Pan – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «Madre Tierra». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 22 de agosto!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Cuenta la leyenda que en la gélidas tierras del este los niños nacían con un pan debajo del brazo, pero habia una excepción pues nuestro entrañable y siempre amable personaje nació con una botella de vodka entre las piernas.

Dimitri se despertó sin recordar nada del día anterior, esta vez se había pasado sobremanera con el vodka (bebida energética en su país), había cometido la desfachatez de mezclarlo con torreznos (alunento energético de gran aporte energético, típico de la provincia de Soria).

Nuestro amable personaje tenía náuseas y un dolor de cabeza de órgano.

Tras vomitar loa tropezones torrezniles con sabor amargo a vodka marca smirnof sintió una punzada en su garganta, tuvo que aderezar con agua su pastosa boca.

Tras sentirse algo mejor, se apresuró para terminarse el culo de la botella que había le sobrado la noche anterior (el desayuno era considerado por Dimitri la comida más importante del día).

– Ahora sí-. Se dijo así mismo tras vestirse y coger de la mesilla las llaves de su coche (un dacia logan del 2016). Pasó por el garaje con un ligero mareo que se le quitó de facto tras acabarse de un trago su brebaje mañanero. Arrancó su lobezno (así llamaba nuestro amable amigo a su coche), y puso rumbo a Merida, donde había quedado con la reina del trébol para preguntarle por el tema semanal, la escritura era un menester inherente en el día a día de nuestro amigo.

-¿Qué coño haces tú aquí?- le preguntó Cris estupefacta al comprobar que era Dimitri.

De repente apareció Sergio y se llevó a Dimitri como pudo.

– Cris, baja el arma por favor, creo que ya lo ha entendido. Solo quería saber cuál era el tema semanal para poder escribir antes de irnos a la playa…

BENEDICTO PALACIOS

PAN

Poco después de las doce, doblaron las campanas y Miguel que recolectaba en una parcela de pimientos preguntó a Julián que hacía lo propio en la suya quién andaba en la aldea delicado.

—Dicen que don Saturnino, el rico.

—¡Ca! Los ricos no mueren sin avisar. ¿Lo ha visitado el cura? No que yo sepa. Hay andancio. Algún muchacho chico que no ha aguantado el calor.

Cada uno volvió a su faena, porque llegaba la hora del almuerzo. Hacía en efecto calor. De vuelta a casa, sudorosos y cansados, Julián y Miguel apenas hablaron, pero ambos cavilaban sobre la naturaleza del muerto porque en la aldea no todos los muertos eran iguales. En el entierro apenas se notaban las diferencias, pues todos abandonaban las tareas para acompañar, las había después. Si el muerto era don Saturnino, por ejemplo, el corral de su casa se transformaría en banquete. Se daban vuelta a los trillos, se les sujetaban a unos borriquetes, se extendían sobre ellos unas hojas de parra, llegaba una criada a con un jarrón de agua y otra con un porrón de vino, uno de sus hijos repartiría el pan y la hija la patatera.

—¿Vas imaginando lo mismo que yo?

—Si piensas que don Saturnino es el muerto, has acertado.

Lo era y al día siguiente hubo festín. La señora Tomasa fue lo espléndida que cabía en una viuda rica porque sobraron el pan y el agua, pero de las viandas y del vino los dolientes dieron buena cuenta.

Julián y Miguel volvieron al día siguiente a sus trabajos. A las once, a la sombra de una encina comieron el bocadillo y echaron un cigarro.

—Fue generosa la viuda. Faltó vino pero de pan y patatera hubo para hartarse. Hasta para morir tienen suerte los ricos.

—Está en la tradición. Cuanto han escatimado de vivos, se arrepienten otorgándolo de muertos.

—Será porque al fin quede de ellos algo bueno en la memoria.

—Y porque lo dice el refrán: los duelos con pan son menos.

—Pues ese refrán tiene miga.

ANTONICUS EFE

Más buena que el pan, más buena que el pan, patés la piara, estoy más buena que el pan”

-¡Buenos días Reme, que contenta te veo!-

-¡Buenos días Arturo, siempre lo estoy, eso que no falte!-

-¿Qué te doy hoy?-pregunta el panadero dando por finalizados los preliminares.

-Pan y pan y pan. Pan y pan y medio. Cuatro medios panes y tres panes y medio

-¡Marchando con alegría y salero, no hay mejor pan en el pueblo, que el de este panadero!- responde Arturo al tiempo que se pone manos a la obra.

-Vamos a ver, pan y pan y pan, aquí están. Pan y pan y medio servidos también, ¿Cuatro medios panes?, no sé si tengo, toma por si acaso los tres panes y medio-

-¡Hummm, rebusca chico, rebusca que no quiero jaleos, que llevo el pan para todo el bloque-contesta apremiante la Reme.

-Pues va a ser que no, solo tengo tres medios panes- contesta Arturo después de volver a mirar otra vez.

-¡Pues vaya faena!, son para mi madre, mi hermana, mi cuñada y mi nuera; cualquiera es la guapa que queda a una sin su medio pan, pero mira…, ¿por qué no me partes dos panes enteros a la mitad? Total, lo suelen usar para las tostadas del desayuno-

-¡Hecho!- responde Arturo mientras parte raudo y veloz el pan en mitades exactamente iguales.

-Échame la cuenta-

-Bueno pues son… ocho panes enteros si las matemáticas de la EGB no me fallan…, y…-

-¡Chisttt, “quieto parao” con esas cuentas, aquí cada una paga lo suyo- interrumpe la Reme poniendo el grito en el cielo.

-Pan y pan y pan, son 1,30 por cada uno-

-Toma, 1,30, 1,30 y 1,30, siguiente-

-Pan y pan y medio, son…. 1,30, más 1,30, más 0,75-

-Aquí lo llevas, me sobran 5 céntimos-

-Cuatro medios panes son, 0,75 cuatro veces-

-Cómooo, de eso nada monada, 0,65 cuatro veces, que los has partido de los enteros y pesan menos- responde airada Reme.

-¡Pero los he tenido que partir yo!- responde él en tono enérgico.

-¡Cuida esas hernias chico, qué valor! ¿A qué me voy al súper y me llevo tres bolsas de pan Bimbo y santas pascuas?-

-¡Bueno vale, tú ganas, 0,65 cuatro veces y tres panes y medio 1,30 tres veces más 0,75-

-¡Ea!, aquí tienes y hasta mañana, que cada vez te vas pareciendo más al de la 13 Rúe del Percebe-

-Seráaa, mejor me callo!-

Se va la Reme cantando calle abajo hasta llegar al portal.

-¡Niñaaas, el pan, que no tengo todo el día!- avisa de su llegada.

-Venga lo tuyo pan y pan y pan, lo tuyo pan y pan y medio, lo vuestro familia, cuatro medios panes y para ti tres panes y medio.

-¿Y la vuelta?-pregunta la cuñada

-¿Qué vuelta? Medio pan a 0,75 de toda la vida- responde ella tajantemente.

-¿Cómo que medio pan?, esto es un pan partido a la mitad, o sea, 0,65-contraataca la cuñada con la razón lógica por montera.

-¿Y el trabajo de Arturo, o tú te crees que el corte lo regalan? Vete al Carreful y lo cortas tú, La vuelta… a España en la tele esta tarde, listilla.

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-¡Arturooo, dame una baguete calentita p’al niño, que le gusta más el pan moderno!-

-Aquí tienes, 0,40 si no es molestia-

-Tus 40 céntimos salao, hasta luego-

-¡Manolo saca el paté que traigo el pan calentito! Patés la piara, estoy más buena que el pan.

DAVID MERLÁN

LA CONTIENDA DEL PAN: LOS HUESITOS DE SANTA MARTA

Cómo en todo pueblo pequeño, rodeado de otros pueblos no mucho mayores, se suceden historias que entremezclaban hechos alegres con hechos luctuosos y trágicos como los que le narré recientemente sobre Paco, que, en un ataque de locura desenfrenado había acabado con la vida de siete de sus vecinos y luego con la suya propia al suicidarse. Unos terrorificos hechos que me recuerda una acertada frase que comentó una querida lectora, Irene, no hace mucho tiempo en relación con ello: “pueblos pequeños, infiernos grandes”. ¡Gran verdad! ¿No creen?.

Como les decía, en la historia de Santa Marta se entremezclan historias horribles con otras, gracias a Dios, más festivas y agradables. Pues bien, hoy les voy a contar una de ellas, aunque sin restar un ápice de su tensión inicial.

Como es tradición en nuestro pais, en toda parroquia, villa, pedanía o pueblo que honre en su nombre el de un Santo o una Santa, es constumbre dedicarle un producto gastronómico.

Santa Marta del Grillo Cojo no iba a ser una escepción, y de toda la retahíla de productos existentes; bollitos, yemas, amarguillos, mazapanes, rosquillas, nevaditos, delicias, galletas, hojaldres, tartas, trufas, tejas e incluso panettones, y un largo etcetera, los huesitos de Santa Marta eran famosas en toda la región. Gente de todas las provincias limítrofes se acercaban a la zona a comprarlos. El lío venía cuando, y dependiendo donde los compraras, tenian una forma u otra.

¿Cómo era esto posible?

Es sabido que los origenes a veces se entremezclan con las leyendas y en este caso, la curiosa forma de los huesitos en cuestión, se asemejan, por una parte y dependiendo a quien le preguntes, más a la pata trasera de un grillo; con su femur, tibia o tarsus, o por el contrario a la extremidad de un humano, más propia de una Santa.

Cuando les decía que en su origen no había sido sin su correspondiente grado de tensión no es por otro motivo que la atribución del origen de los susodichos huesitos.

Rascafría del Buho Ciego, el pueblo vecino de Santa Marta al otro lado de las montañas, cosidera que son suyos, y los comercializaba como los “verdaderos” huesitos de Santa Marta, explicando en su envoltorio la historia del por qué de la curiosa forma, que recuerda más su parecido a la estremidad de un grillo que la de un humano. Por su parte los Santamarteños, comercializan los suyos que se asemejan más a un femur humano, y como de Santa Marta que son, consideran que los suyos si son los verdaderos huesos al llevar su nombre. Los rascafrianos lo argumentan diciendo que las primeras noticas de las que se tienen constancia son que fueron realizados para homenajear no a la Santa, sino al grillo mágico que habitaba en la cueva de San Simón, en las montañas cercanas. Su titularidad se la disputan historicamente ambos pueblos ya que cada cara de la montaña que alberga la cueva donde se le apareció el grillo a la Santa, da a cada uno de los dos pueblos, y de ahí el lío.

