Empacho – Miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «empacho». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 7 de enero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Empalagoso.
Entender Juan que su niña se está a haciendo mayor le costó una enfermedad.
Ha costumbrado a lavarla, vestirla y amarla hasta lo infinito como sangre de su sangre que es, por la que ha vivido estos años…
Más la criatura ya una joven cita, le molesta y mucho que su padre siga queriendole dar un besito, dos o tres.
Papa estoy arta de tus caricias, le dice…
De acuerdo, contesta Juan , pero me cuesta entender que este amor de padre te empache…

BENEDICTO PALACIOS

EMPACHADO Y POBRE
No pegué ojo, y no por causa de unos fantasmas que invadieran mi cama, pues a mí nunca me dieron miedo las películas de terror, los espectros, las voces de ultratumba ni los lobos. Claro que donde nací no había leones, que otra cosa sería.
Te empeñaste, querida Edwige, en que probara los progresos y sabores de tu cocina y probé de todo, hasta la leche frita que no me gusta.
—Es que lo hago para ti, bien lo sabes.
Te lo agradecí de veras, pese a ser de digestión pesada, y también tú lo sabías. Me acosté después de las doce y como era incapaz de dormir me visitó un fantasma raro e irreconocible. No vestía como los del cine, con sábana o caperuza. Venía cubierto de harapos.
—Pero tú no eres un fantasma.
—No, soy un pobre.
—No me hagas reír, los pobres son de carne y hueso.
—Más de hueso. Me vendría bien comer algo.
—Por favor, no hables de comida o vomitaré.
—Lógico: los excesos de unos empobrecen a los otros.
No hubo vomitona, pero con solo advertir la luz del amanecer, me dirigí a la cocina y en una bandeja preparé las viandas más ricas y un buen vaso de vino.
Le llamé para entregarle aquellos manjares. Quería además excusarme por mis excesos, pero el pobre ya no estaba allí.
Me volví de nuevo a la cama y no logré ni tan siquiera dormitar. Aún sentía pesadez en el estómago. Y se me puso peor cuando cerrando los ojos se apareció el pobre. Y lo era de verdad.

ALBERTO MEDINA MOYA

Fue a finales del invierno cuando el hombre por el que tanto suspiraba me tomó de la mano y me llevó con él. Desde aquel día empezó a decirme que su corazón era de mi propiedad, que mi sonrisa era su alimento y su oxígeno, que yo era un peluche, una golosina, musiquita que hacía bailar a las golondrinas, la dueña de sus latidos, su antídoto contra el desamparo, que cada uno de mis cabellos era un pétalo de la flor más hermosa de la creación, mi cuerpo un pastelito de chocolate, un tesoro, un cielo, que el movimiento de mi cintura era el eje sobre el que gravitaba el Universo, que mis labios eran la locura más dulce que había soñado nunca, pura belleza encarnada, una muñequita, un cuento de hadas, un bombón por dentro y por fuera, un refugio interminable, una mañana de primavera, un silencio gozoso, vitamina para su alma, que cada vez que me veía le agradecía al Dios en el que no creía el honor de haber nacido, y que por más que reflexionaba, no lograba saber cómo había podido vivir tantos años sin saber de mi existencia. Que era su agua y su pan, su sal y su pimienta, la estrella más hermosa, el verano más inolvidable, que cada segundo a mi lado era un sueño, que era su vacuna contra la tristeza, su talismán, su fe inmutable en el milagro de la vida, su hechizo, su canto de cuna, que cada vez que lo miraba le cicatrizaba una herida, que por mí subiría todas las cumbres, surcaría todos los mares y cruzaría todos los desiertos, para que no quedara nadie sin saber que no hace falta morir para conocer el paraíso. Todo eso y más me decía un día y otro aquel hombre de gran corazón. Evidentemente, no tuve más remedio que mandarlo a la mierda.


TALI ROSU

Sentada en el salón de mi casa encendí el televisor; el discurso de siempre resonó en los altavoces, el mismo que escuché ayer y que ya había oído el día anterior, el que se viene repitiendo sin descanso cada día desde hace ya… no sé cuanto tiempo…
Me sentí asqueada y con ganas de vomitar, fui a beber un vaso de agua y, al volver al sofá, pude oír el crujir de la madera rompiéndose bajo el peso de mi delgado cuerpo. «No lo entiendo, esté sofá es nuevo», pensé.
Arrimé una silla y me cambié de sitio mientras echaba un vistazo en Internet, quería informarme viendo un podcast que da las noticias sin disfraz y sin engaños. La silla se rompió bajo el peso de mi delgado cuerpo. «¿Pero qué pasa? ¿Estaré engordando?».
Fui a mirarme en el espejo y el reflejo me devolvió la imagen de una mujer demacrada y cansada, casi en los huesos, con los ojos hundidos y apagados… triste.
No, no estaba engordando, estaba perdiendo masa corporal, me estaba matando una depresión cada vez más evidente; sin embargo, mi cuerpo pesaba cada vez más. Pesaba por el empacho de las dosis diarias de realidad, pesaba por el empacho de tragarme cada día un poco de mi consciencia por saber que formo parte de esta absurda decadencia. Mi peso aumentaba mientras mi delgadez hacía lo mismo, mi empacho me desbordaba hasta que un día reventé.
Cuando quise ir al baño a mirarme en el espejo, encontré un saco de huesos pudriéndose en el suelo.
«¿Hace cuánto que habré muerto?», me pregunté.

