Que estás en los cielos – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «que estás en los cielos». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 26 de septiembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Me desperté y crié que estaba en los cielos,más al mirar al infinito comprobé que se mantenía en su sitio y yo en el suelo.

Era pués mi ánimo el que dirige mi sentir, hay momentos del día que me siento fuerte como el ruido de una tormenta y otras veces decaigo a la tristeza, echándome al sofá para mitigar mi pena.

Baje de casa a la calle, quería tener en mi recorrer, placentero el cielo sobre mí. Su resplandor me alumbró.

La negra oscuridad de un temporal lluvioso en mi andar de paz no hallé…

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Dramatis personaes:

Dimitri.

Romualdo.

Petria.

Escena 1.

Cuadro primero.

Se abre el telón, aparece Dimitri solo y desolado.

Dimitri.

¡¿Oh señor, porqué?! Petria era joven y bella.

Querida amiga, que estás en los cielos, me faltaron días para decirte te quiero y regalarte mi alegría que ahora se tornó tras tu muerte en melancolía.

Entra Romualdo que ha escuchado escondido el soliloquio de Dimitri.

Romualdo.

Dimitri, ¡ven a mis brazos, fiel amigo!

Y lloremos juntos la pérdida de nuestra amiga. Que nuestras lágrimas lleguen allende para bañar a su espíritu con nuestras almas puras, para que su juicio final sea satisfactorio y así encuentre el paraíso de la paz eterna.

Se cierra rápido el telón y se vuelve a abrir más rápido aún bajando el espíritu de Petria (personificación de un ángel).

Cuadro segundo.

Petria.

Mi alma es sempiterna, fue un placer conocer gente cono ustedes en mi vida terrenal, pero sois culpables de no pelear por mi amor para darme placer, así es que como no me lo disteis decidí partir al más allá donde los cielos y los dioses me pudiesen amar hasta la perpetuidad.

Continuará. .

BENEDICTO PALACIOS

QUE ESTÁS EN EL CIELO

Veo desde mi ventana un trozo de mar, pero solo durante minutos porque hace calor y los vecinos han extendido los toldos. Y si no tengo el mar a la vista, no me hago a la idea de lo que es el cielo ni puedo preguntar si hay algo allí. Porque creo que el cielo solo luce de verdad cuando se junta con el mar. Acaban de recoger un toldo y lo tengo de nuevo ante los ojos y veo también cómo algo o alguien emerge de las profundidades. No, no es el dios Neptuno con su tridente porque ya sabemos lo que da de sí esta historia. Debe ser un monstruo que al empujar hacía arriba separa el cielo del mar. Qué espectáculo. Entre ambos queda un trozo. Es una nube blanca.

Tengo un amigo que logra ver en las nubes blancas personajes que no existen. Él ve por ejemplo a su mujer y yo le digo que lo suyo es pura fantasía, que no hay nada. También a mí me gustan las nubes, no las rojas del atardecer porque me intimidan.

Mis vecinos acaban de recoger los toldos. El mar parece un plato, apacible, sin una ola y el cielo brilla azul. Lo estoy contemplando con ayuda de unos prismáticos y aparecen en el horizonte seres extraños, parecen que bailan por como suben a la superficie y se hunden luego. ¿Son del mar o proceden del cielo? Porque una cosa es lo que hay y otra lo que queremos ver.

Cuando murió mi abuela, dijo el cura en el funeral que había subido derechita al cielo. Y poco tiempo después se murió el comerciante que durante años sisaba en el peso a gentes que vivían pobremente y también el cura le envió allí. Lo dicho: vemos lo que queremos ver.

Valiéndome otra vez con los prismáticos, he dirigido la mirada al mar, allá donde se junta con el cielo y he visto lo que hay de verdad y me he puesto a temblar. He visto a personas que luchaban por mantenerse a flote, que gritaban, aunque nadie las oía. Bueno quizás mi abuela que era una santa, pero ¿qué podía hacer ella si en el cielo solo le quedaban ojos para mirar?

Afiné más la visión y vi unas embarcaciones que llaman cayucos. Y ahora sí que temblé de verdad y grité y me enfadé y salí de casa y me dirigí al puerto y dije al patrón de un barco que socorriera a las pobres gentes que se estaban ahogando.

—Lo veo con frecuencia, pero no son como nosotros, me respondió.

—¿Cómo que no? ¿Quién le ha contado esa mentira?

—Tranquilícese, hombre, lo que usted ve son como unas almas caídas del cielo. Hay allí arriba tantas hacinadas que ya no caben y se caen al mar.

Le maldije. Pensar que mi abuela que era una santa penaba por no ahogarse, me irritaba y ponía un humor de perros.

—Rescaté a unos cuantos en una travesía.

—¡Hombre, ya era hora que de que se explayara!

—Pero no eran como usted y como yo.

—¿No?

—Eran negros.

PAQUITA ESCOBERO

La tinta estaba esparcida por el escritorio. La carta intacta, como si el negro espesor que salía de la minúscula botella no quisiera tocar esas letras. El líquido hacia un extraño giro en sentido inverso a las agujas del reloj, deslizándose por la mesa en un goteo incesante hacia el suelo. ¿Cómo algo tan pequeño puede contener tanto dentro? —pensaba la inspectora Fran Beroira.

Curiosamente, esa misma cuestión era el inicio de la carta manuscrita que reposaba abandonada encima del escritorio. Parecía inacabada. La pluma que había dado forma a las palabras aún goteaba encima de las últimas letras.

Habían llamado a la inspectora a altas horas de la madrugada, aún quedaba para que amaneciera. Siempre pensó que trasladarse a vivir a ese pueblo tan pintoresco de la sierra portuguesa, sería lo adecuado para mantenerse más alejada del caos. Pero ya tenía claro que no podía esquivarlo ni en Piodao.

Fran abrió levemente la cortina del pequeño espacio en el que se encontraba de la casa, parecía un estudio, despacho o consulta. Quizá todo a la vez. Por el hueco de la ventana se podía ver como los vecinos se agolpaban alrededor de aquella casa tan característica del pueblo. Similar a muchas otras, pero con un azul algo diferente al resto, tan intenso, que ni la oscuridad de la noche impedía localizarla. Un pueblo que había dejado de ser tranquilo y donde la policía se había convertido en un elemento más del paisaje.

Volvió a mirar los pequeños manojos de hierbas que colgaban en el porche. Anudados y minuciosamente separados, aparentemente sin una clasificación concreta. Desprendían un aroma embriagador que se colaba por todos los huecos de la casa; manzanilla, poleo, menta, hierba luisa, orégano, albahaca, melisa, hierba de san juan, pasiflora, diente de león y muchas, muchas más.

Al entrar en la casa ya se había fijado en ellas, le encantaban aquellas hierbas en sus infusiones. Había aprendido a utilizarlas con los años de ingesta, para esos males menores que a veces se consuelan al abrigo de una taza caliente. Miró la lavanda y sonrió levemente, ¡Cuántas veces su aroma había inundado sus noches de imsonmio! Se volvió a fijar en que junto a cada atado de hierbas, colgaba una cartulina pulcramente escrita con el nombre de las mismas y su uso. Parecía el mismo papel y tinta que acababa de ver en la carta.

Alcanzó a leer las más próximas a la ventana:

<Hierba de San juan: ayuda con la depresión, síntomas de la menopausia, ansiedad y sus efectos en somatizaciones. OJO, no mezclar con medicina tradicional para los mismos trastornos>

<Lavanda: facilita el sueño y la digestión, mitiga las dolencias estomacales nerviosas y alivia el dolor y la irritabilidad. OJO: cuidado en embarazadas y niños pequeños, dosis mínimas. Si la tensión es baja, o hay problemas de corazón, buscar alternativas>

Un repentino toque en su hombro junto a su nombre pronunciado con cierto nerviosismo, hizo que regresará de su ensimismamiento a la escena de aquella aparente desaparición.

—Inspectora Beroira ¿Está usted bien?—dijo uno de los agentes de policía que se encontraba con ella.

—Sí, disculpe, pensaba solo pensaba— respondió la inspectora.

Fran pensaba que encima de los fogones había una tetera preparada con agua y en la encimera, una taza de porcelana antigua, con los golpes de la vida pero aún util. Dentro, un filtro con una mezcla de hierbas, esperando que el calor del agua hirviendo pusieran en marcha su influencia en el cuerpo humano. Había olido y reconocido su contenido: Valeriana, pasiflora y manzanilla. El olor era inconfundible, ella también usaba ese combinado. Águeda, la dueña de esa casa, amiga y según el cartel de la puerta, guía espiritual y sanadora naturalista, era quien se lo preparaba cuando necesitaba clamar sus nervios.

Pensaba que cuando inicias el ritual de prepararte la infusión que necesitas, no sueles dejarlo a medias. Esa taza estaba allí para tomarla y el agua no había llegado a rozar la porcelana. ¿Donde estaba Águeda?

Volvió al escritorio. Ya estaban puestos los diferentes identificadores de las posibles pruebas. Al lado de la carta había uno fluorescente con el número 3. El uno estaba junto a la puerta, en el suelo, pegado a una bolsa de papel de la que se habían salido la mezcla de hierbas que contenía infusión sin hacer.

Quizá Águeda abrió la puerta y la dejó caer. —Una pregunta más que responder.

El número dos, junto a una especie de huella a los pies de la mesa que no podía determinar si era animal o humano. Parcialmente irreconocible. Brillante.— Esa pregunta sería más difícil de contestar.

Fran cogió la carta con una pinzas metálicas que le había proporcionado el asistente de custodia de pruebas. La tinta estaba aparentemente seca, pero brillaba tan intensamente que daba la impresión de que al meterla en la funda de plástico de las pruebas, se iba a emborronar entera o desintegrarse. Así que pidió al agente que más cerca tenía, que hiciera fotos tanto de la cara como del reverso de la carta. Tenía que verse con todo detalle lo allí escrito. Una vez hecho, le ordenó que cogiera la libreta para anotar lo que.iba a leer, cada palabra allí contenida podría ayudar a dilucidar lo que había pasado.

Un papel basto, duro y con betas que indicaba que era tan rustico como el entorno, un papel casero. Un entorno que no dejaba de darle cada vez más pruebas y pocas soluciones.

Fran, al ver al agente preparado comenzó a dictar: <¿Cómo algo tan pequeño puede contener tanto dentro? Así siento mi corazón. Dicen que tiene el tamaño perfecto y yo creo que ya no tiene espacio para más. Alberga todo lo que desde niña creía que tenía que guardar. Hasta las oraciones que me enseñaron y en las que no creo y hoy sin querer he vuelto a recitar. Águeda, así me llamó mi madre, porque decía que tendría un buen corazón.

Está casa siempre ha estado llena de vida, personas, esperanza, paz.

Desde que tengo memoria la puerta solo se cerraba por la noche, desde mi tatarabuela hasta mi madre y ahora yo. Estos muros conocen casi todas las historias de los que han convivido en este pueblo, buenas o malas, tristes o alegres. Algunas veces para curar y otras solo para consolar. Pero siempre un mismo patrón, una puerta abierta día y noche para que fluyera todo lo malo que entraba y se limpiará constantemente la energía de los que dentro vivíamos.

Hoy mi corazón cree que no puede más y nunca he tenido ese sentimiento. No caben más lamentos, ni quejas, ni suspiros que no sean los míos. He visto su luz y no puedo pensar en nada más. No, no estaba soñando, se que estaba despierta, aún sujetaba el libro de anotaciones de remedios del día en mis manos. Escuché su voz, como me llamaba y me pedía que fuera hacia su luz. Escuché su llanto y hasta mi silencio para escucharlo enmudeció.

No sé qué sucede, que pasará, pero si alguien lee está carta y no es mi voz quien la relata, buscadme en la luz.

Fran paró de leer, ensimismada en sus pensamientos intentaba buscar una similitud con las desapariciones anteriores. Pero parecía que nada de lo consignado indicase que los casos estaban relacionados.

Aún con la carta en la mano se volvió a mirar los manojos de hierbas que oscilaban por el viento en el umbral. Se acercó a ellos y fue uno a uno leyendo cada una de las cartulinas. ¿Flores de espino blanco?. Juraría que no estaban allí al llegar. Sabía que se usaba para tratar el corazón , más bien limpiar lo que lo obstruye, pero de ellas pendia una cartulina blanca y roja. No, una carta de naipes, el As de corazones. En el reverso una anotación, la misma que ponía Águeda en el final de la carta, donde la tinta se agolpaba— A ti que estás en los cielos, si me escuchas, ¡sálvanos!

