La sinestesia

Relato ganador de la semana 17/9/2015:

La parte de atrás de la lengua, ahí donde se juntan el amargo y el ácido, me picaba cuando contestaste al teléfono. Tu voz seguía oliendo a Square Red Force, pese a los metros que nos separaban. Apestaba a tu falta, a echarme en falta, y a falta de otra cosa apestaba también a tu presencia narcótica, hasta a distancia. Entre todo el barullo, creételo, aun recuerdo tu voz: marrón, brillante, con esa esencia de besos en los hombros que has tenido siempre que te he tenido entre mis cuerdas vocales. Los metros que quedaban a tu paso eran de infranqueable cemento, y los que te quedaban por pasar de plástico enjabonado, resbaladizo, de pimienta negra y polvo de cacao sin diluir. Como un canto de sirena, y mis manos el faro que no estaba encendido, mi rojo la roca contra la que estrellarse. Y nos estrellamos. En Vivaldi, en un Volvo v40, en la versión beta de querernos. En que los domingos siempre han sido más agridulces que amargos, y en yo siempre he preferido el cuero a la madera.

Isabel Gómez Sanz

 

 

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa, proponíamos escribir relatos cortos sobre la sinestesia. A continuación presentamos los relatos que hemos recibido.

Podéis votar por vuestro favorito en comentarios durante los próximos días. El autor del relato ganador será nombrado «autor de la semana» y su relato estará colocado durante ese tiempo en la columna derecha del blog, además de recibir de regalo un trébol de cuatro hojas.

Esperamos que los disfruteis:

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Esta noche suena a lluvia. Gravita sosegadamente hacia el crepúsculo mientras trazo con la mente las líneas que dibujan tu respiración. Arritmia y caos. Tus sueños carecen de autopistas recién pavimentadas. Tu noche es viento salvaje, azul marino, y me pierdo en el laberinto que me transporta por sus infinitos matices hasta la negrura. Tu nombre explota en mis oidos, emanando aquel sabor cítrico tan familar. No puedo dormir. Tus huracanes y yo no cabemos en la misma cama.
Ojalá fueras más como el océano, y yo menos como el desierto.

Sara López


¡¡¡Sinestesia, abuelo!!!, ¡¡¡sinestesia!!!.
¿Recuerdas cuando me decías que siempre fuera fiel a mi mismo, que no aceptase nada por sentado, por muy hermoso que aquello, pudiera parecer? Olores, sabores, colores… Metáforas, a mi me suenan más bien.
Qué sabréis vos del amargo / dulce néctar del hastío / triunfo de los olores que nos embargan, desde tu muerte, ilusión.
Huelo tu sabor a fresa, crema de melodías, delicatessen de emoción.
Amarillos, rojos, verdes, en mi cerebro, amalgama de palabras son. Ya ves, abuelo, confuso estoy escribiendo sobre la sinestesia. ¡Quién sabe, abuelo! Quién sabe… ¡Sinestesia, jaaaaaaa!

Claudio Pulido


La primera vez ocurrió, hace muchos años, en la sección de arte de una conocida librería de mi ciudad. Husmeaba yo en la estantería de libros descatalogados y de oferta cuando la combinación de colores de una portada me paralizó. Unos instantes de «petite mort», tras la que comencé a salivar como si no hubiese comido en una semana y tuviese delante un pollo asado, como ahora mismo al recordar. Aquel amarillo ocre, ese rojo profundo, hasta el rosa contrastado con el azul me obligaban a tragar ríos de saliva. Era un libro enorme y bellísimo sobre Gauguin y necesitaba chuparlo más que nada en el mundo. Lo cogí, lo olí, estaba precintado con plástico transparente y era carísimo, pero tenía demasiada necesidad de saborear sus colores.
No lo robé del todo, solo un poquito. Con cuidado y disimulo, cambié su código de barras por el de otro libro de precio ridículo. Y coló. Eso o el dependiente se apiadó de mi cara de hambre. En el autobús, volviendo a casa, le quité el plástico y lo chupeteé. Seguí lamiendo en los días posteriores muchas de sus láminas hasta que lo acabé. El día que me encuentre frente a uno de sus cuadros, me lo comeré e iré a la cárcel, qué le vamos a hacer.
Pero ha ido a más. Actualmente sucede con cualquier cosa que me guste mucho. Fotografías, poemas, esculturas, bailarinas, fuegos artificiales, animales, mesitas antiguas… Si alguna vez os encontrais con una mujer que chupetea a un cantaor flamenco o lame la melena de un león de bronce, espero sepais entender que no soy yo, es la sinestesia.