Pues bien, cada año, la Feria del Trigo servía como campo de batalla donde los panecillos con sus dos formas distintas se enfrentaban bajo el juicio imparcial de un jurado paritario de ancianos de ambos pueblos. Pero el resultado siempre era cuestionado, alimentando la rivalidad sin fin. Los panaderos más reputados de cada pueblo hermanos para más inri, presionados por sus vecinos, se enorgullecían de su huesecillo, de corteza crujiente y miga esponjosa con forma de apendice animal de Rascafría, mientras que los de Santa Marta defendían su hogaza dorada, con forma de femur humano, famosa por su delicado sabor y aroma embriagador.

Hartos un año de pelear sin necesidad, cada vez que había que hornear huesitos para la fiesta, decidieron poner fin a la disputa historica, y orquestaron un plan entre ambos. Un plan secreto ya que presionados por los vecinos, no les permitian ceder a la verdadera autoria, forma y denominación del huesito en cuestión. Estaban cansados de que se montara la competición anual, y que los habitantes de ambos pueblos se enfrentaban en una contienda gastronómica que dividía opiniones y encendía los ánimos para saber cual era el mejor y cual debia llevarse el merito definitivamente. No se, es como si tuvieran que haber concursos para todo, hasta de cómo doblar la servilleta perfecta, en fin.

Su idea era sencilla, intercambiar recetas en un intento de unir fuerzas. Sin embargo, el experimento resultó un desastre culinario y en cuanto se destapó su plan, agravó el problema aún más en una enemistad que sus descendientes mantienen viva hasta el presente.

Pero ahora viene lo bueno. Un mes antes, y ante la inminencia de una nueva feria, Lucrecia, una joven aprendiz de panadera de Santa Marta, muy creyente tanto de la leyenda del grillo mágico, como devota de la Santa, tuvo una idea revolucionaria, creativa y audaz para dilucidar el campeón definitivo: en lugar de un jurado que nunca se iba a poner de acuerdo, propuso llevar ambos panecillos a la cueva de San Simón y que el grillo mágico decidiera. El dia de la Feria, irian hasta la cueva el alcalde de cada pueblo y dando Fe del resultado, proclamarían un vencedor definitivo.

Todos los vecinos de ambos pueblos se echaron a reir al oir aquello pero, casulamente ninguno se negó a ello. En el fondo no tenían nada que perder, aunque nadie se creyera a estas alturas la historia de la existencia de un grillo mágico.

El dia de la Feria anual llegó, y tras un mes de espera, Don Anselmo, alcalde de Santa Marta, y Don Ramiro, alcalde de Rascafría entraron en la cueva.

La espera se hizo eterna y tras cinco minutos salieron con cara de circunstancia y con las manos vacias.

“Nada. No hay rastro de los panecillos, ni las migas” afirmaron con gesto de asombro.

“¡Fue el grillo! Exclamó uno, ¡La Santa, la santa se los comió! Gritaba otro.

Ante la algaravía que se montó, los Alcaldes se miraron y esbozaron una sonrisa de complicidad.

Era lo de menos quien se lo hubiese comido. Daba igual si había sido animal o una divinidad. El caso es que habían desaparecido los dos y con eso era suficiente para pensar que eran iguales de buenos.

De forma unánime, ambos Alcaldes emitieros sendos Edictos de obligado cumplimento y determinaron de forma salomónica que, ya que ambos huesitos había desaparecido “milagrosamente” y queriendo creer por ello que les habían gustaban por igual a la Santa y al Grillo, decidieron que a partir de ese momento, se elaboraran y se comecializaran juntos, mezclados en un envoltorio con la descripción de ambas historias por igual. De este modo, desde entonces, la persona que los come puede elegir y degustar tanto la tradición como la leyenda.

¿Saben una cosa casualmente?

Hoy en día, los preferidos, los que más gustan a los mayores, son los que tiene forma de hueso humano y a los más pequeños, bueno… ya se lo imaginan.

O a caso… cuando eran pequeños, no se han pasado tardes enteras de verano jugando, divirtiéndose y entreteniéndose con los animalillos del campo.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

«Madre deme un trozo de pan,»

Recuerdo con alegría, el amasar que mi madre hacía en aquel espacio que se había preparado para llevarlo a cabo en el segundo piso de la casa, al cual se le llamaba «el porche»

En el porche, mis padres al almacenaban parte de la cosecha. Al terminar de subir la escalera y llendo hacia la parte izquierda, pegada a la pared que da con la habitación de detrás, ya que así se le llamaba, estaba la caja de masar.

Aquella zona falta de luz solar ya que las dos ventanas estrechas y largas que daban a la calle estaban al otro lado de la casa.

La leve oscuridad que tenía aquel trozo de porche a mí me llevaba a imaginar la mayoría de las veces estar en un lugar con hechizos…

La caja de masar era de altura como una mesa, y un largo de un metro por ochenta de ancho. se podría decir que era un cajón con tapa el cual se aguantaba en unas patas. Alrededor del mueble estaba el saco de la harina el pequeño de la sal, unas mantas, la olla de porcelana roja en donde mi madre solía calentar el agua y, la tabla de madera, tan necesarias para colocar en ella los panes de un kilo aproximadamente. Una vez amasado el pan lo dejaban un tiempo en ella tapado y una vez en su punto, se llevaba al horno para su cocion. Mi madre solía hacer cada semana ocho panes.

Solo tres letras dan nombre a un necesario alimento» el pan»

RAQUEL LÓPEZ

Antes que despunte la mañana

el panadero se apresta,

cargándole a su yegua

los serones de harina blanca.

Panes que amasó en la noche

y coció de madrugada,

baja al pueblo recorriendo

las callejuelas y plazas.

Y entonando su estribillo…

» Ya llegó el panadero

repartiendo pan de hogaza

con aceite de estos montes,

que traje de la almazara.»

Los niños hacen corrillo

pues azuza el apetito,

las mujeres se aproximan

para comprar su rosquillo.

» Ya llegó el panadero

lleven su chusco jugoso

que no hay panadero más tierno

ni sustento tan sabroso».

ROBERTO LÓPEZ DEL CASTILLO

Artemisa amasaba el pan todas las mañanas. Con el grado preciso de humedad, ni muy dura ni muy pegajosa, estirando la masa hacia delante y hacia atrás, para levantarla de nuevo y repetir de nuevo la operación. Era una rutina que hacía día tras día, año tras año, bajo la esquiva mirada de su marido, que se afanaba en introducír los panes en el horno que debían ser despachados minutos después en el mostrador. Si alguna bola de pan se resecaba con el meneíto, lo compensaba con las gotas que caían de sus ojos humedecidos, llorosos, que volvían de nuevo a hidratar la masa.

Quería hacer algo, dar un giro a su vida, no amasar pan durante toda su santa vida.

– ¿Me sirves ya el pan, bonita? Poco tostada, ya sabes.

– Te lo va a servir tu puñetera madre – dijo apartándola bruscamente de su camino, mientras se dirigía con decisión a la puerta de salida.

Artemisa estaba fuera de sí. Tanto, que no vió venir la tragedia. Salió disparada a cruzar la calle, mirando al frente enfurecida.

El frenazo que dió el coche provocó una colisión en cadena de los que venían detrás. El autobús del fondo tampoco pudo parar a tiempo, estampando algunos viajeros contra la luna delantera.

– Mira por dónde vas, ¡maldita loca! – acertó a decir el conductor, haciendo groseros aspavientos por la ventanilla.

Pero Artemisa no miró atrás. Asustada, cogió su coche. Hizo una misteriosa llamada de teléfono y regresó como alma que lleva al diablo a su casa. ¿Agobio? ¿Brote psicótico? Quién sabe.

Afortunadamente ningún viandante se cruzó en su camino, pues le hubiera arrollado irremisiblemente.

Hizo un trompo delante de su portal, abriendo bruscamente la puerta del copiloto.

– Sube al coche, Apolo mío.

El chico era el vecino del 4°, aquel con el que se daba besos furtivos en el ascensor, a la sombra se miradas indiscretas.

El coche estaba con el depósito medio lleno. Quién sabe cuántos kilómetros recorrerían en su Opel Corsa descapotable.

Su mano derecha apretaba con fuerza el cuero del volante mientras que con la izquierda ondeaba la mano al ritmo que marcaba el viento que venía en su contra, conduciendo por las sinuosas carreteras de alta montaña.

Le embargaba el olor de los pinos, el romero y las jaras que dejaban atrás a su paso, respirando profundamente el aroma de su exigua libertad, todo bajo la mirada de su sorprendido copiloto.

En el recorrido se topó con un desvío. Y al lado una señal de peligro que invitaba a no seguir por ese camino. Artemisa no hizo caso y giró el volante, llegando en apenas unos metros a las puertas de un profundo barranco a los pies de un precipicio.

Dió marcha atrás e hizo rugir el coche. Su compañero la miró asustado. ¿Sería capaz?

– A ver Apolo, cariño. ¿Acaso crees que soy tan tonta de lanzarme por el barranco, a lo Thelma y Louis? Tampoco ha sido tan grave lo que he hecho – dijo dándole un apasionado beso a su acompañante -. ¡Ni que fuera a ir a la cárcel!

Artemisa sonrió, se puso de nuevo las gafas de sol y metió la marcha al coche para dar la vuelta. El depósito de combustible empezó a pitar. Una gasolinera Repsol salió a su rescate, como si hubiera estado allí solo para esperar su llegada. Pararon delante del surtidor.

– Mi querida diosa de la luna, ¿estás ya mejor?

– Sí, el aire fresco me ha venido bien, ¿se nota? Anda, baja y échame gasolina al coche, que volvemos ya.

ARCADIO MALLO

Contaba pocas monedas en el bolsillo y la bolsa con la que siempre volvía a casa llena de pan y fruta, iba casi vacía. Eso sí, sus pies ardían, como si el propio diablo estuviese concentrando toda su energía en cada paso que daba. Comenzaba a anochecer. Al llegar a casa pondría los pies en una tinaja de agua fría para calmar aquel dolor, acentuado tras una jornada de intensa caminata. Todo para cuatro monedas y una barra de pan. Se notaba que era final de enero, la gente no estaba caritativa.

Mientras los pies refrigeraban, perdía la mirada en el horizonte y meditaba en su vida. No se daba cuenta cuál era el cruce en el que se había perdido. Tuvo la oportunidad de trabajar en la construcción, era un albañil de primera, y, sin embargo, acabó derrochando lo poco que tenía y echándose a la carretera a pedir limosna por las puertas. Curiosamente, juntaba lo suficiente para seguir malgastando dinero.

Se llenó de aire y suspiró. Secó los pies y recogió la tinaja. Cenó un trozo de aquel pan duro, sin molestarse ni en ir a la nevera. Mañana probaría ruta nueva, a ver si había más fortuna.