MARÍA RUBIO OCHOA

Tengo empacho de ver, sentir, vivir y sufrir por lo que está pasando, pensar que vuelve a estar en picos altos. Familias que sufren, ancianos que lo han dado todo y que esta pandemia azotó. Unos por tener que estar en soledad cuando más se necesita, sin poder tener la mano de su ser querido, otros aislados en una residencia, otros solos en su domicilio.
El hartazgo, el cansancio, la impotencia de no poder hacer más de algunos Sanitarios………Muchas personas enfermas y sufriendo en esta pandemia. La esperanza por bandera de que tanto empacho se disuelva. Mientras tanto no dejar de aprender de todo lo que enseña, que la vida nos necesitamos los unos a los otros, que no podemos ir tan deprisa, que la paciencia es necesaria para no sentir tanto empacho.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Tras devorar cada centímetro de tu cuerpo, el empacho fue tal que decidí hacerlo de nuevo.
Entre besos y caricias descubrí el empalagoso mundo de nuestro amor.
Tras más de una década saboreando cada rincón de tu cuerpo, con el hartazgo de contar cada lunar y cada peca tuya, y saber de memoria y con exactitud, incluso a oscuras, dónde se encuentra cada uno.
-¿Quieres empacharte conmigo? No contestes todavía. Déjame volver a saborear cada parte de tu ser e interiorizar tus deseos y anhelos hasta penetrar tu alma perpetuamente.

CRISTINA RUIZ

Harta del año 2020, de la pandemia y de toda la hipocresía que ha traído consigo. Y eso que tengo predilección por los pares, manías de señora mayor, pero estoy deseando que finalice y despedirle con la misma falsedad que se ha vivido durante todos estos meses.
Molesta con esa policía de balcón que se creó en marzo, te conometraban cuánto tardabas en dar el paseo con la perra para poder reprochartelo. ¿DONDE ESTÁIS, AHORA? En cuanto podéis cogeis un coche y os vais corriendo para el pueblo, una casa rural, para ir a comer, cenar, tomar algo con vuestros amigos, etcétera. Ya no estáis en la ventana asomados para ver cuánto tardamos, ¿VERDAD ? Os informo que sigo dando el mismo paseo.
Empachada del típico comentario: Pero tu estas en casa teletrabajando
Cierto, pero cuando ocurrió todo esto me fui a trabajar a mi puesto porque fuimos de los últimos en salir, mi empresa tardó mucho en barajar la posibilidad de teletrabajo y no oia ningun comentario al respecto.
Claro que estoy en casa, con sus partes buenas y malas, no distingo un lunes de un domingo, estoy rindiendo mucho más, y al final acabaré peinando bombillas.
Empalagada de unas “NAVIDADES DIFERENTES “ por nuestra salud, pero yo me planteo ciertas cuestiones si nunca has puesto tantas luces, por que este año tienes que actuar de diferente manera. Por que nos acordamos de los que han cenado solos, ¿Es el único año que ha ocurrido esto?, ahora te acuerdas de la tía que tienes el pueblo, que vive sola y la llamas y le dices que es por su salud. El año pasado ¿Qué excusa pusiste?. Al final han sido unas navidades sin pena ni gloria.
Enfadada con el supuesto altruismo que se generó a raíz de todo esto y luego lees una noticia que por lo menos a mi me impactó mucho, un hombre trabajando toda la vida le desahucian de su casa y una noche durmiendo en el parque murió congelado.
No se me ocurren más sinónimos, para describir el empacho que tengo ya de año, quiero pensar que el 2021 va a ser diferente, espero que traiga buenas intenciones y tenga una indigestión de hablar de este año que viene impar.
Saludos a todos y un Feliz 2021 !

RAQUEL LÓPEZ

Tengo una receta de amor,
los ingredientes son sencillos,
una mirada, chispeante,
un abrazo, nutritivo.
Un apetito voraz,
que esta receta cura,
os aseguro, no engorda
porque tiene, mucha fibra.
Un menú lleno de amor,
de locura y desenfreno,
desearnos sin mesura
y saciarme con tus besos.
Unos besos muy intensos,
el manjar de los manjares,
este plato, será un éxito
para todos los paladares.
Una dulce sonrisa,
una caricia, picante,
un sabor que intensifica,
los ingredientes, claves.
No dudéis en probarlo todo,
pues además de nutrir el alma
embellece todo el cuerpo
y aseguro, que no EMPACHA.

ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ

Empacho asqueroso¡¡¡
Ha empezado con un dolor de estómago, después de cabeza, malestar general, unas grandes flatulencias y la diarrea asquerosa que no me deja levantar el culo del Roca. Náuseas, vómitos, sudor frío, mareo, incluso fiebre.
Son las peores horas de mi vida y no sé cuando parará este cuadro clínico que hace que desee estar muerto.
No puedo tomar nada porque enseguida lo devuelvo y no soporto el olor del wáter. Si puedes sentir lo asqueroso que es y que me siento, pues de eso se trata. Que asquerosidad.
A quién se le ocurre comerse un kilo de polvorones, con pan.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

…Y el tiempo se fue…y no volvió…y vinieron otros tiempos con el hartazgo y el empacho de unos días sin sol…y de las nubes ya no manaba el agua, sino una legión de cuervos que, en vuelo rasante, terminaban por estrellarse contra el suelo provocando una explosión de desamparada negrura…
—El tiempo pretérito no volverá…
No volverán las gotas cristalinas que arrasaban todo al pasar y dejaban un rastro de límpida nostalgia…
No volverán los pastores de sueños, guardianes de ilusión …
—No volverás a pisar lo desandado…
Volverán los desencuentros con su pertinaz machaconería, hasta hartarnos y desear dar marcha atrás cuando la imposibilidad de encontrarse, creaba la fantasía de un «buenismo», que no era sino el reflejo de deseos incumplidos…
¡Y me harté! me harté tanto, tanto, tanto…que dejé de soñar…convertido en un autómata, transité el resto del camino…y obvié la palabra maldita…y olvidé iluminarme hasta apagar mi luz…y me olvidé de hartarme hasta el hartazgo…y me empaché de soledad…
Hasta el hartazgo…hasta el empacho…

NEUS SINTES

Recuerdo los empachos de Navidades pasadas, en las que uno se atiborraba a comer y a zampar cualquier dulce que en la mesa hubiese. Incluso comer por comer. Las cenas se alargaban con todo tipo de alimentos, que aunque todos eran apetitosos, llegaba un límite en el que el estómago te decía «no puedo más».
Este año, en cambio los empachos han sido menos frecuentes, por no decir escasos. De cenas y comidas ligeras. En solitario o con compañía. A diferencia de otros años, las familias numerosas no se han podido juntar. Querer y no poder. Celebramos estas Navidades con otra perspectiva. Quien tiene hijos pequeños o mejor dicho, quienes los tiene que aún creen en la magia de estas fiestas, deben hacer cómo si no pasara nada aunque suceda.
Los empachos Navideños ha quedado atrás. Nuevos empachos vendrán o están por llegar. Mejores o peores, pero de camino están. Son aquellos que te remueven el estómago sin más, los que te hacen rugir, como de un león se tratara, el ruido de tu barriga dolorida.
Otros el ansia por comer les devora las tripas y a hurtadillas se cuelan en la cocina. Abren la nevera o se van, aún mejor, al cajón donde se encuentran los dulces y los mazapanes, junto con los turrones de chocolate y de cualquier variedad. Los mas listos, para no ser vistos, cogen las bolsas de patatillas que encuentran y de puntillas se van a su habitación. Se encierran y empiezan a zampar a altas horas de la noche.
Al día siguiente viene la parte divertida. En la que cuando vas a ver si tu hija sigue dormida o ya se ha despertado. La encuentras enrollada en un ovillo, dentro de las mantas, con un dolor de estómago. Cuando le vas a preguntar que qué le ha pasado, desvías la mirada hacia abajo y ves, asombrada, las dos bolsas de patatillas vacías. ¡Eso sí es un empacho!

LUISA TABORDA

Empacho por no saber decir, basta.
Empachada me quede en la cena de noche buena.
Comí de todo lo que me ponían como si no hubiera mañana, por las restricciones de la Covid 19, éramos pocos: mis suegros, mi hermana , mi pareja y yo.
Mi suegro con ganas de agradarme me decía- come, come que no he hecho mucha comida.
Recuerdo sus palabras días antes de la cena, – Ustedes traen las bebidas y nosotros la comida; ¡eh! pero este año no tirare la casa por la ventada, habrán unos mínimos tentempiés y unos cuantos canapés.
Yo creyendo en sus palabras, empecé a devorar, pues lo mejor de estas fechas esta en el placer de comer.
El susto vino después, al haberme comido todo el pica-pica, mi querido suegro dice,- ayudarme a recoger los platos. Daba por hecho que venían los turrones y polvorones. ¡Bien! la parte que más me gusta, ¡ Mmmm! el postre, pues no, lo que estaba poniendo en la mesa era el plato principal, pavo relleno con salsa de arándanos y cortes de ciruela.
Seguir comiendo o vomitar era el kit de la cuestión, escogí seguir comiendo, pues mi suegro se había esmerado tanto en cocinar. Aunque yo introspectivamente oraba ¡Dios mío ! si permites que la comida me quepa sin ni siquiera vomitar, prometo a partir de mañana comer sano: fruta, verduritas y ensalada.
La promesa se fue al garete pues hoy día de navidad llego mi suegra al medio día con un buen cocido extremeño. ¡ imposible decir no a un buen cocido! Aquí estoy nuevamente empachada y suplicando salud para mi estomago.
Feliz navidad. ¿Alguno de ustedes puede darme un almax? .

LÍA ESPADA

De tanto abrir tu corazón para sentir,
de dejar luego que alguien más lo rompa,
de tanto recomponer los pedazos,
acabaste empachada de pesares,
saturando tus venas del absurdo de emociones encontradas,
en la agonía de haber olvidado compartir,
en la tristeza…
de no saber cómo volver a hacerlo.

