Un propósito especial

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «fun propósito especial». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 27 de octubre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

¡VA POR TI MADRE! – SOÑAR CONTIGO
Soñar contigo y
no poderte tocar
¿Por qué tu estrella
equivocó el lugar
dónde apagarse?
Sentirme inútil,
sin ganas de ná
¿Por qué tu vida
equivocó el lugar
dónde agotarse?
Pensar en ti y
no saber donde estás
¿Por qué tu aroma
equivocó el lugar
donde difuminarse?
Sentirme ciego
de no poderte mirar
¿Por qué tu cielo
equivocó el lugar
donde nublarse?
Reclamo que el tiempo
de marcha atrás,
y ofrecerte mi noche
para escapar
de la tormenta.
Reclamo que el tiempo
de marcha atrás,
y acariciar tu pelo
para calmar
mi alma descontenta.
¿Por qué tu estrella se equivocó?
¿Por qué tu aroma se me perdió?
¿Por qué la vida se te llevó?
¿Por qué tu cielo se me nubló?
Pero mi sueño sí te soñó.
lejana y triste en tudolor,
con un anhelo de salvación.
Con un anhelo de salvación.
De salvación.
Hasta siempre madre.

MARI CRUZ ESTEVAN

Mi propósito era conocer a mi padre.?Quién había sido mi padre?
Crecí en el vientre de mi madre, con una inteligencia de feto desmedida.
Sabía que en la vida no iba a tener padre.
Cuando el órgano de mi corazón se formó, una mota de pena se le clavó en la sangre. Aquella mota hacia llorar a mi futura personita
descontenta con lo que le aguardaba en el mundo de los seres hablantes.
Me aferraba al vientre, vientre sin recibir caricias de hombre.
Cuando nazca, me dije buscaré a mi padre. Tengo que decirle lo especial que es para mí.

RAQUEL LÓPEZ

Hoy me desperté
con el propósito especial
de echarte de mi vida.
No quiero que vuelvas más
y hieras mi corazón.
¡ Cuántas veces tuve que taparme la cara
ocultando el llanto del dolor,
mientras mis ojos escupían lágrimas!
¡ Cuántas veces invadias mi paz
en las noches
abrazándome el alma,
para después partirla en pedazos!..
Ahora, si tengo que soltar una lágrima
que sea de felicidad.
Me acompañaste en mis momentos más afligidos
te apoderaste sin compasión de mi pena,
y, sin embargo, me refugie en ti,
sin encontrar salida.
Y ahí, estabas tú,
regocijandote y apoderándote de mi ser.
¡ Fuera! No vuelvas más,
aunque estés siempre vigilando
cada uno de mis pasos
y que nunca te acabarás de marchar
porque la vida es injusta. ¡Lo superaré todo,
mientras tenga un momento de alivio
y esperanza.
He decidido,
apartarte , TRISTEZA,
con el propósito especial
para mí y para todo el mundo,
de ser, FELIZ…

BENEDICTO PALACIOS

Querida Edwige.
Haz memoria. Fue un encuentro muy especial. Se estrenaba en España El Gran Dictador de Charles Chaplin, y las colas para conseguir una entrada eran kilométricas —como las del hambre hoy. Llovía aquel día del mes de octubre y los afortunados espectadores se arremolinaban bajo los paraguas. Tu tenías una sombrilla bastante birriayo un paraguas en toda regla, el único en mi casa capaz de cobijar a los cinco que comíamos a la mesa. Ocupabas dos puestos por delante y te estabas mojando. Extendí mi paraguas hasta cubrir tu sombrilla, y cuando fuiste consciente de aquella acción heroica, que había realizado sin propósito especial, diste media vuelta y me lanzaste una sonrisa primorosa. ¡Vaya ojos, vive Dios!
Dentro de la sala tú te quedaste en la fila 26 y yo bajé hasta la séptima. Había intentado conseguir una mejor alabando la belleza de la taquillera y ella toda solemne me espetó que los médicos aconsejaban las primeras filas para los que portaban gafas, que era muy sano esforzar la vista. Quedamos en esperarnos a la salida.
Me reí, carcajeé, casi me tronché de risa con alguna de las escenas, la de la barbería entre otras o la del juego con el globo terrestre sobre todo. Había también escenas para lagrimear.
Me esperabas con la misma sonrisa de hacía una hora y yo la secundé. Seguía lloviendo y sugerí que te refugiaras de nuevo bajo mi paraguas. Caminábamos sin dirección establecida y mudos, como si solo nos interesara el ruido de la lluvia. Rompiste al fin el silencio para decirme que te llamabas Edwige porque tu madre era francesa, que eras bilingüe, que adorabas París y sabías de memoria párrafos enteros del Petit Prince.
—¿Tú sabes quién es Saint Exupery? —Me lo preguntaste porque en aquella época cualquier estudiante se preciaba de ser culto y de saber. Se competía entonces por tener conocimientos.
—Sí, y he leído en su original Les Mains Sales de Sartre y l’Etranger de Camus.
Ahora sí que enmudeciste de verdad y me miraste más profusamente. No lo sabías o no eras consciente, pero tus ojos encendían candelas.
—¿Te ha gustado Chaplin?
—Inmenso.
Te acompañé hasta tu residencia. Seguía lloviendo. A tu puerta recogí el paraguas. La separaban de la acera tres escalones. Los subiste despacio, segura de que te estaba mirando. Hiciste intención de introducir la llave en la cerradura y yo de abandonar. Y en cuanto inicié la retirada me dijiste ‘espera’, bajaste de un salto los escalones y me diste el beso más sonoro y encendido, un beso que cascabeleó intenso en la noche.
¡Qué encuentro tan inolvidable! Acordamos vernos dos días después. Fue el principio, porque hubo luego muchos después. Y me asediaron, como asedia inexorable el paso del tiempo, las dudas. Te quería, Edwige, pero al amor que yo sentía le faltaban sorpresas y pasión. No perseveré, y me culpabilizaba por haber traicionado el propósito especial de querernos eternamente. Rompimos. Recuerdo todavía tus palabras.
—Eres un estúpido. Has destrozado el amor de mi vida —me dijiste el último día que te acompañé.
Nunca se me hizo tan larga la distancia entre tu casa y la mía. Aquel día, aquella noche murieron para siempre algunas estrellas.
Años después volví a encontrarme contigo. Habías soportado dos separaciones.

FELIX MELÉNDEZ

Todos los días pretendo el mismo propósito, pero nunca soy capaz de llevarlo a cabo. Me encanta fumar, disfruto con cada bocanada como si me fuera la vida en ello, paquete y medio diario. Llevo ya veintinueve años fumando. Cada comienzo de año voy a ir al gimnasio, para tener un cuerpo atlético, aprenderé inglés y dejaré de fumar. No falla todos los años mi propósito siempre es el mismo.
La verdad es que son demasiado los días, los años, que llevo intentándolo sin ganas, claro; pero siempre cae en saco roto. Una vez me dió por los parches, Rápidamente descubrí que se podía fumar también con los parches puestos, pasado el miedo de los primeros días, me acostumbré a fumar con los parches puestos, y hasta el tabaco estaba más bueno.
Después probé los famosos chicles, ¡Que malos estaban! Un día vomité toda la comida y los aborrecí para siempre, era asqueroso la sensación de la boca.
Sólo el hecho de pensar en ello, ya tengo los pelos de punta, encenderé un cigarrillo mientras me relajo. El tabaco me engañaba, me daba la sensación de tranquilidad cuando no era real, pero a mí me parecía tranquilizarme, cosa que no era así. La ansiedad de no tener tabaco supone casi una necesidad insuperable. Un miedo que te llevaba a pedirle tabaco a cualquiera por la calle, a registrar tus propias colillas y volverlas a encender.
El humo entra como un huracán sobre mis pulmones quemándome por dentro, ejerciendo una presión, abrasando mi pecho, que lo retiene unos segundos y libera después como si de un fuelle de chimenea se tratara, lo soplas poco a poco, formando dibujos de humo, unos tras otros, como ecos salen al aire deshaciéndose en silencio. ¡Que falsa tranquilidad, nos crean los hábitos!
Bocanadas entran y salen con el olor indiscutible del tabaco entre dientes amarillos, adrenalina por las venas recorren todo el cuerpo calmando con incertidumbre, confundiendo un cerebro que se queda un segundo casi parado medio mareado de tanta nicotina.
Otro cigarro con el café, miro mis manos y están temblando la ansiada nicotina. Tengo que dejarlo, esto así no puede ser. Si lo pienso me entra un calor por todo el cuerpo, me vuelvo loco y me enciendo otro.
¡Mañana por la mañana ! Me haré el propósito y lo dejaré…igual me compro unos puritos.
Al día siguiente se levantó temprano y cuando quiso acordarse ya se estaba bebiendo un café y fumándose un pitillo. Vale, hoy me llevaré sólo tres cigarros al trabajo.
María le dice. -Oye, cuando vayas al estanco me echas la primitiva. Toma el boleto.
-Hoy no pensaba ir.- Le contestó Juan.-Quiero dejar de fumar.- Dijo a media voz. Casi bajito, con miedo.
-Entonces, ¿qué estás haciendo ahora? Jajaja. ¿Para cuándo lo vas a dejar?
-Sólo tres al día pienso fumarme, contestó Juan.
-¡Cuando las ranas críen pelos! Al día siguiente dejas tú, jajaja. -Se iba María haciendo burlas de Juan. -Tráeme el boleto, anda, no lo olvides, ¡que nos va a tocar!
Pasó el día y Juan se presentó con un libro bien grande de autoayuda y bien gordo. Dispuesto a leerlo, rojo y blanco, tamaño folio, pero con un paquete nuevo. Se fumó el último cigarrillo del día mientras leía el libro, que cada vez resultaba más pesado y el sueño comenzó a ganar su terreno. No podía leer el libro sin dormirse, era imposible, cada vez que lo cogía le entraba un sueño increíble.
Esa noche se despertó asustado, medio asfixiado, la comida se le venía a la boca y no podía respirar. María le gritó: ¡Mañana al médico! Que te ponga el aparato ese de respirar. Eres insoportable roncas cómo un búfalo. ¡Esto no puede seguir así!
Al día siguiente Juan se armó de valor y no probó ni un cigarrillo; es más, no bebió ni café. Se fué directamente al trabajo. Sin tabaco y sin desayunar, sin parar en el bar, y casi sin hablar.
La falta de alquitrán le subía la adrenalina y le entraba dolor de cabeza, una sensación muy extraña, se sentía mareado, pequeños mareos que lo obligaban a pensar en fumarse un cigarro por obligación.
Pero él se decía para sí: «Esta tarde no, ya veremos mañana. Espero que tampoco»
Pasó el primer día, y subió el precio del tabaco y Juan le echó la cruz, pensó lo que realmente se gastaba en tabaco y decidió que ese día al menos no, no volvió más. Se apuntó al gimnasio por fin, pensando en hacer algo de deporte.
Cuando dejaba el trabajo a las ocho se iba al gimnasio y estaba una hora sudando.
En quince días puso quince kilos, comía como una sierra, todo estaba delicioso. Venía del gimnasio hambriento y se comía hasta las piedras. Las cenas pasaron a ser verdaderos banquetes, su señora le quitaba el segundo plato descaradamente en la merienda y en la cena. La cosa se iba de las manos.
Tuvo que dejar el gimnasio para poder adelgazar algo. La ansiedad por la comida fue poco a poco disminuyendo, casi cinco años tardó en sobreponerse a las ganas de comer. De llegar a decir basta, es suficiente, no quiero más.
Hoy han pasado quince años y Juan, no ha vuelto a fumar, se hizo el propósito y lo cumplió. También está estudiando inglés, pero la dieta es difícil de cumplir y la barriga no hay quien la baje, la comida sigue estando demasiado buena.

CARLOS TABOADA

DIÁLOGOS (introspecciones)
Antonio estaba preocupado. Mucho. Nada ni nadie le había advertido. Sentía que pisaba el borde de un cañón, a pesar de las alas. No se preguntaba realmente por éstas, sino por el hecho de haber llegado hasta allí. ¿Desde cuándo había sentido atracción por el precipicio? No solía ser muy dado a comerse la cabeza, pero una pregunta le martilleó profundamente: «¿Será que ha llegado a mi vida una especie de serendipia, como propósito especial? ¡Si solo quería echar un polvo!», recordó. Sentía, incluso, un río catártico de caudal constante que recorría su columna vertebral día y noche. En el salón, charlaba con su yo interior, como si eso lo hubiera hecho antes. «¡Hay que joderse!», se dijo, moviendo la cabeza. Estaba preocupado porque…
Por primera vez, estaba haciendo el amor de verdad. Por primera vez, era consciente de la entrega, de la pasión, del fuego, y creía que esa serie de actos sinceros e irónicamente vulnerables condenarían su futuro como persona.
«¿Qué coño significa eso?, ¡si no he hecho nada malo! ¿O acaso la rebeldía emocional, la que rompe los estándares sociales, conlleva una penalización? ¡Mierda! ¿Qué coño estoy haciendo? ¿Podría permitirme ser un superficial ahora, un perpetuo tiparraco? ¡Joder!», dijo rabiando, pegando con el puño de una mano la palma de la otra.
Trató de recapacitar, paseando por el pequeño salón:
«Cuando era niño, me situaba al margen del control de los demás. A día de hoy, después de años, todavía continúo fuera de control. ¿No es así?». Antonio piensa en ese término. Cree que sí. Cree en su libertad. Lo piensa bien y masculla de nuevo: «¿Qué mierda significa eso? Ya sabes: para muchas personas la libertad es comprar y comprar».
Antonio ladea cabeza, pensando en el precio de la libertad.
«La libertad, te dicen, está tras el mostrador, y debes abrir la cartera para saborear la vida, cuando sabes que no portas ni un tanto por ciento de la cuantía. Al final, para no sentir angustia, preguntas por tu libertad aplazada, un plan hipotecario a largo plazo que apretará las muñecas. El tiempo te engaña, porque crees vivir en el presente, cuando realmente estás trabajando para el futuro. ¿Para el futuro? ¡Joder! ¿Y cómo se puede hacer el amor pensando en el futuro? ¿Es que vas a palpar ahí abajo para no encontrar nada hasta dentro de equis años? ¡Joder!». Antonio golpea la mesa. Algo está sucediendo en su vida, convertida ahora en un escenario atiborrado de enseres que se mecen bajo un constante terremoto. Necesita aclararse. Piensa en una idea. Hace un par de llamadas.
«¿Qué necesita del Sistema?», solicitan desde el otro lado.
«Si me permite un símil, acerca de la libertad, le quiero preguntar: ¿Por qué permiten la droga —ya sabe: televisión, religión, política, economía, etc— como signo de dependencia y afiliación corporativista hacia el estado?», pregunta Antonio, mordiéndose las uñas.
«No he entendido bien la pregunta. Pero si necesitaba protección, confíe en nosotros», le responden.
«Perdón, no he debido hacer bien la pregunta. Lo que creo es que la droga roba la libertad, pero se vende como algo fantástico —permítame la reflexión. Es decir, de acuerdo al símil anterior, ¿por qué tengo que consumir droga-seguridad-dependencia cuando lo que quiero es libertad? ¿Sabe lo que quiero decir?», pregunta indeciso, al punto de arrancarse una cutícula.
«¡Por supuesto! ¿Con quién cree usted que está hablando? Respecto a la pregunta, le responderé con otro símil. Si paga por una alarma, le protegeremos, y también a su familia. ¿Lo entiende ahora? ¿O es que quiere dormir con el culo al aire? ¿Pero en qué mundo vive usted, por el amor de dios?», le responde el Sistema a carcajadas.
«¿Es que no van tener en cuenta el precio que se va a pagar por la droga?», le chilla indignado Antonio.
«¡Pero qué inocente es usted! Anda, cuelgue que no tengo tiempo para conspiranoicos y gilipollas», le dice la voz.
Antonio le insulta repetidas veces y después cuelga, sin saber más bien qué improperios ha escupido y si ha valido la pena. Tomó aire, y creyó que, para sí mismo, sí valió la pena.
Hizo la segunda llamada.
«Está llamando al Amor. ¿Qué desea?», le preguntan desde el otro lado.
«Quería saber si saldré chamuscado», suelta Antonio.
«¿Cómo dice? No entiendo la pregunta».
«Oh, perdón. Tengo un diálogo interior que me interrumpe cada dos por tres. Ejem… Lo que quiero preguntar es, si amo de verdad —es decir, a la naturaleza, a mi mujer, a mí mismo, al mundo en general—, ¿perderé, pues, mi chabacana condición en este planeta?»
«¿Qué narices me está preguntando? ¡Pues claro! ¿O es que quiere seguir viendo la televisión y representar a los políticos?»
«¡No! ¡No! Disculpe, sigo sin preguntar bien. Lo que quiero saber es si la sociedad me condenará por hacer adecuadamente el amor. Es decir: trato de no ser prejuicioso —aunque selectivo—, aborrezco a la gente maleducada y a las personas indolentes y… Ejem, me parece que no pongo buenos ejemplos… Lo que quiero decir es que me gusta sentir las caricias, mirar a los ojos que hablo, dormir abrazado, etc, etc. ¿Me entiende?»
«Rotundamente, sí. Será condenado, a menos que dé con alguien que sienta como usted. ¿Es su caso?», le pregunta el Amor.
«Oh, sí», responde Antonio, aunque inmediatamente aclara: «Es decir, prefiero ser un condenado con ella; o condenados incluso…»
«¿Entonces para qué narices me llama? ¡No me haga perder el tiempo hombre, que hay mucha gente que no sabe lo que quiere! Por su bien, y por la humanidad, continúe en la línea del amor. ¡Abrazos!», se despidió la voz, con la última frase algo más tierna y suave. A continuación, colgó.
Antonio suspiró. En la cocina podía encontrar alguna bebida caliente y un bizcocho esponjoso. Pensó en algo por un segundo, y al cabo se dirigió hasta allí.

