Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el cartero de Armando». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 1 de mayo!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
ANTONICUS EFE
Buiiinasss, soy Tris Tonina, princesa de las letras, geisha de las páginas, sacerdotisa de la escritura —y más cosas que me callo para no generar envidias— y hoy tenemos aquí a…, atreveos a descubrirlo, para hacerle ONCE preguntas, sí habéis leído bien ONCE, no doce ni tre… (cuidadín con la rima que os conozco). Empezamos.
1.- Eres poeta y cantautor. ¿Qué fue primero y qué te llevó a la otra faceta creativa?
Primero fue la música, la poesía vino de rebote. Yo nunca he leído mucha poesía —de hecho…
2.- Suficiente, a por la segunda. ¿Cuál es tu concepto de la poesía en un momento en el que la rima y el ritmo no parecen ser relevantes para los creadores?
Los tiempos son cambiantes desde sus albores, lo de ayer siempre se catalogará obsoleto hoy, aunque…
3.- Otra. ¿Cuál de tus obras recomendarías a alguien que quiere comenzar a leerte y por qué? ¿Y si lo que quieren es escuchar tu música?
—¿Pero por qué no me dejas acabar?—
—No es tan interesante lo que tienes que decir, contesta—.
Para empezar a leerme creo que el Antipoemas: Canciones frustradas de un perdedor, es el ideal; además de ser el primero…
—Además de ser el primero es el único donde hay algo de cordura, corta el rollo y vamos a por la siguiente—
3.- ¿Y si lo que quieren es escuchar tu música?
Depende del momento, pero mi «niño bonito» es Sonidos de Soledad, porque…
—Porque eres insociable, con ese título no querrás llenar el Wizink…—
—¿Pero que clase de entrevista esta?—
—La venganza se sirve en plato frío, no te imaginas lo que estamos disfrutando l@s anti-tú—
4.- El mensaje de tus poemas suele ser incisivo y crítico con la sociedad. ¿Qué quieres decirle al mundo y cómo quieres que este te perciba?
La percepción es subjetiva, depende del perceptor. En cuanto al mensaje…
—Tu mensaje se repite más que el pal-mute en las canciones de Marea…, pesao—
El entrevistado opta por guardar un hermoso silencio ante la hostilidad de Tris Tonina.
5.- El sector editorial es complicado para los autores poco conocidos y si se trata de poesía, todavía más. ¿Cómo ves tú el mundo editorial en la actualidad?
Siempre ha sido complicado y ahora aún más. Antes…
—Antes tendrías el mismo éxito que ahora, supongo…, eres más cansino que Pérez Reverte y Enrique Bunbury juntos—
6.- Constantemente se ve por redes sociales que un escritor debe crear su marca personal para poder vender o ser publicado por grandes editoriales. ¿Trabajas en este camino?
Hombre tener una marca personal ayuda, siempre que…
—Tu marca parece que la haya diseñado el que invento el Tulicrem…, vas listo—
7.- ¿Cuál es tu opinión respecto a esta tendencia?
Nuestro héroe se toma un respiro reflexivo antes de contestar y se dispone a hacerlo…
—Ya, lo suponía, chicha ni limoná—
8.- ¿Qué podemos esperar de Coronado Smith en el futuro?
De Coronado Smith, la verdad…
—Coronado Smith y verdad en la misma frase es igual que positivo por negativo—
9.-¿En qué andas trabajando?
Pues ahora estoy reescribiendo…
—Pero si no has escrito en tu vida, como vas a reescribir…—
10.- Esta me la evito, por si acaso
11.- S/C
Buiiino queridos lectores, lectoras y demás visitantes de esta vuestra casa de las letras, hasta aquí hemos llegado hoy con este gran artista de profundidad sin igual que se ha desnudado ante mis preguntas desnudas de cualquier inquina.
RAQUEL LÓPEZ
El número 11 es el elegido….
Me llamó Jaqueline, toda mi vida me pasé buscando una razón para comprender las emociones humanas, tan complejas y que contenemos muchas veces hasta que nos carcomen.
A veces una simple respuesta, un simple gesto sirve para soltar amarres.
Crecí sin la figura de mi padre, pues abandonó a mi madre nada más nacer yo y en parte, yo me sentía culpable…es una de las cosas que le hubiese preguntado a él si le hubiera conocido y que posteriormente descubriría.
Mi madre siempre supo de él y más estos últimos años, no tenían contacto pero si sabía dónde vivía, pero no le hacía falta su presencia pues con tenerme a mi era suficiente.
Ahora, en su lecho de muerte, mi madre me reveló donde vivía, quizás sonaba con que algún día tuviésemos un reencuentro y conocernos. Había veces que de pequeña sentía curiosidad, pero ahora me era indiferente, lo único que sabía es que nos abandonó y eso era suficiente para saber qué no nos quería en su vida.
Pero hay veces en que uno es joven y no está preparado para asumir tanta responsabilidad y mi padre era una de esas personas, le asustaba el matrimonio y huyó como un cobarde…
Poco después de fallecer mi madre fui a donde el vivía. Vivía en Santorini un lugar que descubrí impresionante con sus playas y sus atardeceres únicos. Me aloje en un hotel con vistas al más Egeo, todo un paraíso.
Durante varios días recorrí la isla disfrutando de las cosas bellas y sin darme cuenta, fui a dar con su dirección.
Al llegar frente a su casa, multitud de sentimientos se agolpaban en mi interior, mezcla de rabia, frustración y nervios.
Mi cuerpo trémulo se paralizó pensando si él me aceptaría o me volvería a rechazar. La voz de un niño de unos cinco años me despertó de mi abstracismo…
-¡ Señorita, ¿ Le ocurre algo?!
Emocionada le contesté que no y cuando me dispuse a marchar una mujer salió de la casa…
-¿ Quién es usted, que necesita?
Mi voz era temblorosa
-¿ Vive….vive aquí Gérard?
El niño me contestó:
No señorita, él está en el cielo.
Mis lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos,” demasiado tarde” pensé
-¿ Se encuentra mal?- me preguntó la mujer.
– No, disculpe la intromisión..
– Jaqueline… – me llamó la mujer.
-¿ Como conoce usted mi nombre?
– El sabía que algún día saldrías en su busca, durante todos estos años no hubo ni un solo momento que no hablase de tí .
-¿ Pero ..como es posible que no me buscara?
– Siempre fue un cobarde, buena persona si, pero un cobarde que no pudo enfrentarse a la situación, se toda su historia me la contó cuando nos conocimos, hace casi veinte años… y este niño es el fruto de nuestro amor, quizá con su nacimiento se quitó la espina clavada en su corazón por no haber podido ocuparse de tí.. pero pasa, hablaremos.
– Mi nombre es Silvana, yo siempre estuve en contacto con tu madre sobre todo los últimos 11 días en los que enfermó y en esos 11 días, te escribía una carta cada día. 11 cartas que escondía secretamente guardadas con recelo y que me rogó que solo tú pudieras leerlas.
Silvana me entregó una caja custodiada con un candado. La miré fijamente antes de marcharme, no podía guardar rencor a esa mujer que formó otra familia con mi padre, porque si él fue feliz estos años y le cuidó es suficiente, aunque si sentí celos de un niño, su hijo, porque a él le dio la oportunidad de verle crecer y a mí no… pero eso, ya no importaba.
Le agradecí su amabilidad y me fui.
Durante unas semanas la caja permaneció escondida en el altillo del armario, temía abrirla y descubrir algo que no me gustase, pero me armé de valor y la abrí.
Comencé a sacar papeles, documentos poco significativos y escarbando vi unas fotos mías , posiblemente mi madre se las mandaba. Había una carpeta que abrí con las manos temblorosas.. eran las cartas que me escribió, fui abriéndolas todas ordenadas y leyéndolas…
“….querida hija, lamento haberte abandonado a ti y a tu madre, no me sentía preparado para tanta responsabilidad y te puedo jurar que esto fue un castigo para mí. Fui un cobarde ni siquiera me atreví a conocerte, tan solo por las fotos que me mandaba tu madre y ahora ya es demasiado tarde. Mi enfermedad me está consumiendo y no quiero irme de este mundo sin que sepas toda mi verdad, espero que sepas perdonarme para que pueda sentir alivio aunque ya no esté aquí. Tú madre siempre ha sido una buena mujer y una buena madre y yo fui incapaz de valorarlo. Ahora seguro que habrás conocido a Silvana, la mujer que durante casi veinte años aguanto todas mis depresiones, mis enfermedades, mis iras y que pacientemente, me cuidó. Tuve un hijo con ella, Alejandro, pero siempre tuve presente que no era único porque también estabas tú. Perdóname, yo siempre te quise y mi cobardía me alejo de tí…”
Me acurruqué en el sillón y no sé cuánto tiempo lloré hasta quedarme dormida y exhausta. Le perdoné, si, claro que le perdoné porque la vida te lleva por caminos que quizás no elegiste pero el destino te los pone sin saber para donde tienes que ir. A veces acertamos y otras nos confundimos pero así es la vida.
Y estás son las 11 cartas que mi padre escondió y que a día de hoy conservo, porque parte de él está en esas cartas y parte de él estuvo conmigo siempre…..
DAVID MERLÁN
ONCE VECES LUCAS
DIA UNO. EL ARTISTA
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Despierta
Despierta
Clara abrió los ojos.
Sin moverse, con la cabeza ladeada sobre la almohada miró a su acompañante. Clara había conoció a Lucas en una galería de arte. Pintaba cielos rotos y hablaba de…, y en sueños. Un gran autorretrato de él adornaba la pared contraria.
—Me gusta tu manera de mirar —dijo él—. Como si me conocieras de antes.
—Y a mi la tuya. No tiene maldad.
Él sonrió y se le acentuó el lunar junto a la boca que ella había besado infinidad de veces esa noche.
—Haré café —Dijo él levantándose totalmente desnudo tras darle un beso en la cabeza.
Clara lo observó dirigirse a la cocina y creyó que era el inicio de algo. Decidió saborear el momento y guardarlo en su memoria como una cápsula del tiempo cerrando los ojos por un instante.
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DIA DOS. EL EXTRAÑO
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Clara abrió los ojos.
Lucas odiaba el arte. Tenía la misma voz, pero otra alma.
—¿Pintar? Nunca he tenido pulso para eso.—añadió extrañado—¿Porqué me lo preguntas?—añadió mientras se levanta de la cama con el torso desnudo y en calzoncillos—preparararé café. ¿Quieres uno?
Clara buscó el lunar junto al labio. Estaba ahí pero algo no encajaba. ¿Dónde se había metido su artista? La duda prendió como fuego lento pero decidió darse la vuelta en la cama y mirar hacia el otro lado. Su autorretrato no estaba.
—Si, pero házmelo clarito. Tengo el estómago revuelto, y mientras se hacia el café, cerró los ojos.
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DIA TRES. EL SARCÁSTICO
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Clara abrió los ojos.
—Todos fingimos, Clara. Quizá yo soy tu castigo poético, ja,ja,ja.—sentenció Lucas levantándose en pijama de mangas y pantalón cortos. Me voy a preparar un café.
Lucas tenía una carcajada que dolía, y que a Clara le resultaba desagradable. Por su parte, su actitud tampoco era muy brillante y su lunar no reflejaba alegría.
—Odio cuando te ríes así. No lo soporto—. Y contrariada se giró cerró los ojos. Seguía sin haber rastro del autorretrato.
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DIA CUATRO. EL NIÑO
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Clara abrió los ojos.
—¿Qué haces?—preguntó ella con curiosidad.
—Es un fuerte. Aquí el mundo no puede tocarnos.
Ante sus ojos Lucas había construido un fuerte de sábanas y dijo:
—¿Quieres un café? Yo me voy a hacer uno—. Añadió saltando de la cama en pijama largo de ositos.
Ella se rió. Y pensó que tal vez lo que se repetía no era él… sino su necesidad de quedarse.
—No gracias, cariño.
Se giró. El autorretrato seguía sin aparecer. Se extrañó.
«¿Será un deja vu?» y cerró los ojos.
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DIA CINCO. EL SILENCIOSO
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Clara abrió los ojos.
Lucas no hablaba, pero escribía notas:
«No me recuerdes. Me duele no poder hacerlo yo.» leyó de reojo en una de ellas posada en la cama.
Clara lo abrazó como quien sujeta una ola. Y decidió Clara abrió un cuaderno. Empezó a escribir: Once veces Lucas. ¿Van cinco? Si, creo que si. Solo quería pruebas. No de él, sino de sí misma.
Miró inconscientemente hacia la pared. Ni rastro del autorretrato.
Y sin más, cerró los ojos y se durmió con la esperanza de que al día siguiente, Lucas, vestido o desnudo daba igual, repitiera y le ofreciera un café recién hecho.
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DIA SEIS. EL CÍNICO
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Clara abrió los ojos.
Lucas estaba preparando café, en chándal. Se giró y la vio observándole desde la cama abrazada a la almohada. Volvió a centrarse en la cafetera y dijo:
—¿Por qué sigues aquí si sabes que no soy el mismo?
Clara lo miró largo rato. El.lunar seguía ahí y contestó:
—Porque una parte tuya siempre lo es.
—¿Cuál?
—La que me hace esperarte.
—¡No te lo crees ni tú!
Angustiada y con un nudo en la garganta se giró hacia la pared con la esperanza de que estuviera el autorretrato. No estaba y notó una pequeña opresión en su pecho. Decidió que lo mejor era cerrar los ojos e intentar olvidar a Lucas, a ese Lucas.
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DIA SIETE. EL HERIDO
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Clara abrió los ojos.
Lucas temblaba al hablar de su madre apoyado en pijama corto en la cocina mientras gorgoteaba el café en la cafetera indicando que ya estaba listo.
«¿Su madre? Eso era nuevo» pensó. Y Clara lo anotó en su cuaderno.
—No sé qué hice para merecer tu ternura, Clara. Siempre estás ahí cuando más te necesito.
—No hago nada—susurró Clara—. Solo existir.
—A mi me vale, si a ti te vale.
Clara se dió por bien pagada y esbozando una sonrisa giró la vista hacia la pared. Aquella mañana si estaba el autorretrato, pero era distinto a cómo lo recordaba. No era su autorretrato, era el de ella. Eso la perturbó y decidió cerrar los ojos.
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DIA OCHO. EL ENAMORADO
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Clara abrió los ojos.
Una décima de segundo antes de abrirlos había notado como Lucas la había besado en la frente, como si se despidiera.
—Y si mañana vuelvo… ¿me esperarás otra vez?—le preguntó desnudo frente a la cama. No olía a café y me os recién hecho.
—Sí —mintió Clara. Sabía que no lo volvería a ver en cuanto cerrará los ojos.
Él dejó escapar una lágrima de alegría al escucharla decir aquello.
—¿Te preparo una taza de café? Lo querías clarito, ¿verdad?
«Fue el que me preparó Lucas <<El extraño>> ¿Será el mismo? No lo parece, pero tiene el.linar» pesó desorientada.
—Te noto distraida. ¿Te pasa algo? —preguntó él preocupado.
—Nada, tranquilo, no me pasa nada— mientras giraba la cara hacia la pared sin contestar a su pregunta. El autorretrato volvió a desaparecer. Clara comenzaba a dudar de todo, porque empezaba a no reconocer su propio ser.
Esa vez no escribió en el cuaderno. Solo cerró los ojos y se dejó llevar.
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DIA NUEVE. EL PELIGROSO
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Clara abrió los ojos.
Lucas tenía los ojos rojos y la miraba fijamente.
—Sé lo que estás haciendo. Nos estudias. Nos comparas—añadió con el torso desnudo y solamente con la parte inferior de un pijama largo de rayas.
Clara se incorporó asustada en la cama.
—Yo solo… quiero entender.
—Pues entiende esto: mañana tal vez seas tú la que cambie.
Miró hacia la pared, hacia el autorretrato. Allí estaba Lucas con gesto amenazante.
Clara sintió miedo y cerró los ojos en un intento de que fondo aquello desapareciera.
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DIA DIEZ. EL CIENTÍFICO
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Clara abrió los ojos.
Lucas estaba de nuevo desnudo y rotulador en mano llenaba la pared con lineas y puntos.
—Somos posibilidades. Ramificaciones.—dijo alto para que la oyera ella desde la cama.
Ella se limitó a seguirle el juego. Miró a la pared. Su autorretrato estaba, pero desfigurado. Era cubista, no realista como la de su Pintor del día 1 y le preguntó directamente:
—¿Y yo qué soy, Lucas? —preguntó Clara.
—Eres la constante. La piedra que el río no mueve. Todo gira a tu alrededor. Eres el Sol de un sistema solar.
Clara entendió entonces que tal vez, por eso, también era la que más sufría, pero decidió no luchar contra aquello. Su cuaderno no estaba. Decidió no cuestionar más aquello y tras mirar por un instante su lunar, cerró los ojos.
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DIA ONCE. EL VACÍO
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Clara abrió los ojos.
Miró a su alrededor. Estaba sola.
No había café, ni voz, ni perfume en la almohada.