LOLY MORENO BARNES

Doña Brígida Ledesma.
Tema de la semana.
En aquel pequeño pueblo al pie de Los Andes todos conocían a doña Brígida Ledesma .
Algunos como doña Brígida, otros como La Ledesma y por lo bajito como la bruja o la curandera .
Vivía en un rancho en las afueras del pueblo . Para llegar a él había que subir por la quebrada dejando atrás el valle , cruzar el riachuelo de las ranas y caminar por el sendero de espinos , dejar una botella de agua en la diminuta capillita de la Difunta correa ( que murió de sed y se le deja agua para que en nuestras oraciones nunca falte nuestra generosidad) al pedir a cambio un pequeño milagro .
Al llegar al rancho sus cuatro perros galgos daban la bienvenida y luego desaparecían a la poca sombra de los algarrobos haciendo un hueco de nido escarbando la arenosa tierra buscando algo de frescor .
Doña Brígida no cobraba las visitas a sus pacientes , estaba prohibido cobrar en pesos, por su mano santa y en el pueblo tampoco cobraba de la mayoría el único médico que visitaba cada quince días . El hecho es que nadie cobraba por los servicios , excepto a los pocos pudientes ganaderos o agricultores más relevantes , que se podían contar con los dedos de ls manos .
El resto de los mortales del pueblo pagaban con gallinas, conejos y hasta con algún pequeño lechón.
Cada pueblerino cultivaba sus hortalizas de temporadas y algún frutal resistente al clima frío.
De la cosecha, también se surtía el médico y la curandera como agradecimiento de los pacientes por calmar sus males .
Existía una rivalidad ética entre el médico y la curandera pero respetaban su territorio .
El médico solo estaba unas horas cada quince días intentando curar con la ciencia pero sin medicamentos que nadie se podía permitir comprar .
Doña Brígida estaba siempre, las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año .
Todos los males tenían cura con sus diferentes hierbas ayudadas de las oraciones con poco o moderado éxito , más por fe y creencia que por lógica.
Mal de ojo , culebrilla, insolación, pie de cabra etc etc.
Aunque el mal más consultado era “EL EMPACHO “
La Ledesma lo curaba con la cinta, tirando el cuerito o con oraciones a distancia a los que no podían acercarse a su rancho.
Todo el pueblo se empachaba en algún momento y mucho más los niños .
Curiosamente los empachos no tenían su origen en atiborrarse de dulces u otro suculento y repetitivo atracón de cualquier manjar .
El origen de la epidemia de empachos siempre estaba en unos generalizado virus llamados:
“ POBREZA Y HAMBRE. “

GAIA ORBE

debajo de una cerveza
un empacho de amor
hoy, no es exactamente hoy
encajar en el calendario gregoriano
fallado y mentiroso
disuelve la libertad humana
debajo de una cerveza
aceptarnos en nuevas estrategias
un empacho de amor.

MARÍA ROSA ROLANDO

Estoy harta de sentir la obligación de tener siempre las respuestas y soluciones a cada situación. Que esperen de mí, más de lo que en este momento estoy dispuesta a dar. Empachada de reproches que lastiman. Y de tanto hartazgo me quedé vacia, tanto que a veces, no reconozco la imágen que me devuelve el espejo en la mañana.
Algunos dirán, _ te quejas de Llena, si lo tienes todo!!! Y yo, muchas veces me guardo las respuestas, para no ofender. Porque siento, que no vale la pena ponerme en ese plano de tener que explicar. Sólo, aquel mortal que ha sentido lo mismo, puede comprenderme. No es egoísmo, no es locura. Sólo hoy quiero gritar a los cuatro vientos, que estoy Harta.

TESS LORENTE

¡Oh, Soledad infinita!
Te adueñas de mi alma en esta nostálgica época del año, dónde tras el empacho de unos días
repletos de reencuentros familiares, comilonas y festejos, llega tu inmensa presencia.
Te regodeas estrujando mi pobre corazón herido por el eco que quedó entre las paredes de mi casa.
Dónde antes hubo risas ahora reina el silencio, dónde hubo abrazos ahora queda el frío de su ausencia, dónde lucía el brillo de la fiesta se asienta la oscuridad del abandono.
¡Oh, odiosa Soledad!
Te adueñas de mi alma devolviéndome a mi triste realidad. Cruel asesina que poco a poco vas desgarrándome el alma.
Te odio, ¡Cuánto te odio, Compañera de vida!

NANE NINONÁ

Después de vaciar tus palabras y, un par de minutos después, tus gónadas dentro de mí, todo estaba ya veladamente aclarado. Un repentino y contundente peso se colocó sobre mi tripa. Una presión que, con el paso de los días, dejó de ser de fuera hacia dentro para convertirse en algo que se expandía desde dentro hacia fuera.
Aquél acto de soberbia y calculada revancha, pueril y erróneo en su más primaria base, generó un empacho, un hartazgo sistémico, que difícilmente voy a saber manejar sin que mis tripas terminen explotando, cubriéndolo todo con un estarcido artístico de mierda… Mi mierda.
O, quizá no, quizá este empacho de tí termine implosionando dentro de mí, como siempre, y todo pase sin pena ni gloria… Si la mierda explota pa’ dentro no salpica, y retroalimenta… No?