ALBERTO MEDINA MOYA

El índice en la segunda cuerda, el corazón en la cuarta, y el anular en la quinta. Ya tenía el acorde de Do mayor. No era muy complicado, pero tampoco fácil. Ahora solo tenía que repetir, repetir, repetir. Una vez, y otra, y otra. Para no aburrirme empecé a alternar con el acorde de Sol mayor. Índice en la quinta, corazón en la sexta y anular en la primera. Y repetir, repetir, repetir. Luego empecé con el Re mayor, y así, una semana y otra, todos los días un ratito, fui observando cómo lo que al principio era lento y requería de gran atención se automatizaba volviéndose rápido e inconsciente.
Cuando ya cambiaba de acordes con soltura empecé a cantar al mismo tiempo. Mi voz es normalita, algo nasal, pero rara vez desafino. A falta de dos semanas me salía bastante bien. Era muy gratificante sentir que la conjunción de mi voz con los sonidos de la guitarra podía sonar mejor que el silencio.
Y llegó el gran día, para el que me había preparado durante meses. A primera hora de la mañana metí la guitarra en la funda y me fui a una cafetería de la plaza Mayor, donde desayuné café con churros. Hacía una mañana espléndida, aunque algo empañada de tristeza. Al terminar tomé la guitarra y me dirigí a mi destino.
El hospital estaba tranquilo. Al llegar a la habitación besé en la frente a mi hija, luego saqué la guitarra, me senté a su lado y comencé a tocar más bien bajito. A pesar de llevar cinco meses y dos días dormida, sabía que en algún lugar de su mente, de su corazón o de lo que fuera, podía escucharme. Cumpleaños Paula, cumpleaños Paula. Te desea tu padre, mi querida Paula.

JOSE ARMANDO BARCELONA BONILLA

DISCULPE, CABALLERO
«Usted y yo, caballero, somos actores secundarios de esta historia, figurantes anónimos, meritorios, sin derecho a salir en los créditos, al final de la película. No piense que por llevar corbata, un buen traje y zapatos caros, su papel es más protagonista que el mío; los dos chapoteamos, con la mierda al cuello, en el mismo cenagal. Por eso me gustaría poder expresarle mis sentimientos de viva voz, compartir con usted, de palabra, el discurso interior que me provoca su mirada admonitoria; pero como le digo, nuestros personajes no tienen diálogo, somos relleno, obligado, sí, pero solo tramoya vagabunda, para darle credibilidad a la intriga, nada más».
«No creas en el destino, muchacho, solía decirme mi padre entre la quinta y la sexta copa de coñac, con la exactitud de un reloj de marca, no hay nada escrito, el determinismo es una milonga que han inventado los blandos, para justificar su falta de coraje. Debes tener un propósito especial en el punto de mira, un objetivo que dé significado a tu existencia, una exclusiva fuerza nuclear, sin la cual tus huesos sucumbirían bajo el angustioso peso de la realidad. A su estilo, era un filósofo, mi viejo, que desde la temprana muerte de mi madre, buscaba su razón de ser en el fondo de una botella de licor barato».
«Fue una leyenda viva. En el barrio todos lo respetaban y eso, en un entorno tan despiadado, significaba mucho. Nunca lo trincaron, a pesar de que sus golpes siguen siendo piezas de culto en el museo de la memoria canalla. Personalizó una carrera brillante y obtuvo el reconocimiento de lo más curtido de la profesión. Pero su fulgor quedó atrapado para siempre tras aquella lápida de mármol, que guardaba el aliento de sus días, el faro que guiaba su derrota en las noches de borrasca, su propósito especial».
«Conozco esa mirada, es usted acusación, juez y parte; no lo culpo. La sociedad está montada de esa forma, ninguno de los dos hemos tenido algo que ver en el desarrollo de las reglas, solo nos queda aceptarlas y jugar la mano con las cartas que nos hayan tocado en suerte. Sí, amigo, el determinismo otra vez. Mi viejo no creía en el destino, ya lo he dicho antes, cosa de vagos, aseguraba, de cobardes sin un objetivo. Pero la realidad es tozuda y, como dice el proverbio, cada paso que da el zorro lo acerca más a la peletería».
«Es casi seguro, que su padre de usted también fuera de traje y corbata. Probablemente, su catequesis se diferenciaba poco de la filosofía de mi viejo y le exhortaba a encontrar su proyecto de vida. No sé cuáles han sido, las suyas o las de su padre, las expectativas que se han cumplido en su persona. Es posible que los dos estén satisfechos con el resultado. Me alegro si el destino ha querido coincidir con su ambición, señor, disfrute de su suerte. Pero cómo iba a decirle yo a mi padre, el rey de bastos, espejo de delincuentes, bandido enamorado de un sepulcro, que el motor de mi esperanza, la raya de mi horizonte, mi propósito especial, era ser policía, de la pestañí, un madero, si usted me entiende. No, compadre, el determinismo se cebó conmigo, por eso estoy aquí, en mitad de las Ramblas, con una caja de cartón, tres vasos y una bolita roja, soportando su desprecio. Es mi estrella, caballero, la que me tocó en la rifa, buena o mala, qué más da».
«Todos los días se levanta el telón y hemos de salir a escena, cada uno en su papel, sin improvisaciones, respetando el argumento establecido: su corbata, su buen traje y sus zapatos caros contra mi frustración. Aparte, pues, de mí esa mirada de censura y ajústese al libreto, es muy sencillo: la caja de cartón como soporte, una pelotita roja y tres vasos de plástico, solo tiene que adivinar cuál de ellos esconde la maldita bola. Juegue, apueste, arriesgue, únicamente va a perder su dinero, pero si no es así, deje de juzgarme y siga adelante, señor, le espera un futuro cómodo, su propósito especial o su destino, quién sabe, porque a veces, oiga usted, aunque me duela admitirlo, coinciden».

ALFONSO FERNÁNDEZ PACHECO

El diario de Paco Jones
1 de enero de 2022
«Este año, me he marcado a fuego un propósito ineludible: bajar el barrigón que tanto me ha costado conseguir en los últimos tiempos».
―Te noto tristón, Paco. Vas por el décimo botellín y no te animas, ¿te pasa algo?
―El próximo lunes me apunto al gimnasio.
―Ahora lo entiendo todo. Mis más sinceras condolencias ¡¡¡Felipe, otra ronda, y pon un poco de esa panceta que tú y yo sabemos…!!!
8 de enero de 2022
«Ayer acudí al gimnasio por primera vez. Estoy contento. Mi monitor, un tío muy majete, me enseñó las instalaciones y son alucinantes. Hay unas máquinas que, parece ser, que te subes y te cambian la vida. Me ha recomendado que empiece la semana que viene y, mientras, me alimente a base de unos zumos proteicos que saben a vainilla. Empiezo con gran ilusión».
―Estás desatado, Paco. Vas por la segunda ración de morcilla y todavía no me has dirigido la palabra.
―Es que, a la hora de las comidas, me tomo unos mejunjes proteicos avainillados que me dejan in albis. Tengo que completarlo entre horas, no me vaya a dar un siroco.
15 de enero de 2022
«Primer día de actividad en el gimnasio. Es genial, lo echas todo fuera y te olvidas de los problemas. Solo te centras en sobrevivir. Como dice mi monitor: “Mens sana in corpore cachas”. Es un filósofo del músculo torneado. Lo único molesto, es que me duelen partes del cuerpo que no sabía que existían».
―Hola, Paco, hoy te veo demacrado, tienes mal aspecto.
―El monitor me ha prohibido el picoteo entre vainillazos.
―Entonces, ni hablamos de tomar unas cañitas con unos torreznos…
―Bueno, pero solo un par de ellas, así me despido en condiciones de las costumbres dañinas para el cuerpo.
22 de enero de 2022
«Soy el hazmerreír del gimnasio. Hoy me he subido al revés en una máquina de correr y he salido disparado haciendo un vuelo sin motor. Me he pegado un morronazo impresionante. Menos mal que mi monitor, que está muy pendiente de mí, me ha defendido. Les ha regañado a todos diciéndoles que está muy feo reírse de los inútiles. Le estoy muy agradecido».
―Pero Paco, ¿por qué andas como las muñecas de Famosa?
―Estoy escocido por la bicicleta estática, pero no pasa nada, me ha dicho mi monitor que, en último caso, me opero de almorranas y listo. Es un tipo muy comprometido con sus alumnos.
―No sé yo…
29 de enero de 2022
«Hoy me he mosqueado un poco con mi monitor. Me ha dicho que, si quiero dejar de ser una bola sebosa, tengo que esforzarme más. No ha estado muy delicado, pero no se lo tendré en cuenta, lo hace por mi bien».
―Paco, hombre, ¿te has dado cuenta de que se te está cayendo el pelo?
―Mi monitor, que me ha quitado el tabaco y ando un pelín estresadillo.
―Ten cuidado, que con tanto cambio te puede dar un jamacuco…
15 de febrero de 2022
«No sé qué pensar. He engordado ocho kilos desde que empecé con la dieta y el ejercicio. El monitor me ha tranquilizado diciéndome que el músculo pesa más que la grasa pero, el caso, es que la ropa me está más estrecha. He decidido duplicar las horas de trabajo físico. Algo hará, digo yo».
―Paco, definitivamente, estás hecho un asco. Las ojeras te llegan a la barbilla y has engordado mogollón. Al final, vas a terminar mens loca in corpore in sepulto.
―Dice mi monitor que es un paso previo a la consecución de un cuerpo apolíneo.
―Si él lo dice…
30 de abril de 2022
«Mi monitor está empezando a tocarme las pelotas. Me ha duplicado la cuota para hacerme un seguimiento más personalizado en este momento clave en la evolución de mi cuerpo. Entre eso, que los putos batidos son carísimos y que me tenido que cambiar todo el guardarropa, porque ya no me entraba nada, estoy sin un chavo. Por lo menos, sé que es por una buena causa. En fin…».
―Paco, perdona que te lo diga, pero cada día estás más gordo, tienes mollas hasta en las orejas. Además, tu conversación ha cambiado, ya solo hablas de tu cuerpo, estás abducido por la secta “convierte tu cerebro en un músculo más”. Despierta, amigo, que después no hay vuelta atrás.
15 de octubre de 2022
«No puedo más. He llegado a la conclusión de que mi monitor dentro de la cabeza solo tiene músculos. Hoy voy a dar un gran paso».
―Paco, vaya horas de llegar, te has perdido el ejercicio conjunto de endurecimiento de glúteos. Así, no me extraña que no progreses. Yo, dejándome la vida por ti, y tú, me lo pagas con tu desidia. Qué injusta es la vida.
¡¡¡Fuá!!!
―Chicos, ¿alguien se apunta a unas cañas con un bocata de panceta?
20 de octubre de 2022
«Vuelvo a ser feliz. En tan solo cinco días, he recuperado a mis amigos y he perdido cuatro kilos. Además, la policía ha detenido a mi monitor, por la venta de productos avainillados engordantes. Le va a caer una buena, aparte del derechazo que le metí. Qué alivio, tú».
― ¡¡¡Paco, estás estupendo, creí que te había perdido para siempre!!!
― ¿Qué, unas cañitas?
―Ole, ole, ese es mi Paco.
―Si es que la cabra tira al monte, no se puede luchar contra los elementos.
―Sabias palabras.
―Por cierto, me han hablado muy bien del bar nuevo que han abierto al lado de tu casa.
―Ponen unos callos con garbanzos que no se los salta un gitano.
―Habrá que probarlos.
―Ya estamos tardando.
― ¿Y la cerveza, qué tal?
―Buah, buah, buah, no sabes cómo la tiran, fresquita, con su espumita, una maravilla de la técnica.
―Aviva el paso, que me estoy poniendo enfermo.
―Bienvenido a la vida, Paco, te había echado de menos.
― ¡Oeh, oe, oe, oé, oooé, oooé…!

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Irene, es una niña de nueve años que tiene un propósito especial en esta vida y es que a Irene no le hace nada más feliz que ayudar a los demás.
De mayor le gustaría ser profesora para niños especiales, con dificultades, niños que por circunstancias de la vida no pueden valerse por ellos mismos y tienen por desgracia algún grado de discapacidad, ya sea de nacimiento o una dificultad de infancia desencadenada en esa discapacidad.
En la clase de Irene está su compañero Óscar que nació con una parálisis cerebral que le impide comunicarse con los demás y le mantiene en una silla de ruedas dificultando enormemente sus movimientos, necesitando ayuda para andar cada vez que es necesario. Irene siempre se ofrece voluntaria para ayudar a su profesora Asunción a la hora del recreo o cuando se acaba la clase . Irene es la mejor amiga de Óscar. Óscar cada vez que ve a Irene se le iluminan los ojos y le brillan de alegría.
Irene tiene un propósito especial…

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

OBSESIVO Y COMPULSIVO
Siempre he vivido con la inexplicable sensación de ser una especie de oveja negra. Mi trabajo me ha generado un halo de incomprensión que nunca he acertado a comprender y mi estricto y riguroso comportamiento no ha hecho sino acrecentar la enigmática fama que me precede.
Aquella mañana madrugué más de lo habitual, y me dispuse a comenzar mi labor, como todos los días. Sangre, huesos y carne ya formaban parte de mi escena cotidiana. De todos es bien conocida mi limpieza y meticulosidad al intervenir cada uno de mis encargos, con la precisión de un cirujano y la frialdad de un matarife. Golpes exactos y cortes perfectos, con una maestría desarrollada con paciencia a lo largo de años de dedicación al oficio. Es mi costumbre comenzar con el instrumental alineado y perfectamente afilado, en perfecto orden de revista, como recién salido de fábrica. Tras cada trabajo, todo queda impoluto. Mi frialdad en la ejecución solo es comparable a la de aquella sala, cuyo silencio en las primeras horas de la mañana, solo se ve interrumpido de vez en cuando por el nervioso parpadeo de los fluorescentes.
Comencé abriendo en canal, ayudado por la sierra mecánica, con la incómoda sensación de estar siendo observado por aquella mirada animal clavada sobre mí. El cuerpo, inerte, no ofreció resistencia. Su expresión aún parecía rebosar vida. Lentamente fui cortando y extrayendo vísceras y huesos, depositando cada pieza sobre el frío mármol adyacente. Hasta que, por fin, tras un meticuloso trabajo, todo quedó reducido a pedazos de carne de distintos tamaños, piezas de un ser, vivo hasta entonces, colocadas formando una especie de macabro rompecabezas.
Yo no soy hombre de muchas sonrisas, pero algo parecido se dibujó en ese momento sobre mi rostro. El plan había sido impecable. Mi profesión de reputado forense me había permitido hacer el resto. El coctel específico que contenía la inyección aplicada en el cuello había sometido a la víctima a un estado catatónico, muy similar a la muerte. Sin embargo, eso no le impedía seguir observando y escuchando mientras presenciaba, rígida e inmóvil, sus últimos momentos.
El violador y asesino de mi hija, la bestia humana a la que había seguido el rastro durante tanto tiempo a la espera del momento adecuado, había sido rigurosamente descuartizado, como cualquier animal de matadero. Siguiendo el protocolo establecido para las autopsias, sin despertar la más mínima sospecha. Aparentemente era un caso más. Ahora, solo faltaba rellenar los papeles y continuar con mi vida.

JUAN MANUEL MARTÍEZ LOPERA

LAS LÁGRIMAS DE ADELE.
Millones de lágrimas no eran suficientes para calmar la tristeza de Adele. Llevaba unos días con la misma rutina después del almuerzo: sonreía a cada uno de los niños para
concederles la tarde, retiraba los platos de la mesa y abría el grifo del
fregadero para comenzar a lavarlos dando a la vez rienda suelta a su
desesperación, que salía a borbotones refugiándose tras el ruido del
agua. Su mente releía una y otra vez las frases del maldito telegrama que
recibió hacía ya un mes por cortesía del Ministerio de la Guerra:
<< Estimada señora Smith.
Con el presente lamentamos notificarle que su esposo Edward Smith , de
acuerdo a la información de la que disponemos, ha sido dado por muerto en
una acción bélica desarrollada en el Canal de La Mancha el pasado 20 de
Julio. Todos los esfuerzos realizados por la RAF para localizar sus restos
no han dado hasta ahora resultado alguno. La mantendremos informada de todo
lo que acontezca sobre la suerte de su esposo…….>>
Adele no había asimilado aún el shock de aquellas palabras. Y el no querer
comentar nada con nadie tampoco había contribuido a ello. ¿Qué significaba
‘dado por muerto’?, ¿que habían dejado de buscarlo?, ¿ y el caza que
supuestamente pilotaba su marido ?¿tampoco lo habían encontrado?, y si lo
habían encontrado ¿en qué estado apareció? No entendía casi nada de la
guerra, pero suponía que los restos de un avión podían decir mucho sobre la
suerte del piloto. ¿A quién debía preguntar todo aquello?, en el pie del
telegrama no aparecía ninguna referencia, sólo el nombre de un desconocido
Oficial de Alto Rango que actuaba en representación del Ministerio de la
Guerra Inglés.
La muerte de Edward suponía borrar el vértice que mantenía unidas a muchas
vidas. La Guerra iba a ser sólo un paréntesis que quedaría en el olvido
para continuar con su maravilloso proyecto de vida juntos: vivir en el
campo, ampliar su hogar para niños huérfanos, tener sus propios hijos y
envejecer disfrutando de cada minuto de sus vidas; todo ello regado con las
dosis necesarias de ilusión y paciencia que el carácter de Edward
dosificaba de forma tan sabia. Todo un sueño, a merced ahora de una
maldita guerra.
Los lamentos de Adele acabaron al secar y colocar el último plato. No podía
permitirse más tiempo ni más lágrimas y mucho menos cuando notaba la
presencia de un niño cerca. Al volverse se encontró con el rostro sereno de
Lilly que la contemplaba con una cálida sonrisa. Hacía 10 días que había
llegado a la casa en medio de una fuerte tormenta de verano; sin equipaje y
casi sin recuerdos, Lilly únicamente sabía su nombre y para el resto del
mundo, a pesar de los esfuerzos dedicados por Adele hasta el momento, Lilly
no existía. Desde el primer momento Adele le dedicó una especial atención,
la alojó en su propio dormitorio e intentaba despertar su memoria para
averiguar qué razones la habían llevado a aquel recóndito espacio de la
campiña inglesa. Sin embargo nada se deducía de las respuestas de Lilly que
a menudo intercambiaba por preguntas interesándose por el estado de salud
de Adele, quien las acababa respondiendo como una forma de aliviar la
presión que la ahogaba por dentro.
– ¿Parece que hoy tampoco te ha gustado el almuerzo Lilly?
– Me gusta tanto percibir lo mucho que te preocupas por todos nosotros,
que se me olvida hasta el hambre.
– Pero llevas así desde que llegaste, me preocupa que puedas caer
enferma.
– Nunca me he sentido mejor Adele.
– ¿Ni siquiera estando con tus padres?
– ¿Con Mis padres?, seguro que sí, pero ahora lo realmente importante
eres tú. Debes dejar de llorar para que el bebé no sufra.
– ¿Pero cómo sabes tú que estoy ……..?
– ¿Esperando a un bebé? Muy sencillo, todo lo que haces y todo lo que
piensas está protegiendo lo que poco a poco crece dentro de ti.
– ¡Lilly me estás asustando!¡ Hablas cómo si me conocieras de toda la
vida!
– También a él Adele – Lilly habló dirigiendo su mirada hacia la
ventana que dominaba el camino que cuesta abajo se dirigía a la
entrada de la casa -.
Adele se volvió para fijarse en una figura de hombre que lentamente se
aproximaba. Llevaba un enorme macuto colgado en el hombro derecho y
vestía el uniforme de piloto de la RAF. Adele se precipitó a la salida y
comenzó a correr hacia él, a los pocos segundos reconoció los azules
ojos de Edward que se quedó parado en el camino abriendo los brazos para
recibir a Adele.
– ¡Dios mío estás vivo! ¡Estás vivo! – Adele comenzó a derramar
lágrimas de alegría sobre el pecho de Edward -.
– ¿Y qué otra cosa podías esperar? Eras la fuerza que me sostenía
para no parar de flotar en las frías aguas del Canal.
– ¡Oh Edward!¡Creía que no te volvería a ver!
– ¡Y perderme estar otra vez delante de tus ojos y ver nacer y crecer a nuestro hijo!
– ¡No Edward! Será una hija y se llamará ….- Adele echó la vista
atrás para buscarla pero ya no la encontró, se volvió a Edward y
tocándose el vientre dijo exultante -.
– ¡Se llamará Lilly y será el mejor propósito de toda nuestra vida!