Jezabel


La felicidad huele a tomate. No a salsa ni a sofrito. A tomatera, a tomate maduro colgado de una rama. A tomate recién cogido. La felicidad tiene color de verano. Color rojo tomate y cielo ámbar cuanto empieza a atardecer. Y la felicidad tiene acento de la sierra de Granada y el sonido de las risas. Y la cantinela de una voz de mujer. La voz de mi abuela. Esa voz de persona con sonrisa permanente en la boca. Y la felicidad suena también a los chasquidos de sus besos y el crujir de sus abrazos. La felicidad tiene el tacto de sus manos. Y la temperatura agradable del aire, y el calor del sol filtrado bajo la higuera en la huerta. Esa higuera de olor dulzón… y ese olor dulzón que queda disimulado cuando el aire trae el olor de los tomates.
El mismo aire que traía las risas de mi abuela. Y que aún hoy, cada verano, me trae su recuerdo, porque la felicidad sigue oliendo a tomate y sonando a su risa.
Te echo de menos, abuelita.

Eva Blu


La parte de atrás de la lengua, ahí donde se juntan el amargo y el ácido, me picaba cuando contestaste al teléfono. Tu voz seguía oliendo a Square Red Force, pese a los metros que nos separaban. Apestaba a tu falta, a echarme en falta, y a falta de otra cosa apestaba también a tu presencia narcótica, hasta a distancia. Entre todo el barullo, creételo, aun recuerdo tu voz: marrón, brillante, con esa esencia de besos en los hombros que has tenido siempre que te he tenido entre mis cuerdas vocales. Los metros que quedaban a tu paso eran de infranqueable cemento, y los que te quedaban por pasar de plástico enjabonado, resbaladizo, de pimienta negra y polvo de cacao sin diluir. Como un canto de sirena, y mis manos el faro que no estaba encendido, mi rojo la roca contra la que estrellarse. Y nos estrellamos. En Vivaldi, en un Volvo v40, en la versión beta de querernos. En que los domingos siempre han sido más agridulces que amargos, y en yo siempre he preferido el cuero a la madera.

Isabel Gómez Sanz


El aire sabía a gominola de fresa, tu piel de seda y la música tierna… Momento ideal para saborearte, para extasiarme con el olor a húmedo de todo tu cuerpo. Lenguas con sabor a hierro, cuerpos que se agitan y explotan como fuegos artificiales que huelen a azul, a verde y a rosa… Azul. Y dorado. Así son nuestros encuentros. Azules y dorados. Saben a encaje, lujo y rosas y huelen a champagne.

Irene Álvarez


Masticaban los melones sus pensamientos, mientras una lluvia de insultos troceaba su sueño, vistiendo la luz de la tarde con un sucio traje amarillo donde se palpa el calor con la punta de la lengua, hierve la tierra y su sangre de polvo sonríe caprichosa a la ternura de las piedras.
Los melones sufrían porque el sol se les cayó encima con todo su peso. Entonces algunos se rindieron y se abrieron por la mitad para dejar que el sol los devorara.

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Mas de una vez recorriste
centímetros en mi espalda
vertiendo el cielo en mis manos,
dejando a la piel que hablara.
Pensé que jamás en vano
se vio mi cuello en la soga.
Soñé no ser el verano
en el que te sentias sola.
Y aun siendo docto en el tema
me quedo solo en invierno
cantando que algún verano
volvamos a conocernos.

Suso Gatera


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12 comentarios en «La sinestesia»

  1. No me decanto entre el de Sara López y el de Isabel Gómez. El de Jezabel me flipa, pero esos dos me están jodiendo la patata, así que voto por ellos. De poderse sólo uno o tener que desempatar, voto por el de Isabel.

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