MARTU MONFORTE

Esperanza

El trigal se mece, susurra como el mar. Se extiende en la llanura como un manto de sol. Baila en el viento; crece. Sus granos maduros, serán dorados y traslúcidos. Y después llenos, ambarinos de abundancia, se entregarán a nuestras manos.

El trigal sabe que lo espera la gloria de ser el pan nuestro; vida, futuro, alimento y calma. Por eso canta en el horizonte abierto de la llanura, al abrigo del sol, bendecido por la lluvia, enraizado a la tierra fértil. Ellos: sol, lluvia y tierra; amigos necesarios para ser y completarse. Para darse entero.

Mientras espera paciente el tiempo de cosecha; se mueve despreocupado bajo nuestra mirada atenta. Su alegría corre con el viento calmo de noviembre junto a nuestro regocijo. Superado el temor a sequías, plagas o inundaciones, ya libres de noches de angustias, desvelos y rezos; se respira paz en los campos; se espera.

Las manos también esperan con las palmas abiertas, con la esperanza bordada en la piel. Serán ellas los pájaros que escribirán historias, amasarán un poema que cobijará a ese bollo fecundo y crecerá como la esperanza misma.

Escribir es amasar. Amasar es elevar un himno; agradecer.

Escribir es sentir que nunca estamos solos, que nunca nos abandona la palabra; esa luz atraviesa la soledad y sosegamos la pena; le arrancamos el grito, el verso, las lágrimas.

Amaso y escribo cada día, lo necesito. Mezclo la harina con agua tibia, con levadura y una pizca de azúcar, con olivo cristalino que cae y es un ojo verde que mira. Entonces, con las manos blancas y mi cara de tiza, canto mientras giro. Giro y uno. La pasta se une hasta formar un elástico que se extiende y vuelve. Y va de nuevo. Como la vida, como los sueños. Me estiro. Lo estiro como la pampa que acunó el trigal. Lloro mis pesares, ahora soy yo la que susurra bajito y le cuento una historia. Nace en esa unión de mi corazón y su deseo, en el silencio de mi cocina mientras entra el sol. La historia se revela, crece por sí misma, se suelta y habla. Quiere contar. Ser, eso quiere, dar testimonio, no sucumbir en el olvido. Le doy lugar, su Señoría. Bienvenida. Asumo el riesgo de escuchar, me emplumo de coraje.

Giro y me río entre lágrimas, me enojo, me sacude la magia. Giro y me confieso, me caigo de rodillas, me pongo de pie y me levanto, sigo andando, amaso ese día, cada día, todos los días. Lo hago como un acto sagrado a veces, y pagano, otras.

Corro, soy una niña perdida que encuentra un tesoro, su desborde; su bendición. Juego, tiemblo, imagino las risas de mis hijos y sus caras sucias con las miguitas que dejará el pan; dulces caricias. Me voy lejos, sigo a la niña de trenzas amarillas que nunca fui pero me imagino así, como después fueron mis hijos, vaya sueño.

Llegan pájaros; traen retazos de leyendas lejanas, murmuran, me conmueven.

Mis manos no se detienen, perseveran; lo hacen de memoria, con memoria, sin ella. Es distinto cada día. Es un estreno. Nunca sé cómo saldrá, a veces es una esponja etérea que se deshace en las bocas que amo, otras se cierra, se repliega; siempre es pan.

Amaso en mi casa, en otras casas, a la intemperie. Antes de irme y apenas vuelvo. Mientras tanto. Mientras camino bordeando un médano de sal, mientras miro el estanque y sueño con nenúfares que nunca vi, pero están para mí.

Me entrego en los días de tristeza y de alegría, festejo el encuentro. Me voy y vuelvo porque sí, porque necesito su abrazo. También su ira, su reclamo, su insistencia.

Sacudo la nostalgia, aislo la soledad vacía para habitar en ella, deshilacho el grito hasta que sea un hilo endeble; busco la luz que anida, la savia de sus raíces, las gotas de lluvia dulces. Mientras, escucho las plegarias que elevaron los corazones de la siembra; la esperanza.

Enciendo el sol, o una lámpara vieja, o la luz de la luna o mi luz. No me vence la noche cuando amaso. Ni el cansancio, ni el delirio, ni la fiebre. Al contrario, ese manto de terciopelo ambarino enciende mis rincones. Mis manos van, dejan huellas: estoy, estuve, estaré aquí. A veces soy guerrera, otras astronauta o cenicienta.

Amaso con razón, sin razón, amaso sin puntos, en el silencio, en el bullicio, en medio de la nada. Voy y vengo, soy bruja y hechicera. Es mí deber latir, parir el bollo, darle el tiempo de espera. Acunar y echarlo a andar.

Giro y busco un camino. Me detengo, descanso pero sigo. Siempre hay que seguir. Hundo mis manos, busco el secreto, la comunión. El tiempo parece detenerse en ese mientras tanto, sin embargo va. El verso reza, va a parir un brote de esperanza.

Me encuentro cuando llueve o hace frío, en un atardecer cualquiera. Me quita el enojo, la inquietud, no tiene certezas, pero lima mis incertidumbres, las vuelve más livianas. Rayo de luz que deja atrás las tinieblas y tiende veladuras para seguir; he desarmado los monstruos, aniquilándolos. Vi nacer un niño, lo escuché llorar. Despedí a un abuelo que moría en calma. Seguí amasando y a veces, encontré un sentido, un silencio. Otras no, pero seguí confiada, sé que algo bueno siempre espera.

Es mi oración, mi plegaria. Es mi alabanza, mi descarga.

Apurada, lenta; enamorada, sola. Siempre amaso; desando huellas, comienzo. Las palabras se atreven, se despojan y vuelan. Dejan el verso, rompen la rima, vuelan solas en el universo y esperan. Después hay un encuentro, un abrazo fraterno. Una frase se da, bondadosa, como ese beso que le damos al pan. Al pan nuestro.

En pleno insomnio, en la incipiente madrugada. Se huele el sabor de la libertad, la proclama cierta, el deseo de soltar lo que latía en la oscuridad. Se desliza, se extiende como el trigal, se acuna y se seca al sol. Y se transforma y canta con valentía. Sanará, con la luz, con el tiempo, con mi calor, sanará.

Imposible abandonar el ritual; es mi alimento. Abandonar sería morirme; naufragar.

Nacen de mis profundidades preguntas, respuestas, imágenes, colores, notas tristes; palabras y símbolos que desconocía bailan en esa masa resistente formada con mis manos. Con ella construyo un nido. Un refugio de pan para todos los tiempos, para todos los pájaros, para sanar heridas. Es un destello de luz que alumbra acá, más allá hasta el infinito celeste.

Giro y escribo. Escribo, la palabra es mi Catedral; sé que es una forma de llegar. Siempre es llegar a algún lugar o a alguna parte, donde susurra el mar, como un trigal.

Amaso la vida, escribo la historia. Vuelvo a nacer.

SERGIO TELLEZ

BAGUETTE

–»Bonjour monsieur», «bonjour madame», «bonjour mademoiselle». Así saludó aquel día Reutilio a los vecinos que se le cruzaron en su camino hacia la tienda de la esquina.

Reutilio recién llegaba al pueblo luego de una ausencia de cinco años, su nuevo bigote con un gran mostacho destacaba en su figura y lo hacía ver especial.

Todos lo conocimos y crecimos con él y siempre fue parte del combo del barrio.

A diferencia de sus modos antes de viajar a Francia, cuando era un hombre de apariencia enjuta y parco en su proceder, el nuevo Reutilio con unos kilos de más, caminaba de forma altiva y orgullosa; saludando con donaire a cuánto vecino se le cruzaba, con ademanes propios de una persona sofisticada y de clase.

A pesar del intenso calor de aquellos días de julio, Reutilio cargaba a cuestas una gabardina o «une gabardine» como él solía llamarle, junto con «une cravate», que era un simple pañuelo que hacía las veces de corbata y adornaba su cuello.

Lo mejor de Reutilio en nuestra época de estudiantes, fue la simplicidad con que aprendió francés obteniendo las mejores notas. Aún tengo presente la facilidad con que se aprendió La Marsellesa,–»Allons enfant de la patrie, le jour de gloire est arrivé…» entonándola con su mano izquierda puesta en él pecho a todo pulmón frente al «professeur Hernández».

Reutilio que ahora se hacía llamar «monsieur Reut», provenía de una familia modesta del pueblo, al igual que casí todos nosotros, pero con ciertos aires de grandeza.

Sus padres y hermanos, se encargaron durante esos cinco años, de promulgar el viaje al primer mundo, su estadía y estudios mediante una beca en La Universidad de la Sorbona, además de su trabajo como traductor del francés al español, con excelente remuneración. Así mismo, anunciaban su pronto regreso luego de cumplir cinco años de estadía en aquel soñado país y su intención de invertir sus francos en el negocio de los alimentos.

El domingo 14 de julio, fecha que coincidía con la independencia de Francia y la toma de La Bastilla, la modesta casa de Reutilio y su familia se vistió de gala, cientos de bombas de color rojo, blanco y azul adornaban la entrada del pequeño local. El mapa del país Galo encerraba el letrero principal que proclamaba: «El pan francés–Baguette» y más abajo en letra más pequeña anunciaba los demás productos ofrecidos: almojábanas, churros, regañonas, colaciones, mogollas, mojicones.

Y la especialidad de la casa, una bebida fermentada hecha artesanalmente en casa: chicha de maíz, reenvasada en botellas plásticas de gaseosa 2,5 litros; con su letrero «Le chiche de Reut».

Monsieur Reut, sentado en una butaca, en la entrada de su panadería, atusándose su mostacho con los dedos índice y pulgar, tratando de volverlo cada vez más fino y puntiagudo saludaba a sus potenciales clientes con su sonrisa de oreja a oreja.

A las 11,35 de la mañana, una comisión de la fiscalía general de la nación desplegó un gran operativo, arrestando sin ninguna respuesta a monsieur Reut. Al parecer Reutilio estaba sindicado de ser el jefe de una banda que azotó durante cinco años, mediante tácticas de fleteo el sector conocido como El Barrio Francés en la capital de la república.

Reutilio recién esposado gritó a la multitud que se aglomeró:»au revoir, au revoir, je serai bientôt de retour» (adiós, adiós, volveré pronto)

Aún recuerdo las palabras de mi padre cuando llegue corriendo a casa para comentarle lo sucedido.

«Toda vulgar cerveza, lleva consigo la triste historia de una espiga de trigo que pudo haber Sido un gran pan francés»

PEPI MAGINARIA

ABERRACIÓN

Aún no distingo si somos etéreos, corpóreos o férreos, o algo de todo en diferentes proporciones.

