Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «podrido». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 21 de abril!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Podrido – miniconcurso de relatos
Vivían en una sociedad podrida.
Por ello María decide comenzar a leer el libro del saber colocado este en lo alto de una estantería de la biblioteca y, no entendiendo el motivo, a su paso por el recinto, sus destellos le llamaba la atención.
Ningún vecino comprendía el porqué padecían el síndrome de lo corrompido .Cierto, qué era una sociedad parada en el tiempo .
María estudió noche y día las letras escritas en las hojas de papel del libro sabio.tambien trató de entender cada ramita de árbol seco que halló dentro de él.
Apasionada en la lectura llegó a suponer que lo que le sucedía a la sociedad reinante venía porque la fruta podrida la tenían que echar a la basura.
El otro motivo que perjudicaba a la sociedad de ahora ,lo halló,
en el hecho de que los nuevos tiempos no habían valorado las»ideas» de sus antepasados los cuales abrieron el progreso al mundo.
María dió el empuje para que los suyos con su capacidad de ideas comenzasen a moverse en nuevos proyectos pero teniendo en cuenta lo que otros seres humanos en su tiempo crearon.
Hundida por el desgaste del colchón en el centro de la vetusta cama cubierta por una colcha de color verde con un festón púrpura observo a derecha e izquierda cada detalle de aquella estancia que durante mi infancia fue tan familiar y hoy apenas un recuerdo que despierta emociones atropelladas en mi memoria .
Encima del cabecero de madera permanece hierático el crucifijo en la misma posición etérea que lustros atrás .
A mi derecha la visión del tupido cortinaje cubriendo la ventana.La misma ventana a la que me había asomado cuando era una niña .
Mi extrañeza de encontrarme un lugar inhóspito y frío ,anticuado y deshabitado dejando escapar el chirriar de los goznes oxidados resultó ,en cambio, una estancia memorizada hasta el más pequeño detalle.
Una suave claridad se volaba furtiva por debajo de la cortina ,atenuando la absoluta oscuridad de la alcoba.
De repente me paré en seco, con la vista fija en la mecedora,la vieja butaca que me acogió tardes enteras concentrada en mis lecturas vespertinas siempre a la misma hora y en la misma estancia.
Me quedé quieta observando los objetos levemente iluminados por el resplandor que desprendía la bombilla con cierta serenidad contenida.
Percibí el polvo suspendido en el aire que parecía incrustarse en mi garganta.
El silencio se respiraba en el ambiente opaco de mi viejo dormitorio.
Si me concentraba mucho podía imaginar la vida acaecida en esas paredes cincelando mis pensamientos envueltos en una penumbra tamizada por la tenue luz acompañada por la respiración rítmica del buen recuerdo.
La serenidad del reencuentro con mi pasado evocaron la impresión de haber retrocedido en el tiempo.
Todo estaba dispuesto como si ayer hubiera salido con la intención de regresar y de eso transcurrieron 30 años.
Las yemas de mis dedos arrastraron el polvo incrustado en la superficie de aquellos objetos que parecían quebrarse con el mero hecho de fijar mis ojos sobre ellos expuestos a la destrucción del tiempo y al olvido.
Sentí un extraño estremecimiento con emoción desbordada.
Aquel lugar inhóspito y casi putrefacto a la vista era la fotografía contemporánea de mi lugar favorito que tantas veces me venía a la mente.
Cerré la puerta y me quedé mirando con un lamento descorazonado ,a sabiendas de lo que dejaba en su interior.
PODREDUMBRE BAJO LAS AGUAS.
» El valor de las cosas» no son nada más que aditivos. «Nada tiene importancia» No vale la pena sufrir por ellas, el olor, textura, uniformidad, que los demás queremos darle. No importan a otros, en sí mismas. Nada es importante, si no le das el valor, tú. Siempre es influyente nuestra actitud, nuestra opinión sobre los demás. El hecho que a mí me parezca repulsivo, asqueroso, algo. Tú, no tienes por qué pensar igual. La realidad es un prisma indefinible, el olor a carcoma o a narcisos, de un perfume,no está en la piel, ni en la sustancia, ni siquiera en el frasco del susodicho.
Las sensaciones vienen del cerebro procesando su verdad, siempre determinada según los gustos y olores de las narices que lo huelan.
Una materia que apeste será irresistible para una mosca, e imperceptible a otro ser vivo. También será aborrecible para otros tantos seres, pero la materia en sí, es la misma, que la mosca come, y pone sus huevos, como forma de vida. A la vista de otros seres vivos la podredumbre pasará inadvertida.
Trabajaba ocho horas diarias como tanta gente, en las alcantarillas de una gran ciudad, era desatascadora, reparadora y fontanera.
Era lo más escandalosa, intrépida y dicharachera que te podías imaginar.
Se pasaba la jornada cantando y haciendo bromas al compañero, se le veía feliz. Estaban tan acostumbradas al olor sus fosas nasales, de los desechos orgánicos, que no le suponía ningún trauma, soportar los más pestilentes olores, ni calores.
Sus pisadas blandas sobre una masa uniforme, que se extendía por todo el suelo y reventaba desparramandose, eran parte cotidiana, de su andar diario.
Tenía unos ojos azules intensos y una vista de águila, junto con su linterna de led, muy buena suerte que le acompañaba.
Raro el día que, entre las mierdas no brillaba algo especial, estaba tan acostumbrada a cogerlo y lo guardaba en su bolsillo. Tantas veces encontró cosas interesante, desarrolló la capacidad de separar lo falso de lo verdadero, una gran colección de anillos, sortijas, pulseras de oro, plata, y algún que otro pendiente suelto de brillantes, siempre tuvo muy buena intuición al mirar, se le venían a la mano las alhajas.
Tal vez no tenía el mejor trabajo, pero para ella era suficiente, igual al de tantos trabajos desagradables, de vez en cuando, encontraba algo divertido, ganaba bien el dinero con las joyas que iba encontrándose por el camino.
No necesitaba más que una buena ducha calentita y buen estropajo, al final del día.
Su compañero se llamaba Jorge, era nuevo en el oficio, venía de la basura entre camiones, llevaba escasamente tres semanas. Ella era toda una veterana.
El mapa subterráneo de la ciudad lo sabía de memoria, también se molestó en hacer pintadas extrañas que ella sólo entendía, flechas y símbolos, en el techo, redondos, medias curvas, curvas enteras, puntos, etc. Diferentes referencias que la situaban en una localización real y perfecta en cualquiera de los momentos de sus innumerables itinerarios.
El cielo permanecía vestido de luto, traía nubarrones oscuros, negros, que poco a poco se exparcían expandiéndose por toda la ciudad, comenzaba el baile, el aire a soplar, el frío, el silbido casi insoportable, sonaba y sonaba, con rachas de viento, que golpeaban los edificios rompiendo ventanas y cristales, techos que salían despedidos.
Los paraguas se doblaban y las bolsas de plástico, iban paseándose a sus anchas, volando por el cielo, igual a globos en una feria sueltos.
Un gigantesco temporal se aproxima, zarandeaba las farolas, los techos crujían, los semáforos se movían con una facilidad impactante, como si los mástiles de barcos en plena mar se tratase, las calles estaban cubiertas de agua.
Comenzaban a correr los primeros depósitos de basura por el medio de las avenidas, flotando entre las aguas de la tempestad.
Del cielo caían litros, y litros con la fuerza de un extraño vendaval, arrastrando, y arrasando multitud de vehículos hacia el final de la avenida principal, donde se estaban agolpando cada vez, más y más.
Carmen y Jorge, trabajando unas de las vías auxiliares en la más completa tranquilidad, ausentes de todo, no podían imaginar nada de lo que se les avecinaba. Ellos estaban solucionando un gran escape de agua corriente.
Cuando un eco se les aproximaba rápidamente, el ruido era ensordecedor, como la sirena de un barco, se perdía entre los pasillos subterráneos de la gran ciudad, entre eco y eco, la muerte acechando, en tantas y tantas ocasiones.
Dicen; «Que de la tierra al cielo, sólo hay un paso, un traspiés». En cualquier instante pasamos a descubrir la eternidad, perdemos lo único que realmente poseemos, la vida.
Parecía un tumulto de gente corriendo en las calles, alcantarillas de la ciudad. Todo el agua arrastrando los sedimentos del suelo, los desechos acumulados venían formando una barrera, una pared empujada por el agua, cubriendo por completo el cauce hasta el techo, se estaba llenando la alcantarilla de la avenida principal y las auxiliares también
¿Qué suena? Le preguntó Jorge a Carmen.
-No lo sé, -tal vez ha empezado a llover algo. -Pero el tiempo hoy, no pronosticaba nada.
-Otras veces ha sonado parecido, al llover. ¡No te preocupes, Jorge! Pasará rápido.
Tú agárrate a las barras de seguridad que hay en el techo. Y ya verás, pasa pronto. No más de la cintura. Como otras veces.
A quinientos metros tenemos una salida.
Vamos a salir despacio y así, nos enteramos, -» que nos dé un poco de aire»-. -Parece que no puedo respirar, dijo Carmen, se está calentando el ambiente. ¡Vamos, deja eso!
-Ya lo tengo casi terminado- Espera un momento, contestó Jorge.
-Es igual, déjalo, ¡Vámonos! No me gusta nada este aire caliente soplando.
Y el ruido se está aproximando, el agua empezó a cubrir la bota, la rodilla, la cintura. En un momento, en un instante el caudal de la alcantarilla se vio casi completo.
Nunca se imaginó que por esa salida, pudiese entrar, tanta agua, toda el agua del mundo venía cabalgando hacia ellos.
Ambos comenzaron a correr calle arriba.
Donde suponía Carmen que estaba una boca, una salida al exterior. Pero también traía un río lleno impresionante.
Al llegar a la avenida principal, el cauce estaba completo, sólo faltaba dos cuartos, dos palmas,hasta el techo.
El agua pestilente le llegaba a la boca, y Jorge pasó delante de ella, arrastrado por la corriente, Carmen le gritó.¡ Agarrate!, más abajo hay argollas en el techo. Esto pasa ligero. ¡Agarrate fuerte, no te sueltes! -Ya era demasiado tarde, el chaval iba dando tumbos y tumbos.
El cuerpo del muchacho, dando vueltas y vueltas en el agua, como si de un trapo cualquiera se tratara, envuelto en toallitas y bolsas de plástico.
Ella intentó sujetarlo con una mano, agarrarlo con los dedos, notando como el agua la arrastraba también, tiraba de ella con una fuerza superior y tuvo que soltarlo, se le escapó entre los dedos, se resbaló, hacia el precipicio mortal, sabía que algo más abajo la bóveda del cauce era más alta y tenía hierros de seguridad para agarrarse mejor, esperar que pasará el ramplón de aguas sucias y bajará algo el nivel.
Era su única alternativa. Se aferró con ambas manos a la baranda de protección, y aguantó un tiempo la respiración. Esperó un momento, tomó todo el aire que pudo y se sumergió en un río, de aguas sucias, con todo lo imaginable flotando, entre sus propias narices y pelo, eso era lo de menos, lo realmente importante suponía controlarse ante la avalancha de toallitas, papeles, bolsas y todo lo que fluía entre sus manos y cara.
Nadando entre las aguas marrones, hasta más abajo, donde la bóveda era más alta, haciendo un socavón inverso, un arco de medio punto, en la bóveda que tenía hierros para agarrarse. Unos cuarenta centímetros de diferencia con el caudal del agua. Donde permanecía un aire estancado caliente y maloliente, los desechos de una sociedad.
Carmen permanecía inmóvil, esperando que pasara el agua intentando pensar…
¿Qué debía, o podía hacer?
-Esperar, un tiempo. Lo que aguantara.
– O tal vez, seguir nadando avenida abajo, hasta la próxima, boca de alcantarillado.
¿Cuántas veces te has encontrado en una tesitura, ante diversos accidentes? ¿Cuánta gente ha muerto arrastrada? Eran preguntas que se hacía Carmen, ante su situación.
¡El tiempo te envuelve, entre pensamientos extraños! Las dudas te atormentan ante un miedo que invade los pensamientos más tétricos. Algo así, sufría Carmen, unos impulsos a dejarlo todo, abandonar. ¡ Los miedos a la muerte por asfixia! en el agua le ponía tensa, muy tensa, las manos aparecían agarrotadas, sin la posibilidad de mover los dedos.
Por otro lado el mal olor caliente que estaba respirando, no debía ser muy sano, sólo había un olor fuerte a metano. Pensaba ella, no podía aguantar mucho más respirándolo. El agua seguía llenando poco a poco el cauce y los cuarenta centímetros ya sólo eran veinte, escasamente un palmo la separaba del techo la muerte.
