Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el beso en la mejilla». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 13 de marzo!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
ANTONICUS EFE
¡Cómo duerme, cómo duerme mi niña!
Duerme a pierna suelta, duerme y no despierta.
¡Cómo duerme, cómo duerme mi niño!
Duerme a pierna suelta, no sueña con angelitos.
¡Cómo duerme, cómo duerme mi padre!
Duerme a pierna suelta, tiene pálido el semblante.
¡Cómo duerme, cómo duerme mi madre!
Duerme a pierna suelta, su posición es intrigante.
Vacías están las miradas, el diablo arrebató sus almas.
¡Qué fría están sus mejillas, fueron enfriadas por las armas!
Un beso para cada uno.
¡Adiós familia, tengo que esconderme, vuelven las balas!
RAQUEL LÓPEZ
Cuantas veces en la noche yo he soñado
que navego por el mar de tu cara,
rozando los surcos de tus labios
y llegando al océano de tu mirada.
Embriagando mis anhelos de romance
mi espíritu abrumado te desea,
acercando mi boca a tu semblante
respirando tu pureza y tu esencia.
La luna testigo de mis deseos
delirios de un poeta enamorado,
dispuesto a que tus labios sean dueños
de este tu humilde cortesano.
Saborear tu piel de terciopelo
respirar tu aroma de lavanda,
abrazar y colmarte de besos
que nacen del fondo de mi alma.
Amémonos por siempre amada mía
despiértame del trance de este sueño,
permíteme solo un beso en tu mejilla
y con eso ya habré ganado el cielo.
ROBERTO LÓPEZ DEL CASTILLO
A veces quiero olvidar, lo necesito. No soporto esta agonía. Pero no puedo dejar de pensar en lo que fuimos, y en lo que ya no seremos. Una relación llena de amor, de pasión, rota antes de tiempo. Siempre imaginamos que duraría más. Y todo ¿Por qué? ¿Para qué? Ya no hay vuelta atrás. No puedo con la inestabilidad, con la incertidumbre. Eso hace sentirme débil y vulnerable.
No, no te puedo olvidar. Eso jamás. Lo que toca el alma no se olvida. Aprenderé a vivir sin tí, a sobrellevar tu ausencia. Ya no encontraré tus caricias, ni tus besos ardientes. Tan solo besos en la mejilla. Aceptaré lo que una vez fue, tan hermoso, tan real, tan auténtico…y que permanecerán en los sinuosos vericuetos de nuestro recuerdo.
Me embarga la tristeza, la confusión y la soledad. No quiero ser frágil. Me convenzo a mí mismo para no permitirme desfallecer. Por eso me escondo detrás de un escudo. Un escudo que alzo al frente para refugiarme de una ventisca de sentimientos de dolor. Pero no va a parar, no tiene intención de hacerlo. Cada vez sopla más fuerte y no sé si tendré fuerzas para soportar su pesada carga por más tiempo. He de hacerlo, pero el viento se intensifica y caigo finalmente al agua. O tal vez me dejó caer, no sé.
Me zambulló en las aguas turbulentas del río de los sentimientos y dejo que la corriente me lleve. El amor se desvanece a través de mis venas. Gotas de una esencia que no me dejaste abrir del todo, y que ahora fluyen en dirección al mar para diluirse en él.
Dudo, no sé si estoy tomando la decisión correcta. Quiero creer que sí. Pero duele, ¡vaya si duele! En lo más profundo de mí. Me destroza el corazón, me lo descompone, me lo rompe, me lo despedaza. Pero sigo creyendo que es necesario, aunque el dolor finalmente acabe desgarrando mi alma atormentada.
Sigo nadando a través del encrespado río, dejándome llevar por el torrente de los recuerdos. Esta melancolía me asfixia, me ahoga y me desespera. Dios mío, no se lo deseo a nadie. Sufro, sufro sin medida, pero mucho más por el sufrimiento que provoco, por el tormento al que someto a la otra parte. Me pregunto cómo estará ahora. Y lloro, lloro, lloro sin parar pensando en ello.
Esto es una despedida y una desconexión emocional profunda entre dos personas que se quieren tanto. Separarse se hace inevitable y doloroso. Porque te quiero, te he querido y todavía lo sigo haciendo. Pero no puedo más y dejo mi cuerpo inmóvil fluir a través de la corriente. Sin apenas resistencia.
Es el fin, estoy llegando al mar. Nadar en las mismas aguas profundas es un duro coste emocional que conlleva una reflexión sobre amor. Intento sacar la cabeza pero siento que me ahogo. Me revuelvo en el agua, lucho ahora desesperadamente, agito mis manos, mis brazos, pero creo que voy a morir. El agua está llegando a mi boca. El más leve movimiento de los labios…y estaremos juntos. La conexión perdurará más allá del momento de la despedida, para arrullarme en ella. Dame un beso de despedida. Dámelo antes de que me vaya.
DAVID MERLÁN
EL BESO DE LA VIUDA
El inspector Víctor Pedraza había visto muchas cosas en sus años en la policía. Desde su caso más mediático, el del Dibujante con la perdida de su mujer Ángela incluida, a otros más recientes como el caso del Mendigo con Corbata o el denominado «Ceguera selectiva». Todos habían marcado de un modo u otro el carácter y devenir del inspector, pero la vida seguía y se debía a la sociedad. Para recordarle que en esa sociedad existe gente trastornada, otra serie de asesinatos en serie llamaron a su puerta.
El caso era conocido como «El Beso de la viuda». A diferencia del Dibujante que seguía sin mostrar su rostro y pareciese que se lo hubiera tragado la tierra (ya hacía cuatro meses de aquello), la nueva serie de asesinatos que tenía entre manos lo mantenía ocupado y eso ayudaba a sobrellevar la ausencia de su mujer. El caso en cuestión tenía una sospechosa principal con un modus operandi claro: Hombres ricos, influyentes, muertos en circunstancias sospechosas, siempre después de una cena con la misma mujer: Helena Varela.
Viuda de un magnate farmacéutico, Helena era tan guapa como enigmática, pero demasiado perfecta para ser real. Lo peor para el cuerpo de policía era que no había pruebas contundentes contra ella. Cada muerte tenía una causa aparentemente natural: infartos, aneurismas, reacciones alérgicas y causas por el estilo. Pero Pedraza no creía en coincidencias en casos de asesinos en serie, y más después de sus experiencias pasadas con el Dibujante.
—No me jodas, Pedraza —dijo el subinspector Pedro Ramos mientras veía como su jefe hojeaba el expediente en el despacho de éste—. La tipa se cena a los ricachones, les planta un beso en la mejilla y al día siguiente aparecen tiesos en sus áticos. ¿Y nadie se pregunta nada? ¡Venga ya!
—No hay toxinas, no hay veneno, no hay marcas —respondió Pedraza, encendiendo un cigarro y cerrando la carpeta con el expediente—. Y todos mueren en sus casas, solos.
—¿Sabes lo que más rabia me da?. Que esta mujer no deja huellas. Ni escándalos, ni errores, ni siquiera una maldita multa de tráfico, ¡joder!.
—Entonces, habrá que hacer que los cometa —dijo Pedraza.
—¿Y si no es veneno? ¿Y si es algo psicológico?—sugirió el subinspector.
—Puede ser. No podemos descartar nada por descabellado que sea.
—Habra que averiguarlo, jefe. Me pondré con ello.
—Gracias Pedro, cierra al salir, hazme el favor.
Tres semanas después….
La clave llegó con la siguiente víctima potencial: Arturo Spenser, un millonario del sector energético, que había recibido una invitación a cenar con Helena. Esta vez, Pedraza no iba a esperar otro cadáver. Su buena relación con Arturo habia facilitado su colaboración en el caso y así, con la ayuda de Spenser, lograron que Helena le extendiera la invitación también a él.
La cita era en un restaurante exclusivo. Pedraza llegó puntual, vestido de traje, ocultando su placa. Ella lo esperaba en la mesa privada del fondo. Vestía un vestido negro con un escote estudiado, nada vulgar, pero sí letal.
—Señor Pedraza —dijo con una sonrisa medida—, no esperaba que alguien como usted tuviera interés en una viuda como yo, pero la insistencia del señor Spencer en qué le concediese esta oportunidad, añadida a mi curiosidad, me ha convencido.
—Las viudas siempre tienen historias interesantes —respondió él.—además, recuerde que yo también lo soy.
—Cierto. Leí sobre el asunto de su esposa. Lo siento de veras. Deseo que atrapé al responsable lo antes posible… por su salud mental—añadió clavándole su profunda mirada color esmeralda.
Tras reponerse del golpe bajo de la viuda hablaron de viajes, de vinos, de arte. Pero Pedraza observaba cada movimiento de Helena: su lenguaje corporal, su forma de sostener la copa, la manera en que estudiaba sus reacciones. Estaba jugando con él, como un gato con un ratón, pero no le quedaba más remedio que seguir ejerciendo de roedor un rato más.
Cuando llegó el postre, ella se inclinó levemente sobre la mesa y dijo en un tono suave:
—Víctor… ¿puedo llamarte así?
—Adelante.
—He notado que me observas demasiado. Como si buscaras algo.
—¿Y qué crees que busco?
—Quizás… una excusa para acercarte más a mí.
Pedraza sintió un escalofrío. Helena levantó la mano y con un gesto lento, pero muy calculado, le rozó la mejilla con los dedos. Luego, con la misma suavidad, se inclinó y le regaló un beso leve en la piel, en la mejilla.
El corazón de Pedraza se aceleró. No era solo el contacto, era la forma en que lo había hecho: un gesto cargado de intención. El beso estaba dado, pero ¿Qué diablos lo hacía hacía tan peligroso?
Automáticamente la piel le comenzó a arder, una sensación extraña, como si un hormigueo le recorriera el rostro.
Pedraza mantuvo la calma. Aguantó estoicamente a que terminara la cena. Una vez finalizada, se despidió de Helena sin mostrar su inquietud. Tan pronto como salió del restaurante, se llevó la mano a la mejilla. No había sustancia visible, pero algo no estaba bien.
Subió a su coche y encendió el móvil.
—Ramos, en cinco minutos en el punto acordado.
Cuatro minutos más tarde el subinspector le tomaba muestras de la mejilla para realizar un análisis toxicológico de contacto. Estaba claro que algo le habia hecho a tenor del escozor y picor que sentía en su cara.
Dos horas después, estaba en la central. Ramos llegó con los resultados y una cara de pocos amigos.
—Encontramos una sustancia en la piel. No es veneno. Es una proteína, una enzima modificada.
—¿Qué significa eso?
—Los del laboratorio me dice que activa algo en el cuerpo de la víctima qué hace aumentar la adrenalina y por tanto la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la respiración y con ello su grado de ansiedad y estrés. No sabemos qué, pero desaparece de las víctimas después de que fallecen.
Pedraza se quedó en silencio. De repente, lo entendió.
—¡Ya lo tengo! Helena no mata con veneno. No mata con armas. Mata con miedo.
—¿Cómo?
—Es que no lo ves, Ramos. Ella besa a sus víctimas y, en el momento en que ellas creen estar envenenadas, el terror las consume. El estrés eleva su presión arterial, les provoca arritmias y finalmente… la muerte. Un miedo que les provoca un paro cardíaco… El beso no es el veneno, es la sentencia de muerte.
—Por Dios Víctor, ¿No estarás hablado en serio? Por esa regla de tres tendrías que estar muerto en unas…cuatro horas—dijo mirando la hora.
—No tiene porque, date cuanto de lo que te acabo de explicar. Si no me altero, si no aumento mi adrenalina no se encadenan y no se suceden los acontecimientos. Debo mantener la calma,…por la cuenta que me trae.
Un par de noches después y tras un exhaustivo reconocimiento médico que confirmó que había eliminado la toxina de su cuerpo, activaron el plan para atrapar a la viuda.
Esa noche, Pedraza la esperó en la acera, fuera de su mansión. Cuando Helena se acercó, él estaba ahí, esperándola apoyado en su coche con una sonrisa irónica.
—¿Qué hace aquí, inspector? —preguntó ella, contrariada por verlo con tan buen aspecto.
—La noto sorprendida. ¿Ya no me tutea como la otra noche?.¿A caso no contaba con verme de nuevo?
—No se a qué se refiere, inspector. Si me permite, llego tarde—. dijo atropellando las palabras.
—¿Su próxima víctima?.
—No diga tonterías, inspector.
—¿Sabe? La mayoría de sus víctimas murieron solas, convencidas de que iban a morir. El miedo hizo el trabajo sucio por usted. Pero yo… —se acercó y le devolvió el beso en la mejilla— … yo no le tengo miedo.
