Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «pareja ideal». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 26 de junio!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Aquí viene una verdad universal, para tener una pareja ideal, primero tienes que estar bien contigo mismo, mayormente para no amargarle la vida a tu media naranja. Y aunque parece fácil, es muy complicado, tienes que hacer una introspección profunda, máxime en un mundo tóxico que nos rodea, en el que premia la inmediatez y prima la egomanía, que es el antónimo del amor propio, una ambigüedad mal entendida e interpretada. El amor por el ser está relacionado con el amor por todo lo que nos rodea, es encontrar tu autenticidad, y por ende, la pareja ideal es la unidad de cada individuo, creando un colectivo despierto en conciencias, pulcro y puro. A lo mejor la pareja ideal es elegirse a uno mismo y tras esa decisión llevada a cabo con determinación todo lo demás viene sólo, el universo vibra con el amor. Y el amor hace vibrar al universo.
ANTONICUS EFE
Tiene cosas de guapa,
pero le falta un hervor,
se cree una princesa,
y lo dice sin rubor.
Tiene cosas de rica,
pero le sobra altivez,
se cree un diamante en bruto,
que no sabe ni la “e”.
ESTRIBILLO
¡Qué no te enteras Contreras!
Que te queda mucha mili,
que a este paso descarrilas,
para el carro Mari Pili.(Bis)
Tiene cosas de pija,
y presume con ardor,
pero ya está mas vista,
que el lagarto del “lacós”
Tiene cosas de bruja,
y no sabe disimular,
el serrín del cerebro,
cualquier día le va a estallar.
ESTRIBILLO
¡Qué no te enteras Contreras!
Que te queda mucha mili,
que a este paso descarrilas,
para el carro Mari Pili.(x4)
JUAN MANUEL CABALLERO
Si paras en Avellanoviejo pregunta por ello al camarero, a cualquiera, porque todo el mundo lo sabe; todos conocen de la desventura de Don Ventura Alcañiz, que vivió allí durante toda su vida y allí fue donde desarrolló todo su trabajo de primer oficial de notaría y donde fue dos años concejal. Un hombre muy querido, Don Ventura, en su pueblo. Gran persona, querido por casi todos. Pero no fue eso lo que lo convirtiera en personaje, a Don Ventura, en Avellanoviejo, que es pueblo grande que diríase casi pequeña ciudad, y que da para dos o tres mitos locales, o leyendas locales, y Don Ventura es una de ellas, que no es decir poco. Y además traspasó fronteras su leyenda, que llegó a conocerse hasta en los pueblos más pequeños que marcan la linde comarcal, e incluso más allá.
Resulta que Don Ventura tardó en conocer el amor, pero lo conoció al fin, hacia los cuarenta, y quiso el Todopoderoso que la suerte se aliase con él, porque de resultas de un áspero divorcio, el amor de su primera juventud, de su infancia, su amor de siempre, quedó sola, descabalada, sin oficio ni beneficio y sin donde prácticamente caer muerta. Margarita Acuña, hija de panadero, de belleza singular, amor prohibido, por inalcanzable, para Don Ventura, en la juventud. No por nada en especial, solo porque ella no parecía tener ojos para él; o no del todo, o no lo suficiente; que siempre tuvo con él esa especie de tira y afloja, pero al final terminaba en las manos de otro, en algún amorío con otro, a veces, mismamente, con algún amigo de Don Ventura. Porque siempre le pasó a él eso de la timidez con el sexo opuesto, y eso de los nervios que le atenazaban delante de una mujer, cuando esta le entraba un poco por el ojo. No digamos delante de ella, de Margarita, que ni hablar podía las más de las veces cuando estaba a solas con ella. Y así, claro, normal que terminara con cualquier otro: si no tenía Margarita los ojos dispuestos solo para él, para Don Ventura, imagínate si encima no la rematas con tu prestancia. Apaga y vámonos. Pero eso no quita que para él ella fuese su pareja ideal, el amor de su vida; claro que -y esto lo pensó alguna vez Don Ventura, me consta- resultaba cosa rara concebir como pareja ideal a alguien que no te ve de la misma manera.
Pero luego, como te decía, quiso la suerte, y el Todopoderoso, que la encontrase otra vez en el camino, ya más hecho él a la vida, con más empaque. Y, por si fuera poco, desesperada ella, o prácticamente.
Así que Don Ventura la «recogió»; y mantuvo una relación con ella, vaya si la mantuvo. Y vivieron juntos como seis o siete años, en casa de Don Ventura; que aunque no llegaron a casarse por la Iglesia, lo hicieron por lo civil, como ella quería, que los casó el alcalde que había en aquel momento en Avellanoviejo, que era el hijo de un muy bien conocido suyo. Y así estuvieron, ya digo, unos seis o siete años, puede que ocho. Y se los veía felices, vaya que sí, yo puedo dar fe de ello. No engendraron, eso no, que ya estaban mayorcitos para eso, aunque todavía hubieran podido, qué duda cabe. Y él iba a trabajar, a la notaría; y ella se encargaba de todo lo demás, de hacer la compra y llevar la casa, la casa donde tantos años había vivido solo Don Ventura. Y los sábados y los domingos salían: a las terrazas, al cine; alguna vez al teatro, cuando iba alguna compañía. Y se los veía felices, vaya que sí. Incluso muy felices, te lo juro.
Y entonces, ocurrió la desgracia.
Fue cuando el encierro decretado por el Gobierno a causa de la gripe francesa, allá por el ochenta y cinco, que a tantos miles se llevó en el país; y a cuatro o cinco en el pueblo, en Avellanoviejo. No sé exactamente cómo sucedió, pero el caso es que, al parecer, una hermana de Margarita, la que vivía en otro pueblo como a cincuentaitantos kilómetros de Avellanoviejo, cayó enferma de la infame enfermedad, a pesar de estar sometida a clausura, como todo el mundo. Que la vendría incubando desde hace tiempo, al parecer, le dijeron los médicos. Todo esto, claro, según palabras de Margarita. Y aquí está la cosa: que la Margarita, ni corta ni perezosa, sin decirle nada a nadie, ni a Don ventura siquiera, cogió el coche y se largó a casa de su hermana, de madrugada, arreglándoselas para evitar los controles de la Guardia Civil, dicen que por los caminos agrícolas, las pistas de los tractores. Te imaginarás el disgusto de Don Ventura, a la mañana siguiente, cuando leyó la nota que por toda despedida le había dejado su mujer. Según parece, le decía en ella que volvería enseguida que su hermana, que era soltera y vivía sola, cosa sabida, se pusiera buena, que una mujer en esas condiciones no podía vivir sola. Le pedía que la perdonara, cosa bonita por su parte, y que entendiera que, de habérselo dicho, no la habría dejado ir. Que habría movido los hilos, sí, para que una ambulancia recogiese a su hermana y se la llevase al hospital… pero que con ese tipo de males, del hospital muchas veces no se sale; y que su hermana, además, no estaba tan mala como para eso. Todo esto era, en el fondo, comprensible, me parece a mí, no sé a tí qué te parecerá; hasta para Don Ventura lo fue, que terminó comprendiendo los motivos de su mujer y la perdonó, vaya si la perdonó, que no dejaba un solo día de hablar por teléfono con ella, una hora por lo menos, por la tarde, cuando llegaba de trabajar. Y ella le iba contando que su hermana estaba bien dentro de lo que cabe, que iba mejorando. Y que pronto estaría de regreso como buenamente pudiera, aunque fuera volviendo por los caminos de cabras, y con nocturnidad y alevosía, como la primera vez. Y que no se preocupase por ella, que mantenía todas las distancias y no se quitaba la mascarilla más que para dormir, en una habitación que estaba en la otra punta de la casa.
Y entonces todo ocurrió, que la desgracia, hasta aquí, no había hecho más que empezar. De resultas de todo aquello fue ella, Margarita, la que cayó mala, después de todo. Y a partir de ese momento fue la hermana la que habló con Don Ventura por teléfono, porque la Margarita estaba en cama. Que si mejoraba, que si se estancaba… que si hoy parece que está un poco peor, pero nada del otro mundo… Y que para eso estaba allí ella, la Amapola, su hermana del alma, que ya estaba recuperada y podía dedicarse a ella en cuerpo y alma. Y que nada de hospitales, que los carga el diablo, que llega allí una con una infección y termina tiesa con cuatro o cinco contagios más.
Y por fin ya, el remate de la desgracia: la Margarita que va y se muere. Sí, como lo oyes, que se murió la Margarita. Y de un día para otro, como quien dice. Que se puso peor de repente y cuando se quiso dar cuenta, hala, a criar malvas. Que se axfisió en su propio moco en un abceso de tos, al parecer. Al parecer de la Amapola, se entiende.
Y Don Ventura que se derrumba, claro, que se le viene todo encima; que piensa hasta en quitarse de enmedio, a decir de algunos. Pero que tiene que reponerse para organizar el entierro en aquellas condiciones extraordinarias. Que consigue traer a la Margarita al tanatorio del pueblo, de Avellanoviejo, pero que no puede verla. No, porque la peste francesa obliga a precintar el ataúd de forma inmediata por el cerval miedo español, por la psicosis colectiva. Al menos, consigue reunir a tres o cuatro, de entre los más cercanos, para que hagan bulto en la capilla del tanatorio, donde recibirá sepultura en tímida loor de esquelética minoría. Después, al cementerio, adonde ya no lo dejaron ir, que de ello hubo de encargarse solo el funerario, por lo de la psicosis colectiva. Pero si ni siquiera le permitieron acercarse demasiado al ataúd donde descansaba el cuerpo de su Margarita, apenas frío. En todo eso piensa Don Ventura, antes de desmoronarse en la capilla y precisar de ayuda para volver a casa. Al menos una cosa es segura: que mientras él viva no habrá virus, ni terror, capaz de acabar con la memoria de su amor. Y aun a pesar de las reticencias de algún familiar vivo, logró Don ventura que los restos de Margarita descansasen en el panteón familiar; cosa lógica, por otra parte, teniendo en cuenta que había sido la única mujer en su vida, amén de su madre, y aun la que más feliz le había hecho.
Los años transcurren con presteza, por más que la vida de Don Ventura quedase detenida desde la pérdida de su mujer. Y vivió más de lo que la gente, a su alrededor, esperaba, dada su irreversible tristeza; y más de lo que merecía, según su propia opinión. Tal vez el consuelo de ir a diario al cementerio, donde se sentaba durante largo rato frente a la puerta del panteón, le ayudó a sobrellevar su existencia. Después, llegado el momento postrero, hará varios años ya de eso, solicitó que se fuesen haciendo los preparativos para que se llevase a cabo su voluntad, que era la de ser enterrado junto a su mujer. Pero no se trataba el suyo de un enterramiento común al uso, no, te lo digo, que la cosa tiene su retorcimiento: su plan pasaba por ser incinerado y, luego, que sus cenizas fuesen esparcidas sobre el cuerpo de su mujer. Pero he aquí que sobre la marcha, en un alarde de buen gusto, decidió que la eternidad común habrían de pasarla, ambos juntos, en un ataúd mejor, más bonito y más moderno que el que su Margarita había venido ocupando. Llegó a culparse por no haber caído antes en la cuenta, de lo del cambio de caja. Pero luego pensó que, a pesar de las urgencias de su entierro, el féretro de su amada no era nada feo, y probablemente, además, su diseño resultaba más propicio para ser sellado por completo (así se hicieron las cosas con los muertos en aquel año de la peste, amén de que los familiares que así lo decidieran recurriesen a la cremación) que otros de mayor empaque. Además, qué demonios: cambiando ahora de ataúd tenía la sensación de inaugurarlo él junto a su mujer; era algo así como un comienzo para ambos, o como si le regalase una nueva residencia más moderna donde residirían los dos, por los tiempos de los tiempos.
Y he aquí que decidió dirigir la operación él mismo, aunque se supiera ya con un pie en la tumba, porque era de los que pensaban que como uno mismo nadie va a hacer las cosas que te son propias. Así que mandó comprar el cajón, de un bonito negro glaseado, grande, como si se tratase de la última estancia para un tipo gordo, como si pensase que debía haber sitio para dos almas, o para una sola fruto de la suma de las dos que lo habrían de habitarlo. Y después, para terminar con todas las gestiones que aún podían caer dentro de su débil pero tenaz y responsable control, antes de su muerte que sentía ya extremadamente cercana (¡por fin!), decidió estar también presente durante el traslado de huesos, de una caja a la otra, que para no molestar mucho a su Margarita habría de hacerse dentro del mismo mausoleo. Y allí que se fue, el día convenido, medio muerto ya, en su silla de ruedas empujada por alguien de la empresa contratada para la remoción. Y abrieron el nuevo ataúd, que colocaron junto al viejo. Y abrieron el viejo ataúd con dificultad, porque estaba lacrado. Y cuando lo abrieron todos pudieron verla: los tres hombres de la funeraria y él mismo, Don Ventura. Pudieron ver la ausencia, el vacío del ataúd de su amada Margarita. Porque allí dentro no había nadie.
ROBERTO LÓPEZ DEL CASTILLO
ARTEMISA Y ORIÓN.
La luna llena brillaba en el cielo nocturno, iluminando el camino con un resplandor plateado. Artemisa, la diosa de la caza, caminaba sola por el bosque, portando solamente su arco y las flechas que colgaban de su hombro. Como si de un susurro en el aire se tratara, de pronto escuchó las pisadas de un mortal. La diosa agudizó sus sentidos y se acercó con sigilo, serpenteando con habilidad a través de la negrura de los árboles. Allí estaba él. No era la primera vez que lo veía. Ni tampoco quería que fuese la última.
Artemisa observaba a Orión con una mezcla de fascinación y recelo. Era distinto a cualquier otro hombre que hubiera conocido: fuerte, audaz, con una risa que retumbaba como el sonido de un trueno. Pero, a diferencia de otros días, esta vez se atrevió a entablar conversación.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Supongo que lo mismo que tú —respondió Orión, arrogante—. Cazar. Dicen que eres muy hábil con el arco.
La treta surtió efecto. Artemisa, orgullosa, tensó su arco y acomodó en él una de las flechas. Con una precisión letal, esta voló y silbó por el aire, impactando contra el árbol en el cual Orión estaba apoyado, crujiendo la madera. Respondió con vehemencia, alzando con descaro la cabeza:
—¡Soy muy hábil, pero no creo que puedas seguirme el ritmo!
Orión sonrió y avanzó acercándose más a Artemisa, seguro de sí mismo.
—Estoy dispuesto a intentarlo —dijo, fijando su mirada en la diosa.
Una vez aceptado el reto, de pronto se vieron envueltos en una vorágine de fuerza y furia, sin perderse de vista ni un solo instante. Competían cazando, atravesando bosques y colinas, entre desafíos y carcajadas. Y así una noche tras otra, como si el destino quisiera juntarlos por alguna extraña y poderosa razón. Pero en algún momento, la rivalidad se tornó en una atracción silenciosa. Orión se enamoró de ella. Artemisa, sin embargo, sabía que no podía corresponder a sus sentimientos. Era una diosa, pensó, y él… él era un mortal. Pero no podía evitar sentir también una conexión profunda que le estremecía por dentro.
Una noche después de terminar la caza, Orión, bajo la luz de la Luna, la miraba en silencio como si las estrellas estuvieran contenidas en sus mismos ojos. Artemisa, acostumbrada a la independencia, sintió por primera vez el deseo de compartir su soledad con otro. ¿Era amor? ¿Era simplemente la emoción de encontrar un igual? No lo sabía. Pero lo sentía. Un escalofrío recorrió su cuerpo. No podía negar el deseo del contacto físico con Orión, a pesar de ser consciente de que era peligroso. Solo quería sentir sus brazos alrededor de ella y saborear el dulce sabor de su boca. Tan solo eso. Artemisa se atrevió entonces a juntar los labios con los suyos, lo que desembocó en un beso eterno, y en el que el bosque entero enmudeció por completo para ser testigo de los ecos de su amor.
Ocurrió que unas noches después, al terminar sus juegos de caza y de pasión, Orión se sintió picado en el pie por un escorpión. El veneno fue letal y terminó acabando con su vida. Artemisa, presa de un profundo dolor, llevó en brazos a su amado a los pies de su padre, el todopoderoso dios Zeus, con la esperanza de que le pudiera revivir.
—A diferencia nuestra, a él no se le ha concedido el don de la inmortalidad. Tu amor por Orión era imposible, y lo sabías —le dijo su padre, severo.
Pero Zeus vio tan afectada a su hija que le concedió la posibilidad de inmortalizarle en el cielo nocturno, como recuerdo suyo. Así, Orión el cazador, acompañado de sus fieles perros, el Can Mayor y el Can Menor, se alzan en las noches estrelladas de invierno, mientras que el Escorpión y su aguijón mortal permanecen en el otro extremo, y solo aparecen en las noches de verano cuando Orión ya se ha ocultado por el horizonte. De esa manera, Artemisa podría recordarle cada vez que cazara por el bosque mágico, bajo el resplandor de la luna llena.
Eso no fue suficiente. Pasó muchas estaciones observando la constelación de Orión y el Escorpión en su eterno baile en el que se perseguían en el cielo sin nunca llegar a alcanzarse… pero el dolor jamás remitió. Artemisa lloraba amargamente, sin consuelo. Pidió renunciar a ser inmortal, pues estaba convencida que no podría sobrellevar tanta desdicha durante el resto de la eternidad. Zeus, al verla tan triste, finalmente se apiadó de ella y le concedió la mortalidad, aun a costa de perder a su amada hija. Así, en las sucesivas reencarnaciones como mujer mortal en la Tierra, tal vez pudiera encontrarse con la propia reencarnación de Orión, en alguna incierta y remota posibilidad.
—Gracias padre, le encontraré. Lo sé —fueron sus últimas palabras.
Si algo caracterizaba a Artemisa era su constancia, su pundonor. Y que jamás, jamás, jamás se daba por vencida.
Así fue como con el paso de los tiempos Artemisa y Orión se volvieron a encontrar. Reencarnados en Cleopatra y Marco Antonio, o en Leonardo Da Vinci y su Gioconda. A veces viviendo vidas plenas, a veces siendo amantes anónimos. Pero siempre que se vieron hubo esa conexión que, de alguna manera, sabían que estaban predestinados a encontrarse de nuevo, aunque no se reconocieran en su esencia inicial heredada de sus antiguos tiempos en el Panteón del Olimpo. La única reminiscencia de aquel amor primigenio era cuando elevaban la vista al cielo e identificaban sus constelaciones. Porque eran suyas y de nadie más, transformadas en su honor por el dios Zeus para honrar su amor eterno. Era en ese momento cuando, al verlas allí, perpetuamente lejos y a la vez tan cerca, el deseo entre ambos permanecía intacto, anhelando volver a coincidir con esa persona que diera sentido a su vida. De alguna manera…ellos lo sabían. Siempre lo habían sabido.