La tormenta seguía dejando caer agua del cielo, la pared de desechos formaba lentamente un tapón en el final de la avenida, que impedía el transcurso del agua, cada vez más apelmazada entre lodos y toallitas.
El agua permanecía estancada, tapándolo todo el cauce, los bomberos como locos con sus motores achicando y desatascando las principales arterias de la ciudad.
Tres días completamente saturado de agua el cauce, el cuerpo de Jorge apareció, en completa descomposición,el segundo día.
El de Carmen, nunca jamás se encontró, nada de ella.
En las noches lluviosas se escuchan gemidos por los túneles, tras las alcantarillas. Hay gente que oye canciones y comentarios en los días de sol…
“Tu corazón”, eso era lo único que ponía fuera del paquete que me acababan de entregar. Escamado empecé a arrancar el papel que lo envolvía. Dentro encontré un limón podrido, con moho, asqueroso. Estaba claro que el remitente no me tenía mucho aprecio. Me senté en el sofá, encendí un cigarro y me sumí en mis pensamientos.
Durante los días posteriores me obsesionó la pregunta de si estaba haciendo algo valioso con mi vida. Era famoso, salía en los medios, me ganaba la vida opinando sin pelos en la lengua sobre cualquier cosa. Muchos se ofendían, pero me resbalaba. Aquel limón podrido, sin embargo, despertó en mí un desasosiego que creció con el paso de los días, hasta convertirse en una sensación de vacío e incertidumbre que me abrumaba. Mis referencias vitales se difuminaron y me iba acorralando a cada día que pasaba.
Tras una noche de insomnio y ansiedad tomé la decisión de terminar con todo. Me levanté y me duché lentamente, me vestí con cualquier cosa y me dirigí en coche al lugar elegido: un viejo puente a las afueras de la ciudad, de unos treinta metros de altura, sobre el cauce seco de un río. Era una mañana clara, y el silencio era casi total. Cerré los ojos, respiré profundamente, y cuando sentí el impulso saqué de mi bolsillo el limón envuelto, lo elevé en el aire, y con un puntapié dio comienzo mi nueva vida.
En esta ocasión Alejandro se había pasado. Sus coqueteos con la muerte habían llegado demasiado lejos. Era una especie de arcano podrido que sus más allegados desconocían.
El problema era que su salud mental putrefacta afectaría indirectamente y en especial a Raquel, su actual pareja. Los dos jóvenes coetáneos cumplían la treintena ese mismo año, pero el destino les guardaba una sorpresa mayúscula.
Alejandro se había bebido una botella de lejía y Raquel al percatarse del mal estado de este le subió corriendo al hospital donde rápidamente le realizaron un lavado de estómago y fue ingresado para vigilar su evolución.
Tras acabar su periplo por el hospital Alejandro le prometió a Raquel acudir a un psicólogo para que tratase sus problemáticas conductas destructivas y suicidas. Estaba claro que algo en la mente de Alejandro estaba podrido y había que sacarlo de allí para que no acabará pudriendo el resto de su mente.
Raquel por su parte estaba esperando el momento oportuno para decirle a Alejandro que estaba embarazada. Ella estaba muy asustada y preocupada por el estado de salud mental de Alejandro y no sabía muy bien cómo se lo tomaría Alejandro.
Tras varios meses de terapia psicológica y tras recibir la buena noticia de que iba a ser padre Alejandro jamás volvió a tener nada podrido en su mente. Por suerte se había curado y pronto tendría entre sus brazos a su princesa Eva.
EL FUTURO HUELE A PODRIDO
Se enamoró instantáneamente. En el preciso momento en el que sus ojos se cruzaron con los de ella, enormes y deslumbrantemente azules. Eran lo que más resaltaba en el rostro de aquella diosa que tantas veces había visto por la pantalla. Fue un encuentro fugaz, en una calle cualquiera. Pero también fue algo mágico e inesperado. Le pareció un sueño. Quién sabe si fruto de la casualidad, o porque el caprichoso destino así lo había predestinado.
Y fue también justo en aquel preciso momento cuando se despertó sobresaltado y bañado en sudor, acertando a clavar su mirada en los geométricos números digitales del despertador, también de un color azul cobalto intenso, que resplandecían en la más absoluta oscuridad.
Eran las 4:35 de la madrugada. Despertarse en mitad de la noche ya se había convertido en una especie de ritual mecánico y repetitivo al que nunca se terminaba de habituar. Intentó respirar hondo, pero su aliento se entrecortaba por la evidente falta de oxígeno. Por un momento se giró en la cama buscando a Arantxa, como quien busca una pierna fantasma amputada tiempo atrás. Pero acabo rindiéndose a la realidad. Aunque se resistía a admitirlo, era plenamente consciente de que ella ya no estaba, ni estaría nunca más junto a él. Ni en la cama ni en ningún otro sitio. Tan solo en su imaginación y en el recuerdo.
Permaneció cerca de una hora tumbado en la cama, pensando, buscando un mínimo atisbo de esperanza en algún recoveco perdido de su mente. La luz del día ya comenzaba a despuntar por la claraboya. Por aquellas latitudes era habitual que amaneciera bastante temprano. Se levantó resignado y buscó algo para desayunar. Ya quedaban pocas provisiones y decidió que aquel día lo emplearía en atravesar la ciudad para buscar algo de comida. Una larga travesía a pie cruzando una enorme y mastodóntica metrópolis que de un tiempo a esta parte se había convertido en una auténtica jungla. Literalmente, no solo de asfalto y cemento.
Cogió todo lo necesario y emprendió la marcha. Como esperaba, no se cruzó con nadie en todo el trayecto. Nunca había sido una persona muy sociable, pero ahora echaba de menos, cada vez más, la compañía de otros de su especie. Día tras día trababa de encajar la situación de profunda soledad en la que se hallaba, aferrándose a cualquier motivo para no volverse loco. Fatiga pandémica lo habían llamado. Pero aquel término no representaba en absoluto lo que él sentía. Desesperación pandémica, locura pandémica, asco pandémico, la podredumbre que sobreviene tras la pandemia y lo envuelve todo… cualquiera de esas hubiera sido más apropiada.
Habían sido muchos los días en los que había acariciado la dulce idea de la muerte, del suicidio… Sin embargo, aunque en aquel momento ya nada tenía sentido, un hilo invisible lo mantenía erguido, fuerte, atado a la vida y al instinto de supervivencia. Morir no era una opción y nunca lo había sido para él. Pero ahora todo se tambaleaba.
Tras horas de larga caminata, finalmente llegó al antiguo hipermercado, ahora reconvertido y transformado, con horario de veinticuatro horas. Atravesó las puertas de cristal entreabiertas y empezó a escudriñar entre las infinitas filas de estanterías, buscando algunos artículos básicos entre lo poco que quedaba. Hacía tiempo que no llegaba nueva mercancía y los lineales acusaban esa carencia.
A la salida, miró al cielo. Era intensamente azul y estaba plagado de nubes. Pero él sabía que no era un cielo normal. Algo extraño mezclado con los intensos olores que flotaban en el ambiente aconsejaban no permanecer mucho tiempo respirando a pulmón abierto. Había pasado relativamente poco tiempo desde el acontecimiento, pero desde varias semanas atrás todo olía a podrido. Literalmente. Se colocó de nuevo la mascarilla especial de alta protección que había conseguido del ejército y emprendió el largo camino de vuelta.
Pronto empezaría a oscurecer. Había transcurrido un día más desde el momento cero ¿o quizá sería un día menos? Era cuestión de perspectiva. Desde entonces, cada día había estado visitando su antiguo barrio y escaneando los diferentes rincones de la ciudad, de manera sistemática, albergando la vana esperanza de encontrar tan solo a otra persona. Posiblemente ya nunca llegaría a acostumbrarse a ser el último hombre sobre el planeta.
De repente, con el estupor de quien presencia por primera vez algo extraordinario, una intensa luz y el sonido de una melodía lo hicieron despertar de su letargo.
En el infierno
Escondida en un sótano junto con sus dos compañeros- que le había asignado su productora- Anna reportera española escuchaba los bombardeos asustada e incrédula.
Cuando aceptó el trabajo lo vio como una oportunidad; su primer trabajo y encima como corresponsal de guerra. Claro que cuando aceptó y partió a dicho país no había comenzado ningún ataque ni se esperaba. Iba a informar de la situación política de esos países sin esperar realmente este desenlace.
Sus dos compañeros eran eran oriundos de ese país, se comunicaban en inglés.
Todos los días transmitían en directo para las televisiones de España y otros países.
La tercera semana de su estancia allí las bombas empezaron a caer.
Llevaban desde entonces cuatro días escondiéndose de refugio en refugio.
Cuando salían al exterior veían los cadáveres esparcidos por las calles, muchos de ellos mutilados.
Anna no podía con la situación, le parecía irreal, se quería ir; sus jefes no la dejaban, alguien tenía que informar.
En el sótano, por las noches, se escuchaban-a parte de los terribles impactos de las bombas- los aullidos y ladridos de los cientos y cientos de perros perdidos o abandonados.
Le ponía los vellos de punta, si eso no era el fin del mundo… se le parecía.
Al día siguiente,en directo en conexión con España,no pudo evitar que las lágrimas brotarán y que apenas pudiese hablar para consternación de informadores y televidentes.
Anna no podía explicar lo que que la rodeaba, la podredumbre humana había facilitado ese panorama dantesco.
¿Cómo expondría a una sociedad que ella había vivido durante toda su vida,sin complicaciones, lo que sentía?
Cuerpos esparcidos, gente desaparecida, niños mutilados; no había agua, apenas alimentos.
La gente que la veía le pedía ayuda, desesperada al no poder hacerlo al ser tantos…le invadía la impotencia.
Imploró a sus superiores su regreso a casa.
Los periodistas estaban señalados y en peligro.
Amenazó con dejar su trabajo, solo quería salir de ese infierno. «¿Era egoísta?» Se preguntaba. Si, lo era.
Le confirmaron su vuelta. Con pena se despidió de sus compañeros que se quedaban allí.
Pero ella no miró hacia atrás.
Julio y Marta llevaban poco tiempo saliendo.Eran bastante tímidos y es por ello que enseguida coincidieron,sus conversaciones eran de lo más inocentes ni siquiera existía entre ellos una palabra mal sonante.
Aquella noche,decidieron dar el paso y unir sus cuerpos,un besito por aquí ,una caricia por allá,todo muy sutil.
Julio empezó a notar una presión en el estómago que le hacía retorcerse, pensó que eran los nervios dada la situación,pasado un rato empezó a notar un calor que le recorría todo el cuerpo y recordó que había comido a mediodía ,en casa de sus padres,un buen plato de olla podrida(véanse sus ingredientes en la wikipedia)llamada así no porque estuviesen podridos sus ingredientes,si no que era el plato típico de su tierra.
Cada vez se sentía peor y no podía contárselo a Marta,se moriría de la vergüenza si la dijese que albergaba en su interior una gran masa de aire que soplaba dentro y que estaba a punto de tronar.
Justo estaban culminando el acto,cuando el sonido fue inevitable,al cabo de unos segundos, empezó a pulular una nube invisible que embriagaba el ambiente con un peculiar olor a metano…
Julio se levantó de la cama rápidamente y se escondió en el baño,Marta le llamaba para que saliera y él como un niño pequeño no respondía..todavía se podía sentir restos de esa nube aniquiladora..
Por fin,algo más relajado,Julio salió del baño lamentando lo sucedido,Marta,con una gran carcajada le dijo:
-No hay que guardar secretos,ni las ventosidades,tampoco…
Y con mucho humor y algo menos de vergüenza se echaron a reír…
EL GABINETE DE CURIOSIDADES
La guerra lo pudrió todo.
Me casé con Miles durante un permiso y tres días después de nuestra boda, él cayó en las Ardenas, y yo me convertí en viuda sin haber conocido cómo era estar casada. Después de éso, Londres se volvió demasiado grande, demasiado caro, y los recuerdos que no tenía de la vida que pude haber tenido, demasiado dolorosos, así que me mudé a Beresford, en la isla de Wight.
De Beresford era mi madre, que huyó de aquel pueblo pequeño y sombrío sacudido por la niebla y los vendavales, fugándose con un marino mercante inglés: mi padre. El escándalo todavía se recordaba en el pueblo, porque la gente empezó a llamarme la Sajona desde el día en que llegué para quedarme y hacerme cargo de la tienda de antigüedades de mi tío Justus. A veces, oía los cuchicheos maliciosos y advertía las miradas de soslayo, la turbia desconfianza hacia el extranjero, la idea enquistada y absurda de que mi madre los había ofendido o traicionado, o las dos cosas, y yo había heredado esa deuda como un día heredaría la casa familiar o la tienda: a través de la sangre.