Helena lo miró, por primera vez con un destello de duda en sus ojos mientras se borraba instintivamente el beso de la mejilla.
—¿Crees que me puedes atrapar, Víctor?— añadió visiblemente enfadada.
—Vaya. Me tuteas de nuevo.
—No te tengo miedo. Si eso es lo que crees.
—Ya veremos—añadió el inspector seguro de sus palabras.
—No me has contestado, Víctor.
—Si. Sé que te atraparé. Se que lo haré. ¿Contesta eso a tu pregunta?.
Helena, contrariada por la seguridad en la respuesta, se montó apresurada en su coche. Cerró de un portazo y agilizó los pasos para encender el motor, engranar primera y salir de allí lo antes posible.
Mientras se alejaba la viuda miró por un instante por el espejo retrovisor, tiempo suficiente para ver la sonrisa en el rostro del inspector. Y en ese momento lo supo. Por primera vez, su veneno no había funcionado. Ahora era ella quien comenzaba a sentir miedo.
DIL DARAH
No era una casa grande, si obviases los gastos de mantenimiento. Con el dosier entre las manos, le pidió educadamente a su acompañante un poco de espacio. Ella protestó sin mucha convicción: si la inmobiliaria tenía normas estrictas, si se quedaría sin su primer empleo, si en media hora tenía otra presentación. Al final la joven se refugió de buenas ganas entre un columpio de toldo azul y la terracota de un asador y se dispuso a encender un cigarrillo con evidente placer. Parecía estar en su ambiente.
Hileras de rosales bordeaban los accesos a la casa, la casa misma y, detrás, paraban en resplandecientes manzanos y cerezos. Lilos sendos ponían la delimitación entre los árboles florecidos del terreno y el bosque de robles extendido hasta el horizonte. Se pudo imaginar delante de uno de los ventanales de la primera planta, escuchando los jilgueros e inhalando ese aire de promesas puras, pero no estaba preparada para adentrarse en la casa. Entre sus manos, los precios mensuales de la caldera prohibían los caprichos.
Igual los antiguos propietarios se duchaban cuarenta veces al día. A lo mejor hacían la colada de los ochenta vecinos del pueblo. Tal vez la caldera era vieja y perdía aceite. Midió de un vistazo el frente revestido de hiedra espesa, y dio tres-cuatro pasos a la vuelta de la esquina. La casa no alcanzaba doce metros de largo, nueve de alto y unos veinte de profundidad. La terraza trasera estaba sin hiedra; unos tiestos de cerámica con limoneros enanos que apenas daban sombra en la caída del sol tardío.
Tenía que haber algo más. Al acercarse demasiado, los jilgueros se dieron cuenta de su presencia. Se precipitaron a abandonar las flores de los cerezos y se refugiaron en bandadas entre los robles del bosque infinito. Tendría trufas por ahí, sin duda. Y paz… La propiedad estaba casi al salir del pueblo, suficiente recluida para ofertar tranquilidad. Eso compensaba una caldera vieja, un engaño y tres, cerro el dosier con esa decisión.
— Debería consultar una vez más a mi esposo — dijo con el sentimiento de que ya lo había dicho.
La joven se precipitó hacía ella con el ímpetu de un jilguero. Su cara estaba en conflicto de repente, entre alegría e indecisión:
— No me corresponde revelarlo, pero Don Javier ya ha consentido el precio. Quiero decir que le podría entregar las llaves ahora mismo. Insistiría, sin embargo, en enseñarle la caldera antes, sobre todo su funcionamiento. — Don Javier sonaba distante, inalcanzable y difícil de rechazar en su boca joven e igualmente manchada de nicotina.
La atravesó una corriente fría. Había visto bocas de líneas perfectas y determinadas quebrarse delante de su marido. Había visto vidas quebrarse delante de Don Javier. Puso toda la atención en el dosier y avanzó en la perspectiva de dejarse comprar una vez más. Las escaleras interiores necesitaban un poco de carpintería. El revestimiento de cerezo del amplio pasillo podría beneficiarse de un poco de cera. Cortinas polvorientas enmarcaban los ventanales y el ambiente estaba bastante falto de aire. Todo el recorrido, y en el sótano, el suelo de mármol estaba poco más que helado.
“Sé porque la caldera gasta tanto” pensó antes de la explosión.
No la molestaba tanto pasar la eternidad en aquella casa, sino el eterno beso de su Judas con olor a nicotina.
BENEDICTO PALACIOS
BESO EN LA MEJILLA
Era una grandísima deportista, la primera en las competiciones que cada año organizaba la Comunidad, lo ganaba todo. Gozaba de unas facultades innatas, pero se pasaba muchas horas al día en el campo de entrenamiento. Despertaba admiración no solo por las marcas y los números, sino sobre todo por el primor con que realizaba cada ejercicio. Decían algunos que solo le faltaba volar.
En cuanto pasó la navidad, recibió el calendario de las competiciones. El día 9 de enero se presentó en el campo de entrenamiento. Hizo unos ejercicios de rutina y realizó los controles obligados. Se había pasado de peso y no debía competir. Haz piscina mientras tanto, le aconsejó el entrenador. Se volvió a su casa llorando.
Había en la ciudad una piscina olímpica y un entrenador tan meticuloso que apuntaba hasta la profundidad que lograba el nadador en cada inmersión. Se conocían.
—Quiero hacer natación y conseguir buenas marcas —le espetó— y se lanzó a la piscina haciendo unos cuantos largos.
—Amiga mía, tú no nadas —le dijo el entrenador— tú bailabas en el agua. Estás dotada de un cuerpo excepcional para la natación artística.
Cambió de piscina y de entrenador. Llegó a moverse con gracia y naturalidad, se divertía, pero al cabo de unas semanas se cansó de las rutinas de aquellos ejercicios y abandonó.
Se sometió a un control exhaustivo de comida. Tendría que volver a competir, no podía echar a perder lo conseguido. Pero un día, viendo un programa de deportes, contempló cómo una mujer adiestraba a una manada de animales marinos en una piscina. Y le pareció un baile de verdad, y se sintió con fuerza de probar fortuna. Sería solo una semana.
—¿Puedo probar? —Preguntó dirigiéndose a la adiestradora.
—Si sabes nadar y no tienes miedo…
Se lanzó a la piscina. No solo nadaba, sino que bailaba en el agua, saltaba y chapoteaba. Y la danza llamó la atención de un delfín que se acercó hasta ella y la elevó en el pico. Le premió la adiestradora con una golosina.
A la mañana siguiente cuando los espectadores llenaban el recinto, bailó y chapoteó de nuevo. Y el delfín no solo la empujó, sino que la paseó de pie sobre el morro y la cabeza. Aplaudieron a rabiar. Jugueteó con él, le dio otra golosina, le hizo saltar un metro sobre el agua y terminó realizando diabluras a horcajadas sobre el lomo.
Abandonó la piscina entre ovaciones. Respondió con besos y se situó junto a la escalerilla. Desde allí llamó al delfín y le ofreció la mejilla, pero al maldito animal no le dio la gana cooperar.
B. Palacios.
ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO
Un beso en la mejilla
Noche de bodas de Manolo y Lola tras quince años de noviazgo casto…
―Por fin, llevo quince años esperando este momento, ni una teta me has tocado en todo este tiempo, pedazo de panoli.
―Es que creí que…
―Don Creíque y don Penseque, primos hermanos de don Tonteque.
―¿Ein?
―Da igual, Manolo, tú quítate la ropa, que estoy deseando inspeccionarte la estaca.
―Voy, pero antes apago la luz.
―Y una leche, guapo, que a ciegas no veo el material que he adquirido. Vamos, en bolas a la voz de ya.
―Es que, desnudo pierdo mucho.
―¡¡¡Me da igual, en pelota picá, arrrrrr!!!
―Vale, vale, menudo carácter, Lola, con lo dulce que parecías de novia.
―¿Se puede saber qué haces, Manolo?
―Rezar mis oraciones, para que me ayuden los de arriba en este trance.
―La madre que te parió, qué a gusto se quedó. Empieza ya o te meto un meco que ni lloras, gilipuá.
―¿Por dónde, por la cabeza o por los pies?
―¡¡¡Por donde te salga de los huevos, imbécil!!!
―Está bien, si te parece, comienzo por desenroscarme la boina.
―Me parece, me parece…
―Se me ha atorao. Claro, tanto tiempo sin quitármela…
―Señor, dame paciencia.
―¿No tendrás un poco de vaselina, Lola?
―Ooooooohhhhhh, esto es otra cosa.
―Es para ver si así sale la boina, está incrustadísima.
―Ay, madre, que me quedo a dos velas por la jodida boina. Ven pacá, que te ayudo.
―Pero con delicadeza, Lola, no me vayas a arrancar los pellejos.
―Vamos. Tres, dos, uno, ¡¡¡ceroooooooooooo!!!
―¡¡¡Aaaaaayyyyyy!!!
―¡¡¡¡Aaaaaaaahhhhhh!!!
―¡¡¡¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa?!!!
―¡¡¡Eres calvo y unicejo y tienes las orejas de soplillo!!!
―Es un rasgo familiar, todos mis antepasados eran así y las mujeres, además, lucían un mostacho magnífico. ¿No te has fijado en las fotos que mi madre, aparte de bigotón, tenía barba cerrada?
―Creía que eran fotos de Carnaval. ¿Y, ahora, qué coño haces, desgraciao?
―Intento quitarme la dentadura, pero parece que me he pasado con el Kukident, no quería que se me cayera delante del cura. ¿Te imaginas qué bochorno? Échame una mano, Lola, que no hay manera.
―Qué puto asco, va a ser que esta noche te acuestas con dientes. Ea, la chaqueta, el chaleco, la camisa y la camiseta, que se me pasa el furor.
―Y el refajo.
―El refajo…
―Sí, lo uso desde crío para contener las lorzas.
―Las lorzas…
―Sí, mi madre siempre me decía que soy de pecho bajo.
―De pecho bajo… Lo flipo, Manolo.
―Aunque me da mucha vergüenza, si quieres te lo enseño.
―No sé yo, pero ya que estamos, un poco más de espectáculo…
―Observa…
―¡¡¡Diossssssssssssssssssssssss, ni las ballenas de los documentales de Cousteau, eres un puto tocino!!!
―Ahí le has dao, Lola, ese es el apodo de generaciones y generaciones de mi familia.
―Puto tocino…
―No, tocino a secas, sin el puto.
―Maemía, ¿quién me mandaría a mí casarme sin catar el producto antes? Anda, tira, fuera pantalones, a ver si hay algo aprovechable.
―Te advierto que te vas a quedar patidifusa.
―Dios te oiga, mandril.
―Tú lo has querido, Lola.
¡¡¡Raaaaaassssss!!!
―¡¡¡¡Aaaaaaaahhhhhh!!!
―¡¡¡¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa?!!!
―¡¡¡Que en vez de estaca tienes un chicle mordisqueado, eso no se levanta ni con grúa!!!
―Ah, pensé que te habías sorprendido por mis huevos.
―Ahora que me fijo, los tienes cuadraos. ¿Otra característica familiar de los Tocino?
―No, solo yo nací así, mis antepasados los tenían picudos.
―No sé por qué, pero no me choca…
―Y, ahora, Lola, que te he mostrado mi cuerpo como Dios me trajo al mundo, ¿qué hacemos?
―Tú, no sé, pero yo, pedir el divorcio.
―Lo entiendo, sé que no soy un adonis, pero ¿qué esperabas de un hombre de noventa y cinco años? Lo asumo, dame un besito en la mejilla y tan amigos.
―De acuerdo, a mis cien años no te voy a negar eso. Toma…
¡Muaaasss!
―¡¡¡¡Aaaaaaaahhhhhh!!!
―¡¡¡¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa?!!!
―¡¡¡El chicle, que se ha convertido en una estaca XXL!!!
―Es que soy muy facilón.
―¡¡¡Ni divorcio ni cuenta que lo fundó, pal catre a toda leche!!!
―Oioioioioioioioi, qué mujer tan animosa…
―Eso digo yo, oioioioioioioioi, oooooooohhhhhhh, aaaaaahhhhh, ¡¡¡Manoloooooooooo…!!!
EFRAÍN DÍAZ
Por error, publiqué la versión cruda junto con la versión corregida. Mis excusas. Al menos vieron el proceso de corrección de un texto,
Los errores se pagan con dinero, decía mi padre. Pero ¿qué sucede cuando ni la mayor fortuna es suficiente?
Todo se debió a una negligencia. A un simple descuido. Uno de esos que rompen corazones, destrozan almas y marcan vidas para siempre. Si tan solo hubiese prestado más atención. Si hubiese tenido un poco más de sensibilidad. Pero el abogado no veía a sus clientes como personas con angustias y esperanzas. Para él, eran un expediente, una fuente de ingresos. Un medio para vivir en un palacete, manejar un auto de lujo, beber los whiskys más caros y seducir a una chica el viernes para olvidarla el lunes.
