Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «he visto un fantasma». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 23 de junio!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Querido fantasma. Tengo que escribirte por imperativo de unas gentes que encima no creerán en tu existencia. Yo sí y por eso, aunque no te veo, te sigo esperando en la noche. Y disculpo a los escépticos que ahora abundan. Existe una explicación. Muchos de ellos no lograron ver las películas del Gordo y el Flaco. Menuda risa y miedo con Agárrame ese fantasma. Lo cuento en plan de justificación porque yo creía en ti desde mucho antes. Desde que aprendí matemáticas. A mí se me daban bien los problemas de sumas, multiplicaciones y la regla de tres, y mal, muy mal, la geometría espacial, porque yo no me hacía en un espacio donde la línea recta fuera una distancia entre dos puntos, puntos imaginarios, decía el profe. Fue entonces cuando te prestaste a ayudarme.
—Traza una línea imaginaria entre las ruedas del carro de la osa mayor y el tirante de la menor, en cuya terminación se encuentra la estrella polar. ¿Lo ves? Eso es la línea recta.
Qué ventajas y cuánta la facilidad de llegar a este conocimiento. Cuando se le conté a mi padre, me dio un tironcillo de orejas y añadió sonriente el buen acierto de descubrir la estrella polar, y añadió que como los antiguos marineros todos deberíamos elegir una estrella, sobre todo si señalaba el norte.
Descubierta la línea recta, poco esfuerzo empleé después en hallar los ángulos y los triángulos, incluso los rectángulos entre las constelaciones. Los rombos los descubrí en la televisión cuando se anunciaba una película y mi madre me mandaba a la cama.
Un día destapé el misterio que guardaban esta figura geométrica. Oculto tras la puerta escuché decir a mi padre que la protagonista tenía muchas curvas. Detalle sumamente interesante para mis conocimientos, porque entonces desvelé la existencia no solo de estas líneas sino lo que era un cono y un círculo.
Cumplía años y tú, querido fantasma, te ibas rezagando, olvidabas visitarme. Y como ya tengo bastantes más, hace décadas que no te me apareces. Ahora cuando miro a las estrellas no te veo y si se me ocurre hablar de fantasmas entre compañeros, me preguntan si se trata de fantasmas o fantasmones, porque de estos últimos hay abundancia.
Pero hoy, 12 de junio, acabo de verte. Había asistido a una boda y de madrugada se nos ocurrió volver en coche. Yo había bebido solo porque el novio la tomó conmigo, pero mi compañero lo dejó de sobra. Al llegar a la primera curva, Cándido que así se llamaba, la tomó como si fuera recta.
—Pero, hombre ¿no te has percatado de la señal?
—No, claro que no. Me confié en la dirección, me la indicaba un fantasma y le seguí.
—Cándido, ha sido el alcohol, no un fantasma.
—¡Que te crees tú eso! Lo vi, era el mismo de siempre.
—¿Es que todavía se te aparecen?
—Ahora menos con la falta hacen. ¿Los has visto tú alguna vez?
—Sí, uno que me enseñó matemáticas.
—¿Matemáticas? Vaya suerte. Te pondrían un diez. El mío se atascó en la trigonometría.
Amanecimos al borde de la carretera, yo atontado y Cándido soñoliento y medio dormido, y lo primero que estando conscientes nos preguntamos si ambos había visto un fantasma. Coincidimos en los detalles, que no revelaremos, porque hay gentes que rápidamente te confunden con ellos y te llaman con ironía y desprecio fantasma. Así que si logras ver uno, guarda el secreto.
El coche perdió un faro, Cándido un zapato y yo la propia dirección, con lo fácil que era, pues vivo en la calle de La Estrella Polar.
El ático de la vieja casa les recibió. Sin preliminares, se lanzaron a la cama y lo hicieron.
Sucedió muy rápido, pero no importaba: la noche entera esperaba. Quizás, por ello, a Celia le asaltó la inquietud. Debía decírselo, a pesar de la corta historia que disfrutaban. Había que arriesgarse. Le hablaría del fantasma.
Abrazados y desnudos, descansaban en una aparente calma. Podían sentir que desafiaban fácilmente la fría tarde del último viernes de febrero. La marchita y rancia manta de flores experimentaba de nuevo el sudor del ardor. Afuera, un tímido sol se retiraba mientras la gente y los animales lo buscaban.
Se lo confesó abruptamente. Podría haber empezado con un prólogo, pero se sintió tan unida a la situación que Miguel pondría las comas y puntos a cada frase suya. Eso creyó.
Tras las primeras revelaciones, él se incorporó, se rascó el culo y se calentó un café. Regresó a la habitación sin expectativas, y encontró a Celia entre musarañas. Desde el pie de la cama, guardando distancias, y con la taza entre las manos, dijo:
—Pensaba que no eras de ésas…
Celia reaccionó y lo miró con cierto desdén.
—¿Una chalada?
Sorbió para darse una pausa. Desvió la mirada. Lo había pasado bien con el primer efímero polvo, y empezaba a dudar con otro más prolongado.
—No creo en los fantasmas —dice despreocupado, rascándose con la mano izquierda el pubis rasurado.
—Yo tampoco creía. ¡Hasta que lo vi! —aseveró ella, incorporándose con las rodillas sobre el colchón—. ¡Me agarró fuertemente de la mano, me llamó por mi nombre y me dijo que sería su musa! —interpretó.
Entonces a él le dio un ataque de risa. Echó el segundo sorbo sobre la cama, desparramó el café sobre la colcha y se agarró donde pudo para no caer. Al terminar de dar varias vueltas sobre sí mismo, se incorporó y observó el estado de la vieja prenda de la abuela.
֫—Joder, joder… —se quejó, buscando una toalla, servilletas o lo que fuera para que los ríos negros se estancaran.
Mientras, Celia se limpió un par de gotas del pecho y la cara y buscó la ropa interior. A continuación se puso los vaqueros ajustados, el jersey de cuello alto y las botas de cremallera. Finalmente, mientras el otro danzaba por la cocina, recogió la colcha e hizo un ovillo de ella. Se asomó a la cocina cuando Miguel salía de allí con la bayeta húmeda del fregadero.
—Busca agua oxigenada —le dice ella, tirando la colcha al suelo de la cocina.
—Qué coño…
—Que busques agua oxigenada y la eches sobre las manchas. Después de unos minutos la metes en la lavadora y mañana quedará más limpia de lo que estaba.
Patidifuso, analiza por un segundo la situación: ella vestida para largarse, la colcha de café en el suelo y un segundo polvo que se escapa.
—¿Un fantasma? ¿Agua oxigenada sobre la colcha? Jajaja ¡Qué cojones de…!—trata de burlarse él.
—¿Y qué hay de tus veinte centímetros? —sentencia ella mirando hacia allí—. ¡Vaya un fantasma que estás hecho! —carcajea Celia, abriendo la puerta de la casa.
Al bajar apresuradamente por las escaleras, creyó escuchar el perdido llanto en pena de un espectro que reclamaba por la noche. En el portal, vio que las puertas interiores del ascensor se cerraban para ascender, probablemente, a la sexta planta.
Cuando salió a la calle, advirtió que el sol se había largado y la luz de la farola de enfrente parpadeaba.
Odié a mi padre durante toda mi vida. Nunca comprendí cómo pudo abandonar a mi maravillosa madre y a sus hijos de dos años y cuatro años. Mi madre sacrificó su vida para trabajar y criarnos al mismo tiempo. Vi a mi padre un par de veces a lo largo de los años, y apenas nos dirigimos la palabra. No sé a qué demonios venía esa costumbre de aparecer sentado en el sofá de mi salón cada madrugada. Me enteré de que había muerto hacía una semana. La primera noche por poco me caigo del susto al distinguirlo en la penumbra. Tenía el rostro tranquilo, y me miraba en silencio. Tras reponerme del susto me limité a hacer lo mismo, hasta que se levantó y salió de casa. A la noche siguiente volví a desvelarme, y allí estaba de nuevo. Me senté en el sofá y nos miramos. La verdad es que no me apetecía ese tipo de experiencia cada noche, así que le pregunté qué quería. Por respuesta derramó una lágrima. La tercera noche me levanté decidido a decirle que no volviera, pero en cuanto lo tuve delante empezó a hablar. Me contó su infancia, su vida. A veces se le humedecían los ojos. Cuando terminó me pidió perdón por no haber sido el padre que me hubiera gustado tener.
– La muerte me ha enseñado que yo ya estaba muerto -sentenció antes de marcharse.
Pensé en él durante todo el día siguiente. Mi padre, como tantos, no fue más que una víctima de su tiempo y de una educación lamentable de la que nunca pudo liberarse. Por primera vez sentí hacia él algo parecido a la piedad. Aquel viejo odio se desmoronaba.
Aquella noche no apareció, ni la siguiente. No volví a verlo.
Poco después recibí una carta de una notaría. Se me comunicaba que yo era el único heredero de su gran patrimonio.
La habitación se le estrechaba como un pecado capital pidiendo unas cuentas, que él, no estaba dispuesto a rendir. Hacía ya varias semanas que se había instalado en su vida y al parecer no estaba dispuesto a abandonarlo. La comida se le hacía pesada o insulsa. A veces andaba con pasos agigantados y otras arrastrándose por el suelo como alma en pena pidiendo una absolución que le era constantemente denegada. Había llegado al límite, se había sumergido en la tinta de su excelsa biblioteca y solo había encontrado, ¿qué había encontrado?, ni él mismo lo sabía, solo sabía que la desesperación casi estaba copulando con él a diario. Había consultado a expertos chamanes, a gitanas domingueras e incluso a videntes de tele-tienda nocturna y seguía sin obtener respuesta. Haciendo un ultimo intento a la desesperada una noche se fundió con su raída guitarra y por fin halló la respuesta, era el fantasma de las horas muertas que venía a cobrar su diezmo. Armándose de valor lo invocó.
-¿Qué te he hecho yo? – preguntó
-¿Qué no me has hecho, querrás decir?
-¿Acaso el sufrimiento por una pérdida es motivo para que me tortures?
– ¿Acaso no lo es? Te has vuelto un ser patético lamentándote por lo que no fue o tuvo que ser, olvidándote de vivir el ahora y ese tiempo perdido me pertenece desde lo inmemorial de los siglos y lo reclamo en buena lid.
He visto un fantasma le decía a mi marido en el rato de la mañana en que me llevaba arreglarle.
Tengo la sensación cariño seguía contándole a mi compañero de vida el cual en éstos momentos admite todo lo que le digo sin mediar palabra coherente…, que estoy enfrascada en un mar de sensaciones imaginarias.
No se querido,si es quimérico lo del fantasma. El otro día sin ir más lejos,allá distante volví a verle.
Te prometo mi amor,que aquel que vuela en la niebla no me da miedo,ya que si cierro el ojo izquierdo mi realidad es una cortina de luz blanca llena de fantasmas que me impide mirar al mundo.
Días después de lo contado el oftalmólogo con láser me limpio la lentilla.
-¿Estas seguro?, te veo algo apagado últimamente, incluso, bloqueado con la escritura.
-Estoy bien, tranquilo, esta vez podré superarlo solo, no quiero que estés siempre pendiente de mí, ya surgirá alguna idea…, o tal vez haya llegado la hora de pasar página, a veces, pienso que hago el fantasma, además, tú también debes descansar, no te preocupes, puedes marchar en paz.
-De todas formas, sabes que puedes contar conmigo para cualquier cosa que necesites. Venga hijo mío, te dejo soñando un rato, pero poco más, ya casi es la hora de despertar.
Con relación a la literatura, cine, los fantasmas y almas en pena han tenido verdaderos papeles que han influido en nuestra sociedad. Todos somos un poco fantasmas para los demás.
A mi vienen a verme muchos por la noche siempre. La imaginación es un gran mundo, la vida sólo una historia más.
Por multitudes de lugares, pozos, puertas, en plena oscuridad, en cualquier sitio visible puede estar, un fantasma escondido esperándote, sentado en un parque.
Sólo se tiene que dar la necesidad para él. Y aparecerá frente a ti.
Shakespeare » El rey, en Hamlet «
Pedro Páramo en » Juan Rulfo «
Edgar Allan Poe, murió poseído por un fantasma que lo perseguía por las calles de Baltimore. Que le pregunten a él, si existen o no.
Óscar Wilde » El fantasma de Canterville «
En realidad un sinfín de personas han tenido experiencias sensoriales o sensitivas. Si quisiéramos escuchar, a los demás, de vez en cuando, si tuviéramos la capacidad de la otredad.
«Haberlos haylos, oídos»…
Y si realmente cualquiera de nosotros quisiera preguntar algún familiar, indagar un poco, siempre hay un abuelo que se le apareció, su hijo y que nunca mintió; quién murió muy joven, o un padre que se presentó a algún familiar, pidiéndole una misa, o quizás una hermana.
¿Por qué tratamos el tema, como si fueran visiones, de locos que proyectan ellos mismos? Realmente nos creemos que solo son visibles en su imaginación.
¿Qué pasará con nosotros mañana, cuándo podamos verlos al borde de la muerte? ¿Cuándo seamos nosotros los que hablemos de ellos? ¿Cuándo afrontaremos la verdad y seamos los fantasmas?
Todos los que están en proceso de muerte, días antes de morir, nos comentan, y hablan con sus familiares difuntos, distintos y diferentes en la misma habitación se hacen presente.
¿Todos están equivocados? Anécdotas que cualquiera puede observar, pero rápidamente pensamos qué sólo se proyecta en sus mentes moribundas, no hay posibilidad de una realidad concreta, ya que los demás no tenemos la capacidad de verlos, preferimos ignorarlos, poniendo de locos a aquellos que tienen la capacidad de verlos allá donde están, que interaccionan, de quiénes hemos oído algo, y nos reímos con burlas irónicamente.
«El otro día por la noche cuando el cansancio ya me tumbaba, y no me apetecía ir a la cama, estaba en mi sillón, medio dormido, medio despierto. Ya todos estaban acostados sólo yo permanecía en el comedor con la tele apagada y disfrutando de un momento de soledad rezando mis últimas oraciones «
El alma representa a la persona y es sagrada y el espíritu es el mediador entre cuerpo y alma. Todo cuerpo tiene que tener un espíritu sano. Una espiritualidad definida.
El alma nos da la capacidad de pensar y es la esencia inmaterial que define al individuo. El espíritu es la fuerza que hace que el cuerpo funcione.
-» Cuando terminé, me fui a acostar como cualquier día más.-«
» El alma se escapa por la boca con las palabras » Decía la doctora Biótica Filosófica María Konta. «Está prisionera dentro de un cuerpo, material que la oprime»
Dante Alighieri en la Divina comedia nos habla largo y tendido sobre la existencia del infierno, el purgatorio y el cielo. De cómo su personaje Virgilio va pasando en los diferentes estados.
-«Estaba en la cama dormido profundamente, cuando a las tres de la mañana. Alguien en el oído dijo mi nombre. Alguien que yo reconocía muy bien, su voz, «Félix, Félix, Félix. » Levántate y reza el rosario de la misericordia.-«
Yo no salía de mi asombro porque no había nadie. Asustado me levanté lo recé y volví a acostarme, aunque tardé en dormirme por lo extraño de la situación, que llevaba mi cuerpo.
Todas las religiones del mundo aseguran que la muerte no es el final. Hay algo más allá, que se nos escapa a los vivos.
Los Testigos de Jehová creen que las apariciones fantasmales son demonios disfrazados, en lugar de las almas de los difuntos.
Los Judíos no tienen demasiada curiosidad sobre los fantasmas, pero en sus escritos están,» los Dibburks» que son bondadosos y los «Bburs» son los serviciales.
Para el Vudú los espíritus y fantasmas son esenciales.
Los musulmanes no creen que puedan regresar los muertos, y creen en los genios, que pueden ser buenos o malos.
Los budistas creen en la reencarnación, cuando hay problemas a solucionar por un mal karma.
Los hindú sólo las almas de muertes violentas, son las que aparecen, o los que no han recibido los rituales correspondientes.
Los cristianos seguidores acérrimos de la religión no creen demasiado en fantasmas, al igual que los situados en puntos opuestos a la religión. Dato curioso, los que no realizan todos los preceptos religiosos, pero son creyentes, son los que están más a favor de la existencia de fantasmas, espíritus y almas en pena.
Un 18 por ciento de los Estadounidenses, aseguran tener experiencias extrasensoriales.
La oscuridad de la noche tapa y destapa los miedos, también; es el lugar de encuentro, donde las mentes clarividentes se iluminan extasiadas, las luces y luceros brillan mucho más claro, sobre un fondo oscuro, en la soledad de la añoranza, en la tranquilidad de una alcoba.
Una noche despierto en la cama, jugando con mis pensamientos, organizaba y reorganizaba mi próximo día, pensando y pensando lo que iba a hacer.
Cuando vino a mí, una luz, un recuerdo, de la persona a quién más quería y ya no tenía.
En el silencio de la noche, estando completamente despierto y bien despierto, delante de mí, una luz aparecía, con la silueta de alguien quien yo conocía, muy bien.
Era un resplandor blanco, potente, que salía de su cuerpo, con un poder atrayente impresionante, unas ganas tremendas de irte con ella, hacia la luz, que te llamaba, era inmensa, blanca, impoluta. Detrás aparecía otra luz con forma piramidal totalmente amarilla.
Un contraste entre un triángulo amarillo y una luz blanca invertida. Una verdadera maravilla. La sensación de amor y tranquilidad importante me consumía.
Era claramente un despido, era la confirmación de una existencia, una seguridad para mí.
Una realidad. Nada tenía más valor en esta tierra, que el regalo que me hizo esa noche.
Sólo la atracción, el impulso me llevaba a ella. Toda la realidad se presenta aquí, no hay falsas hipocresías, ante unos ojos atónitos que sienten la paz inmensa y tranquilidad tremenda.
La luz se elevó hacia arriba y desapareció justo delante de mí, tal y como apareció sin hacer ningún ruido, quedando la habitación oscura como estaba. Dando la impresión de decirme adiós, allí no había pasado nada. Ningún ruido, todo quedó, tal y como estaba.
¡Oídos, haberlos haylos!
SERGIO SANTIAGO MONREAL
He visto un fantasma
en tu mirada,
he visto una niña asustada,
reflejo de una vida pasada.
He visto un fantasma,
en tu sonrisa,
la cual no lucía,
cómo antaño relucía.
He visto un fantasma,
perplejo y lleno de rabia,
he visto el veneno que portaba,
en sus falsas palabras.
He visto un fantasma,
tapado con un vestido,
que esconde un corazón herido,
tras un tiempo mal vivido.
He visto un fantasma,
fúnebres sentimientos,
que se encuentran,
en mi pensamiento.
He visto un fantasma,
que se escondía,
raudo y veloz,
al recitar mi poesía.
He visto un fantasma,
desnudando tu alma,
clavando de melancolía,
nostalgia que padecía.
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
ESA EXTRAÑA Y LIGERA SENSACIÓN
Creo que me he vuelto invisible. No podría asegurarlo a ciencia cierta. Ni sabría determinar el momento exacto en el que comencé a sentir este curioso estado de levedad y desapego. Pero, salvo por la inquietante sensación de pasar desapercibido para los demás, sigo siendo el mismo, el de siempre.
Intentaré reconstruir los hechos. Me he levantado derrotado por el sueño. Me faltan horas. No recuerdo cuándo fue la última vez que conseguí dormir de verdad. La ducha y el desayuno han sido vertiginosos, como todos los lunes. Prisas con tostadas calientes remojadas en algo parecido al café. Tras agarrar el maletín, el abrigo, el paraguas y la mascarilla, me he embutido dentro del sarcófago ambulante de color gris metálico que conduzco a diario, mientras lanzo constantes miradas furtivas al móvil, que no para de reclamarme a cada segundo.
* * * * *
Creo que han pasado tres horas. Ya son las diez y media. Camino por la calle. Todo está empapado. Yo también. No ha parado de llover en toda la mañana. Me cruzo con mareas de gente, avalanchas de seres acelerados, con la mirada perdida en ninguna parte, que cada vez tienen menos de humanos. Pero no me ven, nadie repara en mí. Vivimos en un mundo de prisas, de inmediatez, de falta de atención. Nos hemos convertido en una especie huraña y solitaria. Todos corren, absortos en sus aceleradas existencias cotidianas. Siempre llegan tarde, viven vidas apretadas e imposibles.
De repente una niña, arrastrada por su madre, me mira fijamente. Me sonríe durante un segundo. Aliviado, le devuelvo la sonrisa.
De repente. todo empieza a resultarme familiar. He estado caminando en círculos, sin rumbo fijo. Acabo de darme cuenta. La lluvia no deja de caer sobre mí. Pero no llevo paraguas, ni abrigo, ni maletín, ni mascarilla. Observo a una multitud que se arremolina curiosa. Entonces, caigo en la cuenta. Es mi coche. Dentro está mi abrigo, mi paraguas, mi maletín, mi mascarilla… y mi móvil. La pantalla está destrozada.
No solo la pantalla.
Hoy no tendría que haber ocurrido. No era el momento. No debería haber muerto esta mañana.
JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO
Los gatos acuden todas las tardes al tejado que hay frente a mi buhardilla y me observan atentos como si esperaran a que sucediera algo. Alguna vez he abierto la ventana para echarles algo de comida, pero se erizan y me gruñen con gesto amenazante. Se mantienen en alerta siempre y no dejan de mirar hacia dentro. Siguen todos mis movimientos cuando me muevo por la habitación… A veces me siento extraño. No les oigo maullar ni les veo cazar pájaros… Tan solo parecen acusarme con sus pupilas verticales. Jamás hicieron amago de entrar aun con la ventana abierta. Me pregunto por qué tienen esa fijación conmigo…
De pronto, oigo ruidos detrás de la puerta y siento cómo intentan abrir la cerradura con una llave. Me levanto del sillón y me quedo paralizado viendo cómo se enciende la luz y entran cuatro personas hablando…
—¡Y este es el ático que me compré! ¿Qué os parece? Hoy recogí las llaves de la inmobiliaria. —Dijo uno de ellos, mientras les señalaba con el brazo las paredes del cuarto y lo detuvo ante las vistas de la ventana, por la que se veían los tejados de Madrid y tres gatos que, a lo lejos, saltaban de un lado a otro—. Perdonad el desorden y la suciedad, pero es que lleva más de un año cerrado, desde que el anterior inquilino falleció.
BEGO RIVERA
INSOMNIO
RAFA
Llevaba toda la vida viviendo en esa casa; perteneciente a su familia generación tras generación, durante siglos.
