Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «segundas intenciones». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 14 de octubre! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
Segundas intenciones – Miniconcurso de relatos
Me hablas de forma galante.
Y cual galante te veo yo.
Más de tu casa a la mía hay un muro de hormigón levantado por nuestros padres debido a las tierras llamadas»Pedregoso»hoy si cultivar ya que el juez no determinó a cual de las dos familias pertenecen.
Me haces en la noche la corte desde tu ventana y, yo, llena de amor atravieso la pared del conflicto y salto como la ventolera a tus fuertes brazos para estar contigo el resto de mi vida…
Vienen las segundas intenciones
contando entre versos las desilusiones.
Vienen las segundas intenciones
con cantos de locos que no quieren callar.
Vienen como el agua en un suspiro
llenando los ríos, volcando los nidos
de pájaros que asoman a tu puerta
sedientos de ver tu sangre en el mar.
Las guerras ya no saben a martirio
las hemos adaptado a la normalidad.
El hambre ya no busca las miradas
pues se ha incorporado a esta sociedad.
Vienen las palabras con mensajes
que no se permiten usar otro lenguaje
porque no les gusta la violencia
a no ser que vengan a calmar la ausencia.
Ausencia que ahora nos agobia;
no hay sentido común, hay esperanza rota.
Ausencia que ahora está presente
por no tener sentido seguir en este frente.
Luchar por la vida de los otros hace mucho tiempo dejó de importar.
Amar a este mundo que habitamos es lo que me lleva a querer hablar. Hablar entre versos con segundas intenciones, hablar entre letras que parecerían canciones.
Pero no son más que un grito perdido, un alma rota que se quedó sin su sonido. Y esto no es otro poema que quisiera publicar, no es un texto que pretenda solamente deleitar. Esto es un mensaje que no puse en la botella porque no quería contaminar cuando la tirara al mar. Esto es un mensaje que comparto en cada letra, porque siempre seguiré luchando, aunque sea a mi manera.
¡Ojalá que las segundas intenciones fueran siempre para cosas buenas!
Padezco una enfermedad rara, crónica pero reversible. De hecho, creo que me estoy muriendo, o bien, a veces, que sois vosotros los que estáis muertos.
Sufro, y lo siento, el dolor, a veces rabia, que me provoca, al parecer, el padecer de vuestro silencio.
– Discúlpeme, no he podido evitar escuchar su conversación. Esas botas de nieve que busca las puede encontrar en mi zapatería. Mi nombre es Ezequiel, y trabajo en la tienda «Txelines» en la calle Lazkao.
– Un placer Ezequiel, mi nombre es Berta, encantada. Muchísimas gracias. No sabe que bien me va a venir. Llevo buscando ese calzado en concreto durante varios días y no lo he podido encontrar en ningún sitio. Me pasaré en cuanto pueda por su tienda.
Así comenzaba nuestra primera conversación. Ezequiel era un joven apuesto, de tez morena y ojos verde aceituna. Tenía una mirada penetrante que intimidaba un poco y a la vez resultaba algo inquietante, pero por alguna razón desprendía una luz que ofrecía seguridad y una cercanía que generaba una confianza inmediata.
No tenía intención alguna de conocer a un hombre en ese preciso momento de mi vida, pero la compra de esas botas de nieve fué el detonante de una bomba sentimental que estallaría muy pronto.
Aquella tarde fuí a su tienda. Allí estaba él con sus vaqueros apretados, una camiseta blanca ajustada y unas gafas que lo hacían aún más interesante.
Entré decidida y con seguridad y le dije:
– Buenas tardes, vengo a por las botas de nieve que me dijo.
– Puedes tutearme Berta, aquí las tienes. Dime cuál es tu número y te las saco en un momento para que te las pruebes.
– El 40, gracias.
Ezequiel sacó una bota de la caja y se arrodilló a la altura del banco donde me había sentado. Me sentí Cenicienta por un instante, me agarró el pie y me ayudó a calzarmela.
Reconozco que mis mejillas se sonrojaron y estoy segura de que esa fue su intención.
Pagué rápido las botas y salí de allí pitando. Mi corazón se había acelerado y no había cosa que más me asustara.
Cuando llegué a casa y saqué las botas encontré una nota. No venía su número ni nada de eso, sino una dirección con un día y una hora. El muy engreído sabía perfectamente que aceptaría la cita. Y tonta de mi allí aparecí.
Me invitó a un café y con la excusa de prestarme un libro subí a su apartamento. Tomamos unas copas y acabamos haciendo el amor. Me sentí joven de nuevo, era excitante su juego y la manera tan tonta en la que nos habíamos conocido. Reconozco que me tenía loquita.
Pero la bomba tenía que estallar en algún momento y cuando me volví más vulnerable me encontré atrapada en una pesadilla de la que no podía escapar. Ezequiel no era trigo limpio.
Estábamos disfrutando de un sexo apasionante, de esos de película erótica al estilo de Christian Grey. Estaba desnuda y amordazada y él deslizaba su lengua sobre mi cuerpo cuando soltó mi antifaz y la llave de las esposas y me mostró la cámara. Se fué de allí. Me quedé expuesta a una audiencia que cada vez iba en aumento y leyendo todo tipo de mensajes sucios, groseros y denigrantes. Me eché a llorar y parecía que aún gustaba más. Los seguidores del vídeo eran cada vez más. La gente está enferma y el morbo no puede a la ética.
Al final algún alma caritativa dió el aviso a la policía y pude salir de allí. Ezequiel resultó no ser el dependiente de aquella tienda de zapatos, su gerente había aparecido encerrado en el sótano con un golpe en la cabeza. De hecho ni siquiera era Ezequiel su nombre. Era un pervertido en busca y captura. Denuncié los hechos pero nunca más volví a saber de él. No le atraparon.
Y aquí estoy yo, volviendo de mi terapia diaria. Os aseguro que nunca más podré confiar en nadie.
SEGUNDA INTENCIÓN
Paulina levantó el teléfono con desgana por lo temprano de la hora. Acababa de levantarse y qué poca gracia le hacía que una voz anónima le obligara a desperezarse, porque sería una empresa ofreciéndole todas las bienaventuranzas. Era sábado y era Tomás el que la llamaba .
—¿Quedamos para tomar unos vinos o un vermú?
No contestó. Vaya manera de despertarla. Podía haberla invitado a pasear, a salir de excursión o incluso a ir de compras. Qué poco ocurrente, Tomás.
—Bueno, respondió pasado un largo minuto.
Tomás le tenía preparada una sorpresa. No eran por lo tanto los vinos el motivo de la llamada, había una segunda o secreta intención. Paulina siempre estuvo enamorada de Adolfo.
Entretuvo la mañana en airear, organizar, limpiar y preparar el armario que tenía en la habitación y escuchar la radio. Si el intérprete la enganchaba, paraba y sentada ponía cara de ensoñación. ¡Cuántos amores perdidos! ¡Cuántas ocasiones desperdiciadas!
Sonaron las doce en el móvil que antes había programado y estaba aún sin arreglar. Se pintó las pestañas y dejó para el último momento elegir el vestido y los zapatos. El teléfono volvió a sonar. Su madre. Qué cómo estaba, que llevaba tres días sin hablar con ella y que a ver.