Por un descuido del abogado, Marta enfrenta la deportación a Cuba. Su madre, su padre y su hermano pudieron ajustar su estatus migratorio en Estados Unidos, pero ella no. Ahora la esperan el hambre, la miseria y el puño de hierro de un gobierno que no perdona.
Pero lo peor no es lo que le sucederá a ella. Lo peor es la decisión que debe tomar. Su hijo, nacido en Estados Unidos, tiene derecho a quedarse. ¿Debería llevárselo con ella y condenarlo a la pobreza? ¿O dejarlo atrás con su familia para que crezca con oportunidades, aun al precio de su amor y su presencia?
Si se lo lleva, lo priva de un futuro seguro. Si lo deja, lo priva de una madre. ¿Cuál es el peor sacrificio?
—Cuando cumpla veintiún años, él podrá reclamarte —dijo el abogado, encogiéndose de hombros, como si ofreciera consuelo.
Pero cuando el hijo cumpla veintiún años, su madre será una extraña. No entenderá el sacrificio ni el abandono. No comprenderá por qué creció sin ella, por qué los demás niños tenían madre y él no. Quizás ni recuerde el último beso que le dio su madre en la mejilla. El beso Que ella nunca podrá olvidar.
Marta llora en su habitación, con la vida hecha pedazos. El abogado, mientras tanto, debe de estar en un bar, disfrutando de un whisky.
RUFINA SEVILLA
Asomada en la ventana
suavemente le mire
el … El ojo me guiñó
yo le contesté
¡¡Lo extraño!!
el pregunto¿a quien?
dije tú nombré
y el prometió
darte un beso en la mejilla
en mi nombré.
ANGY DEL TORO
Renacer de Luna Nueva
El eco de la luna se desvanece, no como un adiós, sino como el susurro de quien ve renacer.
Custodiando la promesa de lo nuevo, danza la luna entre las sombras y curva el tiempo en el silencio luminoso. Gesta y germina mientras las estrellas callan como si supieran que en el vacío comienza lo grandioso.
Ella, Madre del viento que sopla y besa la mejilla, acaricia la piel de quienes despiertan a la luz de un nuevo ser.
Es la luna nueva del alma que renace en cada intento y vuelve a crecer.
Preludio de lo visible es su existencia, la callada voz que aguarda y espera ser escuchada.
Y en este renacer de luna nueva, la promesa se despliega desde el oscuro vacío de la nada. El nuevo ciclo comienza y se alimenta de lo que está por llegar.
ELEFANT YUFUS
Juntos hasta en la muerte
…se prometieron amor eterno –juntos hasta en la muerte– dijo él, y ella selló el pacto con un beso.
El tiempo habló sin permitirles presentar sus votos. Ella, llevada en hombros por la última vereda de los mortales. Una extraña enfermedad llegó a su cuerpo, sin aviso ni antecedentes, le arrebató la vida y cerró para siempre ese par de fanales azul celeste.
Él siguió buscándola a pesar de su muerte; jamás pensó romper su promesa, pero ahora era diferente; distante, ensimismado en un propósito, en una promesa.
Comenzó un nuevo amorío, buscando el beso que le curase el dolor y llenará el vacío que dejó su amante.
Se volvió en hombre temerario, y jugando peligrosamente se refugió en la ruleta rusa, trabajos a medio tiempo de trapecista en un circo de mala fama y haciendo tentativas provocaciones a la muerte.
En una de sus hazañas sufrió un accidente que lo dejó tendido en cama, sin alcanzar el beso que tanto deseaba.
La muerte se paseaba por los pasillos del hospital, tomando a los que su tiempo había terminado. Él la llamó hasta su cama –ven acuéstate conmigo, y dame el beso que tanto anhelo. Deseo encontrarme con mi amada, quiero cumplir el pacto que sellamos con un beso aquella madrugada–
La muerte le beso la mejilla izquierda, y lo acunó entre sus brazos como a un niño al que se le ha dado su mamila para que por fin duerma. En algún lugar desconocido, lejos de la gran esfera, aquel infeliz hombre se reunió por fin con su enamorada.
SERGIO TELLEZ
EL EGO Y LA PLUMA
La copa de whisky barato y la copia manuscrita de mi «gran cuento» reposan en una de las mesas del bar de mala muerte. Mi libro de cuentos acaba de ser rechazado por la cuarta editorial. Me pregunto si soy un escritor fracasado o solo un idiota que se cree escritor.
Y para rematar, en el otro extremo del bar, el supuesto escritor referente de la zona se ríe con su acompañante de turno. Este hombre, que ha escrito tres novelas que probablemente solo su madre ha leído, es el mismo que nunca se dignó a responder a mis súplicas para que leyera mis cuentos y me hiciera un prólogo. Me humillé ante él, pero nunca obtuve una respuesta positiva que me abriera las puertas a algo más. Y es que este pueblo no es precisamente un bastión cultural; todos somos unos ignorantes que nos conformamos con muy poco. ¿A quién más podría acudir?
En el televisor de la barra, una rareza: no suenan rancheras ni música norteña. En su lugar, dos adolescentes absortos miran «Harry el sucio». Clint Eastwood, con su icónico revólver, llena la pantalla con su presencia implacable.
El escritor pedante me observa con su sonrisa amplia y falsa, igual que la de un político en campaña. Me mira con una mezcla de desdén y curiosidad, como si estuviera evaluando a un insecto bajo un microscopio. Por un instante, creo ver un destello de reconocimiento en sus ojos, pero rápidamente lo disimula con una mirada vacía, como si nunca me hubiera visto antes. Su acompañante, una mujer con más maquillaje que ropa, se ríe con una voz aguda y falsa, como la de una actriz de segunda categoría. El escritor sigue mirándome con una expresión de perfecta indiferencia, pero yo juraría que hay algo más detrás de esa mirada.
Tiempo después, me encontré subiendo a un gran salón en la capital, rodeado de escritores y literatos que parecían haberse escapado de una ceremonia de los premios Oscar… o de un manicomio. Algunos vestían trajes impecables, con corbatas perfectamente anudadas y zapatos brillantes, mientras que otros lucían barbas descuidadas y sombreros baratos. Había mujeres con vestidos de diseño y joyas brillantes, y también había tipos con jeans desgastados y camisetas de rock. El aire estaba lleno de pretensiones.
Me divertí observando el contraste entre los que parecían haber sido escupidos por la revista Vogue y los que parecían haber sido recogidos de la calle. Los primeros sonreían con confianza, mientras que los segundos parecían estar disfrutando de una broma privada. Y yo, por supuesto, pertenecía al segundo grupo; me sentía en casa, rodeado de mis semejantes: un grupo de desordenados, de marginados y de rebeldes sin causa.
Me entregaron un trofeo que parecía haber sido comprado en una tienda de souvenirs y un cheque por valor de unos cuantos miles de pesos, que probablemente se evaporarían en un par de rondas de whisky en el bar de la esquina. No era el primer premio, ni siquiera el segundo. No, yo era el tercer lugar en un concurso de cuentos Hispanoamericanos, un título que sonaba más a consuelo que a triunfo. Pero, al fin y al cabo, era suficiente para hacerme sentir como un García Márquez, comparado con cierto escritor que conocía, que probablemente ni siquiera había publicado un cuento en una revista de tercer nivel.
Mientras bajaba del escenario, sonriendo como un idiota, no pude evitar pensar en él, En su mirada de desdén, en su sonrisa falsa. Me pregunté si sabría que yo, el tipo que se sentó en el bar aquel día, había ganado un premio literario. Y si lo sabía, si se daría cuenta de que yo, el tercer lugar, había logrado más que él en toda su carrera entera.
Ironías de la vida, el tipo apareció por un costado, con un vestido que parecía haber sido comprado en una tienda de ropa usada de lujo, y un reloj que brillaba con una luz que parecía más propia de un objeto de plástico que de un auténtico reloj suizo.
Me dio un abrazo que me hizo sentir como si estuviera siendo estrangulado por una serpiente de seda. «Felicidades, amigo», «Eres un verdadero talento». El abrazo fué un auténtico beso de Judas. Sonreí sin disimular mi sarcasmo. «Gracias, maestro», le dije. «Me inspiras a seguir escribiendo… para que puedas seguir envidiándome.
En ese momento, no quería disimular nada. Quería restregarle mi éxito en la cara de ese escritor engreído, quería que supiera que yo, el tipo que se sentó en el bar aquel día, había logrado algo que él solo podía soñar.
Me sentía como Harry Callahan, el sucio, con mi Magnum 44 en la mano, listo para hacer justicia y demostrar que mi éxito no era un espejismo. «¿Sabes por qué me llaman Harry el Sucio?», me dije a mí mismo, sonriendo. «Porque siempre acierto en el blanco». Y en ese momento, mi blanco era el ego de ese escritor.
Pero, por supuesto, no lo hice. Me limité a sonreír con sarcasmo para mí mismo, sabiendo que mi ego estaba satisfecho, al menos por un momento. Y seguí adelante, con mi trofeo y mi cheque, listo para enfrentar el próximo desafío, y para seguir alimentando mi ego, porque, al fin y al cabo, es lo que nos hace humanos, ¿no?
ANÓNIMO
Un beso en la mejilla.
El principio de todo.
El final de nada.
Realidades consumadas.
Un beso en la mejilla.
Borracho de amor dijiste.
Delirios, que no pediste.
¿Cómo remendar ahora el alma?
Tu coraza… me desarma.
Un beso en la mejilla.
El tiempo dará sus razones.
Las nuestras, insuficientes fueron.
Mas, lo imagino dormida…
Hasta luego, no es una despedida.
ANA DEL ÁLAMO
Te posaste en mi piel desnuda,
como una mariposa
sobre la rama de un árbol
Fuiste barca alejándose
de mis tímidos labios.
Huiste despacio abandonando mi sino, acariciando mi mejilla de soslayo.
Yo, desesperada, me incliné hacia ti envolviendo tus labios con los míos
en un intento de amor fallido,
donde mi beso era tuyo,
donde tu beso…se perdió en el espacio infinito de mi adolescencia vana.
Quise revolcarme en tus brazos callados,
en tus labios mudos de mí:
no encontré puerto ni faro luciente.
El amanecer se rompió entre las olas
esculpidas en la cálida arena.
Regresé a tierra virgen
desde donde partí sin bagaje,
sin cartas de navegación.
Tú eras mi guía primitiva
y te perdí en el corto espacio
entre mi ósculo y el tuyo.
En el imaginario espacio
entre mi alma y la tuya.
MARTU MONFORTE
Un beso en la mejilla del alma
Se descuelgan los días y los meses del calendario. Un país vibra en turbulencias una y otra vez ; tus sueños también se descuelgan de tu alma.
Estudiás, trabajás y volvés a intentarlo; tomás otro camino, zigzagueas el desamparo de un estado ausente, de una sociedad adormecida que amaga pero no despierta. O lo hace tarde, o no sabe qué hacer cuando abre los ojos. Somos tan ricos, tan extenso país, tan agua pura, tan tierra inhóspita y con ansias de manos labriegas, tan fin del mundo.Y a la vez, tan llenos de enredos políticos y de transacciones turbias para engrosar sus arcas, tan pobre gente ellos, sí. Pero nosotros tan ollas vacías, tan sed de cultura, tan necesitados de caminar seguros sin que nos roben o nos maten aún dándolo todo.
Ya no querés intentarlo más. Va tu vida y tu futuro de pan y libros. Va tu sueño de descendencia y cultura. ¿Qué darles? ¿Cómo darles esto? ¿Cómo mamá?, dices y me parte el alma.
¡Y claro que no! ¡No y no! Tenés razón!
El océano brilla a sus anchas, se mece en el oleaje seguro, sabe que pronto cruzarás su cielo.
Y te irás hijo de mío. Con tu sed y tus sueños, con tus manos fuertes a armar un nuevo nido en otra tierra extraña con perfume a futuro posible. Pero esa vida queda muy lejos, más alla del Atlántico.
Llueven mis besos y, en tanto, sé que estaremos cerca. Somos eternidad, hijo. Vé; voy contigo prendida en ese beso en tu mejilla. Y en tu alma.
SILVIA RAFI GRACIA
BESO DE FRUTAS Y CASCABELES
Sonó la señal de regreso a las aulas; pero Raquel, dada a las travesuras, se había escondido muy bien bajo uno de los pequeños puentes de madera del patio.
y le advirtió, con un gesto simulado de enfado, que cuando sonase la música debía colocarse
en la fila para entrar a clase; y no esconderse.
