Viernes 13 / martes 13 – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «pareja ideal». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 10 de julio!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

No existe la mala suerte, al igual que no existe el mañana…

Fueron las últimas palabras que escribió en su cuaderno el mejor escritor de todos los tiempos. Son vestigios de una civilización pasada y todavía no se ha podido esclarecer el porqué este último libro quedó inconcluso. Sólo se sabe que fie encontrado un martes 13 de julio de 2025 y que las autoridades competentes no tienen ni idea. Vamos, que no son tan competentes y me ahorro el antónimo pues podría incurrir en diatriba y ser denunciado por ello. Esto de ser periodista, cuidar la palabra y contar noticias irrelevantes no me acaba de convencer…

Autor: reportero de comando 13.

Mierda se me ha caído la cámara por el precipicio, voy a intentar cogerla con el micrófono, ¡no llego! Voy a estirarme un poco más…

¡No llegoooooooi!, ¡Noooooooooo!

BEGO RIVERA

Vuelo 19

En la actualidad.

El gran crucero J. J. Sister zarpó según el horario previsto.

En su camarote Michael J. Sidle miró su móvil y se conectó al wifi del barco.

Se metió en el calendario y vio la fecha señalada: viernes 13, que era el día siguiente.

Aunque Michael siempre fue escéptico respecto a la relación «mala suerte» con este día, reconocía que cada vez que se acercaba la fecha no podía evitar acongojarse.

Un viernes 13, murieron sus padres en un accidente… casualidad; un viernes 13, su ex novia lo dejó… más casualidad; un viernes 13 perdió su trabajo— en el que llevaba años—… casualidad.

Un viernes 13 él recibió un balazo por estar en el sitio equivocado, en un banco, donde se produjo un atraco…¿Casualidad?.

Siempre pasaba algo en esa maldita fecha.

Solo, sin trabajo, ni mujer, ni amigos había decidido apostar a lo grande. Primero pensó en desvivirse, total, para lo que hacía en este mundo sin sentido.

Luego se enfadó consigo mismo por ser tan cobarde. Y finalmente se cabreó con la humanidad. Pensó que no tendría por qué morir solo ¿No? Se llevaría a unos cuantos por delante. No viajaría al otro lado solo.

A pesar de que era incrédulo — eso pensaba él — cogió sus últimos ahorros y esperó a que hubiera un crucero que incluyera en su agenda el viernes 13.

Dicho y hecho. Ahí estaba él. Esperando que al día siguiente ocurriese una desgracia, como siempre había ocurrido.

«¿Y si no pasa nada?— se decía a si mismo» » ¿Qué hago entonces?». Pensaba y pensaba.

Habían salido de Nueva York con destino Bermudas, puestos a elegir, cuantos más elementos adversos se sumase a la balanza, más probabilidades de que sucediera algo.

En el barco la mayoría de personas eran turistas deseosos de aventuras, grabando con sus móviles sin descanso.

Tenían previsto llegar a Bermudas al día siguiente al anochecer.

Michael no salió del camarote excepto para cenar. Durmió a pierna suelta, cosa que le sorprendió al despertarse. Había llegado el momento. Ansioso se asomó fuera. La gente iba y venía, las voces y risas le pusieron de mal humor¿Es que no iba a pasar nada?

Volvió a su camarote, se encerró allí y se quedó dormido otra vez.

Despertó sobresaltado, por un momento no sabía dónde estaba, miro por el ojo de buey y se asombró al ver que era de noche.

El mar estaba algo bravo y apenas estaba iluminado por las luces del barco. Miró la hora y fecha en su teléfono: 13, viernes, las doce de la madrugada casi ¡y no había pasado nada!.

Se acicaló algo y salió, le había entrado hambre, suponía que aunque fuera tarde algo le darían de comer.

Cuando se dirigía al restaurante le extrañó no ver a nadie. El barco emanaba un extraño silencio. Se percató que no había ningún ruido,cero sonidos, excepto el murmullo del mar.

Se fijó en que las luces estaban la mayoría apagadas.

Empezó a ponerse nervioso, seguía caminando deseando gritar, pero no lo hizo, porque lo tomarían por loco cuando saliera la gente a ver qué pasaba.

Llegó al gran salón restaurante y estaba abierto pero totalmente vacío. Apenas había luces encendidas, solo las de emergencia.

Las mesas estaban puestas, la comida y bebidas servidas.

Aterrorizado salió corriendo a cubierta, estaba amaneciendo, se encerró en el camarote.

Cada cierto tiempo se asomaba para ver si todo era una pesadilla.

De vez en cuando escuchaba ruidos extraños y desconocidos para él.

Después de tres días el hambre le pudo, volvió a salir temeroso. Consiguió algo de comida y regresó al camarote.

El barco iba a la deriva.

Dos días más tarde—por la mañana— escuchó el sonido de los aviones. Corrió desesperado a la cubierta.

5 de Diciembre de 1945.

El vuelo 19, cinco aviones TBM Avengers — bombarderos torpederos de la marina de Estados Unidos — partió de Fort Lauderdale con el teniente Taylor al mando. Después de meses del fin de la segunda guerra mundial su misión era sencilla : bombardear un barco a la deriva y unos peñascos.

Salieron a las dos, a las tres vieron el objetivo y aunque el tiempo era malo y volaban entre nubes, lanzaron las bombas haciendo blanco.

Una hora y media después cuando ya debían estar de vuelta en Fort Lauderdale:

— Taylor a torre de control. Esto es una emergencia, repito, esto

es una emergencia.No podemos ver tierra.

No sabemos nuestra posición.

La torre de control les indicó que viraran al oeste.

— Torre de control, no sabemos cuál es el oeste. Esto es muy raro, y el mar es bravo y raro.

Volaremos rumbo norte hasta

encontrar tierra o quedarnos sin combustible.

La última comunicación con la torre fue sobre las cuatro de la tarde.Esta vez no era Taylor, era uno de los pilotos gritando.

—¡ No sabemos dónde estamos!

Parece como si estuviéramos…

Más tarde un hidroavión Martín PBM Marinero, con trece hombres a bordo despegó de Fort Lauderdale en misión de rescate del vuelo 19.

Cinco minutos después había desaparecido.

DAVID MERLÁN

VIERNES 13

LA CARNICERÍA DEL ABUELO

Nicolae era un chaval de 16 años de la capital, sobrado, sabelotodo, y que se creía el rey del mundo. Le encantaba el verano, pero no precisamente por el calor, ni el campo. Le gustaba porque podía volver cada verano al pueblo de apenas treinta habitantes de la España vaciada y lucirse antes sus familiares. Siempre llegaba con sus gafas de sol, aunque lloviera, camiseta con la última marca de moda, y su actitud anual de: yo vengo de la capi y soy superior a todos vosotros porque si.

—¿Aún cortáis el jamón a mano? Puuuffff —se burló el primer día nada más llegar a la carnicería de su abuelo—. En casa tengo una app que te lo trae ya loncheado y envasado al vacío. Nivel gourmet.

Su abuelo Vlad, un jubilado rumano con más paciencia que una señal de tráfico, sonrió con una calma algo más siniestra de lo que estaba acostumbrado a recibir a cambio de sus comentarios inmaduros.

—Chaval. Aquí el jamón se corta con cuchillo. El género hay que respetarlo. Es lo que nos da de comer, no como tú, que de respeto cada año, está más escaso.

«¿Pero que le pasa este año al abuelo? ¿De qué va contestándome así? ¡Ya le vale!.Debe ser este insoportable calor» pensó mientras le esbozaba una sonrisa más falsa que una rana de plástico.

Pero su actitud prepotente no iba a durar por mucho tiempo, porque ese verano, justo el viernes 13, todo empezó a volverse… digamos… raro.

Dos días después, una noche bien entrada la madrugada, de camino a su casa después de acabada la verbena de la primera noche de las fiestas patronales del pueblo cercano, observó que las luces de la carnicería parpadeaban.

—Buuuuuff, me he pasado con los cubatas—balbuceó mientras se tambaleaba por la calle.

La noche siguiente, se repitió la misma escena. En un momento de lucidez dentro del globo etílico que llevaba, se acercó y apoyó su frente contra el escaparate y miró dentro. Desde allí, una cámara frigorífica se abrió sola. «Estás fatal Nico» pensó mientras decida tirar paralante…

En su chulería jaleada por el desinibimiento que producía el alcohol, decidió entrar a investigar.

De repente, a medio camino entre la puerta y la trastienda, se detuvo paralizado al ver pasar como un rayo, una sombra con capa cruzando el patio trasero dejando un rastro de olor fuerte, como de sangre fresca.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Nicolae en alto, intentando sonar casual. La borrachera se le había pasado de golpe y no entendía nada. Sin tiempo a obtener la respuesta, salió disparado del negocio rumbo a su casa. Llegó. Pegó un portazo. Subió de tres en tres las escaleras. Se metió vestido de un salto en la cama, se tapó hasta la cabeza, y encendió la linterna que guardaba bajo la almohada.

***

Al día siguiente, después de levantarse tarde, decidió ir a la carnicería del abuelo a contarle lo que había pasado no sin antes contestar al interrogatorio de su tía.

—No digas chorradas, sobrino. ¿Luces, sombras? ¡Bahh!. Tanta tontería moderna de la ciudad te está afectando. No son más que cosas del pueblo. Viejas historias. Nada que deba asustar a un chico tan… moderno como tú —respondió la tía Encarna, mientras afilaba un cuchillo jamonero con inquietante entusiasmo.

Cuando llegó a la carnicería se la encontró cerrada con un cartel pegado en la puerta.

<<Cerrado por falta de género>>

Descolocado y algo más humilde que cuando llegó

al pueblo decidió indagar por su cuenta.

Esa noche, Nicolae decidió mentir en casa diciendo que se quedaría a dormir en casa de su amigo Mario y se introdujo en el negocio familiar por la puerta del patio trasero.

No tardó mucho en oir ruidos. Móvil en mano se puso a grabar. El suelo estaba cubierto de lo que parecía sangre. En la cámara frigorífica… y ante sus ojos, un cuerpo envuelto en plástico.

—¡Dios mío! —susurró—. ¡Lo sabía! ¡Mi abuelo es un vampiro psicópata!

De repente las luces se apagaron. Nicolae emitió un grito ahogado al interponer la mano delante de su boca para amortiguar el sonido.

Aterrado, vio aparecer una sombra, rígida. Con capa y colmillos, y una hacha de cocina en su mano izquierda.

—¡Nicolae! —susurró una voz gutural—. ¡Tú serás… el siguiente!

Nicolae chilló como cabra asustada en un túnel. Corrió. Tropezó y el móvil salió disparado hasta acabar debajo de una estantería. Él corrió la misma suerte y dió con sus huesos tras caer sobre el jamón ibérico, y con el impulso, la puerta de la cámara frigorífica se cerró tras él con un clic siniestro.

Descolocado y con las pulsaciones a mil se pegó a la pared del fondo sin perder de vista la puerta.

Silencio. Solo se oía las pulsaciones de su corazón.

Y entonces…

—¡Sorpresaaaa! —gritaron todos al abrir la puerta de la cámara y encenderse las luces.

Nicolae, acojonado a más no poder, sentado intentando recular sin éxito pataleando, contra la pared, vio sonreir a su abuelo, la tía Encarna, a sus primos, al panadero… hasta se dejó ver el gato Vladislav, cosas que no era habitual. Allí, a mandíbula partida estaban todos, disfrazados. Incluso el cura estaba con colmillos de plástico y una copa de zumo de tomate.

—¿Está grabado? —preguntó el abuelo.

—¡Lo grabamos todo! Esto va directo a canal familiar <<El susto que te mereces>> ,ja,ja,ja —dijo su sobrina Marta, enseñándole una GoPro y contagiando las carcajadas de los allí presentes antes el estupefacto de Nicalae que no entendía nada.

—¿Qué…? —balbuceó el joven rojo como el chorizo picante—. ¿Pero por qué?

—Por pesado —dijo Vlad, alzando su copa—. Y por venir cada verano creyéndote invencible. En este pueblo también sabemos hacer streaming, aunque sea con jamón, chaval, ja,ja,ja.

Desde entonces, cada vez que el joven Nicolae se burlaba de alguien, alguien sacaba el móvil y ponía el vídeo. El grito. El salto. El “¡mi abuelo es un vampiro psicópata!” y se cortaba.

Y todos brindaron con gaseosa, salvo Nicolae, que el cabreo le duró una semana.

Ahora Nicolae tiene veinticinco años, pero cada vez que pasa cerca de su pueblo familiar, un escalofrío le recorre el cuerpo recordando aquellas angustiosas noches de aquel tórrido verano.

JUJAN MANUEL CABALLERO

VIERNES TRECE

Una de las consecuencias directas de trabajar en casa, pegado al ordenador, desde aquello de la pandemia, era la forma de pera que progresivamente iba tomando su cuerpo. Pero también tenía sus ventajas, claro, como el ahorro mensual en tickets de metro y lo que justo iba a acontecer al dia siguiente, que ni por asomo podría habérselo planteado antes so pena de acabar con las patitas en la calle.

Al parecer, había heredado de su abuela paterna esa manía con las supersticiones, y ya desde pequeño acusaba su intolerancia hacia los gatos negros, por ejemplo. O la cosa esa del miedo a que un espejo se rompiese. Con los años, además, se fue adscribiendo también a la reticencia hacia el martes y trece, y, más adelante, hacia su versión americana, la del viernes y trece, que no en vano fue desplazando en la cosmovisión del españolito medio a la versión autóctona a la par que el burguer fue arrinconando a la tortilla de patatas.

Como fuera, el caso es que para el día siguiente, viernes trece de cajón, lo tenía todo preparado. La idea, por supuesto, era no tener que salir de casa durante toda la jornada en base a la creencia en que, en día tan marcado por la desdicha, donde nadie tenía garantizado el blindaje contra el infortunio, al menos la permanencia aquende de sus cuatro paredes habituales garantizaba que el diablo -o quien procediese- lo tuviese, al menos, más difícil. «Si no sales de casa en día tan señalado -porque mira que se le avisa a uno-, no juegas con tu suerte y, entonces, el espíritu que maneja los hilos de la mala suerte no se fija en tí», pensaba.

Pero como una cosa no quita la otra, había decidido que el dia siguiente no iba, de todas formas, a caer en saco roto. Con tal fin, había llenado, ese jueves doce, la casa de víveres, porque estaba resuelto a darle la vuelta a la tortilla y convertir el inminente viernes trece de obligado encierro en una especie de celebración particular. Era su forma de reírse del destino, aunque, eso sí, sin perderle nunca el respeto.

