Que viene el meteorito – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «meteorito». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 20 de noviembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Llanto de madrugada

repelido con verso ígneo

que le canta a las sombras.

Que viene el meteorito

y el vate compone estrofas

que son caricia de infinito

como para el mar las olas.

Fin.

BÁRBARA LEEQÜEZ

Cuenta una leyenda que en un tiempo muy lejano, en la Tierra habitaban gigantes.

Y los árboles que ahora tenemos son sus manos apuntando hacia el cielo estrellado de donde, a menudo, bajaban las estrellas a contar sus historias sobre el universo y mostraban sus danzas estelares para entretenimiento en los días festivos y aniversarios y como consuelo cuando alguno más quedaba sepultado bajo el manto verde pasando a formar parte del cuerpo de la Tierra. Los árboles frutales son manos de mujer gigante y los frutos eran sus joyas y sus ofrendas a la Tierra . Cuenta está leyenda que en un baile estelar se escapó un meteorito de una espiral y al It directo hacia la Tierra a gran velocidad con la certeza de destruirla, la Tierra sepultó bajo su manto verde a todos sus gigantes para protegerlos y estos echaron raíces y se quedaron allí, así protegidos y protegiendo la vida interior de un planeta que los había salvado

EMILIA CREGO

BUSCANDO EN MIS SUEÑOS

En un lugar de la tierra y sin ánimos de salir de todo aquello que me detuvo en mi largo y penoso refugio. Estuve con la piel aterida, buscando el renacimiento de un ser que vivió con la esperanza de ver salir el sol. Entre la noche más negra y el cielo caído a primeras horas de la mañana, se detuvo el tiempo sin ánimo de volver a brincar por la tierra como corcel sin riendas.

Las voces salieron entre las piedras y en la cima de las montañas, buscando a los pájaros que no se detienen. Los días se fueron, por un halo de luz en los atardeceres tempranos del mes de enero. En lo más profundo de mi alma me vi vencida y sin poder caminar de nuevo. Se oían a las nubes llorar; se iban por las veredas recogiendo flores cortadas y venían con pasos lentos hacia un claro del bosque.

Me fui adentrando en aquel bosque cercado por gigantes con los brazos recogiendo nubes, lluvia, sol y nieve. Cuando la luna brillaba para dar candela en noches sin abrigo, me quedaba dormida bajo aquel manto de estrellas. Luces que me iluminaron para salir de un encierro involuntario; busqué salida y me encontré con un cuerpo celeste.

Me vi surcando mi cuerpo entre estrellas; movimientos ligeros y llenos de luz. Luces entre sombras y entre las sombras de la noche hubo una pizca de esperanza. Me fui llenando de luces, manteniendo las emociones y sintiendo la libertad de los pájaros sin alas. Aquellos que vienen buscando la paz y se encuentran con los nidos llenos de cánticos.

Amanecí envuelta en un ligero equipaje, para tomar el camino hacia mi nuevo destino. Llena de júbilo, se fueron todos mis pesares; oí llegar el agua de un manantial susurrándome y, sintiéndome en armonía, me busqué en mis sentimientos. Alegrando las mañanas, mis días y noches más amargos; me sentí con la libertad de buscar en mis sueños una ventana a la luz.

DAVID MERLÁN

¡QUE VIENE EL METEORITO!

LAS CURIOSAS HABILIDADES DE MATEO RITOLANI

—¡Que viene el Meteorito! —chilló la Lore, la dueña del estanco con la boca llena de bizcocho y el moño torcido.

El grito se oyó alto y claro a las nueve y cuarto de la mañana. El resto llegó de inmediato: Avelino el del bar apagó el televisor rogando al señor que por Dios no se repitiera su peor pesadilla; la Toñi, la peluquera echó el cerrojo y hasta el perezoso perro de Paco el barbero empezó a aullar como si no hubiese un mañana.

En cuestión de minutos, el pueblo entero se convirtió en una coreografía de persianas bajando y sillas arrastradas a toda prisa.

No era la primera vez que el rumor corría, pero esta vez parecía cierto.

—Lo han visto en el autobús que sale a las diez de la capital y que hace la ruta que pasa por el pueblo. Me lo acaba de decir mi sobrino —juró Manolo, el del quiosco— Me ha dicho que iba sentado al fondo, con la misma chupa de cuero y esa sonrisa de “os voy a liar el día”.

A esas alturas nadie dudaba de a quién se refería cada uno de ellos.

Era Mateo Ritolani, más conocido por Mateo Rito, el «Meteo-rito» por motivos que van a entender enseguida. Llevaba años sin dejarse caer por el pueblo desde que se había marchado tras su fallida boda, suspendida in extremis y la explosión del bar de Avelino, “por causas todavía sin determinar”. Se había convertido en una especie de leyenda viva no deseada.

Era un tipo al que se sin duda, se le temía y admiraba a partes iguales. Por donde se dejaba caer, algo se rompía: una mesa, una amistad o una relación. Y, a veces, todo a la vez.

—Yo lo dije —murmuró la Lore—: ese muchacho nació con el paso torcido. Ya se lo decían a su difunta madre, pero ella nunca lo quiso creer.

—Paso torcido, dice… —bufó Serafín, el cura, cerrando la puerta de la iglesia—. Si entra aquí, se caen los santos de los altares, fijaros lo que os digo.

Pues como les decía, la noticia corrió como fuego en gasolina.

En el bar de Avelino —convertido ahora en “Gastrobar Fusión” por su socio— se improvisó una reunión de emergencia.

—Si entra por esa puerta, no pienso servirle ni un vaso de agua. —juró el camarero.

—Ni falta que le hace —replicó uno—. Él solo se basta para servirse.

****

Al mediodía el calor apretaba, y el pueblo parecía un erial bajo el sol. Las calles estaban vacías, pero el viento traía una mezcla de comidas que se preparaban al fogón y miedo. Solo la vieja Antonia seguía en la plaza, abanicándose con calma. Cómo si no pasara nada, como si todo aquello no fuera con ella.

—A mí no me engaña —decía—. Si viene, es que trae lío… o boda. Y las dos cosas acaban igual. A mí no me la dá a estas alturas de mi vida. ¡Yo que viví una guerra! —añadió para reforzar sus argumentos.

Antonia no se equivocaba.

A las dos menos cuarto, el autobús de línea asomó por la carretera. Frenó con chirrido, levantando polvo y hojas.

Del mismo bajó un hombre alto, con gafas de sol, barba de tres días y una sonrisa pintada en su cara que imponía respeto y dudas por igual.

—¡Ay, madre! —susurró alguien tras una cortina—. Es él.

—¿Y a qué viene ahora después de tantos años? —preguntó otro.

—A ver, si sigue su patrón habitual… a romper algo, fijo—añadió un tercero.

El Meteorito cruzó la plaza con paso tranquilo. Saludó al perro de Paco el barbero que pareció recibir las caricias con agrado a tenor del movimiento en látigo de su cola. Se ajustó la chaqueta y se plantó frente al bar de Avelino, tal cual se plantaban los forajidos y vaqueros en las películas del Far West.

Adentro, el silencio era tan denso que hasta el reloj pareciese que dejaba de hacer su característico tic-tac.

Empujó la puerta.

—Buenos dias —dijo.

Nadie respondió.

Echó un fugaz vistazo dentro.

—¿No queda ya nadie de los viejos tiempos?

La Lore, que no aguantaba la tensión, asomó la cabeza:

—¿A qué vienes, Mateo?

Él sonrió.

—A invitaros a todos a mi boda.

Hubo un silencio que se cortaba con cuchillo. Tras el shock inicial, un murmullo creciente fue ganando partido, seguido finalmente de una exclamación:“¡que Dios nos pille confesados!”.

La noticia cayó como piedra en estanque, como un efecto mariposa de consecuencias imprevisibles.

Todos los allí reunidos tenían clara una cosa: Una boda significaba fiesta, bebida y, según las estadísticas del pueblo, algún que otro corazón roto y al menos media docena de muebles destruidos.

—¿Y con quién te casas? —preguntó la vieja Antonia, que había entrado sin que nadie la viera.

—Con Margarita —respondió él, tranquilo mientras acababa de aproximarse a la barra.

El silencio acabó por adueñarse del lugar. Solo el chirriar del mal engrasado eje del ventilador de techo, aportaba algo de sonido a aquella escena muda.

Margarita, la misma que había sido novia de Dario. La misma que había sido la ex de Pedro el de la tienda de electrónica, y para rematar el currículum de la más conocida como la Marga, casi prometida del hijo del alcalde que había dejado el pueblo hacía un par de años de un día para otro, sin saber muy bien el porqué ni el porqué no.

El camarero soltó el paño y dijo en voz baja con resignación:

—Ya está. Se acabó el pueblo. Hay que aceptarlo.

Ante la pasividad de los allí presentes, y como es habitual cuando se cree uno con la suficiente confianza (de la que da asco), el Meteorito pasó a dentro de la barra y se sirvió una copa, brindó en el aire y sonrió ante la atónita mirada de los allí presentes:

—Tranquilos, esta vez vengo en son de paz.

En ese momento, el ventilador del techo se desprendió y cayó al suelo con un estrépito monumental.

Mateo Rito miró los trozos, suspiró y murmuró:

—Bueno, casi.

Avelino reaccionó y tomó la palabra:

—¿Lo veis? Os dije que cuando el Meteorito cae…siempre deja un cráter.

Una cascada irremediable de carcajadas retumbaron en todo el lugar, e incluso los que estaban fuera del bar no dejaron por menos de sorprenderse de la agradable escandalera que se había formado dentro.

—Espero que sea lo último que rompa, lo prometo—se apresuró a decir Mateo ante la inquisidora mirada nerviosa de todos los allí reunidos.

—Con tal de qué no rompas a la Marga, todo irá bien—sentenció la Antonia reavivando las carcajadas y otorgando implícitamente el perdón al Meteorito por sus pecados del pasado.

—¡Avelino! ¡Una ronda para todos. Esta la pago yo!.

FIN

BENEDICTO PALACIOS

QUE VIENE UN METEORITO

No le conocí sin el parche en el ojo derecho y me daba un pálpito porque Jaime era un muchacho no sé si raro, sí especial. Es que tiene el ojo vago, decían los más enterados. Pero yo había leído que ese trastorno leve se curaba con los años. Conviví codo con codo en los pupitres de la escuela y el detalle del parche lo acepté con la naturalidad con que se aceptaba el desollón en la rodilla o la brecha en la frente. Los había muy bestias.

Con catorce años, cuando abandonamos el pueblo, el seguía con el ojo tapado. Supe después que se había hecho especialista en vulcanología, apareciendo en televisión, para mi sorpresa, en los días de septiembre cuando entró en erupción el volcán de la Palma. Era él mismo, pero no portaba el parche en el ojo derecho sino en el izquierdo y aquel cambio me desconcertó. Jaime veía por los dos ojos, veía mejor que la mayoría y veía más, veía lo que nosotros no veíamos.

Me comió la curiosidad e intenté establecer contacto, pero la persona que me atendió me respondió escueta que llevaba días encerrado en su estudio. Era mentira, estaría preparándose para cambiarse el parche.

Se anunciaba la llegada de un meteorito, cuerpo celeste que contiene grandes masas de agua e imaginé que Jaime estaría estudiando la manera de contar a la población dónde aterrizaría para que se afanase en obtener cientos de impermeables. Escuché su voz en la radio. Me extrañó que no apareciera en televisión. El periodista que le entrevistaba informó que hablaba como desde otra galaxia, que no se le veían los ojos, ocultos tras una mascarilla. Parecía un fantasma o un marciano, dijo sorprendido.

Me dirigí a la tienda de doña Ricarda y cuando le expliqué la razón, se despachó muy a gusto diciendo que el mundo había enloquecido, que era imposible que un meteorito colapsara en cualquier lugar de la tierra. Había vendido, para mi sorpresa, hasta el último impermeable.

—Tal vez me apañaría con un paraguas.

Me estaba aconsejando doña Ricarda, cuando apareció Jaime en la televisión explicando que se avecinaba una catástrofe, y aconsejaba subirse a las superficies altas. Había abandonaba los parches y se cubría el rostro con una máscara antigás.

—No haga caso —se aprestó a decir la tendera— ya se encargarán los rusos de desviarle de su trayectoria y no dejará ni una gota de agua ¡con la falta que nos hace!

—Ya, pero podría suceder que los científicos no lograran desviarle y conducirlo al mar.

—Entonces cómprese mejor un flotador.

YOLANDA PINA REY

¡Qué viene el METEORITO! 

En el día a día, la vida se siente rutinaria y conformista. Nos acomodamos en una zona segura, pero si nos paramos a pensar, nos damos cuenta de que no es la rutina lo que nos frena, es el miedo.

​Es en ese instante, cuando la venda cae y abres los ojos, que la parálisis termina.

​Ese es el momento de la milésima de segundo: cuando decides despertar y pasar a la acción. Es ahí donde caminas tras aquello que anhelas, das ese primer gran paso y te llenas de seguridad. Te dices a ti misma: «¡Quietos todos, que llego yo!»