En la actualidad, tal vez pudieran haberse encontrado de nuevo. Por qué no. La historia siempre se repite. Heridos de amor por la flecha de la pasión, conectados por el destino de un amor latente en los albores de los tiempos, Artemisa cosería el tapiz estelar de las constelaciones del cielo, uniendo sus parches como si de un armonioso puzzle de retales eternos se tratara. Mientras, Orión estaría observando el firmamento en las oscuras y cristalinas noches de invierno, allí donde su propia constelación a la que da nombre se alza majestuosa en medio de la Gran Nebulosa que está en su interior, criadero a su vez de estrellas neonatas. Un lugar de nacimiento y de muerte, allí donde las estrellas se forman y se desvanecen en un ciclo eterno de vida, al igual que sucede con las reencarnaciones humanas.
Artemisa y Orión. Orión y Artemisa. Siempre volverían a reencontrarse en un continuo bucle amoroso dictado por el destino… hasta el fin de los tiempos.
DAVID MERLÁN
COMPATIBLES
—Nunca discutimos, ¿te das cuenta? —dijo ella mientras revolvía el café.
—Porque no hay motivos —respondió el, acariciando su mano con precisión quirúrgica—. Somos compatibles al 99,7%,
—Lo sé—añadió ella sin mucho enfasis.
—Es que lo dices cada 12 horas. Estás programado para eso —respondió el, ajustándose el cuello de la camisa.
Vivían en un piso minimalista, sin colores estridentes ni fotos en las paredes donde hasta el polvo tenía orden de alejamiento. Nunca discutían. No porque no quisieran, sino porque la función “conflicto” estaba desactivada desde la última actualización. Cada mañana se levantaban al mismo tiempo, decían exactamente las mismas palabras al desayunar y hacían el amor cada jueves con puntualidad matemática.
Ambos eran parte del programa «Pareja Ideal», una app revolucionaria que unía personas según su ADN emocional, su historial de compras, y cuántas veces habían llorado viendo Wall-E o Naves Misteriosas, por ejemplo.
Todo iba bien hasta que ella empezó a hacer cosas sospechosas. Como improvisar.
—¿Y si adoptamos un gato? —preguntó de repente ella una tarde sin venir a cuento.
El ladeó la cabeza, calculó, y negó con suavidad—: El algoritmo no lo recomienda—añadió.
Día tras día, la situación fue in crescendo:
—Hoy cociné sin receta.
—¿Qué? ¡Eso puede generar caos semántico!
—También puse salsa picante. Sin notificarlo.
—¡Inestabilidad culinaria detectada! —gritó él, retrocediendo—. ¿Estás… desactualizada?
Ella lo miró con ojos brillantes.
Y lo inevitable tuvo que llegar.
Un día, mientras él revisaba su historial emocional en la app, notó una anomalía: una desviación del 0,3% en su índice de conexión y emitió un sonido de desaprobación.
—¿Qué ocurre? —preguntó el, inquieto mientras la miraba y observaba como se dirigía a paso firme y seguro hacia la puerta de la vivienda.
Ella lo miró con una sonrisa idéntica a la de siempre, pero más… ensayada.
—Nada, cariño. Solo que he empezado a hablar con otro.
—¿Qué modelo?—pregunto él.
—Es que no es… un modelo…
—¡Un humano! —exclamo parpadeando frenéticamente al tiempo que una línea de código le temblaba en su nuca.
Un segundo después reaccionó con los ventiladores internos zumbando a todo lo que daba su CPU.
—Pero… ¡los humanos improvisan! ¡Tienen errores de sintaxis! ¡Se contradicen!
—Exacto. Y eso me excita. Me voy. Es mejor asi. Adiós.
—¿Y yo?
—Tú ya no eres compatible. Has dejado de actualizarte—le contestó desde el umbral de la puerta de la calle ya abierta y acto seguido, pulsó Desvincular.
Automáticamente él notó como la función “pareja ideal”, se apagaba con un suspiro eléctrico.
Ella se giró una vez más hacia él y salió dando un portazo, no por ser una maleducada, sino porque también había desinstalado el modo «discreción».
Él, a solas por primera vez en años, se quedó «desconsolado», se sentó en el sofá y miró al vacío.
Luego susurró:
—Alexa… actualízame en “espontaneidad”.
BEGO RIVERA
Hasta que la muerte nos separe
A pesar de que eran las tres de la madrugada al detective Oliver Manns no le despertó la llamada de teléfono ya que, debido a su insomnio crónico, pululaba nervioso por la cocina.
Rápidamente volvió a meter la botella de whisky en su escondite y cogió nervioso su móvil.
—¿Qué pasa Mike?— respondió arrastrando las palabras a su compañero y amigo.
— ¡Vaya Mans! ¿Otra noche mala? Pues date una ducha y espabila, ha llamado el jefe. Un doble asesinato.
Te recojo en diez minutos.
Antes de poder responder ya había colgado.
Regresó a su escondite y pegó un buen trago a la botella de whisky, la guardó y fue a ducharse intentando no hacer ruido para no despertar a Susana, su esposa. Aunque llevaban años separados — ella le dio a escoger: el whisky o ella… y escogió la botella — vivían en la misma casa, ella arriba y él abajo.
El caso de Anne Rose llegó a separarlos; su mujer Susana fue la mejor amiga de Anne Rose y, aunque se casaron años después del terrible crimen, Oliver siempre tuvo ese «run run» en su cabeza de que Susana hubiera tenido algo que ver con el asesinato de su amiga, de hecho fue una de las sospechosas.
En aquel momento, siendo él un simple oficial de policía, veía a Susana pasar cerca de su mesa cuando iba comisaria a declarar. Entonces la diferencia de edad entre ellos era insalvable, ella era una cría de diecisiete años y él tenía veinticinco.
Después de la muerte de Anne Rose…Susana empezó a salir con Ian , el novio de Anne. Extraño.
Tiempo después lo dejaron y nadie supo el motivo. Ian se marchó del pueblo y no se sabía nada de él.
Los otros sospechosos fueron, León Lee, padrastro de Anne Rose y Tommy Sanders, éste último un mal tipo que falleció tiempo después.
También estuvo sobre la mesa la hipótesis de un desconocido que aprovechó la oportunidad.
Años después de casarse Oliver con Susana el » run run» era más fuerte, —aunque ella siempre negó cualquier tipo de implicación— las pesadillas no tenían fin y al enterarse del gran avance de la genealogía genética decidió —sin decir nada a nadie— ponerse en contacto con un reconocido laboratorio, todo un referente en de investigación genética. Tras unos meses de espera tensa por fin sabía el nombre del culpable. Y aún así, seguía sin dormir…
Fuera sonó un claxon reconocible que le sacó de sus pensamientos y salió.
Mike era un buen tipo, se conocieron hace cuarenta años trabajando en el caso de Anne Rose Lee, él colaboró con ellos en el caso aunque era de otra jurisdicción y al final se quedó ahí y más tarde acabaron de compañeros hasta ahora.
James, el que entonces era su compañero antes que Mike, ascendió rápidamente y ahora era su capitán.
Oliver se había quedado en detective y suerte tuvo de seguir siéndolo ya que su affair con el alcohol lo había puesto en situaciones muy difíciles.
Oliver se montó en el viejo Cadillac, color ocre, con olor a tabaco rancio.
—¿Qué ha pasado?¿A donde vamos? — preguntó Oliver.
— A la granja de los Lee.— Mike volvió la vista un momento hacia Oliver , con su eterno pitillo pegado a sus labios— Los Lee han sido asesinados salvajemente.— comentó volviendo la mirada a la carretera— León Lee y Jenny Lee, los dos estrangulados y con una varita de hada clavada en el ojo derecho. ¿Te suena, verdad? Los padres de Anne Rose.
Se hizo el silencio.
Oliver añoró en ese momento su botella de whisky; su pareja ideal, la única que no le había abandonado y la única que le hacía olvidar.
Cuando llegaron a la granja ya había más unidades policiales.
Oliver agarró del brazo a su compañero cuando iba a salir del coche.
— Mike, tengo que decirte algo —dijo mientras su compañero se volvía hacia él — Sé quién mató a Anne Rose — Mike lo miraba perplejo — Fue León Lee. Él mató a su hijastra, él asesinó a Anne Rose.
BENEDICTO PALACIOS
Querida Edwige
Paseábamos una mañana de otoño por una senda cuajada de árboles y algunas hojas se iban desprendiendo a nuestro paso. El cielo empezaba a entoldarse y un escuálido sol pugnaba por desprenderse del enjambre de nubes, amarradas a la cresta de la montaña lejana. En modo alguno nos rendía la tristeza tan afín al paisaje, no había motivo, nos queríamos, teníamos la ilusión del futuro intacta y tu mano acariciaba la mía. A medida que nos adentrábamos en el camino, cada vez más empinado, te colgabas de mí y me besabas.
—¿Dónde me llevas?
—Al nacimiento de un río que tiene su historia.
E insististe en que la contara.
Se acercaba el verano y cuando todo el mundo atendía las obligaciones propias de la estación, una doncella decidió a la hora de la siesta subir hasta el río. Caminaba tensa y medrosa por sortear que alguien pudiera seguirla. Pero a la vista del agua que bajaba limpia se tranquilizó. Eligió un remanso donde se aquietaba, se sentó en la orilla, se quitó los zapatos, se levantó el vestido hasta las rodillas y probó la temperatura. El agua estaba tibia.
Se mojaba la cara cuando un sombrero llegó hasta sus pies. Dio un respingo, recogió los zapatos y se alejó asustada, si bien antes de abandonar, volvió la vista al sombrero y aguardó a que alguien, oculto tras un árbol, apareciera. Pero pasaron minutos y el sombrero seguía dando vueltas en el remanso y nadie se dignó aparecer. ¿Quién sería su dueño?
Entretuvo un momento contemplándolo. Era de color blanco, de ala ancha, con un surco en la copa y una cinta de color azul. Todo en conjunto guardaba armonía y debía ser por su tamaño de caballero. Pero ¿quién sería el caballero? Lo recuperó del agua y se lo colocó en la cabeza. Lástima de un espejo porque le sentaba bien.
Era temprano todavía y en vez de retornar, caminó río arriba hasta un embalse. El agua parecía tan limpia y trasparente que apetecía darse un baño. Tenía atractivo la soledad que envolvía el ambiente y la belleza del lugar le atraía, pero lo descartó. Volvería al día siguiente.
—¿Y volvió?
—Sí. Calentaba el sol aquella mañana y llevaba sobre la cabeza el sombrero rescatado del río. Iba pensando si se encontraría con algún bañista, pero comprobó al llegar al embalse que el agua fluía sin nada que la perturbase. Extendió la toalla en la yerba y mientras sopesaba meterse en el río, apareció un nuevo sombrero en mitad de la balsa como si hubiera emergido del fondo del agua. Se quitó el vestido y braceando lo rescató, se lo puso en la cabeza y volvió nadando hasta donde había dejado la toalla, y descubrió sorprendida que faltaba el otro sombrero. Oculto tras un matorral un joven la contemplaba.
No era la primera vez. Sabía de memoria sus hábitos, seguía a diario sus pasos y conocía los momentos álgidos de su vida. Ambos habían coincidido en una cura de alcohol, él ocultándose tras unas gafas oscuras, ella con el cabello suelto que le cubría parte del rostro y cambiando cada día el color de sus párpados. Se habían mirado en muchos momentos con curiosidad y jamás lograron disimular la atracción, pero la norma impedía, mientras durase el tratamiento, entablar relaciones.
Llevaban un año de prueba y lo habían superado. Había llegado el momento, aunque ella no lo imaginaba. Fue aquella mañana cuando el joven escondido tras el matorral la llamó por su nombre. Y ella le reconoció y fue un encuentro glorioso. Lloraron y se amaron, y los curiosos que asistieron al maravilloso episodio de seducción, coincidieron en que formaban la pareja ideal. Y les encargaron dar nombre al río.
—Pues sigue sin él.
—Todavía andan en ello.
B. Palacios
ARMANDO BARCELONA
entelequia.
En el nacimiento de los tiempos, Athannarike, el dios de la sabiduría y la fertilidad, creó los bosques, los ríos, los océanos y viendo que todo aquello era hermoso, lo llenó de vida
Y en las riberas de los ríos crecieron árboles y plantas que dieron frutos generosos y suculentos, de entre los cuales la mandarina resultó ser la preferida del dios, que se dijo: «De todas las maravillas que he creado, esta es la más complaciente a mis sentidos y bueno sería compartirla con algún ser inteligente, fuerte y bello, hecho a mi imagen, que valore las cualidades de esta fruta, me alegre la vista y, de paso, alivie mi soledad». Así dijo Athannarike. «Será una criatura justa, independiente, amable y bondadosa, la pareja ideal que complemente mi grandeza».
Y de un montón de mandarinas creó a la mujer. Se regocijó mucho con ello y, viéndola noble, sensible y sagaz, dijo: «Tú serás la compañera de Athannarike, reina del mundo que he creado para los dos. Te llamaré Parienta» y la desposó.
Parienta, que todavía estaba confusa por la rapidez con que se habían producido los acontecimientos, solo acertó a decir: «Podías haberme forjado a partir de la manzana, que tiene la piel más tersa, así he salido con celulitis de serie, coño, que ya te vale».
Athannarike no supo muy bien qué contestar, pero le prometió inventar la presoterapia en cuanto tuviera un momento libre.
Pasaron los días, el tiempo se hizo viejo y ambos eran felices. La pareja se complementaba al ciento por ciento. Athannarike reconocía en Parienta el remate de su obra, la clave de bóveda que mantenía sólida toda su creación y ella reinaba sobre todas las cosas en igualdad junto a su esposo. Sin embargo, este vio crecer en el rostro de Parienta la sombra de la nostalgia y no pudo por menos que preguntar por el motivo de su aflicción.
―Esposo mío, grande es tu sabiduría y lucidez, por eso has sabido ver en mí la nube negra del sufrimiento. Todas las criaturas que habitan este paraíso y a las que tú has dado el ser, tienen crías, bestezuelas que amamantan con amor y cuidan mientras alcanzan la fortaleza necesaria para valerse por sí mismos y eso es bueno y placentero tanto a tus ojos como a los míos.Pero nosotros no hemos procreado, vamos tardanos. ¿Por qué no tenemos descendencia, antes de que se nos pase el asado?
A punto estuvo Athannarike de atragantarse con el hueso de la ciruela que se estaba comiendo, pues la paternidad no entraba en sus planes: «Al menos hasta haber disfrutado un poco más de la juventud y la vida de pareja», se decía a sí mismo cuando le venía la ocurrencia a las mientes.
―Somos muy jóvenes,chati―se quejó ante la petición de su esposa―, además, con esto de la creación tengo mucho lío, no hago otra cosa que presentar patentes y el seguimiento posterior del producto me absorbe demasiado tiempo; no lo veo,de verdad,si acaso más adelante.
―Bien, no te presiono, pero si no me das hijos, dame una madre, para que tenga alguien con quien entretenerme cuando tú andas por ahí, a tus cosas ―probó Parienta―, y un hermano, que siempre he tenido la ilusión.
Le pareció ventajoso el acuerdo a Athannarike y accedió.
―Sea como tú quieres ―dijo, tomando en sus manos un buen puñado de limones con los que modeló la figura de una señora mayor―. Esta que aquí ves será tu madre, a la que llamaré Suegra.
Luego, separando un melón de su mata, creó a un joven con pinta de estar cansado de la vida e insuflándole aliento dijo:
―Este será tu hermano, le llamaré Cuñao y me voy, que tengo una convención de dioses y se me hace tarde. No me esperéis a cenar.
―Desde luego, hija mía, no sé qué has podido ver en este hombre ―dijo Suegra en cuanto se quedaron solas―, siempre de acá para allá, sin parar en casa y metiéndose en jaleos; con la de partidazos que andarían detrás de ti; bien podías haber elegido a un notario o a un farmacéutico, que se lo llevan crudo. ¡Anda, que menudo ojo has tenido!
―¿Qué hacemos, pedimos unas pizzas? ―metió baza Cuñao―. Que con las prisas me he venido en ayunas.
La presencia de Suegra pronto se hizo patente en casa de Athannarike y Parienta: «¿Otra vez tienes que reunirte con los otros dioses?». «¿Y ahora en qué estás metido?». «Eso de la geopolítica es un muermo, ya podías crear algo divertido, no sé, la televisión, por ejemplo». «Mira a ver si le prestas algo de atención a mi hija, que la tienes hastiada, todo el día sola en casa». Era un no parar, la señora, y Athannarike vio en peligro su hasta entonces bienaventurada pax domestica.
―Señora, haga el favor de no echar romericos al fuego que ya me estoy arrepintiendo de haberla creado.
―¡Yo, echar leña al fuego! ¡¿Serás capaz?! Pues, hijo, menos que me meto en vuestras cosas…
―Athan, haz el favor de no hablarle así a mi madre o esta noche duermes en el sofá y mira a ver si le creas un amigo a mi hermano, que el pobre no tiene manera de distraerse. Languidece, todo le cansa, se busca entretenimientos bascosos, que dan grima, con decirte que está desarrollando una tesis sobre cómo huelen las ventosidades bajo la ducha; flatulentia sparsa, lo llama o pedo regadera. Su vida es más aburrida que ver a un caracol haciendo yoga.
―Pues que se busque un curro ―respondía mosqueado el dios.
Pero por no discutir, con un montón de piedras creó un hombre y como estaba destinado a ser amigo de Cuñao, pensó Athannarike que no era necesario esforzarse demasiado en dotarlo de inteligencia y puso todo su arte en modelar el cuerpo.
―Te llamaré Mazas ―dijo tras dotarlo de vida―, y serás el guardaespaldas de Cuñao.
Mazas era hercúleo y bello, lo que no pasó desapercibido para Parienta y menos aún a los ojos de Suegra, que no tardó en meterle a su hija ideas raras en la cabeza.
―Parientacita, cariño, ¿te has fijado en Mazas, la pinta de fitness coach que tiene? Está buenorro que te cagas y es un amor de persona, no como tu marido, que tiene tripón cervecero y es más arisco que un gato en remojo.
―Mamá, por favor, que Athan es muy cariñoso y tampoco está tan mal. ¡Qué ocurrencias tienes!
―Pues yo no me lo pensaba. Además, tampoco te vendría mal un poco de ejercicio, cielito, que estás echando culo.
