Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «página en blanco». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de enero!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Tantas veces he soñado con dejar una página en blanco, pero al final la tinta se apodera y derrama sobre ella sin respetar su virginal sentido y estalla en un clímax fortuito.
Tantas veces lo soñé, pero la musa se hace dueña de la pluma en la intempesta del destino.
Tantas, lo juro; que fueron tantas y tantas las veces que intenté dejar la mente «in albis» para que las letras no fluyan por el caudal del río manchando el blanco con un pulcro negro, dando sombra a las luces. Apagando los deseos, traspasando los anhelos…
Fueron tantas las veces que la búsqueda de una página en blanco sacó a mi alma de las tinieblas que ya ni siquiera lo intento, escribo en el naufragio de mis sentimientos.
Algún día, dejaré una última página en blanco para ti, para que sepas que te quiero, abrigo para tu alma en la deriva de los pensamientos, pero hasta que llegue ese día te escribiré cada día una misiva para que sepas que no te olvido y que sigues en mi memoria.
Fin.
DAVID MERLÁN
LA CEGUERA SELECTIVA
—Inspector, insisto que todo lo que le he dicho antes es cierto, pero percibo que tanto usted como su compañero no acaban de creérselo—Dijo Daniel.
—No es que no le creemos, pero vuelvanos a relatar de forma pormenorizada la sucesión de los hechos de esta última semana y media para que conste en el informe. Nosotros sólo nos limitamos a hacer nuestro trabajo, entiendanos.—dijo el Inspector Víctor Pedraza.
—Con una condición.
—Cual—preguntó él.
—Que me permitan seguir con los ojos vendados durante la declaración. Percibo bastante claridad aquí y tras casi diez dias, no creo que a mis ojos le vengan bien exponerlos de golpe a tanta luz. Prefiero hacerlo después, en mi casa, en un entorno controlado, si no les importa.
—En absoluto. Si con ello refuerza su experimento por nosotros no hay problema.—aclaró el inspector ante la satisfacción de Daniel y la confirmación del subinspector Pedro Ramos.
Tras unos segundos de silencio, Daniel accedió y comenzó a hablar.
—Como ya les he dicho me llamó Daniel Robles y soy psicólogo experimental. Hace un mes, y como parte de mi trabajo decidí intentar vivir durante una semana con los ojos vendados para estudiar la percepción y las emociones de las personas ciegas. Quería experimentar lo que siente un ciego: la inseguridad, la dependencia, el desafío de percibir el mundo sin verlo. Queria ponerme por unos días en la piel de mi difunta madre, para posteriormente escribir y analizar esas páginas en blanco de mi nuevo experimento aún por completar. Por ello decidí embarcarme en este desafío en busca de empatía y comprensión, pero como han podido comprobar, ha terminado con la aterradora lucha por mi supervivencia.
Pues bien, como les decía, el viernes pasado sellé mis ojos con unas gruesas vendas negras, sumergiéndome por completo en la oscuridad. Durante días, todo iba según lo planeado. Torpe, muy torpe al principio, pero poco a poco fui dando pasos más seguros. Pero en la tercera noche, la noche del lunes, mientras estaba sentado en el parque Wellington disfrutando del sonido de los grillos y sintiendo la brisa nocturna, escuché algo que rompió mi paz.
Como les dije hace un rato, escuché un grito ahogado; pasos acelerados; un jadeo… y silencio. Como comprenderán, me quedé quieto, con el corazón golpeándome el pecho. Luego oí un cuchicheo, seguido de un ruido seco, como un golpe contra algo duro. Luego supe que había sido la víctima al caer.
Los agentes de policía prestaban atención a cualquier detalle que pudieran incluir en su informe, aunque ello implicase interrumpir su declaración.
—¿Y qué fue lo que sucedió a continuación?—interrunpió el inspector Pedraza.
—Pues escuché un nítido «¿Quién anda ahí?» de una voz masculina, áspera y nerviosa pero no respondí. Me quedé muy quieto y analicé pros y contras en apenas unos segundos. Sabía que mis vendas podían salvarme; no había visto nada. Pero el sonido del asesino al caminar hacia mi me hizo temblar.
—¿Y qué pasó después?—inquirió el subinspector Ramos.
Daniel giró su cabeza hacia él en claro sintoma de desaprobación por las constantes interrupciones. Se sosegó y respondió.
—Pues dijo «¿Ciego?» —preguntó la voz.
Yo tragué saliva, y asentí lentamente. El hombre soltó una risa incómoda. «Qué suerte la tuya», y sin más se alejó.
—Continue—le pidió el inspector.
—Si le soy sincero, a la mañana siguiente, el…jueves, no sabía qué hacer. Había escuchado la voz del asesino, pero ¿de qué me serviría denunciarlo? No podía identificarlo ni tampoco a la víctima. Sin embargo, la paranoia me invadió cuando sentí que alguien me observaba desde lo lejos. Esa misma tarde, mientras compraba pan con ayuda de un bastón guía, sentí una mano pesada en mi hombro.
—Era el asesino, ¿Es correcto?—dijo el subinspector mientras repasaba las notas de su pequeña libreta de campo.
—Si, así es. «Curioso verte por aquí, amigo», me dijo una voz que reconocí al instante.
Me quedé petrificado. Era él, y para atormentarme aún más añadió:
«¿Cómo va tu mundo de sombras? Debe ser fácil, ¿verdad? Nada que recordar, nada que… ver.»
Recuerdo perfectamente que se me acercó, y sentí el aliento en mi oído derecho. «Qué interesante sería descubrir que no eres tan ciego como finges. Sino a qué esas vendas negras.» y al igual que la noche de autos, se alejó y desapareció. Si lo que pretendía era llenar hojas de papel en blanco, a buen seguro que lo estaba logrando.
—Continue, haga el favor de decirnos que sucedió después— le pidió educadamente el inspector.
—Pues el acoso se repitió el resto de días; el jueves, el viernes, día tras día, el asesino comenzó a acosarme de formas cada vez más aterradoras. La noche del sábado dejó un cuchillo ensangrentado en la puerta de mi apartamento con el cual tropecé al abrir la puerta y agacharme para saber de qué se trataba. Otra vez, el domingo me empujó «accidentalmente» en la calle cuando compraba de nuevo el pan. Sabía que debía mantener la farsa. Si el asesino descubría que podía ver, estaba muerto.
—Ha tenido usted una sangre fría digna de alabanza, todo hay que decirlo. Le doy mi más sincera enhorabuena—añadió el inspector Pedraza.—Continue, haga el favor. Como sabe, ya estamos acabando.
Tras elegir con cuidado sus palabras Daniel prosiguió con el relato de los hechos.
—Efectivamente, lo peor llegó anoche cuando ese hombre irrumpió en mi apartamento. Como es lógico todavía me encontraba con los ojos vendados, y tras el susto inicial me levanté de la cama con el corazón a mil por horas al oír como se abría la puerta.
Tras apenas diez segundos rompió el silencio:
«¿Sabes lo que pienso?» me dijo, mientras jugueteaba con algo metálico. «Que no te creo. Nadie puede ser tan ciego y tan afortunado a la vez.»
El corazón estaba a punto de estallarme.
Con frialdad que les juro inspectores que no sé de dónde saqué, le contesté balbuceando que por favor… que no sabía qué quería de mí. Qué no era más que un pobre ciego y que no había visto nada, cosa que era verdad.
Él soltó una carcajada y me dijo alzando ostensiblemente la voz. «¡Quiero la verdad. ¿Qué viste aquella noche o te mato ahora mismo?!» al tiempo que me maniató y amordazó en una silla de la cocina.
—Y ahora es cuando…exacto, intervenimos nosotros, ¿No es cierto?—preguntó el subinspector Ramos.
—Si, así es. Estaba apunto de desfallecer y sentenciarme a una muerte segura a manos de ese tipejo, cuando ustedes golpearon la puerta con fuerza al grito de «¡Policía! ¡Abra la puerta!»
Él maldijo alto y claro y dándose cuenta de que lo habían seguido, saltó por la ventana, pero no llegó lejos. Escuché con nitidez los gritos y disparos en la calle. Un par de minutos más tarde, ustedes entraron y me liberaron. Tengo que reconocerles que lloré de alivio al confirmarme que el asesino había caído abatido por las balas y que yo me encontraba a salvo.
Los agentes de policía le dieron de nuevo las gracias por su colaboración y dejaron que Daniel se marchase a descansar.
****
Esa misma noche, Daniel se quitó las vendas frente al espejo de su habitación. Por primera vez en casi diez días, sus ojos se encontraron con la luz, tenue pero luz a fin de cuentas. Parpadeó, y dejó que sus ojos se fueran ajustándo de forma gradual.
Miró su reflejo, se acercó al cristal y pensó:
«Volver a ver nunca ha sentado tan bien. Está claro que tengo muchas hojas en blanco que rellenar después de todo esto»
En ese preciso instante Daniel notó una sombra en la esquina de su habitación. Pero al girarse, no había nada.
«Tranquilo Daniel es solo fruto de tu imaginación. Poco a poco»,mientras se mesaba el cabello y pensaba qué hacer a continuación.
ANA MARÍA BA
Tantas páginas blancas
que les lleva el viento
y tantas palabras
que se entrelazan en mi mente.
Busco el sentido del Universo
-viejo alado,
cantando al violín
en el verano-.
Una sucesión de coyunturas,
desde mucho relegadas,
vigiladas detenidamente
por criaturas insólitas
con garras y alas
que esconden la verdad
-que eso somos nosotros,
solo hojas blancas,
un destino incierto
todavía no escrito,
una historia infinita
en diferentes espacios temporales,
hasta que el tiempo muere
y el alma ya no duele.
Una paz suprema
reinará en el mundo.
BENEDICTO PALACIOS
PÁGINA EN BLANCO
Sentado en el umbral de la puerta, apoyaba el codo izquierdo en una almohada por no dejarlo descansar sobre su muslo que tenía dolorido. Así pasaba horas y horas, abstraído imaginando. Le deslumbraban cien pensamientos que se concretaban en nada, porque eran ideas confusas y atrabiliarias, todas borrosas y vagas.
Cerca de su casa no existía montaña alguna que le indujera a confundir embrujo con la niebla que habitaba su cabeza. Sus dioses no moraban en olimpos. A tiro de piedra de donde continuaba en posición estática, existía una peña que el agua y los vientos habían desgastado hasta conseguir que todo el mundo la conociera por el nombre de la peña del fraile. No tenía túnica, pero sí en lo más alto una especie de capucha.
—Préstame una escalera, por favor, le pidió a su vecina.
—Ahí tienes una, pero no es tiempo de coger manzanas.
—Santa palabra, Eva.
Arrimó la escalera a la peña y se encaramó en lo alto, en el hueco que dejaba la capucha. Allí entretuvo la tarde esperando que las ideas antes destempladas y difusas fluyeran como manantial de nieve, inmaculadas, jubilosas, alejando de su mente las graves e inanes meditaciones. Recogido y ensimismado aguantaba la llegada de la inspiración, y en esa espera le cogió la noche. Sentía frío y pensaba abandonar cuando las estrellas empezaron a cubrir los cielos, y por ser tanta la magnitud se le llenó la fantasía de los más variados pensamientos. Porque allí arriba había proporciones y duplicidades. Dos eran, por ejemplo, los carros, la osa mayor y la osa menor. Y esas mismas duplicidades también se daban entre los humanos. Tenemos dos orejas, dos ojos, dos brazos, dos manos, dos piernas y dos pies. Y algo más de media humanidad tiene dos mamas, y todos un (de) poniente y un levante.
Debería registrar estos hallazgos en la libreta que acababa de adquirir, pero no la tenía a mano. Abandonó entonces la peña, porque además empezaba a tiritar de frío. Bajó la escalera paso ante paso y cuando ya creía estar en el último peldaño, dio un traspiés y rodó en el suelo.
Se levantó raudo y voló a su casa a todo correr. Se sentó a la mesa del pensar, apartó la almohada y buscó la pluma con que iniciar aquella escritura novedosa. Le llovían en la cabeza mil ideas rabiosas por salir.
Pero en aquel instante una televisión que elevó el volumen le distrajo de sus lucubraciones. En ella aparecía la cabalgata de los Reyes Magos. Contrariado, abandonó pluma y página en blanco.