El caso es que hoy siento la imperiosa necesidad de cometer una aberración.

Me dirijo, por los atrases de la ciudad, desde el suburbio que desemboca en una gran vía urbana e intransferible, decidida a llevarla a cabo.

Por el camino encuentro miradas de subsistencia, deferencia, indiferencia, que no corresponden con las edades; algún niño trata de robarme la cartera, otro me pide algo, otro me ofrece algún tipo de servicio a cambio de una compensación.

Un poco más adelante, donde la oscuridad ya empieza a disimularse entre las luces de neón y las conveniencias, aún otro pequeño está parado ante la vitrina de una pastelería, que ofrece sinuosa sus delicias turcas. De tersa piel inocente, de tersa mirada, de hambre tersa y más tersa miseria.

Continúo hasta ir dejando atrás ese infortunio. Llego a mi destino, al final de esa gran vía, al lugar de moda «N.º 13 DE LA NOUVELLE CUISINE «, y pido algo que me deleite. Me sirven unas delicatessen del siglo XXII: degusto trece platos, servidos en un orden que recrea con exquisito esmero la vuelta al mundo de Phileas Fogg; alguno aún mantiene la reminiscencia de haber estado cubierto de nitrógeno líquido…

No tengo nada más que decir.

Fin de la aberración.

  • Nota 1: no menciono en el texto la palabra pan por el respeto que se le debe en su ausencia.
  • Nota 2: Aberración, RAE: grave error del entendimiento, error, equivocación, disparate, despropósito…

RAÚL LEIVA

Milanesas

—¿Por qué le ponés tanto pan rallado? A mí déjame dos sin tanto pan.

Cada vez que hago milanesas, Laura me dice esta suerte de mantra culinario y le dejo un par como a ella le gustan. Por otro lado, mi hija Marina me pide que, con el pan sobrante y huevo, le haga una suerte de torreja de pan frito. A mi hija Luna no le gusta la grasa de los bordes, así que como un cirujano le quito todo el sobrante dejando tres o cuatro bifecitos inmaculados para ella. Así y todo, le corta los bordes, no sé si por un ritual para con la madre tierra, por desconfianza que haya quedado algún resto sebáceo, o para que el perro tenga en su plato algo más rico que esos porotos secos de masa color marrón que come a la hora de la cena.

Por eso el preparado de las milanesas con papas fritas me lleva tanto tiempo, y tantas emociones juntas, porque, aunque parezca solo una fuente de milanesas con papas fritas, ahí puedo inventar un mundo imposible que es reunir a mi familia a la hora de comer.

Ellas no saben, pero hay una historia detrás de las milanesas con doble pan rallado.

Cuando era chico, por lo general mi mamá se encargaba de la comida, mientras que mi papá debía trabajar hasta tarde en la carpintería del Club de Regatas o en casa terminando algún trabajo de esos que hacían mucho ruido y suciedad a cambio de un dinero escaso, pero necesario. Una vez por mes, tocaban controles médicos y por lo general, ese día mi papá se lo tomaba para acompañar a mi mamá ya que los médicos nunca eran portadores de buenas noticias para la sordera de mi hermana. Cuando llegábamos a casa, los ánimos no eran los mejores y mi mamá se encerraba a acomodar la pieza de mi hermana, aunque escuchábamos que ordenaba su alma llorando y maldiciendo por partes iguales.

Lo único que sabía cocinar mi papá eran milanesas y algún que otro asado a la parrilla, así que los días de control médico, sabíamos que le tocaba a él hacerse cargo de la cena. Cortaba la carne finita y le ponía esta doble capa de pan rallado con huevo batido que le hacía una suave cáscara marrón clarito y por lo general se despegaba de la carne formando unos burbujones. Antes que se enfriara el aceite, me cocinaba un huevo frito a regañadientes de mi mamá que insistía que me iban a dar pesadillas comer tantas cosas fritas. Esa comida en particular, me trae muchos recuerdos en sabores y sobre todo porque lo veía a mi papá de espaldas preparando con mucha paciencia una fuente de algo rico que le haga un poco más fácil la noche a mi mamá que rara vez hablaba de lo mal que le hacían las paupérrimas novedades del doctor. A él también le dolía la situación, pero no sé de donde sacaba fuerzas para poner un poco de buen humor a las cosas a pesar de todo.

Por eso, cada vez que preparo las milanesas con dos capas de pan rallado y huevo, a pesar de la ausencia de los burbujones y el escaso grosor de la carne, y pongo la fuente en el medio de la mesa, veo las eternas malas noticias del doctor, la tristeza de mi madre, la sordera de mi hermana, la paciencia de mi papá y su manera de ponerle un poco de buena onda a la cena, pero también veo a mi hija menor con su torrejón de pan frito, al prolijo bifecito desgrasado de mi hija mayor y las milanesas un poco más finas y oscuras de mi mujer Laura que vigila que nadie se las quite.

Es justo en ese momento que la cena me conecta con lo mejor de los dos mundos imposibles de unir, ya que algo tan simple como unas milanesas con doble pan rallado y huevo hacen una suerte de alquimia en mi memoria y pasan por mi cabeza memorias de un tiempo feliz que atesoro para siempre en mi corazón.

GRACIELA PELLAZZA

Tomen… dijo

Y cuando lo decía, yo sentía que no había hambre en el mundo.

Nada podía faltar en ningún lado cuando mi padre repartía pan.

En el ademán, un corolario de manos le parloteaban sobre su delantal. Como un cuadro se le pintaban dos comisuras nuevas en la sonrisa, y nosotros en la rueda le reíamos.

Blanco de harina.

En sus palmas grandes lo dividía con justicia, y nos miraba mientras comíamos. Tibio, horneado, con los huecos humeantes en la miga.

Supe verlo.

Estuve ahí en la pausa de sus ojos, en esa blandura que envolvía su gesto.

¡Qué maravilla esa treta mia, esa picardía!

Hoy ya no está

Pero cuando parto el pan

Lo sigo viendo.

HAROLD LIMA

Tiene tantas posibilidades.

Como médico he visto pocos casos similares en mi ejercicio de 30 años, llamaría a esta niña una peculiaridad muy afortunada. Fueron muchos los factores que influyeron para que siga viva a pesar de su rara condición, el más importante creo yo fue el gran avance científico que nos permite el congelar alimentos por mecanismos de compresión de gases como el freon; años atras supongo solo nos tocaría ver como aquel cubito de hielo perdía gradualmente su forma y se derretía, dando fin a la vida de aquella pequeña recién nacida que estaba filiada a él.

Mucho se ha hablado en la literatura médica, religioso y científica de los intrincados mecanismos que filian a los pequeños nacidos a objetos, animales o elementos de por vida. Más luego de siglos de estudio nada sabemos en concreto, solo que cuando uno nace se materializa a algunos palmos de distancia algo que lo acompañará de por vida.

Estas relaciones han sido evaluadas estadísticamente en los imperios australes de Dasia y se revelo que existen más posibilidades de nacimientos de niños filiados a objetos inanimados mientras más cerca se está al Ecuador y de niñas filiadas a animales en niños de la etnia Mayura del sector occidental de las republicas autonomas de Dresde. Sin embargo, estos hallazgos no plantean más que meras cifras nada influyentes. Por su parte la religión organizada ha propuesto que la vocación religiosa se da más entre gente que nació filiada a animales domésticos como gatos, perros o algún animal de granja. Mas, la psicología y sociología modernas nos dicen que alimentar a los animales de compañía acarrea un gasto mensual que es difícil de sufragar y por tanto, se opta por opciones laborales de clero, donde nunca falta el alimento. Aunque esto es negado por las autoridades eclesiásticas.

Muy aparte de esta condición natural del ser humano, la ciencia ha avanzado en mecánica, permitiéndonos maravillas como el antes mencionado, congelador que nos permite conservar alimentos para viajes largos y talvez mencionar también el medidor de posibilidades; un artilugio que nos permite estudiar la causalidad misma.

Mi primera experiencia con este artefacto tan innovador fue precisamente cuando nació esta pequeña filiada al cubito de hielo. Nuestro hospital posee un ala de investigación medica avanzada y por pura casualidad realizaban un estudio en el ala de maternidad y en las salas de enfermos terminales, los científicos aprovechaban que los niños recién nacidos poseen infinitas posibilidades, para ser o hacer cosas; piense en un recién nacido, podría ser niño o niña, llamarse de infinitas formas, tener un futuro impredecible y eso quedaba registrado en la máquina, al contrario un enfermo terminal en ocasiones solo tiene la posibilidad de morir o vivir algo más y eso marcaba también en la máquina que apenas movía sus agujas.

Sobre la niña del caso que relato. Las agujas apenas se movieron cuando tocó la revisión rutinaria a su madre y se ordeno la cesaría inmediata para salvar su vida. Una vez la niña dio un respiro con sus frágiles pulmones el resplandor azul habitual materializó un cubito de hielo en la cama. Se dice el oficio de obstetras es el más impredecible y requiere de un espíritu diligente, pues las sorpresas no faltan, un día un niño filiado a un caimán otro alguna niña nace filiada a una semilla se mostaza tan pequeña que se puede perder entre los grandes salones de maternidad o solo talvez un día normal con niños filiados a piedras, muebles u otros objetos que no causan sobresaltos.

Esos días yo apenas era un interno de segundo año y me toco ayudar a empujar la pesada maquina refrigeradora desde una sala adjunta, las enfermeras colocaron con cuidado el cubito de hielo en la cámara de congelamiento, mientras otras enfermeras hacían seguimiento de los signos vitales de la recién nacida. La prensa se sobresalto esas semanas y fueron muchos los políticos que aprovecharon el inusual acontecimiento.

Sobre la pequeña, hasta hace poco pude tener noticias de ella. Estudio ciencias administrativas y por sus propias palabras descubrí tuvo una vida introvertida siempre próxima a su congelador y a una toma de fluido eléctrico. Aún así, gracias a los avances posteriores supe, ella pudo viajar a algunos continentes aprovechando las pequeñas unidades de refrigeración que se desarrollaron para el transporte de vacunas y material medico. Sus brillantes ojos y su sonrisa amable me recordaron a mi propia hija que tuvo la suerte de nacer filiada a una pieza de pan. Este hecho hubiera sido noticia mundial y ella hubiera muerto en algunas semanas cuando los hongos hubieran colonizado la pieza. Muchos niños del pasado murieron al nacer filiados a objetos o animales efimeros, hoy en cambio, nuestros métodos de conservación nos permiten en caso de animales como por ejemplo moscas, congelarlas y conservarlas en resinas y así la integridad del objeto se mantiene. Hecho que se describía en los libros religiosos «mientras la forma acompañante que dios le ha dado al fiel este fiel a duras deseo, el fiel vivirá una vida larga y plena»

El pan se trato con gases inertes y se encapsulo en una caja hermética fácil de transportar, ella en sus 14 años disfruto de la libertad y seguridad de saber su objeto filiado estaba seguro del deterioro que la mataría. Es una lástima que un accidente de tránsito me la arrebatará un año después, mas siempre fue una niña con pocas posibilidades según los estudios con las máquinas de posibilidades, yo y mi esposa lo sabíamos desde siempre, sus posibilidades siempre fueron por debajo de la media más allá que fuera un dulce páncito que daba alegría a nuestras vidas.