RAQUEL LÓPEZ

En el cielo infinito

del lienzo celeste, firmamento etéreo,

donde mis sentimientos

renacen en versos.

Ocaso de dioses

de almas fenecidas,

metáforas retóricas

y misterios celestes.

Volveremos a volar

a los sueños,

donde encontraremos nuestro refugio

donde viajaremos por el puente,

que une la tierra hacia lo divino.

Manto estrellado que abriga

las noches frías de llanto,

efímeras en la existencia

fugaces como los astros.

Mil luces tililan a mí alrededor

lanzándome al vuelo entre anhelos y sueños

a encontrar en tu vástago abrigo,

a las almas que estáis en los cielos.

DAVID MERLÁN

Estimado/a lector/a:

Tras los acontecimientos que les narré la semana pasada en este gran grupo, ha llegado la hora de poner fin a las Cronicas de Santa Marta del Grillo Cojo.

Pues bien, en el capítulo anterior (“El Becario”) dejábamos la historia pendiente de un hilo por las posibles represalias que podrían tomar las máquinas contra los humanos tras la explosión del laboratorio de la Ciudad Vieja.

Terminemos….

______________________________

…que estás en los cielos, santificado sea..

¡¡¡¡¡BAAAAAANNNNG!!!!!!

Las bombas inteligientes lanzadas por las máquinas había alcanzado el lugar provocando una terrible explosión que interrumpió el rezo en la improvisada iglesia del refugio cercano a mi casa.

Mientras todo se derrubaba a mi alrededor y parte de los asistentes morian en el acto, miré a mi alrededor mientras me zumbaban los oídos. Pude ver que Isabel yacía en el suelo pero seguía con vida y hacía lo propio devolviéndome una mirada de “hasta aquí hemos llegado” llena de polvo y cortes ensangrentados por toda la cara.

Mientras nos mirábamos, me acordé de los avances que habíamos hecho en la fabricación del nuevo plástico. De la ingente cantidad de laboratorios clandestinos que habían nacido como setas en un bosque húmedo desde que se supo la noticia del malogrado laboratorio de la Ciudad Vieja y que, en un arrebato de orgullo humano, se había corrido como la polvora la necesidad de crearlos para intentar alcanzar el objetivo de la fabricación de los 10 kg necesarios lo antes posible. Era eso o lo contrario era nuestra extinción.

Han pasado seis meses desde aquellos funestos dias en las que el becario Erneesto Ramirez hizo volar accidentalmente el laboratorio. Isabel y yo estamos en disposición de afirmar que estamos a un par de dias, una semana a lo sumo, de alcanzar la producción necesaria.

******

Tres días más tarde…

Respuestos del ataque a la iglesia, hemos incrementado los preparativos. Todo está listo y a la espera de recibir la última remesa en el “laboratorio” improvisado que siempre fue la pequeña sala de estar de la casa de Isabel.

―Tranquilo, ya no puede tardar mucho―dijo Isabel mientras observaba como yo miraba compulsivamente el reloj y discretamente por la ventana.

¡¡riiinng!!

―Ahí está voy a abrir―añadío mientras decidí seguirla a la puerta.

―¿Cómo te llamas, amigo?―dijo ella.

―Lázaro, señora, es todo un honor para mi haber sido seleccionado para traerle este envio. Por favor, tengan éxito.―contestó un chico menudo con lágrimas en los ojos.

―No lo dudes, Lázaro―contestó ella mientras le acariciaba la cara y le limpiaba con el pulgar la lágrima que le corría por su mejilla.

―Estamos hartos de rezar el “padre nuestro” por todos nuestros seres queridos caidos en combate. ¡hartos!. Tienen que lograrlo, ¿Está claro?―dijo en tono de exigencia desesperada delante de los dos cientificos que habían insuflado esperanza a toda la humanidad mientras echaba a correr escaleras abajo.

Sin tiempo que perder, cerramos la puerta y nos dirigimos a la sala de estar.

Diez minutos mas tarde, añadimos los últimos

gramos al resto del rudimentario molde y dimos comienzo con el experimiento.

Dos horas después teníamos un tupper (ya frío y consolidado) para servir de recipiente y acto seguido comenzamos a elaborar la mezcla que serviría de combustible para la máquina del tiempo, tal y como indicaban las notas de mi antepasado Federico Arboleda.

Exhaustos y con la necesidad de tener que esperar a que la ciencia obrara su mágia alquimista, nos quedamos dormidos en los sillones de su sala de estar.

A pesar de las cortinas, el resol de la mañana siguiente entró por la ventana y nos despertó.

De un salto nos dirigimos a la mesa de operaciones. Miramos ávidos de resultados y…

¡¡EUREKA!!

Alli estaba, la célula de combustible se había logrado y permanecía estable. Lista para ser usada. Nos miramos con lágrimas de alegria y nos pusimos imnediatamente a fabricar más combustible para dos unidades más. Con ello, tendría para un primer viaje. El primer viaje sería para ver a mi abuelo y explicarle todo esto. Se lo debía.

Después, es mi obligación viajar a los tiempos de Federico Arboleda y devolverle sus “Conclusiones técnicas de un cientiífico en Santa Marta del Grillo Cojo” para que puedan acabar llegándoles a mi abuelo y pueda mejorar la formula, tal y como había logrado en el pasado antes de que yo decidiera robárselas al comienzo de toda esta historia.

A continuación y con la tercera unidad, regresaré a mi tiempo que, espero sinceramente, que sea muy distinto a este.

Pues bien, esa misma madrugada y mientras se acababan de fabricar las otras dos unidades de combustible, fuimos preparando todo para el viaje en el tiempo. La máquina en si, tal y como se podría pensar, no existe. La máquina del tiempo es un vórtice que se materializa delante de ti cuando activas la batería portátil que se sincroniza con el dispositivo móvil que llevas en la muñeca. Es un portal por el que puedes atravesar cual agujero de gusano, plegando el tejido espacio-tiempo.

****

A la mañana siguiente…

―¿Tienes todo?―pregunto ella con ansiedad controlada.

―Si tranquila―contesté palpando las tres unidades de bateria y el bolsillo delantero de mi abrigo. Dos baterías estaban bien sujetas a mi cinturón y la otra estaba en mis manos con el dedo pulgar sobre el botón accionador.

―Espero que todo salga bien, David. Búscame cuando regreses, ¿Me lo prometes?―me preguntó con el gesto congestionado.

―Dalo por hecho―le dije mientras le guiñaba un ojo y le sonreía trasmitiéndole una falsa serenidad que no tenía.

―Buena suerte. Vete ya―añadío Isabel para terminar, mientras me hacía el gesto de darme paso.

Comprobé los datos en el dispositivo y apreté el botón con todas mis fuerzas. Todo se desvaneció a mi alrededor. Un instante después, me encontraba sin ningún genero de dudas, en el laboratorio de mi abuelo. Es como si no hubiera pasado el tiempo desde mi visita anterior. Salí de la habitación y me lo encontré en el salón. Estaba leyendo tranquilamente acomodado en su sillón favorito. Le conté todo lo que había sucedido y en ese instante un recuerdo en forma de fogonazo vino a mi mente.

―¡Eras tu!, ¡Tu eres el de la foto!, pero cómo es posible que no te reconociera.

―Hola hijo, llevo muchos años esperándote.

―Pero…―balbuceé mientras la sacaba del bolsillo delantero de mi abrigo.

―Es normal. Ha pasado muchos años. Además ahora estoy muy viejo y ahí no era más que un joven ansioso por descubrir los misterios de la naturaleza.―mientras señalaba (sin verlo) el contenido de la foto que mantenía entre mis manos delante de mis ojos atónitos.

―¿Pero…?

―Tranquilicitate. Ven. Sientate y te lo explicaré todo.

Me contó que antes de que le robara el manuscrito de su bisuabuelo Federico, había hecho una prueba y había conseguido viajar al pasado para conocerle y decirle que sus predicciones eran correctas. Esa foto que tienes en las manos es como esa otra que estaba colgada en el laboratorio, ¿verdad―mientras señalaba para la pared adyacente.

―Si…, pero…

―Si, la misma foto que tuvieste la necesidad de cogerme prestada en tu viaje anterior, ¿no es cierto?

―Si…pero ¿Cómo lo sabes? Cuando sucedió eso, tu no estabas.

―¿Estas seguro?

―No, pero…

―Tranquilo, era necesario que lo hicieses.

―Abuelo. No lo entiendo.

―Lo entederas todo cuando viajemos al pasado a ver a tu rebisabulo, o lo que es lo mismo mi tatarabuelo Federico Arboleda―dijo acercándose y quitándome con cuidado la foto de las manos.

Como comprederá, querido lector, por momentos entré en shock pero mi abuelo se encargó de tranquizarme contándome todo lo que había pasado y to lo que estaba por pasar.

Me aseguró que, cuando nos encontráramos con él, lo entendería todo.

Esa misma tarde, viajamos a Santa Marta del Grillo Cojo con la segunda de mis baterías ”Has hecho un buen trabajo, me dijo” y llegamos al claro del bosque que albergaba la casa del árbol.

Mi sopresa fue mayúscula cuando llegamos al pié de la casa y Federico nos echó la escala desde lo alto. Mi abuelo comenzó a trepar y con cada avance, retrocedía de edad. Para cuando se encotraba por la mitad, ya aparentaba mi edad y para cuando llegó arriba, apenas hubiera pasado por un jóven de veinte años. Normal que en aquella vieja y descolorida foto no hubiera reconocido a mi viejo y arrugado abuelo.

Yo no daba crédito y de repente Federico me silbó para llamar mi atención al tiempo que me tiraba una cámara Poraloid.

―Sácanos una foto. Esto hay que inmortalizarlo―dijo Federico mientras adoptaban la postura que tantas veces había visto en aquella vieja foto y yo la cazaba al vuelo.

Si enteder bien cómo era posible que yo hubiera sido el que había sacado esa instantánea en otra vida, no lo dudé y disparé en cuanto adoptaron la pose y estuvieron listos. La máquina hizo su trabajo y nada más sacudirla para secarla, los colores desaparecieron quedando la foto en blanco y negro que tantas veces recordaba. No entendía nada de todo aquello, pero estaba feliz de estar allí, con ellos.

―Ahora sube aquí y come algo antes de volver a tu tiempo. No es bueno andar pegando saltos temporales con el estómago vacio. Hazme caso―dijo Federico sonriendo seguido con complicidad por mi abuelo que me hacía gestos para que le hiciese caso.

Tengo que reconocer que las horas que me pasé con ellos se me pasatron volando, entre aprendizajes de alquimista, mezclados con experimientos fallidos como los del 50% o algunos otros que a buen seguro, el pueblo recordaría para siempre.

Tras despedirme, miré una última vez hacia atrás antes de adentrarme en el bosque y ya no estaban asomados a la casa. “es mejor asi” pensé mientras comprobaba los datos de mi destino y activaba la última bateria.

Automáticamente me encontré en casa de Isabel que tras esperar pacientemente a que me materializara y desapareciera el vórtice se avalanzó al cuello gritando de felicidad.

―Ha sido una pasada, en cuanto te fuiste todo comenzó a transformarse a mi alrededor, como a cámara rápida, reconstruyéndose todo como por arte de mágia. ¡Mira, mira!―me dijo mientras me animaba a que mirase por la ventana.

Una espectacular ciudad futurista, con naves y artilugios voladores por todas partes surcaban el cielo delante de mi vista.

―Lo has logrado David―. Me dijo con lágrimas en los ojos.

―Los dos, Isabel, lo logramos los dos y todos los que lo hicieron posible―mientras nos quedábamos absortos con la vista perdida en el infinito.

¿FIN?

¿Qué fue del sincronauta Andrés Miramontes y que relación tenía con Federico Arboleda y su abuelo? Quien sabe…

.

FÉLIX MELÉNDEZ

En la penumbra oscura de una habitación solitaria, el canto sordo del silencio se extendía poco a poco por toda la estancia, el eco, la fragancia de la tranquilidad del sosiego se podía cortar, había un silencio supremo.

Al abrigo de una pequeña vela de té, una diminuta luz bailaba al son de su llama, que luchaba por mantenerse derecha, erguida, pero por alguna extraña razón no lo conseguía, se balanceaba a ambas partes, se torcía y torcía como si se cayera, pero no se apagaba, solo un fino hilo de humo imperceptible, subía derecho, enhiesto al techo, un manto invisible que desprendía el olor a incienso.

Sobre un viejo sillón recostado descansaba una persona con los ojos cerrados, y la mente concentrada. En las manos tenía un Rosario.