BEGO RIVERA

Salvaje
La criatura se encontraba desubicada.
Sus instintos primarios le permitían olfatear a kilómetros, en la oscuridad profunda de cualquier ubicación. Se movía ágil y a una velocidad vertiginosa…solo en compañía de la exultante luna llena.
Su único hándicap era su falta de raciocinio, su incapacidad de pensar. Ignoto en la diferencia entre el bien el mal.
Era un animal monstruoso, pero carecía de consciencia para ni siquiera intuirlo.
Sigiloso, después de varios kilómetros rastreando y llevándose por ese olor atrayente, llegó a su destino.
Sus presas fueron pilladas desprevenidas.
Pensaban que lo habían dejado lo suficientemente lejos… como siempre que iba a haber luna llena.
Esta vez su hijo siguió su rastro en lugar de a otros.
No tuvieron escapatoria.
Conocedor de su dualidad y del esfuerzo familiar que hacían con él, Mark despertó…encontrándose con la sangrienta escena en su casa.
El hombre lobo aulló de dolor.

EFRAIN DÍAZ

El ladrón de libros
Un viejo refrán dice que la ignorancia es tan grande que los ladrones no roban libros. De ese viejo adagio podría concurrir con que la ignorancia es muy grande. Basta tener una ligera conversación con una persona común para darse cuenta del alto nivel de incultura que permea en la sociedad general. Pero eso de que los ladrones no roban libros, yo no estaría tan seguro. A través de la historia se han robado tantos libros como pinturas, joyas y obras de arte.
Soy Pierre y soy librero. También bibliófilo. Bueno, mi nombre real no es Pierre. Como entenderá y por la forma en que me gano la vida, no puedo revelar mi verdadero nombre.
Mi amor por los libros es tal, que de bibliofilia, pasó a bibliomanía y de ahí a bibliopatía. El próximo nivel sería bibliocleptomanía, pero para robar se requiere de sangre fría y yo carezco de ello. No poseo ni la habilidad, ni la valentía, ni el arrojo. Simplemente no puedo. Eso no significa que no posea libros robados.
Soy dueño de una gran biblioteca, oculta, por supuesto. En ella encontrará solo primeras ediciones que he ido comprando con el paso del tiempo. Unos cincuenta mil volúmenes aproximadamente. Pero también encontrará primeras ediciones de Nabokov, Mark Twain y T.E. Lawrence, al igual que antiguos manuscritos medievales y antiquísimos manuscritos árabes valorados en millones de dólares. Estos, más antiguos, fueron adquiridos en mercados no tradicionales y de modo no convencional, a un costo altísimo. Deduzca usted.
Como dije anteriormente, los ladrones no roban libros, cierto, pero sí existen ladrones de libros, que no es lo mismo ni se escribe igual.
Mi meta es tener la biblioteca más amplia y diversa del mundo. La biblioteca más completa que haya existido jamás. Más completa que la gran biblioteca de Alejandría, de la cual poseo un papiro de Eurípides y que la biblioteca de Pérgamo, de la cual poseo un pergamino con la obra de Aristóteles, editado por Cicerón. Reposa en uno de mis anaqueles el Hortus Delicarium, del siglo XII y por el cual Stailass Gosse, experto ladrón de libros, cumplió 18 meses de cárcel. Ese me costó una prqueña fortuna y todavía, aunque de manera pasiva, andan buscándolo. También poseo el original del First Folio de Shakespeare, del cual existen menos de 250 copias en todo el mundo.
Muchos de los libros que tengo son auténticas joyas. Fueron robados de diversas universidades que ignoraban el valor de lo que tenían. No eran conscientes del tesoro que albergan sus anaqueles y no les tenían protección alguna. Algunos fueron robados de museos. Robar en museos ya no es como antes. La tecnología dificulta grandemente la tarea de adquirir volúmenes. Por eso mis «agentes literarios» tienen que estar pendientes cuando los transportan de un lugar a otro. La tarea de apropiárselos en el transporte es un tanto más fácil. Siempre llevan una edición reciente, carente de valor y en el momento oportuno, hacen la sustitución. Para cuando los transportistas lleguen a su destino y se den cuenta, ya el original descansa en paz en uno de mis estantes. Muchos coleccionistas darían una fortuna por encontrar la tumba de Alejandro Magno, el macedonio, el genio militar más brillante y conquistador más exitoso de toda la historia. Quien encuentre su tumba encontrará la gloria y pasará a la historia. A mi no me interesa su tumba, quien la encuentre, puede hacer con ella y la osamenta lo que le parezca. Sin embargo, me he asociado con los más influyentes coleccionistas que financian las expediciones y excavaciones porque esa tumba alberga un texto que falta en mi biblioteca.
Alejandro III de Macedonia ansiaba tener la fama y el prestigio de Aquiles. Quería pasar a la historia y que su nombre y su gesta se repitiera generación tras generación por toda la eternidad. Para no olvidar su propósito y no faltar a su misión y habiendo sido discípulo de Aristóteles, Alejandro el Grande siempre llevaba consigo una edición de La Iliada de Homero, escrita en papiro. Nunca se desprendió de ella. La Iliada dormía junto a su espada debajo de su almohada y de día la llevaba en su bolsa sobre su persona.
Le he pagado a los mejores ladrones y sabuesos, gente capaz de olfatear y rastrear los libros y manuscritos más raros del mundo y no han podido dar con él. Ptolomeo, su más cercano colaborador registró que durante su entierro, el cortejo fúnebre dispersó las joyas del conquistador por el camino como señal de que sin nada vino y sin nada se va, pero no hizo mención alguna del papiro de su Iliada, por lo que solo queda deducir que ya que dormía bajo su almohada, fue enterrada con él. Si llegáramos a dar con su tumba y con su papiro de La Ilíada, mi biblioteca sería la más prestigiosa del mundo, pues ninguna podría presumir de tener tan insigne ejemplar.
Mientras aparece y le aseguro que aparecerá, continuaré engalanando mi biblioteca con los ejemplares más raros que pueda encontrar y al momento de mi muerte, igual que Alejandro el Grande, el macedonio, el conquistador, pasaré a la eternidad por tener la mejor y más completa biblioteca que haya existido jamás.

IRENE ADLER

LA CASA IPÁTIEV O LA SOMBRA DEL ÚLTIMO ABEDUL.
No me gusta esta casa, hay en ella algo siniestro. Madre se ha traído la vajilla y los cuadros de Tsarskoye Selo, pero la belleza no alcanza a derribar la sensación de tristeza, abandono y muerte, que parece impregnar las paredes de piedra, como si fuera un barniz indeleble.
Tatiana, Olga y María han decidido, voluntariosas y joviales, cultivar un huerto. Se esfuerzan a pesar de la escasez y las burlas hirientes de los hombres que nos custodian; de sus miradas lascivas y del humo apestoso de sus cigarrillos y de sus sonrisas.
Alexei ha estado enfermo otra vez. La dulce Anna lo acompaña, solícita y siempre cariñosa, y el doctor Botkin le ha dicho a madre que no se preocupe.
Pero ayer sorprendí a Anna Demidova llorando bajo el abedul del patio, desconsoladamente. Me abrazó muy fuerte. Y después abrazó a Jemmy que no paraba de ladrar. ¿Por qué estás tan triste Anna querida? Le pregunté. ¿Olga o Tatiana han sido desconsideradas contigo? ¿Esos hombres horribles te han hecho algo? Ella negó con la cabeza. Me llamó Anya, como siempre hacía, y luego volvió a la casa.
Aquí, bajo la sombra del abedul, es el único lugar de esta horrible casa donde me siento a salvo. Me arrulla la luz que parece gotear entre sus hojas; su esbelto tallo de plata me hace de apoyo y de cobijo; huele a resina fresca, a verano sin nubes ni presagios; a infancia…
He escuchado a los hombres reunidos en cónclave al otro lado de la empalizada. Llaman a esta casa «la del propósito especial». ¿Qué puede significar éso? ¿Debo preguntarle a padre? Hablaré antes con el doctor Botkin. Padre está tan triste y angustiado. Madre llora incansablemente. Alexei se esfuerza tanto por no quejarse a pesar del terrible dolor que padece su cuerpo. Olga y Tatiana y también María, parecen tan alejadas y ajenas… Es, supongo, su heroica manera de afrontar este encierro.
El doctor Botkin ha reaccionado igual que la dulce Anna Demidova. Olvidando todo protocolo y toda prudencia, me ha abrazado hasta casi ahogarme. Nunca antes había visto llorar a un hombre como el doctor. Sus lágrimas me conmueven hasta herirme. ¿Qué es el «propósito especial», doctor? ¿Qué va a pasar con todos nosotros?
Oculto mi pena y mi miedo bajo la sombra alargada y escueta del abedul. Debe ser hermoso en invierno, cubierto de nieve, erguido y orgulloso, soportando los vientos furiosos que azotan la colina desde los Montes Urales. Su corteza de plata reverberando bajo los últimos rayos del sol, como una joya antigua, un exquisito guardapelo en el que ocultar esta carta.
Abuela querida, Dagmar, como siempre has querido que te llame, aquí te dejo un último adiós y un último beso. Un recuerdo que el invierno, la guerra, la crueldad o la injusticia, nunca podrán borrar del todo.
Mi amor por ti es tan grande como el último abedul de Carelia en esta casa triste en los Urales.
Tu nieta que jamás te olvida
Anastasia Nicolayévna Romanova
P.D. Si acaso pudieras, abuelita querida, cuida de Jemmy. Estará muy triste sin mí.

MARÍA LORETO ARGANDOÑA

Nada podrá detener
Ni mis ganas de verte
Ni mi empeño por coincidir contigo otra vez,
Ni por recordar hasta el más mínimo detalle de la conversación del viernes.
El desayuno no fue suficiente, demasiado breve.
Tendría que ser en un lugar con más gente, un bar quizás.
No sé por qué pero sospecho que si dejo pasar más tiempo, esto no va a resultar.
Y si no lees el mensaje?
Y si te equivocas de dirección?
Y si sospechas algo?…
No. Pensamiento anulado y cancelado.
Por supuesto que ocurrirá ese encuentro.
Por supuesto que mi atención está vez no estará en la mesa de enfrente ni en la entrada de mensajes en el celu. Lo prometo.
Y mis respuestas no se limitarán a un monosílabo, o una respuesta sin sentido.
Ni mi mirada escapará por la ventana con esa niña que va con su perro.
No. Nada me distraerá está vez.
Lo prometo.
Pero qué idiota más grande!!!!
acabo de caer en cuenta que nunca nos dimos los números!!
Si tan solo pudiera recordar cómo te llamabas para hacernos Match otra vez…

DAVID MERLÁN

Él se despertó. Estaba en el muelle. Era el mismo muelle desde donde había partido diez minutos más tarde.
«¡No puede ser! ¿Qué es lo que ha fallado?» pensó viendo pasar las nubes ante sus ojos y miraba el tiempo en su localizador temporal.
En ese instante, aún tumbado, sucio y mojado, se dió cuenta que no había logrado su propósito.
Él, que había sido el receptor de todas las esperanzas de la humanidad, no había logrado romper el bucle temporal. Él, que había sido elegido por sus conocimientos, les había fallado estrepitosamente y ahora se encontraba allí tirado, recapacitándo en lo que había sucedido.
Unos segundos después, se incorporó y se quedó sentado mientras seguía dándole vueltas a todo aquello. Se dió cuenta que lo más triste de todo, era que había sido por culpa de un simple insecto.
«¡Maldito bicho!» Pensó mientras se acababa de levantar del todo y se sacudía y estiraba la ropa mojada.
Miró a su alrededor. Estaba sólo. Pensó que, dentro de lo malo, era mejor así, y no tener que dar explicaciones a miraras indiscretas. Las máquinas no estarían por aquel lugar cotilleando, hasta dentro de ocho minutos.
«Tengo que pensar qué hacer. Sólo quedan siete minutos para que todo se repita de nuevo», mientras comprobaba los minutos que restaban.
–¿Dónde estás, maldita cucaracha? – Pensó en alto a sabiendas de que nadie le escuchaba liberándose por fin del silencio de sus pensamientos.
–La verdad es que era un alivio poder hablar en alto. Se había prohibido exteriorizar los pensamientos para evitar que las máquinas te detuvieran y segregaran en función del contenido de los mismos. El único modo seguro de comunicación era la forma escrita.
Se acordaba que en el intento anterior, la aparición un minuto antes del suceso, debajo de una mugrienta y oxidada lata de judias de aquella cucaracha, había dado al traste con la misión.
«Allí está» pensó de nuevo.
Miró de nuevo el localizador. Quedaban cinco minutos y decidió que está vez si, aún tenía tiempo suficiente para echar un vistazo. Le podia su curiosidad de entomólogo. Total, no tenía que darle explicaciones a nadie.
Qué el responsable de todo lo que estaba por llegar, el iniciador del efecto mariposa que provocaría la ecatombe que tan bien conocía, fuera una maldita cucaracha, era toda una señal de lo efímero y caprichoso del destino.
–¿Dónde estás, maldita cucaracha?, no tengo todo el día –. se preguntó buscando la lata de judias.
Tras fijarse por unos instantes, la localizó.
¡Ahí estas! – exclamó mientras volvía a mirar el reloj para descubrir que quedaban escasos tres minutos.
«¡Mierda!» Pensó inconscientemente para que la maquinas no lo recluyeran en la sección de «maleducados».
Reaccionó y se acercó. Se arrodilló delante de la lata y la analizó con detenimiento. Sacó una bolsa de plástico de su bolsillo y unas pinzas y se acabó de acercar a un par de palmos con sumo cuidado.
«Dos minutos…dos minutos…dos minutos…» Empezó a repetir con insistencia el localizador de tiempo.
”¡Mierda. Aún no, joder!» pensó mientras procedía a coger la lata por una esquina.
En ese momento, su «amiga» hizo acto de presencia. Por el hecho de saber que iba a suceder, no dejó de acelerarle el pulso. Sabía que un nuevo error, supondría años de dolor y sufrimiento.
–¿A dónde crees que vas, amiguita? –dijo en alto, quizás por última vez.
«Un minuto…un minuto…un minuto».
«Vamos, vamos. No puedes fallar ahora» se repitió mientras comenzaba a sudar frío por la tensión al manipular la lata. La solución de todo.
De repente, todo cambió, detrás de la cucaracha, apareció otra y detrás otra.
”¡No es posible» solo debía de haber una! ¿Y ahora cuál es la correcta? ¡Mierda!» Pensó mientras desmoralizado escuchaba como el localizador seguía su inexorable cuenta atrás hacia otro fracaso.
«Tres…dos…uno……………….
Él se despertó.

MAR ARANDA

Amistad
Las 7 campanadas de la iglesia que estaba en frente de su casa interrumpieron su plácido sueño, refunfuñando, se levantó y entró en la ducha. Se vistió con ropa cómoda, cubrió sus ojos con unas gafas oscuras y salió como todos los domingos al hospital.
El olor a humedad que reinaba en el nosocomio la invadieron junto con el frío sepulcral que envolvía el ambiente.
La señorita de la recepción sonrió al verla y la invitó a pasar al pequeño salón donde los enfermos recibían sus visitas.
En pocos minutos la vio acercarse tomada de la mano de una enfermera; cuando la tuvo frente a ella la abrazó y aunque era evidente que su vieja amiga había perdido la cordura, permaneció a su lado todo el día, como cada domingo, contándole historias pasadas.
Quizá algún día su mente regresaría a la realidad y todo sería como cuando eran niñas y soñaban con el futuro…

MAR SHA

AMIGOS QUE NO SON AMIGOS…
Se les ve juntos todo el tiempo, sus abrazos son demasiados largos.
para ser solo amigos…
Sus llamadas son tan largas que se podría pensar que las terminan cerca de la madrugada, contentos, exhaustos de emoción.
Sus ojos son dos torbellinos de emociones, se miran, se tocan, se percibe un tímido y emocionante amor de antaño.
Sus bocas mueren por probar mutuamente el dulce néctar del amor, cuando de repente se encontraban en un lugar demasiado apretado en un rinconcito de algún lugar.
Sus manos denotaban la fuerza de la esperanza del amor no resuelto, de las cosas no dichas.
Cada uno tenía dueño… se les notaba que con ellos no eran felices, solo aparentaban unas relaciones estables en el fondo sus dos corazones latían cuando por pura casualidad se encontraban, de serían estar juntos para siempre. Lamentablemente ante una sociedad intolerante tenían que pasar de largo… reprimir ese sentimiento, dos corazones de amigos que fueron separados por las cuestiones de la vida, que nunca se atrevieron a decirse que se quiéranlas ganas se quedaron en palabras y en versos bonitos nada más… nunca pasaron a la acción, aunque hubo noches en que se encontraban a escondidas, unos minutos de intenso calor y palabras lindas, pero nada más… segundos después se escabullían entre la mirada triste de la luna y las estrellas.
Sin duda dos corazones, dos personas que se van a querer, amar desear toda la vida.