GABRIELA GARCÍA

Llegó con empacho de sol, salió en cuanto deslumbraron sus rayos, se sentó a mitad de la mañana en la calle bajo su fuego, la gente no lo entendía qué haría Zacarías tantas horas allí, sentado. Se dispuso a pasar el día entero, iluminado, y sintiendo el calor de su abrazo. Luego dormiría bajo su abrigo y esperaría, al fin, otra vez su luz.

BEA ARTEENCUERO

Ese ser llamado jefe
un día a su oficina me llamo
Me dijo sutilmente
Palabras de halagos,
No se que puesto me ofreció
A cambio de mis favores.
Sorprendida me quede
No atine a decir nada
Nunca creí vivir
Tal situación
A partir de ese momento
Mi vida en un infierno, se transformo
En toda ocasión este
Gran señor me acosaba
A pesar que lo evitaba
Mas el continuo con su acción
Mis compañeros, con gestos
Maliciosos me miraban
Creyendo que era yo, su querida
Sabiendo que era casado.
Hasta que llego…
La fiesta de fin de año.
Recuerdo aquel momento
Que sonriendo se acerco
Y sin miramientos,
Mi busto acaricio.
Mi furia desato
Sin pensar las consecuencias
Una cachetada, yo le di
Y sin empacho, lo increpe, gritándole
Que era el mas ruin de los hombres
Escondido tras el titulo de caballero
Atónitos todos quedaron
Al ver mi reacción. dejando yo el salón
y a mi jefe anonadado
Queriendo justificarse, diciendo:
No entiendo ¿ Que le paso ?

