barroco corazón , bastardo e injusto por sufrir mal de amores .
De mil flechas y de mil puñales clavados , ella siempre dolerá como la que más .
La quería tanto que podía explicar tanto y todo lo que sentia por ella .
Y ahora es más difícil fiarme ,pues muchos se quieren dejar ganar para después matarme .
Mi espalda llena de puñales , tantas cosas que debí de … Haber dicho y callé por mantener contacto, vete confianza .
Que le parece a usted ? Si antes de darte mi corazón , me das tu verdad o mínimo tu razón de ser .
Es simple , nadie es de nadie pero este cora no se va a embargar , porque para eso no me fío ni en el reflejo de la más bella de esas musas.
ANNERIS GARCÍA
¿En qué nos hemos convertido?
Andamos siempre pendientes de lo nuestro, no somos capaces de mirar a nuestro alrededor.
Hemos superado guerras, pandemias, hambrunas, y aún así seguimos viviendo con miedo por lo que va a venir.
Nos da miedo abrir la puerta porque no nos fiamos de lo que habrá al otro lado. Nos hemos acostumbrado a centrarnos en las noticias malas, a escondernos para que no nos toque.
¿Pues sabéis que os digo? ¡Así no vamos a llegar muy lejos!
Tenemos que armarnos de coraje, cargarnos de buenas intenciones, echar nuestros sueños en la mochila, abrir esa puerta y salir a descubrir las cosas buenas que nos esperan, aprender a rehacer nuestros pasos, mirarnos a los ojos, redescubrirnos, reinventarnos.
¡Basta ya de tanto no me fio! ¿No te fías de qué?
Pedro Parrina
Alberto López Megías
Alberto López Megias
Alberto López Megías
Alberto López Megías
Alberto López Megias
Coronado Smith y Alberto López Megias
Mi voto para:
Mari Carmen Merchàn
Guillermo
Bego
Carlos Rodríguez
Mi voto para Pedro A. López y Lila Vivas
Voto:
Maria Cruz Estevan
Raquel López
Josma Taxi
Guillermo Arquillos
Mi voto es para
Bego Rivera
Mi voto para Annerys Garcia.
Mi voto: Raquel Lopez
Bego y Coronado
Mi voto es para:
José Armando Barcelona
Bego Rivera
Guillermo Arquillos
Mi voto:
EDUARDO VALENZUELA JARA
José Armando Barcelona
Bego Rivera
Bego Rivera
Jose Armando Barcelona
Bego Rivera
Mi voto para
Bego Rivera