Se levantó temprano al día siguiente, con el ánimo ambiguo. Se bebió de un tirón una lata de cerveza que le quedaba en el frigorífico para paliar la aprensión y luego prendió el infiernillo de la vieja cocina de gas y colocó la sartén llena de tocino añejo, para que se fuera haciendo mientras iba al baño para hacer sitio a tanta vitualla que tenía previsto preparar para su sobrevenida festividad. Cuando salió del retrete, colocó música de los ochenta y los noventa en el televisor a través de YouTube, gracias a la conexión Wifi. Luego despejó la mesita de centro de trastos y la llenó de cestos repletos de snacks, sacó los tres paquetes de cigarrillos que había comprado y colocó dos en una esquina de la mesita, dejando el tercero más a mano. Se levantó y se dirigió otra vez a las bolsas de la compra del día anterior, que había colocado sobre la barra de la cocina americana, y sacó la botella de Jameson. Colocó unos hielos en un vaso ancho y se sirvió un buen copazo. Volvió a sentarse en el sofá y dejó la botella en la mesita, junto al tabaco. Le asestó un buen trago al vaso y se puso a mirar la tele, donde en ese momento salía el vídeo musical de «For ever young», de los Alphaville. Asestó otro trago que casi finiquita el contenido amarillo sucio del vaso: «Vaya pintas que se gastaban los mendas, jijiji», pensó. «Pero sacaron este clásico inmortal… jodó, que pasada»; bailoteó con los brazos, sin moverse del sofá, siguiendo el son de la música como Dios le daba a entender. Se sirvió otra copa de la botella que tenía a mano y engulló un enorme snack del repertorio que tenía desplegado ante sí. Era uno con forma de estrella, bastante aceitoso. Luego desprecintó la caja de cigarrillos que tenía seleccionada y se colocó uno entre los labios. No sin cierto esfuerzo, sacó un mechero del bolsillo y se lo llevó ante el cigarrillo, pero antes de encenderlo algo le hizo arrugar la nariz varias veces consecutivas en un movimiento de olfateo. Dejó el mechero sobre la mesa y se acercó a la cocina: el fuego donde había puesto a asar el tocino se había apagado por algún motivo y solo salía gas por los agujeros del infiernillo, de modo que giró la rueda del gas y la cerró. Luego recordó que ya le había pasado alguna vez y que alguien le dijo que quizá era cosa de una mala respiración del infiernillo, que puede que estuviera un poco obstruído. O algo por el estilo, le dijo. De todas formas, pensó, ese era un arreglo que le concernía al casero, así que a ver si se lo decía. Volvió a la mesa y tomó otra vez el mechero, se acercó de nuevo al infiernillo e hizo el amago de volver a encenderlo, pero se detuvo un momento. Cayó en la cuenta de que debía abrir la ventana para dejar salir el gas acumulado en el pequeño salón-comedor-cocina, de manera que se dirigió a la ventana grande que había en la pared del fondo y la abrió de par en par. Se sentó de nuevo y le pegó otro trago al vaso de Whisky «on the rocks». Agarró un puñado de snacks de color naranja y se los metió en la boca con esfuerzo.

Un rato después cerró la ventana, terminó de asar el tocino en el infiernillo, que de momento volvió a funcionar, cortó al medio media barra de pan y colocó el tocino chorreante sobre la base del bocadillo; después tomó la tapa de pan del bocadillo y la impregnó bien de la grasa churruscada que quedaba en la sartén. Tras ello, sacó la mayonesa que tenía en la bolsa de la compra de la barra y la untó sobre la misma tapa de pan embadurnada de grasa. Un tufillo sospechoso le soliviantó la nariz mientras esparcía la mayonesa, así que agarró el frasco y miró la fecha de caducidad: «jodidos chinos…pero a ver quién es el guapo que sale hoy para que te lo cambien». Acercó la nariz al bote, volvió a arrugar la nariz, dudó un instante y acto seguido hundió otra vez el cuchillo en la mayonesa para terminar de untar el trozo de pan con el que cerró el bocadillo.

Camilo Sesto cantaba «Vivir así es morir de amor» y él bailaba, ahora de pie en el saloncito, como Dios le daba a entender. Miró el reloj que tenía en la pared de la cocina y se sorprendió al ver que marcaba casi las cuatro y cuarto. Se fijó en el segundero, constató que se movía y que el reloj no estaba parado. Se preguntó dónde habían ido a parar todas las horas transcurridas desde que comenzó su fiestecilla particular de buena mañana. De repente, todo se apagó: el televisor, el microondas donde había metido kilo y medio de chistorra para calentarla. Enseguida dio con el problema: se trataba de esa maldita regleta de cinco fases que había comprado en el chino; y que como estaba hasta arriba de enchufes a veces le daba por empezar a chisporrotear por la parte del interruptor. Se acercó a ella y trató de desenchufar alguna cosa para evitar el colapso, pero del interruptor salió una especie de explosión que lo echó para atrás, lo que provocó que el frigorífico dejase de hacer su ruido característico y que la luz del techo de la cocina, que había permanecido encendida todo el tiempo, se apagase también. Una vez recuperado del susto se levantó y desenchufó la regleta de la pared; luego se desplazó hasta la puerta de entrada, abrió la caja del diferencial que había junto a ella y levantó el interruptor general. La luz se hizo otra vez en la cocina y el refrigerador volvió a hacer aquel sonido estúpido. Como la chistorra ya debía estar caliente, podía prescindir de lo demás, excepto del televisor, así que se las arregló para moverlo de sitio y conectarlo en otro enchufe.

Eran alrededor de las nueve cuando se despertó, tumbado en el sofá. Le dolía la cabeza. En el televisor salía ese tipo extravagante, Tino Casal, cantando «Eloise». Era una de sus canciones favoritas de todos los tiempos, pero cantada por el verdadero, por Barry Ryan. Miró por unos segundos la mesita de centro y vio que a la botella de Jameson solo le quedaba un cuarto de su contenido, y que el segundo paquete de cigarrillos andaba por la mitad y que las migas del bocadillo estaban por todas partes y también los restos y los churretes de la chistorra, que hasta embadurnaban los pocos snacks que todavía quedaban por ahí, en los cuencos y sobre la mesa. Al moverse notó un agudo pinchazo en la barriga y se hizo consciente de que también le dolía, y bastante, aunque no hubiera sabido definir si la cosa venía del estómago o de las tripas, o de ambos a la vez. Como además se ve que debía estar borracho cuando se durmió, al levantarse entre resoplidos notó que todo le daba vueltas. Corrió al baño y vomitó parte de lo que llevaba engullido durante todo el día. Luego se echó agua fresca sobre el cogote y pareció sentirse mejor, pero solo le duró un momento. Enseguida tuvo que volver al baño para explotar en una suerte de diarrea casi limpia, donde algunos ttozos de chistorra parecían salir casi tal como habían entrado. Como la molestia ventral no desaparecía del todo buscó Aero-Red en el cajón donde guardaba los medicamentos. En realidad, aquellos medicamentos -a excepción de, quizá, alguna caja de ibuprofeno que había comprado él- eran casi todos del antiguo inquilino, que había olvidado llevárselos cuando se largó. Pero recordaba haber visto un blíster de Aero-Red, y, ciertamente, lo encontró.

Se recostó sobre el sofá y se volvió a quedar traspuesto. Cuando volvió en sí lo hizo sumido en un nerviosismo extraño que se mezclaba de mala manera dentro de su cuerpo con cierta sensación febril y de decaimiento. Pero ni la cabeza ni las tripas le habían dejado de doler, así que regresó al cajón de los medicamentos para tomarse un ibuprofeno y, tal vez, otro Aero-Red. Miró el rejoj y ya eran las once menos veinte de la noche, hora de irse a acostar; además, el viernes trece tocaba a su fin. Miró luego el televisor donde ahora salía aquel tipo gordo y guarro que vestía con una sábana y cantaba eso del «triki-triki», pero en su estado no le salía el nombre. Se encontraba realmente mal y algo parecido a sucio, a sudado, como si hubiera salido de una de esas fuentes hondas de escabeche que cuando era niño preparaba su abuela. Mientras buscaba en el cajón el ibuprofeno se dio cuenta de que el blíster de donde creyó coger el Aero-Red era, en realidad, de algo llamado prednisona. «¿Para qué coño será esto de la prednisona?», se preguntó.

Se tomó dos ibuprofenos porque pensó que con uno no tendría suficiente para aplacar aquel dolor de cabeza que empezaba a ser monstruoso. Como estaba en la cocina para tomar el agua del grifo necesaria para la ingesta, pensó que le sentaría bien un poco de leche caliente para irse a dormir, de modo que, como el microondas estaba desenchufado decidió encender el hornillo y poner un cazo del blanco elemento sobre el fuego. Mientras la leche se calentaba creyó oportuno ir al dormitorio y ponerse el pijama para ir ganando tiempo. Solo que al sentarse en la cama para quitarse las zapatillas una especie de sopor lo invadió de golpe. Un sopor que lo obligó a dejarse caer, a recostarse lo que pretendía ser solo un instante. Y se quedó profundamente dormido.

ARMANDO BARCELONA

A VUELTAS CON LOS NÚMEROS.

Martes trece, símbolo de mal fario, yuyu africano, osogbo caribeño. El trece, por sí mismo, ya está mal visto, da cosa, es gafe. Esta mala fama tiene su origen en la última cena, porque trece fueron los comensales y la cosa terminó como el rosario de la aurora, añádele Marte, dios de la guerra, y ya tienes cerrado el círculo maléfico.

Por regla general, los números impares gozan de mala prensa, son como el cuñado impertinente que siempre viene a joder las cenas familiares, en cambio, los pares son más redondos, tienen gracia, caen bien; hasta el número π «pi», por encajar mejor en sociedad, reniega de su origen entero y se pasa a lo irracional, 3.14159…, que mola más.

Ocho, par, son los planetas del sistema solar; doce fueron los Pares de Francia que acompañaban a Carlomagno en sus conquistas, hasta la naturaleza se hace patente a pares: se necesitan dos de cada especie animal para procrear; las plantas precisan de estambres y pistilos para lo mismo y las glándulas mamarias de las hembras de los mamíferos son pares: dos, ocho, diez, doce, dependiendo de la especie. ¿Casualidad?

Y hablando de tetas. No hay hembras de especie animal, distinta de la humana, que las tenga permanentemente desarrolladas.

Sí, ya sé, dicho así parece una estupidez, casi una vulgaridad metafísica, pero los rigores del verano es lo que tienen, le entra a uno la flojera existencial; hay pocas ganas de elaborar discursos sesudos y lo echamos todo en filosofar absurdos.

Aunque si lo miras bien, la cosa tiene sentido, porque es cierto que todas las hembras del mundo: leonas, tigresas, gatas, perras, hasta las del chimpancé o del gorila, que son como más cercanas a nuestra especie, son lisas como tablas, sin embargo, las mujeres se distinguen de todas y lucen balconada.

Digo yo que será un mecanismo identificativo para que el macho humano, que es tardo por naturaleza, reconozca a las hembras a primera vista y no tenga que ir por la vida oliendo culos, como hace el resto de las bestias.

Eso del reconocimiento a través del olfato puede que eche para atrás, aunque evita muchos equívocos y pérdidas de tiempo absurdas, porque es alucinante la cantidad de información que se transmiten los bichos solo con olerse el trasero: especie, sexo, edad, disponibilidad sexual…

Las mujeres, por regla general, son muy exigentes con su higiene íntima y enmascaran con ungüentos y perfumes los aromas naturales, cosa muy de agradecer, todo sea dicho, y siendo que los tíos no tenemos el olfato tan desarrollado como los bonobos, por poner un ejemplo, mi tesis de que las glándulas mamarias permanentes formen parte de la evolución natural de la humanidad para evitar equívocos, no resulta ni mucho menos tan descabellada como podría parecer.

No es que el macho humano tenga anquilosado por completo el sentido olfativo, pero igual que pasa con el vello corporal, hemos perdido mucho con relación a nuestros primos. Se nos ha estropeado la parte analítica del proceso comunicacional, aunque seguimos siendo sensibles a los aromas potentes, lo que en determinadas circunstancias es una clara incomodidad y hay estaciones del año en que se convierte en un suplicio. Pero allí termina nuestra capacidad de usar el olfato para identificar cualquier estado sensitivo de la otra parte, tanto si se siente incómoda con nuestra presencia, como si existe posibilidad de ayuntamiento carnal.

Es por eso, que al no dominar el código de las feromonas sexuales, a diferencia del resto de los machos, que solo se ponen verracos cuando la hembra está receptiva, el humano anda siempre en estado de alerta por si suena la flauta; todo un desperdicio de energía, además de una permanente causa de frustración.

Así pasa que nuestro machirulo humano, salido del cuarto de baño después de la ducha, con la toalla amarrada alrededor de la cintura y canturreando, por Ketama, aquello de: «Vente p’a Madrid, vente Joselín…», como es incapaz de descifrar el código feromónico, si se topa con la parienta por el pasillo ―a la que en su día identificó como hembra con posibles, gracias al volumen de sus tetas―, inmediatamente se despojará de la prenda y al más puro estilo exhibicionista, haciendo gala de su alterada masculinidad, la perseguirá por toda la casa, mugiendo como un búfalo y gritando: «¡Ahí va, ahí va, ahí va!», hasta obligarla a acogerse a algún sagrado doméstico que tenga pestillo.

A los machos humanos se nos tiene que dar todo hecho, no somos capaces de leer entre líneas; el tremendo desarrollo de nuestro córtex frontal, ha confinado al sistema límbico en una especie de mazmorra exigua en la que apenas tiene espacio para moverse y lo que hemos ganado, por una parte, lo hemos perdido por la otra. Curiosamente, ese problema no se da en las mujeres, que las ven venir a la legua.

En definitiva, que la casi nula habilidad sensorial del macho humano obligó a la naturaleza a dotar a las hembras de características mamarias diferenciadoras, para que el homo sapiens no tuviera dudas sobre quién era su pareja de baile y acabara haciéndose la picha un lío y tirando los tejos a toda bicha viviente. A ver si no, de dónde viene aquello de: «En caso de duda, la más tetuda».

Y todo esto viene de que el trece trae mal fario. Lo que son las cosas, para que luego digan que la numerología es un muermo.

En fin, martes trece, viernes trece, ser o no ser, esa es la pregunta, pares o nones.

Aquí dejo mi reflexión. No va más allá de ser un disparate con ínfulas de comicidad filosófico-tabernaria, pero da en qué pensar y no sé si para una tesis, pero seguro que sí para pasar el rato.

BENEDICTO PALACIOS

DOMINGO 29

Me costaba creer en la magia de los números. Mágicas eran de verdad las palabras que servían para todo, para que un perro obedeciera y que te aplaudieran a rabiar por declamar una poesía. Pero con doce años me cayó en suerte un profesor de matemáticas muy particular. Nada más entrar en el aula empezaba a preguntar por sumas, restas, multiplicaciones y alguna división. Sabía además las fechas de nuestro nacimiento y el día que tocaba la de un alumno ya podía prepararse.

—A ver Guillermo, 2+7+9:6×9 = ¿en qué fecha del mes naciste?

—El 27.

A mí no me gustaba particularmente el 29 de junio porque, aunque era verano, la piscina estaba cerrada. Órdenes del alcalde. El contrato del socorrista era por dos meses y empezaba el día 1 de julio.

Ayer, domingo, fue día 29. Y entretuve un rato de la mañana recordando a don Mariano, el profesor de matemáticas.

Ocurrió el 17 de septiembre, yo había cumplido ya 13 años y nacido un 29.

—¿Cree usted, siempre nos trataba de usted, en la magia de los números?

—No mucho, me gustan más las letras.

—¿Y en la alineación de los planetas?

—A lo mejor, no sé.

Los hechos raros suelen llamar la atención de los sabios, comentó el profesor. La alineación de los planetas ocurre cada cientos de años y entonces los planetas forman, desde nuestra perspectiva, una línea.

—¿Encuentra usted en los números 17, 13 y 29 algo de particular? —Me preguntó.

Al estar de pie, me apoyé primero sobre uno y luego sobre otro y me rasqué la cabeza. La inspiración se resistía y dije por decir que me parecían feos.

—Feos no, primos. Son números primos.

Lo que me faltaba -pensé y luego se lo dije a mi compañero de pupitre–. Resulta que nací bajo el signo de cáncer, un bicho que camina para atrás y el 29 es un número primo.

—Mejor, porque a ti nunca te podrán dividir y estarás siempre en línea, como los planetas.

—No te entiendo.

—Dame la pelota que el equipo lo elijo yo.

Alineamos los 11 mejores, otro número primo, pero aquel día perdimos.