—Sí, sí, una madre es una madre.
—Pues eso.
Como se había entretenido más de la cuenta en la conversación, se calzó unos playeros, cogió el bolso que tenía más a mano y bajó a zancadas la escalera. Amaba la puntualidad y si no espabilaba llegaría tarde.
Tomás la estaba esperando sentado en la mesa cerca de una ventana. Se dieron los abrazos de rigor y la preguntó que iba a tomar.
—¿Qué es lo que vas a beber tú?
—Una copa de cava.
—¿Cava a estas horas?
—Por favor, dos copas de cava y una cerveza —solicitó al camarero.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Ves doble o bebes doble?
Tomás hizo señas a Adolfo, que se acercó por detrás y tapó con sus manos los ojos de Paulina. Tentó entonces ella las del bromista, soltó el brazo y propinó a Tomás una solemne bofetada.
—Disculpa, perdón, perdón, de verdad, no era mi intención.
—¿Cuál, de ellas, la mala, la buena?
—La segunda, por favor.
Tomás se caía de risa. ¡Vaya guantazo! Y eso que lo hizo con la mejor intención.
SEGUNDAS INTENCIONES
A veces tenemos un propósito u objetivo claro pero no sabemos cómo acercarnos para alcanzarlo por miedo a que se malogre, por miedo a que nuestro orgullo quede herido o por miedo a molestar a alguien.
Y entonces diseñamos un plan que nos permita ir hacia ese objetivo, disimuladamente, tímidamente, sin que se note qué queremos. Así siempre podemos tener la posibilidad de dar un paso atrás como si nunca hubiera tal propósito.
Otras veces el propósito es dañino para alguien o para muchos y entonces se trata de enmascararlo para que las víctimas o víctima no sospechen lo que les espera y no puedan huir.
Si estos motivos son nobles me pregunto si esa intención, la de disimular o enmascarar lo que queremos realmente, es la que nos impide a veces llegar a conseguirlo, bien porque el mensaje no es bien recibido o bien porque simplemente no llega.
Si los motivos son insanos y dañinos, la intención de fingir u ocultar el verdadero propósito tiene ese fin y aquí si que hay poca cosa que pueda hacer la o las víctimas más allá de atender a las señales que le ponen en alerta para poder huir de las malas intenciones o defenderse de ellas.
Esta reflexión me lleva a pensar que no existen las segundas intenciones, existe una única intención enmascarada, disimulada con el firme propósitode ocultar lo que verdaderamente queremos, da igual porqué motivos lo hagamos.
Y que la vida nos pasa por la cara sin que pongamos atención a los detalles del presente que pueden hacer que cambie nuestro futuro como en la historia de Pol.
Déjame que te cuente,
Pol llevaba tratándose un tiempo, le costaba mucho dormir por las noches y no podía quitarse de la cabeza la idea de que si hubiera sido directo con Linda quizás todo habría sido diferente, que si ese viernes hubiera estado atento quizás habría sido diferente.
Pol se mortificaba pensando que él podría haber cambiado el curso de los acontecimientos de haber tomado otras decisiones, de haber prestado atención…
Ese viernes de octubre con un cielo gris plomizo parecía como cualquier otro. La rutina de la semana activa, las mismas caras en el andén de la estación a las 7 de las mañana esperando el tren de y diez.
Las mismas caras y ella, Linda, como cada mañana colocada estratégicamente para subir por el vagón adaptado a su silla de ruedas. Y detrás agazapado en el marco de la puerta entre la estación y el andén estaba Pol esperando.
Muchas veces había visto como Linda rechazaba la ayuda de otros viajeros para subir, a pesar de que se moría por acompañarla, invitarla a salir y decirle que llevaba meses deseando hablarle, abrazarla y amarla, no quería hacer algo que la hiciera sentir mal.
Parecía como si Linda no quisiera que alguien sintiera lástima por ella y rechazaba cualquier acercamiento. Pol no quería que ella interpretara su gesto de ese modo, así que esperaba medio escondido, observando el andén y a sus habitantes, esperando la llegada del tren hasta el momento justo para hacer como si llegara corriendo, y por miedo a perder el tren, suavemente acompañaba la silla de Linda a su interior.
Se sentaba frente a ella mirándola de soslayo tímidamente pero con mucha ternura y amor.
Esa mañana fue diferente, esa mañana Linda alzó su mirada y también le sonrió. Cruzaron algunas palabras, mientras que en la mente de Pol aparecia constantemente el miedo a estropearlo todo y por no apresurarse, pues había esperado muchos meses ese momento, disimulaba su desmesurado interés, su galopante palpitar interior. Y con discreción y mucha neutralidad entablaba una conversación con la mujer de la que se había enamorado hace ya mucho tiempo.
Pol relataba de nuevo esa historia a su psicóloga, añadiendo un lamento, ¿porqué esperé tanto? ¿Porque no fui más honesto con ella?
Esa mañana era diferente, Pol la sentía diferente.
Pol se había sentado ante ella como de costumbre y mientras conversaban iban subiendo las personas habituales de cada mañana desde hace meses. Las mismas caras de siempre, menos aquel joven adolescente.
Pol le contaba a su psicóloga que recordaba que por un momento pensó que aquel muchacho, que no le era familiar, parecía tenso, que parecía estar nervioso, y que sus ojos se dirigieron instintivamente a la mochila que apretaba fuertemente contra él en su pecho Pero en ese momento Linda buscó su mirada, le sonrió y todo su mundo y su ser se centró en ella, en el movimiento de sus labios y en lo que le estaba explicando: aquel era un día importante para ella, era arquitecta y presentaba un proyecto muy importante al Ayuntamiento de la ciudad..
Pol bajaba la cabeza y llorando decía: y luego… Luego nada, mi siguiente recuerdo era en la cama de un hospital, a mi lado mi madre viendo la tele. En la tele un programa de estos sensacionalistas con expertos o supuestos expertos que debatían que podía empujar a un joven de 16 años a fabricar una bomba casera e inmolarse en un andén repleto de otras personas.
Hablaban de problemas psicológicos, de religión, de sectas, todos hacían hipótesis de los hechos…
Nadie hablaba de Linda, de aquella bella jove arquitecta que iba a tener el mejor día de su vida…
Pol lloraba mientras su psicoterapeuta le daba un espacio seguro para expresar su dolor, sus sentimientos…
Y después de la sesión un poco más calmado Pol se disponía a salir y con delicadeza la psicóloga le dijo:
Soy consciente de que no me necesitas para salir, ha pasado tiempo y has sido capaz de adaptarte a tu nueva realidad y eres absolutamente independiente, pero te importaría hacer algo tu por mi?
A lo que él contestó, dime:
-Me nace del alma acompañarte hasta la puerta y abrirtela mientras sales, me gusta despedirte. Te importa si lo hago?».
Pol sonrió y se dejó acompañar experimentando el momento y atendiendo a su sentir. Y dándole las gracias mientras salía del despacho en su silla de ruedas, siguió su camino.
¡OJO! Lo aquí narrado es fruto de la invención de su autor, cualquier situación, personaje o similitud con algún hecho acaecido en la vida real o fruto de la observación de algún/a lector/a, es simple y pura casualidad fruto del azar.