El silbido de las oraciones y plegarias se escapaba llenando la habitación, era una melodía casi imperceptible, solo eses se apreciaban, el tiempo no existía, el mundo parece parado, todos los días igual, las manos pasando las cuentas desprendían unos extraños reflejos, muy difusos casi inapreciables a la vista humana, era la energía que lentamente fluía como un vapor de agua, subía y desaparecía.

La Fé a conciencia mueve montañas. Así día tras día. Y lo que no puede explicar la ciencia, allí estaba.

Un grito sonó rompiendo el silencio.

¡Hijo mío!

Madre. No sufras más. Ya estoy en los cielos, gracias por tus oraciones. Estoy bien, no tienes de qué preocuparte.

¡Que estás en los cielos! Repitió la madre.

Las lágrimas brotaron por las mejillas dejando el rastro de gran felicidad. Y una luz intensa completamente blanca, se fue tenuemente apagando, quedando de nuevo el silencio, la oscuridad y la vela.

ARMANDO BARCELONA

ESTO ES UN SINVIVIR

Querida Amelia:

Dirás que siempre te cuento la misma milonga, que no tengo perdón, que soy un malqueda, y tienes razón. Escribirte unas letras tampoco me costaría tanto, pero qué quieres, aunque no te lo creas, esto de estar muerto es un sinvivir. Te parecerá un contrasentido, pero por mucho que digan de la eternidad, aquí el tiempo pasa volando y entre unas cosas y otras, pues hija, se me va el santo al cielo.

Ya sabes que nada más llegar, gracias a Ramiro, la primera noche, conocí a Jesús en un local de marcha, (https://www.facebook.com/groups/811400155624782/search/?q=Ni%20tan%20mal), su padre es quien corta aquí el bacalao. Son una familia muy maja, les he caído bien y voy mucho por su casa.

El chico anda con una peña pija, que le baila el agua, y suele meterse en algún que otro lío, (https://www.facebook.com/groups/811400155624782/search/?q=una%20de%20romanos_01), pero es buena gente. Sí, mujer, es el mismo que me consiguió el curro, el de la movida con su churri por lo del santo prepucio (https://www.facebook.com/groups/811400155624782/search/?q=en%20busca%20del%20prepucio), ya sabes.

El caso es que hace unos días me llamó su padre, el CEO del cotarro, quería hablar conmigo en plan colegas y quedamos en «El 69», pero en la zona VIP, como no podía ser de otra manera. Cuando llegué ya estaba Él, tomándose unos tragos con Buda, Visnú —Brahma y Shiva estaban en un concierto de Taylor Swift—, Haile Selassie, y un señor moreno que gritaba mucho; más tarde supe era Harry Belafonte.

—¡Miguelico, machote, caro te haces de ver! —Me saludó con un exceso de efusividad, que me dio mala espina—. Anda, siéntate con nosotros. Jacob, mira a ver que toma el chaval —llamó la atención del gerente, que ante semejante grupo de notables hacía las veces de camarero.

Estaban jugando a la baraja: «Blackjack, si quieres entrar te damos crédito», dijo Él. Belafonte oficiaba de crupier. Preferí quedarme observando; a mí los juegos de azar me dan cosa y como estos apuestan fuerte no quise meterme en líos. Jacob me trajo el güisqui, Haile Selassie me pasó un porro, le di una calada y lo hice rular.

Estoy preocupado, Miguel, maño —levantó el Boss un pico de la carta que había pedido y dio dos golpecitos en la mesa con los dedos, dando a entender que se plantaba—, hace días que no sé nada de Joshua.

Solo Él y María, la madre, usan la fórmula judía para referirse a Jesús; los de la pandilla lo llaman Maestro, Rabí, Emmanuel, algunos le dicen Cristo. Magda, su chica, le aplica el apelativo cariñoso de «churri», pero yo le trato de «co», que en el lenguaje de mi tierra es una manera amistosa de saludarse: «Qué pasa, co», es como decir, «qué pasa, tío, amigo, compañero».

No tengo ni idea, estará en casa de algún colega, recuperándose de un botellón, o con Bob —me estaba refiriendo a Bob Marley, el profeta rastafari—, ya sabes que los dos son muy marianistas.

Haile Selassie pidió carta e hizo un gesto negativo con las manos.

Lleva como dos meses sin aparecer por mi barrio y Bob llegó ayer de Marruecos con un kif que levanta muertos, cien por cien ketama. Tengo un par de cachos por el bolsillo, luego nos liamos unos canutos.

Todos se mostraron de acuerdo con la propuesta del Ras Tafari.

No, esta vez la cosa es más seria —se le notaba al Padre cara de preocupación—. Dejadme que os los explique.

»Hará quince días tuve una charla con él, quiero que se implique más, ya no es un crío y va siendo hora de que me ayude a gestionar el negocio, estoy saturado. No hace falta que os diga el merdé que me tienen montado los gilipollas de allí abajo: lo de Gaza clama al cielo, el pueblo elegido ha entrado en una espiral de exterminio genocida, que reproduce los efectos de un síndrome de Estocolmo, que algunos tenían en stand-by desde el 45, solo que ahora aplican la disciplina recibida en carne ajena. Por otra parte, las milicias y regímenes propalestinos, amenazan con hacer de todo aquello un polvorín. Rusia amaga con una guerra nuclear, si occidente sigue echándole un capote a Ucrania; Europa se llena el ombligo de comisiones parlamentarias destinadas a estudiar los conflictos, para así tener dónde esconder la mirada, y en Estados Unidos, un neonazi grillado, con tupé y ninguna vergüenza, amenaza con volver a tomar en arriendo la Casa Blanca.

Belafonte había dejado de dar cartas y todos seguíamos, expectantes, el discurso del Boss.

Y tú, que eres el Dios de Abraham, común a todas las religiones metidas en ese lío, tienes el buzón de peticiones y sugerencias a reventar, ¿me equivoco? —intervino Buda, haciendo chascar los dedos para llamar la atención del crupier.

Lo has clavado, gordito —respondió Él—. ¿Cómo haces para tener a los tuyos entretenidos? Me admira y no me lo explico.

Buda, siempre sonriendo, se amasó las lorzas y juntando las manos en un gesto de meditación, respondió:

Muy sencillo, amigo, les prescribo la introspección, que buceen en su interior buscando el conocimiento de su yo intrínseco. Eso es una tarea sin fin, de manera que se pasan la vida dándole vueltas a su existencia, como el perro que trata de morderse la cola, y a mí me dejan tranquilo.

Yo, Amelia, alucinando, tía. Esta gente juega en otra liga. Apuré el güisqui y me pregunté qué cojones hacía allí.

¡Qué listos sois los chinos! En fin, a lo que estamos —retomó el Padre la exposición de motivos—. Le dije al chaval de bajar a la Tierra para que se hiciera notar, ya sabéis: mítines, sentadas, llamadas al diálogo y la contención; en fin, que pusiera un poco de orden, nada más. Pero se lo tomó por la tremenda y, oye, no veas lo carajero que se puso, faltón, insolente, soltó de todo, por esa boca.

Visnú se rascó el culo con la mano derecha inferior, a la vez que se metía el índice de la superior derecha en el oído y se agarraba el paquete con la inferior izquierda; con la que tenía libre se hurgó la nariz.

Qué querías, después de las putadas que le hiciste pasar la primera vez —dijo con un tono de suficiencia que, por su lenguaje corporal, al Boss le sentó como un tiro.

Bueno, eso según se mire, tú, hay cosas que vienen con el cargo —intentó justificarse—. Todo influye, sí, pero Joshua lleva un tiempo muy raro, haciéndose preguntas, rebotadísimo con lo de la inmaculada concepción de su madre, la intervención del palomo le parece perversa, y en aquel momento de mala uva, volvió a sacar el tema.

Haile Selassie lió cigarrillos para todos. Yo no quise. Me estoy quitando.

»Mi mujer y yo lo habíamos hablado ya, era una manera de salir del paso, pero nos resistíamos a ponerla en práctica porque no sabíamos cómo iba a reaccionar. Sin embargo, en aquel momento, con el berrinche que me estaba montando, el estrés y la carga de trabajo, se me dispararon los nervios, tiré las patas al aire y se lo solté: «Joshua, no toques más los cojones con eso porque eres adoptado». No dijo palabra, se quedó un rato pensativo, luego meneó la cabeza, me hizo una peineta, salió pitando y hasta hoy.

Amelia, cariño, me pinchan y no sacan gota, te lo juro. Los demás, igual, no daban crédito. Buda estaba con los ojos como botijos; a Visnú le faltaban manos para taparse la cara; Belafonte se pimpló de un trago, a gollete, una botella de Tomatin 18 y a Selassie, que iba ya por el segundo peta de kif, le entró la risa floja y acabó meándose en los pantalones.

Miguelico, anda, mira a ver qué puedes hacer, da voces por ahí, que tengo a la madre con un sofoco del copón, ni me da la cara. Encuéntralo, dile que no es adoptado, que era una coña; ya le explicaré lo del misterio trinitario con más calma, y que aborto la misión de volver a la Tierra, ya mandaremos algún arcángel que quiera hacer méritos, pero que deje de hacer el capullo y vuelva a casa. Por tus muertos, Miguel, hijo mío.

Y así están las cosas, Amelia, para que te des cuenta del lío y entiendas el poco tiempo que tengo para mis cosas. Pero prometo que sacaré para mandarte unas letras más a menudo, corazón.

Ahora te dejo, mi amor, que me está entrando un Whatsapp de Jesús, a ver si puedo dar con él, y cuida con mi amigo Ricardo, reina, que siempre ha sido un buitre manos largas y tú más infeliz que el palo de un chupachús.

Este que te quiere.

PAULINA RODRÍGUEZ

A ti, que estás en los cielos y llevas muchos años perdiéndote la vida.

A ti, que aquella enfermedad te arrebató la vida.

Desde que estás allí arriba no me has visto evolucionar a lo largo de los años.

He cambiado mis lágrimas por letras que te envío y leo en voz alta.

Te visito y cuento lo que pasa en el mundo, aunque solo las cosas buenas. Bastante triste es ya estar separadas.

Subió la abuela contigo y desde arriba mandáis señales para guiarme en la vida.

El otro día un arcoíris me indicaba vuestra sonrisa de orgullo.

Me gustaría saber como se vive allí arriba, si pensáis en nosotros o si también lloráis la lejanía.

Desde que estáis allí arriba os habéis convertido en musas e inspiración.

Ahora me fijo más en los detalles.

En los atardeceres y esos cielos llenos de colores preciosos.

En las mariposas que revolotean a mi alrededor.

Las formas que nos dibujan las nubes.

Supongo que me fijo y busco algún mensaje vuestro.

Desde que estás en los cielos la vida es más triste aquí abajo.

ANTONICUS EFE

Extremadura profunda a 18 de septiembre del año de vuestro señor de 2024.

Querida amiga que estás en los cielos.

Me pongo en contacto contigo para decirte que no pienso derramar una lágrima más por ti. Fuiste un rayo de sol en mi vida, la nube que regaba mi desierto cuando necesitaba agua y la sombra que que mis penas cobijaba, eso siempre lo tendré presente, pero he decidido no sufrir más por tu ausencia. Fuimos almas gemelas, el yin y el yan, los protagonistas de nuestra propia telenovela y dos suspiros que se podían acompasar, fuimos todo eso y puede que aún más, pero no pienso volver una lágrima por ti a derramar.

Te fuiste de repente dejándome a merced de la soledad, todavía no comprendo el por qué y puede que no lo haga jamás. Hace ya casi tres meses de tu partida y hoy por fin he vuelto a sonreír, tú decidiste ser azafata de vuelo y marcharte por ahí. Qué sepas que he empezado a salir con una enfermera que tiene plaza fija en el centro de salud del pueblo y además es de aquí.

Querida amiga que estás en los cielos que te sea feliz tu rodar, pero que pierdas el avión en Nueva Zelanda y no puedas volver a regresar.

Saludos y que sepas que no te guardo rencor.

Nunca más tuyo… quién tu sabes.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

Hay decisiones que determinan una vida. A veces, para siempre. Él aún no lo sabía, pero aquella desangelada mañana de un lunes cualquiera la suya estaba a punto de dejar de ser la misma.

Cargaba a sus espaldas una historia gris, la de alguien cansado de ser un alma errante y soportar el peso de vivir. La inabarcable y despiadada ciudad ya le quedaba muy grande. Fue por ello, quizá, por lo que tomó la firme determinación de no moverse más. Por última vez arrastró los pies sobre sus calles, barriendo los adoquines, descalzo y acumulando una colección de heridas, las de fuera y las de dentro. Una vez tuvo claro el sitio, colocó sus escasas pertenencias y se recostó a descansar. Sus huesos y su alma crujían a la vez, con cada vuelta que daba sobre la cama. Se llamaba Ataúlfo, nombre de rey godo, posiblemente uno de sus recuerdos más lejanos, el de la lista de esos impronunciables reyes que aprendió en la escuela. Nadie llegó a saber si aquel era su verdadero nombre o simplemente se lo había adueñado, en un desesperado intento de olvidar una identidad y un pasado que le habían llevado a transitar la senda equivocada.

