Si te he visto no me acuerdo

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «si te he visto no me acuerdo». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 14 de abril!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

 

CORONADO SMITH

Enredado en la noche de la serpiente,
por la mañana el veneno del conjurador,
ahora resulta que Harry es el malo
y quien nos salva es Voldemort.
Según nos cuenta el enano desde Mordor,
Sauron el Tirano, una ONG se volvió
mientras que Frodo el aldeano,
todo lo hizo por su ambición.
Perdido en fotogramas de macarreo
la película me hace sentir devoción
Cenicienta es condenada por «pogre»,
y Chuky es la nueva, Barbie legión.
El jamón no es para el pobre, dice el doctor
pues en la boca del señorito, queda mucho mejor.
Puesto el mundo por montera en su televisión.
¡Acabemos con la radio libre, sin afiliación!
Tanto tonto monta tanto
y la tonta también miente,
por si tiras de la manta.
Cada piojo trae su liendre.
Doble, doble usted costilla
que yo tengo que lucir mi lomo.
Un chiringuito por cabeza,
que hay que venderles la moto.
Y si te he visto no me acuerdo,
pues si me acuerdo, me descoloco
¡Qué viva Santa María del Trincamiento!,
y al pobrecito decente, saquemosle del foco.

BENEDICTO PALACIOS

Adrián no comía ni dormía y andaba perdido esperando una carta que no acababa de llegar. Su hermano Casimiro se reía en sus narices y hacía burla de aquella cara de pasmo y melancolía. Un día a la hora de comer se pintó unos cuernos en la frente y su madre además de reñirle, de dio un bofetón. Doña Claudia conocía de corrido qué cosa era el mal de amores. Al padre de los dos hermanos le hizo sudar desodorante antes de abrazarle, porque don Cecilio era de joven un muchacho que cuando se acercaba parecía exhalar omnipotencia. No había otro mundo que el suyo. Al que lógicamente no pertenecía una muchacha llamada Claudia. El padre de Cecilio era militar y el de Claudia nada, porque no lo conoció. Su madre había logrado a trancas y barrancas sacarla adelante y ella echaba una mano siempre que podía, cuando le dejaban libre los estudios de Secundaria. Vivían en un piso propiedad de los padres de Cecilio. Los domingos por la mañana, madre e hija barrían y fregaban las escaleras de aquel bloque de viviendas.
Cecilio no solo no había reparado en la existencia de la muchacha fregona sino que si llevaba unos papeles de la mano los esparcía delante de ella como quien echa grano a unas gallinas. Claudia aguantó una vez. A la siguiente se plantó delante de aquel con los puños cerrados y le dijo que si volvía a arrojar los papeles se los haría recoger con la lengua.
—Tú no me llegas a la suela del zapato —dijo despectivamente.
Se guardó para sus adentros la rabia. Al domingo siguiente Claudia esperó con un líquido deslizante en la mano la llegada de aquel chuleta engreído. Miró por el hueco de las escaleras y cuando se acercaba, arrojó una porción en los dos últimos peldaños. El guarrazo resonó en las catorce viviendas.
—¿Le ha pasado algo al señorito?
—Llama a mi madre que me roto medio cuerpo.
Limpió con una bayeta los restos del líquido deslizante y ayudó a reincorporarse al malherido. Solo tenía un buen coscorrón y un par de magulladuras.
Que luego se enamorasen y que ella le hiciera pagar la penitencia es capítulo de muchas novelas. ¿Para qué repetirlo?
La madre comprendía por propia experiencia que la carta prometida tardara en llegar más de la cuenta a manos de Adrián. Y encima se anunciaba huelga de correos. Se habían declarado amor y faltaba acordar donde iban a encontrarse.
—Hijo, cambia la expresión. Si Fátima se presentara a la puerta de improviso, echaría a correr. Los jóvenes de hoy tenéis muy poco aguante. Llámala al móvil.
—Eso quisiera. Antes debe contestarme.
La madre no insistió, pero añadió un poco harta de verle tumbado en un sillón que el amor era tan antiguo como los seres humanos. Y salvo que existiera un poeta inspiradísimo, sobre el amor estaba todo dicho, y que por muy especial que fuera el suyo, tarde o temprano se reducía al encuentro entre dos cuerpos.
Adrián se quedó de piedra. Era evidente que su madre se había expresado de aquella manera para provocarle.
Pasó una semana, se solucionó la huelga de correos y Fátima seguía desparecida. No descolgaba el teléfono y tampoco se dignaba escribirle. Desolado y furioso, arrancó un folio de un cuadernillo pautado y cogió una pluma.
Querida Fátima, querida de verdad. Lo repito porque después de tantos días sin conocer nada de tu vida, necesito convencerme de que mi amor por ti no ha perdido un ápice. Quiero verte, necesito encontrarme cuerpo a cuerpo contigo, como dicen que es el amor. Y cuando aparezcas desnuda, yo también lo estaré. Y si eres una Venus, yo seré tu Apolo.
Fátima respondió a vuelta de correo.
Querido Adrián. ¿Es tu carta una despedida? Nada me dolería más que repetir la frase conocida si te visto, no me acuerdo.
Adrián buscó una lupa, miró y volvió a mirar. ¿Habría escrito a propósito si te visto? Debía ser un error ¿o lo era por lo de estar desnudos?
Benedicto Palacios

CRUXMANUELA

Soledad vivía con su dinero muy bien. La falta de familia no le importaba ya que la juventud y la mucha salud que tenía le permitía disfrutar de la lindo . Más los años se le echaron encima, restando le belleza y a la vez donando le dolores. Por tal motivo Soledad comenzó a buscar a personas para que le ayudasen y le dieran compañía en casa.
Soledad, había visto mucho mundo, más aguante con la gente que entraba a su servicio tenía poco. Los trabajadores entraban a su casa igual que salían. Luisa fue una de las que parecía que duraban hasta que un día ,dijo le a Soledad ahí te quedas con tu dinero.
Paso el tiempo y una noche a las tres de la mañana sonó el teléfono.Asustada y medio dormida,Luisa dijo,. Quién es.
Soledad, estaba muy enferma,por lo tanto Luisa acepto cuidarla.
Noches y días, días y noches posó la cuidadora sin dormir a la cabecera de la enferma.
Al ver que Soledad se iba recuperando Luisa le dijo que el pago de las noches tendría que ser más elevado.
Nada de eso contestó Soledad, mi bolsa se ha venido a bajo con tanto tiempo que llevas en casa
Por fin Soledad se recupera. Agradecida a la Divinidad, le dice a Luisa le acompañe a un centro,quiere donar una gracia.
Una vez en el centro Soledad le da un sobre a Luisá.
Luisa ves a la ventanilla y entrega a las monjas este sobre. Luisa puedes ver y leer la cantidad.
De parte de Soledad las monjitas recibirán un millón de pesetas.
Luisa dejo en el centro a Soledad y le dijo.
Si te he visto no me acuerdo.

PEDRO PARRINA

EL DIAGNÓSTICO
-¿Papá qué haces, con quién hablas?
-No lo sé, aquí hay alguien que creo haber visto antes…, pero no me acuerdo…
-Termina de afeitarte papá, que tenemos que ir al médico.

FÉLIX MELÉNDEZ

SE LES OLVIDABA.
Se le olvidó decir adiós un día, entre sus palabras murieron todos los buenos deseos, poco a poco de agonía, en agonía, en el silencio, en la soledad de una noche tardía, se perdieron los buenos recuerdos y alegrías.
Se quedó a vivir en la casa, como una sombra insidiosa, se instaló; «como aquel, que come, piensa y calla…,» -sabiendo que tenía, mucho que decir: -pero calla y calla, por no sucumbir, discutir…
El aire de orgullo soplaba los desaires acumulados de tantas pequeñas cosas, de tantos días atrás, de tantos largos años pasados, de tantos desengaños en la terrible comodidad, en la costumbre más cansina y casposa de una realidad irreal. Sacudiendo lo sufrido, sin sentido, sin que nadie supiera, de sus escalofríos, de los desaires, sinsabores, absolutamente nada, del dolor indefinido en cada minuto, de cada mañana, sin una atención, una dulce mirada, nada de nada.
Desde, ¿Cuándo se ha ido el amor por la ventana?
Entretenerse en dibujar otros sonidos bajo la piel arrugada, acariciándola, se había perdido la costumbre, entre los dedos viejos e insensibles de un poco de amor y los pellejos colgados inasumibles, qué lo borraban todo, los años, los sonidos, los susurros al oído de terciopelo de la juventud. ¿Dónde estaban? se habían callado, se los tragó el tiempo pasado. Habían escapado, se volvieron mudos y sordos.
De tantas voces y porfías, sus oídos se habían olvidado. La canción melódica de un ayer, ya no sonaba ese viejo trasto, ese tocadiscos, que ponía los pelos como escarpia, recuerdo bailando solos en el salón hasta la madrugada, también se quedó mudo, hacía tiempo que no sonaba, más que el ruido, el eco perdido de una distancia, de un portazo frío de madrugada, cada vez más áspero, más a menudo se producía, más y más a menudo llegaba, pero menos y menor importancia tenía. Se le olvidaba cada día.
Se les olvidó decir adiós, decir amor.
Sus ojos ya no brillaban al mirarse, las lágrimas ni tan siquiera asomaban. Se les olvidó la mirada, aquella como la miel acaramelada, que tanto les entusiasmaba, se le olvidó, se olvidaba de mirarla. Se olvidaron los besos nacer, ni de despedida, ni de mañana, se olvidaron las caricias aparecer de imprevisto, ni tan siquiera un triste abrazo, que le recordara algo de calor, y no tantos codazos y sorderas siempre a flor de piel.
La rosa del amor se marchitó, no floreció una mañana cualquiera, la olvidaron en tantas noches de desgana. Se le olvidó el amor entre sufrimientos. Se le olvidaba. Descuidaron los tiempos; ya, de nada hablaban, se olvidaron las miradas, se bajó la cabeza al suelo, al pasar de frente, se perdieron solas las ilusiones, entre los mimos ausentes, entre los desvelos y los descorazones.
Se bebieron a solas, por turnos su café, no compartieron el cigarro ni el espacio. Se les agotaron, callaron las palabras, de una vez, se olvidaron las ganas de volver. Se olvidaron los sueños perdidos renacer de un pozo sin fondo.
Y ahora se miran, tras una vida entera y ya, no queda nada, no existe la mirada de miel, de las cómplices sonrisas, no queda nada, más allá. Ni palabras, ni miradas, sólo prisas y ganas de salir corriendo de casa. Se olvidaron entender, comprender, charlar, resolver los problemas con las palabras.
Encender las brasas. Se quedaron fríos y a oscuras. Se quedaron las sonrisas colgadas, atascadas en la sombra de la indiferente nada. Se olvidaron cruzar las miradas, se olvidaron, se olvidaron. Se quedaron las sábanas abandonadas. Se les olvidó decir adiós. Se les olvidó..
Y ya…, ya no queda nada.
Ahora, por la calle. Sí te he visto, no me acuerdo, ni tan siquiera de tu cara.

ALBERTO MEDINA MOYA

Quizás fue su simpatía, o su interés por aprender, o su extroversión, lo que me gustó de él. El caso es que el día que llegó a la empresa adopté a Emilio como pupilo y comencé a enseñarle cómo funcionaban allí las cosas. Observé que era dispuesto e inteligente, y que no le importaba echar horas extra, lo que me hizo augurarle un buen futuro laboral.
No tardaron en hacer fijo a Emilio, y poco después lo destinaron a las oficinas centrales. Yo volví a mi tarea de siempre, buscando desconectar del tedio que amenazaba mi matrimonio y lidiando con una lesión sufrida recientemente en mi menisco derecho.
Un par de meses más tarde, un viernes en el que prácticamente se había ido ya todo el mundo, me comunicaron que fuera al despacho de uno de los jefes. Extrañado me presenté allí, y mi sorpresa fue mayúscula al ver al otro lado de la mesa a Emilio. Tras expresar mi alegría por verlo después de tanto tiempo, callé al ver lo serio que estaba. Con una frialdad que no recordaba en él, le oí decir que la empresa no atravesaba su mejor momento y bla bla bla. En definitiva, me ponían en la calle después de diecisiete años de servicio. Aturdido, sin dar crédito, me levanté lentamente y me dirigí hacia la puerta. Antes de salir me giré un instante y vi un rictus de dolor en su rostro mientras se llevaba las manos al pecho. Me di cuenta de que estaba sufriendo un infarto y lo observé debatiéndose unos segundos. Después cerré la puerta y fui tranquilamente a recoger mis cosas.