B. Palacios

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

INFIERNO NÚMERO 13
(o cómo encontrar la esperanza en una gasolinera)


Cuando Candela se ofreció voluntaria lo hizo porque pensó que el hecho de ir sola le regalaría tiempo para reflexionar, escuchar podcasts de crímenes sin resolver o desgañitarse cantando sin que nadie la mirase raro. Pero nada más llegar al coche, el destino le mostró sus cartas. Era un martes, 13 de mayo, cuando sucedía todo esto. Una incipiente ola de calor sobrevenida comenzaba a azotar el país y allí estaba Celedonio, gordo y sudoroso como siempre, sentado en el asiento del copiloto con el cinturón abrochado y esa sonrisa de hiena desdentada marca de la casa. Fue en ese momento cuando Candela, adjunta de recursos humanos en Jamones Miraflor, tuvo la firme certeza de que el universo la odiaba con todas sus fuerzas.


En cuestión de odios, Candela también profesaba la misma clase de sentimientos hacia Cele, con la intensidad de mil soles ardiendo. No, no era una exageración poética: en más de una ocasión había considerado la posibilidad de prenderle fuego. Si aún no lo había hecho era, probablemente, por el precio de la gasolina.


Don Ramón, CEO de la gran empresa de productos porcinos y hombre de grandes ideas, por lo visto había tenido a bien que ambos compartiesen coche para asistir a la convención anual. Ni que decir tiene que, dada su miserable política de ahorro, dispuso el utilitario más recogidito y barato que encontró en el mercado. De color negro carbón, para más detalles.


—¿Tú? —exclamó Candela, sin poder disimular su desencaje maxilofacial.
—El mismo —respondió él, sonriente y manifiestamente encantado de arruinarle el día, y por extensión, la vida—. ¿No te dijeron que era un viaje de trabajo compartido?


Huelga decir que no hubo necesidad de respuesta.


Cinco horas separan Cádiz de Guijuelo. Toda una condena junto a Celedonio, la miseria humana más indescriptiblemente odiosa que uno sea capaz de imaginar. Los primeros treinta minutos transcurrieron bañados por el más frío de los silencios, una ausencia verbal cargada de rencor, veneno y flatulencias contenidas. A los cuarenta y cinco, Candela ya pergeñaba en su cabeza un plan de fuga: abandonar a Cele en una gasolinera, amordazado y con una nota que dijera: “Lo intenté, juro que lo intenté”. En esos pensamientos buceaba cuando Cele comenzó a hurgar en sus cosas como un jabalí hambriento. No paró hasta sacar una enorme bolsa de patatas fritas que abrió y cuyo contenido comenzó a engullir, masticando ruidosamente a boca abierta, como un hipopótamo asmático.


—¿Te molesta si como? —consultó con ironía.
—¿Te molesta si abro la ventanilla y te tiro fuera del coche? —respondió ella con serenidad homicida, sin apartar la vista de la carretera.


Tras ese breve intercambio de pareceres, el silencio se instauró de nuevo en el habitáculo, unido a una tensión tan espesa que casi se podía untar. En ese momento, Candela oteó una gasolinera. Sin pensarlo dos veces se desvió, detuvo el minúsculo vehículo y aprovechó para ir al baño y de camino ejecutar su plan. Mientras, aprovechó para mirar los autobuses que circulaban en dirección contraria con esa mueca de deseo que comparten perritos, divorciados y ex convictos. Finalmente, asumió su cobardía. Cuando regresó, el dinosaurio todavía estaba allí, tragando aire, ocupando un espacio innecesario en el universo y con las comisuras rebosantes de residuos de patata.


Por compasión cristiana, y aunque no resulte difícil de imaginar, ahorraremos al lector los detalles del resto de la travesía. Comparado con esto, lo de Frodo se podría considerar un breve y agradable paseo por la Tierra Media. Cuando por fin llegaron, los dos se apearon del coche con esa expresión única de quienes han sobrevivido a la devastación de una guerra. Don Ramón, visiblemente emocionado, los recibió con amplia apertura de brazos, luciendo una silueta en forma de enorme croissant humano:


—¿Qué tal el viaje, jóvenes? ¿En buena compañía, no?
—¡Inolvidable! —exclamaron al unísono, sonriendo con la calma de quien ha considerado el homicidio en repetidas ocasiones, pero finalmente opta por abandonarse al alcohol o los estupefacientes.


Y con seguridad lo fue. Un día inolvidable para quien juega con los dados del destino con ese privilegio que da observar desde las alturas. A esas horas, el del triángulo y el ojo dentro se estaría tomando unas cañas y unas aceitunas, partiéndose de risa en algún lugar por allí arriba, orgulloso por poner a prueba, una vez más, la paciencia y la resistencia de la especie humana. Sepa Dios.

CARMEN BERJANO

DESGRACIAS DEL PRIMER MUNDO

No queda de tu helado favorito en el aldi.

Tu hijo sólo te escribe para pedirte dinero o recetas y aunque esté en línea NUNCA te coge el puto teléfono.

Estás quedando fatal y lo sabes, pero no piensas ir a esa cena con tus compañeras precarias y mucho menos a otro puto funeral.

No te queda vino blanco fresquito y hoy necesitarías media botella y dos orfidales para remontar.

Otra noche que has dormido fatal con el puto calor tropical.

Llevas más tiempo divorciada que el que estuviste casada.

Llevas sin follar 3 meses y 4 días y sin hacer el amor una eternidad.

Estás hasta el coño de la premenopausia, de engordar, de los sofocos y encima sequedad vaginal.

Te ves sola y con cuatro gatos en cuatro años.

Te despiertas de la siesta con varios WhatsApp y una perdida:

«Qué sea de él, qué sea de él»…

Spam.

Mierda.

Debe ser martes y 13.

Putabida.

LOLY MORENO BARNES

MARTES TRECE

Gato negro, escalera al paso…

No te cases, ni te embarques,

no hagas planes al levantarte ,

por si acaso…

A la vista mala suerte,

si lo marca el calendario…

Martes trece;

¿ quien te vistió de mal presagio?

¿ quien manipuló tus horas?

¿quien te convirtió en engaño?

Sin siquiera conocerte!

Martes trece,

Yo en cambio ,

aún nadando contra corriente,

entre supersticiosas mentes:

TE AMO !!

Cómo amo un lunes o un viernes,

Un primero o veintinueve,

Un Enero o un Diciembre!

Martes trece, en mis días,

significa estar vivo al despertarme,

Ver el sol, ir al trabajo …

disfrutar de la familia,

sonreír con alegría,

cumplir sueños postergados …

Pues cualquier día trae la suerte,

Si estás listo para AMARLO!

PILAR MONTES C

«Un doloroso recuerdo»

— ¿Por qué mi papá no escribió el día viernes 13? — me preguntó su hija mientras me entregaba ese diario rojo. Aquel cuaderno desgastado que le servía como único consuelo ante la pérdida de su padre.

Aquella tarde que corría el viento frío, la victoria del ejercito real se disparó como pólvora entre la muchedumbre de la plaza. Sabíamos que los traerían dentro de poco, así que me encaminé hacia Herriot, quien miraba atónito a los prisioneros subiendo las escaleras. Dos soldados escoltaron a la pareja a la tarima, al frente de un público expectante de su ejecución. Los desgraciados traían la ropa rasgada, con manchas de sangre y barro. Los había torturado hasta más no poder, pues pude presenciar cuando les quitaron las uñas o los golpearon hasta no poder respirar. Pero, lo peor vino cuando a ambos les quitaron las bolsas de la cara, dejando a la vista su identidad.

— ¡¿Esa no es la mujer de Calderón?!— gritó un comerciante.

— ¡¿Cómo se atrevieron a atacarnos?!

— ¡Púdranse en el infierno! — pronunció un viejo con voz ronca—, ¡malditos herejes!

El primero en ser presentado fue el líder Juan Santos, quien traía el pecho descubierto, lleno de moretones y sangre seca que recorría parte de su espalda. Aquel rostro fuerte y decidido ahora estaba demacrado: su nariz permanecía goteando sangre al igual de su labio, sus ojos yacían hinchados por los golpes. A su lado, estaba esa mujer, quién traía su ojo izquierdo hinchado mientras que sus dedos de las manos habían desaparecido. Las mujeres comerciantes comenzaron a llorar al reconocer al hombre que les había prometido una patria nueva. Un sueño imposible.

— Últimas palabras — ordenó un señor bajo al líder mientras le amarraba una soga al cuello.

Él nos miró a todos, sus seguidores permanecieron expectantes. Pude sentir su mirada sobre mí cuando comenzó a gritar esas palabras que nos carcomerían en las noches frías de soledad y penuria. Nosotros, herederos de esa lengua, podíamos entender el sentimiento de su última voluntad. Un recordatorio de nuestro error al no luchar por una nuestra tierra Somos simples indios para el hombre blanco, una mercancía que puede explotar. Él seguía gritando con fuerza, lo miraba con respeto, pero sabía que eso no le servía para compensar su falta destino. Al culminar su discurso, la mayoría de criollos comenzó a reírse y a lanzarle botellas de alcohol sin buena puntería.

— ¡Qué imbécil! — gritó un apostador—, ¡Eres igual que esos sucios indios!

— ¡Ya ahórquenlo! — gritó otro—, ¡Esa rata merece morir!

El movimiento de la palanca terminó por engullirlo al vacío. Tuvo la fortuna de morir al instante, aunque vi que la mayoría había apostado a que agonizaba. Los llantos fueron silenciados por los soldados, que golpearon con los rifles a los paisanos.

Era el turno de ella. Aquella mujer que fue capaz de sacrificar a su familia por una causa, ahora enfrentaba la mirada de su esposo. Herriot hacía lo posible por no llorar, pero al verla caerse por la debilidad de sus piernas, fue suficiente para sujetarle del brazo, pero él se zafo bruscamente para mirarme con esa mirada de odio. Esa que alguna vez desee ver cuando nos conocimos.

— Últimas palabras…Se me olvidaba que no hablas — anunció dirigiéndose al público—, eso le pasa por no controlar su lengua.

— ¿Acaso esos dos eran amantes? — dudó una joven.

— ¿Por qué una mujer seguiría un hombre, entonces? — le dijo su esposo.

— Pobre Calderón — dijo otra chica con molestia —, esa cara de mosquita muerta nunca me convenció.

— Cállate — le llamó la atención su hermana—, te va a escuchar el viudo.

Aún en sus últimos momentos, ella se esforzó por esbozar una sonrisa a su amado. Para él, ella seguía siendo la misma mujer que le juró amor eterno en aquella iglesia. Su último recuerdo de esa mujer, sería la de su figura golpeada y magullada, que no lograría olvidar hasta el día de su muerte. Aún tenía ese sueño en donde la vio caer y sufrir la agonía por la fuerza de la cuerda. A su vez, que él escuchaba esas risas que reflejaban felicidad por la victoria de una apuesta.

Al ver que la muchedumbre comenzaba a desocupar la plaza, me apresuré a detener a Herriot porque estaba seguro de que él deseaba reclamar el cuerpo de su esposa.

— ¡Suéltame Canek! — expresó irritado—, tú me diste tu palabra de que la salvarías, me lo prometiste.

— Solo te pondrás en peligro si vas — le dije, pero él volteó la mirada—, sabes que…

— Me niego a aceptarlo— dijo molesto—, ¡No pueden hacerle eso! ¡Ella sigue siendo hija de Dios! Merece una sepultura.

— ¿Desde cuándo a ellos les ha interesado eso? — le pregunté —, solo quieren atemorizarnos, no descasarán hasta lograrlo.

— ¿Por qué así…? — susurró lamentándose—, no así…

— Herriot — lo llamé estirando mi mano hacia su brazo, pero él volvió a retroceder.

— ¡Déjame! Si te atreves a tocarme, no dudaré en …

Si no hubiera sido por la aparición de Doña Carmen, ¿él me hubiera golpeado? Tal vez, hubiera sido mejor que se desahogará. Supe al ver su rostro el dolor que cargaría esta culpa por mucho tiempo, no solo por haberla dejado morir, sino por todos aquellos que hubiera deseado salvar. En búsqueda de una respuesta, miré al cielo para solo encontrar el silencio al igual que Jesús en la cruz. La noche se negaba a llegar por lo que decidí irme al bar a desahogar mis penas. Después de todo, mañana sería otro día.

BLANCA CERRUTI

«LA TORRE 25»

Perpetuo vivía, para su desgracia, en la planta 20 de «La Torre 25». No había encontrado un edificio más bajo ni un apartamento en una planta inferior en dicha torre.

Era obsesivamente supersticioso, lo que le llevaba a realizar unas ridículas maniobras y, debido a ello, nunca compartía el ascensor.

Cuando lo cogía para bajar, salía en la planta 14 y utilizaba la escalera hasta la planta 12, donde volvía a cogerlo. Al subir, salía en la 12, subía andando hasta la 14 y allí lo cogía de nuevo.

Aquel aciago día, viernes 13, al volver del trabajo, Perpetuo entró en el ascensor, como siempre, solo, y fue a pulsar el botón de la planta 12, pero, antes de hacerlo, el ascensor se puso en marcha; sobresaltado, retiró el dedo como si le hubiese picado una víbora. Alguien lo había llamado antes que él.

Perpetuo miró horrorizado cómo los botones del tablero indicador se iban iluminando según el ascensor pasaba por cada planta: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, …Perpetuo empezó a sudar…, 9, 10, 11…, le faltaba el aire, se ahogaba…12, 13, … y la vista se le nubló y dejó de ver los botoncitos; un agujero negro se abrió en su mente y sintió que caía en un pozo negro y profundo.

El ascensor seguía subiendo: 19, 20, 21…22, se paró. Se abrió la puerta y entró un vecino. Saludó, pero Perpetuo, prácticamente incrustado en un rincón del ascensor y ya catatónico, no contestó.

Al vecino no le extrañó porque le pareció un poco raro al verlo arrinconado y como encogido. Pulsó el botón de bajada. Al llegar al portal, se abrieron las puertas y el vecino salió sin molestarse en decir adiós. Perpetuo no se movió.

El ascensor funcionó todo el día: subía, bajaba; bajaba, subía… Sus puertas se abrían, se cerraban, pero Perpetuo no salía del ascensor. No respondía a los saludos de los vecinos, pero como cada uno iba a lo suyo y con prisas, no reparaban en que no contestaba.

Fueron pasando los días. Perpetuo, catatónico como estaba, y sin comer ni beber, fue adelgazando, adelgazando, hasta que la piel se le pegó a los huesos, se le secó y se momificó. Quedó tan consumido e incrustado en el rincón que casi parecía un desperfecto de la madera, por lo que nadie reparaba en ello.

Cuando llegó el día de la revisión de los ascensores, los técnicos sí se dieron cuenta de que «aquello», no era un desperfecto de la madera, sino una persona momificada.

Llamaron al dueño del edificio. Éste llamó a la policía y la policía al forense. Pero Perpetuo estaba tan incrustado que era imposible extraerlo de la madera.

Se sabía que no tenía familia, así que el dueño pidió permiso para clausurar el ascensor. Como no había riesgo para la salud de los vecinos se lo concedieron. Levantó una pared que lo ocultó por completo y la cubrió con un bonito tapiz.

El hecho se extendió por toda la ciudad y, «La Torre 25», acabó conocida como «La Torre de la momia».

Con el transcurrir del tiempo, la historia del vecino momificado en un ascensor se convirtió en una escalofriante leyenda.

IRENE ADLER

SHATRANJ

El jueves 12 de octubre de 1307, Jacques de Molay portaba sobre el hombro izquierdo el féretro de Catalina de Courtenay, cuñada del rey de Francia, en unas exequias que tenían carácter de funeral de estado.

El Gran Maestre de la Orden del Temple había regresado a casa desde la isla de Chipre para defender con la voz, con la verdad y la vida, la reputación de la milicia templaria. Corrían rumores y falacias. Decíase en los mentideros que el Capeto y su ángel de la muerte, Guillermo de Nogaret, urdían un proceso contra el Temple; difamaban la actitud de sus soldados; poníase en duda su honra y su fervor cristiano y se mancillaban el recuerdo y la gloria de Acre, Hattin, Jerusalén.

