Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «cicatrices». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 25 de noviembre! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
Cicatrices – miniconcurso de relatos
Tiene cicatrices en la cara
el buen Baldomero
por proteger la honra de su hermana
de un chulo rastrero.
El señorito malcriado dice
que con su dinero
puede hacer lo que le de la gana
sin tener rasero.
Isabel baja a lavar al río
despunta ya el alba
el señorito aparece con
su yegua cuatralba.
Lleva un tiempo acechando a Isabel
en su vanidad
hizo impío juramento y ahora
ve oportunidad.
Baldomero tampoco se fía
lo sigue a hurtadillas
cuando el grito de su hermana se oye
en ámbas orillas.
Navaja en mano hacia al señorito
la honra está salvada
mas la herida en el espejo nunca
es cicatrizada.
Mi cuerpo está lleno de cicatrices.
Mi persona baga en la tierra enferma y a la vez muerta ya que no siento el dolor que yo misma me hago al cortar con un guchillo la carne de mis brazos y otras partes de mi ser para ver correr la sangre diluida. Inconsciente locura mi ser lleva acabo. El motivo no es uno, son varios. Mi vida no ha sido fácil.Siempre di con persona que no me han querido, y no hay nada peor en la esistencia, que caminar en el crecer del día a día sin oír palabra alguna de cariño ni sentir el humano abrazo que mueve la vida.
Vida no tengo ya que no se andar en las aguas del amor.
Al día de hoy no he encontrado el saber del médico que cure mi mente.
Y…yo no quiero borrar las cicatrices de mi corazón porque si no las percibo no duelen y si no duelen no has existido y es tu existencia la razón de mi vida y los recuerdos el regalo de cada amanecer.
La luz que ilumina el mañana,los posos del ayer ,los remiendos del alma,los recuerdos» vintage» como los viejos jarrones agrietados y cincelados con resina y polvo de oro como el kintsugui japonés.
Tu esencia tatuada en mi piel,tu sonrisa grabada a fuego en mi mente, tus gestos vivos en mi retina y nooo…no quiero borrar ni una sola de las heridas porque ahí estás tú intangible y candente.
El calor del invierno,el frescor del verano,el aplauso del público, el crujir de la hojarasca bajo nuestros pies..
¿Lo recuerdas madre? no hay vida para agradecer tu existencia ni mejor regalo que los años vividos.
No borraré ni una sola de las cicatrices de mi corazón aunque duelan.
Cada una de las lágrimas vertidas conformaron un regato que hoy son un mar de vivencias en calma y es por eso que no deseo renunciar a tus recuerdos.
Y ahí reside nuestra fuerza madre…de nuestras imperfecciones emana la genuina belleza y es en estas vivencias donde encontramos nuestra legítima identidad.
Y … con el paso del tiempo comprendemos la verdadera metáfora de la vida: abrazar cada una de las cicatrices y celebrar que han existido.
Algunas heridas,
las de la vida,
no cicatrizan nunca,
se llaman arrugas.
Yo no pedí hacerme una cicatriz,
para qué querría yo tener una.
Pero las cosas que pasan no se piden.
Después de tres operaciones,
y pensar tatuajes a montones,
para hacer la gracia a mi ser,
decidí dejarla desnuda.
Y es que ya es un tatuaje,
que cuando hago contorsionismo y la veo,
la hablo, la toco, y la agradezco
que todo saliera bien.
<<La vida con tiempo se pasa y las cicatrices con auto-borrar se curan>> decía DiBaggio a Dr. Bug y A. asentía.
A.Buggie, sin embargo, estaba reluctante tanto como harto de consejos. Nadie entendía a A. Buggie en el Sistema 32, lo cual le frustraba y mucho.
Dr. Bug encomendaba una evolución, sí claro, desde su posición de triunfador con fichero proprio y DiBuggio intentaba animar con consistencia << Hey, colega, *deja de pensar sobre lo que quieres que pase o no pasará*. Es cuan café mirado ¡nella madona! y siempre saldrá cuando no estés presente nella cucina>>
—Solo por haber nacido en los archivos comunes, no veo por qué he de enfrentar tantas penurias— aquejaba A. Buggie—. Lo único cierto al final del día es que en el Sistema 32 pasa de todo.
—Piensa diferente— levantó Dr. Bug su intensa mirada—. *No importa lo duro que te esfuerces para salir de aquí, siempre habrá otro que trabaje igual que tú*.
— Y esto, ¿qué se supone que significa?
—No te irrites, Buggie boy— le pidió DiBuggio—*Yo siempre hago mi mejor, ragazzo, por el simple hecho de que nunca sabes cuándo alguien te mira por primera vez*.
—Me lo dicen un diploma Excel y el mejor corredor desde el Windows 1.0— rezongó A. Buggie inspirando hondo.
Eran buenos colegas. La diferencia que en la casa de Dr. Bug entraba cualquiera, en cuanto al espacio y DiBuggio entraba en cualquier casa en cuanto a honores. Él …él se limitaba a defender sus derechos a algo mejor:
—Quiero ser yo mismo, no lo entendéis—suspiró absolutamente descorazonado.
—Te mientes, hermano: aquí sabemos todos que pretendes ser un antivirus— neutralizó Dr.Bug el ambiente, soltando densos aros de humo.
—Se te olvida el hecho de haber un error, nel todo antivirus—puntuó Di Baggio y ató por enésima vez los cordones de sus zapatillas, lo cual después de una hora colmaba cualquier paciencia—. Supone que por perfecto que seas no así es tu alma.