​Eres ese meteorito que llevas dentro: una explosión de energía, crecimiento y expansión que inunda y arrasa con alegría, optimismo y pasión.

​Lo más importante es dar ese primer paso que te lleva hacia ti, que te empuja a creer en tu propia voz. ¡Así que abre los ojos! ¡Que viene ese meteorito que llevamos todos! Déjalo salir y llena el mundo con tu propia luz.

CARMEN BERJANO

– ¡Qué viene el meteorito!

– Ayer te amé. Ya puede venir, ya…

PEDRO A LÓPEZ CRUZ

RESONANCIA

Al principio, nadie sintió miedo. Solo curiosidad. Poco después, la noticia no tardaría en extenderse a la velocidad a la que arde la pólvora y devasta el pánico.

Las noticias anunciaban el meteorito como un espectáculo cósmico, una rareza digna de ser observada desde el patio o la azotea. “Será visible durante seis minutos”, decían. “Pasará rozando la atmósfera, sin peligro alguno.”

Sin embargo, en el instante en el que por fin apareció, la gente dejó de hablar.

Fue una mañana de un domingo cualquiera. Cuando los habitantes desayunaban en calma, ajenos al estrés habitual de la semana, mojando sus magdalenas en el café o saboreando el aroma de las tostadas crujientes mientras repasaban el dominical en sus dispositivos.

El cielo no se encendió dejando estelas de fuego. Simplemente se oscureció. Aquel meteorito, a diferencia de todos los conocidos hasta entonces, no brillaba: absorbía la luz. Una sombra redonda, de una oscuridad más negra que el espacio que la circundaba, atravesó las nubes, acompañada de un sonido que no era estruendo ni viento, sino un susurro grave, continuo, como si alguien o algo divino hablara desde muy lejos, desde muy alto.

Entonces, llegó el impacto.

Un deslumbrante destello blanco, un viento abrasador, y el eco de un trueno que recorrió continentes, distorsionando los campos magnéticos, enloqueciendo brújulas y haciendo huir sin rumbo a los animales. De pronto el aire se volvió espeso, cargado de una electricidad invisible que enturbiaba las cabezas y hacía crujir todo.

Ese día amaneció sin sol.

El punto exacto fue ubicado en un desierto despoblado del norte. O al menos eso se creyó. A la mañana siguiente, las imágenes de los satélites mostraban un cráter perfecto, circular, con la curiosa salvedad de que en su centro no había piedra alguna. Tan solo una hendidura negra que absorbía la luz.

No tardó en enviarse un primer equipo científico multidisciplinar. Diez personas. De ellas, solo una regresó.

El único superviviente, el doctor Kovalski, fue hallado caminando sin rumbo a treinta kilómetros del sitio, cubierto de un polvo gris. No respondía al principio. Cuando por fin habló, su voz parecía venir de otro lugar, como si su garganta solo repitiera lo que algo o alguien le dictaba.

—No era una roca —dijo—. Era una puerta.

Nadie entendió a qué se refería, hasta que los satélites comenzaron a registrar un pulso de energía que se expandía desde el cráter. A un ritmo constante, idéntico al de un corazón humano. Una pulsación rítmica que se acompasaba a la frecuencia de una persona.


En los hospitales de todo el mundo los monitores cardíacos comenzaron a registrar el mismo patrón que emanaba del cráter, siguiendo una frecuencia de 1,2 hercios, idéntica al pulso humano en reposo. Los médicos lo llamaron “la resonancia”.

El doctor Kovalski fue recluido en una instalación militar. Le hicieron preguntas, muchas, de todo tipo. La mayoría sin respuesta. En ocasiones lo encontraban frente al espejo, observándose casi sin parpadear durante horas. Otras veces murmuraba en una lengua que nadie lograba identificar. Grabaron sus palabras, y al reproducirlas en un ordenador, el espectrograma mostraba una forma… redonda. Un círculo perfecto, palpitante, como si el sonido mismo tuviera su propio corazón.

Mientras tanto, los satélites comenzaron a captar un cambio en la superficie del cráter. La parte negra del centro se movía, lentamente, como un líquido que respirara. Los drones enviados desaparecieron sin señal. Sin embargo, uno de ellos transmitió una imagen final antes de apagarse: una silueta de pie al borde de la grieta, observando hacia arriba.

Esa misma noche, Kovalski despertó gritando:

—Ya vienen— dijo.

Cuando le preguntaron quiénes, respondió:

—Los que cruzaron el cielo. Los que trajeron la puerta.

Horas más tarde, todos los observatorios astronómicos del planeta detectaban nuevos objetos aproximándose desde la misma dirección que el meteorito primigenio. Pero no eran rocas. Su trayectoria era precisa, controlada. Y no caían: descendían.

A día de hoy seguimos sin saber de dónde vinieron, por qué lo hicieron ni cómo nos encontraron. Desde entonces, nos hemos visto obligados a convivir con ellos, con los seres. Como quizá ya lo hicimos hace miles de años. No sabemos si son los mismos o han evolucionado. Lo cierto es que ahora están aquí. Han llegado. Hemos sido testigos. Y lo más inquietante es que la puerta sigue abierta.

EFRAÍN DÍAZ

En el Barrio Dos Bocas de Trujillo Alto pasa de todo sin que suceda absolutamente nada. El alcalde vive en el pueblo y no sube a los barrios del campo ni por error ni por casualidad. «Le dio amnesia» dicen los campesinos.

En el bar de la esquina, llamado La Sombra, estaban los borrachitos de siempre. Lubricaban el gaznate con ron y cerveza entre polvorientas mesas de billar. Unas viejas pancartas de voluptuosas mujeres de abundantes carnes, escasas ropas y miradas lujuriosas adornaban las paredes del bar, cuando entró azorado Sotero.

-Muchachos, ¿vieron lo que dice la prensa hoy?

-Y de cuando acá tu sabes leer? le dijo Juancho.

-Yo no, pendejo, me lo leyó mi hija.

-Y que te leyó tu hija? le preguntó Artemio.

-Que y que viene un meteorito.

-Al fin viene alguien nuevo pa’ este barrio- exclamó Peyo.

-A mi me dijeron en la escuela que el último meteorito que cayó, acabó con tó- dijo Luicho.

-Y tú fuiste a la escuela, cabrón?

-Bueno, si, pero no entré.

-Barman, una ronda pa todos, por si nos jodemos con el meteorito. Póngalo en mi cuenta y si sobrevivo se la pago- gritó Guacho.

-Su cuenta está cancelá por falta de pago, Guacho- le ripostó el barman.

-Ahh cabrón, y cuando pensabas avisar?

-Pues ya le estoy diciendo.

-Pero es un meteorito o una nave espacial? preguntó Artemio.

-Pues le periodico dice meteorito, pero vaya usté a saber- contestó Sotero.

-Pues a mi no me preocupa- dijo Guacho- si viene pa acá, tan pronto vean este mierdero, dan media vuelta y se van pal carajo.

-Bahhh, si vienen pa los Estados Unidos, el colorao que vive en la Casa Blanca le suelta los perros- dijo Luicho.

-Trump no tiene perros, imbécil- le dijo Peyo.

-Me refiero a los agentes de inmigración, pendejo. Tienen cara de perros. Tan pronto lleguen, la migra los detiene, los procesa y los deporta a su galaxia.

-A pues, ya eso está solucionao- dijo Artemio

-A la verdá es que ustedes no se cogen nada en serio, cabrones- dijo Sotero con cierta molestia.

-Pa vivir en este barrio de mierda no se puede coger nada en serio, mijo.

-Y pa’ cuando viene la cosa esa? preguntó el barman.

-Qué. Vas a dar ron gratis cuando lleguen? Pregunto Guacho.

-A ti no. Tu cuenta está cancelá. Pa’ ti no hay.

Así pasan los días los jíbaros (campesinos) del Barrio Dos Bocas de Trujillo Alto. Luego de sus labores agrícolas, se reunían en el Bar La Sombra a mojar el gaznate y a pegarse vellones unos a otros. Así los recuerdo en mi mente y en mi corazón.

Nota: Los personajes utilizados son reales. Lamentablemente ya todos murieron. Los errores ortográficos fueron adrede, pues así hablan nuestros jíbaros y así también hablo yo, que soy producto del Barrio Dos Bocas de Trujillo Alto.

ANDRÉS JAMES CÁCERES

Encuesta mundial realizada por el New York times.

Tema : si mañana cayera un meteorito gigante y mañana se acabará el mundo, Que harían?

Respuestas :

Músico : me pondría a escuchar a todo volumen las mejores canciones de los Beatles .

Cineasta: Pasaría una noche de pasión con Sofía Loren o Briggite Bardot.

Escritor : tendría una conversación con Gabriel García Márquez.

Poeta: Conocería a Neruda y le pediría me recite un poema.

Futbolista: Jugaría un picado con Maradona y le haría un pase de gol.

Química : Encontraría un elemento más de la tabla periódica y le pondrían mi nombre

Político :Le mandaría mensaje a la gente del meteorito a ver por cuanto podemos arreglar para salvarse el.

NOVAE LITTERAE

Don Cluster B

Respetados señores:

«El paciente de la cama C, que ha pasado de una fase catatónica a una reversión delirante en su diagnóstico de esquizofrenia, ha tenido tímidos intentos por hilvanar las ideas, pasando de un lenguaje disgregado a una sarta de tonterías sin sustento lógico o empírico. Las terapias de escritura creativa no parecen estar influyendo en su sentido crítico, desconectándolo de la realidad. Como un poeta avocado al arte por lección.

A pesar de que el tiempo invertido en dicha actividad disminuye la oportunidad de ocurrencia de auto o heteroagresiones de riesgo clínico, desaconsejo que el paciente siga teniendo acceso a este tipo de talleres. Adjunto uno de sus trabajos del taller de escritura: una paupérrima diatriba sobre ciencia, fe e incertidumbre. Lo más parecido a un cataclismo con sabor a distopía».

El anterior, fue el comunicado del doctor Cínico Caspa, profesor emérito de la Universidad Clusteriama Máxima B-ehavior Science. Psiquiatra y poeta.

*

A continuación, se cita el texto que desencadenó el ataque de furia y falta de empatía del galeno almático. El paciente, Rosendo Mora, nada entendía cuando le pusieron su camisa de fuerza y lo trasladaron al pabellón de alta seguridad: por un intento de escritura que no tenía el más mínimo asomo de racionalidad y que ofendió el ego del especialista:

“Un porcentaje etéreo de ateos, agnósticos y escépticos, por dogma o silogismo, alcanzaría más fácil la fe en Dios que la confianza en los médicos. O en la ciencia.

El ateo percibiría la humildad de un médico con sospecha, dudando de su pulso al bisturí: como si fuera una confesión de cobardía, una negación al superhombre.

El ecléctico, por su parte, recelaría del plan médico estructurado, argumentando que carece de ‘esencia’. Tal vez propondría un cuarzo del Tíbet para canalizar los humores de vidas pasadas y los pecados generacionales. Y terminaría consagrándose ante el rosario, esperando que la Virgen María haga las paces con su némesis y hermana: Lilith.

El escéptico, fiel a su doctrina, dudaría de todo… incluso frente a montañas de evidencia. Solo accedería a firmar el consentimiento informado por amor a su esposa —también ecléctica— y para salvar a su hijo, antes de que muera sin haber conocido las delicias del sexo consentido.

Muchos de ellos derribarán las fronteras del ateísmo, el escepticismo y el eclecticismo… y se construirán un terruño en la segunda base de la paranoia.

Espero, al menos, que esa nutrida muestra poblacional pueda llegar a creer en sí mismos.

Pero la cosa puede ser peor. ¿Qué podemos esperar del médico ateo y sus eufemísticas acepciones?

Necesitará una sutil balanza, calibrada entre fe y razón.”

*

En su defensa, posterior a su traslado a una clínica más humanista, el paciente Rosendo Mora realizó los siguientes descargos:

“Del doctor Cínico Caspa solo tengo que decir: qué miedo es ser su paciente. Su narcisismo no le deja ver la propuesta literaria en distintos niveles, ni el intento de mi escritura creativa. Por otro lado, el intento de lógica en mi humilde texto es un mérito para un paciente esquizofrénico sin medicación como yo. La verdad es que siempre escupo esas malditas pastillas del demonio. Casualmente, estoy menos agresivo y más creativo desde mi suspensión furtiva. Este texto no pretende ser nada. Tal vez es una crítica camuflada al pensamiento obtuso disfrazado de títulos. Reitero: qué miedo ser paciente del Dr. Cínico Caspa. Qué miedo: me ha arrojado un meteorito en las inseguridades. En mis bolas. En las bolas de mi abuelo. ¡Ahí viene el meteorito! Qué miedo. Qué miedo-do-do.”

SERGIO TELLEZ

¡QUE VIENE EL METEORITO!

INVASORES

Una ráfaga de luz atravesó la noche estrellada a una velocidad asombrosa, el ruido adicional producido segundos después nunca se había escuchado en aquel poblado.