De la mujer filiada a un cubito de hielo supe se caso con un burócrata filiado a un salero. Es irónica la vida, la lógica nos dice la sal derretiria el hielo y mataría a su amada esposa, es algo para pensar.

La ciencia nos dio algo de esperanza y posibilidades, la máquina de medición de posibilidades es un artículo habitual, como una lavafora o estufa en cada hogar actual y se de la próxima salida de modelos de pulsera.

Miro a mi segundo hijo, el nació filiado a una cajita de fósforos, cuando lo examino veo marca muy alto, seguramente las compañías de seguros, empleadores y parejas saltaran sobre él, pues tendra un futuro brillante y una larga vida. Tiene tantas posibilidades o al menos más que mi pequeña y dulce pancito.

BEGO RIVERA

Charlie

Nunca me gustó Charlie, el hijo del panadero. En realidad se llamaba Carlos, español de pura cepa, pero le gustaba todo lo que fuera americano.

Cuando yo era pequeño iba con mi madre a comprar el pan y siempre estaba Charlie, entonces era un chico guapo, atlético, simpático, se tenía ganada a toda la clientela con su pico de oro, a todos…menos a mí.

Me transmitía con su mirada un no sé qué que me disgustaba, se me encendía en mi ser una luz roja; «red flag» como se dice ahora.

A Don Luis, el panadero, le salió el hijo descarriado. Decían en el pueblo que el padre no tuvo más remedio que meter a su hijo en la panadería so pena de terminar en el talego. En el pequeño pueblo habían desaparecido tres mujeres y la policía andaba detrás de Charlie, pero no tenían nada con que vincularlo con las desapariciones excepto que el susodicho había mantenido relaciones con las tres chicas, todas ellas casadas— clientas, por supuesto— por lo cual los maridos también eran sospechosos.

Mi madre bebía los vientos por él, ella y la mayoría de las mujeres y hombres del barrio.

Cuando llegué a la adolescencia le dije a mi madre que iría a comprar el pan solo, sin ella, ya que no me fiaba de que acabara en los brazos del joven «Narciso» del panadero, tenía que cuidar de ella ya que mi padre era un pobre infeliz y confiado. Ella se negó en rotundo y me di cuenta por su enfado desproporcionado que la cosa era peor de lo que yo pensaba.

Así que visto lo visto… decidí deshacerme del joven estorbo.

Sabía que los sábados por la noche Charlie estaría borracho en el bar de siempre hasta altas horas de la madrugada, le esperé a fuera y en medio de la oscuridad le clavé varias veces un cuchillo hasta que vi como su alma, si es que la tenía, abandonaba su cuerpo.

Pensarán que me salí con la mía…

¡ Pues no! La policía tardó una semana en cogerme, al parecer alguien me vio pululando de madrugada—cosa rara en un chico de quince años en aquellos tiempos— y sumaron dos y dos.

Canté la traviata en cuanto empezaron con el interrogatorio, mientras, mi madre a mi lado lloraba sin parar y mi padre estupefacto no sabía por dónde la daba el aire y se había quedado mudo del susto.

Ahora eso quedó atrás, ya cumplí con mi pena que no fue mucha por ser menor.

Desde aquel terrible episodio no he vuelto a comer pan, me recuerda a mí madre y lo que tuve que hacer para que ella parara de matar a más mujeres.

JOSÉ LUIS USÓN

PAN AMARGO

Tras la cinta verdiblanca que delimitaba la zona, los vecinos se agolpaban intentando averiguar lo sucedido. Comentaban entre ellos y especulaban sobre cual podía ser el motivo que había provocado semejante despliegue. Hacía media hora que varios coches de la Guardia Civil, habían aparecido haciendo sonar sus sirenas con estrépito. Suponían que estaba relacionado con el hecho de que la panadería no hubiese abierto sus puertas desde hacía unos días. Temían por la integridad de Mariano y Mercedes, el matrimonio que desde hacía treinta años regentaba el negocio.

Mientras tanto, los agentes de la benemérita, ajenos a todo, entraban y salían de la vivienda que ocupaba la primera planta del edificio, justo encima del obrador. Algunos vestían de uniforme y otros lo hacían de paisano portando unos chalecos de un amarillo luminiscente en los que se podía leer “Guardia civil, criminalística”. Una agente, intentaba sin mucho éxito, que los vecinos —que la asediaban con sus preguntas— despejaran la zona.

— ¿Qué se sabe agente? Están bien Mariano y Mercedes. Hace días que no se les ve y el obrador ha permanecido cerrado todo este tiempo.

— Al parecer hay dos cadáveres, todavía no están confirmadas las identidades, pero podrían ser los propietarios de la panadería, se trata de un hombre y una mujer de cincuenta y muchos años. Han aparecido en la cama sin signos de violencia, están esperando la llegada del juez para proceder al levantamiento —quién contestó no fue la agente, sino un periodista de un medio local, que al parecer estaba ya al tanto de todo. Se ganó con ello la bronca por parte de esta—.

*

Mariano, con las manos todavía manchadas de harina, apuntaba sobre un libro de contabilidad de tapa dura, columnas de números con minuciosidad. En otro papel, iba realizando la suma de los tiques de caja. Nunca usaba la calculadora, era de la vieja escuela y no le hacía ninguna falta. Su mujer, sentada en un pequeño taburete del obrador, tenía los dedos de las manos entrelazados y los movía nerviosa. Esperaba ansiosa el resultado.

— Ya está, dijo Mariano.

Mercedes se acercó temerosa, y con vista trémula miró hacia el libro por encima de su hombro.

— Otra vez. Qué vamos a hacer. Nada de lo que hemos intentado ha dado resultado. —las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Eran lágrimas de rabia, de desesperación, de impotencia. No podía ver los de su marido, pero sabía que también estaban anegados—.

Hacía dos años que las cuentas no salían. Este mes, las ganancias habían sido menores que las del anterior, y las del anterior menores al que precedía, así llevaban ya dos años, en los que el negocio había pasado de la rentabilidad, a no dejarles margen para el sustento. Durante este tiempo, habían acabado con los ahorros conseguidos durante toda una vida de duro trabajo.

Todo empezó de forma inesperada. Una tarde, un grupo de obreros apareció con gran cantidad de herramientas. Estuvieron dos meses trabajando, en los que Mariano y Mercedes pudieron ver, como lo que hasta entonces era un local moribundo, desde que una oficina bancaria lo abandonó sustituyéndolo por un cajero automático a pie de calle, se iba convirtiendo en un coqueto despacho de pan de una conocida franquicia. La fachada, revestida con madera y molduras de un verde bosque y rematada con un rótulo metálico en tonos de oro pulido, atraía a los clientes como un canto de sirena.

Desde entonces lo habían intentado todo. Mariano aligeró un poco el peso de la barra, para ahorrar en el coste, cambió de proveedor de harina e incrementó su jornada, despidiendo a su único ayudante. Mercedes por su parte, bajó el precio, lanzaba ofertas puntuales, e intentó, a base de imaginación, dar un aire más actual al despacho, haciéndolo así un poco más atractivo. Nada de esto sirvió, la gente seguía pasando de largo y entrando en el local de enfrente.

*

Aquella tarde, entre miradas cómplices bajaron la persiana, sabiendo que era la última vez que realizaban ese gesto. Ya nunca se volvería a subir. Abrieron la puerta del portal de la vivienda, que estaba justo al lado de la de la panadería, y con pasos cansados subieron las escaleras que los separaban de la primera planta. Se desnudaron sin prisa y se tumbaron en la cama sin probar bocado. Así los encontrarían los agentes varios días después. Sobre las mesillas, dos pequeños vasos de plástico.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

La luna me mira.

Es como un pan, redondo, tierno.

La luna me mira.

El niño llora.

Quiere pan?

La noche se va.

La luna ya no me mira.

El niño ya no llora.

Donde fue la luna?

Donde el niño?

EFRAÍN DÍAZ

Se puede aprender mucho sobre alguien con solo compartir una cena. Si la cena es rígida, tensa y restrictiva, el sexo será igual de horrible.

Felipe logró lo que mucha gente intentó sin éxito. Que Ivette, la mujer más guapa y deseada del condominio aceptara una cena. Fueron muchos los pretendientes y uno a uno Ivette los fue despachando con un rotundo “no”.

Entonces, ¿que hizo Felipe para lograr que Ivette aceptara una cena?

Reservó en el restaurante más elegante, reputado y costoso de la ciudad.

Los demás condómines no podían creer que Felipe, que no era especialmente guapo ni labioso, obtuviera la cita. El secreto fue el restaurante. Una mujer como Ivette no podía cenar en un chiringuito. Una mujer como ella es una inversión. Cuesta una pasta y Felipe estaba dispuesto a gastársela.

Vistiendo sus mejores galas y con la ayuda de un buen enjuagador bucal, Felipe recogió a Ivette y se marcharon al restaurante.

Al llegar y como todo un caballero, Felipe le sacó la silla a Ivette, ayudándola a sentarse.

El mesero trajo dos vasos de agua. Felipe aprovechó para pedir una botella de Valbuena de Bodegas Vega Sicilia, cosecha de 2017. También pidió dos copas de cristal de roca. Ivette, que tenía la carta de vinos, por poco infarta cuando vio el precio.

Otro mesero trajo un carrito con diversas variedades de pan. Ivette optó por pan francés y Felipe por un pan de trenza.

Mientras Felipe comenzó a partir el pan con la mano, como dictan las reglas de etiqueta, Ivette comenzó a picarlo con tenedor y cuchillo. Felipe la miró extrañado. Solo un inculto partiría un pedazo de pan con tenedor y cuchillo. Sin embargo, mantuvo silencio, pues sabía que una cita perfecta es con una persona que come sin miedo, prejuicios o preocupaciones sobre su apariencia. Y Felipe comía sin inhibiciones.

Cuando el mesero tomó la orden, ambos pidieron aperitivos. Ivette pidió una ensalada caprese y Felipe, escargots. Para cenar, Ivette ordenó un rabo de langosta en mantequilla y Felipe un ribeye termino “rare”, casi crudo. A Ivette no le gustó la idea de un filete cuasi crudo y sangriento, pero no era su plato y Felipe había sido espléndido al escoger el restaurante y más espléndido aún al escoger el vino.