Apartada de la civilización pero cerca de un pequeño pueblo de pocos habitantes.
La casa se intentó vender varías veces, sin éxito. Sobre ella recaía una maldición. Según los aldeanos: en ella habitaba un fantasma. Familia que iba a verla… salía espantada. Escuchaban gritos, objetos que se caían, extrañas luces. El boca a boca hizo el resto.
Rafa se quedó en su casa. Soltero y aunque era demasiado grande para él… se dio por vencido; no la puso en venta más.
Nunca tuvo problemas con ningún fantasma. Según él la gente era muy exagerada y mentirosa.
Hasta que una noche, a las tres de la mañana, por debajo de la puerta de su habitación notó una luz, abrió los ojos y allí estaba; era la luz del aseo; justo enfrente de su habitación. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pues estaba solo. Cerró los ojos de nuevo, asustado no se atrevía a mirar. Cuando miró de nuevo la luz había desaparecido. Pero ya no podía dormir. Así el extraño suceso se repitió noche tras noche.
Rafa no sabía que pensar. Una madrugada decidió actuar. Abriría la puerta y se enfrentaría a lo que fuese. No podía seguir eternamente con ese insomnio que le provocaba ese fenómeno.
MÓNICA
El pueblo era más pequeño de lo que pensó Mónica. Preguntó a los habitantes por la dirección de la casa encantada.
Periodista de profesión especializada en Parapsicología, se dirigía al lugar encantando (supuestamente) para realizar un artículo. Su misión: desmontar la leyenda del fantasma. Hasta el momento todas sus visitas a lugares fantasmagóricos habían resultado un engaño. Jamás vio un fantasma.
Cuando llegó a la casa y la vio, se estremeció. Nunca antes le sucedió eso.
Abrió con la llave que la agencia inmobiliaria le dio y entró. La casa por dentro se veía bien, aunque con muebles antiguos. Dejó sus cosas a la entrada y fue por todas las estancias. Todo estaba ordenado y sorprendentemente limpio.
Eligió un cuarto para dormir, el más grande. Pero cuando estuvo dentro tuvo malas vibraciones. De repente un frío la invadió; sorprendida, asustada y casi helada salió de allí.
Escogió otro cuarto, más confortable, diciéndose a sí misma que eran paranoias. Seguro que habría una explicación. La casa era muy antigua.
RAFA
Esa noche Rafa estaba dispuesto a acabar con su insomnio. Alterado, nervioso, ansioso porque llegara la hora. Se caía de sueño, ya ni se acordaba de cuando durmió bien por última vez.
A las tres de la mañana apareció la luz de nuevo. Sigilosamente abrió la puerta, se acercó despacio al aseo «¡Ahí estaba el fantasma! Pensó”. Era una mujer joven. Se estaba aseando delante del espejo.
La imagen de ella se reflejaba en el espejo… la de él no.
Ella no era el fantasma. Era él. Gritó desesperado: su insomnio sería eterno.
MÓNICA
Mónica llevaba varios días en la casa. Se levantaba a las tres de la mañana para trabajar en su artículo. Nunca percibió nada raro (aparte de aquel dormitorio helado) hasta esa madrugada.
Se estaba aseando para comenzar su jornada cuando sintió de nuevo el frío helado que la envolvía. Se quedó quieta mirando al espejo y escuchó un gritó aterrador, insoportable para sus oídos. Se los tapó.
Mientras… una sombra negra difuminada se ale
jaba al otro lado del espejo.
PABLO CRUZ ROBLES
Lo llamábamos el sargento de hierro. Nos recordaba al típico cliché de las películas bélicas. El tipo más duro al lado este de todo Kuwait. Hasta los lugareños le respetaban.
Se pasaba todo el día en movimiento, si no estaba en alguna misión, lo podías encontrar en la carpa-gimnasio o arreglando cualquier desperfecto de la base. Las noches se las pasaba en alerta, siempre con un ojo abierto.
Nunca perdía los nervios, era puro autocontrol. Le podías echar encima cualquier situación, que él, rápido se las apañaba para trazar un plan victorioso. Nos salvó el culo en incontables ocasiones.
La verdad que da pena verlo ahora, tirado en la calle, pidiendo limosna para que su ebriedad no se disipe. Esclavo del alcohol. Presa de sus fantasmas.
La noche que nos encomendaron infiltrarnos en aquella escuela, donde, según los informes, se escondían los líderes de una de las células terroristas más importantes del país, cambió su vida.
La célula —De alguna manera— se enteró de nuestro plan, y secuestró a todos los niños que habían acudido aquel día a la escuela. Les pusieron un arma entre las manos y los obligaron a disparar, a punta de pistola.
Cuando llegamos, todos esos críos nos recibieron a tiros. Ver a niños tan pequeños disparar fue chocante para muchos de nosotros. No podíamos abrir fuego. Era inmoral. Pero el sargento siempre trazaba un plan, daba igual la situación.
No sabemos como lo hizo, pero consiguió salvarnos el culo; como siempre.
Sin embargo, nunca volvió a ser el mismo:
— ¿Qué tal mi sargento?
— Pues aquí *Burp* mirando el horizonte — Balbuceo mientras miraba fijamente el «grafitti» Del edificio de en frente.
— Sí, es bonito— Saqué unas monedas— Tome sargento, no se lo gaste todo en vino.
Es triste ver a un hombre así. Un fantasma de lo que fue. Creado por los fantasmas de los niños que asesinó.
RAQUEL LÓPEZ
He visto un fantasma..
noto su presencia,
su sombra etérea
el resonar de sus cadenas.
Al caer la noche fría,
sumido en un duermevela
sombras oscuras se ciernen
y la inquietud, me asedia.
Tan dúctil y sugerente
te encierras en mi cabeza
susurrándome al oído,
mientras apuro en un sorbo
una botella de absenta.
Te desvaneces como el humo
cuando la lucidez me encuentra,
¡ quiero matar los fantasmas
que en mis sueños, se adentran!
Te muestras como un espectro
invisible en los espejos
y visible en mi mirada..
….te vi…he visto un fantasma,
resonando furibundo
en las bóvedas de mi alma…
NORMA ROMERO
Yo he visto un fantasma.
La vida la llevó a pedir un traslado en su ámbito laboral y tener que asistir a otro centro educativo para cumplir con su trabajo docente.
El invierno presentó su crueldad en bandejas de escarcha. Acompañada con tragos exquisitos de nieve y servidos a temperaturas bajo cero.
En cambio ,su cuerpo frágil, por secuelas de covid, exigía ambientes cálidos y café caliente.
En su nueva escuela, pronto fue reconocida por los estudiantes de turno tarde, cómo la seño de la biblioteca, cariñosa y que siempre tenía algún juego de mesa , o libro, o cartas para jugar cuando el día era lluvioso o el frío les impedía cruzar la puerta hacia tan preciado patio de juegos y recreos.
Su tarea y experiencia docente le enseñaron a identificar a los desprotegidos, tenía un sentido desarrollado para eso. Sabía quién necesitaba una caricia o un reconocimiento para fortalecer su aprendizaje. La seño de la biblioteca era experta en emociones.
Porque ella dolía. En ocasiones lloraba sangre, pero no contaba su llanto de madre.
Todos los días, empezó a buscarlo. No usaba el nuevo uniforme, solitario, su piel blanca ,contrastaba con sus cabellos enrulados que le caían hasta los hombros, sus ojos verdes ,casi grises fijaban su mirada triste. Sus manitos mostraban dedos finos y casi transparentes. Suaves. Él niño,le llegaba exactamente a la altura de su cintura,a la seño de la biblioteca.
Lo encontraba en las hamacas en el segundo recreo, el niño le contó que se quedaba ahí porque no le gustaba el chocolate caliente que servían a esa hora las cocineras sonrientes . Entonces pactó con el que tomarían una taza de té con leche. El niño sonriente esperaba.
Ese día , una reunión le impediría llegar a las cuatro a su cita de lunes a viernes, en las hamacas. Ya sabía su nombre: Gaspar. Por eso le recomendó a la cocinera que llevara la taza de té con leche a las hamacas.
La cocinera sorprendida la mira y le comenta que siempre creyó que esa taza era para ella, para la seño de la biblioteca , y que pensaban que elegía ese lugar para tomar su té, en soledad.
La seño de la biblioteca sonriente le comenta que ese taza se la llevaba para el alumno del aula del fondo, que no lo le gusta el chocolate.
Llegó el segundo recreo, era viernes. La seño de la biblioteca atraviesa el patio apurada, la cocinera le había dicho que no encontró ningún niño en las hamacas . Que preguntó en el grado del fondo a quien no le gustaba el chocolate y nadie levantó la mano.
Su corazón latía fuerte , no sabía porque Gaspar no fue encontrado. Recordaba sus diálogos y las historias de fútbol narradas por Gaspar,en el patio de la escuela, su admiración por Maradona, su dolor por la muerte de su mamá a quien no conoció. La seño de la biblioteca cruzaba el patio apurada con un libro, el libro de cuentos favorito de Gaspar. En su apuro cuidaba no derramar el té con leche.
Desde la ventana de la cocina, la sonriente cocinera observaba, casi sin pestañear ,la escena, mientras la seño de la biblioteca, cruzaba el patio, apurada. Haciendo equilibrio con una taza de té con leche en su mano y un libro de cuentos.
Gaspar, se hamacaba, hoy sonreía. La seño de la biblioteca le dice que mientras él tome su té con leche, preparado por la sonriente cocinera , que desde la ventana de la cocina ya no sonreía, ella, la seño de la biblioteca ,le leería su cuento favorito. Gaspar reía.
Juntos, la seño de la biblioteca y Gaspar, durante diez minutos caminaron por senderos de bosques donde un valiente muchacho con su arco ,ayudada a su pueblo, se enamoraba de una princesa y lograba casarse con ella. También, subieron a un barco pirata , dónde un niño acompañado con su hada mágica, derrotaron al capitán que fue tragado por un inmenso cocodrilo. Pero lo mejor de todo fue una historia corta, de un niño sin miedo, que en realidad si tenía casi los mismos miedos de Gaspar, pero aprendió a vencerlos.
El campanazo los trajo de vuelta a la realidad, el recreo de las cuatro de la tarde había terminado.
Gaspar tenía luz en su mirada . La seño de la biblioteca sintió que ese día lo hizo bien. Hizo feliz a un niño.
Gaspar le pidió que lo acompañará hasta la puerta del grado del fondo, me ayudaste a perder mi miedo a viajar, le dijo. La seño de la biblioteca , río a carcajadas ante el comentario del niño. A estudiar, a estudiar , le contestó.
Gaspar le pidió un abrazo. Ella con lágrimas en los ojos se agachó. El niño le susurro al oído, que no dude de ella, que fue una excelente mamá. A la seño de la biblioteca, no le importó el correr de los niños y niñas de regreso a su aula, ni el grito de las docentes pidiendo silencio, ni las manos de otros buscando frenar la inercia del recreo de las cuatro de la tarde que llegó a su fin . La seño de la biblioteca lloró, lloró el llanto de madre.
Gaspar la abrazo fuerte , le dijo algo más…
Se feliz mamá.
Sus manos seguían juntas , el barbijo , por suerte ,ocultaba las lágrimas.
Su mano frágil y fría se soltó para ir hacia la puerta del grado del fondo, fue el último en ingresar . Una luz cegó los ojos de la seño de la biblioteca, un rayo de sol quizás.
Giro desconcertada, ya no sabía dónde estaba. La cocinera sonriente que ya no sonreía venía hacia ella, la sostuvo en sus brazos.
_Usted no se encuentra bien(dijo con preocupación, la cocinera ).
_Gaspar , me dijo algo , que me hizo llorar(contestó la seño de la biblioteca ,llorando).
_¿Quién es Gaspar? Dijo la cocinera.
_El niño… Dijo ,la seño de la biblioteca.
_¿Qué niño? Dijo , la cocinera que ya no sonreía.
Entonces , las hamacas empezaron una danza ,sin nadie a quien hamacar.
IRENE ADLER
LOS FANTASMAS DE LA CALLE WATTS
Hay una calle en París sobre la que nunca llueve.
Soterrada y oculta bajo las vías de la estación de Austerlitz, el urbanismo traicionero la redujo a callejón sin alma y sin pena. Privada del sol y de ciertas formas de alegría, sus farolas de neón se desgastan, sumiendo los adoquines y las heridas fachadas en una penumbra torva, decimonónica y triste.
El antiguo hospicio ocupa casi toda la calle. Lo cerraron en 1829, después de una epidemia de cólera, y hay quien asegura haber oído risas infantiles detrás de los muros desportillados y de las ventanas tapiadas que una vez estuvieron pintadas de verde. Sobre las carcomidas maderas del portalón de la entrada, una mano anónima dibujó una rayuela.
Dicen que los operarios del ayuntamiento la restriegan con jabón y unos grandes escobones de estopa, pero al día siguiente, la rayuela de tiza blanca vuelve a aparecer, dibujada por alguna mano anónima. Los operarios nunca cambian las bombillas de neón de las farolas, pero por alguna abstrusa razón, siempre vuelven para borrar la rayuela.
Con obstinada contumacia, ninguna de las dos desaparece: ni la luz de las farolas, que solo agoniza, ralentizada, casi azul y muy tenue. Ni la rayuela, que destella cada nuevo amanecer sobre las podridas maderas del viejo portalón, tan fresca y legible como si durante la noche alguien se esforzara en repintarla y mantenerla.
Y dicen que los niños ríen, mientras campea en su fachada la rayuela. Y dicen que los niños lloran, cuando los operarios municipales vienen a borrarla con sus escobones de estopa.
Hay una calle en París sobre la que nunca llueve….
Para que los fantasmas de la calle Watts puedan jugar a la rayuela.
MANUEL ALBÍN
Todos creemos en fantasmas, puede ser que existan, pero no como nos imaginamos, con sábanas blancas y cadenas, no.
En la sociedad hay muchos fantasmas bien vistos, con traje y un currículum muy espectacular, pero solo tienen eso, fachada .
Pero les falta personalidad, por eso {los imaginamos cubiertos con sabanas}, , no tienen sensibilidad ni corazón para nadie, son egoístas y sin escrúpulos, esos son los fantasmas que vivimos entre ellos y ellos son los malos, los que cruzan paredes y nos dan sustos, esos son imaginarios y todos tenemos uno en nuestras mentes.
CÉSAR BORT
La palabra «fantasma», viene del griego φάντασμα. Conjunción del verbo φαίνειν (phanein = brillar, aparecer, mostrarse, hacerse visible) con el sufijo -μα (-ma resultado de la acción). Esta acepción nos sitúa fuera de la imaginación y se contradice, directamente, con imago yεἰκών(eikon), que son una imagen, alucinación, un ser como…, una idea, recuerdo, fantasía, etcétera, creada por nosotros mismos. Así pues, podríamos atrevernos a postular que: «Los fantasmas tienen realidad propia: no son una creación de la mente».
Sería, más que un atrevimiento, una temeridad, pues el sufijo –μα nos advierte de que tal aparecerse tiene que ser un acto concluido, es decir, «hacerse visible ante…» y los puntos suspensivos quieren decir: «alguien». O de otra forma: «Hacerse visible ante una conciencia que pueda certificarlo».
La pregunta: ¿Hace ruido un árbol al caer si nadie lo escucha? No tiene sentido en el caso de los fantasmas. La respuesta sería, inevitablemente: No. Un fantasma no existe si nadie lo ve, pues su existencia depende del «aparecerse ante…».
La existencia de un fantasma depende, entonces, de dos factores: del aparecerse y de que la conciencia ante la que se ha aparecido lo reconozca como tal. Y para reconocerlo como tal, se debe creer en ellos. No bastan corazonadas ni pareceres: Se debe tener una fe inquebrantable en su existencia.
Conclusión: un fantasma no puede llegar al Dasein allí donde no se cree en él.
Ejemplo:
―¡Mamá, he visto un fantasma!
―Los fantasmas no existen, cariño.
¡Cuánta sabiduría acumula el acervo popular!
JOSÉ ARMANDO BARCELONA
YO HE VISTO UN FANTASMA.
Sí, yo he visto un fantasma, unos cuantos, en realidad; de la más diversa forma, en diferentes ocasiones y lugares. No es tan complicado.
No, no me hagas la broma tonta de que los hay a patadas, de carne y hueso, andando por la calle. Todos somos esa clase de fantasma, o lo hemos sido en alguna que otra ocasión.
Yo te hablo de fantasmas de verdad, de los que pueden hacer cosas excepcionales, como atravesar paredes sólidas, levitar, aparecer y desaparecer a su antojo… a esos me refiero.
¿Que si tengo poderes paranormales? Por favor, no te burles. Soy un tipo corriente, como tú, como cualquiera. Nadie tiene privilegios especiales para establecer contacto con el más allá. Eso sí es un fraude, palabrería hueca para engañar incautos.
Pero los fantasmas, espectros, espíritus, como quieras llamarlos, están aquí, junto a nosotros, conmigo, a mi lado, en este momento, mientras escribo esto que ahora lees.
Claro que no puedo verlos, eso es algo que no ocurre siempre. Pero te aseguro que uno, o quizás varios, están ahora mismo observándome, en silencio, asomados a la pantalla del portátil, para enterarse de lo que te estoy contando.
Por supuesto; también tienes otro sentado junto a ti en el sofá, quizá leyendo por encima de tu hombro, incluso puede que media docena; observándote, merodeando por la habitación, haciendo inventario de tu biblioteca o criticando tu estilismo. No los ves, pero están ahí.
De vez en cuando, sin saber cómo ni por qué, uno se materializa en tus narices. Muchas veces ni te das cuenta de que es un fantasma.
Puede ser ese tipo raro, con pinta de estar desubicado, que te sonríe desde la otra acera, o la ancianita, que parece salida de un cuento del XIX, ensimismada ante un cuadro de Sorolla, en el museo del Prado, o ese hipster, barbudo y con tirantes, que jurarías no estaba, cuando entraste en el ascensor.
Los niños pueden verlos, tienen ese don. Tú ya no lo recuerdas, pero también podías.
Estaban al fondo de aquel largo y oscuro pasillo, que llevaba a tu habitación, se escondían en el armario, debajo de tu cama.
Por la noche salían de sus refugios, sombras amenazantes, que arañaban los cristales, hasta llevar el terror a tu corazón.
Luego, al hacerte grande, te abandonó esa percepción.
Pero están ahí, a tu lado, invadiendo tu espacio, compartiendo tu vida, entrando y saliendo de tu casa a su antojo, sin que lo sepas. Y los de la noche, siguen siendo los más perversos.
Sí, exacto, a esa desagradable sensación me refiero –sabía que tú también has pasado por ello–, que te hace despertar, espantado, sintiendo un peso tremendo, que te impide el movimiento, o una garra que aprieta con fuerza tu pierna, tu brazo, tus nalgas, tu cabeza.
Ya estás de nuevo tomándolo a broma.
No, sabes que no es precisamente a eso a lo que me refiero y que tu compañero, o compañera –perdona, pero no sé si eres chica o chico, ni tus preferencias en la materia–, no tienen nada que ver. Pero por mucho que intentes ahora quitarle seriedad… ¡A que acojona!
Los físicos argumentan, que la quinta dimensión es más pequeña que un átomo –todas las dimensiones de nuestro universo lo serían, en realidad–, por lo que no podemos observarlas a simple vista, ni tenemos la tecnología, que nos permita hacerlo en un laboratorio.
Pero algunos apuestan por el gravitón, que es una partícula elemental transmisora de la interacción gravitatoria en la mayoría de los modelos de gravedad cuántica. De existir, podría ser la puerta de acceso a todas las dimensiones del universo.
Curioso, ¿verdad? Quién te dice a ti, que algún día, el gravitón sirva, igualmente, para abrirnos los ojos a este mundo fantástico de universos paralelos, que la ciencia lleva tiempo tomándose en serio.
Yo he visto fantasmas, sí, lo reivindico. La mayoría inofensivos, buena gente, incapaces de hacer daño a una mosca.
Pero también los hay odiosos, perversos y con mala leche, que se materializan a los pies de tu cama, como dos espeluznantes monjecillos encapuchados, silenciosos e inmóviles, cuya visión te obliga a buscar refugio bajo el frágil sagrado de las sábanas.
O el no menos conocido «hombre del sombrero», esa tétrica sombra, que ataviada con abrigo negro y sombrero de ala ancha, del mismo color, parece mirarte con insana curiosidad, allí, al borde mismo de tu lecho.
Que en tu cuarto no hay monjes encapuchados, ni tipos raros e indiscretos con sombrero. Bueno, si tú lo dices…
Pero esta noche, antes de apagar la luz, hazme un favor: mira dentro del armario, detrás de la puerta, debajo de la cama y pon una ristra de ajos encima del cabecero. Para los vampiros funciona, igual también sirve para los fantasmas con mala uva.
No, no te lo puedo garantizar. Qué quieres, yo llego hasta donde llego.
LUISI MONTANA
Cada día asomas escalofriante y tenue, cómo el más frío de mis pensamientos.
Te enredas en la tela de araña de éste hermoso rincón, cómo si unos fornidos brazos se tratara, buscando el abrazo cálido de un ser con vida.
Pides a gritos un cuerpo, en el que poder adentrarte y ser visible,
¡ Pero no ! . No hay un cuerpo para tí.
Por tanto siempre serás ese fantasma, sin cuerpo, sin abrazos, sin voz que te deje aclamar , sin corazón que te deje sentir.
¡Por eso no eres !. ¡No estás!. .
¡Sólo una ilusión más de un momento sin sentido!.
Ya no pretendas más estar ni ser , si yo no quiero no habrá fantasmas que ocupe lugar que no le corresponde.
NEUS SINTES
Kazumi vivía con sus abuelos en Osaka, la segunda ciudad más grande de Japón. Kazumi no sabía de la existencia de sus padres. Sabía de sus abuelos que su madre falleció al dar a luz. Aunque realmente Kazumi vivía en la más profunda oscuridad. Sumergida siempre en sí misma, solitaria. Sus abuelos siempre mantenían animarla e intentaban describir siempre las cosas como las veían para que ella se hiciera una idea de la belleza que la rodeaba, aunque no fuera consciente de ella. Su ceguera se lo impedía.
-Abuela, ¿es cierto que mi madre falleció al dar a luz? – le preguntó un día
-Sí, mi hijita – le contestó cariñosamente.
-¿Como era? – insistió
-Tu madre era muy bella, cómo tú. De largos cabellos del color azabache oscuros que le llegaban hasta la cintura. Era alegre, siempre con una sonrisa en sus labios.