—Os van a dar una limpieza de disco duro a ambos—saltó finalmente Buggie y se marchó enervado como de costumbre.
Hubiese sido algo corriente, pero sonó la alarma y aparecieron las fuerzas del orden. La policía usaba de todo: reinicios, arrestos suspensivos, atajos de códigos y hasta una nueva implementación. Los administradores de tareas acorralaron la zona y aniquilaban cualquier actividad, incluso antes de producirse.
A. Buggie vio todo, pero lo que más le sorprendió fue ver que Dr. Bug y DiBaggio cayeron. Dr. Bug cantaba, burbujeando bits rotos y Joe sonreía llamando a Marilyn… ¿Cómo? ¡El entero sistema 32 se derrumbaba con ellos dos!
Echó a correr desesperanzado y se refugió en el archivo secundario de los etcéteras. Desde ahí observó lo que parecía una BugNacht y lloró de rabia. Así nació esa loca determinación de la que se acordarían todos por décadas.
Cada vez que abras el ordenador y veas el mensaje de error “Soy El Enredo. Atrápame si puedes.” que sepas que es A. Buggie y no es malicioso, tan solo pide su lugar en los archivos.
Nota: Las sentencias marcadas con ** pertenecen a Dr. Dre y Joe DiMaggio. También ha existido el virus Creeper, el primero de una larga historia informática.
El mundo sigue mal cicatrizado, tiene las llagas abiertas y no le dejan de sangrar.
Cada muerte lo envenena si no viene natural.
Cada dolor acelera la hinchazón descomunal que algún día lo va a matar.
Cada llanto de un hada refleja una herida mal curada.
Cada grito de un alma refleja una infección en el centro de su corazón.
Y yo aquí estoy, poniendo tiritas en la tierra atormentada, buscando sonrisas en mi superficie amarga, reflejando los colores de una luz blanca que no se apaga, aunque soy parte del mundo al que le duelen las llagas.
Acababa de sonar el despertador, las siete de la mañana. Me levanté soñoliento y me miré en el espejo. Tenía las típicas ojeras abultadas y malvas por haber dormido poco. Me dolía la espalda. Normal, me justifiqué. Una mala posición en la cama cuando se pone difícil apañar el sueño.
Me afeité enjabonándome la cara con brocha, como antiguamente, porque no he abandonado la maquinilla ni las cuchillas marca palmera y filomatic. Me enjuagué con agua fría y aguanté unos segundos sin secarme la cara. Aún quedaban en ella restos de una antigua cicatriz. Avelino llamó ladrón a mi abuelo por haber puesto una linde en su lugar y le respondí con un puñetazo en las narices. Qué satisfecho me sentí por haber defendido el honor de mi abuelo. Pero Avelino, que era un muchacho vengativo, me esperó a la salida de la escuela y me estampó el trompo en plena cara. Me hizo un brecha y sangraba. En casa me curó mi madre y me dio de propina un par de buenos azotazos.
—Toma, por hacer el cafre.
No consintió más explicaciones. Fue una buena cicatriz. Hubo más, porque jugando al futbol me soltaron más de una patada. Fueron cicatrices duraderas, pero no dolorosas o menos que las que me produjeron el primer cate en matemáticas y las primeras calabazas de Virginia. He coleccionado muchas más. El cuerpo humano es un mapa de cicatrices. Al menos el mío, no así el de Edwige, mi amor de siempre, porque cuando la abrazaba, su cuerpo era remanso y cura. Solo contemplé en ella la belleza, nunca una sola cicatriz.
EL RÍO
Ella y él escaparon de los secuaces. Se habían organizado para tenderles una trampa, pero ellos se deslizaron por la línea superior del arcoíris, hasta crear un arco como puerta insondable. Los tipos sedientos no entendieron de aquella magia, y sucumbieron dando cabezazos al aire. Pensaron que podían acceder tras el arco; pensaron que podían acceder al amor de ellos, y, así, destruirlo. Pensaban que el amor, por encima de todo, no podía existir.
Salvados, llegaron a una ligera hondonada, una extensa y estrecha franja individual de pisadas ancestrales, posiblemente creadas por personas que se evadían por unas horas de sus congéneres pasmados. El camino discurría paralelo al meandro que formaba el río. Por unos segundos, agudizaron los oídos, acercando la oreja al raíl por si algún tren se acercaba. De fondo, se escuchaba la sinuosidad del agua y cientos de pájaros cantando. Rieron.
Muchas veces, en un lugar accesible y público, habían disfrutado de su agua, pero en aquella ocasión, al escapar de la gente envidiosa, corrieron por entre zarzas como serpientes y retamas como escobas. Cuando se sentaron en la tranquila orilla, miraron sus heridas.
Las piernas de los dos moteaban gotitas de un rocío rojo y brillante, y en los rostros aparecían los latigazos de los tallos apicales. Además, la adrenalina salpicaba la frente de ambos. El agua les escocería un tanto, y las pequeñas cicatrices durarían unos días, o tal vez por más tiempo. Quizás para siempre. Pero serían cicatrices bellas, llenas de aventura y esperanza.
Mi piel se dispone a crecer desesperadamente sin dilación y a veces sin mesura para protegerme del dolor que me produce la herida y también del riesgo que supone mantenerla abierta.