El gran!!! Boon!!!, género molestia y admiración en los lugareños. Unos pocos afortunados que departían por fuera de sus casas huyendo aún al bochorno sofocante de aquella noche vieron el haz de luz atravesando el horizonte.

Al otro día se reunieron en pequeños grupos y comentaron entre maravillados y asustados aquel momento.

Vino a la memoria, el único suceso importante de ese inhóspito poblado, él recuerdo ya lejano de veinte años atrás cuando de forma increíble apareció en el centro del único parque, una enorme boa de diez metros de largo y 100 kilogramos de peso.

La pobre boa fue acusada de la desaparición de un centenar de gallinas, un par de cabras, y cuatro conejos que de manera misteriosa se esfumaron por esa época.

De esta forma el joven Plutarco, junto con su secuaz amigo se cruzaron una mirada cómplice y sonrieron maliciosamente.

La boa fue sacrificada a punta de machetazos, se buscó en sus entrañas, pero no aparecieron restos de las gallinas, cabras y conejos; pero si encontraron casi intacto un pequeño becerro, cría nacida el día anterior de la única vaca de Doña Casilda y que atribuyó su perdida a los perros del viejo Pancracio.

Luego del sacrificio, la boa fue recompuesta nuevamente por orden del alcalde. Después de todo, tener semejante monstruo en el centro del parque era motivo de orgullo; por fin los habitantes de «Pueblo Nuevo» serían reconocidos.

Diofante, hijo del alcalde y única persona que hasta ese momento había pisado el aula de clase de una universidad informo sobre la posibilidad de certificar la boa como la más grande y pesada del mundo, solo tendrían que viajar a la capital y buscar la persona encargada para tal fin por parte de «Los Guiness Récord», traerla y verificar.

Reunidos los fondos para el viaje con los habitantes del pueblo, Diofante viajo a la capital y al cabo de dos semanas retornó con el certificador. Pero fue tanta la tardanza que al llegar solo encontraron la piel retorcida y seca de la boa, y a 200 lugareños totalmente decepcionados. Seguirían pasando inadvertidos para el resto del mundo.

Luego de recordar aquella vieja historia, retornaron a sus casas, inquietos aún por el ensordecedor ruido de aquella noche.

Al día siguiente la habladuría fue total, se comentaba que el rayo de luz y el ruido ensordecedor no eran de este mundo.

Se habló de varias situaciones insólitas que sucedieron esa misma noche y que duraron por más de una semana.

Las gallinas no pusieron huevos en la madrugada, la desaparición de 25 pollos criollos que el carpintero Godofredo mantenía para navidad, el joven Andelfo de 65 años recién cumplidos murió ipso facto, varios jóvenes notaron que al peinarse se les caía más el cabello que de costumbre.

Se rumoraba que en el poblado vecino, que estaba a 322 leguas de distancia, varias personas quedaron ciegas.

Además, llegaron noticias de la aldea » Nueva España», aún más al norte y que estaba abatida por un largo verano, allí se quemaron varias casas de madera atribuidas al «bólido» a su paso.

Los parroquianos empezaron a atribuir todas esas situaciones a una invasión de extraterrestres. Y más aún cuando el bueno de Don Remberto comentó que después de cortar leña en el bosque y regresar más temprano que de costumbre a su hogar, abrió la puerta y observó a «alguien» de piel color durazno escapando por la ventana…

–¡Es un alienígena!, gritó su esposa…

Todas esas versiones se fueron al piso, cuando semanas después una comisión gubernamental arribó para investigar el caso y a informar de las maniobras que se estaban haciendo en la comarca por parte de los nuevos aviones de guerra supersónicos Miraje 5, que superaban en mach 2,2 la barrera del sonido, creando un boom sónico y como consecuencia ese gran ruido.

Nueve meses después Cipriana, esposa del bueno de Remberto parió un hermoso bebé con orejas puntiagudas idénticas a las de un tal «capitán Spock».

Aún hoy los descendientes de Pueblo Nuevo aseguran que los extraterrestres los invadieron aquella fatídica noche.

MARIANA DI PASCUA

El editor que no teme a meteoritos

Tres años llevaba escribiendo con desesperanzada esperanza. Desde mis trece años a los cuarenta y siete escribía porque no lo podía evitar sabiendo que no era escritora. Pero unos años antes de mi medio siglo un ada madrina de la literatura leyó un cuento que publiqué en Facebook y me empezó a llevar a lugares y eventos donde leian los que escribíamos en el pueblo. Me dijo que yo era una escritora con un estilo único y fue cuando recordé que otros escritores me habían dicho antes lo mismo.

No sabía nada de estructuras, puntuación, ni que era la rima o la inexistente rima que aplicaba en poemas o en cuentos en prosa. Tres años para identificar la prosa poética, el relato y el cuento, el verso y el soneto. Yo solo escribía a instinto con fuerza, sin filtros, con alma que descolocaba por el drama o emocionaba por la dulzura al lector. Pero la mayoría de mi escritura era molesta porque llevaba a un punto de vértigo (dijo un escritor) cayendo en una realidad tan cotidiana que ponía al lector en negación. Me odiaron, atacaron, se asustaron de las metáforas que si entendían, yo diría que a veces yo también tenia miedo de algún cuento luego de terminarlo.

Ya veía que era imposible que un editor abriera grande sus ojos como para ver a una mujer escritora que fuera muy atrevida sin haber pagado el derecho de piso que da ya haber publicado un libro exitoso.

_Pensá en el lector me decía mi mentora y entonces dejé toda mi locura y escribí una historia atractiva y amena sobre una mujer.

Rodo era el dueño de una editorial artesanal donde el hacía la selección, la edición y todo lo demás. Las miles de hojas se impriman en nueve impresoras al unísono con un sonido sin instrumentos como un canto gregoriano molesto.

Rodo tenía solo un empleado y sacaba una revista bimensual cultural. A sus ochenta años no permitía que le dolieran las manos y los pies como para estirar las piernas antes de terminar su objetivo. La mente y la constancia nunca le dolieron ni se le gastaron como a un deportista que nunca deja de practicar.

Cuando hablamos era la segunda vez en veinticinco años pero yo no lo recordaba. Yo estaba cansada y quejosa por dejar entrar en mi demasiada melancolía.

Un día por Facebook me escribe directamente publicando en mi perfil una mujer que me cuenta una historia que yo no recordé enseguida. Era la esposa de Rodo y lo único que me sonaba era su nombre y una vaga imagen de ellos en la casa de mi exsuegro, de unos veinte y pico años atrás. Ella fue quien leyó mis cuentos y poesías y se los mostró a Rodo.

El se comunicó conmigo por mesengger y tuvimos una charla infinita de tiempos y espacios donde nos habíamos cruzado de tangencial valía.

Me pidió le mandara una selección de mi variedad de estilos en los que escribo para elegir algo o para conocer mejor mi trabajo. Le mande y pasaron dos o tres meses de silencio como para que yo no me esperara nada. El sueño de mi primer edición estaba muriendo junto a mi seguridad de seguir adelante con la meta de publicar.

Un día amanece un mensaje que me da la sorpresa.

_Vi un cuento en tu Facebook una historia erótica muy llamativa me dijo, mandámela.

Yo me asombre que fuera ese cuento que escribí para gustar al lector una historia que tenía una línea rebuscada para llegar a un encuentro sexual que se describía con la sensualidad que atrapa pero no satura, eso que deja con ganas de saber mas luego de ese inesperado final. Un cuento erótico fue mi primer publicación y elejida por un editor que yo nunca pensé seleccionaria tal género.

El dijo que posiblemente lo poblicaba pero pasó un mes y o nos comunicamos.

Un día me llega un sobre con la revista bimensual y desepcionada demoré dos días en mirarla.

Cuando la mire leí el índice y no se porque saltie con la mirada donde decía :»,, Por un día » autora Mariana Di Pascua.

Al otro día la tomé de nuevo para leerla y esta vez si veo mi cuento con mi nombre publicado en el índice. Temblé, no encontraba la hoja y cuando lo hice mi cuento quedaba tan chiquito en esa carilla tan grande, pero era mi cuento mi única y primera publicación luego de tres años de dedicación y suplicio.

Recordé a un par de personas que me habían dicho que lo erótico no era lo mío que no me representaba y aún no se si lo hace pero para Rolo en ese momento, en ese cuento si lo hizo. Su editorial podrá ser artesanal quizá como todavía sean mis cuentos, pero me hizo el mas grande regalo para una mujer como yo.

Una mujer escritora que tiene mucho que decir y defender en cuentos que no son eroticos.

Me dio la esperanza de seguir para publicar eso que denuncia, eso que grita la injusticia la violencia eso que mata el silencio que yo ya no practicaba escribiendo sobre esas cosas incómodas de las que se viven en una casa por medio pero que cae en los espíritus de los lectores como un meteorito que nos hace mirar a un espejo y nos deja en un desnudo vulnerable sí, pero que no es el fin del mundo. Seguro luego de leerme puedan decir que estoy loca, porque literariamente lo estoy y espero seguir así con alma y grito,. Cada tanto alguien gritará conmigo y eso me vale.

MANUEL SERRANO

Reunieron a los mejor científicos del mundo. Desde la aparición en el telescopio interestelar del meteorito que centelleaba en las pantallas, calcularon su velocidad, tamaño y dirección: venía directo hacia la Tierra. El tamaño era el equivalente a la extensión de Australia. La destrucción sería total.

Con los datos extraídos aprestaron toda la artillería láser para destruirlo o al menos hacerle cambiar el rumbo. Cuando llegó el momento, dispararon: el meteorito se dividió en miles de fragmentos inofensivos que encontraron su propia órbita.

Mientras en la Tierra, los artífices de tan inigualable gesta se felicitaban, a cientos de miles de kilómetros otros seres reían:

—Ya verás la cara que ponen cuando les enviemos el grande, el de verdad.

ANGY DEL TORO

Más allá del límite

Atravesé la gran nube de polvo que, lenta y perseverante, daba sombra a los siglos.

Sin prisa, pero con la paciencia de quien conoce su destino, el tiempo hizo que ignorara el sentido de pertenencia.

Los seres diminutos del planeta azul, entre alabanzas y discursos vacíos, avanzaban fascinados por entre las sombras. Medían la distancia, calculaban mi masa y se enfrentaban por el derecho de poseer lo que aún no comprendían.

Les observaba —sin juicio—, como se mira a los niños cuando juegan con fuego sin entender su poder.

Ignoraban mi carga. No sabían que en cada giro que daba, danzaba una enseñanza.

Soy la piedra, la luz y el silencio que la galaxia atraviesa. Y ahora, atraído por la gravedad, me acerco de nuevo.

No he sido llamado, pero algo en ellos —una vibración, un deseo antiguo— reclama e implora.
La avidez por trascender más allá del miedo, más allá de sí mismo… más allá, incluso, de un meteorito también.

El peligro no será mi paso, sino su propio reflejo: el temor a perder lo que nunca fue de ellos. Y, sin embargo, desde el ruido, algunas voces se alzarán, mínimas, apenas susurros.

No pedirán gloria. Solo preguntarán:

“¿Qué ven en el cielo cuando se acerca el final?”

Y esa pregunta, como una semilla en la atmósfera se sembrará, y el universo, que nunca olvida, responderá:

“cuando las nubes se abran, el aire arderá como en un resplandor. Todo vibrará: el agua, las piedras, los cuerpos. Y el tiempo, por un instante, se detendrá.

Muchos creerán que será el final, pero cuando el universo respira, cambia, se transforma y renueva.

Temblarán las ciudades, sí, pero también despertarán.

Y en el resplandor, los niños alzarán sus rostros y sonreirán sin miedo.

Será el futuro que ha venido a aprender, porque en la fragilidad de los hombres, encontrará su reflejo, comprenderá su deseo de cambio, y sabrá que en aquel meteorito no había solo piedra, ni luz, ni silencio, si no la lección, el aprendiz y el maestro”.

XAVIER TORRES

DARWINISMO SALVAJE

¿Cual escogería?

No el más grande, ese globo enorme y amarillo, demasiado fácil y él estaba obligado a demostrar que era un tirador certero. Tampoco el que parece algodón con una mancha roja debajo, ni ése circundado por un anillo.

Tenía que vengarse del malvado científico que le había zurrado las posaderas por entrometerse en su laboratorio y haber volcado unas probetas. «!Mi sopa primigenia de la vida!» vociferó el sabio loco y me calentó el trasero al tiempo que me enseñaba la relación entre fricción y temperatura. Ahora se enterará de quien soy yo.

Seguí observando el planetario desde mi escondite y me fijé en una esfera como de cuarzo helado, muy alejada para mis aptitudes. Ya está, el de color rojo que parece un hierro oxidado. No, espera…

Entonces vi una preciosa canica azulada con estrías blanquecinas, salpicada de terrones arenosos.

Cargué el tirachinas con un guijarro, estiré la goma y… !Big Bang!

«!Nooooo, mis dinosaurios!!!» – gimió el viejo chiflado.