-Me la estoy imaginando, Abuela – le contestó.
-Hasta que… – dejó la frase a medias.
La ceguera le había privado de muchas cosas. Afortunadamente su imaginación era su mundo. En su mente podía ver las cosas e imaginarlas como ella deseaba, aunque sabía que no era el mundo real. Había desarrollado mucho sus cuatro sentidos al no poseer visión. No le temía a las oscuridad, en ella residía.
Hacía un año su abuelo se enteró de una posibilidad entre un millón de que pudieran llamarla para hacerle un estudio y comprobar si podía operarse de la vista y poder llegar a ver. Los médicos no llamaron y los meses fueron pasando y Kazumi terminó por perdida la posibilidad de que algún día llegara a poder ver.
Todavía veía medio borroso, pero los días los pasaba en la casa contemplando todas y cada una de las cosas que nunca había tenido ocasión de hacer. A través de la ventana por fin veía florecer los cerezos en flor de los que tanto le había contado su abuela.
Pasaron las semanas y aún no se podía creer que sus ojos pudiera ver. Conviviendo en la oscuridad tanto tiempo, la luz le era algo nuevo para ella, extraño.
Una noche de tormenta, Kazumi se encontraba a solas en su habitación intentando conciliar el sueño. Después de poder recuperar la vista, temía cerrar los ojos de nuevo para comprender que todo había sido un sueño y al abrirlos de nuevo al alba, comprender que seguía viviendo en la más profunda oscuridad. Como siempre.
El cansancio se apoderó de ella. Sus párpados fueron cerrándose. Afuera la tormenta seguía con fuerza y los relámpagos destellaban en las ventanas. Mientras Kazumi dormía plácidamente, una sombra reapareció sin más. La silueta de una mujer, vestida con una mortaja, un kimono funerario, blanco y abrochado al revés, sosteniendo a un bebé en brazos.
Se encontraba durmiendo algo inquieta, se movía en la cama como si estuviera pasando por una pesadilla, cuando de repente despertó. Al hacerlo tuvo que poner la mano en la boca para evitar que sus abuelos la oyeran gritar.
-Aaah!… – un grito ahogado salió de su boca al ver al Espíritu.
El Espíritu contemplaba a Kazumi como quien observa a alguien querido. Sus ojos la miraban con dulzura. Alargó una mano, intentando decirle algo, aunque lo único que consiguió fue asustar mas a Kazumi.
Kazumi volvió a rasgarse los ojos al volver a abrirlos la mujer seguía allí, inmóvil, mirándola… Pasaron unos minutos mirándose, y después la mujer fue desvaneciéndose hasta desaparecer.
Kazumi no comprendía nada. Tiritando de miedo no se volvió a dormir. Le dio vueltas a la cabeza durante toda la noche. Podía tratarse de una broma o tan solo fruto de su imaginación o si en verdad ella había visto a esa mujer.
Había oído hablar de los médium, aquellas personas que veían a Espíritus. Pero cómo ser una de e ellos, si había vuelto de la oscuridad para poder ver y tener una vida normal. Todas las noches eran iguales. Despertaba notando la presencia de alguien y entonces se daba la vuelta y al abrir los ojos se encontraba con la mirada de ese ser…
Asuka era una mujer anciana que vivía en las afueras de Osaka, aislada de la civilización. Había oído hablar de ella, de sus poderes paranormales. Mucha gente la había visto hablar sola. Otros decían que hablaba con los espíritus y que los curaba y sanaba de sus vidas pasadas en la Tierra. Muchas la temían, la consideraban una bruja y otros una médium. Por eso vivía aislada de la gente.
Kazumi necesitaba respuestas a lo que le estaba sucediendo y sin pensarlo más decidió ir a visitarla. Antes de entrar, un aroma a incienso invadía la estancia. Lo percibió desde el primer momento. Miró a los lados y entró despacio, mirando detalle a detalle todo cuanto le rodeaba. Se encontraba en el pasillo, intrigada y algo nerviosa, aunque también segura de sí misma sabiendo que hacía lo correcto en saber la verdad de lo que le estaba sucediendo.
-Pasa, pasa – le susurró una voz desde el interior de la sala.
A medida que entraba, se encontró a una anciana sentada en un sillón junto a una pequeña y redonda mesa. En las paredes había colgando muchos diferentes amuletos, cada uno con su distinto significado
-Siéntate. – no seas tímida, Kazumi – le contesto la anciana
-¿Como sabes mi nombre? – preguntó, poniéndose tensa.
-Tu nombre está escrito en tus ojos. Nuestra mirada es un símbolo que mira en ocasiones más allá. ¿Has venido a pedirme consejo, verdad?.
Mientras iba colocando cuatro velas en la mesa, encendió cada una de ellas con parsimonia y con sumo cuidado.
-De acuerdo Kazumi. ¿Podrías decirme cómo es?. – le preguntó.
-Veo la silueta de una mujer, vestida con una mortaja, un kimono funerario, blanco y abrochado al revés, sosteniendo a un bebé en brazos.
-Bueno, bueno… – suspiró Asuka
El Silencio reinó de nuevo en la habitación y Asuka cerró los ojos y juntó las manos sobre la mesa. Kazumi esperaba en silencio. Un cosquilleo empezó a reinar en su interior. Asuka abrió los ojos y mirando a Kazumi pronunció la palabra: «Ubume». Mujeres que murieron dando a luz sin tener medios para proveer a su hijo una buena vida. El poder del amor les permite quedarse en el mundo terrenal para ayudar a sus hijos en tiempos difíciles o dejarles obsequios que después se convierten en hojas muertas. –
-Kazumi…¿Conociste a tu madre? – pregunto dubitativa la anciana.
-No. No la conocí. Falleció cuando yo nací.
-El espíritu que ves, es el de tu madre – anunció.
Tu madre ha reaparecido para que tú supieras que no estas sola. Que ella no te ha dejado. Que a tu lado ella permanece, aunque ya no sea mortal. Kazumi aún no podía pensar con claridad. No se esperaba que Asuka le dijera que era su madre. Lágrimas se esparcieron por sus mejillas, sin saber muy bien si de alegría o de tristeza o de ambas cosas.
-¿Que debo hacer? – pregunto Kazumi.
Muy sencillo – y mirando a los ojos a la joven, le dijo: «No temerla», ni a los que puedas ver en un futuro. Ellos abundan en nuestro mundo. Naciste con ceguera y ahora ves con claridad y más allá que cualquier persona. Aprovecha este Don de ver las almas, e intenta estar en contacto con tu madre. Seguro que ella quiere decirte muchas cosas, pero sobre todo; permanecer a tu lado. Kazumi abrazó a la anciana, dándole las gracias por todo.
A partir de ese momento emprendió una nueva vida, un nuevo camino. Aprendiendo a ver todas aquellas cosas y aquellas almas que vagaban por la tierra que tan solo algunos tenían la fortuna de ver. Debía sentirse beneficiada por ese Don que la vida le había proporcionado. Había dejado atrás la oscuridad, un horizonte le esperaba con los brazos abiertos. Mundos nuevos por descubrir y poder de esta forma absorber toda la energía positiva que le transmitieran. Tenía todavía un largo camino por aprender de la mano de sus seres queridos y de las almas que vagaban por la Tierra.
RODOLFO ALBERTO MICCHIA
Cuando las cartas están echadas
Como todos los viernes de baraja; dándonos la bienvenida sonaba un tango en la casa de Anselmo, ahí nos reuníamos Federico, el Turco y yo, era como tener un momento de esparcimiento, un día a la semana compartíamos aparte del azaroso juego, temas del diario vivir.
Normalmente, la señora de Anselmo nos dejaba a solas, ella respetaba esa semántica charla y a su vez, nosotros reverenciábamos la casa, al menor indicio de molestia, enseguida nos retirábamos.
Con frecuencia, cuando la señora de Anselmo nos quería echar, siempre ponía un, pero. Él se enojaba, aunque nosotros entendíamos que era hora de partir, como esa vez, que jugando los últimos porotos al truco le dijo:
—¡Pero Anselmo!, ¿Ni afiebrado vas a dejar de jugar?.
En realidad nos sentimos incómodos por lo que el Turco le dijo:
—¡Pero che!, Nos hubieras avisado que no estabas bien, lo hubiésemos entendido.
Aunque su argumento fue:
—¡Bah!, No se preocupen, es una exagerada mi mujer.
Igualmente, consideramos que estuvo mal no informarnos sobre su estado. O esa otra vez que su señora mencionó en voz alta:
—¡Pero Anselmo¡ ¿No era que íbamos de mi hermana?.
El mensaje estuvo más que claro.
Así fue como ese viernes llegamos a su casa, nos pareció raro no escuchar un tango, pero más inusitado fue, cuando su mujer nos recibió, preguntamos por Anselmo y ella no contuvo el llanto, nos miramos uno al otro sin entender que pasaba, hasta pensamos que una milonga triste iba a sollozar en ese momento, Federico, el Turco y yo no supimos cómo reaccionar, tal vez habían discutido y él se había marchado, no lo supimos hasta pasado un rato.
Ella pidió permiso y se ausentó ofreciéndonos un café, nosotros nos quedamos ahí, a la espera de una respuesta. A los cinco minutos apareció Anselmo, un poco demacrado, despeinado y maloliente, recordé aquella vez que nos atendió en pijamas, porque ella, su complaciente mujer, le había lavado toda la ropa junta… pero ese día se veía distinto, le preguntamos cómo estaba, que pasó, Federico recalcó:
—¿Te peleaste con tu mujer?…
—¡Noo! —respondió con voz gutural sentándose a la mesa y barajando como un tahúr.
En eso entró ella gritando:
—¡Pero Anselmo!, ¿Ni muerto vas a dejar de jugar?
En esa fría habitación, esa vez también entendimos el mensaje.
ENRIQUE DIAGO
Todos los Días está ahí… Eso que no se ve pero se siente… Me acompaña, es más lo voy a dibujar para que lo vean: «Con Ojos de Fuego con rostro de Sol» a veces solo es un viento suave… A veces un desconocido que te habla y pareciera que te conoce desde siempre… A veces un pájaro rojo lleno de Colores que se mezcla con mis frecuencias invisibles tristes pero afina con él…
¿Sabes de dónde vienes y para dónde vas? El fantasma de los ojos no lo sabe pero el está ahí… Haz visto ése ajugero negro en tú alma… Él también está ahí… ¿Sabes que hay en Marte? ¿o el tiempo de Júpiter? ÉL también está ahí…
Hay días que paresco invisible… A todos les encanta lo que se ve y no me notan( y lo que no se ve también les encanta cuando lo comprueban)… es más hasta me desprecian a veces cuando voy de Barrendero… A veces de SEÑORA de los tintos… A veces de ateo ayudando a los pobres… A veces de político honesto cada 100 años. A veces solo como un buen vino, a veces solo para ROMPERTE TU MENTE QUE NI TU MISMO CONOCES, BESTIA NECIA.
Y ahora vive dentro de mi…jajaja Uds no lo pueden VER…uds no tienen ni idea que yo tengo su mente. QUE YO EXISTO CON ÉL DESDE LA FUNDACIÓN DEL MUNDO. Es un fantasma de Broce Bruñido… Que se transforma en una gran partida de ajedrez que se mueve como un magnífico GUERRERO como un caballo que disfruta estar en la batalla, una energía que solo se transforma a tus ojos… A tus ojos que CREEN ver estas letras que estás leyendo y QUE ES ÉL TAMBIÉN.
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
Una historia de fantasmas tan reales como la vida misma.
Negar la visibilidad de ciertos fantasmas no impide la existencia que les concede su invisibilidad.
Sábado. Despierto temprano. Preparo el desayuno. Me instalo en mi habitación portátil en ristre. En la cocina he dejado al fuego un arroz para que, mientras tecleo, quede listo…y tal, y tal… ¿Y qué tal? ¡Pues que olvido por completo el arroz, la cocina…el fuego!; a mi nariz, es cierto, llegaba un cierto olor a tostadas, mientras, pensaba que: «demasiadas tostadas estaban haciendo los vecinos o se habían puesto de acuerdo con poner el tostador todos a la vez».
Comienza a lacrimar mi ojo izquierdo, abandono la poltrona y me dirijo a la cocina…la cocina fantasma, porque una densa nube de humo inundando todo el espacio impedía su visión.
¡Me cago en todos los patos de color verde! La cazuela negra como una playa de lava, el arroz un emplaste duro y negro, la cocina… ¡la cocina!
Bueno pues nada…que no he visto fantasma alguno, que todo era real, que mi casa huele todita a quemado, que he gastado el bote entero del ambientador…que me he ido a la feria del libro y…
¡Allí sí he visto un fantasma real! de apellido cantarín, firmando lo que sea que sea que haya podido escribir…y entonces he creído en la existencia verdadera de los fantasmas…y he llegado contentísima con mi libro de Irene Vallejo, soñando con un té que había dejado en el congelador…
¡Otra vez los fantasmas! Abro la puerta del enfriador: ¡fantasma a estribor! La botella ha explotado, el líquido se ha congelado apegostrando todo bicho que allí habitaba una vida fantasmal…y vuelvo a recordar la legión de patos verdes que, cual fantasmas, llevan dos días acosándome…porque ayer me mangaron en la piscina mis chanclas rosas de marca que con tanto primor estaban a mis cuidados…un fantasma debió de ser quién se las llevó…
En vuestro pueblo quizá no, pero Madrid está lleno de fantasmas…y en mi vida hay instalados dos o tres…depende del día…
¡Ah! Último fantasma, lo prometo. Ayer me cortaron mi abundante melena que ha pasado a formar parte de una vida fantasmal. Eso por no hablar de los fantasmas que habitan el piso superior al mío. ¡De nuevo la legión de palmípedos fantasmales revoloteando alrededor de mi cabeza!
No dudó en que ponerse: chándal y las zapatillas. Después cerró despacio la puerta de casa para no despertar a su familia. Mientras bajaba en el ascensor sacó la primera unidad de las trescientas mascarillas que recibieron el día anterior y se la colocó frente al espejo del montacargas. Se sentía extraño, aunque aquel artilugio le produjo cierta sensación de seguridad. Ya en el portal, presionó con el codo el interruptor para salir del portal y por fin pisaba la calle desde hacía cuatro días.
Al salir sintió el sol en su rostro y se regocijó por la buena temperatura de aquel día primeros de abril. Las calles de Córdoba lucían solitarias, a pesar de que ya eran casi las diez de la mañana. De vez en cuando se cruzaba, guardando las distancias, con algún que otro viandante que o bien paseaba a su perro o como él, iba o venía de hacer compras.
Al llegar a la puerta de la farmacia la cola doblaba la esquina. Se resigno y tras dejar el espacio obligatorio de seguridad, se situó tras una señora que cubría su boca con una mascarilla FPP2, lo que le sorprendió ya que ese tipo de máscaras resultaban imposibles de encontrar.
De pronto vio como los componentes de la fila empezaron a parapetarse tras la parada de autobús que había al otro lado de la acera, y es que, por la calzada se aproximaba un enorme camión cisterna del ayuntamiento, que iba regando la calle con un líquido blanco.
De entre la gente agolpada se empezó la verborrea de un señor vestido de traje que decía:
— ¡Esto es una vergüenza! ¡Van a acabar con nosotros! Ahora nos fumigan con desinfectante para ratas… Ya no saben cómo exterminarnos a todos.
La gente allí presente murmuraba recelosa, y alguien preguntó quién era él para conocer la formulación de aquel líquido blanquecino, a lo que el del traje contestó que era profesor de bioquímica en la Universidad y sabía perfectamente de lo que hablaba porque a través de dicha entidad, él y sus colegas, mantenían contactos estrechos con el mismísimo Ministerio de Sanidad.
Esos comentarios provocaron que dos o tres personas abandonaran el lugar despavoridas, y de los que resistíamos nadie se atrevía a colocarse nuevamente en la fila de la farmacia para así evitar pisar el líquido desparramado, hasta que la mujer de la mascarilla FPP2 salió del grupo de gente y se situó la primera, lo que provocó el desconcierto entre los presentes y hasta los insultos de aquel catedrático tan solemne.
Ella, muy tranquila, finalmente se giró hacia nosotros y dijo:
— Usted, señor, será bioquímico con lazos en el gobierno, pero yo soy la madre de un conductor de camión cisterna del ayuntamiento y se, con mi trabajo de cocinera, que el líquido por el que tanto revuelo ha montado se trata solo de un desinfectante sin lejía que no daña el medioambiente y menos a los ciudadanos.
Al llegar a casa fui hasta la cocina. Me senté a desayunar con mi familia y mi mujer me preguntó cómo me había ido en la calle. Tuve que explicarle detenidamente que era eso de que había visto un fantasma con traje.
EFRAIN DÍAZ
Hay quien dice que los fantasmas no existen y otros, que aseguran todo lo contrario. Que hay tantos fantasmas como seres humanos.
Isidro salió de una fiesta. Luego de haber compartido tragos y copas con varios amigos decidió irse a su casa. Había tomado demás y necesitaba descansar.
Era de madrugada y la noche estaba cerrada. La vía, que era rural, era estrecha y excepto por la luz de la luna, la carretera carecía de iluminación. Manejando como mejor podía, pues la ingesta etílica había hecho sus buenos oficios, tomó una curva muy cerrada y estuvo a punto de atropellar a una joven que caminaba por el oscuro camino. Del susto, pegó un frenazo y el chirrido de los neumáticos provocó que la joven brincara del pavimento al pasto.
Isidro se bajó del vehículo asustado. Al preguntarle a la joven si estaba bien, notó que la chica era de una belleza extraordinaria. La muchacha lo miró y con una tímida sonrisa le dijo «estuvo cerca». Isidro le preguntó qué hacía caminando sola a esas horas de la madrugada. La hermosa joven le contestó que había salido con su novio, que habían tenido una fuerte y acalorada discusión y éste optó por bajarla del vehículo, por lo que continuó caminando hacia su hogar.
Isidro, caballero al fin y asombrado por la hermosura de la joven, le ofreció llevarla a su casa. De camino hablaron de sus respectivos trabajos, de sus vidas, de sus aciertos y desaciertos. Ambos encontraron que tenían muchas cosas en común.
Finalmente llegaron a la casa de la joven. Antes de bajarse y entre risas, Isidro le preguntó su nombre. Habían conversado por más de una hora y ni siquiera sabía cómo se llamaba. Astrid, le dijo ella. Me llamo Astrid y acto seguido, tomó el móvil de Isidro y anotó su nombre y su número de teléfono.
«Llámame cuando quieras. Eres divertido y me gustaría volver a verte. Después de esta noche, no creo que ya tenga novio», le dijo Astrid.
Al día siguiente, Isidro se levantó con un fuerte dolor de cabeza. Vio que su camisa tenía una ligera mancha de pintalabios y polvo de cara. Sonrió y la echó a lavar. Se tomó dos aspirinas y le envió un mensaje de texto a Astrid. Al ver que no contestó el mensaje, optó por llamarla. Astrid tampoco contestó.
Al terminar su jornada, Isidro decidió pasar por la casa de Astrid. Su belleza lo había impactado y después de todo, ella había manifestado que quería volver a verlo.
Al llegar a la casa, tocó el timbre de la puerta. Abrió una señora mayor. Muy guapa para su edad. Cuando joven, debió ser una beldad, pensó Isidro.
Sin pensarlo dos veces, preguntó por Astrid. La señora lo miró fijamente y con una pátina de tristeza, comenzó a llorar.
Entre llanto, lágrimas y sollozos, la señora le explicó que Astrid era su hija. Que una noche había salido con su novio y que producto de una discusión, éste la había bajado del carro y que caminando hacía su casa, fue atropellada por un vehículo. Había muerto en el acto y el vehículo que la impactó se había dado a la fuga. Nunca lo encontraron. Eso fue hace tres meses.
Desde esa vez, el fantasma de Astrid se había quedado vagando por el lugar donde fue atropellada e Isidro era el sexto joven que alegaba haberla llevado a su casa.
Isidro quedó estupefacto ante la historia. La señora le mostró a Isidro una foto de Astrid y éste pudo corroborar que se trataba de ella. Isidro le dijo a la señora que Astrid le había dado su número de teléfono y que él le había escrito y llamado en la mañana, pero no había obtenido respuesta. La señora le confirmó el mensaje y la llamada. Ella guardaba su teléfono y a pesar de recibir todas las llamadas y los mensajes, nunca los contestaba. Contestarlos significaba recordar su dolor y su pena.
Isidro se despidió descorazonado, desesperanzado. Se montó en su vehículo y se marchó. La sexta persona que llevaba a Astrid a su casa, pensaba de camino.
Esa noche Isidro no pudo dormir. Estaba insomne. Se montó en su vehículo y manejó al lugar donde encontró a Astrid la noche anterior. Al llegar a la curva donde por poco la atropella, la encontró, sentada en una baranda, felíz, sonriente, hermosa.
«Eres el sexto que me lleva a mi casa, pero el único que ha regresado. Algo me decía que volverías». Desde esa noche, Isidro regresa noche tras noche por Astrid. Se encuentran en la misma curva, en el mismo lugar. Y noche tras noche conversan, caminan por el bosque y ocasionalmente hacen el amor.
EMILIANO HEREDIA
Y AHORA……
Desde, hace algún tiempo, una extraña sensación de zozobra, se abraza a mi corazón y los días se me antojan, más grises, más largos.
El olor acre de la lluvia recién caída, se desliza dentro de mí, como agua derramada.
Soy un tentetieso que tiran, y me levanto, tiran y me levanto.
Hay algo que, me está provocando un desasosiego, una angustia que, ha cortado como unas tijeras, las alas del ánimo de mi alma.
En la soledad de mi casa, las cortinas se mecen al son de una nana infantil que provoca un viento que entra por la ventana, que no existe.
Siento, algo, alguien que me acompaña en cada paso, en cada respiración.
Es un frío que apaga el escaso calor que aún me queda en una exigua ascua.
La verdad, todo sigue igual, estoy montado en este tren de la vida, donde los pasajeros son los de siempre y el equipaje que cargo cada vez es más y más pesado.
Y ahí está, ese sitio vacío que no ocupa nadie, pero yo lo veo ocupado.
Mis hijos, los observo como si yo estuviera encerrado en una urna de cristal tan grueso que, aunque por más que golpease, no se rompería, aunque por más que gritase, no se me escucharía, por más que gesticulase, no se me vería.
¿quién me acaricia en el desierto de sabanas mientras mis ojos están dormidos y mi cuerpo despierto?.