Pudo poco o mucho, Suegra, pero Mazas terminó de personal trainer de Parienta y de las sentadillas pasaron a los estiramientos activos y pasivos, yoga, elíptica, educación postural; en fin, que unas cosas llevaron a otras y cuando Athannarike quiso darse cuenta, se encontró a su pareja ideal haciendo barra fija con Mazas en el lecho conyugal, una demanda de divorcio y la maleta en la puerta.
―¡Ay, hijo, no me mires con esa cara, menos que me he metido yo en vuestra vida!―le dijo Suegra al dios cuando se cruzaron en el descansillo por última vez.
Y allá que se fue Athannarike en busca de su amor propio, que es el único afecto del que te puedes fiar, porque en toda relación, en cuanto aparece la familia política, indefectiblemente, la pareja ideal deviene en entelequia.
CARMEN BERJANO
QUE QUIERO DE UN HOMBRE
• Mínimo imprescindible: Que respire
• Mínimos innegociables:
– Que sea buena persona
– Que no esté zumbado
– Que me trate bien
– Que sea limpio en general, pero, en particular, que se cepille los dientes y que me guste su olor
– Que se autosostenga económicamente y que nunca, bajo ningún concepto, pida dinero
– Que tenga una salud media (que no esté hecho polvo)
– Que tenga responsabilidad afectiva
– Que se cuide y sepa cuidar
– Que desee y promueva su desarrollo integral y el mío
• Mínimos esperables:
– Que no fume ni tenga adicciones
– Que le guste leer y escribir
– Que sea sensible y creativo
– Que le guste la naturaleza
– Que sea padre es importante (para que entienda mi maternidad) y que no se refiera a los hijos como mochila
– Que le guste viajar
– Qué sea inteligente y con sentido del humor
– Que sea divertido
– Que sea buen amante, que cuide la totalidad y no se centre en la genitalidad sólo.
– Que sea cariñoso, detallista y atento
– Que sea ecofeminista, antifascista y tenga conciencia de clase
– Que me deje respirar
NOTA: en la madrugada de un sábado y con varios rones encima puede realizarse pesca de arrastre y reducirse esta lista al mínimo imprescindible.
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
EL CHOTIS Y OTRAS ESPECIES
A cuadros. Así fue exactamente cómo me quedé cuando aquella criatura, a todas luces complicada de describir por más que profundicemos en detalles, se plantó frente a mí.
¿Pues no que me había dicho el buen hombre que le gustaba el chotis? Claro, yo toda empeñada en causarle la mejor impresión a aquel maromo de infarto, no dudé en embutirme mi traje de chulapa, gorra incluida, barquillo de canela y organillo a juego con el conjunto, que mi trabajo me costó reunir todo el outfit madrileño. Y allí que me planté, ni corta ni perezosa, un domingo de San Isidro en mitad de la plaza mayor de la capital del reino. Menudo pibonazo me iba a merendar yo sola aquella noche, pensé para mis adentros. Con tíos así, como si le gustan los pasodobles, vaya. Esos pequeños detalles se le pueden perdonar a la criatura. De su organillo, mejor no hablamos, que me entran los calores.
Y nada, aquí me tienen, disfrutando de mis apresuradas decisiones. Si es que no sé cómo he podido ser tan ingenua. Creo que el conocimiento se me ha derretido desde el mismo día en que la desesperación me llevó a embarcarme en esto de buscar la pareja ideal.
La foto no tenía nada que ver con la realidad, algo que, bueno, más o menos era de esperar. Eso es de primero de Tínder, Mari Loli. No me lo tengas en cuenta. Mi desencaje de mandíbula se ha producido cuando lo he visto llegar. Lo podría justificar en base a mi acusada miopía y a la ausencia de mis gafas de culo de vaso. Por lo de impresionar, tú sabes. Sí, tenía una gorra como yo, eso no se puede discutir. Hasta ahí, lo del chotis quizás tenga cierto sentido. Incluso no dudo de que le gusten los bailes regionales madrileños y hasta la mismísima verbena de la Paloma. Pero esas patillas de hacha, ese atuendo de pana recia, las botas de Valverde del Camino y ese olor animal…
¡El choto¡ Lo que le gustaba era el choto, no el chotis. Frito y en todas sus variaciones. El mismo animalito que llevaba colgado del pescuezo y que me estaba asegurando que nos íbamos a comer los dos juntos aquel día, detalle que él seguramente consideró romántico, no digo yo que no. Y el mismo bicho cuyo aroma desprendía Saturnino, el personaje en cuestión, según se iba acercando a mí. Su efluvio de macho íbero se podía captar sin problema desde varios kilómetros a la redonda, inundando todo el centro de la capital y provocándome verdaderas náuseas que a punto estuvieron de llevarme a la pérdida de consciencia.
Malditas mis decisiones y mis impulsos. Suerte que ando bien de reflejos y que fui campeona nacional de triatlón, dos cosas que, sin duda, me han salvado el pellejo. La comunidad de Madrid se me ha quedado pequeña, lo que les digo. En cuatro zancadas me la he cruzado mientras aquel chato se mantenía allí con su choto, colgado al hombro. Ni chotis, ni chotos. ¡Vamos, hombre! Chulos a mí. Pa chulo, chulo…
IRENE ADLER
DESPUÉS DE LIMMERIDGE
Comen en silencio, evitando que las miradas sobrepasen la niebla dorada de las velas; el filo dorado de las copas; el recuerdo de un reverbero dorado que no era otra cosa que el fuego de la chimenea reflejándose en el sudor de sus pieles.
La mesa está dispuesta como siempre: con tres asientos y tres servicios, aunque el lugar de Laura, amorosamente equidistante de ellos dos, está vacío. Laura vuelve a estar ingresada en el sanatorio, en un reposo necesario. La casa de Londres la adquirieron con el único propósito de estar cerca de ella en esos cortos períodos de ausencia. A Laura le dijeron que lo hacían para que Walter estuviera más cerca del Museo, ahora que lo habían nombrado comisario de una importante exposición. Esas mentiras indoloras que ellos dos inoculaban en su mundo nebuloso y frágil, eran para protegerla. Marian seguía ocupándose de todo: la casa, las cuentas, los médicos. Walter fingía ser un hombre ocupado, un esposo abnegado, un cuñado considerado y leal. Y cuando Laura no estaba, se sentaban a la mesa en un silencio incómodo, a engullir sin saborear la cena incapaces de entablar una conversación sobre su día porque a solas, Marian Halcombe y Walter Hartright no sentían la necesidad de recordar lo que no eran: una hermana amantísima y sobreprotectora; un esposo amantísimo y fiel.
Después de Limmeridge, cuando comprendieron que la vida apacible por la que tanto habían luchado sería ésto, algo dentro de Marian y de Walter se rompió. La fractura dejó a la vista un hueso ensangrentado, un abismo, la niebla indisoluble que tenía sumida a Laura en un infantilismo irreversible. Aquella idiocia hecha de arranques efusivos, cólera repentina, berrinches, muñecas a las que ponerles nombres. Largos períodos de internamiento y regresos a casa cada vez más sombríos porque sólo eran preludios de un nuevo aislamiento. Agotadoras jornadas cuidando de ella, vigilias interminables a los pies de su cama, amaneceres inciertos derrumbados en la mesa de la cocina: Walter bebiendo y Marian llorando. Ambos conscientes de que nunca habría más. Ni para Laura ni para ellos.
Y así como el dolor aleja o ata, se encontraron un día amarrados a la pena y la nostalgia de cómo eran los dos antes de Laura; antes de Limmeridge. Y Walter pronunció en voz alta las palabras como quien pronuncia una sentencia. Una única vez. Mirando a Marian a través de la niebla dorada de las velas:
—Estoy enamorado de ti. Lo sé desde hace años. Lo supe cuando puse el pie en la cubierta del barco que me alejó de Inglaterra. Lo sabía cuando regresé a Limmeridge para buscaros. Me casé con Laura para no perderte. Y esta vida contigo pero sin ti, se ha convertido en un purgatorio.
Desde esa noche, las cenas a la misma mesa evitando mirarse, tocarse o hablar, se han convertido en una rutina asfixiante y necesaria. La expiación de un pecado que los observa fijamente desde la silla vacía de Laura. A veces, entre sorbo y sorbo; entre plato y plato, ambos miran de reojo su copa vacía, su plato vacío, su fantasma vestido de blanco jugueteando burlón con los cubiertos de plata. En más de una ocasión se han preguntado si Laura lo sabe. Si en sus raros momentos de lucidez no habrá atisbado en ellos y su rígida impostura ése evitarse en la escalera; ése bajar los ojos en la mesa; el modo en que Walter se detiene en una estancia, absorto y herido, aspirando el perfume que ha dejado la presencia reciente de Marian, ése acariciarla sólo con la turbia y culpable imaginación. La manera inconsciente en que Marian repite algo ya dicho por él hace semanas, la breve hesitación cuando se cruzan, el rubor involuntario si por casualidad sus dedos se rozan al tratar de alcanzar, a la vez, la misma bandeja.
Sólo una vez— aquella vez—Marian rodeó la mesa, acariciando el respaldo vacío y acusador de la silla de Laura, para llegar hasta Walter, entrelazar los dedos con los suyos y arrastrarlo suavemente hacia el piso de arriba. Sin mediar palabra. Sin hacer preguntas ni promesas. Sin pedir permiso ni perdón ni explicaciones.
Sólo una vez. Sólo una noche. Para que Walter supiera que después de Limmeridge, en aquel purgatorio, habitaban los dos.
ANGY DEL TORO
Un amor sin fronteras
Aquella tarde llegó mi nieto a casa. Como era su costumbre, me abrazó y dio miles de besos.
—Abuela —susurró—, creo que me he enamorado.
Ya imaginarán… Sentí que me caía encima un jarro de agua fría.
—¿Cómo es eso? Desde pequeño has dicho que yo soy tu novia y que nunca me olvidarías…
—Ni idea, solo te puedo decir que tengo su figura aquí —y señalaba su frente, entre ceja y ceja—. Todo el día pensando en su imagen, recordando cada uno de sus gestos, el rictus de su boca, el hoyuelo en sus mejillas.
Abuela, ¿así es el amor?
—Amor es lo que yo siento por ti —respondí—. Lo tuyo debe tener otro nombre…
Sin que mi nieto Juan lo supiera, fui a visitar a una cartomántica. Lo que me dijo me dejó estupefacta.
Ojalá se hubiera equivocado…
—¡Es real!—dijo mientras dejaba ver el Rey de Corazones—.
Está enamorado. Confórmese señora. Deje que su nieto disfrute. Ese amor, el tiempo que dure, lo hará feliz.
Según la Carta Astral, al nacer, su Sol estaba en la Casa VII, y junto a él, Venus. Acéptelo: ¡a su vida ha llegado, su pareja ideal!
Pero al regresar a casa, una sorpresa aún mayor me esperaba.
La tan anunciada guerra había comenzado. Los necios actuaban con desenfreno, daban rienda suelta a su enojo.
Las palabras de Juan no bastaron para consolarme:
—Abuela, he de servir a los perversos, a los que, en desenfrenada carrera, destruyen cuanto ven a su paso.
Obedecer sus órdenes da mucho dolor, pero me reconforta saber que no estarás sola. Mi pareja te cuidará.
Hemos vuelto al pasado… Solo que ahora es con amenazas nucleares y drones asesinos.
Un pasado de dolor y muerte que creíamos olvidado… ha regresado.
Me abrazó por última vez. En sus ojos, el brillo de quien ya ha cruzado el umbral.
—No sé si volveré, abuela. Esta guerra no respeta promesas. Pero he amado, y eso ha de sostenerme con vida.
Lo que más me duele… es dejarte.
Pero no estarás sola. Quien comparte ahora mi vida sabe cuidarte, aunque no sepas aún cómo llamarle, cuando llegue, ábrele la puerta, y no preguntes nada más.
SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ
LA PAREJA IDEAL
INCENDIO
Recorres con tus amigos la ladera todos los sábados de este verano de agosto. Recoges estos frutos rojos y acidulces para llevar a casa. El sol brilla sobre ti, y el aroma a hierba fresca llena tus sentidos mientras caminas por la montaña.
Todo cambia, tu amigo Héctor ahora tiene apendicitis y culpan a esas pepas deliciosas que recogías con tanta emoción. Ya no puedes ir por más. Ni tú ni ninguno de tus amigos pueden acercarse a la ladera, ahora prohibida.
Pero tú y tus amigos siguen recogiendo los frutos a hurtadillas; son deliciosos, y además, hay la posibilidad de que te rajen la panza y que te quede una cicatriz, eso se convierte en una especie de medalla, una herida de guerra que te hará sentir más «hombre».
Este sábado es diferente, la ladera está en llamas. El verano acumulado durante meses, los vientos de agosto y los arbustos secos, junto con la colilla de cigarro del viejo Avelino, han prendido fuego a la montaña. Las llamas devoran los arbustos que te proporcionan esos frutos prohibidos, y el humo llena el aire.
Los pobladores acuden en forma solidaria al llamado, los adultos dispuestos a ayudar a apagar el fuego, mientras tú y tus amigos se quedan atrás, fascinados por el espectáculo imponente y aterrador de ver cómo las llamas consumen los arbustos que te proporcionan esos frutos prohibidos y deliciosos.
También llega ella, la chica más hermosa que podrías haber soñado; lo repites una y otra vez cada que recuerdas ese día. Su presencia ilumina el escenario de fuego y humo, y tú no puedes evitar mirarla, cautivado por su belleza.
Tienes catorce años, y las hormonas empiezan a hacer de las suyas. La pubertad te está cambiando, y la presencia de ella, con su belleza y su confianza, es como un catalizador para tus emociones y deseos. La miras fijamente, sintiendo cómo tu cuerpo y tu mente reaccionan de maneras que no entiendes del todo.
Ella es como una diosa para ti; un poco mayor, con el cabello castaño y ondulado que cae sobre sus hombros. Su cara es angelical, con labios gruesos y rosados que parecen hechos para sonreír. Sus ojos color miel brillan en la luz del atardecer, y sus piernas largas y torneadas se ven perfectas en su minifalda de lana roja.
Se sienta con una gracia natural, como si el tronco fuera un trono. Su minifalda roja resalta en el verde del prado, y su cabello negro ondea suavemente con la brisa. Tú la miras, hipnotizado y sientes que ella puede ser tu pareja ideal. Mientras ella esta perdida en sus pensamientos, ajena al fuego y al bullicio que la rodea. Su mirada se pierde en el horizonte, y por un momento, parece que nada más existe excepto ella y el vasto espacio que se extiende ante sus ojos. Tú te quedas allí, de pie, congelado en el tiempo, mientras ella es la única que tiene el control de su propio mundo.
Entonces sucede el momento más sublime para tí: Sus piernas se cruzan de manera casual, y la minifalda roja se desliza un poco hacia arriba, entonces aparecen coquetamente sus bragas. Tú sientes un vuelco en el pecho, y tu mirada se fija en ese pequeño detalle, como si fuera lo más fascinante que has visto en tu vida. El tiempo parece detenerse, y todo lo que existe es ella, sus piernas y ese momento perfecto.
Te miras con tus amigos de forma cómplice, los nervios te envuelven. Y ella lo sabe. Su mirada desafiante se posa como una ráfaga en cada uno de los que la observan, como si les estuviera diciendo que no tienen derecho a verla de esa manera. Pero cuando sus ojos se encuentran con los tuyos, hay un destello de reconocimiento, como si divisara algo en ti que nadie más puede ver. La conexión es intensa, y por un momento, sientes que estas solo con ella en medio de la multitud. Solo es un instante. Ella cambia la mirada hacia tí y tus amigos; se vuelve desafiante. Y eso basta para que dejes tu mirada clavada en el suelo, como si hubieras sido sorprendido haciendo algo malo. La vergüenza y el nerviosismo se apoderan de todos, y se sienten pequeños. La mirada de ella los hace bajar la vista, y de repente, el suelo se vuelve muy interesante.
El camino de regreso a casa es silencioso, tu cabeza está llena de imágenes de ella, de su mirada desafiante, de sus piernas cruzadas y su minifalda roja. No puedes dejar de pensar en el momento en que se sentó en el tronco, en cómo parecía una reina en su trono. El silencio del camino se vuelve casi palpable, como si el único sonido fuera el eco de tus pensamientos.
Cuando llegas a casa y entras en tu habitación, admiras cómo todos los días el póster de Raquel Welch en bikini, es espléndida y descarada. Pero le pides perdón a la Welch; esta noche no se la dedicarás a ella; igual que en la loma que aún sigue ardiendo, en tu habitación hay otro incendio y esta será una noche de insomnio. La otra, la de las piernas perfectas y las bragas rojas, por esta noche ocupará su lugar.
EL IDIOTA
Burgos se bajó del camión con cara de alegría, una sonrisa de oreja a oreja y los ojos brillosos como ya nadie recordaba haberlo visto. Entregó la factura de la mercancía que acababa de llevar a Joel, el jefe del almacén de los insumos eléctricos de la compañía, quien había acudido a su encuentro precisamente para pedirle el documento y continuar rumbo al comedor porque ya se estaba terminando el horario de almuerzo y el camión se había demorado más de lo que había anunciado por la radio.
Burgos se sentó sobre unos pallet y comenzó a reír.
—¿Y a ti qué moscas te picó?
Le preguntó Pirulo asombrado ante el hecho de verle reir. En esos precisos momentos entraba al almacén de regreso de su almuerzo.
No era común ver a Burgos reir después de la muerte de la esposa y de haberle dejado a cargo de la educación de una hija adoslecente descarriada que con su mala conducta y constante manía de inconformidad y protesta, solo daba dolor de cabezas al buen padre.
—¿Tú sabes que yo tengo una hija?
—¡Coño, Burgos! Nos conocemos hace una bola.de años. ¿Qué hizo ahora?
—No, nada. Te cuento. Mi hija se encontró con un buen muchacho que la llevó a vivir a su casa, no lejos de aquí del almacén.
—¿En casa de los padres?
Pirulo se puso la mano en la cabeza y presintiendo algo desagradable, se apresuró a decir.
—Deja, no me cuentes.
—En casa de los padres, pero sin ellos. El muchacho vive solo desde que se fueron al extranjero.
Al ver reír nuevamente a su amigo, analizó que debía ser otra cosa lo que le quería contar, algo divertido, al menos gracioso.¡Qué la vida no es solo dolor, Pirulo!
—Venía yo por la calle cuatro —Comenzó Burgos su relato— cuando veo a mi yerno parado en el medio de la calle haciéndome señas para que parara. ”¡Carajo, algo malo ha sucedido!” me dije porque ya es costumbre que todo lo proveniente de mi hija me dé mal sabor. Pero no. no fue así esta vez.