JUAN C VALTIERRA

Porque en los altos de Jalisco también pasan los meteoritos.

Ya regrese de donde andaba

El meteorito de San Prudencio

Por Juan C Valtierra.

El polvo tiene olor a muerto. Eso me dijo alguien cuando llegué pero no recuerdo quién. Tal vez nadie. El polvo nomás huele a polvo y uno inventa lo demás para que duela menos.

San Prudencio está donde siempre estuvo o donde nunca estuvo. Las calles se mueven de lugar cuando no las miras. Don Evaristo barría en la esquina de la tienda pero algunos días la tienda no tenía esquina y él barría el aire nomás, levantando polvo que caía en el mismo lugar.

—Don Evaristo.

—¿Qué quiere?

—Nada. Nomás preguntaba.

—Pos no pregunte.

Así hablaba la gente. Con palabras rotas como platos que alguien tiró al suelo hace años y nadie recogió. Mi padre decía que en San Prudencio todos le debían algo a alguien pero nadie recordaba qué. Por eso caminaban agachados, no fuera a ser que los cobraran.

La Rosalinda hablaba sola. O hablaba con su hija. O su hija ya estaba muerta y ella no se había dado cuenta. Difícil saberlo porque la Chonita tampoco hablaba. Se le había atorado un grito en la garganta desde niña y desde entonces nomás hacía ruidos, como un pájaro al que le cortaron la lengua.

El padre Anselmo decía misa los domingos. Bueno, movía la boca. Las palabras salían pero llegaban tarde, como si tuvieran que atravesar el polvo primero y se cansaran en el camino. Los feligreses oían una misa de hace tres semanas o de dentro de dos meses. Por eso nadie comulgaba. ¿Cómo comulgar con un Cristo que todavía no llega o que ya se fue?

Entonces alguien oyó en la radio. O tal vez lo soñó. Que venía un meteorito. Que iba a cruzar el cielo a mediodía. Los niños corrieron a contárselo a sus madres y sus madres les dieron de cintarazos por correr, porque correr es de gente que no sabe estarse en su lugar.

El día llegó.

No llegó diferente. Llegó igual que todos: caliente, polvoriento, demasiado largo. Las piedras del suelo echaban humo. Don Evaristo barría con las manos envueltas en trapos porque ya no tenía piel en las palmas, nomás carne viva que nunca sanaba. Rosalinda colgaba sábanas que el polvo manchaba antes de que se secaran. El padre Anselmo buscaba su casulla dorada en el baúl pero cada vez que abría el baúl la casulla estaba más abajo, debajo de más baúles, como si se estuviera hundiendo sola hacia el centro de la tierra.

A las once y media el cielo hizo un ruido.

No sé cómo explicar el ruido. Era como cuando alguien rasga una tela muy vieja. O como cuando alguien deja de respirar y el silencio que queda tiene forma. El meteorito entró al cielo de San Prudencio como entrando a un cuarto ajeno, sin tocar la puerta.

Era hermoso de una manera que dolía.

Todos salieron a verlo. Salieron callados, arrastrando los pies, levantando polvo. Se pararon en medio de la calle con los ojos entrecerrados porque mirar de frente era como confesar algo que llevabas guardado desde siempre.

La Chonita abrió la boca.

Le salió el grito que tenía atorado desde hacía catorce años. Un grito oxidado, viejo, que ya no sabía cómo sonar. Su madre le metió un trapo en la boca. No un trapo. La mano. No la mano. El puño cerrado.

—Cállate o van a pensar que somos como los del circo.

Y la Chonita se calló pero el grito se le quedó colgando del meteorito. Se fue con él. Todavía lo oigo algunas noches cuando el viento sopla de cierta manera. Un grito viajando solo por el cielo, buscando de dónde salió.

El meteorito cruzó y se fue apagando. Tardó treinta segundos. O treinta años. Aquí el tiempo también está enfermo y a veces se arrastra como perro atropellado.

Pero no se fue.

Se quedó ahí arriba nomás. Apagado pero presente. Como una lámpara que alguien olvidó apagar hace siglos y ya nadie se atreve a tocar. Los días siguientes la gente lo veía cuando levantaba la vista. Estaba ahí, flotando, sin moverse, viéndolos.

Don Evaristo siguió barriendo. Pero ahora barría más despacio porque sentía que el meteorito lo miraba barrer y eso le daba vergüenza. Una vergüenza que le pesaba en los hombros como costales de arena mojada.

Rosalinda dejó de colgar sábanas. Se quedaba parada en el patio con la ropa en las manos, mirando el meteorito, y lloraba sin hacer ruido. Las lágrimas le caían y se volvían polvo antes de llegar al suelo.

El padre Anselmo quiso usar su casulla dorada una vez. Se la puso y subió al púlpito. Pero cuando abrió la boca para hablar vio el meteorito a través del vitral roto de la iglesia y se le olvidaron todas las palabras. Todas. Hasta las palabras para pedir perdón por no tener palabras. Se quitó la casulla ahí mismo, adelante de todos, y la dejó tirada en el suelo. Dicen que todavía está ahí, que nadie se atreve a recogerla porque la tela se puso negra sola, como si se hubiera quemado desde adentro.

La Chonita dibujaba.

Dibujaba el meteorito en las paredes, en el suelo, en su propia piel. Con carbón, con sangre, con lo que encontrara. Su madre la amarraba de noche para que no dibujara pero la Chonita dibujaba con los ojos cerrados, en el aire, con los dedos haciendo formas que nadie más podía ver.

Un día la encontraron en el aljibe. No se había caído. Se había metido. Tenía las manos llenas de lodo y en el lodo había dibujado cuarenta y dos meteoritos perfectos. Uno por cada vez que se había callado en su vida.

Don Evaristo murió barriendo. Lo encontraron tieso con la escoba pegada a las manos. Tuvieron que enterrarlo con escoba y todo porque no se la pudieron quitar. En el velorio nadie habló. ¿Qué iban a decir? ¿Que don Evaristo había sido un buen hombre? ¿Que había barrido bien? Todo sonaba ridículo.

Rosalinda se murió de polvo. Se le metió tanto polvo en los pulmones que ya no le cabía el aire. Los doctores de Guadalajara dijeron que era neumonía pero mi padre dice que fue de vergüenza acumulada, que la vergüenza también tiene peso y que cuando juntas mucha te aplasta los pulmones.

El padre Anselmo sigue vivo. O eso creo. Lo veo a veces en la iglesia, arrodillado, mirando el vitral roto. Ya no dice misa. Nomás se arrodilla y mira. Dicen que está esperando que el meteorito le diga algo. Que le perdone. Pero el meteorito no habla. Nomás mira.

Y yo vine aquí porque alguien me dijo que mi padre estaba aquí. Pero cuando llegué me dijeron que mi padre era yo. Que siempre había sido yo. Que el que buscaba era yo buscándome.

No sé.

El polvo borra las cosas. Borra las caras, los nombres, quién es quién. A veces me veo en el espejo y veo a don Evaristo. O al padre Anselmo. O a la Chonita ahogándose en el aljibe.

El meteorito sigue ahí arriba.

Cada vez más cerca. O cada vez más lejos. No estoy seguro. Algunos días lo veo del tamaño de una naranja. Otros días del tamaño de un puño. Un puño cerrado sobre una boca para que no grite.

Yo también quiero gritar.

Pero si grito van a pensar que estoy loco. Que me volví como los del circo. Como la Chonita. Entonces me voy a morir solo y todos van a decir qué pena, qué hombre tan raro, pero por dentro van a estar aliviados de que me callé a tiempo.

Así que no grito.

Me quedo aquí nomás, barriendo el polvo que barrió don Evaristo. Colgando las sábanas que colgó Rosalinda. Buscando palabras que se escondieron hace años en la garganta del padre Anselmo.

Y el meteorito ahí arriba.

Viéndonos.

Esperando.

Brillando apenas, como una herida vieja que ya no sangra pero que tampoco cierra.

El polvo entra. Sale. Se queda. Borra.

Y nosotros aquí abajo nomás.

Callados.

RAÚL LEIVA

Deseos y circunstancias

Hay cosas que parecen estar predestinadas a pesar de nosotros.

Un año atrás, el paso cerca de la tierra del meteorito, le abrió la posibilidad a Brenda de pedir un deseo. No tardó en decidirlo ni un minuto.

El concierto había terminado hacía casi dos horas y no había noticias de la muchacha. El traslado estaba contratado de antemano para evitar cualquier inconveniente y le permitían dejar abrigos y otras pertenencias personales que, por lo general, los jóvenes pierden entre las muchedumbres.

Era cuestión de tener paciencia, tal vez no tenía señal de celular o estaba tan cansada que ni bien subieron al micro se quedó dormida. Sabía que alrededor de las cuatro de la mañana iba a estar en el parador, así que el hombre se dispuso a mirar un poco de televisión para calmar la ansiedad y matar el tiempo como se suele decir, total cuando se acerque la hora, calentaría el motor del auto para buscar a su hija sin correr el riesgo que quede sola en mitad de la noche.

Le mandó a su hija un mensaje cerca de las dos de la mañana y casi de inmediato vio que estaba en línea. El tilde azul no tardó en aparecer y la cara del padre se iluminó, por fin iba a saber cómo le fue en el concierto y sobre todo por donde andaba la joven. Casi de inmediato, el teléfono de la muchacha salió de línea para no volver a conectarse. La coincidencia de tiempos no pudo ser peor. Una noticia urgente interrumpió la programación, varios automóviles colisionaron en la ruta de regreso al pueblo, un micro se descontroló y arrastró a otros dos automóviles fuera del camino para volcar e incendiarse, la posibilidad de que hubiera sobrevivientes era casi nula.

El hombre entró en shock, no pudo procesar lo que veía y todas las salidas se le cerraron con un estrepitoso portazo emocional, estaba aturdido como si hubiera estallado una bomba en su cocina. La desesperación lo llevó a marcar números en su celular en forma torpe, las imágenes por demás de explicitas del noticiero no ayudaban, la desesperación ganó terreno a pasos agigantados. El corazón parecía a punto de saltar del pecho, las soledades de una casa agigantan las ansiedades a límites peligrosos así que decidió tomar su automóvil y recorrer la ruta a toda velocidad con la angustia como copiloto y mala consejera. No tardó en penetrar a esa peligrosa oscuridad que lo iba a devorar para siempre.

Lejos de allí, en una estación de servicio con miedo y con hambre, una jovencita estaba esperando que amanezca para poder entrar a la tienda, comprar un sándwich, una gaseosa y pedir prestado el teléfono a algún empleado para poder avisarle a su padre que le robaron el celular a la salida del concierto y no pudo abordar el micro que la llevaría de regreso a su casa.

MAITE BILBAO

EL DETONANTE

Soy la piedra del destino. Mi existencia se mide en ciclos de erosión y sedimento, y en la lentitud implacable de la geología. Soy un fragmento de granito, arrancado de las entrañas de Sierra Morena hasta este arcén de la autovía A-49. Hoy, sin embargo, siento una vibración anómala, un microsismo que presagia una fractura en el tejido humano.

Me considero un Juez de Paz geológico. Mi juicio es la inercia, mi sentencia, la colisión.

El asfalto irradia el calor acumulado del día cuando el motor ronco de un Mercedes-Benz Clase S plateado rompe la calma. Dentro, la habitual composición de carbono y codicia.

Elisa:Al volante. Su estructura es molecularmente tensa bajo la máscara de belleza.

Víctor:Su masa es densa. La del esposo y verdugo, un hombre de éxito, ahora solo volumen de carne y ego a alta velocidad.

Mi atención no está en el vehículo, sino en la «Colección.» Justo frente a mí, la grava sostiene una docena de estructuras blanquecinas, pálidas, duras como el cuarzo, depositadas con premeditación. Los cálculos renales de Elisa. La precipitación de su propio dolor físico, convertido en proyectil.

Ella no arrojó piedras. Ella sembró la superficie de contacto con la cristalización de su tormento. Su enfermedad, el sufrimiento que Víctor siempre despachó con un gesto —maltrato silencioso—, fue su munición. Ahora, es el detonante.

El Mercedes se acerca. Siento la presión del aire. El neumático trasero derecho, al buscar agarre en el límite del arcén, pasa sobre la Colección. Solo un impulso ciego. La dureza de los cristales de oxalato de calcio impacta la goma, y ese vector de fuerza me transfiere a mí. Soy lanzada.

Con la inercia de una montaña caída, siento el momento lineal de esta fractura humana acelerándome. Dejo de ser roca inerte para convertirme en una masa balística, impulsada por la carga de la traición y el dolor acumulado. Un ajuste de cuentas. El objetivo: el fino plano de sílice.

¡CRACK!