LOLY MORENO BARNES

Escribo directamente en la página, sin correcciones y sin mantener un borrador que me permita hacer cambios que nunca llegan y cuando me doy cuenta se ha terminado la semana y yo sin participar…
Puedo tener mil justificaciones para no hacerlo, todas válidas, mis tiempos corren y no puedo atraparlos entre las interminables tareas que me he adjudicado. A las que nadie me obliga pero mi creatividad ,luego responsabilidad, ,luego que me gusta hacer mil cosas al mismo tiempo y como es lógico, pocas termino.
Pues aquí está mi primer propósito cumplido…
El otro es más banal, pero no menos importante en estos tiempos difíciles en donde ya a mitad de mes mi economía se desequilibra y hace aguas.
Tengo un propósito que ya diré si lograré el próximo mes.
De momento es un maratón diario que controla todos los interruptores y muchos horarios que he memorizado.
Lo más probable es que pasado el tiempo estipulado para el reto, me mire al espejo y vea la más ridícula cara de tonta que haya puesto en mi vida.
Pero si haciendo el payaso logro mi cometido, habrá valido la pena.
Luz que se enciende sin necesidad, la apago.
Lavadora la pongo después de las doce de la noche.
La vitrocerámica se usa solo para cocinar el finde y hago tapper para toda la semana.
La plancha de la ropa está guardada con candado y he tirado la llave.
No se usa.
Se estira la ropa en el tendedero y la que está muy arrugada, la retuerzo más con fuerza para que simule que siempre se usa plegada como un acordeón a la moda.
Prohibido usar microondas para calentar comida , puesto que por temas de salud es baja en grasa y se puede comer más bien fría ( mi comida son verdes ensaladas).
La tele, lo justo para saber del tiempo y el móvil …( noooo , el móvil no me lo quita nadie)
Es la única excepción.
¡A ver si consigo bajar la factura de la luz!

AMPARO SORIA

Justo en la puerta, Adriana dio media vuelta y huyó deprisa una vez más. Se mareaba solo de pensarlo y ver la aguja cerca de ella le provocaba una fuerte taquicardia.
– ¡Adriana, para! –se ordenó con autoridad. –Debes hacerlo, ya.
La joven se detuvo en seco en la esquina bajo la repentina y suave lluvia. Respiró hondo, el recuerdo de su hermano provocó que las lágrimas resbalaran sin permiso por sus sonrosadas mejillas. Recordó sus días ingresado en el hospital. Más de una vez, estando junto a él acompañándolo en sus pruebas médicas, se prometió a ella misma que lo intentaría, por su propio hermano y todos los que sufrían alguna enfermedad cómo la suya. Sí, debía hacerlo. Aunque hasta el momento le había resultado imposible enfrentarse siquiera a un simple análisis. Este era UN PROPÓSITO ESPECIAL, muy especial. Volvió sobre sus pasos, ya en la puerta de nuevo respiró hasta en tres ocasiones.
-Adriana, puedes hacerlo, puedes hacerlo…. Por Alberto. –se repitió dándose ánimos cruzando los dedos de las dos manos. Si por lo menos fuera acompañada. Sus manos y sus piernas temblaban. –Tranquila, Adriana. Respira, cálmate…
El personal sanitario, atento y sonriente, logró que la joven primeriza se sintiera cómoda y confiada durante el proceso. Ya estaba allí, tumbada en una camilla ¡No se lo podía creer! ¡¡Ella donando sangre!! Incluso se atrevió a mirar de reojo un instante su brazo derecho pinchado por una aguja, la sangre corría por el tubo hasta la bolsita sin problema. Sonrió emocionada pensando que una parte de ella podía salvar vidas. Una simpática enfermera, joven cómo ella, se mantuvo a su lado en todo momento por ser la primera vez. Estaba tranquila y muy satisfecha consigo misma ¡Había logrado su propósito, una hazaña para ella!

ROSA ROSANA

—Si empezamos ya no hay freno… Max.
-—Bianca, perderme contigo… Eso es tremendo.
—Yo te quiero en otra vida, entero. ¿Dónde naceríamos?
Podemos ser dulces, intensos, muy intensos, pasionales, sin frenos.
-—¿Te crees capacitada para pensar una historia nuestra ya desde el primer momento? ¿Con el hambre del primer encuentro? Con el ansia de poseerte por primera vez.
-—Pues lo intento.
Solicite una vida contigo. ¡Cómo el que echa una carta en un buzón dirigida al Destino! En una vida anterior. Cuándo no fue posible un encuentro, pero nos moríamos de pasión. Así que decidimos nacer de nuevo y encontrarnos. Vivir aquello que nunca sucedió.
Volvimos a nacer en ciudades distintas. Sin recuerdos de otras relaciones. Vírgenes de pensamiento. Pero en nuestra mente había una inquietud desde niños, de no estar completos. Un vacío interior, nos faltaba nuestro otro yo.
Estudiamos en distintos colegios. Nos preparamos en la vida. Nos echábamos de menos sin saberlo. Era muy intensa la sensación. Éramos soñadores, con mucha imaginación. Muy maduros para nuestras edades y con mucho interior. Éramos niños diferentes.
Pasaron los años, mientras crecíamos más nos añorábamos. Sentíamos como el que pierde algo y ni sabe encontrarlo, ni sabe lo que es. Imágenes extrañas en nuestras mentes se proyectaban. Nacimos el mismo día, gritando los dos, deseando nacer y encontrarnos. Éramos fuego y pasión, imaginación y aire, tierra y paciencia, agua y persistencia. Teníamos que encontrarnos, no quedaba otra opción.
Faltaba un mes para nuestro décimo octavo cumpleaños.
Tantos y tantas habían pasado por nuestro lado y en ninguno nos fijábamos, más que un pequeño instante para saber que no eras tú, que no era yo.
Vírgenes floreciendo. Envolviéndonos en un halo de terrible misterio, así éramos.
El Destino jugó sus cartas. La ciudad Granada. Allí sería el encuentro.
Era un día de verano, hacía muchísimo calor. Los autobuses fueron llegando, de distintas ciudades de España. En uno ibas tú, en otro iba yo. Era el día de nuestro décimo octavo cumpleaños, un ocho de agosto. Estábamos excitados, sudorosos, emocionados por el viaje de fin de curso y la reunión con otros institutos sería en La Alhambra, dónde pasaríamos una semana.
Al llegar nos dieron tiempo libre. Estábamos agotados, el viaje había sido largo. ¡Hacía tanto calor! Me separé del grupo al ver el cartel de los Jardines del Generalife. Hasta allí me dirigí. Mi blusa blanca estaba empapada de sudor, se pegaba a mis pechos. Hasta el sujetador estaba empapado. La blusa pegada hacía que me sintiera incomoda. Miré y no había nadie alrededor, esa zona estaba cerrada. Me puse de rodillas cerca del agua, desabroché mi blusa, acerqué mi mano a la fuente, estaba tan fresca el agua. Comencé a mojarme la cara, la nuca. Las gotas chorreaban por mi cuello hasta mi pecho. Me desabroche el sujetador y lo guarde en la mochila. Me refrescaba los pechos con el agua. Oí un ruido entre los arbustos, eras tú. Llevabas un rato observándome. Me abroché rápidamente la blusa y me puse de pie.
-—¿Qué haces ahí? —te pregunté.
Tú saliste y te acercaste.
—¡Hola! Perdona no quería molestarte. Me he separado del grupo y vine a estos jardines. Me llamo Max. —dijiste acercándome tu mano.
—Yo soy Bianca. —te dije mientras te daba la mía.
Ese suave contacto fue suficiente para sentir algo que estaba despertando. Estábamos de pie uno en frente del otro, nuestras miradas parecían querer fundirse en el otro. Era una atracción infernal la que sentíamos. Como si cada uno quisiera penetrar dentro del otro, como si nos reconociéramos. Tú mirada bajo a mis pechos, estaban erectos. Sin el sujetador y con la blusa mojada poco quedaba a la imaginación. Me puse colorada, pero no podía hacer nada, nuestras manos seguían unidas. Subiste la mirada recorriendo mi cuello, te paraste en mi boca, yo me mordía un labio. Había tanta tensión, de nuevo los ojos se perdieron en los del otro, rebuscábamos en el interior, y me preguntaste:
—¿Me das un beso?
No dije ni que sí, ni que no. No sé ni cómo ocurrió. Tus labios estaban en los míos apretándolos, mordiéndolos, saboreándolos. Nuestras manos locas en la cabeza del otro para unir más nuestras bocas. Las lenguas inexpertas, húmedas, calientes, luchaban una contra la otra. La saliva mojaba nuestros labios, hasta el mentón. Te separaste un momento y viéndome a los ojos ya no éramos dos, éramos uno solo explotando. Tu mano capturo uno de mis pechos apretándolo, yo gemí, mientras volvías a comerme la boca. Nos tumbamos sobre la hierba continuando con nuestros juegos, recorriéndonos el cuerpo, con caricias, con besos. Nos mirábamos tiernos era la primera vez que hacíamos el amor. Inexpertos en esta vida, el Destino volvió sobre nosotros regándonos con todas nuestras anteriores experiencias ya no éramos cuerpos, éramos luces brillando, ascendiendo en una espiral en dónde se unían los recuerdos, las experiencias vividas en otras vidas, todas aquellas que vivimos tú y yo.

EDUARDO VALENZUELA JARA

El propósito del juego era trepar por la cambronera lo más alto que fuera posible y desde allí contemplar el mundo o tocar el cielo. Las ramas delgadas y espinosas del árbol hacían el desafío imposible para un hombre, pero una proeza alcanzable para un niño de seis años como él. Escaló cuidadosamente, escogiendo las ramas más fuertes y sintiendo su corazón acelerarse más y más en cada avance. Cuando ya casi llegaba a la altura del techo del establo, la rama que lo sostenía cedió y el niño lanzó un grito desesperado mientras su cuerpo caía por entre el follaje espinudo hasta estrellarse en el árido suelo.
La madre, que en esos momentos molía entre las muelas de piedra los granos de cebada para el preparar el pan, escuchó el grito y corrió hacia el establo. Allí encontró a su hijo, tirado en el polvo, llorando desconsolado junto a unas cuantas ramas desenganchadas de la cambronera. La verdad es que el niño lucía peor de lo que realmente estaba; las espinas del árbol habían herido su piel y su frente sangraba; sus palmas y rodillas, que recibieron el golpe contra el suelo, sangraban también.
―¡Hijo! ¡¿Estás bien?! ―le dijo la madre hincándose en la tierra y llorando junto a él, mientras revisaba y limpiaba sus heridas.
Al cabo de unos minutos se escuchó el tintineo de unos cencerros anunciando que se aproximaban unas cabras. Era el padre del niño que, seguido por dos cabritos, llegó con rostro preocupado.
―¡¿Qué ha ocurrido?! ¡Escuché el grito del niño! ¿Él está bien?
Observó la escena junto a la cambronera: en el suelo, la madre y el niño llorando, las ramas desenganchadas, las heridas sangrantes en la frente y las palmas del niño.
―¡Ha vuelto a subir! ¡Nos ha desobedecido! ―sentenció el padre―. Espero que esta vez aprenda la lección.
―¡No seas tan duro con él! ¡Es un niño! ¿Acaso tú, de niño, nunca caíste por trepar?
El padre se mostraba muy severo. «Demasiado», pensaba la madre.
José, el padre, creía que María, la madre, consentía demasiado al niño.
María, sospechaba que José nunca había aceptado del todo el origen divino del niño. Ella se desvivía por su hijo, Jesús, porque sabía ―con todo su ser― que Él tenía un propósito especial.

GUILLERMO ARQUILLOS

ELOY Y SOLE
A Eloy se le había hecho tarde, por eso se afeitó deprisa. Se quejó del armario del cuarto de baño y se repitió que tendrían que cambiarlo en cuanto tuvieran suficiente dinero. Se puso el traje, la corbata roja y los zapatos elegantes que se había comprado hacía años.
Antes de que llegara Sole, le dio un último vistazo al salón: estaba todo preparado. Encendió las velas y bajó un poco la persiana. Había hecho la comida y descargado música en el viejo portátil; había preparado la mesa, sacando vajilla buena y decorándola con flores de papel y había un montón de globos y una pancarta: “Felices veinticinco años”.
Ella llegó un poco más tarde de lo habitual. Al entrar en el ascensor, tenía cara de cansada. Traía preocupaciones del trabajo y estaba pensando en cómo iban a apañarse porque la inflación no paraba de crecer y les habían subido la hipoteca. Si ya les costaba llegar a fin de mes, desde que se había acabado el paro de Eloy, ahora las cosas se iban a poner mucho peores; pero, conforme subía, iba haciendo un esfuerzo para sonreír. Al llegar a la puerta, oyó música en el salón.
«Se ha acordado. Y eso que no se lo había comentado, porque me había propuesto darle una sorpresa, con lo despistado que es…», se dijo Sole. La entrada en el piso no pudo ser más especial:
—Eres un payaso, cariño… —dijo sonriendo al verlo con una rodilla en el suelo, vestido con el traje y con una pequeña caja en la mano.
Eloy tenía luz en los ojos.
—… pero un payaso muy especial, mi payaso —terminó diciéndole.
Habían sido siete u ocho meses ahorrando en pequeñas cosas, privándose de todo, para que ella no se diera cuenta y pudiera tener el broche de cristal que tanto le había gustado al verlo en un escaparate. Fue una tarde de paseo y pipas: nada de sentarse en la terraza de un bar.
Ella también tenía un regalo para él. Igual que su marido, había ido guardando algo de dinero todos los meses, con la mente puesta en aquel día, porque hacía veinticinco años que empezaron a salir.
Apagaron los móviles, comieron, cerraron la puerta con llave y estuvieron bailando un buen rato con la música del ordenador. Luego, pasaron al dormitorio y se dedicaron el tiempo a ellos mismos, regalándose cada segundo, como hacía muchos meses que no se lo regalaban.
Eloy se quedó tumbado en la cama y Sole se levantó y fue a la cocina para beber agua fresca. Se pasó por el salón y aprovechó para encender el móvil.
Saltó la notificación del WhatsApp e inmediatamente volvieron sus preocupaciones:
—Malas noticias, Sole —decía un mensaje de su jefe—. Los socios acaban de decidir que cierran el despacho. Dicen que ya no hay negocio. Mañana tenemos que verlos, tú y yo, solo para que hablen con nosotros de la situación en que quedamos; pero ya te lo digo yo: en la puta calle. Tú, yo y todos los que trabajamos aquí…, ¡a la puta calle!
Sole apagó de nuevo el móvil y se quedó un rato pensativa. Respiró profundamente. Se fijó en la pancarta, en los globos y en la mesa con los platos y los restos de la comida. Le dio varias vueltas a su alianza y se dijo, en voz baja:
—Bueno, chico, eso será mañana y todavía quedan muchas horas para mañana. Ahora hay que seguir celebrando nuestro aniversario.
Oyó a su marido, que la llamaba desde el dormitorio.
«Ahora», pensó Sole, «tengo algo que sugerirle a Eloy y, si está de acuerdo, como creo que lo estará, mi proposición será para toda la noche, hasta quedar rendidos. Al fin y al cabo, esta noche tiene que ser absolutamente especial».
Y, con una sonrisa, volvió con su marido.

SON SONIA

UN PROPÓSITO ESPECIAL
¿Con qué propósito escribes? ¿Qué energía alimentas cuando escribes? ¿Qué siembras cuando escribes? ¿Eres el bombero o eres el futbolista, cuando escribes?…
Un bombero salva vidas arriesgando la suya pero cobra un sueldo irrisorio comparado con otros que, por entretener, cobran muchísimo más. Stephen King no ha marcado diferencia en mi vida con sus obras aunque sí ha sido origen de alguna pesadilla… Carl Gustav Jung sí lo ha hecho. Lo mejor es que, además, la obra de Jung me resulta de lo más entretenida; me entretiene y me enriquece al mismo tiempo.
Esta semana escuchaba en diferido una de las charlas de Escritores Noveles en Clubhouse: Motivos para escribir. Los libros de autoayuda salían mal parados e incluso se decía que no se debía cobrar por ellos. O sea, años de estudios, investigación y experimentación… los regalas. Eso se espera de ti… porque, claro, no tienes que pagar por comer o por tener un techo sobre tu cabeza.
Al igual que en todos los géneros, en el género autoayuda hay excelentes escritores y también hay puro aficionado. Al igual que en todos los géneros, depende de uno dar con aquellos escritores con los que resuene y sí le sirvan de ayuda en su autoconocimiento.
Desde mi punto de vista, hay un propósito especial en obras como la de Jung. Si este hombre no hubiese compartido sus conocimientos, mi vida sería peor a día de hoy. Para mí, leer la obra de Jung ha sido pura autoayuda, la mejor autoayuda que podía darme. Sin duda, Jung es el escritor que ha marcado un antes y un después en mi vida y no solo en la mía… él aportó muchísimo al despertar de consciencia que ha de darse en la humanidad. De él beben bastantes autores que publican “autoayuda” o que así son considerados.
Autoayuda es sinónimo de consciencia, aquella que no tienen quienes afirman que este género no debería cobrar por lo que aporta a tanta y tanta gente que recurre a él: si desvalorizas, que no te extrañe no ser valorado… porque esa es la energía que estás alimentando y sembrando.
Cuando escribimos (al igual que cuando hablamos) no nos paramos a pensar en el enorme poder de la palabra. Somos energía, nuestro pensamiento también es energía… y aquello que escribimos está alimentando una energía, tanto para nosotros como para los demás. Aquella energía que alimentas es la que estás sembrando en tu futuro y ¿de verdad quieres en tu futuro y en el de la humanidad el dolor sobre el que escribes, asesinatos, tragedias, dramas, conflictos?… yo me lo pensaría bien… de hecho, me lo pienso cada vez que escribo, me lo planteo cada vez que escribo… ¿qué energía voy a alimentar?. También me lo planteo a la hora de leer y a la hora de escuchar.
Creo que la humanidad necesita escritores conscientes de la energía que están alimentando, sembrando; escritores comprometidos no con su ego sino con el universo al que pertenecen. Hacen falta escritores que equilibren una balanza de lo más descompensada.
Y a mí me da pereza ser ese escritor (tengo que acabar un escrito tan serio con algo de humor, que sino no soy yo).
Gracias por ser y estar ❤ ❤ ❤

ARITZ SANCHO MAURI

Altas esferas
Sinceramente no se de qué tipo de experimento social estoy siendo víctima, pero se que hay un grupo de personas ubicados en las altas esferas que están intentando orientarme por un camino acertado determinado del que siempre me acabo desviando.
Considero que en la mayoría de acontecimientos satisfactorios que me ocurren hay varias personas moviendo los hilos como si de una obra titiritera se tratara.
Mis sospechas van en aumento sobre ciertos individuos, pero no dejan rastro entonces no los consigo identificar y relacionarlos; como si fueran seres sobrenaturales. Se que están, los he visto, se mezclan entre nosotros, pero no podría reconocerlos.
Tengo mis dudas sobre si son cuerpos celestiales o gente que tienen como objetivo el bien común para ciertos individuos seleccionados. No sé si trabajan para alguien específico, una corporación benigna o cada uno aporta su parte, como se organizan, como comienzan a formar parte de esta trama ni dónde se reúnen; solo se que cuanto mas conocimientos adquiero, desarrollo, y descubro mis capacidades; más me voy dando cuenta de que se me están escapando inumerables cosas más.
Estoy viviendo una película que ya no sabría definir un género, porque ha tenido tantos giros inesperados que ni siquiera soy capaz de ubicarme, no se como de cerca me encuentro del fin, ni como acabará.
Me siento como el actor al que le gusta improvisar y saltarse el guión a la torera dándole a las escenas más calidad; ya sea para lo bueno o para lo malo, pero que tiene el estilo personal que lo caracteriza y hace único.
Si fuera capaz de conceptualizar toda esta confabulación y obtener respuestas a todas mis cuestiones no me comportaría como un autentico paranoico perturbado, quizás utilicen un tipo de ingeniería social de reciente descubrimiento que domine mi comportamiento o simplemente me estén utilizando como cobaya; o exista un proposito especial detrás de todo esto y este destinado para algo maravilloso.
Tras una dura investigación personal, averigüe que utilizo los dos hemisferios cerebrales; y en concreto, zonas que solo son utilizadas por sujetos excepcionales. Empieza a tener logica que la mayoría de personajes de este largometraje no suelan pasar de figurantes, y que la mayoría de la población este medio hipnotizada con la primera estupidez que ocupe sus mentes.
No podría asegurarlo con total certeza pero se que varios de estos personajes de todo este suspense y trágicomedia romántica tiene acceso a toda mi información ya sea digital, académica, médica…, mis dispositivos inteligentes y mi ordenador personal se comportan de manera bastante extraña. Se bloquean constantemente e incluso me tira de programas. La batería de mi móvil a veces se descarga más rápido de lo habitual y estoy convencido de que ejecuta procesos en segundo plano para acceder a mi información incluyendo geolocalizarme, verme o escucharme en tiempo real.
A veces me cuestiono si toda esta incertidumbre es real o es una especie de fantasía ilusoria que me gustaría que fuera real, pero reflexionandolo bien y con la mente fria yo no creo estar tan loco ni tener tanta imaginación.
Me causa gran impotencia querer descubrir el pastel de frente o encontrarme con un hilo con el que poder tirar de la manta y llegar a la evidencia pero me tengo que morder la lengua.
Tener que aguantar este chaparrón imprevisto está fuera de lo que puedo abarcar. Y se me hace muy difícil..