Parchea permanentemente el desgarro para que deje de sangrar, para que mi vida no se escape por el hueco vacío que queda expuesto tras la agresión.
Ella es ajena a mi sufrimiento mental e insiste en cerrar la profunda brecha con más y más piel que se empeña en endurecer a lo largo del tiempo para sellar,
para siempre,
el surco por donde mi vida puede evaporarse.
Está diseñada para hacerlo,
protegerme,
esa es su función vital
y si bien me obedece,
tiene tan integrado su cometido que automáticamente, antes o un poco más tarde, y a pesar de mi insistencia por mantener la herida abierta, ella seguirá obstinada en su objetivo,
que yo sobreviva,
que yo supere el escollo, que yo avance,
que le gane la batalla al dolor y al sufrimiento.
En el interior mi carne magra, mis músculos y mis tejidos, necesitan de un mayor esfuerzo que el de la piel, y su capacidad de reacción disminuye necesitando más tiempo para cicatrizar la herida interna.
Pero también me escuchan y al ser más lentos es más fácil que me obedezcan.
Y ¿que hago yo?
Yo pienso. Y en mi pensar, siento,
y en mi sentir y pensar, pongo en acción a mi piel, mis músculos y mis tejidos acelerando o ralentizando mi sanación.
En mi pensar también creo, y casi sin darme cuenta creo heridas que la piel, los músculos y los tejidos no pueden cerrar,
ni por mucho que crezcan ni por más tiempo que pase.
Y las llamo heridas del alma, heridas del corazón, heridas sutiles, heridas del sentimiento…
Pero en realidad,
son heridas de historias interpretadas por mi,
son mis heridas creadas,
y sólo yo puedo cicatrizarlas a través de mi elección de pensamiento.
¿Que quieres hacer tú con tus heridas?
Mi alma lame cada herida,
pero nunca cicatriza.
Mi corazón sangra una y otra vez,
sin cesar su hemorragia.
Las cicatrices de la vida que porta mi cuerpo,
son tatuajes, por una vida salvaje.
Las veces que la vida me volteo y me hizo una herida, no importan, pues siempre me levanté.
En el horizonte, atisbo mi mundo sin cicatrices,
incierto futuro sin un puto duro.
Las marcas que mi cuerpo forjó, con cada revolución, son como premios de superación.
En cada esquina tengo una herida, mal curada, que nunca cicatrizo.
Hay cicatrices que te recuerdan de dónde vienes.
Son aquellas que han marcado tu alma y que han moldeado tu carácter.
No puedes verlas a simple vista porque no rasgaron tu piel.
No puedes acariciarlas, ni mirar su reflejo en un espejo.
Pero las sientes a diario.
Las sientes tan profundas que a veces te impiden respirar, formando un nudo en tu garganta que te asfixia y te recuerda que eres frágil.
Sigues siendo vulnerable ante el dolor que sentiste, la amargura del pasado, el frío de la ausencia.
Quieres aliviarlas con sonrisas, pero el dolor es tan intenso, que te parapetas tras el bálsamo del olvido.
Pero vuelven a doler.
Siguen doliendo a pesar del paso del tiempo.
Cuando despiertas, creyendo que se está aliviando su escozor, regresa un pasaje a tu mente y sientes de nuevo esa punzada.
Cicatrices del alma, que nunca sanan del todo.
Te proteges del mundo, te aíslas en una conocida cotidianidad, evitando cualquier tipo de intromisión. Bloqueas tu mente y tu acceso, para evitar que nada pueda volver a dañarte. Te encierras en un búnker, lejos de toda amenaza.
Pero no puedes controlar al destino y esa certeza te asusta.
Y cuando no te queda nada, reccionas.
Tienes que ser fuerte, superar tus miedos y enfrentarte de nuevo al mundo.
¿Cómo? Te preguntas angustiada.
Creando una nueva y mejorada versión de ti mismo.
Obligando a tus cicatrices a luchar contigo.
Resurgiendo de tus propias cenizas.
Solo así, como el Ave Fénix, retomarás en vuelo y volverás a ser libre.
Existen muchas cicatrices, las que son visibles al ojo humano y las invisibles, pero persistentes, Aquellas que perduran, durante toda la vida. O esperando a que sanen alguna vez, con pocas posibilidades.
Las cicatrices del alma, están dentro de de cada uno de nosotros: hay una batalla entre dos lobos. Uno es Malvado, que es la ira, la envidia, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras y el ego.
El otro, es Benévolo; que es la dicha, la paz, el amor, la esperanza, la humildad, la bondad, a empatía, la verdad.
La pregunta es ¿Quién gana?, – la respuesta es fácil: a quien más alimentes.
Soy contador de historias y esta es una historia de la vida real cuyo protagonista me autorizó contar desde su anonimato.
En el 1988 y acabado de salir de escuela superior, enlisté en las fuerzas armadas. Quería ver el mundo y vivir todas las aventuras posibles.
Fui al entrenamiento básico y luego al entrenamiento especializado. Por último, fui a la escuela de paracaidismo y a la escuela de asalto aéreo. Una vez culminados mis entrenamientos, a mis compañeros y a mi nos dispersaron como el viento por los rincones mas recónditos del planeta. Mi aventura había comenzado.