Buscó el cuaderno. Desaparecido. Nada.
Buscó el autorretrato. En su lugar había un espejo y se vio reflejada en él.
Y entonces se lo preguntó. ¿Todo aquello sería un sueño o no?
Después de diez versiones de Lucas, el mundo ya no sabía quién era ella sin él.
—¿Qué pasa aquí? Preguntó en alto.
—Por favor. Cierre los ojos, Clara— Retumbó una voz metálica en toda la estancia.
«Reconozco esa voz, pero no es la de Lucas» pensó desconcertada.
—Por favor. Cierre los ojos, Clara—volvió a repetir la voz impersonal.
Clara desorientada solo pudo pensar:
«Necesito el dinero. Haré caso y cerraré los ojos»
Clara obedeció y la oscuridad lo volvió a inundar todo.
BENEDICTO PALACIOS
Nadie lo sabía con certeza, pero se lo imaginaban. A todos gusta a cierta edad ser protagonistas. Es ley de vida, decían. Tres días llevaban los dos jóvenes desparecidos y las familias empezaban a inquietarse por no haber recibido noticia alguna, y tampoco se fiaban de las que les llegaban por otros medios. Resultaba extraño porque eran dos personas que no se ocultaban y eran las más voluntariosas si era necesario cooperar. Nadie por tanto lograba comprender los motivos de aquella huida. Que les fastidiaban las convenciones y deseaban romper con ellas, pero ¿quién con su edad no aspiraba a cambiar el mundo? Otras ocultas razones debían existir. Y a encontrarlas se dedicaban los hombres en el bar y las mujeres esperando su turno en el comercio. Al cronista le habría gustado relatarlas todas, pero solo logró pegar oído a lo que se comentaba en el colmado.
La comercianta Inés acostumbraba a colgar la carne dentro de un expositor en dos ganchos, en uno la de cerdo, en el otro la de ternera. Y que el cerdo ocupase el de la derecha, al alcalde no le gustaba una pizca.
—Pero hombre, todo depende de la posición. Fíjese y aprenda lo importante que es el lugar desde donde se mira. Si usted desea lo que está a la izquierda, tendría que preguntarle a la izquierda de quién, porque a la mía tengo la carne de cerdo.
—Entonces dame un cuarto de la que tienes a tu derecha.
—De ternera, quiere decir.
Algunas clientas que aguardaban la vez, reían por lo bajo o a carcajadas, más cuando a la hora de pagar el alcalde se registraba en el último recodo del bolsillo. Entre ellas comentaban.
—¿Qué hará con el dinero? ¿Para qué guardará tanto?
—A los superricos les colgaba yo de los dos ganchos, porque son todos carne sin cristianar.
—Lo mismo haría yo si se tratara del secuestro de la pareja, de la que sigue sin haber noticias.
—Pues yo creo que se han largado a Barcelona para asistir a un concierto.
—¡Ca! A un concurso. Ella es muy guapa y sus padres no se lo hubieran permitido.
—¡Bah! Desearán ver el mundo a sus anchas.
—Y acostarse en el mismo somier.
Ella había leído en la prensa que una futbolista del Barça había creado una fundación para niñas y le picó la curiosidad. No poseía otra información y trató de buscarla de donde procedía la noticia, porque a ella le gustaba el futbol. Veía los partidos por la tele, pero su mirada abarcaba más, sobre todo cuando uno de sus profesores había contado que la práctica de ese deporte podía ser un modo de integración social.
Convenció a su compañero de esta figura y sin contar con la familia que les hubiera tildado de dementes, se presentaron en un pueblo cerca de Barcelona.
—Venimos en busca de orientación y asesoramiento para crear algo parecido en nuestro pueblo.
Aguantaron dos jornadas de entrenamiento y se volvieron encantados. Y fue esta la primera empresa que acometieron: presentar el proyecto en un pleno del ayuntamiento. Tomó la palabra el alcalde que les afeó la huida y respondió que lo pensaría. Pensaba darles largas, pero tenía una nieta que driblaba mejor que una figura y tuvo a su pesar que claudicar.
—Pero al equipo nadie le conocerá por el nombre de 11 —dijo secamente— los dos ganchitos me traen malos recuerdos.
—Tampoco eleven, que suena muy inglés
—Entonces el onci, como en a fala.
—Poco me gusta —dijo otra vez el alcalde— el cual puso como condición, que la camisola con el número 11 se la reservaba él.
La pareja se partía de risa por la jugada con que le habían metido un gol.
JUAN MANUEL CABALLERO
Aquella cosa, tan simpar criatura, cruzó ante nosotros la noche de antier, cuando íbamos a Villablanca atrochando por la carretera antigua, que hacia la mitad del camino pasa a estar hecha papilla, desgranada y llena de baches, impracticable para cualquier buen cristiano. La resolución a esa incógnita nunca se supo concretar: la vieja calzada estaba bien en su primer tramo, una pista lisa y segura; vetusta, sí, pero como si hubiera pasado por una fase de momificación que la convirtiera en piedra fiable y con buen agarre, y hasta aparente para la velocidad…sin embargo, era un queso Emmental en su segunda mitad, dando la impresión de haber sido ese trozo fabricado según una fórmula diferente. O bien, de que las condiciones climáticas de largo plazo fuesen drásticamente distintas a partir de un punto concreto. Un punto radicalmente anodino, por otra parte.
El hecho de que fuera mi esposa la que conducía tampoco ha de resultar baladí: seguramente fue gracias a eso que no atropellamos al animal: ella conduce más despacio que yo y, sobre todo, está siempre más atenta a las sorpresas que puedan surgir de las cunetas, que con la hierba alta que cubre las lindes de la anquilosada vía secundaria dejada de la mano de Dios, aún deben albergar más vida que de costumbre. Una vida, por definición, impelida a buscar la aventura al otro lado del asfalto.
Fue justo al terminar la única curva que adorna la vieja carretera, por lo demás insoportablemente recta en ese tramo entre la pedanía y Villablanca del Monaguillo, donde el insólito ser se nos cruzó. A la amarillenta luz de los focos, en aquella noche nueva y bajo un cielo encapotado que eximía a la luna, esa jornada, de su eterna función de primera dama de compañía, parecióme un perro famélico y gris que hubiese sido sorprendido por la causa inédita de un automóvil en un lugar como aquel en hora tan intempestiva; en una pista que apenas era ya transitada -no digamos durante la noche- desde que hicieran la carretera nueva por la parte de Navalcalzón, que aunque tenía unos Kilómetros más, aún contaba con el asfalto oscuro y fresco como una rosa. No menos chocante me pareció su forma de desplazarse: al trote lento y con la cabeza gacha, pero sin afán husmeante, como esperando la colisión inmediata; cosa que se hubiera producido con buena dosis de regocijo de ser no pocos de los cualesquiera otros de mis congéneres, con su particularidad modal ibérica como castigo por haber encarnado la maldad en otra vida, los responsables del timón del coche. Mi mujer, en cambio, respondió a aquel estímulo fantasmal con un firme golpe de volante acompañado de una concatenación de frenazos moderados. La rápida maniobra, el conocimiento demostrado en su ejecución, que pareciera haber obtenido de manera veloz de los campos morfogenéticos o de los archivos akáshicos (dada su relativa bisoñez al volante), salvó sin duda la vida del animal, del espanto, de lo que fuera, que de manera incomprensible para mí, maniobró a su vez de manera excéntrica, girando sobre sí mismo y regresando al mismo escondrijo del que salió cuando el trayecto que había recorrido era ya aproximadamente de la mitad del ancho de la calzada y, razonablemente, parecía más fácil haber continuado adelante.
Restablecida la calma, la vuelta a la rectitud del todavía íntegro asfalto nos proporcionó la base para departir sobre lo avistado, fluctuando la opinión entre aquella que identificó al intruso como un gato grande y extraño, y la del cánido sin pelo o con este extremadamente corto y bien adherido. De haber ocurrido en otra latitud, llegué a pensar, bien que podríamos alardear de haber avistado al Chupacabras; pero no es esta una leyenda de consumo en el país.
Sensible como soy a los misterios reales de la noche (reales, porque la noche no necesita de credulidad para ser incógnita), el recuerdo vívido de la escena permaneció incólume en mi memoria durante el día siguiente, si bien el escrutinio del animal, de la entidad, cuyo perfil yo rastreaba con atenta mirada en la proyección mental que de él hacía sobre las calles que me guiaban, sobre los rostros con los que charlaba, no solo seguía sin proporcionarme el menor acercamiento a cualquier identificación férrea, sino que crecía en confusión y, con ella, en misterio. Especial dificultad planteaba su cabeza, tan emborronada por el carbón de la noche y la tristura luminosa de los focos en la fiel recreación de mi mente, como lo fue de facto. No menos extrañeza me producían los hechos, el aparente absurdo de que aquel críptico animal eligiese el momento exacto del paso del vehículo para cruzar aquella carretera inhóspita. Y que lo hiciera, además, en el punto exacto y único donde el conductor puede sufrir las consecuencias de lo inesperado con mayor vigor, justo después de salir de la única curva digna de tal nombre, la que situada justo a once kilómetros de la aldea vendría a dividir a la antigua pista hasta Villablanca en dos partes casi idénticas en longitud.
Como mi mujer y yo nos vemos, casi, conminados por fuerzas interiores a buscar el abrigo de las noches más opacas o apartadas siempre que podemos para aplacar la angustia existencial, he aquí que dos días después decidimos tomar otra vez la vieja vía para ir hasta el pueblo vecino. Empero, debo reconocer que la curiosidad casi corrosiva en torno a la posibilidad de volver a encontrarnos con aquella entidad de la noche, se había erigido, en el seno de mi ánimo, en el aliciente principal para el desplazamiento; muy por encima del rato de asueto que pretendíamos en la que era, en diurna lontananza, aquella mancha blanca de relativa civilización que la población cercana nos procuraba. Nada vimos, sin embargo, en esa segunda ocasión, más allá de un ratoncillo saltarín que cruzó con desparpajo a unos metros de nosotros; y al que pudimos ver con claridad gracias a que el cielo estaba esta vez despejado y la luna, en avanzado cuarto creciente, apenas cubría con tejido de noche una pequeña porción de su cuerpo luminoso.
Ventaja añadida de utilizar aquel extenuado camino, la suponía el fundado conocimiento de la ausencia en aquel tramo de la Guardia Civil, que rabiosa por la recaudación de ese impuesto directísimo que suponen las multas cuando se convierten en recurso fácil para cofinanciar el sustento de las corruptelas cenitales, permanece ubicua y muy activa en el resto de las vías de toda la comarca. Es por eso que, aún habiéndonos tomado una copa, regresábamos relajados. Y atentos a la carretera y a sus costados, a posibles saltos al asfalto gris blanquecino desde la negrura encorsetante. Como en esta ocasión era yo quien conducía, no hizo falta decirle a mi mujer que redujese aún más al pasar por la curva, pues más allá de la convencional precaución, innecesaria por la escasa velocidad que ya traíamos, una sensación ambigua, una terca sospecha me recorrían desde que dos noches antes viésemos a la criatura, y eso me instaba a ir más lento precisamente en aquel sector, en aquella curva, a pesar de que lo lógico era esperar que el ser estuviera bien lejos de allí, habida cuenta de las decenas de Kilómetros que las alimañas recorren por las noches: fue así que la ausencia de novedad en el trayecto de ida, la propia noche que pareciera muerta, en comandita con el referido sentido común y con la misma razón de ser de las cosas (que a pesar de las tendencias de uno, le sobreviven dentro después de toda una vida de tres cuartos de vigilia), estaban logrando arrinconar ese run-run que bien pudiera tildarse de naturaleza semimágica; por más que la consciencia que yo tenía del déficit que aún acusaban los más modernos tratados de etología (consecuencia de convivir con varios gatos en un régimen de relativa igualdad de derechos -que no de deberes-), se empecinase en situar ese prurito íntimo en el terreno de lo perfectamente racional.
Fue justo al superar la curva (esta vez en el sentido del regreso), en el lugar donde los coches vuelven a acelerar, donde vi el bulto oscuro al filo de la pista, a apenas unos pocos de metros en línea recta de donde a punto estuvimos de arrollarlo dos noches atrás; y juro que no me sentí feliz de que mis sospechas se confirmaran. Detuve el auto frente a él y me apeé. Su cadáver intacto yacía en una posición postrera que, al menos, diríase digna: algo así como si corriese feliz con la cabeza levemente elevada al viento, el largo hocico apuntando al cielo; hasta una sonrisa pareciera dibujar su boca, de la que asomaba parte de un colmillo curvado. Incluso su única tacha, la pata dislocada, acompañaba a la composición dando la impresión de que el animal realizaba la ejecución manierista de un paso al frente. Todo él, en fin, parecía sacado de uno de esos viejos bordados enmarcados con motivos campestres que en otro tiempo decoraban las paredes de algunos salones, y que felizmente desaparecieron para siempre.
No me hizo falta mucho tiempo para comprender al fin de qué se trataba: la sarna terminal que se había propuesto dejarlo completamente desnudo y enllagado, todavía no había logrado despojarlo de un mechón de pelo rojo hacia la mitad de la cola.
ANA MARÍA BA
Amargos esos interminables versos
en donde no hay ecos
y tampoco abiertas puertas
Felices esos tranquilos once días
cuando las caras de la luna
-dormida en una cuna-
desbordan de una felicidad ajena.
Y antes de que el ábil poeta
gire una susceptible rueda,
la vida transcurre sin remordimientos
dejando atrás esos once días
cuando hasta el oscuro Universo
relucía como un loco
en un fausto verso[…]
ALFONSO FERNÁNDEZ PACHECO
Once hombres sin piedad
Juicio contra Segundo Piso Pulido…
¡¡¡Zaaaaaaaaaaaaasssssssssss!!!
―Declaro el juicio visto para sentencia. El jurado puede retirarse a la sala de deliberaciones. Les esperaremos aquí, ya que la culpabilidad del acusado está más clara que el caldo de un asilo. Vamos, fus fus fus, que tengo mucho lío…
¡¡¡Zaaaaaaaaaaaaasssssssssss!!!
―Mola mazo mi maza, oyes.
* * * * * * * * *
―Señores, señora…
―Señorita, si no te importa.
―Perdón… Señores, señorita, como portavoz del jurado, afirmo que el caso no ofrece dudas, las pruebas contra Segundo Piso Pulido son abrumadoras. Votemos a mano alzada y acabemos con esto. ¿Quién cree que el acusado es culpable del asesinato a sangre fría, con premeditación, nocturnidad y alevosía de su anciana vecina del cuarto derecha, la exviva Angelita Purificación Santa Cielo?
¡¡¡Raaaaaaaasssssssss!!!
―Bien, culpable por unanimidad. Vamos a comunicárselo al juez.
―Un momentoooo, que yo no he levantado el brazo.
―¡¡¡Oooooooooooooohhhhhhhhhhhh!!!
―Habré tenido visiones, juraría que sí lo habías hecho, señorita….
―Y lo he hecho, pero podría no haberlo hecho, es un hecho, como que me llamo Sandra Bulos Porculer.
―¡¡¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh!!!
―Amoaver, Sandra, guapa…
―Resultona, si no te importa.
―Está bien, resultona. Explícanos por qué haces esto, nadie en su sano juicio dudaría de que ese salvaje mató a doña Angelita.
―Ya ves.
―¿Y?
―¿Qué?
―Pues eso.
―Buah.
―¿Ein?
―Lo que oyes.
―Me estás liando.
―Eso se lo dirás a todas.
―Ya está bien con la bromita, Sandrita, no niegues la evidencia y únete a todos.
―Y una leche.
―¡¡¡Jooooooderrrrrrrrrrrrr!!!
―Malhablado.
―¡¡¡Oooooooooooooohhhhhhhhhhhh!!!
―Pero, tú, ¿de qué vas?
―¿Tú qué crees?
* * * * * * * * *
Una hora más tarde…
―Porfa porfa porfa…
―Ni de coña.
―No me lo puedo creer.
―Ni yo, juás.
―¿El qué?
―Que vayáis a sentenciar a un hombre que podría ser inocente.
―¡¡¡¿Cómo?!!! Pero, si él mismo se ha declarado culpable…
―¿Y si miente?
―¡¡¡Oooooooooooooohhhhhhhhhhhh!!!
* * * * * * * * *
Cuatro horas más tarde…
―¿Y la grabación de la cámara de seguridad del rellano, en la que se le ve entrar en el piso de doña Angelita, cuchillo jamonero en ristre, y salir con él todo manchado de sangre un par de minutos después? Y la sangre era de la víctima, con un cien por cien de coincidencia…
―Claramente circunstancial, nadie le vio hacerlo.
―¡¡¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh!!!
―Que fuerte qué fuerte qué fuerte…
* * * * * * * * *
Al día siguiente…
―¿No me negarás que la grabación en su teléfono en la que dice: “No aguanto más a mi vecina, me la voy a cargar ahora mismo”, no es demoledora? Fue hecha un minuto antes del asesinato.