Palabras como sodomía, herejía, blasfemia, circulaban impunemente en boca de los oportunistas, los envidiosos, los que esperaban repartirse las muchas propiedades templarias del Reino, si finalmente la orden caía en desgracia.

Aquel jueves, con la muerte sobre el hombro izquierdo, el caballero templario mostró su dignidad ante el Rey y ante el Papa, creyéndose respetado por uno y amparado por el otro. Pero no hay honor entre ladrones, y Jacques de Molay pagó un precio muy alto por la fe que depositó en ellos aquel día.

El viernes 13 de octubre los arrestaron a todos, desde Normandía hasta Aigues Mortes, y Francia entera se cubrió de oprobio, deshonor y vergüenza.

El 12 de abril de 1313 la hija adoptiva de Jacques de Molay, sobornó a un monje dominico para hacer llegar hasta el calabozo en el que languidecía su padre, una carta.

El Gran Maestre había recogido a Shatranj en las calles de Chipre, la había formado como a cualquier novicio de la orden, la había amado y protegido como si fuera carne de su carne y ella sentía por él la devoción del discípulo, el amor de una hija y un agradecimiento profundo que iba más allá del deber, la obligación o la muerte. El viernes fatídico en que arrestaron a Molay en la casa del Temple de París, abrazó a Shatranj y le susurró al oído: “Haz que nunca nos olviden”.

Y ella lo hizo.

“Querido padre,

Guillermo de Nogaret, Custodio de los Sellos Reales, falleció anoche envenenado con arsénico. Le procuré una muerte horrible, dolorosa, infame, habida cuenta de la que él os procuró a vos y a tantos otros de los nuestros.

Por fortuna aún nos quedan leales en Francia y por ellos he sabido que el Capeto pretende llevaros a la hoguera y hacerla arder despacio con la malhadada intención de que vuestra muerte se prolongue más de lo debido. Usadlo contra él, padre. Encontrad en vuestro corazón la fortaleza y la voz que tanto empeño han puesto en arrebataros para lanzar sobre ellos una profecía que los asuste y los condene a una vida corta de suspicacias, recelo y temor. Morirán por mi mano en el plazo máximo de un año. Nogaret ya está muerto. Sentenciad vos desde la pira a Felipe y a Clemente y yo seré una vez más, quizás la última, el brazo armado de Dios.

Nadie olvidará vuestro nombre,

ni la terrible injusticia contra nosotros cometida un fatídico viernes 13.

Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir. Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!… A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año…”

ANGY DEL TORO

LA CULPA CAYÓ EN VIERNES 13

Tengo la última para hallowing.

¿Que se le habrá ocurrido a la brujita? Preguntaban en el matutino.

Fácil, y escuchen bien, porque no lo volveré a decir. Esta es la premisa. Nada se comenta, nada se repite. A las 12 de la noche, hay que subir un vídeo a Tik Tok. Hashtag:

#13×3, viernes13, viernes13, viernes13.

La habitación en penumbras y de pie, frente al espejo, con un trapo blanco en la cabeza, debe repetirse el conjuro tres veces: «13x3viernes13».

Llegada la hora convenida, un 31 de octubre a las 12 de la noche, comenzaron a iluminarse las pantallas de los teléfonos móviles.

“Yo no creo en nada de eso. Bueno, no creía. Hasta este reto. Se llama ‘13×3’: te miras al espejo, dices ‘viernes 13’ tres veces, y según la leyenda, debe tomar por sorpresa a quienes realizan el reto.

Aunque se espera que nadie diga lo que pasa después, nosotros hemos ido más allá, queremos grabarlo para subirlo a Tik Tok. Quiero viralizarlo, ojalá y así sea.

Pero al repetir la frase por tercera vez, el espejo se tornó oscuro. Ya mi reflejo no aparecía: eran imágenes… Mi abuela, mis padres lloraban dentro de un auto. Mi hermana arrodillada en la cocina contemplaba la pecera desbordada, los peces muertos flotaban. Una cuna vacía.

Apagué el teléfono. Lo borré todo. Pero desde entonces, veo el reflejo, aunque no haya espejo.

Tal vez no era una broma. Tal vez… lo que se activa ese día, es todo lo que se esconde.

Una voz pausada, antigua, cargada de refranes comenzó a escucharse.

“Desde que la partera me dijo que nací un viernes 13, supe que era una mala señal. Por eso cada vez que algo malo pasaba, como la muerte del gato o el incendio del cobertizo, yo lo anotaba: viernes 13, viernes 13. Sé que el mal llega ese día. Y sé que lo traigo en la sangre.”

—¿Eres mi abuela Mercedes? —Pregunté.

—Sí lo soy, y vengo a advertirte que no juegues con los muertos. No los invoques, estás atrayendo la mala suerte a tu vida.

—Abuela, siento frío. ¿De quién es esa cuna vacía

—Tuya mi querida nieta. No preguntes lo que ya sabes.

—¿Por qué está contigo? Ya no perteneces al mundo de los vivos. —Insistí.

La imagen de mi abuela dio paso a un coche volcado debajo de un puente… El silencio habitaba en los alrededores.

“Hija, no creas en esas tonterías, tu abuela siempre que se menciona el viernes 13, culpa a alguien por lo acontecido. Pero justo hoy, es el día que me echaron del banco y fue una casualidad que coincidiera con el viernes 13”.

—Papá ese es el día que ustedes murieron. A lo mejor… la fatalidad no es por el viernes, y mucho menos que fuese día 13. A lo mejor soy yo. —respondí a mi padre.

Mística, callada, creyente de lo invisible. Así era mi madre y así apareció debajo de los escombros.

“Hija, creo que el inmenso amor que sentía por ti, ese deseo de complacer tus caprichos fue el causante de todo. Se lo pedí a mis padres, no quería que mi hermana se casara con Ramiro. Le recé a Santa Marta para que todo se cayera. El altar se desplomó, la suegra enfermó, y la boda se postergó… al viernes 13. Desde entonces, cada vez que callo un deseo feo, se cumple.”

“Fue mi culpa. —dijo la hermana. El pez. Lo saqué para jugar, pero se quedó quieto. Desde ese día, mamá dejó de reír y papá dejó de cantar. Yo sé que fue por el viernes malo. Porque la abuela me miró y dijo: El trece lo marcó. No sé qué quiso decir, pero me dolió.”

Ese viernes 13, todos cenaron en silencio. Cada uno con su secreto, su culpa y superstición.

El reloj marcaba las 13:13. Un trueno rompía la voz del silencio y la luz se apagaba.

Todos nos miramos al mismo tiempo, creyendo por un instante que el otro fue quien atrajo la desgracia.

RAÚL LEIVA

Domingos por la tarde

—Escuchame bien porque te lo voy a explicar una sola vez. ¿Está claro?

—…

—Bueno. Los yanquis, que siempre dan la nota en todo, tienen como el día de la mala suerte al viernes 13, tan arraigado lo tienen que hicieron una sarta de películas inverosímiles llamadas justamente “Viernes 13” donde un asesino mataba a un montón de adolescentes lindos donde había una rubia, un negro, un gordo y los demás eran como de relleno. Siempre pasaba en un campamento al lado de un lago. En 10 minutos mataban a todos menos a la última chica, que siempre presentaba batalla y terminaba por matar al asesino. Por lo general, el asesino, abría un ojo al final, en señal clara que el bodrio iba a tener otra película más. ¿Hasta ahí vamos?

—…

—Bien. En los países de habla hispana, los días de mala suerte son los martes 13. Si bien tienen su cuota de misterio es un poco más mundano, solo te dicen que no te cases ni te embarques, como si uno se embarcase o contrajera matrimonio solo los martes 13. En Hispanoamérica, le tenemos miedo a cosas raras, a espejos que se rompen, a gatos negros, a pasar por debajo de las escaleras, a que se caiga sal en la mesa, a las lechuzas, qué sé yo, medio que no somos los mejores representantes de la raza humana a la hora de hablar de valentía. Los yanquis en cambio, vuela una mosca fuera de lugar y le declaran la guerra a todos los insectos y a quienes no se alíen en esta feroz cruzada. Son miedosos, pero con pólvora y plomo para repartir.

—…

—Por un lado, que el día de mala suerte sea un viernes, te deja el fin de semana para recuperarte ya sea que trabajes o estudies, porque si te pasan desgracias, con un par de días libres podés llegar a estabilizar tu situación. En cambio, si las desgracias caen el martes, al ser entre semana, te da excusas para entregar trabajos atrasados, faltar a clases, y sobre todo te recuperás durante tres días para que el fin de semana te vayas de juerga con tus amigos. ¿Ves la diferencia? A los Hispanoamericanos la historia nos tacha de vagos desde esos pequeños detalles. ¿Te das cuenta por qué tenemos más mala suerte?

—…

—¡Y Sí! Fijate que a los mapas los ponen como si estuviésemos abajo, nos llaman tercer mundo, nos venden el Halloween como si fuese una fiesta patronal y solo refiere a una cacería sangrienta de mujeres que solo intentaban mejorar la vida de algunas personas, si hasta los gatos yanquis tienen dos vidas más que los nuestros.

—¡Lucky! ¿qué hacés hablándole así?

—No sé, a veces tengo la esperanza que entienda.

—¡Dejalo! ¿No ves que debe estar pensando en cualquier cosa? Debe estar buscando algo para escribir en esa página de escritores y al final como nunca se le ocurre nada improvisa o recicla algo que ya escribió.

—¿Entonces qué hacemos?

—Nada. Dejalo ahí que vamos a comer. Después lo entramos.

—Bueno.

EFRAÍN DÍAZ

Mientras el capitán anunciaba por los altavoces que estaban próximos a despegar, la azafata recorría el pasillo asegurándose de que todos los pasajeros estuvieran debidamente amarrados al cinturón de seguridad.

A bordo del Fairchild FH-227D de la Fuerza Aérea Uruguaya viajaban cinco tripulantes y cuarenta pasajeros rumbo a Santiago de Chile. Entre ellos había hombres de negocios, alguna que otra pareja en plan de vacaciones y diecinueve jóvenes del equipo de rugby Old Christians Club, que se medían contra sus homónimos del Old Boys Club de Chile. También viajaban familiares y amigos, que no se perderían el partido por nada del mundo.

El Capitán Julio César Ferradas era una leyenda viviente de la Fuerza Aérea Uruguaya. Con más de 5,000 horas de vuelo acumuladas, había sido instructor de buena parte de los pilotos de la institución. Su temple era sereno y su confianza inspiradora. A su lado, como copiloto, iba Dante Héctor Lagurara, otro veterano del aire, curtido en aviones caza y sobreviviente de un choque en pleno vuelo que lo obligó a eyectarse. Sabía lo que era volar al filo del abismo.

Mirando hacia atrás, podría decirse que este vuelo estaba maldito desde el inicio. Una tormenta imprevista los obligó a pasar la noche en Mendoza, Argentina. Continuar hubiera sido una im prudencia crasa y temeraria

A la mañana siguiente, viernes 13 de octubre, el cielo no prometía mucho, pero el capitán Ferradas, acostumbrado a capear climas peores, determinó que era seguro volar. Con ilusión y cierta ligereza, con alegría y mucha esperanza, los pasajeros abordaron nuevamente la nave.

Ya sobrevolando la Cordillera de los Andes, uno de los pasajeros miró por la ventanilla y murmuró a su compañero:

—¿No creés que estamos volando demasiado bajo?

—No digás tonterías. ¿Desde cuándo sos piloto?

—No sé… Igual me da mala espina.

Tenía razón. Una pequeña distracción llevó al copiloto a leer erróneamente los instrumentos de altitud. Las nubes cubrían los picos, ocultando la amenaza. De pronto, el avión rozó una montaña nevada. El impacto desestabilizó la aeronave, que comenzó a golpear contra los picos a su alrededor, como una pelota lanzada en cámara lenta hacia el infierno.

—Sabía que no era buena idea volar un viernes 13 —dijo alguien, justo antes del silencio.

Ferradas y Lagurara hicieron lo imposible. Pero no fue suficiente.

Ese viernes 13 de octubre de 1972, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrelló en plena cordillera de los Andes.

Murieron tres tripulantes y diez pasajeros en el impacto. Esa primera noche, cuatro más sucumbieron a las heridas y al frío. En las semanas siguientes, la montaña se cobró doce más.

Los dieciséis sobrevivientes enfrentaron entonces la decisión más atroz y más inhumana: alimentarse de los cuerpos de sus compañeros muertos. Las gélidas temperaturas habían conservado los cadáveres en perfecto estado.

Al principio, se resistieron. Pero no hay mejor sazón que el hambre. Y cuando el cuerpo exige, la moral cede.

El viernes 13 de octubre de 1972 quedó marcado en la historia. Algunos culpan a la superstición. Otros, al destino.

Juzgue usted.

LOLI BELBEL

… NI TE CASES, NI TE EMBARQUES

Me encontré entonces en medio de aquel océano… Estaba en un bote salvavidas con doce cadáveres a mi lado. El sol me despertó bruscamente, Tenía un fuerte dolor de cabeza, la boca seca como un zapato y los huesos calados de frío. ¿Qué había pasado? Recordaba vagamente que nuestro barco se había incendiado y todos los pasajeros tuvimos que evacuarlo en botes salvavidas. De repente mi mente empezó a hilvanar lo que había sucedido desde que embarcamos, porque no iba sola.

Eran las ocho de la tarde de un martes 13 de febrero de 1948 ,en el puerto de la ciudad de Tánger, el Neptuno Esmeralda zarpaba rumbo a Algeciras. Iba con mis padres de vacaciones a casa de mis tíos. Una vez nos hubimos instalado en nuestros respectivos camarotes, no sucedió nada particular, hasta que pasadas dos horas de travesía aproximadamente, se oyó un ruido ensordecedor. En milésimas de segundo mi mente intuyó lo peor. Habíamos colisionado con algo. Pero cuál fue nuestra sorpresa al ver una bola de fuego arrasar toda la cubierta de la embarcación.

La gente corría, gritaba, buscaba desesperadamente a sus familiares. La cubierta, llena de fuego, parecía el.mismo infierno. Todo el mundo estaba desconcertado, lleno de miedo, de terror.

¿Qué era aquello? Perdí ligeramente el conocimiento. Cuando me desperté ya estaba con mis padres en cubierta con un pie en las escaleras que nos conducían a los botes salvavidas. En menos de una hora el barco había desaparecido de mi vista. Ni rastro de él.

Quedamos al albur de nuestra suerte, esperando a ser rescatados lo antes posible. Pero, habían transcurrido seis días desde el impacto y nadie había aparecido.

******

ALMAGREB JOURNAL TANGER

«Insólita tragedia en las costas de Tánger. Se sospecha que parte de un meteorito hace impacto en el mar, el martes, 13 de febrero de 1948, llevándose por delante a la embarcación Neptuno Esmeralda.

213 pasajeros y toda la tripulación perecen en el mar en espera de poder rescatar los cádaveres.

Solo hay una superviviente, una niña de tan solo 13 años de edad».

SERGIO TELLEZ

CARRERA POR LA MUERTE

«Jajaja, ¿quién dijo que fui afortunado en llegar primero entre 400 millones?» Fue un martes 13 de noviembre de 1898, y yo fui el imbécil que decidió joder la vida de alguien para siempre. Sí, porque ser el que fecunda el óvulo es como ganar un premio a la peor vida posible. Felicidades a mí, el espermatozoide que condenó a alguien a una existencia de mierda.

