La razón de vivir

Buscar razones para vivir a veces es una tarea compleja, sobre todo cuando un abismo se abre paso en las que hasta ese momento tenías. Y en la garantía de vida que creemos tener, comienzan a crearse zonas oscuras donde no llega la luz.

Esta obra abre la puerta de la empatía, al reconocimiento de lo invisible, habla de fibromialgia y de dolor crónico, de una mente confusa en el inicio de su deterioro y de un camino que transitar, aunque no lo esperes. Durante los meses que enlazan esta forma de renacer hay que asumir no solo un diagnóstico que ya estaba y que pone nombre al dolor, pero no da soluciones, sino  todos los que llegan posteriormente y a la decisión irrevocable de tener que parar la vida para que esta pueda continuar: poner en suspenso la vida profesional que adoras y de la que no da tiempo a despedirse; empezar a ser consciente del esfuerzo que no se ve y ha llevado a la extenuación; no reconocer a quien ves en el espejo, una mente confusa en la traición que podemos hacernos a nosotros mismos siendo desleales al querer; una mujer que cruza las puertas del infierno que llevamos dentro y que intenta esconderse del miedo al olvido que ya está presente en las palabras que se pierden y en los recuerdos que no llegan.

Pero a lo largo de todo ese sendero de sombras, un camino está siempre iluminado, como pista de aterrizaje segura, llena de una luz radiante, respetuosa, sincera. La luz que devuelve la cordura. El amor en su esencia más pura. Una mano siempre tendida, la fortuna de tenerla en el presente. Aprender que no hay futuro sino ahora y que, ante la incertidumbre de qué pasará, unos ojos que en su silencio te dicen que siempre se quedará son la respuesta a todo. Y aunque la realidad se relata en una despedida al amor de una vida por si la memoria algún día no le recuerda, al arrullo del despertar de cada mañana es donde encuentra la razón para vivir.