TALI ROSU

—Mi nombre no importa, nunca ha importado. Soy un ser pequeño que siempre pasa desapercibido para los demás. Soy… soy…. Soy invisible. Soy pequeño, pequeño, pequeño, pequeño…
La misma voz que oía cada noche volvió a aparecer junto a mi almohada, tan frágil como siempre, tan débil, tan… pequeña. Intenté ignorarla una vez más y por fin conseguí apagarla cuando el sueño se adueñó de las horas. Ahí, en ese nuevo mundo dentro de mi subconsciente, una gota de sangre cayó junto a mí, y una cara desesperada apareció frente a mis ojos y me despertó con un grito estremecedor: —¡No quiero ser pequeño!
Desperté angustiado, con el corazón en la garganta y las uñas enterradas dentro de los puños que apretaba con fuerza. Miré el reloj y volvían a ser las tres de la mañana.
Me quedé despierto hasta que sonó el despertador y volví a mi trabajo, al fondo de una gran cocina, metiendo platos, uno tras otro, en esa estúpida máquina que llevaba una semana haciéndome trabajar el doble. Refunfuñé, me indigné, lloré en silencio y seguí con mi trabajo cotidiano. Cotidiano y pequeño… pequeño… pequeño…
Recordé mi infancia y mis sueños. Yo quería ser alguien grande, alguien a quien se le tuviera en cuenta. Por eso toda mi vida la he dedicado a ayudar a los demás y a intentar que la gente pudiera valorar mis cualidades y no solo etiquetarme bajo una nacionalidad o mis rasgos físicos.
Ayudé a María cuando hizo overbooking, también cuando perdió las llaves de la bodega de vinos, cuando se le quedó colgado el ordenador en mitad del servicio de comidas del día más concurrido, cuando no le cuadraba la caja… Siempre la ayudaba y se suponía que ella conseguiría que me metieran a servir mesas, luego me harían encargado, después conocería gente, empezarían a verme y tal vez alguien se diera cuenta de que no soy tan pequeño. Eso nunca sucedió, incluso me ignoró cuando quise hablar con ella. Dejó de reconocerme, dejó de verme porque dejé de servir; me hice invisible una vez más.
Con el chef Edgardo me pasó lo mismo que ya me había pasado con tantas otras personas, muchas de ellas de mi entorno laboral. Un favor tras otro esperando una recompensa… pequeñita, como yo, no esperaba demasiado. Pero nada, también me hice invisible, también me empequeñeció.
—Mi nombre no importa, nunca ha importado. Soy un ser pequeño que siempre pasa desapercibido para los demás. Soy invisible. Soy pequeño, pequeño, pequeño, pequeño…
Una gotera se abrió sobre mi cabeza y la voz se apagó con esas gotas constantes que caían sobre mi frente. Rojas, rojas como la sangre, intensas, intensas como el dolor que me hacía cada día más pequeño.
Cada noche una misma luna menguante que cada vez brillaba menos. Cada noche una misma voz que cada vez se escuchaba más.
—Mi nombre no importa, nunca ha importado. Soy un ser pequeño que siempre pasa desapercibido para los demás. Soy invisible. Soy pequeño, pequeño, pequeño, pequeño…
Cuando la luna nueva acompañó a las nubes, yo también había perdido mi luz. Ahí estaba, igual que la luna, pero nadie me veía, igual que a la luna. Ya no era pequeño, ya no era invisible, simplemente había menguado hasta convertirme en un hombre nuevo.
Fui a trabajar a la misma hora de siempre. Nadie notó mi llegada, como siempre. Y todas esas personas a las que algún día ayudé y que poco después me ignoraron, siguieron sin mirarme a la cara, como siempre.
Se formó una gotera en el techo de la cocina, el agua roja cayó incesante sobre la cabeza de Edgardo y formó un río de sangre que se perdía en la puerta de la cocina. Yo, que ya no menguaba porque ya era hombre nuevo, cogí el cuchillo jamonero y le corté la garganta. La sangre del chef me hizo engrandecer y la vi mezclarse con el río que fluía con alegría.
Seguí la corriente de la sangre y me llevó con María. Tampoco me vio llegar cuando me acerqué por la espalda. Después Juana, Pedro, Iván, Antonia… Todos cayeron, nadie me vio a pesar de que yo me hacía más grande con cada gota que aumentaba el cauce de un río que empezaba a inundar la estancia.
Crecí, crecí y crecí. Crecí tanto que cuando llegó la policía no tuvo problemas en encontrarme; era un gigante feliz, reía y me engalanaba para que pudieran ver mejor en lo que me habían convertido… Crecí, crecí y seguí creciendo. Me hice tan grande que no pudieron conmigo, no consiguieron meterme en el coche patrulla y mis muñecas rompieron las esposas al seguir creciendo. Me vieron correr calle abajo, gigante y libre, visible y feliz, y descargaron las pistolas sobre mi espalda. Caí de frente, el suelo tembló, el mundo entero se estremeció. Y yo, con mi cuchillo jamonero todavía empuñado con fuerza, volví a reír. Había muerto cumpliendo un sueño, había sido un hombre grande.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Raúl era una persona altruista al que le gustaba hacer favores sin esperar nada a cambio, sólo por la satisfacción y el bienestar que le proporcionaba ayudar a los demás, se nutria de que les fuera bien gracias a su ayuda y le hacía feliz verlos feliz.
Sin ningún tipo de interés Raúl estaba apuntado y formaba parte de forma activa en multitud de asociaciones sin ánimo de lucro, a las que prestaba su trabajo de forma activa sin esperar ningún tipo de remuneración a cambio.
En su trabajo era miembro del comité de empresa y a decir verdad era el único miembro que se tomaba en serio su cargo con el único fin de ayudar e informar a sus compañeros de cualquier duda que les surgiera, que por otra parte eran bastantes.
En su comunidad era el presidente y llevaba todos los temas de contabilidad y se ocupaba de llamar a todos los profesionales que hiciera falta para paliar cualquier tipo de incidencia para subsanarla en el menor lapso de tiempo posibles, además se ocupaba de comparar seguros para ver cuál de todos le salía más rentable a la comunidad.
Todo el mundo sabía del carácter de Raúl y mucha gente sólo le hablaba cuando necesitaba algo, aprovechándose de su generosidad.
Todo cambio cuando el hijo de Raúl de apenas tres años enfermó y Raúl tuvo que aparcar sus quehaceres diarios para cuidar de su pequeño Hugo.
La gente del trabajo le llamaba para que siguiera informando de licencias remuneradas que les pertenecían por ley sin importarles lo más absoluto las circunstancias de Raúl. En su comunidad pasaba lo mismo con sus vecinos, inclusive hablaban mal de él a sus espaldas diciendo que estaba eludiendo sus responsabilidades por asuntos personales y que era un egoísta por ello. La gente en su trabajo ídem. Su ausencia se notaba más ya que era el único que no tenía intereses personales para sus propias mejoras laborales. Los demás miembros del comité le invitaron a dimitir al no poder acudir a las reuniones pertinentes. En su ausencia aprovecharon para vertir pestes sobre él injustamente. Ya sólo miras tú propio interés le llegaron a decir, lo más gracioso era la gente que se lo decía, ególatras que sólo sabían observar su ombligo sin ver más allá de él.
Y por último en las asociaciones a las que pertenecía ocurrió exactamente lo mismo.
Raúl comprendió que no importaba cuántos favores hubiera realizado en el pasado que la gente le estaba juzgando y criticando por no poder hacerlos en ese momento por cuidar de Hugo.
Hubo un antes y un después para Raúl después de la enfermedad de Hugo, que afortunadamente fue superada gracias a los cuidados de su padre.
Cuando Raúl volvió a su vida cotidiana todo había cambiado y la gente pensaba si te he visto no me acuerdo.

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

EL QUE ENTIENDE DE ESTO
Salustiano, a la sazón alcalde electo de Villatorrijas del Palomar, era un hombre bastante peculiar, de eso no cabía duda alguna. Sus manos, encallecidas y acartonadas a consecuencia del sol y del noble trabajo, y sus mofletes, colorados como pimientos en conserva, le daban ese aspecto campechano que tanto gusta a los de la capital. Su cabeza, de un tamaño digno de tener en consideración, lucía un peinado clásico con raya a un lado, apelmazado por la grasa, pero que, sin embargo, le confería un porte elegante y equilibrado.
La pana era el tejido que destacaba principalmente en su atuendo. Incluida la gorra, todo era de pana. Duradera y calentita. A excepción del verano, claro está. En los días estivales prescindía de la citada gorra, que solía sustituir por un pañuelo fresquito con cuatro nudos en las esquinas, solución que le permitía tener su cabeza al resguardo del astro rey.
Salustiano había entregado su vida al sector agropecuario. Lo mismo se le podía encontrar cavando olivos que ordeñando vacas. Era un todoterreno, un cuatro por cuatro de la España profunda. Ya no quedaban hombres como Salustiano.
Pero un buen día, mientras apuraba su chato de vino, nuestro buen amigo decidió que todo eso se iba a terminar. De manera fulminante, abandonó el tractor y la recogida de mojones para dedicarse en cuerpo y alma a la carrera política, asesorado convenientemente por su cuñado Evaristo, que era quien entendía de aquello. Evaristo, el rey de la baraja. Así es como era conocido por aquellos lares.
– Tu hazme caso. Si eso no es naaaaa. Cualquiera “pue” dedicarse a la política. Tú solo tienes que fijarte mucho, tener una pizca de vista y la cara más dura que el hormigón armado. Lo que yo te diga. Tú hazme caso – consejos que ofrecía mientras lanzaba con toda su fuerza el as de bastos sobre la mesa y daba un trago al tinto.
Dicho y hecho. Tras dos breves minutos de reflexión, Salustiano se presentó a las municipales y contra todo pronóstico, ganó por aplastante mayoría.
Aunque su carrera fue ascendente y meteórica, Salustiano era un pelele. Era Evaristo, su cuñado, que era quien entendía de aquello, no lo olvidemos, el que manejaba los hilos en la sombra. No había movimiento ni fajo de viruta que no pasara por el asesoramiento y las zarpas de Evaristo. Hechos estos que siempre negaba rotundamente, haciendo de la expresión “si te he visto no me acuerdo” su lema y su razón de ser.
Las costumbres culinarias del alcalde también cambiaron. Aquella criatura, que no había probado crustáceo en su vida, en el pueblo ahora lo habían apodado con el sobrenombre de “el gambas”. No había mariscada que no se le viniese a la boca, ni langostino que se le resistiera. Todo acompañado de sus caldos de crianza correspondientes. Por el puticlub local también era bien conocido. Lo frecuentaba con cierta asiduidad y las señoritas a menudo le solían hacer precio. Había que estar a bien con el alcalde. Que aquellas licencias, tan ilegales como dudosas, no se pagaban solas.
Cierta mañana de agosto, el pleno del ayuntamiento se encontraba reunido al completo. El orden del día tenía como punto principal la pirotecnia de las fiestas populares. Toribio, el concejal de festejos, tomó la palabra:
– Como bien sabéis, este año tenemos que renovar el contrato con La Petardera Salmantina, la empresa que nos monta todo el cirio de los cohetes y los fuegos artificiales. Como sabéis, nuestra máxima siempre ha sido superarnos, pero el año pasado pusimos el listón demasiado alto.
La carcajada fue general en el salón de plenos:
– Hombre, Toribio. Que de la explosión se derrumbó toda la valla del campo de fútbol, y parte de la grada lateral. Por no hablar del dineral que tuvimos que pagar en cristales a todos los vecinos colindantes. A ver cómo superas eso este año…
En ese momento intervino Evaristo, el cuñado, en calidad de asesor del excelentísimo señor alcalde:
– Quita, quita, que tú sabes que aquí somos muy de hacer las cosas a lo grande. Menuda tajada me llevé con el contrato. Vale, que hubo que reconstruir las vallas y la grada lateral derecha. No lo niego. Pero a cambio tenemos el campo de futbol como nuevo. Una cosa no quita la otra.
Todos en el salón intentaron ahogar una sonrisa socarrona, recordando el sobre que cada cual se había embolsado.
– ¡Tú echa ahí pólvora! ¡Que no falte! – gritaron todos a una.
Justo en ese momento, las puertas del salón se abrieron de golpe. Un enjambre verdoso de guardias civiles se desplegó, ocupando cada uno de los rincones y atorando cualquier posible vía de escape. Minutos después, los de los trajes de pana iban entrando uno a uno a los vehículos, en fila india. Faltaban furgonetas para transportar a todo aquel racimo de mangantes. El ayuntamiento en pleno estaba metido en el ajo. No se salvaba ni el apuntador.
En el telediario de las nueve, la cara de Salustiano, cuyas dimensiones ya eran sobradamente conocidas, ocupaba la pantalla de todos los televisores. Aquel hombre, amigo de las vacas y del terrón, con los estudios justos para ir tirando, había conseguido reunir la más amplia colección de delitos que se recordaba en España. Que ya es decir. Y en tan solo dos años. Todo un campeón.
A su cuñado Evaristo, curiosamente, no se le pudo imputar ni uno solo. Porque, claro, Evaristo es el que sabía y entendía de todo aquello. Mientras Salustiano cruzaba el pasillo que le llevaba a los calabozos, su cuñado iba repasando… las hojas del pasaporte y un fajo de billetes, el que le pillaba más a mano. El amor desmedido por su propio ombligo y la falta de escrúpulos y de amigos habían hecho suya la frase estrella con la que solía responder cada vez que era requerido: si te he visto no me acuerdo. Y es que Evaristo era mucho Evaristo.

RAQUEL LÓPEZ

Promesas y palabras de aliento
posadas en mi corazón al conocerte,
creyendo que nacía un sentimiento
y un extraño deja vú,surgió en mi mente.
Al ver tu indiferencia sin reparo,
la monotonía de tantos años
está gritando a voces,tu rechazo
sin estar siquiera,preparado.
*Cuánto amor quebrantado en el recuerdo
cuanta lucha,batalla contra el tiempo,
si me buscas quizás yo ya esté lejos
y «si te he visto,no me acuerdo»
Ahora mi única promesa
es navegar solo contra el viento
dejar atrás cualquier esperanza
que albergue ,en mi cerebro.
Tan solo me acompañan estos versos
el único recuerdo que me llevo,
pusiste un «fin» en esta loca historia
ya no me quedan ,sentimientos.
*Cuánto amor quebrantado en el recuerdo
cuanta lucha,batalla contra el tiempo,
si me buscas quizás yo ya esté lejos
y «si te he visto,no me acuerdo»..

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Encogido, y tirando de la ropa de la cama hasta por encima de la nariz, el pequeño Alex miraba fijamente a la pared mientras hablaba sin apenas parpadear:
—No. Ya no soy tu amigo. No me gusta ese juego. Como sigas asustándome se lo voy a decir a mi mamá.
—No, Alex. No le digas nada. Tu mamá no creerá ni una palabra de lo que le digas. Anda, déjame pasar. Solo tienes que sacar al gato negro de la habitación. En cuanto me ve se eriza y me gruñe amenazante.
La mamá de Alex entró en ese momento con un vaso de agua.
—Buenas noches, hijito. ¿Tienes frío? ¿Qué haces así tapado?
—Nada, mamá. Buenas noches. No apagues la luz… Y deja la puerta abierta.
—¿Qué te asusta, Alex? No hay nada que temer. Ya te he dicho muchas veces que los monstruos no existen… A tu edad es normal soñar con fantasmas y monstruos, incluso es común tener amigos imaginarios, que sé que tienes uno, que te he escuchado alguna vez hablar con él, pero todo eso está en tu imaginación y nos ha pasado a todos de niños. Muy pronto se te pasará. Ya estás llegando a la edad. Anda, dame un beso y duérmete pronto.
En ese instante, se escuchó un ruido extraño tras el tabique, como si alguien hubiera arañado la pared con unas enormes garras metálicas. Sobresaltados, ambos se quedaron mudos mirando fijamente la pared. El gato había dado un tremendo salto y se había metido bajo la cama. Seguidamente, se oyó tras el tabique como el desplome de un cuerpo. Tres minutos después, se repusieron y se aproximaron despacio a la pared. No escucharon nada nuevo. Sabían que no había nadie detrás, porque el piso estaba cerrado y completamente vacío desde que murió su último inquilino, hace ya casi un año.
Esa noche durmieron todos juntos en la misma cama.
A la mañana siguiente, Alex había olvidado el incidente y jamás volvió a acordarse de aquel amigo imaginario que se había transformado en monstruo.
Dos meses más tarde, un matrimonio joven con una hija pequeña comenzaron a vivir en el piso de al lado.

IRENE ADLER

LA PROFECÍA DE TIRESIAS
(O algo así)
Lo ha escuchado muy atenta, en ese silencio que ha aprendido a cultivar durante largas noches de soledad, hastío y ausencia.
Lo ha visto removerse inquieto en su escabel de cuero, estirando las largas piernas a las que no parece encontrar acomodo desde que regresó. Carraspear incómodo o indeciso. Beber largos tragos de vino para fortalecer la garganta y el espíritu, antes de mirarla y empezar a hablar.
Ha reconocido esa mirada. La misma que tenía el día que sentado en esa misma banqueta, a esa misma mesa, con la misma jarra de vino en las manos, le dijo «verás querida…, Agamenón me ha pedido…» Los mismos eufemismos de siempre. Las mismas excusas peregrinas. Los mismos egoísmos concentrados como un caldo ácido y pernicioso, tan grueso que se le atraganta y le produce ardor de estómago.
«Verás querida, Tiresias me ha dicho…»
Esta vez no está dispuesta a dejarlo terminar. No atenderá complaciente a sus razones. No claudicará ni se resignará otra vez, abnegada y fidelísima. Está harta de agachar la cabeza en vez de levantar la voz.
«¿Te largas, no?»
«Te marchas porque un ciego muerto te contó una soberana milonga sobre gentes de tierra adentro que no saben distinguir un remo de un bieldo para aventar el grano. Te marchas porque Ítaca se te queda pequeña, la casa te aburre, los viñedos te cansan, te faltan el aire del mar y la vida despreocupada del estudiante y del soltero. Te sobran y te asfixian las responsabilidades, y ahora me dirás que es la voluntad inapelable de los dioses, así que adiós muy buenas, querida mía, y si te he visto no me acuerdo, que al fin y al cabo, veinte años no es nada, como cantaba Gardel, y los cuernos los he llevado siempre con muchísima elegancia. Pues de éso nada, chavalín. Yo también estoy harta de las vides y los olivares, de los años de sequía, de esta isla pedregosa y árida, de trabajar como una pendeja de sol a sol, para llegar a casa, reventada, y tener que sentarme frente al bastidor a tejer la puta mortaja de Laertes, que a este paso va a servir para que me amortajen a mí. No tejo más, ¿me oyes? Estoy hasta el moño de tanta resignación y tanto sacrificio y tanta espera. Quiero ir de crucero, coño! Jubilarme ahora que aún puedo disfrutar un poco, apuntarme al INSERSO y conocer Benidorm. Ir a bailar con otros jubilados, jugar al bingo. Así que ya estás madurando, so niñato. Ocúpate de tu hacienda, de tu casa y de tu hijo, en vez de soñar con perseguir Calipsos y Circes fogosas y zalameras que te van a matar a golpe de Viagra. Y si quieres remar hasta echar los higadillos por la boca, vale, alquilamos un patinete acuático y pedaleas hasta reventar entre las Antillas Menores, pero conmigo, que llevo veinte putos años comiéndome a pulso tu vida y la mía, y hasta aquí he llegado. Cómo te atrevas a salir por esa puerta, te juro por todos los dioses del Olimpo, que descuelgo el arco puñetero de su panoplia sobre la chimenea y te ensarto yo misma, a mano y personalmente, como hiciste tú con mis pretendientes gorrones. Tengo buena puntería, te lo advierto, no en vano me he pasado veinte años ungiéndolo con aceite y calentándolo al fuego, y saliendo luego al campo, a practicar en una diana con la cara de Nausicaa. ¿Quieres aventuras, Ulises? Entonces no huyas, aprende a vivir».