El cristal parabrisas estalla. Estalla en un millar de líneas de falla. El tiempo se expande. Siento la tensión liberarse. El impacto inicia una onda de choque que viaja por la sílice, y la telaraña de fracturas radiales crece como una plaga. Detrás de esa cortina, la cara de Víctor, paralizada en un gesto de incomprensión, el rostro de un hombre que jamás vio el peligro desde dentro de su propia casa. Elisa grita, pero el sonido es demasiado rápido para el terror. Todo un grito de ejecución. El estallido visual en su campo de visión le hace dar un volantazo. El eje de gravedad del Mercedes se rompe. El coche muerde la cuneta, el metal gime con una agonía audible y la carrocería plateada se revuelve en el asfalto.

El silencio es denso, roto solo por el goteo de aceite y el vapor que se alza del motor destrozado. Yo, la Piedra del Destino, reposo sobre el cuero destripado del asiento del pasajero. Mi trabajo está hecho. Elisa emerge por la ventanilla rota. Sus movimientos son metódicos y decididos. Su rostro muestra la calma absoluta de quien acaba de saldar una deuda.

Víctor no se mueve. El amasijo de hierros y el golpe contra la estructura interna han extinguido su existencia. Ella se aleja. Su coartada es perfecta: un «accidente» por un proyectil de la carretera. Nadie buscará la intención; la venganza íntima de una mujer maltratada.

Fui solo la bala. Ella fue el detonante, el arma y la mano. Mi naturaleza es la inercia. Mi destino es esperar. El mundo pertenece al ciclo de la roca. Y yo espero mi siguiente juicio.

SILVIA RAFI GRACIA

UNA NOCHE BAJO TIERRA

Estaba anunciada una lluvia de estrellas para aquella noche. Hacía calor, así que fueron unas cuantas las personas que decidieron subir a instalarse en aquella zona de acampada, tan idóneamente situada para pasar allí aquella noche mirando caer estrellas y algún otro día más.

Otras cuantas que también subieron, optaron por entrar en el jardín del monasterio y buscar algun lugar estratégico donde pasar algunas horas cómodamente sobre colchones

extendidos en el suelo, esterillas blandas,cojines…

y sillas plegables otros, o sentándose sobre grandes piedras planas o sobre bancos…, y también algunos predispuestos a mantenerse en pie.

Inesperadamente había coincidido mucha gente en aquel lugar, y se respiraba un ambiente festivo y amistoso.

Pero llegando al momento esperado, el cielo comenzó a nublarse con un imparable aumento de nubarrones; así lo iban confirmando unos y otros cuando con sus linternas los enfocaban. Y se fué viendo muy claro que no iba a esclarecer.

«Oooh nuestro gozo en un pozo» exclamaban algunos. «Pues en los servicios meteorológicos no han avisado de este cambio de tiempo» comentaban, extrañados, otros.

Algunos cargaron de nuevo con sus bártulos y en sus vehículos se fueron por donde habían venido. En la zona de acampada, situada algo más abajo del monasterio, unos cuantos se cobijaron en sus tiendas, bajando las cremalleras para ponerse ya a dormir.

Pero otros siguieron, tanto los de arriba como los de más abajo, tumbados a raso, sobre alfombras confortables, colchones o hamacas…; porque entre unos y otros había comenzado un animado intercambio de palabras, y también de comidas varias, bebidas y utensilios y cachivaches diversos.

En el ambiente vibraba el deseo de que fuese una noche especial, y el hecho de que se hubiese nublado el cielo impidiéndoles ver aquel tan esperado espectáculo no iba a estropearles la noche, o como mínimo no totalmente.

Los que en la zona de acampada estaban aún a cielo abierto, acabaron desplazándose también a los jardines del monasterio, para no molestar a los que se habían retirado ya a sus tiendas y poder seguir disfrutando de cierto jolgorio, aunque intentando mantener un tono bajo de voz; que por la noche todo resuena y no era plan tampoco, consideraban, despertar a los monjes que, aquella noche, amablemente y por tradición, cedían la estancia en los jardines manteniendo abiertas sus puertas; como tampoco a los que , más abajo, habían entrado ya en sus tiendas a descansar.

Tampoco es que tuviesen intenciones, en general, de trasnochar durante horas hasta la madrugada. Pero ya que habían cargado sus automóviles y se habían desplazado hasta allí, no querían regresar con las manos vacías de algún agradable recuerdo, decepcionados y sin que,

a cambio de perderse la tan esperada lluvia de estrellas, pudiesen igualmente divertirse un poco de otras maneras, especialmente los niños a quienes sus padres habían prometido una noche especial.

Habían coincidido allí gentes de muy diferentes edades, desde niños muy pequeños a personas ya bastante mayores. También perros bien educados que se olían y jugueteaban entre ellos sin importunar.

En sí, los niños y los perros fueron los primeros en «romper el hielo» para que aquellas gentes comenzasen a hablar y a conocerse, unos por aquí, otros por allí…

De golpe.y sorpresivamente,

una potente voz de la cual ninguno de los que allí estaban supo ubicar su procedencia, exclamó «¡¡Que viene el meteorito!!»

Se hizo un breve silencio, de un par de segundos, antes de reiniciar sus charlateos…; no sin antes, unos y otros por aquí y por allá, comentar «¿habeis oído bien qué ha dicho esa voz?» » Yo no estoy segura de haberlo oído bien» » Era una voz muy extraña; no parecía humana» » Sí. Una voz muy rara y parecía como si viniese del cielo» «Que viene el meteorito, decía, creo, pero no sé si lo he entendido bien» «Sí. Yo también he oído éso: que viene el meteorito» «¡Qué extraño, a quién se le habrá ocurrido decir éso y con esa voz?», se iba diciendo entre otras afirmaciones y preguntas similares.

Una voz infantil, de alguno de los niños, de esas que se proyectan desde las cavidades de la cabeza y resuenan como fuegos artificiales, exclamó «¿Un meteorito como aquel que mató a los dinosaurios?»

«Noo. Aquel fué un meteorito muy muy grande; hay meteoritos que son pequeños, y cuando caen no matan a nadie» respondió alguien

a aquel niño de pocos años, para tranquilizarlo por si quizás se sentía asustado.

Y, seguida de esa voz que respondió al niño, se siguieron oyendo otras

por los diferentes espacios de aquel jardín; pero, a diferencia de los incipientes parloteos que habían surgido en el primer encuentro, ahora cada frase era escuchada desde cualquier rincón por todo el resto de personas, y no sólo por las que se encontraban situadas en mayor cercanía.

«No sé de dónde procede esa voz ni con qué intenciones, pero no hay porqué preocuparse; esta lluvia de estrellas es de asteroides; y no hay ninguna notícia…, desde la agencia que estudia estos fenómenos se hubiese avisado si algun gran meteoroide se dirigiese a atravesar la atmósfera»

«¿Y si fuese de tamaño muy pequeño y no se le hubiese detectado, o no se le hubiese dado importancia, y cayese enmedio de la Tierra, en cualquier lugar?» «¿Como por ejemplo aquí?» «A ver, suponiendo que esa voz no estuviese mintiendo para…no sé para qué, ¿cómo se supone que lo habría visto?» «Pero ¿desde dónde gritaba?»

«Si fuese un meteorito pequeño no habría porqué temer que caiga, ¿no?»

» Bueno, no sé. Depende de qué se considere pequeño; son muy densos, dicen» .»¿Y si, suponiendo que fuese muy pequeño, va y te cae en la cabeza? » «Hoombre, ya sería mala suerte»

» Pues a mí una vez estaba mirando unos fuegos artificiales en la playa, junto a muchísima otra gente y…ploof…justo a mi cabeza fué a parar uno de los cartuchos; qué daño me hizo, me quedé casi atontada; nada grave, pero…» «Y ¿dónde fué que te sucedió éso? Qué susto, jajajj» …

Siguieron hablando…ya de manera distendida. Nadie de allí creía que fuese posible, que tuviese la más mínima veracidad lo de aquella extraña voz; aunque sí les producía cierta inquietud no saberla ubicar ni saber quién la emitía ni porqué..

Y cuando comenzaban a animarse de nuevo, conversando aquí y allí en pequeños grupos, volvió a imponerse aquella potente voz, esta vez acompañada de otras igual de extrañas aunque cada una de diferente tono y color; pero emitiendo exactamente el mismo mensaje, aunque tripicándolo :

«¡¡Que viene el meteorito!! ¡¡que viene el meteorito!!

¡¡que viene el meteorito!!»

Y otra vez le prosiguió un silencio, aunque esta vez de unos cuantos segundos más.

Y esta vez todas las personas que se encontraban allí se miraron una a una manifestando su perplejidad, mayor aún que su ya acrecentado temor.

Se habían quedado, durante esos largos segundos, sin palabras.

Y por si fuera poca su consternación, de golpe las negruzcas nubes que tenían como techo rugieron con una inusual ferocidad. Y unas gruesas y espesas gotas comenzaron a caer sobre ellos.

«Vayamos a refugiarnos a la cripta. Está bajo la cúpula que hay junto a la entrada» , dijo, alzando mucho la voz, un hombre que aseguró conocer bien el lugar. «¿Y si está cerrada? «, dijo otro. «Si está cerrada la entrada, como mínimo la cúpula nos dará techo», respondió.

Y comenzó a caminar muy de prisa hacia la cúpula que cubría la glorieta seguido por todos los demás, cubriéndo sus cabezas, en pequeños grupos, con los colchones, las esterillas de goma-eva, los cojines…Las densas gotas que se desprendían del cielo, en poco fueron piedras de granizo cada vez mayores y en mayor cantidad. Una niña, quien por el tono de su voz se intuía de mayor edad que el niño que se había referido anteriormente a la extinción de los dinosaurios, preguntó si quizás era una lluvia de meteoritos lo que les iba cayendo encima; pero nadie le respondió porque ya estaban demasiado concentrados en no «patinar» en su rápido caminar sobre un suelo muy resbaladizo. Y en no tropezar con aquel par de perros que, asustados, se iban cruzando entre sus piernas y uno de ellos, el más temeroso y fragil, les mordisqueaba, a ratos, los pies (el tercero, de tamaño grande, corría hacia arriba y hacia abajo, yendo y viniendo, como cumpliendo con el trabajo de mantener unido el rebaño). Se oía la voz de una mujer algo mayor, que con un sutil temblor de lloriqueo iba diciendo «Aay…¿en una cripta? no sé…no sé yo»

Mientras se dirigían hacia la cúpula vieron salir de sus tiendas a los de más abajo, también cubriendo sus cabezas para dirigirse todos hacia la zona de servicios, buscando guarecerse a techo cubierto.

Apenas cabían en la glorieta, todas aquellas personas y sus grandes cachivaches.

Eran diecisiete. Una mujer muy predispuesta a organizar las contó una por una en voz alta, sugiriéndoles una colocación estratégica para no descontarse.

En el exterior de la glorieta no quedaba nadie ya. Muchas ya se habían retirado a sus vehículos cuando aparecieron los primeros nubarrones que anunciaban impedir la visión de cualquier estrella.

El hombre que se decía conocedor del lugar y que había propuesto refugiarse en la cripta, pidió que se esperasen allí hasta que él estuviese seguro de que podrían acceder a ella; y comenzó a bajar por la angosta escalera.

Mientras esperaban cayó un chiste algo macabro, de humor negro, que un hombre algo mayor dejó ir entre una risa entrecortada y expresión socarrona, relacionado con aquella extraña situación; pero fué contrarrestado seguidamente con otros chistes impregnados de humor blanco, pretendiendo reconfortar a aquellos niños que pacientemente estaban mostrando expectación ante las decisiones de los adultos.

Cuando el hombre que había bajado las escaleras regresó, irrumpió aquellos chistes y bromas que servían de quita-miedos, alzando la voz para avisar de que la cripta permanecía abierta y recomendando que todos bajasen con atención, orden y pausadamente; sobretodo por lo que podría significar trasladar todos aquellos bártulos descendiendo unos muy irregulares peldaños. Y aquella mujer con espíritu de organizadora se colocó a un lado al inicio de la escalera para ir emitiendo a cada uno recomendaciones, respecto a las necesarias distancias a mantener entre ellos, a cómo cargar con los objetos para no crear atascos…

Así que iban entrando en la cripta fueron tomando posiciones para sentirse cómodos. Un hombre y dos mujeres se santiguaron y oraron frente al altar. El resto esperaron en silencio, algo expectantes en relación a lo que pudiese allí acontecer.

Los tres perros se acurrucaron juntos en una esquina, refugiándose uno en el otro.

Una joven muchacha propuso que uno por uno se fuesen presentando y explicando sus particularidades: el nombre, en qué lugar vivían, con quien…cómo habían ido a parar a aquel jardín del monasterio… explicando aquello que no les hiciese sentir incómodos

No había cobertura en aquella cripta bajo tierra y no podían, por tanto, utilizar, ninguno de ellos, sus teléfonos móviles

Todos estuvieron de acuerdo y así lo hicieron. Luego , cuando ya todos habían hecho su particular presentación, siguieron los cuentos, o relatos, que emitirían oralmente uno tras otro especialmente adaptados para los niños del grupo, los cuales se mantenían insistentemente despiertos.

Y así fué transcurriendo la noche y la madrugada…

hasta ir cayendo rendidos en un profundo sueño.

Una joven niña, en edad pre-adolescente, fué la primera en abrir los ojos.