Todo empezó cuando mi dueño vomitó millones de espermas en el cuerpo de ella, en medio de un mar de líquido viscoso y lechoso. La lucha por sobrevivir y llegar a la meta empezó. Vi a millones de mis compañeros morir en el intento. El ambiente ácido y la falta de alimento terminaron con ellos. Cada vez éramos menos, quizá los más fuertes o los más estúpidos.

Ascendimos por un canal estrecho y musculoso, nadamos ayudados por nuestros flagelos. Llegamos a una gran caverna y ella engulló a millones, cada vez éramos menos. Cuando fuimos unos cientos, divisamos nuestro objetivo y disputamos el envión final. Yo llegué primero y, con mis escasas fuerzas, me introduje dentro de ella.

¡Sí, señores! Yo fui el desafortunado aquel martes 13, yo fui el que conquistó la meta, yo fui el esperma que ayudó a crear aquel ser que vino al mundo a sufrir y morir de gripe española. Si fuimos 400 millones de espermas y la probabilidad de que yo fuera el desafortunado es tan baja… Yo me pregunto, en medio de este polvo de estrellas: ¿Por qué yo? ¿Por qué la naturaleza me concedió este castigo?

NILA J BORHORQUEZ

Versos locos sobre el viernes 13…

¡Quisiera saber quién inventó

el fatídico viernes 13…

pues de fatídico nada tiene ,

solamente fobias infundadas

en mentes débiles!…

¡Por eso sonrío con un guiño,

porque solo es un día más

para vivir y reír,

sin pensar en el sufrir!…

¡Que importa sea viernes 13…

igual paso debajo de una escalera

y no me asusta el gato «Félix»

de la casa carmelera!…

Paseo por las transitadas calles

con firmeza y seguridad,

acompañada de mi amigo el bastón

por si acaso un zagaletón,

quisiera asustarme con un tropezón.

¡Tonterías pensar en la mala suerte

de un día como cualquier otro…

con la confianza y buen humor,

se puede vencer toda adversidad,

aunque sea viernes negro…

¡perdón, «viernes 13»!…

EVA AVIA TORIBIO

Destripador, martes sangriento

Sé que estás desando conocerme, adentrarte en ese lado oscuro que tanto os gusta a los humanos. De nada te va a servir querer racionalizar mi mente, simplemente el ser humano es cruel por naturaleza.

Párate a pensar por un instante lo crueles que seguís siendo cuando pensáis que tenéis el derecho a invadir el hogar de otro semejante, de asesinar a miles de personas y niños por un pedazo de tierra y permanecer impasible ante esos actos. ¡Que ironía, que quieras darme caza por quitarle la vida a algún que otro ser semejante a ti, cuando lo único que hago es darle paz a su patética vida! Total, ¿para qué quiere seguir viviendo, si solo es un número más? Pero bueno, no me voy a poner filosofo a estas alturas, porque la verdad, no me pega, ¡me gusta demasiado la sangre!, así que voy a relatarte lo que con tantas ansias estás esperando, porque en aquella esquina hay un dulce bocado a la que le quiero hincar los colmillos.

Por donde empiezo, ¿por el día en el que renací o por los días previos? La verdad es que todos fueron muy satisfactorios. Uno con los otros son lo que soy. No voy a justificarme, me gusta lo que ves, porque sé que en tu retorcida mente imaginas al que nombraron el Destripador, como te seduzco y te envuelvo entre mis brazos para luego beberme gota a gota tu sangre, y tú, luego me rogarás ser como yo, pero Destripador solo hay uno en la historia y ese soy yo, porque el que conoces con ese nombre, fue un imitador.

Padre me enseñó a golpes, que la mujer nos pertenece, porque Dios la creó para nosotros. Me relamo mientras te hago participe de mi historia, pero te digo la verdad, es satisfactorio, ver como se apagan y no eches el grito al cielo y digas que soy un psicópata, porque si algún día lo probaras, llegarías a la misma conclusión. A él fue al primero que le arrebaté la vida, el cabrón se reía mientras veía lo que había creado, madre me golpeaba para que me detuviera, me zafé de ella de un empujón. Ver la sangre de padre en mis manos despertó mi pasión y cada juguete que caía ante mis encantos, primero la hacia mía y luego le arrancaba el corazón. ¡Deliciosos!

Pero llegó el día en el que cayó entre mis brazos la mujer de alguien que no podía se tocada y, obviamente, mis huesos pararon al lugar en el que se me concedió una segunda oportunidad. Ese día fue hermoso, el más satisfactorio, el 13 de marzo de 1632, una hermosa mujer, a la que llamo madre, me regaló la vida que yo deseaba, esa que descubrí mientras permanecía cautivo entre esas cuatro paredes. Las historias que relataban de ella me excitaban, era incluso más sangrienta que yo, una mujer como esa, la Depredadora, así la llamaban, y estaba frente a mí, tenía que ser mía, pero ella me dio su sangre y me dejó a mi suerte, porque su prioridad era otra, su familia.

Su sangre corría como un caballo desbocando y a la vez notaba como mi vida se apagaba, por unos minutos, creí que había fallecido, pero desperté y con ese nuevo comienzo llegó el hambre y las ganas de satisfacerla, la madre que me engendró fue la primera mujer que sació esa hambre y tras ella, vinieron muchas más.

Hoy es 13 de mayo, y como cada martes 13, desde que renací, conmemoro mi renacimiento con un suculento aperitivo. Por cierto, igual el próximo martes 13 mi dulce bocado seas tú, mientras, voy a por el aperitivo de la esquina, que tiene un aspecto delicioso, es como mas me gusta, como madre.

Besos, La Incondicional.

MARIANA DI PASCUA

MEJOR NO PREGUNTO

(tema :viernes 13)

Mejor no se dice nada, mejor no aviso y si aviso miento… O…

Si digo la verdad es tan comúnmente humana que no me van a creer…, no, no, no me van a creer la verdad. No quiero ir hoy porque no, toy con resaca o no me pinta o quizá esté enojado… Por las dudas no aviso y capas zafo, zafo, zafo de que….

Quiero mi agujero negroooo!!

Me escondo bien callado, si apago los datos dejo de existir porque salvo una trampa de Gabriella, a el le tapo el ojo de lo mal que me siento por no se que o si sé, pero tengo derecho?…

Y si los Álvarez tenían el mismo derecho que todos los otros apellidados diferente, incluso que los tantos Álvarez que no conocían pero que en general se avisaban las cosas,porque en general las cosas que no se informaban los Álvarez en cuestión eran tan comunes y corrientes, que digo tan humanas inflexiones como las que si avisaba Gabriella con la exagerada locura existencialista de un cuento fantástico. Ella cayó como peludo de regalo en esa familia o quizá peludo regalo el que se consiguió.

Pero si hay que re, re, re, reconocer que ella hablaba atomisantemente de todo contando hasta el color de el cielo (color de los calzones en la infancia de Gabi).

Un par de los que no decían «que, por, no, si, vengo, etc, se pusieron a salvo de las inquisidoras preguntas de la bruja. Buena o mala era bruja porque tenía grandes poderes de adivinacion según algunos, para otros le podemos decir, olfato, instinto o pensamiento racional.

Lógica loco! Diría su ilógica amiga Andrea.

Es lógico lo que le pasa a la gente, no hay pecado.

Pero la reacción de no preguntar, por ejemplo, algo que es de orden preguntar, se iba, heredando. O sea el de menor generación quería decir tanto, preguntar o quejarse, al no tener recepción se cansó, limitó, se enojó o seguro no sabía ni porque pero «mejor me callo».

Si la bruja en una posición de decir si, no, puedo, no quiero, aaaahhh, ella no era mentirosa pero evitaba el caos y la culpa siempre que el hecho fuera apelable pero la realidad dolorosa.

Cuando una bruja buena miente lo hace a la perfección aprovechando su fama de sincera, moral y valiente. Así que si no iba a el cumpleaños especialmente de un Álvarez, cuando su promesa de estar exagero la solidez.

Arrancaba con la rementira piadosa basada en realidades acordes que confirmen su real existencia.

Tipo:»Aviso que el nene tiene 38,no no, 39 de fiebre y que el padre no está, bueno el padre nunca está pero aumenta el drama de madre soltera aunque se había casado dos veces. Ese es un ejemplo no muy creíble pero a ella le iban a creer. No solía mentir , pero si omitia. Ningún drama gente!, esa es una practicidad de todas las mujeres. Somos capaces de escaparnos al baile diciendo que vamos a estudiar y regresar con el cabello lavado pero oliendo al mismo insienso de lavanda que los axfició toda la tarde y con las mismas medias con el talco familiar sequitas. Seguro tenemos 2 o 3 pares iguales.

Bueno, stop, no fui yo la idola de este relato, digo… Gabriela, la bruja metiche, defectuosa, cultoclasista y hermosisíma ya que estamos.

Y no se trata sobre mentir la historia. Se trata del dolor que puede sentir un jóven que quiere preguntas, del miedo de hombres al escuchar respuestas.

De los miedos de todos, de los silencios de todos. Los informes básicos familiares no son cosa de un mundo donde te transformas en hombre lobo al decir tu necesidad como sí cada noche fuera de viernes trece con una luna redonda colgando de tu techo.

Aahhh, el tiempo, todo lleva su tiempo y a mi ya me va a llegar el tiempo de callarme la bocota.

Aquí no hay pecado ni muerto, bueno al menos entre los Álvarez.

Yo, yo creo que de bruja pasé a loba porque cada vez que arranco algún relato se viene de último minuto, no en días trece porque no escribo en días de Yeta, pero si son los viernes de noche en donde me uno al silencio y tomo el abecedario por caos, escribo sí y no pregunto ni respondo, ese programa se manda solo.

Luego viene mi amigo Álvarez, me corrige las faltas y si sabemos la respuesta pa’que preguntar?

Me uno a la manada y no me apellido Alvarez!

Ni si, ni no, ni porque, ni… Ssshhhh

MAITE BILBAO

EL INCIERTO DÍA

El reloj de cuco del salón lanzó el graznido bronco de las siete. Un fastidio familiar se estiró conmigo, pesado como la niebla. Era viernes 13, y la mala suerte ya olía a mermelada amarga en el aire. Desde que me levanté, la realidad me jugaba malas pasadas. Los cordones de mis zapatillas se desataron tres veces, la tostada cayó con la mantequilla hacia abajo y el salero se volcó imitándola. «¿Sería azúcar lo que había ahí, o de verdad era sal?». Un gato negro y su sombra me miraron fijamente por la ventana. Juraría, con la extraña certeza de un sueño, que antes era atigrado. La única meta era escapar de aquel día que prometía ser una calamidad.

Un golpe seco en el cristal me hizo dar un respingo. Era un conejo blanco, con chaleco y monóculo, mirándome con una urgencia desmedida. «¡Tarde, tarde, tarde!», exclamó, con la voz aguda como cristal, mientras burbujas de algodón salían de su reloj. «¡El juicio de las teteras! ¡No hay tiempo que perder!». Antes de que pudiera reaccionar, rompió el cristal de la ventana y tiró de mí. Caímos por un túnel vertiginoso que olía a jengibre y lluvia, o quizás a algodón de azúcar y azufre, una mezcla tan extraña como fascinante. Mis recuerdos danzaban, cambiando de forma con cada bamboleo. Sombreros y paraguas flotaban a nuestro lado; uno se dobló por pura maldad, como si tuviera vida propia. Un espejo se agrietó al pasar; mis reflejos se multiplicaron en fragmentos y uno de ellos me guiñó con una picardía que me resultó extrañamente familiar y, al mismo tiempo, ajena. Aterricé sobre un ejército de naipes que se apilaron en una silla, su tacto cambió de seco a suave bajo mi peso. La confusión se asentó en mi pecho, fría y densa, pero una extraña fascinación por lo absurdo me impedía apartar la mirada de aquella vorágine. De pronto, me encontré en un salón circular. El Sombrerero Loco, con un bigote de azúcar que se deshacía dulcemente, intentaba servir té en tucanes de vivos colores. «¡Bienvenida al no cumpleaños más importante!», me anunció con una sonrisa manchada de té.

La taza que me ofreció vibraba en mi palma, casi con vida propia. Un impulso de risa nerviosa se mezcló con el enfado ante la completa falta de lógica. La realidad se deshilachaba. «Hoy los calcetines cobran vida. Las cucharas deciden tu destino. Los semáforos son siempre rojos y te condenan a la espera eterna. Las escaleras tiemblan bajo tus pies, como si el suelo mismo dudara. Y la memoria… la memoria se reescribe con cada soplo», me dijo el Sombrerero, su mirada, un torbellino de té y locura. Aquella frustración ante la incomprensión crecía y crecía en mi interior, una ola de desasosiego. La idea de que mi propia mente se traicionara me helaba la sangre.

Un grito agudo me sacó de mis pensamientos. Una tetera de porcelana, con una corona diminuta, se tambaleaba sobre unas patitas de gallina minúsculas. «¡Injusticia! ¡Crueldad!», sollozó con una voz afligida. «¡Mi infusión es ordinaria!». Sus lágrimas olían a manzanilla, ¿o quizás a vinagre? Era imposible saberlo con certeza. Al otro lado del salón, un hombre que juraría vendía globos sonreía en su puesto de «Paraguas de Emergencia», mientras los paraguas ajenos se abrían y se rompían por capricho propio. El corazón me dio un vuelco, un miedo creciente a no poder huir de aquella locura que carcomía la realidad, disolviendo los límites de todo lo que conocía.

El Juez Búho, imponente con sus gafas oscuras, golpeó su mazo de bizcocho. «¡Orden! ¿Algún testigo de la Tetera Real trescientos cuarenta y siete?».

Un gato de Cheshire apareció y desapareció, dejando solo flotando una sonrisa que parecía burlarse de todo. «La fecha influye», maulló, con un sabor metálico en su voz fantasmal. «Los días 13, todo sabe a posibilidades no realizadas, a sueños que nunca fueron. Una anomalía de calcetines desparejados y espejos rotos perturba las papilas gustativas y, sobre todo, la memoria. Ayer creías que tu nombre era Betty, ¿o fue anteayer?». Un escalofrío me recorrió. La idea de que mi propia identidad se borrara, de que mi nombre se desvaneciera, me provocó un terror glacial. Me esforcé por recordar mi nombre, mi vida, cualquier cosa que me anclara.

El Sombrerero asintió; su bigote era de seda ahora, suave y brillante. «¡Exacto! El viernes 13, la lógica se toma el día libre. Las zanahorias cantan ópera en el jardín. Tu peine se rompe sin motivo. La sal desaparece del salero como por arte de magia. Y esa canción que te ronda la cabeza, ¿es de un musical? No la recordarás mañana». Mis propios pensamientos se sentían como arenas movedizas, cada idea se hundía un poco más. Ya solo quería llegar a mañana, a un mañana donde la cordura regresara.

Me sentí mareada, al borde del colapso. Nada encajaba. Los números danzaban frente a mis ojos, sin sentido. Un tren de pan de jengibre, oliendo dulcemente a canela, pasó tocando una armónica desafinada. ¿Estaba yo en ese tren? ¿Había bajado en alguna estación que no recordaba? «¡Por favor!, ¿qué día es hoy, realmente?», pregunté con voz temblorosa, aferrándome a la poca cordura que me quedaba, sintiendo la desesperación crecer en mi garganta. Tropecé con una grieta en el suelo que no recordaba haber visto, pero a pesar del caos y el miedo, aquel tren de pan de jengibre era una imagen tan deliciosamente extraña que una sonrisa fugaz, un efímero deleite ante la belleza de la locura, se dibujó en mis labios.

El Conejo Blanco consultó su reloj de burbujas. «¡Ah, querida! El tiempo vuela con la mala suerte», su aliento olía a menta. De repente, sus ojos se abrieron de par en par. «¡Espera! ¡El reloj! ¡No es día 13!». Los números parpadearon en la pantalla de su reloj, cambiando frenéticamente: 17, 2, luego 14.

