Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «duelo». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 7 de abril!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Caminas sobre el filo de la noche
pero en tus ojos puedo ver la luz
una pequeña chispa de un recuerdo
que se lleva el viento en su baúl.
Te sientes hundir frente al espejo,
viendo sangre de alguien como tú.
Las campanas doblan por los muertos
y el amanecer huele a decrepitud.
Los voceros venden sin escrúpulos
mentiras repetidas una y mil veces,
lamiendo los bolsillos de sus amos,
y condenando como si ellos fueran jueces.
Te sientes morir frente a tu miedo.
Te cerca la muerte alrededor.
Las sirenas plañen por los muertos.
¿Quién fue el que azuzó al devorador?
Las estrellas mienten a la noche
y las barras taladran el corazón
La luna luce negra en su duelo
y de rojo muerte, se tiñe el sol.
Ester, estaba de duelo. De ahí su tristeza. La casa se la caía encima. por ello al despertar al día saltó de la cama.
Vistiose con la ropa de deporte que había en la silla. Cogió unos frutos secos para su sustento y salió del domicilio hacia el bosque.
La vegetación en el monte llegaba a tapar la mitad de los árboles. Hacia una década que sus pies no pisaban aquella tierra.
Diez años de matrimonio penso la que está sola para sus adentro. El mismo tiempo volvió a decirse que dejé de hacer deporte. A Ramiro lo de ir a correr no le interesaba. Ahora bien, ir junto a sus amigos de caza…, y que caza qué hacen según me cuenta.
Aprovechan bien el fin de semana. Así pues, de vuelta a casa viene molido.
Tengo que decir que Ramiro no falta al trabajo ningún lunes, ni el lunes, ni el resto de los días de la semana ya que según sus principios, el trabajo para el es sagrado. El trabajo y la caza…
A mitad de semana Ramiro busca un ratito para hablar conmigo. Le hace tanta ilusión contarme lo sucedido en la última caza.
Yo le escucho embobada, habla tan bien. Ester me dice, que cuernos tenía el ciervo. Cuando salió de detrás de la encina y le vi mi pulso empezó a temblar, no hera capaz de sostener la escopeta en las manos más apunte con tan buen tiro que el animal cayó al suelo. De pronto el cazador dice, vamos a la cama. Aguarda un momento mujer, me compraste los cartuchos, el viernes tarde salgo pitando a la sierra Miguel y Andres me aguardan allí.
Allí, esas fueron las últimas palabras que le oí pronunciar.
Al despertar a la media noche me hallé con el cuerpo de Ramiro sin vida. En mi confusión, momentánea, pregunté en voz alta a la nada .
Cuantos días de duelo tengo que llevar. La ropa de deporte guardada una década en el armario me contestó. Vive ya pagaste tú duelo.
Resolución de conflicto XXI y nos vamos a Marte
—¡Que se muera! ¡Que se muera! ¡Que se muera!
—¿Quién de los dos?
—¿Acaso importa?
—A ellos sí.
—¡Que se mueran! ¡Que se mueran! ¡Que se mueran!
—¿Tú eres idiota o miras la tele?
—¡Que te jodan! ¿Quién te crees que eres para hablarme así?
—Ehm…tu última neurona, la pizca de humanidad restante, la chispa de esperanza de un futuro, lo que queda de conciencia… El Aleph, la salvación, la alternativa, el libre albedrío, la solución del gato de Schrodinger, tu alma mismamente…
—¡Que te mueras! ¡Que te mueras! ¡Que te mueras!
CUANTAS VECES SE ROMPE UNA MADRE.
¿Cuántas veces, se rompe una Madre?
El amor alcanza su límite máximo, su mayor esplendor, en las madres, con relación a sus hijos. El sufrimiento es igual de inmenso. Todo destino quiere que conozcamos a nuestros hijos, entre dolores, miedos y felicidad. Ahí en el parto, se rompen todas las madres, por dentro y por fuera, por primera vez, pero no será la única. Siempre nos persigue un miedo que puede llegar al infinito. Los padres tenemos una condición de sufrimiento, de temor importante.
En una esperanza de fiesta, sobre media tarde, se podía oler el ambiente cargado de alegría, los nervios aparecían a flor de piel. Los chavales terminaron los exámenes y tuvieron unos días para divertirse, relajarse, olvidar un poco el estrés diario.
José, blanco y Martínez pensaban salir, vivir como se vive la vida, cuando no hay nada más importante que la felicidad entre sus retos, y la juventud por delante, varios momentos intensos, buenos amigos de quedada, con la confianza de sus experiencias en el mundo global y un lazo sano de amistad, nacida de las relaciones de toda una vida, como forma social de pasar un buen rato, los chavales pusieron rumbo a su destino. Sin imaginar, ni un solo instante, que la vida tenía para ellos otros derroteros, reservados, las situaciones que vivirían serían bastante diferente a lo que ellos pensaban.
¡Que inocente e intensos son los sueños, como de frágil la felicidad, es la vida misma de la juventud!, cuando ya se ven con ojos de viejos, cuando ya han fallado varias veces esos lazos de amistad. ¡Qué fuerte se presenta el destino de las personas, inevitablemente nos arrastra, y nos lleva, nos traslada de un punto a otro. Nos deja dónde quiere que estemos. Pensabas comerte el mundo con aquellos que les diste tu tiempo, tus amigos y algunos minutos después ya no están, ni volverán más, siempre se quedan grabadas algunas situaciones en nuestras mentes muy buenos ratos pasados. Al final el mundo te devora a ti y ellos desaparecen en el tiempo, los amigos, como una nube en un atardecer que no vuelve jamás..
¿Cuántas veces le gritaremos al tiempo, tráeme, la gente que te llevaste, las necesito? Desde nuestro interior.
José, empezaba por ducharse, prepararse, despacio, afeitándose, como las ocasiones especiales que necesitan su tiempo, para que todo quede perfecto. Para él, era importante su cuerpo, su presencia, tenía que ir maqueao, clavao, con su corte de pelo intacto, rapado por los lados,y suelto el flequillo, su corte en la ceja y un diminuto pendiente, qué pasara casi imperceptible. Le gustaba conducir, seducir, trabajar, y vivir la noche a tope. Está estudiando en la escuela de Ingeniería, y piensa ser un gran ingeniero en el futuro, le gusta desmontar motores y volverlos a montar.
F. Blanco, era diferente, un poco más abandonado, más inteligente, media melena, pelo medio largo, medio corto, con puntas por todos los lados, alborotao con un frondoso rizo y sin peinar, que no tenía ni forma ni maneras de dominar el pelo. Su madre le dijo que no fuera de fiesta. Chaval responsable, muy meticuloso en cuanto a las formas y disciplinas, con cinco minutos, le sobraba tiempo para arreglarse. Su pasión era la comida y estaba un poco gordito, disfrutaba del paladar, estudiaba uno de los últimos grados de cocina. Decidió marchar con los demás.
Martínez, era el clásico atontado que no se entera de nada, de nada. Le importaba poco los problemas, simplemente quería vivir a tope, Iba a su rollo, sin buscar demasiadas soluciones, él los resolvía sobre la marcha, sin muchas complicaciones, preámbulo, pero casi siempre acertaba. Su futuro estaba en el aire, a veces trabajaba con los albañiles, otras en el campo. A tiempos de cosecha. Otras, conseguía buenos sueldos en tareas. Era un chaval sano y joven muy trabajador y callado, impredecible, tan pronto cantaba, como no hablaba, nunca de más, quién no fumaba ni bebía alcohol. Normalmente el conductor.
La frialdad de la vida continúa en un juego extraño agarrándose las pesadillas como las noches, que llevan escondidas tantos miedos y desengaños, a veces presagios, preludios, de futuros sucesos adversos, se pueden casi predecir.
Los padres, fuente de sufrimiento, ¿cuántas noches pasan sin dormir?, a consecuencia de las fiebres, los miedos, cuando son chicos los hijos. La mayor alegría, la mejor fuerza, la más sana ilusión, es ver crecer a tu hijo y verlos felices. Eso, eso a veces, ¡no tiene precio!
«Dicen que la justicia se cobra sola su sueldo, más la capacidad de saberse ajustado a una sentencia injusta es muy dura sobre todo, cuando te arrancan la vida desde una llamada de teléfono»
Los tres proyectos de vida, en
pocos minutos se cambiarían completamente. La vida juega diferentes pasadas, tomándose caminos muy distantes, a los que no nos gustaría tener que enfrentarnos. Pero se presentan a cualquiera, problemas de frente, de forma rápida y destructiva. Difícil de asimilar algunas circunstancias de la noche a la mañana, cuando estás acostumbrado toda una vida a una compañía. El destino con sus tentáculos te la quita. Para aprender a vivir con una falta, pasar el duelo.
En la familia de José sonó el teléfono:
La guardia civil les acaba de informar que su hijo ha tenido un accidente, con el coche y ha resultado…,¡muerto!. El padre se acaba de caer en el sillón al recibir la noticia, no puede hablar, su señora le pregunta como loca¡Qué pasa!, por qué no habla. ¡Qué ocurre! – El no puede hablar, se ha derrumbado, todas sus fuerzas han desaparecido, le viene a su memoria cuando su hijo nació. Las lágrimas se las bebe, en un rincón, su cuerpo está completamente ido, medio en parada cardíaca. Su madre coge el teléfono y se entera de las desagradables noticias también. Se ha quedado muda sentada en una silla, llorando también desconsolada. Preguntándose ¿Por qué?
La fuerza de una persona te abandona por momentos, hasta recuperarse, todos necesitamos una adaptación, necesitamos pasar el duelo, y volver a la realidad, pero cuando la falta es tan grande algunas personas se vuelven locas, literalmente. No tienen la capacidad de asimilar, y luego surge la ausencia, la interconexión, la dependencia, la soledad, la indiferencia. Como única alternativa. El día a día, bombardeando tus pensamientos la forma de evitarlo, el sentimiento de culpabilidad, desde tus adentros, que llega a ser insoportable.
Ya. Cuando lo ves enfrente de ti, tras los cristales. No hay palabras que puedan definirte. Tu hijo está muerto, «dura, es la vida, duro es el duelo». No te queda nada de ilusión, ni ganas de vivir. Nada más que lágrimas, suspiros y recuerdos. Sólo la inseguridad de no haberlo evitado. Todas las culpas caen sobre ti y sobre la persona que conducía, el culpable del sepelio. Sangre de tu sangre. Vida de tu vida, amor verdadero. De no haberlo retenido, de sujetarlo, como si al retenerlo, pudieses engañar al destino. Parar la suerte de cada uno con nuestras manos, con nuestros dedos.
Ese teléfono, tantas veces contándonos buenas noticias, ese mismo que otras nos hizo reír. Hoy nos hace llorar, con sus sonidos, sonando a deshoras un timbre, despertando los miedos, que nos salta el corazón. Y la capacidad de aguantar se ve desbordada ante ciertas noticias. Ese mismo auricular sonó de una manera insistente, en casa de los blanco. Donde lo cogió la madre, una señora acostumbrada a duros golpes de la vida, ¿Cuántas vidas hay en una vida?¿Por qué algunos corazones les arrancan más gente que a otros? ¿Cuántas veces se puede romper una madre? -Sabiendo para sí, que se trataba de una mala noticia, ella lo intuía, lo veía venir, y respiró, antes de descolgar, ella le dijo: «-Que no fuera-«, con el poder innato que poseen las madres sufridas, un segundo antes de descolgar, ¡volvió a respirar! respiró y se esperó, el corazón se le salía literalmente de la boca. Dígame:
-Hola, buenas noches, somos de la Guardia civil.
-Si. Díganme ustedes, ¿qué es lo que ha pasado?
-Tenemos que comunicarle que su hijo F. Blanco, ha tenido un accidente con el coche. Y está muy grave en el hospital de la Cruz roja de la ciudad.
-¿Cómo de grave, señor? Preguntó la madre con pies de plomo, al agente.
¡Bastante grave, señora!
-Ahora mismo voy. Gracias señor agente.
La madre de F.Blanco era viuda, hacía escasos seis meses murió su esposo, después de un largo cáncer de colon. Hay personas que forman una coraza con cada una de las pérdidas, volviéndose duras por fuera y por dentro. Se beben solas sus lágrimas, se pasan solas sus duelos.
La esperanza es un Don que no lo tiene todo el mundo. La templanza se envasa en cuerpos duros y resistentes, con gran disciplina. Hay gente que toma decisiones sin pestañear sabiendo que son la solución. Normalmente son gente que no demuestra sentimientos al exterior. Cuando estás pendiente de saber si tu hijo mejorará o no, únicamente esperas que mejore, constantemente, estás apartando los miedos, poco a poco, no puedes afrontar otra realidad, a la probabilidad de ir a peor, no la puedes escuchar, aunque siempre es tu mayor temor, no tienes, ni quieres imaginar, ¿preguntas a todos? por si encuentras alguna pequeña posibilidad para salir adelante, es lo único importante para ti, que todo pase y cuánto antes, mejor. Luego te informaras de los pormenores, lo increíblemente es verlo, para poder hacerte a la idea. Surge la fe y la esperanza como único pañuelo donde limpiar tus lágrimas. ¿Cuántos duelos, pasa cualquiera?
En casa de los Martínez también sonó el teléfono:
Francisco Martínez, no tenía madre, murió algunos años atrás y su padre Paco algunas veces no dormía en casa, no podía a veces, soportar la soledad, se pasaba las semanas de ruta con su camión. Está quincena fue de internacionales. Sonó el teléfono y sonó, pero nadie lo cogió.
Tuvieron que llamar la guardia civil al padre al móvil. Comentándole que su hijo había tenido un accidente con su coche y no le había pasado nada a él. Pero que estaban haciéndoles algunas pruebas. Él con lágrimas en los ojos, les dijo: «-Que no podía volver, hasta pasados dos días»- Estaba demasiado lejos.
Cuando F. Martínez llegó a casa, el chaval se derrumbó. Hacía tiempo ya, que no se sentía en casa como hogar, desde que faltó su madre, la ausencia fue tremenda la casa solo olía a soledad. Se preguntaba:
-¿Cómo iba él, a vivir sin su mejor amigo?
-¿Cómo miraría a los padres, después del accidente? Y las lágrimas volvían a recordarle lo sucedido. Y ¿ Blanco? Saldría adelante, No lo podía soportar, ni tan siquiera pensarlo, también él estaba pasando su propio duelo, el miedo, lo consumía amedrentado en el rincón, extenuado por la situación. Y cansado, muy cansado, el chiquillo se quedó en el sillón de su casa rendido, dormido completamente, exhausto. Sintiéndose culpable de todo.
Los rumores iban de corro en corro, como la pólvora. La gente del pueblo extendían la noticia como si de una niebla espesa se tratase, Todos opinaban del conductor como único culpable del accidente. Con la facilidad de mover la lengua, esa lengua viperina, que algunas personas tienen tan dañina, inventando e imaginando historias que no son reales. Después con decir ¡me parecía!, ya quedan libres de pecado. Y se olvidan rápidamente de lo dicho, del daño que producen en su falta de empatía.
Difundir por parte de esas lenguas sucias, los problemas de la gente. Y echarle la culpa al muchacho. Sin pensar nada más.
La policía salió ante tanto revuelo, explicó las causas :
Todo debido a un conductor que venía en sentido contrario, completamente borracho. Quién sólo destrozó su coche y a él no le pasó nada, era un hombre mayor.
¡Qué diferencia más tremenda hay de un momento a otro en la vida de cualquiera!. La fragilidad sobre la que andan nuestras vidas y nos dedicamos a tirarnos los trastos, sobre todo, de política, incluso insultando a los demás, como si ganáramos algo con ello, ¡Qué fácil es insultar a cualquiera! ¿Qué difícil es ponerse en su pellejo? Unos a otros, como si nos fuera la vida en ello. Los padres, nos matamos por darle lo mejor, sin pararnos a pensar nada. Organizamos a futuro lejano, perdiendo los instantes que más merecen ser vividos. La proximidad de los nuestros, sólo nos damos cuenta cuando ya es tarde. Les buscamos futuros distantes y luego nos quejamos de no poder ver a los nietos. Algunas veces, cada trocito de vida es un duelo, una lucha interna, que tenemos que lidiar con nosotros mismos. Y nuestros recuerdos.
La vida es mucho más corta de lo que creemos, ¿A cuántos duelos tenemos que asistir, hasta llegar al nuestro?
EL SUEÑO
Me fui al otro barrio hace un par de días; la palmé. Sentí un fuerte dolor en el pecho, y casi no llego a la cama. Mi mujer estaba por ahí de recados, así que preferí tumbarme para ver mejor la supuesta luz. En pocos segundos sucumbí, y aguanté lo que pude el dolor. Entrelacé los dedos y cerré los ojos. Pensé en el túnel de mi vida, pero ésta no llegó a mí. ¿O quizás era por la claustrofobia que siempre sentí? Cuando ella apareció —con flores amarillas—, se llevó un buen susto, desde luego.
Todavía estaba caliente. Mi mujer, la viuda, me balanceó como nunca antes, acabando la escena con un buen bofetón—en vida no me había dado tan fuerte. ¡Me entraron ganas de quejarme, joder! Pero mi puto cerebro no respondió. Después me tomó el pulso, y me chilló como una loca. Como no pude siquiera mover un dedo, se tumbó a mi lado y hundió la cabeza en mi pecho, sollozando. ¡Eso sí que me encantó! —cuando lo hacíamos, solía quedarse dormida así.