Mi viaje comenzó en Saudi Arabia para 1990. Allí estuve 18 meses que pasaron sin penas ni glorias. Al terminar la misión en Saudi Arabia y en pleno vuelo de regreso, nos indicaron que no regresaríamos a Ft. Bragg, sino que nos desviaríamos para Somalia. Allí la situación estaba tensa. En Mogadishu vi por primera vez la crudeza de una batalla. Fue ahí donde comprobé que las películas de guerra son pura fantasía al lado de un combate real. Fue en Somalia donde por primera vez experimenté no el miedo, sino el terror y aún así encontré el valor para seguir adelante, pues la valentía no es la ausencia de miedo, sino el controlarlo, utilizarlo a tu favor y continuar hacia adelante. En ese momento fue que di un giro de 180 grados y jamás volví a ser el mismo. No hablaré de los horrores que viví en la guerra. Basta con decir que hubo momentos que pensé que jamás volvería. Ví tantos hermanos caer, vi tantos hermanos sufrir, vi tanta batalla, hice tanto, que mi mente jamás regresó. Vi tanta muerte y destrucción, que maldije la hora en que elisté.
Hoy, muchos años después, mi cuerpo está aquí, pero mi mente batalla dia y noche con los espectros, con los horrores de la guerra. Al final de todo no me arrepiento, gané la familia mas grande que cualquier individuo pueda tener, defendí mi patria y la libertad de otros.
Mi cuerpo está roto y lleno de cicatrices. Pero mas rota y llena de cicatrices está mi alma. Desconozco que tipo de cicatrices deja el amor. Nunca lo he experimentado. Pero si puedo hablar de las cicatrices que deja la guerra. De las cicatrices del amor te repones. Dicen que un clavo saca a otro. Pero de las cicatrices de la guerra, no te repones jamás.
Las cicatrices se llevan el alma, las cicatrices nunca sanan, se mantienen abiertas con el paso del tiempo, esto decía Lunático noche tras noche, más sin embargo el trataba internamente cocer con hilos invisibles los cuales se rompían fácilmente, el opto por tratar de llevarlas tan dentro que nadie que podría ver, para que no lo juzgaran, nadie diga nada, el seguía en las noches caminado en el boque cerca de su casa, continuaba soñando que algún día alguien le ayudaría a sanar aquellas cicatrices que desde mucho llevaba adentro de sí.
Tres semanas después caminando encontró a una bella mujer quien le hizo perder el control de su mente y alma, hasta llegar a manipular aquella relación que hasta ahora llevaba poco tiempo, el sentía que eran almas gemelas, el uno para el otro, empezó a confiar tanto en ellas hasta el punto de que le dio una aguja e hilo invisibles, para que le ayudara a cocer esa alma rota. ella la tomo y empezó con mucha astucia, y maldad a ceder, cada vez que jalaba el hilo delgado lo jalaba con mucha fuerza, tanto que le dolía, le molestaba tanto como molesta oír una gota caer en un recipiente. Lunático vivía triste, deprimido porque esa mujer tan bella era muy fría con el siendo que hacia lo mejor que podía para que estuviera bien, se sintiera como una reina… Al cabo de un tiempo ella se va una noche dejándolo solo con el alma más rota que antes, con más cicatrices abiertas y con unas cuantas heridas más en ella.
Con mucho esfuerzo Lunático llevaba su día a día como podía, pronto sintió un pesar por su vida que jamás había sentido, acompañado por una tristeza profunda, no sabía cómo curar esas cicatrices que aun dolían, debido a que estaban abiertas todavía, con el tiempo encontró a una plantita a la cual quiso cuidar y regar cada día, en su agradecimiento ella se metía en lo más profundo del alma con mucha ternura, cariño y paciencia le fue cociendo las heridas , con paños de lino limpiando las cicatrices abiertas al final le colocaba una curita de amor, Lunático con ayuda de su plantita logro sanar, aprendió nunca más dejarse hacer heridas que le dejaran cicatrices profundas.
Celia sonreía al ver la mirada triste de los demás invitados al contemplarla,
pudo salir del incendio, pero llevaba el cuerpo lleno de cicatrices, detrás de cada una de ellas hubo una quemadura, cada cicatriz recordaba lo que luchó con imponentes llamas que devoraban su casa, lenguas de fuego que se acercaron tanto que esos ardientes besos se transformaron en ampollas.
-Quiero creer que me mirais con tristeza por lo ocurrido, por lo que podría haber llegado a suceder;
Exclamó Celia con voz enérgica
Era inevitable no hacerlo, no habria más de 2cm de separación entre una cicatriz y la otra.
Esos penetrantes ojos verdes enmarcados en piel rosada restituida no le restaban belleza, pero si despertaba una admiración lastimosa lo que hacia inevitable dejar de mirarla.
Era tan fuerte la sensación de sentirse observada que Celia continuó diciendo:
-Quitar esa expresión de vuestros semblantes mientras me contempláis, sí, mirarme, fijaos bien en mis cicatrices en todas y cada una de ellas, mi cuerpo, mi rostro, hasta mi alma y mi memoria tienen cicatriz.
Mientras lo hacéis, quiero veros sonreír, con caras de orgullo y satisfacción, porque las cicatrices recuerdan que estuve, que pelee, que sucedió, que luché, y que pude con ello.
Para mi el fuego fue mi gran cicatriz, a partir de ahí mi cuerpo cambió, yo cambié, mi futuro cambió.
Todos estamos llenos de cicatrices, lo que vivimos nos transforma, somos el producto de la buena o mala cicatrización de todo lo acontecido en este apasionante viaje que llamamos vida.