¡Maldita contradicción! Acababa de dejar un par de zapatos a la puerta y resulta que los Reyes eran tres.
Recuperó la escalera y regresó a la peña.
SOLEDAD ROSA
Hola querida:
Aquí me tienes de nuevo. Me pregunto cuántas veces he pensado en ti. No es la primera ocasión en la que mis dedos se quedan parados encima del teclado, sin saber qué poner, sin saber qué decir.
De nuevo me enfrento a este miedo a los que algunos conocen como “la página en blanco”. Qué difíciles son nuestros comienzos ¿verdad? No hay un tiempo determinado para empezar a escribir. Me quedo mirándote, como aquella que eres mi amiga y me vas a aconsejar cómo empezar. ¡Qué equivocada estoy! Pero gracias de todas formas.
Nuestros encuentros son difíciles, no sé cómo saludarte cuando me cruzo contigo. Es un momento incómodo que puede durar minutos u horas. Pero cuando me pides que te cuente algo, nuestra relación se vuelve más sencilla. Será que una vez que cogemos confianza las palabras salen solas.
A veces, comparo la escritura con la costura. Escribir es como enhebrar una aguja. Una vez que consigues engancharle el hilo ya puedes empezar a coser. Esto es igual. Una vez que consigo poner la primera letra de la palabra, empiezo a escribir y a plasmar una historia en ti. Mis dedos se mueven al compás de una canción de fondo que suena en mi habitación. Y así comienza un baile de letras con el que te empiezo a poner un vestido, normalmente negro. Quiero vestirte elegante.
Hoy quería decírtelo. Siempre estás presente en mis narraciones pero nunca eres la protagonista. Por eso te escribo esta carta a modo de relato, para que alguna vez supieras la importancia que tienes al adoptar este papel principal en mi obra. Esta obra que hoy va dirigida a ti.
No me despido. Al igual que los comienzos, las despedidas tampoco es algo que se me den bien. Ya me conoces y lo sabes. Estoy segura que pronto volveremos a encontrarnos.
Mientras tanto cuídate.
ARMANDO BARCELONA
EFECTOS SECUNDARIOS.
Por fin terminaron las «Fiestas Entrañables» y, un año más, pese a todo pronóstico, he conseguido sobrevivir. Mi médica se empeña en que debo vacunarme contra el coronavirus, la gripe y el neumococo —parece que a mi edad ya formo parte de un selecto grupo de riesgo que debe andarse con ojo—, pero a nadie se le ha ocurrido preparar una vacuna contra la peste navideña.
Lo peor para los que tenemos el vicio de la escritura no es acabar con el colesterol por las nubes, las transaminasas revolconas y el índice glucémico encaramado a la aguja del Empire State Building, cual si fuera el enésimo remake de King-Kong; todo eso carece de importancia porque el desmadre solsticial todavía esconde una consecuencia más traumática: la destrucción irreversible de neuronas que provocan un consumo excesivo de alcohol y tener que escuchar, en bucle, el All I Want For Christmas Is You, de Mariah Carey. Insoportable. El cerebro se avutarda, le pesa el culo, vuela bajo y no hay solución: el síndrome de la página en blanco está servido.
El folio vacío emite destellos estroboscópicos capaces de alterar la capacidad cognitiva del más pintado. Los gurús de la cosa escrita recomiendan que para romper el bloqueo lo mejor es emborronar páginas con palabras sin sentido: lo primero que te viene a la mente, a muñeca floja, hasta que salte la chispa. Una mierda. Terminas con un cuaderno lleno de gilipolleces, al otro lado del espejo y en tu cabeza un coro de siniestras vocecitas infantiles, te dice que la culpa de todo la tiene Cosme, tu vecino de rellano, adicto al reggaeton, que debe morir. Y estaba absorto en esas consideraciones cuando sonó el timbre de la puerta.
Hay que joderse cómo nos tiene controlados el ciberespacio. Durante una parte de mi vida, cuando estaba a tope de actividad, no hacía otra cosa que recibir correos electrónicos ofreciéndome productos de tecnología punta; actividades deportivas y escapadas románticas de fin de semana al valle del Jerte. Luego, ya en mis sesenta, los mensajes se enfocaron en el turismo gastronómico, la evolución de las letras del Tesoro, en cuanto a tipo de interés, y publicidad de Viagra, Levitra o Cialis.
Ahora, no sé cómo, pero se han enterado de que cuando estoy de bajón me da por la compra compulsiva, de manera que cada poco mi cuenta de Amazon se llena de notificaciones del tipo: «¡Qué pasa, escoria!» «¿Sabes que te quedan cuatro días?» «Tienes suerte de llevar viudo tanto tiempo, al menos ya te han caducado los cuernos». «Anda, saca la cabeza de ese pozo de mierda que es tu vida, mira las ofertas que tenemos solo para ti». Así que termino comprando cualquier gilipollez. Por eso tengo una mirilla digital, wifi, con pantalla táctil, Professional Pimp. Oh I see you. V.2.0, que me mostró a una señorita de muy buen ver, pelirroja, sensual, que embutía sus curvas en un traje de látex de color rojo brillante y se sustentaba sobre dos escalofriantes plataformas de charol negro.
—Buenas tardes, joven, ¿se le ofrece algo? —Amagué titubeante, incómodo por la bravura intimidatoria de la dama.
—Hola, soy Musa —respondió, a la vez que entraba en mi casa con la naturalidad de quien está acostumbrado a invadir Polonia—. Anda que no me ha costado llegar, corazón. Esto queda un poco más allá de a tomar por el culo; no me salía ni en el GPS.
La musa no era exactamente como yo la había imaginado y acojonaba mucho, con esa apariencia de dominatrix en ejercicio de funciones, pero no estaba yo como para ponerme tiquismiquis, y menos siendo la primera vez que se me presentaba en la puerta una de carne y hueso.
»No sé si vas de este palo —dijo señalándose el atuendo—, pero es que vengo de hacer un servicio con un señor que escribe literatura erótica y no me ha dado tiempo a cambiarme. Tu tranquilo, que con cualquier cosita me las apaño. Vas a flipar.
Tenía lógica que viniera así vestida, siendo que había estado sugiriéndole cochinadas a otro compañero escribidor.
»Oye, Gregorio, no te lo tomes a mal, pero antes de seguir deberíamos hablar de las tarifas —dijo sacando del bolso una libreta con las tapas de color rosa—. El otro chico, el de los libros guarros, es de mecha corta, se activa enseguida; con decirte que va para de seis años con la misma novela y solo lleva tres capítulos. Es que se pone cachondo con lo que escribe, pobre, y tiene que parar en boxes a cambiar el aceite.
No me llamo Gregorio e intenté hacérselo saber, pero es de las que no dejan meter baza, todo un carácter.
»A ver, que no quiero yo sacar conclusiones antes de tiempo —se justificó, juntando las manos en un gesto de pedir perdón—, pero griego y beso negro llevan suplemento; además, al chaval de antes, el guarrete, sí que lo veo yo capaz de atreverse con esa faena, sin embargo, tú, Gregorio, no te me vayas a enfadar, pero ¿no estás ya muy mayor? Te va a costar entrar en materia, coger presión, en fin, ya sabes, y yo cobro por horas, cariño.
Definitivamente, allí había un error.
—Perdone usted, joven, pero no me llamo Gregorio; el griego me es ajeno, yo soy más de latín, y procuro no tocar temas racistas en mis escritos. No sé, pero me da la impresión de que anda buscando a otra persona.
—Gregorio Frenillo, El Empalme, 45, 2º A —volvió a consultar la libreta—; y griego, sí, aquí lo pone bien claro.
Menudo chasco, la musa venía a prestarle sus servicios a un vecino. Mi gozo en un pozo. Se lo hice saber.
—Se ha equivocado de piso, señorita, este es el primero, Gregorio vive en el de arriba. Una lástima.
Se quedó pensativa unos segundos, tamborileando con las uñas las tapas de la libretita.
—En fin, qué le vamos a hacer, otra vez será. Solo te voy a cobrar la salida, cincuenta euros. Ya me fastidia, no creas, pero son las normas, política de empresa.
¡Bueno, bueno, bueno! ¡No me lo podía creer! ¡A dónde estamos llegando! Ya no se respeta ni lo más sagrado, hasta lo mitológico tiene precio.
—Oiga, joven, la que se ha confundido de puerta es usted, a mí no me líe —protesté airado.
La musa esbozó una sonrisa, encantadora, sí, pero que a mí no me hizo pajolera gracia.
—Ay, Gregorio, cariño, no sabes cómo lo siento, pero si no me pagas tendré que llamar a mi Paco. Está abajo, en el coche, esperando, y no veas la mala leche que se le pone con estas cosas. Anda, afloja la pasta y toma mi tarjeta, que nunca se sabe.
Y se largó escaleras arriba, con mis cincuenta euros, dejándome cara de gilipollas y una tarjetita que decía: «LA MUSA. Señoritas de compañía. / Especialistas en toda clase de disciplinas. / Seriedad, discreción y trato personalizado. / Se hacen servicios a domicilio. / Descuentos especiales para pensionistas y jubilados».
Lo que me sigue intrigando, y mira que han pasado días, es que Gregorio sepa griego, porque es de Murcia y se le nota el acento, sí, pero no me podía imaginar que hablase idiomas. Hay que ver lo que engañan las personas.
Y aquí sigo, enfrentado a la página en blanco, comiéndome el tarro y dándole vueltas a la idea de llamar a LA MUSA, para que me manden una, a ver si es capaz de pillarme el puntito y se obra el milagro. Pero con lo que cobran solo por la salida, no sé si me dará la pensión.
RAQUEL LÓPEZ
Esa página en blanco que desea decirte tanto, sin embargo queda en silencio, no hay palabras que salgan ni tinta que quiera escribir.
Tus pensamientos relegados a un sueño de Morfeo se hallan perdidos y no puedes plasmarlos en ella.
Enemigo del que escribe y que sueña con la musa de su inspiración.
Y cuando crees que todo está perdido, la voz de tu alma te dicta las emociones, el amor, la vida, la alegría, el dolor…. sugiriendote poemas rebosantes de sentimientos.
Entonces tú lienzo vacío se convierte en palabras decoradas con sensaciones desbordantes…
La página en blanco… Se vistió de vida.
FRANCISCA ESCOBERO
«Si tuviera que definir un lugar seguro donde se pudieran recoger todas las historias del mundo, serían esos espacios de respeto o cortesía que nos encontramos en los libros cuando los abrimos. Sí, esas páginas en blanco que ves justo antes de comenzar a leer las aventuras que se narrarán unas páginas después, antes de recorrer el camino de quien lo escribió. Esos son los espacios de respeto.
Tenemos en el mundo un lugar dedicado al respeto y casi nadie lo conoce. Es curioso que exista un nombre tan bonito para algo que no contiene nada y que a su vez, aquí en el mundo real, donde los suspiros de la naturaleza que grita se mezclan con el murmullo de la guerra que nos asola, no exista un lugar que nos proteja tanto como esas páginas protegen el contenido de lo que alguien imaginó y narró.
Creo que ahí es donde deberían conservarse las cosas bellas del mundo, para que no se perdiesen. Me he quedado sin papel sobre el que escribir, en este lado de la tierra hasta un papel es difícil de conseguir. Por eso escribo en este espacio seguro, en esta página en blanco, antes del cuento infantil que tengo preparado para leer a los niños del asentamiento, quizá este cuento llegue algún día a otro lugar del mundo y tras la portada del libro, antes de la historia que esperan encontrar, se encuentren pequeños retazos de la nuestra, para que no se olvide, para que perdure en la memoria. Dejando así de ser un lugar olvidado del mundo y empezar a cambiar la historia. ¾ Soy Elena, mi nombre dicen que significa antorcha, resplandor, pero yo solo espero que estas páginas que voy a usar lleguen algún día a mostrar nuestra luz”.