La sangre que también lo pudre todo.
La Sociedad Histórica de Beresford éramos el tío Justus y yo. Cuando no estábamos en la tienda, respirando polvo añejo y tiempo más añejo aún, nos sentábamos frente a la chimenea a reconstruir genealogías y fantásticas hazañas de piratas normandos, que según el tío Justus, eran los padres fundadores del pueblo. Piratas era el delicado eufemismo que los puritanos empleaban para referirse a los contrabandistas. Beresford era un pueblo de proscritos normandos, ladrones y saqueadores de naufragios, que recalaron en la isla huyendo de la justicia francesa que ya tenía preparada una bonita soga con sus nombres. Jean Baptiste de Villiers había sido el cabecilla de aquella turba de prófugos, y antes de éso, capitán de uno de los barcos de la Flota Negra de Madame de Belville, hasta que la fortuna caprichosa y la necesidad acuciante, lo obligaron a abandonar su vida errante y aventurera, para fundar Beresford, construir Treasure Manor y vivir como un príncipe en el exilio.
Pero el tiempo lo pudre todo.
De Treasure Manor ya sólo quedaban algunos muros con su sillería desnuda como partes sueltas de un triste esqueleto, los sombreretes de las chimeneas vencidos por la furia atlántica de los temporales, el salitre rezumando por entre las grietas del revoque, como sangre blanquecina y momificada de un imponente animal herido. Todo lo que alguna vez hubo de valor en ella: los bargueños de nogal, las alfombras de Pakistán, las porcelanas y los cuadros, se había ido vendiendo generación tras generación. La avaricia y la desmemoria son endogámicas, y cada Villiers que llegaba, arrasaba con lo que había, para desvanecerse después en la niebla, dejando a Treasure Manor un poco más desnuda, más vacía y más sola. Hasta que llegó el último, un masón excéntrico y enfermizo, taciturno, que acabó muriendo en los años de la Gran Guerra durante un incendio que arrasó el ala este de Treasure Manor. Y desde entonces, la propiedad languidecía en brazos del viento y del olvido, y de los muchos Villiers que la habitaron, en Beresford ya sólo se recordaba con orgullo al primero y con miedo al último.
El miedo que lo pudre todo.
En Beresford se creía que Treasure Manor estaba encantada. Se decía que el fantasma del último Villiers, aquel desdichado erudito solitario, se asomaba a las ventanas raídas las noches de luna llena. En la taberna de Mike, los parroquianos susurraban su nombre entre pintas calientes de cerveza, y aseguraban haberlo oído toser cuando atravesaban la propiedad, camino de Newport. Su pronunciada cojera los seguía durante leguas, como un suave martilleo, y en las noches de tormenta, una sombra deforme deambulaba por la antigua rosaleda, entre cardos silvestres y matorrales cubiertos de brezo. Era un mago, un alquimista, un hereje, decían. Practicaba rituales satánicos y lo visitaban íncubos y súcubos en los solsticios de verano. Tenía muchos libros, una inmensa biblioteca que fue dónde se originó el incendio en el que el pobre hombre perdió la vida, al intentar salvar sus libros del poder avasallador del fuego. Para las gentes de Beresford, sólo había dos clases de hombres capaces de dejarse morir por salvar su biblioteca: un tonto o un ocultista. Alosyous Villiers era ambas cosas, al parecer. Y lo poco que quedó de su legado, descansaba ahora en el sótano de la tienda del tío Justus, en grandes arcones de madera cerrados con candados grandes y herrumbrosos, cedidos a la Sociedad Histórica de Beresford por lejanos herederos en septuagésimo grado que vivían en América y ni siquiera eran capaces de situar nuestra isla en un mapa.
El tío Justus los apiló y luego se olvidó de ellos. Le gustaba hurgar en el pasado glorioso del primer Villiers, pero nunca consideró necesario estudiar los legajos del último. Aceptó la donación por cortesía, y cuando yo los descubrí, una tarde de invierno gris y ventosa como sólo pueden serlo en estas latitudes, sonrió e hizo un gesto de desdén con la mano. Así nació mi gabinete de curiosidades: porque en Beresford yo era una extraña y la vida se me iba pudriendo como se pudren las manzanas: entre moho, tiempo sin nada, humedad de lluvia y humedad de lágrimas.
Lo primero que encontré en aquellas cajas, fue el cadáver de un hada. Su esqueleto humano, pequeño, envuelto en sus élitros traslúcidos con la textura frágil de la adularia, clavada sobre un terciopelo rojo, como las mariposas disecadas de los coleccionistas. La miré, con más asco que asombro, y luego acaricié sus alas desplegadas en un vuelo inútil, exento de fin o de gracia, tan parecida a mí en su quietud y en su ausencia de propósito. La muerte era ésto, me dije. El asco, las alas detenidas con chinchetas de colores sobre el rojo terciopelo de la vida y las pasiones ajenas. El rostro vuelto a la izquierda, como los mentirosos. Y sonreí. Y casi enloquecida, enajenada, ansiosa y febril, abrí el resto de las cajas a golpes.
La vida lo pudre todo.
PODRIDO
A causa de un incidente de esos que en principio no parecen que vayan a causar mayor problema, Adelina, había perdido parte de su sentido olfativo. Pese a esa disminución olfatoria, aquel olor llegaba escandalosamente hasta su nariz, se colaba por las rendijas de la casa, y activó todas las alarmas de su cuerpo, puestas a funcionar con la precisión que un hilo conductor eléctrico no habría superado.
No podía saber, por el momento, ni de dónde ni cuál era el origen de semejante fetidez; se encaminó hacia la puerta del apartamento; al abrirla, una nube gaseosa la empujó hacia adentro, como conminándola a no asomar el cuerpo, como si con el empujón estuviera mandándola un mensaje de: «quédate quieta, no te muevas, no respires». Dentro de casa iba acumulándose poco a poco junto con el olor, una neblina suave, todavía, pero que en el transcurso de las horas fue tomando forma de nebulosa gris, imposibilitando con ello los movimientos de un lado a otro de las diversas estancias sin peligro de «comerse» una pared, una silla, una mesa…
Adelina no se atreve a abrir la ventana, so pena de ser alcanzada por aquel hedor asqueroso, asfixiante y desestabilizador, por desconocido hasta el momento.
Desbordada ante la situación, con el miedo agarrado a las tripas, se vistió, cubrió con un largo echarpe cada partícula facial, bucal y craneal. Se encaminó a la calle pensando que, si en casa no podía respirar, no podría ser peor la situación al aire libre. Pero el aire no era libre. No había aire, solo nubes negras soltando su negra lluvia sobre cabezas huecas sin vestigio de inteligencia. Caminó tratando de no pisar los charcos negros humeantes, emisores de la pestilencia que inundaba la ciudad hasta darse con un edificio desvencijado en cuya puerta principal había un gran cartel que anunciaba: «VOTA A TUS SALVADORES».
Con la realidad estrellada en la cara dio media vuelta. Subió a lo que hasta ese momento había sido su refugio. Del armario que colgaba sobre unos despostillados azulejos en el oscuro y antiguo baño, dormía el sueño de años un frasquito mágico que nunca llegó soñar con utilizar, pero, que la visión al ver la urna de cristal en aquel edificio, sumado al cartel anunciador de la tragedia que se avecinaba y, cuyo comienzo estaba tomando forma bajo el tufo que todo ello desprendía, sin pensarlo más lo descargó en el gaznate.
En su vuelo no era la única pasajera. Cientos de rostros, extraños unos, conocidos otros, acompañaban su ascensión hacia una nebulosa con olor a azahar.
La aldea tomada.
Antoine despierta con el inconfundible chirrear cadencioso de un cuchillo siendo afilado.
Le zumban los oídos y por entre la venda que trae en los ojos puede entrever las enormes vigas que recorren el techo de paja del granero. Colgando de ellas incontables sacos de tela llenos de algo que no se anima a imaginar, aunque lo supone por la manera que rezuma el oscuro líquido. Un infernal hedor le hace arder la nariz y los ojos, de repente comprendió de donde viene el zumbido que se escucha de fondo: las moscas lo invaden todo. Esta atestado el suelo de tierra -convertido en un negro lodazal- su ropa, las bolsas del techo, incluso metiéndosele en los oídos y boca.
Intentó moverse, pero supuso lo inevitable: hacía horas que estaba atado de pies y manos, colgando de cabeza por los tobillos. Las fuertes ligaduras quemándole las articulaciones. Intentó hacer memoria del origen de su lamentable situación.
Semanas atrás se había enrolado con un puñado de aldeanos. Armados con lo que tenían a mano partieron de un pueblo vecino a retomar su aldea –un aislado poblado al sur de Guerande- ocupada por la terrible bruja Adrienne. Se adentraron en los pantanosos caminos olvidados de la gracia de Dios. Sufriendo el frio húmedo de esos lugares recorrieron un paisaje desolador – que ya empezaba a sentirse la malévola influencia de la bruja- pero cuando llegaron a la aldea estaba despoblada. Las casas en decadencia por meses de desocupación: las ventanas colgaban de los goznes, techos de paja hundidos y las calles infectadas por los animales que antaño eran el mayor bien de la aldea, ahora muertos y desperdigados en desgarrados retazos. Pero de Adrianne no se encontró rastro.
Acamparon en el centro de la aldea, comiendo los restos de sus magros suministros, permaneciendo así unos días.
Cuando la comida empezó a menguar intentaron cazar pequeños animales salvajes. Pero el miedo a separarse los obligó a tomar una decisión desesperada: quemarían la aldea y todo rastro de la infección.
En el momento que se dieron cuenta que eran observados ya era demasiado tarde. Estaban rodeados por infinidad de encapuchados que los vigilaban imperturbables en la espesura del bosque. Esa tarde fueron tomados prisioneros, derrotados por la funesta invulnerabilidad de esos seres hechos de enmarañadas raíces de roble.
Antoine apretó los ojos. Ahora recordó todo, lo cruel de su destino, la irrevocable certeza de que su final estaba sellado ni bien volvió a pisar la aldea.
En las vigas del techo las bolsas de tela que colgaban empezaron a sacudirse espasmódicamente, rozándose unas contra otras, algunas se contorsionaron arqueándose como gusanos colgando de un hilo de seda.
La puerta chirrió lentamente en los goznes y unos pesados pasos retumbaron haciendo eco en todo el granero.
Antoine apretó los dientes tan fuerte que se astillaron cuando sintió el oxidado cuchillo penetrando su vientre y el húmedo calor de sus propias vísceras cayéndole sobre el rostro.
Sucedio en 1950 fue un hecho mero radiante y a la vez misterioso…
Cierto dia de verano cuando no habia señales de lluvia por todo el pueblo se comenzo a sentir un fuerte olor a suciedad, como si estuvieran fumigando cerca, pero al paso de los dias los guardabosques, encargados de cultivos y propietarios empezaron a preocuparse porque ya se emanaba un fuerte olor a podrido como verdura arruinada pero el misterio era muy grande porque no habia origen de ese olor, mi abuelo que en ese tiempo era el hermano mas pequeño de la familia tenia 15 años ayudaba en la siembra de semillas de plantas y flores, recuerda que la gente tal era ese desagradable olor que empezo a taparse la nariz con trapos y maacarillas, el agua del rio no tenia ese olor ni fue contaminante de manera estomacal pero si provocaba ardor de ojos.
Asi pasaron dos meses de ese podrido olor y ya se sentian algunos goterones avisando que se aproximaba el invierno.
Cierto dia mi abuelo lo mandaron a traer un costal de 40 libras a la bodega este contenia semillas de toda variedad de flores, ya que en esta epoca era mas productivo porque la lluvia ayudaba a que crecieran mas bonitas las semillas, sin embargo tenia que cruzar un puente no muy hondo en el que pasaba el rio, de lo que no se dio cuenta fue que el costal tenia un hoyo y dejo regada toda la semilla en el camino, el puente, otros caminos que debia cruzar, cuando llego habia dejado 15 libras de semillas tiradas el padre no lo pudo ni regañar porque este se desmayo por el horrendo olor.
Ese mismo dia fue el inicio del invierno tal fue la fuerza que hasta granizo cayo.
Todos pensaron que se iria ese extraño olor pero no fue asi, al pasar los dias germinaron todas las semillas de mi abuelo por todos lados, en un mes que todo estaba en el punto de floracion, el olor desagradable,podrido e insoportable se desvanecio gracias al accidente de mi abuelo el pueblo regreso a la normalidad sin descifrar ese extraño y desagradable echo
Cuando los niños vieron acercarse a aquella figura que surgió de la fría bruma de la noche, se apresuraron a trancar la puerta con el sillón más grande que consiguieron empujar.