LOLI BELBEL

Y…SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO
Me paseé por delante de tu vida
Y…
(«Si te he visto, no me acuerdo»)
Ni me miraste siquiera.
Insistí con precipitación y un punto
de insolecia…
Y…
Ni me miraste siquiera…
(«SI te he visto, no me acuerdo)
Eché un paso hacia atrás
y…volví a ti con toda la bondad
de la que fui capaz
Y que tu pudieras recoger.
Algo en mí me decia: «no cejes en
el empeño.
Esta persona es ‘persona’…
Hubo un hueco incómodo en el tiempo
-un pequeño túnel-
con una pequeña llama a lo lejos:
una luz que vi yo y viste tú.
Entonces pude decir que sí…
Te acercaste (viendo en tu corazón, algo que ya intuías)…,
y no erraste…
Esas sombras que yo tenía las palpabas casi con los dedos…
Tu dolor, que yo casi masticaba, lo iba sufriendo en mi carne.
Y Tú…,
acercaste poco a poco tu alma a la mía para que siguiera en pie.
Soy frágil, lo sé, lo sabes…
«Lucha, -me insistías»
«Aguanta, -te decía»…
No voy a dejarme tentar por el demonio.
Y yo soy muy vulnerable.
Y tú también….
Y por eso solo con una palabra, una mirada, un gesto…sabes mi estado de ánimo.
Eres mi ser de luz…
Yo sé que soy también importante para ti
porque sin conocernos, nos conocemos.
sin vernos, nos vemos.
Sin abrazarnos, nos abrazamos.
Y eso…es tan bello…tan auténtico,
como lo eres tú para mi y yo para ti.
Me paseé por tu vida…
Y…
finalmente…me miraste.
Me has visto…,
y…
te acuerdas.

ENRIQUE DIAGO

Si te he visto no me acuerdo….como cuando mis lágrimas se enjabonaban de chiles rosas espaciales y superfluos de mocos antígonas miserables «oh Hamlet» si te he visto no me acuerdo como no me acuerdo de esa carrera décima donde le robaron los aretes a mi madre bendita y miserable judía y lentejas a 100 dólares de las que mejor no me acuerdo como ésa demencia senil de mi abuela perra y furiosa gran religiosa si la ví ya no me acuerdo, dos mil metros bajo tierra, vieja casposa, ¡anímame anímame! ¿por qué? Nadie se anima cuando le dicen ánimo cabrón, anímame mejor inventándome un chela pues si te visto no me acuerdo, ah si me acuerdo de la actuación… de la música… que se desvanese en el cansacio de mover los labios antijosos presurosos atresillados y sentados y tú vágina del ayer del hoy y del señor Ernesto cuando fue a ése prostíbulo… Pero si te la ví no me acuerdo al mirar a los ojos de su mujer vieja y poco jugosa… Como una guayaba exótica pero sin sabor… Sabores de los que ya no me acuerdo olores de un país que se van perdiendo.


BEGO RIVERA

PERDIDA
Perlita miraba por el pequeño ventanuco, cerró los ojos: el olor de las flores y los árboles del jardín la llenaron de plenitud. Escuchaba los ladridos de su perro Rufus que estaría persiguiendo cualquier cosa o animal que se moviera. Perlita sintió en su cuerpo el suave y acolchado sofá donde se apoyaba sacando la cabeza por el gran ventanal que daba al jardín de su casa. El aroma del café que hacía su madre en la cocina la invadió y reconfortó. Se sentía segura.
Pronto su madre traería el desayuno como siempre, y como siempre la regañaría por ponerse de pie en el sofá para asomarse al ventanal; pero no llegaba de otra manera, era muy pequeña.
Perlita abrió los ojos, se quedó inmóvil largo tiempo mirando el tragaluz.
Cuando abrieron la puerta de la habitación la enfermera la tuvo que llamar varias veces hasta que reaccionó.
Le traían el desayuno y la medicación. Perlita no recordaba donde estaba y preguntó. Todos los días la enfermera respondía a la misma pregunta de Perlita. Haciendo el mismo ritual de todas las mañanas, incrédula, Perlita se asomaba al pequeño espejo del minúsculo baño de su cuarto.
El espejo reflejaba a una señora anciana que ella no reconocía.
La enfermera procedió a darle el calmante…como siempre.

SILVANA GALLARDO

En un lugar donde habitan los contrastes y las diferencias individuales que nos hacen únicos, llegó a una humilde familia un nuevo integrante, para ser más específico, una niña poco agraciada pues un infortunio de la naturaleza le trajo a cuestas, como sello de su existencia, defectos que provocan la curiosidad y el morbo de las miradas callejeras.
Sus progenitores, como es lógico, la amaban y la protegían; sin embargo, sabían que su vida no sería nada fácil, pues tarde o temprano sería blanco de todo tipo de agresiones por parte de la gente, sobre todo de los niños que son tan crueles en el colegio y les aflora el dardo punzante de palabras que hieren.
Con el tiempo empezó a ser víctima de discriminación. Ya no quiso estudiar, se encerró en su pesimismo y su tristeza, no comprendía por qué su aspecto causaba tanto repudio. Sus padres, quienes murieron pronto a causa de un accidente y a pesar de dejarla en la orfandad, le enseñaron que lo más valioso era la bondad, el respeto, el amor, la tolerancia y que todo ello es perdurable, en cambio la belleza física es efímera.
Eso no la convencía. Un día decidió salir a hurtadillas de su casa. Vagó sin rumbo fijo, decepcionada, incluso de su nombre que le parecía desafortunado, Macaria. ¿Cómo se les ocurrió a sus padres llamarla así? -pensaba-. Recordó haber investigado el significado, solo por curiosidad. Encontró que es un nombre de origen griego y significa «la afortunada».
-¿Afortunada? ¡Mis narices!- Recordaba, sumida en sus pensamientos perdidos y hechos una maraña. Sin darse cuenta, se le vino la noche encima, volvió sobre sus pasos para retornar a su casa. Al atravesar una calle, centradita para que un alocado conductor diera en el blanco y deslumbrada por los faros, se quedó paralizada, era inminente el final de sus desafortunados días. Y como en juego de «engarrótese ahí», quedó congelada la escena para abrir el telón a otra, en paralelo. Ponga atención querido lector:
-¡Oh, no quiero morir! –
-Entonces ¿por qué me llamas todas tus noches, y me dices que te lleve para nunca más volver?
-Es cierto, pero ahora que lo enfrento, tengo miedo. ¡Dame una oportunidad! Aceptaré mi sino y trataré de ser feliz a mi manera, Aún soy joven y aunque carezca de belleza, enarbolaré la espiritualidad y el valor ético de la vida.
-De acuerdo, seguirás en este mundo. Me quedo con tu imagen que guarda una belleza interna y el anhelo de vivir a pesar de las adversidades.
-¡Muchas gracias!¡Eternamente agradecida contigo!
En retrospectiva, Macaria continúa su camino. Su mente cavila otras situaciones y tiene otra actitud, yergue la cabeza y mira al cielo, ya no clava la mirada en sus pasos otrora vacilantes e inseguros. Surgió la mujer emprendedora. Descubrió magia en sus manos y ágiles como el vuelo de las aves empezó a crear pinturas al óleo, hermosas, sorprendentes. Empezó a tener reconocimiento y admiración, su belleza la plasmaba en cada lienzo.
En fin, triunfó, se volvió famosa. Todos querían comprar sus obras y se hizo rica. Con todo ese empoderamiento, se miró al espejo y lo que vio no le gustó, pero se dijo: -Serás bella, nadie más volteara a verte con burla y sarcasmo, y si lo hacen, será ahora por admiración y envidia.-
Con esos pensamientos, volvió a salir, ahora conduciendo su automóvil, sintiéndose poderosa. Tomó su labial para darle un poco de color a su pálido rostro, un descuido que ocasionó el atropellamiento a un ser que a pesar su aspecto cadavérico, no le causó ningún daño.
Macaria bajó furibunda a reclamarle su imprudencia.
-¿Por qué no te fijas de tu estupidez y tienes cuidado?
-Claro, ¿como tu estupidez cuando salvé tu vida y te di otra oportunidad?
-¡Tú! ummm, pues si te he visto ni me acuerdo. Adiós.
Con altivez subió a su auto sosteniéndole la mirada a ese ser misterioso. Se alejó, reacomodando sus pensamientos fijos en un plan que cambiaría su vida.
Tomo de la guantera una tarjeta de presentación de un cirujano plástico, miró la dirección y se dirigió hacia un consultorio muy prestigiado por las cirugías que realizaba a personajes de la farándula que viven de la imagen.
Fue atendida de maravilla pues el signo de pesos se veía en su atuendo. La examinaron y le propusieron un cambio que sería excelente y sorprendente.
Realizó sus estudios y se sometió a una cirugía total de su rostro, nariz, labios, pómulos, quijada, un cambio total. En poco tiempo se veía a una mujer hermosa de rostro perfecto. Era otra, a no ser por la imperfección de su cuerpo. Siguieron las cirugías hasta quedar esculpida como una diosa. Los hombres la miraban con deseo, las mujeres con envidia.
Siguió el curso de su vida, pintando y engrosando sus finanzas, no se podía negar su inusitado talento. Tenía ya su propio museo y allí es donde trabajaba. Le pidieron un cuadro que tenía mucho detalle en contrastes de luz, difuminado y claroscuros, así que tuvo que trabajar hasta muy tarde. Pidió a sus empleados que se retirarán pues su horario había concluido y ella aun permanecería por más tiempo para terminar su trabajo.
Al verlo concluido, enamorada por cierto, de su arte, no pudo menos que reconocerse a sí misma en ese don que la sacó de su pobreza. Colocó el cuadro en la sala de exposición. Vendrían mas reconocimientos a su talento. Tomó su abrigo y su bolso para dirigirse al estacionamiento y abordar su auto. No se dio cuenta de la hora, era de madrugada, iba muy cansada pero satisfecha.
Al salir de allí, fue embestida por un tráiler cuyo chofer olvidó tomar su droga para soportar tantas horas de conducción por carretera, se había quedado dormido con la fuerza del pie en el acelerador.
Se detiene la escena, se congela y se abre el telón. Una mujer ensangrentada, apenas puede respirar, incrustada entre fierros retorcidos por el tremendo impacto.
Con débil voz le habló a un ser extraño que parecía emerger de las tinieblas,
-¡Ayúdame, por favor, no quiero morir!
-No puedo ayudarte, llegó tu hora.
-¡No! ¡No puede ser! apenas empiezo a conocer la felicidad. Te prometí que cambiaría, por eso dejé de llamarte-
-¡Ah, eres tú! pero no eres, estás totalmente cambiada, en todo.
-Si, como te prometí, ahora sálvame. Dame otra oportunidad.
-¡Tú! ummm… Pues si te he visto ni me acuerdo. Adiós.

CARLOS ALEJANDRO LINERMAN

*EN AUSENCIA DE TI* HOY A LAS DIEZ Y CUARENTA Y SIETE MINUTOS(10:47) DE LA MAÑANA HASTA EL TITUBEANTE SOL QUE HA SALIDO JUNTO CON UNAS NEGRAS NUBES QUE CUBREN PARCIALMENTE EL CIELO AZUL DE TOSCANA, ITALIA/ HA EXTRAÑADO Y DESEADO TOCAR AL IGUAL QUE YO TU PIEL DE JAZMIN CON FRAGANCIA DE MUJER/ PERO TU NO APARECES Y LA TRISTEZA HACE QUE EL DIA SE TORNE MAS APRISA EN NOCHE/ DEJANDO QUE MI CORAZON POR TU AUSENCIA EN SOLEDAD DE AMOR SE DESBOQUE.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Querido lector, la historia contada es verídica por muy increíble qué parezca.
Me presento, me llamo Frank. Aventurero, vividor. Como me querías llamar.
En reino lejano, hoy de la noticia de que el rey buscaba a quien acabara con un dragón que estaba haciendo destrozos al reino.
Yo qué andaba cerca me presenté. El premio era bastante oro. Cosa no despreciable.
Fui a buscar el dragón y resulta qué era mi amigo Scay. Conocidos de otras aventuras.
Lleguemos a un acuerdo, el se iba del reino y compartíamos el botín.
El Rey me recibió mal, que si te he visto no me acuerdo. Qué no había nada escrito.
Mi amigo Scay, el dragón, y yo entramos en las arcas reales y nos llevamos todo. Ya sabemos qué los dragones son avariciosos y con mal carácter.
Asi termina esta aventura de reyes qué no cumplen su palabra. Querido lector espero qué sea de su agrado.

JOSUE GONZÁLEZ

Recuerdo tu rostro, pero no se de dónde. Solías tener una larga cabellera hasta que llegaste aquí, una mirada llena de sueños, hoy, está ahogada en drogas «que te hacen sentir mejor». Tiemblas al tomar una ducha, será porque nunca estas solo. Cómo si eso importara.
Recuerdo tu dorso desnudo tendido en la arena, pero hoy solo tus brazos te abrasan con tanta fuerza en una llama blanca. Tus ojos fuera de orbita, no tienen un bello paisaje. Y el hedor a mierda ensordece tu humanidad. Si, te he visto, te visto últimamente corriendo desnudo, entre risas y lágrimas sin sabor, pero no me acuerdo si llevabas prisa como en aquella cita que olvidaste ser puntual.
Este espejo nos confunde, recuerdo que había un rostro y era el mío, pero ahora solo concreto sin colores, carne sin vida, vil carroña para el olvido, solo un paciente sin nombre. Qué te ha pasado? , pues si te he visto no me acuerdo.