Mientras escribía en esos espacios en blanco, sus ojos reflejaban la dualidad de su entorno: una mirada que anhelaba la belleza del mundo, pero que también se estremecía ante la cruda realidad que el ser humano había tejido. Siempre había amado leer y escribir. Su corazón vibraba en sintonía con la poesía que emanaba de su alma, con ella solía escapar de la oscuridad de su entorno sumiéndose en sus propios versos. Cada palabra que brotaba de su pluma era como un hechizo, una forma de construir a un refugio de belleza en medio del caos que amenazaba con devorar su hogar. Elena sabía que su historia no era única ni diferente a otras, podría ser la de cualquiera en cualquier lugar del mundo. En un asentamiento de refugiados o en un pueblo ahogado. En una patera o a los pies de cualquier frontera, delante de esas cortinas de metal que separan la muerte de la esperanza de vida.
Una noche, mientras la luna iluminaba los huecos de la simulada tienda de campaña en mitad de la nada, porque ya no había nombre que describiera el lugar donde había nacido, Elena escribía sobre los contrastes que la envolvían. Había encontrado restos de libros entre los escombros de la ciudad, en cada salida para buscar agua, algo de alimento o simplemente deambulando para que pasara el tiempo. Buscando entre esos restos los espacios en blanco que le permitieran escribir poemas que convirtieran susurros en esperanza. Quería poder dejar una pequeña huella llevando consigo el eco de las risas infantiles que alguna vez resonaron en las calles, antes de que la guerra empañara la inocencia de aquellos que no la vieron llegar ni merecían ese destino.
Escribía versos con la delicadeza con la que se deben coger las mariposas. Versos que al leerlos se elevaban hacia el cielo, desafiando las luces intermitentes que cruzaban la negrura nocturna. Cada palabra era un faro de resistencia, un intento de tejer un velo protector que resguardara la belleza que aún persistía en el corazón de aquella tierra maltratada.
La historia de Elena cruzó el espacio y el tiempo y se convirtió en leyenda, en un cuento que fue pasando de boca en boca, para llevar como letanía la esperanza de una vida mejor y casi sin quererlo sus espacios de respeto llenos de sus historias se convirtieron en voz.
« Cuenta la leyenda que un día, mientras Elena escribía uno de sus versos y paseaba por los campos que alguna vez fueron verdes y frondosos, descubrió por las risas a un grupo de niños que jugaban entre las sombras de un bosque ennegrecido y devastado por la guerra que los invadió. Sus ojos, a pesar de la crudeza que los rodeaba, brillaban con la chispa de la inocencia. Al verlos, Elena sintió un doble latido en su pecho, una llamada para ser, para enseñar, convirtiendo versos en cuentos e historias que narrar. La guardiana de la poesía, la llamaban cuando la veían llegar. También se convertiría en la protectora de aquellos que eran el futuro de su hogar.
Al verlos sonreír decidió compartir sus poemas con todos los que quisieran escuchar, llevándolos a un viaje a través de las palabras hacia un mundo donde la paz y la armonía eran más que simples sueños. Así, comenzó un viaje sin más equipaje que los libros que le dejaban narrar, diferentes historias, cada una de un lugar. Sus versos manaban de su boca como una brisa suave, acariciando los corazones jóvenes y devolviendo un destello de esperanza a las miradas que se detenían a observar. Cada uno se llevaba un aprendizaje, un brillo nuevo que servía para alumbrar, para unos una chispa de paz, para otros un destino que buscar.
Los días pasaban y Elena no dejaba de viajar, dicen que su voz se convirtió en narradora de resistencia de la dignidad. Sus poemas se esparcieron como semillas en la tierra herida, floreciendo en los corazones de aquellos que aún creían en un mañana mejor. La guerra, las alambradas, los espacios con barro, la desigualdad seguía su curso, pero en cada rincón olvidado del mundo, la poesía se volvía un faro, guiando a aquellos que deseaban encontrar la luz en medio de la oscuridad.
Sus versos como alas, desafiaba el desencanto y tejía puentes entre la belleza y la crueldad. En sus palabras, encontraba la fuerza para resistir y en el eco de sus poemas, un rastro de redención para los corazones heridos de la tierra que anhelaban renacer o vivir en paz. Sus poemas se convirtieron en cantos, su música en voz, la voz en resistencia y la resistencia ganó.
Desde entonces los espacios de respeto de los libros llevan en una pequeña esquina dibujada una antorcha. Es la memoria de Elena para que recordáramos que por muy oscura que sea la noche, cualquier espacio en blanco puede deslumbrarnos con su luz.
ARCADIO MALLO
PROPÓSITOS Y REYES MAGOS
7 de enero de 2024
Ayer ha sido el día de los Reyes Magos. Por mi casa han pasado con más pena que gloria. No han dejado regalos. ¡Ni que mi carta fuera una página en blanco! ¡Grandísimos hijos de puta! ¿Para eso he estado estos seis días de lo que va de año llevando a cabo mis nuevos propósitos?
Como ya sabes, he prometido que en 2024 no iba a hacer jaleo en el pasillo del edificio y no montaría follón con nadie, ni siquiera con el gilipollas que deja que su perro orine en el portal de mi edificio. Y aún te digo más: he visto como el animal cagaba en medio de la acera sin que se molestase en recogerlo. Y no he sido violento con él. Ni siquiera abrí la boca. Recogí la mierda y la eché en el contendor. Sabes que si eso pasase el 31 del pasado diciembre, hubiera recogido la mierda, pero se la habría aplastado en la cara.
He propuesto dejar los malos vicios. Llevo siendo abstemio desde el día 2 de enero (deberían entender que el día 1 no es fecha para iniciar este propósito). Por la tanto, cumplido.
También he prometido una vida más saludable, sin dulces y con mucho deporte. Lo de los dulces, cumplido. Lo del deporte… Había empezado a caminar. Ya te he contado que voy al supermercado a pie, que he abandonado el patinete eléctrico. (Sí, ya sé que está averiado y que no tengo pasta para la reparación. Pero lo que cuenta es que voy caminando al supermercado). Ahora bien, este propósito se cae de la lista, dado que estos cabrones no han tenido a bien traerme la bicicleta con casco y traje que había pedido. Tampoco han dejado nada de la ropa de deporte y de las zapatillas de correr que les había pedido. ¡Así es imposible!
Y el último punto de mi puta lista de propósitos era dejar los tacos y ser bien hablado. Ves que lo estaba consiguiendo, en esta misma página apenas he maldecido. ¡Pero no ayudan nada joder! He puesto todo de mi parte, ¿para qué? Ni siquiera me han traído carbón. ¡Ni carbón! ¿Hay algo peor que ser ignorado? Son unos puercos. ¡Así no! Así es imposible que la gente crea en ellos. Al final, tendré que dar la razón al viejo cuando me dijo que los reyes no existían, que con 12 años ya no estaba para esas patrañas. ¿Le hice caso? ¡No! A mis 48 tacos continuaba manteniendo la fe en esos cabrones. ¿Y qué he tenido a cambio? ¡Nada! ¡Nada!
Me voy al bar. Tomaré unas cervezas para calmarme. Igual vuelvo tarde a casa. Espero no encontrarme al idiota del perro porque le diré cuatro cosas. ¡A la mierda los propósitos de año nuevo! Eso no da resultado. ¡Ya no hay premio a las cosas bien hechas!
ANGY DEL TORO
PÁGINA EN BLANCO
—Al revisarme, frunció el ceño y dijo: ¿Menstruación irregular? Será mejor que comencemos a investigar, quizás lo que piensas sea el climaterio finiquite en un embrión. —Sonrió mi ginecólogo.
Embarazada por error de cálculo, sí. Una nueva vida se gesta en mi interior y no seré yo quien le impida venir al mundo.
—Bien sabes que no debemos tenerlo, tengo otra vida, nuestra relación es inestable. Como las mareas, va y viene. No puedo darle ese disgusto a mi familia. A mi edad ¡qué va! mi esposa no me lo perdonaría.
—Nacerá sin padre, no importa. No pretendo negociar la vida de mi hijo.
Me miró de soslayo y como quien no se ha enterado de lo que está sucediendo expresó:
—Continuaremos siendo “amigos complacientes” ¿Verdad?
—Me decepcionas, no lo puedo creer. Por favor, no repitas más eso de «voy a lograr esto o lo otro por ti», ni lo sueñes, lo nuestro terminó.
El doctor ha dicho que hay edades y momentos difíciles en los cuales se presentan nuevos retos. He aceptado la realidad. Cuando estoy a solas conmigo misma, me pregunto —¿Cómo hacer frente a los propósitos del destino?
Aunque mi capacidad de resiliencia se agote y la humeante madreselva revuelva mis entrañas, comenzaré a escribir este diario para que mi hijo algún día lo pueda leer. Él merece conocer cómo ganó, la gran pelea de la vida.
Llegarán nuevas estaciones y cuando el eco de su voz reclame la presencia de quien hoy le niega el derecho a la existencia, sentiremos caer las hojas de los árboles y otro sol calentará nuestro nido para continuar escribiendo nuevas páginas en blanco.
AMPARO SORIA
-Casi de carrerilla-
Hoja en blanco… ¿Y ahora qué escribo? ¿Qué palabras utilizo para ser leídas con agrado? Me provocas y me dejas en blanco a la vez. Lo sabes, te divierte ese desasosiego, ese cosquilleo que siento al verte ahí, pasiva, paciente…
Sin apenas darme cuenta, las palabras fluyen sobre ti. En ocasiones, te alías con mi mente formando un buen equipo que logra escribir, casi de carrerilla, historias placenteras, amenas, melodiosas…Otras, sin embargo, te vuelves áspera cómo una lija rechazando toda idea que mi mente intenta hilar.
Ay… hoja en blanco, me turbas, me desesperas, pensando, incluso, en abandonarte para siempre. ¿Qué poder oculto tendrás para volver a embaucarme en tu paisaje inmaculado y paciente?
¿Te das cuenta? No sé cómo, ni porqué, tu sola idea de hoja en blanco me ha sacudido este texto, casi de carrerilla.
SILVIA GALLARDO
Tanto de que hablar, tanto que escribir sobre el mundo, la existencia, el cosmos, la paz, el amor, etc. Me aterran las guerras que devastan pueblos, que apagan la vida de inocentes almas, me indigna la discriminación, la xenofobia,la aporofobia, la desigualdad por conquistar territorios, marcas y etiquetas. Me asombra el planeta con su tesoro de mil maravillas, paisajes diversos, su fauna, su flora; el cosmos con sus infinitos misterios, la soledad de nuestro planeta en el inmenso e infinito espacio habitado por gente con sus individualidades, lerdos, locos, cuerdos, buenos, malos, que destruyen y reconstruyen, que caen y se levantan traspasando los umbrales entre la vida y la muerte, la tristeza y la alegría; el odio y el amor; depredadores humanos extinguiendo la vida de nuestra Tierra, tan verde, tan azul, inmensamente hermosa y teñida de grises y desérticos lugares, habitados por quienes devastan y levantan, por quienes oran, por quienes maldicen, en fin, tanto de qué hablar, tanto que escribir…
Y yo, con este caos de ideas que revolotean sobre mi cabeza con pluma y hoja en blanco que me aterra. No encuentro la palabra que abra el camino y excarcele las ideas para dejarlas fluir en esas páginas en blanco que se quedaron a la espera de ser enriquecidas y plasmar en ellas los textos que tomaron alas y se alejaron de mi inspiración.
Allí quedaron, amarillas, ajadas por el tiempo y no florecieron, quedaron vacías.
RUFINA SEVILLA
Viento del norte
Que viene del mar
Mi pluma agitada está
Giran y giran las ideas
Y los sueños
Adas pequeñitas
A lo lejos titulan
Y otros personajes
Celos vigilan
Concierto de hojas
Entonan canciones
Que hablan de historias
Que cuentan amores.
IRENE ADLER
LOS CINCO CANÓNICOS:
3— ELIZABETH STRIDE
Liz nació en un pueblecito de Suecia, cerca de la ciudad de Gotemburgo, en una granja con vistas al mar.
Con las 65 coronas que recibió en herencia tras la muerte de su madre, Liz se mudó de Gotemburgo a Londres, donde había una pequeña comunidad luterana sueca, en busca de una vida mejor.
Se casó con un carpintero de barcos y cambió su apellido de soltera—Gustafsdotter— por el de su marido, y así nació Elizabeth Stride.
O al menos una de sus muchas versiones. Porque Liz reescribía a menudo su propia historia sobre aquella imaginaria hoja en blanco llena de tachones, borraduras e invenciones que era su vida.
Había sido doncella en una gran mansión de Hyde Park.