Te voy a decir una cosa que a ella no dije. Días atrás, lo había soñado. Soñé que me daba un infarto de los buenos. Recién jubilado, abandonaría esta civilización. Al principio me acojoné claro, pero después pensé que ya había vivido con las suficientes alegrías. Tres retoños, un divorcio, una segunda oportunidad. Había estrenado varios coches y visitado muchos hoteles y ciudades. Un par de empresas cojonudas que vendí y una mala que me exprimió. Además, ¡nunca se me bajó el tema joder! ¿Lo entiendes? Lo que iba a decir es que preparé los papeles.
Aquel día bajé al notario y le dije que estaba en las últimas. El tío miró mi piel impoluta, mis vivos gestos y mi férrea voluntad. No se lo creyó, evidentemente. Pero cuando me informó sobre la cuantía por los servicios, abrí la cartera y le extendí los billetes por adelantado. ¡El listo se lo creyó entonces! Al cabo de un par de horas, redactó todas mis peticiones, bienes y deudas. Firmé y firmé una y mil veces. Adiós, le dije riéndome, y el tipo quiso llamarme gilipollas.
Cuando mi mujer abra el cajón de mi mesita, lo encontrará. Verá un sobre con todo arreglado, y supongo que se preguntará cómo cojones lo supe. También le he escrito una carta. ¡Era lo menos que podía hacer! (Ya sabes, un texto recordando sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor como pareja). Al principio escribí como unas diez páginas, y luego reduje casi lo mismo a dos.
Al concluir la carta, no le deseé un buen duelo. ¡Qué estupidez! Terminé con un: «Hasta la siguiente nena».
UN DUELO INESPERADO
Felisa entró en la sala número tres del tanatorio como una bocanada de aire fresco, engalanada con los colores de primavera que había encontrado en el fondo de armario. Instintivamente todos volvimos la mirada hacia ella. Se dirigió a María, la viuda, la que fuese su mejor amiga de juventud y con la que no mantenía contacto desde que ésta contrajo matrimonio con el inerte.
-Te acompaño en el sentimiento María…, y, tras una breve pausa, espetó en voz alta: mi más sincera enhorabuena por este inesperado y esperado acontecimiento.
Los asistentes al sepelio nos quedamos estupefactos, sin poder articular palabra, expectantes ante la reacción de la viuda, por si podíamos descubrir qué era lo que acababa de suceder.
María esbozó una sonrisa cómplice y simplemente dijo: gracias.
Poco tiempo después, supe que el susodicho dormía, desde la noche de nupcias, con un machete de caza mayor bajo la almohada, dispuesto a asesinar a María caso de intuir que la muerte se lo llevaba antes él, como bien la advirtió en numerosas ocasiones.
–No puedo imaginar siquiera lo más mínimo, la represión y el miedo que debió pasar esa mujer, María, durante los casi treinta años de su dramático matrimonio-.
Relato basado en hechos reales.
No me digas que tu duelo es más doloroso que el mÍo.
No lo acepto. Ni lo entiendo ni lo acepto.
¿Que fue un buen hombre? No te lo discuto.
¿Que todo el mundo le quiso? Si tú lo dices…
¿Que ha dejado un vacío irremplazable? Hum…
¿A qué vacío te refieres? ¿Al físico, al espacio que su cuerpo ocupaba?
Como el cuadro de una abuela que lleva más de cincuenta años colgado sobre la chimenea y lo descuelgas y miras la chimenea y le falta algo, como si la pared estuviera desnuda… ¿A ese vacío te refieres? No, claro que no.
No, no eres un personaje literario; no es vacío lo que sientes. Quizás lo que te ocurre es que ahora (pre)sientes tu propia muerte, la ves más próxima porque se ha llevado a alguien cercano a ti. Lo que sientes es dolor.
Pero eso no significa que tu duelo sea más doloroso que el mÍo.
¿Que le vas a echar más de menos que yo? No te lo discuto.
¿Que tu vida ya no va ser la misma de antes? Si tú lo dices…
¿Que yo merezco morir? Hum…
¿A qué te refieres con morir? ¿A dejar dejar de respirar, que tu corazón cese de latir? ¿O simplemente no vivir?
Hay vivos a los que la muerte ignora, que pese a desearla, no logran alcanzarla porque creen, porque saben que eso no es castigo suficiente para pagar su culpa. Y la pagan, la culpa, viviendo.
Así es que no me vengas con que tu duelo es más doloroso que el mío.
¿Que debería haber cogido un taxi tras la fiesta? No te lo discuto.
¿Que soy un asesino sin remordimientos? Si tú lo dices…
¿Que cuando salga de aquí dentro veinte años yo seguiré vivo y él no?
Hum…
Mirando la lluvia desde el sillón me arañó el recuerdo de su sonrisa exultante, aquella tarde de verano que diluviaba y bajó a la piscina con su hermano para celebrar los dos una auténtica fiesta del agua. Volví a evocarlo con sus amigos, en el descampado que había al lado de casa, explorando las colinas y hondonadas cubiertas de matorrales para encontrar donde hacer una cabaña, y una sombra cada vez más densa fue nublando mis entrañas. En el cumpleaños de Dani, donde los dejó a todos boquiabiertos con el truco de magia que llevaba practicando una semana. Aquel fue el día en que Sonia le dio un beso en la mejilla, y corrió más tarde para decirle a su madre que se había enamorado, con nueve años. Estos rincones de mi memoria me hicieron sentir un desconsuelo infinito trepando por mi pecho, infundiéndome unas ganas de llorar que a duras penas podía contener. Me pregunto qué diría ahora aquel niño despierto y aventurero que empezaba a comerse el mundo si me viera en este día de lluvia gris, al lado de una pareja con la apenas hablo, mirando la aburrida película de los sábados por la tarde.
Extasiado por el perfume del azahar en Sevilla, no encontré hora ni momento de leer vuestros trabajos. Escribiré con duelo y sin esperanza de conseguir vuestra indulgencia.
Ocurrió en días de La Gloriosa. Teófilo Miranda Seisdedos, rico en haciendas, acababa de morir y sus ocho hijos pasaron el velatorio atentos a la tapa de un arcón, pues sabían que el padre había dejado ocultas allí las últimas voluntades. ¡Tate, tate! Bueno les estaría que por no guardar vigilia alguien con suma habilidad abriera el arcón y modificara la letra y disposición del testamento. De esta guisa aguantaron los dos días reglamentarios porque al siguiente—¡bien poco les duró el duelo!— abrieron el arcón en presencia del juez de paz, el cual extrajo de entre unas cubiertas sujetas por cintas las cláusulas redactadas por el finado de su puño y letra. De ellas dio lectura para que todos conocieran los términos y condiciones de la herencia.
—Todos conocen ya el reparto. ¿Satisfechos? —Preguntó a los presentes.
—Yo no —respondió Servando, el segundo de los hijos.
El padre había emparejado en el mismo lote a Servando con Amadeo para que se ocuparan de unas tierras de labranza con la condición de no establecer en ellas divisiones, porque las lindes daban pérdidas, decía. Servando que se sentía discriminado con lo caído en suerte, pidió entonces al juez cambiar de par sin vulnerar la voluntad del padre. Mudanza que ningún hermano se dignó atender por tener fama de camorrista y pendenciero.
Al cabo de los años, todavía descontento por la negativa, consultó con el juez el tiempo que había de transcurrir para que prescribieran las obligaciones de un testamento, porque estaba harto de discutir con el hermano por la suerte de la herencia.
—Depende. Si hay acuerdo entre las partes, pasados cinco años.
—Pues han pasado seis.
Una semana después se reunió con Amadeo.
—Coge la cinta métrica que vamos a marcar las lindes de separación. Quiero saber cuales son mis tierras y así acabaremos con las disputas.
Amadeo le acompañó de mala gana.
—La partición ha de hacerse por aquí —dijo Amadeo, colocando unas estacas.
—No, hermano, mi línea es la buena.
Y tras una mañana echando la línea centímetro arriba o abajo nunca llegaron al acuerdo. Y se cumplió bien que a contracorriente la voluntad del padre.
Rabiaba Servando pensando que su hermano obtenía mayores beneficios y era un fastidio, no lo soportaba, odiaba su superioridad y su riqueza. Una tarde en la taberna se lo contó a Gaudencio, pariente lejano, el cual le miró despectivamente llamándole Caín —todavía no había nacido Saramago para reivindicarle— y le aconsejó que antes de cometer una locura le retara.
Tomado literalmente el consejo, un día en que estaban ambos hermanos trabajando las tierras comunes, le llamó cernícalo y mequetrefe, y le propinó un buen guantazo. Se revolvió Amadeo, llegaron a las manos y dándose puñadas y agarrados como lo deportistas del sumo, los encontró un buhonero que montado sobre una mula pasaba en aquel momento por la cañada real.
—¿Qué les sucede, por qué pelean?
Amadeo le contó someramente. Entonces el buhonero les preguntó si no sería mejor para el caso un juez imparcial, como existía en los duelos. Que él se ofrecía y a los dos azotaría por igual y quedarían satisfechos.
Se volvieron a sujetar por las manos, les bajó el buhonero los calzones y con el látigo de azuzar la mula les atizó unos buenos correazos. Protestó Servando porque descargaba contra él con más furia el látigo y el improvisado juez paró la penitencia.
—Doy por igual pero si se siente discriminado es porque tiene usted más gordo el culo.
Se desconoce si hubo finalmente acuerdo, pero sí que, como resultado del duelo, quedó estampada en el escudo de los Miranda Seisdedos la imagen de una cinta de medir y un látigo sobre una superficie ovalada que las malas lenguas confunden con un culo.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Mario era un adolescente de trece años. Era el día de las notas y había quedado con sus compañeros de clase para hacer botellón, muy famosos en los años noventa debido a la poca promoción de otro tipo de ocio por parte de los gobiernos autónomos. Actualmente están prohibidos afortunadamente, pero los jóvenes ávidos de emborracharse y ser díscolos con la ley se las siguen ingeniando para seguir haciéndolo pese a que tienen que esconderse un poco más.
Era ya hora de comer y Mario mostraba ya unos signos de embriaguez considerables. Pero ese estado duraría poco al regresar a casa y enterarse de la noticia de que su abuela había fallecido. Tuvieron que hacer un viaje de cinco horas para ir al velatorio de su abuela, en un pueblo de la misma comunidad autónoma pero alejado de su localidad natal donde residía junto a su hermano y sus padres.
Mario no volvió a emborracharse hasta cumplir la mayoría de edad, se culpó siempre de estar en ese estado el día de la muerte de su abuela. Ese día maduro de golpe y comprobó que la muerte llega de verdad, que es algo tangible, real.
El duelo para Mario fue muy duro y durante varios días no pudo parar de llorar. Le afectó tanto la pérdida de su abuela que empezó a bajar su rendimiento académico. Sus padres le llevaron a un psicólogo, necesito varias sesiones para asumir sus emociones y conseguir canalizarlas. Lejos quedó su antigua altivez por cualquier tema, su juventud le hizo creer que siempre sería joven, que la vida era eterna y él jamás moriría. El deceso de su abuela cambió su vida y su actitud para siempre. La vida con el duelo de su difunta abuela le dió una lección que jamás olvidaría.
SISI ZIRCONITA
Mi honor está en juego,
he de batirme en duelo.
Espero salir ileso,
de este asunto pendiente.
Si en el intento yo muriese
y mi vida yo perdiera,
quiero que sepas mi amada,
que mi alma está tranquila.
Abandonaré este mundo,
Sabiendo que hice ….
¡Lo correcto!
¡Insensato de mi !
No he valorado el precio.
He preferido morir,
Que vivir junto a tu lado,
amarrado a tu desprecio
Perdóname mi amor,
Espero que comprendas,
Que no hay marcha atrás,
Cuando está en juego el honor .
Vale más mi orgullo,
Que vivir con el oprobio…
JOSÉ TAXI
Duelo.
Te recuerdo Amanda
La calle mojada
Corriendo a la fábrica
Donde trabajaba Manuel
Pero ni tú eras Amanda, ni yo Manuel, y nunca estuvimos enamorados.
Eras una mujer atractiva y muy inteligente Tan guapa que soportabas un moño o una coleta de forma más que aceptable.
Eras aparejadora, como “La Roca”, tampoco soy yo Juan del Val, que conste.
Ahora tendrás unos cuarenta y cinco años, yo te conocí cuando tendrías unos veintiocho.
Tu duelo, luto lo llamabas tú, duró 10 años. Tardaste muchísimo en superar la ruptura de aquel hominicaco, que hirió tu corazón.
Sigo esperando volver a verte algún día: “Volver con la frente marchita… Sentir Que es un soplo la vida. Que veinte años no es nada…”
RAQUEL LÓPEZ
En qué momento decidiste partir..
sin entender el instante
de pasar del calor al frío invierno,
sin ya saber más de ti.
Este silencio inquietante
que de soledad me inunda
¡no escucharte unos instantes
se me hace una agonía!
Emerge una luz de tristeza
cuando las àureas se apagan,
el lento expirar se pierde
y el mundo a mi,se me acaba..
Te marchaste de puntillas,en silencio,
llevando tu paz a la tumba,
mis ojos llenos de lágrimas
mientras la muerte se burla.
Yerto haces,bajo el terror del triunfo
de una muerte sin retorno,
¡alzaste el vuelo
con alas de ángel blanco!
mientras yo,me amparo en mi duelo…
BEGO RIVERA
Te siento arrastrarte en la oscuridad.
Oigo tus llantos, tus lamentos por mí. Piensas en cuando nos conocimos: no puedes respirar.
No puedes dormir, ni comer, ni pensar en otra cosa que no sea en mí.
Quieres venir conmigo…y te estás dejando ir…
No te importa nada ni nadie más que yo…y yo ya no estoy. Recuerdas todos los años que estuvimos juntos, toda una vida: que nunca supiste vivir sin mí.
Tú rostro refleja aflicción y lasitud, lo tienes claro: sin mí no hay existencia. Lo tienes decidido; has comenzado el camino… piensas que siempre conmigo.
¿Porqué te has ido antes que yo?
Ese no era el plan.
Doy vueltas y vueltas por nuestra casa y tú ya no estás. En la oscuridad sueño con verte. No puedo dormir, no quiero dormir, quiero verte.
Entre las sombras de estas paredes empujo mi cuerpo esperando una señal.
Te siento, te presiento, sé que estás conmigo.
No tengo fuerzas para seguir en este mundo sin tí, ni las necesito; quiero ir contigo, estar juntos… como siempre, para siempre.
Siempre fuiste más que yo: mi vida, mi pasión, mi compañera…mi amor.
Espérame…que voy.
En memoria de mis abuelos.
A los pocos meses de morir mi abuela murió mi abuelo de pena.
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
ESE MOMENTO QUE A MENUDO ME ATRAPA
Hoy he caído de nuevo. Aunque realmente no sé si alguna vez me he llegado a levantar. Este intenso recuerdo tuyo, que jamás se ha ido ni se irá, ha conseguido volver a estremecerme el alma. Otra vez. Y sé que habrá muchas otras veces. Me he resignado a vivir con ello.
Aquel último instante quedó congelado para siempre en las arrugas de mi memoria. Cada vez que revive, un cúmulo desbocado de sensaciones afloran en cada parte de mí, en cada centímetro de mi ser. Vuelvo a sentir el angustioso nudo en el estómago que nunca se llegó a deshacer y que cada vez noto más apretado. Una tonelada de preguntas sin respuesta van y vienen constantemente dentro de mi cabeza. Y esa humedad a la que ya estoy acostumbrado, brota en mis ojos y pugna por desbordarse como una cascada sin freno. Me dejo llevar. No lo puedo evitar. Por más intenso que sea el dolor, creo que es inútil tratar de evitarlo.
Desde entonces, el tiempo ha seguido su curso. Es su naturaleza. Cada día que muere dibuja un número más en la inexorable cuenta atrás que dio comienzo aquella madrugada. Sin embargo, por más imposible que nos resulte apearnos de este vertiginoso viaje hacia el futuro, todo se ha detenido ya para mí. Mi existencia se ha parado en seco.
Todavía me parece un sueño. Te fuiste, y me dejaste absolutamente frío y derrumbado, observándote, incrédulo, como desaparecías a cámara lenta, poco a poco, minuto a minuto. Sin atreverme a asumir que aquella era la última vez que te volvería a ver. Sabía que así era, y así debía ser. Pero siempre me negué a aceptarlo. Como si negarlo pudiese cambiar algo.
Soy incapaz de contar el número de momentos únicos y especiales que vivimos juntos, la cantidad de conversaciones infinitas en las que una dulce y cálida complicidad se instalaba entre nosotros. A cada frase tuya, conocías exactamente cuál iba a ser mi respuesta. No teníamos que pensar. A menudo, una sonrisa o un leve gesto eran suficientes. Estábamos conectados por una telepatía inexplicable que nos enlazaba como una sola y única persona. Ahora solo queda la soledad y ese inmenso y negro vacío que jamás nada ni nadie podrá volver a llenar.
Llueve. Mis lágrimas resbalan, se mezclan con las gotas que caen del cielo blanquecino y ambas acaban arrastradas, igual que el destino te arrastró de mis brazos.