Un soplo intenso y vibrante en el centro exacto de su mejilla que, tierno y cálido, resonó en su piel como una súbita explosión de burbuja de chicle de fresas silvestres, dejando un rastro con aroma de inmaculada mandarina fresca y de hierba sudorosa..
Éso fué lo que, más o menos, Laura sintió cuando, tras ya un rato de estar todos en el aula, Raquel aprovechó que Laura se había sentado, para, de un brinco, sentarse sobre su falda balanceando sus pequeñas piernas, que quedaron colgando a ambos lados, como también sus
trenzas repeinadas y atirantadas
<<que a menudo hacían recordar a Laura aquel chiste de la niña del tren a la que el hombre sentado frente a ella le preguntaba mosqueado que porqué no paraba de mirarle con aquella sonrisa,
a lo que la niña le respondía que no, que ella no reía, que es que su mamá le peinaba sus trenzas muy apretadas >>.
Y enlazó sus pequeñas manos en el cogote de Laura, mirándole a los ojos con esos ojos suyos que disparaban chispitas
de luz. Y luego de observar concentradamente y con fijación el centro de su rostro, con risa de cascabeles exclamó
«aai, mi Laurita Laurota, con esa nariz de pincho que tienes, cuaanto te quieero»,
aproximando su carita, radiante como un sol de primavera, al centro justo de la mejilla izquierda de Laura..
Y << hay que ver cómo són de caprichosos los recuerdos >> pasados ya unos trenta y cinco años, un día se asomó por sorpresa muy vívidamente a su mente aquella imagen de trenzas rubias y mirada husmeante que, respingando sus mofletes, anunciaba la risa de cascabel que iba a preceder a aquel sonoro «beso robado»
MARÍA JOSÉ AMOR
Como decía Serrat en su canción “Paraules d’Amor” (Palabras de Amor) “no sabíamos más, teníamos quince años”.
Al ser vecinos, siempre íbamos juntos saliendo del Instituto.
Caminábamos hablando de los temas inocentes que se estilaban entonces, cuando no había morbo de por medio.
Una tarde de marzo con los días ya largos, Javier me propuso entrar en la vieja Universidad.
Paseamos por sus patios porticados y por el gran pasillo que los une, porticado también y salimos al jardín.
Paseamos entre la gran la variedad de plantas que nos rodeaban, disfrutamos con el aroma de las flores de azahar de los naranjos, contemplamos el pequeño estanque con nenúfares y pececillos rojos y acabamos sentándonos en un banco, soñando ser uno más de los estudiantes que por allí iban de un lado al otro.
Sin darme cuenta, Javier me cogió una mano y me sentí entre aturdida y feliz. Él entonces, se acercó y, acercando su cara a la mía sentí en la mejilla una cosa como ¿sería un beso? No lo sé, pero giré cabeza rápido y me levanté yéndome a casa corriendo pensando que eso era pecado.
¡Cómo nos reímos ahora explicándolo nuestros hijos!
CESAR TORO
Son las 10 am, es la hora del coffee break, el salon atestado de estudiantes, Laura encuentra un espacio junto a un joven, ¿puedo susurra? Claro adelante. no problem, ¿medicina? , no arquitectura , oh, y tu, yo letras que mas puedo estudiar mi padre escritor, mi madre docente que mas da. Hablas poco español, asi es. ¿de donde habéis venido? Londres, frio he.. um poco, pero te acostumbras, Laura no deja de mirar su rostro tímido y sus ojos color miel. No me habeis dicho tu nombre, no me lo has preguntado, me llamo Luis, como Luis xv. Tal vez.
¿Tienes novia?, no hace poco que estoy en Madrid y aún estoy conociendo los lugares.
¿Quieres venir a cenar, a mi apartamento, el viernes? ¿A que hora ? Siete de la tarde, los espaguetis a La carbonara me quedan muy buenos. Ahi estaré.
Dos copas de champán esperan en la mesa. Un ramo de rosas adorna el centro, el bolero de Ravel rompe el silencio,
Se apagaron las farolas el sueño a vencido al desvelo, ha muerto la pasión.
¡Se me ha hecho tarde, miércoles.. no hoy es sábado no hay clases, me voy gracias por la cena.
¿Me das un beso? Claro en la mejilla, ¿en la mejilla has dicho?, eso he dicho, si te beso en la boca, es un beso que tu tomas, si te beso en la mejilla es un beso que yo te doy.
GRACE PELLS
Me besaste. En la mejilla izquierda, como el beso de Judas, con cautela y alevosía.
En medio de una tarde difícil.
No supe muy bien que hacer, pero era una combinación de estafa y desencanto.
Tú, sin saberlo venias por la vereda, con la sonrisa falsa de los engaños. En ritmo lento, y con la soltura de tu traje azul.
Te sienta bien esa postura de bienvenidas.
Esperé
Me gusta esperar. Es la ingenuidad que tiene mi cuerpo optimista.
Dejé que rías, que construyas el cuento, que muevas las manos como en un vuelo agitado.
Esperé
Me gusta esperar
Es un tiempo de ventajas.
Estoy limpiando lodo.
Tarda…Pero va a quedar bien.
MANUELA CÁMARA
EL ESPACIO ENTRE DOS BESOS
Desnudo, temblándole los párpados, sin saber que se defendía del frio. La primera vez que la madre besó la mejilla del niño, él todavía no tenía nombre. Fue un gesto espontáneo, nacidos ambos desde lo más profundo. La piel sudorosa y agotada sosteniendo sobre el pecho la piel frágil que llegaba al mundo, dejando sobre la mejilla el tacto único, la marca invisible que se lleva toda la vida y que solo con los años entendería.
El niño creció y con él crecieron los meses, las calles, el pueblo, el número de personas. Aprendió a hablar antes de saber lo que decía, antes de saber qué decir. Aprendió a leer antes de entender lo que leía. Su padre se marchó antes de que aprendiera a contar hasta cien. El mundo se levantó antes de que el creciera. Los sueños se desvanecieron antes de que el los inventara. Aprendió el dolor antes de que le doliera el cuerpo, con la guerra, el hambre, la carencia. Mientras su madre cosía vestidos que no eran suyos, o fregaba arrodillada suelos que no eran su casa, hasta que su espalda se dobló, sus ojos dejaron de mirar al frente y su voz se convirtió en un susurro monosílabo. Cuando ella cerró los ojos por última vez, el no pudo llorar, había gastado todas sus lágrimas contra enemigos que nunca tuvo cara a cara.
Aprendió a perder temprano, antes de que las cosas llegaran, cuando pasaban por delante sin tocarlo. Aprendió a amar demasiado tarde, cuando no le permitía el tiempo. Aprendió que la amistad es un calor que acompaña, que se aprecia cuando se tiene pero que se valora cuando falta. Descubrió que la justicia es un concepto demasiado ligero para echar sobre ella el peso de un mundo tan pesado; que la verdad es el reflejo de un espejo que cambia según quien lo mire; que el dinero no da la facilidad, pero permite comprarla hecha; que la salud hay que cuidarla desde la boca, el pensamiento o los sentimientos; que nada en este mundo llego para quedarse.
Un día, después de haber vivido todo lo que creía posible, dejó por fin escapar todo lo que creía imposible. Y cuando su piel se volvía de nuevo fina y delgada, y comenzaban a confundirse entre ellos los recuerdos, alguien se inclinó sobre él y sintió sobre la mejilla el calor del beso que había recibido al nacer.
Y en ese momento, presintió el final del libro antes de llegar a la última página, parpadeó esperando la nueva existencia que llegaba, el ciclo que comienza, el paso que abre la siguiente puerta.
Y entonces, supo que la vida es el espacio entre el calor de dos besos, pero lo olvidó antes de capturarlo, la vasija estaba llena. El reloj de arena dejó caer su último grano con todas las respuestas dentro. Y cerró los ojos.
HAROLD LIMA
Cuando ella no esté.
Me cuesta recordar cuando fue la primera vez que la vi. Ella jugaba asustadiza subiendo y bajando de un árbol, era muy ágil y delgada con su desordenado pelo. Yo apenas me recuperaba del experimento y hacia esfuerzos para incorporarme en pie, mis nuevas piernas animales se me hacían incómodas y la cabeza me pesaba por los incómodos cuernos; consecuencias ambas del propio experimento. Por años, los científicos trabajaron duro en las teorías de desplazamiento temporal y los grandes generadores de singularidad en órbita trabajaron en una carrera agotadora por ser el primero en lograr el ansiado viaje por el espacio tiempo que tanto habían soñado los escritores de ciencia ficción. Yo era muy pequeño cuando el primer hombre fue enviado a dos días en el futuro, las pantallas holograficas mostraban a un hombre pequeño vestido de un traje ajustado y cargado de un cinturón que llevaba instrumentos de medición del tiempo, los científicos de bata lo rodeaban y saltaban en alegría al ver que el reloj marcaba solo un minuto a pesar de haber transcurrido dos días desde entrar en la camara, los rostros de alegría cambiaban cuando todos miraban con admiración el rostro del viajero del tiempo y notaban qué tenía un solo ojo en su rostro, muy similar a un ciclope de leyenda ancestral, al parecer el viaje temporal producía extrañas mutaciones aletorias, mortales en casi todos los casos. A pesar de esto yo me comprometí con la investigación en cuanto obtuve mi titulo de físico. Logré evitar los problemas mortales y me dispuse a visitar milenios en el futuro, ahí encontré la desolación y solo restos de nuestra civilización. Después de un tiempo descubrí que un demonio antiquisimo fue el responsable, posiblemente esa criatura mitologica qué todos llamaban satanás. Subí a mi maquina del tiempo tratando de encontrar a ese ser mítico en el pasado y matarlo con las armas de plasma de mi vehículo. El viaje exigió la maquina y quemo los circuitos que me protegian de las mutaciones aletorias. De alguna forma llegue al pasado cavernicola y me vi en el reflejo de una charca. Era yo el demonio de cuernos y singular forma salvaje. Un verdadero demonio pan, de partes caprinas y piel roja como la sangre. Supongo, este revés hubiera destruido la psiquiatra de otro, pero yo encontré consuelo en los humanos primitivos que me empezaron a adorar como un dios y en la belleza de aquella hermosa mujer. Con el tiempo la vi morir y regresar a mi en su nieta y la nieta de su nieta, extraña inmortalidad de sus genes qué me aferraba al mundo de los humanos por los milenios qué he vivido. Hoy varios milenios de eso puedo ver la magia de mi amante eterna en esa joven desendiente de es sangre que recorrió las antiguas praderas del África, Europa Asia y las Américas. Siempre es ella mi amada y su dulces ojos, sus cabellos desordenados, su ágil cuerpo invitándome a conocerla y amarla. Hoy que la he encontrado visitó su dormitorio en la noche estrellada, me acerco y beso sus mejillas. Pronto cambiare mi forma para tener el rostro que ella desea, seré el dulce amigo de universidad, el agradable catedrático o el dulce jefe de su primer trabajo, será mía en mil formas y cambiare para que ella sea mi amada.
Vivir micho me ha dado comprensión de todo y de formas que otros llamarían magia. Pero solo es ciencia que pocos comprenderian. Tal vez algún día me sienta solo y ella no esté. Ese día destruire todo, eso está destinado.
EL IDIOTA
Te dejé en el muelle aquella madrugada, diciendo adiós con las manos como niña pequeña despidiendo al padre que se va a trabajar, con el ligero temor a que no se cumpliera la promesa del regreso porque a muchas amigas le habia sucedido y con la gloria se olvidan las memorias, el llanto reprimido para que no fuese escuchado por los guardacostas el dolor de tu alma por tan gran sacrificio y la soledad a que te condenaba. Todo por mejor furo para los hijos que vendrían.
Un beso apasionado en los labios con sabor a sal y la promesa del regreso antes de abordar la balsa maltrecha que nos conduciría a la libertad, a tierra de mayores futuros, fue el recuerdo que me animó en la soledad de la distancia.
—¿Por que no se va con nosotros? —me preguntó Angelito apretando a Silvia contra su pecho.
—Tiene miedo al mar.
Cumplí: aquí estoy, vine por ti y con un beso en la mejilla me recibes. No debí dejarte sola.
REBECA FS
¿No es un beso el autógrafo del amor? HTF
No me gustaba ir a misa cuando era niña.
Sólo iba porque allí había un coro, donde tocaban la guitarra y por aquel entonces la música era mi única idea fija de felicidad en mi cabeza.
El momento que más odiaba era el de dar fraternalmente la paz. ¿Por qué hay que tocarse y darse la mano? Me ponía muy nerviosa, y siempre había alguien que se atrevía a dar un beso en la mejilla.