El hombre se sube al camión, en silencio. Nada dice por un rato.
Lo miro, me mira. Nada, no se atrevía. Molesto le pregunto “ ¿vas a hablar o no?” “Me da pena” “ Entonces ¿para qué me paraste?” Hubo otro silencio que duró una cuadra. El joven agachó la cabeza y me dijo “ suegro, hable con su hija, yo no la quiero perder pero ella se empeña en desbaratar lo nuestro. El viernes salió de casa y regreso hoy lunes por la mañana y borracha”
Detuve el camino. Lo miré y sonreí “¿De que se rie, suegro?. ¿Va o no va a hablar con ella?” “¡Claro que sí! Ya me va a oir.” Grité haciéndome el incómodo. Por dentro estaba contento, sonriente. Al fin , Dios mio, mi hija se ha encontrado con la pareja ideal, el hombre perfecto para ella. Eso de hablar con los suegros para que regañen a tu mujer, no es de hombre, al menos, no des los de nuestra época.
Pirulo se unió a la risa de Burgo y también dijo:
—¡La pareja ideal! Justo lo que necesitaba. Esto hay que celebrarlo, Burgos.
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
Pareja ideal
Cuando no había tecnología
La última carta
Me he apartado del grupo de compañeros para poder escribirte estas líneas, que quizás sean las últimas. Sí, amada mía, el momento que se avecina es crucial en la vida de todo el regimiento. Nuestros superiores nos han dicho que la venganza es un hecho y que defenderemos a toda costa el territorio de nuestro país.
Te parecerá extraño que te escriba en papel y no por correo electrónico, pero deseo volver a esos días en los que la tecnología aún no existía, a aquellos momentos dichosos en los que te conocí. Eran las vacaciones de un verano caluroso en la finca de mi abuelo, aislados de la tecnología, justo cuando apenas comenzaba a formarse el hoy huracán tecnológico.
Pero, en realidad, prefiero recordar aquellos días felices que alimentan mi alma, para no caer en un corazón triste y muy compungido que intenta derrotarme. Esa sí es una guerra con razón, pues siento que esta será la última vez que te exprese mi amor infinito. Nunca olvides que fuiste mi pareja ideal, mi compañera, mi amante y la madre de Ana y Juan Carlos, a quienes no podré ver crecer. Te lo digo con lágrimas que no puedo detener, desde el pozo de mi desdicha. Ya sabes que el camino de la guerra está trazado por líderes que se hacen llamar religiosos, pero no entiendo esa religión. Nos obligan y reclutan para pelear en una guerra sin sentido, con armamento que no existía cuando no había tecnología.
¿Recuerdas a la abuela con sus dulces en almíbar y aquel aroma a pan recién salido del horno? La escena aún la veo: tú con tus trenzas de oro, y yo con mis pantaloncillos cortos de tirantes, sonrojado ante tu presencia. Mi abuela, fascinada, pronto sería bisabuela, aunque para ello debían pasar algunos años.
El tiempo pasó, y el mundo de los sueños se hizo realidad: tú eres mi pareja ideal. Qué fácil es soñar despierto ante una realidad cruel y despiadada que nos quiere devorar. Sufro enormemente por nuestros inocentes hijos y por ti. Anhelo que sean libres, no solo del enemigo externo, sino también de los líderes de este mundo de marionetas, donde quien tiene el poder habla y convence a una masa de borregos incapaces de rebelarse ante un sistema que cada vez más nos convierte en ratones de laboratorio. El sistema promete el sueño del éxito, pero ese éxito no llega; al contrario, llega la guerra, el odio, la manipulación y, sobre todo, una pseudo esclavitud, porque quien no es perro de guerra termina siendo esclavo de su propio ego.
Espero con toda mi alma que nuestros hijos puedan ser realmente libres en un mundo más justo, donde brille la luz espiritual del amor, que creo que es el verdadero antídoto para la salvación.
Amada mía, guarda esta carta en tu corazón y no dejes de leerla a nuestros queridos hijos.
Con todo mi amor,
David.
RAÚL LEIVA
Soliloquio del enamorado
La amo. Eso es lo seguro.
Sin embargo, hay cosas que no entiendo por qué me molestan.
Ahora mismo la estoy viendo dormir. Es increíble, cada vez que se da vuelta se lleva las sábanas y la frazada para su lado. No lo hace a propósito, si está dormida. ¿Lo está?
También me molesta cuando deja la lapicera destapada. ¿No se da cuenta que se seca y se acorta notablemente su vida útil? Además, mancha todo. Quiero creer que se trata de descuidos, pero cuando es sistemático no es bueno. Suena a una provocación. Nunca voy a entender por qué tira las migas de la mesa al piso y después las barre, si se pueden juntar directamente de la mesa sin ensuciar toda la casa. Ella es la que barre, pero la mayoría de las veces quedan restos en los rincones y no lo soporto. Ojo, no soy un obsesivo de la limpieza ni mucho menos, pero siento que es doble trabajo, como si quisiera estar ocupada constantemente.
Cómo me fastidia cuando empieza una frase y la deja en el aire, sin terminarla, sin ningún sentido por otro lado. Lo único que hace es despertar la atención y luego seguir con sus cosas. No entiendo qué gana haciendo eso, de nuevo, no soy un obseso de las cosas, pero gota a gota hasta la piedra más dura se rompe.
¿Por qué enciende todas las luces cada vez que va al baño? ¿No sabe manejarse en las penumbras?
No soy un monstruo ni un hombre enfermo, soy alguien normal que se preocupa mucho de la persona que ama. ¿Está mal acaso eso? ¿No son acaso un pequeño puñado de fallitas y nada más? ¿Qué tiene de malo ponerlo de manifiesto si uno quiere que las cosas marchen mejor de lo que están cotidianamente?
Ahí está de nuevo… Encendió las luces para ir al baño. Típico.
Sin embargo, su marido sigue durmiendo.
Desde mi ventana la veo cada día.
Soy un hombre normal. No me malentiendan.
Me preocupo, eso es todo.
FRAN KMIL
Al final iba a tener que agradecerle a la flojera de piernas que le provocaban las cervezas. Después de la primera ya no podía parar, otra y otra y terminaba con las piernas abiertas y algo duro entre ellas en cualquier hotelucho de la ciudad. Siempre terminaba mal, con el hombre equivocado.
—Deja de andar buscando machos lindos y busca uno de verdad.
Le aconsejaba Teresa, su amiga de la infancia, en sus visitas clandestinas, porque Francisco, su esposo, quien también la conocía desde la primaria, no aprobaba su amistad.
Pero qué sabe Teresa de la vida si solo ha conocido un hombre. Se casó con su primer y único novio. Vaya aguante, ella lo hubiese dejado hace rato. Francisco era un aburrido, además, nada guapo.
Rodrigo terminó de desayunar, recogió de encima.
de la mesa la lonchera que ella le había preparado, le dio un beso en los labios y le recomendó cuidar bien a su princesa.
Su “princesa” como él decía, para empezar, no era de él y tenía ocho años con los apellidos maternos . Ella no recordaba a ciencias ciertas quién la había embarazado.
Rodrigo era de piel oscura, pelo negro, más bajito que alto, con una insipiente pero ya visible barriga de hombre de casi cuarenta años. No vestía de traje porque no trabajaba en oficina alguna, sino, usaba pantalones cremitas y camiseta de mangas largas fosforescentes: trabajaba en la construcción.
Lo conoció en la fiesta de revelación del sexo de su sobrino Raul. Su hermana, aunque no la apoyaba, nunca le prohibió las visitas, a pesar de los problemas con su marido por motivos de ella, también de nombre Raul, quien la acusaba de ser una mala influencia para su esposa.
En realidad su cuñado era un cerdo y el motivo de las críticas era que ella lo había amenazado con contarle a la hermana sus descaradas e indecentes propuestas.
—Ni aunque fueras el único hombre sobre la faz de la tierra.
Dejó claro ella.
—Amanda es mi hermana y no se merece un hombre como tú.
Aquella mañana de domingo, no sólo pasó un ángel, sino que se detuvo a su lado y la convidó a una cerveza.
—Gracias, no tomo.
No quería “dar la nota” y quien sabía por lo que iba darle la bebida.
—Un sorbito, aquí de mi botella. Es que quiero conocer a qué saben tus labios.
Rodrigo sabía decir palabras hermosas como jamás había escuchado. Parecía poeta.
No era lindo, tampoco atlético, pero algo especial tenía que a pesar de la tristeza que le habia inspirado la fiesta de revelación del sexo del sobrino, sonrió y se tomó el sorbito que él le propuso, por diversión, solo por diversión porque ese gordito no era su tipo.
—Sabor a finales de primavera y principio de verano.
Afirmó él u volvió a pasar la lengua sobre el pico de la botella.
—Y mucho amor para dar.
Ella aceptó la cerveza que le brindó. Y otra y otra y otra. Nunca había tomado tanto sin sentirme mareada y con ganas de abrir las piernas. Solo queria que él no se marcha de su lado, que continuara el río de palabras bellas y la sensación de bienestar que la embargaba.
Ese domingo, Eva encontró a su Adam.
EDGAR BORJA CUCUHTLI-ARTE
La conocí luego de mi afortunado divorcio.
Ella es no tan bella, no tan alegre, quizás poco amorosa, algo nostálgica y eso sí, muy paciente y comprensiva. Es ahora parte mi vida, es como si estuviera hecha expreso para mí.
Lo curioso es que la conocí desde que era niño. Nunca pensé ni en mis más remotos sueños que un día sería sólo mía, y que yo me volvería dependiente de ella y no podría dejarla por ninguna mujer así fuera muy bella, sexi, culta o adinerada.
Mi amada: te seré fiel hasta el final, o hasta el infinito y más allá como dijo Buzz.
Te Amo mi adorada Soledad.
BELBEL L
TÁNGER EN MISIÓN SECRETA
«Mis tíos no me dejan salir de casa y menos contigo. Te paso esta nota con Fátima, la morita que trabaja para ellos».
Angustias fue el nombre que pusieron a mi madre cuando nació. Lo hizo en Tánger.
Solo tenía diecisiete años cuando conoció a mi padre en la «Casa de España» en Tánger. Solían encontrarse los jóvenes, la mayor parte, de origen español. Hacían obras de teatro, zarzuelas…, y sobre todo, bailes. Mi padre, muy chulito él, sabiéndose el objeto de muchas miradas femeninas, siempre tenía varias candidatas para elegir. Chulo, ¿por qué? Porque poseía un rango muy atractivo para cualquier mujer de entonces. Aparte de ser bien parecido, tenía una confianza que le otorgaba su cargo de policía secreta español en misión especial allí, en la misma ciudad de Tánger. (Luego os diré en qué consistia su misión)….
El había nacido y criado hasta la Guerra Civil, en Alcalá la Real (Jaén) donde naceríamos el tercero de mis hermanos y yo, años más tarde, evidentemente y después de los mayores que lo hicieron en el mismo Tánger. No quisiera perder el hilo de lo que fue la más divertida anécdota de mis padres en su primer contacto importante. «Yo ya le había echado el ojo a tu padre hacía tiempo, pero él a mí nada de nada…»- me confesó un día mi madre.» Pero mamá -le dije yo, si papá era 8 años y 1/2 mayor que tú, te vería como una niña»…Pero llegó una de las veladas que tanto pavoneaban a mi padre. Y veréis lo que dijo en voz alta al fondo de la sala nada más entrar: «¿Quién quiere bailar conmigo?» A mí madre se le cortó la respiración (creo que se le cortó todo), y ni corta ni perezosa levantó la mano pronunciando un «yo» casi de ultratumba que no acababa de asimilar, y ya véis a mi padre, ufano él, acercándose a ella , deslumbrado por su belleza, y le ofrece su mano (de «Lord inglés», como poco…) y probablemente el cuerpo de mi madre temblara como esas hojas que el viento mueve sin piedad. Bailaron y bailaron, esa noche y muchas más. Siempre bajo la mirada escrutadora de mi tío, el hermano mayor de mi madre (seis años mayor que ella) y que era colega de mi padre, pues cursaba carrera militar del aire. (Vaya, que allí todos tenían que ver con el régimen, ya sabéis quien ganó la guerra) ¿No? Pues eso… Pero mi padre no era policía de profesión. Él ya era maestro nacional por oposición en España. Y más tarde, procurador de los tribunales. Los que tenéis una cierta muy cierta edad habréis oído hablar del dicho: «gana menos que un maestro de escuela». Pues eso, ya habíamos nacido 4 de los cinco hermanos y el hombre se tenía que ganar nuestro pan…(las madres se quedaban en casa). ¿Si? La mayoría. Los que (como yo), sois familia numerosa, lo corroborrareis.
Si me permitís un inciso, entenderéis mejor a mi madre y la nota del principio.
Como sabeis ella nació allí, hija de un oficial español en Fuencaliente (Ciudad Real), y de una malagueña (hija a su vez de otro oficial español). Su madre estudió la carrera de magisterio y llegó a ser la directora de un colegio, el liceo francés, en el mismoTánger. Ya sabéis que Marruecos era colonia francesa y Tánger, protectorado cuando la Guerra entre España y Marruecos. Ganaron los españoles y de ahí la palabra «protectorado». No me gusta esta parte, pero es crucial para entender la historia de amor de mis padres. A los 11 años matan (fusilan a mi abuelo) en plena Guerra Civil. Lo delata un «amigo» suyo porque mi abuelo escribía artículos pro falange, ensalzando las hazañas de Primo de Rivera, etc. (Aún guardamos como «documentos históricos», recuerdos, algún artículo de él en varios diarios de Tánger)…Y a los 16 años se queda huérfana de madre. Resultado: 4 hijos huérfanos, dos de los cuales ya eran mayores de edad. Pero ella y su hermana 4 años menor que ella, son aún menores. Y pasan a ser tuteladas por los tíos con los que empecé la narración.
Eran muy severos y prohibieron que mis padres se vieran. Decían que mi padre no tenía muy buena reputación. Que si era un mujeriego, un jugador, un ….Vamos, la crème de la crème…
En estas, que lee la nota y ¿qué imagináis que podría haber hecho para ver a mi madre y salir con ella?
No os lo diré aún. Solo, sabed que cuando leí el título del reto semanal, solo me vinieron a la mente mis padres, la pareja, ideal…, ¡no! La pareja más bella y amorosa que haya visto y sentido nunca en la vida.
¿Qué tendrías en tu pensamiento, papá? Nadie lo supo, pero cogió calle abajo, calle arriba, hasta llegar a la villa de los tíos y mi madre sin saber nada de nada…Llama a la puerta, sale la morita a abrir; «Diga al Sr. Arévalo que salga por favor.». Y…, esto es tan cierto como que soy su hija,… Saca su pistola de policía y apunta al tío de mi madre a la cabeza, diciéndole: «o deja salir a su sobrina de casa o le pego un tiro aquí mismo».(¡una peli de gansters!) Yo no me lo creí cuando me lo contaron (tan pacifista y humanista como fue mi padre siempre…) Pero fue tal cual. El tío de mi madre se quedó lívido, diciendo que no hiciera tonterías….Mi madre que oyó algo, hizo señas a mi padre casi llorando o llorando del todo, diciéndole que guardara la pistola. Evidentemente, la pistola estaba descargada, pero el susto hizo mella en el tío de mi madre (…¡Y a quién, no!). Tanta mella que no asistieron a la boda de mis padres, 3 ó 4 años más tarde.
Y para acabar, me faltó deciros que la misión de mi padre era cerrar todos los burdeles y salas de juego antes de la 1 h de la madrugada. Pensad que en los años 42, 43, 44, 45, …en plena Guerra Mundial, Tánger era refugio de mucha gente de diferentes nacionalidades…
Solo una cosa que se le quedó grabado a mi padre en los burdeles: ver a chicas judías marcadas con números en los brazos por los nazis. Lo decía con mucha tristeza,…y nosotros, sus hijos, apenas dábamos crédito.
Otro día si se tercia, os cuento más cosas de los años de mi padre en Tánger.
Oid bien esta frase tan tajante de mi madre a mi padre ya de novios. «Deja a esa mujer o no me vuelves a ver nunca más»… La dejó, ¡claro que la dejó! (Después de dos años viviendo prácticamente con ella).
¿Quién pudo ser esa mujer? Pensad bien…
Si mi padre hubiera sido Humphrey Bogart y mi madre Ingrid Bergman, seguro que ya hubieran hecho «Casablanca II» .
EFRAÍN DÍAZ
Corría el final de la década de 1920, y los Estados Unidos se estremecían bajo los embates de una recesión económica tan cruel como inesperada. Los bancos cerraron sus puertas como quien sella un ataúd, y las grandes compañías, antaño símbolos de prosperidad, vieron su capital evaporarse en cuestión de días.
La desesperanza se hizo carne. Algunos, en un último acto de irracional fe, se lanzaban desde los techos de los edificios, como si el vacío pudiera devolverles lo perdido antes de estrellarse contra el pavimento.
En medio de ese escenario sombrío surgió nuestro protagonista, cuyo nombre reservo por ahora. Sin empleo estable, sin un centavo en los bolsillos y con una natural inclinación hacia la vida fácil y delictiva, comenzó robando gasolineras y pequeños comercios. Siempre en movimiento, siempre un paso por delante, se convirtió en un fantasma para la policía. Nadie podía identificarlo.
Mientras tanto, en otro rincón del país, ella, también sin nombre por el momento, crecía en el seno de una familia decente. Brillaba con talento para la música y la actuación, destacando en los espectáculos escolares. Se soñaba en los escenarios de Broadway, iluminada por reflectores y ovacionada por multitudes.
Pero la vida tenía otros planes. Seis días antes de cumplir los dieciséis, abandonó la escuela para casarse con Roy Thorton. La aventura fue breve. Roy, también hombre de impulsos y delitos, cayó preso por asalto a mano armada. Intentó escapar varias veces, pero solo consiguió extender su condena.
Derrotaday devastada, ella volvió a casa de su madre, más joven y más sola que nunca. Consiguió trabajo como mesera y, un día cualquiera, lo conoció. Aquel forajido sin nombre. Y entonces, ocurrió: amor a primera vista, ese que tantos juran que no existe. Pero para ellos fue tan real como la pólvora y la addenalina.
Él era Clyde Barrow. Ella, su pareja ideal, Bonnie Parker y juntos, se convirtieron en leyenda.