―Circunstancial, no sabemos a qué vecina se refería, juás.
―Te lo suplico, Sandra, por Dios…
―Naranjas de la China, o me dais una prueba definitiva o no hay nada que hacer.
―¡¡¡Matémosla!!!
―¿Vosotros once y cuántos más, panolis?
―¡¡¡Oooooooooooooohhhhhhhhhhhh!!!
* * * * * * * * *
Sala del juicio…
―Ujier, vaya a ver qué pasa con las deliberaciones, llevamos aquí veinticuatro horas y tengo gusa. Vamos, fus fus fus.
―Volando voy, volando vengo… Ya. Los once hombres están acosando a la mujer que, por otra parte, no parece muy preocupada.
―¡¡¡Una manada de violadores!!!
―Más que violarla, me da que quieren estrangularla, señoría.
―Algo habrá hecho. Permitamos que las límpidas aguas del río de los sentimientos sigan su cauce sin poner diques a la naturaleza, que no somos castores.
―¿Ein?
* * * * * * * * *
Cuarto día de deliberaciones…
―La verdad, Sandra, es que nos has abierto los ojos. Tus argumentos desmontando lo que a todos nos parecía cristalino, han evitado que enviáramos a un hombre al patíbulo sin certeza completa de que él es el asesino.
―Bueno, su abogado defensor ha pedido perdón por representar a semejante monstruo.
―¿Y?
―Que es el que mejor sabe que su cliente lo hizo. Os estáis precipitando.
―¿Cómo dices?
―Que es culpable y puedo demostrarlo.
―Esto esto esto esto….
―Arranca, hombre, que esto no ha hecho más que empezar, juás.
―¡¡¡A por ellaaaaaaaaaaa!!!
―¡¡¡Sin piedad!!!
¡¡¡Fuás fuás, poinca poinca, zasca zasca, catacroc, boing boing boing!!!
―A ver cómo le explico al juez que me he cargado a once jurados… Bueno, le expondré mis argumentos, total, también es hombre… A no ser que le demuestre lo contrario… Pringaos… Juás.
ARMANDO BARCELONA
DOBLE CIEGO
Pocos llegaron a saber su nombre real, pero todos lo llamaban «Chilines» y vendía el cupón, a dos pesetas el número, en el barrio de las Tenerías. Pequeñico de alzada, cabezón y borracho, era uno de esos personajes recurrentes en el paisaje, que enriquecía la fauna autóctona del vecindario. Todo el mundo estaba acostumbrado a oírlo salmodiar su reclamo por calles, plazas y mercados: «Hoy tocan, hoy tocan, y los lleva Chilines. Los iguales para hoy. Compren, Marías, compren. Quinientas pesetas por ocho reales. Hoy tocan».
Chilines vivía arrejuntado con Maruja «La Sastra» en una buhardilla del callejón de Las Cuatro Esquinas. Ella era una mujer vivaracha, con mal carácter, que iba por las casas de la vecindad haciendo labores de modista, mientras procuraba mantener las constantes vitales del domicilio conyugal; luego, al atardecer, se pateaba las tascas del barrio hasta dar con el ciego, que a esas horas, doblemente entre tinieblas, tenía muy complicado encontrar solo el camino de vuelta a casa.
En la delegación estaban más que hartos de Chilines, porque a causa de su afición por el vino, casi ningún día le cuadraban las cuentas, pero las iban ajustando mes a mes, cuando liquidaban salario, así evitaban tener que dejarlo en la calle, porque en el fondo se hacía querer, era tenido por buena persona. Al menos de puertas para afuera, porque en la intimidad de su casa, despojado de esa cercanía callejera, que lo hacía entrañable, Chilines era un tirano, un déspota maltratador que llevaba a la pobre Sastra por la calle de la amargura.
«Mándalo al carajo», le aconsejaban las vecinas que estaban al corriente de la situación, «para ti sola con lo tuyo te sobra, que lo aguante su puta madre», pontificaban, pobres; quizás querían proyectar en Maruja el desenlace que deseaban para sus propias vidas, porque una por otra, la que más por la que menos, todas sufrían en sus carnes parecidos calvarios.
Y claro que podía darse vida ella sola, hasta regalada, incluso, sin tener que ocuparse del ciego, pero en el fondo sentía que estaba unida a él, necesitaba sufrir su presencia, aunque fuera para odiarla; de alguna retorcida manera, las borracheras, los insultos, sus desprecios la hacían sentirse viva. Igual que Chilines no echaba de menos la visión, pues había nacido sin ella, la Sastra perpetuaba una forma heredada de entender la existencia: así eran las cosas y seguirían siendo por siempre jamás. Cuando el amor es mucho más que un lujo, el odio se convierte en la ligazón que sustenta la convivencia.
A la Sastra se la llevó por delante un tranvía de la línea 11, allí dónde los viejos dicen que estuvo la Cruz del Coso, y a Chilines la buhardilla se le hizo grande y fría; encontrar el camino a las Cuatro Esquinas se tornó un imposible, en las noches de doble ciego y más de una terminó pasándola al raso, hasta que una mañana de invierno lo encontraron aterido, medio helado, a cuatro pasos del portal de su casa y con un hilo de vida a medio quebrar. Lo ingresaron de urgencia en el hospital de los pobres y a las pocas semanas marchó a reunirse con su mujer.
Algunos románticos todavía sostienen que murió de nostalgia. Los médicos afirman que fue una cirrosis. Pero los dos vivieron y murieron como correspondía a su especie y condición. Nunca tuvieron ilusiones ni sueños y, a su manera, fueron felizmente desgraciados, porque era lo que tocaba y no hay por qué buscarle más pies al gato. La pobreza es hereditaria, se pega al alma, como una mala enfermedad. No se puede luchar contra el destino, el que nace lechón, muere cochino.
«¡Malhaya quien nace yunque, en vez de nacer martillo!»
Zaragoza, 24 de abril de 2025
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
UNA HISTORIA DE LOBOS
Nunca crean a pie juntillas nada de lo que les hayan contado. Porque las cosas no siempre son lo que parecen.
Me llamo Amelia, y por aquel entonces solo tenía once años. Once primaveras que apenas me otorgaban la condición de adolescente. Muy particular, eso sí, pero ¿qué adolescente no lo es? Siempre vestía una sudadera roja con gorro, lo que dio lugar a calificativos que, aunque inevitables, nunca terminaron de gustarme. Antes de asentarnos en la gran ciudad, toda mi familia se había criado en las montañas. La abuela, de hecho, aún vivía en la misma desvencijada cabaña de madera de hacía cincuenta años. Una mujer adorable, pero muy tozuda. Cada cierto tiempo, papá se encargaba de llevarle todo lo necesario para pasar largas temporadas. Aquel año, sin embargo, mis padres consideraron que yo tenía ya edad suficiente, por lo que me cederían el testigo.
Previamente, no sin antes pronunciar un ¡psssss! que pedía discreción a gritos, me advirtieron con insistencia acerca de Jacobo, una especie de ermitaño que moraba por aquellos bosques a medio camino en dirección hacia la casa de la yaya. Le apodaban “el lobo” por lo salvaje y peligroso que se le suponía. No dejaban de ser simples habladurías, pero lo que se contaba de “el lobo” no era nada bueno y exponer a semejante peligro a su princesa de once añitos era algo que, con solo imaginarlo, ponía a mis padres los pelos de punta. Pero yo, que estaba en edad de abrir los ojos a la vida y aprender de todo lo que había ahí fuera, nunca tuve la más mínima sensación de peligro.
Aquella mañana de otoño hacía frío, pero no me importó. No os imagináis el disfrute que me produce el color de las hojas, el aroma del petricor y la lluvia recién caída. Me coloqué la capucha roja de mi sudadera, me colgué la mochila con todo lo necesario y enfilé con mi bici la pista forestal. El silencio del bosque, aderezado por el canto de los pajarillos, resultaba reconfortante. Pasaron varios kilómetros en los que no hallé rastro humano. Luego de tres horas de pedaleo, por fin vislumbré la cabaña. Me extrañó mucho encontrar la puerta entreabierta. Me bajé de la bicicleta y accedí con recelo al interior. El llanto desesperado de un hombre me sorprendió y a la vez me condujo hasta la habitación de la abuela.
Lo que sucedió a continuación era lo último que podía esperar. Sin embargo, al ver la escena empecé a entenderlo todo. Ella yacía inerte sobre la cama. Y aquel hombre de larga barba canosa y camisa de cuadros que lloraba desconsoladamente era Jacobo, “el lobo”. Se encontraba junto a ella y me miró sorprendido al verme llegar. Lejos del aspecto de depredador humano que habían hecho brotar en mi cabeza, lo que allí encontré fue un niño muy mayor, un hombre desbordado por las cosas cuyos ojos rebosaban lágrimas y bondad. Los mismos que me transmitían, sin necesidad de palabras, el infinito amor que ese hombre sentía por mi abuela. Me contó cómo la visitaba día tras día, cómo la cuidaba y cómo la estuvo atendiendo hasta el último de sus días.
Y fue en mitad de aquella reveladora conversación cuando sonó el primer disparo. El primero de los once en total que, a bocajarro y sin compasión, provocaron que “el lobo” cayese a plomo sobre el suelo, dejando ver una constelación de orificios de los que no paraba de manar sangre en abundancia.
El que sostenía la escopeta, todavía humeante, era Salvador López-Montenegro, un conocido cazador amigo de mis padres al que habían instruido para que me siguiera durante todo el camino. Debía protegerme de “el lobo”, ese ser horrible al que atribuían las más oscuras maldades, pero al que nadie jamás había conocido bien. Nadie, excepto mi abuela, la pobre y cariñosa mujer que ahora reposaba fría sobre la cama.
CARMEN BERJANO
Pistas
Llevábamos poco conociéndonos.
Era ese momento de conversaciones interminables tras haber pasado el primer fin de semana juntos.
Esa noche algo, que se me escapaba, le sentó mal. Y no hubo manera de descubrirlo. Así que decidí dormirme y aplazarlo al día siguiente.
Cuando desperté tenía el móvil lleno de mensajes suyos eliminados. Conté once.
Mi pánico fue tal, que decidí bloquearlo y aprender a vivir con esa duda de que habría pasado.
Al cabo de los años supe de él. Cumplía condena por el asesinato de su novia.
Aprecié la vida y mi instinto.
Me salvaron once no mensajes.
AMPARO SORIA
-Entre el silencio-
Nos trasladábamos hacia el sur, volábamos a baja altura, sobre nosotras se cernía un cielo denso y plomizo. Me presento, soy Aura, una sencilla golondrina, viajo con mi familia y otras golondrinas más que se han unido a nuestro núcleo. Sobrevolamos varias ciudades, varios poblados. Uno de ellos me llamó la atención. Un precioso valle olvidado entre montañas. Conté los rojizos tejados de sus casas por distraerme un poco del largo vuelo.
Once eran los que se mantenían, a duras penas, en pie. Nadie moraba entre sus maltrechos muros, ni un solo humano. Desaparecido el trasiego en sus campos, calles y plaza. Un sobrecogedor silencio me erizó las plumas. Extensos terrenos de labranza, abandonados. Algunos hogares, dónde años atrás los humanos se protegían del intenso frío conversando a la lumbre de una chimenea… convertidos en desolados escombros. El melódico y alegre discurrir de un río cercano al poblado custodiaba la mudez que habitaba en las ausentes callejuelas.
Las primeras gotas de lluvia del atardecer nos aconsejaron buscar refugio. Aquí nos quedamos, cobijadas entre cañaverales, maleza, musgo y un turbador silencio.
IRENE ADLER
LA ESTACIÓN P
Recibieron la primera comunicación a las 11:11 del 11 de noviembre. Una voz cavernosa y lejana entre el ruido de estática de la radio VHF enviando una llamada de auxilio, más estática, y después unas coordenadas inverosímiles por la proximidad: 62°38′57.5″S 60°35′25″O .
Lesmes recordaría después al operador de radio lanzando una mirada asombrada por la pequeña ventana del cubículo recalentado, como si esperase ver a alguien haciéndoles gestos con la mano desde el otro lado de la bahía. Allí enfrente, al norte de Hannah Point, donde los británicos aún conservaban los restos de la antigua Estación P, alguien pedía ayuda.
Lesmes recordaría muchos detalles inútiles de aquel momento que habría de cambiar su vida y su mundo para siempre: la lenta deriva de los bloques de hielo sobre la bahía de Hurd; la tensa espera en los rostros de todo el equipo; el olor a café y tostadas de un olvidado desayuno; el crujido del glaciar al desprenderse contra el agua; las dobleces como costurones en la piel del mapa topográfico de la Isla Livingston extendido sobre la mesa de tijera. Y el minúsculo punto que marcaba la existencia de la estación abandonada a quinientos metros de la playa más concurrida de todo el archipiélago de las islas Shetland del Sur, desde dónde una voz misteriosa los llamaba con vehemencia pero sin desesperación.
Hubo un pequeño tumulto de opiniones encontradas. Eran youtubers imbéciles gastando una broma pesada, con permisos de grabación en un lugar del mundo al que no deberían permitirles el acceso. Eran deportistas extremos perdidos durante la tormenta de la semana pasada utilizando la antigua estación como refugio. Eran otra vez los condenados operadores de cruceros turísticos tocando los cojones, perdiendo gente en el desembarco en Hannah Point, encallando el barco de mala manera en los arrecifes de la costa o chocando contra algún iceberg errante. Las teorías plausibles primero, porque como Atxo, el guía de montaña, solía decir: “cuando oigo cascos pienso en caballos, no en unicornios”.
Hasta que Lesmes pronunció en voz alta las únicas palabras que los miembros del equipo de la base antártica española nunca habrían querido oír.
—Alfred Tennyson era uno de los tres soldados británicos que desaparecieron de la Estación P en el verano del 52. Nunca se hallaron sus cuerpos ni rastro alguno que arrojara luz sobre lo que les ocurrió allí. Simplemente un día estaban y al día siguiente no. Por esa razón se cerró la estación cuando sólo llevaba operativa un año. Fue un gran escándalo, la prensa especuló con que la estación P era un puesto de espionaje y en plena guerra fría aquello hizo que interviniera el Foreign Office desmintiendo los rumores y abriendo una investigación sobre los tres hombres desaparecidos. El expediente sigue siendo alto secreto y nunca se desclasificó. Lo que hizo aumentar la leyenda sobre lo que hay realmente bajo la Estación P.
Alfred Tennyson, como el hombre de la voz cavernosa que pedía ayuda por radio. Alfred Tennyson, un soldado inglés desaparecido hacía setenta años lanzando un SOS a través de una emisora de onda corta.
La radio volvió a crepitar, emitiendo un chasquido agudo y todos, sin excepción, dieron un respingo. Lesmes miró el reloj colgado en la pared, habían pasado exactamente once minutos desde la primera comunicación. La misma voz lejana entre crujidos de estática. El mismo hombre identificándose con el mismo nombre. El mismo mensaje lacónico desprovisto de emoción o intensidad. Simplemente la constatación de un hecho:
“Estoy solo. Venid a buscarme. No sé cuánto tiempo más podré esconderme. Si me encuentran me matarán. SOS”.
Lesmes sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. Recordó que el origen del término SOS bien podía traducirse por “Save our ship” como por “Save our souls”. Salvad nuestro barco o salvad nuestras almas.
Y se dijo con tristeza que en el mar, rara vez lograban salvarse ninguna de esas dos cosas.
Y si no sería el alma de un soldado muerto hacía setenta años la que ahora pedía auxilio cada once minutos a través de una radio de onda corta en el lugar más desolado, inhóspito y hermoso del planeta.
Un cementerio de barcos y de almas.
ANGY DEL TORO
El abuelo, las cartas y los números
Bajo el parpadeo tímido de una lámpara antigua, el abuelo extendió la baraja sobre una mesa de madera. —Esta no es una baraja cualquiera —dijo el abuelo mientras sus ojos brillaban detrás de los lentes. Es el oráculo de la existencia.
Los niños reían incrédulos, y uno de ellos, el más curioso, le preguntó: Y entonces, ¿qué es?
El abuelo sonriente respondió. —observen los números y verán que son ellos quienes nos hablan:
El Uno es el que abre las puertas —dijo el abuelo. Es valiente, testarudo y algo solitario. Cree que puede con todo, aunque a veces olvida pedir ayuda.
Mientras, el Dos llega y se sienta, parecido a un patico dentro del lago.
—Este número es el primero en escuchar al Uno. Es su pareja, el espejo, el eco. Sabe que la fuerza no está en ser el primero, sino en caminar acompañado.
— Igual que mi hermano. Todos dicen que nos parecemos, que uno es el espejo del otro.
Con sus tres paticas, El alegre Tres salta diciendo. —¡Aquí empieza el juego de verdad!
Soy el más creativo, algo ruidoso, lo sé. Hablo mucho y, además, un poco travieso. Siempre tengo una historia que contar… y a veces, mis palabras ni sentido tienen.