El mejor momento sin duda era cuando se acababa y te podías ir a casa.
MAYTE SOCA
Cada vez que alguien tomaba la decisión de irse del país por el motivo que fuere, Adela con orgullo repetía –¡yo jamás me iré de este país, este es mi lugar favorito en el mundo!.
Los años pasaron, y llegó el día que su amado hijo le dio la noticia de que se iba a vivir a otro país, a Adela se le partió el corazón cuando en el aeropuerto con un beso en la mejilla el muchacho se despidió de ella.
Pasó el tiempo y Adela cada día se sentía más sola, mientras que su hijo había logrado establecerse y formar su familia en otro país.
Una tarde fría de invierno, en la que Adela se sentía más sola que nunca, su hijo le hizo una videollamada, él estaba feliz junto a su esposa y su pequeña niña.
–Mamá solo falta que tú estés aquí, para que nuestra familia esté completa– le dijo el muchacho a su madre, tratando de convencerla de que se fuera a vivir con ellos, aunque él sabía bien como pensaba ella.
– Quisiera que vinieras a vivir con nosotros y que conozcas a tu nuera, tu nieta y que estés a mi lado para recibir a tu nieto cuando nazca. ¡mamá me haces mucha falta! Pero no puedo regresar, tengo toda mi vida aquí.
Al escuchar las palabras de su hijo Adela rompió a llorar y ahí se dio cuenta que su sitio era estar al lado de su hijo, su familia y no sola en un lugar en el que ya no lo sentía su hogar.
“Con un cálido beso en la mejilla, Adela fue recibida por su hijo que la esperaba en el aeropuerto, en donde ahora ella sabía que ese era su lugar favorito en el mundo.”
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
LOS AÑOS
El domingo acababa de nacer y los primeros rayos de luz atravesaban la ventana. Todas las prisas del día anterior se habían diluido, dando paso a la tranquilidad y a un necesario silencio que envolvía la habitación. Amelia aún dormía, y Pablo se giró para contemplarla mientras trataba de entender la fascinación que aún le seguía provocando aquella mujer a pesar del paso inexorable de los años. Es cierto que el fantasma de lo cotidiano extendía a veces una bruma entre los dos. Pero siempre, antes o después, acababan surgiendo esos necesarios momentos mágicos, como el que reinaba aquella mañana. Entonces, la niebla se disipaba y ambos volvían a encontrar esa conexión que los había unido de manera invisible desde niños, durante casi todas sus vidas.
Amelia despertó. Tras estirar los brazos, no pudo reprimir una sonrisa henchida de felicidad al saberse deseada por esos ojos, negros y profundos, que la atravesaban con dulzura. Al gesto inicial le sucedió un beso, intenso y duradero, de los que se dan con la mirada abrochada mientras los sentidos se abren al deseo, un deseo repentino e instintivo, precioso como la eclosión de la más bella de las flores. Rieron de nuevo y se abrazaron con ganas, explorándose el uno al otro, con calma, entregados al juego de sus cuerpos. Hacía poco que disfrutaban de una nueva y recién estrenada soledad, como dos adolescentes convertidos por el paso de los años en adultos experimentados. Sin trabas, prisas leyes ni tabúes, con un tiempo por delante que se les antojaba eterno. Bajo las sábanas se entremezclaron risas, miradas, besos y abrazos, de los que erizan la piel y desembocan de manera inevitable en el estremecimiento.
Momentos después, los dos reposaban felices y sudorosos, con la vista en el techo. Pablo comenzó a hablar. Algo había hecho aflorar en su cabeza antiguos recuerdos. Amelia, cómplice como siempre, le miró con ternura. Ambos recordaron los días de escuela, la primera vez y aquel sentimiento inexplicable que los uniría para siempre. Los años jóvenes y los momentos en los que Pablo la seguía a todas partes, esperando una ocasión. Las mil noches en vela, incapaces de pensar en otra cosa. Los encuentros, torpes y en apariencia fortuitos, aunque perfectamente calculados. Los largos paseos, los regalos, los poemas y las canciones. Y sobre todo la certeza, cada vez más plena, de que estaban hechos el uno para el otro.
Desnudo encima de la cama, Pablo se incorporó y se puso a rebuscar en el armario. Allí encontró la vieja caja de cartón que ambos bien conocían. La abrieron y se entregaron a revisar su contenido: decenas de fotos, congeladas para siempre en el tiempo, dibujando tantos momentos de sus vidas. Y bajo todas aquellas fotos, atadas con un viejo cordel amarillo, las cartas. Pablo desató lentamente el nudo, seleccionó un sobre al azar, extrajo su contenido y comenzó a leer:
“Que la edad no arrugue nuestras mentes, solo los rostros y los malos momentos. Que los años sean un vestigio de la experiencia que habremos vivido. Que el resto que me quede por existir sea siempre a tu lado. Porque la belleza no entiende de arrugas ni de edades. Porque los sentimientos no se ven por fuera, sino que arden y se sienten por dentro. Nunca dejes de sentir el pálpito de tu corazón ni las cosquillas de esa lágrima que resbala por los surcos de tu cara. Que sean muchas las que caigan, pero de alegría y de emoción, que se conviertan en el líquido que empape ese amor que siento por ti y que se desborda por mis ojos cada vez que te veo.”
De pronto, Pablo, con la voz quebrada, fue incapaz de seguir. Había escrito aquella carta a los dieciocho. Hicieron un pacto. Sabían que una vez el paso implacable del tiempo acariciaría sus rostros. Entonces él la miró, dejó brotar la emoción durante unos segundos y selló la magia de ese momento con un dulce y cariñoso beso en la mejilla. Tembloroso e incapaz de abrir el siguiente sobre.
IVONNE CORONADO
Un beso en la mejilla
¿Qué puedo hacer? – me dije. Un suspiro hondo salió de mi pecho.
No se puede obligar a otros a amarnos, ni tampoco impedirle a alguien que tenga sentimientos por nosotros, ni que esos sentimientos igualen la intensidad de lo que sentimos. Nos despedimos ese día con un beso en la mejilla. Un beso casto para él, un torbellino de emociones para mí.
Nuestra amistad comenzó en el último año de secundaria. Luego se volvió un noviazgo tranquilo. Besos furtivos, espaciados, más bien fraternales, y yo deseaba el ardor de la pasión, la llama del deseo.
Era mi primer novio. Lo que mis amigas comentaban de los suyos, eran parecidos a los romances de la pantalla chica. Yo callaba. Al mirarme al espejo, me veía como una joven atractiva. ¿Me engañaba?
Mi romanticismo me inclinó a pensar que yo era una especie de María, la María de Efraín, y soñaba con Amílcar, esperando un final diferente al de esos personajes idílicos de Jorge Isaac.
Bueno, se fue desvaneciendo la ilusión, y la realidad me golpeó la cara, sonrojada, mojada de lágrimas por dentro, cuando Amílcar me dijo:»» Sabes, perdona, tengo que sincerarme contigo. No te amo. Hicimos una apuesta con Eduardo y Carlos, a ver quién se hacía novio de ti primero. – y añadió: No sabía cómo confesarte que, en realidad, te estimo, pero no te amo.»Y así fue como ese beso aterrizó en mi mejilla, quebrando mis anteojos rosa.
MAITE BILBAO
PAÑUELO DE BESOS
El universo conspiraba en su contra, o al menos así lo sentían. Almas gemelas que se habían encontrado. Se reconocieron en la primera mirada; más tarde descubrirían que fue el primer beso. Sus vidas se fueron entrelazando, sin forzar nada, como raíces de un árbol. La amistad, el refugio, un territorio seguro para mantener las emociones en equilibrio. Pero la química disolvió las barreras invisibles, transformando la cercanía en deseo y la amistad en anhelo. Caminar por el borde del abismo se había convertido en algo excitante; la tentación de un beso en los labios acechaba en cada encuentro. Sonrisas cómplices, encuentro de miradas y roces en las mejillas al despedirse, que se alargaban en los sueños de madrugada. Sus almas buscaban la fusión, y esa noche, bajo la luna en el puerto, la paciencia amenazaba con desmoronarse. La tensión se tocaba con las manos, una promesa silenciosa de que algo estaba a punto de cambiar. Entrecerró los ojos, un presentimiento eléctrico recorriendo su piel. Sabía que este era el momento, el instante preciso que habían estado anticipando.
—¡Atención, equipo 168! —resonó la voz en su mente, clara y urgente. ¡Ha llegado el día para el que fuisteis entrenados! ¡Todos a sus puestos, hagan honor a su nombre! Este será el movimiento cumbre de vuestras vidas, recordado para siempre.
Sentados en el banco frente al puerto, la noche envolviéndolos en un manto de misterio, sus dedos se entrelazaron. La anticipación hizo que el vello de sus brazos se erizara. Se miraron, el tiempo detenido en un pestañeo lento, una mirada que lo decía todo.
—¡Químicos, a la acción! —ordenó la voz. Oxitocina, encárgate del dolor y fortalece el vínculo. Dopamina, inunda sus sentidos de placer. Serotonina, despliega la alfombra de la felicidad y el optimismo. Adrenalina: acelera el corazón y la respiración, pero con sutileza. El objetivo es la euforia compartida.
Bajó la mirada hacia sus labios carnosos, entreabiertos en una invitación silenciosa. La curiosidad le impulsó a mantener los ojos abiertos mientras se acercaba, queriendo capturar cada matiz de su reacción. Acercó su mano a su mejilla, acariciándola suavemente antes de depositar un beso ligero. Sus ojos se encontraron, y la anticipación creció, como una chispa que prendía la llama del deseo.
—¡Músculos faciales, en posición! —La orden resonó en su mente. Orbicular, cigomático, elevador… ¡Movimiento calculado! ¡Precisión milimétrica!
El roce fue suave al principio, casi una promesa. El corazón le martilleaba en el pecho, la respiración acelerándose al unísono con la de ella. Se dejó llevar por el deseo, la anticipación convertida en placer puro.
—¡Alerta! —la voz interrumpió su embeleso. ¡Testosterona en aumento! ¡Estrógenos detectados! ¡Preparados para el contraataque! ¡Músculos linguales, geniogloso y compañía, a la carga! ¡A salivar!
Su lengua se encontró con la de ella, un juego suave y húmedo que se intensificó con cada segundo. La euforia lo invadió, una oleada de calor recorriendo su cuerpo.
—¡Advertencia! —la voz sonó alarmada. ¡Partículas irritantes en la cavidad nasal! ¡Nervio facial, bloqueo inmediato! ¡Abortando misión!
Maldita alergia, pensó, separando sus labios justo antes de que el estornudo lo sorprendiera. Le sonrió, un pañuelo blanco ofreciendo una tregua momentánea. Cuando sus labios se separaron, él deslizó su mano hacia su sien, dejando otro beso ligero. Un suspiro escapó de sus labios, un eco del placer que aún resonaba en sus cuerpos.
—¡Excelente trabajo, equipo! —la voz resonó con aprobación. Para ser la primera vez, han superado las expectativas. Una vez rotas las defensas, las batallas serán frecuentes. Repongan fuerzas, ¡descansen!
La miró a los ojos, una chispa de complicidad brillando entre ellos. Sabía que este era solo el comienzo, el preludio de muchos más momentos como este.
Maite Bilbao Pérez
CARMEN ÚBEDA FERRER
Bucólico
———–
Tu mozo, yo moza.
nos miramos a los ojos.
Me estrechaste palpitante
entre tus brazos.
Me rozaste la mejilla
con tus labios carnosos
y me diste el primer beso.
¡Pasó por mi cuerpo
una corriente de vida!
¡Fui un caudal de amor!
¡Fui una flor encendida!
¡Me supo a tanto tu beso,
qué me supo a muy poco!
****************
Cada vez que me veas,
por el sendero,
bésame con mil besos
las mejillas.
Con besos muy espaciados…
Con los espacios muy cortos…
El último, déjalo,
para poner tu boca,
entre mis labios ansiosos…
LOLI BELBEL
CANSADA YA…
En el rocío del alba
he escrito cientos
y cientos de versos.
Habré derramado
miles de lágrimas
por todos los rincones
de la casa.
He vuelto a soñar
sobre el mar de pisadas
de ese ir y volver
a ninguna parte
rodeada de recuerdos
arañándome la piel.
Y también habré escrito
contra el orden establecido
contra las injusticias del mundo
contra los poderosos que corrompen
fronteras y banderas…,
con el odio
la muerte
y esos campos inútiles de batallas
llenas de sangre.
Pero hoy ya estoy cansada de
tanto dolor…,
y no puedo seguir pensando.