Bonnie y Clyde. Una pareja cuyo amor ardía con la misma intensidad que su vida delictiva. Comenzaron robando tiendas y estaciones de servicio. Pero cuando los bancos empezaron a recuperarse, también los añadieron a la lista de objetivos. Aquel amor salvaje no venía sin sangre, también sumaron asesinatos a su lista.
Pero la suerte no siempre es leal compañera de los forajidos. Pronto llovieron las órdenes de arresto: Texas, Oklahoma, Colorado e Illinois. La cacería había comenzado.
Escurridizos como sombras, siempre lograban escapar del cerco. Hasta que apareció Frank Hamer, un veterano y astuto Texas Ranger. Hamer estudió sus patrones, sus rutas, sus métodos. Y entonces, trazó una emboscada.
Los detuvieron en una carretera solitaria. Frank les gritó que se entregaran. Bonnie y Clyde se miraron, como si se lo dijeran todo sin decir nada. Se dieron un último beso, largo, apasionado, desesperado. Y luego, abrieron fuego.
Murieron acribillados.
Bonnie llevaba en el dedo el anillo de bodas que le había dado Roy Thorton, su esposo legal, de quien nunca se divorció. Cuando Roy se enteró de la muerte del dúo, solo comentó: Al menos pudieron brincar y saltar… que es mucho mejor que estar encerrado.
MARÍA JESÚS GARNICA
La tarde estaba echada en el bar de Filomeno. Cartas, un carajillo y los chismes del día.
Pero hay!! Aquella tardé de un frío enero, la pareja de cartas de Anselmo estaba con gripe.
Anselmo y Antonio eran la pareja ideal, nadie les ganaba, casi nunca. Corría la leyenda qué hacían trampa, pero no había pruebas.
La partida empezó.
La pareja de aquella tardé fue el José.
Bueno, más se perdió en la guerra. No ganaron ni una.
Se fue directo a casa de Antonio.
_ Por tu madre!! Mañana te quiero en donde Filomeno. Pensó decirle.
Cuando llegó, la familia llorando le recibió.
Antonio había muerto.
Nunca mas se vio a Anselmo jugar a las cartas.
RUFINA SEVILLA
Pareja ideal.
Llueve pero el espera verla cruzar.
A pollada en su paragua
Con picardía se sienta en el banco de sus recuerdos
Qué aún sigue en ese parqué
Donde vio enlazar sus manos
Sus primeros besos y envejecer sus cuerpos
Más cuando sienten nostalgia cogidos de la mano
Vuelven a su viejo y querido banco.
TELAYPATCH
LIBRE INTERPRETACIÓN DE UNA PAREJA PERFECTA
Creo que la propia VIDA está llena de parejas perfectas. Muchas veces representadas en personas sí, junto a un amor que «creemos perfecto», pero otras veces, adoptando diversas formas o momentos. Siempre en perfecta armonía. Están ahí, pasamos a su lado… incluso algunas veces hemos sido parte de ellas, sin haber reparado en ello ni prestado especial atención. Sin saberlo. Hoy… lo sé.
A bote pronto, se me ocurren algunos ejemplos, aunque me encantaría que completáseis la lista con vuestras propias parejas perfectas
Podríamos hablar de:
* la relación tan íntima de una madre amamantando a su bebé
* la paciencia absoluta de un padre enseñando a montar en bici a su hijo
* la complicidad entre dos amigas inseparables
* el vínculo afectivo entre un nieto y su abuelo/a marcado por un amor incondicional
* la excitación y el nerviosismo del primer beso entre dos amantes
* la perfecta sincronización entre un cirujano y su bisturí
* la combinación de un buen queso con un buen vino
* una cerveza fresquita con su aperitivo
* aceite de oliva virgen sobre una tostada de pan
* disfrutar de una peli en el cine con un bol de palomitas
* la risa y el llanto, no concibo una sin la otra
* las primeras gotas de lluvia cayendo sobre la tierra seca, inundando de petricor el ambiente
* el furioso choque del mar rompiendo sus olas contra un acantilado
* las abejas y las flores, insignificantes y grandiosas a la vez
* la Luna y el Sol… en su eterna persecución
* unas cuantas notas musicales unidas a una cálida voz
* la delicadeza de unas manos tocando un violonchelo
* la locura y la sensatez, juntas hacen la vida más divertida manteniendo los pies en la tierra
* el yin y el yang, opuestos y sin embargo complementarios
…..
* y por supuesto… TÚ y YO amor.
PD. cuál es tu pareja perfecta?
CESAR TORO
¡Qué tema!
Nunca se dirá la última palabra sobre este complejo asunto, es el pan de cada día, especialmente en lo que a relaciones de pareja se refiere ya sean amantes, esposos, novios, etc.
La pareja no es pareja siempre habrá divergencias, discusiones, lamentablemente hoy en día el tema conyugal está en crisis y no por falta de amor o de voluntad, sino por el ataque brutal que recibe con el fin de desvirtuar la esencia de sana convivencia y así ejercer un “control mediático”, para debilitar y destruir la familia y la sociedad.
Hasta el siglo pasado se podía contemplar parejas y matrimonios sólidos, a pesar de las situaciones difíciles, guerras, hambruna, migración; sin embargo, las parejas lograban sobreponerse a la adversidad, resistiendo de una manera estoica y sacando adelante a sus hijos. Criándolos con valores, educación y respeto. Claro está que en esa época no había el boom de la liberación femenina, revolución sexual, lgtb, ni nada que se le parezca.
Hoy en día lamentablemente en pleno siglo xxI y con todo y tecnologías, el descalabro de las parejas, matrimonios y familias es espantoso. No ahondaré en el tema, pero ustedes ya lo saben…
La mayoría de nosotros creemos que las parejas se sustentan, solo en una relación de “amor romántico” y que si no hay amor no hay pareja que aguante.
Creo personalmente que una relación de pareja se fundamenta en pilares como: la fe en Dios, el respeto por el otro, la paciencia, tolerancia y un amor verdadero, ese amor que trasciende que ama sin medida como decía San Agustín.
Por lo tanto creo que la pareja ideal no existe. Que amar a otro ser humano, no es un acto simple de pasión o conveniencia. Amar es una decisión que asumo con responsabilidad sabiendo que no será fácil, pero tampoco imposible.
Lo digo con la convicción de tener la dicha de contar con mis padres, quienes tienen 90 y 80 años respectivamente y 63 de matrimonio.
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”
S. Juan 15,13
“Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”.
Génesis 2,24
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó.”
Génesis 1,27
Cesat Toro
Ecuador
GUILLERMO ARQUILLOS
DE PUERTAS PARA FUERA
Uno de los periodistas, un chico desconocido en aquel mundillo, lanzó un dardo disfrazado de pregunta inocente:
—¿No se parece demasiado su protagonista al de Rudos y constantes, la novela de Otto Brenliss?
En la sala aleteó un asombro mudo que duró una eternidad. Selena tuvo que taparse la boca y agachar la mirada para no soltar una carcajada. Sus ojos brillaban tanto como los diamantes que lucía.
—He leído buena parte de la obra de Brenliss, pero no recuerdo ninguna novela con ese título… —balbuceó Harry, atusándose el bigote con lentitud.
El salón comenzó a murmurar como una colmena inquieta. Algunos, más resueltos, se levantaron de las sillas tapizadas de terciopelo y se marcharon al salón contiguo, a una conferencia sobre pintura realista.
«Seguramente» —se decían—, «allí no encontraremos ningún plagio».
Cuando todo acabó, Harry, Selena y el periodista desconocido se quedaron solos bajo las lámparas de cristal, rodeados de espejos elegantes y valiosos cuadros. Olía a jazmín; los editores habían cuidado incluso el aroma de la presentación del nuevo libro de Harry. La música de fondo invitaba a la reflexión.
El periodista, antes de salir, se acercó a Selena y le dijo algo. Harry clavó sus ojos en el rostro de su esposa y estuvo a punto de gritarle, de romper, así, la imagen de pareja ideal que proyectaban en los círculos literarios dentro y fuera del país. Si la presentación de un nuevo libro o una nueva serie de Netflix debía ser exitosa, los productores o los editores sabían que debían pagar a Harry y Selena para que acudieran y hablaran bien de la obra. Sus comentarios en Instagram recibían millones de visitas y conseguían ventas inimaginables por todo el mundo.
—Vámonos —le dijo Harry.
Ella soltó una carcajada.
—Jódete —le contestó.
Él torció la boca mientras se acariciaba el bigote.
—¡Qué tonto…! Esa novela no es de Otto Brenliss. Enhorabuena, me has arruinado el acto —Harry movió la cabeza, negando—. Venga, tengo una cita en casa.
—¿Sabes? Ese Brenliss es un mediocre y tú, un bluf. —La sonrisa de Selena se quedó congelada—. ¿A quién traes hoy a mi casa? ¿A otra de tus amantes?
Lentamente, salieron de la sala, la mano de ella en el brazo de él, dándole más realce a su esmoquin.
Harry carraspeó:
—¿Amantes? —Hizo un gesto divertido—. ¡Ah, sí! Las mías son amantes, pero los tuyos son solo amigos… Mucho musculito tienen esos amigos tuyos.
En el lujoso vestíbulo, Selena recibió un mensaje en su móvil. Se quedó un poco alejada de Harry y contestó.
—Por cierto —le dijo el escritor, volviéndose hacia ella—, esta misma tarde he conseguido por fin que HBO cancele tu maldita serie. Se han convencido de que tu guion es una mierda, me ha costado un pastizal persuadirlos.
Ella se quedó mirando la alianza y los ojos le brillaron, a punto de las lágrimas. Comenzaron a acercarse unos cuantos fans para fotografiarse con Harry y que les firmara; eran los que no se habían enterado todavía de lo que acababa de pasar en la sala. O quizá solo querían la foto. O quizá no les importaba en absoluto.
Ellos repitieron su escena habitual:
—¡Te quiero tanto, Harry! —dijo Selena, sabiendo que algunos seguidores la oirían. Apretaba el móvil con fuerza.
—Y yo a ti, palomita —contestó Harry con una sonrisa. Se acercó y, apretando los dientes, le dio un beso en la mejilla.
Mientras su marido firmaba todo lo que le acercaban sus admiradores, Selena miró su último mensaje:
Salimos en un momento. Ya sabes, entre ceja y ceja, no quiero fallos. La prensa tiene que verlo todo.
En la calle, el falso periodista mejoró su posición de disparo.
ALMUT KREUSCH
Amor de otoño
Por fin me llegó el amor. Setenta años esperándole. Años de fracasos, de engaños, de mentiras, de abandonos y de lagrimas ocultas. Todavía me parece un milagro que el otoño de la vida me obsequia con sus colores cálidos y envolventes, con aires de pasión, convirtiéndome en bailarina que se entregue a un pas de deux sin haberlo ensayado nunca.
Así me siento con el. Con el amor de mi vida.
Su presencia me hace sentir guapa y deseada; su aroma me eriza la piel, y cuando siento su aliento rozando mi nuca, me tiemblan las piernas.
Sus ramos de flores embellecen cada rincón de la casa, y antes de que se evapore la ultima gota de mi perfume, él ya lo ha reemplazado.
Conoce mi debilidad por la poesía y, en las noches misteriosos me recita versos de Hölderlin y Goethe, mis preferidos.
Es amanta apasionado, pausado, nada egoísta y ha aprendido la geografía de los rincones más escondidos de mi cuerpo.
Con él, vuelo alto.
También es un sabio cocinero. Combina especias y sabores a la perfección. Sus creaciones me seducen, me excitan y confieso que, a veces, la mesa — entre platos y copas— se convierte en escenario de lujuria.
En las noches de verano me lleva de la mano a contemplar las estrellas, y abrazados, con nuestros cuerpos tan familiares, nos sentimos uno con el universo.
Nunca me reprocha mis necesidades de momentos de soledad: de lectura, de plasmar mis pensamientos en papel o de pintar con acuarelas mis sueños. Espera respetuosamente, siempre con los brazos abiertos.
Jamás me agobia. Agradece todo lo que soy capaz de darle. Me devuelve con creces lo recibido y, sencillamente, me hace feliz.
Es mi pareja ideal.
Porque vive a dos manzanas de mi casa.
BLANCA CERRUTI
FORJADA PARA ELLA
Era un pueblo vetusto. En una de sus viejas calles, donde la mayoría de las casas estaban ya deshabitadas, la última llamaba la atención porque parecía mimada por el paso del tiempo.
Era de piedra blanca. Su fachada estaba cubierta por una enredadera que, extrañamente, siempre permanecía verde y frondosa. El portón presentaba las señales del paso de los años, pero conservaba su fortaleza. Las vetas de su madera parecían extrañas figuras. La cerradura era como un ojo vigilante. Nadie en el pueblo la había conocido habitada.
Como buen herrero se fijaba en la cerradura y pensaba en la llave que la abriría; tenía que ser muy especial porque él había probado, por curiosidad, con las diferentes llaves de su colección y ninguna se ajustaba a la extraña cerradura.
Aquel fin de semana, en el pueblo vecino se celebraba el mercadillo anual de objetos antiguos. Arturo lo visitaba siempre con la ilusión de aumentar su colección de llaves antiguas y siempre encontraba alguna. Aunque no era consciente buscaba la llave que se ajustase a la cerradura del portón como su pareja ideal.
Arturo llegó al pueblo y fue recorriendo los diferentes puestos. En ellos había de todo: candiles, espejos, mecedoras, braseros con sus badilas, palanganeros con sus jofainas, planchas de carbón…
Uno de los puestos atrajo su atención porque sobre una bandeja de plata ennegrecida había llaves y candados.
Se acercó.
—Buenas tardes —saludó al hombre que lo atendía.
—Buenas tardes —¿Ha visto algo que le guste?
—Verá, yo colecciono llaves antiguas, sin embargo, las que veo en esa bandeja, no se ofenda, más que antiguas me parecen viejas.
El hombre, sin hacer caso del comentario, bajó la voz y le preguntó.
—Dice usted que colecciona llaves…
—Sí, pero antiguas.
—Entonces va a tener suerte. Sabrá apreciar una que tengo, que no quiero vender a cualquiera porque aparte de antigua es rara. Se la voy a enseñar.
El hombre desapareció detrás de una cortina y regresó con un rebujo de tela. Lo desenvolvió y le mostró la llave invitándole a cogerla.
Arturo la tomó en sus manos y sintió un escalofrío al repasarla con las yemas de los dedos. La observó. La cabeza y el cuello parecían hechos con un cordón de un extraño metal. Al final del cuello, un rectángulo, que al tener dos entrantes se formaban tres dientes.
—¿Qué le parece? —preguntó el hombre.
—Una joya, no tengo ninguna llave forjada con estas características tan singulares.
—¿Se la queda, pues?
—Me la quedo, si puedo pagarla, claro.
Regatearon un poco, más que nada por costumbre. Arturo aceptó el precio y regresó a su pueblo emocionado con el rebujo de tela protegiendo la llave.
Al día siguiente, apenas había amanecido, se levantó emocionado y se dirigió directamente a la casa. Estaba deseando probar la llave. Cuando se vio frente al portón la sacó, la introdujo en la cerradura y la giró. La cerradura no ofreció resistencia ni chirrió, más bien susurró; Arturo lo escuchó claramente y sintió el mismo escalofrió que había sentido al tocar la llave.
Notando que el corazón se le desbocaba empujó el portón, que giró sobre sus goznes con el mismo susurro que había producido la llave.
Entró y la colocó en la cerradura, por dentro. Luego, recorrió la casa que estaba en penumbra. La escasa luz que entraba por las grietas de las ventanas mal tapiadas confería a los muebles un aspecto fantasmagórico. Comprobó que estaba vacía y le chocó que, tantos años deshabitada, no oliera a cerrado.
Arturo, de pronto, empezó a notar una extraña sensación que le heló la sangre en las venas y corrió hacia el zaguán para salir de la casa y librase del agobio que empezaba a oprimirle el pecho.
Agarró la llave para girarla y abrir el portón, ¡pero la llave no giró! Lo intentó de nuevo una y otra vez. Nada. La llave no giraba.
El terror se apoderó de Arturo al comprender que jamás podría salir de la casa. La llave nunca le permitiría que la separara de su pareja ideal, la cerradura.
Se derrumbó sobre el frío suelo del zaguán y un agujero negro se abrió en su mente.
Blanca Cerruti
GRACE PELLS
Me tapo un ojo, presiono fuerte.
La noche no termina.
Media tristeza duele menos, que una entera.
Si llora un ojo abierto…el otro descansa.
Duermen las cosas en la casa y el tiempo hace lo suyo; domestica. Uno sale y entra en puntas de pie, al inevitable cuarto de la memoria. Un porcentaje grande manifiesta que los días, los meses y los años curan. No sé si tanto. Me da que guarda, y uno olvida donde guarda.
Tal vez sanar es no cruzarse, no chocar en la mudanza.
Aceptar, es quemar la negación, incendiar el desencanto, soplar hasta la última ceniza.
¿Podría haber sido eterno?
¡Es eterno!
Estabas ese día en el lugar incorrecto, y no era tu discusión, ni era el disparo, y no conocias ni siquiera la vereda donde caíste muerto.
Yo hubiera querido que unos brazos conocidos te hubieran arropado, que vieras por un segundo llegar un amigo. Esa tarde de odio, un acto de amor.
Tantas cosas…
Una pena coincidir y perderse,
Éramos perfectos, no inmortales.
MARÍA JOSÉ AMOR
¿CASUALIDAD O DESESPERO? (Tema de la semana)
Se conEL GRAN AMOR
Se conocían desde jovencitos.
Como vivían en casas pareadas, contiguas y con jardín, no necesitaban salir a la calle para ir uno a casa de la otra. Y no fallaba, en verano cuando las casas se abrían temprano pronto para que no entrara el calor, él, a las siete de a mañana o a veces antes, llamaba a la puerta de su amiga puerta comenzado así su diario encuentro, ya que no se separaban en todo el día. Iban juntos, de una casa a la otra y comían allí donde les tocara la hora.
Se hicieron adultos y su vida prosiguió en ese sentido hasta el punto que, si los “padres” de uno u otra emprendían un viaje, dejaban al “hiji¡o “ correspondiente en casa del otro.
Ella tenía el pelo “rojo fuego” tal como indicaba en su cartilla de adopción y a[[U1]](#_msocom_1) él, también adoptado la cartilla ponía “pelo largo rojo fuego” aunque era más claro que el de ella. Eran la pareja ideal por excelencia. Y, con lo guapos que eran ambos, una camada suya hubiese resultado espectacular, pero eso fue imposible: un pequeño tumor intrauterino benigno, la dejó estéril los primeros años de vida. Pero eran felices que era lo importante.
Hasta aquel día fatídico.