Al llegar la comida, Ivette miró el plato de Felipe. Al ver la sangre, sintió asco. En cambio, su langosta se veía deliciosa.

El mesero que trajo el pan, apareció nuevamente con el carrito e Ivette pidió otro baguette.

Felipe comenzó a cortar el filete y su plato se inundó de sangre. Ivette picó un pedazo de langosta y se lo llevó a la boca. Deliberadamente o por accidente, eso nunca lo sabremos, se le salió un poco de mantequilla por la comisura de sus labios. Al ver esto, Felipe provocó que un poco de la sangre del filete saliera igual por la comisura de su boca. Entonces comenzó el festín. Ivette empezó a comer con las manos. Con cada bocado y mientras mojaba el pan en la mantequilla de la langosta, se chupaba los dedos. Por su parte, Felipe picaba el filete, lo mojaba en la sangre y se lo llevaba a la boca. Lo saboreaba con tal gusto y placer que Ivette lo miró fijamente y pensó “ojalá y me saboreara y me comiera con la misma pasión que se come ese filete”.

Comieron ambos con desenfreno. Sin preocupaciones ni inhibiciones. Sin restricciones de clase alguna. Comieron como si no hubiese mañana. Tal fue el espectáculo gastronómico que montaron, que recibieron una ovación del personal del restaurante y de los comensales.

Al terminar, volvieron a la normalidad. Se limpiaron la boca, Felipe pagó la cuenta, dejó una generosa propina y se marcharon.

De camino al vehículo, Felipe invitó a Ivette a su apartamento. Allí tenía otra botella de vino exclusiva. Sin pensárselo dos veces Ivette accedió. No le importaba mucho el vino. Quería comprobar si Felipe se comía el postre con la misma intensidad y pasión que se comió el filete.

Y como no podemos olvidar que el tema de la semana era “pan”, Ivette y Felipe llegaron al apartamento. Luego de la segunda copa, se aflojaron las ropas y Felipe agarró a Ivette, le tiró pierna pa’ aquí, pierna pa’ allá y pan pan pan.

CÉSAR TORO

Danos Señor, el pan de cada día, pedimos en la oración del Padre Nuestro.

Pasamos por la plaza de San Pedro, en el Vaticano, observamos como un hombrecillo, alimenta las palomas, con migas de pan, igual en Madrid o en Barcelona; siempre hay un niño, corriendo tras el ave que sacia su apetito con la esperanza de atraparla.

En mi casa el gato quiere pan con café, cuando llegan, los frios meses de verano en los campos y viñedos, el obrero se queja del pan, pues esta duro, luego reflexiona y dice que: duro sería no tener pan.

Bendito alimento es el pan; mas aun, si es bien ganado y bien habido.

Dadnos Señor, el pan de cada día.

NILA J BOHORQUEZ

A veces tenemos las mesas de comensales repletas de panes de múltiples sabores preparados con exquisitas recetas de famosos panaderos…y los consumimos recién salidos del horno. Encontramos algunos «pasados de fecha de elaboración» y otros, endurecidos guardados en la alacena; es entonces cuando nos damos cuenta de que es preferible comer pan duro mojadito en el chocolate calientito cuando nos ataca el hambre!…

¡Pan… aunque sea duro!

ISABEL SANTERVAZ

PAN

Suena la siringa en la arboleda,
frente al claro manantial
donde la ninfa se baña.
El siringuista espía la desnudez
que abandona el agua
provocándole la erección.
La grotesca figura de la deidad,
sus patas de cabra,
la codicia por poseerla
desatan la huída.
Retumba el alarido, el temblor
del bosque, el grito de las sombras,
los balidos de los rebaños,
ocultos en el fondo de las grutas.
En los escondrijos, los pastores
brindan ofrendas a los dioses,
que el terror se aleje.
Aún no entienden que Pan
ha parido el Pánico.

MARÍA JESÚS RUIZ

PAN AMARGO

Tras la cinta verdiblanca que delimitaba la zona, los vecinos se agolpaban intentando averiguar lo sucedido. Comentaban entre ellos y especulaban sobre cual podía ser el motivo que había provocado semejante despliegue. Hacía media hora que varios coches de la Guardia Civil, habían aparecido haciendo sonar sus sirenas con estrépito. Suponían que estaba relacionado con el hecho de que la panadería no hubiese abierto sus puertas desde hacía unos días. Temían por la integridad de Mariano y Mercedes, el matrimonio que desde hacía treinta años regentaba el negocio.

Mientras tanto, los agentes de la benemérita, ajenos a todo, entraban y salían de la vivienda que ocupaba la primera planta del edificio, justo encima del obrador. Algunos vestían de uniforme y otros lo hacían de paisano portando unos chalecos de un amarillo luminiscente en los que se podía leer “Guardia civil, criminalística”. Una agente, intentaba sin mucho éxito, que los vecinos —que la asediaban con sus preguntas— despejaran la zona.

— ¿Qué se sabe agente? Están bien Mariano y Mercedes. Hace días que no se les ve y el obrador ha permanecido cerrado todo este tiempo.

— Al parecer hay dos cadáveres, todavía no están confirmadas las identidades, pero podrían ser los propietarios de la panadería, se trata de un hombre y una mujer de cincuenta y muchos años. Han aparecido en la cama sin signos de violencia, están esperando la llegada del juez para proceder al levantamiento —quién contestó no fue la agente, sino un periodista de un medio local, que al parecer estaba ya al tanto de todo. Se ganó con ello la bronca por parte de esta—.

*

Mariano, con las manos todavía manchadas de harina, apuntaba sobre un libro de contabilidad de tapa dura, columnas de números con minuciosidad. En otro papel, iba realizando la suma de los tiques de caja. Nunca usaba la calculadora, era de la vieja escuela y no le hacía ninguna falta. Su mujer, sentada en un pequeño taburete del obrador, tenía los dedos de las manos entrelazados y los movía nerviosa. Esperaba ansiosa el resultado.

— Ya está, dijo Mariano.

Mercedes se acercó temerosa, y con vista trémula miró hacia el libro por encima de su hombro.

— Otra vez. Qué vamos a hacer. Nada de lo que hemos intentado ha dado resultado. —las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Eran lágrimas de rabia, de desesperación, de impotencia. No podía ver los de su marido, pero sabía que también estaban anegados—.

Hacía dos años que las cuentas no salían. Este mes, las ganancias habían sido menores que las del anterior, y las del anterior menores al que precedía, así llevaban ya dos años, en los que el negocio había pasado de la rentabilidad, a no dejarles margen para el sustento. Durante este tiempo, habían acabado con los ahorros conseguidos durante toda una vida de duro trabajo.

Todo empezó de forma inesperada. Una tarde, un grupo de obreros apareció con gran cantidad de herramientas. Estuvieron dos meses trabajando, en los que Mariano y Mercedes pudieron ver, como lo que hasta entonces era un local moribundo, desde que una oficina bancaria lo abandonó sustituyéndolo por un cajero automático a pie de calle, se iba convirtiendo en un coqueto despacho de pan de una conocida franquicia. La fachada, revestida con madera y molduras de un verde bosque y rematada con un rótulo metálico en tonos de oro pulido, atraía a los clientes como un canto de sirena.

Desde entonces lo habían intentado todo. Mariano aligeró un poco el peso de la barra, para ahorrar en el coste, cambió de proveedor de harina e incrementó su jornada, despidiendo a su único ayudante. Mercedes por su parte, bajó el precio, lanzaba ofertas puntuales, e intentó, a base de imaginación, dar un aire más actual al despacho, haciéndolo así un poco más atractivo. Nada de esto sirvió, la gente seguía pasando de largo y entrando en el local de enfrente.

*

Aquella tarde, entre miradas cómplices bajaron la persiana, sabiendo que era la última vez que realizaban ese gesto. Ya nunca se volvería a subir. Abrieron la puerta del portal de la vivienda, que estaba justo al lado de la de la panadería, y con pasos cansados subieron las escaleras que los separaban de la primera planta. Se desnudaron sin prisa y se tumbaron en la cama sin probar bocado. Así los encontrarían los agentes varios días después. Sobre las mesillas, dos pequeños vasos de plástico.

MARÍA JOSÉ DÍAZ GRAUZ

Os pongo en contexto….

Supongo que os será familiar;

somos una gran familia que no sabemos vivir sin pan, literalmente.

Recuerdo el principio de la pandemia,

mis adolescentes,(que tengo unos cuantos)

empezaron a preocuparse ,no por el COVID,para nada .

POR EL PAN .

Mamá,que vamos a hacer,otro decía,compramos harina,mucha harina….

Los mayores,empezaron a sacar recetas de internet.

Haber ,decía Martín…..no nos agobiemos,

si hacemos pan ,todos los días,y tenemos internet,( por Dios que no corten el internet).

Martín era el mayor ,hoy empiezo yo,voy a hacer un pan casero ,que me río yo del pan de la gasolinera….

Los primeros salieron regular…..pero la práctica y la necesidad ( de pan)…los hizo expertos.

Al final era ya todo un ritual .

Hicieron panes ,pan de leche,crespillos, bizcochos…..

Al terminar la pandemia,todos habían cogido unos cuantos kilos de más.

Y se acabó el pan.

Empezó la especialidad en ensaladas .

Supongo que todos aprendimos a hacer pan.

Verdad?

ANA DEL ÁLAMO

El pan cura. Lo vi en sus ojos.

Los niños escuálidos de mirada triste alzaban la vista hacia la cámara.

Es la tristeza de un bebé hambriento.

Los pechos de la madre ya no amamantan.

En los brazos del padre no hayan consuelo.

¿En qué momento se rompieron los principios más básicos de la existencia?

Los trigales no florecen en sus campos arrasados de miseria y guerras.

La mano de Dios no llega hasta allí.

La soledad y el hambre cruza sus puertas sin miramiento.

Sí, el pan cura, pero llega tarde para algunos. No llega para otros.

Sus cuerpos les delata. Ya nadie muele los granos ni amasa los panes ácimos.

Su piel oscura habla a gritos. Creo que nadie les oye; el silencio es más grande que los quejidos.

Sus pies descalzos pisan la tierra yerma.

No hay tregua para los desvalidos.

El pan nuestro de cada día, dáselos hoy…

YOMALCKRY OSORIO

«Padre nuestro que estás en los cielos.

Santificado sea tu nombre

Venga a nosotros tu reino.

Hágase tu voluntad

Así en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro PAN.

De cada día.

Perdona nuestras ofensas

Como también nosotros perdonamos a los

Que nos ofenden.

No nos deje caer en tentación«.