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

Estaba en la ducha
Estaba en la ducha, después de volver de la calle y he oído que ha llegado un WhatsApp, porque el móvil lo tenía en el salón. Lo primero que he pensado es que sería una chorrada de uno de los doscientos grupos en los que estoy, como siempre. Por eso no me he dado ninguna prisa. Pero en cuanto me he vestido, he ido a mirar de qué se trataba.
Una cosilla, Andrés, con todos los respetos y con todo el cariño del mundo: estás hecho un cabronazo. ¿Es que no se te ocurre otra forma de despedirte más que por un WhatsApp? ¡Coño! Es que ni un mensaje de voz:
«Me voy, que ya está bien de estar en tu casa. Por cierto, lo más fácil es que no nos volvamos a ver». Precioso mensaje de despedida. Maravilloso.
El caso que es que ya me olía yo algo cuando el otro día cuando te cruzaste conmigo por la calle. Ibas con un montón de colegas de los tuyos y, aunque te quedaste mirándome a los ojos durante un momento, terminaste volviendo la mirada para otro lado y seguiste para adelante… y, ¡si te he visto, no me acuerdo!
Yo, ni te lo he tenido en cuenta, ni te lo he recordado. ¿Acaso te lo he echado en cara? Ni mencionártelo, Andrés, ni mencionártelo. Pero estarás de acuerdo conmigo en que una cabronada de tu parte, porque desde que estás en mi casa, hace ya seis meses, has estado comiendo la sopa boba y rascándote los pelos del interior de la nariz. Y poniendo la mano, eso sí, poniendo la mano cada dos por tres:
–Dame, qué necesito para esto…
–Toma.
–Dame, que necesito para lo otro…
Y yo, como un gilipollas:
– Toma, Andrés, que te mereces todo. Toma, Andrés, que no digan por ahí que no hay gente que te quiere.
Total, que voy a hacerme los análisis y al médico y cuando vuelvo a casa no estás. Me he imaginado que pasaba algo, la verdad. Y me he dicho: «este no quiere nada conmigo. Ahora que las cosas se van a poner feas y que se va a extender por todos los huesos, no quiere dedicarse a cambiarme los pañales. Tiene cosas mucho más importantes que hacer».
Hombre, yo sé que la cosa va a ser muy dura y que no sabíamos nada el uno del otro desde hace años; pero, por lo menos, hasta un poco más adelante, podías haber hecho el paripé, que ahora mismo tampoco estoy tan mal…
Aunque solo fuera porque me he tenido que arrastrar de despacho en despacho por todas las dependencias municipales para conseguirte un contratillo temporal de barrendero. Porque tú sabes que, con tus antecedentes, no había manera de colocarte en ningún sitio. ¡Es que te has tirado un montón de años mano sobre mano y a lo único que te has dedicado ha sido a fumar porros y a acabar con toda la cerveza del mundo!
Permíteme que te diga, con todo el cariño del mundo: «Andrés, me cago en tus muertos. Estás hecho un pedazo de hijoputa». Es que no te mereces ni que pierda el tiempo despreciándote. Estás hecho un auténtico cabronazo. De verdad.
¡Mira que dejarme en la estacada, ahora que el cáncer se está entendiendo por todo mi cuerpo! ¿Sabes lo que te digo?: Que sí, que te vas. Lo que tú quieras. Pero se te ha acabado el chollo. Ya no me vas a tener de tonto para mantenerte.
Pero no te preocupes, Con lo poco que me queda, dentro de unos meses le pediré permiso al demonio para volver y ayudarte, si hace falta. Porque estás hecho un hijo de puta, pero yo te quiero, Andrés. Yo te quiero.
Yo te engendré para quererte toda la vida y, si hace falta, para volver del infierno y echarte un cable.
Eso sí, que mi hijo me ha salido un cabronazo.
Con todo mi cariño, hasta siempre, hijo.
.

EFRAIN DÍAZ

En otro tiempo y en otro lugar, hubiesen puesto una recompensa junto al mensaje “se busca vivo o muerto”. En los tiempos que corren se prefieren vivos. Así pueden ser condenados y cumplir cárcel.
El alcalde llevaba dos semanas sin acudir al ayuntamiento. Desde que le radicaron cargos de fraude al vice alcalde, el ejecutivo municipal sabía que era cuestión de tiempo para que llegaran a él.
El vice alcalde hablaría. Las pruebas en su contra eran contundentes y hoy dia la lealtad es cosa de antaño. Del pasado. En la política no hay amigos ni lealtades. Solo hay intereses. Nada de boca cerrada. Eres útil mientras no te agarren. Y cuando te agarran, todos se distancian. Te dan la espalda. De pronto nadie te conoce ni te recuerda. Te niegan como Pedro negó a Cristo.
El alcalde y el vice alcalde habían crecido juntos en el mismo barrio. Habían ido juntos a la escuela y a la universidad. Habían compartido mesa, botella y quien sabe si hasta la misma novia. Siempre habían velado el uno por el otro y habían prometido ayudarse hasta el final.
El alcalde se encerró en su casa. Era tan cómplice como el vice alcalde. Sin embargo no quería pasar la vergüenza de que lo arrestaran en la alcaldía.
Tal era su miedo que había abandonado su oficina sin que nadie supiera de su paradero. En su oficina el personal desconocía donde estaba. No había registrado vacaciones ni días por enfermedad. Simplemente dejó de ir a su trabajo.
Al cabo de dos semanas la policía se personó a su casa. Ya no podía esconderse mas. Solo los italianos conocen, aplican y se ciñen a la omerta. El código del silencio. Si atrapan a uno, los demás saben que estarán a salvo, pues ese no hablará en contra de nadie. Mantendrá la boca cerrada y cumplirá solo la condena que le toque, sabiendo que la organización, a cambio de su silencio se encargará de su familia. Hoy día es sálvese quien pueda y como pueda.
Al salir de su madriguera, el alcalde fue puesto bajo arresto por la policía.
Ya esposado, le leyeron sus derechos y sus acusaciones. Fue montado en una patrulla y llevado frente a un juez sin dilación.
Al llegar y mientras entraba al tribunal, vio salir al vice alcalde custodiado por dos agentes.
“Traidor” le gritó el alcalde. El vice alcalde lo miró con cara de si te he visto, ni me recuerdo.

ANGY DEL TORO

AL INFIERNO CON LA AUTORIDAD
Caminaba con la cabeza gacha y la cara roja como “tomate”, la vergüenza y el temor a que pudieran ver en lo que andaba me hacía aún más sospechosa. Un guardia civil me detuvo y rápidamente tomé el frasco que traía entre las manos, lo deposité dentro de una bolsa de papel y cuando intentaba guardarlo en mi bolso sentí la mano de un hombre que luchaba por apoderarse de mi “paquete”.
—Por favor, no lo toque, es mío y muy personal —dije asustada.
—Identifíquese. —respondió el guardia civil.
—Suélteme primero. Es imposible hacer tantas cosas a la vez.
—Deme el “paquete” que intenta ocultar.
—Acabo de salir y me siento mal, déjeme tranquila, si quiere llevarme a algún lugar que no sea entrar de nuevo ahí.
—Tenga en cuenta que represento a la autoridad. —respondió casi arrebatando mi “paquete”.
—Por favor, permita que continúe mi camino y mire usted, se lo regalo con la condición de que suelte mi brazo y haga como que no me ha visto, olvídese de mí.
En aquel forcejeo y como deben suponer, se lo solté. No quería ni mirar la cara de aquel hombre cuando lo desenvolviera. Me recosté al mismísimo tanque de basura que tenía al lado, casi morí cuando sentí los vidrios romperse contra el asfalto. El olor se hacía insoportable.
—Señora, pero qué trae usted aquí, ¿una bomba? Ya está bueno de impertinencia.
—Mire guardia, no sé cómo voy a contarle…
—Mejor no cuente nada, me hubiera dicho que traía muestras de caca y orina para el hospital. ¡Qué peste por Dios! Regrese a su casa y tómese un buen digestivo ¡está podrida!
—Quien ha complicado mi vida es usted. Desde anoche guardé las muestras en el refrigerador y con muchísimo trabajo vine a traer la orina y mis fecales al laboratorio, no me los quisieron aceptar, dicen que exageré con la caca, que el pomo estaba lleno y que era demasiado grande. Usted me ha sorprendido cuando intentaba echar todo el “paquete” a la basura. Haga el favor de continuar con su patrullaje y fíjese bien que seré cagona, pero delincuente jamás.

LA GATA LÓPEZ

SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO
Hasta aquí, no más, la ruleta ha empezado a girar, mucho antes de que fueras a apostar. No pudiste ni reaccionar. Aunque quieras jugar yo no estoy dispuestas ha arriesgar. Yo no tengo juego ni para empezar, ni un gesto hábil para simular.
Si te he visto prefiero olvidar y si me acuerdo que sea del tiempo que perdí y de mis bolsillos vacíos de amor. Me acuerdo de noches sin dormir, creyendo ser la estafadora de este juego sin premio y sin valor; y me toca perder.
Quiero que entiendas que esto es mas aburrido que una partida de ajedrez.
El miedo que provoca la incertidumbre de verte y no saber tu reacción, del guión de una película sin final, le saco partido a la basura.
Me falta la cordura cuando pierdo el control. Los besos amargos que me das, de los cuales no siento nada, ni frio ni calor, soy como una roca ante tus caricias. ¿ Algo a de significar?
Por encima de todo, hay un vacío, un signo de interrogación, ya he visto lo que el demonio es capaz de hacer, creo que la solución es olvidarlo todo, todo lo que pasó.
Por lo menos es lo que necesito, a la vuelta de la esquina te lo explico. Haciendo de tripas corazón, la magia de la noche se disipa. Que el futuro te depare lo mejor, sigue tu camino amigo mio que yo seguiré el mio y si alguna vez nos volvemos a encontrar seguramente yo estaré en esa parte del mundo donde reina el silencio y pensaré, si te he visto no me acuerdo.

KATA MAR

Arnulfo era un individuo solitario, de 41 años, sus días eran siempre lo mismo, salía a comprar el pan, esa la única manera de que «socializara » con alguien, más sin embargo en el trabajo los demás de a poco lo fueron alejándolo de sus vidas, reuniones y conversaciones; según ellos no era «normal»… era distinto. le hacían el feo todo el tiempo, hasta que Arnulfo se cansó y decidió alejarse de todos, estar en su zona de confort su casa donde sí lo querían, lo amaban su papa era uno de ellos, él era su único apoyo, pues su madre se había ido de viaje hace mucho tiempo… bueno eso quería pensar debido a que había fallecido ya hace algún tiempo.
El padre era un anciano de 68 años, bien parecido amable y muy bonachón, así se hizo conocer en el barrio donde pasaba sus tardes bebiendo tinto en la tienda de la esquina, «bonachón » así le decían sus entrañables vecinos, el simplemente sonreía. pero detrás de aquella sonrisa se escondía una gran tristeza, por sus 3 hijos, en especial por Arnulfo quien desde que sucedió el incidente con los compañeros de trabajo se encerró en su habitación sin emitir palabra alguna, escasamente salía a orinar, en ocasiones caminaba hasta la sala, se sentaba en la única silla que había en el rincón se sentaba a pensar… y a leer un poco una revista vieja.
Le gustaba mucho el futbol su equipo favorito era el Deportivo Cali, tenía afiches en su habitación de ello, su mayor frustración era que no pudo ser futbolista, por su situación económica tan brava en la época de su niñez, eso nunca lo superó, el quería ser otra persona entonces él se ideó una identidad y vida falsa no en documentos, porque era ilegal , en su cabeza planeo como hacerlo, convencer a los demás el que tenía una vida cuasi perfecta, adinerada con esto alivio un poco su frustración . debido a que veía que las pocas personas que lo trataban no conocían su verdadero yo, eso lo hacía sentir un rey .. «el rey de las mentiras». Desde hace semanas atrás, todo cambió los compañeros lo empezaron a mirar raro… cada que saludaba lo ignoraban, lo que generó en él fue un rechazo imprescindible hacia la gente adinerada… al principio, claro después fue escalando hacia los demás estratos.
Su papá lo quería ayudar, le brindó su total confianza … al saber lo que pasó la estrategia para sacarlo del encierro fue invitarlo al estadio, jugaba su equipo favorito, creyó que tal vez esto lo alegraría, conocería a hinchas que al igual que le compartían su misma pasión…
El día elegido se fueron al estadio, a ambos hombres se le notaba la alegría en sus ojos, enseguida empezó el partido… todo el mundo chifaba. gritaba , cantaba a gran voz el nombre de su equipo los goles ni se diga todos a gran son decían GOL incluidos ellos, se notaban que la estaban pasando de lo lindo, cuando termino el partido se disponían a salir cuando un individuo tocó bruscamente el hombro de Arnulfo lo que le molesto de gran manera, este le iba a reclamar a lo que el «bonachón » clamo los ánimos afirmando que no tenía ninguna importancia el incidente, a lo que Arnulfo aparentemente accedió, se calmó y decidido seguir su camino hacia casa,
Llegando la noche Arnulfo se sintió mal, no física sino mentalmente… dentro de su cabeza pasaban imágenes de la tarde en el estadio pinturas muy borrosas como para recordar claramente, él se cogió la cabeza llamó a su padre desesperadamente:
-papi, papi. -Dijo desesperado y descontrolado.
– Dime hijo. -exclamó el padre preocupado cuando entró al cuarto de su hijo.
– En mi cabeza hay imagines de esta tarde, pero son muy, muy borrosas- murmuró Arnulfo sentado en su cama.
– tranquilo hijo tranquilo. Le dijo el padre acariciándole la cabeza suavemente. de seguro tus recuerdos son muy bajos. estas muy acelerado, eso pasa, es «normal».
a lo que Arnulfo le da un fuerte abrazo a su padre le dijo
– Si no están en mi mente, significa que se han ido… si los vi no los recuerdo- le susurro al oído.
Finalmente, Arnulfo consiguió otro empleo donde absolutamente nadie le conocía, eso le tranquilizaba, allí lo trataban con amabilidad, aunque no faltaban los problemas, pero con la ayuda de su «bonachón» el continuó adelante.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Escena I: Ella lo recibe
Gracias por haber venido,
necesitaba decírtelo
mirada a mirada…
Sorbo a sorbo tomaste mi malbec y
mis horas,
masticaste lentamente mis almendras y
mis días,
llenaste tus pulmones con el perfume de mi jazmín y
de mi piel,
pisaste las hojas de mi roble y
mis sueños,
gastaste mi dinero y
mi confianza…
Mi casa toda quedó vacía,
al igual que mi vida.
No te impacientes
no te llamé para
reprocharte…
sólo me queda una cosa y
quiero dártela.
Después,
después podrás decir
“ Si te he visto, no me acuerdo”
y marcharte, sin más.
Escena II: Ella lo despide
Ahora sí estoy tranquila.
Te llevas en el corazón
mi última pertenencia
mi última carta
mi última bala.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

Lúa, una Labradora negra, fue por primera vez al parque.
Tenía solo tres meses y no hacía mucho que la habían sacado a la calle, ya que tenían que esperar a estar completada la tanda de vacunas.
Así que, al llegar allí y verse rodeada de perros, jóvenes todos ellos pero ya grandes de tamaño, se quedaba quieta en un rincón.
Fue entonces, cuando una mestiza de tropecientas razas, pero muy lista y protectora llamada Sultana, se acercó a ella.
Algo se dijeron en la lengua perruna que no entienden los humanos pero el caso es que Lúa fue tras Sultana al medio del parque.
Sultana, siempre en su lengua, le indicó algo, se tiró al suelo y Lúa saltó sobre ella iniciando ese juego típico de los cachorros y perros jóvenes consistente en : revolcarse, morderse sin hacerse daño, perseguirme y volver al suelo y así sucesivamente hasta acabar rebozadas cual croquetas, con la arena del suelo.
Y cada tarde, Sultana, aún estando con otros amigos, interrumpía sus juegos para ir a ejercer de profesora perruna.
Pasaron los meses. Lúa creció, conoció más amigos y Sultana seguía supervisando sus juegos, dándole el placet sobre lo que hacía.
Y llegó el verano.
Y todos ellos, tras prometer no olvidarse unos de otros, se despidieron hasta septiembre.
Y llegó ese mes.
Y el parque volvió a llenarse de canes que se abrazaban y explicaban a ladrido limpio las respectivas aventuras veraniegas.
Y Lúa al ver a Sultana, corrió hacía ella con gran alegría. Pero a cambio, y como si jamás la hubiese visto, Sultana al ver que se le acercaba y hacía ademán de abrazarla, se le tiró encima enseñándole los dientes y diciéndole:
«¿Qué confianzas son ésas?»»¿Quién eres tú?»