Incorporó su cabeza y tórax y observó: los tres perros dormían plácidamente, pero ahora estirados, de lado dos de ellos y el otro panza arriba.

Y panza arriba estaban también, excepto algunas en postura fetal, todas aquellas personas reunidas en la cripta; algunas con alguna parte de su cuerpo sobre alguno de los colchones, cojines… o con la cabeza sobre el abdomen de alguno de sus eventuales y casuales compañeros de aventura.

Se acabó de incorporar , en pie, y sigilosamente se dirigió a la escalera que comunicaba con la glorieta. Fué subiendo lentamente peldaño a peldaño, con valentía aunque con la mente palpitando desde un corazón lleno de preguntas… Hasta que pudo divisar un cielo resplandecientememte azul. Y desde la glorieta reconoció las hermosas flores de los parterres del jardín que el día anterior, siendo ya de noche, no había podido distinguir.

Se acercó a ellas caminando y pudo comprobar que, a parte de ir hundiendo los pies en un suelo muy mojado, todo estaba bien. Todo acorde a lo acostumbrado.

Bajó de nuevo, con cierta precipitación, a la cripta, y anunció, con voz llena de entusiasmo, la buena noticia. La mayoría también ya se habían despertado.

Subieron todos la escalera , otra vez cargados con sus voluminosos enseres.

Una vez todos en la glorieta, se despidieron manifestando la mútua cómplice simpatía que los eventos de aquella noche había provocado en ellos, aunque con muy poca efusividad dado que el cansancio les vencía.

Entonces, a la muchacha que había sugerido aquella noche aquello de explicar historias, se le ocurrió, y propuso, crear un grupo de watsap para, como mínimo, poder mantener entre todos algo de comunicación y que no quedase en ningún «si te he visto no me acuerdo». A todos les pareció una estupenda idea.

«¿Qué nombre quereis que le ponga al grupo? «, les preguntó.

«Que viene el meteorito», dijo con ironía un hombre bajito de estatura y muy delgado.

«Sííí» , «Genial» , «Muy adecuado»…iban afirmando entre risas.

Le fueron facilitando, uno a uno, los números de sus teléfonos móviles, antes de emprender la dirección hacia su vehículo para, carretera y manta, hacia abajo, regresar al lugar de donde habían venido.

Mientras caminaban hacia sus automóviles algunos se fijaron en unas piedras que destacaban por su gran tamaño cubiertas por una especie de caparazón muy oscuro y erosionado, con aspecto de quemado.

Y también en la existencia de unos grandes altavoces instalados sobre unos altísimos postes. Pensaron que muy posiblemente pudiesen tener una relación muy directa con todo lo acontecido, pero ninguno de ellos hizo ningún ademán de comentar…; se sentían demasiado cansados para hacer conjeturas.

(Sílvia Rafi Gracia// 10/11/2025)

Compartit al grup Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas, seguint el tema setmanal proposat «Que viene el meteorito»

BLANCA CERRUTI

EN UN SOLSTICIO DE VERANO

Todo comenzó la noche de un solsticio de verano cuando un meteorito cruzó el cielo del pueblo. Desde entonces, cada año, en esa fecha, vuelve a ocurrir.

Al caer la noche, la sombra de cada uno de los vecinos abandona el cuerpo. Muchas sombras se refugian en el cercano bosque hasta que la llegada del alba les permite regresar a sus cuerpos.

Sin embargo, otras vagan por el pueblo hasta que comienza el solsticio. Luego, cada una de esas sombras entra en la casa donde vive la persona que busca y se llega hasta el dormitorio en el que descansa, para perpetrar en ella el más oscuro deseo del vecino al que pertenece la sombra. La persona agredida lo experimenta como una terrible y angustiosa pesadilla.

Con la aurora, cada sombra vuelve a su cuerpo y amanece un nuevo día, pero todos los vecinos no lo viven igual.

Algunos se han despertado con una desagradable sensación que les corroe el corazón, como si una serpiente les clavara en él sus venenosos colmillos. Son los vecinos cuyas sombras fueron las agresoras.

Las personas que sufrieron la agresión de las sombras recuerdan, muy vagamente, haber tenido una horrible pesadilla que, aun despiertas, les llena de angustia.

Las sensaciones que experimentan unos y otras, van desapareciendo a lo largo del día y cesan al caer la noche.

Amanece un nuevo día y la vida del pueblo sigue con su ritmo de siempre, sin que nadie sospeche que algunos de sus «respetables» vecinos albergan deseos inconfesables.

Solo sus sombras los conocen y los hacen realidad cada solsticio de verano.

Blanca Cerruti

CESAR TORO

El Meteorito.

¿Vendrá o no vendrá?, no lo sabemos; sin embargo, es inútil preocuparse por algo que no tenemos certeza. Con el meteorito o sin él un día dejaremos esta tierra, así ha ocurrido y seguirá ocurriendo.

“una generación se va y viene otra”.

Mientras nos distraemos con el meteorito que me imagino llegará desde el espacio, aquí en nuestro planeta nos atacan todos los días pequeños meteoritos que nos destruyen y acaban lentamente, con los seres humanos. El meteorito de la violencia, el del egoísmo, el poder, la codicia, el hambre, la pobreza, la guerra. Y uno de los más peligrosos el meteorito de la indiferencia. Estos son verdaderos bólidos que están acabando con este mundo.

Hagamos un esfuerzo por colaborar para que estos pequeños meteoritos, no sigan haciendo tanto daño a la humanidad, pongamos cada día nuestro grano de arena; Para procurar un mundo mejor, empecemos por nuestro metro cuadrado, a lo mejor logramos construir un meteorito de Paz y amor, empezando por los nuestros. Y dejemos que venga, el nuevo big bang cuando tenga que venir, lo más seguro es que: ya no estaremos para verlo.

“Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. En aquel día los cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego; y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada”

MAYTE SOCA

Se viene el meteorito.

Esa noche el calor era insoportable.

Ana salió al balcón y miró al cielo: miles de estrellas titilaban.

Una de esas pequeñas luces parecía venir directo hacia la tierra. Ana sintió un nudo en el estómago.

Pensó: “se viene el meteorito”.

Esa noche dio vueltas en la cama hasta que al fin logró dormirse.

Un sonido estremecedor la despertó.

El reloj marcaba las tres y diez, apenas había dormido un par de horas.

— ¿Será que se viene una tormenta ?— pensó. Se levantó y fue a la cocina por un vaso de agua. El calor era intenso; el aire parecía arder.

Con su vaso en la mano se dirigió al balcón. El sonido ensordecedor de las sirenas comenzaron a llenar las calles de la ciudad.

Ana se asomó al balcón intentando entender qué sucedía.

La calle se había iluminado con miles de luces parpadeantes: vehículos de emergencias, gente corriendo, y un resplandor inusual que iluminaba todo el barrio. La pequeña luz que había visto en el cielo parecía haber crecido, proyectando un brillo cegador encendiendo la noche.

Ana sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Algo grande estaba sucediendo en la ciudad.

De repente, un estruendo sacudió el balcón y Ana tuvo que sujetarse fuerte del pasamanos para no caer.

La luz cada vez crecía más y más y está vez no parecía una simple estrella fugaz.

Una silueta brillante, casi como un fragmento de cristal incandescente, descendía directo hacia la ciudad.

Las sirenas aullaban sin cesar , escuchaba como sus vecinos gritaban y corrían en los pasillos del edificio.

Ana quedó paralizada, algo dentro de ella le decía que ya nada volvería a ser igual.

La luz chocó con un estruendo haciendo temblar los cristales de las ventanas.

Ana parpadeo tapando su rostro con su antebrazo tratando de proteger sus ojos de aquel resplandor que la cegaba.

Corrió hacia adentro del living y encendió su televisor para ver si había algún noticiero, la señal estática de su pantalla le daba una idea de lo grave de la situación.

Tomó su teléfono para buscar alguna información de lo que estaba sucediendo allí afuera.

No había señal. Salió nuevamente al balcón y lo que vio lleno su corazón de terror, del interior de esa

esfera de fuego, unas siluetas aterradoras y amenazantes se dirigieron hacia las personas que estaban en las calles, comenzaron a dispararles con armas que lanzan un destello de luz, haciendo que las personas se desintegraron en el aire. Ana sintió como su sangre se helaba y su corazón se aceleraba tratando de escapar de su pecho.

Un grito salió de su garganta haciendo eco en la habitación, se incorporó de su cama rápidamente.

Sentía como un sudor frío corría por todo su cuerpo, sentada en su cama encendió la lámpara de su mesa de noche, miró la hora las tres y diez.

– Solo fue una pesadilla horrible.

Se levantó por un vaso de agua y encendió el televisor, los canales estaban en cadena, el presidente daba la noticia de que un objeto interestelar se dirigía hacia la tierra, pidiéndole a los ciudadanos que por su seguridad se quedarán encerrados en sus casas “ Ana salió corriendo hacia el balcón su alma se estremeció, mientras el vaso se rompía en un estallido contra el piso, aquella masa de luz incandescente se dirigía hacia la tierra a toda velocidad.

ANTONIO PRADES

Meteorito

Las calles del barrio se avergonzaban de sí mismas al compararse con el resto de la ciudad. Sabían que ya nadie esperaba nada de ellas. En la segunda planta de uno de sus bloques más grises vivían el Meteorito y el Tergal, en un piso de patada. Un cuchitril diminuto, casi sin muebles, que olía a cenicero desbordado y ropa sucia.

El Meteorito era un hombre huesudo, de rostro descolorido, con la mirada siempre en otra parte. Rápido, imprevisible y destructivo. El Tergal, en cambio, era un tipo tranquilo que se gustaba demasiado sin motivo, siempre enfundado en un chándal de poliéster. Los surcos que la mala vida había tallado en sus caras saltaban a la vista.

No eran idiotas, pero sí algo más que ingenuos. Contaban con pocos leds para alumbrar sus cada vez más despobladas terrazas. Eran carne de barrote, carne de cuneta. Auténticos productos de aquellas calles del extrarradio.

Sentados en el pegajoso sofá, bebían cerveza caliente de vasos con suciedad perenne. El Meteorito sacó el último cigarro de un paquete arrugado, lo alisó con los dedos y discutió con el Tergal por quien lo encendía primero. Nada nuevo. En la tele, alguien hablaba sin que ellos prestaran demasiada atención.

El grito azul de las sirenas desgarró el sonido de la calle. Incluso los perros guardaron silencio. Dos pitufos subieron la escalera sin prisa, como si ya supieran de memoria el camino. Llamaron a la puerta, arrastraron al Meteorito engrilletado y sin preguntas. El Tergal ni se movió; permaneció sentado en el sofá, con la mirada clavada en la tele.

En la comisaría lo metieron en una sala sin ventanas. Los mismos de siempre: uno con cuerpo de espartano, el otro con cara de malandrín converso, de esos que aún no han perdido los viejos gestos.

—Aquí no se puede fumar —dijo el del cuello ancho.

—Ya abrirás las ventanas cuando me vaya —respondió el Meteorito, sonriendo desafiante.

Se sentaron frente a él, oscurecidos por la luz blanquecina que tenían detrás. Dejaron caer una carpeta sobre la mesa y se miraron con complicidad.

—¿Qué hacías anoche por las naves de la Franja?

—Yo ni pasé por ahí ni sé nada.

Los policías se miraron. El del rostro curtido insistió:

—Vamos, Meteo, no nos tomes por tontos. Sabemos que estuviste con el Tergal.

—Yo no me meto en esos líos. Dejadme en paz.

El silencio se alargó más de lo necesario.

—Piénsalo bien, hombre. Cuanta más cooperación, mejor para ti.

El Meteorito juntó las cejas y se encogió de hombros, sin decir palabra.

Tres horas después lo soltaron. Salió a la calle con la cara seca y los ojos rojos por la luz. Subió las escaleras del piso, despacio. Al entrar, el Tergal lo esperaba, sentado en el sofá con un cigarro colgando del labio. El Meteorito se acercó arrastrando los pies, con la cabeza gacha y las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta. No dijo nada. Tampoco hizo falta: en el vecindario, los rumores ya corrían por los pasillos.

—¿Todo bien? —preguntó el Tergal, sin girarse.

—Sí —respondió él, y la palabra cayó como una piedra en el suelo.

El Tergal sirvió cerveza en dos vasos tan sucios como siempre. No brindaron. El Meteorito encendió un cigarro; esta vez nadie discutió por el mechero. El Tergal lo observó un instante, con una sonrisa torcida y la mano hundida en el bolsillo. El brillo de la hoja se encendió apenas un segundo antes del movimiento. Un gesto rápido, casi sin rabia, sin odio. El Meteorito cayó hacia un lado, con el cigarro aún encendido entre los dedos.

El Tergal se quedó quieto, mirando el cuerpo. La tele seguía hablando. Los golpes en la puerta hicieron temblar la pared. Ya estaba preparado. Dos agentes lo redujeron sin dificultad, entre gritos y órdenes mecánicas.