Es ese ser que es sin estar en mi ser sin estar.
Hoy, en uno de esos ascensores de paredes de espejo, he visto al fantasma reflejado finitamente. Le he mirado sin miedo a unos ojos maquillados de tristeza, su boca, un horizonte plano que se suicida en la noche, un cuerpo de fracaso, molido a palos por la mano del abandono, una filfa, una marioneta con los hilos rotos.
Alguien que quiso volar alto y ni si quiera pudo despegar.
Que mejor sería no estar ya aquí.
No he sentido miedo.
He sentido tan honda tristeza que me ha quemado.
Las lágrimas me escribían en la cara, mientras no dejaba de mirar al fantasma, la palabra:
“yo”
ASAPH FERNÁNDEZ
Para Elisa
La llegada de Mati, al hogar de Sam y Susan, trajo consigo una gran alegría. Sam era un músico que no había alcanzado la fama pero eso no le impedía usar su teclado, que era el instrumento con el cual trabajaba tocando en fiestas y en un pequeño bar los fines de semana, para tocar canciones a la pequeña aún desde antes de que ésta naciera. La melodía favorita de Sam era Für Elise de Beethoven, no había semana en que no recitara esta pieza a la pequeña; sus conciertos semanales eran el regalo más preciado que podía darle.
El cumpleaños número cuatro de Mati había llegado rápidamente, y con él la angustia de Sam por llevar el regalo perfecto a la hija que tanto amaba. El joven padre conocía que en la pequeña se había despertado el amor por la música al igual que en él; era, por así decirlo, un vínculo que los mantenía doblemente unidos además del amor filial que le tenía por ser la única. El regalo que Sam deseaba encontrar era algo relacionado con ese amor al arte, ingresó en una tienda de antigüedades y sus ojos vieron justo lo que tanto buscaba. Era una pequeña urna de madera y cristal, chapado con metal dorado sobre los pequeños bordes a cada lado. Al levantar la tapa, una pequeña bailarina de ballet comenzaba a girar en su propio eje al ritmo de Für Elise. Pagó por ella y se dirigió a su hogar.
La sorpresa fue muy bien recibida por la pequeña, fue tanto el gusto por el regalo que todos los días y a todas horas se podía escuchar su bella melodía en los diferentes rincones de la casa.
El ser hija única fue formando en la pequeña Mati una niña solitaria y retraída, Susan dedicaba poco tiempo a jugar con ella; para solventar los gastos junto con su marido dedicaba gran parte del tiempo a la costura. Sin embargo, la pequeña encontró un refugio en la música que escapaba de la cajita cuando era abierta, levantaba la tapa y el hogar se llenaba con la música y otros sonidos que salían de la boca de la pequeña.
Semanas después del cumpleaños de Mati, una noche mientras el silencio reinaba en el hogar, un grito agudo y desgarrador despertó a Sam y Susan. Rápidamente acudieron al cuarto de la pequeña, la cual se encontraba sentada sobre la cama con una expresión de terror en su rostro.
–¿Qué es lo que ocurre mi amor?– preguntó la mujer sin recibir respuesta. La niña no paraba de llorar, cuando vio entrar a sus padres se aferró tan fuerte que parecía no los hubiera visto en mucho tiempo.
–¿Qué es lo que ocurre princesa?– se animó a preguntar su padre después de inspeccionar rápidamente el habitáculo donde dormía la pequeña– no hubo respuesta.
El llanto inundaba el ambiente, Sam la tomó entre sus brazos e intentó calmarla con abrazos y besos, pero la niña se aferraba a él con mayor firmeza sin querer que se fuera. Ambos entendieron que se trataba de una pesadilla, solo faltaba que la niña confesará que es lo que tanto la había asustado. Las horas transcurrieron y el llanto se fue apagando.
–¿Has tenido un mal sueño?– preguntó nuevamente el padre, a lo que la pequeña asintió con la cara bañada en llanto.
–Ya ha pasado mi amor, es hora de que vuelvas a la cama– nuevamente se aferró a él que tuvieron que llevarla consigo a su cama.
A la mañana siguiente, Mati se animó a contar sobre la pesadilla que había vivido. –Una enorme araña caminaba sobre la pared de mi cuarto, acercándose muy despacio hasta mi cama. Conforme iba acercándose se hacía más y más grande.
En el sueño la pequeña no podía correr ni siquiera alejarse, pues, según ella, las cobijas se convertían en largos y resistentes hilos de seda.
Sam inspeccionó hasta el último rincón de la habitación donde pudiera esconderse algún insecto (en especial una araña) o cualquier otra alimaña, sin embargo, su búsqueda no rindió frutos; rocío con insecticida y colocó algunas trampas para que la pequeña se sintiera más segura.
El día pasó y la noche se hizo presente, la misma pesadilla hizo despertar a todos en la casa. Esto mismo ocurrió durante algunas noches más, en las cuales los padres de Mati tuvieron que pasar en vela.
El ambiente en la casa se fue haciendo pesado y hasta un tanto extraño, la falta de sueño los fue afectando.
A veces mientras Susan estaba en la cocina, miraba de soslayo una sombra que pasaba corriendo detrás de ella. La primera vez no le dio importancia creyendo que quizá sería la pequeña Mati, sin embargo, esto mismo ocurrió en otras ocasiones aún cuando la niña permanecía a su lado.
–Te juro que he visto pasar algo detrás y se me ha helado la sangre.
–La falta de sueño nos está afectando…
–¡¿Crees que me estoy volviendo loca verdad?!
–¡Tranquilízate! No he dicho nada de eso, quizá solo haya sido Mati…
–Ya le he preguntado y ella asegura que no lo ha hecho, además no ha sido la única vez. Te juro que ya van varias, además algo extraño ocurre con esa niña.
–¿A qué te refieres?
–La he visto hablando sola e incluso algunas veces he escuchado risas en su cuarto.
–Venga vamos, no me dirás que has visto algún tipo de fantasma ¿cierto?
–No se que esté ocurriendo– dijo casi a punto de soltar en llanto –pero en el ambiente se percibe algo muy extraño.
–Y ¿Dónde está Mati?
–Está en su cuarto, creo…
–Iré a verla
–Hola Mati
–Hola papi
–¿Puedo entrar?
–¡Claro! Pasa, justo ahora estábamos tomando el té
–Ah sí, a quien te refieres con: «estábamos».
–¡Ay papi! Pues a Katie y a mí, a quien mas
–¡Ah!– miró hacia todos lados sin hallar a nadie más que a la pequeña y algunas muñecas que permanecían sentadas junto a ella.
–¿Puedo sentarme?
–Claro… ¡pero ahí no! ¿no ves que ahí está sentada Katie?
Sam miró el asiento vacío y parecía estar totalmente de acuerdo con su mujer, algo muy extraño estaba ocurriendo.
–¿Sabes algo de lo que le ocurre a mami? Dice que alguien le ha estado jugando bromas; asegura haber visto pasar a alguien detrás de ella y que también oye voces en tu habitación.
La niña parecía ensimismada jugando con sus muñecas sin dar importancia a lo que su padre le preguntará. Sam volvió a repetir las mismas palabras sin obtener respuesta alguna.
–Bueno, si usted no piensa hablar me llevaré su cajita musical para que al fin pueda reinar el silencio en esta casa– dijo un tanto molesto.
–No lo hagas o harás enojar a Katie.
–No me importa quien se enoje, no quieres hablar yo no pienso discutir contigo ni con Katie.
Los días siguientes el ambiente se había hecho más pesado en el hogar, Susan se sentía cada vez más paranoica.
–Te digo que las cosas se han vuelto más extrañas
–¿A qué te refieres? Hace días que Mati ya no llora por las noches, hasta parece que duerme mejor, deberías de hacer lo mismo.
–¿Y cómo quieres que duerma si las cosas que veo no me las puedo sacar de la cabeza?
–Vamos, cálmate, no quise decir eso. Haber cuéntame ¿qué es lo que ocurre ahora?
–El otro día entré a la habitación de Mati y mientras se cepillaba el cabello frente al espejo, la llamé y su reflejo volteó a verme de forma malévola. Es cómo si no fuera ella, cómo sí una presencia maligna me mirará desde el otro lado del espejo, mientras Mati seguía cepillando su cabello.
–Parece que esas historias tuyas están yendo muy lejos. Primero dices que las sombras, después que las cosas se mueven por sí solas, ahora que el reflejo de tu hija te da miedo.
–Es que tu no entiendes nada, esa niña tiene algo que…
–Que qué…
–Olvídalo.
Los días transcurrieron y Susan fue descendiendo por los escalones de la locura hasta que una tarde intentó arremeter contra su propia hija, para suerte de la pequeña, uno de los vecinos escuchó el forcejeo y entró para auxiliar a la niña. La mujer fue detenida y envida a un hospital psiquiátrico.
–Su esposa está muy mal, ha creado fantasmas en su mente.
–…
–¿Usted procura mucho a la niña?
–Es mi hija doctor
–Pues parece que su esposa ha generado celos enfermizos contra su propia hija. Además, una especie de psicosis se ha ido apoderando de su mente a tal punto de asegurar ver cosas que no existen.
–…
–¿Su hija tiene alguien con quien jugar?
–No doctor, es hija única. Pero ahora que lo menciona ella también me preocupa.
–¿Por qué lo dice?
–Asegura tener un amigo imaginario con el cual juega, bueno en realidad dice que es una niña.
–En algunos niños es normal crear este tipo de comportamientos, digamos que intentan reemplazar la falta de un compañero de juegos o algún amigo.
–Sí, lo entiendo doctor.
–Su esposa deberá permanecer dentro de la clínica, por su seguridad y la de los demás.
–Claro
Los días transcurrieron y a Mati se le veía más feliz que nunca, no preguntaba por su madre, es más ni parecía importarle que no estuviera. En cambio Sam extrañaba a Susan y más aún durante aquellas noches en que el sueño se alejaba de su cama. Durante una de aquellas vigilias escuchó risas en la habitación contigua, se levantó incrédulo a mirar qué es lo que ocurría. La niña permanecía sentada en la cama mirando la cajita de madera que tenía entre sus manos.
–Mati ¿qué haces despierta?
La niña sonrió como si se le hubiera contado algún chiste o mirará algo gracioso dentro de la caja de madera.
–Mati se ha ido
–¿Cómo?
–Sí, se ha ido para siempre
La piel se le erizó al escuchar lo que decía la niña ahí sentada.
–Dime ¿quién eres tú? Y ¿qué es lo que quieres?
–Papi ¿todavía me quieres?
–Dime ¿Quién eres?
–Soy Katie
–¿Katie, la amiga de Mati?
–Jajajjajajajaj… no no noo, Katie la araña de los sueños de Mati tu hija Jajajjajajajaj
–Será mejor que te duermas, iremos al doctor por la mañana, la enfermedad de tu madre te ha alcanzado.
–No no noo
Abrió la cajita y el rodillo dentado comenzó a girar, liberando la hermosa melodía que inundó el lugar con sus notas.
–Dame esa cosa, no es hora de estar jugando
La pequeña escondió la caja detrás de ella, Sam alargó la mano para poder tomarla pero ésta le mordió los dedos generando una hemorragia que manchó la cama. Se llevó la mano hacia el pijama para detener el sangrado mientras veía como la pequeña se mofaba burlona. De una de las muñecas se escuchó una risa grabada, y las otras la siguieron a coro. Sus caras inexpresivas con esos ojos movibles de plástico voltearon cuando este quiso levantarse.
–¿Quién eres y qué has hecho con Mati?– la voz le salía entrecortada.
–Hemos cambiado de lugar por así decirlo
–A qué te refieres con eso
–Yo buscaba un cuerpo y ella quería con quien jugar, ella se ha vuelto un sueño y yo te puedo llamar papá Jajajjajajajaj
–¿Qué quieres decir con qué se ha vuelto un sueño?
–Al mundo onírico, donde va el espíritu mientras el cuerpo duerme. Ahí donde un momento eres y al otro ya no. Donde la prisión no es de barrotes pero no puedes escapar. Todos buscamos quien nos deje salir. El mundo material y el de los sueños se unen a través del cuerpo. El alma escapa y se adentra en nuestro mundo, se vuelve espectadora, una intrusa entre nosotros, un fantasma en nuestro mundo. Sin embargo, hay quien daría lo que fuera por vivir sus sueños. Mati y yo hemos hecho un trato, ahora yo soy libre y ella prisionera cómo la bailarina de esta cajita musical. Jamás podrá escapar por mucho que dé vueltas. Tú tampoco lo harás papi– dijo mirándolo con esos ojos depredadores –te quedarás conmigo y jugaremos hasta que yo quiera.
La casa, hasta el día de hoy, permanece abandonada. Nadie sabe qué ocurrió exactamente con el hombre y con la niña. Hay quienes aseguran que por los rincones de la casa aún se pueden encontrar muñecas tiradas por el lugar, otros aseguran escuchar risas y hasta la bella melodía de una cajita musical.
GLORIA ALBADALEJO AYALA
ESA NOCHE FRIA Y LARGA
Era una noche muy oscura, amenazante de lluvia. Ocurrió a principios de diciembre. Todavía no he podido esclarecer los hechos de los que voy a contar a continuación. Necesito desahogarme en unos pequeños párrafos y explicar lo que me ocurrió hace apenas dos años. Todo este tiempo he estado con mi cabeza dándole vueltas, sin dar ningún resultado aparente. Simplemente estaba ahí, en esas calles desconocidas y con alguien a quién todavía no he podido identificar.
Como ya he escrito anteriormente, era diciembre y hacía mucho frío. No tardaría la tormenta que se avecinaba a pasos agigantados. No sabía qué hora era, no llevaba el reloj, cosa extraña porque yo siempre salgo con el reloj puesto. Ni siquiera sabía qué hacía ahí. Esas callejuelas estrechas, suponía de paredes blancas, mezclada con esa noche cerrada, daba miedo. Estaba sola, o eso creía yo. Sin embargo, me daba la sensación de que alguien me seguía. Al parar mis pies para no hacer ruido, aquello, lo que fuese, también paraba, pero yo lo oía. Alguien me estaba siguiendo y las intenciones no serían buenas, seguramente. Tenía que encontrar una salida y no sabía retroceder. – GLORIA-, alguien me llamaba por mi nombre y así hasta cinco veces. La voz era extraña, como de ultratumba. Al girarme una sombra blanca, pero incompleta, me observaba y desapareció al instante. Entonces pude comprobar como a unos pocos metros, más hacia adelante, ya que los rayos me iluminaban, había como un pequeño cementerio. Veía perfectamente las cruces de algunas tumbas que permanecían en el suelo. Un poco más cerca del cementerio se debería encontrar él, o eso. Esa sombra blanca que me estaba vigilando todo el rato y que en varias ocasiones me llamó por mi nombre. Estaba cagada de miedo. Todo estaba en mi contra; estaba perdida en un lugar desconocido, era de noche, empezaba a ver tormenta, estaba cerca de un cementerio y un supuesto fantasma burlón me vigilaba.
– ¿Quién eres? – le pregunté por fin con voz temblorosa. La única respuesta fue un extraño ruidillo, como si votase una pequeña pelota y se dirigiera hacia a mí y después la voz de una niña, creo, que me dijo:
– ¿Quieres jugar conmigo?
No tenía rostro, esa cosa no tenía ningún aspecto, porque no tenía cara. Vi algo, pero era todo blanco, una imagen borrada. Definitivamente, era un fantasma y venía de aquel cementerio siniestro y a lo mejor abandonado. Tenía que huir, salir de esa pesadilla, de esa maldición a la que me veía sometida, sin razón aparente. No entendía que hacía ahí, esa cosa me había llevado a ese lugar aterrador, a esa especie de túnel sin salida. Tal vez si pasaba por el cementerio, habría una salida, esa podía ser mi escapatoria. Pero antes tenía que pasar por el maldito cementerio y no me atrevía demasiado, pero no tenía otra. Las paredes de esa callejuela, parecía que cada vez se estrechaban más y me agobiaban, casi dejándome sin respiración. Me imaginaba que me tenían atrapada y me convertía en un muerto a dentro de un ataúd. Las paredes estrechas se volvían eso y yo estaba muerta ahí a dentro, pero solo era eso, imaginaciones, menos mal.
Antes de entrar al dicho cementerio, las primeras gotas empezaron a caer acompañadas de esos rayos y truenos que hacían que todo a mí alrededor se iluminara, pero también provocándome sobresaltos constantes.
Volví a escuchar mi nombre; -GLORIA-, esta vez más cerca, parecía que la tenía a mí lado y esa pelota volvió a acercarse junto a mi lado como invitándome al juego.
-Gloria, juega conmigo, por favor, estoy sola, echo de menos a mi mamá. Era una niña, bastante pequeña, parecía ser, pero me daba miedo igual. Yo nunca había pasado por una experiencia parecida y me sentía llena de pánico. Yo no podía hablar, solo quería huir y empecé a correr hacia el cementerio en busca de una salida, mientras la lluvia, ya más fuerte. caía sobre mí. La voz estaba detrás mía y corría conmigo, aquello no me dejaría tranquila. Lo peor fue lo que vino después. Ya en el cementerio, empecé a escuchar más voces que me llamaban por mí nombre, algunas de ellas eran de niños, otras no. Todo el cementerio estaba rodeado de ellas y después empecé a escuchar más sonidos extraños acompañados de más truenos. Me imaginé entonces que los muertos salían de sus tumbas y todos se dirigían hacia a mí con los brazos hacia adelante para atacarme, destruirme y llevarme con ellos al fondo de las tinieblas.
¡Maldita sea!, no encontraba ninguna salida, estaba encerrada en ese lugar y ya me empezaba a encontrar muy cansada. Creo que me caí derrotada, mientras la voz de la niña la sentía a mí lado y después la vi perfectamente cuando me ofrecía la pelota diciéndome:
-Gloria, ¿quieres jugar conmigo? .
Al día siguiente:
– Señorita, ¿se encuentra bien?, se ha quedado dormida delante de esa parcela.
-Que dolor de cabeza, ¿qué?, ¿qué? .
Un señor de negro me despertó muy temprano. Era el vigilante del cementerio que disponía a comenzar a trabajar. Me encontró en frente de una tumba y al leer el epitafio, me quedé de piedra y después no pude dejar de llorar. La foto de esa niña de siete años, sonriente, esa mirada dulce y penetrante que me observaba al mirarla, era…, era…, era mi hijita. Había muerto hacía cuatro años y yo no me acordaba. Mi mente se había bloqueado, se había quedado en blanco. Todavía no sé cómo pude llegar hasta allí y si lo que ocurrió, pasó de verdad, pero…
Un año después:
Esta noche me duele la cabeza, debe ser por el tiempo, está a punto de comenzar a llover. Me voy a tomar una pastilla y a dormir. Mi cama está más fría de lo normal a pesar de que tengo dos mantas y una colcha gorda, pero esta noche, me da escalofríos. Los rayos iluminan demasiado la estancia, aún con la persiana bajada y no puedo dormir, así que me tomo otra pastilla para conciliar el sueño. Me hace efecto enseguida, pero un trueno enorme me despierta a las dos de la madrugada y creo ver algo cerca de mí, no, a mí lado. Parece algo que brilla, una imagen borrosa. Noto la sensación de que se sienta a mí lado y me ofrece algo. Parece una pelota pequeña, es blanca como esa visión y después me dice algo.
-Mami, ¿quieres jugar conmigo? .
RAÚL LEIVA
Las culpas
Era una de tantas noches que Camila se despertaba gritando. Al principio pudo ser el cambio de habitación, el cambio de barrio, hasta el perro del vecino que aullaba en lugar de ladrar como los demás perros del barrio. Cada vez que la iba a ver su padre, por lo general se trataba de un mal sueño ya que dormida hablaba cosas incomprensibles. Empezó a ser preocupante cuando despertaba a los gritos bañada en sudor. Las últimas veces llegó a contar que una almohada grandota con ojos la perseguía hasta aplastarla contra una pared de agua mientras le cantaba canciones que le gustaban. La abrazaba hasta que se calmaba y luego se iba a dormir.
Lo diferente de la última noche, fue que se acercó en la oscuridad y mientras Camila se acurrucaba bajo las sábanas llorando en silencio, una sombra se acercaba envuelta en una sábana a la cama de la niña emitiendo sonidos guturales. Al hombre se le congeló el corazón. Como pudo y en silencio se acercó por detrás del bulto hasta tenerlo al alcance de la mano. Tomó la sábana y la quitó de un solo tirón y encendió las luces. La cara de su hija Maribel se puso pálida.
—¡Maribel! Esas cosas no se hacen. ¿Cómo vas a asustar así a Camila? ¡Tenés que dejarla descansar!
—¡Perdoname papi! Te juro que a ella le gustan esas canciones. Por eso se las canto.
—Pero es tarde y papá mañana trabaja temprano. Y me parece que Cami se asusta si le cantás las canciones con esa voz, ¡y con esa sábana!
—Bueno papi. No lo hago más. ¿Puedo ir a dormir con vos?
—Hacemos así mejor, vos te quedás acá y cuidás que a Cami no le pase nada. Si ella se despierta o algo vos me avisas y yo vengo, ¿dale?
—Bueno papi. Hasta mañana.
—Hasta mañana cielo. Dejo la luz prendida del pasillo por las dudas.
El hombre se fue a su habitación y se acostó al lado de su mujer.
—¿Qué pasó gordo? ¿Cami de nuevo?
—No, nada que ver. Está todo bien.
—Bueno… Te dejaste la luz del pasillo encendida.
—Sí, sí, ya la apago. Dejala un ratito más.
—Bueno. Acordate que mañana temprano trabajás.
—Sí amor… Dormite.
—Vos también.
Habían pasado dos años de la muerte de las niñas. Todavía no lograba conciliar los fantasmas que venían de tanto en tanto. Nunca había logrado hablar con ellos. Sabía que al final ese día tan ansiado llegaría. El hombre abrazó fuerte a la almohada con la que asfixió a las nenas aquella noche y luego concilió el sueño.
Las soledades de una casa, retumban en los recuerdos como un mueble viejo siendo arrastrado por el dolor.
GUILLERMO ARQUILLOS
Gracias por aguantar mis rollos
De: LeoPerez_51@gmail.com
Para: Ignacio_1950@hotmail.com
Fecha: 20 marzo 2020, 21:16
Asunto: Gracias por aguantar mis rollos, después de tanto tiempo, Nacho.
Hola, Nacho:
Me encuentro muy mal. ¿Qué quieres que te diga? Ojalá que tú estés llevando las cosas un poco mejor que yo.