Heridas que indignan
que decepcionan
que humillan
que traicionan,
para dejar cicatrices
que dañan…
Cicatrices de los que amamos
sin ser algo premeditado,
no se elige morir
para hacer daño,
solo se supera la tristeza
de un dolor tan amargo.
La cicatriz de mi ombligo
surco delicado,
el vínculo más íntimo
la herencia que nos dejó la vida,
en mi piel, grabado.
En un mundo de locura,
las heridas del alma se abren,
cicatrices que perduran,
como fieles tatuajes.
LA CASA CUBIERTA DE OLVIDO
La casa a medio caer por completo, con sus muros agrietados cual cicatrices que el tiempo y el olvido han escrito sobre ellos. La casa llena de ruidos silenciosos, de llanto, quizá también de risas, ahora, se resquebraja, y en cada latido emite un zumbido con sabor a llanto y derrota. La casa deshabitada, ocupada en el presente por los fantasmas de la época en la que dio cobijo a una ecléctica prole que creía en la inmortalidad. Pero la noche, derrotada al alba, saca a la luz la levedad circundante.
Las paredes lloran sus horas perdidas en aquella casa que el olvido tapa con sus malditas garras para acallar los gritos que surgen de cada grieta y, se elevan sin esfuerzo al raso que es ahora el dueño y señor de techo transparente.
Los fantasmas heridos de olvido claman por entre las brechas abiertas cual llagas que impone el señor del Tiempo; se escapan a mirar por las rendijas cubiertas de musgo. El olvido deja a su paso todas las cicatrices que en el transcurrir del calendario parece no haber existido, y sin embargo fue, y abrigó entre sus paredes las vidas errantes de seres abiertos a la lacra de lo irremediable: el tiempo ese «heridor» imperturbable.
Cada raja en la pared es la herencia de una cicatriz otrora pertenencia de alguno de los habitantes de la casa. Cada raja, cada herida en el muro, la cicatriz de quién un día se cobijó tras ellos. La casa vacía, la casa en ruinas grita por cada una de sus heridas, invoca el restablecimiento, la puesta en pie del tiempo consumido por una época que espera con fe de santo un amanecer que traiga consigo los muros en pie, los días soleados, las tardes de tumbona debajo de los rosales, las risas, los llantos purificadores sobre la última tropelía ejecutada. La casa vacía, con su alfombra de musgo verde, amortigua los fantasmales pasos que buscan el perdón en la añoranza de lo que no pudo ser.
En cada rendija lleva la impronta de los actos perpetrados por sus inquilinos. El tiempo se asemeja a una bomba, destruye lo que fue, lo vivido, y, convierte paredes fuertes en láminas de papel.
Una enredadera trepa por el muro a modo de costura como si fuera una laña que quiere cerrar la cicatriz abierta en él.
La luna apareció por el oeste, llorando de impotencia, susurrando arrepentimiento.
Quién leerá mi colección de libros azules: cure su pie en cinco minutos, levite en tres, pise la luna en dos días.
Quién se colgará mis cicatrices, la del brazo derecho, la del último Daniel que se perdió en la niebla, después de diez años juntos.
Quién tomará mis cursos de Reiki y de Shiatsu, quién se acordará de mi biblioteca muda, de mis aros, del último viaje a Mar del Plata, el agua helada y el sol tibio. Quién renegará del cargador portátil, del viento inútil, de tus ojos. Quién vaciará por última vez la heladera repleta de cicatrices con queso, tan caro que está. Quién querrá olvidarme en cinco minutos y a quién le importaré un poco más. Quién, digo yo, quién.
Llevo en la espalda
unas marcas de nacimiento
cicatrices de las que no se ven,
pero duelen.
Se fueron transformando
y mutando
hasta formar parte de mi.
Tan arraigada esa marca
que para que no rasgue,
no he dejado de sonreír.
Y de tanto hacerlo,
se convirtieron en alas.
Me dieron el poder
de huir,
de salir,
de almacenar,
de sobrevolar cabezas,
alcanzar alguna estrella,
vivir cuentos de hadas,
crear remolinos musicales,
derribar muros,
alzarme sin levantar la voz
para que el que quiera
me entienda
y el que no,
lo ignoro y compadezco,
en cada vuelo.
Las alas
calmaron las heridas
que brotaban
con el paso de la vida.
Las que no se ven
y las que ves
sangrantes,
cicatrizan fluyendo
por el tiempo…
Incluso
dejan de doler.
“La ciencia de los labios dormidos está inscripta en la tierra de los hongos”: — Me había contado una bayera cuando recién llegaba a la tierra. También me había dicho que no lo repitiera porque era un secreto venerado en las tierras bayas.
Pero eso pasó antes, mucho tiempo antes de que los humanos se convirtieran en híbridos de labios dormidos.
Trauma
Melissa miraba a través de la persiana de su habitación; escondida como siempre. Llevaba años haciendo lo mismo, era su único entretenimiento.