—¿Ves? ¡Te dije que no encendieras la luz!
El ruido metálico y entrecortado de las botas de aquel extraño se silenció justo detrás de las cortinas de la ventana. Se podía escuchar tras el cristal el aliento ahogado de un rostro oscuro que parecía no tener ojos.
—¡Manténte quieto, no te muevas!
Un golpe seco y fuerte empujó la puerta y el sillón hacia dentro. El polvo helado del suelo levantó una nube que removió el intenso olor a podrido.
La habitación permanecía inmóvil y en silencio. Fue al encender una cerilla y luego un resto de vela que estaba metido en una botella, cuando la boca del extraño emitió un gemido y su cuerpo se desplomó hacia delante con estruendo. Un charco de sangre caliente comenzó a extenderse bajo el ropaje de aquel hombre muerto.
—¿Ves? ¡Tuve que hacerlo! ¡Otra vez por culpa tuya!
La Bestia
La Bestia: ¡Umm Qué rico huele! 6.404 Desaparecidos, asesinados, mutilados, huele a muerto, huele a víceras! ¡ummm!… ¿María ya está mi sopa?
María: En un momento AMO ¿Señor cómo quiere los Ojos … de niño de tres o cuatro años… con pupila o sin pupila… 3/4 o 4/4?
La Bestia: Ya sabes María que amo el Vals dame 3/4 para comer a mis niños… Y recuerda mi postre de mujer violada mi favorito.
María: Si AMO… Ayer asesiné a mi madre como ud me ordenó… Por Favor AMO me puede depositar el dinero hoy, es que no quiero perder una buena oferta de departamento que me ofrecieron.
La : ¡Muy Bien! Recuerda que después sigue tú Papá y tu hijo el de los ojos claros preferiblemente para comerlos en salsa tartara con orincitos y caca…
Después de saciarse( la verdad la bestia nunca se sacia) la bestia es llevado en su BMW a su empresa a Reunirse con otras Bestias, estas Bestias se ven muy limpias por fuera, Todo en su lugar; pero están PODRIDAS por dentro. Ahh pero se ven muy tiernas con sus pieles llenas de colores y sus cuernos Internacionales llenos de marcas publicitarias.
Pero hoy es un día muy especial en el día de las bestias: hoy hay inventario en la empresa… se medirá el Tufo de la bestia más asesina y PODRIDA ….y tendrá más poder sobre las otras bestias, Escupirán sus muertos, hoy el hedor penetrará las consciencias del mundo, el hedor atravesará las paredes y seguirá asesinando solo con ése hedor, nadie puede escapar todo huele al hedor de la bestia todo está contaminado con ése hedor…. los que se besan huelen a muerto… los que cenan con sus hijos huelen a muerto. el hedor de la bestia… pues nadie podrá comprar ni vender sin el hedor de la bestia. Las chicas felices colocan en sus cuellos la Fragancia favorita con el hedor a muerto de la bestia…los niños son bautizados en el agua maldita de la bestia. Los que predican, los que escriben, huelen a Bestia, yo que lo observo empezaré a olerme centímitro a centímetro célula por célula neurona por neurona.
La Bestia: Ummm Oye María que sabroso estaba tú hijo… carne jugosa y pulpita. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
Rap del ¡Basta!
La sangre
la plata
el alma
del narco
huelen a podrido hasta el asco.
El puño
el grito
el golpe
del violento
huelen a podrido hasta el asco.
¡Basta!
Con la pu tre fac ción.
¡Basta!
Con la muerte sin razón.
El verbo
el acto
la decisión
del político corrupto
huelen a podrido hasta las náuseas.
La mano
la boca
el pensamiento
del infame violador
huelen a podrido hasta las náuseas.
¡Basta!
Con la des com po si ción.
¡Basta!
De cobardes sin prisión.
Los pibes y las pibas
ya no quieren más.
Las calles
los barrios
de la ciudad
hay limpiar
de una vez y para siempre
de la fruta podrida.
¡Esto no va más!
¡Basta!
Con la des com po si ción.
¡Basta!
Con la pu tre fac ción.
Jugando en ronda
huevo podrido
angustia al ciudadano
cercos mentales
cansada de las quejas
lo tiro al distraído
pasado rancio
en asamblea inútil
sopa de letras
terreno de mentiras
atragantada estoy
memes insultos
letras sin oraciones
nadie se salva
si el distraído lo ve
el huevo le queda a usted
En lo profundo del mar, donde jamás el hombre había llegado ni jamás llegaría, vive una colonia de horrendos seres. Son millones. De la cintura para abajo tienen cola de pez y de la cintura para arriba tienen torso de iguana.
Aunque son anfibios, no suben a la superficie para nada. Conocen al ser humano y su carácter depredador. Temen que si son descubiertos, sean exterminados como han sido exterminadas varias especies en la superficie. En las profundidades se sentían seguros.
Sus encuentros con seres humanos habían sido casuales, mas bien accidentales y todos mar adentro. Ninguno había ocurrido en la orilla de la playa. Aquellos que hablaban de las horrendas criaturas que habían visto mar adentro, eran tildados de locos. Por eso, quien los veía, no hablaba de ellos.
Esos horribles seres vivían en perfecta armonía con la naturaleza. No tomaban mas que lo estrictamente necesario para vivir y le devolvían a la naturaleza cada vez que tenían la oportunidad. No conocían la escasez, el hambre ni las enfermedades. Igualmente vivían en comunidad con otras especies.
Un buen día esos horripilantes seres celebraron un concilio de emergencia. La basura que era arrojada al mar por los seres humanos y que comenzó por molestarlos, ya se había convertido en un serio problema que amenazaba su existencia. Eran tantos los desperdicios arrojados, que la putrefacción estaba cambiando la temperatura.
Esos horrendos seres eran de aguas frías. Por eso la profundidad. El calentamiento del agua comenzó a producirles erupciones en la piel y problemas respiratorios. Esto les provocaba una lenta y dolorosa muerte. Ya eran miles los que habían muerto a consecuencia de la contaminación y pudrición provocada por los seres humanos. La situación se tornaba insostenible.
Esos espantosos seres no podían permitir que el ser humano continuara contaminando los océanos. Pero se hallaban en una disyuntiva. Hacer algo al respecto, significaba salir a la superficie y salir a la superficie igualmente amenazaba su existencia. No encontraban que hacer.
-Podemos salir a la superficie- dijo uno de los monstruosos seres.
-Eso sería riesgoso y detrimental para nuestra supervivencia- dijo el dirigente.
-Vivimos tan profundo, que jamás los humanos llegarán a nuestros dominios- contestó.
-Cierto. Por ahora. Pero no debemos provocarlos. Sabemos de lo que son capaces de hacer por tal de exterminar- contestó el dirigente.
-Vamos a pensarlo y mañana volvemos a reunirnos para discutir ideas y planes- propuso uno de los participantes.
El dirigente estuvo de acuerdo y terminó la reunión. Cada cual se marchó a su respectiva madriguera y se reunirían al día siguiente para establecer un curso de acción.
Esa noche muy pocos de esos horrendos seres pudieron conciliar el sueño. Jamás se habían enfrentado a una situación como esa. Estaban haciendo planes y pariendo ideas de como resolver la situación.
Al otro día y a la hora convenida, volvieron a reunirse en pleno.
-Alguien tiene una idea- preguntó el dirigente.
Todos comenzaron a hablar como el papagayo y nada de lo que hablaban se entendía. El dirigente tuvo que llamar al orden en varias ocasiones hasta que la multitud de seres horrendos se calmó.
-Yo tengo una idea- dijo uno de las feas criaturas.
-A ver, dígala- ordenó el dirigente.
-Somos millones. Debemos organizarnos en grupos y recoger toda la basura que podamos. Luego de recogida la basura, debemos determinar en que playas las vamos a dejar. Después de todo, no es nuestra basura. Se la devolveremos. Y la devolveremos de madrugada para protegernos de ser vistos- dijo uno de los asistentes.
-Eso supone que debemos escoger bien las playas en las que devolveremos la basura. Debemos escoger las mas concurridas por los humanos. Así la noticia se difundirá rápidamente- manifesto otro de los asistentes.
Habían llegado a un acuerdo. Ahora solo había que difundir el plan a todas las comunidades de los horrendos seres por todos los océanos. Así el impacto sería mundial.
La voz fue regada de comunidad en comunidad hasta cubrir la totalidad de los océanos. No permitirían que una horrenda criatura más muriera a causa del calentamiento de las aguas provocadas por la contaminación de los humanos.
Todas las horrendas criaturas comenzaron a recoger basura. Les tomó meses limpiar el océano, pero al fin lograron su cometido. Habían limpiado cada rincón del océano. Plástico, metales, telas, artefactos, hasta algunos jugetes encontraron. Eran millones de libras de basura por todo el océano. Luego del recogido, volvieron a reunirse para establecer los días y las playas a ser impactadas por la devolución de basura.
Puestos de acuerdo en día y hora, faltaba la ejecución. A la hora convenida, la playa de Isla Verde en Puerto Rico amaneció llena de basura. Nadie pudo explicar ese suceso y durante ese día no se habló de nada mas que no fuera el extraño suceso de la basura.
Al otro día fua la playa de Burleigh Heads en Australia. Al igual que en Puerto Rico, fue toda una novedad y todas las noticias reseñaban el extraño suceso que no tenia testigos.
Luego siguió Key West en Florida, Punta del Diablo en Uruguay, Costa Azul en Francia, Bahía do Sancho en Brasil y así, distintas playas, todas famosas y concurridas y en lugares distantes para no levantar sospechas.
Ningún acto de devolución de basura dejó testigos. Los océanos quedaron completamente limpios y las horrendas criaturas tenían asegurada su existencia por el momento, pues conociendo al ser humano, no descartaban que la basura fuera nuevamente arrojada al mar.
Mientras, los seres humanos en su infinita ignorancia, pensaban que el mar había devuelto la basura de la misma forma que devuelve cadáveres a la orilla.
LOS ARBOLITOS
Aunque lo que voy a explicar suene al tiempo de Mary Castaña en realidad fue ya en este siglo. Pero hay que contar que a principios del mismo, pocas personas tenían Internet en su casa y si no era una gran empresa, se utilizaban unos módems terribles que fallaban continuamente; los móviles eran enormes y con teclas, y dudo que fuesen capaces del envío de sms, pero cuando ya sí existía tal posibilidad, había que pagarlos en función del número de letras o signos ortográficos; el whatsapp no existía y las fotos eran de calidad pésima que ni recuerdo si se podían adjuntar a los mensajes de texto, pero en caso afirmativo hubiesen subido el coste de forma exponencial.
Con esto pretendo explicar no todo el mundo conocía todos los productos alimentarios existentes en el mercado nacional y menos en un pueblo en medio de la Castilla más profunda, donde las noticias mundiales eran las que veían por televisión.
Con estos precedentes, explico lo sucedido a unos parientes en su viaje Madrid-Galicia. Como muchas veces he explicado, de allí procedo desde infinitos siglos.
Salieron de la ciudad temprano y, aunque iban por autopista, como llevaban niños pequeños que eran incapaces de aguantar cinco horas de viaje seguidas en el coche, a mitad de camino y en función de cómo estuviese el panorama en la parte trasera del automóvil, salían de la autopista donde les parecía más apropiado y, en el primer descampado que encontraban, los dejaban salir a corretear, tomar algo fresco que siempre iba en una mini neverita y, una vez desfogados, reiniciar el viaje.
Y así lo hicieron aquella vez, pero el “trasno” (diablillo de la mitología celta que hace siempre barrabasadas) decidió ir a tierras castellanas jugándoles una mala pasada. Y fue que, al intentar arrancar el coche tras la parada, todas las luces de emergencia se encendieron.
La situación era, como puede suponerse terrorífica: en medio del monte, sin nadie alrededor ¿qué hacer?.
El marido, armándose de valor y con un sol de justicia, aunque fuesen solo las 11 de la mañana, con las 2 horas de adelanto del verano, tomó camino carretera adelante, hacia el primer pueblo que pudiese encontrar.
Tras caminar casi un Km., pasó por su lado un hombre subido a un tractor que, como sucede normalmente entre la gente de campo, saludó con:
-A los buenos días nos de Dios
-Buenos días- contestó mi pariente y de paso, aprovechó para preguntarle:
-¿Sabe si por aquí hay algún mecánico?. Me acabo de quedar tirado en la carretera con mi mujer y dos niños, el mayor de 3 años-
-Pues mire “usté”- dijo el del tractor-en el pueblo (se supone que se refería al suyo), no hay nadie, que es pequeño pero súbase, que le acerco hasta Benavente, que allí hay de todo.
-No, no, que usted tiene trabajo. En todo caso, lléveme donde yo pueda coger un medio de trasporte.