El hueco bajo las escaleras de acceso al parque se convirtió en su suite presidencial. Mal iluminada, pero espaciosa y funcional. El centro lo presidía una enorme cama de cartones tamaño king size que dejaba celosamente arreglada todos los días. En un rincón estaba la cocina, por llamarla de alguna manera, y el frigorífico, formado por una montaña heterogénea de comida rebuscada en los contenedores a lo largo de los días. Trataba de mantenerla en buen estado, amontonándola en el rincón más fresco y oscuro del inmundo agujero que ahora hacía las veces de hogar. El baño, con forma de bosque, estaba formado por árboles, muchos árboles, todos los del parque. Poco discreto, pero suficiente. Y por el hueco de la entrada disfrutaba de las mejores vistas al exterior, su ventana al mundo, siempre abierta de par en par. Por ella veía niños jugando y gente pasear, escenas que de cuando en cuando aportaban a su deshilachada vida leves destellos de felicidad.

Ataúlfo leía. Mucho. Cada cosa que caía en sus sucias y arrugadas manos. La vida se lo había robado todo, pero jamás le iba a arrebatar los pequeños placeres. De todos, la lectura era el más grande. Quienes le conocían le regalaban libros, que él agradecía con sonrisa sincera y un efímero rayo de luz en la mirada. Así había conseguido reunir su particular colección de clásicos, tan andrajosos y llenos de años como él, torpemente colocados sobre una estantería hecha de palets de madera. Quienes lo conocieron aseguraban que una vez incluso había soñado con ser escritor.

Un lunes, ese lunes cualquiera del que hablaba al principio, recibió la visita que menos esperaba. Un viejo enemigo, cogido de la mano de una mujer huesuda, tan anciana como la vida misma y enlutada de arriba a abajo, se presentó sin avisar. Bastaron diez minutos entre ellos. Nadie fue capaz de ver como prendió, pero el fuego pronto se hizo dueño absoluto de la vida de Ataúlfo, llevándoselo en sus brazos, igual que todo cuanto habitaba bajo aquellas escaleras. Un denso abrigo de humo negro lo arropó en segundos, sumiéndolo en un sueño profundo y eterno. Pronto estaría en un lugar mejor, con hermosas vistas, mucho más espacioso. Más limpio y más luminoso. Pero, sobre todo, más humano.

Años después, cada uno de nosotros retenemos en nuestra memoria aquel voraz incendio. Pocos, sin embargo, se acuerdan de Ataúlfo.

AMPARO SORIA

-Mi estrella favorita-

-Estoy bien, cariño. No te preocupes.

Aurelio habla cada día con su añorada esposa. Tras su repentina e injusta muerte por culpa de aquella maldita carta de expropiación, no ha dejado de contarle su vida, y su nueva ilusión. Jorge, uno de sus cinco sobrinos, lo acogió en su casa. Le acomodó la habitación a su gusto. Incluso, y eso se lo agradeció de corazón, permitió que le abrieran un tragaluz en el techo de su habitación. Aurelio pasa gran parte de las noches contemplando, tumbado en su cama, su trocito de cielo; estrellas, luna, nubes, lluvia, tormentas…en esas horas nocturnas las conversaciones imaginarias con Isabel, su esposa, son largas y reconfortantes. Esa noche es muy especial para ellos dos.

– ¿Recuerdas que te comenté que Jorge me animó a escribir? Yo, que sólo he escrito para firmar recibos…bueno, pues mira. –Aurelio muestra emocionado al cielo un libro, MI ESTRELLA FAVORITA. – Ahora que estás en los cielos, aunque preferiría millones de veces que estuvieras aquí a mi lado, quiero enseñarte mi libro ¡Sí, cariño, mi libro! Jorge me ayudó y se encargó de todo. Yo solo he tenido que escribir, a mi ritmo, mis recuerdos, nuestros recuerdos. –Aurelio ojea orgulloso el libro mostrando sus páginas llenas de sentimiento.

Jorge consiguió así, que su tío, además de distraerse y ejercitara su memoria, encontrara una nueva ilusión para vivir. Tenía claro que el recuerdo de su tía permanecía cada minuto en su corazón. Pero mientras duró el proyecto de escritura y publicación del libro, Aurelio se sintió feliz e ilusionado. De eso estaba seguro.

– ¿Te gusta el título, cariño? Mi estrella favorita. Lo elegí yo mismo. Esa eres tú. -dirige sus ojos cristalinos y una sonrisa a las estrellas. -Nuestros recuerdos no morirán jamás porque están aquí, escritos. Gracias a Jorge.

JUAN PEÑA

El Viento Azaroso (…que estás en los cielos. Para el tema de la semana)

Hay silencios que aburren; silencios que agobian; silencios que seducen; silencios que delatan; silencios que afligen; silencios que esperan; silencios que consumen; silencios que imploran; silencios que mienten; silencios que distancian; silencios que duelen; silencios que culpan; silencios que temen; silencios que atacan; silencios que exigen; silencios que aman. Hay infinidad de silencios y todos, sin excepción, dicen más de lo que callan.

Y solo hay una forma de desembarazarse de un silencio perturbador gritando verdades o necedades a la conciencia: hablar.

Saúl fue el primero en hacerlo, quizá, porque los alaridos de remordimiento que lanzaba su silencio le eran insoportables. Doña Rosario lo había salvado y él se lo pagaba huyendo. No lograba consolarse pensando que no había tenido opción, pues sabía que era una mentira cobarde, como lo son las verdades a medias. Pero el silencio no entiende de medias verdades y le escupía a la cara, que había abandonado a Rosario Roberto.

Si se hubiera quedado podría haber muerto, cierto; podría no haber servido de nada, casi seguro; podría haber sido un estorbo, quizá, pero nada de eso impedía que sintiera desazón y culpabilidad por haberla dejado sola, a su suerte, librando una batalla en la que, a pesar de lo que había asegurado Ulmer, tenía todas las de perder. Lo que había dicho Ulmer…

―¿Quién es doña Rosario? ¿Por qué estás tan seguro de que la Sura no la matará?

Saúl preguntó, por romper el silencio, por deshacerse de sus gritos, esperando una respuesta que le hiciera sentirse mejor. Ya no le importaba ni que fuera media verdad ni media mentira, solo quería recuperar la paz, el sosiego.

―¿Rosario? ―dijo Ulmer saliendo de su ensimismamiento, de su mirada perdida en el horizonte, de su silencio.

Saúl asintió. Ulmer rebuscó en los bolsillos de su chaquetón y sacó un palo de regaliz. Se lo puso en la boca y dijo:

―¿Conoces la isla Ávalon?

¡Ávalon! ¡Quién no ha oído hablar de la mítica isla de las manzanas! ¡Cómo no la iba a conocer Saúl!

―No.

Vaya, pues no la conocía. Qué irritante y vergonzoso desengaño. Ávalon es una de mis historias favoritas, tal vez, por eso, pienso que todo el mundo sabe sobre ella.

Ulmer asintió, mordisqueó el palo de regaliz y alzando la voz, preguntó:

―Talía, ¿quieres escuchar la leyenda de Ávalon?

―Si no hay más remedio…

Ulmer le guiñó un ojo a Saúl, que sonrió con complicidad.

―Ven aquí, la escucharás mejor ―le sugirió Ulmer.

Talía bufó, pero salió al pescante y se sentó en una esquina, dejando a Saúl en el medio.

―¿Has traído la bota de vino? ―le preguntó Ulmer.

―No.

―Voy a por ella ―se ofreció Saúl, solícito.

Entró en el carro y oyeron cómo rebuscaba.

―No la encontrará ―pronosticó Talía.

Ulmer se giró y dijo:

―A tu izquierda ―miró a Talía con cara de extrañeza exagerada, volvió de nuevo la vista hacia Saúl, y le aclaró―. A tu otra izquierda.

Talía se llevó una mano a la boca para que no se le escapara una carcajada, sabía que Saúl tenía la piel muy fina y no quería que pensara que se burlaba de él. Al fin, después de mucho desordenar, Saúl salió de nuevo al pescante, con una expresión triunfal.

―No sé a qué viene esa cara ―le dijo Talía―. Estaba a la vista, colgada de una alcayata, en una de tus dos izquierdas ―no pudo resistir la tentación de mofarse.

Saúl no se molestó, sino que sorprendiendo a Ulmer y Talía, siguió la broma:

―Debe ser por eso que no hago nada a derechas.

Ulmer se rió, pero Talía pensó que no era un chiste, sino un sentimiento disfrazado. Se permitió ponerle una mano en el hombro, como antes habían hecho doña Rosario y Ulmer, algo a lo que Saúl se estaba acostumbrando y que le recordaba que ya no estaba solo en las calles de Silena, y le dijo:

―La próxima vez, solo hace falta que te gires y mires en la misma dirección que Ulmer para saber a qué izquierda se refiere.

En esas estaba, en mirar en la misma dirección que Ulmer y pretendía seguir intentándolo.

―¿Nos cuentas la leyenda de Ávalon? ―preguntó.

Ulmer arreó a los caballos, era noche cerrada, pero no podía dejar que aminoraran el paso. La posada El gato de Hermón ya no debía de estar muy lejos. Esperaba llegar sin contratiempos. Refugiarse y pensar, mientras tanto, para olvidar por un rato los silencios, podía contar la historia.

―Vamos a ello ―dijo―. Ávalon es una isla perdida en la inmensidad del océa…

¡Pero no! No voy a dejar que Ulmer cuente la historia. No ésta. No puedo permitir que la destroce y la tergiverse, que la llene de cursiladas como hace con la de Koulión. ¡Esta historia me pertenece, ésta la voy a contar yo!

Pero antes debo presentarme. Sería una falta de decoro no hacerlo, pues en el nombre, ya está dicho, va una parte del alma y, aunque nunca seremos amigos, sino, más bien, todo lo contrario, nobleza obliga, pues es justo saber a quién te enfrentas y contra quién te juegas los óbolos, que en la muerte cubrirán tu boca.

Soy el que entra en los sueños para convertirse en tus peores pesadillas; soy el fuego que te llama y tienta para abrasarte eternamente; los mil pecados capitales; soy la banalidad del mal; la fe oscura; soy la ambición infeliz; el odio gratuito; soy la conciencia in albis.

Soy el último de los Elharim, custodio de la magia ancestral; de la palabra sagrada; del conocimiento antiguo. «Demonio», me han llamado los que sufrieron mi furia. «Demonio», también, sus descendientes, padeciendo el miedo constante de verme aparecer, de improviso, entrando por sus ventanas, lanzando rayos por los ojos y fuego por la boca. Por mí inventasteis a Dios para que os protegiera, le rezáis, pero está en los cielos, muy lejos, demasiado para escucharos, y lloráis. Por eso, los humanos pusisteis postigos y rejas, insuficiente ayuda. No acotan el miedo. Por mí, os quitáis la vida, cuando aún pensáis que es vuestra. Mi nombre es Eckhart, el Viento Azaroso. No vayas, de aquí en adelante, a olvidarlo.

Y voy a ser yo, quien os cuente la verdad sobre Ávalon.

EFRÁIN DÍAZ

Pocos creen en los milagros. Menos aún en los ángeles. Bobby era uno de esos incrédulos que, como santo Tomás, necesitaba ver para creer. Pero todo cambió cuando un ángel del desierto le salvó la vida.

Hastiado de la monotonía que lo consumía a diario, Bobby ansiaba algo distinto. Estaba harto de su rutina. Entonces, con un arrebato de aventura, tomó la peor decisión de su vida: inscribirse en el Maratón Des Sables, la carrera más dura del planeta. A Bobby le pareció retante y divertido. 250 kilómetros atravesando el Sahara, divididos en seis etapas. Candente sol abrasador de día, frío extremo de noche, y cada participante debía cargar su propia comida, ropa y bolsa de dormir. Bobby pensó que aquello le daría algo de sal a su desabrida existencia.

Sin pensarlo mucho, se inscribió, empacó lo poco que consideraba necesario y voló a Marruecos. Al llegar, se encontró con miles de corredores, todos listos para la gran travesía. Bobby, emocionado, se registró y comenzó la carrera.