GABRIEL OLEA

Puso el mantel blanco sobre la mesa, con la pulcritud de alguien que disfruta de lo que sabe hacer. Después fue poniendo cada cosa en su lugar: los mantelitos azules individuales para cada comensal, los platos con sus respectivos cubiertos ( el cuchillo a la derecha, el tenedor a la izquierda y la cuchara en la parte superior.) Copas para el vino y vasos para el agua.
¿Cuántos tenía que poner? Los contó una y otra vez, para que no sobrara ninguno pero tampoco tenían que faltar, no vaya a ser que alguno se quedase sin comer por culpa de un descuido o su mala memoria. Todo tenía que estar perfecto, pues todo esto tenía un propósito especial: conmemorar el primer año de su muerte y no quería ser olvida tan fácilmente.
Cuando llegaron sus deudos de la ceremonia religiosa, encontraron la mesa puesta y un escalofrío profundo les recorrió la espina dorsal. «Parece que mamá- dijo uno- no se resigna a estar sin nosotros…»

MARI CARMEN CANO REQUENA

Mente privilegiada…. y digo mente privilegiada porque, aunque pareciera que la mayor parte del tiempo estaba ausente del resto del mundo, algo en su cabecita no paraba de discurrir, cavilar…… era un niño muy especial, parecía que en su pequeño cuerpo habitaba un ángel o ser maravilloso, pues la paz que desprendía estando a su lado o con solo su presencia te invitaba inconscientemente a buscarlo con la mirada y una vez cruzadas te perdías en aquel rio color miel de poderosas circunferencias con pigmentos verdosos que transmitían seguridad, confianza…. algo que no se puede explicar con más palabras de las ya dichas y en consecuencia era difícil salir de aquel remanso de paz que transmitía, pues a pesar de su trastorno psicológico que se caracterizaba por la intensa concentración de su persona en su propio mundo interior, al contrario de otros niños con autismo, el no perdía el contacto y la comunicación con la realidad del mundo exterior.
Tenía tan solo 9 años a punto de cumplir los 10, y estudiaba en un aula especial para niños con trastornos psicológicos de bipolaridad, ansiedad, obsesivo compulsivo…..y os preguntaréis porqué un niño autista compartía clase con estos niños de un nivel de trastorno superior al suyo….. Anthony que así se llamaba, era capaz de sentir y canalizar las emociones que sentían o transmitían los demás y gestionarlas para dar una utilidad distinta a cada una de ellas.
A la mente perturbada y perdida que en su propia agonía se flagelaba haciéndose daño, acababa no pensando en lo que le preocupaba, al ansioso que sólo ansiaba en pensar hiperventilando su propia alma, se relajaba aprendiendo a respirar hondo liberando toda tensión a lo que le llevaba a tener pensamientos positivos…. Todo aquel que dudaba de si mismo produciéndole un inmenso dolor emocional acababa recordando sus virtudes y distraía su atención en un asunto en concreto….. Anthony tenía un propósito en la vida, ayudar a los demás sin recibir nada a cambio.
Y así pasaron los días, los días se convirtieron en meses y los meses en años, y llegada la edad que él eligió decidió salvar al mundo de todos sus tormentos, y en su pequeño piso acogió a todo aquel que de una manera u otra necesitó de él, formándose colas inmensas a las puertas de su casa esperando que la mano de aquel hombre maravilloso los liberase.
Pero aquel día las puertas de palacio no se abrieron dejando una nota enganchada a la puerta que decía…. Llevaré en mi memoria cada palabra de consuelo, llevaré tu corazón cerca del mío y al sentir una ráfaga de viento sabré que eres tu dándome una señal de que aún sigues conmigo…
Pd. Tu hija….

GAIA ORBE

Octubre 2022. Hacía frío y el viento aullaba canciones tristes en mi ventana.
Cinco años antes me habían ofrecido la oportunidad de vivir en la tierra. En realidad, yo lo había solicitado con el propósito especial de probar la vida en el planeta azul. Antes de venir había leído muchos libros de distintos autores y autoras terrestres. Y estaba fascinada sobre lo importancia que le daban al amor. Ellos jugaban con los tonos ocres en los textos melancólicos condimentados con abrigada canela y amarga miel. Los cuentos apasionados eran de fragante rojo carmín pincelados por el blanco anaranjado. Algunos de esos tenían un toque picante de palabras que aceleraban mi deseo. En esas lecturas los músculos se contraían en mi vagina cada segundo, y las luces doradas me envolvían. Alterada mi conciencia en las salvas rítmicas de las letras el placer me atrapaba hasta hacer de mi cuerpo un arpa viva. Pero también olían. Había leído novelas de sabroso café humeando en las tazas de los bares. Y descubrí, en aquellas que hablaban sobre los misterios de la muerte del amor, el aroma de las almendras mezcladas con el de la nuez. Los melosos y frescos azahares en el aire de los guiones de teatro habían cautivado de estupor mi corazón.
Además, una vez encontré entre las obras musicales a un hombre llamado Beethoven que le había escrito, un concierto para violín, a la mujer de la que había estado enamorado. El nunca había hablado con nadie de aquel amor excepto en ese manuscrito. Entonces busqué en las sinfonías y vibré con las cuerdas agudas de las violas. También había derramado mil lágrimas en el sonar cariñoso de los arpegios de los pianos y me había estremecido con el azote de platillos de metal mezclado al sonar trovador de los laúdes. Aventuras tórridas, anhelos profundos ardiendo en las bellas letras me habían convencido de que la tierra experimentaba el amor con todos los sentidos. Sin embargo, hubo algo que en los libros no decían: “La gente de la tierra había olvidado ser feliz”.

ANNERIS GARCÍA

Aquél lugar era un lugar agradable, un sitio que no tenía un olor definido, tenía paredes limpias de un color verde muy singular, que unido a la iluminación tenue conseguía transmitir calma. El mobiliario parecía cómodo, era cómodo, las superficies de los muebles, estaban despejadas, tenían pocos objetos de decoración, los suficientes para que fuese un sitio acogedor.
Había un escritorio de líneas simples, sin cajones encima de ella, descansaba una lámpara dorada con tulipa verde oscura, un cubo pequeño con lapiceros y bolígrafos y un tapete también del mismo color verde de la lámpara. Detrás del escritorio había un sillón de respaldo alto tapizado en un color de un verde más claro, casi gris. La mesa y el sillón estaban encuadrados delante de un gran ventanal que siempre tenía la Persiana a media altura y estaba flanqueada por unas pesadas cortinas en el mismo tono que las paredes. Delante de la mesa había una silla tapizada en el mismo color que el sillón y en el lateral que quedaba libre tenía una fantástica estantería de suelo a techo, repleto de fantásticos ejemplares, había libros de temas muy variados, una colección increíble de novelas históricas y de libros pensados para estimular el pensamiento y la reflexión.
No sabría decir si me gustaba aquél lugar por la paz y la tranquilidad que transmitía o por tener la oportunidad de empaparme del olor que transmitían aquellos maravillosos libros. Pero no iba allí a ojearlos, tenía otro propósito.
En el lado opuesto de la habitación, había un diván de color coral apagado, con un cojín en color crema y una manta en el mismo color, descansaba a los pies de aquél cómodo sillón. La pared de detrás estaba adornada con un cuadro de un paisaje abstracto, en él se podían adivinar palmeras altas con un verde mar como fondo, o eso creía yo. Frente a este diván había un sillón giratorio que tenía forma de U, parecía cómodo, pero nunca lo probé, ese era su sitio.
Él siempre me recibía en la puerta con una sonrisa generosa, sus ojos, a través de unas gafas etéreas, transmitían sinceridad, serenidad, sabiduría, me ofrecía sus manos en señal de saludo amigable. Tenía unas manos fuertes, viriles, curtidas por el sol y la edad. Siempre me dejaba elegir donde quería sentarme, y me preguntaba si quería escuchar algo de música, incluso me ofrecía elegir el tema. En uno de los muebles tenía una colección de vinilos de música relajante, casi todos sonidos de la naturaleza y alguno de música instrumental con sonidos melódicos. Elegía el que me apetecía y lo ponía en aquél tocadiscos que estaba rescatado quien sabe de qué época, pero parecía realmente antiguo.
Una vez que había elegido mi sitio, generalmente el diván, él se sentaba en su sillón en forma de U y me preguntaba amablemente de qué quería hablar, en sus manos habían aparecido por arte de magia una pequeña libreta y un bolígrafo.
Recuerdo aquellas sesiones como algo muy especial, algo que mi mente necesitaba y mi cuerpo agradecía. Fuera de aquellas cuatro paredes se quedaba el caos, la locura, el estrés, los momentos tensos, la carrera de obstáculos en la que se había convertido mi vida. No recuerdo como llegué allí, supongo que alguien me recomendó que visitara a aquél ángel después del fatídico día.
Esa mañana, cuando llegué a la oficina todo parecía diferente, no sé decir exactamente porqué, pero el ambiente olía diferente. Yo venía sin dormir apenas nada porque la noche anterior el hijo de mi vecino no me había dado tregua. Llevaba la falda torcida, la coleta deshecha, la chaqueta abierta y casi descolgada de los hombros, hasta tenía un zapato rojo y otro verde. Sentí las miradas de mis compañeros, ahora sé que aquella imagen debió de ser espeluznante, pero sólo Eugenia había tenido el coraje de acercarse a preguntar si estaba bien.
Ella siempre era una magnífica compañera, mantenía las distancias, pero siempre estaba la primera para ayudar a quién lo necesitara. Era la última persona con la que tenía que haber descargado toda mi furia y sin embargo le tocó a ella. Sin mediar palabra, cogí la grapadora que estaba sobre la mesa y se la lancé a la cabeza, la pobre recibió el golpe sin poder desviarlo, calló redonda, pero yo ni me inmuté, empecé a tirar todos los papeles de aquellos malditos expedientes, arranqué la pantalla del ordenador de cuajo y lo tiré contra la pared, no dejé nada y seguí en busca de más, gritaba como poseída por algún demonio, cuando iba por la tercera, unos brazos fuertes me agarraron por detrás y me sacaron en volandas de aquél sitio. Dentro de mi algo quería soltarse y saltar al vacío de aquél piso 42, movía brazos y piernas intentando zafarme y conseguir mi objetivo, pero Manuel, el compañero de seguridad cumplió con su cometido y me redujo como a un prisionero, pero sin dañarme ni una sola uña. Recuerdo que lo último que vi antes de perder el conocimiento fue a mis compañeros, unos pocos intentando levantar a Eugenia del suelo y el resto arrinconados contra la pared, con caras de auténtico terror.
Después de aquél día estaba todo borroso, el primer recuerdo nítido era una habitación blanca y fría, estaba sola, soñolienta, tumbada en una cama sin ganas de mover ni un solo músculo. Después, nada, hasta la primera consulta con aquella doctora que poco a poco fue tirando de mi hasta conseguir que hablara con fluidez.
Ya habían pasado casi cinco meses, había vuelto a la oficina, todo parecía normal, los compañeros me trataban bien, pero con recelo. Eugenia no me dirigía ni la mirada. Por recomendación de mi ángel le había escrito una carta de disculpas y se la había dejado la tarde anterior antes de salir la última. Sabía que ella llegaba la primera y que cuando yo llegara ya la habría encontrado.
Doctor, creo que necesito un cambio, le dije la última tarde que nos vimos, he decidido cambiar de vida. Ayer avisé a mi casero, he recogido las pocas cosas que necesito y me voy al pueblo. Allí tengo la casa de mis abuelos, lleva cerrada ya 5 años, pero con un pequeño lavado de cara será la casa perfecta para empezar de cero. En la oficina descansarán cuando me vean partir, ya no habrá una loca merodeando por allí. Ayer hablé con mis jefes y lo entienden. A partir de mañana solo tengo una obligación, ser feliz.