El Juez Búho se quitó las gafas oscuras. Sus ojos brillaron con una claridad repentina. «¡En efecto! El juicio de las teteras solo ocurre el día 13. ¡Error de calendario!». En ese instante, la cuchara que sujetaba dejó de vibrar en mi palma. El gato negro de la mañana apareció, ronroneando familiarmente en mi regazo. ¿Siempre había sido mi gato? La memoria, lentamente, comenzaba a solidificarse de nuevo.

El Sombrerero Loco se quitó su sombrero, que ahora olía a cartón y a magia recién desvanecida. «¡Claro! Con tanta locura, se me olvidó. ¡Hoy no es viernes 13!». Su sombrero, que había sido verde en mi memoria más confusa, se transformó en un azul profundo. La Tetera Real dejó de llorar, su corona brilló con normalidad. El Gato de Cheshire se materializó completamente, su sonrisa dejó de flotar sola. El tren de pan de jengibre volvió silbando una melodía alegre y, ahora sí, afinada. Los paraguas, antes rotos y caprichosos, se enderezaron como si nunca hubieran estado dañados. El espejo del túnel se reconstituyó, mostrando mi imagen, que por un segundo no reconocí del todo, pero que poco a poco fue volviéndose más y más familiar. Miré a mi alrededor. El salón se solidificaba; los colores, antes cambiantes y efímeros, se asentaron en tonos definidos. El Sombrerero me ofreció una taza de té de jazmín, su aroma tranquilizador. El Conejo Blanco suspiró, la urgencia de su mirada había desaparecido por completo, reemplazada por una calma serena.

«Entonces, ¿qué día es hoy?», pregunté, sintiendo una extraña calma descender sobre mí, como si despertara de un sueño muy vívido y, a la vez, muy real. El Conejo Blanco sonrió, y su voz ya no sonaba urgente. «Mi querida Alicia, después de esta confusión, ¡hoy es…14!».

CÉSAR TORO

De que vuelan vuelan, dicen los escépticos; sin embargo, no comparto esa clase de supersticiones, como decía un escritor caribeño “cuando naces tienes la señal de la muerte en la frente”, en este tema escabroso no me gustaría ahondar demasiado ya que se perfectamente que, en todo el mundo hay infinidad de personas supersticiosas; no obstante, pienso que la mayoría de mitos sobre el tema, son meras falacias o “coincidencias”, la buena o mala suerte son el resultado del trabajo, esfuerzo y perseverancia; al menos eso creo.

En mi largo caminar, he escuchado un sin número de mitos y leyendas de toda índole, que si la escalera, la sal, el pie izquierdo, y una de las más famosas “The black cat.” Creo que todo esto parte de una cultura popular; pero, dista mucho de la realidad, en todo caso respeto las opiniones de los que creen en ese tipo de cosas. Una metáfora que me gusta es la del tren, que dice más o menos así: la vida es como un viaje en tren, nos entregan el ticket en la estación de salida, embarcamos y empezamos el viaje a veces es placentero y a veces la pasamos muy mal, sin embargo el viaje continúa con altos y bajos. Lo que no estamos seguros es: ¿en qué momento nos pueden bajar del tren?, y nos dirán hasta aqui llego Usted. En lo personal he pasado situaciones difíciles he estado en varias ocasiones cerca de perder la vida; pero, Dios me rescató y me dio otra oportunidad, de eso estoy seguro, como hombre de fe, confío en su palabra y tengo la certeza que sus promesas son verdaderas.

“Porque en mi ha puesto su amor, yo lo libraré; lo pondré en, alto, por cuanto ha conocido mi nombre. El me invocara, y yo le responderé; con él estaré en la angustia. Lo libraré y lo glorificaré; lo saciaré de larga vida y le mostraré mi salvación”.

Salmo 91: 14 – 15

En algún momento de nuestras vidas la muerte nos llegará; tarde o temprano, martes, viernes, domingo o cualquier día. 13,14 o 31; eso lo debemos tener presente, de esta no nos salva nadie. Eso sí; es mejor, estar preparados y en gracia de Dios.

Por eso, también vosotros estad preparados, porque a la hora que no pensáis vendrá el Hijo del Hombre.

Mateo 24,44

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

Era un martes 13 de abril cuando Jacinto llegó a la vida de Ofelia, en aquellas tierras de barbarie dominadas por sus compañeros guerrilleros, quienes habían minado todo el territorio limítrofe con la finca de don Augusto, el padre de Ofelia. Don Augusto contaba que ese martes 13 de abril fue un mal día para él y su familia; sin embargo, para Ofelia fue el mejor día de su vida, pues sintió el verdadero amor, un amor que le hacía sentir mariposas en el estómago.

Ofelia, con veinte años, soñaba con irse a la ciudad para estudiar una carrera universitaria, como abogacía, pero su padre le tenía dispuesto otro destino: el matrimonio con el hijo de don Carlos, dueño de otra finca limítrofe con su hato. De ese modo, ambos hatos se unirían para consolidar aún más su poder territorial.

Para Jacinto, también fue un día de suerte: esos ojos azules no eran comunes en esas tierras de sabanas, ganado, garzas y anacondas gigantes. El cabello de Ofelia reflejaba el sol, y cuando montaba a caballo, el viento lograba acariciar su piel color de lana blanquecina. Esas fueron las primeras estelas que marcaron el corazón de Jacinto. Le alegraba verla; para él ella tenía el magnetismo de hacerle soñar con una vida nueva, sin armas, sin robos y mucho menos huyendo entre la extensa selva tropical plagada de fieras.

Ambos se encontraban a escondidas del padre de Ofelia, así como del comando guerrillero de Jacinto. Sus testigos eran las aves coloridas de la sabana, uno que otro flamingo, y en ocasiones, el rugido de un leopardo. Bajo la sombra de las acacias, tomados de las manos, dibujaban sueños entre las nubes del espléndido azul del cielo.

El tiempo transcurría, y cada martes 13 ambos celebraban su amor, hasta que llegó el último martes 13, que puso fin a su idilio. Don Augusto sorprendió a la pareja de enamorados, poniendo fin a la vida de Jacinto con un tiro mortal. Esto le costó a don Augusto su tranquilidad para siempre, pues desató una venganza. La familia de Ofelia huyó del hato, pues los guerrilleros juraron matarlos a todos, menos a Ofelia, a quien buscaban para secuestrarla y exigir una gran recompensa. Sin embargo, don Augusto fue un zorro viejo y logró huir con toda la familia a la capital, para luego tomar un avión y salir del país, sin volver jamás.

Alexandra Fernández B.

IVONNE CORONADO

Prudencia

Me caí de un caballo un viernes trece, pero no creo que esa fecha traiga mala suerte; fue la silla que no estaba bien sujeta, a causa de que el caballo infló su panza.

No creo en las supersticiones, pero disimuladamente echo sal sobre mi hombro si la he derramado. Cruzo los dedos deseando que gane mi caballo favorito, o mi billete de loto, por si las moscas, y a veces gana mi animal o gano cinco dólares, y no quiero saber si tuvo algo que ver que haya cruzado mis dedos o no.

Paso al lado de una escalera, pero no crean que tengo miedo de que me pase algo, más bien protejo al que está en ella de mis torpezas.

Trato de no estar nerviosa si somos trece a la mesa, pero lo mejor que puedo hacer es ignorar completamente la cuenta, por si alguien decide cumplir la profecía maléfica y darnos un susto.

Aún me resisto a creer que el fracaso de mi matrimonio se debe a que sin querer quebré el espejo cuando me probaba el traje de novia, pero decidí ir a que me bendijera el cura, aunque no esté segura de que me proteja su bendición durante los seis años que me faltan, según las creencias.

Me regalaban un gatito negro, pero no lo acepté. Les dije: ¡Lo negro me da tristeza!

Tengo mucho cuidado de levantarme con el pie derecho, para no complicar mi vida, ¿y pueden creerlo?, porque soy prudente, me dicen supersticiosa.

TERESA SÁNCHEZ FREGOSO

Martes 13

La madre de mi padre era muy supersticiosa.

Casi nunca salía de casa, por temor a que le pudiera pasar algo. Ya llevaba largo tiempo así, y con los años, se había acentuado esto.

Nunca quiso irse a vivir con nosotros, pues decía que ella no tenía buena suerte y que nos podría hacer mal.

La visitabámos seguido, teníamos que llevar la comida pues ella no preparaba ya nada, desde que había borrado la sal de su cocina, pue tenía temor de derramarla y llamar más mala suerte, era muy grato estar con ella a pesar de sus locas y raras ideas.

En esa casa, por supuesto no había espejos por su temor a romper uno, salvo uno que guardaba en el desván bien envuelto y, que no se había atrevido a mover por temor a que se rompiera.

Dicho espejo tenía una gran historia de terror, nos contó que engullia a la gente, que algún dia había pertenecido a una hechicera y lo había embrujado, para vengarze de la gente que no creía en ella. A nosotros nos daba cierta risa, obviamente no creíamos en esto, nos parecía muy ilógico, pero en fin eran cosas de la abuela.

Así, seguíamos visitándola.

Hasta que llegó el día de su muerte, nos había heredado esa grande casa, que a mi ya me parecía llena de magia, de tanto oír sus narraciones de superstición. Y, mis padres deciden que nos cambiemos, yo no sé que pasó, pero después de unos días de habernos cambiado mi padre pasó debajo de una escalera, y al día siguiente se cayó y se rompió un brazo y una pierna, mucha coincidencia. nosotros no creíamos tampoco la historia de que si derramabas sal, te pasaría algo mal y sí la usábamos para la comida.

A mi madre, uno de tantos días se le cayó algo de esa sal en el piso, a lo cual no dió mayor importancia y al dia siguiente se le quemó la comida y se enfermó de gripe, creo que también fué coincidencia.

Pero a la semana, mi hermano nos contó que se topó con un gran gato negro, que lo estuvo siguiendo hasta llegar a casa, y al día siguiente lo asaltan y le roban todas sus pertenencias.

Ya no sabíamos si realmente eran coincidencias o la casa estaba embrujada.

Pero mis padres no creen en la mala suerte, y así seguimos durante un tiempo, hasta que decidimos tener más cuidado para evitar esos tropiezos llamados supersticiones.

Yo, tenía mucha curiosidad por ver el espejo que mi abuela decía que estaba embrujado.

Y al día siguiente por la noche, cuando todos ya duermen, decido ir al desván para verlo.

Está muy envuelto, pero logro destaparlo y veo que es un gran espejo, muy bonito, no le veo nada de raro.

Decido que debo envolverlo otra vez, pero antes me acerco para verme y, creo escuchar ruidos, me digo, que esto no es posible un espejo no puede hablar. Oigo como si personas estuvieran llorando y algunos gritos de auxilio pidiendo ayuda, supongo que es mi imaginación de tantas cosas de terror que nos había platicado la abuela. Me acerco un poco más y de pronto, salen unas manos de él y me jalan hacia adentro, no puede ser, «esto es una pesadilla, no puede ser»…

MARÍA JESÚS GARNICA

Martes y trece, ni cases ni te embarques.

Pues no, ni me pienso casar ni embarcar en martes y trece.

Ni soy supertuciosa, pero por si acaso.

Llegó el día de la boda, yo to nerviosa.

Mi mae, no te preocupes.

Y paso.

El Yoni no se presentó a la boda.

Mi mae me dice, qué no tenía qué hacer puesto está fecha que trae mal fario.

Qué fecha mamá, de qué hablas?

Hay la juventud, me dice, hoy es trece y martes.

Y yo llorando le jure qué el Yoni pagaría por la afrenta.

Martes y trece , muchos años después.

Una joven va a casarse y hay!! El novio aparece muerto en el altar.

No es martes ni trece, pero Yoni llora la muerte de su hijo.

SILVIA R.G.

YO QUE NO SOY PERSONA SUPERSTICIOSA

¡¡ La una !! ¿Cómo puede ser? A las dos debería estar allí como sea; si no, lo voy a encontrar cerrado ¿Por qué no me habrá sonado la alarma precisamente hoy? ¿ Cómo puede ser que hoy precisamente haya dormido tanto?

Aunque haga calor, me gusta comenzar la ducha con agua tibia, luego ya disfrutaré del agua fría; porque fría fría…,con lo fuerte que pega ahora el sol en las tuberías…, no sale; y a mí así me está muy bien.

¿Qué pasa ahora? Oh, no… ¿Está atascado el desagüe? Todo el suelo mojado… No tengo tiempo de recogerlo bien… Ya lo arreglaré cuando regrese.

Debería cortarme estas puntas, parezco un erizo; a ver…aayyy, creo que me he pasado con el corte en este lado; a ver si puedo hacer igual el otro. Cuando regrese, o no tendré tiempo.

¿Ahora no me cierran los pantalones? ¿Tanto he engordado?, buuf… A ver éstos…

A ver… Comeré galletas, hoy, que es lo más rápido.

¿Sólo hay dos? Bueno, pues dos.

Las llaves…la billetera….¿el móvil? ¿ Dónde lo he puesto?

Me llamaré por el fijo para ver dónde suena.

Espero que no esté apagado… ¡Ya suena! Aquí…por aquí…por aquí…¡¡Aquí!!.

El móvil, la billetera…,¿las llaves? ¿¿Dónde las he puesto?? Ayy diooosss.

A ver… Las llevaba ya en la mano…cuando ví que no sabía dónde estaba el móvil…y fuí a llamar al fijo…y… No. No están aquí.

¡¡¿Pero dónde las habré metido?!! A ver…¿quizás en la entrada?… Juusto en la entrada, colgaditas en su lugar. Ayyy…¿la billetera? Sí, sí, la llevo. Uuff… A ver, vuelvo a mirar, ¡la billetera! ¡Las llaves! Y el móvil .

Cada día cuesta más cerrar esta puerta, tendré que echarle aceite; luego, al regresar…

¡Vaya, hombre…! Alguien se ha apalancado el ascensor…grrrr… Bajaré a pie.

¿Quéé? ¿Se ha fundido la luz? ¿Será posible? Pondré la linterna del móvil. Oooh, veo que tengo muy poca batería..hhhh..espero que me aguante…

Miiraaa. Alguien se ha dejado abierta la puerta de la calle. Mejor; más rápido.

Debo apresurar el paso.

Es que yo no soy persona supersticiosa, a ver, para nada ¡ eh!…Pero que hoy sea un martes 13, pues la verdad…gustarme gustarme…preferiría que no hubiese coincidido.

No me digas que ahora debo pasar por debajo de esa escalera. A ver… quizás sea mejor bajar de la acera…, pero no paran de pasar vehículos… Lo podían haber señalizado, hacer un pasillo estrecho paralelo a la acera con vallas de esas amarillas. Me dicen que pase…que no hay peligro… bueeno…pasaré… Ya está.

Pero vaya coincidencia, también que en martes 13 se pongan a trabajar en una escalera en esa calle tan estrecha y…. Aayyy… Vaya mieerda de acera; no sé cuándo las alisarán..

Si no hubiese tenido que pasar por debajo de la escalera…grrr… mecagoen…

¡ Va! ¡ Una calle más y ya estás, ánimo! Una vez allí ya recuperaré el aire… hay asientos…

¿Y ése niño? ¿Qué hace ahí enmedio de la acera estirado? Ahora sale…

debe ser su madre…Se agacha…¿ Qué miran? ¿Qué tocan? Es un gatiito… ¡Neegro, bien negriiito él ! Pero bueno, no se ha cruzado conmigo, está quieto y ya lo tienen en brazos; y es chiquitín… Y además tiene la panza blanca, no es totalmente negro, así que no

cumple con las características… Además, yo no soy persona supersticiosa. Todo son casualidades, no significan ningún presagio.