Tres horas después, el entusiasmo se evaporó tan rápido como el agua en el desierto. Se dio cuenta de su monumantal error: no estaba preparado para los elementos, ni física ni mentalmente. Sus dispositivos de navegación, inútiles sin internet en pleno Sahara, eran poco más que pisapapeles tecnológicos.

Cuando cayó la noche, los corredores sacaron sus sacos de dormir. Bobby, agotado, cayó rendido al instante. Al despertar estaba solo. Ni un alma a la vista. Todos habían continuado mientras él dormía profundamente. Entró en pánico. Sin sistema de navegación, sin compañeros, y sin idea de cómo regresar a la ruta, su mente comenzó a jugarle en contra.

Caminó sin rumbo, guiado solo por la desesperación, agotándose cada vez más. El agua era vital, y para conseguirla, tenía que encontrar los puntos de suministro, pero sin rumbo, eso era imposible. Deshidratado y desesperado, comió lo poco que le quedaba, intentando prolongar su supervivencia.

Finalmente, cayó exhausto en la arena, sin fuerzas para levantarse. El Sahara parecía ser su tumba. Con su último aliento, miró al cielo y comenzó a rezar. «Padre nuestro, que estás en los cielos…», pero antes de terminar, se desplomó.

Cuando despertó, creyó estar en el más allá. Lo rodeaban hombres de piel todtada y curtida, envueltos en túnicas azules. Había sido rescatado por los tuareg, los verdaderos amos del desierto. Los tuareg, una antigua tribu bereber nómada, recorren el desierto en caravanas, cruzando Marruecos, Libia, Níger, Mali y más. Sus ropas, teñidas especialmente para soportar el calor, dejan sus pieles con un tono azulado, lo que les ha dado el nombre de «hombres azules».

Los tuareg lo acogieron en su caravana. Le dieron agua, comida y lo cuidaron hasta que recuperó fuerzas. Nueve días más tarde, lo dejaron en Nigeria, pero no sin antes pedirle un buen pago por haberle salvado la vida.

Bobby nunca completó el Maratón Des Sables. De hecho, los organizadores lo habían dado por muerto. Pero su inesperada reaparición lo convirtió en toda una celebridad. Había vivido la mayor aventura de su vida, y si no hubiera sido por los tuareg, esos ángeles nómadas del desierto, nunca habría vivido para contarla.

IRENE ADLER

PARHELIOS

Frank Hurley que estás en los cielos…

¿Aún buscas el modo de fotografiar un parhelio? Esa luz oblicua y misteriosa, esquiva como acostumbran a serlo la suerte o los besos. Una ilusión óptica, un destello repetido y gemelo que confunde a los hombres y se rodea de los aullidos de los perros.

Era tan difícil fotografiar el Tiempo…

La lenta sucesión de soles y reflejos; la cándida seducción de los pingüinos de Adelia; lo monstruosa que puede llegar a ser la voluntad de un hombre cuando resulta tan inquebrantable como lo son la fe, el hambre o la nostalgia.

Tú sabías, con una lucidez que se parecía mucho a una derrota, que sin las placas de vidrio vuestro esfuerzo moriría, sometido al juicio arbitrario de la memoria bastarda de los hombres.

Tan ingrata la memoria como olvidadizos los hombres…

Hoy miro tus fotos y entiendo el precio y el frío y el hielo, y todo lo que hay de dudoso en la eternidad. Fotos de abismos y grietas; de rostros de hombres y perros; de focas heridas y barcos que soportan— como hombres tercos— el peso de la muerte y de la vida.

Frank Hurley que estás en los cielos…

Hoy miro tus fotos y pienso:

Bienaventurados los curiosos…

Porque ellos heredarán la tierra.

MARÍA GALERNA

«Así en la tierra como en los cielos»

Dios, un día de esos en los que estar en los cielos le aburría, pensó: Me apetece reproducirme, pero me da pereza ir a anunciarlo. Y mandó al Ángel. Él se quedó ahí en lo alto, cotilleando con su «Ojo de Sauron».

Y aquí comienza la muy desconocida «Renunciación».

En un total recogimiento se las podía oír rezar con gran fervor: «Al Monasterio de Gaghard dice el obispo que vaya, a ver si allí me llenan toda, todita de graaaciaaa…».

El Ángel se acercó a las orantes, y batiendo las alas, señaló a una en concreto mientras declamaba:

—Soy el followers del influencer «el Altísimo». María, pronto tendrás un hijo…

—¿Lo qué? —le interrumpió la delicada muchacha.

—Que serás la madre del hijo de Dios, María, esposa del Josua.

—Espera, espera… ¿esposa de quién?

—Del Josua.

¿A cuál Josua? —preguntó con una suave voz de choni poligonera—. Tú tas fumao, plumas.

El Ángel se quedó «a nubes», y después de reflexionar consigo mismo, inquirió:

—¿Eres tú, la María, la churri del Josua «el Hacker»?

—¡A…cabáááramos! ¡Nooo! Yo soy la María Muffins.

Y el Ángel renunció a María…

LUISA MARGARITA

«INTACTA SOBRE LA VIDA»

Cuando me dijeron : estás en los cielos y si te caes será duro, me reí. Nadie sabe ni sabrá lo que sucede dentro de mi, lo que pasa por mi pensamiento aunque parezca que no estoy en el lugar. Soy profunda, más bien estoy en el centro del mundo, jamás me evado si no que reflexiono, analizo y tomo dominio de la realidad.

La noche que yo sentí el ruido en la habitación de al lado inmediatamente pasé los pestillos y llamé a la policía . No tenía cómo defenderme y supe que debía actuar rápido porque si estás solo en una casa no esperas que se escuchen pisadas ni que se abra abruptamente una ventana. Alguien me había dicho estás en los cielos que era igual a decirme que las situaciones me pasaban inadvertidas y no era así, en este minuto yo lo estaba demostrando, mi mente era ágil y mi capacidad para detectar peligros estaba a tope.

Otro extraño sonido me alertó, debía encerrarme en el baño porque estaban tratando de forzar mi puerta, la puerta que hacía un par de minutos había protegido con pestillos.

Un disparo atravesó la madera y se incrustó en el tocador.

Se ponía cada vez más seria la situación y la policía no llegaba.

De pronto

el sonido de las sirenas irrumpió ensordecedoramente

en mi cabeza. Ya venían en mi auxilio, ya no perdería la vida luchando contra un intruso.

Afuera pasos, disparos y gritos se sucedieron intermitentemente. Una voz, al rato, me gritó: –abra la puerta la sacaremos de aquí sin que le pase nada!

Se hizo un vacío de palabras y de ruidos y yo me acerqué sigilosa a la ventana.

Vi cuerpos cubiertos con lonas amarillas.

Corrí hasta la puerta

y la abrí de par en par, ante mi estaba un policía sudoroso que me tomó del brazo. Vamos – me susurró – los dos están muertos: el asesino y el vecino!

_¿Cómo? – pregunté

Y no hubo una explicación coherente, así que supuse que cada cual por sus propios motivos eligió

irse al cielo, lo cierto es que yo seguía intacta sobre la vida!

Luisa Margarita

YOMALCKY OSORIO

Quizás caminando por las nubes.

Quizás contando las estrellas una a una.

Quizás observando el firmamento.

Quizás abrazando a las aves de mil colores.

Quizás contemplar el nacimiento de una flor en todo su esplendor.

Quizás jugar con las delicadas caricias de la brisa.

Quizás esculpiendo figuras con el rocío.

Quizás delineando cada color de un nuevo amanecer.

Quizás pensando en los que te recuerdan a cada rato.

Quizá esparciendo sonrisas a granel.

Quizás esperando a volver a abrazar a los que se quedaron debajo del cielo.

Quizás allá no existen las despedidas.

Quizás vestida de Blanco como una novia eterna.

Quizás con un vestido de princesa, en la eterna primavera.

Quizás sea solo descansando de un cuerpo ajetreado por el tiempo.

Quizás ya no estes triste, solo felicidad infinita caminando en calles de cristal.

Quizás también con tu mamá ya te has encontrado y se han fundido en un gran abrazo.

Quizás estes leyendo, cada línea que se escribe con tanto amor y el más profundo sentimiento, las lágrimas empiezan a brotar, de alguien que se atisba en el espejo a ver si algo de ti ha de encontrar.

Que estás en los cielos….

Se extraña demasiado cuando colocaba la taza de café en las manos, era un momento de gloria sin igual.

Quizás allá no lo preparan igual.

Que estás en los cielos … No hay un día en que no pensamos,

Que estás en los cielos….

«SIMPLEMENTE TU «

HAROLD LIMA

Charly, mata a esas elfas.

—Como es en el cielo es en la tierra… Menciona a viva voz el viejo padre Tom, apenas se le escucha por el ruido de las aspas dem helicoptero; los nuevos sonrien confundidos, sus caras valen como un millon de yuandolares. Algunos dicen que en el hogar el viejo tom era un padre y organizo una secta que se suicido y solo el sobrevivio; se dicen muchas cosas del batallon C‐56. Pandillas de mercenarios, nido de bichos raros. Todo es cierto, nos vendemos a quien quiera pagar nuestras fianzas, ocultar nuestros crimenes o solo dar una pension a nuestras familias. Todos rumorean, pero nadie lo dice mas alla de los días que nuestra teniente nos festeja con vino de la patria, esa bruja es cruel. Pero, sabe ganarse a su personal. Maldita, un brindis por ella.

El viejo loco, sigue con su discurso religioso y nuestro helicóptero toca tierra en un páramo.

—Alfa‐Bravo456. Vamos por el sector. —Nadie contesta y tomo eso como confirmación, siempre es mejor solo avisar. Ya las naciones unidas se preocuparan por el papeleo.

—¡Vamos, vamos, hay que limpiar!

El viejo Tom va por el lanza llamas, me preocupo los nuevos tomen el equipo básico, esto será rutina. Pero, aun así temo nos encontremos con duendes o hadas; esas cosas aman despellejar a sus enemigos. Según el informe aquí solo hay tribus de elfos y algun duende inofensivo, ya la artilleria

Se ocupo del nido de dragones del oeste.

Aldea a dos clics.

—Samuel y su equipo al oeste y los demás a limpiar al este. Ya escucharon, el resto a instalar antenas.

El olor a carne quemada es molesto, la pira es cada vez más grande, el equipo de Samuel pide apoyo, esas hadas son un problema, mando a algunos muchachos. Tom se divierte con una elfa. No le culpo, este mes no llegó el regimiento de visitadoras. La elfa grita y trata de cortar el cuello de Tom con una cuchilla que ocultaba entre sus ropas, él la desarma rápidamente y la toma. Yo miro a otro lado, nunca lo haría con esas cosas.

—Y dios vio era bueno… dice el granuja mientras corta el cuello de la muchacha, apenas se mancha de sangre y la lleva a la pirra para quemarla. La zona está asegurada.

—Muchachos, salimos. Tienen hasta las 800 para terminar. Quiero informes en mi escritorio mañana.

Tom se acomoda los pantalones mientras, parafrasea a algún apostol. Los niños elfos se acercan en busca de algún chocolate o ración, él se lleva a una de ellas entre los matorrales cercanos, algunos soldados lo imitan

La radio esta entrecortada.

— Charly, bravo, Alfa 56. Situación crítica. Ataque, sorpresa apoyo inmediato.

Son esos engreídos de la base principal. Seguro desean marchemos como monigotes para algún político visitante. Es increíble creer que el mundo gastará billones en ese portal y ahora economicen en abastos como el café.

Ese viejo asqueroso arrastra los cadáveres a la hoguera. El lugar está seguro y saldremos en tanto llegue el helicóptero.

Un pequeño estruendo nos manda al suelo a todos. A lo lejos los enormes anillos sobre el valle de ulntar, caen como cartas de baraja, en el ocaso se ve un helicoptero que nos llevará a solo las ruinas.

El polvo se levanta a medida que nuestro transporte llega. Subo sin la certeza existe aún un lugar donde llegar. Las malditas hadas entraron en el perímetro defensivo. Bombardearon el anillo de tres kilómetros enviado pieza por pieza desde la tierra por el portal dimensional. Sólo puedo ver a lo lejos polvareda y lo que parece una dona a medio comer.

Tom dice: —Que estás en los cielos. Los jóvenes le miran procurando evitar alguna risa yo solo soy jefe de la patrulla.

—Esos bichos saben lo que hacen, antes eran como animalillos asustados y hoy voleccuonan orejas de humanos, temo mañana esas cosas me despellejen vivo. Los anillos siguen cayendo al suelo, a lo lejos, me aproximo al piloto.

—Gira al mar interior. Es una orden. Ahí estaremos un tiempo seguros.