-Quiá, que no. Lo que sí puedo hacer es que venga conmigo en el tractor al pueblo y allí cogemos el coche que va más rápido.
Y, pese a la resistencia de mi pariente, ganó la insistencia del labriego y, al cabo de un rato llegaron a Benavente.
Allí, el mecánico, subido en su grúa se dirigió al lugar indicado mientras labriego insistió en acompañar al hombre hasta el lugar “por si los chicos necesitan algo”.
Efectivamente, al llegar, que ya era entre pitos y flautas casi la una del mediodía, encontraron a los niños llorando y a la mujer desesperada.
El labriego los cargó a todos en su coche mientras el mecánico cargaba en la grúa el coche averiado, asegurando que necesitaba llevarlo al taller.
Tras un pequeño rato de carretera amenizada con lloros y quejidos, toda la familia llegó en pelotón a un pueblito de mala muerte. El conductor aparcó delante se una casa de adobe a la que se accedía por un pequeño huerto donde una mujer, rodeada por cuatro críos de diversas edades, recogía coles.
-Mujer, ¡te traigo gente!- gritó el hombre.
Ella se giró mientras un perro pequeño y sin raza se acercaba ladrando a la vez que meneaba la cola y los niños se quedaban parados contemplando la escena.
El le explicó la situación y rápidamente, se acercó a la madre consternada diciéndole un
-Pase, pase, pasen ustedes- introduciéndolo en una cocina alrededor de la mesa, mientras les decía a sus hijos mayores, tras darles sendos vasos de agua a los niños:
-Matías, Rosa, llevaros a los niños a la alberca que se refresquen.
Todo fueron atenciones, los niños comieron con sus nuevos amigos y los mayores también, claro, pues
-Donde comen tres, comen cuatro y ¡anda tú! que en esta casa, somos seis.
Y al fin, tras pasar el calor del día apareció el mecánico con el coche arreglado.
Mis parientes no sabían cómo agradecerles o pagarles tantas atenciones. Ellos se negaron en absoluto a cualquier recompensa.
-“Pa” eso estamos. Hoy por ti, mañana por mí.
Y aún ella, les dio unas cuantas rosquillas que había hecho para sus hijos, “para entretener el hambre” hasta llegar a su destino
Por supuesto, mis parientes tomaron nota del nombre y dirección de estas personas, pensando en mandarles algo para compensar tantos detalles.
Y, ¡qué mejor que unos buenos percebes!.
Al día siguiente, a primera hora, fueron al mercado y compraron lun kilo de los más grandes, los envolvieron bien envueltos entre bolsas con gel helado y, recubiertos con un envoltorio aislante, los enviaron por mensajeríaurgente a la dirección que habían cogido.
Pasaron unos días y recibieron una carta procedente de esos campesinos que decía:
-Muchísimas gracias por este regalo tan bueno. Pero, por favor. ¿nos pueden explicar cómo se plantan estos arbolitos?
Es que no los conocemos y aunque los hemos plantado con mucho cuidado, ahora huelen a podrido.
Ángel susurraba una canción » la vida es bella»mientras hacia sus deberes en el hogar, vivía en una burbuja dentro de su casa, casi nunca salía pensaba que era un lugar demasiado seguro para él, pensaba que afuera era un ambiente demasiado peligroso, le gustaba generalizar no era extraño de que así fuera la vecina de la tienda pensaba que le harán daño.
Su compañía era un radio transistor de los años 80 ahí escuchaba noticias… era lo único que le encantaba escuchar. rara vez invitaba a alguien a su casa a pasar el rato, cuando lo hacía primero verificaba si estaban sanos, sin enfermedades… no soportaba el hecho de contagiarse, les hacía lavar las manos y la cara… cambiarse de chaqueta. con eso él se sentía seguro…
Cuando lo conocí estaba en tercer semestre de historia al principio parecía amable, pero al momento de acercarme un poco mas ya cambiaba la cosa… se iba convirtiendo en un monstro… creo que sus mismos vecinos lo fueron creándolo, aislándolo sin ninguna razón aparente, se fue quedando más solo cada día que pasaba… llegó a odiar profundamente a la humanidad eran muy pocos a los que apreciaba realmente y ellos a él conociéndolo como era. Jamás fui a su casa, puesto que no me sentía para nada seguro en ella, por fuera me parecía extraña… no me llenó de la confianza suficiente para poder pasar a visitarlo.
Pensaba que el mundo estaba lleno de gente podrida soñaba con un mundo en una burbuja controlado por unas elites para que le dijeran que hacer, pues así había visto en varias películas de su preferentica que controlando las mentes todos serían más felices.
No lo volvía a ver variaos meses, supe del cuándo salió por las noticias que se había tirado de un puente por no soportar la presión social que el mismo se creó para tratar de conseguir un mundo fuera de su casa seguro para él.
Iba un hombre en un ciclomotor con un niño sentado a sus espaldas. El mismo iba casi durmiéndose y el hombre con la mano libre lo iba sosteniendo. Esto sucedía a la vista de todos los conductores que le tocaban bocina y le hacían gestos reprobando su actitud insegura. El hombre sólo podía encoger el único hombro libre y miraba con un gesto incierto y cansado.
Un auto se le puso a la par y tratando de ser lo más amable que pudo, dado lo complejo de las circunstancias, le dijo que por favor se detenga para encontrarle una solución al potencial desastre. Ambos conductores pararon y el automovilista le ofreció llevar al niño a donde el motociclista le indicase, que si bien se iba a desviar de su trayecto, prefería evitar una tragedia y explicar una tardanza. El motociclista se mostró bastante desconfiado y retraído con la propuesta. Contó que se había separado hace poco y que no le quedaba otra que llevar a su hijo al trabajo ya que no contaba con quién dejarlo. El hombre del auto le explicó de nuevo que, para él era más fácil seguir derecho como todos los demás, que si de verdad desconfiaba le daba su documento de identidad y se ofrecía a escoltarlo a donde sea que viva. Finalmente, a regañadientes y escuchando a un pequeño grupo que se convocó a raíz de este hecho, el motociclista aceptó. Subió al pequeño al asiento trasero del auto y tomó el documento del automovilista para guardarlo en el bolsillo de su camisa.
Comenzaron a circular por la avenida, calle a calle, hasta salir del radio céntrico. Cuando iban por una calle oscura, el automovilista giró violentamente para luego desaparecer a toda velocidad. El motociclista tardó en reaccionar y giró sobre sí mismo, pero en vano fueron sus intentos de alcanzar siquiera a ver por dónde se fue el automóvil con el pequeño. No había testigos ni cámaras que le sirvan para determinar el paradero del menor. Una tremenda angustia comenzó a crecer como un virus en su pecho.
Lejos de allí, el automovilista miraba de reojo al adormecido niño. Sacó su celular y llamó a alguien y comentó que ya tenía con qué empezar a negociar, se sentía satisfecho. Le contó a su interlocutor que debería dar de baja al documento de identidad falso con el que se movía, ya que lo había extraviado. Los proxenetas son muy prolijos en su tarea y no se podían dejar cabos sueltos. Todo el mundo había visto la actitud insegura de este hombre y lo más probable era que el niño se hubiera accidentado en la ruta. Nadie lo iba a reclamar.
El motociclista condujo lento hasta la parroquia del barrio. Era casi de noche y el sacerdote abrió una minúscula puerta. Ante la mirada inquisidora del párroco, el hombre resopló con desgano y explicó:
—Mire Padre, ya sé que habíamos quedado que hoy le traía al nene ese que me marcó usted, hasta tardé un montón porque no le hacían efecto las pastillas que le di con la coca cola. Cuando se estaba durmiendo lo subí a la moto y un hombre me lo arrebató. Mire, me dio el documento, si por ahí se puede llegar a colocar por lo menos salvamos la tarde, pero del chico olvídese. No sé si hubiera estado bien que llegue hasta acá, si hacía muchas preguntas lo bajábamos ¿no?
El sacerdote miró sobre el hombre, lo miró a los ojos, le quitó el documento de las manos y cerró la puerta con un golpe.
El motociclista estaba por gritar algo, pero guardó silencio y se fue por donde vino.
Del niño, nunca más se supo nada.
La duquesa
El día que Katherina se fue, me di cuenta de que no tenía ni idea de quién era aquella mujer. Habíamos sido amantes durante cinco meses y no podía decir ni de dónde había salido, ni cuál era su familia.
Solo sabía que era hermosísima, joven, alta, rubia y que tardaba siglos en arreglarse y ponerse en orden el pelo. Además, que usaba la ropa con mucha más elegancia que el resto de las mujeres que se movían por los salones de Viena.
En una de aquellas fiestas, mi amigo Philippe me había presentado a Katherina y a su compañera, la duquesa Greta de Babengerg. Al parecer, se profesaban una gran amistad. No sabría decir hasta qué punto.
«Curioso ducado —pensé cuando las conocí—. Ese título desapareció hace unos nueve siglos».
Katherina no se había marchado con las manos vacías. Tenía demasiado buen gusto como para olvidar un enorme joyero que le había ido regalando, el de mi difunta madre, el juego de abrecartas dorados, unas cuberterías de plata, anillos, colecciones de relojes… Si no se llevó todos sus vestidos fue por falta de espacio en los baúles. Baúles que, por cierto, también me robó, como es lógico.
Aquel saqueo hubiera sido para mí una simple broma si no hubiera echado a faltar un camafeo para el cuello, que era de mi madre, un abrecartas turco, que era de mi padre, y un reloj con diamantes en la caja, que me había regalado yo mismo en mi cuarenta cumpleaños.
He de decir, que di parte a la policía, sin mucha esperanza de recobrar lo robado. También me puse en contacto con Philippe para que me volviera a introducir en los salones de donde había estado alejado esos meses. Tal era la dedicación que requerían de mí las tórridas noches con Katherina.
En la primera fiesta, volví a saludar a Greta de Babengerg, la duquesa.
Greta era algo mayor que Katherina, morena, un poco más baja y tenía unas carnes muy prietas que se encargaban de realzar los ajustados corsés con los que se vestía o, más bien, con los que se mostraba.
—Estimado amigo —me dijo—. No se puede imaginar la repugnancia que he sentido cuando me han informado de la marcha de Katherina y del saqueo del que ha sido objeto su patrimonio.
—No se preocupe, querida Greta. Todo aquello que su amiga se ha llevado, aunque valiosísimo, no produce un menoscabo significativo de mi hacienda. Solo acarrea la ligera molestia de tener que prescindir de objetos y joyas que me eran queridos.
—¿Sabe? —me dijo—. Mi amante, el marqués de Rostmich ha decidido abandonarme porque la señora marquesa no ve del todo bien nuestra relación. No termino de entenderlo, la verdad, pero en este momento estoy soltera.
—¡Ah! Pero, ¿estaba usted casada? —dije, con una sonrisa malévola.
Ella me miró con ojos de volcán en erupción.
—Me refiero a que estoy soltera, soltera. Y muy soltera. Usted ya me entiende.
En Viena, en aquellos años, se negociaba con todo. Con casas, con carruajes, con tierras, con los buenos matrimonios de los hijos… y también se concertaban relaciones como si fueran contratos comerciales. Todo era bueno para aumentar el lujo, el brillo, el poder y el placer.
Quedamos en que me esperaría siete días después, en su casa, a las ocho de la tarde. Que cenaríamos cualquier cosa y que, a continuación, nos regalaríamos mutuamente alguna actividad que resultase atractiva para ambos. Si decidía que me merecía la pena una mayor amistad, la duquesa se mudaría a mi casa y ocuparía el puesto de su amiga en mis estancias particulares.
Me presenté en el domicilio de la duquesa, a la hora indicada. Las puertas estaban abiertas y me extrañó que no saliera nadie a recibirme. La mansión parecía desierta.
Subí a la primera planta, que supuse más noble, por la decoración que veía en las amplias escalinatas de mármol y, pronto, llegué a un saloncito que daba paso a lo que, sin duda, eran los aposentos privados de Greta. Me senté, esperando ser recibido.
Transcurrió un tiempo, no podría decir cuánto, y empecé a pasearme por aquella habitación. En una de las mesitas, había un sobre que tenía mi nombre. Era letra de Katherina.
Leí su contenido. Era una carta en la que me decía que me odiaba, que aquellos cinco meses habían sido un suplicio para ella, que cada día y cada noche —sobre todo, cada noche— habían supuesto una especie de tortura para ella. Al parecer, aquella mujer solo había convivido conmigo para que la alimentase y para averiguar dónde estaban los objetos de mayor valor de mi vivienda.