Cuentan los blogs de historia virtual, que en una dimensión lejana existía, una especie de lo que ahora podíamos denominar internet, conocida como La Red. En dicha red, existían “sitios virtuales” donde se reunía la gente con un propósito y que tenían un nexo o tema común a través del cual la gente expresaba su creatividad, inquietudes o le servía para adquirir conocimientos de diversos tipos, léase cocina, deportes, cuidados de bebés, cine y el que aquí nos ocupa, literatura en todos los aspectos.
Existía un grupo donde la gente daba rienda suelta a su imaginación literaria llamado: Cuatro monjas… y algún monaguillo, que lanzaba un reto semanal por medio de un tema que elegía la administradora… o administrador – sobre eso no hay suficiente información- y sobre dicho tema se disparaba la creatividad personal de cada quien. Todo el mundo leía a todo el mundo, comentaban, daban consejos, se decían palabras amables y cada cual sacaba valiosas enseñanzas de los escritos ajenos. Todo fluía como un río de aguas cristalinas, cuyo viaje acababa en una inmensa cascada de sonidos sublimes, pero había un lunar, un garbanzo negro, -al que llamaremos Mister C-, que no fluía en la misma dirección. Se decía que era malhablado, irreverente, “tocanarices” y algún que otro adjetivo calificativo más que no aporta nada a la historia, porque era el único que no usaba ladinas y taimadas argucias con segundas intenciones para conseguir el voto, que era el fin último, la esencia de los escritos.
PD. Esta reflexión va dirigida sin ninguna acritud a los “nueves miembres” del grupo, no caigáis en la misma dinámica que vuestros antecesores. VOTADME.
Me levanté entre oscuras sombras en un cuarto lúgubre y mal ventilado. El hedor emanaba por el habitáculo de apenas quince metros cuadrados.
Ya ni recordaba el tiempo perdido que llevaba en esa habitación de mala muerte desde que me raptaron. Atado de pies y manos, deshidratado y todavía aturdido y dolorido por las hostias que mis raptores me habían dado.
Mi pensamiento intentaba ver la salida al laberinto en el que desafortunadamente me había sumergido y perdido. Intentaba ver un halo de luz entre tanta oscuridad para que mi espíritu brillará y cicatrizaran las heridas que aquellos desalmados me habían producido, con la paliza que me habían propinado.
Los muy cobardes se tapaban la cara para que no pudiera reconocerlos o recordarlos si algún día escapaba de semejante tortura. Pero mi retina había copiado y grabado a fuego cada uno de sus detalles, sus voces, sus lunares, el color de sus ojos repletos de odio…
El tiempo perdido en estas circunstancias se hacía eterno. Cada segundo parecía un minuto, cada minuto parecía una hora, cada hora parecía un día, cada día parecía un mes, cada mes parecía un año, cada año parecía un lustro, cada lustro parecía una década y cada década parecía un siglo de tiempo perdido, arrebatado burdamente contra mí voluntad.
«Segundas intenciones».
Nuevamente mis captores entraron en la habitación de quince metros cuadrados, espacio suficiente para llevar a cabo las segundas intenciones que tenían. En esta ocasión no querían agredirme. Una voz femenina intervino a tiempo cortando por completo ese silencio hiriente:
– Me llamo Cristina, soy la directora de la editorial cuatro hojas y este portátil que tengo en mis manos es para que escribas, no quiero que pares ni un solo momento de escribir, hasta que te sangren las llemas de los dedos.
– No me lo puedo creer. – Respondí incrédulo ante tal situación. Era la primera vez que veía a Cristina en persona ya que teníamos un nexo común en un grupo de escritura creativa en redes sociales. Para mí sorpresa Cris no vino sola…
– Hola, me llamo Isa. Pero todos me conocen por un seudónimo. No desvelare cual pero daré alguna pista. Tengo esta cámara para que te grabes recitando tus escritos…
= Te juró que tenía pensado participar la semana pasada pero no pude jugar cómo tu lo llamas por un problema tecnológico.
= Cierra el pico y sigue escribiendo.
Jamás pensé las segundas intenciones de mis captores, querían explotarme escritorilmente.
FIN.
Autor : José Sergio Santiago Monreal.
Nota de autor: la continuación de mi relato inconcluso podría tener siguientes partes. Hoy me apetecía relatar algo con un poco de humor. Espero no afecte a las protagonistas. Mi relato de hoy no tiene » segundas intenciones»..
Y permaneció sentado dentro del bar, apoyado en la barra intentando hacer que bebía algo de un sucio vaso que llevaba. Pronto se percataron de su aspecto desaliñado, pero nadie decía nada.
El hombre que estaba sentado en la mesa contigua a la barra hizo un gesto al camarero para que se acercara.
-dígame señor,
-quiero que le pongas de cenar a ese hombre que está apoyado en la barra y lo lleves a una mesa, que se sienta cómodo.
-si señor.
El camarero se dirigió al individuo y le indicó que lo acompañara a sentarse en una mesa, al principio de la conversación hizo un gesto de sorprendido, no quería causar molestias. -no, no se preocupe usted solo acompáñeme, no es ninguna molestia.
El hombre de la mesa observaba como el camarero obedeció su petición y esbozando una sonrisa llamó de nuevo al camarero.
-ponle lo mejor que tengas de la carta y que no le falte bebida.
El individuo miraba a su alrededor intentando averiguar quien era su hada madrina.
-no necesito que nadie se preocupe por mi!! Dijo en voz alta, -simplemente me he sentado a descansar, llamando la atención de los clientes del bar.
Unos cuantos ojos y cabezas alzadas se dirigieron al individuo que seguía insistiendo en que no necesitaba ayuda de nadie.
Pero nadie se inmutaba. Comenzaron a salir platos de la cocina a su mesa y el individuo no sabía por dónde empezar…. todo le parecía exquisito!! Jugosa carne con su salsa, croquetas caseras, quesos ahumados, salazón de pescados y cerveza, mucha cerveza….
Estaba tan entusiasmado comiendo y bebiendo que no se percataba de nada a su alrededor, la gente entraba y salía del bar, menos alguien que seguía sentado en el mismo sitio observándolo.
Al terminar le preguntó al camarero quien estaba detrás de tan buen festín, el chico asintió con la cabeza que el solo recibía órdenes. El hombre lo miró y le dijo… -ahora vas a recibir órdenes mías, sacando de su bolsillo unas monedas….- invita a quien quiera que haya echo este gesto conmigo a un café. El camarero asintió con la cabeza y se metió dentro de la cocina, haciendo un guiño y un gesto con la cabeza al hombre de la mesa… se levantó disimuladamente y lo siguió.
Tardó poco en salir y marcharse del bar. El camarero le puso el café al individuo y le dijo…. Cortesía de la casa su hada madrina acaba de salir por la puerta. El hombre no lo dudó y se levantó apresuradamente saliendo a buscarlo. Su intento fue en vano y después de un rato volvió a entrar. El camarero esperándolo en la barra le dijo, han dejado esta nota para usted.
Me diste la vida, ahora desde el anonimato me toca cuidar de ti……
Soy una persona sin filtros, a la que le gusta mirar a los ojos cuando hablo y me sostengan la mirada. Me gusta la gente sincera, transparente, esas personas que lkaman a las cosas por su nombre.