Tom, se lanza al suelo. Profetizando algo..

—Que estás en Los cielos. —Dice. Yo asiento y busco en el horizonte a ese dios que perdona su párroco viole menores y luego las mate sin preocupación.

Maldito el día que la humanidad pudo viajar a otros mundos alternativos, nunca le basto solo visitar los carentes de vida.

«Charly mata a edad elfas o follalas hasta que las mates igual. No podemos dejar mestizos por aquí, quema todo y papá onu estará contento.

FLORINA PAINEN

Al leer el tema de la semana, me acordé de lo que me ocurrió en mi época de estudiante, cuando tenía pruebas o tenía que leer un libro, me iba a un lugar que era como una plaza pero muy grande, habían muchos árboles y tenía mi lugar favorito siempre debajo del mismo árbol creo que era mi lugar de concentración. Un día cualquiera estaba debajo del árbol y me tendí en el pasto mirando hacia el cielo y empecé a mirar las nubes pasaban muchas de distintos colores unos eran más claros y otros más oscuros, también de diferentes tamaños sin darme cuenta elegí una nube y me fui con ella, sería para conocer el cielo y era todo muy bello y vi muchas estrellas sentía que estaba cerca de la luna, mi cuerpo estaba muy relajado porque ni lo sentía, nunca pensé en bajarme del cielo, pienso que mi alma estuvo cerca del cielo. Más tarde escuché que alguien me hablaba y era una amiga que pasaba por ahí y me dijo ya se está oscureciendo a que hora piensas irte a tu casa. Es como si hubiera despertado de un hermoso sueño, mientras caminaba no podía creer lo que había vivido. Ojalá le hayan gustado mi relato. Saludos a todos los que pertenecen a este hermoso grupo.

RUFINA SEVILLA CALLEJA

Bajo por el sendero

El sol se eleva en el cielo.

Como arma mortal ,abrí mi corazón.

Y miles de letras, salieron disparadas.

Ellas se esparcieron,por toda dirección.

Déjame abrazar tu alma,al calor de las estrellas.

Iluminando el destinó,bajo el cielo.

Quise decirte tantas veces,que te amo

Que aunque el tiempo se detenga.

No me escucharás.

Pero dentro, de mis sentidos

Si pudiera despertarte,con un beso

En las verdes mañanas

En las sombras de los atardeceres.

Te diría cuánto te sigo amando.

GAIA ORBE

Me ocurrió en Manhattan, en la ciudad pródiga de colores. Fue un momento en el que el viento dejó de soplar. Estaba parada junto al semáforo, a punto de cruzar la calle, cuando el azul verdoso del amanecer tiñó las paredes de los edificios enormemente altos. Alcé los brazos tratando de amortiguar los reflejos turquíes sobre mis ojos. En ellos, al igual que en las piernas, resaltaban las venas cobalto. No se podía respirar porque el aire añil calentaba todo. Los autos, los buses y camiones estaban atascados en el petróleo del asfalto. La multitud de personas a mi alrededor, con sus glaucas manos en plegaria, veneraban al Dios que está en los cielos. Intenté decir algo, gritar, pero no pude. El mundo vibrante de Munsell se había detenido. Y yo estaba ahí, perdida en la vislumbre, con el corazón latiendo celestes campanadas. De pronto, entre la opacidad prusia aparecieron haces rojos de sol viajando de regreso al espacio. Estaba cuestionándome si había salido de mi casa cuando detrás del azulino cristal de una vidriera la niebla de color acero escribió: “La realidad no tiene color”.

CARMEN BERJANO

Qué estás en los cielos

Cómo me gustaría volver a abrazarte.

Tú qué estás en los cielos no sabes cuánto presente aún ocupas.

Igual no sabes que no te has ido.

Hoy recuerdo el poema que te escribí cuando cumpliste 90 años:

Siempre te imagino

montado en Peneque

trotando entre la brisa

Repartiendo sabiduría y sonrisas

Siempre te imagino

en clase con tus niños

enseñando sin prisas

Repartiendo sabiduría y sonrisas

Siempre te imagino

entre libros y cuadernos

escribiendo tus cosillas

Repartiendo sabiduría y sonrisas

Siempre te imagino

rodeado de los tuyos

canturreando, haciendo migas

Repartiendo sabiduría y sonrisas

Siempre te imagino

y siempre te imaginaré

con tu mirada tierna

con tu voz extraordinaria

con tus frases bellas

con tu paz

Repartiendo sabiduría y sonrisas.

Gracias por tanto, y tanto bueno.

A Tente, mi abuelo

SERGIO TELLEZ

QUIJOTE

<<Se templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra>>. Esa frase la pronunciaba mi padre cada vez que me tomaba unas cervezas con mis amigos.

—Papá, ¿de dónde saca esas palabras tan rebuscadas? —le pregunté.

—Pues son palabras pronunciadas por El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, a su eterno compañero Sancho Panza —dijo mi padre, sacando pecho y ufanándose de su buena memoria y sus gustos literarios.

—Bueno, si tanto sabe, ¿por qué nunca pronuncia el famoso comienzo de Don Quijote? —le pregunté.

—Porque no lo sé —contestó.

—Pero papá, si es el párrafo más famoso de la historia de la literatura, si hasta yo me lo sé: <<En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza de astillero>>.

—Pues no lo sé, es un párrafo que no me causa ninguna gracia, además no enseña nada —dijo.

Pensé que, la verdad, no hay fallas en su lógica.

—Ah, bueno papá, entonces nómbreme otra frase célebre de Don Quijote, que deje una enseñanza.

—Se la nombraré a sus horas, ni antes ni después —dijo con sus ínfulas de filósofo y moralista.

El día que me vio tratando de unir unas simples letras, se paró frente a mí, me miró fijamente, se quitó sus gafas y sentenció:

—<<La pluma es la lengua del alma; cuáles fueron los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos>>.

—Bueno, papá, déjeme digerirlo, porque no entiendo muy bien, es que esa forma de escribir tan rara de Cervantes me enloquece.

—Ja, ja, ja, loco estaba El hidalgo don Quijote de la Mancha, pero estaba más cuerdo que usted, además respeté a Don Miguel de Cervantes Saavedra, ¿cómo se le ocurre nombrarlo solo por su apellido? —respondió.

—Perdón, padre.

—Y entonces, ¿qué quiere decir esa frase rebuscada de Don Miguel de Cervantes Saavedra, o mejor de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha?

—Sencillo, dice que hay que escribir bien porque ¿qué se le va a pedir al alma sino la suma de perfección? Y la suma perfección del alma solo se consigue con la lengua de la pluma —respondió.

—Pero papá, usted está más loco que Don Quijote y yo juntos. No le entiendo nada. ¿Por qué no dice las cosas sencillas, sin tanta floritura?

—Haber, hijo, más sencillo para personas sencillas como usted. Pues que no basta con hablar, que lo que le hace verdaderamente superior al hombre es la lengua escrita.

—Ah, ya, si ve que se puede hablar bien, como buen cristiano y sin tantas pendejadas.

—¿Pendejadas?, ¡respeté! Don Miguel de Cervantes Saavedra no merece semejantes obscenidades, y menos El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

—Perdón, padre. Es que…

—Es que nada, si no respeta a los dos personajes más importantes de la literatura española, es como si no me respetara a mí.

—Lo siento, padre.

En el fondo, esas tertulias con mi viejo me encantaban, aunque pretendiera disimular que no iban conmigo. Ahora que estoy escribiendo estas sencillas líneas, acordándome de mi padre, te digo, tú que estás en los cielos, gracias por las lecciones de vida y literatura que me dejaste. Gracias, Miguel de Cervantes Saavedra. Gracias, ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Gracias, papá.

GRACIELA PELLAZA

Clyde de veinticuatros años le gustaba mirar estrellas, así apuntó su telescopio y grabó, noche tras noche, un punto en medio de ellas.

Y ahí descubrió hace casi cien años un planeta enano; Plutón.

Frío muy frío y liso, con un corazón dibujado en su fisonomía y lleno de agua en ebullición que en contacto con el frío glacial exterior produce superficies poligonales.

Ahí está lejos, (existe) lejísimo, entre medio de estrellas que no se mueven, sin sonido. A la distancia de la exageración.

¡Existe!..como yo.

Como existió mi madre, la casa de la infancia

Mis vecinos y mis compañeros de trabajo.

Todos nosotros queriendo saber que telescopio nos encontrará, mientras buscamos ¿qué cosa?

Girando en órbitas diferentes, con proyectos diminutos y convencidos de que nos cruzaremos con destinos maravillosos, o penas insalvables.

Ciegos y sordos.

Omnipotentes.

Plutón, el más pequeño, compitiendo con otros, un casi planeta, rodeado de una atmósfera azul, tan azul como este cielo mío que ingenuamente declaro que me pertenece.

«Porque ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo, ni es azul

¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza! «

● Lupercio de Argensola (1559-1613)

Estas ahí planeta enano y no puedo verte. Porque aunque no te vea ¡existes!

Y en esa feroz realidad, en esa imponente realidad…

Yo te extraño amor, ¿y a quién le importa?

IVONNE CORONADO

«Creer o no creer»

Es indudable que las palabras tienen magia. Algunas, al oírlas pronunciar, escucharlas en una canción o verlas en un poema, avivan sentimientos en cada uno, haciéndonos suspirar e inspirándonos a plasmarlos.

«Estás en los cielos». Esa frase me hizo recordar que, de niña, creía firmemente que las almas de los que mueren iban al cielo. Los días de tormenta imaginaba que esas almas sufrían y su llanto nos anegaba.

Crecí, estudié, maduré y ahora sé que, si así fuera, millones de almas estarían formando un anillo alrededor de la Tierra. No sé si hubiera querido seguir en mi ignorancia. Era más fácil creer que, al buscar a los que ya no estaban conmigo, solo tenía que mirar hacia arriba, a ese cielo que parece infinito, e imaginar que, desde una nube o una estrella, mirándome con ojos bondadosos, estaban mis abuelos, mis tíos o mis primos, los que murieron jóvenes, sin haber pasado más allá de su infancia.

Sin embargo, sigo rezando mi «Padre Nuestro que estás en los cielos…», mientras me pregunto: «¿Adónde están las almas de mis muertos?», porque, ¿cómo perder todas mis esperanzas al mismo tiempo?

ANGY DEL TORO

Elegía a mi Hermano

A Dios envío este mensaje,

para que te reciba en los cielos,

y entre nubes te busque,

donde a su diestra

ya sé que me esperas,

sereno y en paz.

Hermano querido,

te adelantaste en este viaje,

tomaste ventaja, lo sé,

pero tu partida no es un adiós,

sino un hasta luego,

porque el destino nos dejará ver de nuevo.

Cuando, cansada de correr por la vida,

mis pasos al fin se detengan,

sé que estarás ahí, esperándome

en ese lugar divino,

con tu abrazo, cálido y eterno,

como refugio en el tiempo.

Espera, no más un poquito,

el día llegará en que nos volvamos a ver,

y en esa eternidad compartida,

seremos los de siempre:

hermanos, por el alma unidos.

LUZ, VIDA Y AMOR PARA TI.

BEGO RIVERA

Fue un milagro

—… qué estás en los cielos… venga a nosotros tu reino…danos hoy nuestro pan de cada día…

Los cinco niños encerrados en el armario de su habitación escuchaban a su madre y a su abuela rezar el Padrenuestro. Ambas estaban en la habitación contigua convertida en una especie de capilla con su Cristo, su Virgen y todos los santos que cupiesen, todos ellos venerados por ellas y con cientos de velas como ofrenda.

Rezaban las dos por ellos, habían vuelto a pecar y el castigo no sería baladí; Oliver, el mayor de los hermanos, de doce años, había abierto la nevera para coger algo de comida para sus famélicos hermanos, siendo interceptado por su madre que puso el grito en el cielo.

En la oscuridad del viejo armario Oliver salió, cosa terminantemente prohibida por las dos mujeres, agarró a sus hermanos y abrió la puerta de vieja casa y los sacó diciéndoles que le esperarán en silencio. Obedecieron.

El hermano mayor se dirigió donde estaban su madre y abuela ajenas a todo y concentradas en su misión de salvación. Despacito, detrás de ella sujetó uno de los velones encendidos y lo lanzó al pequeño altar lleno de fotos y postales se Santos. Antes de que se dieran cuenta todo empezó a arder, Oliver cerró la puerta con llave y salió de la casa.