Concluía sus letras prometiéndome que ella se encargaría de arrebatarme todo lo que me gustase o desease. De repente, mi cabeza se imaginó algo que me puso tenso…
Dejé caer la misiva, me acerqué a la puerta que daba acceso a las estancias privadas y percibí un inconfundible y repugnante olor a podrido.
Abrí la puerta y observé, con horror, cómo los gusanos y los insectos estaban devorando el cadáver putrefacto de Greta. Estaba sentado e inclinado hacia atrás.
Por aquel repugnante espectáculo deduje que Katherina no me tenía demasiado afecto.
Clavado en el pecho de Greta, estaba el abrecartas turco de mi padre.
DIARIO DEL NUEVE DE ABRIL
Siempre habrá algo preocupante (y si no mamá o la esposa me lo dirán). EL ESTOICISMO, lo que practica es que ninguna preocupación nos es importante en una vida sencilla (la debida al imperfecto animal que somos).
No hay nada tan importante cual no imaginamos bajo el MIEDO que tenemos (y más si has crecido con el miedo).
LA VIDA ES UNA PASIÓN INÚTIL (sin más que el ciego instinto de conservación en los animales) y por eso el animal consciente defiende el recurso del SUICIDIO. Pero hay razones subjetivas para pasar a seguir viviendo, como el AMOR; amor a los hijos, a la creatividad, y para muchos y a pesar de ellos mismos, AMOR A SI MISMO (y más tras una vida dolorosa que te pide una mínima compensación). Aquí tenemos unidos una razón subjetiva y una acción reparadora con sentimiento.
Tu nunca pecaste, se le dijo al protagonista “S” del diario, y más al llegar a “Y”, así que manda LOS AMARGOS RECUERDOS A LA MIERDA, un punto que es un importante plus con el que algunos cuentan.
DIEZ DE ABRIL
Tras haber escrito lo de ayer para no sufrir tanto bajo la zarpa de la Compañía Eléctrica, el miedo ha seguido oprimiendo tanto como siempre, hasta la nausea, por lo que añoro el suicidio.
EL LADO PODRIDO
Queridos lectores.
Recientemente, con motivo de una visita a Madrid, observé, no yá en las calles, en el restaurante donde comí o en la cafetería donde tomé café, un elevado número de gente que no era de origen español, aunque algunas de éstas personas sí podrían facilitarme haber nacido en España.
Entonces, tal vez debido por el cansancio, o el agobio del vagón del tren que estaba atestado, me salió el lado podrido.
Ese lado que todos tenemos en mayor o menor medida, y todos usamos en mayor o menor cantidad.
Sin querer provocar en usted que me lee, una opinión equivocada, he de advertirle que, de natural, no soy racista.
Pero, tuve pensamientos contra esas personas que, aún siendo foráneos, la mayoría de mi admirada Sudamérica, comprendí al poco, a medida que el vagón se iba vaciando, e iba en disminución mi enojo; decía, en fin, que esa gente, al igual que yo, había ido a Madrid a pasar el día.
O trabajadores que volvían a sus casas, o hijos que regresaban con sus padres…
En fin, seres humanos como yo.
Pero entonces, un sudor frío, me recorrió el espinazo, al sentir el fétido olor del lado podrido de aquellos que están en la cúpula del poder que nos gobiernan.
Esos poderes fácticos que provocan el enfrentamiento entre «los que somos de aquí» y «los de fuera», con leyes que nosotros «los de aquí», consideramos que nos dejan en desventaja respecto a «los de fuera».
Entonces, ese lado que está podrido en un lado de mi manzana, lo elimino, y pienso en el sacrificio de «los de afuera» que vienen casi sin nada y necesitan una ayuda que «los de aquí» creemos erróneamente que tenemos más derecho de recibirla por el simple echo de ser eso, de aquí.
Somos un país de emigrantes, e inmigrantes.
Pido humildemente perdón si alguna vez, he pensado o dicho algo podrido de aquellos que vienen a España.
Porque, el estado, es un moho que contamina, y nosotros somos el antibiótico para eliminarlo.
Eso sí, independiente de quién sea, de su lugar de origen, de aquí o de acuyá, intentaré eliminar la podredumbre de aquellos que hacen del mundo un fruto podrido.
Buenas noches, usted que me lee.
Matilde era vana. Lo sentenció su suegra, y se grabó a fuego en su vientre. De los 13 hijos que parió su madre ella nació vana, maldita sea su estampa.
Su marido se hartó de esperar y acabó colgándose del tirador de la puerta.
La vana quedó viuda con 41 años, sin entender en absoluto qué fue mal en su relación, pero arrastrando un costal de culpa que la avejentó varios años en algunos meses.
Despojada de lo que hasta entonces creía suyo, pues hay pertenencias que no se merecen cuando no se tiene descendencia, se vio en la tesitura de empezar de nuevo.
Al poco conoció a alguien al salir de algún garito de esos que no se buscan, sino que aparecen al cruzar de acera.
Le sorprendieron sus ojos grandes, profundos. Y cierto aire de ingenuidad mal disimulada bajo una mugre de años.
No se asustó, todo lo contrario. Sintió un escalofrío cuando los dos se miraron y algo entre ellos se abrió a la canal, para dejarles paso.
En la noche tubular sus cuerpos se encontraban con prisa y con ansia infantil, se necesitaban como el agua de beber. En la noche oscura donde el poder del pasado es infinito, y su peso aplasta las palabras.
Y en la estrechez de una cama a medias se abrazaban apretados, burdamente, hasta chorrear de un sudor que hacían por ignorar.
Y cada uno en silencio, y a su manera, al estrujarse estrujaba contra su pecho a su amor soñado, sea el que para cada uno de ellos fuera. Con los ojos bien cerrados. Resignado en ambos amor de tapadera.
«Zombis»
Los zombis van sin apuro
de día y de noche vagan,
el pensamiento confuso
y las ropas desgarradas.
Los zombis no están muertos,
pero tampoco están vivos,
ellos siempre están hambrientos
sin saber que ya han comido.
Abren las oscuras bocas
esperando otro bocado
y tragan la amalgama amorfa
sin salir de su letargo.
Se disputan por los clavos
que desgarran sus gargantas,
poco importan las cortadas,
todo engullen, todo tragan.
Vacíos van de cerebros
y de zapatos, vacíos,
los zombis no tienen piernas,
se arrastran al precipicio.
Inexistentes los besos,
conformes ojos sombríos,
todo lo aceptan los zombis
por voluntad cautivos.
Los llevan a rastras, hambrientos,
y en la punta del largo hilo,
colgado como cebo,
está el cerebro podrido.
El olor los lleva y los guía,
se están quedando sin tiempo,
la voluntad está vencida,
van directo al matadero.
El espejo no engaña, verdad?
es el único que me dice la verdad de frente , el tiempo pasa, el niño que fui ya no me quiere y está muy disgustado conmigo. Me dice que lo estoy enterrando vivo, que no le he escuchado nunca cuando entre gritos y llantos me reclamaba!!! tengo sed de anhelos,!!tengo hambre de sueños.!!!
El espejo me dice que mis ojos se van apagando, que mi boca se esta convirtiendo en sonrisa invertida, que pinceladas de tristeza son esparcidas por mi rostro y lo que es peor, que mi alma ya no tiene vida, no tiene la chispa de mi niño de siete años. Ese chiquillo me come por dentro, hace que me pudra poco a poco porque lo he abandonado hace mucho tiempo. Yo lo vuelvo a mirar de frente y le pido perdón, le digo que mi sombra me acosa y que me da mucho miedo, siempre me ha dado mucho miedo y aunque también forma parte de ti, no he querido aceptar esa oscuridad, ese rincón, ese sótano donde nos atrapan los mismos recuerdos.
Algo huele a podrido, no soy yo.
Miro hacia abajo y veo sus enormes ojos marrones qué me miran.
Su hocico se acerca, moviendo la cola.
Hera has sido tú.
Trabé contacto con Norris en el invierno de 1958, en una de las sesiones que mi abuela Rosa –doña Rosa para el resto de los vecinos, que la trataban con muchísimo respeto porque «pasaba muertos»–, solía tener todas las tardes, una vez terminada la novela de la radio y si no había calcetines que zurcir, plancha, o cualquier otra exigencia doméstica de mayor apremio.
Sin duda, ya habéis deducido de lo anterior que mi abuela era médium.
En las sesiones espiritistas de doña Rosa no levitaban las mesas, ni había emanaciones de ectoplasma y los objetos tampoco se movían por voluntad propia; esa es una clase de performance que requiere un despliegue de medios muy exigente. Nosotros éramos pobres y lo de mi abuela era más sencillo, amateur, de andar por casa, pero no por ello menos meritorio.
Como ocurre con las grandes actrices consagradas, esas que con su sola presencia llenan la escena, a doña Rosa le bastaba una silla, algún voluntario presente, para mediar con el espíritu materializado y dar fe del prodigio, y un alma errante y sin prisa, que anduviera por los alrededores con ganas de pegar la hebra, a la que prestar un cuerpo mortal, el de la médium, como vehículo de comunicación. Ni más, ni menos.
Como digo, a todo esto asistía yo con absoluta naturalidad, incluso participaba, eso sí, muy de ciento a viento y únicamente cuando el personaje encarnado me resultaba interesante: un soldado de las legiones romanas, que los hubo, o de las tropas napoleónicas –una tarde pasó uno muy impetuoso–, y pare usted de contar, porque la mayoría eran esencias normales y corrientes, sin ningún atractivo y a las que no solía prestar demasiada atención, pues para un crío de seis o siete años, no tendría yo más por aquellas fechas, la mayor parte de esas conferencias con el más allá, no dejaban de ser otra aburrida rutina de adultos, como hacer las camas, pasar la escoba o alimentar de carbón la cocina económica a paletadas de badil.
Pero volviendo a Norris y al invierno del 58.
En doña Rosa, las señales que advertían la inminencia de un trance eran, que se atiesaba en el asiento, dejaba caer sus brazos a los costados, daba un par o tres de respingos violentos, e inmediatamente, el visitante comenzaba a hablar por su boca.
–¡Por los cuernos del viejo Cromwell, que me llamen «ensillagansos» si no echo de menos un buen par de pintas y una oca de Winchester para compartirlas!
No sabría decir si otra de las destrezas paranormales de mi abuela era la traducción simultánea, porque todos los espíritus que pasaban por ella, cualquiera que fuese su nacionalidad, se expresaban correctamente en castellano, aunque a veces dejasen caer algún juramento en su lengua materna o eran estos los que hacían el esfuerzo.
–Di, hermano, ¿cuál era tu nombre terrenal, por qué caminas errante y que ayuda necesitas para encontrar la luz? –tía Rosita era la que casi siempre mediaba en estos trances.
–Mi nombre, bruja plebeya, era y será por siempre Sir Henry Norris, Caballero de la Cámara, guardián del Parque Foliejon, pesador en la viga común en Southampton, alguacil de Ewelme; acompañé a Enrique VIII en el Campo del Paño de Oro, cuando se reunió con Francisco I de Francia, recibí la custodia de Langley New Park, Buckinghamshire, y fui nombrado alguacil de Watlington. –Aquel muerto cada vez me parecía más interesante, de manera que dejé aparcada la carrera de chapas y presté atención.
–Pero cuando murió Sir William Compton, lo sucedí en el cargo de «Groom of the Stool» . Allí empezó mi ascensión a la gloria y también al cadalso. Ese mismo día, el verdugo comenzó a afilar su hacha para mí.
–¿Qué es un grum… no sé qué? –cada vez me parecía más sugestiva la historia de Sir Henry Norris.
–Para que lo entiendas fácilmente, pequeño bastardo –a veces los espíritus son bastante groseros y mal educados–, yo era el mozo del taburete, o sea, el encargado de limpiarle el culo a Enrique VIII cada vez que cagaba y no veas lo que salía del ano putrefacto de ese cabrón libidinoso, adúltero y traidor. ¡Que el diablo se ocupe de su gordo y herético bullarengue! ¿Satisfecha tu curiosidad?
A ver, tenéis que comprenderlo, yo estaba en esa edad complicada en la que el lenguaje escatológico desencadena auténticas tormentas de hilaridad y en aquella ocasión, la tormenta se convirtió en huracán de categoría cinco; lloraba y me retorcía por el suelo, incapaz de dejar de reír, hasta tía Rosita y la misma doña Rosa –no sé si por voluntad propia o por efectos de la posesión–, se convulsionaban a causa de las carcajadas.
Pero la situación aún no había alcanzado el clímax; este se produjo cuando, a modo de fanfarria y en medio de esa orgía de hilaridad, un sonoro cuesco –del que más tarde todos culpamos a Norris sin rubor alguno–, dio paso a una pestilencia nauseabunda e insufrible a huevos podridos, que se apoderó de la habitación, haciéndose fuerte en el estucado –creo, no me hagáis demasiado caso, que hubo que volver a pintar la cocina entera para liberarla del maleficio– e inundó, de nuevo, nuestros ojos de lágrimas, pero esta vez no por regocijo.