Y así, uno por uno, los números fueron revelando sus distintivos. El Cuatro, contaba que hacía paredes y que, con la regla y las líneas, él construía casas.
El Cinco, que no paraba de cantar la viola decía: con el cinco te hinco. —y entre números saltaba.
El Seis que hasta ese momento muy serio los miraba, sonrió, y amable se reveló .
—Parezco rígido, pero escondo un corazón blando. A veces me ocultan, pero yo siempre estoy… si sabes mirar me encontrarás.
Y así fueron desfilando los números, uno tras otro, cada uno con su carácter y su mensaje.
Hasta que apareció el Once. No entró caminando. Flotó. Su carta resplandecía con un brillo distinto. Los niños guardaron silencio. El abuelo bajó la voz.
—Este no viene a jugar. Es un número maestro. Guarda llaves y abre portales. No grita: susurra. No exige: recuerda.
—¿Y si no lo entiendo? —preguntó el niño, apretando la carta entre sus dedos.
El abuelo le acarició la cabeza y cerró la baraja.
—Por eso jugamos, hijo. Para entender con el corazón lo que la mente aún no puede nombrar.
A veces, los mayores secretos se revelan en los juegos más simples. Cada número, como cada ser, tiene un mensaje que dar. Escucha con el alma, y todo lo entenderás.
REBECA FS
El cupón.
Caminábamos dando el paseo de costumbre.
Junto a la basura de la rotonda esta vez me llamó la atención un boleto con un número acabado en 11. Mirando la fecha, podría llegar a cobrarse si hubiera salido algún premio.
Si lo han tirado, será porque no ha tocado, pero…y ¿si le da por tirar sin mirar?
Conociendo mi mente inquieta me lo traje a casa. Evidentemente no hubo un golpe de suerte, pues «para que toque algún premio, hay que jugar».
Un buen próximo paseo será el de ir a comprar la lotería de Navidad.
GAIA ORBE
La cita es a las 11.
Tetraktys
Por el uno
Para el uno
Vuelve al uno
Llegás puntual a la Universidad. Te abrís paso entre los jóvenes sentados en las escalinatas de mármol. En el hall central, la larga fila frente a los ascensores te recuerda que siempre fue más rápido usar las escaleras. ¿Podrás, ahora, con la carga de los años en tus piernas? Estás acostumbrada a bajar y subir la montaña. Aunque no es lo mismo escalar siguiendo el perfume de la hierba, decidís intentarlo.
Hasta el tercer piso, te movés con seguridad. Observás los letreros minuciosamente escritos, pegados en las puertas de las cátedras. En el encabezado las mismas inteligibles órdenes de antaño: horarios de cursadas, fechas de entregas. Debajo, los listados de notas del último parcial. Sin nombre ni apellido. Alumnos catalogados bajo un número de registro. Te buscás. Vos eras el trece mil siete quince. Respirás con alivio al no figurar en la lista.
Tus antiguas disidencias con el mundo académico regresan, escalón tras escalón, hasta el sexto piso. Las rivalidades por obtener las mejores tesis, la competencia entre las cátedras, los dos profesores que no se pueden ver. También esos concursos de titular y adjunto, que no siempre tienen los papeles del currículo en regla.
Casi sin advertirlo estás en al aula magna. Está vacía. Ni oradores ni público. Mirás el reloj. ¡Como querías! La cita era a las once. Falta media hora para tu disertación. El semicírculo de butacas bordó alrededor del estrado central, donde destacan los tres asientos con grada y dosel. Y tus pensamientos se arremolinan aún más. ¿Por qué aceptaste dar un seminario sobre Pitágoras?
Cuando las ganas de vomitar hasta el alma te hacen correr a la salida, los retratos de eméritos y decanos exhibidos en la galería vuelven a atraparte. Conocés a varios de nombre, a otros de vista y a algunos pocos en persona. Sin embargo, un rostro te resulta familiar: el de una chica de pelo corto y enrulado. Ella te mira con sus pupilas claras. Mientras los olores y ruidos habituales de la universidad se agolpan en torno a vos, te acercás sigilosa. Una mujer distinta a las demás, todas de cara redonda y rodete trenzado para la foto. A esos ojos, parece que no se les escapa nada. Son como los de una experta cazadora. Tres veces te preguntás: “¿Quién es?”. Y en un impulso, estirás la mano para agarrar la fotografía con su marco de madera. Sentís que ella podría ser vos, y vos podrías ser ella.
Alguien te llama al estrado:
—Doctora, acérquese, por favor.
Lo único que tenés ganas de decir es que, quizás, Pitágoras tenía razón al afirmar que la evolución es la ley de la vida. El número, la ley del universo, y la unidad, la ley de Dios.
SERGIO TELLEZ
11 FORMAS PARA ARRUINAR TUS CUENTOS (PERO NO PROMETO NADA)
¡Advertencia! Lo que está a punto de leer es un conjunto de consejos para escribir cuentos y relatos de alguien que probablemente no debería estar dando consejos. Sí, soy yo, el creador de este «Oncecálogo»( sabemos que no es una palabra, pero quién necesita gramática cuando se trata de escribir bien) y no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Pero, como parte del reto impuesto por «Cuatro Hojas» para el reto de la semana, me he visto obligado a compartir mis «sabios» consejos con ustedes. Así que, tomen todo lo que lea con un grano de sal (o una taza de café, dependiendo de tu nivel de escepticismo). Aquí van mis 11 mandamientos para escritores de relatos y cuentos… ¡espero que no se hundan en la desesperación!
1—No te encasilles ni te tomes demasiado en serio: Recuerda que los buenos no siempre son buenos y los malos no siempre son malos. Y, por supuesto, tus personajes deben ser tan imperfectos como tú. ¡Después de todo, nadie es perfecto, ni siquiera los héroes de tus historias! A menos que estés escribiendo para niños de 5 años, en cuyo caso, ¡adelante y haz que todos sean perfectos y felices!
2—La musa es una dama caprichosa: Puede aparecer en cualquier momento, así que asegúrate de tener tu libreta y lápiz a mano. ¡No te dejes sorprender!
3—El alcohol es un buen amigo, pero no un buen editor: Puedes beber para inspirarte, pero no te dejes llevar por la emoción. ¡A menos que estés escribiendo una novela sobre un alcohólico!
4—La ironía y el sarcasmo son tus mejores amigos (aunque a veces te dejen con la boca abierta): Utiliza la ironía para agregar profundidad y complejidad a tu historia. ¡Pero no te excedas, no queremos que tu historia sea una parodia! Y, por supuesto, no te olvides del sarcasmo, ese amigo que siempre te dice lo que no quieres escuchar, pero que en realidad es lo que necesitas escuchar. ¡Utilízalo con moderación, no queremos que tus personajes se vuelvan unos gruñones!
5—La inspiración es un músculo que se debe ejercitar: No te sientes a esperar a que la inspiración te golpee. ¡Ejercita tu músculo creativo todos los días!
6— Deja que tu personalidad se filtre (y no te preocupes si tus personajes se vuelven un poco como tú): No te preocupes por ser objetivo, deja que tu personalidad se refleje en tus personajes. ¡Después de todo, es tu historia! Y si tus personajes resultan ser un poco como tú, ¡no te avergüences! Es lo que los hace humanos y creíbles. ¡Además, quién no quiere ver un poco de sí mismo en un personaje de ficción!
7—Escribe con pasión, no con obligación: No escribas porque te sientas obligado a hacerlo. Escribe cuando tengas ganas de hacerlo, cuando la pasión te impulse a crear. ¡La escritura debe ser un placer, no un castigo!
8—Ve al grano, no te vayas por las ramas_: No te pierdas en detalles innecesarios. Ve directo al corazón de la historia y mantén el ritmo. ¡La concisión es clave!
9—Sé tú mismo, aunque sea difícil: No te dejes llevar por los estándares y las expectativas de los demás. Sé original, sé auténtico, sé tú mismo. ¡Aunque sea un desafío, vale la pena intentarlo!
10—Lee y relee, que la creatividad fluya: Cada vez que escribas un párrafo, lee y relee lo que llevas atrás. ¡Es como un río que fluye hacia tierras desconocidas, llevando consigo la creatividad y la inspiración!
11. Sé crítico con las tendencias y las modas (y no te dejes llevar por la última novela que leyó tu suegra): No te rindas a la presión de escribir lo que está de moda solo porque todos lo están haciendo. ¡Sé original, sé auténtico, sé tú mismo! A menos que quieras escribir un bestseller sobre zombis vampiros en la era victoriana, en cuyo caso, ¡adelante! Pero si no, no te dejes llevar por la corriente. ¡Sé un escritor rebelde!
EFRAÍN DÍAZ
Para entender este relato, debe primero leer el relato de Pedro Antonio López Cruz, pues es la secuela de dicho relato. Ante mi incapacidad de parir un relato, se me ocurrió continuar el de Pedro y él, gentilmente aceptó.
Amelia no se había percatado de la presencia de Salvador López Montenegro en la cabaña. Fue ese primer disparo, seco y brutal, el que hizo retumbar la estructura y la conciencia. Solo entonces lo vio.
Ese primer disparo se incrustó en el costado de Jacobo, quien, herido, hincó una rodilla en el suelo. Amelia, paralizada por el asombro, vio cómo Salvador avanzaba hacia él con el rifle de caza al hombro. Disparó de nuevo. Dos veces. Tres. Cinco. Ocho. Jacobo yacía inerte, pero Salvador no se detenía. Lo remataba con saña, con furia. Como quien quiere borrar de la faz de la tierra un problema, de una vez y para siempre. Fueron once disparos en total.
Amelia quedó atónita. Incapaz de procesar lo que acababa de presenciar.
Los disparos alertaron a otros cazadores en la zona, y no pasó mucho antes de que los rumores llegaran a la comunidad. A la cabaña fueron llegando amigos, vecinos, curiosos, familiares, dolientes. Al ver el cuerpo destrozado de Jacobo, algunos se persignaron. Otros murmuraron que, por fin, alguien había acabado con el lobo que una vez atemorizó el bosque y sus alrededores.
La policía llegó poco después. Confiscaron el rifle de Salvador. Amelia fue citada a la fiscalía local para rendir declaración. Tras escucharla, el fiscal presentó cargos por asesinato en primer grado y violación a la ley de armas.
Comenzado el juicio, Amelia testificó a preguntas del fiscal. Contó que esa mañana se disponía a visitar sola, por primera vez, a su abuela. Iba con precaución pues, temía encontrarse con el “lobo”.
Al llegar, encontró la puerta abierta. Dentro, su abuela yacía en la cama, inmóvil. Junto a ella, Jacobo, el temido “lobo”, lloraba desconsoladamente. Entre sollozos, le habló a Amelia del profundo amor que sentía por su abuela, de cómo la había cuidado todos esos años, de lo que compartieron, de la dicha de su compañía.
Entonces se oyó el disparo.
Amelia se volteó, y allí estaba Salvador. Con el rifle humeante. Se acercaba a Jacobo, que aún sollozaba. Y volvió a disparar. Once veces.
—Su cuerpo ya sin vida brincaba con cada balazo —dijo Amelia, ahogada en llanto—. ¿Acaso un solo disparo no bastaba para acabar con un anciano?
—¿Estuvo usted en algún momento en peligro? —preguntó el fiscal.
—No. Jacobo ni siquiera se me acercó. Solo lloraba. Solo hablaba de cuánto la había amado.
Ninguno de los testigos traídos por la defensa pudo relatar incidentes de violencia protagonizados por Jacobo. Nadie pudo testificar sobre conductas brutales, ilegales o maliciosas.
Entonces, ¿de dónde venía esa leyenda oscura que lo perseguía? ¿Cómo se había sembrado la imagen de un hombre vil y peligroso?
La clave la trajo un vecino muy querido en la comunidad, cuya palabra no admitía cuestionamientos: Juan.
A preguntas del fiscal, Juan relató que, décadas atrás, Jacobo y el padre de Salvador disputaron una franja de terreno fértil. Ambos la reclamaban. El conflicto llegó a los tribunales, y el juez falló a favor de Jacobo. Herido en su orgullo, el padre de Salvador emprendió una campaña de difamación. “Jacobo es violento”, decían. “Jacobo es peligroso”. La mentira, repetida mil veces, hizo su trabajo. También contribuyó su huraño y solitario estilo de vida.
La herida se agravó años más tarde, cuando Jacobo decidió vender su finca. El padre de Salvador ofreció comprarla, pero Jacobo la vendió a otro, por un precio menor. Fue la ofensa final.
Desde entonces, Salvador cargó con el odio. Un odio que lo carcomía. Creció escuchando que Jacobo era el responsable de la decadencia económica de su familia. El lobo. El enemigo. El causante de todo.
Y cuando se le presentó la ocasión perfecta, la excusa perfecta, no dudó. Dijo que solo quería defender a Amelia del monstruo. Pero lo que hizo fue otra cosa.
Tras el testimonio de Juan, el jurado no tuvo dudas. Encontraron culpable a Salvador López Montenegro de asesinato en primer grado y violación a la ley de armas. Fue sentenciado a 111 años de prisión.
LOLI BELBEL
CUPIDO
Estaba Cupido subido a un árbol oteando a todo el mundo que pasaba por el bosque.
Una melena rubia se colummíapiaba con el viento y cerca un apolo elegante lucía su cara y su porte. «Esta es la » -se dijo Cupido, y cuando cogíó el arco y la flecha para dispararles al corazón, se le cayeron arco y flecha.¡Por todos los dioses! – -Exclamó…¿Qué hago yo ahora? Jupiter me desterrará del Olimpo. Ya sé. Bajaré y rápidamente cogeré el arco. Pero fue tarde…El apolo ya había cogido el arco y la flecha. Cupido corrió para recuperarlos gritando e insultando al apolo. Éste, ni corto ni perezoso le asestó un flechazo que tocó el brazo derecho de Cupido y rozó ligeramente la mano de la muchacha de la melena rubia. Este profirió un grito de dolor que hasta los dioses lo oyeron…., e inmediatamente su brazo medio colgando corría detrás de la cabellera rubia de la dama destinada al apolo…Esta cuando lo vio le agarró fuertemente del brazo y lo besó hasta que dejó de sangrar, aunque seguía colgando peligrosamente. Cupido estaba como loco. ¿»Qué hace ésta, por todos los dioses»? Hasta que pensando y pensando, lo vio claro. ¡La flecha! Me dio a mí. Mi brazo quiere a la chica. Yo no. Y la dama quiere mi brazo. A mí no, -pensó y pensó. Cogeré de nuevo el arco y tiraré las dos flechas a la pareja directas al corazón y todo solucionado. Lo hizo así y esta vez no falló. A apolo se le salieron los ojos de las órbitas cuando vio acercarse a la dama de la melena al viento. Esta, al verlo venir se le encogieron las piernas y quedó paralizada. Cupido estaba feliz. «Lo conseguí, lo conseguí», y acto seguido cuando la pareja ya estaban juntos, enamorados y caminando plácidamente, oyeron unos lamentos. El brazo de Cupido iba detrás de la cabellera rubia y ahí se quedó. Ella lo acariciaba con pasión y apolo, atónito lo quería cortar con su espada, pero,…, ¡en vano! No lo logró. Iban a vivir con el brazo de Cupido para el resto de sus días. Tres amores extraños luchando y maldeciendo su destino.
Cupido sería expulsado del Olimpo, y manco se dedicó a vender boletos de loteria. El hijo de Venus y Marte fue el fundador de la ONCE, ya como mortal…Más de dos y más de tres y más de mil, se enamoraron locamente entre ellos, haciendo de la Once un organismo parecido a una agencia matrimonial.
MANUELA CÁMARA
ONCE PASOS HACIA MI PROPIA VIDA
PASO 1: NO MORIR.
La casa huele a humedad y miedo. Un miedo seco, viejo, que no grita pero está en todas partes: en los armarios cerrados, en los platos sin fregar, en el colchón manchado que no quita el frío.
No sé si es lunes o jueves. Desde que el reloj de la cocina no funciona, los días dejaron de tener nombre. Solo sé que mi cuerpo responde al llanto de mis hijos como a una alarma involuntaria.
Hoy no quiero levantarme. Ni moverme. Ni existir. Pienso que lo mejor sería dormir sin despertar. Me abrazo a mí misma y me quedo quieta, intentando esquivar el dolor. Pienso en él, en cómo me parte en dos con sus palabras o sus puños. Y luego duerme a mi lado como si nada.
Pienso en mis hijos. El pequeño con pesadillas. La niña ha dejado de hablar. En el colegio solo pinta casas con las ventanas rotas.
No los he llevado hoy. El sol entra oblicuo por los postigos torcidos y la radio del vecino me dice que ya debe ser mediodía. Parpadeo. Y vuelvo a pensar en mis hijos. Parpadero: Elijo no morir.
Me incorporo. Me duele todo: las piernas, la espalda, el alma. La mandíbula con sangre seca. Pero estoy viva. Y ellos también. Consigo llegar a la ducha. Me visto sin pensar en lo que me pongo.