Desde la mañana que encontré muerta a Lorena, mi vida cambió radicalmente. ¿Qué te voy a contar a ti, Nacho, que has pasado por lo mismo?
León y Barcelona pillan muy lejos. Demasiado. Y si te escribo este email es porque necesito desahogarme para encontrar un poco de tranquilidad. Vale, que no te mereces este mal rato. Vale, que no puedes echar un cable porque las cosas son como son y han venido como han venido. Pero la amistad está para eso, Nacho. Yo creo que a un amigo se le pueden contar las cosas más raras y las más íntimas. ¿A quién si no? Da igual si hace tiempo que sabes poco de mí.
No me quieren, amigo; no me quiere ninguno de mis dos hijos. Para que te hagas una idea: el que trabaja en León, el día del entierro se fue sin despedirse de mí: a la francesa. ¿No se dice así? Y la chica, que ahora es más catalana que la sardana, siempre con sus movidas y sus pacientes, nunca tiene tiempo para su padre. Bueno, para un «luego te llamo, que tengo prisa», y poco más. Ni contestan a las videollamadas, ni responden a los WhatsApp más allá de un monosílabo de vez en cuando.
Y yo tengo miedo. Tengo mucho miedo, créeme. Cada día están cayendo miles y lo pillan en el súper o en el ascensor, cuando salen a pasear al perro, o quién-sabe-dónde. Pero el caso es que un montón de gente de nuestra edad está enfermando y se está muriendo. Mucha.
Si Lorena estuviera conmigo, sería distinto. Juntos nos plantearíamos afrontar la situación como fuese. Sus ojos me dirían que estuviese tranquilo y su pelo, como siempre, olería a paz. Y no había paz más grande que la que me daba Lorena.
Lo peor ha llegado el lunes: se veía venir. Han cerrado el centro de la Cruz Roja donde iba a colaborar como voluntario. (Igual que el centro de día, el banco de alimentos, el ropero parroquial…). En fin, que aquí estoy yo, dando vueltas de un lado a otro de la casa. Sin poder salir. Oyendo las noticias y escuchando cómo avanza el reloj, que es lo único que avanza en este marzo de mierda.
Aunque me llames loco, te voy a contar algo que no le he contado a nadie. Por las noches, duermo fatal. Bueno, descanso un rato y, a eso de las dos, me suelo levantar. Entonces tiemblo, porque viene a visitarme. Siento su presencia, callada, oscura y vacía. Me da miedo. ¿Y si el resto de mi vida se resumiese en esperar que viniese cada noche, una y otra vez, con su presencia inquietante?
Nacho, yo no me merezco esto. Yo siempre he dado todo lo que he podido por los demás. Primero por Lorena, a la que entregué todo lo que tenía, cada segundo que respiré. Por supuesto, por mis hijos, unos ingratos, según se ha visto. Luego, por el trabajo, por la Cruz Roja, con la que colaboré tantos años y por todas las instituciones en las que eché una mano desde que quedé viudo.
Creo que me voy a quitar la vida, Nacho. Me la voy a quitar, porque no me vale para nada. En cuanto le dé al botón enviar, lleno la bañera con agua tibia, me tumbo dentro, me corto las venas y espero a que la muerte venga a buscarme. Dicen que no se siente dolor, que es algo así como quedarse dormido. La gente que acaba en la UCI muere con mucho sufrimiento.
¿Qué voy a hacer, Nacho? ¿No me entiendes? ¿No puedes comprender que esta noche vendrá el fantasma otra vez? ¿Qué mañana, igual que ayer, tendré su presencia? ¿Qué nada podrá evitar que me acompañe cada noche y cada día y cada hora?
No, Nacho. Temo demasiado lo que no tiene remedio. Me voy porque tengo pánico a que cada instante de mi vida me vuelva a visitar el fantasma de la soledad. Mi mente no puede soportar su silenciosa manifestación, una y otra vez.
No me lo merezco.
Un saludo, Nacho. Si hay otra vida, allí nos veremos.
Espero.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
En el páramo inhóspito las historias de fantasmas qué vagaban por el era normal.
Mery había escuchado algunas historias de viejas como ella decía.
Mery tiene dieciséis años, no piensa en historias de fantasmas, piensa en el amor.
Allí va aquella tarde, casi noche, al encuentro de Gorge.
Hace una tarde desapacible, con un viento que mueve las hierbas secas, el viento trae sonidos inquietantes.
Siente los cascos de un caballo, se para. Aparece un caballero en caballo, todo negro los dos, los ojos rojos los dos.
Las historias vienen a su memoria.
Un caballero qué vaga por el páramo desde que murió.
El fantasma la observa y con una voz de ultratumba le dice qué la acompañé.
_Tu serás mi nueva dama, le dice.
Mery petrificada no dice nada.
Una luz la deslumbra.
-Venga levántate ya.
-Mama tuve una pesadilla.
-Deja ya el grupo de escritura, qué vas a perder la cabeza.
Fin.
ANDREA ROSSI
¿Otra vez? ¡Otra vez! A Caro las groserías se le atragantaban, y trataba que salieran de su boca como suspiros, en silencio.
Esta situación ya colmaba su paciencia, y paciencia ella tenía para rato como decía su abuela.
No podía compartir con nadie, con nadie, ni ignorar lo que pasaba, así que ¿qué?, ¿pensar?
¿Cuándo comenzó? Será aquella vez que el retrato del abuelo amaneció con el vidrio roto, pero un roto muy especial, sólo faltaba el trozo de vidrio que igualaba la figura del abuelo en la fotografía, el resto seguía en su lugar.
O cuando a la mamá de Caro la pusieron entre la espada y la pared con aquello de «Caro se opera o…» y esa noche en la clínica soñó con su abuela que le decía » sana, sana, colita de rana», y en la mañana con las amígdalas rosadas y sin dolor su madre se la llevó a casa ¿milagro? o la abuela haciendo «abracadabra».
Caro siguió desatando recuerdos y tejiendo «será, ??,» como aquella vez que cuidaba a sus dos sobrinos y escucharon el silbido y ruido de llaves en la puerta principal, y quedaron los tres abrazados esperando que el tío muerto abriera la puerta.
Nada de esto ni de aquello le quitaba el sueño, pero… para reforzar su propia «paz», en las noches, en el teléfono comenzó a armar rompecabezas. ¡Y que buen resultado le dio! Se deslizaba en el sueño cada noche tan suavemente, como nadar.
Hasta que notó ciertos cambios, tan mínimos que parecían no existir, se acusó a sí misma, al sueño, y dejaba el rompecabezas sin terminar ¿qué hacer? su paciencia le aconsejó: paciencia (ja,ja).
Esa noche la curiosidad, gran amiga de la paciencia, la decidió a buscar un rompecabezas, realmente hermoso: un lago, montañas, una cabaña, flores, cuanta tranquilidad emanaba de la pantalla y se acompañó con esa música de Nigel Hess que la transportaba fuera de… ¿este mundo?
Empecemos, se dijo Caro, por el cielo, bien, pieza tras pieza tomó forma el paisaje, quedan pocas piezas, necesito una verde y gris para la puerta de la cabaña… y no hay ninguna verde y gris ¡ninguna! otro sin terminar, es imposible, no puede suceder… estoy en mi teléfono y eso no puede pasar, pero… en la puerta de la cabaña con la ficha en la mano está… ¡mi abuela!
SERVANDO CLEMENS
Los ladrones
El camionero sintió que un frío inusual le recorría la espalda. Se cubrió con la cobija y miró de reojo la silueta de la prostituta que descansaba a su lado.
—Espérame un segundo —dijo ella, poniéndose el vestido—. No te levantes, cariño.
—¿Adónde vas?
—Voy a ver si el recepcionista tiene cigarrillos.
Ella salió sin hacer ruidos, como si no se hubiera puesto los zapatos de tacón que usaba en el bar donde la recogió. Él se sentó en la orilla del colchón, corrió la cortina y enseguida se asomó por la ventana. En el borde de la carretera, en medio de una densa brisa, estaba la prostituta, fumando un cigarrillo y pidiendo aventón. El camionero se metió los pantalones y bajó corriendo por las escaleras.
—¿Dónde está la chica?
—¿Qué chica? —dijo el recepcionista—. En este motel solamente estamos usted y yo.
Salió dando trompicones. No había nadie afuera, únicamente su camión en el estacionamiento. Ni siquiera pasaban coches.
—No puede ser —dijo, cruzando los brazos para taparse el pecho desnudo.
De repente sintió que una mano rígida lo aprisionaba de la muñeca y la piel se le puso como de gallina.
—¿Usted también cayó? —preguntó un anciano que se encontraba montado en una bicicleta.
El camionero se zafó de la mano y volteó a verlo.
—¿Caí en qué, señor?
—En la trampa de los fantasmas de la prostituta y del recepcionista.
—¿Está bromeando?
—Engañan para robarles hasta el alma. De seguro su billetera ya no está donde la dejó. Ah, y cuídese del tercer fantasma, ese es el peor.
El cielo empezaba a clarear. El hombre volvió al motel que ahora parecía un edificio abandonado. Él no tenía recuerdos nítidos de las telarañas que enredaban a los muebles como si fueran capullos. No había rastros del recepcionista por ningún lado, por más que gritó a todo pulmón. Comprobó que no había luz eléctrica. De las escaleras por donde bajó únicamente quedaban escombros.
Sintió un mareo y cerró los ojos para recuperar la ecuanimidad. Escuchó el motor de su camión al encenderse. Metió la mano al bolsillo de su pantalón y cayó en la cuenta de que ya no tenía las llaves. Salió a toda prisa y se fue de bruces al tropezar con una antigua bicicleta a la cual le faltaba una llanta. Colocó las rodillas en el suelo y vio su camión alejarse por la curva de la carretera.
—¿Esto pasó de verdad? —se preguntó, observando sus manos para verificar si eran reales.
TESS LORENTE
Llevo varios días inquieta, asustada.
Cuando cae la noche y me acuesto, siento una presencia a mi alrededor que me vigila.
Se me eriza el vello del cuerpo al sentirme observada de esa manera, pero por más que busque y que mire a mi espalda, no hay nadie.
En la soledad de mis noches a oscuras, mis sentidos se agudizan y el temor hace que me sienta como una presa desprotegida al acecho de un depredador. Pero enciendo la luz de la lámpara de noche y no veo a nadie.
Una sensación interrumpe mi sueño. Por más profundamente dormida, despierto al sentir un roce en mi piel.
Las ventanas están cerradas, pero una brizna de gélido aliento recorre mi cuerpo desnudo y sin poder evitarlo me ruborizo, ya que a pesar del miedo que siento en mis entrañas, no puedo controlar la excitación que provoca en mi interior.
A veces me despierto y siento humedad en mis labios, como si esa presencia me hubiese besado.
A veces me despierto con el rostro empapado en lágrimas al sentirme tan sola en mi propia cama, y es esa soledad la encargada de devolvermeme a la realidad de mi triste existencia.
A veces me despierto sudorosa y jadeante a las puertas de un clímax sublime, interrumpido antes de nacer.
¿Estoy loca? ¿Me estaré volviendo loca?
Sí ¡Estoy loca!
Estoy loca por abrazarme a tu ausencia.
Por necesitar que aún sigas en mi cama.
Por sentir que te sigo deseando de una forma irracional.
Y fantaseo con que eres ese fantasma que me acompaña en mis noches. Un fantasma que me acecha y me corteja. Un fantasma en mi ser.
Pero al encender la luz y ver tu retrato, recuerdo que ya no estás.
Recobro el conocimiento y me conformo con pensar que HE VISTO A MI FANTASMA.
Me aferro a esas visitas como si mi cordura de
MARÍA GALERNA
«Sed (hambre) de venganza»
Existe, lo sé. Lo sé porque su envoltura humana ha muerto.
Cree que transitará, pero está equivocado. Lo he maldecido. Habitará entre los «planos» hasta que lo encuentre y tome mi venganza.
Mi visita al nigromante lo ha hecho posible. Aunque sea a costa de mi propia vida. El precio a pagar me parece justo.
Moriré y me convertiré en un «succionador». Un ente que se alimenta de espíritus maldecidos. Y lo buscaré, no importa el tiempo, ni el hambre insaciable que me consumirá eternamente.
Pagará por lo que ha hecho. Nadie se me cuela en una cola.
Y ¡cuidado! si alguien os maldice…puedo ir a por vosotros. JA, JA, JA…
SILVANA GALLARDO
La vida pasa con tanta prisa, que no nos percatamos de la cantidad de estaciones en las que hacemos parada, simplemente nos acomodamos en nuestro asiento y dejamos fluir la distancia que corre como una cinta y nos permite visualizar los paisajes que acompañan nuestro viaje. A veces son áridos, otras veces boscosos, soleados, con lluvia y podemos observar las manos que se agitan en señal de despedida; pero se van desdibujando de nuestra mente conforme avanzamos.
En una estación vieja de tren, acude, de vez en vez, un hombre que espera con ansiedad la llegada de su hijo. Leandro, salió de casa hace ya muchos ayeres. Se fue con la promesa de volver por su padre y su madre cuando tuviera una estabilidad financiera y cambiar sus horizontes, para que conocieran más gente, que disfrutaran otros lugares y no terminaran su vida en un pueblo olvidado de la mano de Dios, un pueblo que parece fantasma, porque en realidad, el tren dejó de pasar.
Se percibe un paisaje desértico, solo. Ya no hay huellas de pisada, ni algarabía de voces que se cruzaban con el viento. Los vendedores ambulantes apagaron sus gritos que acompañaban la vendimia; sus frases graciosas para acercar a los paseantes, los viajeros, a probar la rica comida, el café y el pan.
Camina un largo tramo, parece autómata, en su mente solo está la imagen de su hijo.
Cree que al llegar a la estación, arribará el viejo tren con su sonido peculiar y echando humo por la chimenea. Verá a su hijo bajar por el vagón del centro, el mismo que abordó cuando se fue con el alma llena de ilusiones y proyectos.
Cabizbajo y cansado, porque los años ya le pesan; su mirada triste y un corazón esperanzado, lo mantienen con vida. Al llegar, se sienta en una banca de piedra, maltratada por el tiempo y el olvido. Fija su vista en la lejanía por la que supone ha de ver la locomotora. Se pone de pie, la noche lo cubrió. Regresa a su jacal. -Mañana será otro día- piensa y vuelve sus pasos un instante para cerciorarse de que no llegó su amado hijo.
¿Adónde va ese ser de figura solitaria? Los pocos habitantes de ese pueblo, son testigos del andar de ese ser agobiado por la tristeza, que se aparece todos los días en la derruida estación de un tren, el que un día se llevó a su hijo. Ese ir y venir desde el alba hasta el ocaso, se convirtió en un ritual, más la gente no entendía como lograba sobrevivir ante la nada.
Todos saben que el hijo ingrato, olvidó su origen, alguna vez alguien lo vio en la ciudad, engalanado por un golpe de suerte, que le dio la ventura de vivir cómodo y con algunos lujos, todos se quedaron con esa idea. Se lo dijeron a Pedro, mas su reacción fue de enojo, pues nunca concibió que aquel muchacho al que tanto amaron y le prodigaron, dentro de su pobreza, lo necesario y vital, fuera capaz de ser tan vil y abandonarlos.
No fue así, a veces la gente es traicionera, tramposa, egoísta y envidiosa. Dijeron que Leandro consideró que sus padres ya habían vivido su vida y decidió vivir la suya, así, sin valorar su origen, a sus padres, su hogar en el que creció con limitaciones materiales pero riqueza en atenciones y cuidados hasta forjarlo como un hombre. ¡Ah!, la gente que todo distorsiona, con chismes mal intencionados.
Un día menos pensado, el susodicho volvió. Llegó en un auto modesto que daba cuenta de una situación totalmente ajena a las habladurías que llegaron a oídos de sus padres.
Su casa lucía vacía, -¡madre, padre!- gritaba, esperando a un par de ancianos que acudirían a abrazarlo y darle la bienvenida, plenos de gozo.
Una persona extraña salió, sorprendida del regreso del supuesto hijo ingrato. -¿A qué has venido?- le preguntó.
-He venido por mis padres. ¿Dónde están?-
-Ay, amigo mío, hace ya tiempo que tus padres se fueron de aquí?
-Pero, ¡adónde! dime, por favor.
– No puedo, es doloroso.
-Por favor! dime.
– Bien, tu madre, hace como un año, murió de tristeza por tu ausencia. Tu padre trataba de consolarla, diciéndole día tras día, que volverías, que te esperaría en la estación del tren y llegarían juntos a casa. Perdió la esperanza, dejó de comer, solo dormía y falleció por inanición. Tu padre la envolvió en un petate y la colocó bajo la sombra de un árbol para que viera, según él, que llegarías con tu padre.
Si vas a la vieja estación, no encontrarás ni un alma excepto la de tu padre que murió sentado en una banca, esperando tu llegada. Tardaste tanto tiempo en regresar. Allí yacen sus restos, a la intemperie. Nadie pasaba ya por allí, donde dejó su último suspiro.
RAKEL VALDEARENAS MATE
El baile de fin de curso estaba a punto de comenzar, David ya estaba allí esperando a que su cita llegase ya que esta le había dicho de quedar en la puerta del instituto lo que le parecía algo extraño, pero a estas alturas eso ya no le importaba.
Las parejas iban llegando y entrando, las risas de los jóvenes se escuchaban a través de las puertas, la música comenzaba a sonar y David se empezaba a impacientar, no paraba de mirar el reloj y hacia el lugar donde aparcaban los coches de los jóvenes pero no había ni rastro de la chica con la que había quedado. Volvió a mirar el reloj de su muñeca y fue cuando noto un suave resplandor, levanto la cabeza y allí estaba a los pies de la escalera, con un vestido de color azul y una enorme sonrisa en su cara, él la tomo de la mano y entraron juntos al edificio, avanzaron por el pasillo y alguno de los chicos que por ahí estaban solo se reían de ellos, pero ellos no escucharon sus burlas y continuaron andando hasta entrar en el gimnasio donde se celebraba el baile.
Llegaron a la pista, él le rodeo la cintura vacilante y ella coloco sus brazos alrededor de su cuello, comenzaron a bailar, la gente que los rodeaba empezó a retirarse y a hacer un corro alrededor de ellos.
La música termino y ellos se separaron un poco, se miraron y ella le soltó un dulce y tierno beso en la mejilla, todos se reían por la escena tan patética que estaban viendo, los demás chicos solo le veían a él haciendo cosas raras.
Pero algo más raro paso, una chica de unos 15 años apareció de la nada, tenia un resplandor blanquecino y la cabeza totalmente reventada, observo a David que la miraba un poco asustado y comenzó a liarla por todo el gimnasio, le arranco una oreja al capitán del equipo de futbol, hizo que las animadoras se cagasen por las patas abajo todos los que se ríen o se han reído de David han sufrido algún castigo. Después de haber revuelto y fastidiado el baile volvió a acercarse al joven que miraba la escena muy asustado, le atuso el pelo y le beso otra vez en la mejilla y desapareció dejando un mensaje con sangre en una de las paredes del lugar: “ No dudare en volver de la otra dimensión para destruir a quien se meta o haga daño a mi hermano pequeño”.
Y el mensaje nunca pudo ser borrado de aquella pared ni siquiera cuando David acabo el instituto, nunca supo como había fallecido su hermana ya que él era muy pequeño como para acordarse solo sabe que ella regresara cada vez que tenga algún problema.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Fantasma no sé si lo era pero que pasé el susto de mi vida eso es innegable.
Era septiembre ya. Las vacaciones se iban acabando y había que volver a la ciudad, en mi caso Barcelona, dejando las tierras galáicas donde vivíamos en plan agreste mis primos y yo, en el Pazo del abuelo.
Aquella tarde que las “cayotas”, así llaman allí a las calabazas de donde sa saca el cabello de ángel, habían madurado, se nos ocurrió hacer un “alma en pena”, como le llamábamos nosotros a lo que ahora parecen haber descubierto los “americanos” y es una tradición celta más antigua que el famoso héroe de esa cultura: Breogán.
Bueno pues fuimos a la huerta cuchillo, cerillas y vela en mano y empezamos nuestro trabajo,
Una vez acabada la obra, llevamos la tal calabaza a un camino bastante lejos, encendimos la vela y nos escondimos en un rincón esperando la reacción del público, que no se hizo esperar.
Conociendo el juego, los mayores que volvían con sus carros de vacas trasladando hierba,, o los quevenían con carretillas llenas de patatas o huevos o…haciendo ver que se asustaban gritaban:
-qué miedo. Hay almas en pena por ahí.
Nosotros, inocentes nos creíamos que les habíamos dado un buen susto.
Anochecía ya, y tocaba volver.
Apagamos la vla, y cargamos con la cayota que pensábamos instalar en días sucesivos por diferentes lugares.
Ïbamos tranquilos cuando de repente vimos “aquello”. Era indescriptible.
En la casi noche ya, sobre un montículo donde estaba la iglesia, unas entrañas luces de colores cambiantes saltaban de un lugar a otro..
A veces no tenían forma pero otras, semejaban calaveras de cuyas bocas surgía fuego.
En algunos casos, esqueletos enteros caminaron hacia nosotros que no podíamos ni respirar.
Si intentábamos dar un paso, un enorme esqueleto de un monstruo o algo semejante, parecía dispararnos llamas.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí. Para mí, días o años.
Era noche ya, cuando oímos que nos llamaban. Con voz entrcortada respondimos.
Nos llevamos una reprimenda de aúpa: que qué era eso de no volver a la hora, que lo que habían sufrido que…en esos casos, los mayores no saben ni dejan que los niños se expliquen.
Nos agarraron y nos medio arrastraron ya que estábamos aún paralizados.
No se comentó nada más.
Y tiempo más tarde, cuando me tocó estudiar las propiedades del fósforo y los llamados “fuegos fatuos” emitidos por los huesos, pensé que, ya que allí, en el montículo, estaba el cementerio por tanto, igual estaban exhumando viejas tumbas…no sé. Pero puedo asegurar que las visiones, fueran incrementadas por nuestras calenturientas mentes infantiles, para nosostros, fueron reales,
M ADELA CID
La Cuadrilla Arrayana.
Del album: Estampas de mi Aldea.
Basado en unos hechos reales.
La Cuadrilla era muy desigual. Habían hombres ya mayores, algunos muy fuertes, conocedores del oficio, como Manolo ferreiro y otros muy jóvenes, como el Feliciño y Zé.