La “madre de ella al bañarla, notó un pequeño, casi diminuto, bulto al nivel de una mama.
Faltó tiempo para llevarla de urgencias donde el facultativo correspondiente aconsejó hacer una biopsia que remitirían a su propia clínica.
Cuando unos días después la “madre” fue a conocer el resultado, Carmen, la que normalmente la llevaba, la llamó a su despacho mostrándole el resultado:
“Adenocarcinoma tubular a sólido de grado III….”
Ni Carmen dijo nada más ni la “madre” quiso seguir leyendo. De sobra sabía lo que significaba ese grado 3 en números romanos. ¿Qué hacer?- Poco o nada.
“Qimio”, ergo ¿dejarla pelada totalmente acompañado de vómitos y malestar?
Ni soñarlo por un momento. Mejor, dijo –Carmen- estar al tanto de cómo va evolucionando. Saquemos de entrada este bulto, limpiemos la zona y ver.
Y ella, gran cirujana, así lo hizo. La tarde de la extirpación solo tenía una pequeña sutura tapada con unos cuentos apósitos y, lo peor, la dichosa “campana” para no tocarse la herida.
El que peor lo pasó fue él, claro, al que por mucho que llamara no le abrían la puerta. Ella, bastante tenía con ir dando golpes por los pasillos ya que para no caer en la tentación de saltar la pequeña valla para ver a su amado, solo la sacaban, atada a realizar sus necesidades biológicas.
Pasó un tiempo, salieron otros bultos, unos mejores, otros peores hasta que, tres años después apareció metástasis en huesos, en pulmón y no quedó otro remedio que sacrificarla.
La llevó la “madre” y el amado, aparentemente, ni se enteró.
Fue enterrada en un rincón del jardín sin él verloy a que lo dejaron bien encerrado (era invierno, hora de entrar ya).
Y aquí viene la segunda y más sorprendente parte.
A la mañana siguiente, sin llamar a la puerta, fue directamente al jardín de ella, claro y husmeó hasta dar con el lugar donde ella estaba, No dijo nada, volviendo a su casa sin lamentos. El único síntoma fue el total rechazo a la comida. Por más que su “madre” intentó cocinarle exquisiteces, NADA.
Y, al cabo de una semana desapareció.
Lo buscaron por todas partes y nadie lo encontraba.
Pasaron días y más días, la policía, los veterinarios de la zona, los guardabosques…nada de nada.
Finalmente, en un Poliideportivo cerrado y no muy alejado, de actividades estivales: tres piscinas abiertas, jacuzzi con diversos grados de chorros fríos, árboles de sombra además de znas soleadas, y demás, que, ante la venida de la primavera comenzaron a acondicionar, dieron la voz: estaba ahogado en la piscina más profunda
[[U1]](#_msoanchor_1)ocían desde jovencitos.
Como vivían en casas pareadas, contiguas y con jardín, no necesitaban salir a la calle para ir uno a casa de la otra. Y no fallaba, en verano cuando las casas se abrían temprano pronto para que no entrara el calor, él, a las siete de a mañana o a veces antes, llamaba a la puerta de su amiga puerta comenzado así su diario encuentro, ya que no se separaban en todo el día. Iban juntos, de una casa a la otra y comían allí donde les tocara la hora.
Se hicieron adultos y su vida prosiguió en ese sentido hasta el punto que, si los “padres” de uno u otra emprendían un viaje, dejaban al “hiji¡o “ correspondiente en casa del otro.
Ella tenía el pelo “rojo fuego” tal como indicaba en su cartilla de adopción y a[[U1]](#_msocom_1) él, también adoptado la cartilla ponía “pelo largo rojo fuego” aunque era más claro que el de ella. Eran la pareja ideal por excelencia. Y, con lo guapos que eran ambos, una camada suya hubiese resultado espectacular, pero eso fue imposible: un pequeño tumor intrauterino benigno, la dejó estéril los primeros años de vida. Pero eran felices que era lo importante.
Hasta aquel día fatídico.
La “madre de ella al bañarla, notó un pequeño, casi diminuto, bulto al nivel de una mama.
Faltó tiempo para llevarla de urgencias donde el facultativo correspondiente aconsejó hacer una biopsia que remitirían a su propia clínica.
Cuando unos días después la “madre” fue a conocer el resultado, Carmen, la que normalmente la llevaba, la llamó a su despacho mostrándole el resultado:
“Adenocarcinoma tubular a sólido de grado III….”
Ni Carmen dijo nada más ni la “madre” quiso seguir leyendo. De sobra sabía lo que significaba ese grado 3 en números romanos. ¿Qué hacer?- Poco o nada.
“Qimio”, ergo ¿dejarla pelada totalmente acompañado de vómitos y malestar?
Ni soñarlo por un momento. Mejor, dijo –Carmen- estar al tanto de cómo va evolucionando. Saquemos de entrada este bulto, limpiemos la zona y ver.
Y ella, gran cirujana, así lo hizo. La tarde de la extirpación solo tenía una pequeña sutura tapada con unos cuentos apósitos y, lo peor, la dichosa “campana” para no tocarse la herida.
El que peor lo pasó fue él, claro, al que por mucho que llamara no le abrían la puerta. Ella, bastante tenía con ir dando golpes por los pasillos ya que para no caer en la tentación de saltar la pequeña valla para ver a su amado, solo la sacaban, atada a realizar sus necesidades biológicas.
Pasó un tiempo, salieron otros bultos, unos mejores, otros peores hasta que, tres años después apareció metástasis en huesos, en pulmón y no quedó otro remedio que sacrificarla.
La llevó la “madre” y el amado, aparentemente, ni se enteró.
Fue enterrada en un rincón del jardín sin él verloy a que lo dejaron bien encerrado (era invierno, hora de entrar ya).
Y aquí viene la segunda y más sorprendente parte.
A la mañana siguiente, sin llamar a la puerta, fue directamente al jardín de ella, claro y husmeó hasta dar con el lugar donde ella estaba, No dijo nada, volviendo a su casa sin lamentos. El único síntoma fue el total rechazo a la comida. Por más que su “madre” intentó cocinarle exquisiteces, NADA.
Y, al cabo de una semana desapareció.
Lo buscaron por todas partes y nadie lo encontraba.
Pasaron días y más días, la policía, los veterinarios de la zona, los guardabosques…nada de nada.
Finalmente, en un Poliideportivo cerrado y no muy alejado, de actividades estivales: tres piscinas abiertas, jacuzzi con diversos grados de chorros fríos, árboles de sombra además de znas soleadas, y demás, que, ante la venida de la primavera comenzaron a acondicionar, dieron la voz: estaba ahogado en la piscina más profunda
[[U1]](#_msoanchor_1)EL GRAN AMOR
Se conocían desde jovencitos.
Como vivían en casas pareadas, contiguas y con jardín, no necesitaban salir a la calle para ir uno a casa de la otra. Y no fallaba, en verano cuando las casas se abrían temprano pronto para que no entrara el calor, él, a las siete de a mañana o a veces antes, llamaba a la puerta de su amiga puerta comenzado así su diario encuentro, ya que no se separaban en todo el día. Iban juntos, de una casa a la otra y comían allí donde les tocara la hora.
Se hicieron adultos y su vida prosiguió en ese sentido hasta el punto que, si los “padres” de uno u otra emprendían un viaje, dejaban al “hiji¡o “ correspondiente en casa del otro.
Ella tenía el pelo “rojo fuego” tal como indicaba en su cartilla de adopción y a[[U1]](#_msocom_1) él, también adoptado la cartilla ponía “pelo largo rojo fuego” aunque era más claro que el de ella. Eran la pareja ideal por excelencia. Y, con lo guapos que eran ambos, una camada suya hubiese resultado espectacular, pero eso fue imposible: un pequeño tumor intrauterino benigno, la dejó estéril los primeros años de vida. Pero eran felices que era lo importante.
Hasta aquel día fatídico.
La “madre de ella al bañarla, notó un pequeño, casi diminuto, bulto al nivel de una mama.
Faltó tiempo para llevarla de urgencias donde el facultativo correspondiente aconsejó hacer una biopsia que remitirían a su propia clínica.
Cuando unos días después la “madre” fue a conocer el resultado, Carmen, la que normalmente la llevaba, la llamó a su despacho mostrándole el resultado:
“Adenocarcinoma tubular a sólido de grado III….”
Ni Carmen dijo nada más ni la “madre” quiso seguir leyendo. De sobra sabía lo que significaba ese grado 3 en números romanos. ¿Qué hacer?- Poco o nada.
“Qimio”, ergo ¿dejarla pelada totalmente acompañado de vómitos y malestar?
Ni soñarlo por un momento. Mejor, dijo –Carmen- estar al tanto de cómo va evolucionando. Saquemos de entrada este bulto, limpiemos la zona y ver.
Y ella, gran cirujana, así lo hizo. La tarde de la extirpación solo tenía una pequeña sutura tapada con unos cuentos apósitos y, lo peor, la dichosa “campana” para no tocarse la herida.
El que peor lo pasó fue él, claro, al que por mucho que llamara no le abrían la puerta. Ella, bastante tenía con ir dando golpes por los pasillos ya que para no caer en la tentación de saltar la pequeña valla para ver a su amado, solo la sacaban, atada a realizar sus necesidades biológicas.
Pasó un tiempo, salieron otros bultos, unos mejores, otros peores hasta que, tres años después apareció metástasis en huesos, en pulmón y no quedó otro remedio que sacrificarla.
La llevó la “madre” y el amado, aparentemente, ni se enteró.
Fue enterrada en un rincón del jardín sin él verloy a que lo dejaron bien encerrado (era invierno, hora de entrar ya).
Y aquí viene la segunda y más sorprendente parte.
A la mañana siguiente, sin llamar a la puerta, fue directamente al jardín de ella, claro y husmeó hasta dar con el lugar donde ella estaba, No dijo nada, volviendo a su casa sin lamentos. El único síntoma fue el total rechazo a la comida. Por más que su “madre” intentó cocinarle exquisiteces, NADA.
Y, al cabo de una semana desapareció.
Lo buscaron por todas partes y nadie lo encontraba.
Pasaron días y más días, la policía, los veterinarios de la zona, los guardabosques…nada de nada.
Finalmente, en un Poliideportivo cerrado y no muy alejado, de actividades estivales: tres piscinas abiertas, jacuzzi con diversos grados de chorros fríos, árboles de sombra además de znas soleadas, y demás, que, ante la venida de la primavera comenzaron a acondicionar, dieron la voz: estaba ahogado en la piscina más profunda
[[U1]](#_msoanchor_1)
EVA AVIA
Depredadora
Creo que va llegando la hora de que conozcas ese lado oscuro que durante tanto tiempo me llenó de satisfacción. Durante ese periodo fui conocida como la Depredadora. Mi belleza singular y los dones que me otorgó Padre, que así era como le gustaba que le llamara, me permitían ejercer poder sobre aquellos hombres que anteriormente ejercieron el suyo sobre mí, mi cuerpo estaba a mi servicio, no al de ellos, o eso creía.
Se agudizaron todos mis sentidos y se desarrollaron otros que no creía que existían. Mi mente almacenaba datos que anteriormente era incapaz de adquirir, aprendiendo infinidad de idiomas y dialectos, tantos como personas utilizaba para los planes de Padre.
Fort Nassau se convertiría en una Factoría, donde comerciantes de otras regiones y países hacían sus transacciones económicas y, en todas ellas, Padre, era el que inclinaba la balanza siempre en interés de la familia.
Organizaba fiestas, reuniones privadas…, con aquellos títeres que querían tener un puesto más alto y yo, me encargaba de desplegar mis dotes como profesional para persuadirlos. Ya puedes imaginar como terminaban aquellos que eran reacios a declinarse por los favores de Padre, desaparecían. Me convertí en una espía, en la asesina de la familia, pero no me importaba, porque a cada logro o cada mordida que infligía sobre todos ellos, la adrenalina, el placer que me daba el tenerlos en mis manos, me recordaban el tiempo en el que fui humillada por aquellos bastardos.
Pasaron los años y mi pequeño creció convirtiéndose en un miembro importante en la familia, en el hijo humano que Padre no tuvo. Formó su propia familia e incluso su propia Factoría, que durante un tiempo sirvió a Padre para expandir el negocio, mientras yo, disfrutaba a lo lejos de sus logros, hasta que llegó el día en el que, mi hijo, se plantó frente a Padre, este en represalia, terminó con su vida.
Los recuerdos de esa noche, a pesar de los siglos, no he logrado olvidarlos, la frialdad con la que le miró a los ojos y las palabras pronunciadas recalcándole que él era el dueño de su vida y que sin él no era nadie, harían estremecer a cualquiera. Esa fatídica noche, mostró lo que era en realidad, un destripador, mordió su cuello y le succionó la sangre hasta que se sació de ella, posteriormente le arrancó el corazón y lo saboreó, regocijándose frente a su esposa e hijos, frente a la sangre de mi sangre.
Lo que vi, lo que sufrí en ese breve instante, hizo que la rabia se apoderada de mí y como buen animal depredador salté sobre mi creador y finalicé con su asquerosa existencia de la misma forma que hizo con mi hijo. Salí de aquella sala, aniquilando a todo aquel que osara interponerse entre mi familia y yo. La pareja perfecta que formábamos Padre y yo, él se encargó de destruirla.
La actualidad. Jefatura de policía. Despacho del capitán, Terrence.
—En el correo te he adjuntado todo lo que he conseguido por el momento, espero que te sea de utilidad. Macho, la verdad que no se que quieres lograr con todo esto, pero bueno, por algo eres el mejor.
—Gracias, ya lo estoy viendo. Te cuelgo.
Buen material. Aquí tengo para toda la noche, creo que voy a necesitar ayuda. A ver, mira que no me aclaro nunca con estas dichosas líneas internas, que si un botón, que si otro. Creo que su línea es esta.
—Elisabeth, tenemos trabajo. Esta noche va a ser larga —Mirando satisfecho las carpetas.
Medio minuto después, suena la puerta.
—Pasa. Que rapidez —Despegando la mirada de la pantalla.
—La verdad es que ni lo puede imaginar —Si él supiera. Definitivamente los hombres son un poquito despistados, lo que hacen unas gafas y un cambio de estilo.
—No te quedes ahí. Toma asiento —Señalando la silla—. Un colega de B. C. I.T., me ha adjuntado unos archivos que yo no puedo leer y sé que tú sí.
—¿Y sobre que tratan, para ponerme en contexto? —A ver por donde me sale este hombre, a mi lo único que me interesa es localizar al Destripador y acabar con él.
—Algo me dice que la ola de crímenes que estamos viviendo, están relacionados con la mujer que circula por las redes. Les he pedido que investiguen en profundidad —Mostrándole unos archivos que datan 1624—. ¿Y tú qué opinas? —Intentado ver a través de esas gafas.
—Bueno, si le digo la verdad, una mujer no puede ejercer tal brutalidad sobre un hombre —Casi me atraganto cuando he visto los documentos en los que aparecen la historia de mi familia, mi hijo relató toda lo vivido. Pensé que todo se había quemado en el incendio que provoqué.
—Si tú hubieras visto lo que yo anoche, no pensarías igual —Pasando las hojas—. ¿Empezamos? —Algo me dice que la conozco, pero no sé de qué.
Si que me va a complicar la existencia este hombre. Voy a tener que ir con mucho cuidado, si no es posible que esta pareja termine por disolverse más pronto de lo esperado.
Besos, La Incondicional.
FERNANDO LÓPEZ AGUILERA
La pareja ideal.
SUPERHEROES
El padre se acercó a la habitación de su hijo. Lo hizo con la cautela de un explorador que sabe que se enfrenta a un territorio desconocido.
Con sigilo, se sentó a los pies de la cama del adolescente. Este estaba tumbado y encogido, de cara a la pared. Esperaba que cayera el último grano del reloj de arena, y con él, su mundo entero.
Así estaban, padre e hijo, cuando, tras un silencio incómodo —ese tipo de silencio solemne, como el de un juez al que hay que guardar el máximo respeto—, el padre se lanzó con un monólogo:
—Hay que ver cómo han cambiado los tiempos… Ya no quedan superhéroes como los de antes —reflexionó, lanzando sus palabras como una pompa de jabón al aire—. Los de la generación anterior tenían una serie de códigos. Supongo que se los daban antes de convertirse en superhéroes, y bajo ningún concepto solían romperlos.
El padre continuó su relato, mientras que el hijo, a lo sumo, reaccionaba con un temblor en los labios, esperando que la lección no se alargara como la última clase de Don Hilario sobre la dualidad del ser humano de Platón.
—Pues eso. Los superhéroes de antes se regían por criterios muy estrictos a la hora de usar sus poderes. Cuando tenían que enfrentarse a sus enemigos, evitaban hacerlo en zonas pobladas. No querían destrozar lo que muchas manos habían levantado con esfuerzo.
El chico lanzó un suspiro al aire como valorando el esfuerzo de su padre. Que parecía intentar que el sol no saliera en un nuevo amanecer. De todas formas, el padre, no se rindió y continúo diciendo:
— Eso era importante. Pero aún más lo era no empezar una pelea delante de inocentes que pudieran salir heridos. A veces los combates eran brutales, y héroes y villanos ardían como fuego intenso… pero nunca involucraban a quienes no debían.
Tampoco alardeaban de sus poderes. No se vanagloriaban. Los llevaban en secreto, como si vivieran una segunda vida. Solo los usaban cuando era realmente necesario.
Y, ¿sabes?, muchos salieron de grandes problemas solo con sus capacidades humanas.
» En cambio, ahora… ahora todo ha cambiado. Los superhéroes modernos, con los mismos poderes, los usan a la mínima. Y claro, dirán que para eso se los dieron. Pero cuando se enfrentan a un problema, arrasan con todo, sin pensar en lo que se llevan por delante. Aunque eso implique borrar ciudades enteras —ciudades que guardaban, como silenciosos protectores, el esfuerzo de generaciones.
» Y lo hacen creyendo que protegen a quienes juraron defender. Pero no, en realidad protegen su ego. Su leyenda. Hoy en día, muchas personas inocentes pagan las consecuencias de esos enfrentamientos.
Y lo peor… tener un superpoder, hoy, parece ser tener un perfil en redes sociales. Y cada vez son menos los superhéroes que, sin capa ni antifaz, intentan que reine la paz resolviendo conflictos como humanos, como una de esas hormiguitas saliendo cada mañana del hormiguero para, con su esfuerzo, contribuir al bien común.
—Papá, colega… —interrumpió el adolescente, girándose con cara de no entender muy bien lo que su padre decía—. Mamá te ha mandado para que me consueles, no para que me sueltes este rollo de superhéroes. ¿Qué tiene que ver esto con lo que… bueno, con lo mío?