Hoy he venido para hablarte, como todos los días, frente a esta lápida fría y mojada, lo único físico que me queda de ti, lo único a lo que aferrarme. Pero todo lo demás es imborrable. La esencia que dejaste ha quedado para siempre, impregnando mi memoria, llenando mis vacíos. Fuiste la única, la mejor, la más increíble. Fuiste tú.
IRENE ADLER
LA ÚLTIMA PRINCESA DE ELAM
Le dio la noticia uno de sus chambelanes. La reina madre no se inmutó, no dijo nada, pero la luz mortecina de sus ojos pareció batirse en retirada hasta el fondo de sus pupilas, ocultándose para morir detrás el antimonio que le ensombrecía los párpados. Ésa última concesión a la vanidad, heraldo silencioso de una belleza caduca, se convirtió en el catafalco de su pena. Las arrugas de su rostro se descompusieron en una miríada de teselas temblorosas, como un bajorrelieve de lapislázuli rompiéndose bajo el embate feroz de una lanza, y de su boca tan sólo escapó un gemido inaudible, conmovido, como el estertor último de un moribundo, o el aullido lastimero de un animal herido.
Los eunucos extendieron los brazos, por si hubiera que detener su cuerpo en el desmayo, pero sin llegar a tocarla. La reina Sisigambis alzó una mano y detuvo a sus criados en la intención y los temores. Y con toda la firmeza que le faltaba a su cuerpo refugiada en la voz, ordenó que le trajeran las ropas de duelo y el ajedrez.
Dos días antes había despedido a sus nietas en aquella misma estancia. El rey estaba enfermo y los macedonios reclamaban junto a él, la presencia de su esposa. Era época calurosa y de miasmas en Babilonia, nada de extraño había en que el joven Alejandro sucumbiese a las fiebres de los pantanos. Pero mientras calmaba los temores de su nieta embarazada, más crecían en su interior el desasosiego y la preocupación. Un rey postrado y enfermo, era un rey débil. Si Alejandro moría, ella, Estatira y su hijo no nato, y la pequeña Dripeti, estarían condenadas también. La ambición desmedida de los griegos, sus propias disputas, su resentimiento hacia todo lo persa, las alcanzarían sin remedio como si fueran indefensos peones de rey. Sin Alejandro para protegerlas, estarían inermes y solas en un mundo que se desmoronaba muy deprisa.
Aún así, envió a sus dos nietas a Babilonia con la recomendación de que cuidasen la una de la otra, y apelando a las obligaciones de Estatira como reina, esposa, y madre del futuro rey de toda Asia. Una tenue esperanza de que el mal de Alejandro fuera leve y pasajero, anidaba en su corazón y en sus más íntimos deseos. No quería perder al hijo que la vida insospechada, los dioses caprichosos o el azar, habían puesto en su camino para sustituir al otro, el legítimo, al que no amaba y cuyo nombre jamás volvió a pronunciar desde que las abandonó a su suerte en la llanura de Gaugamela.
Alejandro vino a restituir la traición y la tristeza. Acompañó su ociosa senectud en el gineceo de Susa. Le regaló un afecto genuino y una camaradería insólita dada la diferencia de edad, de rango, de creencias o lealtades. Ellos dos, sentados en aquella misma habitación, jugando al ajedrez, compartiendo cuitas y desvelos, bromas, vivencias y vino rebajado con agua, eran la prueba definitiva de que Persia y Macedonia no estaban tan lejos la una de la otra. Que no había vencedores ni vencidos, sino iguales. Y que una hermandad profunda era posible entre ambos pueblos, cómo la había sido entre ellos dos: sin recelos ni reproches.
Alejandro se convirtió en el hijo que habría deseado tener. Sisigambis fue para Alejandro, la madre afectuosa que no tuvo. Ahora, su mundo, en lugar de renacer, desaparecía para siempre bajo las inefables arenas del Tiempo. Y los sueños, la esperanza, el amor…todo moría con él. Alejandro la había devuelto a la vida. Era justo que fuera Alejandro, quién al final, la desterrase de ella.
Sus nietas asesinadas en Babilonia, ciudad de codicias y conspiraciones.
Alejandro muerto víctima de la fiebre.
Nada quedaba, pues, en este mundo hostil ya para ella. Se hace vestir despacio, el largo velo negro cubriéndola de la cabeza a los pies. Los eunucos dejan a su lado, en el suelo, un ancho cuenco de bronce lleno de cenizas perfumadas con mirra y cinamomo, y el tablero de ajedrez muy gastado por el uso. Luego se retiran, silenciosos. Uno de ellos, que lleva al servicio de la reina desde niño, la mira con profunda y doliente tristeza, y Sisigambis le seca una lágrima que le resbala por la mejilla, en un gesto inaudito que pretende ser adiós y ser caricia. El eunuco arrecia en llanto mientras sale de la estancia, trancando la puerta tras de sí, por última y definitiva vez.
Sisigambis se sienta en el suelo y llora.
A puñados temblorosos, la ceniza olorosa se le derrama por los hombros y la cabeza. Su cuerpo enjuto se balancea al ritmo de una música lejana que viene de los días de su infancia en las tierras altas de Media. Sus ojos ya sólo ven el blanco encofrado de la pared que tiene delante. Pero su mente lo abarca todo: su aldea verde, la primera vez que vio las blancas murallas de Susa, el calor mesopotámico que aplastaba voluntades, el frescor que subía desde el rio… Aquel día, bienaventurado, en que Alejandro la llamó madre por primera vez.
Tres días después, tal y como la reina había dispuesto, destracaron la puerta del gineceo, y la encontraron sentada en el suelo, con la barbilla inclinada sobre el pecho, serena y dormida, envuelta en una delicada bruma de cenizas aromáticas, frente a una partida de ajedrez sin terminar.
Había muerto de inanición la última princesa de Elam.
GINO ALBARETI TARANTINO
Me ha llevado mucho tiempo entender lo acostumbrado que estaba a verte brillar. Me ha llevado mucho tiempo entender que aquellos momentos cotidianos eran los más especiales.
El día que te llevaron, porque no te fuiste te llevaron, fue el día más gris de mi vida. Pensaba que de la misma manera que todo aquello que nos daba luz era lo mejor, la oscuridad traería lo peor. Pero me equivoqué, hay algo mucho peor que la oscuridad más oscura y es un día gris.
Un día que todo llega a ser tan gris que dejan existir colores, deja de importar la luz o la oscuridad porque todo es gris. ¿Y cómo brillar si hasta la propia luz es más gris que el color gris?
Nunca llegué a percibir una situación similar. Nunca había visto la muerte personificada como ese día. Podía sentirla tan cerca que casi podría tocarla, podía hablar con ella. De hecho hablé varias veces con ella, pero nunca recibí respuesta, solo ausencia. Ausencia de sus palabras, de su presencia, de tu cariño y de ti.
Sigo yendo a nuestros columpios preferidos sabes. Es ahí donde escribo estas cartas antes de arrojarlas al mar y pensar que puedas recibirlas.
A menudo me pregunto si estás a mi lado en tu columpio preferido. A menudo, cuando el sol se pone, llego a sentirte como si estuvieras aquí. Esos segundos que duran los últimos rayos de sol son lo que alimenta mi alma día a día. Es como si viajaras a través de ellos, pudiera sentirte tanto cerca que te siento dentro de mi corazón. Nunca pensé que podías estar tan cerca de mi corazón como he llegado a sentir con algunos rayitos.
Llego a pasar días esperando por ese espacio de tiempo que dispongo los sábados y pensando en ellos. Antes solo recordaba aquellos momentos especiales que nos unían, ahora solo pienso en rayos de sol. ¿Estás ahí realmente amor? Ojalá pudieras darme alguna señal de que es así.
Los niños preguntan por ti también. Les digo que su mama los quería muchísimo y que siempre estará a su lado. Ya no pasa tanto como antes, pero a veces lloran tu perdida. Se preguntan el porqué de tu marcha, han llegado incluso a responsabilizarte, enfadarse contigo. Algún día han llegado a decirme incluso por qué no me fui yo en vez de tu y me recriminan el no haberme sacrificado por ti.
Yo… te mentiría si te dijera que no lo he pensado alguna vez cariño. Pero si hubiera tenido esa oportunidad, solo una mínima y mísera oportunidad de poderme cambiado por ti, seguro que lo hubiera hecho, no te imaginas las veces que lo he deseado y pensado amor.
Nuestros hijos lo superarán, estoy seguro, solo hay que darles tiempo y cariño. Seguiré estando para ellos, por los dos, por ellos, pero sobre todo porque ellos son una de mis fuerzas para seguir adelante. El resto de fuerzas las saco de los rayitos de sol, tus pequeñas caricias a mi alma.
Espero que algún día pueda unirme a ti. Espero que algún día podamos ser dos rayitos de sol acariciando a nuestros hijos. Espero que algún día volvamos a ser lo que éramos, un amor real.
ANGY DEL TORO
COMO DOS ORILLAS DE UN MISMO RÍO
Querido mío:
Comienzo por escribirte con la intención de contarte cuanto he vivido desde que te marchaste. Mis declaraciones en el hospital resultan «muy comprometedoras». Ahora debo asumirlo ante la justicia y quizás trasciendan los hechos.
Cual rompecabezas, imágenes y sonidos vagan por mi mente, no combinan sus piezas. Se transfiguran en mi memoria: «camilleros, urgencia, quirófano». Se nos rompió la noche y así esta pasión que nos abrasa por dentro.
¿Cómo pude dejarte luego de detenerse el viento y apagarse el ardor que sentíamos?
Jadeábamos juntos este amor prohibido y en ardiente ensoñación nuestros cuerpos rozaban cuando perdiste el control. Intuí tu dolor, el muy oportunista hubo de pasar entre agitadas y repetidas ondulaciones, motivo por el cual, no lo percibí.
Envidia tengo porque se atrevió a invadir el estrechísimo espacio que dejaban ver nuestras carnes. El último abrazo donde me entregabas tus fuerzas.
¿Sabes qué? Me perteneces y no puedo permanecer a tu lado. ¿Cómo es eso de que ya no estarás? Llévame contigo y elévame hasta tu infinito.
Solo tú y yo sabemos lo que mi boca ha mentido y lo que aún falta. Ya sé que te lo prometí y lo tengo que cumplir.
¿Qué cómo lo haré? No lo sé. Es por ello por lo que te escribo esta carta donde vuelco recuerdos y pasadas pasiones. Tus caricias recientes aún hacen que ardan mis pechos, los momentos felices fueron cortos, pero intensos. Quizás lo nuestro haya sido una aventura de infieles, tampoco lo sé.
Aquí me despido y esperaré, como siempre, oculta entre las sombras a que lleguen los tuyos. Esos que hoy visten de negro y dejan sobre tu lápida unas flores que, al igual que yo, tristes y mustias los verán alejarse. Nuevamente escucharás los fragmentos de aquel poema símbolo de nuestra desenfrenada y loca pasión.
«Solo tú y yo sabemos lo que ignora la gente
al cambiar un saludo ceremonioso y frío,
porque nadie sospecha que es falso tu desvío,
ni cuánto amor esconde mi gesto indiferente».
Regresaré con los míos y seguiré recordando:
«Solo tú y yo sabemos que existe una simiente germinando en la sombra de este surco vacío,
porque su flor profunda no se ve, ni se siente…»
Este peregrino y clandestino mensaje se convertirá en cenizas y las esparciré sobre tu tumba como símbolo de un amor imposible que trascendió las barreras, del tiempo y el espacio.
Tuya siempre,
YO
JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO
Me despierto con el cuerpo totalmente paralizado. Trato de hacer alguna señal para que me vean, pero no consigo mover ni un dedo. Mi mente grita lo más alto que puede, pero nadie parece oírme. De pronto, las luces de las velas se hacen cada vez más pequeñas y el féretro se hunde. Me doy cuenta de que soy yo el que se eleva y el que comienza a ver la escena desde lo alto. Hay un cadáver trajeado, metido en su caja, con unas luces mortuorias tras su cabeza y una corona de flores a su derecha. Tras el cristal, hay gente que mira hacia dentro, unos con cara compungida; otros, simplemente, con gesto de expiación al comprobar la identidad del muerto.
Es extraño, pero ya no siento ningún dolor ni el frío de la sala. Sin embargo, sí puedo ver y escuchar lo que ocurre a mi alrededor. El hombre de la caja está tieso, inerte, tirando a pajizo. Casi no me reconozco, pero, sí, debo ser yo. He debido morirme y ahora estoy fuera de mi cuerpo, contemplando lo que sucede desde el techo. Me resulta curioso este nuevo estado, no sufro aflicción ni ansiedad, estoy calmado, simplemente experimento lo que pasa.
Compruebo que puedo moverme a mi antojo. Ahora estoy entre grupos de parientes y amigos en la sala del tanatorio. Veo sus gestos, escucho lo que hablan. Algunas caras se ven apenadas y pronuncian palabras de afecto. Otros recuerdan tiempos pasados o se dicen los años que hace que no se ven. Algunos hablan ya del tiempo, de la pandemia o del fútbol. Mis parientes más cercanos dan besos y abrazos a la gente que va llegando… ¡Anda, si han venido todas mis viudas! ¡Cuánto tiempo hacía que no veía a Chelito! ¡Menudo escote trae la Carmela para asistir a un funeral! Seguro que es para pavonearse delante de mi penúltima esposa, nunca se tragaron.
En un papel que hay colgado sobre la puerta veo que la misa funeral es a las once de la mañana y que la inhumación será en el cementerio municipal. Lo de la misa no me parece mal, porque hace mucho que no piso una iglesia y eso le puede venir bien a un tipo tan poco creyente como yo. Lo del entierro me gusta menos, hubiese preferido la incineración. Yo siempre había soñado con que mis cenizas serían esparcidas en el mar, frente al Cabo de Gata. Se lo dije a todas mis gatitas, pero nunca me tomaron en serio.
Me saca de mis cavilaciones una mujer que me mira directamente a los ojos. He de reconocer que me sorprende. No la conozco de nada. Es la muerta de la sala de al lado. Se me acerca y me pregunta que qué es lo que nos pasará cuando todo este duelo acabe. Le respondo que no lo sé, que es la primera vez que me pasa. Ella me sonríe.
Continúo explicándole que una vez escuché que, después de la muerte corpórea, las almas emprenden un largo viaje. Le pido con un guiño que si podemos viajar juntos, y así nos conocemos. Ella asiente. No sé porqué, pero me vienen a la cabeza versos que empiezan a brotar de mis labios, y hablamos sin prisa del amor constante más allá de la muerte, mientras esperamos impacientes a que llegue pronto el último viaje y parta la nave que nunca ha de tornar.
LOLI BELBEL
Desnuda
sin lágrimas
con sueños de sangre
regreso a buscarte
en profundo silencio
delante de tu tumba.
…
¿Por qué ya me olvidaste?
Esta noche hace frío
y no quiero estar sola…
Miré una fotografía tuya
-que aún tibia-
descansa en mi escritorio.
Y una rosa tumbada
que da aún su perfume…
Y tú…,
faro de mis noches
gaviota blanca de mis días…,
¿por qué ya me olvidaste?
ALEXANDER QUINTERO PRIETO
M.V.P
Una sensación de cosquilleo ayuda a calmar el dolor de sus ampollas. Es producto de la adrenalina. Debí haber empacado mis guantes. -Se dice para sí mismo-. Aun así, lo vale. Aunque no pueda completar un triple-doble siente que va por el camino correcto. Un doble-doble es algo suficiente mientras que espera ese anhelado trasplante de columna vertebral. Hacer bloqueos sentado en una silla de ruedas tiene estatus de proeza, proeza que no conquista aún. Afortunadamente, los puntos de tres y las asistencias aún siguen siendo lo suyo.
Esa obstinación de su esposa, para que no se alejase de su gran pasión, ha logrado que supere -a ratos-, esa sensación de no querer aceptar la realidad, esa rabia contra la vida, y contra el base del deportivo Engativá y su juego antideportivo, ese que lo dejó postrado en cama por más de un año.
Supera a ratos esa tristeza que todavía lo hace aferrarse a sus grandes glorias, a sus recuerdos guardados en cajas, rellenas de trofeos: mejor novato, mvp de la liga, mvp del juego de las estrellas, ¡mejor dunk de la temporada! …; con lo lejos que ve ahora el aro desde su silla… En su cabeza pasan raudas las imágenes de juegos geniales, mientras mira el escaparate repleto con sus roídos triunfos. Y en ese anhelo por el pasado, en esa maldita negación continua, vuelve la tristeza; y su equipo de baloncesto que lo anhela una tarde más en la que son aniquilados, por el sucio juego del deportivo Suba, arrebatando el torneo a mejor equipo de liga.
Pero en esta espiral que desea con el alma terminar, así sepa de antemano que no cesará -al menos no pronto-, un ímpetu de gloría y competitividad lo dominan y vuelve a ser el jugador más importante en un juego no televisado de jugadores paralímpicos.
Porque lo que lo mantiene vivo en el círculo del alto rendimiento, es esa bendita operación tan anhelada, que nunca se ha practicado, ni en las grandes ciudades pioneras en medicina ortopédica y de la rehabilitación… Y eso que a veces siente por momentos. Que vuelve a sentirlo…, vuelve a sentirlo, como se reverbera en su sangre, que domina su todo, hasta sus piernas fantasmales. Es orgásmico, sin espacio-tiempo, solo instinto. Llega un pase perfecto; ni Messi en el futbol, ni Ginobilli, ni Campazzo, ni Magic, ni Stockton lo hubieran realizado. Una seguidilla de triples nítidos, dos bloqueos impresionantes haciendo chirrear las desvencijadas llantas, producto de la presión y de su flow, su fluir. El flow.