ASAPH FERNÁNDEZ

La serpiente blanca
—Recuerdo que alguna vez mamá dijo: 《para cada hombre, Dios tiene un propósito en específico y es el deber de cada hombre, buscar y atender el propósito que Dios ha preparado para él》…
Frente a él un hombre de mediana edad, miraba por encima de sus lentes de montura, cada detalle, cada gesto de su rostro, mientras sostenía en su mano un bolígrafo de tinta azul con el cual, de vez en cuando, hacía el amago de anotar algo en su pequeño cuaderno.
—…creo que ella tenía razón, todos pertenecemos a un engranaje, a algo mayor a nosotros mismos, y ese algo hace que este mundo se mueva para que todos alcancemos el propósito por el cual fuimos creados.
En resumen, cada uno debe de buscar su propósito en la vida ¿no lo cree así inspector?.
El hombre se limitó a mirar al joven fijamente y apuntó algo en su libreta, sin dar aprobación pero tampoco rechazando sus razonamientos.
—Siendo aún niño, mamá me llevó a la feria, —dijo mientras permanecía con la vista perdida, como si las imágenes se materializarán como espectros esperando el momento de ser nuevamente invocados— había payasos y animales amaestrados, personajes de ensueño y un carrusel con corceles de plástico recién pintados, era todo un mundo de fantasía.
—Hábleme un poco de su madre —dijo interrumpiendo aquella ensoñación en la que el joven se iba sumergiendo.
—Pues… ella se veía muy feliz. Por un momento se había olvidado de que padre se marchó lejos, muy lejos de nosotros para rehacer su vida con una de sus amantes. Aun no entiendo por qué se fue de nuestro lado, mamá lo amaba mucho y yo pues…
El muchacho no paraba de tamborilear con su pié mientras hablaba con cierto nerviosismo reflejado en su rostro. Sus manos delgadas, huesudas, se abrían y cerraban jalando la tela de sus pantalones mientras sus rodillas subían y bajaban en un carrusel de emociones encontradas.
Ambos permanecían solos en la sala de interrogación; el joven desvió la mirada hacia el gran panel de cristal, cómo si pudiera mirar dentro de éste, y comenzó a decir:
—Esa noche algo cambió mi vida para siempre.
El hombre lo observaba minuciosamente; cada palabra quedaba registrada en la pequeña libreta y esta podría ser usada a favor o en su contra, así se le había advertido desde un inicio.
—Mientras mamá compraba algodón de azúcar, solté su mano para ir detrás de un pequeño conejo que se escabulló por las faldas de una de las coloridas carpas.
—¿Y qué más ocurrió?
—Dentro del lugar había una anciana cenando algo que olía delicioso. El pequeño conejo se colocó junto a ella y me pareció que podía entender todo lo que la anciana decía:
—¡Por Dios has traído un invitado!, sería una grosería no convidar con él nuestros alimentos ¡¿verdad?! –dijo guiñandole un ojo, y aunque parezca increíble lo que diré a continuación, el conejo asintió y a modo de aprobación movió de arriba a abajo la cabeza.
La anciana tomó un tazón de entre sus enseres y me invitó a comer de aquella sopa que tenía un extraño sabor como nunca lo había probado. Aún así terminé comiéndola. No sé cuánto tiempo estuve con ellos mientras mi madre buscaba desesperada por todo el lugar con la ayuda de los encargados de proporcionar la seguridad del lugar.
—¿Quién era esa anciana? —preguntó el hombre corpulento, echando una mirada disimulada al reloj de pared.
—Jamás lo supe– respondió de manera tajante. —Ella solo me contó historias acerca de sus viajes por el mundo y de las fantásticas cosas que había visto. También de su vida en la feria y de los maravillosos lugares a donde esta la había conducido, pero de su nombre o de donde había venido, no lo tengo claro; a veces quisiera creer que todo ha sido un sueño…
—Un mal sueño diría yo
—Claro, un mal sueño, sin embargo, una de sus historias fue la que más me inquietó.
—¿Cuál?
—Según ella, un día un mercader le obsequió un frasco con una serpiente blanca conservada en alcohol. Según el mercader, aquel que comiera del cuerpo de la serpiente obtendría el don de entender el lenguaje de los animales (podría comunicarse con ellos y a su vez ellos con él). Y quien bebiera del brebaje en el que permanecía conservada la serpiente obtendría el don de hablar con las almas de los que han muerto.
Al hacer mención de esto último la sala quedó en silencio, el joven miraba de soslayo el reloj de pared que con su tic tac parecía negarse a guardar ese silencio sepulcral. El bolígrafo del hombre se unió al repiqueteo del reloj y el joven se sintió comprometido a continuar con su relato.
–Según me dijo la anciana, el alcohol en que estaba preservada la serpiente contenía su esencia, el alma condensada de la propia serpiente. Yo ignoraba que la mujer había compartido conmigo aquel brebaje dentro de la sopa, hasta que dijo: «Tu sentido auditivo tomará una nueva forma de escuchar las cosas, pronto lo descubrirás. Pero nunca debes hablar de esto con nadie, a menos que estés listo para ser parte de esas voces que han sido acalladas por la muerte».
—¿Y se cumplió lo que dijo la anciana?
—No puedo asegurar que ella haya muerto por haber hablado de algo que «según» no debería haberlo hecho, confieso qué jamás volví a verla. Aunque también debo confesar que en aquel momento no creí a sus palabras; en ningún momento comprendí lo que le susurraba aquel conejo cuando ella le acercaba su oído para escuchar lo que él tenía que decirle.
—¿Y sobre las almas? ¿pudo escuchar a las almas que fueron acalladas por la muerte?
El joven se sobresaltó al escuchar la pregunta; en sus propios labios, aquellas palabras no generaban el mismo efecto que lo hacían desde la boca de alguien que no fuera él mismo, le produjeron un cierto terror el solo mencionarlas. Sacudió esos pensamientos y continuó diciendo:
—Algunos años después mamá murió a manos de una pareja de asaltantes, los cuales nunca fueron detenidos. Juré ante su tumba que algún día los haría pagar por lo que le habían hecho. Fue ahí, ante esa tierra de la que clamaba sangre inocente, cuando di por cierto lo que dijo la anciana y también a lo que un día me dijera mi madre; muy lejos pero también muy nítido escuché su voz que me suplicaba… que me rogaba, desde algún lugar etéreo, que se hiciera justicia por su sangre derramada. Fue ahí cuando entendí mi propósito: yo tomaría la justicia en mis manos y daría a cada quien y a cada cual su pago conforme a sus obras. Sería la espada de Dios y las almas que pedían justicia un día me lo agradecerían. Esa voz me condujo hasta sus verdugos —el hombre corpulento subrayó algo en sus notas—. De alguna manera vi que sus manos seguían manchadas con la sangre de mi madre, cómo si el crimen fuera reciente o como si su sangre al igual que sus actos fueran algo imborrable. No me animé a hacer justicia de inmediato, aun era muy joven para hacerla llegar de mi propia mano. Así como escuché la voz de mamá, otras voces acudieron suplicantes a mí, voces que se fueron aunado a muchas otras más dentro de mi cabeza.
—¿Otras voces? ¿De quienes?
—La primera fue la de una joven victimizada por tres jóvenes abusivos que le jugaron una broma de muy mal gusto. Ella siempre llevaba colgado en su pecho un relicario que era el único recuerdo que sus padres le habían heredado; los sujetos de los cuales hablo, muy vilmente, arrojaron ese objeto, de alto valor para ella, al río donde ella terminó ahogada al querer recuperarlo. Su cuerpo fue encontrado a dos kilómetros del puente Buenos Aires, hinchado por toda el agua que se filtró dentro de su cuerpo.
El hombre corpulento acercó unas hojas que permanecían en la esquina de su escritorio para que el muchacho las viera. Eran las fotografías de 3 jóvenes con los ojos completamente desorbitados y una bolsa de plástico cubriendo su cabeza. “Muerte por asfixia” decía la descripción al pie de cada hoja.
—¿Ellos fueron quienes dices que asesinaron a la joven? —preguntó acercando las fotografías.
—Es lo que ella me ha pedido —respondió el muchacho, sin mirar las imágenes presentadas —…que sufrieran lo que ella había sufrido. A decir verdad parecían peces fuera del agua retorciéndose en el suelo, pobres e infelices peces retorciéndose en el suelo– repitió dibujando con el dedo la figura de un pez imaginario sobre la mesa.
El hombre anotó en su cuadernillo: “confirma la identidad de las víctimas”, luego preguntó:
—¿Hubo más voces?
—¡Claro que hubo más voces! Siempre hay más…– dijo clavando la mirada en el rostro de su interlocutor que parecía dudar su cordura.
—La segunda fue la de una mujer que fue enfermado por el exceso de trabajo al que era sometida. Había cargado con tantas labores a sus espaldas y durante tanto tiempo, que la pobre sufrió un derrame cerebral que la condujo hasta su muerte. Horrible ¿no lo cree? Literalmente trabajó hasta morir, al igual que lo hacen las hormigas. Llenando los bolsillos de un hombre que se enriqueció a costa de su salud y su trabajo.
El hombre corpulento, se estiró nuevamente para alcanzar una carpeta con una fotografía y un informe. Esta vez la imagen mostraba a un hombre con un traje negro manchado de sangre. En el informe se señalaba que la causa de su muerte había sido por una lesión cerebral traumática, literalmente habían machacado su cráneo con un bate de baseball hasta dejarlo irreconocible.
El muchacho miró la foto inexpresivo y continuó su relato.
—La tercera voz fue la de un hombre de edad avanzada. Se lamentaba haber criado con tanto esmero a sus dos hijos que terminaron siendo unos malagradecidos; lo despojaron de sus bienes y lo abandonaron en una casa en las afueras de la ciudad para luego dejarlo morir de hambre.
El hombre corpulento hizo un par de notas más y se levantó. Rodeó su escritorio, donde una placa señalaba: Inspector Eduardo Valenzuela. Departamento de Homicidios. Tomó una nueva carpeta, sacó dos fotografías que también puso a la vista del muchacho y éste las miró pero con la misma indiferencia que a las primeras. En ellas se podía ver a dos hombres jóvenes a los que se les había sacado los ojos con una cuchara común y corriente. En sus cuencas vacías se encontró un par de monedas de oro con un bajorrelieve de la celebración del «II centenario de la independencia» en cada uno. Junto a los cadáveres había una pintura invaluable llamada: «El niño de las manzanas doradas».
—Cría cuervos y te sacarán los ojos –dijo de manera indiferente.
El muchacho, de 23 años, hacía unas cuantas horas había sido entregado a la policía por una llamada anónima, a lo cuál se declaró culpable de siete asesinatos. Sosteniendo que lo que había hecho no estaba mal, sino que las circunstancias lo habían llevado a hacerlo.
Un agente de la policía entró en la sala y llamó al inspector para confirmarle que las víctimas tenían lazos sanguíneos entre sí, todos venían siendo familia del perpetrador. Este regresó a la sala de interrogación para escuchar lo último que tenía que decir el joven asesino.
—Los verdugos se han convertido en víctimas. Solo así hice pagar a la pareja que arrebató la vida de mi madre–
Sin embargo, la pareja de la que hablaba nunca fue encontrada. Tampoco fue reportada alguna desaparición y nadie proporcionó mayores datos, entonces el inspector preguntó:
—¿Porque asesinaste a tu propia familia?–
—Ya lo he dicho detective, las voces me han pedido que lo hiciera. Al parecer usted no ha escuchado aquella frase que dice: Y AQUELLOS QUE FUERON VISTOS BAILANDO, FUERON CONSIDERADOS LOCOS POR QUIENES NO ESCUCHABAN LA MÚSICA– dicho esto último comenzando a reír frenéticamente intentando ocultar el nerviosismo de un inicio.
El joven fue encerrado en una celda de confinamiento y se expidió una orden para poder allanar su departamento en busca de más pruebas. Dentro del cateo realizado a sus pertenencias se encontró un frasco con una serpiente blanca conservada en alcohol. Antes de dar la orden de ser trasladado el detective le preguntó:
—¿Si en verdad esto funciona –refiriéndose al brebaje de la serpiente blanca– no escucharás las voces de la gente que asesinaste?
—Ya lo he mencionado antes detective, la anciana me advirtió que no hablara de esto a menos que estuviera listo para morir, y morir no sería lo peor que me pueda ocurrir, lo peor es seguir escuchando estas voces que acuden a mi cabeza, aún las de aquellos que han muerto por mis propias manos.
El detective había escuchado aquel relato de la serpiente blanca, pero no recordaba donde. Mientras leía en su despacho el testimonio del joven encontró la similitud con el cuento de los hermanos Grimm, sí, no cabía duda, de eso se trataba. El joven mencionó a los peces que el protagonista del cuento había ayudado, también a las hormigas y los cuervos, —todo indica que se trata de un caso de enfermedad mental– dijo para sí, —mañana comunicaré a mis superiores lo que he descubierto.
El guardia que custodiaba la celda escuchó un grito ahogado que venía desde dentro. Se asomó por la mirilla y vio que el asesino se retorcía en el suelo imitando los movimientos de una serpiente arqueando la espalda y el resto de su cuerpo. Además de llevarse las manos al cuello como si se estuviera ahogando.
Abrió rápidamente la puerta para ver qué era lo que ocurría, cuando entró ya era demasiado tarde, el joven permanecía sin vida con la boca completamente abierta. Dentro de ella, en lugar de lengua, colgaba la cola de una serpiente blanca muy similar a la que habían confiscado con sus otras pertenencias.
Acudió al teléfono para comunicar lo ocurrido y su sorpresa se agravó al encontrar el frasco, que contenía la serpiente blanca, tirado en el suelo. De la serpiente y el alcohol no había indicios, era como si hubiese escapado sin dejar rastro alguno.

CARLOS RODRÍGUEZ

DOMINGO
El día amanecía gris y melancólico, como suelen hacerlo los días del otoño en esta tierra gallega. Las nubes amenazaban desde el plomizo cielo con comenzar a llorar en cualquier momento. Pero era domingo y eso lo cambiaba casi todo.
Sonó el despertador y nada costó que saliera del cálido abrazo del edredón, y es que era domingo, y no importaba que apenas estuviese amaneciendo en ese momento.
Una ducha comenzaba el protocolo dominical, un café y algo dulce para acompañar la negra y amarga bebida, que hoy no importaba que casi se hubiese quedado frío, total … era domingo.
Una mirada al reloj, y un empujón a las últimas cosillas que debían entrar en la mochila, seguro que algo se habría quedado atrás, algo se habría quedado olvidado, pero ya no importaba, era domingo.
Una carrera, tres tropiezos al bajar las escaleras, un patinazo en el recién fregado suelo del portal del edificio y el gran porrazo contra la pared, pero nada de aquello importaba pues era domingo.
Sí, era domingo, y ni el cuerpo aún dolorido del golpe, la seguridad de que algo faltaba en la mochila, las ojeras del madrugón y las amenazadoras nubes borrarían la sonrisa de mi cara.
Por fin había llegado el domingo, toda una semana esperando este momento, una semana de impaciencia y resignación que por fin llegarían a su fin.
Era este el día en que salía de la aburrida rutina diaria y me sumergía en la frondosidad de los bosques, cuando mis botas recorrían aquellos senderos hoy casi olvidados y que otras fueron esencial elemento en la cotidiana vida de nuestros ancestros.
Aunque esto me hacía feliz, no era este el propósito de mis dominicales escapadas, los domingos tenían un propósito especial… verla a ella, su sonrisa, sus ojos, su pelo, su cuerpo… escuchar su voz, su risa cada vez que de mí boca salía alguna tontería.
¿Cómo era posible que después de tanto tiempo, de tantos kilómetros compartidos, de tantas horas de charla, todavía no fuese capaz de decirle lo que su mirada provoca en mi?
Y aquí estoy, un domingo más esperando que su sonrisa oculte las nubes y sus ojos hagan brillar el sol.

ARCADIO MALLO

Ha vuelto la ansiada lluvia. En Galicia la echábamos de menos y ya está de más. Después de tantos meses de sequía ya nos habíamos olvidado de la humedad que nos caracteriza. Incluso empezábamos a perder esa melancolía que nos imprimen días como estos, en los que una niebla pegajosa lo envuelve todo y, sin que parezca llover, moja hasta el rincón más oculto. Las ventanas se llena de bao. En el baño parece que alguien se está duchando de continuo, los azulejos chorrean. Y fuera, no se ve más allá del jardín. Se intuye. Se adivina el perfil de las siluetas de las casas vecinas, pero sin la seguridad de que sigan ahí. Es pronto para encender la chimenea, no hace frío. Al mismo tiempo, esta humedad pétrea, tan nuestra, te congela hasta los huesos. Pero es otoño y esto, nos guste o no, es lo propio. Caminos embarrados, llenos de hojas secas y castañas, los colores ocres propios de los bosques caducifolios, el silencio y la calma de la naturaleza, que parece recoger todo para prepararse para el invierno.
Sentado en la terraza, respirando todo este ambiente, me saltan a los ojos lágrimas que luego nunca lloro. Es como si me amenazasen y nunca cumplieran. Pero siempre, principalmente en esta época, me genera un propósito especial: escribir mi primera novela. De hecho, acabo de ir a dentro por papel y lápiz para empezar con el borrador. Hoy, me temo, serán letras de morriña, de tristeza en suspensión, con las que intentaré describir todo ese batiburrillo de sensaciones y emociones que me hierven por dentro ahora mismo, contemplando eses gotas de lluvia que se niegan a tocar el suelo. Parece que van a quedar suspendidas eternamente. La historia se va a desarrollar en una aldea de tradición rural. Empezaré ambientando ese lugar que tan bien tengo fotografiado en mi cabeza, esas casas que yacen ya en ruinas, igual que el cementerio que cobija a sus dueños. Siento esa sensación de impotencia, de injusticia, de olvido. La misma que sintieron sus habitantes cuando tuvieron que irse a América en busca de fortuna, dejando atrás casa y familia. Y más miseria trajeron la mayoría. Y al final, para que todo, su memoria incluida, quede enterrado en el olvido
Golpeo el lápiz contra la hoja en blanco. Me distrae un ruido fuerte entre la niebla. La vecina que ha salido a tirar la basura. Intuyo su silueta entre la espesura de la niebla. Miro la hoja. ¡Con todo lo que tengo para escribir! Quizás, las ideas, al igual que las gotas de lluvia, en días como hoy, caen densas, pero se quedan en suspensión, sin llegar nunca al papel. Inerte propósito el mío. ¡Y eso que era especial!

ANGY DEL TORO

EL FUTURO ES HOY
Me encontraba a una altura superior a 500 metros, en el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo. Toda una gran ciudad bajo mis pies. Vibra el móvil y salgo de mis pensamientos, respondo, es mi jefe que una vez más interrumpe mis vacaciones. La semana laboral había sido sobrecargada de trabajo y luego de haber deshecho mi matrimonio decidí poner distancia entre nosotros. Viajé a Dubái como quien dice, para desconectar e ir en busca de nuevos horizontes.
— Sí, diga usted, ¿El Museo del Futuro? ¿Qué debo visitarlo? ok, enviaré el reporte apenas finalice.
Este hombre no se da cuenta de que es viernes, ni idea de cómo supo vendría a Dubái, se me ha complicado el fin de semana. — comentaba en voz alta y ni cuenta me daba de que estaba en la terraza superior de la Torre. Un chico cargado de cuadros pasó por mi lado, miró de soslayo y se acercó.
— Disculpe, la escuché y me alegra encontrar en este rincón del mundo personas de habla hispana.
— No se preocupe, más bien creo que me va a ayudar. ¿Sabe cómo llegar al Museo del Futuro?
— Sí, de hecho, en un rato parto para allá. Es un edificio representativo y compruébelo por usted misma, recién he pintado su fachada.
— ¡Increíble! es precioso.
— Todo un andamiaje de siete pisos y sin columnas. Hoy presento una exposición en ese lugar, ¿Me acompañaría?
Caía la tarde cuando nos encontramos en la puerta del museo, impresionante fachada de acero inoxidable. Te diré que, al ser el expositor puedo traer invitados y es por ello que tendrás acceso esta tarde. Las entradas están vendidas hasta el 4 de noviembre.
— Increíble, que suerte la mia, el haberte encontrado facilitará mi propósito.
— Encantado de serte útil y de que además, tu rostro se haya iluminado con tan bella sonrisa. Aquí podrías imaginar el futuro, solo déjate hipnotizar por esta maravilla de la ingeniería que a la vez, es tradicional y futurista. Un sueño inimaginable llegar al futuro y hacerlo tangible.
— Háblame de esa caligrafía. ¿Qué significa?
— Son inscripciones árabes en el exterior, un verdadero placer visual que además de acentuar su belleza, realza la estructura del diseño. En los interiores actúa como ventanas por la que entra la luz del sol. Se leen citas y te diré las que más me han gustado. «El futuro pertenece a quienes pueden imaginarlo, diseñarlo y ejecutarlo». «El futuro puede diseñarse y construirse hoy».
Luego de haber admirado este edificio de setenta y siete metros, mientras mi nuevo amigo atiende a sus invitados, me hago a un lado y escribo una nota a mi jefe.
««El Museo del Futuro es una maravilla arquitectónica capaz de deleitar la vista y tranquilizar la mente. Impresiona de solo observarle. Es la última adición a los altísimos rascacielos que lo acompaña, un centro de esperanzas e innovaciones para el futuro. Esta estructura es toda una proeza de la ingeniería moderna»».
Si lo deseas, continúo trabajando desde acá. Gracias por confiar en mí para un propósito tan especial.
Saludos de, tu reportera favorita.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Tengo un propósito, no se si especial, pero importante para mi.
Cuando conocí a María me enamoré, desde entonces procuro que siempre sea feliz.
Pero la vida es como es.
No siempre pude estar a su lado físicamente.
Ahora, desde donde estoy, la protejo, cuando siento qué esta triste por qué me fui, intento qué algo le haga feliz.
Es mi propósito.
Hacerla feliz.

EL FARO

“Cuando se sabe que no habrá sol, uno ya tiene la firme idea de aprontar el abrigo. Lo seguro tiene un atajo hacia la defensa, uno llega preparado al desencanto.
No hay resquemor, ni amargura..es una aceptación desabrida, pero menos dolorosa.
Es como preparar el cuerpo para maratonicos desafíos y entender que esta vez..no va a pasar.
Es encontrar el juguete y dejarlo ahí..saber de antemano, que no es para vos. No hay fiesta de cotillón, ni baile carioca.
Uno se confunde en esa manada donde todos buscan una porción de cariño, y se pierde.
Y de tanto perderse ata hilos de colores en los caminos así vuelve a los lugares conocidos. Donde esconderse.
La sapientísima edad del que resigna. Uno se propone no querer.
Un resignado a su fatalidad es un erudito que casi no llora. Vive con escudo.
Pero el amor..¡ay el amor! es un explosivo.
El detonador es primario, acciona y sucede.
No necesariamente entran dos en la circunferencia de la onda expansiva. Entonces toda esa química crece en uno, se infla como pochoclo en olla caliente.
El amor es personal y único. Una emoción particular inflamada en el corazón y la cabeza, que magnifica y sale, no importa si es boomerang, no importa si retorna..trasciende.
Y se nota.
Y el propósito?
Era un plan sin fundamento, una determinación floja de papeles, un chiste viejo..
todos queremos morir de amor de vez en cuando, mientras transcurre la vida.