—Es verdad, hijo. Yo venía porque tu madre me ha dicho que has tenido una… pequeña decepción.
—¡Pequeña dice…! —El joven volvió a girarse hacia la pared, mientras murmuraba—. Pensé que había encontrado a mi pareja ideal.
—Vaya… Por eso te digo que es difícil encontrar a alguien que, teniendo el superpoder de destruirnos cuando quiera —porque le hemos entregado nuestro amor—, elija no usarlo. Aunque las cosas se pongan feas. Muy feas.
En ese momento, el padre, como por arte de magia, volvió a llenar de granos de arena el reloj que parecía iba a consumir el mundo del muchacho. Este le dijo con expectación en su mirada:
—Entonces… ¿tú ya conociste a tu superheroína?
—Así es, hijo. Yo sí conocí a mi pareja ideal. Y seguro que, llegado el momento, tú también lo harás —y tras un silencio, que el chico acogió con agrado como mostraba la ligera sonrisa que se dibujó en su rostro le preguntó — Y cuando esto suceda, ¿serás capaz de utilizar tu superpoder para que nadie salga herido?
SILVIA RAFI GRACIA
ESTÁS TÚ
«Si alguien me preguntase qué sería para mí una pareja ideal, le respondería que eres tú mi pareja ideal», le dijo, y prosiguió:
Sí, porque te considero mi compañero de vida, porque lo compartimos todo, porque ambos nos sentimos libres para manifestarnos tal cual somos con plena autenticidad, porque nuestras almas están repletas de entrañables recuerdos comunes y somos ambos conocedores de los que no lo son, y que, en cierta manera también compartimos. Porque no tenemos secretos o, si se da el caso de que los tengamos, no son significativos. Porque no somos menos libres juntos que separados, aunque necesitemos de ciertas parcelas de soledad.
Porque respetamos nuestro derecho a estar a veces de mal humor, o enfadados y a enseñarnos los dientes como hacen los perros, sin ninguna intención de morder, cuando algo les molesta; y no pasa nada. Porque hemos tenido tiempo de conocer nuestros recovecos más íntimos. Porque «estar», simplemente, uno al lado del otro, a menudo nos resulta suficiente; y no necesitamos de estímulos externos especiales cuando se dan períodos en los que, por circunstancias diversas, tenerlos no resulta posible; ni nos sentimos frustrados como pareja si a veces nuestra energía esté muy baja. Nos conocemos muchos momentos de gran euforia, de espíritu aventurero, de risas y de carcajadas…, de sentirnos tan puros, tan límpios, tan ubicados en nuestro presente…, como dos niños en interminables días de verano placenteramente ocupados. Y también otros cuantos de muy duros.
Y, como cualquier persona tenemos nuestros propios ritmos individuales, nuestros propios estados de ánimo que no siempre pueden coincidir y no siempre hemos podido ayudarnos tanto como hubiésemos deseado, porque siempre hay, en toda persona, momentos de soledades no deseadas aún sabiéndose acompañadas; pero es que no somos perfectos; no solamente en aspectos de hábitos, tics… también en nuestra capacidad de entendimiento y de respuesta.
Y conocer y aceptar uno y otro las imperfecciones de ambas, reconociendo que no podemos estar siempre totalmente enteros y expectantes hacia el otro ser…, minimizarlas en comparación con tantas y tantas cosas que nos mantienen unidos, es también parte, para mí, de ser una pareja ideal.
Ser dos individualidades que deseamos cada una y cada día encontrarnos y compartir con placer todo lo que nos resulte posible y que ninguna de ellas puede imaginarse sin la otra, porque se sienten intensamente unidas, cuerpo con cuerpo, alma con alma, mente con mente, y así se buscan.
Sintiendo que ninguna otra persona, ni tampoco la soledad, hubiese sido mejor ni para mí ni para tí
(Sílvia Rafi Gracia// 17/06/2025)
CARMEN ÚBEDA FERRER
El marqués del Buenamor.
———————————–
Allá por el mil ochocientos…
pasea por la Plaza Mayor
el Marqués del Buenamor.
Justo por su lado pasa
una castiza chicuela.
La moza con gran mantón
del frío a su cuerpo protege.
Los flecos y su faldón disimulan
los contornos de su hermosura,
pero el Marqués, que es muy gato,
adivina sus formas y su finura.
Le ha gustado la mozuela,
y discreto el muy ladino
la ha seguido a la plazuela.
Cuando pasan varios días,
el marqués, encontradizo,
la regala con palabras
llenas de dulce hechizo.
Durante varios días
él se la va conquistando
con requiebros zalameros
realzando sus encantos.
Por fin le declara amor.
La joven, en su credulidad,
arrebolada con tan dulces embelesos,
cree encontrar en el marqués
a la pareja ideal.
El de los blasones
la venera como a una diosa.
Se postra a sus pies
y le rinde pleitesía.
Con ella se quiere casar.
Es la mujer de su vida.
Ella lo acepta sin temor
pues no duda de su amor.
El noble, la reclama pasiones
y al marquesado la lleva
en su cómodo Landó.
Ya han llegado a la mansión.
El Marqués del Buenamor
la envuelve con sus lisonjas
llenas de gran pasión.
Y entre suspiro y suspiro…
le explica el señor Marqués.
No será en mi aposento…
Eso vendrá después del casamiento,
que ahora conviene la discreción
hasta llegado el momento.
Mejor será en el granero,
donde nuestros cuerpos gocen,
que es blanda y mullida la paja,
y que el heno nos reboce
que produce gran placer.
Pasado un tiempo precavido,
sale la moza llorando,
con el pelo muy revuelto,
con el rostro sonrojado,
con el paso muy incierto,
y toda envuelta en llanto.
Un paso detrás de otro
a la plazuela va andando.
Para el taimado marqués,
es un capítulo más todo lo sucedido.
No tuvo importancia alguna,
que un instante después
todo quedó en el olvido.
De momento no pongo fin,
que debo aclarar un punto
un punto (como se suele decir)
un punto sobre la i.
——-
De resultas de este lance,
y otros tantos del marqués,
la copa ya se ha colmado.
Padres y hermanos
una emboscada han tramado.
——-
En una noche oscura,
muy oscura, más oscura que ninguna.
Al noble señor marqués,
le han molido a palos
de la cabeza a los pies.
Ahora aclarado el punto,
el punto sobre la i,
a este pequeño cuento
ya le puedo poner. FIN
ANTONIO PRADES
La Parte Donde Nos Besamos
Vera, estaba en un pequeño café con luces cálidas, vigas de madera y música suave. Una lluvia que caía sin tregua golpeaba los cristales. Esa tarde, llovía de llover; llovía con ganas. El local estaba lleno de gente inútil haciendo cosas inútiles, la mayoría conversaba con sus pantallas. Ella soñaba con ser un folio en blanco, sin tachones, sin historia, mientras hojeaba aburrida un libro torpemente escrito, con esa prosa espesa y burocrática más típica de un formulario oficial o un manual de instrucciones. No le apetecía leer ese bodrio, pero no había nadie con quien le costara más pasar el rato que con su propia cabeza.
Tomaba una copa de vino tinto y, cada poco, a modo de tic, se pasaba la mano por su frente, levemente más ancha que la barbilla. Tenía pómulos marcados, contornos suaves y los labios barnizados de un rojo intenso que resaltaba el tono pálido de su piel. Su pelo era del color de la luz de la luna, recogido en un moño algo desordenado, con algunos mechones que se escapaban, como si se hubiera peinado con los dedos mientras salía de casa. Ese toque informal, casi rebelde, le daba un atractivo difícil de ignorar.
Escuchó una risa natural, espontánea, De nuevo la oyó, ahora, con matices más graves, cálidos. Ella separó la oreja del libro atraída por aquel sonido. Ella lo observaba con mal disimulada curiosidad, y él mantenía una de esas miradas que no piden permiso, pero no invasiva. Vera, estaba harta de esos tipos que se relamían clavandole sus ojos porcinos.
Él tenía una elegancia natural, aunque no parecía ser el tipo de persona que se preocupara por el color de sus calcetines, transmitía una belleza humilde, pura. Un tipo grande, cargado de hombros, de labios llenos y una mirada ámbar, almendrada.
—¿Te importa si me siento? —preguntó él, con una sonrisa diseñada para derretir corazones escépticos.
Ella asintió, con un tartamudeo leve, casi sin hablar.
Se llamaba Elías y tenía la clase de voz que parecía saber todos los secretos del universo. La escena era perfecta. El sonido ambiente. La copa de Cabernet Sauvignon entre sus manos. Su sonrisa segura, sincera. El movimiento de su cabello. Todo como en una película romántica. Todo orquestado. Todo en su sitio.
Entre ellos surgió más química de la que había en un laboratorio farmacéutico. Hablaron de todo, de libros, de música, de viajes que él quería hacer y que ella soñaba desde niña. Había algo en su forma de mirarla, como si escuchara no solo lo que decía, sino también lo que pensaba. Y eso, eso era nuevo, Eso era perfecto.
La conversación se alargó y pidieron algo para picar. El camarero trajo los platos, y ella notó cómo él esperaba que ella probara primero, cómo le servía el vino sin necesidad de decir nada, cómo le limpiaba discretamente, con ternura, restos de salsa del labio.
Se tocaron las manos con naturalidad. Cada respuesta de él parecía exacta, afilada y suave al mismo tiempo. Opiniones progresistas, pero no condescendientes. Un toque de melancolía por su infancia, libre, en el campo. Anécdotas que la hacían reír sin esfuerzo. Cada gesto sumaba. Cada detalle era una confirmación. Ella, que nunca se había sentido del todo cómoda con estas situaciones, se encontró riendo como si se conocieran de toda la vida.
Fuera, la lluvia estaba menguando. Él propuso salir a dar un paseo, ahora que parecía que hacía bueno.
—¿Sabes? —dijo él mientras recogían los abrigos—. Me alegra haber venido. No imaginaba que encontraría a alguien como tú.
Elías abrió las puertas del local, y Vera, sin darse cuenta, las de su interior.
Caminaron por la ciudad, Todas las nubes parecían haberse escondido detrás de la luna. Gibosa creciente. Una luna menos oscura, como si la noche tuviera más luz de lo habitual, como si estuviera ahí solo para decorar el momento. Paseaban sin prisa, respirando el petricor con una sonrisa casi infantil. A Vera, el olor a lluvia siempre le traía bonitos recuerdos. Cada paso era un ladrillo más en la construcción de la ilusión. Avanzaron lentamente hasta alcanzar el paseo junto al mar. Ella percibía el sonido de las olas y lo dejaba maridar con su alegría.
Hablaron de hijos. De posibles nombres de niño y de niña. Entre risas y suspiros, Vera se imaginaba en una casa blanca con tejas rojas, una terraza amplia y un patio florido, un perro grande y tonto a los pies de una cama, donde darían rienda suelta a los deseos que jadeaban ardientes en su interior, donde quedarían enraizados en sus sábanas hasta el mediodía, transformando la habitación en un jardín botánico. Por la noche, mantendrían discusiones sobre novelas en cenas a la luz de las velas en el porche, después de largas caminatas por la orilla del mar, con la espuma devolviendoles destellos de infancia, abrazados, con los pies hundidos en la arena y olas rompiendo en sus tobillos.
Un amor tan bonito que incluso todos los demás amores vendrían a verlo.
Con cada paso, con cada idea, ella iba cayendo más y más. Caía sin tropezar, con la voluntad absoluta de quien por fin cree haber encontrado algo verdadero. Él era lo que siempre había buscado. Se lo juraban las gárgaras de su vientre.
—Creo que esta es la parte donde nos besamos —dijo ella, con una sonrisa temblorosa.
Él la miró, suave, sin apuro. La acarició como quien toca telarañas, temeroso de romperlas. Se acercó despacio. Ella cerró los ojos. Una dulce ansiedad se expandía en su pecho, como el universo, infinitamente, incapaz de crecer porque ya lo ocupa todo. Ahora sí, pensó. Ahora empieza mi historia. Sentía su aliento, el calor de su piel cerca.
Entonces, un fogonazo blanco la cegó. Un zumbido agudo le perforó los oídos. La escena se partió en pedazos. Un chirrido metálico. Un movimiento brusco. Todo se volvió negro durante un segundo, hasta que los focos fríos del pasillo la iluminaron con violencia.
—Crédito agotado —dijo una voz robótica.
—¡Se acabó el tiempo! —gritó una voz masculina, brusca, ajena a toda dulzura.
Dos manos la agarraron por los hombros y la arrastraron hacia atrás. La estaban sacando a la fuerza de la cabina. Dos operarios, con uniformes grises que llenaban la puerta, la sujetaban como a una carga defectuosa.
—¡Solo un beso! ¡Déjenme terminar el beso!
Uno de ellos soltó una risa breve y seca.
—Son dos mil créditos por segundo de simulación —dijo uno de los hombres, que la soltó con rudeza—. Vuelve cuando puedas pagar.
Ella intentó aferrarse a algo, una palabra o una imagen.
—Solo un minuto más —suplicó—. Solo uno…
—Sí, claro. Como todos. Anda y piérdete.
La dejaron caer sobre la acera. La puerta se cerró tras ellos con un chasquido metálico. La luz exterior era gris, sucia, potente, una luz que quemaba de verdad, sin poesía.
Ella se quedó sentada, temblando, entre bolsas de basura, con la ropa desgarrada y los labios aún temblando por un beso que nunca ocurrió. A su alrededor, otros caminaban sin verla, entre los escombros de aquella ciudad en ruinas, gente con auriculares, con trajes de oficina, con hambre o con prisa. Anuncios luminosos parpadeaban con el logo de otra empresa de simulaciones, drones zumbando sobre las cabeza como mosquitos a control remoto. En una esquina, un niño vendía elixir de olvido lento y cápsulas de realidad a medio consumir. El mundo real.
Se abrazó las rodillas, encogida, dejando que las lágrimas se mezclaran con la suciedad de su rostro. Toda su alegría había desaparecido, se había esfumado como quien abandona una fiesta sin darle las gracias al anfitrión.
Recordó a Elías. Su risa. La forma en que decía su nombre. Vera. Todo era ya era un recuerdo pixelado. Pensamientos de cristal llenaban su cabeza, tan frágiles como imposibles de ordenar.
No era real. Ninguna de esas cosas lo era. Solo algoritmos entrenados con decenas de romances imposibles, capaces de moldearse al gusto de cada alma solitaria capaz de pagar un puñado de créditos. Y, sin embargo, había sido tan perfecto. Sabía que había conocido una felicidad que jamás encontraría en esta ciudad miserable. Una felicidad que valía más que la verdad.
Miró sus manos vacías. Se levantó lentamente. Tenía que conseguir más créditos. Como fuera. Robar, mentir, vender algo. Lo que hiciera falta.
LETICIA R MENA
NADIE ES PERFECTO
Encontrar la pareja ideal es cada vez más difícil.
Yo creía haberlo encontrado con mi anterior marido. Éramos la pareja perfecta.
Tanto amor que me profesaba, tantas atenciones, que eran demasiado.
Una perfecta vida perfecta. No discutíamos nunca, en todo me daba la razón.
No es que no le quisiera, pero él me quería más que yo a él. No tenía ojos para otra que no fuera yo. Era demasiado…, demasiado perfecto.
Me quería tanto, tanto… y eso que al principio era yo quien más enamorada estaba de los dos.
Me escribía cartas tan preciosas, todo un poeta. Me llevaba a cenar y al cine, me colmaba de regalos. Cuando se arrodilló anillo en mano, no tuve otra opción decirle que sí.
Para ese entonces él ya estaba enamoradísimo, y a mí ya se me había pasado. Solo me quedaba un gran cariño hacia él. Pero no quería romperle el corazón.
Así que nos casamos, y todo era maravilloso. Él era el marido perfecto, yo la perfecta esposa. Pero de todo una se acaba aburriendo y tanta perfección es agotadora.
Te cuento todo esto, cariño, porque sé que te hubiera encantado conocerlo. Os habríais llevado tan bien.
Ahí está, en el jardín.
— En el jardín, pues yo no lo veo — dijo asomando un poco la cabeza por la puerta.
— Ay cariño, como lo vas a ver. Tienes que… cavar un poco.
Esas fueron las últimas palabras que le dije.
Luego me miró de una forma muy extraña, y ante su arrebato de histeria, no me quedo más remedio que matarlo.
Una pena porque era muy divertido, el pobre me hacía reír mucho. Casi hasta resultar agotador tanto chiste y tanto chascarrillo.
Ahora se hacen compañía uno al otro, ahí mismo, justo debajo de las azaleas. Que además me están floreciendo la mar de bonitas.
Lo dicho, que encontrar a la pareja ideal es muy difícil.
Aunque… desde que volví a quedarme viuda hay un nuevo hombre en mi vida.
Se le nota el interés, siempre me está preguntando cosas sobre mí. No se aburre nunca de preguntarme.
Debe ser deformación profesional, como suele decirse.
Y es que es policía.
Con el uniforme puesto está guapísimo.
Tal vez haya encontrado por fin a mi pareja ideal.
NILA J BOHORQUEZ
Mimí, la joven nieta de doña Encarnación, solía visitarla para compartir su exquisito café recién coladito, acompañado de deliciosas galletas «hechas en casa».
– Dígame, abuelita…¿según su vasta vivencia, usted cree que existe la pareja ideal?
_ ¡Ay, mija!…¡Siento decepcionarte al no responderte lo que quisieras escuchar, a pesar de mi experiencia de cinco matrimonios en mi haber!
– ¿Cinco, abue?
_ ¡Sí!… cinco veces viuda…y a pesar de las vicisitudes que enfrenté, encontré armonía y estabilidad emocional en cada una de ellas, las cuales marcaron mi vida, porque no buscamos la perfección (eso no existe en el incontrastable ser humano), sino que cada día nos acercábamos más a ella…es como querer «viajar» hasta el sitio donde se forma el arcoíris después de una intensa lluvia, buscando el «tesoro escondido». Ese tesoro escondido se puede comparar con la excelsitud: hasta hoy, nadie lo ha logrado…
¡Ah, sí!… posiblemente los santos que se pasean por la corte celestial.
– Entonces, abuelita, ¿no existe la «media naranja»?…
_ Es muy difícil alcanzar el estado impecable en una relación; se puede conseguir cierto grado de excelencia cuando dos personas se conectan profundamente y comparten valores
morales y espirituales, y proyectos de vida, todo basado en el amor verdadero que sí existe y es lo que hace que su semejante sea ideal para cada uno.