Mi hija finge que duerme, estirada sobre la cama, vestida. Le pongo un chándal limpio al niño y bajamos a la cocina.
No hay leche ni pan. Solo un par de zanahorias, una cebolla, una taza de arroz. Comemos en absoluto silencio. Nadie habla, ni siquiera el pequeño.
Luego salimos. Caminamos hasta el parque. El niño va en su carrito, porque aunque ya es mayor para eso, a mí me duele todo. La niña, agarrada a mi jersey.
Hoy no me dejé morir. Imagino que eso es un primer paso.
PASO 2: PEDIR AYUDA
En el parque hay columpios libres. Mi hijo no quiere bajarse. La tierra es dura, la sombra escasa, pero es afuera. Le digo a mi hija que juegue, pero se abraza a mi pierna como si cualquier viento pudiera llevársela.
Empujo el carrito. Caminamos. Pasamos la iglesia, los grandes almacenes, el quiosco (no hay dinero para caramelos) y llegamos al centro de salud.
Entro por la rampa lateral. Me acerco al mostrador. La asistente social me mira con ojos de domingo triste. Me ofrece un pañuelo antes de que empiece a llorar. Le digo que no he venido a llorar. He venido a preguntar si existe una salida.
Nos deja en una consulta. Regresa con una pediatra que encuentra en el costado de mi hija un golpe que no era para ella. Luego entra otro médico. Mi cuerpo está cubierto de moretones.
Por primera vez, lo cuento.
Me pregunta si tengo familia. Digo que no. Le miento. Me pregunta si quiero denunciar. Le digo que no sé. Dice que puedo ir a un refugio de mujeres con niños, que hay otras como yo. Me cuesta imaginar eso: otras como yo.
Ahora también me duele el cuello.
PASO 3: ENCONTRAR REFUGIO
La trabajadora social actuó rápido. En poco tiempo, un coche municipal nos recogió. El niño durmió en mis brazos. Mi hija, sobre mi hombro. Una trayecto en silencio, temiendo despertar en otro infierno.
La casa de acogida tenía muros altos y puertas generosas. Dentro otras mujeres nos esperaban. Algunas salieron a conocernos con sus bebés en brazos.
Nos dieron habitación con tres camas limpias, ropa donada, cepillos de dientes. Los niños comieron pan con mantequilla como si fuera un banquete. Pude bañarlos sin apuro. Los dejé en la sala de juegos. Y lloré sin esconderme.
Por primera vez en años, dormimos juntos en una cama sin sobresaltos.
PASO 4: ROMPER CON LOS QUE NO VEN
Cuando se corrió la voz de que me había ido de casa, empezaron las llamadas. De mi hermana, que me había visto moretones. De mi vecina que había escuchado los gritos. De mi cuñado que había visto el miedo en mis niños. Pero nadie hizo nada.
«Tú también lo provocas. No puedes destruir una familia por un par de peleas», dice mi madre.
La escucho en silencio, mientras algo dentro de mí se vuelve a romper, esta vez, no por miedo, sino por rabia.
Bloqueo números. Cierro puertas. Rompo puentes que me atan al consentimiento de los otros. No necesito consejos de sofá. No quiero compasión vacía. Necesito actos. Quiero una vida digna y segura para mis hijos.
PASO 5: ESPEJO POSITIVO
Durante una charla grupal, me atrapa la voz clara y serena de una mujer que sobrevivió. Habla de golpes, de noches sin dormir, de juicios, de miedo. Y sigue hablando de reconstrucción, de su nuevo trabajo, de su hija estudiando en la universidad. Admiro su sonrisa tranquila y su cabeza en alto.
Entiendo algo importantísimo: Que no estoy rota para siempre.
Hoy me estoy viendo en otro espejo.
PASO 6: ACEPTAR AYUDA SIN MIEDO AL JUICIO
En la casa de acogida me obligan a comer, a dormir ocho horas, a hacer ejercicios suaves. Me regalan cremas, una agenda, un libro que me devuelve las ganas de leer.
La psicóloga me dice: Si tu te hundes, ellos también.
Así que me esfuerzo. Camino cada día treinta minutos. Tomo mis pastillas para la ansiedad. Anoto pequeños logros: “Hoy hablé con una maestra sin miedo”, “Hoy me maquillé por primera vez en meses”.
Me pongo ropa bonita. No para gustarle a nadie, sino para recordarme que sigo aquí. Que aún tengo forma. Que no soy invisible.
Por fin mi hijo ha dejado de usar pañales. Acepto como agua de mayo las sesiones con mi psicóloga. También he aprendido a aceptar abrazos, silencios compartidos, consejos sinceros.
Me dejo cuidar, lo merezco.
PASO 7: RECONSTRUCCIÓN
¿Cuantos meses reconstruyéndome? Ya no se trata solo de salir adelante. Se trata de decidir quién quiero ser. Aprendo a decir no, a poner reglas en mi familia. Aprendo a no permitir que nadie minimice su historia y su dolor. Aprendo a no disculparme por sobrevivir.
Mi dignidad ya no depende de los otros. Es mía y de mis hijos.
Mi hija aún no pronuncia una palabra. El niño grita por las noches. Dibuja monstruos con dientes grandes. En las sesiones familiares, los terapeutas nos enseñan a poner nombre a lo vivido: violencia, miedo, huida, esperanza.
Yo no quería hablarles de él. Pero comprendo que no hablar también es herida. Así que les digo la verdad, adaptada a su edad. Les explico que nadie tiene derecho a gritar, golpear o asustar. Que lo que vivimos no era normal. Que ahora estamos construyendo otra vida sin miedo.
Mi hija empieza a hablar con frases cortas. Mi hijo vuelve a dormir sin gritar.
La verdad, dicha con amor, creo que también cura.
PASO 8: VOLVER A EMPEZAR
Llevo meses preparándome. Cursos gratuitos. Talleres. Simulacros de entrevistas. Mi currículum vuelve a tener algo de forma. Pero dudo. ¿Quién va a contratar a una mujer con dos hijos, sin coche, sin familia?
Una mañana, en la oficina de empleo, alguien revisa mi hoja. Me pregunta si sé organizar, si soy puntual, si aprendo rápido. Digo que sí, que tengo ganas.
Una semana después me llaman. Empiezo a limpiar oficinas. No es el trabajo de mis sueños, pero es mío.
Salgo de la casa de acogida con uniforme y dignidad. Mis hijos me abrazan como si fuera una heroína.
Tal vez lo soy.
PASO 9: UNA CASA PROPIA
Después de un año en el refugio, nos conceden un alquiler social. Un piso pequeño, en un barrio tranquilo. Dos habitaciones, ventanas y un balcón donde caben varias macetas de albahaca.
Firmo el contrato temblando. Las llaves pesan en mi mano, como un trofeo.
Los niños llevan dos meses haciendo dibujos para decorar las paredes. Hemos comprado edredones coloridos en el mercadillo.
Mi cama es antigua pero es mi trono. Aquí empieza mi reino.
PASO 10: ENFRENTAR EL MIEDO
Lo vi una tarde al salir del centro médico. Estaba al otro lado de la calle con las manos en los bolsillos. No me dijo nada pero el miedo me atravesó como un cuchillo. Se me contrajo todo el cuerpo, las piernas me flaqueaban, el mundo era pequeño de golpe.
Pero no corrí. Avancé decidida hasta la parada del autobús. Me miró hasta que me subí en él.
Por la noche revisé dos veces cada ventana. El miedo no ha desaparecido, es como una sombra larga al atardecer, siempre a tu lado, pero ya no me domina.
Llevaba razón la psicóloga, perdonar no es olvidar, ni justificar. Era soltar a mi madre sumisa. Al hombre que me rompió. Soltar a mi yo pasado por no haberme ido antes de aquel lugar.
Soltar, no para hacer borrón y cuenta nueva. Sino para dejar de cargar con lo que no es mío. Suelto lo que no me pertenece, ahí las llevan.
PASO 11: VIVIR SIN MIEDO
Soy voluntaria en la casa de acogida. Acompaño a otras mujeres. Participo en los grupos de apoyo. Dejo que hablen mis cicatrices.
Mi hijo me acompaña al mercado, a los talleres y a las charlas. Mi hija cuida a los niños mientras otras mujeres entran a terapia. A veces ella interviene: «Mi madre me salvó la vida» dice siempre. Y yo finjo no emocionarme aunque llore por dentro. Y en cada encuentro repito la misma frase:
No somos lo que nos hicieron. Somos lo que decidimos hacer después.
Al llegar a casa hay sol en la sala. Caliento la comida y huele a sopa.
No pienso en él. No pienso en el miedo. Pienso en mañana. En el cumpleaños del niño. En las zapatillas nuevas que le prometí a la niña.
Me miro al espejo. Me reconozco. Esta vida no es perfecta, pero nuestra. Y estamos vivos.
Y eso, ahora lo sé, también es amor.
HAROLD LIMA
Son once en peligro de extinción.
Se acaricio el hombro buscando aliviar el dolor, sintió una rigidez molesta, ya no era tan joven como antes, los años dorados de cazador ya eran solo recuerdos.
Miro una pequeña hoja rota, otro solo pensaría que es solo una hoja y nada más. Sin embargo, para el era el rastro de su valiosa presa. Su cerebro trabajaba a toda capacidad pensando en todas las posibles rutas de huida en la espesa selva, sabía que el zoológico pagaría bien por recuperar su valiosa atracción y contaba con ese dinero para pagar la matricula de su pequeña princesa, la universidad era algo importante que él nunca pudo pagarse y siempre deseo.
Una huella en el lodo lo convenció que estaba en la ruta correcta, era una pareja. Ella dejaba huellas profundas como si cargará algo pesado y él al parecer la seguía cubriendo sus espaldas, sus pasos la rodeaban.
El veterinario del zoológico no se cansaba en recordarle que los animales eran en extremo valiosos y un préstamo de otro zoológico del Asia. También se dio a recordarle parte de la hustoria mundial para que le quedara claro lo valioso de esos animales. Él lo sabía bien, lo enseñaban en cualquier escuela, hace un siglo atrás este mundo estaba lleno de esos simios lampiño, eran como una plaga. Luego, algo los empezó a matar, nadie sabe a ciencia cierta, muchos dicen fue un virus o talvez las continuas peleas qué tenían entre grupos locales. Animalillos simpáticos, pero tontos.
Las huellas le llevaron a una madriguera de lobo, dio una rápida revisión a su rifle de aire comprimido, balas con somniferos en la camara y el seguro libre.
Algo salto con violencia desde la oscuridad, el macho se estrelló con el suelo, se veía con algunos rasguños. Pero, se notaba estaba en buenas condiciones, la hembra saldría sola si se hacía una pequeña fogata de hojas verdes hacia el agujero. El inicio el fuego usando un pequeño encantamiento y algo de cuerno de unicornio en polvo, los chispazos crujieron y la paja empezó a arder vigorosamente, la acercó a la boca de la madriguera. Se sentó a esperar con el rifle en manos, no tardaría en salir.
Imagino la sonrisa de su hija ella amaba visitar el zoológico y hasta participó en el concurso para nombrar a la pareja de humanos. Estaba dispuesto a asegurar la matricula universitaria con este trabajo extra, luego podría solo supervisar al resto de cuidadores de sección en el zoológico y descansar en los turnos como los otros trabajadores.
La hembra tardaba en salir y eso le preocupo, son animales muy torpes y estúpidos, posiblemente quedo atorada y por eso no salía, no podía solo llevar uno vivo ¿que diría la prensa? «Los animales estrella escapan y uno muere» serían los titulares mañana.
Pensó en su hija triste, mirando el noticiero, sus resplandecientes alas opacas por la desesperación.
Algo se asomo por la madriguera arrastrando el cuerpo, era la hembra cargando un pequeño que nació en lo espeso del bosque.
Él levanto el pesado teléfono satelital, contacto con la base de búsqueda. Esos chicos de fauna local nunca darían con los humanos por si solos, pero le servirian para cargar a los animales en sus vehículos.
Pudo imaginar a su pequeña, contando en su colegio frente a todos como su papá recuperó a los animales del zoológico. Seguramente la profesora vatiria su colá de la emoción y agregaría un largo discurso histórico.
» Los humanos antes eran muchos, una plaga que contaminada todo lugar que ocupaba, nosotros ocupabamos algunas dimensiones de bolsillo y nos mantengamos ajenos a ellos porque teníamos su inferior tecnología nos contaminara. Luego paso lo de la plaga y ellos se redujeron mucho al punto de en solo un siglo estar al punto de la extinción. Fue ahí que retomamos esta dimensión y ocupamos sus ciudades abandonadas, no sin antes modificarlas para nuestros usos»
Seguramente la profesora continuaría por horas de como nosotros los seres mágicos arreglamos y limpiamos la tierra y bla bla.
Miro a sus tres presas, eran de los últimos once humanos de todo el mundo. El veterinario estaría contento ahora son 12 y posiblemente el consejo de administración del zoologico organizaria otro concurso para nombrar al humano bebe. Levanto los sucios trapos que cubrían al bebé. Se alegro fuera una hembra y pensó en nombrarla como su hija; el hacia los turnos de noche y nada costaría poner boletas extra a favor de su propuesta.
La camioneta avanzo perdiendose en lo espeso del bosque. Si un antiguo humano viera el transporte se sorprendería ver un ciclope, un hada y un kappa conversaran sobre fútbol alegremente.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
EL CIEGO QUE NO QUISO VER (para el tema de la semana)
Paco había nacido ciego.
Los padres, al constatarlo, recorrieron medio país, en busca de un oftalmólogo que pudiese darles una solución pero tras someterlo a todo tipo de pruebas, la respuesta recibida era siempre la misma: tras una serie de explicaciones científicas que solo entendía el profesional, la respuesta era la misma: imposible recuperar la vista.
Paquito nombre de entonces, como sucede a la gente que carece de algún sentido, los otros cuatro se desarrollan más para suplir la carencia del que falta; por tanto, el niño era capaz de moverse casi como un vidente.
Cuando llegó la hora de escolarizarlo, se presentó el problema: ¿a qué tipo de escuela llevarlo? A una donde había niños videntes, les dio a los padres un poco de reparo: se daría cuenta de su anomalía y quizá los compañeros podían hacerle “bulling”!. Pero tampoco les parecía correcto que asistiera a una denominada “Escuela Especial”, donde acudían niños con retrasos mentales.
Hechos un mar de dudas y tras visitar escuelas “normales”, donde los invitaban a ingresarlo aludiendo que era una escuela “inclusiva”, dieron con una donde les atendió la directora del Centro que, tras hablar con ellos les aconsejó:
-Estoy a favor de la inclusión escolar, pero más adelante, cuando el alumno haya aprendido y dominado una serie de herramientas que le servirán para el resto de su vida y que, por mucho que se intente, en el caso de los invidentes, es muy difícil de atender teniendo en cuenta que resto de la población infantil.
Por eso les propongo que acudan a la Organización Nacional de Ciegos, conocida de manera abreviada como la ONCE.
Tras darles la dirección y a qué departamento dirigirse, los sufridos padres, aún mostrándose algo escépticos por relacionarlo con los que venden cupones de la organización en la calle, metidos en una cabina, iniciaron tratos con la ONCE.
En el primer contacto les recibió una señora madurita, a su vez invidente, que les acogió con gran amabilidad y les propuso inscribir en niño para el próximo curso. Y, con aún pena en el alma, así lo hicieron.
Pero al comenzar, Párvulos, claro, y ver cómo se desenvolvía Paquito en aquel espacio, cambiaron de opinión.
Se les enseñaba el método Brallie para la lectura la y aritmética y, con máquinas de escribir infantiles y teclado asimismo Brallie, a escribir y realizar operaciones, así como desarrollar más el resto de los sentidos para poder reconocer en entorno que les rodeaba, a las personas mediante el tacto y la voz, etc., etc.,
alcanzando al final de esta etapa, el mismo nivel que los niños videntes y por tanto, seguir la enseñanza diseñada para esa edad.
Paquito no solo pudo seguir la trayectoria del resto, sino que fue lo que se dice un alumno extraordinario.
Acabada la etapa escolar entró en la Universidad destacando en sus estudios, de los que llegó a ser Premio Extraordinario de Licenciatura. Sus galones fueron subiendo llegando a ser Doctor en su ámbito de conocimiento.
Un día, recibió un e-mail de la ONCE, comunicándole que estaban proyectando una nueva sección dedicada exclusivamente a la Cultura Superior donde se impartirían conferencias y estudios monográficos con el fin de poder otorgar el título de Máster y, dados sus conocimientos le invitaban a ser Profesor en su área.
Naturalmente, el ya actual don Francisco, lo aceptó, y volvió a encontrarse rodeado por el entorno que había vivido en su infancia.
Se inició una etapa fascinante en su vida. Publicó en revistas extranjeras de gran impacto, por lo que su fama atravesó fronteras.
Una mañana, al sentarse ante el ordenador leyó lo siguiente:
El Dr. Sting, Oftalmólogo estadounidense, le invita a formar parte de un estudio un estudio que está realizando sobre cegueras congénitas, ya que hemos probado que la gran mayoría son susceptibles a curarse…No leyó más.