Han pasado los años
y solo quiero recordar tu cara
tus mejillas entregadas
…
y esos besos que siempre
te daba en
los rocíos del alba…
SILVIA GALLARDO
Ella ya no está, pero está y existe en cada rincón de la casa que fue nuestro templo. Cada mañana era un ritual en sus costumbres cotidianas. Se bañaba antes de la visita del crepúsculo, pintaba su boquita y peinaba sus plateada cabellera. Siempre olía bonito, usaba una loción que se ha vuelto sempiterna en mis vocablos favoritos: Jean Nate con aroma cítrico de frescas notas de naranja, toronja, lima y limón. Era el aroma de una mujer entregada a sus hijos.
No, no se arreglaba así para salir a algún lado, lo hacía porque era su hábito, adquirido desde que era joven y soltera, le gustaba verse bonita y oler bien. La recuerdo con su cabello negro ondulado y la frescura de un rostro que no nunca supo del maquillaje, solo usaba un labial rojo carmesí que le daba vida a su hermoso rostro.
Bajaba las escaleras de caracol, de granito y mármol, que su compañero construyó con la maestría de un gran arquitecto, sin serlo, más bien era un artista artesano que embellecía su casa con sus manos. Ella pisaba escalón por escalón con porte de princesa, portando un bolso en el que guardaba sus cosas personales de una mujer detallista y delicada. Él le decía que era su convento (Omito explicarles porqué) pues era un hombre que parecía una biblioteca de refranes y proverbios que siempre sacaba a colación según las circunstancias.
Entonces se dirigía a la cocina, colocaba su bolso arriba del refrigerador. Se vestía un mandil azul a cuadros, se lavaba sus manos y allí empezaba la segunda parte de su ritual: Tomaba ingredientes del refrigerados y la despensa, encendía su estufa y sus manos como mariposas revoloteaban con magia para sorprender a sus hijos con maravillosos manjares de suculentos sabores que se evidenciaban por el aroma que llenaba la casa, como si con sus pasos perfumara cada rincón.
Con prisa servía a cada uno de ellos, era un poco brusca y ruda pero atrás de toda esa retórica con que la describo, era un ángel, una alma amoroso que se daba por nada. Todos sus vástagos, uno por uno se deleitaban con ese desayuno para después salir a cumplir con sus deberes fuera de casa.
Cada uno plasmaba con gran devoción, amor y respeto un gran beso en la mejilla de esa gran mujer: Su madre. A su vez ella respondía con sus bendiciones , que también eran besos a cada uno de ellos para sentirse protegidos y volver con bien a casa y era entonces cuando ese beso ahora se los daba ella, para recibirlos con la gratitud al cielo de volver a ver a sus hijos.
Ya no está, hace ya muchos años dejó de ser. Se volvió un ser espiritual, alado, de vivos colores y aleteos apresurados, que visita las ventanas de aquellos niños y adolescentes que ahora se han vestido de invierno y llegan los besos desde la magia de ese aleteo cotidiano para sentir por siempre esa caricia en sus trémulas mejillas.
El perfume de sus besos a través del tiempo y la distancia queda flotando haciendo magia para borrar esas gotitas de agua transparente,
con la calidez de unos labios que se volvieron eternos.
ANTONIO PRADES
El beso de Nuria
Esta mañana, nada más abrir un ojo, he cogido el teléfono de la mesita. Como cada día, lo primero que hago nada más subir mis persianitas es cotillear las redes. Y, aún con nuestra ropa tirada por el suelo de la habitación, he visto las fotos que subimos anoche juntas. Recuerdo cuando le presenté a Dídac. Él y yo habíamos coincidido en un taller de fotografía; a Nuria la conocí en la universidad y, desde entonces, hemos sido amigas inseparables, aunque yo había deseado, desde el primer momento, ser algo más para ella. Fue hace un par de años, cuando organicé una de esas cenas en mi casa en las que me gusta presentar a amigos de diferentes ámbitos. Suelen salir combinaciones interesantes. Pero, en aquella ocasión, no iba a ser el azar. Tenía la intención de que Nuria estuviera con alguien; no aguantaba más verla sola. Solo crecían mi tentación y el peligro de cometer alguna locura que rompiera nuestra amistad.
Durante las últimas semanas, había preparado el terreno, hablándole a Dídac sobre el carácter afable de mi amiga, su fuerza y su valentía, su constancia y, al mismo tiempo, su delicadeza, ternura, su elegancia y belleza. Él era el típico chico que le encantaba a ella; yo lo sabía demasiado bien. Desde que somos amigas, siempre me ha contado sus confidencias, sus deseos. La chispa entre ellos prendió en el mismo instante en el que se vieron, aún no se habían acabado la primera copa y ya habían intercambiado sus números de teléfono. Se la veía tan feliz que no me costó en absoluto ir en contra de mis sentimientos. Por una vez, en esta guerra entre lo que es y lo que quiero que sea, había hecho algo bien y me sentía genial. Todo fue inútil, la felicidad me duró poco y me supo a menos. Ahora, nuestros dos pies se tocan bajo la sábana y una contracción recorre mi cuerpo. Recuerdo que anoche no estaban tan fríos; exhalo fuerte y me hundo en el colchón.
Cuando él se va de viaje, siempre me llama. Noche de chicas, celebramos. Pero yo, siento cómo se le caen los ojos repasando su cuerpo cada vez que la veo pasar por mi lado. Agacho la cabeza, sin saber muy bien el porqué. Tal vez me siento culpable por mis pulsaciones disparadas, mis elefantes en el estómago. Quizá solo esté intranquila porque sea quien enciende mis tendencias más reprimidas, las perturbaciones que prenden mi furor uterino. Es probable que solo sea por miedo a enviar una sonrisa furtiva, boba y entusiasta que pueda ser mal percibida, o una ilusión mal orientada y equívoca. Ahora, noto el calor de su cuerpo. Se gira. Me abraza. Aún olemos a una mezcla de piel y sudor, olores a vulnerabilidad, unidos al alcohol de la noche anterior. Sé que tardaré varios días en superar esta resaca. Mi cuerpo ya no es ese horno de leña quematoxinas de la juventud; ahora me recuerda que la edad no perdona.
Los años me han hecho más madura, pero no me han cambiado, sino que me han enseñado a quererme tal como soy, con mis dualidades, mi caos y mi orden, mis gramos de locura que me ayudan a mantenerme cuerda. Incluso ahora cuando tengo mis sentimientos desparramados sobre el lienzo como un Pollock, estoy convencida de que las verdaderas necesidades son pocas: comer, vestirse, follar; y que todo lo demás lo inventó alguien que vendía algo, y yo cada vez estoy menos dispuesta a comprar nada, a cambiar por nadie, a perder mis deseos. La noche de ayer vuelve a mi cabeza, como un buitre que no para de dar vueltas sobre la carroña. Debería hacer algo bien por una vez y hablarlo con ella, contarle lo que siento.
Hay otra cosa en mi cabeza que tampoco se va, un pinchazo insoportable. Necesito levantarme a por un ibuprofeno y orinar, pero es que he anhelado tanto el calor de su cuerpo que no quiero alejarme de la cama. Necesito pensar bien qué estoy haciendo, saber si ella siente algo o solo se trata de dos amigas pasando la noche juntas. Acaricio suavemente su cabello, finalmente me siento auténtica y libre, aunque los caminos hayan sido imperfectos. Siento que estoy exactamente donde debía estar, incluso si el camino hasta aquí ha estado lleno de errores. Aparto con cuidado su brazo para que no se despierte. Pongo los pies en el suelo. Recupero una camiseta, no sé muy bien de quién de las dos es, y voy dando saltitos de puntillas hacia el cuarto de baño. Después de pensarlo un poco, y con la vejiga vacía, decido que he de hablar con Nuria.
Escucho la puerta de la habitación. Ya se ha despertado. El ruido de sus pasos se acerca, mientras me lavo las manos. Me mojo la cara con las dos manos y, al levantar la mirada, la veo en la puerta del baño, medio vestida y con los tacones en la mano derecha. Qué sonrisa más bonita, pienso. «¿Qué tal has dormido?», le digo. Le doy un abrazo, ni demasiado fuerte ni demasiado largo, uno de esos que simplemente hueles a la otra persona. Me siento un poco como una niña en la mañana de Navidad a punto de abrir el regalo que siempre había soñado. Solo que por fin yo ya lo había desempaquetado. Me da un beso en la mejilla. Dulce, corto pero intenso. Quizá habíamos empezado mal, pero ahora sabía que quería caminar este camino con ella, esta vez sin esconderme. «Te lo debo todo», le susurré. Ella alzó la mirada y me sonrió, como si ya lo supiera.
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
Mis país se encontraba en guerra, en una de esas guerras absurdas que nos paralizan, nos hacen estremecer el corazón y destruyen nuestras almas.
Vemos caer a soldados valientes, muchos de ellos no sabem siquiera cual es el conflicto por el que pelean, pero defienden a su patria con fervor y convicción.
Yo acudo a una escuela improvisada como hospital, pues los que hay son insuficientes.
Llegan cada rato muchos soldados mal heridos, de pronto, me llama uno de los doctores y me dice que atienda a uno de los que acababan de llegar, era muy joven, había perdido brazos, piernas, parte de las orejas y nariz, había quedado ciego, no podía hablar ya, y posiblemente ya no escuchaba; creían que no viviría un día más.
Me indican que lo lleve a un cuarto, lo limpio le inyecto medicamentos para mitigar el dolor.
Me da mucha pena, verle así; decido sentarme a su lado, abro la ventana del cuarto donde estábamos pensando que quizá percibiera algo, que sintiera el viento, que escuchara el trinar de los pájaros y percibiera el olor de las flores.
Me duermo en la silla junto a él pensando que no amanecería vivo.
Entra el doctor a revisarlo y gran sorpresa aun sigue vivo, seguimos atendiendole, pasan cuatro días, y pensamos que sólo se aferraba a la vida.
Entro a verlo me siento a leerle poesía.
De pronto empieza a mover la cabeza no entiendo porqué, la mueve sin parar me doy cuenta que la «ventana» aún está cerrada la abro y se calma; entonces me doy cuenta que sí percibe el aroma de las flores, que escucha el trinar de los pájaros y siente el viento en su rostro, le doy «un beso en la mejilla» acariciando su cabello, salgo de la habitación, y me entero que al dia siguiente ya descansa en paz.
Siento que mi ¡vida! cambió en ese instante.
ARCADIO MALLO
UN BESO EN LA MEJILLA
Le dio un beso en la mejilla. Eso fue todo. Después de lo que dejaban vivido en el camino, solo un beso en la mejilla para aquella última despedida. No era un hasta siempre. Era un hasta nunca. Demasiado castigo para tan poco pecado.
Recordaría el resto de su vida aquel beso casto en la mejilla. Mucho más que la primera vez que se besaron, bajo la lluvia mientras la orquesta cerraba la verbena, dando rienda suelta a aquella pasión que habían ido cocinando toda la noche y que explotaba con aquel beso. Si algo no había faltado entre ellos en estos meses, era pasión.
Seguramente esa fue la razón de aquel final. Que todo se reducía a lo puramente pasional. Divertido, satisfactorio, pero insuficiente para que aquello derivase en algo más que pura pasión. Así fue él quién decidió poner punto final con tierra de por medio. Se iba a trabajar fuera y era la excusa perfecta para cambiar de paso. Así se lo hizo saber.
De despedida, un beso en la mejilla. No podría ser de otra forma, porque si no explotaría de nuevo la pasión. Poca chispa necesitaban para fundirse en aquel volcán que erupcionaba cuando se juntaban.
MARÍA JESÚS GARNICA
El profesor salió de la clase, y los niños se alborotaron, Rafa beso a Toñi en la mejilla. Todos riendo.
El profesor volvió y Toñi llorosa le dice qué Rafa le dio un beso en la mejilla.
El profesor Don Antonio, se lío a darle bofetadas al niño y a insultarlo.
El niño llorando, la niña también.
La niña se arrepiente del chivatazo.
Conociendo su trayectoria de mayor, creo que disfruto.
Años final de los setenta, educación en España.
BLANCA CERRUTI
EL BESO DEL ABUELO
El abuelo Ramón era «el abuelo». En el barrio ya nadie le llamaba por su nombre, se lo había ganado por una costumbre suya muy peculiar: cada vez que se paraba con alguien, se despedía con un sonoro beso en la mejilla deseándole un buen día.
Los chiquillos le querían mucho y, cuando lo veían llegar a la plaza donde estaban jugando corrían hacía él, no tanto por el beso, como por el caramelo que les daba después; sin embargo, también es cierto que, cuando «el abuelo» se sentaba en un banco, lo rodeaban y le pedían que les contara un cuento o una historia de cuando fue soldado, cosa que hacía encantado; era el mejor rato de todo el día.