No tengo ni segundas, ni terceras, ni cuartas intenciones.
Me gustan las risas que estremecen. Las personas que no inventan palabras de una historia que no sucedió. La verdad es mi aliada, no soporto la mentira, no finjo ni me escondo tras un disfraz ni una careta.
Mi rostro habla por mi misma, demuestra mis sentimientos, tal cual, si me apetece llorar, lloro, si quiero reír, rio. No sé actuar.
No pongo trampas para atrapar a nadie, tan solo les brindo mi mano para ayudar.
Sin falsas comedias. Creo que soy honesta, una persona sencilla, que quiere disfrutar de la vida, sin más..
De segundas intenciones está el infierno lleno.
—«Yo tenía la intención de» …
—«¡Pues anda qué yo!» …
…Que los finales felices están llenos de segundas intenciones, las buenas, esas que se fueron a tomar el aire en la finalidad primera. Las segundas intenciones llevan implícita una carga venenosa. Parecieran querer obtener en segunda instancia lo no conseguido a la primera.
La segunda intención de Adela era que Eligio se sintiera seguro al amparo de una sarta de mentiras, que, en el plan trazado, ella, no llegaría a cumplir. Envolvía cada encuentro en un halo de misterio mezclado con la sibilina provocación de quién busca concluir una idea a medida de su conveniencia.
Eligio no podía sospechar las segundas intenciones escondidas en la petición de cita por parte de Adela. Cayó en su tela de araña y se perdió en el minué que marcaban unos pies de los que nadie, en principio, sospecharía la carga acumulada de segundas y hasta terceras intenciones en ellos prendidas.
Adela raramente actuaba sin una segunda intención. Sobornos y conspiraciones para alcanzar su meta, la que en el momento estuviera en su mente.
Cuando Eligio presentó a Adela a su madre, esta, en un aparte le dijo convencida de que su instinto no la engañaba:
—¿No irás a creer en serio que no lleva segundas intenciones?
—¡Madre! ¡Por favor!
—Avisado quedas. Tú verás.
Eligio de natural confiado, confiable y bien intencionado no veía lo que a su madre se le presentaba con la clarividencia del estallido de una bomba atómica…
La verdad era que cada oferta ofrecida por Adela ocultaba una segunda intención, y cada promesa, una traición. Pero solo el tiempo, y no los consejos, traen a la luz lo que se ocultó en favor de quien es incapaz de actuar, aunque sea por una vez en la vida con lealtad.
Adela una vez hubo amarrado a Eligio, sometido este a voluntad de la primera y puestos a nombre de la arpía todos sus bienes, le dio la patada y se fugó con un vendedor de aspiradoras a la Patagonia donde el expendedor se libró del destino aspiratorio por razón de la materia. ¡A ver quién coños necesitaba una aspiradora en semejante confín!
Eligio se quedó criando a sus cuatro churumbeles y rezando para que cada uno de ellos viviera y actuara con la única intención de quedarse siempre en el primero de los propósitos, que las segundas intenciones, bien lo sabía él ahora, no eran ni medio recomendables.
A partir de aquel entonces cada vez que alguna mujer interrumpía en su vida y profería un: «Te quiero»…
Eligio preguntaba: «¿Para qué?
Desde que el ser humano existe siempre hubo, ha habido, hay, y habrá personas con segundas intenciones; unas, para hacer el bien; otras, para conseguir lo que quieren, a costa de lo que sea, bien para si mismos o sus cercanos. Están los timadores «de libro», se les ve venir, actúan con ánimo de lucro. Los afectados por éstos, o bien no se dan cuenta o si lo hacen toman medidas. Suelen dormir bien, sin problemas de mala conciencia; ésta, no les suele visitar. Están las personas, con segundas intenciones, sibilinas, normalmente manejan a otras personas de manera inteligente, llevándolas a su terreno. Algunos conscientemente se dejan llevar, otros no se enteran porque son adulados y endulzados con promesas; convirtiéndose así en sus acólitos. Duermen bien. Se salen con la suya y solo temen ser descubiertos, desenmascarados. Luego está la persona que quiere ayudar a alguien, pensando que no hace mal, pero lo hace…si esa acción repercute a terceros. La persona que lo hace por fuerza mayor y siendo consciente, no dormirá, los remordimientos de conciencia le acompañarán. Además tenemos los señalados como timadores, que no lo son, pero por circunstancias ajenas a ellos, son designados como tal por otros. Tampoco dormirán, pero no por mala conciencia puesto que son inocentes. Las persona que dicen no tener segundas intenciones, ya, al decir esto tiene la segunda intención de hace creer que no la tienen. Esto es inherente al ser humano. No tienen porque ser malas intenciones. Hay gente que ayuda a otras personas y actúa con segundas intenciones para conseguirlo, aun a costa de salir perdiendo e incluso meterse en un lío. Estas personas son las que vemos menos, no van presumiendo. Pensaremos que hay más de las que creemos. Por tanto, no hay solución, cada uno es de una condición. Los que tengan conciencia la usarán, los que no la tengan…les dará igual. -¿Tú qué clase de timador eres?- preguntó el inspector al muchacho que tenía delante, con la cabeza gacha y la mirada hacia abajo. Le habían llamado los vigilantes del hospital, le pillaron haciendo el viejo truco del tocomocho a una señora, ocho euros. El inspector le había soltado el palique al chaval con una segunda intención, que pensara y no volviera a delinquir. Era un buen hombre. Según los vigilantes, el chico tenía a la madre ingresada en el hospital hacía más de una semana; si ella no trabajaba , no había dinero. El chico solo quería comprarle un café y un pastel a su madre, pero del bar, no del hospital. Su madre soñaba con un » café, café», del bueno, de máquina de bar. Tras oír su historia y comprobar su veracidad, ni la señora ni los vigilantes quisieron denunciar. El inspector le dijo al muchacho que esperara un momento. Pensó que se estaba haciendo viejo y se dirigió al bar más cercano, iba despacio, su cuerpo ya no tenía la agilidad de antes y su prominente barriga no le ayudaba precisamente. Cuando volvió de nuevo al hospital fue donde estaban los vigilantes con el chaval, era una sala no muy grande, pero no estaba mal. Le puso al chico encima de la mesa una bandejita de pasteles y un café XL. _ Para tu madre chico, y no la vuelvas a liar- mientras lo decía el joven se echó a llorar, no podía ni hablar, y con gestos le afirmó que no, que no volvería a pasar. En esas estaban cuando entró uno de los vigilantes, con otra bandeja de pasteles y otro café. Lo compraron entre todos los de seguridad. El inspector no se equivocaba en todos sus años de profesión, que aunque hay gente mala, también los hay de buen corazón, y que lo hacen con una buena segunda intención.
SEGUNDAS INTENCIONES
Gladys y Lorena, recién llegadas a Bs.As, en busca de un nuevo porvenir, se instalan en casa de una amiga.
Pasados los primeros días y de recorrer la ciudad, se proponen a buscar trabajo, llegaron con la mochila cargada de ilusiones, que hiban quedando en el camino a medida que pasaban los días y se repetía la misma historia..
«Llene la planilla y la llamaremos».
Las expectativas eran pocas, pero no querían regresar al pueblo, allí no había futuro como en la gran ciudad..