Su respuesta al tal médico fue:
-Ahora que estoy ocupando un puesto muy alto en esta organización, donde todos han de ser invidentes ¿qué pasaría si veo?
SILVIA R G
LA PRIMAVERA EN EL UMBRAL
En la esplanada donde se iniciaba la ruta, once preciosas amapolas (las conté, pues no habiéndose expandido aún en forma de manto podían contarse) sobresalían de entre las altas hierbas. Me paré a observar cómo el sol las hacía brillar con su característico rojo intenso.. En ese momento sonó un mensaje en mi móvil (era publicidad) y ví entonces que eran las once y once.
Unos cuantos pasos más allá, el camino quedaba cubierto
por un acogedor túnel de ramas que los árboles de ambos lados habían enlazado.
Y entre su entramado, algunos destellos de luz tintineaban con el devenir de las nubes que cubrían o despejaban la luz del sol. Y por aquella zona arbolada un grupo de pajarillos revoloteaban y trinaban con gran euforia y vehemencia, como si estuviesen cumpliendo con el propósito de confirmar el inicio de una espléndida primavera.
Yo, pletórica por la alegría que desprendían, sentí un irrefrenable deseo de unirme a ellos y comencé a piar tímidamente (sí, sí, piar he dicho, así con los labios dibujando un circulito muy muy pequeño…) esperando a que me hiciesen hueco en su canto coral; y así que me sentí aceptada me lancé a trinar como ellos mediante largos y melódicos silbidos.(lo cual me asombró, francamente, dado que yo nunca hasta entonces había conseguido
saber silbar; ésa fué mi primera sorpresa).
La tierra sonreía plácidamente a través de las diminutas margaritas que muy abiertas despuntaban, junto con cientos de minúsculas flores violetas, por la extensa hierba.
Verdes… muchos verdes contrastándose y moteados de rojos, amarillos, naranjas, violetas…en múltiples versiones de ubicación, matices, formas y tamaños.
Sentía una compenetración
sublime con aquel lugar
<<Qué bien que la tierra me sonría así, mostrándose
cómplice y benevolente>>
Y me tumbé en el suelo para mirar muy de cerca las flores más chiquititas, sintiéndome, en un abrir y cerrar de ojos, del tamaño de un pequeño insecto. Nadie me podría pisar puesto que sólo yo caminaba por allí, por lo cual me sentí tranquila y me arriesgué a seguir probando la experiencia.
Me resultó agradable trepar por el tallo de una de aquellas flores hasta situarme sobre ella. Era conocida como Diente de León y para mí en aquel momento un acogedor lecho redondo y amarillo. Y al ser más alta que las otras me permitió disfrutar de buenas vistas.
Pero quedaba todavía mucho camino por recorrer (a parte de que, habiéndose acercado demasiado a mí un bichejo de mi tamaño con seis patas y ojos saltones, dudé de sus buenas intenciones), así que en otro abrir y cerrar de ojos volví a mi tamaño normal.
( No me representó ningún esfuerzo físico, suficiente con mi buena predisposición mental, ahora grande, ahora chiquita…así plis-plas).
El agua del riachuelo serpenteaba entre las piedras más elevadas y podría parecer, por su murmullo, que cuchicheaban mútuamente secretos ancestrales. Me acerqué y me resultó inevitable comenzar a emitir sonidos acústicos impulsados desde las cavidades más altas de mi cabeza. No sé cómo conseguía lanzarlos con tanta precisión y coloratura brillante, límpida y cristalina como nunca anteriormente en mis prácticas de canto había conseguido emitir ( ni creo que pueda repetirlo nunca más, porque es que era algo que… bueno, que ni La Callas, eh! …)
El conjunto de sonidos que surgía de mis cuerdas vocales era un géiser de una fuerza inusual que salpicaba el entorno y armonizaba con la voz del arroyo. Incesantemente estuvimos creando, el riachuelo y yo, y sus habitantes, sublimes duetos y tercetos. Me había transformado, a través de mi voz, en pura agua. Tanto que un par de ranas, algo confundidas, salieron del arroyo y se acercaron a mí volteando mis pies y saltando sobre ellos; y también un par de libélulas se acercaron a voltear mi cabeza
Le expliqué al riachuelo (y también a mis amigas ranas y a las dos libélulas), que debía proseguir la ruta, pero que en cualquier momento.volveríamos a coincidir y tomé de nuevo el camino, ya sin gorgoritear
Tras algunos pasos respiré hondo y algunos penetrantes aromas me transmitíeron aquel sosiego que se reconoce en los entrañables recuerdos.
Seguí caminando, feliz, transpirando paz
De tanto en tanto algunas mariposas cruzaban aleteando el camino y en sus zigzagueos, con.los reflejos del sol parecían dispersar sus colores por el aire.
Se me ocurrió si quizás yo también podría elevarme en vuelo ( así también en un plis-plas como cuando hacía un rato conseguí cambiar de tamaño).
Pero ví que por mucho que abriese y cerrase los ojos no conseguía despegar del suelo, aunque sí que durante algunos instantes perdía la gravedad de mi cuerpo desplazándome un par de centímetros hacia arriba; y quizás hubiese podido subir un poco más pero me sentí insegura y opté por únicamente empatizar con su ligereza, pero desde mi condición humana, con los pies en el suelo. Quizás si hubiese insistido más…(¿?)
Seguí caminando y todo lo iba reconociendo asombrosamente familiar, como si aquel entorno fuese mi propio hogar.
Por cualquier rincón, desde su plenitud creadora, la vida desparramaba miles de detalles impregnados de todo su potencial de belleza.. Miraba a uno y otro lado embelesada y atónita, porque cualquier rincón era digno de capturar mi plena atención.
Sintiéndome totalmente parte de ese lugar; mis pies se enraizaban en el suelo a cada paso, sin por ello dejar de, simultáneamente, sentir una gran ligereza, como si en el espacio de tiempo entre anclar uno y otro desapareciese cualquier peso de gravedad (era la misma sensación que cuando un rato antes había intentado volar).
No existía ni el pasado ni el futuro, sólo importaba cada consecutivo momento presente sin dar tregua a ninguna preocupación.
Me sentía inmersa en una inconmensurable sensación de paz y de libertad.
Mi «ser» crecientemente se dispersaba y se expandía hasta formar parte del todo.
Yo sabía que hacer aquel trayecto por el que otras veces había ya transitado, iba a ser muy significativo.para mi estado de ánimo
Pero no me imaginaba poder llegar a tal grado de integración.
El camino finalizaba en una estrecha calle asfaltada de las afueras del pueblo.
Seguí caminando calle abajo para regresar a mi casa. Sentí hambre y éso me llevó a tomar consciencia de que ya iban surgiendo necesidades ( no como hasta entonces). Pero igualmente seguía luciendo en mi cara una gran sonrisa.
Un hombre de serio semblante que se cruzó conmigo, al mirarme, se alargaron y alzaron las comisuras de sus labios dibujando en su rostro una amplísima sonrisa, por efecto espejo.
El peso de la gravedad iba regresando cada vez más notablemente a mi cuerpo, las tiras de la mochila que colgaba de mis hombros me presionaban y mis vértebras cervicales comenzaban a ocasionarme molestias.
Ya no sentía que aquellas calles fuesen mi hogar aunque, en cambio, cada vez estuviese más cerca de mi casa.
Todo ya acontecía de acuerdo a la normalidad.
Y no es que no me gustase suficientemente mi normalidad, pero no podía evitar el deseo de haber eternizado aquellas sensaciones que hasta muy poco antes había estado sintiendo.
Y no entendía qué las había causado ni tampoco las causas de su paulatina desaparición.¿Sería un misterio propio de aquel trayecto? Pero no era la primera vez que hacía aquella ruta y nunca antes…
No entendía nada de nada y me iba sintiendo cada vez más confusa.
Ya en casa descansé un rato y luego preparé la comida ( era la hora del almuerzo).
Mis recuerdos de aquella experiencia se mezclaban cada vez más e iban perdiendo claridad, volviéndose turbios. Pero yo insistía en recordarlos ordenadamente.
Tras una breve siesta, entré como de costumbre en un chat de amigos para ver qué se explicaban.
En uno de los mensajes Amelia comentaba que un compañero de su grupo de yoga estaba asistiendo a un curso de numerología y que el número once era una cifra con un gran potencial y que si por casualidad al mirar la hora eran las once y once significaba un buen augurio. Que era como si anunciase la presencia de un umbral que abriese puertas a otra dimensión o a un profundo cambio en la vida de carácter positivo.
De repente recordé el inicio de mi trayecto, cuando hice el recuento de amapolas y en ese momento visualicé la hora en mi mobil. Y volví a recordarlo todo con total claridad. No les comenté nada sobre mi experiencia, claro. Y dedidí escribirlo todo en mi libreta antes de poder volver a olvidar detalles.
También había otro mensaje, de Claudio, que decía que unos vecinos suyos le habían comentado que a eso del mediodía habían oído una voz femenina que gritaba sincopadamente a viva voz y con gran potencia como queriendo imitar el cacareo de una gallina y que parecía proceder del camino paralelo al arroyo y produjo gran extrañeza en quienes lo escucharon.
Pero de ese mensaje hice caso omiso. Y no sé, la verdad, no se me ocurre, qué podía motivar a alguien a imitar a una gallina.
Porque, a ver!, si hubiese habido, al pasar, más amapolas (o menos) que las once que en aquel momento pude contar…, si la hora hubiese sido otra ( y no las once y once)… ¿Hubiesen sido tan intensas y especiales las experiencias que vivencié durante mi trayecto?
EVA AVIA
Continua la historia de Mei y Carlos.
Décimo primera generación, el pasado regresa.
Mei, es la décimo primera generación de mujeres en nacer con el estigma familiar, Carlos, el décimo primer varón de la generación de hombres maldecido por cobarde. El pasado, los pecados de sus antecesores y el destino han querido que ahora ellos dos se encuentren para, posiblemente, romper ese circulo y que las almas de aquellos dos amantes con los que comenzó esta historia, descansen en paz.
Unos días después de aquel almuerzo con sabor a fresa. Vestuario de mujeres.
—Estoy agotada, que ganas tengo de llegar a casa y darme un baño relajante, acompañado de un Moët & Chandon. ¡Qué felicidad! —Abriendo la puerta de la taquilla.
—Mei, una vez al mes el equipo sale a cenar. La reserva es en el restaurante Montes de Galicia. No es opcional, ese body tuyo se merece unos cocktails de bienvenida —Sonriendo, Alejandra, picarona.
—A la mierda el plan con mi Moët. No lo haré muy largo, estoy muy cansada —Cogiendo mi chupa y la mochila.
—Por cierto, de casualidad, ¿esa moto tan guapa que hay en el parquin, es tuya? —Tocando, Marta, mi chupa.
—Señora, Silvia, ¿usted viene? Presiento que estoy en peligro con estas mujeres. ¡Ja, ja, ja! —Subiéndome la cremallera de la chupa.
—No me he perdido ni una. Ni se imagina de lo que se entera una en esas reuniones. Por cierto, el doctor nos invita a las copas.
—Si hay copas gratis estaré como un reloj. Nos vemos allí.
Despacho de Carlos. Suena la puerta.
—Carlos, están todos esperando —Asomando su cabezota, Alfredo.
—Porque eres mi amigo, colega, mira que eres pesado, ya te he dicho antes que esta noche no puedo ir. Tengo una cita muy importante —Cerrando el ordenador.
—Macho, la mamá, no te va ha regañar si por una noche no cenas con ella, además, las chicas me han dicho que Mei va —Entrando en el despacho—. Por cierto, la moto es de ella.
—Lo sé, la he visto llegar esta mañana con ella …—Y mi imaginación con ella—. Ahora déjame terminar, nos vemos allí.
Tres horas después en el restaurante. Carlos está fuera esperando a que lleguen los rezagados.
—Macho, no te preocupes tanto, que seguro que viene —Golpeando mi espalda.
La noche es fría. La primera está al caer y se respira en el ambiente. Hace mucho tiempo que una mujer no llamaba mi atención, ella tiene algo que la hace diferente a las demás y no sé lo que es.
—Ves con los demás. Pídeme un cocktail de autor, que no creo que tarde —Mirando mi reloj.
Creo que me voy a encender un cigarro. Hace algún tiempo que lo dejé, voy a pedirle uno a esa pareja que está sentada en el banquito. Creo escuchar la moto, así es. Y ahí están esas largas piernas que finalizan donde termina la falda de cuero. La boca se abre dejando caer el cigarrillo aun por encender. Es una diablesa montada en una MV-Augusta F3 800 Competizione, toda una belleza de dos ruedas.
—Tú también estás impresionante —Entrándome la risa. Me quito el casco. Miro a esas dos piedras que son golpeadas por el mar mas profundo y tengo una sensación muy extraña, como si algo emanara de mi interior.
—Gracias, tú estás… —Que diga la palabra cañón a mi subalterna es una falta de respeto, pero es lo que me provoca al verla. ¡Dios, que sensación! Pienso mientras me agarro el pecho.
—¿Quién eres tú? —A mi lado, una mujer me observa con lágrimas en los ojos. Tiene unas marcas en el cuello. Miro a Carlos, para ver si él también la ve.
—¿Y tú quien eres? —Mirando al hombre que está frente a mí, que observa dirección a Mei. Con aspecto desaliñado y con una marca en su cuello.
Mei y Carlos se miran perplejos. Ambos están viendo a alguien a su lado, pero ninguno ve al que tienen en frente. Después de más de cuatrocientos años, las almas de Pedro y Aida se reencuentran, mirándose ambos, ella con rencor y él suplicando perdón.
Continuará…
SYDNEY KEY
INEFABLE
Recibí la muñeca que gateaba unos minutos antes de las once de la noche un 24 de diciembre( el once siempre estaba allí). No recuerdo quién me la regaló, al final eso no me importaba. Lo que sí recuerdo es el olor a nuevo que despedía y la emoción que sentí al verla moverse.
Mi nona, con su cabello blanco y su rostro arrugado por el tiempo, me miró con una sonrisa mientras se acercaba a mí. Sus manos, curtidas por años de trabajo y cuidado, se movían con una lentitud casi dolorosa. Pero detrás de esa apariencia frágil, había una mujer de hierro, criada en una época en que la vida era dura y las mujeres debían ser fuertes.
«Esta muñeca es demasiado frágil para usted», me dijo, mientras la levantaba de mis manos. «La va a dañar, y después se pondrá triste». Su voz era suave, pero firme, y sabía que no había forma de discutir con ella.
La miré mientras se alejaba, sabiendo que no la volvería a ver por un tiempo. Mi nona la guardó en un lugar seguro, rodeada de otros recuerdos y objetos que consideraba valiosos. Y yo me quedé allí, mirando el espacio vacío donde había estado la muñeca, sintiendo una tristeza que no podía explicar.
No entendía por qué los adultos siempre querían protegernos. ¿No creían que podíamos cuidarnos solos? Mi abuela decía que la muñeca era frágil y que la podía dañar, pero yo sabía que podía ser cuidadosa.
A veces pensaba que los adultos veían el mundo de manera diferente a como lo veía yo. Ellos siempre estaban hablando de cosas importantes, como el trabajo y el dinero, y parecían olvidarse de lo que realmente importaba, como jugar y divertirse.
Mi madre siempre me decía que debía ser fuerte y no llorar, pero a veces me sentía tan triste y sola. Quería que alguien me abrazara y me dijera que todo iba a estar bien.
La muñeca era tan bonita… Me encantaba cómo se movía y cómo olía, y su sonrisa parecía iluminar todo, como si sus labios estuvieran a punto de pronunciar una palabra mágica. Me hubiera gustado jugar con ella, pero mi nona se la llevó. Me sentía triste porque no pude disfrutarla.
La muñeca me recordaba a las once campanadas de la iglesia que sonaban cada domingo(el once siempre estaba allí), llamando a la misa dominical, un recordatorio de que siempre había algo que esperar y algo que celebrar.
Aunque la muñeca estaba guardada en un rincón de un mueble viejo, yo le hice una promesa. Le dije que sería su mejor amiga, su confidente, y que siempre estaría allí para ella. No importaba que estuviera lejos, no importaba que no la pudiera tocar. En mi corazón, ella siempre estaría conmigo.
Con el tiempo, empecé a hablar con la muñeca en mi imaginación. Cada noche a las once (el once siempre estaba allí)Le contaba mis secretos, mis miedos y mis sueños. Le hablaba de mis amigos, de mi familia y de mis aventuras. Ella siempre me escuchaba, siempre me entendía.
Cuando estaba triste o asustada, la muñeca me consolaba. Me decía que todo iba a estar bien, que era fuerte y capaz. Y cuando estaba feliz, la muñeca se alegraba conmigo. Me decía que era merecedora de la felicidad, que era una persona especial.
A medida que crecía, las conversaciones con la muñeca se volvieron más profundas. Hablábamos de la vida, del amor y de la amistad. Ella me enseñaba a ser valiente, a ser honesta y a ser fiel a mí misma.