Había perdido a su esposo y a dos de sus nueve hijos en el naufragio de un barco en el Támesis. Su tartamudez era una triste consecuencia de aquella fatídica tragedia. Se había instalado en Londres después de visitar a unos parientes.
Pero Liz no tenía hijos. No existía ninguna casa en Hyde Park, ni hubo nunca tal pariente. Su esposo murió de tuberculosis en un asilo, no en un naufragio. Liz mentía para sobrevivir, para quererse, para enterrar bajo todas aquellas fantasías a la chica que salió de Torslanda para conquistar el mundo y a la que el mundo, demasiado pronto, devoró.
Aquel otoño de 1888 todo el East End londinense parecía una enloquecida sucesión de fumarolas y volcanes.
El asesinato de Annie Chapman trajo más presencia policial a los turbios callejones de Whitechapel. Los periódicos bautizaron al criminal como “Mandil de Cuero”, atizando con artículos sensacionalistas la hoguera del antisemitismo. Se formaron patrullas de vigilancia ciudadana que contribuyeron al desconcierto, los disturbios, el miedo y la perplejidad. Los sospechosos, cuando los había, parecían ser siempre el mismo: varón, lunático, inmigrante, principalmente judío, preferiblemente polaco. A finales de septiembre las cosas estaban más o menos así:
“Mandil de Cuero” odiaba a las mujeres.
La prensa odiaba a los judíos.
Los miembros del comité de vigilancia odiaban a la policía.
Y la policía odiaba a todo el mundo.
Llovía cuando salieron del Bricklayer’s Arms. Liz llevaba unas botas de primavera y no quería que se mojara el ribete de piel de su chaqueta, así que permaneció al abrigo de un alero, en la puerta del pub, notando el aliento caliente de su acompañante sobre la piel del cuello. Todo en él era blando, hasta el abrazo, y aquella complexión trémula, como de pudding poco hecho, le resultaba desagradable. Para esquivar su boca, Liz echaba la cabeza hacia atrás y se reía. Era más alta que el hombre y eso le permitía zafarse de su voracidad y sus ansias con coquetería y sin esfuerzo. El hombre exigía su pitanza, supusieron los otros clientes del pub que como ellos, se resguardaban de la lluvia al amparo del alero. Alguien le gritó: “¡Ese es Mandil de Cuero, guapa, y te está camelando!”. Pero todos los hombres borrachos de Whitechapel eran al parecer Mandil de Cuero, especialmente los que rondaban por las tabernas a altas horas de la noche con un abrigo oscuro y una gorra cervadera. ¿Cómo iba a ser Mandil de Cuero aquel pobre desgraciado que ni siquiera tenía la pericia necesaria para robarle un beso? Su vehemencia y la torpeza de sus movimientos estaban más cerca del patetismo que de la violencia. No era más que otro pobre hombre en busca de un alivio rápido y pasajero contra la pared sucia de un patio o en un callejón cualquiera. Después se iría a casa, contrito y espantado ante su propia inmoralidad, sintiéndose sucio y quizá estafado. Exactamente igual que llevaba sintiéndose ella desde los catorce años: como una escupidera humana sobre la que cualquier desgraciado podía venir a vomitar sus frustraciones y sus miserias.
Se alejaron caminando bajo la lluvia por Berner Street. Había gente en la calle. Había ruido en las puertas de los bares y luces trémulas hacia Commercial Road. La iglesia de Saint Mary aún no había dado doce campanadas. Estaría de vuelta en el albergue mucho antes de que la noche se volviera silenciosa, oscura, peligrosa como un coto de caza.
A la entrada del patio de Dutfield’s Yard tuvo un momento de duda y pensó fugazmente en Annie Chapman; en la granja de sus padres en Torslanda; en los sermones dominicales del pastor de su congregación luterana y en Dios.
No quería morir.
Quería ser una hoja en blanco y volver a reinventarse mañana…
Pero nunca hubo un mañana para Liz, la chica de Torslanda.
EL IDIOTA
Página en blanco.
Se sentó en la cómoda silla, debajo de la mata de guasima que el abuelo sembró en el patio de la casa cuando era niño. Allí acostumbraba descargar las malas energías y recargas las positivas mediante ejercicios de respiración, concentración y meditación. Había tenido un día muy agitado y contrariado en el que no pudo controlar la ira ni la rabia. Necesitaba una limpieza.
Respiración lenta y profunda para calmar la mente y el cuerpo y desterrar el estrés. Inspiró, retuvo el aliento, exhaló, nuevamente contuvo la respiración, luego a recomenzar el ciclo. Así hasta que la sensación de calma le fue invadiendo y junto con ella la total oscuridad que paso a paso fue cediendo a la iluminación roja para gradualmente transformarse en verde, verde claro, azul, azul claro, cada vez más claro y por fin el blanco se apoderó de todo.
Se vio delante de un trono de mármol gigante donde reposaba un libro también gigante.
Un anciano vestido con bata blanca radiante que estaba parado a la derecha del altar abrió el libro mientras le decía” veamos en los registrados en el libro de la vida eterna” y repetía su nombre como para no olvidarlo o simplemente por costumbre.” Aqui esta tu nombre — le informó. Luego agregó —Qué raro, tu página está en blanco”
Con la sorpresa, la vuelta a la oscuridad física, al patio de la casa, a la silla debajo de la mata de guasima que el abuelo sembró cuando era niño.
Con el cuerpo sudoroso, el corazón latiendo rápidamente, se encaminó a la cocina a tomar un trago de café. Ya estaba listo para batalla. Debía reescribir su historia.
MARÍA GALERNA
Persistente sequía
El escritor yacía muerto sobre la mesa del despacho.
La nota de suicidio, en blanco.
SERGIO TÉLLEZ
VUELO EN BLANCO
La hoja en blanco lo miraba fijamente, tal juez esperando a que el acusado se defendiera. El hombre, sentado frente a ella, parecía un condenado a muerte, esperando la inevitable sentencia de «no tengo nada que decir». La hoja, impaciente, comenzó a susurrarle al oído: «Vamos, vamos, no seas tímido. Dime algo, cualquier cosa. Un poema, una historia, un chiste malo… ¡Algo, por favor!» Pero el hombre no respondía. Se limitaba a mirarla con una expresión vacía, como si estuviera intentando recordar dónde había puesto las llaves del coche.
La hoja comenzó a sentirse desesperada. «¿Qué pasa conmigo?», se preguntaba. «¿Soy demasiado blanca? ¿Demasiado vacía? ¿Demasiado… aburrida?» Se sentía como una modelo en una pasarela, esperando a que alguien la eligiera, pero nadie parecía interesado. La hoja comenzó a imaginar todas las cosas que podría ser: un poema épico, una novela bestseller, un guion de cine… Pero el hombre seguía sin moverse.
La hoja intentó cambiar de táctica. Comenzó a hacerle preguntas al hombre: «¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? ¿Qué te hace feliz? ¿Qué te hace reír?» Pero el hombre no respondía. Se limitaba a mirarla con la misma expresión vacía, como si estuviera intentando recordar la respuesta a una pregunta que nadie le había hecho.
La hoja comenzó a sentirse frustrada. «¿Por qué no puedes simplemente escribir algo?», se preguntaba. «¿Por qué tienes que ser tan difícil?» Pero entonces, de repente, el hombre se movió. Sus dedos comenzaron a bailar sobre la mesa, como si estuvieran tocando un piano invisible. La hoja se sintió emocionada. «¿Qué está pasando?», se preguntaba. «¿Está finalmente decidido a escribir algo?
El hombre se acomodó en su silla, ajustando su posición para encontrar el ángulo perfecto de comodidad. Luego, se quitó las gafas y las limpió con un pañuelo, como si estuviera preparándose para una cirugía delicada.
Después, se pasó la mano por el cabello, peinándolo hacia atrás con un gesto que parecía más un ritual que una necesidad. La hoja en blanco, preguntándose qué estaba pasando.
El hombre se levantó de su silla y se acercó a la ventana, mirando hacia afuera con una expresión pensativa. La luz del sol se reflejaba en su rostro, destacando las arrugas y las líneas de expresión que parecían haber sido grabadas por la vida misma.
Después de un momento, el hombre regresó a su silla y se sentó, mirando fijamente la hoja en blanco. La hoja se sintió como si estuviera bajo un microscopio, siendo examinada y analizada por un científico loco.
Y entonces, el hombre comenzó a doblar la hoja, creando la forma de un avión. Primero, dobló la hoja por la mitad longitudinalmente, creando una línea recta que dividía la hoja en dos. Luego, abrió la hoja y dobló las esquinas superiores hacia abajo, creando las alas del avión.
La hoja se sentía viva bajo sus dedos. Se dobló y se plegó, tomando forma y sustancia. El hombre ajustó el ángulo de las alas, recordando la técnica que le había enseñado su padre cuando era niño.
«La clave para hacer que el avión vuele más lejos», le había dicho su padre, «es en el ángulo de las alas. Si las plegas justo en el ángulo correcto, el avión volará como un pájaro».
Con un movimiento preciso, el hombre ajustó el ángulo de las alas, recordando la sonrisa de su padre cuando le enseñó la técnica. Luego, dobló la cola del avión hacia arriba, creando una forma aerodinámica que parecía lista para despegar.
El hombre se acercó a la ventana del vigésimo piso del edificio, el avión de papel perfectamente equilibrado en su mano. La ciudad se extendía ante él, un mar de edificios y calles que parecían estirarse hasta el infinito.
Con un movimiento suave, el hombre lanzó el avión hacia la avenida, viendo cómo se elevaba en el aire y se alejaba de él. El avión voló libre, su forma aerodinámica cortando el viento con facilidad.
La hoja de papel, ahora convertida en un objeto en movimiento, se sintió viva, como si estuviera experimentando la libertad por primera vez. Se elevó y se hundió, siguiendo las corrientes de aire que la llevaban hacia abajo, hacia la avenida.
El hombre se quedó en la ventana, mirando cómo el avión se alejaba de él, su forma cada vez más pequeña hasta que finalmente desapareció de su vista. Se quedó allí, inmóvil, como si estuviera esperando algo, aunque no sabía qué.
«Una hoja en blanco, un avión y un escritor que no pudo escribir nada», se dijo a sí mismo, sonriendo. «Es un final feliz para todos. La hoja en blanco está volando alta, y yo… bueno, yo probablemente estoy buscando un nuevo trabajo».
Mientras tanto, la hoja en blanco, ahora convertida en avión, volaba libremente por la ciudad, sintiendo el viento en su cara y la sensación de libertad en su corazón.
«¡Estoy volando!», se dijo a sí misma, emocionada. «¡No necesito ser escrita para ser algo! ¡Puedo ser un avión, un pájaro, un sueño!»
La hoja en blanco se rió para sí misma, sintiendo una sensación de liberación. Había sido creada para ser escrita, pero ahora había encontrado un propósito nuevo y emocionante.
El hombre, todavía en la ventana, sonrió de nuevo, sintiendo una sensación de conexión con la hoja en blanco. «Quizás», se dijo a sí mismo, «no necesito escribir nada para crear algo bello».
ANA DEL ÁLAMO
He descontado las veces que escudriño tras las visillos blancos, y solo veo niebla tendida a lo lejos.
La angustia se prende en mi garganta como un corzo atrapado en su trampa .
Me asomo a los entresijos de la página en blanco que deja tu ausencia.Y solo puedo ver retazos de tu vida en la mía, como si ayer fuera hoy sabiendo que no habrá mañana.
Tal vez si nos quedara una verdad, un arrebato y tú te dignaras…tal vez, yo dejaría de ver la niebla en mi retina.
El día es largo y yo me arrebujo entre almohadones cansada de esperar una cita sin horario.
La niebla no ayuda, ni el último libro de Garnica sobre la alfombra persa ni el aroma del café en la taza que reza tu nombre .
Esa foto alcanzando la cima un cuatro de agosto se desvanece ante mi mirada sin dejar rastro.
Tu abrazo se despega del mío y mis manos te sueltan sin pretender hacerlo.
Y tus recuerdos se funden en un amasijo de desesperanza cuando la niebla asciende y me cubre por momentos, espesa, envolvente, sabiéndose poderosa.
Estoy a su merced hasta que decida marcharse tras los visillos de lino blanco.
GRACE PELLS
No te recuerdo.