Trabajaban toda la mañana hasta casi la tarde-noche, cada día de esa primavera húmeda, difusas entre la niebla las siluetas, sintiéndose vigilados por las alimañas del bosque roto. En las noches, después de cenar, los que vivían lejos, descansaban en albergues preparados cerca de la obra.
Estaban encargados de ese tramo alejado de montaña, allí las rocas, defendiendo su integridad se mostraban cada vez mas duras, las mejores herramientas se rompían a la primera, los picos sacaban chispas y desprendían piedras con extraños trazos de colores mates, otras brillaban por la mica, en contraste con las que aparecían figurando jabones traslúcidos y resbalosos. Había todo eso, menos verdadera tierra. No habían trabajado antes construyendo un camino mas difícil.
El antiguo sendero, debía ser reconfigurado según se pudiera, se veía obligado, por las grandes pendientes y enormes rocas graníticas, a zigzaguear, resultando un trazado de locos. En algunos tramos aparecían escalones pétreos para el caminante, deshechos en los extremos por tanto casco de mula que lo transitara en el tiempo.
Ahora se pretendía construir una via ancha para carros verdaderos, hasta para coches ; no mulas o vacas.
La paga no era la mejor, la compañía escatimaba cada peseta. Los trabajadores no estaban contentos, pero era lo que tenían, de momento.
También había muchos arrayanos en contra de la obra, principalmente los que veían afectadas sus parcelas por la ampliación y rectificación del trazado.
El señor Francisco de ¨O Barbeito¨, se acostó al frente de su marco, delante de la máquina y retrasó los trabajos durante dos días, hasta que decidieron resolver el problema incorporando unas tres curvas nuevas y bastantes metros de más.
No todos eran detractores. Algunos preferían que el camino pasara por delante de sus casas. El tramo que debió ir por la cima de Monterredondo, fue trasladado a pasar por el pie de la ladera, por un jamón y muchas garrafas de vino alvariño.
Lo peor de todo fueron los ¨cruceiros¨. Era necesario retirar varios de ellos. Realmente muchos de ellos. Al hacer las estradas amplias, éstos ; que en la mayoría de los casos eran estructuras formadas por cruces, que podían ser de piedra o madera, con tallas o no, sobre pedestales de la mas variada consistencia: piedras, ladrillos, el tronco de un castaño, hasta clavados directamente en las rocas ; quedaban atravesados, incluso en medio de la nueva vía.
Los curas de cada parroquia afectada, se manifestaron en contra de cualquier alteración en los ¨cruseiros¨. Hubo misas donde se explicó a todos los pobladores que de ser solo tocados, se tentaba a ¨O Demo¨ y los infractores podían ser excomulgados. Había preocupación latente en los pobladores, sobre todo por el temor a atraer a la ¨Santa Compaña¨ y calamidades similares.
Después de muchas juntas para tratar el tema, se logró ¨convencer¨ a la opinión pública de la necesidad de tener una estrada decente. La compañía prometió que los ¨cruseiros¨ serían recolocados a un lado de cada entronque, lo cual era lo más lógico ; solo que para ese momento los trabajadores estaban muy sugestionados y muchos se negaban a tocarlos o trabajar en esos sitios.
El ¨cruceiro¨ de la ¨estrada do Cerdeiro¨, se salvó por estar enclavado sobre una ¨pena¨ de granito gigantesca y extremadamente dura. En ese caso, hicieron el camino rodeando la misma, y para lograr el ancho necesario se tuvo que comprar una huerta y derribar el muro de la misma, quedando la casa de los Mínguez con el portón recortado y abriendo directamente a la calle.
No todos los ¨cruseiros¨ corrieron la misma suerte, Los hubo que, por su estado de deterioro, al tratar de moverlos se deshicieron. Y habían los que estaban en los senderos de montaña, que con los nuevos trazados, quedaron fuera de la estrada, ocultos entre la vegetación y las rocas desplazadas. Esto redesató los prejuicios supersticiosos.
A partir del cruce con el sendero a ¨Chan do Forno¨, la cuadrilla se redujo a unos pocos hombres, el lugar quedaba muy alejado de las aldeas y los hombres debían pernoctar en el albergue que les habían preparado, que era un abrigo de montaña para cazadores.
Pero la segunda noche, tres de los cinco hombres no durmieron en el refugio.
El primero fue el Zé. El mismo ¨mozo¨ al que los otros no dejaban de hacer bromas, algunas muy pesadas. Era un tío muy simple, que soñaba con encontrar un tesoro. Los otros dos fueron el Feliciño y el propio Manolo ferreiro.
Aprovechando los rumores de extraños presagios y las leyendas que circulaban sobre esta zona alejada y agreste, los otros camineros bromeaban a costa del Zé, tratando de exarcervar sus miedos, cuando en realidad los que sí los tenían, eran ellos mismos.
—Ehhh, Zé, aprovecha y atrapa al ¨Biosbardo¨ del muro del ¨Cruceiro da Reiña¨, que se te cumplirá tu deseo, lo puedes vender en la feria de Vilanova por mucho dinero. —Le dijo Paio, el borrachín del grupo.
—¿E Como fago? —terminó preguntando el Zé, que era crédulo del todo para su tema preferido.
—Vas en la noche de luna llena, llevas en la mano un ¨caldeiro¨ y lo colocas entre tu cuerpo y el muro. Entonces es que rezas el conjuro, tantas veces como sea necesario, pero muy bajito, susurra, para que solo lo oiga el susodicho y no ¨O Tardo¨, pues sería muy malo… —le dijo Manolo ferreiro, maliciosamente.
—¿Cuánto de malo? —preguntó Zé.
—Dependerá de quién seas: una persona buena o mala —Le respondió el viejo Antonio, que casi sentía lástima del ¨rapaz¨, aunque aun así participaba de la burla.
El Zé era demasiado simple para tener miedo. Se sabía bueno. Hizo sus planes para cuando llegara la noche de la luna llena.
—Pero el ¨Biosbardo¨ no puede verte la cara, tienes que cubrirte con una sábana blanca para que no te reconozca —le recalcaba el Paio, con la lengua más enredada.
—Repite el rezo, que no lo aprendo ¨ainda¨ —pedía el Zé.
¨Biosbardo, ven na alpabarda
que o Zéquiño aqui te aguarda¨.
Zé escuchaba entusiasmado. Los otros se divertían por la facilidad de engañarlo.
Y llegó la luna. Esta era la noche.
Manolo ferreiro, al terminar el trabajo, decidió ir a dormir a casa. Su aldea, estaba a solo unas horas a pie, atravesando, y a dos montañas del lugar.
Este Manolo, no era buena persona. Además de ser uno de los que mas molestaba al bueno del Zé, era irascible, se comentaba que castigaba a su hijo pequeño, atándolo a la pata de la cama, sin pan ni agua y ¨mallaba¨ a su mujer por el mas mínimo motivo, hasta llegar a situaciones extremas. La esposa, era muy devota. Lograba disimular a duras penas sus barbaries.
Según el propio Manolo ferreiro, su mujer, estaba fuera de si, Ella tenía un mal presagio por el tema de los ¨cruseiros¨ y así lo estaba comentado a sus vecinas. Ellas estaban diciendo que los camineros de la cuadrilla estaban malditos. El Manolo no estaba muy feliz por eso.
Por su parte, Felicindo había decidido ir a ver su novia a Gorgua. El y Manolo ferreiro, habían salido caminando juntos y se separaron en el cruce que sube al ¨Chan da Reiña¨, donde se reunirían a la vuelta.
Zé, esperó que pasara el ocaso para ir tras su tesoro. Ya en el sitio, estuvo recitando bajito el conjuro mucho tiempo y finalmente dormitaba intermitentemente, junto al muro, detrás del cual habían tirado ese día , sin miramientos, los restos ¨escarallados¨ del ¨cruceiro¨ del camino del mencionado ¨Chan¨, con el objetivo de que el mozo se llevara un susto mayúsculo al descubrirlo. Su figura grande y envuelta con la sábana blanca, apenas se vislumbraba desde el camino, difusa por la niebla y el blanquecino reflejo lunar.
Zé no supo cuanto tiempo estuvo allí, cuando oyó pasos muy cerca, solo pensó que por fin su empeño había atraído al ¨Biosbardo¨.
Ya de regreso, Feliciño esperaba al Manolo en mismo cruce. La luz de los rayos de luna, refractados en la humedad de la niebla, formaba siluetas que parecían moverse. Cuando comenzó a oír ruidos extraños, ya no le pareció que esperar allí, fuera una buena idea. Se sorprendió preguntándose las cosas más locas. ¿Dónde habría quedado el viejo ¨cruseiro¨?
También sintió olor a cera quemada y oía un susurro a su lado, muy cerca. Del otro lado del camino, junto a las piedras, en un resplandor que la luna colaba entre dos castaños viejos, se movía una figura blanca, las ¨cañotas¨ tenían formas espeluznantes… Se quedó muy quieto, incluso sin respirar… ¡Era un rezo!
—¡ A Procesión das Xas !. —alcanzó a gritar, antes de echar a correr.
Feliciño escapó ladera abajo… Y en la carrera, sentía que alguien más corría a su lado, fue lo último que recordó. Supuestamente tropezó con una rama y rodó hasta el final de la ¨corga¨.
El Zé, corrió asustado al oír el grito de las ánimas y vio rodar a alguien por la ladera. A pesar del miedo propio, bajo a por él al fondo, donde la oscuridad de la espesura no le permitía encontrarlo. Por suerte dentro del caldero había traído una vela que aun no se había acabado. Logró encenderla de nuevo y así lo encontró, ensangrentado, entre los cantos rodados del borde. Lo cargó en hombros y lo llevó al campamento.
—¨O Biosbardo non veo¨, repetía Zé contrariado, al llegar, mientras depositaba al Feliciño en un camastro.
Los otros estaban tan impresionados que no se dieron a la risa, ni le prestaron atención, pues el aspecto del Feliciño era desastroso. Ensangrentado, muy golpeado y con la ropa deshecha, se quejaba de dolor aun en su inconsciencia. Se apresuraron a socorrerlo.
—He visto un fantasma, — dijo Felicindo, al volver en sí, unos minutos después. Pero fuera de eso no pudo explicar nada más. Los golpes en la cabeza le nublaron la memoria.
El Manolo no apareció esa noche, ni ninguna otra.
Aquello fue demasiado para los pobres camineros. La obra quedó detenida de nuevo, esta vez por la falta total de trabajadores.
—Fin—
MERCEDES MEDIANO
Era una mañana muy intensa. El sol no había querido mostrar su cara ocultándose bajo las nubes arrugadas y densas, como si tuviera mucho sueño para despertarse. Esa sensación de carga eléctrica se extendía por todas partes. Me afectaba emocionalmente haciendo que mi ánimo estuviera como triste. Nada más llegar al trabajo mi jefe me dijo que teníamos que quedarnos por la tarde .
Trabajo en un Hospital y concretamente en consultas. Es un edificio contiguo al actual Parlamento de Sevilla. El Parlamento fue un antiguo Hospital llamado Las Cinco Llagas. Se construyó en 1540 y fue hospital hasta 1972. Cuenta la historia que allí murió mucha gente por las pandemias de la época y los enterraban, si no tenían familia, en una fosa común que había en uno de sus patios. Sobre ese patio está construido parte del Policlínico.
Había una monja llamada Sor Úrsula que trabajaba como jefa de enfermeras en aquel Hospital en el siglo XVII. Se dice que era severa y siempre llevaba un manojo de llaves para cerrar las puertas de las habitaciones. En la actualidad se ha hecho famosa porque se aparece por los pasillos del Parlamento y los guardias de seguridad y varios políticos han visto su presencia.
En el trabajo, el celador de la tarde nos contaba que cuando tenía que cerrar el Policlínico cerciorándose de que no quedara nadie, Sor Úrsula se volvia juguetona y hacía que el ascensor subiera y bajara sólo. Que en una ocasión, cuando iba a cerrar las puertas de las consultas en la segunda planta, se las encontró abiertas de nuevo. Que le escondía las llaves y se oían unos sollozos en la parte de oftalmología. Tenía que mirar por si alguien se había quedado encerrado, pero no había nadie. Por eso a partir de que ocurrieron estos hechos buscó un compañero para hacer la ronda de cierre.
Yo no me creía lo que decía, pensaba que adornaba la historia para asustarnos, pero me gustaba oírlo.
Esa tarde después de comer nos pusimos a trabajar. La tormenta se hizo sonar por toda la calle, entrando por las ventanas un aire fuerte y desagradable. La luz del pasillo se había quedado a oscuras y las del despacho parpadeaban. Goteaba del techo una cantidad de agua que resolvimos poniendo la papelera para que no se formara un charco en el suelo.
Mis compañeras se fueron antes porque vivían lejos y ya se les iba el último autobús. Yo quise quedarme un poco más para terminar un trabajo que por la mañana con el público era imposible.
Y no encontraba la carpeta con la información. La había puesto sobre la mesa y de pronto no estaba.
Miré por todas partes y nada. Entonces un rayo cruzó el cielo y su luz penetró por la ventana que con violencia quedó abierta por el fuerte viento. Me levanté rápido para cerrarla. Los papeles volaron por todas partes, pero pronto quedó todo en silencio cuando cerré con fuerza la ventana. Un ruido en el pasillo largo y vacío me alertó. ¿Quién hay ahí? Salí a mirar y se oyó un portazo al fondo. Pero no vi a nadie
Pensé que sería la limpiadora que estaba en el servicio, no se escuchaba su voz.
Puse toda mi atención y sólo escuché el viento golpeando los cristales.
Cuando volví a mi mesa apareció mi carpeta de pronto encima como si nada.
¡Estoy tonta! ¡Mira que no verla!
Yo no tenía miedo durante toda la tarde pero en ese momento
La estancia se envolvió de un fuerte olor a desinfectante.
Un frío me recorrió todo el cuerpo. Me estremecí y sentí un aliento frío en mi nuca. Se me erizó el vello. No quería ni moverme. Por un momento, que se hizo interminable, pasaron por mi mente un montón de cosas. Era irracional. Tenía que ser el viento. La humedad de la lluvia. Eran cosas que mi mente intentaba racionalizar para evitar el miedo, pero el miedo se apoderó de mí por un instante. Me acordé de las historias que me había contado el celador de la monja del Parlamento.
Me salió de pronto un impulso y dije: ¡Sor Úrsula déjame en paz!¡ No seas traviesa!
Fue instantáneo, la luz del pasillo se volvió a encender, la del despacho dejó de parpadear y la lluvia en los cristales se volvió suave.
De pronto, en medio del silencio se oyeron los pasos pausados y rítmicos de alguien que se acercaba. Me quedé paralizada hasta que apareció el celador para decirme que tenía que cerrar. Que recogiera. Me alegré infinitamente de verlo. Respiré profundamente y mi pulso volvió a su sitio.
Nunca recogí tan rápido y salí corriendo de la oficina por los pasillos vacíos y solitarios escuchando el compás de mis zapatos hasta la calle.
No he vuelto a sentirla pero de vez en cuando sigue traspapelando documentos y en el aparato de rayos, donde se hacen las densitometrías, altera el orden de las pruebas en la pantalla.
Cuando pasa eso siempre decimos ya está aquí Sor Úrsula y rezamos un Ave María.
ANGY DEL TORO
Cada noche voy más temprano a la cama y en mis horas de vigilia comienzo a experimentar algo especial, único, desconocido. En un principio sentí miedo, pero ciertos goces me han atrapado. Estoy curiosa por conocer ¿por qué imagino relaciones de placer? Es un apetito voraz de mi misma, me siento poseída por la vergüenza. Ayer lo comenté con mi hermana que es dos años mayor que yo, me sentí culpable y ofendida. No soy ninguna descerebrada y mucho menos descarada. Debo buscar ayuda, algo hay en mi interior que reclama vivir éstas y otras alucinaciones. La otra tarde corría por la gran avenida cuando un desconocido se acercó y dijo que me había visto con su amigo Julián y que eso no era posible porque él había fallecido hacía poco tiempo.
— ¿De qué habla por Dios? ¿Quién es usted? — respondí.
— No dé más vueltas y vaya a un espiritista, le aseguro que le acompaña. De hecho, puedo ayudarla.
Entre sorprendida y curiosa respondí que no conocía de lo que me hablaba, pero que algo paranormal me estaba sucediendo. Prefiero ir a un profesional, no creo en esas cosas, más bien está en mi cabeza, en mi mente.
— Apártese de la ciencia, confíe en mí. El universo le está dando señales, acéptelas.
— Usted me da confianza, no sé por qué, presiento que nos conocemos de siempre. Cierto es que de un tiempo a esta parte experimento emociones muy disímiles, sensaciones que comienzan por las plantas de los pies, un hormigueo que va subiendo y es como si… y por qué le estoy contando estas cosas.
— Le diré que mi nombre es Juan Miguel y que me ha hecho estar de nuevo con mi mejor amigo, mi hermano. Sentí mucho su pérdida, pero ya sé que no se fue, usted es la materia y Julián, el espíritu. Permita que sea su amigo, repito, confíe en mí.
GAIA ORBE
pasa a mi lado
como fugaz destello
un alma errante
ilusiones del ánima
reflejada en el agua
*
rehúye la luz
el desnudo fetiche
finge sin sombra
asamblea de duendes
vida en las imágenes
*
réplicas propias
avatares y huellas
temen lo ajeno
la vela de la noche
ciencia de los espectros
FLOR RODRÍGUEZ
– ¿De verdad quieres que te crea que has visto un fantasma?
– Es la verdad, apareció justo delante de mí y no supe que hacer, cuando me desperté ya habían pasado un par de horas.
– Mete una excusa más creíble Ramón, nosé, se me pincho la ruda del auto, me sentía mal del estómago y me fui por el baño, se me trabó la puerta del frente y me quedé encerrado.
– Pero…
– No Ramón, pero no, no me podes decir una barbaridad así. Sabes qué, dejala ahí, hagamos como que no pasa nada y seguimos cada cual por su lado.
– Es que no es mentira, puedo describirtela tal cual era.
– Ahh ya entendí, el supuesto fantasma era mujer, haberlo dicho antes ¿Sabes que? Anda a cag… Ramón
JOSE TAXI
He sido durante nueve años miembro, del Grupo Especial de Operaciones del Ejército de Tierra, por razones de seguridad no puedo utilizar mi auténtico nombre, me referiré a mí misma con mi alias de guerra: “Tango Rojo”.
Ahora estoy retirada, me dedico a mis aficiones, vulgares todas ellas: leer, o, mejor dicho, decir que leo. También hago encaje de bolillos y tortilla de patatas, no transijo en que nadie le ponga cebolla, aunque en el fondo me da igual, pero así doy por saco un ratito.
Lo esencial de esta historia es que: YO ESTUVE EN LA RECONQUISTA DE PEREJIL…
No era mi primera intervención, pero el 17 de julio de 2.002, unas horas antes del amanecer me encontraba especialmente nerviosa, sin conocer el motivo.
Sobre las 11.am, iniciamos la expedición Yo iba como tiradora de élite, en el segundo helicóptero, de los tres que intervendrían aquel día.
Cuando llegamos a Perejil, nos lanzamos todos a tierra, lo hicimos en rappel, tuve la mala fortuna de caer en una posición que me costó la fractura de la muñeca derecha y un prolapso rectal.
El dolor se fue haciendo cada vez más intenso; una vez ganada la batalla, pudo atenderme el sanitario del grupo, me inyectó morfina, y ahí tuve mi primera experiencia extracorpórea. Ya en el helicóptero me veía saliendo de mi cuerpo y observando todo lo que se encontraba a mi alrededor. Fue extremadamente desagradable.
A consecuencia de mis lesiones me retiraron del servicio activo, me ascendieron a sargento y me otorgaron una pensión vitalicia.
Pasaron tres años. Una mañana de primavera, con un sol que daba gloria verlo, mientras yo conducía una vespa, edición “75 Aniversario”, llevando el casco puesto. En un momento indeterminado de mi recorrido me dio un estornudo hiperfuerte y caí por un terraplén.
La consecuencia directa fe mi muerte, esta vez volví a salir de mi cuerpo, pero hubo una novedad…, que en su momento fue aterradora, al mismo tiempo mi propio organismo flotaba en derredor mío y ambos eran conscientes de la situación.
Ahora el negocio ha ido a peor, en este momento ya somos siete hiper extracorpóreos, jugando y molestándonos, sin parar.
En fin, tengo que dejaros, voy a preparar la cena, hoy vienen, venimos, a cenar, todos los fantasmas que pululamos en torno a nosotros mismos. Resulta complicado saber quién cenará, quién no lo hará, quién está vivo y quién muerto. Esta complejidad etérea me incluye a mí, desde luego.
Como conclusión me atrevería a decir que yo no he visto un fantasma, sino 100n, de ellos.
Y colorín colorado, este cuentecico–fantasmagórico– se ha terminado.
EDUARDO VALENZUELA
SOLO PARA VALIENTES
El anuncio decía:
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***SOLO PARA VALIENTES***
Sin duda, algo de ese texto debió hacerles “click” ―tanto como a mí― a los tres tipos que estaban allí, junto conmigo, sentados en semicírculo alrededor de este sujeto, el profesor Galgenstrick.
―¿Y bien? ¿Qué deciden? ―Nos presionó Galgenstrick, exigiendo una respuesta.
Creo no equivocarme en aventurar que los tres estábamos pensando lo mismo y es que nunca imaginamos que nos veríamos, así de pronto, envueltos en tan extravagante empresa con el profesor.
Éramos tres desconocidos. Llegamos hasta allí hacía una media hora, atraídos por el extraño anuncio. La reunión comenzó cuando entró a la sala este hombre delgado ―vestido enteramente de blanco―. Se detuvo frente a nosotros y se identificó:
―¡Bienvenidos! ―dijo, con voz potente y carismática―. Me presento. Mi nombre es Jeremiah Galgenstrick… Profesor Galgenstrick.
No sabíamos qué decir.
―Los estaba esperando. Sabía que vendrían… Señor Cole ―Se acercó para estrechar mi mano.
―¿Conoce mi nombre?
―Por supuesto señor Cole, y también el del señor Cheswick… Y el del señor Nash ―Les estrechó la mano con firmeza a medida que pronunciaba sus apellidos.
En los siguientes minutos nos mantuvo completamente embobados, maravillados. Nos contó cosas increíbles, como que él sabía todo de nosotros, que nos venía estudiando hace años, que conocía nuestras vidas, nuestras fichas médicas, nuestros anhelos y hasta nuestras mentes. Por eso él estaba seguro que aceptaríamos su propuesta, “solo para valientes”.