Ya saldrá algo se decían una a la otra…Hasta que una mañana, ven un titular en el diario en letras grandes..
SE OFRECE OPORTUNIDAD DE TRABAJO PARA JOVENES, concurrir a : salía la dirección…
Presurosas se dirigieron al centro,
al llegar un gran edificio se presentó ante sus ojos, eran todas oficinas eso las entusiasmo, varias jóvenes esperaban ser atendidas, al fín las llamaron, con una sonriza acudieron a la oficina, donde las recibió un señor muy amable.
– Veamos su currículum..
– Bien..bien.
– El puesto de recepcionista y de secretaria ya fue otorgagado, pero podríamos ofrecerles otro puesto importante en la empresa a ambas, ellas se miraron una a la otra, son rientes, contentas, al fín un trabajo y juntas, era más de lo que pudieran imaginar..
– Si…si señor contestaron al unísono…
– Buen…el trabajo será…
Al llegar a casa de su Amiga, esta le pregunta…
– ¿Y como les fue?
Rompieron en llanto, su Amiga no entendía nada, después de unos minutos dijéron, sólo eran:
¡Segundas intenciones!
Pasaron los años, hoy empleadas de reconocidas empresas, sonríen al recordar el episodio y repiten.
¡Eran segundas intenciones!
Relato sacado de la vida real.
Mis viajes…Bea.
ni de primera
ni de segunda
se trata
ni de malas
ni de buenas
la intención
es un propósito
y cuando se logra
se acaba
«LA RIÑA”
– Es usted la portera, ¿verdad?
– Buenos días, si soy yo -dijo Rosa mientras terminaba de repartir el correo en los buzones de la comunidad-, ¿qué se le ofrece?
– Verá, soy Elisabeth Flores. Me envían de la Cruz Roja de Madrid -dijo mientras aquella mujer de unos 40 años, bien parecida y vestida sobriamente, abría el bolso para mostrarle un carné acreditativo, así como una orden de trabajo-. Como ve, busco a las hermanas Elena y Sofía Casas Panero, soy voluntaria del programa para “Personas Mayores”. La Cruz Roja les han concedido a las hermanas 2 horas de acompañamiento de lunes a viernes.
– ¡Vaya! Doña Elena falleció hace ya más de un año… Bueno quizás la Cruz Roja no lo sepa.
– ¡No me diga! Cuantito lo siento. Pero ¿doña Sofía está?
– ¡Si, si! Acompáñeme, es aquí mismo, en el Bajo A.
– No se moleste, ya voy yo sola.
– No es molestia, es que doña Sofía está algo sorda, yo le hago la limpieza dos veces en semana y la visito a diario, además no abre la puerta a desconocidos. Pero… ¡sígame!
Rosa sacó del bolsillo de su bata un pesado manojo de llaves, abrió aquella puerta de doble cerrojo y entró en el piso seguida de Elisabeth.
-¿Doña Sofía? ¿Está usted visible? -gritó Rosa mientras avanzada por la casa, pasando de habitación en habitación, levantando persianas seguida por Elisabeth-. ¡Póngase guapa que le traigo compañía! ¡La esperamos en el salón!
Al fondo de aquel piso de más de 200 metros cuadrados, en pleno barrio de Moncloa-Aravaca, se escuchó la gastada voz de la anciana:
-¡Ya salgo Rosa!… un segundo -dijo sofocada- ¿Pero a quién me traes?
Se generó un remover de puertas y objetos durante varios minutos, hasta que las pisadas de unos tacones sin tapas avanzaban lentamente por el pasillo de parqué. Allí estaba doña Sofía, sonriente, con sus cerca de los noventa años, pequeñita, delgada, muy maquillada, vestida, calzada y coronada por una peluca de la década de los años 70.
-Pero Rosa ¿y esta señorita tan guapa y joven que me traes?
-Le traen -dijo a la vez que se levantaba-. Esta es Elisabeth -que siguió sentada sonriendo-. Viene de la Cruz Roja para acompañarla 2 horas de lunes a viernes.
– ¿Acompañarme?… ¿a mí? -dijo mientras le brillaban aquellos pequeños ojos color miel, escondidos por los años, las arrugas y su excesivo maquillaje-. Pero ¿y cuánto tengo que pagar?
Elisabeth se levantó y dijo:
– Nada señora, lo paga la Cruz Roja. Otra cosa es que usted quiera dar la voluntad para el programa de “Intervención Social para Mayores”, para el que trabajo.
– ¡Me parece sensacional! -dijo doña Sofía-. ¿Y cuándo empezamos?
– Pues he venido para empezar hoy -dijo Elisabeth-. ¿Está usted preparada para salir? Si tiene algo que comprar la ayudo.
Poco a poco se fue haciendo habitual para Rosa la entrada y salida de Elisabeth del edificio. Durante el primer mes venía desde las 12 del mediodía a las 2 de la tarde. Después doña Sofía, según contaba su cuidadora, no la dejaba marcharse sin que comieran juntas, por lo que terminaba su jornada sobre las 5 de la tarde, tras la siesta. Otras veces Elisabeth aparecía el sábado o el domingo por la tarde para acompañar a doña Sofía a misa, ya que según ella era también muy devota y les hacía bien a las dos.
Elisabeth contaba que era procedente de Perú, Licenciada en Ciencias Sociales y que por eso hacía tan buenas migas con doña Sofía, que también tenía estudios. Elisabeth hablaba de su familia y su tierra con lágrimas en los ojos, ya que llevaba más de un año sin verlos, alegando que tuvo que emigrar a España por el desempleo y la pobreza que azotaba su país, enviándoles casi todo lo que ganaba para que pudieran subsistir.
Tanto Rosa como doña Sofía, como el resto del vecindario, tenían un buenísimo concepto de Elisabeth. Era tan buena y considerada con doña Sofía, tan cristiana, y todo ello sin esperar nada a cambio, salvo como decía la anciana, alguna donación que había hecho por banco a la cuenta de la Cruz Roja.
Una mañana Rosa saludó al llegar a Elisabeth y algo le inquietó al ver como no esperaba a que la abriera la puerta de la casa de doña Sofía, como de costumbre, sino que de su bolso sacó un manojo de llaves y entró en el domicilio.
Unas semanas después mientras Rosa limpiaba la cocina de doña Sofía, esta última le comentó que había decidido que Elisabeth se fuera a vivir con ella, que la quería como una hija, y así la pobre podría ahorrarse el alquiler y enviarle más dinero a su familia. Rosa sonrió y no le dio importancia, diciendo que así serían las tres vecinas de planta, y es que la vivienda de la portería se encontraba también en el bajo, junto al ascensor de servicio.
Poco a poco empezaron a sucederse cambios, como el que apareciera el nombre de Elisabeth en el buzón del Bajo A, así como el de otra mujer que era compañera de la Cruz Roja y que vivía en un hostal donde no podían dejarle correspondencia. Se llamaba Luz Marina Jiménez Santino.
Llegó mayo y Rosa empezó a echar cuentas de que ya no veía salir tan habitualmente a doña Sofía y su cuidadora como meses atrás. Cuando iba a limpiar la casa se la encontraba más desordenada y sucia de lo habitual, incluso había restos de colillas en la terraza, huellas de vasos en la mesa de cristal del salón. Algunos vecinos empezaron a quejarse de que se oía gente hablando, cantando y música en la terraza del salón hasta altas horas de la noche.