Esa sensación de desconexión que nos lleva a concentrarnos en algo con tanto placer, empeño, agrado y maestría, que ya no están esas molestas piernas que ya no hacen doble ritmos, ni los miedos, ni la ira, ni los anhelos, o la anhelada resignación. Solo el aro, la deportividad, la alegría por seguir realizando su pasión –adaptada-. A pesar de todo el dolor.
Realiza los ejercicios que ha mandado su médico. Se ejercita cada mañana. Ha aprendido a acallar su mente y sus pensamientos, aunque su mente nunca se calle. La deja hablar de lo catastrófico de la vida, de su presente, de su futuro. Concentra su atención en los ejercicios, con ahínco, ahora que está sintiendo ese cosquilleo luego de meses de lo sucedido en aquel juego. Ese cosquilleo prometedor según su médico, luego de realizar pruebas de potenciales evocados. Se prendé de la sensación y se ejercita. Ahora tiene mucha más fuerza en sus brazos. Intenta contrarrestar tal vez la delgadez de sus tácitas piernas.
Me encanta como das todo de sí, por el bien de tu equipo, siempre he admirado eso en ti amor- Le dice su esposa mientras le entrega su café de las mañanas-.
Se siente un egoísta, pues piensa en abandonarlos. No quiere estar más en aquel equipo de mierda, que por descarte el destino confabuló. Pero que lo mantiene vivo. Prefiere ser sincero que empezar a deteriorar la relación con el silencio de meses atrás.
Lo hago por mí, sabes que deseo pararme de nuevo. Volver a caminar al menos. -Le contesta, con su mirada ensimismada en las maquinas-.
-Entiendo que para ti sea difícil esta nueva experiencia con tu equipo, para mí seguramente también lo sería. Pero tienes mi apoyo incondicional-. Apura el paso y entra a la cocina. Es un envidioso y no está avanzando. -Piensa María, agotada de su espalda, cansada de las ocupaciones intrínsecas a cuidar de una persona con una discapacidad física. Manejando, llevándolo a los juegos, al médico, cambiándole. Dando todo de sí, encima de su hombre distante, mudo, para que llegue al orgasmo.
Ella también lucha con un duelo. Pero con más experiencia. Con la previa aceptación, años atrás, de su ileostomía.
NEUS SINTES
Dicen que me parezco a mi abuelo materno; y me alegra que así sea. Falleció luchando y luchó durante toda su vida.
Adoro la valentía de su ego, el de luchar por y para su patria y mantener a su familia de casi siete hijos, de los cuales por circunstancias de la vida, quedaron sólo tres.
Desde muy joven por su propia voluntad decidió irse a luchar con la división azul. A sus catorce años de edad emprendió un gran y peligroso camino en el cual sabía que de él podía o no regresar, pero aún así se fue. Lo pasó mal, pero pudo sobresalir, sobrevivir. Sobrevivir en un mundo lleno de balas, disparos y heridas que volaban sin cesar en un ir y venir.
Llegó a ganar varias medallas por sus triunfos; triunfos que quedaron como un recuerdo del que llegó a ser parte. Todos sabemos que tarde o más pronto nos llegará la hora de nuestra muerte, pero lo que no sabemos es de qué manera, de qué forma falleceremos en este camino que es la vida.
«Luchar hasta la muerte», solía decir siempre. Y en cierto modo de esta manera falleció, luchando. La peor batalla que una persona pueda luchar; la de querer vivir sin aire.
Llegados a sus ochenta y dos años de edad sus pulmones poco a poco se fueron quedando sin oxígeno y aunque los médicos hicieron cuanto estuvo en sus manos, luego cedieron. Mientras tanto cada noche mi abuelo sufría en silencio, en un silencio torturador. Solo, viudo, pero con el apoyo de sus hijos.
Pero las noches eran lo peor ¿Cómo poder ganar una lucha sin fuerzas y sin oxígeno? sin poder tener el suficiente aire para poder decir: ¿puedo ganar y sobrevivir? Aún así lo intentó. Puso toda su voluntad, todas sus fuerzas sin éxito.
Mi hija mayor recuerda a su bisabuelo como alguien valiente y aunque era un hombre fuerte también era cariñoso. Y ese cariño es el que le hacía ser así como era: natural.
Siempre he querido mucho a mi abuelo por ser una persona natural y luchadora.
Desde aquí, desde donde estés, abuelo; decirte que te recuerdo como lo que fuiste: un luchador y un héroe.
Todo duelo se lleva por dentro y cada persona lo lleva de forma distinta. El duelo no tiene una fecha de caducidad. El duelo se lleva por dentro, en silencio. Sin olvidar a quien nos dejó. Por ello, el duelo siempre está presente, porque, de alguna forma, no se puede olvidar a alguien que tanto significó y que de mi corazón no voy a querer olvidar jamás. Tu recuerdo siempre permanece intacto en lo más hondo de mi corazón.
KATA MAR
EL INCOGNITO
Señora dama, dime que deseas que haga esta noche, mira que hoy trato de disfrutar todo
y a todos. antes de que las luces se apaguen y tenga que acompañarte.
comprende que tengo muchas personas a mi cargo, no las puedo dejar así de la noche a la mañana, ya se, ya sé que me vas a decir … » te avise hace dos meses atrás» pero no es fácil
vengo luchando con esto desde hace 12 años, nadie sabe que tengo esto, desconocen que no duermo por las noches, todo me duele, no me refiero al cuerpo físico, me duele el alma, hice parte de varias organizaciones: yoga, coaching, múltiples religiones, y ninguna logró ayudarme, finalmente me encuentro aquí… mirando fijamente a la ventana del cuarto trasero triste, desolado y si saber qué hacer con las maletas invisibles casi hechas. En todo este tiempo la única que me acompaño fue soledad ella no dijo, nada solo en su amable compañía me hacía sentir que aún estaba respirando.
Sabes… me tienes asolado con eso de «debes acompañarme» permíteme respirar con resignación un aire más de vida. espera que deje el closet de mi cerebro vacío para que no haya ningún recuerdo que me haga retroceder. yo también estoy haciendo mi propio duelo… no un duelo por otros sino con los recuerdos, las vivencias de la vida como le dicen….
DOS HORAS DESPUÉS…
Listo señorita dama estoy preparado para hacer ese viaje contigo, pero dime ¿Cuántas horas durará? ¿sentiré frio? …. no hubo respuesta alguna. Finalmente, este individuo se lanzó de un 7 piso, falleció al instante.
Al poco tiempo se descubrió que Incognito sufría de depresión, y de delirios mentales, esto explica por que se escuchaba como si estuviera hablando solo.
Dedicado a todas las personas que deciden acabar con su vida.
MATEO VIERA
La Partida
El tibio sol calienta apenas la llanura a pesar que es mediodía, En la inmensidad de esa vasta y hermosa tierra retumban los cascos de cuatro caballos y sus respectivos jinetes, que galopan presurosos.
-¡Ahí Patrón! Contra el alambrado. Son las dos vacas que faltan y ya están carneadas.
Rodrigo Pereira -capatáz de la estancia y hombre de confianza de Jose Antonio- corrió agazapado con el rifle en mano apuntando a los arbustos y pajonales con el rifle.
El patrón y dos peones más – aunque mestizos, solamente hablan guaraní- se acercan y desmontan armados con escopetas y revolveres revisando los matorrales.
-¡Puta madre! ¡Otra vez!
Hace algunos meses un grupo de bandidos acechan la estancia de los Núñez, carneando el ganado clandestinamente. Aprovechando la escasez de personal.
-Tengan cuidado, estos ya nos agarraron de punto.
-Bueno Patrón.
-Mañana hagan otro recorrido. Si los encuentran metanle plomo no más. Yo me vuelvo con Pilarcita, no la puedo dejar mucho rato.
-Hasta mañana Patrón. Le voy a pedir a mi mujer que prenda una vela por ella. ¿No quiere que la vaya a ayudar? Seguro que puede.
Antonio se colgó el rifle al hombro y se montó el alazán.
-No lo tome a mal Rodrigo, pero en mi casa somos cristianos, no podemos meternos con esas cosas. Pero se lo agradezco.
Partió rápidamente rumbo a la estancia.
Al llegar lo esperaban las criadas – Dos matronas negras muy robustas, hijas de esclavas que se habían asentado en la acienda luego de ser liberadas – gritaron a viva voz.
-¡Don Antonio! ¡Don Antonio! la fiebre no baja. La señora Pilar no está mejorando.
La cara de Antonio se frunció. Se baja del caballo de un salto le da el rifle a la criada que se le acerca. Camina rápido dentro del caserón respirando fuerte como un buey. Al llegar a la puerta se detiene y trata de tranquilisarse. Respira hondo y abre lentamente la puerta del cuarto donde tienen a Pilar recluida – hace meses que no duermen juntos- lentamente se acerca tratando de no hacer ruido.
-Pilar, mi amor ¿Como estás? ¿Pudiste comer algo?
La enferma está acostada, la piel gris y el cuerpo de niña por la perdida de peso, dan una sensación de fragilidad. Gira lentamente la cabeza para mirar a su marido y con un hilillo de voz responde.
-Antonio. Me siento peor que antes. Creo que esta vez no me escapo.
-No digas tonterías Pilar, por favor. Ya traigo al médico.
Partió corriendo y empujó la puerta del frente.
-¡Llamen al médico!¡Urgente!
Antonio regresó corriendo y tomó las frias manos de su mujer en las suyas.
-Siete años mi amor ¿Lo recuerdas? ¿Que felices eramos en Buenos Aires? Caminando por las calles de adoquines, el barullo de los mercados. El cuartito de hotel que alquilamos ¡Que felices! Como maldigo la hora que llegamos a esta tierra aspera y llena de dificultades. Si tu padre no nos hubiese heredado esta maldita estancia.
Pero Pilar se está enfriando. Antonio llora espasmódicamente en silencio.
El médico entra a la habitación – un personaje lúgubre con pinta de pajarraco – Trae su valija con mejunjes y utencillos. Pero Pilar ya está muerta hace horas. Se está preparando el lugar para el velarla. Antonio está destrozado. Rodrigo se acerca y lo abraza.
-No hay remedio patroncito. Debe ser fuerte y dejarla partir.
-Ay Rodrigo, no puedo y no se si quiero. Siento que Dios me ha dado la espalda.
Los vientos del llano silbaron melodias tristes en esa tierra austera.
Esa noche mientras todos dormian José Antonio se deslizó buscando el machete y su rifle, juntó algunas cosas útiles y partió al alba internandose en el monte. Haría el duelo de su mujer en la más profunda de las soledades y con la certeza de que nunca regresaría.
GABRIELA INÉS COLACCINI
Creí que con m
a
t
a
r
t
e sería suficiente
para ser pájaro.
¡Qué ingenuidad la mía!
Todo parecía perfecto.
El método,
el instrumento,
el resultado…
Confundida por mi candidez,
no pensé en el después
del velorio,
del entierro,
del adiós.
Pobrecita de mi…
Puse toda la fe
en una cuchillada certera
sin sospechar que
junto a tu cuerpo inherente
yacería mi alma
que, lejos de volar a carcajadas,
llora su propia muerte
en un duelo ridículo e
inexplicable.
RAKEL VALDEARENAS MATE
“DOLOR”
VESTIDA CON UN VESTIDO OSCURO, SOBRE LOS HOMBROS UN MANTÓN DE COLOR GRIS YA COMIDO POR EL PASO DEL TIEMPO, ZAPATOS NEGROS VARIAS VECES REMENBRADO Y AJADOS Y LLORANDO SIN PODER OCULTAR SU DOLOR.
LA MUCHACHA SENTADA AL LADO DE UN JOVEN QUE YACIA EN UNA VIEJA CAMA DE METAL, ELLA SEGUIA LLORANDO ENJUGANDO CADA LAGRIMA QUE RESBALABA POR SUS MEJILLAS, EL CURA DEL PUEBLO LLEGO Y BENDIJO AL JOVEN PERDONANDO CADA PECADO EN VIDA Y DESPUES DE AQUELLO SU ALMA DEJO SU HERMOSO CUERPO.
JAIRO SIEMPRE HABIA SIDO UN JOVEN BASTANTE HERMOSO, YA DESDE PEQUEÑO SUS PADRES SE ENORGULLECIAN DE LA BELLEZA DE SU HIJO Y JAIRO APROVECHABA ESO PARA ENCANDILAR A TODAS LAS MUCHACHAS DEL PUEBLO, TRAS LA PERDIDA DE SUS PADRES EL JOVEN SE VOLVIÓ UN POCO ERMITAÑO, YA NO LE GUSTABA IR DETRÁS DE LAS FALDAS DE LAS MUJERES TAMPOCO SALIA DE FIESTA Y SE ENCERRABA POR VARIAS SEMANAS EN SU CASONA. SE HABIA CONVERTIDO EN UN EXTRAÑO.
UN DÍA UNA JOVEN INDIANA LLEGO AL PUEBLO, JAIRO CON LA TIPICA CURIOSIDAD DE UN MUCHACHO DE SU EDAD SE ACERCO A LA PLAZA PARA CONOCER DE PRIMERA MANO SI LOS CHISMES DE LAS VECINAS MÁS ANCIANAS ERA CIERTA, SI LA JOVEN ERA TAN HERMOSA COMO DECIAN LAS MALAS LENGUAS DEL PUEBLO.
AL INSTANTE EN QUE ELLA LLEGO Y VIO A JAIRO QUEDO COMPLETAMENTE ENAMORADA DE ÉL Y LO MISMO LE PASO A JAIRO, QUE QUEDO PRENDADO POR LA SONRISA DE LA JOVEN. JAIRO SE ACERCO TIMIDAMENTE TOMO LA MANO DE LA JOVEN Y DEJO UN TIERNO BESO SOBRE SU PIEL. DESDE ESE MISMO MOMENTO SE HICIERON INSEPARABLES, SE CASARON EN VERANO Y TUVIERON UN HIJO, JAIRO ESTABA TAN DICHOSO PUES HACIA MUCHO TIEMPO QUE NO SENTIA UNA FELICIDAD COMO AQUELLA, PERO ESO SE TRUNCO CUANDO UNA EXTRAÑA ENFERMEDAD LE ALCANZO APAGANDO SU VIDA POR COMPLETO.
SU VIUDA NUNCA SUPERO EL DOLOR, SU HIJO NO CONOCERIA A SU PADRE Y EL JOVEN VIVIRIA POR SIEMPRE EN LA VIEJA CASONA DE LO ALTO DE LA COLINA.
REBECA FERNÁNDEZ
Mi alma esta triste, mi corazón afligido, compujido y adolorido.
El vacío que ha dejado es profundo, frio y oscuro.
Cuanto le echo de menos, cuanto dolor me produce esta irreparable pérdida.
Vestire de negro y cubriré mi rostro todos los días de mi vida.
Recordaré con anhelo los momentos vividos.
Sin ti mi vida es un desierto estéril y el duelo me acompañará por siempre hasta mi muerte.
SERVANDO CLEMENS
Dany, el pistolero más temible del pueblo, estaba enojadísimo, pues un tipo de traje blanco, que se hallaba sentado a la barra, no dejaba de reír a carcajadas y de contar chistes malísimos.
Dany se levantó de su silla, aplastó un cigarrillo contra la barra y retó al hombre de las carcajadas a un duelo a muerte.
—Salgamos, señor —dijo el hombre de traje blanco, sin desdibujar su sonrisa de bufón.
Ambos salieron seguidos de cuatro borrachos y del cantinero. Tomaron distancia. Se miraron fijamente a los ojos.
—¿De qué te ríes, hijodeputa?
El sujeto respondió con una estruendosa carcajada. Dany desenfundó su revólver como un rayo —haciendo honor a su apodo— y ¡pas, pas, pas, pas, pas, pas!, descargó el arma con certeros tiros en contra de la humanidad de su rival. Increíblemente, el hombre de traje blanco sacó una pistola de juguete, mientras se revolcaba en el suelo entre risas desquiciadas.
—¡Qué carajos! —gritó Dany mientras ponía más balas a su revólver con manos temblorosas.
Dany avanzó como tren hacía su contrincante y volvió a disparar, pero ahora a quemarropa, ¡pas, pas, pas, pas, pas, pas! ¡Nada ocurrió! El hombre de traje blanco continuaba riendo en lo que se ponía de pie.
La mandíbula de Dany casi le llegaba al pecho y sus ojos rojos por poco brincaban de sus órbitas.
—¡Es suficiente, señores! —gritó el cantinero.
Dany arrojó el revólver al suelo y huyó del pueblo, dejando una nube de polvo a su paso.
—¡Uy, ya nadie aguanta una bromita! —sonrió el hombre de traje blanco.
—Nomás porque en vida fuiste mi mejor amigo no le digo al cura que ahora eres un fantasma —dijo el cantinero.
MARÍA PRIETO
La gente se arremolinaba en el tanatorio por la muerte de Francisco Pastor, el notario del pueblo. Todos querían rendirle el último adiós, y es que aquel hombre menudo de grandes entradas y delgado como un palo de fregar, había ayudado a muchos en sus trámites cobrando pequeñas tarifas a los menos pudientes.