―Toda mi vida he estudiado biología, física y astrofísica ―dijo Galgenstrick―. Mi sueño es alcanzar las estrellas, pero las estrellas no son para los mortales. Las distancias siderales son enormes, inconmensurables ―Extendió ambos brazos como si estuviera impulsándose en un océano imaginario―. Jamás un hombre podrá viajar a la velocidad necesaria para llegar tan lejos. La velocidad de la luz es un imposible para nuestros cuerpos hechos de materia ―Nos enseñó su mano empuñada―. En cuanto intentamos acercarnos a la velocidad luz, la aceleración nos hace estallar ―Abrió la mano, estirando los dedos con violencia― como una bolsa rellena de sangre.
El profesor nos tenía hechizados con su discurso, con sus gestos, con su mirada penetrante. Cada cierto tiempo alzaba una mano para presionar sus sienes y luego resbalaba la mano hacia atrás, acariciando su cabeza ―completamente rapada―, lentamente, hasta detenerse en su nuca.
―Tras décadas de investigación, he hallado una forma de librarse de las limitaciones de la física. La solución que he encontrado contempla pasar desde el plano material actual a un estado ectoplásmico.
―¿Y cómo logra pasar a ese estado? ―preguntó Nash.
―Emprendiendo un viaje, señor Nash. Un viaje hacia la máxima aventura que el ser humano pueda imaginar. Una aventura con final desconocido… Y es aquí donde los invito a ustedes, señores. ¡Acompáñeme en este viaje! Ayúdenme a cruzar la última frontera… Aquella de la que muy pocos han regresado… Ayúdenme a cruzar al otro lado de la muerte.
Quedamos en silencio.
―¿Y bien? ¿Qué deciden? ―Nos presionó Galgenstrick, exigiendo una respuesta.
Era una completa locura, sin embargo, tenía razón cuando nos dijo que nos conocía mejor que nosotros mismos. Ninguno tenía nada que perder. Ninguno tenía ataduras. Su propuesta era lo que todos, sin saberlo, ansiábamos en nuestros corazones desde hace mucho tiempo: escapar de este mundo.
―¿Cuándo partiríamos? ―preguntó Cheswick.
―Ahora mismo.
―¿Y cuándo volveríamos? ―insistió Cheswick, con un extraño sentido de la urgencia.
―Quizás jamás. Ya que, en la práctica, quedaremos convertidos en fantasmas.
―Suena bien para mí, siempre he querido ver un fantasma ―concluyó Cheswick, levantando los hombros y echándonos una mirada.
Ninguno se negó. Así fue como Galgenstrick comenzó los preparativos del viaje. Nos llevó hasta su laboratorio donde tenía dispuestas unas camillas y estrafalarios aparatos científicos. Nos explicó la importancia que tuvo en nuestra selección el sincronismo perfecto de nuestras ondas encefálicas ya que, gracias a esa característica, podíamos hacer la transmutación a un mismo tiempo, manteniendo en todo instante una comunicación a nivel cuasi telepático.
De pronto, todo estaba listo. Los cuatro yacíamos boca arriba en cuatro camillas dispuestas en cruz. Nuestras cabezas, rapadas y conectadas a electrodos, se juntaban al centro de la cruz. Galgenstrick, un minuto antes, nos había dado unas pastillas, que tragamos todos a un mismo tiempo, para favorecer la actividad electrolítica de nuestras cortezas cerebrales.
―¿Están listos señores? ―dijo el profesor, sosteniendo en una mano un cable que terminaba en un pulsador.
―¡Listos! ―respondimos al unísono.
―Tómense las manos unos a otros para favorecer la propagación sincrónica de la onda encefálica. ¡Nos veremos en el más allá!
Entonces, Nash comenzó a gritar sin parar. Yo sentí un dolor de los mil demonios recorrer todo mi cuerpo. Cerré los ojos, pero aun así veía sobre mí una luz intensa. Un fuerte olor a carne chamuscada se coló por mi nariz. De pronto, Nash se calló.
―¡Hey, Cole! ―me gritó Cheswick, riendo― ¡He visto un fantasma!
***
THE WASHINGSTON POST
***Breaking news***
Una tragedia enlutó esta mañana al Hospital Psiquiátrico Mildred Ratched en Saint Louis. A primera hora del día y sobre camillas en la sala de electroshock, se encontraron los cadáveres de cuatro sujetos. Según informaciones preliminares, las víctimas corresponden a cuatro pacientes del hospital y su muerte habría sido por electrocución. El director del centro psiquiátrico comunicó: “Estos pacientes ya tenían antecedentes de tres intentos anteriores de suicidio”.
EDUARDO IVÁN JUÁREZ
La sonrisa de la abuela
No es que haya visto un fantasma (o al menos eso creo) pero algo igual de aterrador sucedió la noche del velatorio de mi abuela.
La nona había fallecido tras varios días de agonía a causa de un fulminante cáncer de pulmón, originado por su adicción al cigarrillo, en la mañana de aquel martes 13. Hasta pareció que la nona hubiera elegido el día de su muerte ya que toda su vida fue una ferviente amante de todo lo relacionado con lo paranormal. Se ganaba la vida como tarotista, realizaba limpiezas energéticas de casas, vidas pasadas, lectura de manos, hacía de médium, etc.
Nunca tuvimos una relación abuela-nieto muy cercana, ella siempre estaba ocupada con sus clientes. Fueron muy pocas las veces que iba a visitarla, porque el sólo hecho de estar en su casa me transmitía un alto grado de incomodidad. El invasivo olor a humo de cigarrillos y sahumerios, sumado a que todas las habitaciones se encontraban iluminadas únicamente por velas, generaban un ambiente de lúgubridad y encierro que me espantaba de sobremanera. Odiaba que las paredes estuvieran decoradas con decenas de crucifijos y estampas de vírgenes y santos. Pero nada, absolutamente nada, se compara con el semejante estupor que me producía pasar frente al santuario de San la muerte. Me aterraba. Consistía en un escalofriante esqueleto construído en yeso, vestido con una parka negra, que sujetaba una guadaña en una de sus manos. Sus cavidades oculares estaban pintadas de un tétrico rojo sangre y de su cuello colgaba un viejo rosario de madera. La horrorosa estatua, de aproximadamente unos ochenta centímetros de alto, se encontraba en un rincón del living apoyada sobre una antigua mesa de mármol, decorada con un centenar de flores de distintos colores e iluminada por dos enormes candelabros de bronce desde los costados inferiores. La nona sabía que su casa me aterrorizaba, por eso, para molestarme, cada vez que nos veíamos me invitaba a que una noche fuera a quedarme a dormir. Ante mi obvia e indeclinable negativa a dicha propuesta ella se echaba a reír a carcajadas con ese inconfundible tono extremadamente agudo proveniente del interior de su garganta. Yo siempre le decía que cuando se reía parecía a una bruja y ella sin parar de hacerlo me decía: ¡no parezco, nene, no parezco…! ¡Lo soy, lo soy! ¡ja-ja-ja! De sólo recordar esa espantosa risa todavía hoy se me eriza la piel.
El velorio transcurrió desde el mediodía sin mayores complicaciones. Por la casa fúnebre desfilaron, en su gran mayoría, clientes y algunas amigas de la abuela ya que sus únicos familiares éramos mi madre y yo. Durante toda la tarde me mantuve alejado de la sala donde se encontraba el féretro porque el sólo hecho de observar un ataúd me impresiona lo suficiente y más aún cuando noté que éste se encontraba abierto. Entonces, enseguida, recordé las veces en las que estuve en otros funerales y me fue imposible no imaginar la cara de la nona con un asqueroso aspecto cadavérico. Pero el morbo a veces puede más y para cuando había anochecido junté coraje y decidí ir un momento a charlar con mi madre quien se encontraba sentada a centímetros del cadáver. Me aproximé con extremo cuidado de no toparme de frente con el rostro de la abuela. Mi idea era echarle un rápido vistazo de no más de tres o cuatros segundos. Y así fue. No creo haberme excedido más de ese tiempo pero lo que ví, lamentablemente, va a quedar guardado en mi memoria por el resto de mis días. El cuerpo de la nona se había reducido casi a la mitad. Estaba envuelto en una mortaja de seda blanca, con vuelos en las mangas y a la altura del cuello. Sus manos reposaban, pálidas, sobre su vientre sosteniendo el rosario de madera antes mencionado. Ambos orificios nasales estaban tapados con algodón y lo que parecía ser una venda alrededor de su cabeza cumplía la función de mantener apretada y cerrada su mandíbula. Su rostro permanecía rígido, sin expresión y con un repugnante aspecto verdoso. Pero la mayor sorpresa me la llevé al ver en un rincón del ataúd, junto al hombro izquierdo de la abuela, una pequeña estatua de San la muerte. Supuse que algún cliente debía haberla dejado allí. Se trataba de una réplica exacta de la que tenía en su casa, pero ésta no superaba los 15 centímetros de longitud. La espeluznante escena provocó que de inmediato me diera la vuelta y, temblando, saliera a sentarme en uno de los bancos del pasillo. En ese mismo lugar me quedé durante horas. Mi madre se acercó en más de una oportunidad para ofrecerme algo de comer y siempre le agradecí diciendo que no tenía apetito. Pero la verdad es que tenía el estómago revuelto. Sentía asco y ganas de vomitar. Pero lo peor todavía estaba por venir. Para cuando se hicieron las 22hs en la casa velatoria ya no quedaba nadie excepto mi madre y yo. Ella siempre junto al féretro y yo lo más lejos posible del mismo. Un rato después el encargado del servicio fúnebre también abandonó el lugar no sin antes apagar la mayoría de la luces de la sala y cerrar las ventanas por las cuales se filtraba algo de la iluminación proveniente de la calle. Inevitablemente, las nueva característica que tomó el lugar, me transportó a la casa de la abuela y mi incomodidad se fue acrecentando minuto a minuto. En mi cabeza no había lugar para pensar en otra cosa que no fuera en el rostro putrefacto de la nona al lado de esa espantosa figura de San la muerte.
Fue en cercanías de la medianoche cuando decidí levantarme de mi asiento para ir hasta la cocina a preparar un café. Al pasar frente a la sala donde se hallaba el féretro pude ver que mi madre se había quedado dormida en la silla. Al llegar a la cocina encendí una hornalla para calentar la pava que contenía el café. Mientras esperaba a que la infusión se calentara me hundí en mis oscuros pensamientos y perdí la noción del tiempo y del lugar en el que me encontraba. La sensación de estar inhalando el olor a la casa de la nona me invadió por completo. Ese inconfundible olor a cigarrillo y sahumerio estaba conmigo una vez más. En un momento creí que el olor provenía del vapor que salía de la caldera. Cuando me incliné sobre ésta para corroborarlo, el café comenzó a hervir emitiendo un agudo pitido intermitente que durante un instante me sonó exactamente igual a la carcajada de la nona. Creo que en ese momento mi corazón se detuvo. Extremadamente espantado apagué la hornalla y volví, casi corriendo, hacia el pasillo sin tomar el café. A medida que me acercaba al banco en el que había estado sentado unos minutos antes, el cual quedaba en la misma dirección a la sala donde estaba la abuela, una vez más comencé a percibir el olor de su casa. Mientras más me acercaba a la sala más se acrecentaba el olor. Me detuve en el punto justo desde el cual podía ver a mi madre sin divisar el ataúd. Tomé coraje nuevamente y entré a la sala. El olor a cigarrillo y sahumerio era vomitivo y a lo que vi, todavía hoy, no puedo encontrarle una coherente explicación: los dos algodones que tapaban sus fosas nasales habían caído sobre la mortaja y la venda que mantenía cerrada su mandíbula se había cortado por lo que la boca se abrió unos milímetros, cayendo hacia un costado, dibujando una leve, pero muy, muy leve sonrisa.
LOLY MORENO BARNES
¡He visto un fantasma!
(Tema de la semana)
¡He visto un fantasma !
Nunca creí en los fantasmas, hasta no hace mucho tiempo , desde que me visita uno.
Empezó a acercarse sutilmente .
Al principio era figura borrosa casi trasparente.
Sentía su presencia a mis espaldas .
Poco a poco se fue ganando mi confianza.
Al principio movía pequeñas cosas de lugar y las dejaba caer de mis manos.
Me decía a mi misma:
¿ Como puede ser que no encuentre esto u lo otro si lo he puesto aquí o porque se me caen los vasos de las manos?
Recurrí a un médico, le expliqué lo que me pasaba.
El echo de mis manos frágiles y cómo se caían las cosas lo achacó a una dolencia del túnel carpiano.
Lo de no encontrar las cosas a despistes y falta de concentración.
Pero yo sabía que no acertaba, había algo más, este asqueroso fantasma con pinta de agradable zalamero no colaba como ser bueno e inocente.
Empezó a manifestarse en mis sueños con extrañas pesadillas, eso cuando podía quedarme dormida.
Otras veces era el motivo de mi insomnio con noches en blanco o en negro.
Luego me alejó del trabajo habitual con ataques de ansiedad que costaba mucho superar .
Las desgracias no paraban .
Me inmovilizaba los maltratados huesos , dejando clavada mi espalda en forma curva o atrofiando el nervio ciático desde la cadera a la punta del pie derecho.
No se conformaba con maltratarme por dentro que también lo hizo por fuera. Llenó mi piel de erupciones alérgicas y nubló mi mirada con dificultades visuales .
Seguía sigiloso con su mala obra .
Ya lo he descubierto y presiento que no podré vencerlo pero aún maltrecho mi cuerpo nunca podrá con mi espíritu y alma .
La experiencia me da sabiduría.
Lo que he sembrado en amor no deja de dar su fruto entre los que me rodean.
Estaré preparada para la despedida para cuando Dios lo disponga, ni un minuto antes , ni un minuto después.
Y mientras lucharé contra este fantasma que he visto
Como quien le ha visto la cara al lobo pero nunca se rendirá.
¡Maldito fantasma de la vejez!
CURRO BLANCO
Los fantasmas de Quino.
Sus fantasmas tienen igual verosimilitud que cualquier otro que pudiera ser avistado por crédulo que se precie en esos momentos que la mente lábil da permiso a que la conciencia se estacione entre lo real e imaginario por más o menos tiempo, y que dependiendo de la capacidad de soslayar tal obcecación del fulano o mengano, la aparición tendrá más o menos entidad. Y con esto no quiero decir que no preexistan. No, eso no.
El caso es que los fantasmas de Quino, más listos que los ratones coloraos, aprovechaban su astenia primaveral para que sus entidades cobrasen más fuerza y, fueran contundentes e irrebatibles. De manera que, como hacía ya varios años, en el ecuador de la estación de las flores, se encontraba Quino en plena greguería fantasmal. Como a fantasma por hora, más o menos. Se podría decir que se había afincado entre ellos un cierto apego, como de amigos recelosos que se ven en temporada, pero amigos al fin y al cabo. Los fantasmas de Quino, empezaron a aparecer a las pocas semanas de haber sido dado de alta de su rehabilitación por adicción al alcohol. Ya su terapeuta se lo dijo días antes de abandonar el centro: «No creas que lo tienes ya todo hecho, a partir de ahora fantasmas de los más dispares intentarán confundirte».
Y en estas estaba, aspirando a poder descifrar el batiburrillo de mensajes que se le acumulaban en cada aparición, cuando otra más ya estaba ahí, donde siempre, a pocos metros de la esquina de la calle; una viejita de pelo recogido en moño apretado en la coronilla y de canas albar, que con dulzura, apoyada en su bastón y que a la par de su lento caminar le decía al pasar junto a él, «hola Quino, qué tal estás», y sin esperar respuesta proseguía su camino desapareciendo de su vista en la esquina de la calle más próxima. Quino se despidió de ella entre si: «Adiós, abuelita del piolín. Espero seguir viéndote muchos años más». Y quiso quedarse con el mensaje de que podía tener una vida longeva descartando, con todas sus neuronas, el otro posible: «Te puede quedar muy poco tiempo en esta vida. Ten cuidado». Y justo fue desechar este aviso infausto cuando otra aparición le hizo vacilar de su contundente elucubración poniendola en entredicho. Y es que estaba allí, ¿dónde?, pues en la terraza del bar, con su camisa hawaiana y su sonrisa gingival bebiendo cerveza como si no hubiera un mañana.
BEA ARTEENCUERO
MI AMOR ETEREO.
Esa noche de verano, Mariela convenció a mi madre para que me dejara ir al baile, que se hacia los domingos en el Club del pueblo.
– A las 12 debe regresar.
Nos fuimos a regañadientes, ni que fuera cenicienta para regresar a medianoche.
Estábamos pasando el verano en casa de mis abuelos, con mis 16 años en la ciudad salía muy poco, más que algún cumpleaños con mi hermano mayor; Realmente estaba muy feliz.
Llegamos, el salón estaba atiborrado de jovenes, me gusto el lugar. Entramos y Mariela enseguida salio a bailar, yo me sente al lado de unas jovenes, pronto quede sola, no queria mirar a nadie, tenia un poco de verguenza, justo que lebanto la vista veo a mi lado un joven que me miraba, tenia unos enormes ojos negros…Se acerca .
– ¿Quien eres? Me pregunta
– Marcia!!!
– ¿No eres de aquí ?
– No..No,llegue hoy.
– ¿No bailas?
– No, me gusta escuchar la música.
Mariela seguía bailando.
– Ven…Vamos afuera.
No se porque fui!!! Me agradaba ese joven de grandes ojos.
– Soy Alex, me dijo sonriendo.
Charlamos y reimos toda la noche.
Al separarnos simplemente me dijo.
– Te veo mañana.
Asi fue nos encontramos al dia siguiente y al otro y al otro….
Nos enamoramos, mi primer amor.
Pasabamos largas horas sentados a la orilla del rio, riendo, abrazados, felices.
Llego el momento del regreso, viajaba al día siguiente muy temprano, así que nos despedimos esa tarde…Nos hicimos mil promesas. Al acompañarme hasta la casa de mis abuelos, yo senti un escalofrío y el cubrió mis hombros con su camisa.
– Pero, pero ¿Cuando te la regreso?
– Me la traes cuando vuelvas asi vienes pronto.
Nos despedimos con un beso interminable.
A la mañana siguiente el micro se retraso unas horas..
– Voy hasta lo Mariela, le dije a mi madre.
Ve rápido.
Sali corriendo, le llevaría la camisa y lo besaria una vez más.
Su casa estaba a tan solo 5 cuadras de distancia de lo de mis abuelos, cerca del rio.
Estaba ansiosa, quería ver su cara cuando me viera parada en la puerta, sentía ese no se que…Que aún lo siento al recordarlo…
Golpeo suavemente, se habre la puerta y sale una mujer de aproximadamente 45…46 años.
– Buenas tardes!! Esta es la casa de la familia Argena?
– Estoy buscando a alex, ¿Lo podría llamar? Tengo algo para él.
La señora me mira sorprendida.
– Joven Ud esta confundida..
– ¿No vive aqui?.
– Pase, pase por favor..
Al entrar veo a un señor, leyendo el diario..
– Mateo, la joven busca a Alex.
– Es que anoche cuando me acompaño se saco su camisa y me cubrió los hombros porque tenia frio, y se la vengo a devolver.
El señor lebanta la vista y la mira largamente, en ese instante ella ve en la repisa una foto de Alex, justamente con la camisa que ella tiene en sus manos..
– A él busco ¿se encuentra?
La señora la mira con lagrimas en los ojos.
– ¿Que pasa, pregunto angustiada.
– Efectivamente ese es Alex, nuestro hijo,esta fue su última fotografía.
Esa noche hace 5 años lo atropello un coche al salir del baile.
– No puede ser, anoche estube con él, aqui esta su camisa que me puso sobre los hombros, yo estube en sus brazos, nos conocimos en el baile, nos enamoramos.
Efectivamente una camisa como esta tenia la noche que lo atropellaron .
– No..no..no exclamó antes de desmayarme.
Hoy 20 años después, aún recuerdo esa mirada..Yo..yo me enamoré de un fantasma…Las almas estan errantes hasta encontrarse.
Es el misterio del más allá, donde no llega el razonamiento.
Nunca deje de visitarlo…En su lapida esta la foto con la camisa a cuadros que tube en mis hombros…
MÓNICA ALTAMIRANO
Mi madre siempre decía que vivir en una casa nueva era una tranquilidad porque allí no hay fantasmas. Nadie había muerto aún y, decía, es imposible los hubiera.
Aquello fue intrascendente para mi siempre. Yo no creía en fantasmas y estaba plenamente convencida de que verlos era solo un juego de la mente.
Hoy…no puedo decir lo mismo.
Tampoco puedo decir haberlos vistos.
Pero mi gata, si.
Acostumbro a apagar el televisor al llegar la noche, me cansa y necesito desconectar del mundo en silencio. Mi gata, para entonces, ya está sentada en el mismo sofá que yo y compartimos la misma calma, ella durmiendo y yo, leyendo.
Nada hay que disfrute más que el silencio de la noche, y sin embargo…sin embargo, mi gata se despierta. Levanta su cabeza, dirige sus orejas hacia la puerta del salón, abierta, y abre sus ojos, amarillos, grandes y sin pestañeo. Yo levanto la mirada de mi libro y la observo.
Ella se yergue, tranquila y acostumbrada, se sienta y no desvía la mirada.
Hay algo. Yo espero. Presto oído porque nada veo. Pero ella si. La miro y luego miro hacia la puerta. La oscuridad tras ella invita a la sorpresa.
¿Que hay? ….me pregunto.
Mi gata sigue sentada, su ojos no se han movido. Allí hay algo. No se oye nada pero ella lo ve. Es grande y por eso mi gata no salta del sofá. Su mirada está congelada y yo siento como los pelos de mis brazos se erizan y pelean por separar la tela del pijama de mi piel. No se ve nada, no se oye nada y ahora el silencio ya no lo disfruto. Solo deseo que mi gata deje de mirar lo que esté viendo, que vuelva a echarse y me deje creer que solo fue una tontería.
Ahora tengo miedo, creo que encenderé el televisor.
JAVIER GARCÍA HOYOS
EL FANTASMA QUE ME RODEA.
Siento su presencia. Su respiración. En la oscuridad o en la luz, da igual, siempre me persigue, me acecha. Veo su esencia incorpórea tomar forma bajo una sábana blanca, o en la extraña sombra que se mueve sin razón aparente en una casa en la que estoy sólo.
Oigo como sus cadenas se arrastran, cadenas que quieren atraparme, cadenas que se empeñan en llevarme al centro mismo de la locura.