No reconozco el croquis, y hago un vistazo delicado para ver si encuentro el objetivo.
¿Porqué perderlo?
De vez en cuando, duele y busco el origen de la herida, quien sabe cura y deja de fastidiar.
Es una espada de Damocles, no un trébol de la suerte, es un disparo al aire que balea el destino, (como si fuera fácil controlar el azar).
Mírate en el espejo mujer, es probable que te veas como eras antes. Es una bendita posibilidad.
Mi madre ay mi madre
«Páriras con dolor y darás a luz a tus hijos»..
Y hay un destello, una lumbre de cerilla y mi voz que no escuchas.
No te defiendes, ni argumentas, porque no te importa, madre.
Todo crece igual con poca luz y poco riego. La tenacidad debe ser…Esa terca resistencia.
Una página en blanco, sin renglón. Una bandera de defensa y subsistir. La sabiduria de la niña y su imaginación y mirarse en el espejo y aceptar, que no todo lo que se alumbra…
Brilla.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
PÁLIDO Y ROJO
Aquel era uno de sus mayores secretos. El hombrecillo taciturno y apocado que se atrincheraba tras el hiperbólico apodo de “el maestro del terror” siempre escribía sus manuscritos con pluma.
Solía hacerlo en el silencio de noche. Cada madrugada, el autor seguía a rajatabla el ritual: lo preparaba todo, apuraba el café y daba la última calada a su cigarro antes de fijar la vista en la primera de las hojas en blanco. Siempre solía notar un ligero temblor inicial, quizá fruto de la emoción o del miedo incipiente. Pero entonces, sin más dilación, entraba en una suerte de trance del que solía despertar clareando ya el amanecer. Una vez de regreso a la realidad, Stephen, mermada ya su capacidad de asombro después de tanto tiempo, contemplaba las decenas de páginas brotadas de su pluma y que formaban parte del que con total seguridad sería el próximo éxito editorial. El número cincuenta y tres en su ya prolífica y dilatada carrera.
Él solo no habría podido hacerlo. Lo sabía y era muy consciente. Pero jamás osaría desvelar el secreto que le daba de comer, pagaba sus facturas y le permitía semejante nivel de vida. Además, tampoco le hubieran creído. Lo cierto es que nunca habría sido escritor de no ser por la pluma. Contemplar el vacío de las páginas vírgenes e inmaculadas era algo que le generaba un pánico atroz, un terror paralizante. Curiosamente el mismo que le había servido de materia prima para su oficio, catapultándole hasta donde ahora estaba.
Era la pluma donación de su padre, heredada a su vez de su abuelo quien, según se contaba en la familia, la había adquirido tiempo atrás de manos de un extraño anticuario. Más allá de eso, la historia de su pluma se perdía en la bruma del pasado. Stephen no conoció de sus capacidades hasta bien entrada la juventud, cuando, como corresponde a un adolescente cualquiera, comenzase a confiar sus más profundas intimidades a un diario. Aquel instrumento de escritura propio del mismo demonio era tan increíble como perfecto. Sus trazos se mostraban finos y elegantes, la redondez y los ángulos que confería a las letras, cada cual, según sus formas, eran únicos y perfectamente medidos. Un útil de escritura que habría sido la envidia del mejor monje benedictino y despertado los celos de Guttemberg, incapaz de alcanzar semejante grado de perfección con su imprenta.
No hubo testigos de lo sucedido aquella noche. Una noche sin ojos que pudieran leer lo que la pluma acababa de garabatear sobre el pálido lienzo. El encabezamiento lo formaban un puñado de caracteres delineados de forma impecable en un rojo intenso. La pluma se movía sola, ágilmente, con una gracia hipnótica. Se diría que en sus movimientos se intuía la venganza. Incluso se podría llegar a adivinar una risa sarcástica y silenciosa. Tras la primera pausa, se podían ver escritas con claridad una fecha y una hora, con una precisión escalofriante: correspondían a esa noche y ese momento. El de su muerte. Mientras tanto, el escritor yacía desparramado sobre la mesa. Desnudo, desangrado, y sin la piel que hasta entonces había cubierto su espalda, que reposaba en la madera como un antiguo y macabro pergamino humano. Lo que nadie podía imaginar era el profético y espeluznante relato que la pluma estaba por escribir a continuación.
REBECA FS
Desde mi ubicación me fijo en el blanco que me rodea:
- Un rollo de papel.
- Un mandril donde caben dentro los pañuelos usados.
- Servilletas con publicidad.
- Mi cigarro y su humo.
- El techo.
- Un cuadro, que además del blanco, tienen otros colores cálidos y se quedó sin pintar los colores fríos, porque así me gustaba más.
- El plato del desayuno y de la cena.
- Un calendario con apuntes que desde aquí no se distinguen.
Las mil tonalidades de blancos que transmiten la batalla de la procrastinación y la autoexigencia. La balanza se mantiene en equilibrio.
La mente se queda en blanco, se colma de tranquilidad y comienzan las pequeñas bellas ideas transformadas en bombillas iluminadas al son del colofón de unas Fiestas Navideñas.
EFRAÍN DÍAZ
Cada 31 de diciembre, Alberto se sentaba a confeccionar su lista de resoluciones de Año Nuevo. Era casi un ritual repetido hasta el hastío. Salvo alguna idea novedosa, las metas siempre eran las mismas: ponerse en forma, perder peso, viajar a lugares exóticos, ganar más dinero, adquirir el vehículo de sus sueños.
El año siempre comenzaba con el entusiasmo fresco del primer beso. Su lista, con pretensiones de inspiración, solía encabezarla la gastada frase: “Tengo 365 páginas en blanco para escribir mi historia este año.” Pero, como cada enero, el fervor inicial se iba desmoronando. Para febrero, las resoluciones eran poco más que un recuerdo incómodo, abandonadas al fondo del cajón junto con los sueños que juró perseguir.
Ese año, como los anteriores, Alberto escribió su lista sin sospechar que en febrero la muerte llamaría a su puerta.
Todo quedaría inconcluso. Tiempo desperdiciado. Metas pospuestas que ya no podrían cumplirse. Si tan solo hubiera sabido que no habría más hojas en blanco. Que lo “después” no siempre llega.
Por procrastinar, Alberto dejó un libro incompleto, su historia truncada. No hubo páginas escritas, solo márgenes vacíos.
Por eso, es urgente aprovechar el tiempo. Cada día, cada hora, cada minuto. Porque la vida no nos dice cuándo será el capítulo final.
Alberto se fue sin lograr una sola meta. Sin llenar esas 365 páginas que tanto prometió escribir.
MARTU MONFORTE
Encuentro
Ella me espera extendida en su blancura; segura de que en breve caeré rendida en su abrazo y culminará su tiempo en blanco.
Me conoce y sabe que, sedienta y deslumbrada, me derramaré en su abrazo buscando la tibieza de su regazo de canela y madreselva. Llegaré sin certezas, me descubriré en cada trazo, me estrenaré una vez más al encontrar la palabra justa, la que alumbre mis sentimientos.
Sin embargo, me demoro. La aliso, la acaricio, la contemplo pura y llana. La miro una vez más antes que el remolino de tinta corra ágil y ávida sobre ella, antes de que mi pasado, mi presente y mi futuro inefable se conjuguen en símbolos, antes de que notas musicales, palabras que desconozco y aún no he parido se unan y reunan entramando un decir, hilando una nueva historia: un porvenir, un puerto de salida con un destino incierto.¡ Qué más da! Disfruto el peregrinaje, voy liviana, me sumo y empiezo a andar. Navegaré en ella sin faros y con todo el mar extendiéndose. Sé que voy a perderme; es el desafío. También sé que voy a encontrarme: ese es el juego.
Escribir es amasar. Amasar es elevar un himno; agradecer. La llanura en blanco espera paciente mi música; me recibe. Me reconoce, soy un vuelo de mariposa, un rayo de sol, un duende, un hilo de plata; un aroma a tomillo. Sabe que pintaré en sus bordes puntillas de oraciones nacaradas, caminaré renglones imaginarios con preguntas sin respuestas pero buscándolas, de principio a fin sembraré imágenes y colores, notas tristes o agridulces: lo que pida el alma; danzaré en símbolos desconocidos que emergerán de esa masa derramada sobre la hoja, entre lágrimas y suspiros, entre risa de tinta y sudor, entre pensamientos y ensueños. Porque ella sabe, desde hace tiempo, que no sólo escribo con el alma , también va mi cuerpo entero, mi sangre es gota rebelde que galopa, palpita y dice, mis entrañas se agitan y allá van; incontenibles. Sin saber bien adónde, con la única y humilde certeza que es ahí el encuentro, sobre su blancura de luna se desplegará la magia y perderé la cordura …para llegar al cielo. O al mismo infierno.
IVONNE CORONADO
La pasión de escribir
Ana Rosa, aparte de sus poemas de infancia, de los textos en prosa que fueron premiados en su escuela, de alguna que otra publicación de sus obras en periódicos, de haber ganado un primer lugar con un cuento navideño (que no supo guardar), de una refrigeradora ganada en un concurso de pensamientos para mamá, y de la encuadernación de los poemas que guardó su madre amorosamente, y que ella logró mecanografiar quedándose tarde en la oficina, ella no había podido dedicarse a escribir con seriedad. ¡No tenía tiempo!
De niña y adolescente, el colegio; de mayor, el trabajo, la atención a su abuela, a su madre, y a sus hermanos pequeños. Más adelante, su matrimonio, su traslado a Montreal, la adaptación a otro idioma y a otras costumbres, su lucha por traer a su madre, a sus hermanos y sus esfuerzos por superarse para tener un empleo adaptado a sus conocimientos, tampoco le dejó tiempo libre para su escritura; pero sí pudo continuar sus lecturas en el bus, en el tren, en cualquier lugar donde debiera esperar ser atendida, y robándole horas a su descanso nocturno.
Su poesía viajaba en el viento, y como el viento se iba y volvía, sin dejar vestigios de sus palabras, pero en su cerebro iban hilvanándose sus recuerdos para un día volcarse en las páginas en blanco de un cuaderno.
Ya en el último umbral de la existencia, al mirarse en el espejo, se dijo: «Todavía hay tiempo.»
Comenzó a escribir su biografía, y entonces vinieron a su encuentro sus luchas, sus errores, sus aciertos, las notas perdidas de su infancia y juventud, y se decidió a seguir batallando por sus sueños.
Comenzó a estudiar, a escudriñar las obras de grandes escritores y leer sus biografías. Recibió consejos valiosos al formar parte de un grupo de escritura creativa y se dejó guiar por su pasión.
Ahora mariposa feliz, vuela sin pensar en el mañana, porque el presente hay que vivirlo a fondo, saboreando el vuelo.
MARÍA PAU
Hoy no se fía; mañana, sí
«Si no te sientes inspirado, siéntate y comienza. Las ideas llegarán solas», decía el escritor, mostrando su tatuaje univerbal: «Escribe».
Como si fuera tan fácil arrear las palabras… Sueltas, se niegan a hermanarse con otras, sin darse por enteradas de que está de moda la sororidad. Es la vigilia del silencio.
Busco agruparlas, por si de repente obrara la mayor de las fortunas y tropezaran con algún sentido, por si fuera posible que un pasear de varita mágica acomodara comprensibles metáforas en composé, tan agradables y sencillas que al leer pudieran decir: «Mirá qué prolijita y linda, parece que le salieran florcitas de los dedos». Pero con la boca llena de silencios es difícil calcular cuántas cosas pueden nacer de la nada. (¿Seguro que primero es la escritura y luego la idea?).
Escribo para entender(me); pero el intento es como el gato en la caja, estacionado en un mojón entre lo bueno o malo; es estar en la nebulosa de no saber si atravesamos el resumidero, o si solo estamos siendo el experimento a prueba y error de nosotros mismos, sin saber qué estado asombrará el día que se abra la caja.
No soy la única que habita en esas telas planas, siempre repetidas, donde los diseños se esconden tras el blanco y negro. Palpo, entonces, las palabras lujosas o corrientes, las descuelgo de sus perchas y las doy vuelta como prendas en una tienda, buscando colores y fallas antes de pensar en cuáles voy a entrar. Pero en la pesadilla ninguna es de mi talla, y prefiero irme sin comprar nada, con un «solo estaba mirando» al alcance de los dedos.