—No habló, Tergal. No dijo nada. Lo vimos en la cámara —le soltó el espartano, mientras lo esposaba.

El Tergal no respondió. Miró al suelo, luego sonrió con tristeza. Ahora lo entendía todo. En aquel barrio, la lealtad valía menos que un pleito y dos abogados. La llegada del Meteorito había destrozado todo, justo lo que su nombre anunciaba, fundiendo la amistad con la desconfianza, sin ruido ni explosiones, solo ruina y silencio.

AXY LINDA

¡Qué viene el meteorito!

—Oye, Yansito , escuché que se viene un meteorito.

—No, abuelo, es el cometa 3I/ATLAS.

—Meteorito o cometa, da igual. ¿Me llevarás al cerro cuando esté más cerca?

—Podría hacerte daño el frío, además no se verá tan bien desde aquí.

—Mira hijo, he sobrevivido a guerras, pandemias, al exilio… Formé una familia hermosa, y tenerte ha sido mi mayor orgullo. Pero llegó el momento.

—¿Qué dices, abuelo? Me estás asustando.

—No temas, mi niño. Ese “meteorito”, cometa es bueno. Pronto lo entenderás.

Esa noche, Yan fue con sus padres.

—El abuelo habla raro, como si se despidiera —dijo preocupado.

Guillermo y Marilú se miraron en silencio; su madre susurró:

—Haz lo que te pida, hijo.

El día señalado, subieron al cerro.

Cuando el cometa cruzó el cielo, una luz descendió frente a ellos. Yan vio al abuelo sonreír y extender los brazos hacia un ser brillante, amigable, familiar.

Se abrazaron… y ambos se desvanecieron.

Desde entonces, Yan dedica su vida a comunicar la paz que su abuelo tanto defendió. Aunque ahora enfrenta enemigos más poderosos, fortalecidos por el mal uso de la tecnología: ambición, egoísmo, deshonestidad, corrupción, agresividad, discriminación, crueldad… todo aquello que ha hecho olvidar al ser humano que, antes que nada, es humano.

ALFREDO LOZANO

EL HUÉSPED PERFECTO

La primera vez que Joan sospechó que algo no estaba bien, fue un martes, mientras veía a su mujer pelar una naranja. Vera siempre había realizado esta tarea con un toque de rabia contenida, arrancaba la cáscara a trozos irregulares salpicando gotitas que perfumaban al aire, dejando gajos imperfectos y llenos de hebras blancas. Pero ese día, sus movimientos eran de una precisión increíble. El cuchillo dibujó un círculo perfecto en la parte superior e inferior de la naranja. Luego, un único corte lateral. La cáscara salió de una sola pieza, continua e impecable. Los gajos quedaron limpios, desnudos, simétricos. No había alegría en el acto, solo la eficiencia de una máquina cumpliendo su función.

—¿Has terminado el informe para el bufete alemán? —preguntó Vera, colocando los gajos de naranja en un plato formando un círculo perfecto. Su voz era serena, prudente, carente por completo de esa calidez y velocidad, a veces ansiosa, que Leo amaba.

—Me falta poco. Hoy me está costando concentrarme —confesó él, frotándose los ojos. Un remanente de su humanidad imperfecta, en forma de dolor de cabeza agudo le apretaba las sienes.

—La concentración es un recurso cognitivo que se optimiza con descanso y una alimentación adecuada. Has dormido siete horas y cuarenta y seis minutos. Tu ingesta es la adecuada. No hay variable que justifique esa ineficiencia —declaró ella, sin un ápice de reproche, solo como quien verifica un dato científico incorrecto.

Joan empezó a notar ciertos patrones entre la gente. En el metro, ya no había miradas de malestar o complicidad, solo un análisis frío del espacio personal. Las conversaciones en las cafeterías eran parecidas a un intercambio de datos, no de chascarrillos. La ciudad se estaba volviendo lógica, predecible y profundamente muerta.

La crisis final llegó una noche de lluvia. Joan desesperado por conectar con el fantasma de su mujer, puso su pieza de música favorita, un concierto de violín de Brahms lleno de pasión y melancolía. Vera lo escuchó inmóvil, con la cabeza ligeramente inclinada.

—La composición es técnicamente eficiente —dijo, cuando la última nota murió—. Pero la carga emocional es biológicamente innecesaria. Estimula el sistema límbico de forma caótica, reduciendo la eficiencia lógica.

Joan la miró, y por primera vez, el amor que sentía se mezcló con un miedo visceral.
—Vera ¿No te hacía sentir algo? ¿No te recordaba a nuestro viaje en Finlandia? ¿Al frío, al vodka barato, o a cómo bailamos en la nieve como idiotas?

Ella parpadeó. Sus ojos ahora siempre permanecían serenos, como un lago en un día sin viento. —Recuerdo los datos del viaje. La temperatura media fue de quince grados bajo cero. La marca del vodka era ‘Koskenkorva’. Bailamos en la nieve aumentando en un 62% la probabilidad de hipotermia. Son datos, Joan. Los datos no se sienten.

Fue entonces cuando él lo entendió. No había nada de Vera ahí. Su mujer era un archivo perfectamente organizado dentro de una carcasa biológica de alto rendimiento.

Este nuevo fenómeno, al que llamaban meteorito no venía del cielo, sino de las clínicas privadas de Nueva York. Era el último grito en optimización neuro-biológica, un parásito de diseño que se instalaba en el lóbulo frontal y que, según su publicidad, era capaz de aumentar el potencial humano y evitar sus imperfecciones.

Vera eliminó su ansiedad crónica y mejoró su memoria casi a nivel fotográfico, pero la cura era una mentira sutilmente enmascarada. Pensó mientras sus ojos manifestaban el llanto del alma.

Joan no luchó. No hubo gritos ni súplicas. Se levantó y se dirigió a la puerta. La lluvia lo empapó, llevándose las lágrimas que su mujer ya no podía comprender. Caminó sin rumbo por calles llenas de seres perfectamente vacíos.

El meteorito había impactado. No había devastación, ni cráteres, solo un silencio aterrador, el silencio de miles, o quizás millones de mentes funcionando a la perfección. Y en medio de ese silencio unísono, un último grito. El de su propio llanto. Un fallo en este sistema, el eco de un mundo que ya no existe.

EVA AVIA TORIBIO

Meteorito final

“—Mamá, ¿estoy guapa? —Me toco el vestido nuevo que me ha cosido.

—Eres la niña más bonita del mundo —Sonríe mientras me coloca la chaquetita.

—¿Jesús fue un niño bueno? ¿Querrá ser mi amigo? —Estoy muy nerviosa, porque hoy me voy a bautizar.

—Pues claro, mi amor, porque nos ama. Y ahora vamos.

Pequeños pasos, silencio, imágenes en el techo, alto, muy alto, María con Jesús en sus brazos, muy bonita. Imágenes de una bola de fuego en el cielo, frío, la niña se ríe, me caigo…”

¡Joder, que susto! —le grito a la mujer de blanco—. ¿Has dormido a gusto? —le pregunto, porque está tumbada a mi lado, mirándome detenidamente—. No se si preguntarte va a servir de algo, porque tampoco sé si vas a contestarme, ¿te has metido en mis sueños?

Con sus gestos me responde afirmativamente y observa el portátil.

—¿Quieres ver algo en él?

Lo cojo y me dispongo a encenderlo. Sentados en el borde de la cama, uno al lado del otro, me detengo a observar sus reacciones. Estos espíritus llevan tanto tiempo anclados, conviviendo entre los vivos, que han visto y experimentado más de lo que yo lo haré jamás.

—Dime que busco.

—Bo-la, fu-e-go —dice con dificultad.

Introduzco esas palabras y las imágenes son infinitas, una de ellas llama su atención, más bien un video. Ambos las observamos con detenimiento y en ellas se ve con claridad como una gran bola de fuego cae en… Lugo.

—Lugo, eso es. Quieres decirme que eres de Lugo.

Hasta ahora no la había visto sonreír y es reconfortante.

—Pero todavía no logro entender como he podido soñar con las imágenes de la caída del meteorito.

Yo… ver… en… te-le-vi-sor, re-cor-dar ho-gar.

—Ya entiendo. ¿Quieres ver como es ahora? —le digo, mientras busco imágenes de Lugo.

Tras mi primer encuentro con ella, su muerte, me ha mostrado un retazo de sus recuerdos. El sueño de esta noche me ha indicado que, al menos, por unos breves instantes fue una niña feliz.

Con dificultad, la conversación mantenida ha dado respuesta a una de tantas dudas que tengo, la del porqué la niña que vaga en esta casa sigue aquí,

y es tan sencilla como que no se quiere sentir sola.

Poco a poco se van uniendo uno a uno a la conversación. A su modo me enseñan pequeños recuerdos, tan distintos e interesantes, que por primera vez me gusta este don que me ha sido otorgado. Con ellos he vivido diferentes épocas en la historia que de otro modo no podría vivirlas.

—Os doy las gracias por darme estos momentos, pero es hora de marcharme —Embargándome la tristeza mientras recojo la ropa —. Tengo una duda, ¿quién es la dama de rojo? —. ¡La foto! ¿Dónde está la fotografía? Creo que la he dejado aquí. Sí, aquí está. Y de nuevo esas palabras “Abril te espera”. El 2021 aparece en el reverso de la fotografía, todos los demás números están tachados. Al ver la imagen están todos ellos, pero no hay nadie que ocupe el lugar que correspondería a este año.

—No me miréis con esa cara —les digo, asustado, colocando con celeridad la ropa en la maleta.

—¡Hola! Albert, ¿estás ahí?

—Caroline, ¿eres tú? —Salgo disparado de la habitación dirección a la entrada de la casa.

—¡Estás bien! Cuanto me alegro. ¿Has podido encontrar algo? —Su nerviosismo me indica que tiene miedo.

—Nada que te pueda servir de ayuda. ¿Sabías de la existencia de esta fotografía? —Se la entrego y su cara de póker me muestra la respuesta.

—¿Los has visto? ¿La has visto? —Observando en todas direcciones.

—Respóndeme a la pregunta que te he hecho y sí, claro.

Un escalofrío me corre por todo el cuerpo, la dama de rojo se muestra ante nosotros, pero Caroline no muestra ningún gesto ante su presencia.

“¿La estás viendo? —Le señalo su posición, está junto a ella.”

—No —Temblando—, solo tengo sensaciones. Desde pequeña he vivido situaciones que dan ganas de correr y no regresar. Y sobre la fotografía…

Y antes de que ella finalice su frase, siento como la dama de rojo se introduce dentro de mí.

“Veo a la gente gritar que me quemen, bruja, decían otros. Las llamas van quemando poco a poco mi carne, mis huesos, grito de dolor, nadie quiere ayudarme. Me tiran piedras, me gritan puta, bruja. Estoy en esta casa, mirando por la venta, mientras mi cuerpo es calcinado por las llamas. Una hermosa niña me toma de la mano y me dice que quiere ser mi amiga, yo le digo que sí. Una monja quiere la reliquia que ama mi ama, cojo una cuerda y la ahorco. Mi amada ama juega con ese hombre extraño, se la ve feliz. Él se va, con ropa extraña, yo le sigo hasta el río. Él no me ve y el hombre que está con él tampoco. Gritos. El hombre le pega con la piedra. Lo entierra. Mi ama está triste porque no puede jugar con el hombre extraño. Música, es preciosa, quiero que toques para mi ama. La joven me pide que traiga del otro lado a alguien a quien extraña. Ambos tocan felices. Introduzco mi mano en su pecho, mi ama sonríe feliz. Hay una niña nueva en esta casa, ella nos siente, le mostramos que estamos aquí, sus papás la llaman Caroline. Se ha hecho mayor, ya no quiere jugar con mi amada ama. Ha llegado un joven nuevo, este es diferente, el nos ve, nos escucha. Hablo con todos, nuestra ama está triste, recuerda al hombre extraño. Le muestro donde está, mi ama es feliz, mi ama quiere que el forme parte de nuestra familia.”

—Lo siento, Albert, yo no quiero esto para mí. ¡Por favor, una ambulancia! ¡Creo que está muerto!

Mi cuerpo yace en el suelo. Ahora soy uno más de la familia y dentro de 145 años se unirá alguien más a la fotografía. ¿Será algún bisnieto tuyo?

Besos, la Incondicional.

FERNANDO LÓPEZ AGUILERA

Simplemente, héroes.

— ¡Mi superior, debemos abandonar este planeta! —dijo con firmeza uno de los seres que conformaban la expedición encargada de realizar una primera exploración.
— ¿Pero qué dices? Somos seres muy superiores, y nuestras armas no tienen punto de comparación con las que ellos utilizan.
— Sí, lo sé, soy consciente de ello. Pero tienen algo que podría ser el fin de nuestra especie.

Unas tres o cuatro horas antes de que estos seres provenientes del espacio exterior tuvieran esta conversación, ocurrió la historia que lo explica todo… o por lo menos eso voy a intentar contar.