Amén…

Con esta plegaria universal quiero invitar cordialmente a todos mis vecinos de esta maravillosa casa llamada la Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas a realizar un recorrido

Por un país bañado por el azul del mar caribe, así como su inmenso cielo, donde uno de los placeres culposos se llama nada más y nada menos que el pequeño en tamaño, pero grande en sabor y no es el otro que el PAN.

Hasta nuestro producto que nos identifica en donde quiera que se encuentre un paisano, no es otro que la «HARINA PAN ‘’masa para preparar nuestra popular« AREPA «

Pero retomando el tema de la semana nuevamente,

En mi tierra se prepara de varias maneras, no es mi culpa si se les hace agua la boca.

Pan con jamón y, queso y mantequilla y huevo frito.

Pan de jamón que se prepara con amor para la navidad

Pan con huevos revueltos, tomate, y cebolla más conocida como perico.

Pan con mayonesa, queso blanco, y salsa de tomate por el otro lado del mundo se le conoce como kétchup.

Pan salchicha, cebolla, zanahoria, mayonesa, salsa de tomate, mostaza, salsa de ajo, salsa de maíz, guasacaca verde y mucho más, allá se le conoce como perro caliente, en otras partes como Hot Dog.

Pan con salchichón, queso amarillo, jamón, aceitunas verdes o negras, papas fritas se le conoce como House Blue.

Pan con Diablito y mantequilla.

Pepito.

Existen de todas las formas y tamaños, con nombres muy peculiares:

Pan francés.

Pan de piquito de lo cual hay un dicho « se te acabo el pan de a piquito«

Pan pinita.

Pan de acemita.

Pan de perejil, ajo y mantequilla.

Pan árabe originario de siria, pero lo hemos adoptado nuestro.

Pan chino.

Pan baguette.

Pan de coco.

Pan integral.

Pan andino.

Pan de guayaba.

Pan canilla.

Pan sobado.

Pan de hamburguesa.

Torta burrera con pan.

Pan de leche.

Pan integral.

Es infinito la cantidad de combinaciones que se pueden hacer con tan solo este ingrediente que es sinónimo de felicidad.

En fin, todo un deleite.

No es un solo una receta de mezclar ingredientes, es todo un arte, una creatividad que al final del día termina en uno de los lugares más especiales del hogar, la sala del comedor, un lugar que se llena de risas y algarabía por estas delicias preparadas con el ingrediente principal «AMOR «.

FRAN KMIL

PAN.

Nunca he sido pan comido para nadie, más bien, soy hueso duro de roer. Las cicatrices hablan por si sola. Quien me busca, me encuentra. Nadie me calla cuando tengo la razón aunque me amenacen con ponerme a pan y agua. ¡Imagínate! las broncas y las discuciones por nimiedades, era el pan nuestro de cada día en el barrio. El hambre ponía fiero a los humanos, nos convertia en monstruos. El estómago vacío no dejaba pensar ni tener misericordia ni compasión. Así me crié, asi crecí, en pugna con los demás para poder llevar el pan a la casa. Ese pan del que me hablas , sí, claro que lo conozco, pero me lo daban como pan bendito: eran tiempos de escasez y hambruna. Cuando aparecía uno, lo picabamos en tantos pedazos que tocábamos a migas.¡Claro que no sólo de pan vive el hombre! Pero muy contento hubiésemos estado si al menos hubiésemos tenido tan solo pan.

Hablar de pan me trae malos recuerdos y peores sentimientos. Aún no lo supero.

ANGY DEL TORO

LA LEYENDA DEL PANADERO

Al corazón de las montañas, donde los caminos se retuercen como serpientes y los árboles susurran sus secretos, llegó Elías, el Panadero de los Ojos Azules. Su cabello dorado brillaba bajo el sol, y su sonrisa encantadora hacía que las damas del pueblo se revolvieran entre sus enaguas.

Las teorías eran tantas como pliegues tienen las curvas de la carretera. Algunos decían que huía de un amor no correspondido, otros que escapaba de la policía y los demás, hablaban hasta de deudas en el juego. Las más atrevidas murmuraban que el panadero tenía un pacto con las hadas y que su pan estaba endulzado con polvo de estrellas.

Las damas de San Agustín se dividieron en dos bandos: las que suspiraban por Elías y las que lo miraban con desconfianza. La rivalidad era feroz. Doña Rosa, la viuda del alcalde, organizaba tertulias en su casa para debatir sobre el misterioso panadero. “¿Por qué no se casará con alguna de nosotras?”, preguntaba con malicia. “Tiene la mirada de un hombre que ha visto más allá de las montañas”.

Beatriz, la maestra de la escuela, no se quedaba atrás. “Dicen que tiene un libro antiguo con recetas secretas”, susurraba entre sorbo y sorbo del aromático té. “Quizás su pan esconde la clave para la eterna juventud”. Las demás damas asentían, imaginando sus arrugas desvaneciéndose al morder una barra de pan crujiente.

Pero la verdadera rivalidad estaba entre las hijas de Doña Rosa y la señora Marta, la dueña de la tienda de telas. Las jóvenes casaderas competían por la atención de Elías. Martina, de ojos oscuros y risueños, coqueteaba abiertamente. Mientras que Elena, más reservada pero igual de decidida, dejaba migas de pan desde la puerta de la panadería hasta la entrada de su casa.

Una noche, durante la tormenta, Elías confesó su secreto a Martina. “No soy un simple panadero”, dijo, acariciando su cabello. “Soy el guardián de los secretos de las montañas. Mi pan es mágico, pero mi corazón pertenece a otro lugar”. Martina lloró en silencio, sabiendo que su amor era imposible.

Elena, sin embargo, no se rindió. Siguió dejando migas de pan y susurros de amor en la puerta de la panadería. “Si no puedes quedarte, al menos quédate conmigo esta noche”, le propuso una madrugada. Elías aceptó, y juntos compartieron una noche de pasión y secretos a la luz de la luna.

Al amanecer, Elías desapareció. Las damas del pueblo encontraron su panadería vacía, con una nota en la puerta: “Gracias por todo, pero mi destino está en las montañas”. Martina lloraba, y Elena sonreía con tristeza. Ambas sabían que Elías no era un hombre común.

Y así, la leyenda del Panadero de los Ojos Azules continuaba tejiéndose entre los hilos de la pasión y el misterio. Las damas seguían comprando su pan, pero a otro panadero. Nadie supo nunca qué ocurrió con Elías al final de su vida. Algunos afirmaban que se convirtió en una estrella en el firmamento, mientras que otros creían que se había fundido entre las montañas que tanto amaba. Pero todos coincidían en una cosa: El Panadero de los Ojos Azules había dejado una huella imborrable en sus corazones y en la historia del pueblo de San Agustín.

GAIA ORBE

amasar el pan
amansa la paciencia
amasa el temple

LUISA MARGARITA

«ANOCHE SOÑÉ»

Los que me conocen saben que tengo pesadillas recurrentes, en esos días, me despierto aullando, no lo puedo evitar. El miedo no es controlable aunque hay muchos que dicen que sí. Yo lo siento en la garganta en forma de un corazón que late queriendo escaparse de mi interior; pero no se escapa, se queda ahí, como un viejo reloj que siempre marca la misma hora.

Anoche, fue singular, anoche soñé que perdía el amor con el cual compartía mi pan, el único que día a día compraba en la vieja casucha que ostentaba un osado letrero que decía PANADERÍA DUMIED.

El lugar, en cuestión, a parte de dejar mucho que desear, deprimía por la señora que lo llevaba adelante . Ella , con sus cuatro pelos lacios , su pálida cara y su boca desdentada, siempre sonriente en una extraña mueca, ponía a los clientes, el pan de boniato, sobre un pedazo de papel periódico, obviamente de dudosa limpieza, y éstos se marchaban cabizbajos con el miserable bocado qué optimistamente llamaban pan.

Ese día que tuve el sueño de que mi amor me abandonaba, lo comprendí todo, ya no podía tolerar más , no el pan, si no la ida a la panadería. Él había visto a la dueña en una situación embarazosa, mientras elaboraba la masa una fría madrugada. Ella, sin vergüenza, ni pudor, se había levantado ese día su falda y su raído delantal y dejado salir, a borbotones, sus orines, confundiendo el olor de su desecho con el del verdoso pan que elaboraba.

Pan de pobres salpicado de egoismo y de la despreocupación de los que menospreciaban la necesidad de los hambrientos.

Esa noche, que mi amor me abandonó en mi sueño, después de contarme la historia de la panadera, tuve la peor de mis pesadillas: una rata había entrado a mi boca en busca del mezquino pan que yo me había comido ese triste día por primera vez entero!

IVONNE CORONADO

«Las penas, con pan son buenas».

Cuánto acierto hay en la sabiduría de esta frase de autor anónimo. La tengo presente porque mi madre me la enseñó. No recuerdo la circunstancia que provocó que ella la dijera, pero puedo imaginarme la escena: sentados alrededor de la mesa, a la hora de la cena, con un menú que consistía solo en pan dulce, acompañado con café para los mayores y chocolate con leche Carnation para mi hermana y para mí. En ese momento, no dudo que ella pronunció la frase con el pecho oprimido por la angustia de nuestra precariedad. Al decirla, se apaciguó y nos hizo darnos cuenta de que, en medio de nuestra pobreza, había algo que saborear con agradecimiento.

A ella nunca le faltaban frases así. Cuántas veces me vi en situaciones difíciles y esa frase me ayudó a considerar lo que tenía como recurso, y a conformarme con otro de los sabios consejos populares que me heredó: «No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista».

El tiempo con mi madre me ha dejado marcas profundas. Cuántos refranes han traído consigo su sabiduría. También solía citar frases de obras clásicas o poemas. La que más me acompaña es: «Date una tregua, pero no claudiques», de Rudyard Kipling, que me ha sostenido en la lucha diaria por alcanzar mis objetivos, acompañada de la siguiente: «Más vale tarde que nunca».

MARÍA GALERNA

Historias pa mojar pan

Cada noche, mi padre y yo, nos sentamos a cenar en una pequeña mesa, de un minúsculo comedor-estudio-sala de estar-recibidor… lo que algunos bautizarían como «sala multiusos», aunque realmente sería de un uso detrás de otro, pero bueno, eso sería otra historia. Y como cada noche, mi padre me contaba una de sus historias.

Como aquella vez en la que se quedó sin hielo, y descubrió el Polo Norte. O el día en que perdió una de sus chanclas en el puerto –fue a darle una patada a un trozo de pan duro y ¡zas!, la chancla salió volando hundiéndose en el mar–, y que le llevó a zambullirse para recuperarla, y que la encontró en la Atlántida, con tal mala suerte –me dijo–, que había roto el cristal de una de las ventanas.