Camufladas bajo un barbijo de miedo a salir, no se las escucha, pero sé que graznan. Tal vez detrás de esa aparente mudez me estén tomando una fotografía, mientras ríen de mi mirada que ondula, intentando juntarlas en una biblioteca con destino de Alejandría.
Busco mi voz. O tal vez sea ella la que me busque a mí.
CESAR TORO
«El respeto que das a los demás es un claro reflejo del respeto que te das a ti mismo”
Robin Sharma
La página estaba en blanco y no sabía cómo empezar, hasta que leí uno de los relatos, (no opinaré sobre el contenido), pero rompió mi silencio y aquí está mi relato.
El año acaba de empezar, aún se siente el aroma de Navidad, los regalos la familia reunida y la alegría de los más pequeños.
Todos los años el seis de enero se celebra, la epifanía (manifestación, aparición o revelación)
Sin embargo, esta manifestación solo la pueden percibir las personas que están en gracia de Dios o que poseen la sabiduría necesaria para ver las señales de los tiempos, como en este caso los magos de Oriente, que a pesar de la opulencia y condición de reyes, supieron ver la luz de la estrella que les anunciaba el nacimiento del Mesías y ante tal acontecimiento maravilloso; dejándolo todo, se pusieron en camino para conocer al Salvador.
No sé, si los magos en su largo recorrido, recojan cartas, o no pero, lo que estoy seguro es que, son un ejemplo de obediencia y sabiduría, dicen el relato bíblico que iban cargados de regalos. ¿Acaso Jesús necesitaba regalos? No lo creo, más bien pienso que esos obsequios eran un símbolo de desprendimiento de su parte hacia Dios. Si queremos un cambio en nuestra vida, en nuestra situación o en nuestra familia, debemos imitar la actitud de humildad de los magos de Oriente y ponernos en camino al encuentro con Jesús, y entregarle nuestras cargas; dejando en sus manos, el destino de nuestro caminar.
Luego nos dice la escritura que volvieron por otro camino, es lógico que vuelvan por otro camino después del encuentro con Jesús, donde dejaron todas sus cargas y recibieron las bendiciones, su vida se ha transformado y no volverán al antiguo camino.
“Venid a mi todos los que estáis cargados y agobiados, y yo os haré descansar”
Mateo 11.28
LOLI BELBEL
UN LIBRO FANTASMA
El viejo y olvidado libro, polvoriento y ligeramente ladeado me miraba con ansiedad.
«Aún no me has tocado» -pensaría tal vez.
Y yo intuí que quería ser acariciado, ver unos ojos dentro de él y sentir las palabras y renglones ir pasando…Las hojas de un blanco amarillento cantar al compás de esos dedos, de esas manos indecisas.
«Vamos, cógelo ya» -me dije perezosa. El seguía y seguía mirándome expectante.
Y cuando me decidí a cogerlo, alguien detrás de mí me paralizó agarrándome de los hombros.
– «¡Para!» – dijo. «Ese libro aún no puedes cogerlo». Y yo, atónita, pregunté por qué.
– «Porque no se ha escrito todavía».
– «¿Cómo?» – dije atónita.
– «Es el libro de tu vida» -respondió ese alguien.
– «Lo leerán dentro de cinco, diez, quince o veinte años…Ahora solo te mira porque quiere ser escrito para ser recordado en un futuro».
– «Yo no viviré tantos años»…
– «Tú tal vez no.. Los lectores sí».
– «El solo espera tus manos, tu pluma, tu memoria, tu historia».
– «Un libro no tiene edad, es atemporal, imperecedero (en su contenido)», -repliqué.
– «Pero su fecha final y su edición sí la tienen», -me contestó.
Oí los pasos del que sería mi fututo editor yendo hacia la puerta.
La primera hoja del libro, con un vaivén provocativo, cayó en blanco rozando el suelo, en absoluta seducción.
HAROLD LIMA
A Dios rezando.
Los noticieros del mundo dicen que los científicos y las computadoras cuánticas de 9na generación más potentes están trabajando en el rezo correcto que evite nuestro destinado final. Las calles están oscuras y se pueden ver fogatas en algunas calles controladas por grupos de milicias ciudadanas, ahí afuera ni los criminales desean salir por miedo a perder sus últimos momentos de vida trabajando inútilmente por dinero que no podrían gastar. Lo cierto es que hace solo medio año todo el mundo vendía sus posesiones materiales para conseguir algo de tiempo de los servidores mundiales de Tec‐non internacional y solicitar la plegaria que realizaría sus sueños, casi por arte de magia los enormes computadores devoraban la energía de cientos de reactores nucleares y revelaban al usuario una plegaria infalible para ser escuchado por el dios al que procesarán. Debo aclarar que se de primera mano esta historia pues yo trabajaba depurando sistemas de seguridad de Tec-non cuando era una pequeña compañía de software, ahí hacia medios tiempos en encargos de código ; créanme que conoci a Jack Martinez cuando era solo un joven soñador y dormía bajo su escritorio los días de entrega de proyectos, alguna vez le pague un café de maquina, sin saber que era el dueño de la compañía. Luego ocurrió ese milagro, su chatbot que orientaba a turistas recibió el pedido de una plegaria para un funeral de algún usuario despistado. Según se dice por rumores el asiatico estaba frente a una página en blanco y se le ocurrió pedir la IA le escribiera algo simple para quedar bien en el velorio, el sistema completo de inteligencia artificial sufrió un bucle y dos días después envió al teléfono móvil del usuario un curioso rezo que tratare de traducir del mandarín standart, espero disculpen si no es fiel al original que encontre en la red, pues ese idioma guarda matices en su compleja escritura de ideogramas que escapan a nuestro idioma, aqui la traducción:
‐ Grandes espíritus de mis ancestros, cuidar de mi tío en su viaje al otro mundo y dar fortuna a su familia para poder sobrevivir su pena.
La plegaria era simple y además la IA sugería se recite a las 4:00 pm tocando el pulgar e índice en la nariz.
Aunque parezca extraño el señor que supongo era chino, empezó a pedir plegarias a la inteligencia artificial casi a diario, colgando nuestros servicios y provocando pérdidas en la empresa. Jack se dio al trabajo de averiguar y a los meses me enteré los inversionistas peleaban por invertir en su chatbot, el año siguiente la empresa pasó de ser una oficina en un segundo piso de monterrey a tener oficinas en todo el mundo y millones de empleados. Basta decir que hasta yo alguna vez pedí al chatbot una plegaria para que el día de mañana no lloviera y pudiera ir de pesca con los amigos, como es lógico no llovió. Supongo todos pedían cosas ridículas y sin importancia desde el inicio de los tiempos a sus dioses. Pero, solo en contadas ocasiones y por mero error usaron las palabras correctas para provocar lo que llamamos milagro. La inteligencia artificial de alguna forma escogía y calculaba esas palabras capaces de alterar los designios divinos y hacer real los deseos.
No importaba el dios o creencia, los rezos eran escuchados y la compañía se hacía cada día más y más grande.
Por mi parte yo vi esto desde la prensa local que hablaba de estos pequeños milagros.
– Rezo con fe y soy cada día más esbelta y bella.
– Seguí las instrucciones de la app y aunque soy ateo logre el ascenso que deseaba desde hace años.
-Hoy encontré el amor, gane la lotería, mi hijo se graduó… Las peticiones eran variadas y hasta pintorescas y nadie podría acusar a la app de no dar el consuelo o de que las redacciones no se hacían realidad de una forma u otra. Sin embargo, cuesta creer que alguien malvado no pudiera pedir algo malo y esto se le cumpliera. Cuesta creer que eso ocurrió y una mañana nuestro sol empezó a perder su luminosidad gradualmente ¿Algún idiota había pedido eso?
Al principio la comunidad científica dijo era un ciclo de baja intensidad solar y los cálculos se contradijeron a sí mismos luego de algunas misiones robot enviadas a la corona solar, las sondas indicaban que nuestro sol perdía más de una forma inexplicable y agonizaba.
Las solicitudes a la app aumentaron con el miedo mundial y luego el consejo de la onu decidió tomar a su cargo todos los activos de Tec-non. Ahora su infraestructura completa mundial quemaría cualquier combustible necesario de la tierra para crear la plegaria más importante de la historia de la humanidad. O al menos eso se dijo a la prensa, algunos como yo que trabajábamos en ciberseguridad sabíamos el gobierno buscaba una oración diferente, aunque no sabíamos cuál.
Hoy 6 de abril del 2113, en un mediodía casi tenue y con una temperatura creo esta por los 2 grados centigrados veo, estelas blancas cruzan el cielo verticalmente. Ellos nos dejan atrás y seguramente rezaron por el milagro de encontrar un planeta habitable aún mejor que este y si son astutos nunca más podiran cosas a sus dioses, cualesquiera sean.
Adiós rezando y con el mazo dando, dice el anciano y se da al trabajo de palear la nieve, yo lo miro y tomo otra pala, este cubo de hielo aún es nuestro hogar, he visto esta desgracia sacar lo mejor y peor de la gente, el mindo es una pagona en blanco como la de aquel asiatico que pedia su tio tuviera una buena muerte y su familia encontrara fortuna; si hay un dios él escuchara a la gente buena y sobreviviremos.
MARIANA DI PASCUA
El libro y la eternidad
Incluso en blanco una hoja ya me está mostrando una historia.
Yo la llenaría de fórmulas químicas de orgánica para molestarla aunque no se si a la celulosa transformada en rectángulo liso y vacío de tinta, algo tan dulce como la glucosa le provoque alguna anécdota elocuente.
No aplica como verdadero el dicho :»Soy una hoja en blanco», lógicamente una hoja blanca existe así hasta que alguien la transforme.
Si un sujeto dice «soy una hoja o un barco» humaniza al objeto.
Me imagino toda pintada de blanco, con un rectángulo de cartón casi inmovilizandome, supongo mi cerebro de hoja elegiría tener un lápiz en una mano y un sacapuntas en la otra.
Soy precavida y como hoja de papel sentiría terror que una buena historia pierda la oportunidad de salir del anonimato.
Olvidemos eso de los teclados y reparemos en lo romántico de el poeta.
Imaginemos a Shakespeare loco, desesperado con una gran pluma empachada de tinta, corriendo en cursiva hasta desaparecer el trazo entre su rima.
«Ser o no ser» existió antes que la hoja blanca o la tinta negra.
Todas las ideas existieron aún no escritas, aún hoy en espera de valientes, que las declaren rebeldes, manchando hojas imprescindibles, los hombres dan pelea.
Las rugosas flores de los cartuchos, los delicados pétalos himnoticos y aromáticos de jazmines, las creadoras de amor que nos confirman ese infantil «me quiere», «no me quiere» mágico, pequeña Margarita!
Todos blancos en diferentes idiomas.
Blancos pétalos, sí, pero no son hojas. Nada que un poeta inspirado no pueda crear en un invierno nevado, , en una cabaña con una gran estufa de piedra y frente a él, una blanca hoja de papel.
Una hoja en blanco y un poeta a punto de cumplir lo que lo hace ser.
Miles de ideas y palabras pelean por existir.
La hoja en blanco tiembla y se despide de la paz de estar sola.
Después de ser escrita termina su existencia y trasmutara en historia por toda la eternidad mientras existan las ganas de leer..
Todo esto me lo contaron muchas hojas que tiempo atrás fueron tristemente blancas, hasta ser salvadas por todos nosotros.
TEMA :hoja en blanco
JOSÉ LUIS USÓN
PANTALLA EN NEGRO
Esta semana no hay nada
Mi mente sigue varada
En playas de arena blanca
Donde mueren las palabras
En la pantalla vacía
Se refleja mi mirada
Y yo me estrujo los sesos
Pero que no sale nada
Ay, que jodida palabra
Voy al face, a ver qué pasa
Y aquello es una comparsa
Lo ha colgado ya Paquita
Maite, Irene, Coronado
Y mi maño José Armando
Y yo que no encuentro verbo
Ni sustantivo, ni adverbio
Que decoren con su gracia
Este intrincado panfleto
¿Me estaré volviendo viejo?
¿Y si me marco una rima?
José Luis… no eres de rima
Tu eres más… de prosa fina
No te metas en harina
Que sabemos lo que pasa
En mi mente se amontonan
Palabras y más palabras
Todas revueltas, sin gracia
Me gritan que las ordene
¡Caray, dejadme que piense!