De repente se hizo un silencio en el salón. La viuda entraba cabizbaja. Se había retrasado porque había sufrido un desmayo mientras se arreglaba para acudir al velatorio. A medida que avanzaba, la gente se apartaba para librarle el camino hasta el féretro. Don Francisco la esperaba dentro del lujoso cajón de madera de nogal vestido con uno de los trajes a medida que le confeccionaba un sastre de la capital y que también acudió al sepelio para despedir a tan buen cliente.
La viuda se acercó pausada y posó la mano derecha sobre el cristal por el que se mostraba el rostro de su marido. En el dedo anular llevaba las dos alianzas.
Varias mujeres suspiraron apenadas al ver el dolor en el rostro de la señora Pastor. Ni siquiera podía llorar, es probable que hubiera tomado algún tipo de ansiolítico pues se la notaba totalmente ida.
Los trabajadores del tanatorio se acercaron para llevar al difundo al crematorio. Entonces, los menos allegados fueron dando el pésame a los familiares y abandonando el lugar.
El tiempo que duró la espera Doña Pastor la pasó en silencio sentada en una silla alejada del resto y sin levantar la vista perdida del suelo.
Tras varias horas, trajeron la urna. Aunque todos los que quedaban tenían algún vínculo sanguíneo con las cenizas, éstas fueron entregadas a su esposa, que las tomó con el gesto desencajado.
Uno a uno se acercaron a ella para darle la condolencias y despedirse. Su cuñado y su mujer se quedaron los últimos y le ofrecieron llevarla a casa. Ella se negaba, la casa estaba cerca y necesitaba que le diera el aire pero al salir, vieron que estaba lloviendo con insistencia así que aceptó ir con ellos. Durante el trayecto apenas si hablaron. A su cuñada le preocupó su estado de desánimo y le propuso que pasara la noche con ellos. Doña Pastor agradeció el detalle con una forzada sonrisa. Quería estar sola con él. Sería su última noche a su lado, al día siguiente marchaba a la costa para cumplir el deseo de su marido de descansar eternamente en la cala dónde le gustaba pescar.
Una vez que se despidió de ellos, entró en casa, dejó la urna en la repisa del recibidor y se quitó el abrigo y los zapatos.
Volvió a coger la urna y se dirigió al baño. Dentro, colocó la vasija sobre el mármol que contenía el lavabo. Se miró al espejo y comenzó a desmaquillarse. Después liberó el pelo del estirado moño y lo cepilló con suavidad.
Cuando terminó, abrió un cajón del armario bajo el mármol y sacó unas tijeras. Don Francisco no veía necesario que ella fuera a la peluquería. Allí sólo se hablaba de chismes y tonterías así que ella misma se arreglaba el cabello.
Tomó el bajo de su vestido negro que colgaba hasta los tobillos. Una mujer decente no mostraba las piernas. Comenzó a cortar la tela hasta dejarlo por encima de las rodillas.
Después, cortó las mangas con cuidado para no hacerse daño, las señoras de su edad no debían mostrar los brazos.
Por último, cortó el cuello alto hasta mostrar el comienzo de sus pechos. Los escotes los llevan las mujeres de mala vida.
Se miró al espejo y sonrió. Era su primera sonrisa en años.
Algo pasó por su mente y poseída, se desvistió, arrancándose el sujetador que disimulaba sus grandes pechos y bajándose con premura unas bragas altas color beige.
Se volvió a mirar desnuda y sonrió. Nuevamente, otro impulso la llevo a buscar algo más en el armario. Tomó un paquete de compresas y lo rompió con premura. Un conjunto lencero de fino encaje y rojo vibrante estaba escondido entre las toallitas. Se lo colocó despacio.
Miró en el espejo, el sostén realzaba su pecho, se sentía mujer. Con los dedos recorrió cada moratón de su cuerpo. “Os quiero y vais a curaros” les decía. Cuando terminó se acercó a su reflejo y acarició el magullado ojo que había disimulado con maquillaje. “Eres libre” susurró, “bella, eres libre”
Soltó una carcajada maquiavélica, destapó la urna y la cogió con decisión, la acercó a su pecho rodeándola con un brazo y con el otro levantó la tapa del vater, lanzó las cenizas y tiró de la cisterna.
Se quedó parada observando el oscuro polvo desaparecer en el agua.
“¿No querías mar? Pues ahí lo tienes. Adiós mal nacido”
La urna terminó en el cubo de la basura.
MIGUEL TERCERO SAÚCO
DUELO ELEGIDO
La llovizna acariciaba los vidrios con un susurro que nos dejó hechizadas. Nuestros libros pasaron a un segundo plano, deslizándose hacia algún pliegue de la falda, para mirar las culebrillas de agua que se esbozaban en los cristales, sumergiéndonos en una balsa de sosiego que nos convirtió en efigies de algodón.
A mamá y a mí nos gusta estar juntas y disfrutamos de muchos momentos sazonados con nuestra compañía. Nos hemos acostumbrado la una a la otra desde que murió papá, hace ya bastantes años. Desde entonces, gozamos de una paz en casa que hace que los días discurran fáciles y placenteros.
—Toma un caramelo, hija —Me dijo, ofreciéndome la preciosa caja hexagonal con incrustaciones de hueso y marquetería de nuestros antepasados.
—Qué buenos te han salido hoy —Le dije, mientras la figurita se deshacía jugando con mi lengua.
Si en algo es especialista mi madre es en la caramelería. Tiene un armario de la cocina, cerrado con siete llaves, con recetas secretas, redomas, damajuanas y frascos con esencias e ingredientes extraños que añade a las masas humeantes de miel, sirope, mantequilla, harina y azúcar, cuando su termómetro marca la temperatura exacta, y que remueve entonando coplas antiguas. Después vierte los preparados ardientes en moldes de silicona de formas antojadizas.
—Tienes que aprender todos los secretos que me enseñó mi madre. Si un caramelo tiene los componentes adecuados, puede resolver cualquier problema que se te presente.
Estaba saboreando una de las ambrosías de mi madre cuando levanté la vista y me encontré con la mirada de él. No era la primera vez que pasaba. El nuevo compañero de la oficina me miraba con frecuencia y yo empecé a interesarme por ese hombre que tenía la cualidad de haberse fijado en mí.
Después de los respingos iniciales cuando notaba un roce suyo, me acostumbré a ellos y empecé a gozar con su contacto suave y lleno de calor. Así como detrás de varios rechazos a sus invitaciones para tomar café, llegué a disfrutar de su compañía en las cafeterías y restaurantes a los que llegamos a ser asiduos, y donde me gustaba que me acariciara las manos y me sentía atravesada por su mirada profunda.
Su primer beso me estremeció. Tuve que aprender a besar. A aceptar y gozar sus caricias y a deleitarme descubriendo el cuerpo de él. Mi madre y sus caramelos, en ese tiempo, dejaron de interesarme.
Por las mañanas, me levantaba de un salto de la cama y canturreando iba al cuarto de baño, donde me maquillaba y me veía preciosa en el espejo. Los días me parecían bellos, aunque lloviera o hiciera viento desapacible. El trabajo, cerca de él, se hacía tan placentero, que la jornada transcurría con tal rapidez que apenas me daba cuenta. Todos advirtieron el cambio y me decían que estaba más guapa y alegre.
Me hubiera gustado conocer su casa. Sus libros, muebles y costumbres, pero fuimos a un motel. Fue una tarde llena de inseguridades y descubrimientos que me dejó aturdida y satisfecha. Me convirtió en una mujer segura y llena de posibilidades.
Desde entonces, él ya no es el mismo. Parece que me evita y es menos atento y cariñoso que antes. Poco a poco, se apoderó de mí una angustia que me llenó y que se me derramó, encharcando mi espacio convirtiéndolo en un lugar insalubre, lleno de temores, celos e incertidumbres.
Un día, acosada por mis demonios, decidí seguirle, ocultándome en las esquinas para no ser vista. Llegó a la puerta de una casa. Sería su hogar. Comenzó a abrirla con la llave y, en ese momento, apareció una mujer en el umbral que le abrazó y besó intensamente.
Volví a mi casa llorando de rabia y de dolor. Me senté en mi sillón tan callada que mi madre me miraba como si la estuviera gritando, todo lo que me pasaba por dentro donde se removían unos humores tan negros y ponzoñosos, que me ahogaban y me quitaban la vida.
Mi madre no me dijo nada. Se levantó para irse a su habitación. Sacó de su bolsillo las llaves del armario de la cocina y las dejó junto a la cajita de los caramelos. Nos conocíamos tanto que no necesitábamos palabras para comunicarnos.
Busqué en los entresijos del armario el cuaderno de la abuela, removiendo los cachivaches y paquetes con marbetes que atestaban los estantes. Lo acaricié y admiré su letra redonda que llenaba las páginas junto con dibujitos y símbolos. Empecé a hojearlo buscando la receta secreta.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Lucía siempre había sido una persona algo…digamos «original» ya que nunca se sabía las reacciones, ocurrencias o sorpresas que podía aportar a su ajetreada vida.
Así que todos sus amigos se quedaron de piedra al leer en la sección de Necrológicas del principal diario de la ciudad una nota que ponía:
LUCÍA HERNÁNDEZ ESTÉVEZ os invita a su entierro que tendrá lugar el próximo viernes a las 18.00 en el Aula Magna de la que un día fue su Facultad.
No se trataba por tanto de una esquela común, aunque procediendo de ella, no era de extrañar.
Pero sí, todos quedaron muy afectados ya que a pesar se sus extravagancias era una amiga de las de verdad, de ésas que se las encuentra siempre.
Comenzaron las llamadas entre sí:
-¿Te has enterado?
-¿Estaba enferma?
-¿Fue un accidente?
Y nadie sabía nada.
llamaron a su casa por si había algún familiar: sin respuesta.
En el trabajo les respondieron que estaba de vacaciones y sabían lo mismo que ellos. Total, nada de nada.
Así que el viernes, cargados de pena y dolor, algunos con un ramo de flores, llegaron al Aula Magna de su Facultad.
Por ser viernes, a esa hora se cruzaron con muchos alumnos con mochilas a la espalda dispuestos a irse, o bien a sus casas los de fuera, o de fin de semana en grupo. Pero todo era bullicio y alegría y nada daba a entender la presencia de un cadáver allí.
Algunos intentaron asomar la cabeza antes de tiempo, pero el Conserje, ataviado con sus mejores galas, lo prohibió rotundamente.
Por fin, todos ya reunidos junto a la puerta, caras tristes, lloros, preguntas y sobre todo, pidiendo entrar ya, escucharon de entrada una música alegre de sus épocas juveniles.
Sorprendidos, se miraron todos preguntándose qué significaría aquéllo, cuando entrando uno a uno, se encontraron el estrado del Aula Magna lleno de tirar de papeles de colorines, como las que se ponen en los cumpleaños infantiles. Luces intermitentes de varios colores, a lo discoteca iluminaban el techo y la mesa presidencial, enorme, estaba llena de bandejas con diversos tipos de «pica-pica», bocadillitos, pasteles varios, bebidas de todo tipo y un montón de platos, vasos t cubiertos de un solo uso.
Si ya venían sorprendidos, la sorpresa llegó a su clímax, cuando, saliendo del fondo del aula, donde estaba el equipo de proyección de vídeos, apareció, guapísima y con sus mejores galas, la mismísima Lucía que, subiendo al estrado, agarró el micrófono lateral y dijo:
-Muchachos, ¡BIENVENIDOS A MI ENTIERRO EWN VIDA!
Todos, de una pieza creían ver un fantasma cuando la luz del aula se transmutó a luz normal prosiguiendo ella:
-Perdonad esta broma macabra, pero estoy más que harta de quedar en «ya nos veremos» para no vernos nunca.
En cambio, he comprobado que, personas que hace años y siglos que no veo, siempre las encuntro en los entierros.
Así que, aprovechando que aún vivimos ¡CELEBREMOS NUESTROS ENTIERROS EN VIDA, QUE DE MUERTOS NO LOS VEREMOS!
MÓNICA RODRÍGUEZ
El mar siempre te trae a mí
Hay momentos en tu vida en que ves que todo se desmorona, que el agua entra de a poco y de repente no hay forma de sacarla rápidamente, y tu vida se va hundiendo hasta que el agua te llega al cuello y abandonas ese hogar para verlo como se llena de olas que lo van rompiendo, destrozando y sabes que al fin y al cabo, solo resta mirar, porque es una utopía pensar en el día después.
Desaparecen tus lugares cómodos, los sofás en donde caer de cansancio luego de un día largo de trabajo, la cama cómoda para acurrucarte con fuerza sobre todo las noches de tormenta, la cocina que divertía momentos de inventos de cocinera improvisada, todo, todo desaparece.
Esta vuelta no vi venir la crecida, no la sentí, estaba muy dentro mío, no escuche, no sentí
Creo que ese mar, esta vez entro en todo mi ser, en mi alma, en mis sentimientos, en mis sueños, ganas, proyectos, mis amores, mis deseos, estoy llena de olas en este cuerpo sin casa.
Trague mucha agua y también muchas lágrimas.
Estaba enojada, estaba con dolores por todos lados, estaba triste y lo único que tenía en las manos eran esos restos de tu cuerpo demolido como la casa que me daba seguridad, y no entendía porque no te habías ido con las olas, porque no te habías ido con el agua, seguías acá, al lado mío, acompañándome, dándome el alivio de saberte cerca porque conoces que me dan miedo las tormentas.
Me sentí a mirar como todo lo que era ya no estaba más, como todo aquello a lo que te aferras se lo puede llevar un día una gran ola, o varias, o el peso de lo que ya molesta va empujando tu casa, tu lugar seguro a la costa y empieza a desaparecer en ese mar revuelto.
Me quede mucho tiempo sentada, tal vez días, tal vez meses, mirando, esperando que volviera lo que había visto que se hundió en ese mar profundo, ese que solo me daba miedo de acercarme por si se le ocurría llevarme a mí también.
La cosa es que era un engaño, yo también me había ido con todo lo que tenía, yo también deje de estar en un lugar seguro y me había acostumbrado, yo ya era otra y estaba preparada para dejar ir todo lo que me protegía, incluso a vos mamá.
Te liberamos en una ola arrebatadora de todo y mi corazón se me salió del pecho para abrazarte fuerte y decirte todo lo que te amo, siempre y te llevo la ola, a ese océano revuelto, a ese mar que te esperaba, lloré, grité, quería que me escuches mientras te ibas, que supieras que me siento tan agradecida de que hayas sido mi ángel en la vida, que me llevaste nueve meses en la panza y yo te voy a llevar el resto de mi vida en mi corazón.
Me quedé ahí, suspirando y limpiando lágrimas y secando ojos que solo veían olas venir, si ya sé que después se van, pero siempre vienen, siempre siempre y supe que jamás me ibas a dejar, que siempre vas a venir a mí.
Respiré profundo, suspire al borde del grito del ayyyy del final, y entendí todo, lo amas nunca se va, se pueden ir las cosas que nos hicieron sentir segura, pero el amor no, el amor siempre vuelve.
El amor es lo que sos, es lo que sentís, está en tu corazón, lleno de olas que vuelven para mojarte los pies y hacerte sentir podes sentís, que vibras, que te emocionas y que aún tenés sueños por pelear, por luchar, lugares adónde ir a los que irás, personas que conocer que conocerás, y entonces ahí, justo ahí, sabes que no sos la misma, por suerte ya no, sos mejor y que tu virtud está en toda vos, más aún tu belleza reside en tus defectos, en tus imperfecciones y eso te alas tan grandes que te elevan por sobre lo que eras.
Hoy ya me levante y dejé de ser observadora, hoy soy la protagonista de mi obra de vida, soy la artista principal, soy la que se anima, la que vence valores para alcanzar amores. Gracias, mamá por ser todavía mi ángel, por iluminar el valor que hoy me trae al borde de este mar que siempre te trae a mí.
Las cosas más maravillosas de la vida no son cosas.
CARLOS ALEJANDRO LINERMAN
*DE GRECIA A GUAYAQUIL* LA MUJER GRIEGA INICIA SU LUNARIO GEMIRÀ ESTIRPE DE AMOR ES GUAYAQUILEÑA LA ENVOLVENTE JOVEN DE TEZ MORENA/ VIVE EN ESE IDILIO DE ANSIEDAD DONDE ENLAZAN A UNA HERMOSA PRIMAVERA AQUEL TRISTE OTOÑO CON ADHERIDA SOLEDAD/ CONCLUYE LE DEJÉ HERMOSO REGALO MI INTIMO UNIVERSO/ LA DANZA DE ESA PEQUEÑA LUCIERNAGA VIVIENDO EN LA ATRAYENTE OSCURIDAD.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Duelo.
No, él no.
Enfadó.
Puta vida.
Lágrimas, muchas lágrimas.
Unas silenciosas, otras con ganas de gritar.
No, él no.
Porque? Por qué no salió adelante?
Dolor.
Ahora como vivimos si él?
Nos queda su recuerdo.
Ira.
Jamás lo veré, hablaré, escucharé. Nunca más.
Hay qué aprender a vivir con su recuerdo y con su ausencia.
El intentar ayudar a los que te acompañan en el duelo. Esos niños, esa mujer, esa madre.
El duelo.