Un domingo, a eso de las 11 de la mañana, Rosa, sentada en la cabina de la portería, escuchó como se cerraba la puerta de la casa de doña Sofía, dándole al salir los buenos días con acento sudamericano, un hombre de unos 40 años que llevaba una camisa y chaqueta la mar de arrugadas, cosa que le extraño mucho a la portera.
Ese día fue a comer a la portería el hijo mayor de Rosa y su familia. Era policía nacional y Rosa, ante el café, le comentó la situación de doña Sofía y su cuidadora. Él, tras el relato, le pidió el nombre de doña Sofía y los dos nuevos que ahora aparecían en el buzón, diciendo que haría gestiones.
Cada vez entraba más gente en el Bajo A. Algunos eran españoles otros sudamericanos, mujeres, hombres, incluso niños, pero claro, Rosa no se atrevía a decirle nada a doña Sofía. Solo era la portera, la limpiadora, hasta que la apariencia de la anciana empezó a preocuparle. Estaba más delgada, y por lo que ella contaba, se sentía muy cansada, tenía fuertes jaquecas y le sangraba la nariz. Elisabeth la daba de cenar temprano, sobre las 8 y media, y después le entraba el sueño, aunque hubiera dormido una larga siesta, levantándose al día siguiente a las 12. Rosa le dijo, que iba a llamar a la consulta de Don Pablo, su médico de toda la vida, a lo que la anciana accedió.
En el descanso de la hora de la comida, mientras Rosa veía en telediario, alguien aporreó la puerta y llamó al timbre de la portería. Rosa abrió la mirilla y allí estaba Elisabeth con cara de pocos amigos. Al abrir:
-¿Pero quién coño te has creído que eres? -gritó Elisabeth soltando un profundo olor a alcohol-. Ya me ha dicho la Doña. ¿Cómo que vas a llamar al médico? Si alguien tiene que avisarle soy yo, que para eso soy su compañera de piso…
-Es por la salud de doña Sofía.
– ¿Tú te crees que soy tonta? -bramaba con voz pastosa-. Una limpiadora, una inculta se creía que iba a quedarse con todo lo que tiene esta pobre mujer. Menos mal que todavía queda gente honrada. ¡Se te tenía que caer la cara de vergüenza! Querer hacer daño a una compatriota.
Tras este episodio, apareció la verdadera Elisabeth. Salía fumando, no saludaba, se maquillaba, siempre con su larga melena suelta, vestía dejando ver su voluptuosa figura, salía y entraba cargada de bolsas de El Corte Inglés, acompañada de amigas o algún amigo.
Por otro lado, la tranquilidad que los fines de semana que reinaba en la finca, se había convertido en un trasiego de gente, que cargaban con bandejas de comida, bolsas con bebidas y quienes, en ocasiones, al encontrar el portal cerrado, molestaban llamando al telefonillo de otros vecinos y en el mejor caso a la portería, preguntando por la casa de Elisabeth. La situación llegó a tratarse en la reunión de la Comunidad de vecinos, sin solución.
Una noche, el sueño de Rosa se vio interrumpido por la vecina del 1º A:
-Perdone las horas, pero creo que debería llamar a la policía, se oyen gritos y golpes en casa de Sofía.
Rosa no se lo pensó. Salió de casa, con una barra de hierro en la mano y fue a llamar insistentemente a la puerta de doña Sofía, quien semanas antes había enviado a Elisabeth para retirarle las llaves del piso.
Tras insistir varias veces, nadie contestó. No se oía nada, dejándolo pasar.
Unos días después el hijo mayor de Rosa la llamó desde el trabajo:
-Mamá, no existe ninguna Elisabeth con esos apellidos que esté legal en España. También hice gestiones con la Cruz Roja y me han dicho que para ser voluntario hay que estar legal en este país. Por otro lado, dicen no haber recibido ningún tipo de donación por parte de doña Sofía. Te llamaré cuando sepa algo del otro nombre, los de Extranjería lo están investigando.
Unos días después, poco antes de las 8, justo después de que Rosa sacara los cubos de basura a la calle, tres hombres y una mujer vestidos de paisano se presentaron en la portería identificándose como policías. Preguntaban por el domicilio de Luz Marina Jiménez. En principio Rosa no supo de quien le hablaban, hasta que uno de ellos le mostró su fotografía.
-Pero esa es… ¡Ah! Entonces vive en esa puerta, Bajo A.
La policía llamó a la puerta insistentemente, pero nadie abrió. Le hicieron algunas preguntas a Rosa sobre Elisabeth… o bueno sobre Luz Marina, a lo que Rosa solo contestó que ella la conocía pero que prefería que se pusieran en contacto con el presidente de la Comunidad, apuntándoles el teléfono.
Los policías se marcharon y dejaron a Rosa inquieta, por lo que telefoneó a su hijo mayor. Este le dijo que no se preocupara, que si habían ido ellos lo tenían todo controlado y que descansara tranquila.
Pero no fue así. A eso de las tres de la mañana escuchó ruidos en el exterior, asomándose a la ventana, viendo el reflejo de las luces azules que lanzan los rotativos de los coches de policía. Se asomó al descansillo donde vio custodiando en el portal a uno de los policías que se presentó la pasada tarde:
-Señora no salga. Se ha procedido a la detención de Luz Marina.
-¿Pero… y doña Sofía? ¿Cómo está?
-Doña Sofía a muerto. Estamos esperando a la Científica. Espere en el domicilio y ya la avisaremos, tendrá que declarar.
Dos días después, Rosa, antes de fregar el portal, recogió los periódicos de los vecinos, depositados en la entrada para conocer las últimas noticias sobre el caso, y antes de repartirlos leyó entre líneas como doña Sofía había fallecido por una intoxicación de raticida. También que le habían sustraído las joyas de la familia y desde sus cuentas bancarias aparecían frecuentes transferencias a cuentas del extranjero, que alcanzaron la cifra de más de 200.000 €. La supuesta culpable de los hechos, Luz Marina Jiménez, conocida como “Riña”, era buscada en Perú por la policía, por los delitos de tráfico de drogas, delincuencia organizada y estafa.
FIN
*Los hechos están basados parcialmente en la realidad, así como los lugares. Los nombres son ficción.
Apóyate en mi hombro, quiero consolarte.
Comparto tu pena y la hago mía.
En la noche oscura alumbraré el camino
guiando tus pasos hacia mí.
Apóyate en mi hombro, quiero abrazarte.
Sentirás el consuelo del calor de mi pecho.
Mis brazos se tornarán tu refugio
Mis manos acariciarán tu alma.
Apóyate en mi hombro, quiero hablarte.
Susurraré muy bajito palabras dulces
Que le den a tu alma un respiro
Para sanar el dolor de tu condena.
Apóyate, apóyate fuerte que te sostengo.
No tengas miedo de caer si desfallezco
Porque juntos nos haremos grandes
verás que unidos, duele mucho menos.
No busques segundas intenciones en mis palabras.
No quiero que te encuentre la madrugada roto en mil pedazos.
No quiero que caigas en un abismo inhóspito y frío.
Dejemos pasar la oscura madrugada
y que nos encuentre sonriendo el alba.