MIGUEL GÓMEZ

Nunca olvidaría la fecha en la que su mal se manifestó por primera vez: un siete de enero, el día en que se sintió explotar.
Si, por su propia naturaleza, el mes de diciembre era panorama abonado para el consumo excesivo de comida y bebida, y la resolución apresurada de tareas a medio hacer, el recientemente terminado se llevaba la palma de los últimos ejercicios fiscales en ambos aspectos.
Un mes de comer y beber como un regimiento de cosacos, y trabajar como un esclavo. O estaba sentado a una mesa rebosante, o frente a su ordenador con una bandeja llena de apuntes y memorandos, empeñado en la tarea de rematar, de una vez por todas, los últimos capítulos de la biografía de un popular futbolista que tenía que publicarse para Reyes. Un encargo recibido apenas mes y medio antes. Amén de sus otras colaboraciones periódicas.
El comercio electrónico le había permitido salvar la cara con los regalos consustanciales a las fechas. Familia y amigos lo habían librado de su habitual soledad en los días críticos de la temporada.
De los recovecos de su alma, ¡ay!, nadie pudo ocuparse.
Llevaba ya alguna fecha que otra fabricándose excusas para no subirse a la báscula de su cuarto de baño, convencido de que los dígitos rojos luminosos de su pantalla marcarían un valor disparatadamente por encima de su peso habitual. A su proverbial propensión a sobrepasarse en los excesos tópicos de las fiestas navideñas, las del año recién acabado habían significado una especie de plusmarca personal. Entre el diez y el treinta del pasado diciembre, contabilizaba doce eventos extraordinarios de Navidad. Cócteles, comidas o cenas de empresa, asociaciones o amigos de toda la vida —¿tantos tenía?—. A los que se sumaron las celebraciones familiares de rigor, cuyos objetivos parecían ser esquilmar la población de langostinos cocidos del planeta y absorber los excedentes de producción de varios años de la alicantina Jijona y la sevillana Estepa.
Los dos días anteriores al presente habían constituido una coda digna de las fechas pasadas, con la degustación de no menos de seis variedades de roscón de reyes. Tradicionales, rellenos de nata o trufa, y una ocurrencia de su cuñada mallorquina que preparó uno relleno de sobrasada —«artesanal, de porc negre, ¿eh? Nada de producto industrial»—. No sería exageración decir que, al recostar la cabeza sobre la almohada, en la noche del seis al siete, podía sentir cómo un hilillo pastoso de harina de fuerza, huevos, mantequilla y leche, con tropezones de fruta confitada, empujaba para salir por su oreja derecha.
Ponerse en marcha el día siete resultó una tarea de titanes. Una gastritis de caballo que abrasaba un estómago pesado y esférico como una sandía de buen tamaño conspiró, en compañía de una acentuada sensación de mareo, para retenerlo en la cama hasta más tarde de su hora habitual de levantarse. Por suerte, ese día apenas tenía actividad fuera de su casa, hasta la reunión de redacción del periódico, a última hora de la mañana, y la media jornada que cumpliría en la editorial, ya por la tarde.
A fuerza de infusiones de manzanilla, comprimidos de antiácidos y reposo, logró alcanzar un estado aceptable que le permitió arrastrarse fuera del lecho pasadas las diez de la mañana.
Pudo trabajar un par de horas en la redacción de un artículo sobre la Transición a la democracia en la España de la segunda mitad de los setenta para una enciclopedia online. Después se aseó, y salió de casa a las doce y cuarto, camino de la redacción. Pasó el resto de la mañana a base de manzanilla, y decidió saltarse el almuerzo. Haría una dieta blanda durante unos días, hasta superar ese malestar que sentía, y achacaba a los excesos del último mes.
Para el final del día, de regreso en casa, volvió a experimentar los síntomas agudos padecidos por la mañana. El jamón cocido y los vasitos de arroz blanco para preparar en el microondas que había comprado cuando volvía a casa, quedaron para mejor ocasión. Su malestar alcanzó tales cotas, que la dieta autoprescrita de manzanilla y la novela apasionante que estaba leyendo, no consiguieron atenuarlo en absoluto. La noche fue un registro de numerosas visitas al cuarto de baño, impelido por la angustia en su estómago o la labilidad de sus intestinos.
A la mañana siguiente, decidió consultar con su médico de cabecera. Consiguió una cita para la tarde, y pasó el resto del día en casa, trabajando en sus proyectos.
La opinión del facultativo abundó en su opinión de que tenía un empacho soberano, que no tenía otra cura más que lo que él ya había intuido: unos días de dieta, alimentos poco grasos, nada de alcohol, y pasar revisión en una semana.
La semana transcurrió en medio de su habitual rutina de trabajo, trabajo, trabajo y unas pocas horas que repartir entre ocio y descanso, en raciones que apenas permitían su supervivencia.
De vuelta en la consulta, el médico le confesó su sorpresa al ver que los síntomas no remitían, y decidió derivarlo a la especialista de aparato digestivo. Esta prescribió una batería de pruebas médicas, que no mostraron lesión o mal funcionamiento por parte de algún órgano. Pensando que pudiese tratarse de un sufrimiento de origen psicosomático, le aconsejó que visitara a un psiquiatra.
La doctora que lo atendió, de procedencia argentina, valoró el trastorno en términos de un desajuste personal, por lo que lo sometió a varias sesiones de análisis.
Tumbado en el diván, fue recreando distintas facetas y etapas de su vida.
La sagaz terapeuta dilucidó, al cabo de pocas sesiones, la importancia capital que la faceta profesional jugaba en su vida, y la obsesión que, a su socaire, había eclosionado.
Rememorando su infancia, se puso de manifiesto su pasión por las letras. Recordaba que uno de sus juguetes favoritos fue un rompecabezas de cubos, de caras multicolores sobre las que aparecían impresas unas llamativas letras mayúsculas. Con ellos, formaba palabras y frases. Lo mismo con la pasta para sopa en forma de letras, que pegaba en los bordes del plato para escribir sus mensajes mientras sorbía el caldo con la cuchara. Nada de extraño, pues, en su evolución al scrabble, o a pasatiempos como crucigramas y sopas de letras. Ni en sus primorosas redacciones escolares, o los primeros dinerillos ganados escribiendo trabajos para compañeros menos dotados para la expresión escrita.
Tras cursar las carreras de Periodismo y Literatura Española, había pasado por diversas experiencias profesionales, habiendo escrito, a sus cuarenta años, todo lo imaginable, y parte de lo insospechado. Discursos de políticos de segundo nivel, actualizaciones de prospectos de medicamentos, libros de texto de lengua y literatura españolas. Había traducido artículos de revistas en inglés o francés. Colaborado en medios de comunicación de ámbito local y regional. Trabajado como escritor fantasma —prefería esa denominación a la más tradicional de negro, desde que vio la película de Polanski— para un autor de best sellers.
Tirando del hilo de su relato, la psiquiatra llegó a enfrentarlo a una verdad incontrovertible: su empacho era un hecho cierto, mas no se trataba solo del malestar explicable de forma convencional por la ingesta excesiva de comida. Estaba empachado… ¡¡¡de letras!!!
Determinar una cura fue relativamente sencillo: precisaba de una desintoxicación urgente y drástica. Una abstinencia radical de construcciones con letras, y su sustitución por otros elementos que pudiesen manejarse —de forma creativa, inclusive—:
los números.
Se recicló a toda velocidad. Cursó Ciencias Exactas y Estadística de forma simultánea, mientras resolvía páginas y más páginas de sudokus, y reorientaba su desempeño profesional a terrenos donde las matemáticas tuviesen una presencia primordial. Creaba problemas para los libros de McGraw Hill, y colaboraba con empresas de demoscopia en el análisis de datos procedentes de encuestas. Tareas para las que su creatividad original seguía resultándole útil.
Había puesto todo su empeño en esta labor para que su analista lo evaluase como desintoxicado cuanto antes, y lo permitiese volver a sus adoradas letras.