La muñeca se convirtió en mi mejor amiga, mi confidente y mi guía. Aunque nunca la volví a ver, siempre estuvo conmigo, en mi corazón y en mi imaginación.
La nona partió un once de noviembre (el once siempre estaba allí), y con su partida se llevó el secreto de la muñeca. Mi vida prosiguió, los años pasaron, pero de manera extraña, mi muñeca seguía viva en mi corazón.
¿Era un escudo que protegía mi alma vulnerable? ¿Era real la conexión que sentía con ella, o solo una ilusión creada por mi mente? ¿Me había refugiado en una fantasía para escapar de la realidad?
Pero no importaba. Ya en mi adultez, con 34 años, (El once siempre está ahí). la muñeca seguía siendo mi confidente, mi compañera silenciosa. Aunque el mundo a mi alrededor había cambiado, aunque yo misma había cambiado, la conexión que sentía con ella permanecía intacta.
El paquete llegó sin previo aviso, envuelto en un papel de seda. La caja era ligera, y el lazo que la cerraba parecía una sonrisa enigmática.
Al abrir la caja, me encontré con una réplica exacta de mi muñeca. Pero esta vez se veía… diferente. Su sonrisa era más amplia, sus ojos más brillantes, y sus labios parecían tener un brillo que no había visto antes. Parecía que había estado esperando, pacientemente a encontrarme de nuevo.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al tomar la muñeca en mis brazos. Era como si hubiera sido transportada de regreso a mi infancia, a un momento en que todo parecía posible.
Pero ¿quién podría haberle enviado esta muñeca? sabía que solo una persona podría haberlo hecho. Alguien que me conocía mejor que nadie. Alguien que había estado allí todo el tiempo, observándome, esperándome.
De él prefiero no hablar, me ha traído más dolores que amores.
Pero ella es diferente. Me habla todas las noches a las once. (El once siempre está ahí) en un lenguaje que solo yo puedo entender. Me susurra secretos en la oscuridad, me guía hacia lugares desconocidos.
En su mirada, veo una verdad que había olvidado: tengo el poder de elegir mi propio camino. «Es hora de dejar atrás el pasado», me susurra. «Es hora de buscar nuevos rumbos». Siento una sensación de liberación y alivio.
Me levanto de la cama y me dirijo a la ventana. Miro hacia afuera y veo un futuro lleno de posibilidades. Ya no me duele, ya no me afecta. He encontrado mi propia voz, mi propia fuerza.
Su regalo ha sido un recordatorio de mi propia valía, no de su amor o su atención. Ahora él me es indiferente. Solo importa mi propio destino. Y sé que siempre estaré acompañada por ella en este nuevo camino.
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
Once meses.
Me había sentído mal, hace unos días, decido hoy ir al doctor para que analice que es lo pasa, le digo mis síntomas me contesta que es necesario hacer unos estudios, para determinar el porqué de mis malestares, asi lo hago.
Regreso en una semana para saber el resultado, me dice que tome asiento y, me da la noticia de que desafortunadamente tengo cáncer de páncreas y que estoy ya en fase cuatro, que no hay mucho por hacer. Me siento de pronto diferente, como si no fuera yo misma, es una rara sensación… como si algo hubiera golpeado mi cabeza, no se de momento como reaccionar, tenía aún tantas cosas por hacer, tantos sueños, a mis 39 años que haría ahora?…
Vivía sola, necesitaría cuidados tal vez, mi salud se iría deteriorando poco a poco. No sé que pensar.
Regreso a casa, estoy hecha un lío, siento como si de pronto se acabará mi aliento y no sé cómo sobrellevar esto.
Al fin, derramo algunas lágrimas, esto sé me ayudará a sacar mi frustración, mi tristeza.
Sé que es ley de vida nacer-morir, pero claro uno no está pensando en esto todo el tiempo.
Debo organizar con calma y sapienza mi vida, para no gastarlo en llantos y depresión.
De momento no le voy a decir a nadie sobre esto.
Empezaré por analizar que es lo que puedo hacer en estos días que me quedan, claro que me cuesta trabajo aceptar este hecho, confieso que me encanta la vida, disfruto tanto de muchas cosas que me rodean; no es tan simple decir o saber que te queda realmente poco tiempo por vivir.
Tengo pocos bienes, los donaré a algún orfanato.
Que difícil se me hace planear algo para 11 meses. Me doy cuenta que nunca he valorado el tiempo, lo he desperdiciado en muchas ocasiones, como si fuera a vivir eternamente.
Me pregunto cuantas cosas buenas y malas habré hecho en mi vida?
No puedo regresar el tiempo y arreglar lo que no hice bien y, de que sirve arrepentirse de lo que no sé ha hecho.
Ya han transcurrido dos meses renuncié a mi trabajo, he dejado de ver a muchas personas, pues no encuentro sentido de seguirlas viendo. y ahora, sólo le he dicho a mi mejor amiga lo que sucede, ha llorado conmigo y se desespera como yo al saber que no hay nada por hacer.
Al dia siguiente Llega a la casa algo agitada, me dice que escuchó en las noticias que estaban haciendo un experimento con unos nuevos fármacos contra el cáncer, que debo intentarlo, que quizá esto me prolongue la vida.
Pienso, que nada tengo que perder, lo intentaré.
A la mañana siguiente acudo al consultorio del doctor que está promoviendo este tratamiento, le digo que estoy diagnosticada con cáncer de páncreas terminal y que deseo probar su tratamiento.
Me contesta que debe hacer unos estudios para saber como me encuentro.
A la semana regreso y para mi sorpresa me dice que no aparece ningún cáncer en la tomografía que me sacaron, que no entiende porqué me diagnosticaron con cáncer pues no aparece nada anormal en mi organismo, que debo demandar al doctor que me dijo que estaba tan mal.
Le doy las gracias, estoy realmente impactada por esta noticia, me pregunto como es posible que alguien se equivoque de esta forma.
Ahora que ya había planeado lo que haría en el tiempo que supuestame me quedaba de vida, tengo que pensar nuevamente que haré ahora, no puedo volver a lo mismo.
Tengo que cambiar varias cosas, no quiero volver a ser rutinaria, quiero y debo intentar hacer lo que realmente deseo, no lo que los demás me digan que haga. No quiero mas vacíos; espero realmente lograrlo, tomar un mejor rumbo para mi vida.
Y entender que todo lo que nos pasa, nos debe servir para algo bueno.
Demostrarme que esto que pasó es una enseñanza para ser mejor persona.
ANTONIO PRADES
Cuando todo era posible
A nadie le importa el parque del barrio hoy en día. Está lleno de grafitis viejos, bancos rotos y columpios oxidados que chirrían, pero ya no cuelgan. Sin embargo, cuando yo tenía once años, ese parque era nuestro mundo, no salíamos de allí ni por error. Allí guardo un montón de mis primeras veces, y fue allí donde pasó lo que os voy a contaros: lo más raro que he vivido en mi vida. Y sí, ya sé cómo suena. Nadie me cree cuando lo cuento.
Era uno de esos días de verano en los que hasta los lagartos van por la calle con sombrilla, y en casa el ventilador apenas mueve el aire caliente, mientras el parque se convierte en el único escondite del sol. Así que estábamos tirados bajo un árbol, los de siempre, el Rata, el Puchero, el Rulos y yo, todos del barrio, debatiendo cosas fundamentales como “si el agua flota” o “si los códigos de barras de las cebras tendrían forma de persona”, cuando de repente el Rata se quedó con la jeta suspendida en la nada y soltó: “¿Eso estaba ahí ayer?”
Era una tienda de campaña, una canadiense de las de toda la vida, azul y naranja. Hasta las manchas estaban sucias, pero estaba perfectamente montada justo debajo del árbol grande, el de las ramas que parecen una mano abierta detrás de los setos. Nadie la había visto antes. Era como si hubiera aparecido de la nada. No había nadie alrededor. Ni chicos, ni adultos, ni bicis, ni huellas, ni mochilas, nada.
Nos miramos entre todos. Ahora, sin ese vértigo ciego que da la pubertad, quizá lo habríamos dejado pasar, pero nosotros, con tiempo de sobra, como inmortales que se las sabían todas y con un don especial para meternos en líos sin pensarlo dos veces, nos acercamos. El Puchero, que era el más bravucón, fue el primero en acercarse. Se agachó, abrió el cierre y dijo: “Está vacía”. El Rata, que siempre fue medio kamikaze, empujándolo se metió sin preguntar. “!Aparta, leñe!”. Dentro no había nadie. Pero sí cosas. Cosas raras.
Por dentro era mucho más grande de lo esperabamos. Era como una tienda montada por un payaso en prácticas. En el centro, había una enorme caja de cartón llena de objetos ridículos, como sacados de una obra de teatro escolar. Una nariz de payaso, un sombrero de copa, un bastón, una lupa gigante. Todo desprendía un tufillo que se clavaba en el cerebro, una mezcla entre sótano olvidado y perro mojado, un olor imposible de sacarse de la napia. Pero lo que más nos llamó la atención fue una grabadora vieja, de esas que llevaban cinta, como un contestador de los 90. Apenas la toqué, se encendió sola y una voz empezó a hablar.
Se oyó una voz comercial, como de locutor de radio enlatado: “¡Bienvenidos al Juego del Parque! Si aceptan el reto, deben completar cinco misiones antes de que el sol se esconda. ¿Están listos?”. Reímos con una mezcla de desconfianza y emoción. Nos miramos con ojos nerviosos. Pensamos que era alguna especie de broma, una campaña publicitaria o vete a saber, qué sé yo. Pero igual, le seguimos el juego. ¿Qué otra cosa íbamos a hacer?
La grabadora escupió la primera misión: “Encontrad una chancleta colgada de un árbol.” Parecía broma. Pero nos pusimos a buscar. Y ahí estaba. Una chancleta roja, atascada en una rama, como si fuera un fruto maduro. El Rulos trepó como un mono y la bajó. Superada.
La segunda misión fue más loca: “Cruzar el parque en zigzag sin pisar el suelo”. Usamos bolsas, cartones y hasta una tapa de inodoro que encontramos. El Rata se resbaló con un plástico y se golpeó fuerte el orgullo, pero lo logramos.
Así siguieron las demás misiones, igual de absurdas. Teníamos que encontrar a un desconocido y conseguir que nos cantase una canción, algo fácil en la Valencia de los 80, y hacer reír a un perro, que por supuesto no logramos, pero sí conseguimos que el perro del churrero nos clavara sus ojos vidriosos durante un rato. Al final se tiró un pedo y se fue, lo que consideramos como una crítica al humor del Puchero.
Y la última: “Hacer una pirámide humana en la fuente sin que nadie los vea.” Esa casi nos cuesta la vida. Bueno, exagero un poco. Pero un hombre nos vio cuando el Rulos ya estaba arriba, haciendo equilibrio con los brazos en alto como si fuera un verdadero acróbata. Nos gritó burlándose de nosotros y caímos a la fuente. Salimos escopetados, huyendo de las risas de aquel tipo y dejando la tienda atrás.
Nos despedimos con la sensación de haber vivido algo que no era del todo real. A la mañana siguiente, cuando volvimos al parque, la tienda ya no estaba. Se la había tragado la tierra, era como si nunca hubiera existido. Nadie nos creyó, por supuesto. Mis padres pensaron que era una historia inventada para justificar por qué llegaba con la ropa mojada, un arañazo en la rodilla y una chancleta ajena en la mano. Han pasado tres veces los once años que teníamos aquel verano, y hasta nosotros cuatro, cuando nos vemos por el barrio, no acabamos de creernos que fue real. A veces incluso pienso que fue una forma rara que tuvo el universo de darnos un poco de alegría en medio de la nada.De vez en cuando, paso por allí, por nuestro rinconcito del parque, porque una parte de mí todavía cree que, si el calor es el mismo y el parque está en silencio… quizá esa tienda vuelva a aparecer. Porque si aparece… yo entro de nuevo como cuando tenía once años. Sin pensarlo.
LUZ LÓPEZ
Olivia llegó con la compra de la comida para la semana, eran dos bolsas pesadas y además su bolso de mano que también pesaba con tanto chunche que ahí metía. Subió cansada al piso donde tenía su pequeño departamento. En seguida empezó a acomodar los productos en sus respectivos lugares porque no le gustaba el desorden y al terminar, se sentó en su sillón preferido frente al televisor para descansar un poco.
Nada más fue hacerlo, que recordó que debía llamar por teléfono a su médico para obtener una cita para hoy mismo, porque últimamente se sentía un poco mareada y le dolía la cabeza sin ninguna razón aparente y si no lo hacía en este momento ya no lo encontraría disponible. Se levantó para ir a la mesa donde dejaba su bolso, pero ahí no estaba.
Caminó de regreso al sillón para ver si ahí se encontraba y busco entre los cojines, y en las mesitas esquineras, pero tampoco le encontró. Regreso a la cocina a ver si por ahí estaba, pero no hallo nada. Sacudió la cabeza incrédula, pues no recordaba haber ido a su recamara y decidió regresar a la puerta de entrada para ver si por bruta lo había dejado ahí, pero no siguió, se detuvo y razonó, qué si había entrado, es porque del bolso había sacado las llaves para abrir la puerta, entonces debía estar en algún lado. A lo mejor en el suelo y camino a izquierda y derecha de los muebles viendo hacia el piso, pero nada.
Entonces con la actividad le dio sed y se sirvió un vaso de agua, abriendo el refrigerador para sacar unos hielos y ahí en el congelador estaba el bolso.
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
Once gotas cayeron en la aridez de la tierra, que se agrieta esperando el auxilio del agua. Sólo once fueron las que se derramaron por las venas secas de la sabana.
Agua bendita que rocía la tierra, que calma la agonía del ganado, que busca vivir junto a la cría esquelética que llora cuando cesa la leche de su madre. Así es el corazón de los llanos venezolanos.
La tierra se asemeja a un gigantesco tapiz de oro quemado. Los árboles, como viejos guerreros rendidos, se doblan bajo el sol; sus ramas desnudas suplican el agua de la esperanza. Las especies caen como soldados agotados y sedientos.
En el distante horizonte, una promesa empieza a gestarse. Once gotas de lluvia rompen la monotonía del calor abrasador. Vapores que forman figuras fantasmales, que corren aullando por la sabana.
Las primeras gotas caen como lágrimas de plata, tocando la tierra reseca y despertando una chispa de vida.
Aún no son once gotas las que llegan como palabras de consuelo, para humedecer las raíces dormidas y envejecidas en el olvido.
La novena y la undécima gota son como un abrazo del cielo a la tierra, un acto de misericordia para el recio llanero, que acostumbrado al inclemente clima, arriesga todo por su tierra indómita.
El llanero, con sombrero de ala ancha, es un centauro que cabalga por la sabana, respirando gratitud por los primeros milagros líquidos. En su rostro, marcado por los rayos del sol, se dibuja una sonrisa de alivio y reconocimiento, pues sabe que la tierra, al igual que él, ha resistido la batalla.
Solo once gotas le devolvieron la eternidad a los llanos. La noble tierra agradece y se viste de verde profundo, verde claro. Ese verde que se refleja una vez más en los vastos humedales, haciendo contraste con el blanco de las garzas que revolotean majestuosas entre las palmeras, representando la belleza y el equilibrio necesarios para renacer en los ríos, que se volverán caudalosos, como arterias de vida.
En su paisaje surge de la nada un ser de cemento, incrédulo, incapaz de sentir el canto de libertad de los cielos que cobijan y arrullan las sabanas de Sudamérica, estrella que guía el encuentro de la diversidad de los hijos de la Madre Tierra.
Su avaricia y poder nos llevarán a la desdicha de los desiertos artificiales, sin alma y sin razón, por el sentir de las emociones que jamás podrán arrebatarnos. Aunque en la superficie parecen triunfar, en los fondos de la Tierra todavía seguirán palpitando.
Alexandra Fernandez B.
OMAR ALBOR
Una etiqueta
y un cuaderno
en tú mano
El bondi viene llegando
tú brazo
lo quiere parar
El va llegando
para, con unos
muchachos más
ir subiendo
ir mirando
dónde hay un asiento
para poderse sentar
Ya sentado
y con el vidrio empañado
dibujo un fantasma
En cada ojo
dibujo un círculo
Y en la boca, le pongo
Un pucho
para fumar
La mirada de la gente
hace que mi dibujo
tome vida
Ese bondi que me evecina
a mí escuela natal
trae muchos recuerdos
Trae esa nostalgia de la niñez
dónde la memoria se pone cepia
Y el otoño tiñe las hojas de los tilos de mi ciudad
El colectivo, esa imagen perdida de los recuerdos ocultos.
En las neuronas o en algún lugar neutral.
Once
EL IDIOTA
A la tercera va la vencida, Reinaldo, me dije después de mis dos primeros fracasos. Descubrí con enojo que los refranes no son siempre verdaderos, que su función es transmitir ánimo, dar esperanza, infundir sueño para mantenerte en la lucha.