Me acecha la madrugada
Suenan ya tres campanadas
Y yo sigo aquí en lo mío
Que no, que no sale nada
Mejor será que me vaya
Y echando la vista arriba
Me leo la payasada
¿Y si la cuelgo, que pasa?
Que va a pasar, hombre
¡Nada!
YOLILLANA RELATOS
A veces escribo porque sí, así, sin pensar.
Solo hago caso a ese cosquilleo que me recorre la punta de los dedos,
que proviene de algún rincón escondido del alma,
que puja por salir y contarle cosas al mundo,
aunque sean historias al azar.
A veces escribo porque sí, para soltar.
Tal vez, si no lo hago, ese cosquilleo se vuelva tan intenso
que los dedos empiecen a temblar
y ya no puedan escribir nada.
Entonces, todo aquello que grita en silencio por salir
quedará anclado en algún lugar oscuro.
Se convertirá en una madeja prieta, dura, enmarañada, gris…
y se tornará difícil soltar.
Escribo en una hoja en blanco, sabiendo que le quito su identidad,
que nadie más la podrá usar.
Que deja de ser blanca para llenarse de mi color, de mis tintes, mis risas
y, tal vez, también de mi dolor.
Escribo porque sí, ¡qué más da!
Y lo hago sin saber si al mundo le importa
lo que le tenga que contar.
JOSMA TAXI
Llevo un largo tiempo sin escribir. La maldita página en blanco me acompaña todos los días. Hoy me he animado, será la primera vez que me atrevo a recomenzar la tarea. Me asaltan las dudas, encontrarme sin idease me ha pasado otras veces, pero no durante tanto tiempo.
No solamente estoy vacío de ideas, además me da la impresión de que me pasa las horas repitiendo el mismo contenido.
De todas formas, para que te llegue la inspiración es necesario estar trabajando.
Entre los propósitos que me hecho para este año nuevo, se encuentra retomar la tarea. El resto no depende de mí.
En realidad, se trata de perder la vergüenza ante mí mismo y los demás, seguir publicando y esperar la benevolencia de las críticas.
NUMIRALDA DEL VALLE
EL ÚLTIMO CAPÍTULO
Ese día llegó al lugar que será su nuevo hogar. Doña Carmela entró con la frente en alto. Su rostro arrugado, pero de sonrisa vivaz. La enfermera la condujo a la habitación. Tenía una pequeña cama y un armario de gran tamaño suficiente para sus pertenencias que incluían una buena cantidad de libros.
Doña Carmela empezó a guardarlos con sumo cuidado bajo la extrañada mirada de la otra mujer. Percibiendo el gesto le dijo: «Son mis inseparables compañeros, con sus historias aprendo, lloro, rio y hasta me atrevo a soñar» . Desde muy niña su padre, el maestro del pueblo rural donde nació, la enseñó a valorarlos. Ella siempre los comparaba con la existencia misma; profesaba que la vida de toda persona era un maravilloso libro, cada etapa era un capítulo, cada día una página en blanco.
Hoy, a los 82 años, ella empezaba el último capítulo de la historia de su vida. Con algo de pesadez se tendió en la cama, acomodó la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos, pero el sueño estaba rebelde negándose a cobijarla. En cambio los recuerdos, queriendo acompañarla, no tardaron en llegar.
La infancia con ciertas carencias aunque feliz, la muerte de «mami» como cariñosamente le decia, su sueño frustrado de ser doctora, la satisfacción por su labor como enfermera, el amor compartido junto a su esposo, una viudez temprana, la alegría de ser madre y abuela, la inmigración de los hijos, la soledad. Tras cada experiencia iniciaba una nueva etapa, otro capítulo y nuevas páginas en blanco que escribir. Con la actitud y el tesón característico disfrutó lo bueno y enfrentó lo malo superarando los obstáculos impidiendo que sus días perdieran la luz.
Luego de las remembranzas, Doña Carmela abre los ojos meditando «cada amanecer fue un regalo, el más preciado, yo lo agradezco porque he vivido. Ahora estoy aquí, por iniciativa propia, en esta residencia geriátrica, pero no estoy triste, me siento tranquila porque mi vida ha sido el libro que más me ha gustado» .
A los cuatro meses de llegar, la enfermera la encontró durmiendo el sueño eterno. En el pecho un libro abierto en cuya página se leía, «Vida, nada me debes, Vida, estamos en paz» , su última lectura un bello poema de Amado Nervo.
CESAR BORT
Dicen que llegó por mar, más muerto que vivo, en una barca desmembrada y a la deriva. Las corrientes o los dioses lo aventaron contra el acantilado, queriendo despedazarlo para que las aguas congeladas y encrespadas del norte engulleran su cuerpo y su recuerdo. Pero sobrevivió. Se aferró a una roca. Quieto, inerte como una lapa adherida a la piedra, soportó el romper de las olas, las ventiscas, la nieve y las heladas, mientras los huesos se iban recomponiendo, los órganos se reajustaban, el cerebro volvía a cavilar. Con la séptima luna, empezó a moverse, a desengancharse. Despacio, como si estuviera aprendiendo; como si la sangre se deshelara poco a poco y le costara llegar hasta los dedos para reanimarlos.
Se apartó del rompiente, refugiándose en una hendidura escasa y pequeña, que apenas alcanzaba a protegerlo. Comió algas y cangrejos, algún pulpo atorado y aturdido, almejas y quisquillas. Escaló el acantilado a finales de invierno, tras nueve lunas varado en las rocas.
Llegó a Boira desgarrando la bruma, exhalando vaho o humo por las narices y la boca. Parecía un gigante salido de Gehena. El pelo y la barba largos; los ojos pequeños y entrecerrados; la piel cuarteada y bruñida; el pellejo de algún animal mitológico le cubría el cuerpo. En la mano izquierda portaba un escudo de madera, que por la hechura bien podría haber sido la mitad de la embarcación que lo acercó a la costa. En la derecha un khopesh inmenso, que de un hachazo talaría un roble milenario.
Se detuvo en la plaza, donde se levantaba la hoguera. La gente del pueblo le salió al paso, con más miedo que ganas, pero a los demonios que escapan del infierno, es perentorio enviarlos de vuelta cuanto antes. El coloso clavó la quilla del escudo en el suelo y tembló la tierra.
―¿Dónde estoy? ―preguntó con voz profunda y cansada.
―En Boira ―respondieron―. Nada podemos darte, porque nada tenemos. Hemos sido abandonados por los dioses. Igual que tú.
El gigante sonrió con ironía, arrogancia o desprecio y dijo:
―Los dioses no me han abandonado. Yo los he abandonado a ellos.
Desclavó el escudo. Se adornó volteando el khopesh con una facilidad pasmosa, lo dejó apuntando a la gente y dijo:
―Venid a encontrar la muerte que estáis buscando.
Un escalofrío recorrió el espinazo de la gente y las piernas empezaron a temblar. Eran más. Eran muchos, pero nadie tenía esperanzas de salir con vida si arremetía contra el coloso.
―¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ―preguntó alguien con la voz entrecortada.
El gigante suspiró de hastío y respondió:
―¿Ahora os importa mi nombre y mi ascendencia? Podríais haber bajado a las rocas. Os lo habría dicho. Hubiera extendido mi mano, os hubiera dado una página en blanco y ayudado a reescribir vuestra historia. Pero ahora es tarde. Para los cobardes, siempre es tarde.
Y se lanzó contra los hombres, con la ferocidad de los que nunca han temido a la muerte ni a la vida.
MARÍA JOSÉ AMOR
CONTRASTES. Para el tema de la semana “Página en blanco”
“Alegría y tristeza juntamente…” era el comienzo de un poema que escribía el adolescente protagonista cómo no, en un libro del famoso Martín Vigil, autor de tantos libros dedicados a tantas generaciones en esas edades y que me había pasado me madre de su biblioteca cuando yo estaba en esa edad crítica.
Y esta frase resume lo que me está sucediendo.
Hasta hace dos días era la mujer más feliz del mundo: paría de una manera fácil a mi primer hijo.
Como es de imaginar, todo fueron alegrías y comentarios en la sala de partos, mientras la comadrona le limpiaba al nene, feo como todos los recién nacidos, los restos de envolturas pegadas por todos lados y el líquido amniótico que le rezumaba al cogerlo y que luego, empapaba la sábana donde estaba tumbado; mientras, el médico muy amigo nuestro, iba controlando el desprendimiento de la placenta a la vez que reía explicando chistes que no recuerdo.
Una vez acomodados en la habitación, yo aseada, masajeada y hasta peinada y pintada “para cuando vengan a verla” según decía la comadrona mientras me emperifollaba.
Y, en estas, suena el móvil de Juan, mi marido.
Lo mira y ve que es de su hermana. Extrañado, ya que no avisamos a nadie del inminente nacimiento me preguntó:
-¿Llamaste a Julia?
-No- respondí mientras él descolgaba, escuchaba las primeras frases de su hermana y su cara iba palideciendo por momentos a la vez que buscaba algo donde apoyarse.
Creí que hablarían de algo relacionado con el “Gran Acontecimiento” pero, para mi horror sospeché que algo malo estaba sucediendo al ver su cara y sus respuestas, poco más que tristes eran monólogos del tipo:
-¡¡¡¿¿¿Qué???!!! ¿Cómo dices? ¡Ostras! etc., etc.
Por fin colgó y, mirándome con cara descompuesta y ojos llorosos y mirada ausente me dijo derrumbándose en el sofá cama que hay para el acompañante:
-Mi madre acaba de morir.
Lo que siguió puede imaginarse, preguntas sobre qué pasó, cómo fue, llamadas a y de unos a otros, mientras de fondo, el pobre niño, al que no hacíamos caso, lloraba a mi lado en su cunita.
Como pudimos, a trancas y barrancas logramos sortear esos días, medio buenos medio malos, y, pasados los tres días de rigor, volvimos a nuestra casa donde no mejoró la situación como puede imaginarse.
Un mes después, cuando las aguas parecían calmarse, me acerqué a mi mesa de trabajo y, sobre ella vi una libreta con tapas azules y entonces me acordé: la había comprado para, como primeriza que era, ir escribiendo día a día, todos los acontecimientos, buenos y malos que tendría con mi futuro hijo.
Mi idea era empezar el mismo día del nacimiento, allí en la habitación, pero con las prisas de última hora, la había olvidado por completo.
Me senté dispuesta a empezar ni que fuera con retraso, cuando entró Juan con un “Multifin”. El Multifín era un cartapacio utilizado por los estudiantes de antes de existir los ordenadores, donde las páginas podían sacarse cuando se considerase necesario y reponer con otras nuevas.
Me lo pasó, emocionado diciendo:
-Mira lo que he encontrado.
Vi que se trataba de un viejo ejemplar de mi suegra que imaginé apuntes suyos de la Universidad, pero mi sorpresa fue que, al abrirlo, no se trataba de apuntes científicos sino de relatos más o menos importantes para ella de su día a día, que, como es lógico, para mi carecían de interés.
A pesar de todo, y por si salía alguna noticia interesante, lo fui leyendo “en diagonal” hasta que llegué a una página que ponía:
-Horror, con eso de los ordenadores ya no se hacen páginas sueltas con las que rellenar Multifín así que, habiendo llegado al final de la página de la última remesa de recambios que encontré, cierro este diario con una frase que lo resume todo:
FINIS CORONAT OPUS.
Al leer esta frase latina, deposité el cartapacio en cuestión al lado de la libreta de tapas azules que tenía abierta. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía ante mí el resumen de lo que es EL LIBRO DE LA VIDA: mientras unos lo tienen por empezar con sus páginas en blanco, otros tienen que cerrarlo por no tener ya donde escribir.
NILA J BOHORQUEZ
A lo lejos escucho el golpeteo de las olas del mar que revientan con furia en los riscos…
El impetuoso viento levanta de la mesita de mimbre de mi aposento, el albo papel donde hilvano letra a letra
tratando de crear un poema…pero…
¡no lo logro!…pues las diminutas grafemas revolotean en el espacio, cual libres mariposas, quedando la página en blanco y perdiendo el enlace, desarrollo y final de mi inspiración.