Quiero calmar tu llanto.
Yo te daré la mano.
Tú confía en mí.
El teorema.
– ¿Y si nos tomamos en serio la caída del Dólar?
Tomamos unas cervezas
compartimos ideas
intentamos arreglar el mundo
apoyándonos el uno al otro
sin más intención que la de contribuir
poniendo nuestro granito de arena
a que mejore todo esto.
Sin prisas, tomándonos nuestro tiempo
como dos personas civilizadas
con amplitud de miras
sin prejuicios ni traumas
como ya sabemos que somos los dos.
Nos regalamos nuestros recursos
intelectuales generosamente
y a ver lo que podemos hacer
dejándonos llevar hacía la deriva
de lo posible y lo cierto
y si nos sobra tiempo ya veremos…?
– Vale me parece bien.
Pero si vas con segundas intenciones
me remango la rebeca me muerdo levemente el labio inferior con los incisivos superiores y después la punta de la lengua con los superiores e inferiores como queriendo retener que no salgan palabras feas de mi boca y…no respondo de mi.
TU SOMBRA
Esta calle, está igual que siempre.
Me parece una foto detenida en el tiempo. Como si me hubiera estado esperando todo este tiempo.
Los algarrobos, han tapizado las aceras con las algarrobas, con el olor dulzón que provoca su podredumbre.
Las rejas del instituto, siguen igual de desportilladas en los barrotes de la valla que lo circunvala.
Tal vez, alguna pintada nueva en el muro de hormigón que lo rodea, donde se sustenta la valla.
No lo sé.
Por ahí viene.
No está igual que siempre.
Más sobrepeso, un lastre que le hace arrastrar los pies.
Que le produce un calor de verano, el esfuerzo de andar, en este día frio de otoño.
-Hola.
-Hola.
Nos miramos.
-¿Qué tal estás?
-Bien. ¿y tú?.
-Bien
-Te veo bien.
-Gracias. Me gustaría decir lo mismo de ti, pero, sin ser borde no puedo.
-¿A dónde vamos?.
-No me apetece tomar nada contigo. Después de tanto tiempo.
-Como quieras, pero a mí me apetece sentarme a hablar como dos personas civilizadas.
-Personas, sí, civilizadas, no tanto.
-Sigues igual que siempre, a la defensiva.
-Las cosas de la vida, se perdonan, hasta cierto punto, y según qué cosas pero, sobre todo, no se olvidan.
-Siempre con el mismo rencor.
-Llámalo como quieras, pero yo lo llamaría mejor, precaución.
-¿Por qué sigues desconfiando de mí, después de tanto tiempo?.
-¿Debería confiar en tí, ahora?.
-¿Por qué no?.
-Mira, estamos entablando una conversación de besugos. Dime lo que quieres, porque está anocheciendo y hace más frío.
-Ya te he dicho que nos fuéramos a tomar algo.
-Y yo te he dicho que no. No me apetece estar contigo más tiempo del necesario. Si nos fuéramos a tomar algo, perderíamos el tiempo, dando vueltas a un ovillo que no sabemos ni donde está el principio ni mucho menos el final.
-Nunca vas a cambiar, ¿verdad?
-Ya cambié. Me fui.
-Como tú quieras. Sólo quería verte, ahora que la casa está por fin vacía, podríamos intentar…no sé….
-No porque ya no haya nadie, significa que esté vacía en este momento. Siempre ha estado vacía, aunque hubiera gente, y lo sabes. No tengo la culpa de tu soledad sempiterna, la culpa ha sido tuya, que has alejado siempre de tu lado, a la gente que te apreciaba….aunque cada vez más, tenías menos gente a tu lado, y ahora, no tienes a nadie.
-Eres insoportable, solo quería darte una nueva oportunidad.
-Tu cinismo me hace daño, pero no por eso no me sorprende.
-Por favor…
-No me abraces, no te va a servir de nada, tus brazos me dicen una cosa, que corresponde con tu sombra, con el brazo alzado y un cuchillo en la mano.
-Te odio.
-Yo no. Adiós.
La calle, sigue igual que siempre. Y su figura, plantada como la papelera que está a su lado.
Tu fin no era el beso. Era el amanecer.
Enredados entre sábanas de vino tinto y placer.
Tuviste la intención de quitarme la ropa y empujarme a la pileta
Pero no de saltar conmigo.
Pensar que eras valiente cuando se trataba de tocarme.
La vergüenza
De flotar sola en ese cuerpo de agua
Frío, mojado y sin rastro del tuyo
Todavía me parte el orgullo.
Me quedé empapada por semanas
Y tú
Sólo me mirabas desde la orilla
Con la camisa apenas mojada.
Tú eras de mundo y te vestías para el aplauso
Y te querían todas desde la audiencia hasta detrás del escenario
Pero yo era una niña intentando ser tu amante
Y no sabía cuál era el guión
y me perdí intentando.
Nunca tuve la certeza de si fui una canción prestada
Para endulzarte los labios en mi canto,
Mas era claro que no era tu puño y letra
Y la melodía era pegajosa, sí,
pero reciclada.
Me dejé arrullar por ella dos veces
Pero la guitarra estaba hueca.
Entre brazadas y una piscina que ahora era mi llanto
Me sentía humillada de aceptártelo a la cara:
No sabía nadar. O me había olvidado.
Era tarde, y mientras me hundía en un mar
Que para ti era un charco
Tú te secabas la ropa al fogón de tus ganas.
Siempre encendidas,
Siempre queriendo llevártelo todo sin apostar.
Y a pesar de que yo era la de la ingenuidad,
Tu sonrisa y tu tacto se parecían a las monedas
Que un niño inserta en una maquinita de caramelos
Esperando más de lo que puede meterse en la boca.
Yo te daba mil vueltas de aquí a la luna
Cuando se trataba de miedo
Yo me enfrentaba a la oscuridad de lo desconocido
Y me dejaba ver
Vulnerable
Como luz blanca y traslúcida.
Y tú, tú eras el niño impertinente esperando chucherías
A cambio de los restos en sus bolsillos.
Aún me quema saber
Que no tuviste que lanzarte a la pileta
Para cobrar mis versos.
Pero eras mi caballo azul, y yo,
Una madrugada más convirtiéndote en musa.
-Anaíro (Pseudónimo)
Este mundo está plagado de hombres sin escrúpulos, rufianes, parásitos de la sociedad. Bien organizados ¡si! para hacer el mal a su prójimo. Se visten de bondad para despistar a sus víctimas, con amable sonrisa y falsa solidaridad. Y después, dan el zarpazo sutil, nadie percibe sus segundas intenciones y caminan junto a la gente, confiada de vivir en libertad, seguridad y armonía aparentes,
Venimos a este mundo para ser felices, crecer en espectativas que nos den calidad de vida y mezclarnos confiadamente con nuestros semejantes. Al final nos agobia la desesperanza, porque nos damos cuenta que no somos libres, somos prisioneros de la desconfianza y el temor a nuestra propia especie, misma que se convierte en nuestro depredador para robarnos la tranquilidad, el sueño, la paz, todo, con absoluta impunidad.