–Hermano, ve hacia la luz –balbuceó tía Rosita, aguantándose la risa mientras hacía pinza en la nariz con sus dedos–, y sigue siempre el camino de la derecha.
–¡Qué luz ni qué camino, paparruchas! ¡Cuanta superchería han metido Kardec y la Blavatsky en las cabezas de los incautos –se amoscó Sir Henry.
–Volveremos a vernos, pequeño bribón –dijo a modo de despedida, a la vez que mi abuela salía del trance.
Aquella noche, como todas, las esferas bailarinas zigzagueaban lentamente por el techo de mi habitación. Las llamaba así porque eran bolitas fosforescentes, casi todas de color verde, que interpretaban para mí una balsámica coreografía, ayudándome a alcanzar el sueño; solo que en esa ocasión, en medio de todas ellas, rompiendo la estética del conjunto, apareció una más torpe y gorda que las demás, hizo un par de piruetas fuera de compás, se apartó del grupo y con un levísimo ¡puff!, apenas audible, se desinfló dejando tras de sí una estela gaseosa y, esta vez por fortuna, inodora.
Tuve que hacer rebozo con la sábana, para sofocar la risa y no despertar a toda la familia con la carcajada. Sir Henry Norris había cumplido su promesa y me deseaba felices sueños.
Así pasó y así os lo cuento.
Es un trabajador de una empresa de nivel alto, por su perseverancia y buen sentido laboral, ha ascendido a recibir y a los clientes y hacer nuevos , es decir «relaciones públicas», hablar con ellos, comer con ellos y hacerle lo más agradable posible su instancia.
Pero él no sabía cuánta carroña va debajo de esos trajes de marca, todos van para conseguir algo a su favor y si no lo consiguen ya todo lo bueno que habías hecho — según él —, todo era un obstáculo para ellos, por tanto éste trabajador tan honesto y trabajando para la empresa que le paga el dinero para subsistir, se ha dado cuenta que éste mundo está podrido se pues vamos a conseguir lo nuestro y lo demás a postearlo.
No sé si porque hoy ha vuelto a salir el sol mi ánimo también subió a flote y mis pensamientos son más positivos. Pensar que nada es malo del todo ni bueno absoluto.
Podrido, palabra que evoca suciedad, inmundicia, desagrado. Nos tapamos la nariz nada más pronunciarla y su fetidez nos provoca náuseas, pero de esa porquería que se descompone, se forma el abono. Se alimentan las cosechas y florecen con mucha fuerza los cultivos. Hay una parte mágica en su descomposición.
Cuando un cadáver se descompone, es necesario porque la naturaleza hace su labor para que desaparezca lo inservible.
Detrás de cada podrido hay todo un mundo. Todo un equipo de limpieza orgánica.
Lo podrido con su fetidez nos alerta para que nos alejemos del lugar
Y nos pongamos a salvo de las bacterias y organismos microscópicos que trabajan para deshacer la materia.
Veamos lo podrido con los ojos de la ciencia.
Lágrimas y ceniza.
Yasuhiro miraba a su alrededor. Las cenizas dominaban el paisaje. Habían pasado ya dos días desde que aquella bella y mortal luz sorprendió primero, y aterrorizó después, a todos los que vivían allí. Su bella ciudad ahora solo era un amasijo de escombros y maderas quemadas. Maderas que antes formaban parte de los hogares de familias que planeaban su futuro, un incierto futuro emborronado por la guerra, siempre la guerra, la maldición que la historia impone a la humanidad para retarla una y otra vez de forma cruel.
Caminaba en un barrizal de polvo, ceniza y agua encharcada. Agua de lluvia negra. Lluvia que fue recibida como la salvación tras el incendio de la ciudad, pero que pronto mostró su cara oscura, tan oscura como el color de sus gotas. Gotas venenosas, gotas mortales, gotas traidoras.
Yasuhiro escuchaba el silencio a su paso, un silencio roto tan solo por los llantos de quienes encontraban a sus familiares calcinados, por los balbuceos de personas incapaces de articular palabras al ver cuerpos con la piel desecha, por los gritos ahogados de gentes que observaban el siniestro espectáculo que aquel enorme hongo de luz había dejado en su tierra. Yasuhiro se dirigió hacia el lugar donde antes estaba su hogar. Allí encontró lo que no quiso hallar: El irreconocible cuerpo de su mujer y su hijo. Se agachó entre lágrimas sin saber qué decir ni qué pensar. Si no hubiera tenido que irse de viaje, si se hubiese quedado con ellos, al menos entonces el intenso dolor que su corazón albergaba no hubiese existido. Sin embargo, ahora tendría que pagar a perpetuidad por su fortuna, o por su desgracia.
Se arrodilló y abrazó el que pensaba que era el cuerpo de su esposa. Quiso sentir el olor a jazmín de su perfume, el suave roce de su piel. Quería escuchar su aguda y divertida voz cada vez que discutían. Pero nada de eso llegaba a sus sentidos. Trató de abrazar también el pequeño cuerpo de su hijo para rememorar su, ahora, inexistente vida. Era inútil. El hongo lo había borrado todo. El paisaje, la vida y poco a poco, también la memoria.
Una pareja pasó a su lado, ambos con la mirada perdida en dirección a lo que fueron las escuelas. Al igual que él, sus cuerpos solo eran simples contenedores animados sin vida. Todos los que estaban allí tenían algo en común, su espíritu había sido derruido al igual que todo lo que antes se encontraba allí.
El viento dibujaba ante sus ojos una gris niebla. De ella salió la pequeña figura de una niña que se acercaba mirando con curiosidad a un lado y al otro, hasta que llegó a su altura. Se detuvo.
—¿Es tu familia?
Yasuhiro respondió afirmativamente.
—¿Dónde está la tuya?
La niña señaló con el dedo índice una pequeña casa calcinada y derrumbada casi por completo. Tras hacerlo, agachó la cabeza y miró al suelo. Él dejó los cuerpos de su familia en el suelo con la mayor delicadeza que pudo. Como si quisiera acostar en la cama sus cuerpos dormidos sin despertarlos.
—¿Cómo te llamas?
—Saori —respondió ella.
—Echas de menos a tus padres, ¿verdad?
Saori arrugó el hocico y se acercó la mano a los ojos para secarse un par de lágrimas. Acaso hubiesen aportado algo de pureza a aquel lugar.
—Huele mal. ¿Es por los cuerpos?
Yasuhiro pensó durante un momento lo que iba a decirle a aquella pobre niña.
—No. Los cuerpos de nuestros seres queridos no son los que huelen mal. Es el corazón podrido de los hombres el que provoca este olor.
Yasuhiro miró al oscuro cielo y observó un débil rayo de luz que se esforzaba en atravesar las negras nubes que cubrían el cielo.
—Tarde o temprano este olor desaparecerá y seguiremos adelante. Pero lo más importante, Saori, es que jamás debemos olvidar lo que ha ocurrido aquí.
Se levantó del suelo sin saber muy bien qué hacer ni a dónde ir. Saori cogió su mano:
—A mis padres les gustaban las flores. ¿Me ayudarías a buscar alguna? Podríamos traer para tu familia también.
Yasuhiro sonrió.
—De acuerdo, y después empezaremos por buscarte un nuevo hogar.
PODRIDO AMOR
©Manuel Vega
Mis lágrimas guardé,
esperando el futuro.
Y jugando al oscuro
el oscuro encontré.
Cuencos a rebosar
de vísceras calientes,
negras y penitentes
buscando un necrosar.
…Al fondo de un cajón,
en aquella canción,
en mi calle vacía
y en la melancolía
de cada aspiración.
Y las tripas mudé,
y los ojos perdí,
y ya no sé vivir
la inocencia de ayer.
Regurcitando amores,
con las manos heridas,
hilvanando caídas
con hilos de colores,
en los labios resecos
encuentro la respuesta.
Sin ocaso ni puesta
al despertar los huecos
de la sangre que resta.
Y dejé de creer
en las doradas bridas
de aquellas falsas vidas
que en el barro enterré.
Nada es blanco, ni cierto,
entre andamios perdidos,
sin hígados erguidos
que levanten al muerto.
Corazones podridos
idos al descubierto.
…Corazones podridos
en medio de un desierto.
Sueños podridos.
Se levantaba de cuando en cuando, con fuertes dolores de cabeza. Abría los ojos con estupor, pues le quedaba la sensación de quedar suspendida en la línea del tiempo sin comprender las imágenes que danzaban sobre su cabeza.
Volvía a cerrar los ojos y buscaba en oscuros recovecos, las escenas que quedaban inconclusas, pues nunca tenía la tranquilidad de saber qué sucedía. Parecían una serie de acciones que la dejaban en vilo y nunca sabía el final.
Se esforzaba tanto en resolver los conflictos que construía su mente bajo el manto negro de noches tormentosas que la asediaban como si fuesen una turba de zombis para devorar sus sueños.
Olía a podrido el ambiente nocturno. Sabía que recorrería caminos escabrosos que le robaban tranquilidad. Nunca pensaba que pasaría a otro plano donde viviría escenas que devastarían su alma, que le harían estallar la cabeza, que los gritos ahogados solo la harían gemir con impotencia, miedo y desesperación.
¿Pues como eran sus sueños? Eran sueños podridos que quedaban en el ambiente de su memoria, abría los ojos, movía las manos con desesperación como si quisiera alcanzar algo. Pesadillas perturbadoras.
Cada noche, las recurrentes imágenes la atribulaban, la torturaban. No había manera de deshacerlas de su mente, estaban vívidas y a pesar de revolverse entre sus sábanas, no encontraba la manera de despertar, como si estuviera atada de todo el cuerpo y los párpados pegados a sus pupilas.
Tal vez el vivir sola, después de haber perdido todo, familia y hogar y haber tenido la fortuna y la desgracia de abrir sus ojos y respirar con dificultad por una losa que le oprimía el pecho, y percibir los cuerpos mutilados, inertes, de su amada familia. Un terrible terremoto acabó con todo. Cayó el edificio donde habitaban muchas familias, entre muchos otros de su derredor. Hubo pocos sobrevivientes. Todo se torno penumbra, perdió el sentido y pasado algún tiempo cuando despertó, estaba en un hospital con graves heridas, pero viva.
Volvió a la vida, ahora ocupaba un pequeño cuarto en una zona de damnificados por el sismo. Sin ilusiones, sin esperanza, sin ánimo; pero ahí seguía, temerosa, ansiosa, enojada y sola. Sus sueños eran amenazas a su seguridad y a su supervivencia, sin considerar las escenas que se quedaron grabadas en su alma.
Empezó a recordar con claridad cuando sintió que su departamento se movía con ímpetu, haciendo caer todo con violencia y en fracción de segundos, todo destruido. Su corazón se esforzaba de más, se le espeso la sangre, empezaron las arritmias. No supo regular sus emociones. Sufrió un infarto y quedó tendida boca arriba, con expresión de terror en su descompuesto rostro. Los ojos desorbitados y la mirada petrificada. Hacía varios días que no la veían salir. El hedor fétido de la muerte empezó a expandirse.
Algunas personas que compartían el mismo duelo, decidieron abrir la habitación, preocupados y atraídos por la desagradable pestilencia que emergía por cada resquicios de esa habitación, en cuyas paredes se impregnaron los delirios y sufrimientos de un ser devastado por la furia de la naturaleza. Nunca se hubieran imaginado que esa mujer se revolvía cada noche entre sus sueños podridos por la desesperanza y el dolor de haber quedado en desértica soledad.
Huevito podrido
Me explicaba que, los recuerdos difíciles, las experiencias traumáticas, los pensamientos intrusivos, en sí, todas aquellas figuraciones de mi mente no eran en realidad “cosas” que me causaran daño, aún si vinieran o se construyeran a partir de una vivencia que realmente me acarreara dolor.
He aprendido a evitar aquellos recuerdos difíciles, no porque sean desagradables, al final son solo eso, recuerdos, pensamientos, lenguaje que puedo escribir en un papel que podría votar a la basura, pero que no me atrevo a hacer, porque representan una verdad que me ha marcado. Por tanto, no son los recuerdos los que evito, son las reacciones que tengo cuando los traigo a mi memoria. Son insoportables…
Él lamentaba profundamente verme sufrir, realmente sentía mi dolor. Me decía que en mi situación se hubiese vuelto loco.
Sin embargo, me invitaba a avanzar, estaba muy orgulloso de mi, y el siguiente paso era necesario para vivir la vida que yo añoraba experimentar.