CONCE JARA

A las 04:00 sonó el despertador. Su mujer se removió entre las mantas. Cesáreo tomó conciencia del día, y se preparó con ánimo… para un carnicero hoy era unos de los días más importantes del año. Puso la cafetera en el fuego, abrió la ventana y percibió la oscuridad de la noche, la calle vacía, el frío y la tenue luz de las farolas bajo un manto de niebla.
Cesáreo nació hace 45 años en un pequeño pueblo de Ávila, donde desde niño, siempre estuvo en contacto con la ganadería y con los años aprendió el oficio de la carnicería de mano de su padre. Pero poco a poco el pueblo se fue quedando vacío y Cesáreo decidió probar suerte en Madrid. Primero trabajó para otros, hasta que el padre de su novia Engracia, ahora su mujer, le cedió un local, donde abrieron el negocio en el que, muy a pesar suyo, también trabaja su cuñado Rafael, quien da buena cuenta de todo lo que allí ocurría a su suegro.
La carnicería fue una de las más prestigiosas del barrio de Salamanca, y es que para Cesáreo su vida es el trabajo, pero en los últimos años las ventas habían ido cayendo, así como los beneficios, ya que la calidad de la carne que su suegro y cuñado conseguían, se encareció notablemente y los precios seguían al alza.
A veces la carne llegaba en lo más cerrado de la noche, en camiones no frigoríficos, con un olor asfixiante, por lo que debían añadirle productos químicos para sacarla al mercado y que pareciera fresca. Esto a Cesáreo le había marchitado el alma, volviéndose solitario, introvertido, aunque, aún, querido por algunos vecinos del barrio, clientela fiel de la carnicería.
Rompió el silencio de la noche con el rechinar de la verja del local, que dejó a medio abrir. En la sala de despiece tenía todo dispuesto: mandil inmaculado, cuchillos alineados, relucientes como soldados, y la pulcra mesa de despiece. Se introdujo en la cámara frigorífica y descolgó la primera pieza de carne, que como tantas otras llenaban aquella celda, postrándola sobre la mesa…
Encendió la radio y empezó a desmembrarla. Trabajaba con la seguridad de un sastre al cortar las telas marcadas con tiza. Con sus manos gráciles, realizaba incisiones perpendiculares a las fibras musculares, evitando que estas fueran largas y resistentes, asegurando una carne más tierna y de fácil salida para ese día tan importante, en el que se celebraba la cena de Nochevieja.
Cesáreo disfrutaba, se sentía como un artista al ir extrayendo limpiamente aquellos trozos de jugosa carne… lomo, paletilla, codillo, morcillo, aguja.
Aquel día las ventas subieron, quizás por la ausencia de su cuñado, maleducado, desagradable y tacaño con los clientes, quien se había ido de viaje con su mujer para visitar a sus suegros, o quizás por la oferta que Cesáreo colgó en la puerta:
“UN KILO DE SU CARNE PREFERIDA + ½ KILO DE REGALO”.
A mediodía cerró la carnicería y fue a comer a casa de sus suegros, donde le esperaba Engracia para guisar el solomillo que Cesáreo trajo para la cena. Cenarían los cuatro y una hermana de su suegro que vivía sola.
– ¿Qué tal el día? ¿Mucha gente? -dijo su suegro relamiéndose los dedos ante la mesa.
– Se ha notado un poco la fecha, pero la misma caja que cualquier sábado -contestó Cesáreo.
– ¡Vaya una mierda! Eso es porque no ha ido mi hijo, que es el que tiene cabeza. ¿Quién le mandaría irse a cenar con su suegra en un día como este? -grito.
– Padre, ya sabe qué sino se marchaban ayer no hubieran llegado con tiempo a Gerona -comentó Engracia-. ¡Díselo tu Cesáreo!, ¿a que con esto de la pandemia no les hubiera dado tiempo?
Tras la comida Cesáreo regresó a la tienda para limpiar. Mientras limpiaba la trastienda escuchando la radio, se sorprendió sonriendo, silbando, incluso tarareando. Introdujo todos los restos de la carne de ese día en una bolsa industrial, la cargó hasta el maletero de su coche, desplazándose hasta el descampado en el que habitualmente su cuñado y él, bajo la supervisión de su suegro, enterraban la carne putrefacta, añadiéndole cal viva.
Al regresar a casa de sus suegros para la cena, percibió un olor a guiso, distinto, algo dulzón, que le hizo esbozar nuevamente una sonrisa. Sentados a la mesa Engracia fue sirviendo la cena: primero unos entremeses, después una sopa de marisco y para rematar, el plato estrella, solomillo de ternera a la cazuela.
Al probarlo todos cerraron los ojos de gusto, felicitando a la cocinera. Después Engracia, entre risas fue rellenando una y otra vez los platos, ya que todos repetían… todos menos Cesáreo, que decía estar empachado con los entrantes y la sopa de pescado.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«Muerto de hambre»
Tras una violenta tormenta, la pequeña barca de salvamento quedó varada entre las rocas de una insólita y espeluznante isla. Era el único sobreviviente, aunque viviente, no era una afortunada palabra para describir su situación. Despertó agarrado a un viejo barril de hidromiel que, por suerte, le salvó la vida flotando hacia la orilla.