Todo el mundo dio gracias a Dios que los niños se hubieran salvado del incendio: » Ha sido un milagro» Decían. Es que tenía que pasar tarde o temprano, tantas velas…»

Alrededor de la casa los curiosos empezaron a rezar : Padrenuestro que estás en los cielos…

MARTU MONFORTE

De la tierra al cielo

En las tardes de sol la abuela lleva a su nieta Regina a la plaza. Las dos disfrutan de ese rato al aire libre entre hamacas y tobogán. Últimamente, el gran atractivo de la niña es un rincón donde está dibujada una rayuela de vistosos cuadrados hecho con tizas de colores.

Pequeña, te voy a enseñar a jugar, vamos a ir de la tierra al cielo, le dice la abuela. Un deseo, pide un deseo, insiste y se entusiasma como tanto como la niña. Luego busca una piedra plana y la sostiene en sus manos; allí brilla como un tesoro. Después le acaricia el pelo y asegura que es necesario prender el deseo en la punta de las zapatillas. ¡Y ya está!

Empieza el juego, desde la tierra va a llegar al cielo, asegura la abuela. La niña se para con decisión, enfrenta el desafío, respira emocionada y lanza la piedra. Luego salta en un pie o en dos, según toque. ¡No hay que pisar el casillero donde cayó la piedra y tampoco las rayas!, busca el equilibrio, le dice la abuela.

Regina abre los ojos grandes… ¿Y si piso?, pregunta mientras siente un cosquilleo en la panza, mezcla de duda y alegría. No se mueve, no puede.

Piensa en la recompensa, llegar al Cielo. Escucha la voz dulce de la abuela: Tranquila, mi niña… Si eso pasa volverás a empezar, una y otra vez. Como en la vidapiensa la abuela pero no lo dice.

Regina no entiende aún pero se anima porque si su abuela está cerca todo va a estar bien. Lanza la piedrita de nuevo y salta, va. La magia las envuelve…uno, dos, tres… ¡Pisa la raya! ¡No! No importa…vamos, de nuevo, niña. Uno, dos, tres… A no desanimarse, hay que practicar, dice la abuela mientras propone un descanso.

Hacen un recreo bajo los árboles. La abuela trae su canasta, extiende una lona, saca jugo, galletitas de chocolate y caramelos. Unos niños van y vienen, otros pasan en bicicleta, corren, una pelota gira, las hamacas vuelan. Las palomas se les acercan, buscan miguitas…

En la tarde de fiesta se escucha la voz de la abuela. Regina sigue su mirada y ve que se ha detenido en la luna de día que se asoma sobre un pino. Hace unos días que la luna se pasea por allí. Deberías estar durmiendo, todavía está el sol, le grita con la boca pintada de chocolate.

De niña saltaba feliz, también buscaba el cielo. En un patio de tierra, con la ayuda de una varilla, mis manos dibujaban la rayuela: era la fiesta del atardecer de verano.

La sombra azul del jacarandá nos abrazaba mientras empezaban los saltos en un pie o en dos; también sentíamos inquietud. Pero, de a poco, avanzábamos y, a veces, caíamos y volvíamos a empezar; el entusiasmo no se detenía. El juego terminaba cuando sentíamos el aroma a salsa de la abuela y la inolvidable canzonetta del abuelo; un puñado de luciérnagas nos alumbraba el camino hacia sus brazos.

La abuela se fue lejos pero ya regresó. La despeina, la abraza fuerte. Sus risas se mezclan con el alboroto de la plaza.

Abuela, quiero volver a jugar, pide Regina mientras le extiende su mano.

El cielo las espera, varios niños las rodean. La ilusión de la abuela es como un faro; pura luz y guía.

Todo está listo. Un salto y… uno, dos, tres… ¡Raya! Otra vez… Uno, dos, tres, cuatro, cinco… ¡Cielo! ¡Cielo!

Regina corre a los brazos de su abuela, el cielo las envuelve en una caricia inolvidable y eterna.

Pero del cielo, debes volver, tomar la piedra, y llegar de nuevo a la tierra. Así, hasta terminar, mi niña, dice la abuela radiante.

La luna de día pasa y le hace un guiño al sol.

NILA BOHORQUEZ

Cielo nublado…

¡Desde mi hermoso jardín…

extasiada estoy observando en las alturas el espacio blanquecino entre nubes… dibujando con los pinceles de mi fantasía, figuras en el cielo azul bordadas con tupidos hilos blancos, alfombrando el firmamento!

¡Y…me detuve un instante, pensando que en esos celajes están envueltas en sus nítidas blancuras, las nobles almas de mis amados seres, quienes adelantaron sus viajes hacia la eternidad, permaneciendo en esa inmensidad infinita que los creyentes llamamos «cielo»!…

Y en ese albo Edén que hoy he imaginado delineando los maravillosos cirros las fabulosas y fantasiosas imágenes de «algodones», visualizando en cada una de ellas, sus rostros sonrientes, disfrutando de la presencia de Dios…¡allá en el cielo!

CARMEN ÚBEDA FERRER

El crucifijo

Cuando ya iban a sepultar el ataúd, Remigia detuvo a los sepultureros y les pidió desclavaran el crucifijo, pues quería quedárselo como recuerdo permanente del entierro de su madre.

Remigia colgó el crucifijo a la cabecera de su cama.

Todas las noches la cruz le recodaba la pérdida de su progenitora y ella se deshacía en un mar de lágrimas pidiendo a Dios que el alma de su querida madre morase por siempre en el cielo. No podía continuar así, se dijo, y decidió trasladarlo al saloncito donde no le resultaría tan penoso verlo porque la habitación era soleada y alegre, pero el pobre crucifijo resultaba tétrico y fuera de tono.

El recibidor le pareció un buen sitio para dar la bienvenida a sus amistades, aunque no estaba segura de que fuese el lugar apropiado… Lo encajó en una pared bien visible como un mensaje de paz. Debajo de él colocó una inscripción con letras doradas. «Padre nuestro que estás en el cielo».

La aprensión y desconcierto que vio en el rostro de sus amigas cuando les abrió la puerta de su casa disipó sus dudas. No había ningún lugar adecuado para colocar su funerario recuerdo.

Con mucha delicadeza y entrecortados sollozos, descolgó el crucifijo, lo cubrió con un paño blanco a modo de sudario y lo guardó encima de un armario.

Un día haciendo limpieza, Remigia, se topó con algo que había olvidado, el crucifijo del ataúd de su madre. Se quedó pensativa y titubeante por unos instantes y al fin creyó haber encontrado la solución, para darle un mejor destino a tan venerable cruz.

Encaminó sus pasos a la Parroquia más cercana para donarla y con la convicción de que sería aceptada y colocada en algún altar, pero el párroco no la admitió. Las hermanitas de la caridad negaron con la cabeza y los frailes ya tenían demasiadas cruces. Fue un gravoso Viacrucis de recorrer parroquias y conventos. Era rechazada en todas partes. La imagen de Cristo crucificado se le convirtió en una pesada carga durante toda la semana.

Amaneció el domingo, después de una noche de pesadillas. Remigia, estaba malhumorada. Envolvió el crucifijo en unas hojas de periódico y se dirigió al mercadillo dominical para venderlo muy barato, pues quería quitárselo de encima como fuese.

Cuando desempaquetaba el crucifijo delante del primer tenderete que encontró, se sintió repentinamente mal. Un mareo, náuseas… Apretó el paquete contra su pecho y cayó fulminada.

————————

El ataúd de Remigia era de humilde madera de pino, pero la tapa ostentaba el crucifijo de su madre.

FRAN KMIL

Que estás en los cielos.

La pequeña niña miró por la ventanilla del avión y asombrada preguntó a su mamá:

—¿Y eso qué es, mami?

—Son nubes, mi amor.

—¿Nubes? ¿Y las nubes no están en el cielo?

— Sí, Estamos en el cielo.

—¿Estamos en el cielo? Mi abuela me enseñó un juego con las nubes. ¿Quieres jugar? —dijo la niña al señor del asiento de atrás.

—Ya estamos jugando —Sonrió el señor —allí hay un león.

—¿Estamos en el cielo, señor?

—Si que estás en el cielo, mira esas nubes de allá que se nos acerca.

“Estoy en el cielo, estoy en el cielo, estoy en el cielo” comenzó a cantar la pequeña niña. Todos en el vuelo nos divertimos con ella y hasta hicimos un coro para acompañalar en su improvisada canción.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Qué estás en los cielos.

Y dominas todo.

Sabes lo qué hacemos cada uno de nosotros, porque te lo permitimos, eso es verdad.

Enganchados a las tecnologías, dejamos un rastro, ¿de sangre?

Y te damos la información sin preguntar siquiera.

Como gran señor de los algoritmos, a veces nos echas fuera de este mundo virtual.

Castigados como niños.

Mientras, en ése cielo cibernético, los algoritmos pasan de todo.

Somos pobres criaturas.

JAVIER LINO OTERO ALONZO

Joao Pedro vivía en la frontera de rivera y Santana o sea mitad uruguayo y mitad brasileño. Era un malechor echo y derecho el decía que Dios creo el mundo y que el ser humano para sobrevivir tenía permiso para enajenar lo creado y por eso Dios se enojo y nadie sabe a dónde fue.Cometio muchos delitos pero todos ellos de guante blanco» hurtos, contrabando de todo tipo pero siempre evitando la violencia a la que por supuesto sabía usar pero solo como último recurso. Tubo la desgracia de quedarse con una plata de un pez gordo y tubo que huir con lo puesto y recaló en un pueblito en medio de la nada llamado villa Esperanza. Primero pensó en delinquir que era su oficio, pero Joao era astuto y noto que en ese pueblo no había párroco después de hacer unas averiguaciones y ver que hace años estaba vacante, se presentó como el nuevo párroco. El pueblo feliz festejo que luego de tanto tiempo, hubiese un párroco, en pocas semanas pusieron la vieja iglesia en condiciones para que el párroco Pedro como se presentó comenzará su predica, en poco tiempo los domingos la vieja iglesia estaba llena de fieles que dejaban ofrendas con las que Joao vivía como rey.Para cubrirse de los curiosos se comunico con un conocido _ che lagarto tu Vai fazer favor para mí, conseguime unos papeles en una iglesia cualquiera ,trucha los papeles que me hagan figurar como párroco, apreta al que sea y mándame los papeles a esta dirección que te voy a dar, yo te mando una encomienda con todas tus debilidades » y más.Paso el tiempo y la reputación de Joao era excelente, pero aún en ese lugar perdido en el mundo el sabía distinguir los de su calaña y las verdaderas almas buenas y en eso Joao cambió amenazaba con el infierno a los pillos y ayudaba aquellos que más necesitaban, por eso cada noche antes de irse a dormir daba gracias a Dios diciendo: señor que estás en los cielos o donde quieras estar gracias por el pan de cada día, líbrame de todo mal eso sí caer en tentaciones no lo decía a el le gustaba la sinceridad

ANDRÉS JAMES CÁCERES

Guerra nuestra que estás en los cielos.

Muertos de peste negra catapultados a las ciudades sitiadas ,Bolas de fuego con aceite o petróleo , cohetes V2 , proyecto Manhattan. Aviones kamikases ,Napalm. Bomba H. Obuses, bombas de gas Sarin. Misiles antimisiles.Ojivas nucleares.

Misiles tierra aire, misiles aire aire, misiles intercontinentales, misiles cruceros, misiles balísticos, drones teledirigidos, aviones suicidas del 11 S. Drones bomba.

Padre nuestro, que estás en los cielos !!!

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

Desenterraron esa mañana a Mondragón Rivera por primera vez. Lo habían sepultado como cualquier mortal al metro cincuenta de profundidad, sin embargo, como el difunto se resistía a seguir muerto, hicieron la exhumación y lo volvieron a enterrar, aunque esa vez cavaron más de lo debido, tres metros de hondura acordaron algunos. También giraron el cuerpo boca abajo «pá que no vuelva», aclararon otros.

Y sí, el hoy difunto había partido unos dos meses antes, pero… muchos fueron los que avistaron su material figura después de su partida.

La viuda de Mondragón estaba deshecha, el haber tenido que reconocer el cadáver para constatar su identidad la había dejado desvastada. Según comentaron, el finado estaba igualito, igualito a cuando lo contemplaron de ronda dos noches atrás.

Muy lejos de esa triste y engorrosa situación se encontraba el íntimo amigo de Mondragón, Elpidio Morales; quien sostuvo la mano del mortal en su lecho de muerte. Mantenía en su poder el móvil del fallecido, claro que fue por pedido del propio Rivera, quien ante una compulsiva infidelidad quiso esconderle a su mujer la prueba de su traición.

El fraternal amigo estaba revisando por primera vez el aparato y, observando el lujurioso contenido de su galería encontró la impiedad nombrada.