Por obstinación y deleite de ir contracorriente, desafiando pronósticos y augurios de familiares, amigos y profesores, continúe intentando una cuarta, quinta, sexta…hasta hacerlo una rutina, parte de mi.
—Abandona — me aconsejaron— una retirada a tiempo no es cobardía. Dedícate a otra cosa, manganzón.
Pero la visión me impedía claudicar. Yo la vi, la gocé, la disfruté hasta el más mínimo detalle:sentado detrás de una mesa con mantel de muchas coloridas flores, firmaba dedicatorias a los compradores de mi bestseller. ¡Ese es mi futuro!
Conté las veces que he intentado y sumaron diez.
Once es un número mágico, el primero de la segunda escala, la vuelta al principio a un nivel más alto, la reencarnación, el renacer…Dios es matemática y combinaciones secretas, el universo es números en movimientos, me digo mientras certifico el sobre para echarlo en el buzón de la oficina de correo rumbo a un nuevo concurso.”Once es tu número de la suerte, Reinaldo” pienso sin ningún basamento real.
La muchacha detrás del mostrador sonríe enigmáticamente después de leer la dirección y antes de pegar el sello.
—¿Escritor?
Mi sonrisa estúpida intenta responder porque mi boca se niega.
¡Once es tu número, hombre!
Y si no, ahí te quedan otro montón para seguir intentando.
El que persevera triunfa, me anima la esperanza.
—A mucha honra.
Por fin respondo mientras hago una reverencia de caballero de películas de los años 20 del siglo pasado. La muchacha mueve la cabeza de una lado a otro y rompe en carcajadas
ARTURO OVALLE
Había nacido con seis dedos en una mano y cinco en la otra, esta condición se llama polidactilia. Al ver esto, mis padres le preguntaron al médico que me trajo al mundo que si no era posible operar, a lo cual respondió que si, pero que en realidad consideraba que ese dedo de más podría ser benéfico, pues podría hacer cosas con una sola mano que los demás no podrían.
Que lo pensaran bien. Que tratarán de que desarrolle una actividad en la cual pudiera destacar y aprovechara esto.
Bien, mis padres se ponen a pensar en que podría hacer para aprovechar mis 11 dedos. Los dos tocaban el piano y decidieron preguntar a un maestro si creía que podría tocar así, que si ese dedo extra no estorbaría, y contestó que creía que podría ser una ventaja, que les recomendaba que a los tres años, empezará y se darían cuenta de que si podía o no. Y que si no era posible, buscarán otras opciones.
Pues bien, esperaron a que cumpliera los tres años y contratan a un maestro de piano, se sorprendió, pues se dió cuenta de que ese dedo onceavo no me estorbaba y que podía ser más eficiente al tocar.
Mis padres se pusieron felices, y así segui con.mis clases, a los nueve años, di mi primer concierto, toqué a Chopan, Bethooven entre otros, tuve un gran éxito, me sentí muy co tentó y hasta olvide que algunos niños me buleaban en la escuela.
Ya no me importaría qué nadie se riera de mi, que me llamaran fenómeno.
Gracias a ese doctor que aconsejó a mis padres, ahora me encuentro realizando algo que me gusta y que puedo desempeñar sin ningún problema.
Siempre estaré agradecido a la vida el haberme dotado de 11 dedos en lugar de 10.
Aprendí que debemos aceptarnos como somos y a aprovechar las circunstancias que se nos presentan en la vida.
MAITE BILBAO
PALETA EN RE MAYOR
El pincel, humedecido en el número uno, amarillo pálido, se deslizó preciso sobre el lienzo numerado. Un espacio cobró vida con un toque suave de color. Así comenzó el ritual, Maite, cuya afición era juntar letras y jugar con los pinceles; artesana le gustaba denominarse.
Delante, sobre la mesa protegida, reposaba el lienzo de un bodegón a números. Veinticuatro botes de pintura acrílica, con una etiqueta numérica, esperaban su turno. Amarillos solares, verdes tiernos, azules profundos, naranjas jugosos, rojos intensos y rosas delicados en sus variaciones, una promesa de armonía cromática, una paleta en Re Mayor esperando su sinfonía.
En la lonja luminosa anexa a su casa, la primavera entraba por la puerta abierta de par en par. Los brotes verdes salpicaban la tierra, y el aire fresco inundaba el lugar. Ella disfrutaba esa conexión, la luz natural sobre el lienzo y la tranquilidad de ser su momento de disfrute. Solo le faltaba encender las velas con suave olor a lavanda y dar al Play a la lista musical del móvil. Una melodía pop ochentera llenaba el espacio. Sonrió, estaba feliz; las notas de su lista la transportaban a otra época y le traían recuerdos luminosos. Canturreaba mientras se sumergía en la tarea de colorear los espacios del lienzo como un puzzle, una actividad meditativa, hipnótica. La concentración la alejaba de preocupaciones, evasión en estado puro.
Poco a poco, los trazos inconexos adquirían una forma. Dibujaba el contorno y lo rellenaba después. De la unión de los colores emergía la silueta de una fruta, la transparencia de un jarrón, la textura de las flores. Con cada pincelada, un paso más para ver el concepto global del cuadro. Sentía paz al ver el dibujo del bodegón revelarse, una sensación de logro sencillo. El tiempo parecía detenerse en ese remanso de color. Pero la melodía alegre se volvió repetitiva y la precisión inicial comenzó a ser tediosa. «¿Tanto número para una manzana simple?», pensó, sintiendo cómo la rigidez del método sofocaba un anhelo creciente de una expresión más libre, donde el color danzara sin las ataduras de los números. Con un suspiro, humedeció el pincel en un verde, apartándose ligeramente de la guía. La semilla de la experimentación había germinado.
La idea de seguir las reglas se desvaneció con la siguiente pincelada. Primero probó con los colores pares. Al ritmo suave del rock que ahora sonaba, los tonos se combinaban con una armonía inesperada, una dulzura aterciopelada que la sorprendió. Pero pronto, una necesidad de contraste, de una energía más cruda, la impulsó a los impares. La música subió de ritmo y con ella la audacia de los colores primarios y sus vecinos, una explosión vital que resonaba con la libertad recién descubierta. Pintaba con una energía renovada, cada trazo una declaración de independencia del modelo.
Echó una mirada al resultado, comparándolo con la muestra coloreada. Una carcajada resonó en la lonja. Aquello no se parecía en nada. Se detuvo: «No está mal…», pensó, aunque ya nada quedaba del proyecto inicial, una metamorfosis completa del bodegón.
«No hay remedio, pero tampoco importa».
Y entonces, se le ocurrió otra idea. Mezclar los colores. «¿Por qué no?» Otra combinación uniría pares con impares. Los colores resultantes eran vibrantes, una fusión inesperada que le hablaba de nuevas posibilidades, de la riqueza que surgía de la unión de opuestos. Sin dudarlo, comenzó a pintar sobre las capas anteriores. Entrecerró los ojos, ladeando la cabeza para observar el lienzo como una obra impresionista, en busca de manchas de luz y color en la confusión. Otra carcajada. Lo estaba logrando. Aquello ya no se parecía al bodegón de la caja. De cerca, era una explosión abstracta, irreconocible. Pero era su creación, un reflejo visceral del torbellino de su proceso creativo, una metáfora del color del momento.
Siguió pintando; sentía que la obra llegaba a su fin. Pero entonces, al detenerse para una última revisión, notó algo. Diminutos huecos sin color salpicaban el lienzo. Miró los botes de pintura, desordenados y con las tapas medio abiertas. Algo no cuadraba. Contó mentalmente. Faltaba uno. Un tono rosa. Y no se había dado cuenta hasta ahora. «El once. «Faltaba el once». Parpadeó, la adrenalina del caos creativo comenzó a disiparse y llegó la duda: «¿Qué iba a hacer ahora?». Sin ese número, el cuadro parecía burlarse de la improvisación. De repente, otra locura cruzó por su mente. Cogió el bote de pintura amarilla, el número uno, su punto de partida, y con determinación comenzó a pintar los espacios en blanco… ¡Con números 11! ¿Acaso no era su cuadro? ¿Acaso no podía tener manzanas con números? Tal vez el once, el número ausente, era un recordatorio de la imperfección, de la belleza que reside en lo inesperado. Y mientras terminaba de rellenar, la música ochentera llegó a su punto álgido; el estribillo pegadizo de Highway to Hell resonó con la nueva lógica absurda de su obra maestra numérica y cromática.
La miró, con el orgullo de ser la creadora, mientras en sus manos punteaba una guitarra imaginaria, siguiendo los últimos acordes con la cabeza.
ARITZ SANCHO MAURI
El 11 es un número mágico
Elegante en su paso, joyas al brillar,
luz que aparenta, mas no sabe amar.
Obsesión por el lujo, su único fin,
nada es profundo, todo es marketing.
Caricia de mentira, sonrisa fugaz,
espejismo dorado… ¡puro disfraz!
Es la reina del glamour, sin corazón,
su vida es un hashtag, pura ficción.
Una estatua de mármol, bella y fatal,
no hay alma detrás de su piel de cristal.
No busca verdades, solo el poder,
un eco vacío que sabe mover.
Mira sin ver, su dolor es postureo
el mundo su circo, su vida el museo.
Riqueza, likes, su falsa pasión,
oro por fuera, por dentro obsesión.
Máscara eterna, nada es real,
aunque su feed diga que es especial.
Gemas por lágrimas, fría emoción,
influye en las masas ¡pura ficción!
Culpa al destino ¡destino banal¡
Otra influencer, que tiene onlyfans.
FERNANDO LÓPEZ AGUILERA
El sabor, no da la felicidad (Parte 2)
Zeus se enfadó ante la rebeldía que mostró su súbdito y lo desterró del Olimpo haciéndolo vagar por la tierra.
— Si tan prendado has quedado de tu visita a la tierra, será allí donde pasaras el resto de tus días — sentenció.
Y de esta manera fue como el viajero, convertido ya en un simple mortal, regresó a la tierra jurando venganza contra Zeus.
Pero él, no había sido el único enviado en busca del fruto de los dioses. Otros dos emisarios habían descendido al vasto continente americano. Uno de ellos, oculto bajo la apariencia de un rey, gobernaba con mano firme un imperio que conquistaba sin piedad los territorios del sur. Desde su trono, utilizaba su posición para alzarse como el vencedor de la misión encomendada por Zeus.
Fue entonces cuando un intrépido y aventurero soldado de su imperio tras un viaje, le advirtió sobre noticias reveladoras.
— Mi rey, lo que busca se halla en el corazón del Amazonas. En aquel lugar, existe un bosque milenario que alberga vida que es indescriptible para los mortales. Ya que se dice que es morada de los Dioses. En ese lugar, hay un hermoso bosque donde se halla el árbol de pie de elefante del que nacen 11 ramas semejantes a 11 trompas de elefantes. Y es, en una de ellas, donde crece el fruto del que le hablo — dijo el joven mientras no cesaba de gesticular con sus manos.
— Joven valeroso, me fío de tus palabras y junto a ti, comandaremos una expedición para hallar el lugar del que me hablas — trató de calmar el rey el ímpetu del muchacho colocando una de sus manos sobre el hombro de este.
Así fue como el rey se embarcó junto a sus mejores 1100 soldados en la búsqueda del “fruto divino”
Lo que no adivinaba el emisario del Olimpo, convertido en rey del Imperio, era la sorpresa que hallaría al alcanzar el destino que se habían fijado.
El rey, ávido de poder, decidió encabezar una expedición con sus mejores 1100 soldados para reclamar el tesoro oculto.
Durante el viaje, su curiosidad lo llevó a interrogar al joven:
— Dime, soldado, ¿por qué no tomaste el fruto para mi reino cuando lo hallaste?
El muchacho vaciló antes de responder:
— El bosque está protegido.
— ¿Por quién? —indagó el rey, frunciendo el ceño.
— Por 101 amazonas. Nos enfrentamos a ellas en una dura batalla, pero caímos bajo el filo de sus espadas y lanzas. Sin embargo, ahora, con usted al frente, nada podrá detenernos.
Días después, atracaron en una isla. Al desembarcar, vieron la entrada al bosque donde se hallaba el tesoro que habían venido a arrebatar. El ejército formó para comenzar la marcha y justo en ese momento, una lanza alcanzó el pecho de uno de los 4 hombres que custodiaban la figura del rey.
De pronto, todos miraron el lugar de donde provenía el lanzamiento y de entre los árboles surgieron las figuras de 11 jinetes a caballo.
— Aún estáis a tiempo de marchaos de aquí antes de que probéis, de nuevo, el sabor de la derrota. Este lugar sagrado no os pertenece. — pronunció la jinete amazona, que parecía estar al frente del grupo, con voz decida.
Tras estas palabras, el rostro del rey se ensombreció pues se trataba de la emisaria del Olimpo que también como él, compartían la misión emitida por Zeus…
— De igual modo, tú también estas a tiempo de acabar con esto. Si me das aquello que sabes, he venido a buscar — le respondió el rey mientras abría sus brazos, queriendo mostrar a la Amazona el poder que le otorgaba su ejército — Se razonable y evita una masacre de tu gente.
Un estruendo se produjo por parte de una de las 11 amazonas. Quien emitió un sonido con un instrumento que portaba y al cual, al momento, acudieron a su llamada el resto de Amazonas que custodiaban el bosque.
Los dos bloques estaban formados y listos para la confrontación cuando de pronto, surgió la figura de lo que parecía un caminante errante. Este se detuvo en medio del campo de batalla y de forma cuidadosa descubrió su rostro que guardaba bajo una capucha.
Tanto el rey de aquel imperio, como la líder Amazona se sorprendieron al descubrir que aquel extraño hombre era, otro de los emisarios del Olimpo.
Continuará…
AXY LINDA
Durante casi treinta años mi única preocupación ha sido llegar a tiempo al trabajo, para sentarme en una silla que, con el tiempo, ha sido lo único que cambió: cada tanto me ponían una más cómoda. Supongo que con eso creían evitar que pidiera un aumento de sueldo.
Lo cierto es que nunca tuve el valor de solicitarlo, igual que no tuve valor para casi nada en mi vida.
Almita, mi hermosa compañera, se casó con otro de la oficina. Él sí se atrevió a pedirle matrimonio. Ya hasta tienen dos hijos… que pudieron ser míos.
No acudí a la boda. ¿Cómo podría ver al amor de mi vida uniendo su destino al de otro?
Desde que falleció mi padre, hace dos semanas, regresar a casa es insoportable. El vacío es inmenso.
Hoy es mi cumpleaños. No puedo seguir así. Tenía que perderlo todo para tocar fondo, para decidirme.
Estoy aquí, a once pasos de dar un giro crucial a mi existencia. Solo once, los he contado varias veces.
En realidad, solo he llegado hasta diez; el onceavo paso será el último…
Esta vez hay una puerta que no estaba. Está entreabierta. Del otro lado… escucho mi nombre.
Y una voz idéntica a la mía me invita a entrar.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Once.
Once escalones me separan del paraíso o del infierno.
No se cómo estara, pienso según subo los escalones.
Ella, me espera, paciente. Soy presa fácil.
Caí en sus redes, lo mismo me da amor, qué me grita.
Y yo subo los once escalones, siempre.
No puedo escaparme.
Caigo rendido a sus pies.
Siempre.
FURUKAWA CREATIVES
Vórtice.
Era el día once, del mes once, del año once, me encontraba en una pequeña isla de Nueva Caledonia, observando el círculo que había formado con las 11 piedras sagradas. Este humilde buscador de verdades ocultas, había invertido años estudiando textos antiguos para interpretar los símbolos que me guiaron a este lugar, a esta fecha y, en muy pocos segundos, se cumpliría también la hora. Las señales me indicaban que el planeta se estaba preparando: el viento soplaba con una fuerza inusual, haciendo que el agua se meciera creando una melodía de baja frecuencia; bajo mis pies, sentía una débil vibración pulsante y, la tierra emitía un brillo plateado.
En el momento que el reloj marcó las once con once, sentí una oleada de energía que me recorrió de pies a cabeza; la enorme esfera de gas incandescente no proyectaba sombras; el aire se volvió denso, envolviendo la atmósfera en una niebla etérea; y entonces, las piedras que había cargado con runas y símbolos de protección, comenzaron a brillar con luz propia, creando un vórtice de colores iridiscentes y con aire arremolinándose, permitiéndome contemplar el túnel.
El miedo y la emoción me asaltaron en igual intensidad, mi voz interior me instaba a cruzar, a adentrarme en el misterio, a descubrir lo que se ocultaba más allá de esa barrera dimensional. Impulsado por mi sed de conocimiento, caminé hacia el túnel, vislumbrando la inmensidad de lo desconocido, y con la promesa de un universo lleno de secretos y maravillas, me disponía a recorrer el camino que conduce a la esencia de la existencia misma.
Mi voto esta semana va para:
– Manuela Cámara
– Juan Manuel Caballero
Mi voto para:
Raquel
Abby
Mi voto: Juan Manuel Caballero