MARTA TORRES
Duelo, creo que mucho antes de que muriera, Dios ya me preparaba.
De repente mi Príncipe azul , se transformó en el peor ogro , el cual yo dejaba de amar, poco a poco . Creo que allí empezo mi duelo, cada que el me gritaba mi corazón se apachurraba, cada que mi cuerpo recibía un golpe mi alma se partía, no entendía el dolor que estaba sintiendo era tanto mi dolor que desgarraba mi vida, mis sueños, y todas mis iluciones .
que aun no entiendo que el día que murió , lo juro no me dolió. Por que mi duelo ese día terminó.
EFRAIN DÍAZ
Arturo estaba sentado en la barca de Caronte. Con las dos monedas que llevaba en sus ojos, había pagado su pasaje. No se debe viajar sin pagar el debido tributo. Se dirigía al Hades. A lo lejos escuchaba a Cerbero o cancerbero como le llaman algunos, el perro guardián de tres cabezas custodio del Inframundo. O eso quería hacer creer.
Todo estaba dispuesto. En la funeraria, la viuda había hecho los arreglos pertinentes. Sería un velorio o velatorio, según prefiera llamarlo, sencillo. Sin pompas, ni bombos ni platillos. El ataúd era el más económico. La viuda escatimaba en los gastos. Nunca le tuvo mucho aprecio al finado, excepto por su dinero. Mientras menos gastara en el funeral, mas sobraría para su herencia. Sin embargo, guardaba algo de buen gusto y por aquello de guardar las apariencias, encargó la corona más sencilla y económica posible.
En su testamento, Arturo había dispuesto que en su velorio, o velatorio según prefiera llamarlo, hubiese música de Joaquín Sabina, Nino Bravo, Silvio Rodríguez y cada treinta minutos debían sonar A Mi Manera de Gilberto Monroig, con la versión en inglés de Frank Sinatra. Nada de reguetón. Arturo no soportaba el reguetón ni a sus artistas, si es que se pueden llamar como tal. Arturo decía que esa música era para brutos o para los intelectualmente deficientes. Sin embargo, no había música. En aras de ahorrar para su herencia y para mortificar al finado, la viuda no había puesto música.
La viuda no había derramado ni una sola lágrima. Disimulaba su felicidad excepto con sus amigas íntimas. Ellas sabían de sus verdaderas intenciones. Enterrar a Arturo lo más pronto posible y disfrutar de su fortuna.
Arturo había dispuesto en su testamento, que hubiese un podio en el cual sus amigos pudieran despedir el duelo.
Fueron muchos lo que frente al cerrado féretro despidieron a Arturo con un buen duelo. Los discursos no se hicieron esperar.
Fueron muchos al velorio o velatorio, según prefiera llamarlo. Algunos fueron a despedir a su amigo. Otros, fueron a verificar que en efecto hubiese muerto y otros fueron a socializar. A compartir con viejas amistades, tomar café o chocolate caliente y galletas dulces y a ponerse al día en los chismes. Así, entre lágrimas, risas, discursos y sin música, transcurrió el primer día de velorio o velatorio, según prefiera llamarlo, de Arturo.
El segundo y último día antes de depositarlo en el camposanto, sucedió algo inusual. Justo antes de comenzar la ceremonia formal de despedida y ya todos sentados en los bancos de la sala funeral, El finado hizo acto de presencia. Entró Arturo caminando triunfal por la puerta de la sala funeral vestido de traje ante la mirada atónita de todos los presentes. Nadie dio crédito a lo que veía.
“gracias por asistir a mis exequias fúnebres” dijo Arturo a los presentes. La viuda quedó en una pieza.
“Ha sido grato conocer quienes son mis verdaderos amigos. Los que me aprecian. Sin embargo, más grato me ha sido saber quienes, de manera hipócrita y farisaica, fingieron su amistad por pura conveniencia. Y en cuanto a ti, mi querida Laura, siempre supe que muy poco me quisiste. Fingí mi propia muerte solo para corroborarlo. Siento mucho haberte defraudado y haber hecho sal y agua tus planes post mortem” dijo Arturo con una sonrisa.
La “viuda”, que recién descubría que ya no lo era, al quedar descubierta, abandonó la sala funeral indignada. La siguió su séquito de arpías.
Arturo nombró a sus verdaderos amigos uno por uno. Ninguno abandonó la sala con la esperanza de escuchar su nombre. Aquellos que no fueron nombrados, fueron amablemente invitados a abandonar el recinto funerario y con los que quedaron, comenzó la fiesta de resurrección.
ENRIQUE DIAGO
Duelo… Ésa sensación de despedida como si te arrancaran algo de tí, en el que el tú mundo se mueve casi como un sueño y experimentas nuevas manifestaciones de tú cerebro y tú alma. lo sentimos en pequeñas y grandes dosis en el transcurso de la vida,( Como preparándonos para la partida final al tercer cielo o a la nada).
Empezamos a sentir su fuerza dentro nosotros como una avalancha de sombras y ácido que riega nuestro corazón; como cuando partimos a vivir a otro lugar y nos alejamos de lo que amamos o lo conocido, son pequeñas muertes dentro de nosotros mismos, o grandes muertes sobre todo cuando se bajan una estación antes que nosotros nuestros Padres familiares y amigos. Es como morir dentro de nosotros mismos constamente para poder vivir.
Ya vive dentro de nosotros desde que nacemos solo que las circunstancias de la vida lo activan. Llegamos a esta tierra para partir y desprendernos en algún momento, el duelo es un tikete que ya viene con nosotros desde que aterrizamos en en este mundo; Tal vez para poder VIVIR en otro.
YESS M. TORRES
Aún recuerdo cómo desapareciste.
La sonrisa más cálida y hermosa del mundo se esfumó en el día más frío de agosto. Desde entonces, cada vez que sonrió se me viene una lágrima a la comisura del labio, evaporando la emoción para anudar a mi garganta ese dolor que no cesa, que me impide hablar cada vez que lo intento y trato de calmarme para no afectar a quienes están a mi alrededor cuando lo que quiero es gritar, gritar y dormir. Cuando despierto, todo sigue igual, aunque ya empiezo a resignarme y se que la vida seguirá, que he de seguir batallándola aunque no estés y que he de sacar las fuerzas de donde sea para seguir adelante y continuar viviendo por los que aún siguen aquí. Luchar y luchar, es lo único que nos queda.
BEA ARTEENCUERO
Te extraño, te extraño en mi mente y el dolor llega al corazón.
Despues de mucho tiempo de amarte y esperarte, deseando el momento de tenerte, hoy tengo la certeza, que te creó mi ilusion; Senti tu pequeño corazón latiendo dentro del mio; En mi delirio, crecias minuto a minuto. Te tube en mis brazos tan fragil, tan mío.
Acune tu sueño y te abrigue con mi calor, senti tu cuerpecito tibio junto al mio, cante canciones de cuna para que te duermas, acaricie tu piel y bese tus ojitos mientras te esperaba; Calme tu llanto y me emocione con el dibujo de tu sonriza y el balbuceo de tu primer sonido.
Te imagine hilando letras diciendo mamá.
¿Porqué te veo en una estrella? Si sólo eras un sueño, creado por mi ilusión. Mi desatino te transformó en realidad.
No se que duele más…el no tenerte o el despertar de esta realidad viendo desvanecerte en la bruma de mi conciencia.
¿Porqué amarte? Si no estabas?
Fui muriendo un poquito cada día al ver pasar el tiempo, la espera se hizo angustia y luego, dolor al tener que aceptar la realidad al dejar de sentirte.
¡Nunca llegastes!
La mente te conduce por caminos impredecibles; Un día tienes el cielo en tu manos y en un minuto te quita lo que soñastes, rompiendo las ilusiones al regresarte al mundo real.
Se que unire los retazos, dispersos en mi interior de este sueño creado por mis ansias de tenerte.
Secare las lagrimas del alma, para esperarte con la certeza de que un mañana no muy lejano llegaras…
Comprendi que…
¿ Porque llorarte?
¡¡Si nunca Fuistes!!
(Relato basado de un pasaje de la vida real)
GLORIA ACO COYOTL
El clima era perfecto para un evento tan deprimente, las cuarenta personas reunidas en el camposanto, el negro le quedaba bien, pensó Esteban, indiferente al lado de su madre, observando de cuando en cuando a las personas a su alrededor, evitando ser descubierto por alguno de ellos, la mayoría solo habían asistido al funeral por compromiso, lo supo porque ninguno le era familiar, y tampoco había sido cercano al fallecido
No, si lo hubiesen sido, sabrían que él habría preferido descansar al lado de sus abuelos y no de su padre, pero claro las tradiciones familiares trascienden los deseos de los infantes
Una mariposa negra se posó sobre las mancuernillas de oro con sus iniciales, esteban la miro curioso, por un momento le pareció que la mariposa le devolvía la mirada, un movimiento fluido de su muñeca hizo que la mariposa levantara el vuelo
No había escuchado las palabras que los presentes dedicaron al difunto, tampoco hizo esfuerzo en prestar atención, sin más, los familiares se acercaron para arrojar un puño de tierra y flores sobre la caja marrón
Y así como comenzó, termino, al lado de su madre caminaron Hacia la salida, a lo lejos se divisaban las rejas de hierro blanco en forma de arco, suspiro pesada y teatralmente al ver de nuevo la figura encapuchada al lado de las puertas, este solo le dirigió un asentimiento, pero esteban se detuvo un momento dejando que su madre adelantara el paso
Miro directo a la oscuridad debajo de la capucha y cansadamente dijo
-ya te lo dije, volveré cuando ella este lista- sus espesas pestañas profundizaban el azul de sus ojos
La creatura solo inclino la cabeza
Esteban apresuro el paso para alcanzar a su madre, ambos entraron en el auto, y ahí a solas, mientras el chofer los llevaba a casa, su madre se recostó sobre sus piernas y comenzó a sollozar ferozmente, él solo pudo acariciar su cabello y su espalda suavemente
Cuando su madre se tranquilizó lo suficiente, Esteban hablo
-sabes, yo también te extraño mucho- coloco un beso sobre su cabeza –le mentí, la verdad es que yo tampoco estoy listo para despedirme, pero lo haremos juntos
La lluvia comenzó a caer, mojando la tierra que presionaba el pequeño espacio donde yacía el cuerpo de Esteban
Y la muerte esperaba ahí, en las rejas blancas, esperaría que el duelo de ambos terminara, después de todo, se habían perdido el uno al otro
JAVIER GARCÍA HOYOS
¿Qué soy?
Soy víctima y rehén de dos antiguos enemigos que viven en una eterna lucha, en un eterno duelo. Un duelo en el que yo, soy el único perdedor.
Por un lado está el lastre que siempre me persigue: La culpa no expiada, el dolor no curado, la melancolía no superada. El peso de un tiempo mucho mejor que este y que siempre me trata de arrastrar.
Por otro están los días nonatos que aún no han sido creados. Los anhelos, las esperanzas, los sueños y previsiones tan lejanas como la estrella más cercana; tan visible como inalcanzable.
En medio estoy yo, condenado a desaparecer bajo esa inagotable batalla que comienza desde el mismo momento en el que abro los ojos y soy consciente de mi existencia.
Ambos se afanan en convencerme de su alianza conmigo; tratan de decirme lo convenientes que son para mí. Saben que, en realidad, yo soy su peor enemigo. Ambos son reinos de un vacío inexistente. Pasado y futuro enfrentados en una lucha en la que solo yo voy a perder, y pierdo cada día. Pues el presente muere a cada segundo y no nace en el futuro, ya que este es una ilusión. Si cediese a cualquiera de ellos, yo, estaría perdido. Perdido en el caos de las esperanzas infundadas y las memorias inútiles.
¿Que soy?
Soy quien debe dar cordura a este eterno duelo entre la realidad del presente, el sueño del futuro y el aprendizaje del pasado.
SILVANA GALLARDO
EL DUELO.
Todos necesitamos de vínculos que nos permitan crecer y desarrollarnos con armonía, vivir felices pues cada instante que respiramos es vida, así bien, nadie queremos una existencia que nos suma en la penumbra de incertidumbre y dolor. Cuando se rompen, encontramos frente a nosotros un abismo del que pareciera jamás saldremos; sin embargo debemos adaptarnos y soportar la intensidad de sus consecuencias, no hay alternativa. Entra a nuestra vida el lóbrego duelo, como vil asesino del espíritu, que extermina la energía y nos sume en una prolongada somnolencia.
Nos esfumamos poco a poco, nos convertimos en la nada. Nada podemos hacer ante nuestra naturaleza mortal. Nacemos con un código de caducidad único, irrepetible, insondable, irremediable e insustituible. Todo es transitorio en nuestras vidas.
I
Largos pasillos, de pisos impecables, con el olor característico de la higiene cotidiana, huele a cloro y a todo tipo de productos que borren los indicio de contaminación. Conducen a habitaciones de camas blancas y sobre ellas, cuerpos flagelados por enfermedades diversas. Pisos tatuados de huellas invisibles, pasos silenciosos y pausados de seres semejantes a fantasmas, con la vista gacha y brazos flagelados que se mueven al compas de la tristeza.
La espera en una sala, donde se respira angustia, incertidumbre, tristeza y esperanza. Cúmulo de sentimientos encontrados que luchan entre sí, porque nadie deja que un hilo de fe, por más delgado que parezca, dejé de resistir. Las miradas perdidas en sus propios pensamientos, que nublan las pupilas dejando ver el torrente líquido que emana de su interior.
Soldados de batas blancas en un ir y venir constante, con la incertidumbre de estar entre la vida y la muerte de quienes confían en sus manos y su conocimiento para recuperar la salud. Ardua tarea y compromiso con su juramento Hipocrático: “No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”,
Se siente el frío de la soledad mientras aguardan impacientes hasta que les permitan estar con sus seres queridos, tomarles de la mano para que sientan la compañía y el interés de que vuelvan a casa.
Todos los que transitan por ahí, sufren insondables duelos que los tienen al borde de la desesperación. Atentos a las puertas de un consultorio, de un quirófano, de una sala de terapia intensiva, laten los corazones acelerados que presienten la fatalidad.
En la sala de urgencias, frente a quien pareciera estar en todos lados, se encuentra una mujer grave, atendida por un grupo de médicos y enfermeras que intentan resucitarla. Un desfile de familiares acuden a su lecho de dolor y sufrimiento. -Háblele, ella escucha- les dice un médico y todos, uno por uno le hablan al oído con ternura, pero con el rostro inundado, palabras de aliento -te necesitamos- dicen. -Échale ganas, todos estamos contigo-.
Todo es vano, vuelven a practicarle la reanimación cardiopulmonar, la intuban porque ya no respira. Muere. En instantes aparecen todos los familiares, cada uno con su propio duelo. Y se retiran con su dolor a cuestas.
II
Desde el marco de la puerta donde se observan las camas que se ocupan y se dejan en la constante necesidad de salud o el irremediable deceso, se escuchan los sollozos de una joven mujer. Le habla a su madre agonizante, con la voz quebrada y sintiendo el desamparo que le espera y la envuelve en profunda tristeza. Se oyen sus gritos desesperados, acuden a ella con instrumentos de resucitación. Solo se escuchan murmullos discretos de los médicos y el tañer que provoca la función de los mismos, como campanas que anuncian la fatalidad.
Instantes de silencio que se rompen con el desgarrador llanto que cimbra el lugar. Una mujer entra, atraída por una fría mirada que la subyuga pero se acerca a ella, quien la abriga en un abrazo consolador. No se conocen. -Mi hermanita se fue- le dice, no hay más que un silencio que se adhiere a los sentidos y deja un mensaje de consolación a esa alma adolorida. Pareciera que ese ser fortuito que observa desde los insondables misterios de la muerte, anuncia lo irreversible.
Llega un camillero, sale la mujer primera, hija de la recién fallecida y se funde en abrazo y llanto con la otra mujer. Se llevan el cadáver aún con los últimos destellos de calor que pronto serán gélidos. Caminan tras ello con sus almas flageladas.
II
Recién había entrado su familiar a cirugía. Estaba tensa, nerviosa; sus manos sudaban. -¡por favor, que no me llamen, que no me llamen tan pronto!- pensaba en que si se abría la puerta, saldrían a darle una mala noticia. No pasó mucho tiempo cuando se abrió la puerta y una voz, que no quería escuchar, entró a sus oídos, -¡familiar de…!- Si, escuchó bien, mencionó el nombre de su madre.
Con el temor de enfrentar una situación de pérdida, pero con cierta fortaleza, acudió al llamado, con su corazón al borde de un colapso. -Su mamá no resistió la operación, su corazón dejó de latir, será trasladada a terapia intensiva y haremos lo que esté en nuestras manos. Oren por ella.-
No hay tiempo, edad, causa ni espacio que determine nuestro destino. Sufrimos constantemente las pérdidas
Se fusiona la magnitud de lo que es la esencia de un ser humano, el cuerpo, la emoción, el conocimiento, y la conducta social y espiritual, más chocan al punto del desequilibrio hasta que el proceso natural, acompañado de la débil fortaleza de cada ser en duelo, empiece por el camino para aceptar la pérdida, que deje salir sus emociones y el dolor agobiante de su alma que pesan como la losa misma que cubre la tumba; aprender a vivir sin la presencia del eterno ausente.