Desde que soy consciente de su existencia siempre trata de envolverme entre sus invisibles brazos, atraparme con él y no dejarme marchar condenándome a perpetuidad a su indeseada compañía.
No escucha mis súplicas, ni mis lamentos. Se empeña en invadir mi cuerpo, mi mente, mi corazón, y mis sueños, que transforma en pesadillas.
Es un fantasma que veo cada mañana, cada tarde y cada noche.
Lo percibo en cada cara que me mira por la calle, en los silencios de quien me habla o en las palabras que pueda pronunciar. Ahora está detrás de mi. Respira, vive, y me consume. Poco a poco mi esencia se desvanece. Se que me paralizará. Ya lo ha hecho otras veces, pero mis esfuerzos por derrotarlo siempre acaban por hacerle sucumbir. Sin embargo, creo que esta vez no podré. Ya no me quedan energías, todas se me están agotando.
Ese fantasma por fin ha conseguido su objetivo. Convertirme en una inerte estatua de mármol. Indiferente al paso del tiempo, impasible a la vida.
Hoy he vuelto a contemplar a ese fantasma que me engulle como a toda persona que me rodea, o que te rodea a ti, lector.
Sí, tú también lo sientes aunque lo niegues. Está ahí, acoplado a tu mente, sincronizado a tus latidos. Porque su mayor virtud es hacerte creer que puedes dominarlo para, de esa forma y en el momento menos pensado, hacerte ver la cruda realidad y dejarte caer a su abismo sin remedio.
Porque el fantasma del que hablo no descansa, no perdona, no olvida, y su identidad te hará temblar, pues el nombre de ese ser no es otro que el miedo.
GABRIELA MOTTA
He visto un fantasma!
La noche estaba pegajosa, era una de esas noches que te cuesta dormir, te das vuelta para un lado para el otro y el sueño no llega. Sin embargo, mi marido dormía, el perro soñaba y por mi cabeza pasaban miles de pensamientos. El silencio aturdidor de la noche hacía que fuera más perturbador estar despierta y en penumbras. En aquella época vivíamos en un apartamento muy viejo, con una arquitectura del siglo XIX, que tenía muchas historias urbanas atribuidas. Si bien nunca fuimos supersticiosos hacía ya unas semanas que amanecíamos con la puerta del cuarto abierta y aunque le echábamos la culpa al perro en busca de una explicación racional en el fondo los dos sabíamos que hacía falta un pulgar humano para abrir ese cerrojo. La idea de que el pestillo se abriera solo me comenzó a dar vueltas por la cabeza inevitablemente esa noche hasta que por fin el sueño se apoderó de mí. No sé cuanto dormí, solo sé que al cabo de un rato escuché a mi pareja sentarse en la cama, me despertó porque se movía mucho y cada vez que lo hacía el añejo piso de madera crujía, cerré los ojos para volver a dormirme, si embargo, el sonido del pestillo de la puerta hizo que me despertara enojada:
—Podes hacer menos ruidos que intento dormir —le dije mientras me incorporaba en la cama y lo veía dormido a mi lado, levanté la mirada con ganas de no hacerlo, pero sin poder no mirar, y observé en la oscuridad un bulto negro que caminaba en dirección al corredor dejando la puerta de nuestra habitación abierta y desapareciendo entre las penumbras.
GABRIELA CAMACHO
He visto un fantasma, no fue de noche como suelen hacerlo aquellas personas sensibles a aquello, fue en una tarde de otoño en donde la tristeza inundó mi cuerpo y mi alma se dejó llevar por aquellos sentimientos que te consumen como cayendo en un abismo.
Fue ahí cuando lo vi, eran mis ilusiones que murieron dejando un agujero en mi estómago y un inmenso dolor en mi alma, aquellas esperanzas perdidas que solo son vistas desde la mirada de la luna; las que vagan de noche en las calles y no te permiten dormir. Quedé temblando de impotencia pues las había perdido y jamás regresarían a mí.
Solté una lágrima y las dejé ir, aquella carga enorme en hombros que ya no soportaba, la dejé ir.
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
«Bobby»
Quiero dejar claro, que todo lo mencionado en este relato, es absolutamente real. Ya conté mas de una de mis historias sobrenaturales sucedidas en mi niñez, que no fueron pocas y, en mas de una ocasión, me han dejado huella, no solo psicológica, si no, que también me dejaron marcado físicamente. Cuantiosos fantasmas y seres extraños, como cualquier tipo de suceso inexplicable, que han ido creando y formando a un niño, desde que tubo uso de razón. Todas estas historias de sucesos paranormales ocurridos en mi vida, las quería recoger aparte y no mostrarlas, aunque ya mencioné alguna, hasta crear una novela especial o recopilación de relatos, basados todos en mis experiencias con el mas allá y otros seres, que con el tiempo y un sin fin de documentación, conseguí descifrar su origen, como otros tantos que aún no he conseguido encontrar una respuesta o explicación lógica todavía. Sé por lógica y estoy muy de acuerdo, aunque siempre, toda mi vida se me ha tachado de loco y inventor, «Sin título», como creador de fantasías y ser muy imaginativo, que nadie, o casi la mitad o menos, lean esto, no lo van a creer, pero me es absolutamente igual. Por eso aprendí a escribir, sin saber componer una sola frase completa, sin saber donde colocar una coma o un punto, sin tener ni idea de un principio o final, sin saber que era simplemente la palabra «Relato», sin haber leído un libro en toda mi puta vida, sí, para eso lo aprendí, porque me lo pidió él, esa cosa que me habló hace unos pocos años y me ayudó a salir de la peor situación, la mas atroz pesadilla como es una depresión psicológica y el miedo, que estuvo a punto de acabar con mi vida. Pero todo esto último, no tiene nada que ver con lo aquí sucedido o voy a narrar mas adelante. Aunque todo está conectado entre si, y no todo pasa por una casualidad en la vida, o eso creo. A todo esto me queda que mencionar, que todo lo que he aprendido hasta ahora sobre literatura en general, no hubiera sido posible sin la ayuda de mis compañeros del grupo de escritura cuatro hojas, que soportaron mi llegada y mi atrevimiento, alabando semana tras semana mi progreso, sin dejar ningún comentario negativo en ninguno de mis textos hasta el momento compartidos. Y es de ahí donde saco el valor de compartir con todos ustedes, mis mas ocultos y temibles secretos. Bueno, ya dejo de enrollarme y os relato porque el título de esta historia se llama «Bobby» y, aunque suene poco a suceso fantasmagórico, se que mas de uno, no dormirá igual de bien. Pero antes de deciros que es Bobby, os contaré que ocurrió tiempo atrás. Si mi corazón deja de palpitar tan aceleradamente y mi piel no se riza hasta poner mi pelo como escarpias con tan solo recordarlo.
Desde que nací, ya tenía esa marca que llaman algunos, quien sabe porque, pero tenía ese título sobre mi cabeza de ser especial. Ya con meses, aprendí a andar y hablar muy adelantado al tiempo lógico que dicen los expertos, puede hacerlo un bebé catalogado humano. Viendo el avanzado nivel de comprensión, mis padres, dialogaron la idea de dejarme dormir solo y apartado. Sin saber la imprudencia que podría causar aquello. Con mi primer año de edad, ya fueron muchas las veces, y no estoy exagerando, que tuve que salir corriendo e invadir el sueño de mis padres. Por entonces solo era un niño con mucha imaginación y que seguro tenía sueños y por ello, tenía miedo de ver algo raro o sentir ruidos en mitad de la noche, claro. Lo que no sabían mis padres, es que no solo eran en mi habitación, los había por todas partes. Pasaron los años y la rutina no cambiaba. Mi madre preguntaba entre sus conocidos, queriendo sacar información y con ello, quedarse mas tranquila de que solo veía algo que me inventaba o, tenia visiones por ser tan imperativo y fantasioso. Pero por si las moscas, le ponemos cruces y Santos en la habitación, porque así seguro al verlos se marchará, lo que quiera Dios que sea.
Tenía cuatro años y todavía, veía luces, sombras, movimientos inexplicables, sonidos, voces, me llamaban por mi nombre. ¿Qué?, Sí, la vocecita susurrante, esa que te llama o murmura al oído. Bueno, pero no solo tenía esa fiesta nocturna en la madrugada del domingo, había mas. Agregando a ese problema, podríamos añadir, que también tenía sueños lucidos, parálisis del sueño, terrores nocturnos…, y luego a ver quien tenía cojones de levantarme por la mañana, si llegaba a dormir algo. Sumando que también tenía visiones, sueños proféticos, viajes astrales. Cuantas veces visitaba un lugar en un día, calculando que ya lo había visto en un sueño o visión, hasta dos veces pasaba por un mismo sitio, lo que se puede llamar tener un deja vu, con tan solo tres, o cuatro años de edad.
El cuartito donde dormía, es de forma rectangular: de unos tres metros de ancho y aproximadamente seis de largo, con una altura de tres metros desde el piso cerámico hasta el techo. Paredes pintadas de verde agua sobre gotelé; con una gran ventana de forja negro hacia el sur y una puerta pequeña de madera en la derecha, mirando hacia el norte. La distribución decorativa del dormitorio, estaba formada: por una pequeña cama de uno veinte con cabecero de madera tallada; con la cabeza hacia la ventana, un humilde armario de dos puertas con acabados de madera tallada cerraduras y llaves de forja; justo en frente de la cama, mesita de madera tallada; al lado de la cama y de espaldas a la ventana, y un secreter con escritorio también tallado, todo de madera de cerezo; de espaldas a la pared izquierda mirando hacia el norte. Las paredes estaban alborotadas con cuadros representativos de cuentos de Disney y pequeños muñecos de peluche. Varios muñecos de mayor tamaño, dormían sentados sobre la corcha de la cama. En el suelo, había ocasiones que mi madre colocaba una alfombra, pisada por la cama y casi de largo hasta el armario, que llenaba de varios juguetes, de los cuales habían; un correpasillos y un caballo balancín, con el que pasaba horas montando y lo llamaba «Perdigón». Situados ya en el lugar de los hechos, solo me queda invitarles a que se asienten con gusto en la cama y dejen volar la imaginación, porque los trasladaré con gusto al año mil novecientos noventa.
Desde que tuve uso de razón, solía pasar gran parte del tiempo viendo televisión. Me encantaba ver los dibujos animados de la época, como Chicho terremoto, Lucky Lu, algunos animes japoneses como, Sailor moon, Dragón Ball, Saint Seiya (Caballeros del zodiaco), entre otros muchos programas de juegos infantiles. La tarde la pasaba alimentando mi creatividad con el dibujo, los juguetes y lo primero que me inventaba. En la noche solía atiborrarme de historia, thriller, aventuras policíacas y alguna de terror, de todas las películas y series que le gustaban ver mi padre. Pero no duraba mucho, cuando salía el simbólico de la edad o porque la película contenía contenido agresivo y sexual, me metían rápido en la cama.
Siempre que había una nueva aparición o se manifestaba alguna nueva entidad, siempre, eran los días que menos esperabas y en la gran mayoría de los casos, fueron días de fiesta o de alguna celebración en especial. Llegábamos cansados de una boda, donde me pegué parte de ella, dormido en un sillón de cuero de una discoteca. Seguía estando cansado y no recuerdo como acabé en mi habitación. Recuerdo que ya estaba bien entrada la noche y solo tenía una tenue luz, que se filtraba por la ventana gracias al brillo azulado de la luna llena. En ese momento escuché un crujir de la madera, que sonaba como que algo se movía dentro del armario. Seguido, se escuchaba un pequeño y leve tintineo, que hacía la pequeña llave de metal de la puerta, acompañado del chirrido que hacían las bisagras al abrir muy despacio. Me desveló por completo y me movía muy asustado en la cama, intentando encontrar la sabana que estaba toda enrollada en el fondo. Tiraba de ella, cuando noté un frío intenso que recorrió todo mi pequeño cuerpo. Tapado hasta la cabeza, comencé a sentir su presencia, escuchando unos pasitos pequeños que caminaban por toda la habitación. Noté como se quedó estático junto a la cama y justo en ese momento, sentí como una pequeña mano, me tocaba por la espalda, como intentando captar mi atención. Mi bello se me enrizo por completo, incluso por la cabeza, notaba como todo mi cuerpo quedó inmóvil y la boca se quedaba sin saliva. Insistió en varias ocasiones acariciando con los dedos mi nuca y intentando sacarme la sabana, pero me aferraba con las manos a ella. Me temblaban los labios, más que del frío, de miedo que tenía y no sabía como reaccionar a lo que me estaba ocurriendo. Quería salir corriendo o gritar, pero no podía moverme, no podía hacer nada. Acabó por aburrirse y se marchó de nuevo al armario, pegando un ligero portazo. Entonces comencé a sentir como todo volvió a la normalidad y sin darme cuenta, me quedé profundamente dormido.
A la tarde siguiente, jugaba por toda la casa con el correpasillos, que terminé aparcando en mi habitación. Entré de espaldas al armario, cuando noté que la puerta se abría lentamente sola. Asustado, comencé a notar como se levantaba todo el bello y despavorido, salí huyendo a toda prisa. Mi madre, que en ese momento venía desde el salón, me preguntó extrañada por la palidez de mi cara. Le comenté que me había pasado, pero trato de sacar miles de conclusiones posibles de porqué la puerta se había abierto sola. Lo olvidé por aquella vez y por unos días, no volví a sentir su presencia. Pero el día tres, del tres, a las tres de la madrugada, Bobby, volvió cargadito de juguetes. Y cuando digo juguetes, me refiero a que apareció con una pelotita, con la que se entretuvo votando por toda la habitación casi toda la noche, sin dejar que pegara ojo. A partir de entonces se hizo más presente y pasó a hacer todo tipo de sonidos y movimientos para llamar mi atención, e incluso, un ruido extraño que parecía hacer con la boca, pero nunca, nunca, lo escuché hablar, hasta entonces.
Una de esas noches me sorprendió sin la sabana y fue de una de mis experiencias mas horribles. Empecé acostumbrarme a la presencia de Bobby, pero nunca lo había visto directamente. Esa noche, me tape con las manos la cara y apretaba fuertemente los ojos, porque creí que podría intentar quitármelas. Hacia todo tipo de ruidos y como de costumbre, se paraba junto a la cama a mirarme y llamar mi atención. Escuché la puerta del armario cerrarse y con ello, me sentí seguro para coger rápidamente la sabana y taparme lo antes posible. No tardé en darme cuenta de mi error, por las prisas en taparme, creyendo que las sábanas me salvarían de lo que fuese. Miré hacia el armario y allí estaba, aquello que bauticé con el nombre de Bobby; era un niño pequeño con apenas mi edad, con la cara redondita, de piel blanquecina, que podía ver algo azulada por la luz que entraba por la ventana, pelo corto oscuro y unos pequeños ojos negros. Me sonrió de oreja a oreja, con los pómulos muy inflados y con los rasgos que distinguí en su cara, me pude dar cuenta que era un niño con síndrome de down. Entonces me empecé a dar cuenta de todo, del porqué de los ruidos con la boca, la insistencia para captar mi atención, sobre todo, por las vocecitas que mandaba telepáticamente a mi cabeza, que eran palabras que repetía con frecuencia una y otra vez. Después de mirarle fijamente a los ojos, me mostró una pelota que cogía entre las manos, pero no le di tregua a nada mas, en cuanto se preparaba para acercarse a la cama, grité lo mas fuerte que pude, hasta quedarme afónico. Entonces le cambió la cara con pavor y desapareció entre la espesura, justo cuando escuchó la puerta de la habitación de mis padres.
Pasaron varios días y no tuve noticias, ni tan siquiera, noté la presencia de Bobby. Pensaba que después de aquello, seguramente, se había asustado y se marchó para siempre. Pero una noche volví a escuchar la puerta del armario y sentí una nueva presencia que no era la de Bobby, si no, una peor que él, una presencia que me produjo un escalofrío que me recorrió de los pies a la cabeza. Desde aquel día, fue cuando llegó ese ente oscuro que, en incontables noches, llegó para atormentarme. Ese ente fue el que posteriormente y ya conté en otro relato, me visitaba algunas noches y mi bisabuela nombró como «El hombre malo».
Comencé a echar de menos a Bobby y me apenó durante mucho tiempo, que por mi lógica infantil, no pude captar sus intenciones. Era un niño como yo, con ganas de jugar y sobre todo, de no sentirse solo. Con el tiempo, me cambió mucho la vida y escogí muchos caminos, mucha veces con errores y otras, como todo en la vida y con suerte, fue acertada la decisión. Cuando comencé a anotar y documentarme de otros casos similares, que escuchaba o leía en relatos y podcast, descubrí que otras personas por el mundo, también habían visto o sentido a Bobby y su descripción era totalmente similar. Entonces, comencé a tener la esperanza de encontrar una forma de volver a reencontrarme con él, poder ayudarle y decirle que lo siento. Según una historia que seguí muy detenidamente por Internet, descubrí que Bobby, era catalogado como demonio o duende, y que había formas de llamarlo y hacer que haga presencia en las noches. Recogí varias fórmulas y de diferentes fuentes de información y la forma mas usada por los usuarios es: colocándose justo en frente del armario y pidiendo varias veces que saliera para jugar con él. También llegué a leer, que no todas las veces aparece el niño que no te deja dormir jugando con la pelota, si no, que puedes llamar a otro ente peor, que puede tentar con tu vida y las personas que viven en esa misma casa.
PD: Se me pasó decir el porqué de ese nombre. Si recuerdan bien, en 1990, los protagonistas de series y películas, infantiles y juveniles, casi siempre eran Bobby de nombre y sobre todo, los perros famosos de las series y la fiebre de mascotas que hubo en aquella época con ese nombre, como posteriormente también llamé a mi futura mascota, era Bobby.
MARÍA JOSÉ AMOR
LA VÍA MUERTA
En todas las estaciones hay una o varias vías llamadas “vías muertas” por donde no hay circulación. Generalmente se utilizan para aparcar vagones fuera de servicio en ese momento, para en ocasiones hacer maniobras o para cualquier otra utilidad.
Pero aquella vía muerta que vi el otro día tenía algo diferente. Algo que llamaba la atención, al menos a mí y no pude resistir acercarme a verla mejor.
Se trataba de una estación pequeña, en un pueblecito de La Osona, en la falda del Montseny.
Me acerqué y noté como si una fuerza mágica me deslizase, similar a una cinta transportadora, donde casi ni movía los pies para ir hacia ella.
Mientras me acercaba notaba que me invadía un sentimiento extraño; una mezcla de paz, nostalgia y tristeza a la vez, mexclado todo ello con maravillosos aromas a flores naturales.
Al llegar definitivamente, vi que tanto en su interior como en un amplio espacio alrededor de los raíles, crecían plantas aromáticas, algunas de ellas totalmente desconocidas.
Y entonces, escuché una voa suave y dulce que me saludaba diciendo:
-¡Hola!
Miré a mi alrededor y no vi a nadie.
Nuevamente, la voz repitió su saludo:
-¡Hola!
Seguí mirando por todo mi entorno y vi que una de las plantas de la vía muerta movía sus hojas a la vez que decía:
-¡Eh!, que soy yo
No me lo podía creer. ¿Me hablaba una planta? ¿Estaría soñando? ¿Quizá era una alucinación?
Pero otras voces distintas todas ellas, agitaban sus hojas repitiendo:
-Míranos, somos nosotras, las supervivientes del GRAN DESASTRE.
La gente de mi alrededor pasaba sin hacer cso de lo que estaba suceciendo, mientras por megafonía se escuchaba:
-Próximo tren, Barcelona Sants, vía dos.
Luego no era un sueño lo que estaba viendo, ya que ahora todas las plantas al unísono repetían:
-¡Holaaaaa!
Fue entonces cuando decidí prestarles atención, así que les pregunté:
-Hola, pero ¿qué queréis?
-Explicarte nuestra historia para que la des a conocer.
Me quedé tan extrañada que me senté en el suelo dispuesta a escuchar. Y una de ellas, con unas extrañas flores azules comenzó:
-En este terreno donde ves esta vía, vivió hace muchos años una prestigiosa curandera llamada Marta.
Y aquí, donde ahora estás, tenía su plantío de plantas medicinales que había ido recogiendo a lo largo su vida.
Plantas procedentes los lugares más recónditos de toda la geografía universal.
Y es que recorrió prácticamente el planeta con los medios más rudimentarios que imaginarse pueda. Pero al ser tenaz en su empeño, allí donde se lo proponía, allí llegaba, fuese en carro, sobre una mula, un camello, un barco de vela o andando, evidente
Y allí adonde iba, contactaba a su vez con curanderos, meigas, chamanes, lamas tibetanos y toda persona entendida en remedios que se le cruzase.
Buscó y rebuscó remedios de culturas remotas como las celtas, judías, musulmanas, vasconas, de la Castiila medieval, y hasta alguna prehistórica que aseguraba que había descubierto en las Cuevas de Altamira.
Y, por supuesto, no podían faltar las más accesibles como las procedentes del antiguo Egipto, de Aristóteles e incluso de Avicena.
Y así formó un espléndido huerto medicinal y adquirió tal fama que incluso prestigiosos médicos venían a consultarle en casos que se les presentaban rebeldes.
Hasta el día que un ingeniero de Caminos, en su despacho, sin conocimiento del terreno, decidió que por aquí pasaría un nuevo medio de transporte a través del que algunas ciudades y pueblos estaban ya conectados: el tren.
La curandera, ya anciana protestó, claro está, escribió cartas, mandó telegramas.
Muchos médicos de unieron a las protestas pero todo en vano.
Entonces ella, recordando un conjuro dado por una meiga gallega, maldijo el tren a la vez que hechizó estre trozo de terreno para que jamás por aquí pasase ninguno.
Y el hechizo tuvo éxito.
Intentaron sacarnos segándonos, pero nuestras raíces se hicieron más fuertes y profundas.
Tan fuertes, que, una vez puestos los raíles, cuando intentó pasar por encima la primera locomotora, le fue imposible: al llegar a donde vivíamos, crecieron en segundos ramas gigantescas que descarriló.
Volvieron a segarnos. Nuevamente intentaron hacer pasar la locomotora y otra vez volvió a suceder lo mismo.
Lo intentaron muchas veces más con todo tipo de medios, pero el hechizo era más fuerte que los brazos e instrumentos de cualquier hombre.
Así que nos dejaron estar y aquí seguimos. Esperando que alguien que entienda de la materia, vuelva a utlizarnos con el fin que fuimos plantadas
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