Los vecinos del bloque de enfrente a su misma altura, un cuarto piso, se estaban peleando como siempre, eran una pareja joven. Al parecer según intuía ella era cuestión de celos, ya que él siempre le quitaba el teléfono a ella. Cuando tenían las ventanas abiertas se escuchaban las voces por todo el barrio. En el piso de al lado de la pareja, a su izquierda, vivían una pareja mayor, la mujer enferma y en silla de ruedas se tiraba todo el día delante del televisor, por lo que ella veía no se enteraba de nada; a las diez de la mañana llegaba una señora durante una hora a limpiar y asear a la señora, mientras el señor anciano salía a hacer las compras. Debajo de la pareja joven, en el tercer piso, habitaban una mujer y su hijo adolescente que nada más que le daba problemas, gritos, peleas… cuando el hijo se iba la mujer se ponía a llorar desconsoladamente, sin parar. En el piso de al lado la gente iba y venía. Era un piso de alquiler y la gente no aguantaba mucho allí.
Melissa llevaba sin salir de su casa- bueno, de la casa de su madre- para nada doce años, desde el «trauma».
Hace doce años cambió su vida para siempre, viajando con su marido y su hija de solo tres años tuvieron un accidente fatal. Solo ella sobrevivió. A parte de las cicatrices del alma que cargaba desde entonces… tenía varias cicatrices en el rostro, de los cristales que se le clavaron como puñales por una fuerza invisible.
La peor cicatriz física en su cara le cruzaba desde la barbilla pasando por la boca que dividía sus labios por la mitad en vertical, seguía por el lado derecho de la mejilla hasta la sien, es decir, le cruzaba todo el lado derecho. Era profunda y de un color granate oscuro. Le habían operado varias veces y según los cirujanos eso era lo máximo que podían hacer por ella ya que llegó con la cara destrozada.
Tardó mucho tiempo en poder mirarse al espejo, no quería vivir así.
Vivía con su madre desde entonces. Ella se encargaba de salir a comprar y hacer todas las gestiones, incluso de ir al médico por ella.
Pensó muchas veces en desaparecer pero su madre no lo soportaría.
De pronto ocurrió lo que para ella era un milagro, una oportunidad: ¡ Había una pandemia ! Siguió las noticias desde el principio, algo incrédula en un primer momento… pero llegó.
Lo que para mucha gente quedarse en casa encerrado era un martirio para ella no era ningún problema.
Ella solo quería salir a la calle, respirar el aire, sentir el sol en su piel y que nadie la mirase con pena, asustados e incluso con repugnancia.
Las mascarillas obligatorias fueron su salvación. Le tapaba casi toda la cicatriz, solo se veía la parte de la sien pero con el pelo hacía ese lado apenas se percibía.
Sentía mucha tristeza por lo que escuchaba en las noticias y la gente que estaba muriendo, ella entendía perfectamente su sufrimiento, lo tenía grabado a fuego en su corazón.
Empezó a salir a dar paseos, no había nadie por la calle, sintió una paz que hacía tiempo que no la visitaba. Deseó que no muriera nadie más pero que la mascarilla fuera obligatoria para siempre.
Una mañana vio un perro vagando. Los siguientes días siguió viéndolo, seguramente lo habían abandonado.
Un sábado se atrevió a entrar en la farmacia a por sus medicinas, nadie la miró mal, la trataron muy bien y fue cogiendo confianza. Al salir de allí y camino de casa vio al perro vagabundo, el perro se le acercó buscándola, advirtió que tenía una gran cicatriz que abarcaba desde el cuello hasta el lado derecho de su cara- toda esa parte sin pelo- con la piel desnuda. No pudo evitar identificarse con él y decidió llevárselo a casa.
Pensó que diría su madre cuando apareciera con el perro. Entró en la casa y llamó a su madre. No contestaba. La buscó por la casa y entró en la cocina, la escalera que utilizaba su madre para subir la limpiar la parte de arriba se encontraba tirada abierta en el suelo; al lado su madre, que yacía con una gran brecha que cruzaba su rostro.
Le llamaban » el siete» . Un ajuste de cuentas y una afilada navaja marcaron su rostro . Con el el tiempo se había dejado crecer el pelo y negros rizos le tapaban la cicatriz que nacía de la frente , recorría por el vértice de su ceja terminando a unos centímetros por debajo de su ojo izquierdo. No se sabe que lo cambió más, si los dos años en prisión o el número siete en su rostro. Cuando salió de la cárcel todos en el barrio esperaban su llegada, la banda a la que pertenecía le preparaba una fiesta sorpresa en el garaje dónde se reunían para repartir droga y planear nuevos robos.
Con sus escasas pertenencias a la espalda, su nueva libertad y el sol de Marzo haciéndole llorar los ojos montó en otra línea de autobús, hacía otro destino. En la cárcel, el guardia Alfonso que se había jubilado tres meses antes de su puesta en libertad era el único que lo llamaba Roberto en lugar de » siete «. Gracias a ese buen hombre que no había perdido la fe en la naturaleza divina del ser humano veía posible una nueva vida, una nueva oportunidad para él. Le ofreció alojamiento y trabajo, tenía que aprender a cuidar de una docena de caballos y domarlos. El siete pensó que si lo conseguía lograría domar también su lado salvaje y oscuro . Alfonso le decía que la única forma de vencer nuestras sombras internas era arrojando luz sobre ellas.
El siete no podía borrar su cicatriz del rostro ni los errores del pasado pero si podía empezar de nuevo, confiar en esa luz que estaba empezando a guiarlo hacia el más grande de los abismos, el interior de sí mismo.
