Delirios y diablos

¿Te gustaría conocer el origen de algunas palabras?

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DELIRAR

delirar

Del indoeuropeo ‘leis-’ (surco, vestigio, huella) derivan los verbos latinos ‘liro’ (arar, seguir la línea recta), y ‘deliro’ (romper los surcos, salirse de línea). Según esto, delirar es, literalmente, desviarse de la línea, o zigzaguear rompiendo los surcos y sus correspondientes prominencias intermedias. Lo que, metafóricamente, pasó a significar desvarío, locura, paranoia.

La palabra latina lira indica la elevación o promontorio que se forma cuando el arado desplaza y eleva la tierra al excavar el surco. El buen trazado de los surcos suele producirse cuando se realizan en perfectos paralelos. Por eso, la imagen de la lira, instrumento musical, surge de su semejanza con un conjunto de surcos perfectamente alineados en el campo por el agricultor.

Si un agricultor pierde el paralelo, se desvía hacia lo por arar o invade lo ya hecho, en cualquier caso ‘de-lira’, se sale del surco. Cuando alguien lo hace con el pensamiento, significa que no razona, que se sale de las reglas de la Lógica. De aquí proviene la palabra ‘delirio’, por saltarse las formas del pensamiento, por salirse de las normas morales, y hasta por incumplir las leyes civiles. Cuando las normas morales y civiles pertenecen a culturas muy diferentes, una misma persona puede ser inmoral en un lugar y buena en otro, por la misma conducta; de igual modo podría ser un criminal o un héroe.

Es evidente que el delirante ‘legal’ guarda cierta relación con la delincuencia, ya que el verbo latino delinquo, del que proviene delinquir, significa faltar, dejar, perder, haciendo referencia al hecho de abandonar las normas, de dejarlas a un lado, de saltarlas, y carecer, por ello, de un criterio social básico de conducta. O sea, que el delincuente también delira.

Como ‘delirio’, se entiende también en medicina el trastorno de la mente por causas febriles, tóxicas, alucinatorias, emotivas, etc. Cuando el delirio, debido al abuso de bebidas alcohólicas, va acompañado de temblores, se denomina ‘delirium tremens’.


DIABLO

diablo

El diábolo es un juego en el cual una persona hace girar, con movimiento alternativo, un cono doble entre dos palos que están unidos por una cuerda, y cuando adquiere mayor habilidad lo lanza al aire y lo recoge. También pueden jugarlo dos personas, y en este caso consiste en pasárselo una a la otra.

Proviene del indoeuropeo ‘gweld-’ (lanzar) de donde deriva el verbo griego ‘bálo’ (lanzar), el cual genera infinitas palabras en castellano, tales como ballesta (proyectil), balística, anfibología (doble sentido), diablo (que tira en direcciones contrarias: separa, desune). En la cultura cristiana, el Diablo es un invento del teólogo para justificar los fracasos de Dios. Hay quien prefiere ser Diablo porque le gusta la lucha contra el supuestamente más fuerte, y, además, porque también está en todas partes, y porque, visto lo visto, parece que tiene más éxito que su oponente. En cualquier caso ambos empiezan por ‘D’ (quizás se trate de la ‘d’ de despiste).

De la misma familia son los vocablos discóbolo, embolia, hipérbole, metabolismo, parábola, palabra, problema, símbolo e incluso la palabra griega ‘boulé’ (voluntad, dirección de la mente) o ‘abulia’ (falta de voluntad).

La acepción cristiana de la palabra ‘diablo’ nos llega a través del término latino ‘diábolus’, utilizada por primera vez por Tertuliano, entre el siglo II y III, como traducción del griego ‘diábolos’, el que lanza algo entre alguien, metafóricamente una calumnia, para generar confusión, desorientación o desconfianza. Desde este punto de vista el juego del diábolo sí puede tener que ver con el tradicional papel del diablo en las relaciones humanas. En cualquier caso, a los padres de la Iglesia les encantó la palabra ‘diablo’ para nombrar los bíblicos Lucifer, Satán o Belcebú.

La raíz ‘dâ-’ (dividir) genera, entre otras palabras, la griega ‘dáimon’ (dios, espíritu, demonio, genio), que reparte el destino de los hombres. El diablo gira y gira sin posibilidad de poder captar sus intenciones. El engaño es su método. Este galimatías de divisiones, de vaivenes, de juegos de sentidos, etc. es lo que configura la idea sobre las supuestas intervenciones diabólicas, tan temidas por unos (enemigo de Dios y empeñado en llevar las almas al infierno), y tan atractivas para otros (demiurgo que pone orden en el caos). Porque dioses y diablos participan del mismo juego lingüístico, como en ‘deus’ y ‘devil’.


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