Hhhh…¿¿Qué pasa?? ¡¡ Me he clavado un vidrio en el zapato!! mirando el gatito … ¡ Casi se me ha partido la suela! Aún suerte que no me ha llegado al pie. Los cristales rotos también son señal de mal augurio. Pero…a ver… yo no soy una persona supersticiosa,

son casualidades y ya está, no más.

¿Dónde se han metido el niño con el gatito y su madre? Es como si se hubiesen esfumado…

Pero…¿Qué le ocurre a la calle? ¡ Está vacía ! ¡ Totalmente vacía!

¿ Cómo es que las casas están todas de ese color azul, o añil ? <<Añil…>> Sí, añil.

Pero ¿ tú quién eres ? ¿Quien me habla?

<< Yo.yo, yo..>> , << Aquí, aquí, aquí >>

Me deslumbran sus cabellos rojos…¿pero…qué está ocurriendo? su cuello se alarga más y más…su cabeza está muy muy arriba…Sus pies se han alargado…¡¡¡ Es una giganta !!!

<< Giganta, giganta, giganta >>

¿Por qué repites todo tres veces? <<El tres se quedó en uno sin el dos>> …¿ Qué quieres decir? <<El gatito comió la flor amarilla y se transformó>>

¿ Eres tú el gatito, quizás?

<< Sí, sí, sí >> ¿ Y dónde fueron el niño y su madre?

<< La cueva alberga la fuente y el agua de la fuente canta risueña los misterios de su dolor, y son las piedras resquebrajadas del rocal las que lloran sus penas>>

Qué gran tristeza, qué mal me siento, voy a dejarme caer en el suelo, sólo tengo ganas de llorar y llorar, qué me sucede…por favor… Me siento muy triste. Con la cabeza entre mis rodillas me siento bien.

<< Corre, corre, corre>> ¿ Eeeh? Hhhh…Pero ¿Dónde estoy ahora?¿ Qué es este pasillo? ¿Qué es ésto? Parece un acuario gigante.

Pero ¡¡¡ se está rompiendo el cristal!!! Cerraré los ojos y nadaré hacia arriba

<< Ella te llevará, ella te llevará, ella te llevará.>>

¿Qué es ésto que me lleva y se mueve? ¿Parece tener una especie de alas? ¡¡ Con esos cuernos carnosos y esa cola estrecha, parece una manta!! ¡¡ Es una manta raya; es inmensa; es muuyy graande!! ¡¡ No sé dónde me lleva, pero yo puedo respirar!! ¡¡ Tengo escamas en mis piernas y en mis brazos!! ¿ Tendré también branquias ? ¡¡ ¿Qué soy?!! ¡¡ Noo, no quiero!! Esto debe de ser un sueño, no puede ser real… Quiero ser yo, otra vez, normal. Voy a estirarme sobre su cuerpo viscoso y voy a cerrar los ojos. Cuando los abra quiero que todo vuelva a ser normal otra vez.

<< Buen día, usted dirá >>

¡La reconozco!, es la trabajadora de atención ciudadana del Ayuntamiento. ¡Ya llegué, por fin!. Voy a responderle, tranquilamente. Vengo a solicitar uno de los recipientes de residuos, el rojo, el grande. Me lo han robado. El jueves pasado lo bajé y el viernes a la mañana no estaba. ¿ Qué tengo que hacer para renovarlo?

<< ¿Seguro que se lo han robado? ¿Cómo puede demostrarlo? Todos dicen lo mismo cuando se les pilla >>

¡¡ ¿ Se les pilla?!?, dice.

Pero ¿qué le ocurre a esta mujer? Nunca la había visto comportarse así. Pero si…¡ tiene escamas en los brazos! ¡¡¡ Y en la cara !!! ¡ Tiene ojos de besugo!, pero de color amarillo.

<<¡Llevadlo al calabozo!>>

Pero qué dice…por qué…

Qué hacen …pero si es mi vecino, y el dependiente del súper, ¡y mi fisioterapeuta!

¿ Por qué vienen hacia mí vestidos de policía? Pero son trajes de policía que no son como los de policía ¡ Y me apuntan con unas pistolas muy extrañas. Socorro. Nooo. ¡Disparan! ¿ Qué son esos largos filamentos de colores de gomaespuma que salen de las pistolas y me están enrollando los tobillos ?

¡Tengo que volar! ¡ Necesito volar! Arriba…arriba…si muevo los brazos, vuelo. ¡Vuelo! He conseguido despegarme de los filamentos. Se han roto.

Hay una claraboya abierta

Saldré por aquí. ¡Floto! Floto en el aire. Pero ahora caigo. Estoy cayendo…Caigo demasiado deprisa, ¡Caigo veloz!! Socoorrooo

<< Al calabozo, al calabozo, al calabozo>>

<< el tres se quedó en uno sin el dos>> <<El gatito comió la flor amarilla y se transformó>> <<Ormó… ormó…ormó…>>

Socoorrooo, socoorrooo

¿Quién me toca el hombro? ¿Quién me acaricia el cabello?

¿Dónde estoy?

<< ¿Qué te ocurre? Tranquilo, tranquilo…shhhh… Despierta…, estás soñando, tienes una pesadilla>>

Es Magda . La veo claramente con los ojos ya abiertos.

«¿ Tenías una pesadilla? ¿Qué te ocurría?», me pregunta.

«Qué hora es?» le pregunto yo

«La una y media» me responde. «

¿Del mediodía?», con temor de iniciar el día igual que en la pesadilla.

«Nooo – niega con voz de muy dormida – de la madrugada»

Le doy un beso en la mejilla y le digo «mañana ya te lo explicaré ¿vale? voy a dormir un par o tres de horas más». Compruebo antes, mirando en mi movil, que estamos ya a miércoles 14.

(Sílvia Rafi Gracia// 01/07/2025)

LETICIA R MENA

MALA SUERTE

Aquel martes 13 quiso el destino que se le antojara entrar en aquella tiendecita extraña.

No se sabía muy bien lo que allí se vendía. Desde fuera apenas si llamaba la atención. Por dentro todo eran estanterías abarrotadas del suelo al techo, con miles de frascos y frasquitos, de diferentes tamaños y formas, y a cual más raro y misterioso su contenido.

Uno de ellos llamó su atención y no dudo en cogerlo, primer error, y empezar a juguetear con él entre las manos, segundo error.

Él no era supersticioso, no creía en la mala suerte ni en todas esas bobadas. Así que, cuando el frasquito se resbaló de entre sus dedos y cayó al suelo, estallando el vidrio y esparciéndose su líquido contenido, no le dio más importancia que la de un accidente.

Cuando en ese mismo líquido viscoso se quedó atrapado su reflejo, tampoco le dio importancia.

Se disculpó con el, inexplicablemente horrorizado dependiente, pagó el desastre cometido y se disculpó de nuevo antes de marcharse.

No había salido aún de la tienda cuando el espeso líquido, que aún seguía en el suelo, extendiéndose sin prisa pero con decisión, empezó a cubrir los restos de la etiqueta de lo que antes era el frasco, y en la cual se había podido leer apenas unos minutos antes:

MALA SUERTE EMBOTELLADA

El hombre le echaría luego la culpa al día de todas las desgracias, pero lo cierto es que a veces, el pobre martes 13 no tiene la culpa de todo.

EL IDIOTA

Viernes trece.

Roberto Zamora se confesada ser un hombre agnóstico para nada supersticioso. Aseguraba no creer en coincidencias ni en la suerte. La casualidad era un invento humano, como los Dioses y las utopías. La buena y la mala suerte, eran solo un conjunto de pequeños factores que se van sucediendo y convergen en un momento preciso para culminar con un hecho que influye positiva o negativamente en la vida de una persona, región, país o universo. Nada sobrenatural ni divino.

Pero, por si acaso, solo por si acaso ( porque su abuela le había inculcado la inteligencia del beneficio de la duda y de no absolutizar, además de dejar siempre algo de cierto espacio a los desconocido para la mente humana ) y a causa de haber tenido un dia de perros, de nefastos instantes que le acarrearon perjuicios y ligeros daños en su persona, había decidido tomar unas galletas, el termo con café y dos botellas de agua, prender la televisión para no aburrirse y sentarse en el cómodo sofá con los pies levantados en línea recta hacia adelante, en tanto esperaba la terminación de la jornada bíblica, la de la creación: “ y atardeció y amaneció la mañana del primer día“ a pesar de ser consciente, según sus propias palabras, de estarse condenando a perder el tiempo en temas banales y distorsiones de la verdades en busca de audiencias, cosa muy común entre las estaciones de televisión de origen hispana.

Eran las cinco y treinta y cinco de la tarde cuando se sentó a esperar la terminación del día.

—De aquí no me muevo ni a mear.

Dijo a su esposa, quien muy extrañada de su comportamiento, exclamó enfadada:

—¡No me digas que ahora vas a creer en supersticiones! Hombre, que no pasa nada, que no se va a acabar el mundo por unos accidentes sin importancia.

Ella hablaba así porque no era su vida la que estaba expuesta, pensó Roberto y decidió hacer caso omiso a sus comentarios y centrarse en el análisis de las circunstancias que lo habían llevado al germen de la duda.

“ ¡Coño! Que solo faltaba que un perro lo meara” cosa improbable porque no tenían ninguno y por lo menos para él, las actividades del día habían culminado.

Y es, que no obstante de su filosofía, los acontecimientos se habían confabulado en su contra para demostrarle lo equivocado que estaba.

La noche de la víspera, cuando fue a acostarse, Carmen, su esposa, se había quedado dormida en el lado que le correspondía a él y para no despertarla, decidió usar el de ella.

Y fue el atardecer del primer dia y al amanecer, sin querer, se levantó, literalmente, con el pie izquierdo.

Los días de descanso, los viernes de cada semana, Carmen gustaba dormir un poco más, pero él no podía, se sentía molesto en la cama. Siempre se levantaba primero y preparaba el desayuno. Al echarle sal a la tortilla de huevos, el salero se deslizó de la mano, cayó al piso y se derramó. ¿Qué estaba pasando? ¿Será consecuencia de haberse levantado por el lado izquierdo de la cama? “ Bah, casualidad. ¿Casualidad? No, las manos mojadas fue la causa.

Terminó de recoger la sal del piso y la botó a la basura.

Más tarde, para aprovechar bien el dia y darle gusto a su esposa, desempacó la lámpara comprada por Amazon, buscó la escalera en el garaje y se subió a cambiar la vieja luminaria, pero al mirar hacia abajo para pedirle a ella que le alcanzara el destornilllador que habia olvidado sobre el centro de mesa de la sala, vio pasar un gato negro que le miró y maulló e inclusol le pareció que le guiñó un ojo y sonrió burlonamente.

—¿Y ese gato?

—¿Cuál? No veo ninguno.

Contestó Carmen buscando al felino.

“Un fallo en la matriz” se dijo recordando la película de Keanu Reeves e inmediatamente perdió el equilibrio y cayó de la escalera justo para estamparse contra el gran espejo de la pared de la sala y hacerlo añicos.

Muchos pedazos de cara lo miraban desde el piso, acusando de torpe.

Del accidente salió con un ligero dolor en el tobillo izquierdo y algunas que otras leves heridas a causa de los diminutos pedazos de vidrios incrustados en los brazos y la cara.

Apretó el botón de encendido y apareció en la pantalla:

Viernes 13 de junio de 2025.

Se puso de pie tan bruscamente que derramó el café sobre las galleticas, su ropa, el sofá y el piso.

—¡Cojones!

Fue lo único que se le ocurrió decir antes de apagar la tv y tirar el control remoto contra la repisa, rompiendo algunas vajillas de porcelana que allí estaban de adorno.

FURUKAWA CREATIVES

Sacrificio en martes trece.

La fría niebla se arrastraba por las calles empedradas, aferrándose a los adoquines como una loba hambrienta a su presa. El olor a humedad y a tierra mojada penetraba en la ropa, calando hasta los huesos. La luna llena, un disco pálido y amenazante, se asomaba entre las nubes, bañando la ciudad con una luz espectral. En una casa victoriana, en el corazón de la ciudad, la bruja Agata observaba a su presa.

—Ya casi, mi pequeña… —murmuró la bruja, su voz rasposa como el roce de ramas secas.

En la casa vecina, Lily jugaba en el jardín con su hermano mayor, Daniel, que sentía una inquietud creciente, una sensación de peligro que le helaba hasta las entrañas. El pequeño alzó la vista para encontrarse con la mirada fija y la sonrisa torcida de Agata, que parecía acechar a Lily desde la ventana.

―Lily, entra a la casa. Ahora ―le ordenó sin titubear.

―¿Por qué, Daniel? Estoy jugando ―la niña se quejó con desánimo.

―¡Confía en mí! ―el niño alzó un poco más la voz.

Lily, sintiendo la seriedad en la tonalidad de su hermano, obedeció.

Daniel caminó detrás de su hermana, y antes de entrar por la puerta de la cocina, se giró de nuevo hacia la ventana de Agata, quien, al verlos a ambos refugiarse en la casa, se retiró con una mueca de frustración.

Ambos terminaron de entrar a la casa, y Daniel detuvo a su hermana pequeña.

―No te acerques a esa casa, ¿entendido? ―apuntó hacia la casa de la vecina. ―No hables con ella, no le abras la puerta ―agregó mostrando un poco más su perturbación.

―¿Por qué, Daniel? ¿Qué pasa? ―Lily no comprendía qué estaba sucediendo.

―No lo sé; pero siento que algo muy malo va a pasar.

Los días se tiñeron de sombras. Daniel, atormentado por la inquietud, no podía conciliar el sueño. Cada hora, se levantaba y revisaba las ventanas, sintiendo el frío peso de la mirada de Agata clavada en ellos. La sensación de ser observado le erizaba la piel, como si un escalofrío constante recorriera su columna vertebral. Y definitivamente alguien los observaba. La mirada pálida de la luna llena, se abrió paso entre las nubes la noche del martes trece, iluminando la casa con una energía aterradora.

Esa noche, mientras la familia dormía, Daniel escuchó un crujido en el pasillo y se levantó. Una sombra se movía en el pasillo. Con su corazón martillando en su pecho, siguió el sonido hasta el estudio, donde la puerta estaba entreabierta. Se asomó con lentitud, descubriendo que en el centro de la habitación, Agata, con una túnica obscura y el rostro retorcido por la maldad, estaba frente a un caballete que sostenía una pintura. En el lienzo, el retrato de una niña de cabello dorado y ojos cerrados, reflejaban la inocencia; pero esa inocencia era una trampa, donde Lily yacía dormida.

―¡Déjala en paz! ―Daniel se apresuró a entrar, provocando que Agata se girara para verlo con esos ojos que irradiaban maldad.

―Te has entrometido, niño ―la voz que goteaba veneno, hizo que Daniel se frenara de golpe frente a la bruja. ―Has interrumpido mi trabajo. Ahora, pagarás las consecuencias ―con un movimiento de su mano, una niebla obscura y el aire espeso se extendió por la habitación.

Un torbellino de magia negra envolvió a Daniel, un abrazo frío y asfixiante. Sintió que su cuerpo se volvía pesado, como si estuviera sumergido en un mar de plomo. La magia, viscosa y pegajosa, se adhería a su piel, ahogándolo poco a poco. El dolor fue punzante cuando su alma se desprendió de su cuerpo. Se vio flotando, cayendo en un vacío obscuro. Luego, la luz.

Se encontró de pie, en el interior de la pintura. En el lienzo se mostraba una habitación victoriana, idéntica al estudio de su casa. Lily, dormida en el retrato, parecía respirar, su rostro sereno. Daniel intentó salir, golpear el marco; pero fue inútil, ambos eran parte de la pintura, atrapados en un ciclo sin fin.

―¡No! ¡No! ¡Lily! ―su grito se perdió en el silencio sepulcral de la pintura.