IV
A dónde van? no sé. Se van con el viento que brama los lamentos de quienes se quedan; se confunden con el arco iris, se pierden en la lluvia y los atrapan los rayos del sol. Quizá aletean en el vuelo de las aves. Visitarán nuestras noches de insomne melancolía y llorarán las estrellas que arrojarán destellos de un torrente turbio por lágrimas de dolor.
No sé, pero quedamos solos, agazapados en cualquier rincón lamiendo las tristezas, ante la inquisidora presencia de los propios pensamientos que torturan el alma y desgarran el corazón, por los hubiera. Pasarán la crisis tormentosa durante días y noches incontables, sin poder aliviar el tormento irrefrenable que poco a poco se esfumará del rostro adusto, marcado por los porqués.
Parece que se acaban los respiros. Los pensamientos taladran y sangra la razón y la cordura en una carga total sobre el espíritu. Quisiéramos unirnos a su sueño total e irreversible y ser abrigados en la ataraxia de su esencia ya perdida para caminar solitarios. Fuerza devastadora, infinita para abrazar la eternidad.
V
Hay espinas que se clavan en el alma; gritos atorados hechos nudo en la garganta. Llueve a raudales la tristeza. Todo es abismo profundo que nos hiere las entrañas. La penumbra que arrasa la ceguera, de los ojos que se niegan a permitir pasar la luz por su existencia. Pesa en el ánimo la ausencia de su risa, de su voz, de sus abrazos de su necesaria presencia.
No hay nada qué hacer. La vida seguirá con sus eternos duelos.
GAIA ORBE
Etapas de un duelo
I
es verano duerme mal
las marcas del termómetro aumentan
fatigados sus músculos
el cuerpo pierde la vitalidad
ya no puede trabajar
ecoestrés
dice el psicólogo
y él muy resuelto responde
los lutos con pan
son menos
II
abrumado pone un pie
en las aguas del océano del duelo
mira las llamas agitarse ardientes
la furia del tibio suelo lo penetra
acusa a los políticos por el fuego de Iberá
les pregunta
¿Qué habrán hecho?
y en el nostálgico recuerdo de las aves
que habitaron los esteros se pregunta
¿Qué habré hecho?
III
las lluvias alcanzan otro récord
en el mundo
aunque en África
hace meses hay sequía
anda a pie si no consigue bicicleta
viaja en tren no más aviones
regatea con el apagado de las luces
mientras sigue alimentando el basural
en un par de años alguien
algunos encontrarán la solución
IV
amazonia perdida
deforestación a mansalva
mueren las coníferas con la nube radioactiva
islas de plásticos devoran a los peces
minería del bitumen a cielo abierto
caribús corzos y bisontes
no pueden escapar
infértiles las plantas claman
¡ecocidio!
el aceite de palma matará al último orangután
V
acepta el hombre integrado en su dolor
la desaparición de sus formas de vida conocidas
sin culpas reconoce los errores agradece
y camina con cuidado por el bosque
no rompe ramas
ni hace ruido con su paso
protegiendo a las almas silvestres que allí habitan
aprende a cocinar las papas bajo la tierra
retoma las riendas
lleva al hombro lo aprendido
GUILLERMO ARQUILLOS LLERA
Iris a todas horas
Los clientes habían dado a Darío una fecha que casi seguro que ya no podría cumplir. Con todo lo del accidente, el entierro y los papeles, las cosas se habían ido atrasando. Lo único importante era la familia de Bernabé: pobre Iris, pobres hijos. Y menos mal que Alba, la vecina, había echado una mano con los críos.
La noticia era que Iris —Iris a todas horas— había despertado. Los médicos lo llamaron porque era el hermano de Bernabé. Estuvo toda la mañana con ella, olvidándose de sus esculturas y sus herramientas. Después de quince días de coma, se había recuperado del todo, eso parecía, como si no hubiera pasado nada. Había sido de repente. Era como un milagro: la cuñada seguía las conversaciones con normalidad y tenía una movilidad que los médicos calificaban de casi total.
Lo peor, claro, lo peor fue que hubo que contarle lo que había sucedido porque ella no sabía nada. Mejor dicho, lo peor fue que Darío se lo tuvo que contar. Necesitó muchos vasos de agua, cientos de carraspeos y litros de sudor:
—Iris, créeme, ha sido lo mejor. Hubiera quedado fatal, como un vegetal.
Ella apretaba los dientes y se callaba.
—No estás sola, ya verás. Tienes a tus hijos. Y me tienes a mí. Para lo que quieras me tienes a mí.
Ella lo veía a través de las lágrimas y se callaba.
—Todos te vamos a ayudar, Iris. Y el niño que venía no tuvo ninguna oportunidad porque tu cuerpo quedó casi aplastado en el coche. Fueron necesarios dos grupos de bomberos para sacarte.
Ella se moría de pena por Javi, el hijo que no nació. Tenía una duda que la quemaba, pero se moría de pena y se callaba. Se dejaba acariciar las manos por su cuñado. «No estás sola, no estás sola», le decía. Ella permanecía en silencio.
Se callaba por Bernabé y por el miedo al futuro. Se callaba por sus dos hijos y por Javi. Aquel momento no era el tiempo de hablar, ahora tocaba llorar. Y mucho.
Y se callaba por Darío. Darío a todas horas. Darío, el huérfano de hermano(qué pobre nuestro idioma, que no tiene ninguna palabra para usar cuando se te muere un hermano).
Solo Alba, la vecina, la amiga de la familia, se terminó acordando de que Darío también tenía que pasar su duelo. Solo ella acabó dándose cuenta de que no era natural que un hermano perdiera a su hermano menor, al que le había enseñado tantas cosas, con el que se había peleado tantas veces, y con el que había crecido y había sido feliz. Con él y con sus hijos. Y con la madre de sus hijos, la de los ojos claros, la del pelo rubio, la mujer más dulce que había en la ciudad: Iris. Iris a todas horas. Iris para llorar por las noches en soledad. Unos ojos para recordar a todas horas y un nombre para aporrear con rabia los trozos de mármol o de granito.
«Yo te hubiera querido más. Yo te hubiera querido de verdad. ¿Es que no veías lo de Alba?», se había repetido cientos de veces.
—¿Sabes, Darío? —le dijo ella de repente—. Estábamos discutiendo. Bernabé y yo nos estábamos gritando porque había encontrado en el coche un pendiente plateado con forma de candado. Ese no era mío.
Darío se acordó de unos pendientes de Alba —¡qué casualidad!— de esos que no pasan desapercibidos. Debía avisar cuanto antes a la vecina.
A mediodía, un sándwich de plástico en la cafetería y una Coca-Cola cuando vino Alba. Tras veinte minutos, al volver Darío a la habitación, las dos mujeres ya habían planificado el futuro e Iris dormía un rato.
Por lo pronto, vivirían juntas, en casa de Iris. Alba le iba a echar una mano y, al fin y al cabo, dos o tres meses de ahorro en el recibo de la luz iba a ser muy bueno para su economía, con los precios por las nubes.
Darío no se podía creer la sangre fría que tenía la vecina para cerrar su casa e irse a vivir con ellos, después de ponerle los cuernos a Iris.
Alba le dijo en voz de hospital:
—¿Sabes? Ahora Iris no está para ocuparse de lavadoras y de planchas. Ni para llevar a sus hijos al cole. Ahora tiene que tener un tiempo para llorar a Bernabé y a Javi. Tiene que centrarse en ella misma y en organizar de nuevo su vida.
«Una nueva vida en la que Iris me vuelve a dejar de lado», pensó Darío.
—Está decidido. Es lo mejor —dijo la amiga.
Asunto zanjado. Él no tenía nada que hacer en la vida de sus sobrinos: visitas esporádicas, todo lo más. Habían acordado que Darío se dedicara a sus piedras y sus encargos, que tuviera tiempo para llorar y que no echara una mano, lejos de Iris.
—Tira el pendiente de plata que tiene un candado. Hazme caso —le dijo.
Él también tenía que tener unos meses para llorar a su hermano. Y para echar de menos el cuerpo de su cuñada: necesitaba un tiempo para recordar aquellas pocas noches de amor y para sentir la ausencia del que posiblemente hubiera sido su hijo, el que no superó el accidente: Javi.
LINOSKA BARANDA
Cuando me vaya
el río seguirá siendo río,
el mar aun besará a la tierra,
y el mundo continuará girando
como cuando yo era;
alguien estará de duelo por mí,
y habrá quien ni siquiera
recordará quién yo era.
Cuando me vaya
dormiré en la noche eterna,
como eterna yo era
antes de que naciera,
y todos los espejos de la casa
habrán olvidado mi rostro
el mismo día en que me fuera.
Cuando me vaya
el olor de mi cuerpo escapará
por la ventana abierta,
tal vez surja una estrella,
una galaxia desaparezca,
o simplemente llueva.
Cuando me vaya,
puede ser que muera.
NIEVES NIETO MARTÍNEZ
Fue una noche cualquiera
de esas en la que la continuidad de una relación
tóxica ardía en palabras por teléfono.
Adiós le dije y colge sin saber que once años de relación
se esfumaba con mi aliento, me dormí como si nada
Cuando sentí un estruendo espantoso y me desperte.
Eran las dos de la mañana y el porterillo no paraba de sonar. Me di cuenta que no era pesadilla que era realidad, su voz demoníaca y sus patadas en la puerta me decían que los años eran efímeros ante minutos de reclamo violento . En el juzgado cuartillos separados, llantos ocultos y un altavoz en la garganta para sentir tu presencia. Así es este duelo, cruel y sin abrazos para nunca más saber de ti.
JULIO SQUIRE
Te echo mucho de menos. Sé que no estarías orgullosa de lo que acabo de hacer, que de haber podido me habrías convencido para que no llevara a cabo mis planes. También sé que me habrías perdonado. Siempre lo hacías. No importaba lo lejos que fuera, tu perdón y fidelidad siempre habían sido mi único valor seguro. A cambio lo único que podía ofrecerte era mi amor. Nunca he sido un buen hombre, ya lo sabes. No había conocido amor ninguno, ni dado ni recibido, hasta que te conocí a ti. Si alguna vez he tenido la capacidad de amar, tú has sido la única destinataria. Todo el amor que he podido sentir en la vida ha sido para ti. Me gusta creer que gracias a ti llegué a enderezarme un poco. Ahora todo se ha torcido, claro. Lo más doloroso que me ha pasado jamás es tener este convencimiento de que ya es tarde para volvernos a ver. Tú estarás descansando con tus seres queridos en el cielo, mientras yo acabo de terminar de echarme encima la losa que me condena al infierno.
No sé si desde ahí arriba habrás podido enterarte de lo que ocurrió. El único consuelo que me queda es la esperanza de que tus últimos momentos aquí en la tierra fueron rápidos e indoloros, y no te permitieron enterarte de nada. Supongo que ahora ya el conocimiento de lo que pasó aquella noche no podrá hacerte ningún daño. A mí me ayudará contarlo todo en voz alta. Escucharme será el último favor que te pediré.
Aquella noche, por un maldito capricho del destino, cenamos en mi casa en lugar de en la tuya, como hacíamos habitualmente. Hicimos planes de formalizar lo nuestro, y se lo contamos a mi madre. Ella había preparado una sopa especial de pescado para celebrarlo, y nos dio consejos sobre la manera de informar a tus padres de lo nuestro. Ellos conocían mi reputación. Todo el mundo en el pueblo sabía de las actividades alternativas de la cofradía de pescadores. Cofradía de pecadores, decían muchos.
Me ofrecí a acompañarte, de forma insistente, pero rechazaste todas mis proposiciones. Debía quedarme con mi madre y hablar con ella a solas, dijiste. Total, apenas quinientos metros separaban nuestras casas, un pequeño paseo junto al mar. Pero otro capricho del despiadado destino quiso ordenar las piezas de la manera en que lo hizo esa noche. No te diste cuenta de que algo iba realmente mal hasta que estuviste demasiado cerca. Creo que fue un negocio que se torció. Esa noche habían pescado unos cuantos fardos, y ahora algunos se habían reunido con un cliente bajo el amparo de las sombras de la lonja, junto al puerto. Un repentino reflejo de la luna bajo una hoja de acero larga y fina, un ahogado gemido de dolor, y un hombre cayó muerto. Fuiste la única testigo, y gritaste de espanto. Ni siquiera intentaste huir. Quiero creer que no te reconocieron en las tinieblas de la noche, y que la segunda y última puñalada, la que atravesó tu corazón, fue tan rápida y certera que apenas llegaste a sentir dolor. Al menos así me lo contaron días después, cuando todo se calmó un poco.
Me dijeron que habían arrojado tu cuerpo al mar, que descansabas entre el coral y las posidonias, bajo el acantilado donde ahora te hablo. Ahí abajo el mar es demasiado bravío para comprobarlo, así que me conformo con creerlo. Todos en la cofradía sabían que había algo entre nosotros. Alguno incluso me dijo que lo sentía, que no sabían quien era. Que pensaron que eras una puta del puerto, y que las putas pueden tener la lengua muy larga. Tuve que contener mi propia lengua durante los días que siguieron, mientras ideaba un plan. Tengo que pedirte disculpas por las cosas que mi sucia lengua dijeron esos días, aunque sólo lo hiciera para mantener la ficción de que todo estaba bien. No las repetiré por no manchar más tu nombre. Simplemente diré que les convencí de que no me importó en absoluto, al contrario, me hicieron un favor porque no sabía cómo librarme de ti. Como nunca he sido un buen hombre, no fue difícil.
Ya estaban completamente convencidos cuando me decidí a llevar a cabo mi plan. Tomé varias tabletas de somníferos de mi madre, los machaqué bien y los mezclé en un barril de moscatel que sabía que se iba a abrir esa noche para celebrar el cierre de un buen negocio en la nave de la cofradía, al final del puerto. Ya sabes que lo mío es la cerveza, y que el vino me da ardores, así que nadie sospechó cuando fui el único que no probó el barril. Para medianoche estaban todos lo bastante borrachos y adormilados como para tampoco sospechar cuando me excusé para salir a mear y ya no regresé. Tampoco notaron que había reordenado los bidones de gasolina, ni que eché la llave de la única puerta por fuera, y la rompí de un manotazo, para que fuera imposible de abrir sin derribarla. Y contaba con que estuvieran demasiado débiles para hacerlo.
No sé si desde tu cielo puedes ver la ruina negra en que se ha convertido el local de la cofradía de pecadores esta misma noche. El olor a quemado es intenso incluso aquí arriba. Veintidós hombres de los veintitrés que éramos han muerto, y al último no le queda mucho. Soy un proscrito, y no tardarán en venir a por mí.
Ahora, con mis piernas colgando sobre el vertiginoso abismo, con las olas del mar que se convirtió en el lugar de descanso eterno de tu amado cuerpo rompiendo furiosas contra las rocas al fondo, te digo adiós. Lamento que no nos volvamos a ver, porque mi sitio está con esos veintidós desgraciados a los que he enviado al infierno. Pero quién sabe, quizás dentro de mucho tiempo tenga la oportunidad de expiar mis pecados y me reúna contigo, como mi cuerpo va a reunirse con el tuyo, entre las posidonias. A esa esperanza me agarro cuando doy el último paso adelante, y las olas rompientes se acercan para abrazarme.
ROCÍO ROMERO GARCÍA
empezó con la negación
y los sueños extraños,
las calles se llevaron tu nombre,
pensé que volvería a verte
en los ojos de otras criaturas
y los inviernos serían más amenos,
pero creí escuchar tus pasos
contra el mármol
cuando desperté,
por un momento entre la realidad
y la ilusión seguías aquí
y si no salía de la cama
permanecias así.
empezó con la ira
y los gritos al teléfono
a mi mejor amigo en una mañana
de julio,
con el mes escapándose entre
mis manos
y desplazándose en el tiempo,
desde entonces no me pertenece
y el calor parece tan aplastante
que apenas puedo levantar la cabeza,
aguanté la respiración
y atrapé mi muerte
y le pregunté por qué madrugaba
tan pronto y no supo responder,
me sacó al amanecer de la ventana
y me recordó playas más lejanas
donde desearía estar
y que ya sólo son recuerdo;
el verano pasó a ser dibujo
y garabato cuando te lo llevaste.
todo empezó con la negociación
del diablo y el adiós
que comparten la misma vocal,
dejaría de hacerme sangre
en las uñas y en el alma,
la cabeza sería suya y mi cuerpo
un templo de rituales dominicanos
con tal de no verte en el suelo
con la hora en los talones
y la respiración desacompasada
con todas las canciones
que llenarían el momento
y el silencio que no me atrevía
a llenar con otra cosa que no fuese
mi cuerpo,
te agarré todo lo fuerte que pude
y no fue suficiente para que no te fueras;
me quedé pobre
y el oro pareció de juguete
cuando no se cerró el trato
y fracasé el trueque de la naturaleza.
todo empezó con la depresión,
aunque sea una palabra llena de licor
y cueste tragarla,
la tristeza de tres noches y el luto de tres días,
de brindar por las tardes a tu rincón
y tirar la comida que me sobra,
del arrepentimiento por no compartir
el último viaje contigo
y el alivio de recordarte entera,
ya no aprecio la navidad
y diciembre se ha vuelto insípido,
el vacío se comunica con el pasado
y me ceba hasta llorar
el mayor desconsuelo de mi vida;
abrazo los cojines
e incluso mis hombros
pensando en el hueco
que se hace inmenso
porque yo soy carne y el cojín
plumas y no hay amor
en ninguno de los dos,
llegó la tormenta
y no quise apartarme de ella
con la esperanza de crecer
enredaderas y todas las flores
que se comparan a ti.
todo terminó con la aceptación
de que eres imborrable,
como la realidad de que no vuelves
y de que he olvidado toda la niñez
contigo,
de que me cuesta recordar tu rostro
si no busco entre las fotos
y de que el impulso de querer
está forzado;
he intentado reemplazarte
y amar como tú me has enseñado,
las señales me cegaron
y el mundo no me dejó continuar,
primero tengo que sanar
y no llorar cuando escribo sobre ti,
aunque no haya forma
más bella de afecto;
cada vez duele menos
y me veo capaz de mirar a otros ojos
y desvivirme por ellos,
pero aún es pronto
y la flor está recién cortada.
cómo las etapas de una flor,
algo volverá a crecer en tu jardín,
la sal en la tierra,
este sentimiento tan particular,
no durarán para siempre.