LINOSKA BARANDA

“El reencuentro”
Dania miraba la fotografía desgastada por el tiempo, como si no comprendiera lo que estaba viendo. Cuantas cosas pueden decir u ocultar las imágenes… El tiempo pasó y esa foto ya no tiene lógica. ¿Cómo contiene tanto amor, aún hoy, después de que ese sentimiento acabase? Se les ve a los dos sonrientes y tomados de la mano, como quien se sujeta de un asidero para no caer al precipicio.
No es que de niños lo hicieran todo juntos, pero para ella su hermano era casi lo más importante del universo y el día en que él partió al internado por primera vez, Dania sufrió como se sufre por la muerte de alguien amado. Las noches de llanto duraban hasta que caía rendida de sueño y al amanecer sentía como si no hubiese dormido nada. Tras varias horas, la rutina del día reemplazaba a los pensamientos negros hasta que llegaba la noche y otra vez, el llanto ahogado contra la almohada para que nadie la oyera.
Cada semana Dania esperaba el retorno de su hermano como se espera un regalo anunciado, o como una promesa. Tristemente el tiempo fue cambiando al viajante y cada vez que regresaba se le sentía más distante, más ajeno. No pasó nada extraordinario que provocara aquel cambio, sencillamente el tiempo y la ausencia pasaron. Después lo acapararon las nuevas amistades y otros intereses, la rebeldía hizo su aparición, y la distancia entre ellos cada vez fue mayor.
Finalmente llegó el día en que ya no regresó; fue como como decir: “si te he visto, no me acuerdo”. Envió una carta anunciando que debía “encontrarse a sí mismo” y atrás quedaron todos: los miembros de la familia y Dania, con su llanto en la almohada.
Hace unos días el azar le puso delante una foto de las redes sociales. Era un rostro parecido al de su hermano, pero viejo; no podía ser él… Lo miró detenidamente, hizo zoom en su barbilla y vio la cicatriz junto al lunar distintivo que lo caracterizara: era él, casado, con hijos y nietos, y le pedía su amistad en Facebook, después de 40 años de haber partido en la búsqueda de sí mismo.

JULIO SQUIRE

El último día de clase

‒Marina‒dije, cuando ella apenas se había dado la vuelta, tras la breve despedida de siempre. “Nos vemos”, había dicho. “¿Pero cuándo?”, pensé yo. Acababa de terminar la última clase del último día del último semestre. El semestre que coincidí con ella, que me enamoré de ella. ¿Realmente volveríamos a vernos? Sólo de pensar en que no volvería a pisar esa aula, que ella no volvería a saludarme cada mañana con esa sonrisa luminosa, ya la echaba de menos, pese a que estaba a mi lado en ese momento.
Ella se detuvo, casi sobresaltada, y se volvió. Cualquiera diría que hubiera estado esperando que le dijese algo tras despedirnos. Sus ojos brillantes, interrogativos; su boca entreabierta en ese gesto burlón que había aprendido a amar en secreto en unos pocos meses. Aunque esa vez parecía haber algo distinto en él. ¿Sorpresa? ¿Anticipación? ¿Un poco de las dos cosas? No esperé a que respondiera. Crucé en dos grandes pasos la distancia que nos separaba, y la abracé. Su cuerpo, al principio rígido por la sorpresa, enseguida se relajó, y no tardó en rodearme con sus propios brazos. No sabría decir cuánto tiempo estuvimos así. Probablemente diez o quince segundos, o una eternidad. No me habría importado que así fuera. El tiempo suficiente, en cualquier caso, para que mi corazón, que latía desbocado al principio, fuese bajando el ritmo, acompasándose a los latidos de ella, que podía sentir en su cuello, en su pecho, en su espalda envuelta entre mis brazos. Había visualizado ese momento cien veces en mi cabeza, la mayoría de ellas la noche anterior, pasada en vela, construyendo fantasías. Fantasías que no tenía esperanza de convertir en realidad, de tan convencido como estaba que no tendría valor para hacerlo. Nunca lo tendría, pensaba. Y sin embargo ahí estaba, junto a ella, su cuerpo pegado al mío, sintiendo su respiración cálida en mi cuello.
Poco a poco nos separamos. Lo justo para poder mirarnos a la cara, los brazos aún entrelazados.
‒Dime‒dijo ella, otra vez la mueca burlona en su carita de ratón. Pero algo había cambiado. Sus ojos brillaban aún más que de costumbre, como si las lágrimas se agolparan en sus comisuras, pugnando por salir.
‒Nada‒respondí, riendo. –Sólo esto. El abrazo, digo‒ volví a reír, sintiéndome como un tonto balbuceante, incapaz de articular palabra. Pero un tonto feliz.
‒Pensaba que no lo ibas a hacer nunca.
‒Tenía miedo de no poder soltarte si lo hacía. Porque tenía miedo de que pudiera ser el último.
‒Tener miedo es normal. Como estar nerviosa‒dijo, riendo. –La cuestión es tener valor para dejarlo a un lado. Gracias por ser valiente.
Soltó mi brazo izquierdo, alzando su mano derecha hasta mi cuello. Me atrajo hacia sí, suavemente, mientras se ponía de puntillas y cerraba los ojos. Fue un beso fugaz, tierno, casi casto. Sus labios frescos, sensibles, se separaron enseguida de los míos, y volvieron a sonreírme. En sus ojos estaba toda la galaxia. Una estrella líquida, brillante, se derramaba del borde de cada uno de ellos, dejando un surco de argéntea humedad en su rostro de porcelana. Una gota, un océano en el que no tenía miedo de naufragar y perderme, porque en realidad ya lo había hecho. Estaba perdido. Pero era un náufrago feliz. Ella bajó de nuevo su mano derecha y la puso sobre mi corazón, que volvía a latir enloquecido.
‒También tenía miedo de esto‒reconocí. –De enamorarme de ti‒ dije, con una voz más temblorosa de lo que me habría gustado. ‒Aunque en el fondo sabía que ya lo había hecho. Estaba perdido desde el principio.
‒Tonto ‒contestó ella. –No tengas miedo. Espabila.
‒¿Cómo? –pregunté, sorprendido.
‒¡Espabila, tío!
Estábamos otra vez saliendo del aula, ella caminando a mi lado.
‒¿Qué te ha pasado? Estabas ausente. Como a mil kilómetros de aquí. ¡O más! Otra vez su sonrisa irónica, la de siempre, en esos labios que nunca había besado.
‒Nada, nada. He dormido fatal esta noche –fue lo primero que pude contestar, ahora que estaba terminando de aterrizar del todo. El viaje desde la otra punta de la galaxia, desde lejanos océanos de espacio y tiempo, había terminado de forma tan abrupta que aún me tomó unos segundos volver a la realidad.
‒Pues lo dicho, ¿no? ¡Nos vemos! –se despidió, como era habitual. La vi darse la vuelta y caminar por el pasillo, hasta perderse al girar la esquina. Había visualizado ese momento ciento un veces en mi cabeza, construyendo fantasías, fantasías que no habrían de convertirse nunca en realidad, de tan convencido como estaba que no tendría valor para hacerlo. Nunca lo tendría, ahora estaba seguro.

MIGUEL TERCERO SAUCO

¿CÓMO SE LLAMABA LA CHICA?
La viajera irrumpió quejumbrosa y acalorada. Las calles del pueblo la amansaron y se me quitaron las ganas de vomitar. Por la ventanilla, vi a mis tíos que me saludaban con la mano mientras se apagaban los crujidos y ronroneos y, por fin, mi estómago se quedó tranquilo, aunque me bajé mareado y un poco pálido, según me dijeron, mientras se reían.
La casa era grande, pero sin primos. No había libros ni juguetes. Me la recorrí pronto y no encontré nada interesante, aunque tenía un corral con árboles y un pozo, bien tapado con una chapa con un candado, que no dejaba ver nada. Tampoco tenían animales. Me subí a un tejadillo y, a lo lejos, se veía un monte muy verde, ocupando todo el horizonte. Pasé un rato en el corral, removiendo la tierra reseca con un palo e intentando trepar a uno de los árboles.
Después de la siesta, me dieron un bocadillo de longaniza. Nos arreglamos un poco y nos fuimos a la plaza. Al lado de la iglesia nos sentamos en un poyo debajo de los árboles, al fresco. Mientras ellos hablaban yo miraba las piedras rojas de la fachada y el campanario, grande y hueco.
Llegaron unos conocidos de mis tíos con una chica que también miraba para arriba. Se pusieron a hablar. Nos quedamos solos.
― ¿Cuándo has venido? ― le pregunté, porque no parecía del pueblo.
―Ayer ―me dijo, sonriente.
Fuimos a ver la fuente, con bocas de animales de las que salían chorros de agua que tocamos con las manos. Estaba fría y daba gusto cuando salpicaba en la cara y en los brazos. Y después, nos sentamos detrás de una balaustrada, rodeada de parterres con flores, al otro lado de la plaza. Desde allí se podía divisar el monte muy verde.
―Mira, que bonito ―le dije, señalando―Ojalá nos lleven algún día.
El sol, muy despacio, fue bajando y metiéndose en el monte, como si fuera una alcancía. Miramos mucho hasta que el resplandor se fue apagando y nos dejó solos. Luego nos miramos mucho. Era morena. Se movía despacio, llena de gracia. Olía muy bien, a hierbas y a limón. Y hablamos, y hablamos sin darnos cuenta.
Llegaron los tíos, preocupados. Nos habían estado buscando.
Al día siguiente, fui con mi tía a comprar el pan. Al oír los chirridos de la viajera nos apartamos y nos subimos al bordillo, yo con aprensión. Al pasar a nuestro lado vi a través de una de las ventanillas, con asombro, a la chica que me decía adiós.
― ¿Cómo te llamas?, ¿Cómo te llamas? ― Cuando pude saltar y moverme, empecé a gritar, corriendo detrás del autobús pestilente.
Solo pude ver como sus labios y sus gestos me querían decir cosas, que los ruidos y el cristal amortiguaron tanto, que no logré entender, aunque ella se esforzaba mucho y se empañó un poco el cristal. Nuestras manos siguieron intentando hablar, hasta que dejé de verla.
Mis tíos fallecieron hace muchos años y la casa la vendió la familia. Lo único que recuerdo de la última vez que estuve en el pueblo, fue el verdor del monte, que se veía desde la casa de mis tíos al que, por cierto, nunca llegué a ir a pesar de su atracción.
No tengo a quien preguntar. No podré saber el nombre de la chica, ni que ha sido de ella. Imposible seguir el rastro.
He intentado documentarme y he consultado por Internet el pueblo. He visto fotos, he recorrido las calles y la plaza gracias a Google Earth. Efectivamente, el recorrido virtual me ha mostrado el monte, las piedras rojas de la Iglesia, que tiene unos contrafuertes muy grandes al lado de la puerta de entrada y encima una hornacina, y el campanario en forma de pirámide truncada. De esto no me acordaba. El casino, otro recuerdo que me viene, los hombres tomaban con el vino, rodajas de tomate y de pepino. ¡Pero de la chica ni rastro! ¡Qué pena!

KLEYRIS MILENA ORTIZ

Este poema me lo dedico carlos alejandro linerman el principe de la metafora anagramica. *Cvetka* Redacto rimas a orillas del mar muerto/ de la fascinante textura de tus labios que me hace soñar aun estando dormido o despierto/ vaya mujer que para mi en ti todo es hermoso, semejante a un sol de enero el dorado color de tu pelo/ y por ultimo tu imagen en mi pensamiento que no cesa que no reposa no sé si hace erroneo y equivocadamente en mi el asociar tu grata sonrisa con el ambarino aleteo de una vibrante mariposa.


CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

«SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO».
Paula había sido a lo largo de toda su carrera una maestra devocionaria, de las que cuidan a sus alumnos regándolos cada día con conocimiento de causa mientras los prepara para afrontar lo que la vida se digne asignarlos.
Sus convecinos la asaltaban día sí día también con la misma monserga:
—«Paula, mujer, ¿Por qué no se jubila usted ya?, qué bastante ha hecho para desasnar a tanto ganado como ha pasado por su escuela».
Paula tenía tan interiorizada la frase que ya ni la escuchaba, contestaba con una sonrisa mientras daba vueltas con la llave en la cerradura de su vieja casa que, chirriando, se resistía a facilitar el paso como si con ello quisiera mantener fuera de sus muros a la maestra, y esta, siguiera escuchando el mantra de sus vecinos.
—«¿Qué haría yo sin mi escuela, sin mis pupilos, sin mis tareas diarias?». —La cerradura vence su resistencia y Paula continua con sus cavilaciones dentro de casa.
Era martes, 29 de febrero, once y media de la mañana. En clase de filosofía esta mañana, Paula, lleva a sus alumnos a pensar sobre el mensaje que emite la caverna de Platón. Paula libro en mano, abierto por la página que había quedado marcada en la anterior lección, trata de iniciar la lectura mientras posa la mirada sobre la marca que ella había dejado, y se dispone a dar comienzo a la lectura, pero su voz no la acompaña. No se quiebra, simplemente ‘no está’.
Agarra la jarra de agua y llena el sempiterno vaso apoyado en su mesa, complemento indispensable junto con las herramientas necesarias para la clase. Bebe a pequeños sorbos, le cuesta tragar. Vuelve al libro con la esperanza de haber solucionado el percance: nada. La voz ‘no está’. Por señas llama a Martina; en un papel escribe el encargo de que cuide de la clase en su ausencia. Por el pasillo mientras se encamina al despacho del director intenta tranquilizarse; porque, aunque no sabe lo que le está pasando piensa que será algo pasajero y que el problema se irá por donde vino. Sentada frente al director en una cuartilla que este le ofrece al ver la imposibilidad de que las cuerdas vocales de Paula respondan al intento de proferir sonido alguno, esta plasma lo ocurrido. El director al igual que ella quita importancia al suceso.
—Seguro que mañana se habrá pasado. Vete a casa, descansa, yo me ocuparé de dar tu clase. Tranquila.
Paula recoge sus cosas. En la puerta de casa se cruza con un vecino que lanza la conocida frase: ¿Por qué no se jubila ust…? Ella una vez más, como siempre, ofrece una sonrisa por respuesta. En esta ocasión de haber querido contestar con palabras, no habría sido posible.
Recuerda los remedios caseros de su abuela cuando tenía dolor de garganta o tos: agua con limón, miel y una clara de huevo. Aquello daba resultado para tales dolencias. Terminado el potingue se dirigió a su cama; en la mesilla de noche descansaba el libro que estaba leyendo. Lo abrió por el marcapáginas, dispuesta a leer hasta que el sueño viniera a tomar posesión de su trono. No consigue hilar una letra con otra; es como si de repente nada tuviera sentido, todo lo que ha conformado parte de su vida se ha borrado: no puede hablar, no consigue leer, y, es en ese momento, cuando toma conciencia de lo que le está sucediendo, a la vez piensa que el problema no se irá con una noche de reposo y remedios de la abuela.
Cuando al fin cae rendida, en su sueño aparecen miles de letras voladoras inundando el cielo, cayendo sobre la alfombra verde de un jardín inmenso del que emergen unos seres diminutos que ríen mientras la señalan gritando: «¡No puedes hablar, no puedes leer, las letras te han abandonado, ya no están en ti, por eso, no puedes verlas ni pronunciarlas!». Los aparecidos corren de un lado hacia otro mortificándola con la misma canción una y otra vez.
Paula, llora. Quiere llorar, pero de sus ojos no sale nada. La sequía ha tomado posesión de todo lo que hasta ayer conformaba su ser. No hay letras, no hay lágrimas, no hay nada. El vacío inundándolo todo…y ella…
Despierta, corre hasta el cuarto de baño. El espejo no devuelve el reflejo de su cara. A veces mirarse de espalda en el espejo puede ser una ventaja. Nadie había advertido a Paula del peligro que entrañan los espejos. Todo adquiere visibilidad al ser nombrado.
Una nube parpadeante viene del reverso, toma posesión del anverso y se instala mientras se diluye creando formas que, a su vez, van transformándose en letras sobre el vidrio donde ahora se lee:
«Si te he visto no me acuerdo»
Paula se desplomó contra las losas del suelo. Cuando los vecinos echaron en falta sus idas y venidas a la escuela y entraron en su casa, la encontraron en el piso con la mirada perdida, apuntando con su dedo índice hacia el cristal.
Por fin se cumplía el rosario vecinal que por sus cuentas había desgranado la frase repetida sobre la conveniencia de que Paula debería abandonar su actividad para dedicarse al descanso.
Ahora recluida en un centro para afectados de afasia, asistida por profesionales, intentaba aprender las vocales…luego las consonantes…así hasta llegar a formar la frase:
«Si te he visto no me acuerdo»
En los oídos de Paula resonaban las frases de los integrantes atrapados en la caverna de Platón.