Siempre tuvo miedo a las inevitables recaídas, que vendrían después de haber sido tocada en sus entrañas. Después de haber traspasado el umbral entre la vida y la muerte, sin haber sufrido ni física ni emocionalmente, pues un estado de coma inducido, la liberó de ello. Vivió en el limbo, por un tiempo impermanente, durante el cual, en su inconsciencia, sentía la presencia de un espíritu amoroso, al que veía entre luz y oscuridad. Le acompañaba a cada momento. Por las noches permanecía junto a su cama, velaba sus sueños letárgicos. Creo que era su hermosa madre, quien le dio la vida en su cumpleaños. Cuando ha caido enferma ha sido en vísperas de esa fecha memorable, en que sus almas se amagaron en una sola. Ella partió ya hace 25 años y más allá de la eternidad le cuida, le protege.
En sus sueños se ha hecho presente y eso para ella es una señal de que aun no quiere que esté a su lado. Es curioso que en cuatro ocasiones, y en las mismas fechas ha tenido que luchar contra su enfermedad y ella, con su presencia etérea e inmarcesible, le regala de la vida que le falto vivir.
Volvió a la vida, a su realidad existencial; más se sintió como la crisálida que eclosiona para liberarse de su tumba y abrir sus alas, volar para surcar las infinitas bendiciones que da la vida. Renacer para reconstruirse y respirar, saborear de nuevo la vitalidad. Sentir la brisa, el calor, los abrazos y los besos; los amaneceres y atardeceres, llevando a cuestas las cicatrices de sus batallas.
Así pasó su tiempo. El destino es tan incierto, que no sabemos cuándo dé el zarpazo final.
Volvieron esos terribles dolores y molestias que le obligaron a volver al hospital. Tuvo que someterse a una cuarta cirugía sin contar las tres anteriores que ya traía en su historial. La diferencia entre esas y las últimas cuatro, es que en las primeras quedaron las cicatrices benditas de la maternidad y las otras, son testimonio de su lucha por vivir.
Creía que sería la ultima vez y la definitiva cuando ingresó al quirófano, solo pudo ver a su adorada hija y a su amado esposo. Pudo leer, percibir en sus gestos, la preocupación enorme y el miedo a perderla.
Vio, ya colocada en la plancha quirúrgica, una especie de ángeles vestidos de azul sobre nubes blancas tocadas por las manos de Dios para salvar su vida. La anestesia empezó a hacer efecto y antes de quedar totalmente dormida, percibío la presencia de Dr. Arnulfo. En esos momentos, en una visión retrospectiva, revivió sus palabras la ultima vez que tuvo consulta con él. Llevaba un seguimiento de su enfermedad y sabedora de su excelente desempeño, entrega y profesionalismo, además de hacer honor a su promesa como médico, de salvar vidas, le pidió que él le operara.
-Mira, en virtud de que fuiste sometida a cirugías con poco tiempo de espacio, una cuarta cirugía es de mucho riesgo. Yo te puedo operar, pero en el hospital donde lo haría, no tiene lo necesario para atender una emergencia si las cosas no resultan bien. Necesitas atención institucional. Mas no te preocupes, cuando te operen, yo estaré contigo para vigilar los procedimientos que requiere tu caso.- Dicho esto se quedó tranquila.
El destino cruel se hizo presente pues en plena pandemia, él continuó con su misión; desgraciadamente, uno de sus pacientes, lo contagio con el virus e irremediablemente, murió.
En el quirófano estuvo con ella. Creía, en su necesidad de preservar la vida, que fue quien le operó y le devolvió la salud. Sabía que no era verdad, pero en su letargo sintió su misteriosa y bendecida presencia. Vio también que dos espíritus se abrazaban felices de haberla acompañado en ese trance y percibió como se esfumaban cuando empezaba abrir los ojos, sintiendo indecible bienestar.
Ahora, ella ama sus cicatrices, las del cuerpo y las del alma, que, aunque no tengan encanto, quedan tatuadas para contar su historia.
La pequeña cicatriz fue cubierta con el tatuaje de una mariposa. La víctima, aunque pudo herirla, nunca fue encontrada.
POZO POZO
Amor mío, bésame… !no! no quiero que me des un beso como un hermano, quiero que me beses con pasión, como antes ¿o es que quizás, se te ha olvidado? Yo no lo he olvidado y, me gustaría que las cosas fueran igual que en aquella época.
No te pido demasiado, sé que aún sientes algo especial por mí.
Recuerdo aquellas noches en Montecarlo, cuando le dijiste a tu mujer que tenías que arreglar unos asuntos importantes y que ibas a estar fuera unas semanas. Tu mujer no sospechaba de mi, me había visto en varias ocasiones y se había dado cuenta que yo no tenía mucho atractivo corporal, una mujer muy simple. Pero, ella no me conocía y no sabía cuáles eran mis armas.
No recuerdo haber vivido unos momentos de tanta pasión como en aquella ocasión. Ni siquiera te diste cuenta cómo te clave mis uñas en tu espalda. La cicatriz no se fue con los dias que estuvimos allí y tu mujer cuando volviste se dio cuenta de que la habías engañado.
La pobrecita no se lo podía imaginar y se tiraba de los pelos pensando que como una simple como yo le había robado al marido. Es verdad eso que los maridos se ganan en las camas.
La primera llegó después de luchar con un parto difícil. Tras ella llegó él, desbaratando nuestra vida de pareja. Y poniéndome en la tesitura de tener que alimentarle, yo, que me sentía incapaz de alimentarme sola.
Para la segunda estaba preparada. Aproveché para sugerir un poquito de liposucción. Me levantaron la cabeza para verla llegar.