FÉLIX LONDOÑO
Duelo político
Por: Félix Londoño G.
El día de elecciones Tiberio se despertó temprano. No tenía por costumbre votar, pero estaba decidido a hacerlo en esta ocasión. Lo movía el malestar que sentía por el asesinato reciente del que había sido el candidato de su preferencia. Borraron al suyo de la lista y dejaron la docena de aspirantes incompleta. Si por lo menos el muerto hubiese sido el Judas ese que no podía ver ni en pintura. Cómo le hubiese gustado asistir a su funeral en la capital. Se contentó con hacer su duelo a distancia a través de la pantalla de su televisor. Hasta se hubiese divertido en medio de toda la pelotera que se armó. A más de uno lo mandaron a hacerle compañía al candidato difunto. Algunos salieron bien librados, tuertos, caricortados o con unos cuantos huesos rotos.
Se quedó un buen rato en la cama. Sus pensamientos discurrían entre cavilaciones y maquinaciones. Aún dudaba en ir a votar, pero una fuerza mayor a su voluntad había hecho nido en su cabeza. No le quedaba otra alternativa, se sentía envuelto en ese vaho que ya se había habituado a respirar en las salas de velación. Una urna es una urna, pensó, independiente de que en ella se depositen votos o cenizas.
Se decidió a levantarse, arrastrando de manera pesada su cuerpo hasta el cuarto de baño. Descargo sus intestinos, sintiendo que cumplía a carta cabal con su ritual matutino de vaciar en las cloacas del mundo su dosis diaria de mierda. Se rasuró y se duchó. Ya aseado volvió a mirarse en el espejo. En el cristal todavía empañado por el vapor del agua caliente vio su imagen borrosa. Extrañó que su alter ego no se manifestara con esa mirada crítica a la que ya estaba acostumbrado. Con la toalla limpió las nubosidades de la superficie y confirmó que allí estaba, muy puntual en su cita diaria a primera hora de la mañana.
Se untó en la cara una buena cantidad de colonia suavizante y se peinó luego de masajear su cabello con un poco de gel. El doble motivo de ser un día domingo y de elecciones lo movió a vestirse con unos jeans y una camiseta polo. Contrario a su costumbre, decidió dejar su sombrero descansando en la percha. Antes de salir del cuarto de baño se despidió con una sonrisa de su reflejo en el espejo. Metió su billetera y sus documentos de identidad en los bolsillos traseros de sus pantalones. En los delanteros se guardó su encendedor Zippo, sus cigarrillos y una caja de cerillas, por si acaso.
Se encaminó hacia el Tinglado. Le vendría bien una taza de café con un par de empanadas antes de cumplir su cita como ciudadano en los galpones del Mercado Central. Tomó su pedido en la caja y cuando se lo sirvieron se encaminó con su desayuno hacía los billares al fondo del salón. Puso su plato en una de las mesitas auxiliares y se demoró dando cuenta de su consumición, mientras veía como los billaristas de la mesa cercana avanzaban con su juego. Se demoró todavía un buen rato antes de marcharse. Tenía calculado llegar a los galpones hacia las diez y media, cuando la jornada ya hubiera tomado su curso.
Se ubicó en la fila que había a la entrada. En una mano su documento de identidad. En la otra sus cigarrillos, las cerillas y su Zippo. Mostró su cédula y levantó las manos para someterse a la requisa de rigor. Volvió a guardar sus pertenencias y se dirigió hacía la zona de los baños. Se encerró en uno de los cubículos y orinó con gusto, haciendo que se sintiera el golpeteo del chorro sobre el agua en la taza del inodoro. Enrolló en una de sus manos una buena cantidad de papel higiénico y se lo guardó en uno de sus bolsillos. Vació el inodoro, abrió su cubículo y se dirigió hacia la salida de los baños.
Ya afuera, en lugar de volver a las mesas de votación, esperó el momento oportuno para dirigirse a la parte de atrás del edificio donde sabía que encontraría los contenedores de basura del Mercado Central. Se ocultó entre dos de los tinacos e impregnó el rollo de papel higiénico con un poco de nafta de su Zippo. Lo encendió y lo metió en el contenedor con material para reciclar. Dio la vuelta por el otro extremo del edificio y se dirigió a buscar la salida. Tomó su camino de regreso hacía El Tinglado. Una hora más tarde, la suspensión de las votaciones en el Mercado Central ya era noticia. Había cumplido con rendirle un merecido homenaje de duelo al candidato de su preferencia.
MERCEDES MEDIANO
DUELO
La mañana era soleada y llena de ajetreo. Pepa se había levantado temprano para hacer todas las faenas y poder ir al mercado a reponer de alimentos la cocina porque era lunes. La semana empezaba con mucho trabajo. En medio de todos los quehaceres llamaron a la puerta interrumpiendo la rutina.
¡Vaya por Dios!!! ¿Quién será ahora? Pepa soltó la escoba y abrió la puerta donde se encontraban un par de policías bien uniformados que venían a traerle una mala noticia.
¿Vive aquí D. Manuel González Mije?
– Sí, ay, por Dios!!! ¿Qué ha ocurrido?
Sentimos comunicarle que ha tenido un accidente.
Los policías muy serios y compungidos con tono suave le dijeron.
Lo siento, pero ha fallecido.
El corazón se le aceleró inmediatamente y un suspiro le salió del pecho a Pepa que no podía llorar del tremendo susto. Quiso preguntar cómo, por qué, cuándo. Dónde está?. Ahora mismo vamos para allá.
Las personas al otro lado de la puerta no tenían todas las respuestas, tan sólo podía decirle que en breve se encontraría en el departamento anatómico forense de la ciudad. Quedaron
en llamar para completar la información.
Pepa, con todo el aguante que pudo tras la emoción y el disgusto, no sabía cómo decírselo a su madre que tranquilamente estaba sentada en el salón leyendo el periódico.
Pensó que era mejor tranquilizarse. Bebió agua. Debería decírselo primero a sus otros hermanos.
Cogió el teléfono sin que su madre se diera cuenta, yéndose al cuarto de baño para contarle a la familia, entre lágrimas, lo ocurrido
Vinieron a su casa sus hermanos. Juntos se lo dijeron a su madre que se desmayó.
La reanimaron dándole golpecitos en la cara, acercándole vinagre, para que su fuerte olor la trajera de nuevo a la realidad. Cruda realidad que como alfileres ardiendo se clavan en las entrañas.
Mientras tanto en el dormitorio,aún sin arreglar,Pepa, aunque ya no se lleva,fue a buscar
ropas de luto en los armarios.
Se paró a mirar todo lo que era de Manuel. Todo lo que hacía muy poco, esa misma mañana antes de irse al trabajo, había estado tocando. La taza de café que había dejado por medio, como siempre.
Mirando la habitación y las fotos de su hermano que había salido por la mañana pero que ya no volvería jamás.
Cuántas cosas habían quedado por decir. Cuantos momentos bonitos vividos . Aún estaba latente el disgusto de haberle gritado anoche por no dar su brazo a torcer discutiendo por lo que iban a comer al día siguiente.
No te gusta comer nada más que carne, pues los potajes también hay que comerlos. Si no lo quieres te quedas sin comer. ¡Eso es lo que hay!
El se calló y después de ver la tele se fue a la cama.
Quién iba a decirle a ella que iba a ser la última vez que lo viera, que discutiera con tantas ganas como si el tiempo fuera infinito y pudiera continuar al día siguiente para hacer las paces. La congoja le subía a la garganta sin dejarla respirar.
Mientras esperaban la información completa de la policía,la casa se llenó de familiares
que los consolaban llorando. Todos hablaban cosas buenas del difunto y recordaban anécdotas. Otros pensaban en los papeles de decesos y los trámites que hay que hacer con la funeraria.
En estos casos con los nervios no aparecen las pólizas y se revuelven los cajones nerviosamente.Mientras todos se envolvían en este remolino de actividades se escucha abrir la puerta y apareció el muerto.
Manuel se extrañó al ver la casa con tanta gente, todos tristes y llorando.
Un gran desconcierto se apoderó de los allí presentes. Unos creyendo ver fantasmas y por ello gritaban asustados y otros pensando que era una broma de mal gusto. Pero todos alterados se acercaron a aquel hombre que realmente no sabía a qué venía todo aquello.
Se aproximaron a él con gran confusión queriendo tocarlo y ver que era real.
Pepa.- mientras lo abrazaba apretujandolo fuertemente le decía
Pero esto no puede ser. La policía me ha dicho que has tenido un accidente.
No lo dejó contestar abrazada a él.
Yo vengo ahora de mi trabajo.
Esto es un error.
Todos en la casa estaban sorprendidos, contentos. De las lágrimas a la risa y la sorpresa. El desconcierto reinaba por todas partes.
Llamaron a comisaría para ver si era una broma. Era necesario saber qué había pasado.
La funeraria le confirmó el fallecimiento. Llamaron al 061 y constaba el accidente.
Manuel se puso al aparato para decir que él estaba vivo pero la autoridad le pidió que se personará en las oficinas de la central de policía para confirmarlo.
Comprobaron el carnet de identidad y ya lo habían dado de baja. Todos sus datos figuraban como difunto. El vivo era exitus a todos los efectos administrativos.
Los mandaron a casa diciéndoles que abrían expediente y ya le pondrían al corriente de lo qué había sucedido.
En unas horas les informaron de que un primo hermano que se llamaba igual que él había tenido un accidente en el trabajo falleciendo en el acto y por error, en vez de dar de baja a uno, pusieron los datos del otro. Así sucedió este follón que tuvo muchos trámites para volver a Manuel a la vida documentalmente.
Que su primo había fallecido era una noticia muy triste pero muy alegre saber que la muerte pasó de largo por su puerta. No todo el mundo puede decir que ha ido a su duelo.
Por eso cuando salieron del cementerio recordaron un dicho que dice: Quién va a un funeral y no bebe vino el suyo viene de camino. Y la familia entera, hasta la abuela, se fueron al bar más cercano y juntos bebieron los vasos de vino que se terciaron.
NICOLÁS MUÑOZ
En Japón existe un Ministerio de la Soledad. Es en esa nación donde han muerto más jóvenes por suicidio que por Covid-19. Creo que allá existe una guerra, no con disidencias, grupos armados o países enteros, sino una guerra más personal; interna, de naturaleza psiquica, ciertamente no bélica, pero también colectiva; que atormenta a toda una sociedad. Allá existe, digamos, una guerra por la vida en soledad. Allá las balas son pensamientos, los misiles estados aflictivos, las bombas nucleares autoleciones. Lo aseguró no lo creo: que existe un lugar en la tierra, a decir verdad, muchos lugares en ella, donde hace falta un tratado de paz con uno mismo.
LOLY MORENO BARNES
¿Se puede pasar dos veces duelo por una misma persona?
Por mi experiencia, la respuesta es “SI”
La primera vez que partiste, se fueron contigo todas las ilusiones, mataste los hijos que nunca tuvimos, el amor que sentía por ti y los pasos que quería caminar contigo por la vida.
Nunca vestí el traje de novia que preparé para nuestra boda, ni lancé el ramo de novia.
Simplemente te fuiste, dejando huérfanas mis lagrimas y viuda el alma.-
Pasé mi duelo y recompuse mis pedazos. Ayudó mucho a ello, la juventud que curó el corazón roto con otro amor.
De año en año surgía de mis algunos versos recordándote, como quien lleva flores donde yace el ser querido y donde hubo dolor solo quedó nostalgia…
Te acompañé en tus sueños,
me convertí en tu piel,
Volé con las mariposas de tu cuerpo. ..
Te ví llorar, reir , amar,
Entregar tu primavera tierna y bella.
Después, el desamor y la tristeza,
colmó de dolor el camino del invierno.
Cuarenta aniversarios me alejaron,
dejando flores, colores, rutinas y desganos…
…en otra vida, otros sueños y otras melancolías.
En el último otoño, por capricho o ironía, se cruzó en tu destino aquél amado …
Y supe a ciencia cierta; que fuí más que un recuerdo. ..
Cuando tú y él. ..
…de frente se miraron !
Tal parece que pasar un duelo no es suficiente ni sirve para matar los sentimientos y terminé perdonando tu abandono aferrándome a los recuerdos de hermosos momentos vividos.
Un día cualquiera, después de mucho tiempo, sin proponérmelo, supe de ti y tú de mi y nos contamos verdades.
Imploraste mi perdón y yo solo te dije que, si habías renunciado a mi dejándote llevar por tu corazón, no tenia nada que perdonar porque nunca fue pecado amar.-
Desde entonces , nos tuvimos el uno al otro incondicionalmente unidos por un hilo invisible aún mas puro que el amor que se llama amistad.
En la distancia , a través de una pantalla de tanto en tanto nos brindábamos los mejores deseos para nuestras vidas.-
La fidelidad fue completa hasta hoy que siento que me has vuelto a traicionar. Después de días sin saber nada de ti , ni nadie que me lo hiciera saber, has vuelto a partir y esta vez ya no valen los buenos deseos en otros brazos.
Pasé a ser la extraña que ni siquiera tiene derecho a darte el último adiós.
¡EL SEGUNDO DUELO SERÁ INFINITAMENTE ETERNO!
LEOMAR DURANT
Vuelve y abrázame,
no me sueltes.
Sé que es un sueño
pero te siento en mi realidad
porque cada día te extraño mas.
Vuelve y abrázame,
no sabes cuantas noches
deseé llorando soñar contigo.
Sé que ya no estás,
pero ese amor que te tuve
y te tendré por toda la vida
nunca descansará en paz.
Vuelve y abrázame,
no sabes cómo lloran
estas paredes que abrazan
con fuerza tus recuerdos para siempre.
Sé que «vivir» es el verso de la «muerte» que es tan segura como mi necesidad de volver a verte.
Vuelve y abrázame,
no sabes como he llorado,
aún se escuchan los gritos de
mis lágrimas que siguen frescas
como ese día que lloré tu partida.
Sé que tengo que despertar de este sueño pero aunque esté por muchos años despierto nunca me sueltes, vuelve y abrázame.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
EL MIEDO DESATADO
Lluvia negra de muerte embravecida,
que alquitrana de angustias los asfaltos,
túmulos tristes, colinas de basaltos,
luto y mortaja de piedad rendida.
Yermos paisajes de soledad dormida,
viveros de metrallas y de espantos,
de cuerpos mutilados, pena, llantos,
locura arrebatada y homicida.
La humanidad naufraga en turbio duelo,
cava Antígona fosas con sus manos,
pues ni los dioses pueden dar consuelo
Una falange de verdugos paganos,
blasfemos vuelven sus hachas contra el cielo;
¡tiembla Creonte!, rey de los tebanos.
Mi voto para
DIL DARAH
Mi voto para:
Linoska
Coronado
Bea
Yess M. Torres
Mi voto para KARLOS WAYNE y SERVANDO CLEMENS
Mi voto para:
José Armando Barcelona
Sisi Zirconita
Julio Squire
Miguel Tercero
Servando Clemens . MUERTO DE RISA
Gabriela Inés Colaccini
Felicito a todos los participantes.
– Javier García Hoyos
– Servando Clemens
No voy a poder leer todos los relatos esta vez por temas laborales pero tengo una ganadora. Me enamoré de su relato desde que entre en el grupo, por su riqueza en imágenes descriptivas que te transportan a otro tiempo. Irene Adler
Mi voto: Rocío Garcia
Mi voto es : para jose taxi
Mi voto para Irene Adler, precioso relato.
Mi voto
Irene Adler
Servando Clemens
Dil Darah
Gaia
Irene Adler
Gaia
Coronado
Raquel
Mis votos para:
Irene Adler.
Servando Clemens.
Bego Rivera.
Con el duelo que produce solo poder votar cuatro opciones:
Carlos Taboada
José Taxi
Angy del Toro
Irene Adler
Hola. Mi voto es para
Irene Alder
Felicidades para todos!! Hay relatos estupendos…
Voto a:
Irene Adler
José Armando Barcelona
Mi voto va para:
Irene Adler
Bego Rivera
Mi voto es para Linoska Baranda
Mi voto para el magnífico relato de:
Irene Adler
Votos para:
Carlos Taboada
Servando Clemens
Miguel Tercero
jaconto Fernández
son relatos inusitados, con una fuerte carga emocional, que por razones que desconozco recuerdo más que otros, aclaro, todos y todas son muy buenos, los felicito