ROBERTO MASSI

HORÓSCOPO
Humeaba la taza en el corazón de Palermo. Tras los negros cristales de sus gafas, dos verdes tristes.
Al levantar del sol se fueron poblando las mesas. Un par de sombras se sentaron cerca.
Entre murmullos y risitas, pidieron café. Besos con aroma a cigarrillo y caricias de perfume francés.
Caras cansadas, vestigios de una noche maratónica. Ella devoró las medialunas, él se internó en la negrura del elixir.
Los observó un instante. Crujieron las ramas de su árbol.
Mientras hurgueteaba en la cartera pensó qué le estaba enseñando el momento. Sacudió la cabeza. Respiró hondo. Media docena de veces. Aun así, se ahogaba.
Encontró lo que buscaba. Lo dejó sobre el diario. Desde un círculo de tinta roja, Aries avisaba.
Dos pasos. Dos disparos.
Siguió caminando.
¡Al diablo con la vaguedad de las estrellas!
Si te he visto, no me acuerdo…

NEUS SINTES

Natalia y Jessica eran las mejores amigas. Desde el día en que se conocieron, a raíz de entonces se convirtieron en la una para la otra. Anteponiendo sus necesidades a las suyas. Se sincronizaban a la perfección. Lo llegaron a saber todo la una de la otra, sus gustos, sus preferencias y siempre se ayudaron y pidieron favores.
Hasta que unos años más tarde, Jessica conoció al chico que se convirtió en el amor de su vida y el padre de la criatura que en su vientre, meses mas tarde, empezaba a crecer.
Jessica seguía quedando con Natalia, pero ya no eran las mismas. Algo había cambiado . Sobraban las palabras, para ver las reacciones y las medias sonrisas, que detrás de ellas ocultaban lo que en palabras no querían decirse. Ya no volvieron a ser las mismas, desde que Jessica emprendiera una relación y en ella una nueva vida se iba formando. Natalia poco a poco fue distanciando, sin mediar palabra. Le habían arrebatado a su mejor amiga, o al menos, así pensaba ella. Para más inri esperaba un hijo, que iba a ser, para ella lo que poco a poco su relación fuera a menos.
Natalia en silencio y bajo una capa de oscuridad en su rostro. Empezó a eliminar de su mente todos los años vividos con su mejor amiga, olvidando los favores que se hicieron en su día y todos lo sentimientos se vieron esfumados de su frío corazón. No devolvía las llamadas que Jessica le hacía, recibiendo de ellas siempre ese silencio que le hacía preguntarse de ese por qué. De un por qué que en el aire quedó flotando, jamás recibió respuesta por parte de Natalia. Si te he visto, no me acuerdo. Ésa era la sensación que quedó de ambas.

ROBERTINO GÓMEZ

Una parte de mi vida ☁️
(CAPÍTULO 1)
Este mundo
Es un poco raro por decir así
Describo mi vida cómo
Algo anormal
Por muchas cosas
Empecemos
Por decir que
Actualmente tengo 14 años
Y tuve un cambio un poco inesperado por decir así
Deje de vivir con mi mamá para ir a vivir con mi papá
Un cambio que personalmente nesesitaba
Me fui con mi hermano
Así que no me sentiría tan sólo
Mi mamá y mi papá no terminaron bien
Así que cada vez que tenían que verse discutieran igual ya era costumbre para mí pero bueno
desde que estoy con mi papá cabio mi vida conocí a Tomás y a Dylan mis amigos o mis ex amigos
Por qué ex amigo
Por qué con Dylan estoy peliado ase como más de
6 meses
Y con Tomás ya casi no me habló
Pero dejando eso atrás
Nunca fui alguien muy sociable
Era el chico ratito de la clase en la escuela tenía
Amigos en el escuela como todos o casi todos
No tenía tanto pero me divertía con ellos
O que como los otros
Ya no tengo contacto con ellos
En 2019❗
Me pase a otra escuela
Se llamaba la 61
Ese fui mi peor error ❌
Arranque
El primer día de clase
Siendo el rarito y el solitario y también el indefenso
Yo pienso diferente A las otras personas
Será por eso que no les caigo bien del todo
Me gusta las época de invierno
No me gusta el sol
Me gusta la noche
Me gustan las teorías
Los fanfic
El anime
Y el manga
La escritura
Y la cultura y como ya pensaran
No me adapté bien
Y no ise un amigo en ya casi 5 años o 4 no se en realidad

BEA ARTEENCUERO

DESEO.
Cierta noche
En la playa
Caminando te encontre
Tu mirada perdida
Como buscando
Un no se que.
Tu figura esbelta
Con tu torso desnudo.
Me invitaba en silencio
A seguirte.
No me preguntes ¿Porque?
En un instante
Me descubres
Sin palabras,
Me tomas de la mano
Sin preguntas, te deje
Me acuestas en la arena
Me besas, me acaricias
Tus manos impetuosas
Me invitan, con anhelo
A seguir.
Una ola traviesa
Nos toca suavemente.
El deseo, solo el deseo
Que siento
En ese instante
Me hace gritarte en silencio
Tomame, tomame
Asi sin prisa fui tuya
Una vez y otra vez.
¡Oh! Instante sublime
Mil estrellas
Bajaron para mí.
Otras noches regrese
Buscando al hombre aquel
Que en silencio
Me entregue
Solo mar y cielo
Yo encontre.
¿Acaso…Yo soñe?

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Contemplación o avaricia
Solíamos capturar diferentes coleópteros y lepidópteros en épocas de verano, cuando el calor de los atardeceres zumbaba por el aíre, y las corrientes templadas mecían a las mariposas de colores fugaces y llenaban de valentía a los cucarrones, quienes sudaban alardosos con sus bolas de excremento, con la intensión de seducir unas cuantas pretendientes.
Éramos tres amigos. Nick era titubeante, se dejaba dominar por el miedo a los insectos, aun así era perseverante en su exposición -para vencer su miedo-, aunque los miraba con cierto aire de paranoia. Decía que algún día nos conquistarían cuando evolucionaran, aumentaran de tamaño y su sistema nervioso sobrepasara las intrincadas redes sinápticas de los humanos. Pero yo le recordaba el principio de contemplación: -míralos como a una obra de arte en un museo-; en escasos momentos se dejaba llevar por sus colores, sus formas, sus alas y sus misteriosos sonidos en la noche. Nick era un tío muy inteligente, menudo, con grandes lentes que lo hacían lucir algo ensimismado. Pero detrás de toda esa paranoia algo dentro de mí me sabía a verdad y anticipación…
Jefrey era muy diferente. Aun me pregunto el por qué hacía parte de nuestro clan. Era mi antítesis. Mezquino, competitivo, con el anhelo de controlar la naturaleza, era un conocido coleccionista de la vida debajo de las piedras, conocía los sistemas de cada insecto, y parecía un pequeño medico nazi, desmembrando estos pequeños animales, quitando sus alas como cualquier niña que deja perder suspiros por el primer patán; atravesándolos y etiquetando los del colores y formas más dispares y excéntricas, en su portafolio con olor a naftafleno e hidróxido, el cual era uno de los atractivos para los entomólogos aficionados de la región. Un compendio de muerte de seiscientas cuarenta y nueve hojas que no tenían más función que hacer apología a la megalomanía y la vanidad humanas.
A Jefrey evidentemente le faltaba humanidad, le era difícil entender a los humanos y su complejo sistema emocional y tal vez por esto, se desquitaba con estos pequeños demonios de la noche, de colas sanguinolentas y patas venenosas, de aguijones mordaces y espiritrompas que capturaban las almas de los que creían ser más audaces. Lo hacía porque le gustaba ser superior, pero esto era solo lo que creía, al menospreciar a estos impredecibles seres…
A todos nos apasionaba ese aspecto sobrenatural de la niebla dibujando espectros, mientras era interceptaba por los haces de nuestras linternas. Cuando empezaba a oscurecer, la vida de los insectos tomaba una nueva forma y eran los amos del páramo, y nosotros a pesar de nuestra valentía y coraje, éramos intrusos, pequeños seres indefensos ante la picadura de un abejorro o el certero golpe de un alacrán rabirojudo.
Para mí, era la naturaleza y la sapiencia de estos seres milenarios en un mundo lleno de competitividad por criaturas más desarrolladas. No tomaba partido de la picadura de una abeja africanizada; si el gusano emperador tocaba la piel de un curioso a pesar de sus colores de advertencia, el shock anafiláctico era consecuencia de la imprudencia. Por eso, me consideraba un espectador neutral, no me gustaba disecar ni capturar a los animales, prefería dejar esto a los hombres a los cuales añoraba en un futuro, hombres de ciencia que develaban los secretos del mundo insectívoro para el bien de la humanidad. Ya era conocido en nuestro tiempo como algunas vacunas se habían desarrollado a partir de las toxicas de estos extraños seres privados de conciencia, con sus exoesqueletos dinámicos. El estudio del vuelo de las abejas era unos de los estudios pioneros para conquistar el viaje a otros planetas.
En un atardecer de 4 de junio de 1957, se registró un sismo de 5,8 en la escala de Ritcher. Hubo muchas inundaciones, muertos y damnificados. Me pregunto porque no me quedé en el sepelio de tía Lisa. Tal vez el zumbido de las hordas de abejas, volando en una dirección inusitada, realizando movimientos ritualizados; me llamó a adentrarme a la espesura del monte, tal vez fueron las luces estroboscópicas que cegaron a los incrédulos:
–No es un cataclismo, solo es un temblor, pero niños tengan cuidado, no vayan a ser impertinentes y decidan ir a casar insectos, que bien locos si están con esto del temblor, su familia los necesita-
Muy pocas veces veía el espíritu de cooperación de las hormigas, solo en estos momentos de inmenso dolor.
– Andy ayúdame aquí con este balde que se nos está entrando el agua. La tía Ana encontró el cadáver de un niño en su lavadero, debió ser el huracán que atacó la cancha de béisbol, luego de la segunda replica-.
–Ayuden a ese pobre hombre su casa se inunda, pero tengan cuidado, hay gente deshonrrosa que se dedica a robar en momentos de vulnerabilidad. Dicen que las joyas que heredó de su madre valen una fortuna, ¿Cuánto darán por estas en la casa de empeño? Alguien debe hacerse cargo de estas, por cooperación, no sea que se las lleve el rio afuera de su cauce-.
Las jerarquías eran el problema, estábamos aún muy lejos de la sincronía de los insectos. A pesar de la tragedia que se vivía en Yellowstone, la intolerancia estaba a primera orden, y las estadísticas por riñas y malentendidos igualaban poco a poco las de la furia de la naturaleza.
Luego de ayudar arduamente a la comunidad, luego de que las ayudas humanitarias y los de la guardia civil hubiesen podido controlar la difícil situación, agruparon a los niños en un pequeño grupo que era atendido por unas adultas que nos preguntaban sobre qué pensábamos de lo que estaba pasando, cómo nos sentíamos, si habíamos perdido a algún ser querido, a nuestro perro tal vez. Estas mujeres se esmeraban en hacernos sentirnos mejor, pero era más atractivo, para Jefrey, Nick y para mí un aturdidor ruido que venía de la colina. Era un susurro taladrante, como un grillo en duelo, como una abeja alicorada, pero, aun así, este ruido escapaba de nuestro entendimiento y nuestro registro de percepción auditiva.
Además, había en las luces de las luciérnagas y en los cocuyos un embriagador ritmo, que escondía un llamado, un código morse que nos desconectó el libre albedrío. Quedamos de ir juntos cuando la señorita coordinadora de primeros servicios psicológicos infantiles se descuidará.
Escapamos con nuestras linternas y nuestros morrales, hipnotizados por los sonidos. Llegamos a un campo abierto, lleno de pequeños seres luminiscentes que nos comunicaban en coro sobre un mensaje para la humanidad. Realizaron estos un pequeño camino real y un insecto de tamaño inusitado salió de una especie de capullo, y en un extraño sistema de locomoción, levitando y serpenteando se acercó a nosotros y nos dijo que éramos los elegidos. Era algo: entre mariposa, cucarrón y alienígena. Los elegidos…
Jefrey no lo pensó dos veces, sacó el arma de su padre, un fusil de mira nocturna que había robado de su cochera, y disparó tres veces, hacía la humanidad –o alien-nigidad- del gran insecto. Luego hubo un humo pesado que nubló poco a poco nuestra conciencia. Cada vez se hacían más débiles los gritos megalómanos de Jefrey, asegurando que necesitaría un libro de gran formato para su nueva adquisición. Lentamente, se me hizo, más y más borrosa la mirada conspi-paranoica de Nick, mientras se prendía con fe, a un rosario hecho de semillas de café, obsequiado por su abuela materna…
En medio de la inconciencia y los recuerdos borrosos llenos de luces y metamorfosis, soñé…:
…Soñé con las cigarras. Estas irrumpían el silencio con espasmos de tranquilidad. También estaban las luciérnagas en el campo, maniáticas, dibujando las estrategias para la abducción final, con sus luces, sobre las aguas turbulentas del rio. En la carpa abundaban frenéticos los insectos en sus frascos, rezando desde allí, al cementerio de colores y formas, catalogadas minuciosamente en el álbum con olor a farmacéutica y cuarto de abuelas… Las hormigas rodeaban la carpa subiendo por sus paredes, moliéndola con sus afilados dientes, desafiando la gravedad, dejando la presa fresca a la intemperie de la naturaleza…
…Las mariposas negras, poco a poco, impregnaban de fobias, los pensamientos del hombre. Un mosco de patas largas, emitía un zumbido que poco a poco se convertía en el estruendoso ruido de las vajillas chocando, con furia, contra el piso. Observaba a los cucarrones desafiar las estaciones; sin humedad, venían poco a poco al llamado, al encuentro. También acudían las moscas al llamado, luego de precisar con estrepitoso vuelo el sitio de la conversión…
…Eran atraídos los insectos del fondo del rio, con su extraña biología y sus luces, y guiaban a las polillas y a otros insectos más pequeños, pero no por ello, menos mortíferos. El hombre compungido, escuchaba un resonar marcial que, poco a poco, dominaba las telas de su carpa… Prendí la luz… Gigantes formas de patas múltiples destruían la tela de mi carpa con colmillos babosos, y otros insectos, con sus mandíbulas, rompían el piso improvisado de plásticos dobles. Si quiera pude reaccionar, fui rápidamente colonizado por bichos voraces jugando a las escondidas, entrando por mi nariz y saliendo por mi boca. Mi cuerpo tieso, salía de la carpa y moviéndose con tono militar en dirección a una colmena alienígena…
No hubo dolor. Mi tesis doctoral en entomología no podrá ser terminada, nunca empezará. Ahora soy este ser, y hago parte del juicio a dos hombres: Nick Callagan, y Jefrey Joshua. Uno morirá, otro sobrevivirá, con la misión de estudiar las debilidades y fortalezas de la humanidad, para evitar su extinción. Mi metamorfosis ha terminado. Aun así, conservo los recuerdos del humano que fui. Pero por más que intento, solo logro asociar la bondad que solía tener, al hombre de los grandes lentes.
Sin dudarlo, desenrollo mi espiritrompa y succiono el alma del hombre que dice a gritos conocer todo sobre nosotros, prometiendo obsequiarnos un compendio de nuestros familiares de la tierra, en estado de momificación.