RAÚL LEIVA

UN PROPÓSITO ESPECIAL
Jueves – 6:34 PM
Se despertó con un tremendo dolor de cabeza. Miró a su alrededor, no reconocía el lugar, pero se le hacía familiar, como si hubiera estado antes allí. Se miró las manos, le ardían mucho, no había señal de haberse quemado o algo parecido. Sobre la mesa había un vaper, una nota, varios vasos vacíos y un Ipod. La nota decía en una letra casi ilegible “Fumar el vaper y pulsar PLAY en el reproductor”. Las piernas acalambradas le dolían de tanto estar inmovilizada, el estómago le sonaba constantemente con una sensación de vacío de días. Calzó los auriculares, aspiró profundo cuatro veces y pulsó PLAY.
La canción de Radiohead solo le recordaba el día que su novio la había dejado plantada en el altar seis años atrás. Ese día se abrieron las puertas de la iglesia y la canción sonaba a pesar de la insistencia del sacerdote.
***************************
Cuando estuviste aquí antes
no te podía ver a los ojos.
Eres como un ángel,
tu piel me vuelve loco.
Tu flotas como una pluma
en un mundo hermoso.
Y yo desearía ser especial
tu eres tan malditamente especial
****************************
Esta estrofa que la había cautivado en su momento ahora la que aborrecía y paradójicamente consistía en el único recuerdo que le daba seguridad. Se sacó los auriculares y con la cara desencajada gritó el nombre de su novio, tal como lo hizo aquel día en la iglesia. Su voz retumbó en la casa solitaria, los vidrios y las paredes le devolvían la sensación que algo no se encontraba del todo bien. Buscó con desesperación un teléfono, una llave para la puerta, algo con qué romper los vidrios de la gran ventana para poder pedir ayuda. Se agitó y su cabeza le comenzó a doler más aún. El mareo fue seguido de una blanda caída, las patas de la mesa se veían enormes desde esa perspectiva. Intentó levantarse varias veces sin éxito y la garganta había llegado a su límite, el cuerpo se había puesto pesado y le dolía cada músculo. Un sonido metálico sonó en alguna parte de la casa y sus ojos buscaron con desesperación algo que le sirva para defenderse, fue entonces cuando vio unos tacones que se acercaban.
—¡Así que la princesa se despertó y siguió las instrucciones! ¿Sabrá que le quedan menos de dos horas de vida? —le dijo una voz rasposa que se le antojó familiar.
Con mucha dificultad levantó su vista para descubrir con horror una cara que le costó reconocer bajo el grotesco maquillaje. El macilento rostro de su ex pareja se le reveló cuando se quitó los gruesos anteojos de sol.
—Costó encontrarte querida. Se mudaron mucho y a mí no me fue fácil abrirme paso. ¿Cómo andás? ¡Tanto tiempo! —Se volvió a colocar los anteojos, sentó a la muchacha en la silla, se situó detrás de ella y le colocó un cuchillo en el cuello mientras que con un celular tomaba una selfie. —Papi se va a poner feliz cuando vea que su hijita está viva.
La muchacha trató de hablar y de mover sus manos, solo consiguió articular un gesto de dolor y llorar con pocas lágrimas y algunas convulsiones. El muchacho comenzó a redactar un Whatsapp y lo mandó.
—¡Ya está querida! Papito sabe dónde está la nena. Seguro va a venir con su capa de superhéroe a rescatarla, como lo hizo aquel día. ¿Te acordás? ¿No? ¿No te contó papito lo que hizo? ¡Ohhhhh!
Ahora la muchacha lo miraba extrañada. Sus ojos se habían abierto lo más que podía.
—Antes que nada, lo que aspiraste es un gas paralizante mentolado. No es ningún veneno. ¡No, no, no, no! Sí, te dije que te quedaban dos horas o menos de vida, eso es cierto, pero no te envenené como en esas películas básicas de engaños y venganza, ni te voy a matar yo, nada de eso.
El muchacho comenzó a quitarse la peluca y el maquillaje. —Como te decía, estuve buscándote mucho tiempo, me tuve que ir de la ciudad por un tiempo. Tu papito y tus primos, ¿te acordás de ellos? bueno, ellos me llevaron la noche anterior de “despedida de soltero”. En lugar de diversión, me drogaron y me golpearon todo lo que se les ocurrió. No contentos con ello, me vejaron. ¡Sí! Papito y los otros degenerados me violaron encapuchados mientras filmaban todo, y luego me amenazaron con mostrar el video si no desaparecía para siempre.
La muchacha estaba totalmente desarmada, no daba crédito a lo que escuchaba. Lo miraba y notaba mucha tensión en el aire mientras se quitaba el atuendo femenino. El muchacho parecía sincero, sin embargo, seguía con su cometido. La joven tomó mucho aire, recurrió a todas sus fuerzas y pudo por fin decir —¡Perdón!
El muchacho casi desnudo se detuvo, la miró directamente desde sus lastimados ojos.
Luego de un largo minuto le dijo:
—¿Sabés qué? Te perdono. Porque vos no sabías nada a lo mejor. No te guardo ningún rencor, te lo juro. Vos sabés que no soy un mal tipo, y que nunca te haría daño. Pero a mí me lastimaron y mucho, lo hicieron física y moralmente. Lo peor de todos es que me quitaron de tu vida, no me dieron ni siquiera la posibilidad de despedirme. Me separaron de mi vida, de mis amigos, de mi trabajo. Tuve que volver a empezar en otro lado, con otra cara, con otro nombre y la escasa dignidad guardada en el bolsillo, no pudiendo armar nada con nadie. No pude buscarte, no tengo vida, no tengo nada ni a nadie. Me quise matar y ni siquiera el coraje me quedó. Mi madre murió y no pude volver a despedirla. ¡No te debés dar una idea de lo que es eso! Pero te perdono porque de esto que pasó quiero creer que no sabías nada. El que sí sabía es tu papito, el policía, el dueño de la moral y las buenas costumbres. A él sí que no lo voy a perdonar nunca. Si le jodía que su hija anduviera con un falopero recuperado medio morochito, lo hubiera hablado con vos. Por suerte esta vida es una sucesión de errores aleatorios, y un día te descuidaste y saliste en la televisión. Te reconocí y ahí encontré un propósito en la vida, después de esto no voy a existir más.
Mientras decía este argumento, el muchacho iba poniéndole la ropa que traía puesta él a la muchacha. Ella solo podía llorar y mover sus ojos. La estaba disfrazando, lograba que con maquillaje se pareciera a él. Fue a la habitación contigua y trajo a otra muchacha desmayada de la misma contextura que su ex pareja. Poco a poco la vistió con la ropa de la muchacha paralizada. La colocó sentada en un banquito delante de ella y le colocó un cuchillo copiando la selfie que se tomó minutos antes. Le hundió lentamente el filo en el cuello y los ojos de su ex pareja lloraban copiosamente corriendo el maquillaje.
—Como verás, tuve que cargarme con la vida de una chica inocente para que esto funcionara. Ya ves, no te toqué un solo pelo, no te hice daño alguno. La muchacha fue un daño colateral, sin dudas otra víctima de esta sociedad, no ofreció demasiada resistencia cuando la traje.
Juntó el vaper, el Ipod y todo lo que había tocado. Limpió las huellas y puso todo en un bolso. Se vistió discreto y puso la música a todo volumen. Dejó las luces bajas y las ventanas casi cerradas.
—Bueno princesa, te dejo. Después del wathsapp que le mandé a tu familia, seguro va a venir papito a rescatarte, eso sí, siempre y cuando venga calmado y pueda diferenciar cuál es su hija y no pierda la cordura. Ahora si sigue tan violento y loquito como siempre, no se va a poner tan detallista a la hora de empezar a los balazos “en nombre de la ley”, como siempre dice cuando hace un allanamiento. A partir de este momento somos dos desconocidos, no depende de mí tu destino sino de “un hombre cargado de buenos propósitos en busca de la justicia”, como dice su perfil de wathsapp. Adiós princesa, suerte con papito.
Y se fue cerrando la puerta mientras se escuchaba un auto doblar a dos cuadras a toda marcha con la sirena encendida.

NIEVES MARTÍN

El viejo se quedó mirando la nada. Su ojos, que osaron ser azules en la juventud, se habían vuelto opacos y ya estaban cansados pero seguían viendo más allá. Más allá de los árboles cubiertos de nieve y la escarcha sobre la roca, más allá del cielo oscurecido por las nubes y mucho más allá de las máscaras de hielo que los visitantes vestían sobre sus sonrisas.
Él sabía por qué sonreían.
En el fondo realmente sabía lo que pensaban. Y lo que querían.
Querían sus historias.
Por las noches, poco después del atardecer, podían oírse sus pisadas sobre la nieve acercándose a la cabaña, envueltas entre susurros temblorosos de emoción. Venían a conocer al viejo, al mítico abuelo que en soledad vive y en soledad muere, aquel cuyo conocimiento de la leyenda había devorado su identidad por completo.
Eran jóvenes, adolescentes, que perseguían la famosa leyenda de la mujer nacida de la nieve. Hermosa y rodeada de misterio solo se conocía de ella algunas borrosas imágenes y algunas historias de fantasmas poco creíbles. Y, según el conocimiento de aquel ermitaño solitario no había nada más que explicara la enorme atracción que todos aquellos muchachos sentían por ella.
De vez en cuando salía a hablar con los visitantes, escopeta en mano. El suyo creía ser un país libre y la presencia del arma entre sus guantes estaba justificada. El hombre respondía a sus preguntas con voz grave, poco usada, mirando siempre al cielo cuando finalizaba el relato. Y luego, cuando solo oía silencio, bajaba la mirada y siempre los veía marcharse, sin hacer preguntas ni darle las gracias. Durante mucho tiempo fue un huraño amable, una figura paradójica.
Pero el viejo estaba cansado. Harto de aquel teatro.
Así que un día de octubre decidió embarcarse en un nuevo propósito: Que sus visitantes le devolvieran la palabra.
Aquel atardecer salió con su fiel escopeta y esperó la noche sentado sobre una gran roca. Nevaba y pequeños copos de nieve pronto cubrieron los hombros de su chaqueta, helando de frío su cuerpo.
Cayó el sol y se extendió la noche.
Pero los visitantes no aparecieron.
El viejo esperó pacientemente allí sentado, mirando la nada. Las horas pasaron y el sonido de las pisadas no volvía a sus oídos. Llegó el sueño y sus ojos se cansaron de esperar, dejándolo dormido en aquella extraña situación.
Una voz lo despertó y su primer impulso fue apuntar con la escopeta a algún lugar.
A su alrededor los visitantes aguardaban.
El silencio era pesado, lleno de inquietud. Por un momento, el viejo creyó que habían adivinado el pensamiento, averiguando su pequeña treta.
Hasta que una mujer se acercó y le acarició la cara.
Su cabello era oscuro, como sus ojos y su piel pálida y fría. Toda ella era frío.
Los niños que venían con ella acudieron a su lado y quedaron allí, observando.
El viejo contó una vez más la historia, cambiando esta vez el final. Al acabar, esperó pacientemente a que los visitantes le dijeran algo pero solo le respondió el silencio. Siempre el silencio… como si el destino se empeñara en recordarle que todo era una ilusión.
Hasta aquel momento.
Él sabía bien que no iba a escuchar palabra alguna. Que los visitantes hacía tiempo que se habían marchado, dejándolo solo en aquel lugar. En la roca en la que se sentaban juntos para ver jugar a sus niños ahora aguardaba él solo, contando historias a la noche silenciosa e inventado personas invisibles que suplieran el lugar de su familia perdida.
Y con un suspiro, mientras el alba bañaba su pelo canoso, el viejo miró la escopeta.
Ahora tenía un nuevo propósito especial: ir a la búsqueda de su esposa e hijos en el más allá, buscando de nuevo la música de sus voces.

BORJA AJ

LA MUERTE ES UN ASUNTO SUCIO
Escrito Por
Borja AJ
Antes de cumplir los treinta años de edad, la existencia le arrebató a su madre sin ningún ápice de compasión.
Amaba a esa mujer tantísimo como ella a él. La relación que tenían era muy profunda y cuando murió en sus brazos, sintió que una sierra le desgarraba el corazón y que sus entrañas se envolvían en una espiral de locura incapaz de soportar. Pudo sentir cómo se apagaba, cómo su cuerpo se quedó frío, e incluso pudo cerrarle los ojos a la mujer que le había traído al mundo.
»Soy huérfano de madre», pensó Butch. »Se ha ido para siempre. Mi reina, la más bonita de todas se ha ido para siempre. Y lo ha hecho en mis brazos. He estado con ella hasta el último momento. Ella me sostuvo cuando vine a este mundo y yo la he sostenido cuando se ha ido. Muchas gracias por todo, mi vida. Muchísimas gracias».
Murió en paz y en su casa. Durante todo el momento hasta el deceso, Butch sonrió. La sonrió para mostrarle que tenía toda su fe puesta en que estaría en algún lugar en el que no sintiera ningún dolor ni sufrimiento.
En cambio, la hermana de Butch, Gwendy, no paraba de llorar y ni siquiera pudo despedirse de su madre, pues tuvieron que llevársela para darle un tranquilizante. La ansiedad que había acumulado los días antes de la muerte de su madre y el mismo día, habían podido con ella y no aguantaba más.
Carogelo, el padre de ambos hermanos, se quedó sin palabras. No supo qué decir. Ni siquiera supo qué sentía. Sólo supo que le costaba respirar y que su cuerpo se había quedado sin aire. Era tan sorprendente cómo la enorme cantidad de momentos que había vivido con aquella mujer se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. Bastó un segundo para cambiar toda su vida.
Butch fue la única persona que no lloró en el funeral. Al final, su padre también sucumbió y no aguantó el tipo. Era demasiado. El amor de su vida estaba bajo tierra y ya no había nada que la pudiese sacar de allí. Saberlo le daba escalofríos.
Los llantos y gemidos de dolor inundaron el cementerio de una agonía asfixiante.
Tras la muerte de su madre, Butch iba todos los días al cementerio. Aceptaba la muerte por su pensamiento existencialista y nihilista y no creía en la parafernalia que creaban las religiones en torno a esa etapa de la vida. Pero iba a »visitar» a su madre porque hablarle a la tumba mirando su fotografía le hacía sentirse mejor. Le hacía feliz. Y quería creer que desde algún sitio estaría escuchando a su hijo. Era mejor que hacerlo en casa y ver a su padre y a su hermana derrumbados.
Los días pasaron y poco a poco Butch experimentó más y más cambios en su corazón. Nunca soltaba una lágrima, no era capaz de llorar, pero el dolor de sus entrañas era tan fuerte que empezó a autodestruirse.
A pesar de no poder tomar alcohol por unos medicamentos, empezó a beber. Antes lo había hecho con dieciocho años, pero después empezó a tomar las pastillas y lo dejó. Tras la muerte de su madre empezó a beber todos los fines de semana, sin llegar a emborracharse, para pasar a beber entre semana y acabar bebiendo alcohol todos los días. No tenía mayor aspiración que gastarse todo el dinero que ganaba, bebiendo unas copas en el bar.
Llegó a su límite una noche en la que compró una botella de vodka. Quería estar solo, no quería ir al bar ni aguantar el humo del tabaco, ni ver cómo unos pobres diablos se drogaban en el baño, ni escuchar conversaciones ni que nadie le preguntara por cómo llevaba el luto. Solamente quería beber y pensar en su madre. No en su madre muerta, sino en su madre. En su madre viva. La única madre que conoció.
Salió a la calle con un vaso y la botella y empezó a echarse pequeñas copas de vodka sin ningún acompañamiento, propiciando así el daño que dicha bebida alcohólica le hacía en el organismo. Llegado un momento, estaba completamente borracho. Pero seguía bebiendo. Bebía, bebía y bebía. Pensaba en su madre. Y por las solitarias calles nocturnas hablaba en voz alta, casi gritando, diciendo todo lo que la quería y maldiciendo al cochino mundo que le había tocado vivir.
Por desgracia (o por suerte) para él, llegó a oídos de su familia el estado en el que se encontraba. Apareció su padre, su hermana y Lizzy, una chica casi diez años mayor que él que conocía de toda la vida.
Cuando era niño llevó en secreto que estaba perdidamente enamorado de Lizzy. Cada vez que la miraba se perdía en el brillo de sus ojos, en la sonrisa tan sincera que le regalaba cada vez que le veía y en cómo pronunciaba su nombre de una manera tan dulce. La admiraba y cuando lo hacía se detenía el tiempo y no había otra cosa que más deseara que observarla. Le hacía muy feliz. En ese momento, veinte años más tarde, ella había hecho su propia vida y Butch no podía decirle que seguía completamente enamorado de ella. Y era un amor muy distinto al que sintió cuando era niño, pues la madurez emocional era muy distinta en ambas etapas de su vida.
Nunca logró encontrar una palabra para definir la relación que tenía con Lizzy. Era más que una amiga, más que una hermana y mucho más que una pareja sentimental. Lo que sentía por ella trascendía a esas etiquetas y a muchas más. Pero Butch no podía decirle nada. Había muchas cosas que no le podía decir a Lizzy. Y era mejor que ella viviera sin saberlo.
Uno de los momentos más felices de la vida de Butch lo creó Lizzy. Una noche, él abrió cierta parte de su corazón a esa chica y le confesó lo que había sentido por ella cuando no era más que un crío. La forma en la que lo expresó y las palabras que utilizó hicieron que las lágrimas de Lizzy cayeran por sus mejillas, y sonrió al saber la emoción que provocaba en un niño como Butch. Después se acercó a él y le dio un ligero beso en los labios. No tuvo importancia, fue un roce en su boca, pero Butch lo sintió como si un rayo de alto voltaje golpeara todo su cuerpo y llegara hasta la planta de los pies. Hasta entonces, era el momento más feliz de toda su vida, y dio gracias a la vida por ello. Por supuesto, también a Lizzy.
Después de aquello se despidió y se marchó a otro lugar en el que requerían su presencia. Pero se fue con una sonrisa y no pudiendo olvidar jamás ese tímido beso. Cuando se fue pensó que habría dado la vida por haber tenido muchos más besos como aquel.
Aquellas tres personas tan importantes en su vida fueron para llevarle a casa y que dejara de una vez por todas la autodestrucción que se imponía.
-Por favor, Butch, vamos a casa-dijo Gwendy.-Venga, vámonos. Deja la botella. Mamá no quiere verte así.
-Cariño, deja de beber-dijo Carogelo.-No te destroces así. De esa manera sólo te haces daño. Ven con tu hermana y conmigo a casa. Allí estarás bien y todos nos apoyaremos. Saldremos de esta. ¡Te lo aseguro, Butch!
Y el hombre, tras tantos acontecimientos difíciles de manejar, no logró sucumbir de nuevo a la tristeza y a las lágrimas.
-¡NO!-gritó Butch, tambaleándose del alto nivel de ebriedad en el que se encontraba.-¡Quiero beber y quiero estar con mi madre! ¡Estoy pensando en ella y estoy hablando con ella, joder! ¡Es la única cosa que quiero hacer, así que dejadme en paz de una puta vez, hostias!
Sus palabras salían entrecortadas como las de un borracho acabado en el asfalto que espera su muerte rápidamente, arropado por gatos negros tan tristes como él. Gatos con la mirada perdida y las orejas agachadas.
Carogelo y Gwendy estaban a escasos metros de él, y Lizzy detrás de ellos dos. Fue ella quien trató de acercarse un poco más a él.
-Mi vida, estoy aquí contigo-dijo Lizzy.-Tú nunca vas a estar solo. Todos estamos contigo y no te vamos a dejar ni este momento ni en ninguno. Vente con nosotros. Y pasaré la noche contigo. Ven, mi amor.
-¡NO! ¡He dicho que no! ¡Dejadme, joder! ¡¿Es que no lo entendéis?!
Y entre los gritos del joven, salieron sus primeras lágrimas. Lloraba desconsoladamente como un niño que ha perdido su pelota nueva.
A la tristeza le acompañó la ira y destrozó el vaso contra el suelo. Algunos cristales salieron despedidos hasta Lizzy, Gwendy y Carogelo.
-¡Ella se ha ido y no va a volver! ¡Y yo quiero estar con ella!-gritaba Butch entre dolorosos llantos.
En ese momento, Lizzy aprovechó para abrazar a Butch, y se unieron su padre y su hermana. Gwendy intentó quitarle la botella de las manos, pero él se zafó y volvió a los gritos de horror que azotaban la noche.
-¡He dicho que me dejéis en paz de una puta vez!-gritó, y se deshizo de ellos.- ¡No quiero saber nada de vosotros! ¡De ninguno de vosotros! ¿Me oís? ¡De ninguno, joder! ¡No quiero saber nada de nadie! ¡Quiero estar solo con mi madre! ¡Quiero estar con ella!
Butch rompió la botella de vodka contra el suelo y cogió un cristal.
-¡Si no os largáis ahora mismo os rajaré a vosotros o me rajaré a mí! ¡Dejadme en paz, gilipollas!
-¡Mi vida, por favor, tranquilo!-dijo Lizzy llorando y queriéndose acercar a Butch.-¡Sólo quiero ayudarte! Déjame ayudarte, por favor… Dios mío, déjame ayudarte, mi vida…
-¡No necesito tu ayuda! ¡No te quiero ni a ti ni a nadie! ¡Lárgate y déjame en paz! ¡Nadie te ha pedido que me ayudes! ¡Métete en tus propios asuntos y olvídate de mí como yo me olvidaré de ti! ¡Quiero estar con mi madre!
Las tres personas más importantes de su vida no pudieron evitar que se fuera. El miedo les golpeaba en el corazón como un enorme martillo a una campana. Quisieron evitar que hiciera daño a alguien o que se hiciera daño a sí mismo.
Butch llegó al cementerio y entró como pudo, haciéndose daño en una pierna. Se sentó en el suelo frente a la lápida de su madre y comenzó a »hablar con ella».
-Esta noche he venido a verte, reina-dijo.-Pero también vengo a contarte una cosa muy mala que he hecho. He amenazado a papá y a Gwendy. Y he amenazado a Lizzy. Les he dicho cosas horribles que nunca me perdonarán. Sobretodo Lizzy. Pero es que yo quiero estar contigo. Necesito estar… contigo…
Butch cayó inconsciente. Pasadas unas pocas horas, por la mañana le encontraron su padre, Gwendy y Lizzy. Le llevaron al hospital. Entró en coma. La muerte es un asunto sucio. Y la muerte de su madre se había convertido en el peor y más sucio asunto que había afrontado en su corta vida.
Pasados unos días, Butch despertó y lo primero que vio fueron los brillantes ojos de Lizzy, a su izquierda. Cuando le vio, esta lloró y con una sonrisa le abrazó y le besó como aquella vez que le hizo tan feliz. Después, a su derecha, estaban su padre y su hermana y ambos se unieron al abrazo. A partir de ese momento, Butch se sometió a un largo proceso de redención que requeriría muchos años y mucha paciencia. Aunque no estaba preocupado en absoluto. Todo lo que necesitaba se lo proporcionaría la mujer de su vida. Mary, su madre.
NOTA DEL AUTOR: Toda la historia y personajes son producto de una ficción. Cualquier parecido con la realidad es producto de la casualidad.
NOTA DEL AUTOR 2: Quiero aclarar que el propósito especial del personaje principal es encontrar esa redención que necesita para dejar atrás su autodestrucción. Por él mismo, por su madre y por las personas que le aman.