Con los adultos era diferente. Algunos no recibían su beso con gusto, aunque lo aceptaban por respeto a sus años, que los tenía y bien cumplidos; pero, su avanzada edad no le impedía madrugar y salir a comprar el periódico, el pan y un surtido de caramelos para sus niños, a los que consideraba sus nietos. Él no tenía, su única hija, con la que vivía, no llegó a casarse por cuidar a su madre que siempre estaba enferma.
«El abuelo», después de llevar la compra a casa y de desayunar con su querida hija, salía a dar una vuelta por el barrio; le gustaba pararse a saludar a los vecinos con su beso de buenos días.
Así pasaba la vida «el abuelo». Hasta que una mañana, en la panadería:
—¿Habéis visto hoy al abuelo? —preguntó la panadera a los clientes que esperaban su turno.
—La verdad es que no. Yo siempre me lo encuentro en el kiosco cuando voy a comprar una revista, hoy no estaba —dijo una de las clientas.
—Pues sí que es raro con lo que madruga para dar su beso —dijo otra—. Seguro que para algunos es el único beso que reciben, añadió.
—A mí, al principio, no me hacía gracia que me diera su beso que se oía hasta en la plaza, pero me acostumbré y, el día que no me lo encuentro, lo echo de menos —dijo una clienta que ya se marchaba.
—Los chiquillos sí que lo quieren y no por los caramelos que les da, que ellos sí le devuelven el beso en su arrugada mejilla. Y cómo se le alegran los ojos, que yo lo he visto —dijo emocionada una mujer muy mayor que esperaba su turno.
Al mediodía se corrió la voz: «el abuelo» había muerto por la noche, mientras dormía. El toque de difuntos de las campanas de la iglesia lo confirmaron.
En aquellos tiempos, los difuntos permanecían en casa hasta que se lo llevaban a la iglesia para el funeral.
Todos los vecinos que habían recibido su beso a lo largo de los años fueron pasando por su casa a darle el beso que no le habían devuelto en vida. Incluso aquellos que no lo rechazaban por respeto, besaron emocionados su mejilla, ya fría como el mármol.
Pasados unos días, el Ayuntamiento, que conocía lo que significaba «el abuelo» para los vecinos, se reunió en un pleno y decidió dar a la plaza su nombre.
Al principio, cuando los vecinos iban a la «Plaza “El abuelo”», se juntaban para recordarlo, pero poco a poco, empezaron a compartir su propia vida.
El beso de «el abuelo», sin pretenderlo, los había ido acercando.
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
En un punto azul olvidado en el Universo, donde la luz del sol brilla hasta enceguecer las miradas de los seres que lo habitan. Dos bestias se encuentran, donde el aire es denso. A pesar de su naturaleza osca, fuerte y monstruosa, se saludaron acercándose con un beso en la mejilla y una cordialidad que desmentía sus intensiones oscuras, sus enormes labios ocultaban los curvos y afilados dientes.
El primero, conocido como Loki, tenía escamas negras que reflejaban la codicia en su mirada. Sus garras eran como colmillos de acero, listas para desgarrar cualquier cosa que se interpusiera en su camino. El segundo, Fenrir, era una sombra viva, con alas de oscuridad que se extendían como un manto de pesadilla. Ambos eran dos caras de la misma moneda, dos depredadores en un juego macabro por el dominio del territorio de aquel lejano punto azul.
Ambas bestias sentadas junto a la mesa construida de piedra filosofal, donde se extendía un mapa en un pergamino blanco.
—Nuestro plan consiste, exclamó Fenrir, con eco que retumbaba las paredes de aquel lugar impreciso
—Nos apoderaremos de los recursos que alimentan este planeta. —El agua, la madera, los minerales preciosos, el petróleo, y hasta el mismo oxígeno que respiran esos humanos insignificantes. —Sin árboles, no habrá aire; sin aire, no habrá vida. Y sin vida, el mundo será nuestro para gobernar.
Loki al escuchar las palabras de Fenrir, sus ojos brillaron, frotándose las garras y asentando la cabeza le dijo:
—¡Si , maravilloso !
—Con cada árbol que caiga y cada río que se seque —así crearemos el caos y dejaremos a esos seres a nuestra merced.
—Pero existe otro detalle estimado compañero
— ¿Qué Fenrir?
—Vamos a ofrecerles un beso en la mejilla, un gesto de aparente bondad, y en ese instante, caerán en la trampa de nuestra dominación.
Todo se tornó en una danza macabra, bosques convertidos en cenizas, ríos secos como venas abiertas, y el aire, una sombra de lo que fue. Los humanos, sometidos a su voluntad, serían sus esclavos, forzados a vivir en un mundo que ellos mismos habían condenado.
No necesitarán más que un roce de nuestros labios para olvidar su libertad. Con cada beso en la mejilla que les demos, sellaremos su destino, y el planeta azul sucumbirá a nuestra avaricia.
Aquella chispa azul en el Universo, empezó a temblar, sus ríos se volvieron sangre, su piel se secó, sus pulmones se detuvieron como si presintiera el duelo que se avecinaba.
La humanidad sucumbió ante lo inevitable. El reloj de arena no se detuvo y pasaron varias plagas, desastres provocados a la naturaleza, huracanes, tornados dirigidos por timones artificiales.
Hasta que la inocencia regresó, dibujada en un grupo de niños azules, incapaces de comunicarse y de demostrar su afecto, con tan solo un beso en la mejilla. Estos seres etéreos habitaban en un pueblo bañado de azul. Eran los niños especiales, guardianes de un reino donde la luz se filtraba a través de sus corazones, iluminando cada sombra de la barbarie.
Así, los niños azules se convirtieron en faros en la oscuridad. A través de su amor incondicional y su capacidad para ver más allá de las apariencias, comenzaron a transformar la barbarie en un lienzo en blanco. Plantaron semillas de cambio en tierras lejanas. La Madre Naturaleza se consolidó con la energía pura renaciendo en cada rincón donde los niños manifestaban su buena intención para la evolución espiritual.
Así los más pequeños tuvieron el poder de salvarlo todo.
NILA J BOHÓRQUEZ
¡Fue aquel beso en tu mejilla
que rompió mi alma en pedazos!…
¡Fue aquel beso en tu mejilla…
pálida mejilla…inerte y fría
como el mármol que sería
tu aposento definitivo…
perforando las fibras sensibles
de mi débil corazón!…
¡Fue aquel ósculo, Madre,
posado suavemente en tu rostro,
queriendo despertarte
del sueño eterno!…
¡No fue posible…
te llevaste a la infinitud
mi último gesto de amor,
envuelto en tus blancas alas!…
¡Y así fue mi roce
con tu piel dormida
en el momento del adiós,
de un adiós sin respuesta!…
¡Desde entonces, siento inmensa
soledad por tu ausencia!
FENANDO LÓPEZ AGUILERA
El hechizo
Milcá y Dan, dos hermanos intrépidos, siempre estaban descubriendo nuevos rincones en la playa. Sus padres, por motivos de trabajo, habían dejado atrás la ciudad en busca de nuevas oportunidades.
Como cada tarde, los hermanos exploraban el entorno, dejándose llevar por la magia del lugar. La brisa marina acariciaba sus rostros mientras descansaban en la orilla, escuchando la melodía en forma de nana que parecían entonar las olas y dejando que la fina arena resbalara entre sus dedos. De pronto, Milcá se percató de algo a lo lejos: unas cuevas que parecían aguardar silenciosas, esperando ser descubiertas.
—¡Mira, Dan! —exclamó la pequeña, señalando el hallazgo.
El sol ya comenzaba a despedirse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados. A pesar de la hora, la curiosidad pudo más que la prudencia, y sin dudarlo, se encaminaron hacia la entrada de la cueva.
Al situarse en la boca de la cueva. Apreciaron la oscuridad de la misma reflejada en el frio negro que ambos sentían en su piel. Pero algo les llamaba dentro de esa cueva, una voz que les invitaba a pasar. Dan cogió la pequeñita mano de su hermana, y con la seguridad de no sentirse solos, los hermanos con cautela se adentraron en ella.
La luz dentro de aquel lugar comenzaba a dejar paso a una serena oscuridad. Los dos hermanos avanzaron y de repente, se precipitaron hacia abajo absorbidos por un túnel que se abrió bajo sus pies. Se desplazaron rápidamente por una especie de tobogán gigante que los depositó en lo más profundo de la cueva.
Al llegar a ese lugar, los dos se dieron cuenta de que estaban en un sitio donde cualquier cosa podría suceder. Ambos, sintieron miedo, pero se resistían a buscar la salida. Querían descubrir que podían encontrar en este nuevo lugar.
De repente se vieron sobre un barco, sin saber muy bien como habían llegado hasta allí. Estaban en medio de lo que parecía el océano. Todo estaba en calma hasta que del agua vieron cómo se movía rápidamente hacía ellos una criatura gigante con unas fauces enormes. Los dos hermanos estaban asustados. Pero cuando iban a ser devorados sin remedio. Un cálido viento sopló llenando la vela del barco y consiguieron llegar a la orilla.
Ya en tierra, bajaron sin pensarlo de la embarcación y vieron una cabaña que parecía gigante. O, ¿Serían ellos quienes se habían convertido en enanos? Asustados acudieron a ella en busca de refugio. Al entrar a ese lugar, donde todo era enorme se acercaron a un salón. Allí fueron atrapados por un Ogro. Los dos quedaron capturados en la mano de la inmensa criatura. Iban a ser engullidos una vez más. La criatura se los iba a zampar, cuando fueron salvados de nuevo por un potente destello de luz que cegó a la criatura y los liberó de su mano.
Corrieron sin mirar atrás. Y cuando se quisieron dar cuenta los hermanos estaban en medio de un profundo bosque. Solo se tenían el uno al otro. La pequeña Milcá, se abrazó a Dan que la acogió fuerte entre sus brazos. La miró confiado y le susurro:
—No tengas miedo, estoy contigo.
Fue entonces cuando de nuevo, se activó en los jóvenes la sensación de miedo cuando vieron aparecer dibujada entre los árboles una sombra humana. La silueta, se dirigía hacía ellos con paso lento pero decidida. Los hermanos se quedaron inmóviles y el extraño se detuvo justo delante de ellos y comenzó a realizar un hechizo. Los pequeños se abrazaron aun mas fuerte si cabía y cerraron sus ojos.
Al abrirlos, su mundo había cambiado. El extraño cambió ese lugar de pesadilla por otro de magia y fantasía.
Como cada noche, nuestra madre tras una larga y dura jornada de trabajo se acercaba a nuestra cama y realizaba el hechizo. Nos daba un beso en la mejilla a cada uno de nosotros.
LETICIA R MENA
BESO EN LA MEJILLA
Fue amor a primera vista, o debió de serlo.
Una historia de amor imposible y de final trágico, como si de una obra de Shakespeare se tratara.
Ella, bella como no podía haber ninguna otra. Yo, un simple mortal a su lado.
Dicen que el amor siempre acaba venciendo todas las adversidades. Aun así nos vimos inevitablemente separados.
Ella siguió su obligado camino. De vez en cuando nos encontrábamos, era irremediable. También yo seguí adelante, lejos de ella. Así es el destino.
Pero siempre supe desde el principio, desde aquella primera vez en que la vi inclinada con un susurro sobre aquel moribundo, que acabaríamos reuniéndonos.
Y así fue.
Cuando llegó mi hora, sin miedo, me entregué a los brazos de la muerte. Ella acudió a recibirme.
Con el roce suave de sus huesudos dedos, el primer contacto físico en toda una vida de amor imposible, cumplió la promesa que me había hecho en la niñez.
Nunca nos pudimos tocar antes de aquel instante, eso hubiera significado romper el velo que separa a los vivos de los muertos. Algo imperdonable en las reglas que rigen los destinos del mundo.
Con un dulce beso en la mejilla, me llevó al otro lado.
Con ese beso en la mejilla que tanto había deseado durante toda mi vida, desde ese primer momento en que distinguí su funesta figura y caí rendido a sus pies.
Con ese beso en la mejilla, me despedí de la vida mortal que me había separado de mi amada.
Cogidos de la mano, abandoné mi mortal existencia, para poder al fin estar juntos, más allá del propio más allá.
YOLILLANA RELATOS
«El último beso en la mejilla»
Intenté evitar este momento, ignorando los consejos de quienes me quieren y la querían: “Déjala ir”, “Está sufriendo”, me repetían.
Pero, ¿cómo separarme de quien ha sido mi compañera más fiel durante tantos años?
¿Cómo decirle adiós para siempre a mi niña, mi princesa, mi macarra favorita?