ANDREA ROSSI

Ella llegó a la cita tratando de ocultar la ilusión que aceleraba los latidos de su loco corazón. En este lugar se conocieron, se juraron aquello de «para siempre» y aquí él, siguiendo con los clichés, le dijo «no eres tú… soy yo».
Y… él le pidió otra cita, allí está, la espera, la sonrisa de ella detenía la risa por la alegría del reencuentro.
Él serio, sin preámbulo, sin beso, sin palabras tiernas, dijo: «Entre nosotros todo terminó, así que devuélveme el anillo que ya nada significa para ti ni para mi».
Al quitarse el anillo desapareció la arena, los pinos se fundieron en cenizas, cayó en esa nada… y este dolor en el pecho, una puñalada sin sangre.
Él la vio extinguirse, se apartó, asustado, tenía las manos rojas de sangre. Sin estar consciente caminó hacia ningún lugar, los hombros vencidos llevando a cuestas lo que nunca, nunca se cumpliría «si te he visto no me acuerdo»

GABRIELA MOTTA

El desconocido

Lo vi parado en la esquina de enfrente y me emocioné, hacía años que no lo veía, cuántos recuerdos de nuestra infancia pasaron por mi mente, éramos los mejores amigos hasta que sus padres se mudaron de ciudad y nunca más supe de él. Veinte años después lo tengo al otro lado y mi corazón quiere salir del pecho. Lo busqué por mucho tiempo sin éxitos.
Él aún no me ha visto y el semáforo es lento muy lento:
Rojo…
Amarillo…
Verde…
Y me lancé al encuentro de mi amigo:
—Felipe, le grite emocionada, me miró con cara de si te he visto no me acuerdo y dijo:
—Hola.
—Felipe, insistí, soy yo Carla de Bella Formosa ¿te acordás? Asintió con la cabeza y mientras caminaba me gritó:
—Estoy apurado, me alegro que te encuentres bien.
Verde
Amarillo
Un bocinazo me avisó que debía seguir, pero yo seguía parada en medio de la calle observándolo partir.
Rojo
Corrí para la vereda intentando no ser atropellada y pensando cómo pudo haberse olvidado de todos esos momentos lindos, me dejó con el alma rota y la indiferencia calando fuerte. Confirmando además, mis sospechas de que nunca había sido su intención volver a verme.

JOSE ARMANDO BARCELONA BONILLA

UNA PUERTA AL MULTIVERSO
Cinco excitantes años buscando las puertas del multiverso, en el Laboratorio Nacional de Oak Ridge de Tenesee, es tiempo más que suficiente para plantearse un período sabático alejado de la teoría de cuerdas, las perturbaciones gravitacionales, los agujeros de gusano y las alteraciones del continuo espacio-tiempo que los provocan.
Así que tras meditarlo durante un tiempo, llegué a la conclusión de que la vida útil de los neutrones y la atractiva teoría de la materia espejo, serían capaces de vivir sin mí por una larga temporada.
Leah Broussard, mi jefa todopoderosa, estuvo de acuerdo, me dio su bendición, un abrazo de despedida y un permiso remunerado de trescientos sesenta y cinco días; luego, la Regency Travel Inc de Memphis me tramitó el alquiler de una casita de dos plantas, sencilla, encalada, las puertas y ventanas pintadas de verde, terraza y un pequeño jardín, en «La Quemadilla», un viejo barrio con querencia marinera, perfumado por la brisa del océano Atlántico que baña las playas de Orzola, en la isla de Lanzarote, y en el apartamento de Memphis, junto con mis neuras, se quedaron la mayoría de mis pertenencias.
Hice una maleta con lo mínimo –ya compraría allí lo que pudiera necesitar–: algunos libros, mi portátil, los cascos de audio y una Nikon D3500 réflex digital, cuya entrega programé con Ámazon, para cuando estuviera instalado en la isla, serían todo mi patrimonio en los próximos meses.
Dieciséis horas y quince minutos, con escalas en Atlanta y Madrid, me costó llegar al aeropuerto César Manrique. Una breve negociación para alquilar un Volkswagen Golf y cuarenta minutos por la LZ-1, me dejaron definitivamente a las puertas de lo que iba a ser mi casa durante un año completo.
Estaba molido, pero ilusionado y, por qué no decirlo, comenzaba a sentirme feliz. Orzola no está ubicada en la zona más turística de Lanzarote y sus costumbres son las de cualquier población normal, sin los agobios y aglomeraciones que se sufren más al sur, en Costa Papagayo, Playa Flamingo o Las Coloradas; así que era el lugar perfecto para mi retiro voluntario.
El cromatismo majestuoso de los atardeceres canarios, alguna copa de malvasía y una desengrasante ficción titulada «La Conspiración de Stargate: La verdad sobre la vida extraterrestre y los misterios del antiguo Egipto», de Lynn Picknett y Clive Prince, era todo lo que necesitaba para desconectar. La vida me ofrecía su cara más amable y yo estaba decidido a devolverle el favor con la misma moneda.
Ya conocía la existencia de los supuestos portales magnéticos, legendarios y científicamente cuestionables accesos a mundos desconocidos. Incluso sabía del interés que la NASA tuvo por ellos durante un tiempo, hasta es posible que sigan destinando recursos a la exploración de ese improbable atajo; la curiosidad de los americanos, a pesar de sus muchos fracasos, también ha dado al mundo algún que otro premio Nobel.
El templo de Osiris en Abydos, Stonehenge en Amesbury, la puerta de los dioses en Hayu Marca, los vórtices de Sedona, la Puerta del Sol en Tiahuanaco, el lago Titicaca… el historial de mi buscador de Internet solo se nutría de registros inspirados en esos lugares mágicos. Era mi año sabático, quería desenchufarme de la realidad científica y estaba en mi derecho de aliviar el estrés, jugando un poco con la cosmogonía. Y eso está muy bien, como propuesta de ocio, hasta que a la cosmogonía le da por tocarte las pelotas.
En los últimos años, mi vida social se había visto reducida al flirteo diario con la descomposición de los neutrones, el momento dipolar eléctrico y el intento de comprender por qué el universo contiene materia, pero casi nada de antimateria. De manera que no tenía amigos y ningún ser mortal, a excepción de Leah, quería saber de mí, a qué me dedicaba o en qué parte del mundo planchaba la oreja. Así que me pareció un poco sorprendente cuando comenzaron a llegar aquellos correos.
El primero lo recibí a principios de abril. Hasta entonces únicamente habían llegado a mi buzón algunas notificaciones de pago, un par de saludos de Leah y los típicos y aborrecibles mensajes basura; pero este era distinto y llamó mi atención:
De Viracocha <kayros2222@heraclito.crds>
Asunto La respuesta
A kelvinrosse78@cern.gov
CC
29.21462736964856, -13.45053911465261
No hace falta ser experto en criptografía para entender que estaba ante las coordenadas de algún emplazamiento, un punto concreto en el espacio, hacia el que «kayros2222@heraclito.crds» quería dirigir mi atención. ¿Pero quién o qué era el remitente de ese mensaje? Limpié la bandeja de entrada, hice que se vaciara la papelera y, al abrigo de cualquier inquietud, volví a recuperar mi dolce far niente conejero.
Durante las dos semanas siguientes, y a pesar de haberlo etiquetado como spam, el recado se repitió diariamente de manera machacona, agresiva, y aunque terminaba invariablemente en la papelera, la evidencia de su significado, como una flecha señalando un punto en el mapa, que intuía cercano, terminó por activar mi curiosidad. Google Maps hizo el resto.
Poco más de un kilómetro desde el porche de mi casa. Dos minutos por la LZ-203 le costó al Golf llegar a aquella especie de paridera semi derruida, que se ubicaba en el punto exacto marcado por las enigmáticas coordenadas. Ningún signo de actividad humana, ni una puñetera valla publicitaria, nada que justificara la insistencia reiterativa del mensaje. Aparqué el coche en un camino rural, que corría junto al parapeto de piedra volcánica, que rodeaba aquellas ruinas, y decidí investigar un poco.
El sitio estaba abandonado, eso era evidente. Una vieja puerta de madera se mantenía encajada al marco de piedra, en un vano intento por seguir pareciendo útil, ya que parte de la pared trasera de la casa se había venido abajo y, por consiguiente, cualquiera podía entrar y salir de allí a su antojo.
Con la máxima cautela, eché un vistazo dentro. La parte más cercana al derrumbe, al recibir la luz del exterior, se mostraba con claridad, aunque salvo escombros y suciedad, nada interesante aportaba a mi búsqueda. Sin embargo, al fondo de la construcción, lo que tenía pinta de haber sido una cuadra para el ganado, permanecía casi en total oscuridad, salvo por algunos rayos de sol, que se colaban por las grietas de la techumbre y permitían adivinar el contorno de unas formas raras, alguna incluso con aspecto humanoide, pero difícilmente identificables desde la distancia y no estaba dispuesto a aventurarme más allá, porque la precariedad del conjunto, no animaban en absoluto a continuar la exploración.
La curiosidad mató al gato, me dije, y ya estaba iniciando el regreso al coche, cuando una voz grave, con un marcado acento francés, que procedía del interior de la casa, me detuvo en seco.
–Monsieur Kelvin Rosse, supongo –más que una pregunta era una afirmación.
Volví sobre mis pasos e incluso avancé, prudentemente, unos pocos metros dentro de la casa, tratando de identificar al dueño de aquella voz tan particular. ¿Quién podía saber mi nombre en aquella isla? ¿A qué obedecía la intrigante liturgia de los correos electrónicos? ¿Qué respuestas me iba a ofrecer kayros2222 y, sobre todo, a qué preguntas?
–Oui monsieur, vous avez les questions et nous avons les réponses. Je suis Kayros.
El personaje que se hizo visible, dando unos pasos hacia la zona iluminada, resultó ser un gigantón de unos dos metros, espaldas anchas, pecho poderoso y los brazos hercúleos de un atleta de alta competición. Vestía una especie de jubón de color rojo, ceñido a la cintura mediante una correa ancha de cuero marrón. Unas calzas negras, sobre medias blancas y zapatos negros de suela baja, completaban un curioso vestuario, que parecía de carnaval.
–Mais quelle inconvenance! –reanudó aquel extravagante sujeto, su monólogo– he sido muy desconsiderado, monsieur Rosses, y le pido disculpas. Sé que tiene usted conocimientos muy avanzados de mi idioma, pero quizás le resulte más cómodo que continuemos nuestra conversación en el suyo.
–No voy a ocultarle mi perplejidad por lo que está ocurriendo –contesté– y sí, me sentiré más arropado, como usted sugiere, porque mi francés no es precisamente bueno.
–Bien, empecemos, pues –respondió Kayros–, no dilatemos más la espera.
–En unos meses, en su laboratorio de Oak Ridge, se va a disparar a través de un túnel de 15 metros un haz de neutrones que tendrán que atravesar un potente imán para llegar hasta una pared impenetrable. Al otro lado de la misma se instalará un detector de neutrones que, en condiciones normales, no debería detectar nada. Pero, si, por el contrario, detecta neutrones, esto querrá decir que habrán atravesado la pared oscilando en un mundo espejo, lo cual sería la primera prueba en la historia de la existencia de una dimensión paralela. ¿Me equivoco?
Por toda respuesta no pude más que mover la cabeza de derecha a izquierda, porque lo había clavado.
–De acuerdo, monsieur Rosses, le anticipo a usted el resultado: habrá neutrones al otro lado y ustedes podrán demostrar la existencia de mundos espejo y dimensiones paralelas –concluyó con una sonrisa triunfante–. Sin embargo, ¿cuántos años y experimentos más serán necesarios para que sus estudios alcancen un nivel tecnológico, con posibilidad de ser utilizado por el ser humano?
–Cientos, quizás –aventuré a responder.
–Efectivamente, monsieur Rosses, así es, cientos. Pero yo le propongo un trato enriquecedor para ambos.
–Nuestra organización, nuestra cultura, si usted quiere llamarlo así –continuó–, posee esa tecnología. Yo mismo, como usted habrá supuesto por mi vestimenta, provengo de una de esas dimensiones para ustedes desconocidas. Puedo viajar en el tiempo y en el espacio, Tenemos las claves para resolver el acertijo y, lo que es más interesante, estamos en disposición de compartirlo con ustedes; mejor dicho, con usted, monsieur Rosses.
Antes de que yo pudiera argumentar nada al discurso que acababa de soltarme ese charlatán de feria –a estas alturas estaba convencido de que eso es lo que era aquel gigantón disfrazado de cortesano versallesco–, el fulano sacó de uno de sus bolsillos una especie de amuleto, un camafeo engarzado en un aro dorado, sujeto a una gruesa cadena del mismo metal, y extendiendo su mano me lo ofreció.
–Es usted científico, monsieur, no puedo esperar que me crea así, sin más, por pura fe. Por eso le propongo un juego.
Había llegado hasta allí, el tipo no parecía peligroso, tenía todo el tiempo del mundo para perder y, por qué no decirlo, la situación comenzaba a resultarme divertida; de manera que acepté la posibilidad con una sonrisa.
–Esta joya que le ofrezco tiene una hermana, que hoy luce sobre mi pecho.
Cuando dijo esto observé que, en efecto, otro medallón idéntico colgaba de su cuello.
–Son algo más que un bonito adorno –prosiguió, mientras él mismo colgaba del mío aquella especie de talismán–, pertenecen a una generación de dispositivos de tecnología avanzada, que ustedes tardarán siglos en conseguir, y permiten abrir puertas a otras dimensiones, otros mundos. Son la llave del multiverso y pueden transportarlo, monsieur Rosses, al tiempo y al espacio que usted decida.
Kayros apretó su colgante con la mano derecha y todo comenzó a girar a nuestro alrededor a una velocidad cada vez más alta, vertiginosa. Se desdibujó el paisaje y nos vimos envueltos en un torbellino huracanado, que barrió las ruinas, los árboles, el Golf, pero manteniéndonos totalmente a salvo a los dos en su vórtice, sin sufrir el menor rasguño, ni tan siquiera un soplo de viento nos rozaba la cara.
Pronto cesó aquel fenómeno. El mundo dejó de girar, el entorno se estabilizó y, estupefacto, me encontré en mi despacho de la planta cuarta del Laboratorio Nacional de Oak Ridge de Tenesee, contemplando a través de la cristalera el ir y venir de mis compañeros del Departamento de Física de Partículas, que a su vez me miraban extrañados, porque mi presencia allí, en ese momento, no estaba ni remotamente prevista.
–Y bien, monsieur Rosses, ¿qué puntuación le daría usted al experimento?
La voz profunda de Kayros me sacó de la catatonia en que me encontraba. La situación me tenía superado. Lo que acababa de suceder no tenía explicación científica alguna. Las preguntas se agolpaban en mi cabeza, pero era incapaz, todavía, de articular palabra.
–Creo que será mejor que volvamos a la isla, monsieur Rosses –observó el francés–, pronto se va a llenar este despacho de científicos peligrosamente curiosos y eso no es lo que más nos conviene a ambos, en estos momentos.
Y diciendo esto, a la vez que apretaba de nuevo el amuleto, volvió a producirse la misma reacción de minutos antes, el mismo vértigo enloquecido e idéntico resultado. Como si no nos hubiéramos movido del sitio, allí estaban las ruinas, el muro de piedra volcánica, el camino rural y mi Golf de alquiler.
–Monsieur Rosses, ha disfrutado usted de una experiencia real, única, fruto de una sabiduría heredada de civilizaciones hace tiempo olvidadas, pero que la ignorancia y las supersticiones de nuestra reciente historia, hicieron que se perdiera hace miles de años.
–Hoy puede usted –me tentó Kayros–, recuperar estos conocimientos; yo se los ofrezco, a cambio de un servicio, que para mí es vital, pero que a usted no debería costarle excesivo esfuerzo.
Mi cerebro funcionaba más allá del límite de sus posibilidades; la razón me aconsejaba tener prudencia, no tenía elementos de juicio suficientes como para ponerme en manos de aquel extraño sujeto y menos aún de sus inexplicables prácticas, era definitivamente peligroso. Sin embargo, lo que acabábamos de vivir, salvo que hubiera sido producto de alguna extraña alucinación, era tan portentoso, que desvelar el secreto de una ciencia tan avanzada, justificaba sobradamente cualquier riesgo que pudiera correrse.
–¿Cuál es su propuesta, señor Kayros? –me sorprendí al escuchar mi propia voz. La decisión estaba tomada y no había marcha atrás.
–Très bien mon ami. Je vous assure que vous ne le regretterez pas.
–Va usted a viajar en el tiempo, concretamente al 21 de enero de 1793; a mi país, Francia, en plena revolución; una época sorprendente, de la que va a ser testigo en primera persona –los ojos de aquel hombre expresaban auténtica exaltación, lucían con un brillo especial.
–Allí le estarán esperando, no debe usted preocuparse –continuó–, y le harán una revelación, cuyo conocimiento es absolutamente transcendental para mí. Cuando tenga esa información, solo deberá apretar el amuleto en su mano derecha, yo estaré haciendo lo mismo con el mío, están conectados, y este lo guiará de nuevo hasta aquí.
–¿Cuándo tendré acceso a esa ciencia y sus avances tecnológicos? –quise asegurarme antes de cerrar el compromiso.
–Durante el viaje, tanto de ida como de vuelta, será uste instruido por infusión. No monsieur Rosses –aclaró Kayros ante mi gesto de incredulidad–, no hay en el proceso intervención divina de ningún tipo, se lo puedo asegurar. Cuando usted vuelva a este lugar, esa sabiduría le habrá sido revelada y tendrá usted el reconocimiento de toda la comunidad científica. ¿Alguna pregunta más? –concluyó.
Eran tantas que no tenía forma de establecer un criterio para formularlas, así que negué con la cabeza.
–Mon cher ami –me estrechó entre sus fornidos brazos a la vez que me estampaba un par de besos en ambas mejillas–, siempre estaré en deuda con usted. Å bientôt et bon voyage.
Como ya conocía el protocolo, el torbellino que siguió a aquella despedida no me pilló por sorpresa, solamente hubo algo distinto con respecto a la primera vez, y es que durante el breve viaje de ida –no tengo idea de cómo ocurrió–, mis ropas modernas, fueron cambiadas por otras, similares a las que lucía Kayros.
Aparecí en una especie de celda no demasiado bien iluminada, donde me esperaba un caballero de pelo cano, que se presentó como Jean-Baptiste Cléry, pero que no parecía estar al corriente de la misión que me había llevado hasta aquella mazmorra.
Pasó el tiempo, sin que nadie más diera señales de vida y, la verdad, comencé a impacientarme; incluso sentí un conato de alarma. Pero entonces se abrió la puerta e hizo su entrada un militar, que luego supe se llamaba Antoine Joseph Santerre y ostentaba el cargo de comandante de la guardia.
–Je suis un ami de M. Kayros –le dije en su idioma–, il attend de vous que vous me confiiez une révélation vitale –puso cara de asombro–, la durée de vie des neutrons; théorie des cordes, mondes miroirs.
–¡Por los clavos de Cristo –exploté en mi idioma nativo–, es que nadie sabe de qué va esto!
Con un encogimiento de hombros abandonó la estancia. Escuché como daba algunas órdenes y hubo un gran movimiento de gente y ruido de sables. Me encogí sobre el camastro, apreté desesperadamente el amuleto, sin resultado alguno y, por primera vez en mi vida, le recé a un Dios, al que nunca había dado credibilidad. Sigo esperando.
–¡Dejarnette, Germond, Menard! –el comandante de la guardia de la prisión del Temple comenzó a impartir órdenes a sus hombres–, que se prepare el carruaje, es la hora y el Capeto ha enloquecido; pregunta por no sé que revelación extraña, habla de unos duendes que llama neutrones, de cuerdas, grandes espejos, entelequias absurdas y todo lo mezcla con una diabólica jerigonza, parecida a la lengua que hablan los ingleses. La cercanía de la guillotina, que produce efectos insospechados hasta en las testas coronadas.
–¡Allez, les tambours régimentaires sonnent déjà! ¡La fin du roi est venue!
Un nuevo personaje apareció de las sombras, entre las ruinas. Vestía las ropas de Kelvin Rosses y era muy parecido físicamente.
–La operación ha concluido con éxito, sire –le participó Kayros al recién llegado, con una respetuosa inclinación de cabeza–, descansará vuestra alteza unos días en esta isla y, cuando dispongáis, empezaremos a buscar alternativas a la actual situación.
–¿Qué se sabe de María Antonieta? –se interesó el monarca.
–Sigue en el Temple, sire, pero estamos trabajando en solucionar el problema, de la misma forma que con su majestad. Puedo anticiparle, que ya hemos iniciado maniobras de acercamiento con una mujer especializada en física teórica, la doctora Verenice Stockmann, de la universidad de Munich, que ha hecho grandes avances relacionados con la supersimetría y la antimateria. Nuestros contactos en Alemania aseguran estar en el buen camino.
–Très bien, je suis sûr que vous réussirez, mon cher ami. Très sûr.
Comenzaba a caer la tarde. El ocaso del sol teñía de sangre la línea del horizonte. un Kayros circunspecto, a los mandos de un Volkswagen Gol de alquiler, enfiló la LZ-203 en dirección a Orzola; a su lado, de copiloto, un curioso rey sin corona acariciaba las sugerentes texturas, que este nuevo mundo, recién estrenado, le ofrecía.