Y las dos, superpuestas una sobre otra, se convirtieron en el reguero por el que desde entonces quisimos transitar, como dos aventureros en busca del nuevo mundo.
No hay universo igual a aquel en que nos sumergimos durante tanto tiempo, mientras crecimos y crecieron.
Aquella que les vio nacer se parecía bastante a esa otra que se le llevó a él, cuando ganó la batalla el cangrejo de patas negras que se lo comió por dentro, mientras le impedía comer. Él, que les dio la vida.
Cicatrices que dan y quitan, en perverso capicúa.
Que nos llevan de la leche que alimenta, a las lágrimas que riegan la herida.
¿Se reconocieron?
Perfectamente.
Ella, igual;
enjuta, estirada como poste,
pelo recogido al moño, nariz aguileña.
¿Fea?, no, eso no.
Caminaba igual.
Él, sin variación;
ancho, alto/grande,
¿su pelo?, rizado aún, ¡que raro¡
Chato de napia.
Seguía teniendo una pelea de perros entre las piernas al andar.
Imposible no advertirse a primera vista.
¿Entonces?
Se evitaron.
Demasiadas heridas aún por cicatrizar.
El corazón llora
El alma se lamenta
¿En qué momento
Se congeló la sangre?
¿Y el hielo se instaló
En.mis emociones?
Que dolor tan grande
Se adueñó de mis sentidos,
Estoy inmersa en la sombras.
Las heridas aún abiertas
Son cicatrices ocultas
No se ven
Están agazapadas
Esperando el instante
De recordarme
La hora en que
Llego la noche
Ya nada existe
El pulso se detiene
Y muere la palabra
El aliento se congela
La mirada ya no brilla
Mis manos te buscan
En vano
EL golpe final
¡No estas!
Te fuistes en silencio.
¡La herida no sangra
Pero en mi alma
Hay cicatrices!
LAS VIEJAS HERIDAS.
Una lágrima salió de sus ojos. En su recorrido por la mejilla, la salada gota de agua llamaba la atención sobre su existencia con un leve cosquilleo sobre la piel. Llegó a sus labios y desapareció, pero el surco húmedo sobre su rostro aún podía verse.
Miró el reloj de su cocina. Su marcha era imperturbable. El tiempo no se detenía nunca y puso todas sus esperanzas en él. Día tras día y noche tras noche, el calendario se quedaba sin fechas, con el único objetivo de cambiar cada, aproximadamente, treinta días. Los meses desaparecían, pero siempre quedaban restos de papel que indicaban que aquel arcaico medidor de la vida, había sido antes mucho más amplio. El pasado, por tanto, no desaparecía del todo y estaba al alcance de la propia vista.
Un día, mientras cortaba cebollas para hacer un guiso, se cortó en la mano. Las lágrimas que cayeron sobre la herida provocaron un intenso escozor. Se enrolló un trapo sobre el corte para detener la hemorragia. Era una herida pequeña, en unos minutos la sangre dejaría de salir.
Pasaron varios días y la herida curó.
—Sí —pensó —, ya se ha cerrado, pero siempre queda una cicatriz tras el dolor.
Como separme de ella, vino sin llamarla, se QUEDO para siempre y émpezo a echar raíces.
Al cabo de un tiempo ya eran varias, entre ellas hicieron un mapa con estaciones por donde viajar, y cada una tenía una historia que contar.
La que más me llamó la atención fue una muy larga y apaisada, le pregunté por su origen y me respondió. ‐La vida bien lo merece y esta nada más es la huella de un fruto deseado.
C uando nacemos somos lienzos
I nexpertos y vulnerables
C egados por neblinas confusas y
A uroras titilantes
T Orbellinos dé sentires de los que vamos
sucumbiendo
R ecorriendo montañas de nostalgia,
valles de pasión, mares de alegrías que
I rremediablemente causan heridas
físicas, del alma e ilusorias
C uyo merecimiento son nuestras
cicatrices que nos marcan como las
líneas de la mano
E l hermoso, nefasto,sigiloso,espléndido
tormentoso, sorprendente e
incomprensible
S urco dé vertientes hacía la eternidad
Pues me han gustado mucho todxs, pero me quedo con Neus Sintest y Kata Mar, Amalia Martín, y Pedro Parrina.
Menciones honoríficas a todxs.
Han sido muchos los que me han gustado, si solo se puede votar a uno, mi voto es para Consuelo Pérez Gómez
Mi voto va a Rosita Miski
Voto a Kara, Sergio, Tess y Bea
Mi voto es para:Silvana
Amalia Martín
Mi voto para Bego Rivera y Lidia Fuentes
Carlos Taboada, y felicidades a cada una de las participaciones.
Mi Voto: Silvana
Coronado, Raquel, Pedro y Tali
Consuelo
Lidia
Carlos
Y Amalia
Neus y Sergio
Mi voto es para Tali Rosu
Mi voto
Amalia
Raquel
Dil Darah
Gaia.
Voto a Javier García
Mi voto va para:
Dil Darah
Lidia Fuentes
Bego Rivera
Lili Manzana
Muy difícil, enhorabuena a todos.
Carlos Taboada-
Lidia
Javier
Efraín
Buen nivel.Voto a Amalia Martín
Mi voto para Bea y Amalia
Voto
Bego
Curro
Todos muy acertados, pero mi voto es para Tess Lorente