Agata, sonriendo con una satisfacción cruel, observaba la escena. La juventud, que había tomado de Lily, fluía por sus venas, rejuveneciéndola.

―Que tu sufrimiento sea eterno, niño; y que tu hermana, al despertar, nunca sepa lo que has sacrificado.

La bruja cerró la puerta del estudio, dejando a Daniel solo con la imagen de Lily, que dormía plácidamente en el retrato y quien sería su única compañía. Ambos, prisioneros de la eternidad del lienzo, fantasmas de un amor perdido y un destino sellado; servirían de recordatorio silencioso del poder de Agata y la crueldad del martes trece de luna llena.

No obstante, bajo la fría luz de la luna, un nuevo sonido comenzó a escucharse. Un suave golpeteo, como si alguien intentara escapar.

FRAN KMIL

VIERNES TRECE.

Pudo haber sucedido un día cualquiera y no precisamente el que prefirió la gente para adaptar la mala suerte de Onésimo al hecho de haberlo encontrado muerto en medio del potrero partido por un rayo durante la temporada veraniega de jornadas de sol y nada de nubes ni lluvia.

Onésimo cargaba con orgullo sobre sí, toda la mala suerte del pueblo.

—Este mundo no necesita equilibrio mientras yo viva.

Decía cuando la gente le pedía que contara las historias raras que le sucedían, entre ellas, haber sido el único abducido de Tierra negra y sus alrededores por inteligencia extraterrestre, que le devolvieron sano y salvo.

—Por inservible.

Se burlaba Pedro.

Se ufanaba de haber sido cagado por un pájaro en vuelo en medio de la plaza donde, además de él, había centenares de personas reunidos o de que lo atropellara precisamente una ambulancia en marcha atrás a la salida del hospital.

Onesimo se había cogido tan a pecho lo de la mala suerte, que lo disfrutaba.

—Soy especial, el elegido. Si apuesto gano, porque sé que voy a perder.

Por eso, cuando Mekeco encontró al cuerpo casi en descomposición y los médicos forense dictaminaron muerte por electrocución a causa de un rayo, alguien se fijó en el almanaque y fijó la fecha de ocurrencia del hecho el viernes 13 de junio porque no había otra igual para Onesimo y se lo merecía.

AXY LINDA

—¡Ya, vamos! ¡Déjate de supersticiones! —insistió Sergio —. No va a pasar nada, son inventos de gente ociosa.

—Será el sereno, pero yo no me subo a un avión en martes 13. Si me hubieras dicho la fecha, no acepto el viaje —respondió Silvia, cruzándose de brazos—. Tú verás cómo le haces, pero cambias los boletos.

—¡No se puede! ¡Está todo pagado! El hotel, las conexiones, los traslados… ¡Son los ahorros de más de un año! No vamos a perder el sueño de conocer Tailandia y los otros países por una tontería.

—No me harás subir ese día. ¡Seguro se cae!

—¡Por favor! ¡Qué locura! ¿Crees que los aviones se caen todos los martes 13?

La discusión siguió en bucle hasta que, resignado, Sergio accedió a cambiar el vuelo para un día después, pagando una diferencia extraordinaria. Silvia, feliz.

—¿Ves? No era tan difícil —dijo, mientras se abrochaba el cinturón.

Sergio murmuró entre dientes:

—¡Pero sí muy caro!

Todo transcurrió sin contratiempos. Disfrutaron del tour, comieron como reyes, tomaron mil fotos con paisajes de ensueño.

Al regresar, Silvia sentenció, victoriosa:

—¿Ves que fue buena idea cambiar la fecha? Así nada malo pasó.

—Ajá —gruñó Sergio, cargando las maletas.

Ya en casa, Sergio no veía el momento de revelarle la fecha. Ella, aún emocionada por haber montado un camello, un elefante, y probado comidas exóticas, no se percató del día exacto en que regresaron. Para Silvia, martes y viernes 13 eran días fatales.

Entonces, Sergio soltó una carcajada:

—Te dije que no hay días de mala suerte… ¡hoy es viernes 13!

FERNANDO LÓPEZ AGUILERA

Un día malo en la oficina.

“Tenemos que hablar, no creo que el universo esté en tu contra, amigo.”
Este fue el mensaje que recibió Ernesto en su teléfono. Hora de entrada del texto: las 23:13 horas de un viernes 13… pero antes, el día del muchacho había sido concurrido.

Sonó el despertador a las 7:15 de la mañana. Ernesto, que pensaba que todo estaba controlado, se giró en la cama para abrazar la comodidad de su santuario del descanso cinco minutitos más.
Cuando se propuso comenzar el día, se sentó al borde de la cama y estiró los brazos.

Echó una ojeada al reloj y… sorpresa: los minutos extra se habían alargado, y ya eran las 8:30 de la mañana. El día comenzaba a torcerse para el bueno de Ernesto. Cogió su teléfono y avisó en el trabajo de que llegaría tarde. Hizo lo que hace cada mañana, pero marcando tiempo de récord Guinness, y se presentó en la oficina cinco minutos más tarde de su horario de entrada.

Cuando quiso registrar el comienzo de su jornada laboral con el nuevo invento de la huella dactilar, el aparato le advirtió que contactara con el responsable, pues había excedido el tiempo para el registro. Ernesto comenzó a sentir cómo la primera gota de sudor le resbalaba por la frente.

—Don Enrique, ¿tiene un momento? —preguntó el muchacho, esperando pillarlo en su día bueno.
—Sí, claro, dime.
—Mire, que he tenido un problema con la nueva máquina para fichar. Me dice que estoy fuera de tiempo.
—Imagino que habrás llegado tarde. No te preocupes, a ver qué podemos hacer para solucionarlo —tras esto, el jefe zanjó la conversación y siguió ojeando un documento que tenía entre manos.

Ernesto sintió una extraña liberación, como cuando uno monta un mueble siguiendo cada paso del manual… y a la primera.

Se sentó en su puesto de trabajo y encendió el equipo. Pero al introducir las claves de acceso, el tiempo de la contraseña había expirado y tenía que generar una nueva. «Cosas del sistema para velar por la seguridad del trabajo», pensó.

Así que nada, se dispuso a generar una nueva contraseña. “A ver, voy a probar la de siempre metiendo algún punto o alguna mayúscula”, pensó. Le dio a validar el acceso y… “La contraseña introducida no es válida”.
Es cierto que durante las 16 primeras veces no perdió el control de la situación. Pero tras leer con calma las instrucciones para el cambio de contraseña, se puso un poquito nervioso, y más cuando, al introducir el vigésimo intento, el sistema le respondió con:
“Por seguridad hemos bloqueado su usuario, contacte con su servidor.”

Ernesto volvió a acudir a Don Enrique. Para aquel entonces, las gotas de sudor caían en cascada por su espalda.

El día transcurrió y, por fin, llegó la hora de la salida. Recogió pronto sus cosas y fue a buscar el coche. Tras una ojeada por el parking exterior, no logró verlo. Fue entonces cuando recurrió al curso de mindfulness que había realizado con la empresa el mes anterior.

—¿Qué pasa, Ernesto? Te veo perdido —le dijo un compañero mientras apuntaba con el mando a distancia a su coche para abrirlo.
—Nada, una tontería. ¿Te puedes creer que no me acuerdo dónde narices dejé el coche? —respondió mientras se rascaba la coronilla.
—Pues espero que no haya sido donde siempre, porque dejaron una nota de que no aparcáramos ahí. Iban a hacer no sé qué reforma —le dijo su compañero desde dentro de su coche.

Ernesto se detuvo a pensar. Para aquel entonces, el mindfulness ya había sido presa de su enfado. Las respiraciones controladas pasaron a ser fuertes resoplidos del toro que está a punto de embestir.
Efectivamente, con las prisas, encontró la nota que le advertía que su coche estaba a buen resguardo… en contra de su voluntad.

(Transcurridos 90 minutos en el aula una voz grave rompió el silencio)

—Vale, de acuerdo. El tiempo para realizar sus exámenes ha concluido —dijo don Hilario.

Llegó mi turno. Cogió mi prueba y se detuvo a ojearla. Tras breves minutos de lectura en diagonal, pronunció:
—Ernesto ha demostrado empatía y escucha activa… pero nada tiene que ver con los orígenes y desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
—No obstante —añadió tras reflexionar un instante—, parece que su suerte va a cambiar. Me parece que su historia está bien escrita. Se la pasaré a doña Estrella para que la valore. Eso sí: nosotros nos vemos en septiembre.

ANTONIO PRADES

LIMONIUM

Eran las seis y media de la mañana. El amanecer estaba envuelto en ese gris tibio de los veranos valencianos, un vapor denso que subía del asfalto. Otra noche tórrida. Otra noche de mierda. Otro caso que se escapaba entre el papeleo y cafés fríos en el asiento del Zeta. Apretaba los dientes con la misma fuerza con la que estrujaba el volante.

Su cuerpo ocupaba el asiento, dejado caer, el peso ya no era solo físico. Llevaba 13 horas de turno. Trece. Desde que tenía uso de razón, la inspectora Mila Estropezu odiaba el número 13. No era superstición, era pura estadística vital. Nació el martes 13 de julio de 1982 y la vida le venía torcida de fábrica.

Cada vez que algo le salía mal —y era frecuente— se preguntaba por qué el mundo no eliminaba el día 13 del calendario, como hacen algunas aerolíneas con las filas. Pasar del 12 al 14. “¿No sería más seguro para todos?”, se decía mientras lidiaba con testigos borrachos y kinkis impertinentes. La mala suerte era su sombra. En la comisaría, muchos bromeaban sobre si tocarla traía siete días de desgracia. Para ella, el 13 era una condena en bucle.

Mila era atractiva, sí. Poseía una belleza que los hombres no sabían cómo abordar. Una presencia que las mujeres miraban entre envidia y cautela. Esbelta pero corpulenta, por una genética vasco-carpática imposible de domar. Una mujer sólida. Caminaba recto, hablaba poco y resolvía crímenes. Por eso se hizo policía.

Su padre le había felicitado apenas hacía diez minutos, desde Rimetea, en el corazón de Transilvania. Había vuelto allí tras separarse de su madre, cuando Mila era aún muy pequeña y el apellido le pesaba demasiado. Era un rumano de pocas palabras, del que Mila apenas sabía más que llevaba el nombre de su abuela y la costumbre de enviarle postales con refranes gitanos sobre caballos, la vida nómada y la importancia de no tentar al destino.

Con su madre, una mujer testaruda de Hondarribia, tenía una relación más estrecha, pero no por ello mejor.

—Tú lo que tienes que hacer es dejarte de muertos y buscarte un hombre de verdad —le decía todas las noches por teléfono—, como tu prima Nerea, que ya tiene dos niñas.

Mila no quería niñas. Nunca las quiso. La inspectora Estropezu quería justicia. O al menos, encontrar ese jodido cadáver. Por eso apretaba con tanta fuerza el volante, el día de su cuarenta y tres aniversario, con media caja de ansiolíticos en el bolso. Se encontraba al borde del precipicio profesional y emocional. Se enfrentaba al caso que podía cambiarlo todo. O hundirla de manera definitiva. El cadáver de un fiscal anticorrupción llevaba dos semanas desaparecido y los medios la destriparían viva si la cagaba.

La noche anterior había sido un desastre. Pruebas desaparecidas. Pistas falsas. Una amenaza del jefe. “Esta es tu última oportunidad”. Un ademán de dejar la placa y la pistola sobre la mesa. Un resoplido furioso. Un gruñido ahogado. Acababa su turno con más ojeras que ojos y una rabia rechinante entre los dientes. Solo quería volver a casa, meterse en la bañera y replantearse todo.

—Igual mamá tiene razón —pensó—. Igual debería casarme y dejar de correr tras cadáveres.

Puso la radio. Silencio. Cambió a CD. Y ahí estaba: “Lost in the Supermarket”, de The Clash. Esa canción siempre le daba buen rollo y entró suave, el nudo que llevaba apretado dentro cedió. Le dio un chute inesperado de adrenalina y nostalgia. Subió el volumen.

Como si no importara nada, se puso a mover los brazos, golpeando el techo con la palma, moviendo los hombros como si tuviera veinte años y alguien le jurara que en medio del caos, bailar todavía era una opción válida. Empezó a desafiar al asfalto, a grito pelado, mientras volvía a la ciudad por la carretera del Saler. Por un instante, fue libre. Por un instante, fue una mujer normal.

Y entonces, como siempre, el universo reaccionó. No vio la curva. Ni la señal. Ni el bordillo. El coche derrapó. Con violencia. La envolvió un fuerte sonido a plástico y metales. Un impacto seco, brutal.

Durante unos segundos, se quedó clavada al asiento, intentando retener el corazón dentro del pecho. Con las manos aferradas al volante, respiró hondo. Miró por el parabrisas. Un cartel blanco y verde le devolvió la mirada.

“Microreserva de Flora: Limonium Palabrumenlatinum. Especie protegida. Zona acordonada.”

—No… no, no, no… Joder, Mila… —resopló—. Mecagüen mi vida. Ahora sí que la has cagado.

Bajó del coche y se acercó al parterre. Con las piernas temblorosas y el culo apretado. Frente al capó, una zona acordonada, plantas pequeñas con hojas en forma de roseta basal. Bonitas. Inofensivas. Acababa de aparcar encima de una condena administrativa.

—Si llaman a Medioambiente, me crujen —pensó

Tenía dos opciones: llamar a su jefe y pedir la baja voluntaria, o sacar el coche de encima de aquella dichosa hierba antes de que alguien la viera. Intentó sacar el coche marcha atrás, con suavidad. Un rugido del motor, una maniobra torpe pero eficaz. Las ruedas giraron, escupiendo barro. Logró liberar a la planta, aunque la tierra había quedado removida como una tarta devorada con demasiada prisa.

La tierra estaba extrañamente suelta, aquello no solo era por las ruedas. Se agachó, se puso de cuclillas, maldiciendo su pantalón ajustado. Acarició la tierra, por puro instinto, y en ese momento, lo sintió. Una textura distinta, fría, dura. Empujó más fuerte. Algo emergió. Un dedo. Humano. Pálido.

—No puede ser.

Mila parpadeó incrédula. Pensó que era un maniquí, una broma cruel de un jardinero desalmado. Pero no lo era. Desenterró con las manos desnudas y temblorosas hasta que apareció primero una mano entera, y luego parte de un brazo con un reloj en la muñeca. Reconoció la correa negra al instante. Era él. El fiscal. Enterrado justo bajo una planta protegida, en una zona en la que la ley prohíbe excavar sin permiso oficial. Nadie osaría escarbar ahí. Un escondite perfecto, que ella solo descubrió gracias a su maldita mala suerte.

Se incorporó con dificultad. El sol había salido del todo, y ahora brillaba sobre la Albufera con una belleza que rayaba en lo insultante. Marcó el número de su jefe.

—Lo tengo —dijo simplemente.

—¿Dónde?

—En la CV-500, en la Albufera. En la microrreserva. Bajo el limonium ese

—¿Qué hacías tú ahí?

Mila miró la escena, el coche torcido, la tierra removida, la planta aplastada que ahora parecía saludarla con resignación.

—Bailando —escupió.

Hubo silencio al otro lado.

—Que vengan ya. Y que traigan una buena excusa para los de Medioambiente.

Colgó. Se sentó en el capó, el sudor bajándole por la espalda. Por primera vez en mucho tiempo, sonrió. No era felicidad. Era algo más áspero. Una risa que nacía del absurdo. Sabía que su mala suerte no la abandonaría nunca, pero al menos hoy le había dado una pista.

Se quedó mirando la planta, maltrecha, resignada. Igual que ella. Acarició una hoja rota.

—Perdona, colega. Mala suerte.

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6 comentarios en «Viernes 13 / martes 13 – miniconcurso de relatos»

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