Ya me habría explicado al principio de la terapia: – durante el proceso es posible que haya algunas preguntas en la evaluación que puedan recordarte hechos de tu vida que te causen mucho dolor, puede haber algunas actividades que produzcan ansiedad, miedo, pánico, tristeza, todas esas emociones que consideramos erróneamente como negativas y que deseamos evitar a toda costa. Pero, está evidenciado que a largo plazo todo lo que vamos a aprender va a impactar en tu salud mental y bienestar emocional-.
No podía olvidar ese olor insoportable a desodorante Arden for Men, mezclado con tufo a cerveza y cigarrillo. Tampoco su piel sudorosa y la sensación de sus vellos contra mi humanidad, asfixiándome, mientras yo le rogaba que no quería que continuara…
Por ello el olor de cualquier crema antitranspirante me causaba pánico, huía literalmente de los espacios de consumo, no podía pasar cerca de un bar, y tampoco toleraba a la gente que consumía en mi presencia. Desafortunadamente, esto había afectado mis relaciones interpersonales, pues en un segundo semestre de pregrado, muchas de las actividades de gregarismo humano, giraban en torno a la rumba y el alcohol. Perdí la confianza en los hombres y me cerré totalmente a la idea de tener de nuevo una pareja.
Pero poco a poco me empezaba a sentir mejor, era optimista, pero no por ello pensaba dejar el proceso. Los ataques de pánico habían disminuido y yo me sentía segura; cuando por alguna circunstancia estaba parcialmente sola con un hombre en algún lugar poco concurrido. Me sentía comprendida, ya había dejado de rasgarme las vestiduras y culparme, yo era una víctima, así, a veces alguien, con comentarios desatinados me hiciera sentir culpable: – pero si era tu hombre, en medio de la calentura y con tragos encima los hombres son como un volador sin palo, yo de ti me hubiera relajado y disfrutado-.
Había aprendido sobre mis emociones, todas son necesarias y adaptativas, no son buenas ni malas, solo que a veces son muy intensas o inoportunas, pero podemos aceptarlas y dejar que pasen solas, como olas que van y vienen… Había aprendido a respirar en momentos de agitación emocional, a distraerme y concentrar mi atención en el atardecer, en el olor de las flores, en una canción de la radio. Había aprendido a activar mi vida poco a poco, saliendo a visitar a una amiga, a un familiar, a pesar del miedo y la zozobra. Al final, compartir con la gente que quería, me hacía sentir mucho mejor.
Ahora, luego de haberme dado mi espacio, de haber ido a mi tiempo: – si no quieres hablar del tema ahora, podemos hacerlo más adelante, cuando te sientas preparada-; era momento de evocar esa tarde en la que John no paró cuando le dije que parara, cuando le supliqué… ¡Que me maltrataba, que no era placentero, que no tenía ganas, que me hacía daño!…
Escribí con detalles en la hoja como había ocurrido todo, su cama sencilla con cojines azules, el olor a cigarrillo, a cerveza regada en el piso, el día oscureciéndose poco a poco. El reloj marcando las cinco pm, su chaqueta negra de cuero. Su delicadeza y caballerosidad que poco a poco se convirtieron en depredación y abuso. Leía lentamente los hechos que escribí minutos antes con mucha dificultad. Luego empezamos a leer lentamente en voz baja, primero lo leyó mi terapeuta, luego leí yo. Leímos aproximadamente unas cinco veces mientras indagaba por mi emoción, por mi nivel de ansiedad. Qué pasaba para que tuviera esa expresión de tristeza que negaba con mis palabras: – “estoy bien, esto ha empezado a estresarme menos hace algunas sesiones, la vida es así, dura y debo reponerme”-
Hacía énfasis en que era totalmente normal que me sintiera de esa manera, cualquier persona que pasara por una situación de abuso sexual respondería similar, casi… Con tristeza constante, mucha ansiedad, con pensamientos de no querer vivir, con culpa, unas reacciones más que otras, pero lo que era seguro, es que no sería fácil para nadie.
Intenté acabar con mi vida una tarde, había definido el día, la hora, las pastillas ya estaban compradas y listas en mi mesa de noche: me detuvo ver a mi hermanita de cinco años aferrándose a mí, y siendo graciosa como solo ella lo sabe, cantándome esa tierna canción que hace poco había aprendido, para los momentos en que estuviera triste: si tus días se hacen grises, si tu animo se cae, recuerda que tus amigos, te acompañan para ayudarte, empieza a sonreír poco a poco, y del cielo saldrá el sol…
Continuamos el proceso aquella tarde, mientras leía el difícil evento, me expuso gradualmente al olor del cigarrillo, de la cerveza, de la crema de desodorante barata, al atardecer de un nuevo día nublado, al reloj marcando las 5 pm…
A pesar, de que trataba de seguir las instrucciones…, conectarme con el presente: en el consultorio, con mi terapeuta, viendo un reloj nuevo que marca la misma hora que, me recuerda el momento que mi exnovio me abusó…
…Tratando de no luchar: me daba cuenta de que no deseaba estar aquí evocando aquellos recuerdos, me daba cuenta de que deseaba salir, parar…
Trataba de mirar qué más podía hacer, tener apertura, ser flexible… Miraba el reloj que terroríficamente marcaba las 5 pm. Le cambiaba de colores, de formas, le ponía florecitas, cantaba: son las cinco pm, solo es una hora son las cinco pm…, mientras su bigote se movía con la vibración de un acento afrancesado…
…El recuerdo de un amor roto y podrido, la chica que sufría, mi novio sujetándome con furia por las muñecas, eran imágenes que se alejaban mientras iban a bordo de un tren que, yo observaba desde las montañas…
A pesar de aplicar todas estas indicaciones, rompí en llanto, y pasé de tener el impulso de querer irme a levantarme y no querer continuar…
Luego de una pequeña contención emocional, de escuchar la canción que más me encantaba, de hacer un escaneo de mis emociones, un ejercicio de mindfulness: de lo que observaba a mi alrededor, y en mi interior, parte por parte de mi cuerpo; me sentí un poco más aliviada y seguí con el proceso.
No quería ser la imagen de una mujer que lucha moviéndose de manera abrupta en medio de las arenas movedizas, mientras que irremediablemente se hunde, poco a poco. No quería alimentar a un entrañable y tierno felino que un día habría llegado arañando mi puerta, hasta el momento en que se convirtiera en un poderoso tigre, y que me viera obligada a alimentar, por salvar mi propia vida. No quería ser más esclava del sufrimiento. Quería curar las heridas y seguir adelante. Retomar mis viejas pasiones. Ser una persona que hubiese aprendido de la experiencia y ayudar a otras mujeres que hubieran pasado por lo mismo.
-Ahora quiero que hagamos lo siguiente: ahora que está aquí, ese recuerdo, lo que has escrito en aquella hoja -me decía mi psicólogo mientras dejaba ver un poquito de inquietud, al subir varias veces sus gafas con la huella del dedo pulgar de su mano derecha-:
-Si ese recuerdo tuviera un color… ¿qué color tendría? –
No dudé en que sería un negro muy profundo…, como mirar un cielo sin estrellas, en la mitad de una jungla tenebrosa…
-Si ese recuerdo tuviera una textura… ¿qué textura tendría? –
Sentía una textura rugosa y puntiaguda, como cuando tocas las hojas de la ortiga…
-Si ese recuerdo tuviera una forma… ¿qué forma tendría? –
Vi que el recuerdo tenía la forma de un titán con dimensiones colosales…
-Si ese recuerdo tuviera un olor ¿qué olor tendría? –
El olor de un huevo podrido…
-Ahora imagina que ves este recuerdo en frente de ti: es negro como el cielo sin estrellas, rugoso y puntiagudo como las hojas de la ortiga, gigante y colosal como un gran titán…, y oloroso como un huevo podrido… y está en frente de ti, puedes verlo en un rincón, ha salido de ti y ahora se encuentra enfrente sin saber a dónde ir…, quiero que imagines que este recuerdo, con todas estas características que son desagradables para ti, regrese de donde salió…, de tu mente, invítalo a entrar, después de todo el pobre no tiene a donde ir, ya que es tuyo, un recuerdo tuyo…-
¿Cómo te sientes? –me preguntaba expectante mientras arreglaba por enésima vez sus gafas-
-Siento un poco de miedo, pero me ha parecido muy interesante el ejercicio, un poco difícil, tener que recibirlo de nuevo, por un momento pensé que no me pertenecía… -Me gustaba que asintiera cuando hablaba, me daba mucha seguridad y me sentía escuchada…-
-Bueno… y de uno a diez… ¿Qué tan desagradable sería este recuerdo? –
– ¡Es como un nueve! –
– ¡Lo has hecho muy bien! Yo también creería que me sería muy difícil…, recibir este recuerdo, de nuevo…, sobre todo por el olor a huevo podrido… Tengo una experiencia muy penosa con este olor… Te la contaré… Mi madre solía alistarme en las onces el desayuno, cuando no alcanzaba a comer en casa, ya que a veces se me hacía tarde para ir al colegio… Pues un día era tan tarde, que no me preparó los huevos en tortilla, sino que me lo hirvió para que quedara duro…, yo si sentí un olor raro pero pendiente en no dejar la cartelera que debía exponer ese día, llegué inocentemente con mi lonchera. En el momento del recreo la saqué, dispuesto a disfrutar del desayuno que tanto añoraba… Empecé a quitar la cascara poco a poco y un olor nauseabundo se esparció en la mesa redonda que formaba con mis amigos. Al final quedé solo con ese huevo de clara negra en mis manos, mientras mis amigos se reían y me llamaban “! huevito podrido, huevito podrido!”… -Me contaba mientras se sonrojaba y me mostraba más de la persona que era, tan vulnerable y humana al igual que yo…-
-Pero no creas que actualmente no como huevo, no lo perdono en el desayuno…-
-Ahora volviendo a la segunda parte del ejercicio, y sabiendo que lo que sientes es miedo, quiero que hagamos lo siguiente con eso que te provoca el recuerdo, con ese miedo, con esa emoción…:
-Si ese miedo que sientes al recordar tuviera un color… ¿qué color tendría? –
-Sería un azul grisáceo…, porque odio los días lluviosos y opacos…-
-Si ese recuerdo tuviera una textura… ¿qué textura tendría? –
-Una textura muy afilada, como una cuchilla Minora infalible-
-Si ese recuerdo tuviera una forma… ¿qué forma tendría? –
-Tendría una forma amorfa, como una masa pegajosa…-
-Si ese recuerdo tuviera un olor ¿qué olor tendría? –
-Olería a gasolina…, y a quemado…-
-De nuevo, como hace un momento…, imagina que ves esta emoción, este miedo, en frente de ti: es azul grisáceo como un triste atardecer, amorfo como una masa pegajosa, afilado como una minora, y con un olor a gasolina y quemado… y ahora está en frente de ti, puedes verle en un rincón, ha salido de ti y ahora se encuentra enfrente sin saber a dónde ir…, quiero que imagines que esta emoción –este miedo-, con todas estas características que son desagradables para ti, regrese de donde salió…, de tu mente, invítalo a entrar, después de todo la pobre emoción, no tiene a donde ir, ya que es una emoción únicamente tuya…
-Veo que fue un poco más difícil… De uno a diez, ¿qué tan desagradable sería esta emoción? –
– ¡Diez! –
-Entiendo…y si pusiéramos al recuerdo con olor a huevo podrido…, al lado de la emoción – el miedo- que sientes al recordar, con olor a quemado… ¿Seguiría siendo el recuerdo un nueve de desagradable?…
-Tal vez, no… –
¿Qué numero pondrías ahora al recuerdo?…
-Mmm, tal vez un seis-
¡Qué bueno!… ahora que es menos desagradable para ti…, quiero que leas el recuerdo escrito una vez más en voz alta, mientras miras el reloj y sientes el olor de esa colilla. Luego, pasaremos a dejar unos ejercicios para casa – me terminó diciendo ese día, mientras descansaba de sus lentes, por fin, dejándolos sobre la mesa de centro, mientras suspiraba profundamente-.
Mi voto para:
Albertina Galiano
Javier García Hoyos
Mi voto para:
Javier García Hoyos
Silvana Gallardo
Mi voto para:
José Armando Barcelona
Irene Adler
Félix Meléndez
Bego Rivera y Javier Hoyos
Mi voto
Irene Adler
Albertina Galiano
Linoska Baranda
Félix Meléndez
Mi voto para Javier Garcia Hoyos.
Raquel López
Mi voto para Félix Meléndez
Enrique Diago
Irene Alder
Efraín Díaz
Linoska Baranda
Mi voto va para
Amalia Martín
Irene Adler
Raquel Lopez
Bego Rivera
Javier García Hoyos