EMILIANO HEREDIA

DÉJAME EN PAZ
-Buenos días cariño-un tierno beso de buenos días en los labios, a cambio de un café recién echo, no está mal el precio-
-¿has dormido bien?
-Sí, al principio me costó coger el sueño, pero me puse en la tele uno de esos documentales tan aburridos, y me pude dormir.
-Tienes que relajarte un poco más, cariño, llevas una temporada con mucho estrés.
-Ya, y que quieres que le haga, el nuevo cargo que me han concedido en la empresa, crea mucha responsabilidad, mucha presión….vaya, será mejor que te cojas el paraguas, está nublado y esas nubes no me gustan nada-dice mirando por la ventana de la cocina-
-Gracias amor…oye, ¿te pasa algo?, estás pálido, como si hubieras visto un fantasma
-No, no, me había parecido ver a alguien conocido por la ventana, en la calle, mirándome fijamente, y bueno, nada, cosas mías, me habré confundido, será cosa del cansancio-
Un hombre, mira con honda tristeza hacia la ventana.
Bueno cariño, me voy, he quedado a primera hora con el pesado del director, en un restaurante que hay enfrente de la empresa, uno de esos de asados de carretera, me tiene que comentar unas cosas y me va a invitar a desayunar, por eso solo me he tomado el café, para no ir con el estómago vacío, adiós cariño, que te vaya bien el dia-le da un beso y un tierno abrazo-
-Y a ti también-le corresponde el beso y se dirige hacia la puerta que da al garaje, se monta en el coche, le da al mando de la puerta del garaje, ésta se levanta, sale del chalet, y da un brusco frenazo. Ha estado a punto de atropellar al vecino de al lado, porque alguien, le ha distraído cuando iba a incorporarse a la carretera
-¡eh!, ¡eh!, ¡ten más cuidado!, ¡a ver si abrimos los ojos por la mañana!-le recrimina el vecino, haciendo aspavientos con los brazos-
-Disculpa Mariano-responde bajando la ventanilla-lo siento mucho, ¿estás bien?
-¡Si!, pero sal con más cuidado del garaje, jolín, que has estado a punto de atropellarme-le reprocha enfadado-
-Disculpa, es que he visto al hombre ese de ahí enfrente, que me estaba mirando, y me he despistado…
-¿Qué hombre?.
-Ese, el de la acera de enfrente, le he visto mirar hacia la ventana de mi cocina, mientras me tomaba el café.
-Pero no hay nadie, joder, no me tomes el pelo, anda, tira pal trabajo, anda, tira…-le dice, señalando hacia la carreta-.
-Vale, Mariano, adiós, los siento.
Un hombre mira con honda tristeza como se aleja el coche.
-Buenos días señor director-dice, entrando en el restaurante asador-
-Jaime, llámame Jaime, sin formalidades, no en vano, a partir de ahora, trabajaremos codo con codo, ¿no?, y quien sabe, si en un futuro….bueno, vamos al grano, toma asiento, por favor. Camarero, por favor.
-Gracias, yo un café con leche, y una tosta de jamón con aceite y tomate.
-Pues verás, supongo que yá estarás enterado de la futura ampliación de la empresa, y necesitamos incorporar savia nueva a la plantilla, y deshacernos de…..digamos, de ciertos empleados innecesarios, y como tu vienes de ese sector….pues he creído, dada tu excelente trayectoria…..de que me hagas una lista con los empleados que tu consideres, esto….que tengan menos compromiso con el proyecto de futuro de la empresa….
-Ya…-mira cabizbajo, al suelo-usted, bueno, tu, quieres que haga una lista para poner de patitas en la calle a gente que ha trabajado conmigo todos estos años, compañeros, compañeras, amigos y amigas..
-Comprende, que es necesario y, para que negarlo, te he elegido a ti, no solo por los méritos profesionales, si no, porque se dé ciencia cierta, que tienes un grupo de confianza, y otros elementos con los que tú, y tu círculo de confianza, tenéis….cierto conflicto.
-Bueno, no te he dicho todavía si acepto o no….
-Claro, claro, lo entiendo-le interrumpe-la relación personal también cuenta, pero has de saber, que no son los sentimientos los que hacen subir las ganancias de las empresas.
.Ya….-responde, con la cabeza apoyada en las manos entrecruzadas, con los codos apoyados en la mesa, mirando hacia la calle, por la ventana del restaurante-¡ah!-da un alarido de pavor, levantándose bruscamente de la silla, que la tira-
-Por favor, no creo que sea para tanto….-dice asombrado el director-
-No, no…., disculpe-responde, pasándose la mano por la nuca-me he sobresaltado porque he creído reconocer a ese hombre que mira hacia aquí desde la acera de enfrente-
-Modera esos nervios…
-Si, si, disculpe-recoge la silla-tienes razón, llevo unos días con bastante tensión, con todo este asunto, pero sí, todo nuevo proyecto, necesita una renovación hoy mismo te hago la lista…
-Eso me alegra, tómate el día, y mañana nos vemos, y comentamos la lista, ¿de acuerdo?
-Gracias Jaime, me iré ahora a mi casa, me daré un buen baño, y para mañana te preparo todo el expediente, ¿de cuántos estamos hablando?
-Unos cuarenta, entre prejubilaciones, y despidos.
-Perfecto, hasta mañana, Jaime, sabes que no te voy a fallaar.
-Lo sé.
Un hombre mira con honda tristeza a la ventana del restaurante.
-Hola cariño, ya estoy de vuelta-le da un beso-
-¿Qué haces aquí tan temprano?
-Me ha pedido Jaime, el director, que me vaya a casa, así preparo con tranquilidad un expediente de despidos que va a haber en la empresa , y bueno, si quiero permanecer en el puesto, pues tengo que llevarle una lista de cuarenta personas, ya sabes, intentaré prejubilar a la mayor cantidad de gente posible
-¡Por favor!, ¡que son tus compañeros!-dice con asombro-
-¡Ex!, ¡excompañeros!, que ya me gustaría ver a alguno de ellos, qué harían en mi situación, mas de uno, y más de una, me echarían a la calle, sin miramientos.-responde malhumorado.
-Tampoco es para que te pongas así conmigo, que yo no tengo la culpa-responde con indignación-
-Perdona cariño, es que llevo una mañana horrible desde que me he levantado, me parece ver a mi hermano, vigilándome allá por donde vaya…
-¿Qué tienes un hermano?-pregunta con estupor-
-Bueno…es una larga historia…ya sabes….las peleas de familia….
-Me has engañado, nunca me imaginaría que me ibas a engañar con una cosa así.
-Bueno, tampoco tiene importancia….son cosas que pasaron y….!mira!, ahí está, ¡no puede ser!-sale furibundo de la puerta de la casa hacia la acera de enfrente-
Un hombre mira con honda tristeza hacia la casa.
-¡qué quieres!-le grita al hombre con la cara casi pegada a su propia cara-.
-¿Por qué cuando me ves haces como que no me conoces?
-¡Dios!, ¡¿es que ni muerto me vas a dejar en paz?!

ESTEBAN BERNABÉ

Nota: hace una semana finalicé junto con otros lectores la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, me gustó mucho la novela y las temáticas expuestas ahí. El presente relato nace del impacto que tuvo el libro en mi persona.
Los caramelos yacían en la esquina derecha de la mesa. A lado, se encontraba sentada la madre quien escuchaba las respuestas de sus hijos a las preguntas impresas en el cuestionario de aptitud gubernamental. Si acertaban recibían un caramelo y si fracasaban debían dirigirse a la esquina del deshonor. Patricia estuvo dos ocasiones, Luis tres, pero Ángelo había roto el récord de pasar más tiempo en aquel rincón, mientras despiadadas voces revoloteaban su mente, acosándolo con frases como: eres un tonto, idiota la respuesta es …, nunca creí tener un hijo tan ingenuo, muchachito así no llegaras a ningún lado…
Volteo a ver y los dulces estaban ahí. Quedaban todavía 5 dulces. Un pensamiento, diferente al de los demás, vitalizo su coraje para la hazaña que pronto iniciaría. Por un despiste de la madre, dio el salto de fe, los tomó y los aferró al pecho. Escapó directo a la pradera, dejando atrás la tortuosa pesadilla de los test y los gritos desenfrenados de su madre que iba tras él. El muchacho corría lo mejor que podía, algunos caramelos cayeron, pero pudo llegar a su lugar secreto, un viejo roble lo suficientemente ancho para que un enano pudiera ocultarse.
La madre lo buscaba, pero no pudo, regresó refunfuñando y con el ceño fruncido. El niño escaló por el interior hasta llegar a una cavidad adecuada para el tamaño del pequeño, ahí sus mejores tesoros lo esperaban. Libros que tiempo atrás pudieron ser rescatados de las zarzas y reescritos con ferviente pasión por eruditos, y entre ellos su abuelo, Guy Montag. Leerlos le daban ánimos para descubrir las mentiras que, se hallaban expuestas en los ideales de la nueva república, y también era capaz de enfrentarse a las voces de la derrota, porque no es idiota el que no sabe, sino aquel que se traga consiente las mentiras más sutiles y atractivas emitidas por la propaganda y el entretenimiento. Si te he visto pero no me acuerdo, entonces no hemos aprendido la lección. De aquí en adelante Ángelo empezó a notar las señales ante la pronta llegada de una pesadilla vivida por su abuelo. El fénix que muere y renace así por siempre en un ciclo de repetir los mismos errores. Aquel que ignora los errores de sus antepasados está condenado a repetirlos

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11 comentarios en «Si te he visto no me acuerdo»

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