MARI CRUZ CANTILLO CEPEDA

Ella dijo:basta ya
él hacía oído sordo.Mientras tanto…
Hay una víctima inocente que tapa sus oídos para no
Escuchar . Cogió su muñeca preferida
Y se escondió debajo de su cama.se escucha un portazo
Una mujer llora
desconsolada.
La niña abre la puerta
Mira de un lado a otro y dice: mami ya no está?..
No hija ya se fue .La niña agarró la mano de su madre fuerte muy fuerte.
Mami no me dejes nunca.
Nunca hija… Hoy
hace un día de sol radiante y mientras
Se escucha un radio a toda voz
Son felices para siempre.Hoy bailan
Su más bella canción : Libertad…

YOLILLANA RELATOS

EL HOMBRE QUE VIAJABA SÓLO CON SU MOCHILA.-
Si buscas en la RAE mochilero, éstos son los significados que aparecen:
mochilero, ra
1. m. y f. Persona que viaja a pie con mochila.
2. m. Hombre que servía en el Ejército llevando las mochilas.
Y puedo decir que he conocido a una persona que se corresponde con la primera definición, aunque no siempre se desplaza a pie, claro está.
Casi todos los propósitos que nos planteamos en la vida son parecidos: perder peso, hacer ejercicio, dejar de fumar, escribir un libro, tener un hijo… pero Adrián no.
Su propósito especial de aquel año 2001 era tan grande como el propio mundo: poder llegar a cada rincón del planeta sólo con la compañía de su mochila y todo lo que cupiera dentro.
Adrián vino de sudamérica huyendo como muchos de sus compatriotas de una política destructiva hacia el pueblo.
La primera vez que lo ví ya iba con la mochila a cuestas.
Sentados en la terraza de un chiringuito en la playa me contó sus peripecias desde que había dejado su país.
Estuvo viviendo en Estados Unidos unos meses, en una furgoneta alquilada junto con otros chavales de su edad.
Vivían de cualquier cosa: limpieza de pisos de obra nueva, repartidor de publicidad,
Se aseaban en los baños de los restaurantes de comida rápida y dormían dentro de la furgoneta aparcados en el parking de esos mismos restaurantes.
Pasados unos meses Adrián se separó del grupo y decidió viajar solo.
Siguió adelante con su mochila y con todo lo material que le importaba de su vida, dentro de ella.
Me contó que vino con bastantes más cosas, pero que tuvo que ir deshaciéndose de algunas porque cargar con todo era demasiado.
Así fue como se fué quedando solo con lo básico, como decía él, para sobrevivir: su ordenador portátil, el móvil, sus fotos, algunos libros, su documentación, un poco de ropa y algunas cosas de aseo.
En menos de un año viajó por Estados Unidos, Londres y Francia.
Si había algo que me llamaba la atención de él, era el hecho de que llevara SIEMPRE en su mochila, una pastilla de jabón.
Decía que la usaba no solo para su higiene personal, sino también para lavar la ropa.
De vez en cuándo pasaba la noche en algún hotel y entonces aprovechaba para lavar la ropa, que secaba dejándola colgada en una percha después de estrujarla bien.
A veces le tocaba caminar al día siguiente con la ropa colgada en la mochila para que se terminara de secar al aire. Vamos, ¡un mochilero de libro!
Hablando con él fué como aprendí lo poco que necesitamos para vivir y que gran parte de la esclavitud de nuestra sociedad actual es el sometimiento que tenemos para mantener las cosas materiales.
La mayoría han pasado de ser útiles a ser una carga.
Por si os preguntáis de qué vivía, era y sigue siendo informático. Una vez bromeando me dijo que el teletrabajo lo había inventado él. No recordaba cuándo fue la última vez que tuvo que ir a una oficina para trabajar.
Durante años no nos vimos, pero mantuvimos el contacto por correo electrónico y algún mensaje por messenger me llegaba de vez en cuando. Me enviaba fotos de los lugares que visitaba y los países en los que se quedaba a vivir durante alguna temporada. Me hablaba de las gentes que conocía, de la gastronomía de Tailandia, de los campos de tulipanes de Holanda, del lujo en los Emiratos Árabes o la pobreza de la India. Y yo, desde mi apartamento en Valencia, leyendo sus historias y viendo sus fotos, me transportaba durante algunas horas fuera de mi vida.
Cuando me escribió para decirme que venía una temporada a España, empezamos a planear encontrarnos, y he de reconocer que me entusiasmaba la idea. ¡Era como tener de amigo a Willy Fog!
Hace unos meses quedamos para cenar.
Desde aquél encuentro casual en el chiringuito de la playa de Las Arenas, no habíamos vuelto a vernos.
El Adrián que me encontré tenía la misma sonrisa y el mismo brillo en los ojos que el del año 2001. Las experiencias vividas durante estos años le habían hecho mantener ambas cosas, y yo añadiría que la felicidad y el orgullo de ser capaz de cumplir un propósito tan especial, durante tantos años.
Después de varias horas de charla, comida, copas y risas, nos separamos. Yo para volver a mi casa y él al hotel en el que se alojaba esos días.
Antes de que se marchara le entregué un pequeño paquete con una tarjetita que decía “para tu mochila”.
Dentro había una pastilla de jabón.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

EL GRAN PROPÓSITO. (TEMA DE LA SEMANA)
I
Madrid, Julio de 1936.
Raquel, de seis años, vivía con sus padres en un enorme piso del Madrid antiguo.
Al día siguiente, estaba proyectado, como cada verano, ir a pasar el verano a casa de los abuelos maternos que vivían en un pueblo cerca de la carretera de La Coruña. Así que, como había que llevar mucha cosa, pues estarían hasta que empezase nuevamente el colegio a principios de octubre, desde el día anterior “mamá” ya estaba llenando el enorme baúl que, por ser redondo se le llamaba “mundo” y que el recadero cargaría esa misma tarde.
-Así en el tren solo llevaremos el equipaje de mano- decía cada año la madre, cuando su marido ponía el grito en el cielo al ver aquel monstruo redondo en medio del comedor.
-¡No te olvides de las pastillas de chocolate!- dijo Raquel cuando su madre iba a cerrar el baúl.
Y es que le volvía loca el dulce.
Tanto que, en la maletita donde había metido su muñeca preferida, metió a su vez una enorme bolsa de peladillas que le había regalado su padrino por su cumpleaños dos días antes.
Comieron tranquilamente y esperaron la llegada del recadero que había quedado de ir a recoger el mundo a las cinco de la tarde.
Pero llegó esa hora y hora y media más y el recadero no llegaba.
-¿Le habrá pasado algo?- dijo la madre.
-Seguramente en alguna casa ha tenido que cargar muchas cosas- comentó el padre.
-No sé si llamarle por teléfono, que ahora lo tiene- volvió a comentar la madre.
-Ni se te ocurra, cuando te hayan dado la conferencia, ya estará él con nuestro mundo de vuelta para el pueblo- respondió el padre.
Y espetaron a ver qué.
Pero en vez de el recadero lo que llegó fue un telegrama suyo que decía:
-Carreteras cortadas no puedo llegar Raúl.
II
Al día siguiente, los diarios anunciaban la noticia:
“Una parte del ejército de Marruecos se ha levantado contra la república”
“El General Queipo de Llano …declara la guerra”
Al leer las noticias conectaron la radio que confirmaba lo mismo.
Y estalló la guerra civil. Y Raquel se tuvo que quedar en Madrid “de momento” mientras había jaleo, dijeron sus padres.
La guerra, como es sabido duró tres largos años y más largos se hacen aún si falta la comida y en invierno te congelas.
Porque si bien en todas las guerras la comida escasea, en Madrid, rodeado por el ejército contrario, no llegaba nada.
Caían bombas, se iba a los refugios, buscaban restos de algo en las basuras para comer, como pieles de patata, y la gente moría de todo.
Una de las veces que de madrugada, sonaron las sirenas anunciando un bombardeo teniendo que ir con ropa de dormir y sin zapatos corriendo al refugio, Raquel se hizo un GRAN PROPÓSITO que al volver a casa plasmó con un lápiz en su libreta.
Con letra de palo muy torcida y peor ortografía escribió:
ALA CAVARLAGERA COMEREPA TELES ASTAREV ENTARTEZTIG O LUSITA MIMUNECA
Que traducido significa:
“Al acabar la guerra, comeré pasteles hasta reventar.Testigo: Luisita mi muñeca”.
Y la guerra acabó. Y Raquel se encontró sola de repente.
A su padre lo habían matado y su madre cogió un tifus aquel agosto y siguió el camino de su marido.
A Raquel la vino a buscar su abuela llevándosela con ella al pueblo y la niña así lo hizo, llevándose con ella a Luisita y su libreta.
III
Madrid 1950
Los años habían pasado y Raquel conoció a un chico algo mayor que ella, se casaron y se fueron a vivir a Madrid.
Tuvieron hijos, como era de esperar, los llevaron a colegio, en fin, todo lo que podía considerarse “normal”.
Pero lo que nadie sabía era que en un cajón del armario, Raquel guardaba dos tesoros: Luisita la muñeca y la libreta con su firme y secreto propósito.
Porque ella, con moderación, seguía en sus trce: necesitaba HARTARSE de dulces.
No solo comía los dulces de manera normal, los días de fiesta en el postre o merienda, sino que ¡no podía pasar ante una pastelería sin comprarse algo!
Era ya algo gordita aunque como era muy movida, lo quemaba con facilidad y su excusa era:
-Es mi constitución.
Pero al tener ya una cierta edad, los análisis detectaron algu subidos la glucosa y el colesterol.
-No le voy a dar medicinas- le dijo el médico- solo le propongo que no tome grasas de origen animal y de momento, suprima el azúcar y comidas que lo lleven.
Raquel palideció pero disimulando dijo:
-¿Ni un bizcocho? ¿Ni chocolate?
-No señora, de momento nada de eso. Vamos a probar dos meses. Se vuelven a repetir los análisis y entonces se decide. Es que si no, tendrá que inyectrse insulina y…
Raquel no oyó más. Fue como si veinte kilos de plomo le cayeran en la cabeza, pero dijo que sí y se fue.
Lo dijo en casa pero no le dieron importancia. Era normal cuando ya se tienen cincuenta años.
Pero ella, aunque al principio lo cumplió a rajatabla, al cabo de dos semanas se vio con un auténtico “mono” como si de una droga se tratase.
No podía ver niños con donuts, chocolatinas o helados.
En su casa se quejaban del “postre de los domingos” y su mal humor iba en aumento. Así que, partiendo de la base que “la naturaleza es muy sabia” el domingo compró una tarta de mouse de chocolate y la puso en la mesa.
-Coged vosotros que yo no puedo- dijo ella.
Y, como quien no dice nada, cuando todos daban cuenta del riquísimo manjar, ella, muy disimuladamente, cogió un trocito, lo escondió en un platito que guardaba bajo la mesa u cuando no la veían ¡zas! adentro.
Lo repitió varias veces sin que nadie se percatara de la rapidez con que se achicaba el pastel.
Y, como no pasó nada, siguió con su técnica.
Pero quien sí que se percató fue el médico en la próxima analítica.
Nuevas aseveraciones y ella otra vez por el mismo calvario.
Tanto se repetía la cosa que decidió que no volvía a hacer controles, análisis ni nada.
Y un día ya fue el acabóse.
Era principios de julio y hacía un calor terrible.
Pasó ante una heladería de donde salía la gente lamiendo cucuruchos de helado de varios colore y entró.
Se sentó en una mesa y pidió:
-Tres bolas de helado en una copa de “after eight”, dulce de leche y leche merengada, por favor
-¿Quiere la señora por encima chocolate caliente?
-Oh, siii. Y además me traerá para acompañar algunas galletitas con almendra.
Y Raquel se dio el gran festín aquella tarde.
Se levantó convencida de que “un día al año no hace daño” y se fue hacia su casa.
IV
-¿Cómo estás Raquel, me oyes?- dijo su marido.
Ella medio abrió un ojo, el otro no podía. No sabía donde estaba…¡que extraño! Pensó.
-Mamá, pero ¿qué hiciste?¿qué comiste?
-¿Dddondee stoy?- balbuceó ya que no lograba mover bien la lengua.
Entró el médico:
-Cómo se encuentra doña Raquel.
Se sentía paralizada de un lado. No lograba mover ni la mano ni…¡ay, la boca se le torcía!
Pasaron los días y de la UCI la subieron a planta.
Algo mejor, por lo menos algo más consciente, se enteró de lo que había sucedido.
-Te caíste en la calle en medio de la calzada y por poco te atropella un coche.
Estabas inconsciente. Llamaron al 112 que mandaron rápido una ambulancia. Con tu documentación nos localizaron y vinimos corriendo. Tenías un ictus, el LDL por las nubes y la glucemia…no digamos. ¿Qué demonios hiciste? Los de la heladería, que salieron corriendo, nos explicaron que habías…
Ella, con la mano que pudo hizo una señal murmurando:
-“Es pod el Grraannn prrropó sito”

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20 comentarios en «Un propósito especial»

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