En otra de sus aventuras, su globo de color azul –su favorito–, se le escapó y subió, subió hasta las nubes y ¡más allá! Y tuvo que ir a pedirle a Ícaro sus alas. Fue el primero en llegar a la luna. Era de queso, sí, pero había olvidado el pan. Y el queso sin pan ¡naaa!

Esta noche me dijo que tenía una historia muy buena, y verdadera. Una que iba del porqué se fue del Paraíso.

«Verás –empezó diciendo–, todo comenzó el día en que dios me enseñó los arboles frutales. Tú sabes que a mí me gusta comer la fruta con pan, cualquier fruta, pero sobre todo, las manzanas, y la serpiente –Eva no estaba, que había ido a ver a su amigo Jordi, creo que me dijo–, empeñada en que me comiera una, y yo… o hay pan, o si no… me voy. Y como no habia… pues dicho y hecho. Eso sí, cerré la puerta al salir, y sin dar un portazo.

Años más tarde me volví a encontrar a dios. Decía que era su hijo, pero nanai, a mí no me engañó, porque fue verme y… empezar a multiplicar los panes. Luego me enteré de que había traspasado la carpintería y había abierto un obrador.

Y de ahí viene esa frase tan famosa: «Con tu pan te lo comas»».

Quizá mañana papá me cuente qué pasó cuando…

ANDRÉS JAMES CÁCERES

Pan y circo.

Eduardo Cáceres

Uruguay

Soy Pedro Antonio Navas, señor, le contestó con tono serio al dueño del circo el hombreton mal vestido.

-Y necesito trabajo , agrego. Cualquier changa me sirve.

-Tienes algún apodo? Le preguntó intrigada la esposa del patrón, al ver un hombre tan corpulento .

-Me dicen Pan, por la abreviatura de mi nombre .

Pan había recorrido los siete mares, había dado siete veces la vuelta al mundo , fue soldado en la guerra de Malvinas, amigo del Diego en sus delirios napolitanos , cantado a dúo con Joaquín en un bar de Tirso de Molina y sobrevivido al atentado a las torres gemelas .

-Por ahora te encargarás de limpiar los baños, barrer la pista y darle de comer a las fieras, le ordenó el dueño , ante la sonrisa agradecida de Pan y la mirada aprobadora de la señora.-Luego veremos , agregó.

Así pasaron los meses, los pueblos tristes y las risas de los niños; Pan ya era parte de de la

troupe de transumantes.

Cierta vez , en Fray Bentos, uno de los tantos pueblos desconocidos de la gira , la patrona entró intempestivamente al baño donde Pan se estaba duchando.

Observó encandilada e incrédula el escondido secreto de Pan: su miembro descomunal!

Ahí en el reducido cubículo, tuvieron su primer encuentro amoroso.

Dos semanas después huyeron ambos del circo ,abandonando la señora veinte años de matrimonio con el dueño

El circo se quedó sin Pan, y Pan se quedó sin circo .

Eduardo.

LVIS GARES

Son las cinco, salgo de trabajar, llego al barrio y directo al super. Siempre la misma rutina, siempre las mismas prisas.

¡El pan! Casi se me olvida. ¿Qué haría yo sin pan? En los estantes cientos de barras de pan, las hay normales, integrales, de espelta, de aceite , de cúrcuma y multitud de tamaños y formas, incluso hay algunos donde hace mención a que están hechos con masa madre.

La madre que los parió, pienso para mis adentros.

Miro a mi izquierda y veo a una señorita, debidamente uniformada con su gorro y sus guantes y ese uniforme estandar que llevan todos los trabajadores del supermercado y a su lado, el horno, y preparado para entrar en él, una nueva remesa de masas, claramente industriales, que se hornearán y surtirán de nuevo, los expositores del establecimiento.

¡Luisito! ¡Luisito!

Es mi madre, me llama Luisito porque mi padre se llama Luis. Creo que no es serio pero es así. Levanto la mirada y la veo en el balcón.

¿Está más joven o me lo parece?

Se ha quitado las canas y Dios mío¿las arrugas?

Se habrá hecho un lifting.

Que haga lo que quiera con su dinero

—¡Dime Mamá!

— Toma cien pesetas y me compras una barra de cuarto y tráeme las vueltas que te conozco.

¿Cien pesetas? No puedo evitar sonreír. Mi madre se hace mayor. No recuerda que nos manejamos en euros. Miro en mi mano y sí, mi madre me ha dado un billete de los marrones, de los de cien. La ostia . ¿De dónde lo habrá sacado? Bueno no quiero pensarlo. Lo pago yo y listo. Me doy la vuelta y cuando estoy a punto de salir me llama de nuevo…

—Llévate la bolsa del pan. Ella me extiende una bolsa de pan de esas que en el medio y bordado de aquella manera pone «Pan» …

Estoy flipando en colores. Me encuentro extraño pero debe ser el cansancio. Hoy he tenido un montón de reuniones por Teams y he tenido que pasar no se cuántos informes. Estoy harto de hacer cosas que al final, son improductivas. Reuniones y más reuniones.

Salgo a la calle, la encuentro cambiada (la calle), muy cambiada…¿Qué ha pasado? ¿La estación de metro? ¿Aquél muro en mitad de la calle? ¿Quién lo ha puesto? Veo a unos niños justo delante del muro por el que pretendía pasar, estan jugando al «Churro va»…

Pienso que debo estar mas atento, que las modas vuelven y por lo visto, uno de los juegos de mi niñez está de moda.

No sé que ocurre pero también veo pantalones de pana con rodilleras, pelos largos y una sensación de extrañeza desciende por mi piel. En el supermercado no está el supermercado, hay un zapatero…¿Un zapatero? ¿Zapatero remendón? ¿Cuándo lo han abierto? La semana pasada estuve aquí y había un supermercado. Me desespero y de repente me veo reflejado en el espejo. Soy Luisito… ¿Qué tendré? ¿Diez años? Vaya mata de pelo que tengo . Algo no marcha bien. ¿Qué me pasa? ¿Que le ocurre al mundo? La gente sonríe y ahora me quedo quieto. Observo a mi alrededor… Los niños jugando en la calle, la vuelta de la pana, las cien pesetas de mi madre y la bolsa de pan. Sí, una bolsa de pan.

—Una barra de cuarto –atino a decir-

Me la sirve. No me pregunta si es de cereales, integral, normal, baguette . Simplemente coge la bolsa del pan, introduce dentro la barra, me cobra y encima me devuelve dinero.

Pesetas, me devuelve en pesetas, naturalmente, y sé que he vuelto atrás. No sé que hacer y veo el pan, cojo y estiró de la barra, una punta nada más, la meto en mi boca y …

—¡Demonios! Sabe a pan… Sabe a pannnnnn.,.Sabe a pannnnnnnnnnnn…..

—Señor, señor.. ¿Está usted bien?

A mi alrededor se ha formado un círculo de gente ociosa que intenta ver que me ocurre.

—El pan, el pan era, era bueno –balbuceo-

Algo ha cambiado. Salgo del super. Vuelvo a casa pero antes, recorro el barrio y entro en el horno más antiguo que conozco.

—¿Una barra de cuarto?

En mis manos, la bolsa del pan. No sé qué hace realmente allí, no recuerdo haberla tenido en casa. La dependienta, se mete dentro y le dice al marido que se apresure, que saque la última hornada. Le oigo decir que es un trabajo muy esclavo y que se jubilarán en breve pero que mientras tanto hay que cumplir con las exigencias del cliente

Me da mi bolsa y dentro de ella la barra de cuarto.

—,Hace tiempo que no viene nadie con bolsas de pan, pero este pan, la merece. Ya lo verá

Arranco la punta, la meto en mi boca y está buenísimo, tall y como mi mente recordaba el sabor del pan en mi niñez.

No fue un sueño. Desde aquél día, estuve comprando el pan mucho tiempo y siempre llevaba mi bolsa de pan. Era un horno tan tradicional que no me extraña que aceptaran pesetas y todo.

Lvis Gares

«Dedicado a aquellos profesionales que sacaron su mejor versión y nos surtieron de alimentos de calidad durante muchísimos años»

No hay que olvidar el pasado. Al menos en el pan, se defendían mejor que nosotros. ¿O no?

MARIANA DI PASCUA

El pan siempre lleva la culpa

Mamá decía que su panza era de pan y que yo me iba a llenar de pan como ella. En julio vimos que estaba embarazada, pero antes de esto ya fui acusada.

Estas engordando por culpa del pan.

Yo estaba embarazada y el bebé me hacia comer mucho pan pensé.

Mi trabajo de parto comenzó .

Había 11 kg de niño y 11kg de pan, decía mamá.

Así que entre sueños por la anestesia vi nacer un gran pan casero con cordón umbilical. Desesperada seguía pujando buscando a él bebé.

Entonces la partera me dijo que ya parara y le pusiera un nombre al pan de 2800g recién nacido. Entré en llanto y vi cuando susurraban dos enfermeras.

Decían que yo había engañado a mi marido con el panadero.

Entonces me sentí caer en un agujero negro sin fin y desperté.

Ya estaba en el cuarto y pegado a mi cama, tapado con una mantita estaba….

No llegué a mirar y vomité por la anestesia general. Además temblaba por el sueño hasta que un llanto llenó mi corazón de maternidad y hormonas.

Pedí me dieran a mi bebé. El volvió a llorar y como pude metí mi inexperto seno en su boquita.

El si parecía experto en alimentarse.

Ahí pude sentir su olor y su suavidad.

Cuando tenemos un bebé se olvidan todas las pesadillas,menos las de los dolores de parto.

Mi Marido entró al cuarto con un ramo de rosas y no tuve que aclararle que Julián no era hijo del panadero.

Yo de todos modos seguía bastante gorda cuando volvimos a casa.

Mamá quizo consolarme: ahora la culpa la tenía el bebé.

-Después de parir lleva un tiempo que el cuerpo se acomode, me dijo. – Es algo normal luego del embarazo.

Pero yo sentí que le echaba la culpa de mis 8 kg extras a mi inocente bebé.

La miré enojada y le dije :

-A no mamá, a noo!…. A mi bebé no le echas la culpa, – estoy gorda por el pan te acordás?, agregué.

Siempre es el pan el culpable de todas las gorduras felices.

Así que me metí un trozo gigante de pan que me dejó atragantada.

Ella reía mientras yo masticaba gruñiendo….. Grrrpaggrrpan. Hasta que el motivo de mi felicidad pegó su grito de hambre desesperante.

El pan cayó de mi boca y lo prendí a pecho para callarlo rápido.

La felicidad nunca es completa y la culpa no siempre es del pan.

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11 comentarios en «Pan – miniconcurso de relatos»

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