Una espesa niebla cubría todo el perímetro. Las nubes escampaban dejando entrever el sol con pequeños hilos dorados. A lo lejos resonaba el relincho de unos caballos que, galopantes, hacían crujir las piedras de un camino cercano. Se acercó al estrecho carril que conducía a un siniestro castillo, construido en la cima de una montaña rocosa. Apenas era visible entre la niebla y las nubes, pero un hermoso arcoíris hacía de faro para una de sus torres.
Se acercó cauteloso a duras penas por las rocas, agotado y hambriento. Respiró hondo, tragando saliva cuando encontró su entrada. El aspecto del castillo era oscuro y fúnebre. Sus piernas, aparte de cansadas, temblaban de miedo. Su estómago rugía, su boca se secaba, y su cuerpo no aguantaba más el frío por estar empapado. Dejando su miedo entró decidido para pedir ayuda en su interior. Tocó la gran puerta una y otra vez, pero nadie contestó. Cansado de llamar cayó rendido sobre el portón, dejándose entreabrir unos centímetros. Tirado en el suelo se arrastró a su interior. «¡Venga, pide ayuda!»
– ¡Hola..! ¡Ayuda..! ¡Me muero de frío, sed y hambre..! ¡Socorro..! – Gritaba vencido.
Nadie acudía a su ayuda, el castillo parecía estar vacío y abandonado. Dejó el apoyo de la fría pared y caminó por un largo pasillo lleno de cuadros y antorchas. Nervioso por cada paso que daba no dejaba de mirar a todos lados, tenía la extraña sensación de ser observado. Los grandes y horribles cuadros parecían estar vivos. No dejó de caminar hasta llegar a un gran salón comedor con grandes ventanales, cortinas, lámparas colgantes, chimenea encendida, alfombra, sillas y una gran mesa en su centro repleta de comida. «¡Comida! ¡Corre, no te quedes ahí parado!»
– ¡Oh! Es verdad, jo,jo,jo ¡Comida..! – Gritaba contento por la gran sorpresa.
Sentado a la mesa comenzó a comer desesperado hasta no dejar nada. Con el estómago lleno y saciada su sed, arrimó una silla a la chimenea para calentarse, quedándose dormido.
El sol alumbraba la sala entrando por el cristal de las ventanas, haciendo que se desvelara. Estando seco y lleno, por otro de los pasillos buscaba una habitación donde dormir. Al final del pasillo algo reluciente llamó su atención. Acercándose cuidadoso distinguió un gran espejo. «Mejor que no lo mires»
– ¿¡Cómo!? ¿¡Desde cuándo tengo este aspecto!? – Se asombraba al mirarse.
Se tocó la cara y miró por todos lados, desabrochó su chaqueta para mirar su estómago. «Ya te lo avisé»
– ¡Se me ven las costillas! ¡No puede ser! – Se asustó al descubrirse.
En ese momento alguien se acercó por detrás de él, apareciendo en el espejo.
– ¿Ha comido bien, señor? – Preguntó.
– Sí, gracias. – Respondió despistado, sin mirar al espejo. Dándose cuenta, levantó despacio su cabeza, viendo al hombre que había en el espejo. – ¿¡Quién eres tú!? – Se giró asustado para ver al sujeto.
Quedó petrificado cuando descubrió que no había nadie detrás de él. No muy seguro, volvió a mirar al espejo, donde se encontraba el extraño señor sonriendo.
– Soy el mayordomo de este castillo, no se asuste usted. Parece que ha visto a un fantasma. – Le respondió el hombre muy educado.
– ¡Fa..fan..Fantasma! ¿¡Estás de broma!? – Preguntó muy nervioso.
– Se asusta usted de un fantasma y no se asustó cuando descubrió su aspecto.- Respondió el mayordomo – ¿Cómo se llama? – Preguntó.
– Esto es muy extraño. Soy el Capitán Cuervo negro, ¿No ve a mi pájaro? – Preguntó señalando su hombro.
– Ese pequeño esqueleto, querrá decir. – Contestó.
– Cierto, no me había dado cuenta. Creo que estoy soñando, o es por el empacho de haber comido tanto -. Dijo tras no creerse todo lo que le estaba pasando.
– No, creo que no estás soñando, más bien estás un poco muerto -. Dijo el mayordomo.
– ¡Muerto..! – Gritó perdiendo parte de su mandíbula.
– Sí, así es. ¿Cuándo fue la última vez que zarpó? – Preguntó.
– Mi barco zarpó de España hace un año, en el mil setecientos veinte. ¿En qué año estamos?
– En mil ochocientos veinte -. Contestó.
– ¿¡Cómo!? ¡Cien años! Ahora recuerdo todo.
Encontramos una isla tropical buscando un tesoro, donde habían unos árboles frutales muy extraños. Recogimos varias frutas para nuestro almacén. Una noche, tras varios días navegando, bajé para comer una fruta. Entre ellas había una que resaltaba en la oscuridad. Me llamó tanto la atención y su aspecto era tan delicioso, que me la comí. Desde ese día no recuerdo nada -. Contó el pirata.
– ¿Y su tripulación? – Preguntó el mayordomo.
– Seguro que se vendieron a otro capitán, o murieron con el tiempo. ¡Malditos!
De repente un rugido de estómago interrumpió la conversación.
– ¿Tiene usted hambre otra vez? – Preguntó.
– No, no, gracias, ya estoy lleno -. Contestó.

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15 comentarios en «Empacho – Miniconcurso de relatos»

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