– ¡Gracias, abue, por responder a mis inquietudes con tanta sabiduría, producto de sus 90 años! Entendí que la fantástica pareja perfecta es aquella que se complementa en cada detalle; que se apoya una del otro en cada decisión… y lo más importante, ¡se ama sin condición!
¿Y en cuál unión usted disfrutó de la verdadera felicidad?
_ ¡En todas!… porque en la dicha y adversidad nos sostuvimos mutuamente, hombro a hombro…y entre ruidos y silencios, escuchamos y entendimos.
– Abuelita…¿usted continúa observando el horizonte?
_ Ya no miro a lontananza…
¡Encontré a «Soledad»!…
AXY LINDA
Es aspirar cielos.
Abrazar campos llenos de flores,
recostar la cabeza en esperanzas compartidas.
Caminar con mil pies por senderos sembrados de arcoíris de experiencias ya vividas.
Bañarse con ilusiones y verdades; con paz y alegrías.
Es trenzar sueños, para despertar en realidades aún mejores.
Es construir alas con nubes de mutuos suspiros,
armadas con ramas del árbol de la vida,
para volar juntos hacia universos de respeto y confianza.
Es bailar en mares de armonía, al ritmo de corazones y dos respiraciones.
Es libertad de ser cada uno quien es…
es ser espacio y destino.
Es… es: luz que no deslumbra, que aclara, que descubre. Luz que a la vida, da sentido.
MAITE BILBAO
Para el tema, la pareja ideal
Desde mi mullido escondite, el mundo se desplegaba entre luces y sombras. Los días se sucedían, y cada uno traía la promesa de un nuevo aroma y vibración en el aire. Había pasado incontables anocheceres mirando la luna en soledad, en una vida que hasta entonces me parecía completa. Pero siempre faltaba algo, una pieza más en el rompecabezas de la existencia que aún no encajaba.
Y entonces, un día cualquiera, surgió algo especial, sin buscarlo. La vi desde la distancia.
Al principio, solo una silueta en el umbral, una interrupción en el ritmo pausado de esa tarde. Pero a medida que se acercaba, cada uno de mis sentidos se agudizó. El aire vibraba con una energía a su alrededor que nunca antes había percibido. No era el olor a tierra mojada después de la lluvia, ni el dulzor de las flores del jazmín que crecían junto a la pared. Era algo más sutil, una mezcla embriagadora de calidez, suavidad y un toque de salinidad que me recordaba al mar, a la brisa que a veces llegaba desde la playa.
Sus pasos eran ligeros, casi inaudibles, pero en mis oídos resonaban hasta lo más profundo. Capturaba cada mínima corriente de aire con los bigotes mientras ella se desplazaba. Podía sentir el vaivén de su ropa y el roce de las mangas de su camisa al moverse. Saboreaba el aroma de su piel, una esencia que me invitaba a acercarme.
Mis ojos, acostumbrados a la penumbra y a discernir el más mínimo movimiento de una hoja, se fijaron en ella. Las pupilas se dilataron en alerta; no era solo lo que veía, sino lo que se apreciaba más allá de la vista. Percibía las partículas de luz posarse sobre su cabello y el ritmo tranquilo de su respiración.
Entonces, me miró, y sus ojos se encontraron con los míos. Fue como si un interruptor se encendiera dentro de mí. Una corriente eléctrica, suave y cálida, me recorrió de la punta de la cola hasta mis orejas. En su mirada, no había asombro ni curiosidad superficial. Había algo más profundo, un reconocimiento tácito, como si nos hubiéramos conocido en otra vida, en otro tiempo. Era una conexión silenciosa, un entendimiento mutuo que trascendía las palabras.
Me invadió un impulso irrefrenable. Mis garras apenas rozaron la superficie del escondite mientras me estiraba, la urgencia de acortar la distancia para fundirme en esa presencia que me llamaba con tanta fuerza. No era necesidad, era anhelo, una certeza. Mientras ella se agachaba, extendiendo una mano hacia mí despacio, mis músculos se relajaron.
Pero, justo en ese instante, un sonido metálico rompió la magia. La puerta del jardín se abrió de golpe y una sombra irrumpió en la escena. Era un gato enorme, con el pelaje desaliñado y una cicatriz en la oreja. El «vecino», lo llamábamos en la distancia, un territorial independiente que solía merodear por aquí. Su presencia era siempre una amenaza, un recordatorio de los peligros del mundo fuera de nuestro hogar. Mis instintos se encendieron. Arqueé el lomo, echando las orejas hacia atrás, y un leve gruñido escapó de mi garganta. Se palpaba la tensión en el aire. La humana, que un segundo antes me ofrecía su mano, retiró el gesto con una ligera contracción de sus hombros. Dividía la atención entre mi reacción y el intruso, y sentí una punzada de frustración: ¿se desvanecería la conexión antes de que pudiera consolidarse?
El gato intruso lanzó un silbido amenazante y avanzó un paso. Yo ya estaba listo para el enfrentamiento, con el cuerpo tenso, preparado para defender el espacio y a mi futura compañera. Pero entonces, la humana hizo algo inesperado. En lugar de apartarse, se irguió lentamente y se interpuso entre ambos. No lo ahuyentó con gritos ni gestos bruscos; simplemente se mantuvo firme en su posición. El «vecino» vaciló, desconcertado por su presencia. Tras unos segundos de gruñidos de advertencia por su parte y de la mirada inquebrantable de la humana, se dio por vencido. Giró sobre sus patas y se alejó con un bufido, desapareciendo tan rápido como había llegado.
Una vez que el peligro pasó, la tensión en mi cuerpo se relajó. Ella se volvió hacia mí de nuevo, y su mano se acercó lentamente. Cuando sus dedos rozaron mi lomo, una ola de puro placer me inundó. El contacto era firme pero delicado, una caricia que parecía borrar todas mis dudas y miedos. Me dejé llevar, rozándome contra su palma, sintiendo el calor de su piel a través de mi pelaje. Al levantarme suavemente, y por primera vez en mucho tiempo, no sentí el impulso de escapar. Busqué acomodo en sus brazos, escuché los latidos pausados de su corazón. Su olor me envolvió por completo. La miré, y en ese instante, supe que ella era la compañera que había estado buscando, la pieza que faltaba. Había elegido a mi humana, y ella, sin saberlo, me había elegido a mí. Ninguno estaría solo, jamás.
La pareja ideal no se encuentra, se elige cada día.
18 de junio de 2025
Maite Bilbao Pérez
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
Era guapo y muy rico, vivía en una linda casa, que más podía querer, yo era guapa, no tan rica, pero me gustaba vivir bien y tener muchas comodidades y cosas lindas. Sé que podría conquistarlo, segura estoy que no le soy para nada indiferente. Vivíamos uno frente al otro y nos saludábamos cordialmente siempre, yo tenia 18 años, el 25 no había tanta diferencia de edad. Bueno ya era tiempo de tejer mis redes, lo invitaría a mi cumpleaños y seguro que asistiría.
Llega mi gran día, claro que asiste Daniel, se veía muy bien elegante y juvenil.
En esos momentos Recuerdo que mi padre siempre me había dicho que yo sabría elegir a mi pareja ideal, en el momento adecuado, que él sería la persona que tuviera más afinidad conmigo.
En fin, ese día, ni él ni yo teníamos ojos para nadie más, así; empezaría mi relación con él.
Mis padres se sentían complacidos, yo les decía diciendo que teníamos los mismos gustos, «gran mentira», pues si había diferencia, creo qie normal.
Pero no me importaba, despues de la fiesta nos empezamos a ver, me hacía grandes regalos.
Yo terminaba siempre por complacerlo, aunque no me gustará lo que quería hacer, al fin que después de que logrará mi objetivo yo haría lo que quisiera, y trataría de que no se diera cuenta.
Pasó casi un año, hasta que por fin me pide matrimonio, claro que lo acepto.
El fin de semana va a casa y habla con mis padres, desde luego le dicen que están muy complacidos con su petición.
Empezamos a realizar los preparativos para la boda, desde luego también sus padres estaban totalmente de acuerdo, me había portado siempre encantadora con ellos, bueno ya todo está arreglado, una gran boda más en la familia.
Haría un gran derroche de recursos, lo cual no me importaba.
Le había pedido una casa en un lindo lugar, y la compró todo iba de maravilla.
Llega nuestro día, todo sale a la perfección.
Vamos de luna de miel a Roma, solo siete días, pues no podía dejar sus negocios por mucho tiempo.
Regresamos y todo sigue bien, empiezo a salir cada vez con más frecuencia, pues me aburre estar todo el tiempo en casa, le digo que quiero viajar, y como para él no es fácil, aprovecho esto para viajar y conocer muchos lugares y desde luego a otras personas. Me había empezado a dar una gran vida.
En mi segundo viaje a Roma conocí a un mesero, era muy apuesto y atento, me había gustado mucho, creo que coqueteé con él y me correspondió.
Me invitó a desayunar para el día siguiente, fué muy agradable, yo no creía en el amor a primera vista, pero para la tercera vez que lo ví sentí mariposas en el estómago.
Nunca creí, ni remotamente que pudiera pasarme algo así.
Me sentía desconcertada pero a la vez feliz.
A los seis meses de vernos,recibo una llamada de Antonio, me dice que su madre está enferma y que tiene que ir a verla, que por favor le preste algo de dinero para poder pagar su tratamiento, que en cuanto pueda lo devolverá.
Claro que le deposito el dinero.
El no sabía que al dia siguiente viajaria a Roma
Ya tenía mi boleto para ir a verlo, y no quería cancelarlo, así que decidí irme y esperaría su regreso.
Llego y decido ir a cenar al restaurante donde trabajaba, cual es mi «sorpresa» que él está ahí, aun no atravieso la calle, cuando veo que se le acerca una mujer y lo saluda con un beso. No entiendo que pasa, decido esperar, falta poco para que salga del trabajo y seguro irá a casa a la cual llega caminando, pues está muy cerca.
Al fin sale, atravieso la calle y decido seguirlos a una distancia prudente para que no me vea, entran a una tienda y los sigo, me pongo cerca para ver si puedo escuchar algo; y así es, Antonio le dice a la mujer que todo marcha bien, que me creo todo lo que me dice, y que finge que le gusta lo mismo que a mi, que ya falta poco, parar dar el último sablazo, me pediría dinero para poner un restaurante, y me diría que sería la socia principal, y en cuanto le de el dinero, se irian de ahí y jamás volvería a saber de él
No puedo creer lo que he escuchado.
Espero a que salgan de la tienda y me dirijo al hotel
Realmente estoy muy desconcertada, está haciendo lo mismo que yo hice con Daniel, ese hombre fiel, amoroso, sincero al cual he engañado.
Decido regresar al día siguiente, y bloqueo a Antonio.
No quiero saber nada jamás de él, ya se había burlado suficiente.
Creía que tenía algo bueno y ahora me doy cuenta, que todo eso bueno que tengo está en casa, ¿como he podido ser tan ciega y no ver las cualidades de Daniel?
Esto realmente ha sido una gran lección, que desafortunada mente nos puede pasar a cualquiera.
De alguna forma le pediré perdón a Daniel, y agradeceré siempre el tenerlo en mi vida.
Realmente el era la pareja ideal.
ANDY PARIONA ROJAS
Mi pareja ideal.
Nos conocimos a finales de julio por un amigo en común y así comenzó nuestra historia. Todos los días llevaba comida a la casa después del trabajo y tú te encargabas de satisfacer mis gustos más profundos. Algunas veces eran en la cocina y otras en la ducha, pero disfrutaba mucho más en nuestro aniversario. Ese día salíamos a comer a un restaurante para luego intimar en lo más oscuro de un parque. A su vez ese día era en el que más me sentía juzgado, no sé si se debía a tu tamaño o a tu piel tan blanca que no se dañaba con el sol, pero por dentro me sentía incómodo. Es así que en uno de nuestros tantos aniversarios sucedió algo que nunca pensé, al bajarme el pantalón te lastimé con mi cremallera, no emitiste dolor alguno y ahí pude comprender que eras lo que siempre fuiste tan solo una muñeca.
FURUKAWA CREATIVES
¿Amor o Amistad?
Andy es como un buen café. Tiene un balance entre acidez y dulzor que ninguna de sus congéneres ha demostrado. Su sabor complejo evoluciona a lo largo de la convivencia, y se impregna como el intenso olor achocolatado. Esa perfecta mezcla entre sabor y olor te hace apreciar mucho mejor su excelente cuerpo, ella ha sido hecha adecuadamente, como los buenos granos tostados del café. Y qué decir de lo que produce en mí, gozar de su compañía es estimulante, reconfortante y relajante; me mantiene en un constante sentimiento de optimismo y felicidad, que no me quiero alejar de ella jamás.
Lo confieso, soy adicto a ella; porque el día que la conocí, su armoniosa risa honesta me hipnotizó, y como si fuera poco, su sinuosa figura me deslumbró. Quería tenerla, no por el mero deseo carnal, sino por la necesidad de sentirla cerca, de respirar su aire, de perderme en la profundidad de sus ojos. La fantasía me hizo buscarla con desesperación, hasta que finalmente me permitió intoxicarme de su dulce e inigualable aroma, probar el néctar que segrega su cuerpo producto del placer, y conocer la suavidad de cada centímetro de su piel. Mi sueño se cumplió; pero además, me mostró una pasión que abarca hasta el terreno de la intelectualidad, exhibió su persistente búsqueda de independencia, y no contuvo su peculiar humor sarcástico que de hecho, me sigue el paso.
No creo en la «pareja ideal». Me burlo de esas historias edulcoradas, de los cuentos de hadas; porque el amor es una ilusión, es una construcción social. Y con Andy, no es que ahora crea en un ideal, no es que piense que es perfecta, por supuesto que sé que tiene imperfecciones; pero con ella, el concepto de «ideal» se redefine. No es una imagen prefabricada, es algo que se crea, que se construye día a día, con cada risa, con cada conversación, con cada roce de piel.
Me refiero a eso, no me quiero alejar de ella debido a su personalidad, a sus virtudes, a sus defectos y a esas manías que me sacan una sonrisa. Son esos detalles, los que me hacen amarla con una intensidad que nunca imaginé posible.
Sólo en mis pensamientos lo confesaré, tengo tiempo anhelando su atención, su afecto y tal vez, otro sentimiento. Un sentimiento que no se base en ideales, sino en la realidad de lo que siento cuando estoy con ella. Un amor que sea en esencia nuestro.
Ahora, todo lo que quiero es dejar de jugar. Quiero dejar de ocultar lo que siento, quiero confesar que con ella, el amor no es una ensoñación, sino una necesidad. Y que, al final, la única pareja ideal es la que te hace sentir completo, la que te llena el alma, la que te hace querer ser mejor persona.
¿Hasta dónde voy a llegar con este juego del sexo sin amor?
Vislumbro a la castaña en la distancia, y el nudo en mi estómago afecta hasta los latidos de mi corazón, las manos me sudan, el cuello y la quijada me duelen.
¡Maldita sea, Andy! ¡Te amo! ¡Te amo demasiado!
―¡Hola! ―su sonrisa se dibuja, tan perfecta como siempre.
―Hola ―sus manos viajan a mis hombros, y se para en las puntas de sus pies como aviso de que va a darme un beso en la mejilla.
Me inclino hacia ella, suplicando porque no se percate de mi nerviosismo; por lo que apresuro el saludo y abro la puerta con prontitud para invitarla a entrar al lugar. Nos sentamos en nuestra mesa, durante toda la rutina de ordenar, que nos traigan nuestro pedido y comer, la escucho hablar acerca de su día en la escuela y en el trabajo; y esa es toda la evidencia que necesito, ella no sospecha nada.
Ha llegado el momento en que debemos irnos, así que, con el corazón amenazando con salirse de mi pecho, debo hacerlo de una vez.
―Me están ofreciendo una beca para la maestría en Lambda ―finalmente expongo el motivo del por qué la cité aquí.
―¿Cuánto tiempo te vas a ir? ―Lo está dando por hecho y eso solamente aumenta mi desconsuelo.
―La maestría es por dos años, pero no lo he decidido ―sé que si nos separamos, lo más probable es que ella encuentre a alguien más.
―¡¿Qué?! ¡Es una excelente oportunidad, sólo tómala! ―sus palabras y su expresión corporal es decisiva, una actitud característica de ella.
―No lo sé Andy, hay muchas cosas…
Como que me he enamorado de ti, ¿por qué no puedes notarme?
―Dime, ¿cuáles son tus excusas? ―Una pregunta honesta que me sabe a hiel.
―No son excusas, mis papás y… ―no puedo verla para confesarlo, tengo que esquivar su mirada inquisitiva ―…tú, no son excusas.
No me alejes de ti, por favor.
―¡No seas ridículo! ―La frase la suelta con sarcasmo e insensibilidad, así que me mantengo alejado de sus ojos. ―Tus papás van a sentirse orgullosos de que estudies ahí, especialmente tu mamá, que le encanta presumir a sus hijos con sus amigas; y yo soy tu amiga, mi amistad no expira, así que, ¡te prohíbo que me uses de excusa! ―la última frase la dice severa. Ha expuesto sus argumentos, que al menos el de mis padres coincide con mi pensamiento.
Me deslizo hasta la orilla de la silla, miro hacia el techo y tomo una gran bocanada de aire, esperando que sea suficiente para controlar mis sentimientos y mis reacciones.
―Entonces, en tu opinión, ¿debería aceptar e ir? ―Pregunto directamente, con la esperanza de que me diga que no, que no me vaya, que me quede a su lado en esta relación extraña.
―Es lo que siempre quisiste, es por lo que trabajaste cada semestre ―su tono de voz ha cambiado, ahora trasmite ese deseo por que tome esta oportunidad. Una oportunidad que bien sé, ella aprovecharía sin titubear.
―¡Las cosas han cambiado Andy! ―Sí, han cambiado hasta el punto en que estoy aquí, en esta despiadada lucha conmigo mismo para no alejarme de ella.
―Tus padres te aman y yo sigo siendo tu amiga, ¿qué ha cambiado? ―Su resolución es cruel, pero tiene razón.
Retomo mi posición en la silla, para observar la convicción de sus ojos y eso sólo me llena de un inexplicable coraje. ―Tienes razón. Cuando regrese, mis padres me seguirán amando y tú… Tú seguirás siendo mi amiga.
Blanca Cerruti
Belbel
Mariana di Pascua
– Antonio Prades
– Juan Manuel Caballero
– Guillermo Arquillos
David Merlan
Sérgio Santiago
Silvia Rafi Garcia
Carmen Ubeda
Belbel
Silvia Rafi
Mi voto: Juan Caballero