Era una fría noche en la conocida Selva Negra de Alemania. Tres amigos —Lukas, Paul y Maximilian— decidieron acampar un fin de semana en aquel bosque tan popular.

¿Por qué lo hicieron? Respondían a la típica pregunta que parece repetirse en cada rincón del planeta:
“¿A que no hay… a echar un fin de semana en la Selva Negra?”

Esa idea, sumada a la crisis existencial de los cuarenta y a una larga charla regada con la segunda botella de vino francés, fue la chispa que los llevó a una aventura que jamás olvidarían.

Llegaron a lo más profundo del bosque al mediodía, tal como habían planeado. Escogieron un claro ideal para acampar y, como buenos alemanes, montaron su asentamiento con precisión y detalle: las herramientas no dejaban de trabajar, la cinta de carrocero lo fijaba todo y, cuando surgía algún problema, allí aparecían las bridas para solucionarlo todo.

Una vez que el campamento estuvo listo, encendieron una gran hoguera para disfrutar de la cena de la primera noche. Sacaron la comida, la cerveza empezó a correr, y con ella las primeras conversaciones.

Justo cuando Paul iba a sacar el primer tema a debate, algo —o alguien— parecía acercarse entre los árboles.

— Vaya, pues parece que al final no vamos a estar solos el fin de semana —dijo Maximilian, sorprendido por la inesperada compañía.
— Venga, chicos, se les ha hecho tarde, habrá que ayudarles —comentó Lukas, caja de herramientas en mano.

Entonces, un extraño vehículo apareció ante ellos. Flotaba a medio metro del suelo y emitía un leve zumbido. Se detuvo frente al fuego y, del portón delantero, descendieron dos individuos con largas batas que les llegaban hasta los pies y rostros tan pálidos como la luna.

Se colocaron frente a los tres amigos sin decir palabra.

— ¿De dónde venís vosotros? ¿Y ese coche tan moderno? —preguntó Paul con curiosidad—. Ese, sin duda, no le pasa como al tuyo, Maximilian. ¡Este pasa por el centro de Múnich sin que lo multen por los gases!

Los tres amigos se rieron, pero los recién llegados mantuvieron el rostro impasible.

— Vamos, chicos, que os ayudamos a montar —añadió Paul, todavía sonriente, mientras alzaba la caja de herramientas.
— Venga, con unas cervezas en mano todo se ve diferente —dijo Lukas, ofreciendo unas botellas.

Uno de los extraños tomó una, la observó y luego la escaneó con un pequeño aparato brillante.
— No bebas esto —advirtió con voz metálica a su compañero—. Según mis escáneres, es perjudicial para nuestro organismo.

— Bueno, vosotros os lo perdéis. ¡Venga, que os ayudamos a montar para que paséis la noche! —replicó Maximilian.
— Nosotros tenemos todo lo necesario —respondió uno de los seres, dirigiendo una breve mirada a su vehículo.
— Pues venga, tomad asiento y empezamos la velada —dijo Paul acomodándose en su silla—. A ver, ya que estamos, estaréis contentos: este fin de semana otro partido que ganasteis los que suelen ir de amarillo…

En ese momento, la conversación se fue acalorando. El tono de voz subía, los rostros se encendían y las venas del cuello parecían a punto de estallar mientras cada uno defendía a su equipo de fútbol con pasión desmedida.

Los extraños los observaron durante un rato, como meros espectadores de un ritual incomprensible, hasta que uno de ellos dijo:
— Tras analizar vuestra conversación, hemos advertido que el tema a tratar es un deporte. Tras recabar información, nos parece imposible que este asunto despierte en vosotros pasiones tan intensas.

— Pero ¿de dónde han salido estos dos? —comentó Maximilian mientras abría otra cerveza—. ¿Pretenderán que hablemos del gobierno?

— A ver, chicos, cambiando de tema —intervino Lukas—, ¿qué os parece lo del meteorito? Dicen que no es tal, sino una visita de seres del espacio…

Los dos extraños se pusieron en alerta. Pensaron que habían sido descubiertos y se prepararon para entrar en combate.
Nada más lejos de la realidad: los tres amigos se miraron entre ellos y rompieron a reír a carcajadas.

Ese fue el momento que los visitantes aprovecharon para marcharse silenciosamente del lugar, tras observar el comportamiento de aquellos nativos.

Y este es el punto en el que realmente comienza la historia.
Así fue como estos tres alemanes, sin quererlo, se convirtieron en héroes de la humanidad.
Porque los extraños visitantes comprendieron que en ellos —en su especie— existía algo que, tarde o temprano, acabaría con cualquier civilización que se les acercara.
Y decidieron no correr el riesgo de ser contagiados por aquello que se conocía por “humanidad”.

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

En una pequeña casa, a orillas de la ciudad, vivían Arturo de 9 años, Olivia su hermana de 11, adrián papa y Alicia la madre.

Arturo era un vendaval, nunca se estaba quieto y todos le llamaban ¡el meteorito! Nadie ya lo llamaba por su nombre.

Habían dejado de invitarlo a casa de sus compañeros pues destruía todo a su paso, y sus padres tenían que responder para reponer o reparar lo que rompía.

En una tarde de verano, la familia se encontraba viendo la televisión, escuchan, que se aproxima un meteorito, Arturo, les dice a sus padres que viene un hermano meteorito a saludarlo, le dicen que no es su hermano, y que esperan que no caiga cerca de ellos.

Arturo se sentía feliz de que hubiera otro meteorito, aunque le habían explicado lo que era, no hacía caso a eso, sólo pensaba que iba a conocer a alguien que se pareciera a él.

Pasan unos días y anuncian que el meteorito es muy pequeño y que sí caerá en la tierra, y esperan que no cause mucho daño.

Había una gran expectación por la llegada de ese meteorito.

Al dia siguiente se anuncia que cayó una parte del meteorito, muy pequeña en la tierra y que no se reportan daños. Arturo está impaciente, sale corriendo de la casa al jardín, pues había soñado que caía el meteorito, en su casa, y para su gran sorpresa ve que hay un gran hueco entre las plantas y flores, y se ve una gran roca, corre a decirles a sus padres lo que hay, estos se asombran al ver esa gran roca.

Arturo está feliz, pues dice que ahora tiene cerca de él a un nuevo amigo.

Científicos de la ciudad, van por él meteorito para estudiarlo, Arturo no quiere que se lo lleven, les dice que llegó ahí para estar con él.

Le explican que es muy importante para la humanidad estudiar este meteorito, él les dice que también es un meteorito, que si quieren estudiarlo también, los científicos se sintieron enternecidos por la ingenuidad de Arturo, y le prometieron que volverían a verlo y le hablarían sobre el otro meteorito.

Arturo se quedó tranquilo, y feliz, por lo que había pasado, les comenta a sus padres que va a ser un gran científico.

Desde ese día Algo pasó en su interior se sintió más tranquilo y no volvió más ha portarse mal.

Aun así le seguían diciendo meteorito, pero ahora interponian el Arturo, ahora era Arturo el meteorito.

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

Estrella verdeazul

«¡Piedra sagrada del Universo vivo, yo, Ochis, el chamán de la tribu Gaicamacuto, te invoco con todas tus energías sobrenaturales! Ven en nuestro auxilio, renueva la tierra agotada, trae el agua de lluvia que salvará nuestras cosechas. Tu destello luminoso, acércate a la Madre Tierra para que sus frutos proliferen desde lo hondo de su seno. ¡Espíritus de la naturaleza, arrullen a las nubes, los invocamos para que el meteorito traiga el equilibrio natural a nuestra tierra seca!

Te contemplo, meteorito, a lo lejos, danzando en las galaxias. Eres el imán de las energías poderosas; ha llegado tu momento de existir en nuestra tierra. ¡Ven con tu sanación para toda mi tribu!»

Así clamaba Ochis, el gran sacerdote y chamán, invocando al meteorito que se acercaría a la Tierra. Era un verano de desolación, aquel en que la cosecha de maíz, el aliento mismo de las tribus de la región, había sucumbido. Y, en efecto, los poderes sobrenaturales del chamán parecieron surtir efecto: el meteorito comenzó a divisarse en el horizonte de los cielos, una promesa inquietante sobre la tierra inhóspita. Pero las familias de la tribu sentían un miedo ancestral ante la gran roca que caería de las alturas.

Muchos ancianos del consejo no estaban de acuerdo con Ochis por haber invocado directamente a las fuerzas del Universo. «Se debió invocar a la hermana lluvia, no a la furia de los cielos», murmuraban. El chamán fue enjuiciado, su sabiduría cuestionada por las voces más antiguas de la tribu. La comunidad entera se mantuvo en una expectativa tensa, esperando la llegada del mensajero estelar.

Lo obligaron a permanecer en un aislamiento riguroso durante tres lunas, prohibiéndole ejercer sus poderes. Pero Ochis jamás se rindió. Poseía los secretos de la Madre Naturaleza, un don que le permitía dominar a los malos espíritus. El sabio brujo practicaba la magia blanca, la magia de la luz que podía elevar su espíritu, hablar con sus ancestros y consultar a los guías espirituales, capaces de sanar a quien lo necesitara. En la soledad de su encierro, su conexión con el cosmos no hizo sino profundizarse.

Llegó el día tan esperado. El meteorito apareció como una bola verdiazul, un punto brillante que se confundía con una estrella gigante. Su apariencia, al acercarse, se tornó anodina, una masa irregular y angulosa contra el azul profundo del cielo.

El meteorito, en esencia, era un mensajero del universo, una cápsula del tiempo petrificada que había viajado eones para aterrizar en nuestro mundo. Era una cicatriz del espacio en la palma de la Tierra, un fragmento de otra parte del cosmos que nos contaba una historia sin palabras, una epopeya de frío, fuego y viaje infinito.

El abrazo sanador del meteorito, aquel mensajero cósmico, logró traer la lluvia. Los cielos se abrieron en un diluvio bendito que salvó la agonizante cosecha de maíz de la tribu Gaicamacuto. De nuevo, los espíritus amigos volcaron su poder a través de la magia blanca de Ochis, reivindicando su fe y su lugar.

Los cielos se abrieron en un diluvio bendito que salvó la agonizante cosecha de maíz de la tribu. En los campos, donde antes el polvo danzaba, ahora el verde vibraba con promesas de abundancia. De nuevo, los espíritus amigos volcaron su poder a través de la magia blanca de Ochis.

El consejo de ancianos, avergonzado y maravillado, se postró ante el chamán. No solo había traído la lluvia, sino que había restaurado la fe. Ochis, con una sonrisa serena que iluminaba su rostro curtido por el sol, no les reprochó. Solo levantó las manos al cielo, no en señal de victoria personal, sino de profunda gratitud. Había entendido que la Madre Tierra y el Universo hablaban a través de él, y que el verdadero poder residía en escuchar, en mantener el equilibrio, y en recordar que la sabiduría no siempre se ajusta a los viejos cánones.

Esa noche, bajo un cielo estrellado y purificado por la lluvia, el fragmento del meteorito, ahora fresco y silencioso en la tierra, se convirtió en un altar. Un recordatorio perpetuo de que los regalos más inesperados, y las soluciones más audaces, a veces provienen de los lugares más lejanos, y que la fe verdadera puede mover no solo montañas, sino también estrellas.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

¡Qué viene el meteorito!

Corran. Póngase bajo cubierto!!

Viene el meteorito.

Mercedes, hay Mercedes.

Siempre tan lúcida.

Allí en medio de la calle, mientras el cielo se encendió, ella llora.

Por qué es un espectáculo precioso y porque pronto sabrá si vera a sus seres queridos.

YOLANDA CASTILLO GARCÍA

~El Impacto~

El silencio cósmico era mi cuna y el frío absoluto, mi única compañía.

Pero un día, una fuerza que no comprendía me empujó, me separó de mi órbita muerta y me aceleró. Yo era una roca, pero pasé a ser un misil. Mi cuerpo, una masa inerte de hierro y silicato, ardía con una energía que me hacía sentir viva por primera vez.

Abajo, el planeta azul se hacía más grande. Un punto de color se convirtió en un continente. Pude escuchar el murmullo de millones de voces, de máquinas, de la arrogante danza de la humanidad.

Y entonces, impacté.

Fue un estallido letal y prolongado que desgarró la corteza terrestre. El epicentro no fue una ciudad, sino la unión de las principales redes de telecomunicaciones, los almacenes de datos y las bolsas de valores. La onda de choque no solo fue sísmica; sino electromagnética.

En un instante, yo, el meteorito, borré no solo estructuras físicas, sino también el concepto de recurso.

El polvo y el humo tardaron meses en disiparse. Cuando el Sol finalmente se abrió paso, iluminó un paisaje desolado: la tecnología había sido reducida a escombros, y la riqueza había vuelto a su forma más primitiva. Los supervivientes, desnudos de sus comodidades y sus sistemas, se miraban los unos a los otros sin saber si compartir el último mendrugo o luchar por él.

Yo, el cráter humeante, me había convertido en el centro de su nueva, brutal, y sin recursos realidad.

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4 comentarios en «Que viene el meteorito – miniconcurso de relatos»

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