Tenía epilepsia, una maldita enfermedad que ni siquiera imaginaba que podían sufrir los perros. Curiosamente, la primera vez que escuché sobre ella fue también uno de mis primeros impulsos para escribir.
Sif, el perro de mi amiga Charo, la padecía. Después de mucho sufrimiento, tuvo que dejarlo ir.
«Duelo por una mascota» se titula el relato. Algunos quizá lo habéis leído.
El día que presenté mi libro, lo leí en público, con el permiso de Charo.
Cuando volví a casa, Paris acababa de sufrir su primer ataque epiléptico.
Y luego vinieron más, y más pruebas médicas.
«Vamos a ver si con este medicamento…», decían. Pero solo hubo más ataques.
Hoy me armé de valor. Al despertar, vi que había orinado y defecado en casa. Solo lo hacía después de un ataque. Anoche ocurrió sola, sin nadie que la calmara, mientras todos dormíamos plácidamente.
Ya era hora de dejarla descansar.
A pesar de mi dolor, de mis lágrimas y del vacío inmenso que ha dejado en mi alma, fuimos solas a la clínica. Solo ella y yo.
Se durmió en mis brazos mientras le susurraba al oído, una y otra vez, cuánto la quería. Que la quería con locura. Que algún día nos volveríamos a ver y esta vez sería para siempre.
«Duerme, princesa. Descansa, mi amor».
Cuando llegué a casa, rota de dolor, busqué fotos suyas y encontré esta.
Seguramente, uno de los últimos besos que le di en la mejilla.
El último se lo di hoy.
EVA AVIA TORIBIO
EL ÚLTIMO BESO
—Mamá, ¿qué es toda esta mierda? —Acercándome—, y no me cuentes milongas.
—Siempre lo has sabido —Posando su mano en mi pecho—. Escucha lo que hay a tu alrededor.
—No te pongas en plan misterioso que no te pega. ¿¡Qué he sabido desde siempre!? ¿¡Qué escuche el que!? Si estoy en shock. Si esto parece una película de esas que tanto te gustan —Girándome, miro a mi alrededor. Mis amigos continúan detenidos en el tiempo, ignorantes de lo que está sucediendo.
—Por ellos no te preocupes, que no van a recordar nada de lo sucedido en las últimas cuarenta y ocho horas. Mañana despertaran en sus camas con una resaca del copón.
«Llevarlos a sus respectivas casas. Bloquear los recuerdos que no sean necesarios e implantar nuevos, os lo dejo a vuestro criterio.»
Unos minutos después nos han dejado a solas. Mamá, para no perder la costumbre, está arreglando la cama, mientras yo, sentado en la silla situada frente a la ventana observo como Lorenzo asoma con fuerza.
—¡Madre, puedes parar quieta y explicarme que pasa de una puta vez! Porque por más que intento encontrar una explicación racional a todo lo que está sucediendo mi única respuesta es que las drogas me están volviendo loco.
—Creo que esto va para largo, mejor me siento —Cogiendo una silla—. Pero primero deja que mire esa quemadura —Destapándola—. Como yo imaginaba, prácticamente ni rastro.
—Y ahora me dirás que tengo poderes mágicos. ¡Ja, ja, ja! —Mirándomela—. ¡La ostia! —Levantándome. Miro y remiro y no hay nada.
—Recuerda —Colocándome la mano en la frente.
—¿Qué os pasa a las mujeres? Que manía os ha dado con que recuerde.
—Escucha tu interior, tienes que recordar quien fuiste en otra vida.
—Ahora la que estás fumada eres tú. Que recuerde quien fui en otra vida. De locos. ¡Ja, ja, ja! —Levantándome—. Y aún no me has explicado que cojones haces vestida así, que hacías con esos hombres y como habéis hecho eso a mis amigos —Dando vueltas en la habitación.
—No lo entenderás si primero no recuerdas. Como te niegas a hacerlo o más bien toda esa mierda que te metes te ha dejado el cerebro medio frito, tendrá que ser a la fuerza —Colocándose frente a mí.
Sus pupilas se dilatan, sus bellos ojos negros se tornan dorados. Me está dando un poco de miedo. Está tan pegada a mí que compartimos el mismo dióxido de carbono. Y en ese pequeño instante en la que inhalo su calor, una descarga entra por mi sien. Imágenes de un pasado enterradas en el olvido regresan golpeando mi existencia. Lo que creía ser, un nini sin futuro se queda a un lado y a mi regresa lo que un día fui, un ganadero cansado de las injusticias que se enamoró de un ser prohibido.
—¿Eres…? —No puede ser mi nana.
—No soy quien tú crees que soy, soy descendiente de ella y como tal, tengo sus dones. Entiendo que ya recuerdas todo y de donde provienes. Vuestro amor se selló con el nacimiento de un bebé al que nuestra familia protegió hasta que los Dioses acabaron con él. Tu nacimiento estaba escrito y nosotros, por generaciones, asumimos ese destino. Ahora te toca a ti enmendar el error cometido y restaurar lo que tenía que haber sido.
—Madre, ese tiempo ya pasó. Ahora no se combate con palos y piedras. A lo que nos enfrentamos está más haya de estas manos, poco puedo hacer ante las guerras epidemiológicas, ante los desvaríos de dirigentes que se sientan en sus despachos y juegan a ser Dioses, a una humanidad que solo se mira el ombligo…
—Hijo, estás equivocado. Podemos luchar con algo que va más allá de todo lo que has dicho, con este —Colocando la mano en mi pecho—. El poder de la palabra ahora se extiende con más rapidez y llega hasta cualquier rincón. Pero primero tenemos que rescatar a Elisa. Ahora bloquea todos los sonidos que hay a tu alrededor y busca en el silencio sus latidos, su voz. El paso del tiempo no ha roto el vínculo que el destino creo.
Sus dulces palabras recomponen mi alma quebrada por las manipulaciones de Tritón, que celoso del amor que su hija me procesaba, me arrebató toda esperanza de felicidad junto a mi amada al susurrarme que ella había fallecido.
La rabia se apoderó de mí, la que descargué contra un gran amigo, el que también fue manipulado por esos crueles Dioses. De todos esos engaños surgió una leyenda que a día de hoy gira en torno al Faro de Hércules.
—¡Madre, la escucho! Creo saber dónde está.
—Háblale desde este —Señalando, de nuevo, el corazón—, Elisa te escuchará. ¿Qué te ha dicho?
—Que, aunque está exhausta, se encuentra bien, que la tienen retenida en unos túneles que están bajo el Faro —Cambiándome de ropa.
—Ahí no hay nada.
—Madre, confía en mí, sé que está ahí —Estirando de su mano.
—Un segundo —Sacando el móvil del bolsillo—. Equipo, os quiero a todos en el Faro. Venid preparados, pero nada de armas.
«¿Y tú dónde crees que vas? Hijo, he tenido mucho tiempo de estudiar los secretos de las meigas de la familia. ¿Cómo crees que llego tan rápido a los sitios? Visualiza a Elisa, no sueltes mi mano y una advertencia, las primeras veces se vomita.»
—¡Buuua, que asco! —Ni de pestañear me ha dado tiempo—. Creo que he echado mi primera papilla. ¡Elisa! —Deteniendo mis pasos mi madre.
—Quieto. No los ves, ¿verdad? ¡Maldita mierda la que fumas!
—¡A quien no veo, madre! Elisa está ahí.
—A los perros del infierno. Tenemos que esperar al equipo, ellos no tardarán. Enviada ubicación.
Segundos después.
—¡Buuua, joder que asco, no me acostumbro! —dice uno de ellos.
—Pareces novato —le dice mamá—. Anda dame los polvos. Cubriros con la ropa los orificios respiratorios.
—Joder, madre. Con lo fácil que es decir que aguantemos la respiración.
Minutos después, en el exterior de Faro.
Aun no me puedo creer que hayan pasados siglos desde la última vez que la tuve entre mis brazos. Que, posiblemente, yo haya renacido en infinidad de ocasiones, pero que en ninguna de ellas he podido recordarla. No puedo imaginar el sufrimiento por el que ha tenido que pasar. Verse sola, incomprendida por un padre egoísta y más aun siéndole arrebatado el amor de un hijo.
El cielo se oscurece y del mar surge Tritón. Transforma su cuerpo, lo que le permite andar por tierra firme. Aproximándose amenazador eleva su tridente al cielo recogiendo los rayos que luego lanza contra nosotros. Una especie de escudo bloquea su ataque, creo que han sido los del equipo. Alejándose un poco, mamá me grita que no me mueva. Saca de su bolsillo una pequeña bola que se ilumina con más intensidad a medida que Tritón lanza sus rayos. Creo que es un pequeño pararrayos. Mamá descarga la energía que ha absorbido esa minúscula bola contra nuestro agresor, pero él bloquea su ataque y lo replica con más fuerza, lanzándola contra las rocas. Intento ir a por ella, pero mi cuerpo se queda bloqueado, Elisa me ha paralizado como hizo la otra noche. Inmóvil, veo como el rostro de mi amor se torna oscuro, como de sus manos sale una energía oscura que golpea contra con su padre. La lucha entre ambos es la de dos seres que se odian, la de dos enemigos mortales.
—¡Detente, Elisa, lo vas a matar! —Viendo como la rabia contenida transforma su cuerpo. La oscuridad se ha apoderado de ella.
—¡No me pidas que lo haga! ¡Merece la muerte! —Invistiendo como lo hace un toro al matador.
—¡Detente, por favor! —Mi cuerpo toma las riendas de su destino y corre hacia ellos.
—¡Ja, ja, ja! Esta es mi hija. Saca tu odio y se lo que tienes que ser —cayendo al suelo.
Elisa, se agacha y posa su mano en el pecho de su padre.
—Gracias, padre, por mostrarme lo que soy —dándole un beso en la mejilla—. Y ahora muere —Descargando el estoque final.
Elisa se adentra en las profundidades del mar abandonándome, pero esta vez, sin vuelta atrás. Como Tritón nos dijo en infinidad de ocasiones, él no te podrá amar como tú necesitas. Soy un simple mortal que ama a la Diosa del mar, un destino que nunca podrá cumplirse, puesto que yo no quiero en esta o en ninguna otra vida, a mi lado, a alguien que abuse de su poder. Ahora solo me queda, hasta que llegue el día de mi muerte, luchar con palabras por la verdad y la justicia.
Besos, La Incondicional.
AXY LINDA
Por alguna extraña razón, hoy te recordé.
Han pasado ya… ¿cuarenta y siete años? Más o menos. Fue en aquel tiempo cuando apareciste en mi vida a través de otra persona. Al principio, me indigné. Luego, sentí ira, sobre todo cuando me enteraba de ciertas cosas… Como cuando cargaste a mi bebé. Como cuando chocaste mi auto.
Más tarde, sin embargo, comprendí que quizá eras mi oportunidad. La oportunidad de librarme de aquello que tanto daño me hacía. Pero con los años entendí que fuiste mucho más que eso. Porque, en el fondo, creo que gracias a ti pude seguir con vida.
Hubo una ocasión la que él casi lo consigue.
Pero fuiste tú quien cargó con aquel infierno que me consumía. Lo tomaste, lo hiciste tuyo. Y ese peso terminó devorándote rápido, como el cáncer, que te quitó la vida hace unos… 20 años.
Gracias, Laura. Gracias por salvarme. Gracias por permitirme hoy estar al lado del verdadero amor.
Te envío, con gratitud,
un beso en la mejilla.
Esta semana está la cosa complicada.
Mi voto es para:
Manuela Cámara
Dil Darah
Sergio Téllez
Mi voto para:
Pedro Antonio López Cruz
Manuela Cámara
Teresa Sánchez Fregoso Nila J Bohorquez
Voto dos relatos muy distintos, desde la dicha a la agonía…
Maite Bilbao Pérez
Roberto López del Castillo
Mi voto es por Teresa Sánchez Fregoso
Mi voto para:
Roberto López
Manuela Cámara
Angy
Carmen Úbeda
Mi voto es para
Teresa Sánchez Fregoso
Angy del Toro
Maite Bilbao
voto:
Dil Darah
Después de leer detenidamente los relatos, mis besos en la mejilla se los llevan:
-Alfonso Fernández
-Sergio Téllez
-David Merlán
-Leticia R Mena
Gracias a todos por tanto amor que le ponéis cada semana a vuestros escritos
Mi voto para Manu Monforte.
Manuela Cámara
Maité Bilbao
Antonicus
Larde
Fernandez Pacheco
Ana Avia
Más de 40 besos.
Difícil elegir con cuál quedarse.
Grandes letras
Doy mi voto
-La poesía de Antonicus Efe
-El micro de Arcadio Mallo