En un momento había decidido destruir la prueba y quitarse esa complicidad de encima, pero, después lo pensó un poquito mejor y la curiosidad pudo más.

Ahí fue que vio a doña Prudencia Urriaga con más posturas que el kamasutra.

Hasta tuvo que girar su pantalla para entender algunas prácticas hinduistas.

¡Mira qué había sido bravo el tilinte! Imaginó Elpidio esbozando una sonrisa.

Con el celular aún en la mano el ya sorprendido Morales, al no ser capaz de resistirse al deseo de ver algo más, abrió la casilla de mensajes constatando de esa forma los últimos chats. En ellos encontró escrito algo más que interesante, al leer:

Sábado

Mi querido dragón. La lujuria que llevo dentro te la debo a ti, has hecho de mí lo que nunca creí ser, una loba en celo. Te deseo a cada momento, aticemos de una vez por todas este fuego que nos abraza y ven a vivir conmigo.

23:06

Mi amada Prudence. No veo la hora de ser tuyo para siempre, sin embargo, aún no logro que tome la dosis indicada.

23:07

Al leer el último párrafo, Elpidio se sorprendió, jamás hubiese imaginado que su amigo, su verdadero amigo, hubiera estado pactando la muerte de su propia mujer.

«Debo hacer algo al respecto», reflexionó.

Por un lado, tenía que darle un escarmiento a doña Prudencia, pero por el otro, debía conseguir de alguna manera la paz para el solitario y triste corazón de su flamante viuda. Por esa razón fue que pensó en la intervención divina, un milagro para ser más preciso, bueno, al menos eso parecería.

Bajo las sombras de un viejo álamo, la sobreviviente cónyuge etiquetaba en esa tarde de primavera su sombrío duelo. A unos seis metros de la nombrada, Prudencia Urriaga mantenía su percibida presencia en un inmaculado vestido rojo pasión.

Ambas presenciaban el nuevo entierro de Mondragón Rivera mientras el cura rezaba el padrenuestro. Ambas, mientras parafraseaban la frase donde dice… no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal, reaccionaron cuando en el último amén, la intervención divina tomó cartas en el asunto. Así fue, en ese preciso instante los dos móviles sonaron al unísono.

Prudencia Urriaga fue quien primero abrió el celular, palideció de inmediato al leer anunciado en el WhatsApp:

Hoy

Pídele perdón al Cristo

10:54

Prudencia se persignó tres veces y con el pañuelo en su nariz, partió sollozando.

Al mismo tiempo, la viuda tomó el móvil y abrió su casilla de correos. Corroborando de quien provenía, miró el montículo de tierra el cual se mantuvo inmóvil, en él aclaraba:

Estoy bien, espero verte pronto

10:54

Ella tomó el celular y envió un mensaje.

El teléfono de Elpidio resonó en su palma y ojeando la pantalla, observó:

Al fin somos libres, mi amor, tenemos una nueva vida por delante.

10:56

A renglón seguido, recibió otro.

Elpidio miró un móvil, luego el otro y aún sin entender demasiado, en su pantalla leyó con mayúsculas…

Hace un momento

Ya logré girar, volver es cuestión de tiempo.

LETICIA R MENA

El día es claro. El sol, luz pura sobre la tierra. Un par de nubes aquí y allá, sacadas del cuadro de algún museo.

Padre e hijo sentados al borde del pequeño muelle, con los pies a remojo mientras pescaban. Cada uno la caña sujeta en una mano, y en la otra un bocadillo al que le dan distraídos bocados de vez en cuando.

Solo la naturaleza rompe en silencio; aves que trinan, insectos que zumban…

El niño se atreve por fin a preguntar lo que lleva rato pensando.

— Papá, ¿crees que podría traer de vuelta a mamá si pongo la caña en el lugar correcto?

El padre lo mira un momento sin comprender.

— Si— comienza a explicarle—, como el cielo se refleja en el lago y es allí donde está mamá, tal vez pueda pescarla y sacarla del agua. ¿Tú qué crees?

El padre parpadea varias veces, un intento de secar los ojos de repente empañados, y con una sonrisa triste colgada de los labios responde.

— No creo que eso sea posible, pequeño— la voz tratando de disimular el nudo en la garganta que se extiende por su pecho hasta hacerle doler los latidos.— Si consiguieras pescar a mamá sería porque se ha convertido en una sirena. Y ya sabes que las sirenas no pueden vivir fuera del agua.

ART MI

Reconocí en sus ojos esa mirada asustada. Ya había visto ese semblante frente al espejo, aquella tarde nubosa en que

me armé de valor en el cuarto de baño para salir a hablarlo con mi madre.

– ¿De quién es? – gritaba ella, encolerizada, mientras sostenía mis cabellos con fuerza y se le anudaban las palabras en la

garganta.

Recuerdo nítidamente el escándalo que se armó en casa cuando mi “desliz” – como decía la familia -, y lo recuerdo perfectamente porque se supo tres días antes de mi fiesta de quince años.

Se me rasgó el alma, porque había prometido que, si aquella criatura que crecía en mi vientre era una niña, no dejaría que pasara por lo mismo que yo.

Y ahora la veía, presa del mismo pavor, a la misma edad en que lo viví, y en el mismo sitio. Quise correr, correr hacia atrás con todas mis fuerzas, como para intentar regresar el tiempo, como para evitar el extravío de mi niña entre el calor y la complicidad del incierto. Y comprendí lo que decía la abuela, eso de que el tiempo es un hijo de puta, porque parece

que siempre da vueltas y luego nos escupe en la cara aquello que torcimos o enderezamos en el camino.

– ¿Todo está bien? – le pregunté durante la cena.

Y ella dijo que sí. Dijo que sí con el alacrán picándole el alma, dijo que todo estaba bien con las fauces del lobo en el

cuello. Y luego se fue a fingir que dormía, porque su llanto aún se escuchaba muy quedito, pese al zumbido carnicero de

los mosquitos sobrevolando las margaritas de los maceteros en el patio.

No pude descansar. Apenas pegaba los ojos cuando veía a mi propia madre, parada bajo los laureles, negando con la cabeza, reprochándome sin decir palabra alguna. Y no supe si eran sueños o visiones, si era en realidad ella. No supe si era mi propia imaginativa sin rumbo, trasfigurada en su imagen mirándome con decepción, con una capacidad esmerada del espíritu para hacerme sentir como tal vez lo sintió ella tiempo atrás.

Decidí que lo abordaría a la buena, para reconciliar algo del pasado, pero al amanecer ya no estaba. No encontré su cuerpo menudito enroscado bajo las cobijas. ¿Cómo es qué había pasado sin que me diera cuenta? ¿Cómo es que dormí sin enterarme?

Temblaban mis manos cuando quise poner llave al zaguán para salir a buscarla, así que dejé la casa a su suerte.

Me estaba esperando Celia, mi comadre, que me acercó su brazo de providencia para sostenerme en medio de aquel tumulto de pensamientos. Bajamos por la vereda, espantándonos la angustia con ideas aventuradas del paradero de la niña. Y fue hasta la recaudería que me dieron razón alguna, porque en este pueblo de mierda a todos les faltan huevos para hablar, pero no me dieron razón de palabra: se fue con “el Guano”, en una camioneta azul, iban como para el arroyo – se leía en el papelito que Mario tuvo a bien escribir apuradamente para colocarlo entre unos jitomates verdes dentro de aquella bolsa oscura, seguramente para despistar a algún chivato.

Celia dijo que su hijo ya venía, que ahorita nos movemos, mujer, que verás que por ahí debe estar, encaprichada con ese cabrón, como nos pasó a nosotras con otros cabrones de otros tiempos, menos violentos, eso sí, pero cabrones también ellos, y los tiempos, a fin de cuentas.

El auto hizo parada en la esquina, pero mi ahijado advirtió antes de subirnos que la cosa estaba fea más abajo. Y le pedí el favor de prestarme el auto si no quería problemas, que yo me bastaba, y Celia le dijo en tono serio que íbamos, aunque estuviese el infierno tomando control de la tierra.

Fue unas calles adelante que las patrullas intentaban impedir el paso de los curiosos. Y al fondo se miraba un cuerpo

flotando en el ojo de agua.

Me recibió Genaro – el encargado de la comisaría – y me permitió el paso enseguida: lo siento mucho – dijo.

Ahí estaba la niña, con los brazos extendidos hacia el fondo de la poza, como queriendo abrazar las profundidades con sus manos extendidas.

Y desde entonces no sé de mí. No sé cómo regresé aquí, no sé cómo sigo, ni qué es vivir.

A veces creo escuchar todavía tu llanto quedito, pese al zumbido carnicero de los mosquitos sobrevolando lo que queda

de las margaritas regadas en el patio.

Cuando eso pasa parece que puedo sentirte, olerte, palparte… Y aunque sé que estás en los cielos, parece que veo tus ojos, y me reconozco a mí misma en tu mirada todavía asustada.

HAROLD PADILLA

En los pasillos de la comisaría resonaron unos pasos apresurados en camino a la oficina del oficial de turno. Hasta allí entró temblando un niño con la carita sucia y los pantalones raídos, sujetando una cometa. Quien lo conducía del brazo era un hombre grande con la cara roja de rabia.

—Señor, por favor, tome asiento y dígame qué ha pasado —dijo el oficial.

—Aquí le traigo un delincuente, oficial —dijo el hombre, empujando al niño hacia adelante—. Este pequeño ladrón ha robado en mi tienda.

El oficial levantó la vista desde su escritorio y miró al niño, cabizbajo y con los pies quietos, apretados al suelo como si no quisiera moverse de allí.

—¿Qué ha robado? —preguntó el oficial, con tono sorprendido.

—Un ovillo de hilo, oficial. ¡Un ovillo de hilo! ¿Puede creerlo? —dijo el hombre, agitando el puño con el ovillo—. Por eso merece que lo castiguen desde ahora. Tan pequeño y ya es un ladrón. ¡Este mundo está cada vez más perdido!

El niño no decía nada. Solo respiraba despacito, y aunque el sol de la tarde se colaba por las ventanas de la comisaría, sus manos temblaban como si tuvieran frío.

—Vamos, hijo —dijo el oficial—. ¡Mírame a los ojos! ¿Es cierto? ¿Has robado ese ovillo de hilo?

El niño levantó la cara solo un poquito. Tenía los ojos hinchados, como si hubiera llorado todo el camino hasta allí. Antes de hablar, dio un suspiro y, un momento después, dijo:

—Es cierto, señor policía. Lo he robado.

—¿Por qué? —preguntó el oficial, más suavemente.

El niño se quedó callado un instante, como si intentara contener un secreto. Luego, con voz baja, respondió:

—Lo robé para mi cometa, señor. Es para que suba al cielo. Mi mamá… —la voz del niño se quebró, pero siguió—, mi mamá se fue… se fue al cielo, y yo quería mandarle una carta. La até a mi cometa, y quería que volara bien alto, para que ella la pueda leer allá, donde está.

El hombre de la tienda se quedó callado de repente, como si ya no supiera qué hacer con el ovillo de hilo que sostenía, y miró el objeto como si ahora fuera otra cosa, algo tonto e insignificante. El oficial también se quedó en silencio.

—Mi pobre papá… está solo —continuó el niño, secándose los ojos con el brazo—. Y yo… yo quería preguntar por qué se fue mi mamá, por qué nos dejó solos. Solo quería saber eso. Perdón por haberlo robado…

El oficial miró al hombre de la tienda, que ahora estaba más pálido que rojo.

—¿Estamos convencidos de que este niño está arrepentido, señor? —dijo el oficial, muy despacio, mirando al hombre.

El hombre de la tienda, todavía confundido, bajó la cabeza. Sus hombros se hundieron un poco, como si la rabia se le hubiera caído de golpe.

—Vamos, muchacho —dijo el oficial, agachándose junto al niño—. Toma ese ovillo. La próxima vez no necesitas robarlo, solo pedirlo. Ahora ve y haz volar tu cometa todo lo alto que puedas, pero recuerda, tu mamá no se ha ido. Siempre estará contigo, aquí —dijo, tocando el corazón del niño.

El niño no sabía qué decir, pero finalmente dio las gracias y apretó el ovillo en la mano. Con los ojos aún llenos de lágrimas de emoción, salió de la comisaría corriendo y a veces saltando, como si llevara consigo lo más importante del mundo. Finalmente llegó hasta una colina, ató el hilo a su cometa y la lanzó al viento. La cometa subió, primero despacito, luego cada vez más alto y desafiante, hasta que su tono azul se confundió con el cielo.

Inspirado en el vals «Una carta al cielo»

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16 comentarios en «Que estás en los cielos – miniconcurso de relatos»

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