Tan complejos somos los seres humanos, que todo aparece ante nosotro, según el cristal con que miramos, según nuestros principios y valores. El bien y el mal existen, no sé si eso sea equilibrio para fortalecernos o ser seres desconfiados de todos cuantos nos rodean. Veamos este caso:
Alma llegó a su casa, revisó sus mensajes, uno de ellos era de su madre y decía:
«Dejo una carta sobre tu cómoda, salimos tu padre y yo a hacer unas diligencias. No te preocupes si tardamos.»
Presurosa, subió a su recámara, tomó el sobre con la misiva y empezó a leer.
Hija mía:
Antes de salir de casa, tuve un presentimiento que me oprimía el corazón, las lágrimas se atoraron en mi garganta y no sabía que sucedía en mis emociones. No dije nada a tu padre al respecto, porque ya lo conoces como es, no le gustan los dramas ni las lágrimas. Me encomendé a Dios para que nos llevara con bien a nuestro destino. Sin embargo, salí con angustia e incertidumbre por lo desconocido. Quise disuadir a tu papá, para no salir y posponer nuesrtros pendientes.
Pero bueno, no quiero contagiarte con esas cosas de mi mente. Nos vemos más tarde.
Te amo.
El destino nos lleva a situaciones impredecibles.
Con un sorprendente modus operandi, una mafia de hombres voraces, crean un escenario en el que, como viles sujetos, lobos vestidos de cordero, te atrapan con falsa amabilidad, te engañan y caes en sus garras convirtiéndote en su víctima y te despojan del producto de tu trabajo.
Segundas Intenciones los vuelven al lugar que han convertido en su anzuelo para atracar a la gente que trabaja con honradez y trata de disfrutar el producto de su trabajo, darse gusto porque lo amerita el esfuerzo.
Suena el timbre de un mensaje en el teléfono de Alma. Lo revisa y a la letra dice :
«Hija, el presentimiento que tuve, era real, hemos sido víctimas de unos sujetos que amenazaron, golpearon y robaron a tu padre. Yo era vigilada por otro sujeto, mientras tu padre vivía momentos aciagos, bajo la amenaza de hacerme daño si no cooperaba. Ya pasò todo, y vamos de regreso a casa, gracias a Dios; pero más que lo material, nos han robado nuestra tranquilidad, nuestra paz, nuestros sueños. Tù tranquila, mañana será otro día, mañana empieza la vida. Nos vemos más tarde.»
¿Cuántas veces viviremos así? ¿Cuànto tendremos que soportar estás situaciones? ¡Por Dios! ¿Dònde quedó la humanidad?
Debe haber segundas intenciones para recomponernos como buenos seres humanos.
«Espero que te encuentres de maravilla, últimamente no me había dado el tiempo para escribirte, creo que te debo una disculpa por ello.
Pero, hey! Me siento genial, puedes creerlo?
He aprendido a llevar una dieta, estoy haciendo ejercicio con regularidad, he dado espacio a las cosas que me gustan y a las que necesitaba hacer y siempre terminaba posponiendo.
No te escribo para decirte que estoy mejor sin ti, ni para agrederte como en la última carta, cuando te dije que te fueras de mi y no volvieras a escribir. La verdad… Es que lo hice con segundas intenciones.
Para decirte que aunque todo parece marchar bien, sigues siendo el último pensamiento antes de ir a dormir, sigues estando en mi, y no creo que sea tan malo como creía, me ayuda a saber valorar cada momento en el que no estás y para poder soportar los momentos cuando te escures entre las sábanas, y besas mi cuello mientras me aprisionas en tus brazos, soportar cuando te metes conmigo en la bañera y dejas salir toda el agua caliente, yo sé que vendrás de nuevo y te quedarás por no sé cuanto tiempo…
Debo decir también que disfrute mucho del último ron que nos bebimos juntos, pero te juro que si decidieras partir por un par de años, no me dolería, puedo prometer que no dejaré de escribir, espero de todo corazón que de poco en menos vayas dejando de estar y cuando menos lo esperemos, ya no nos recordemos.»
Mírame aqui, suplicando cremensia, suplicando liberarme de todas mis heridas, suplicando regresar a mi vida, regresar a mi creencia a mi vida original.
Me perdí en la galaxia, en mis propias cuerdas para complacer a alguien más.
Me perdí de mi escencia para encontrar el color de alguien más.
Me envolví de alguien más menos de mi, & al final vi que solo se burlaba de ante mi…
Llegó & escarbó me saco mi información, se metió en mis recuerdos en mis pensamientos, hasta en mis sueños.
Llegó me endulzó me alago & después me saboteó, me prometió ser el mejor al final resultó ser un impostor.
Me hizo perder la noción de mi corazón, de mi voz interior, hay veces que ya no se quién soy, & todo por enamorarme, todo por encontrarme, varada en la nada con alguien que tenía segundas intensiones,
Intensiones hasta de matarme eso me pasa por enamorarme de alguien que no era lo que decía ser, por enamorarme de alguien que me defraudó, me mintió me sobajo & me humilló.
¡Que me arrullo, me añoro & luego me pisoteo!
Hoy solo busco los restos de mi, para recuperar lo que perdí.
Buscando mi tiempo mi espacio & universo, mi constelación mi noción.
Amanece roto, cansado. Para colmo mis zapatillas no son las de antes. No corren maratones. Llega con su remera mojada y sus bolsas de comida. Cocina transpirado. El hambre no le da tiempo a nada. Así día tras día. Que algo cambie. Que mis pies corran. Que su cansancio se apague. Que mi viejo vuelva.
Jozue sorics
Jozue soricas
Leyre Blázquez Santoyo
Jozue Soricas
Tali y Raquel
Mi voto: Bea Arteencuentro y Silvana Gallardo
Mi voto para Ori Setz
Gaia y Neus
Mi voto para:Mari Carmen y Conce
Mi voto para:
Coronado Smith
Bea Arteencuero
Mi voto es para Jozue Soricas
Mi voto es para jozue soricas
Mi voto:
Gaia
Sergio
Bea
Raquel
Mi voto para:
Carmen Cano
Consuelo Pérez
Curro
Coronado
Mi voto es para Tali Rosi y Coronado Smith
Mi voto.va para Benedicto Palacios, Coronado Smith y Ori Seltz
Hola, Javi. Puedes añadir un voto más. Si no, se contará 1/4 a cada uno de los tres.
Perdón, perdón, perdón. Acabo de darme cuenta de mi error. (Pues empiezo con buen pie )
Añado a Consuelo Pérez Gómez
Empiezas muy bien: ¡votando! No todo el mundo lo hace.
Mi voto: Ori Setz, Coronado, Tali y Consuelo Pérez.
Oriana Setz!
Mi voto es para Ori setz
Mí voto es para Ori Setz
Mi voto es para oriana setz
Mi voto es para Ori Setz
Mi voto es para Ori Setz
Muy bien. Voto por Orí Setz
M. Carmen Cano
Consuelo
Silvana
Leyre
Mi voto va para Gaia Oribe
Gaia Orbe
Gaia
Mi voto para: CONCE JARA
Mira, yo voto por Conce Jara, porque por mi Conce, Ma…to…!
La concursante, más votada está noche es…..
¡Conce Jara!
A ver, yo no es por tocar los cojones, pero creo que la mejor es Conce Jara.
Mi voto para:
Jozue
Raquel