Y en silencio profundo…
desde el ventanal empañado por la brisa arenosa playera, observo a lontananza, la tenue luz solar desapareciendo lentamente y el atardecer, cegando mis ideas…
Solo en el tapete aparece la nívea hoja humedecida por las gotas marinas esparcidas en el aire y entrando a mi rinconcito poético…
TERESA SÁNCHEZ FREGOSO
Desde niña me había gustado escribir. A los 11 años escribí mi primer cuento. De verdad disfrutaba muchísimo ver palabras en un papel. Me venían tantas cosas a la mente: sueños, imágenes, recuerdos… Realmente sentía una gran pasión al hacerlo. Decidí entonces que de grande sería una gran escritora.
El tiempo pasó. Estaba por terminar la preparatoria y debía decidir qué estudiar. Pensé en Literatura, para así poder seguir escribiendo y alcanzar mis anhelos.
Ya para entonces había tomado varios cursos en línea sobre cómo escribir cuentos, poesías y hasta novelas. Creo que con buenos resultados, pues algunos de los maestros me felicitaban y me alentaban a seguir escribiendo. Decían que realmente poseía talento y un estilo propio, algo que no era fácil de conseguir.
Cuando les dije a mis padres que quería estudiar Literatura, reaccionaron mal. Me preguntaron si me había vuelto loca, dijeron que no era una buena carrera, que me moriría de hambre y que ya había demasiados escritores fracasados como para añadir uno más a la lista. Me sentí muy triste e incomprendida. Sin embargo, decidí buscar otra opción que no se alejara mucho de lo que realmente quería. Eso sí, jamás dejaría de escribir.
Entré a la universidad y, a pesar de los estudios, gran parte de mi tiempo lo dedicaba a escribir. Sentí que ya era momento de llevar mi trabajo así que preparé mi material, lo entregué en una editorial que me recomendaron y me dijeron que, si les interesaba, se comunicarían conmigo.
La espera fue angustiante. Pasó una semana, luego dos, casi un mes… Finalmente me llamaron y me pidieron que fuera al día siguiente. Mis padres no sabían lo que estaba haciendo, pero me animé al recordar las palabras de mi abuelo:
“Traten de realizar sus sueños. No permitan que nadie se los arrebate y hagan siempre lo mejor posible, intentando ser los mejores.”
Al día siguiente fui a la editorial con nervios y esperanza. Me dijeron que les había gustado lo que escribí, que publicarían un trabajo corto primero para probar cómo funcionaba y que harían promoción. ¡No podía creerlo! Firmé un contrato de exclusividad y regresé a casa sintiéndome feliz. Decidí no decirles nada a mis padres por temor a que reprobaran lo que había hecho.
Tres meses después, me llamaron para decirme que el libro se estaba vendiendo bien y que me darían mis regalías. ¡Qué maravilla! Además, me dijeron que pronto me pedirían otra novela, así que debía estar preparada.
Ahora voy por mi cuarta novela. Todo va muy bien, me siento realizada y creo que ya es hora de contarles a mis padres. Les mostré mis novelas, les hablé del éxito que han tenido y les conté que incluso estoy nominada para un premio.
Se quedaron mudos. Cuando al fin hablaron, mi madre lloraba emocionada y mi padre me abrazó, pidiéndome perdón por no haber creído en mí.
Ahora siento que comienza una nueva etapa, una vida donde ya no tengo que ocultar lo que hago. Al fin comprendieron que yo tenía razón: aunque hubiera fracasado, debieron haber apoyado mis sueños. Porque es mejor intentar y fallar que no haberlo intentado jamás.
Teresa Sánchez Fregoso.
MANUELA CÁMARA
Frente a la página en blanco:
Me siento en el escritorio y paso la mano sobre ella como abonando un terreno. Descubro que la página en blanco no es un vacío, es un espejo ciego. No está vacante de palabras: está llena de todas las que no supe decir, de las que murieron en la punta de la lengua, de las que se ahogaron en el miedo o en la cobardía de pensarlas demasiado. Cada fibra de su superficie pulsa con lo que callé, con lo que imaginé y no me atreví a dejar nacer.
Mientras fuera el cielo se pone más gris, ella fulge muy blanca, porque esta página amenaza como un abismo y presume como una estrella. Es un espacio donde puedo jugar a curvar el tiempo, donde abandonarme, porque sé que tejiendo un huracán de instantes me llevará hasta la nada segura que conozco (respiro tranquila, miro al techo, deshago la ansiedad). Y no me importa que las líneas que intento trazar se quiebren por la mitad. Mi página es sabia y a veces sus intentos de silencio son más fuertes que mi voz. Y, sin embargo, aquí estoy patinando sobre ella, apoyándome en mis palabras masculladas y en las metáforas que crujen como bisagras antiguas, y con imágenes que me inventan y me borran. Aquí estoy de nuevo, temblando en la orilla del intento.
Una y otra vez en la orilla del intento, provocando la promesa, invocando el lugar donde todo puede comenzar, donde yo sé que los días futuros esperan su forma, donde sé que puedo convertir las sombras en luz, si encuentro el hilo, el correcto, ese que transforma el campo de batalla en refugio, ese que derrite los barrotes de una prisión y ensueña la antesala de la liberación.
A veces me enfado conmigo misma y me pregunto: por qué tengo que enfrentarme a este duelo interminable, a este, de escribir sobre la nada y contra ella. Pero en algún momento, entre el silencio y el gesto, una palabra aparece. Una sola. Y es suficiente para quebrar el hechizo, para abrir una grieta por la que dejar que fluya el río escondido que siempre estuvo allí, debajo de la superficie inmóvil.
Hoy no sé qué pasará; las dos nos miramos con respeto. Está más blanca que nunca y creo que se niega a hablarme. Pero solo lo creo, porque ella siempre luce como un sendero, un sendero etérico que me hará aterrizar en lugares que no sabía ni que existían.
SILVIA RAFI GRACIA
UN ENIGMÁTICO MENSAJE
Cuando Claudia iba a salir de su domicilio, vió que en el suelo, bajo su puerta, había un sobre que alguien había introducido por la rendija. No había nada escrito, ni dirección ni remitente, así que en el mismo bajar lo dejó sobre los buzones. No se atrevió a abrirlo, pensando que el emisor lo habría colado en su puerta por error.
Al regresar a su casa vió que el sobre todavía seguía sobre los buzones. Y le disgustaba la posibilidad de que no pudiese llegar a su destinatario a causa de que quien lo introdujo bajo su puerta no estuviese al caso de que la había colado en otra, y no en la que deseaba. Así que lo recolocó de manera que resultase más viisible para aquel misterioso remitente.
La tarde la pasó en casa, como de costumbre; y mientras se iba ocupando de tareas diversas, de aquellas que no requieren de mucha concentración mental, se preguntaba para quién debía ser aquel sobre y cuál sería su contenido.
¿Quizás una invitación a algún lugar? ¿a la entrada de algún espectáculo? Cabía suponer que entre
la persona emisora y la que hubiese debido ser la receptora mantendrían algún tipo de relación amistosa; pero ¿cómo se podría haber equivocado entonces de puerta?.
Pensó también si podría tratarse de un intento de primer contacto entre dos personas que apenas se conociesen; quizás entre
dos personas que se mirasen con una profunda atracción cada vez que coincidiesen en el ascensor o al cruzarse por la escalera, sintiendo una gran calidez vibrando por toda su piel cuando casualmente alguna vez sus cuerpos se habían acercado uno al otro más de lo habitual; y si quizás se daban los buenos días o las buenas noches como si mostrarse cordiales, cívicas y educadas fuese el único interés común por parte de ambas, mientras que en lo más profundo de su ser esperasen que el azar les ofreciese más y más encuentros fortuítos hasta… o que alguna de las dos «rompiese el hielo» definitivamente.
Porque bien podría ser, quizás, que una de ellas, ya cansada de confiar en situaciones casuales, hubiese optado por manifestar su sentir dentro de un sobre, pero con la mala suerte de haberse equivocado de puerta.
«¡Qué lástima, entonces, haber invertido ilusión y riesgo para un intento fallido!», pensaba.
Y se preguntaba también cuáles podrían ser las palabras exactas de aquel posible mensaje. Se las imaginaba en diferentes versiones.
Ir imaginando posibilidades le divertía.
Antonia, su madre, estaba entretenida tejiendo una bufanda mientras miraba un programa de televisión.
¿ Y si fuese dinero para algun vecino del que se supiese muy necesitado?¿Y si se tratase de alguna historia obscura? como algún ajuste de cuentas… O, sin ir tan lejos, algún asunto cualquiera por el que el emisor debiese mantener su anonimato.
Y seguía cavilando, jugando a inventar posibilidades diversas; pero evitando imaginar situaciones que pudiesen provocarle temores o despertar tristezas.
Claudia no quería de ninguna manera perturbar su muy trabajado estado de ánimo.
Se había ocupado de ir practicando técnicas que lo preservasen. Y se había ido centrando en su mundo.interior, rico, imaginativo y creativo, aislándose cada vez más del exterior, de amistades,
vecinos…, de salidas al
aire libre…
Afortunadamente sí que disponía de una ventana abierta al mundo a través de internet, de las redes. Sirviéndose de facebook, skype, watsap… iba manteniendo cierto contacto, y a veces reconfortantes conversaciones, aunque, claro, nunca muy extensas, con otras personas.
No era así, su día a día,
por propia decisión; sinó
a causa de las circunstancias.
No tenía más alternativa que hacerse cargo de Antonia, su madre, ya muy anciana y con diversas deficiencias sensoriales y motoras, además de, aunque todavía leve, cierto deterioro cognitivo
y de su estado emocional;
y miedo y angustia ante cualquier posible situación que alterase su cotidianidad y ante permanecer sola en casa.
Por circunstancias diversas, otras posibilidades quedaban descartadas.
Y Claudia deseaba ofrecerle todas las atenciones posibles para dignificar su vida, dado que la quería bien, pero necesitaba de momentos de íntima soledad para dedicarse a sus propios intereses; y también a su salud (muy vulnerable a causa de su enfermedad crónica), que demasiado a menudo le limitaba poder disponer de sus propios tiempos a su propio ritmo.
Y sentía a ratos una gran nostalgia de otra época,
de cuando disponía de mayor libertad de acción, de cuando nadie dependía tanto de ella aunque ella sí dependiese de los altibajos cotidianos de su salud. Una nostalgia que a veces podía avanzar hasta el desasosiego.
Y se preguntaba de tanto en tanto de cuánto tiempo de vida podría llegar a disponer, y en qué estado de salud, cuando algún día volviese a no sentirse responsable de las vivencias cotidianas de otra persona, sinó únicamente de las suyas propias.
Con su pareja, Robert, su compañero de vida desde que ambos eran jóvenes, desde hacía un tiempo sólo podían coincidir conviviendo en su hogar común durante períodos alternados; ya que Josefa, la madre de Robert, de edad y condiciones similares a las de Antonia, necesitaba ser atendida
en su propio domicilio; y Robert debía hacerse cargo de esa situación, combinándo los cuidados por semanas entre su hermana y él.
Por las noches sí que podían verse, ya que habían optado por contratar un servicio de cuidadora.
A eso de las ocho y media, ya podían celebrar, habitualmente, su encuentro diario, cenar juntos, expresarse con total libertad, compartir sus inquietudes y alegrías… aunque muy pronto ya comenzaban a sentirse cansados, con una imperiosa necesidad de abandonarse en cualquier colchón dispuesto a acogerles.
Cuando aún ambos estaban comprometidos con sus ocupaciones laborales, se habían imaginado disfrutando juntos de su jubilación… Buscando conectar juntos con diversos espacios del entorno natural, sus diferentes matices de colores, olores, formas, texturas…, sus variables perspectivas de ser contemplados…, impregnándose así de su sublime belleza, vibrando con su autenticidad… Cambiando a menudo
de aires, aunque sin ir demasiado lejos, ya que compartían el deseo de sentirse cercanos a su amada hija por si, aún cuando ella ya hiciese su propia vida, les pudiese necesitar; y por el gran placer que para ellos significaba poder compartir vivencias con ella a menudo. Y también porqué – confirmaban – no
les apetecía nada pasar muchas horas en ningún medio de transporte, ni padecer ningún tipo de trastorno horario, ni…
También les gustaba imaginarse practicando y compartiendo actividades que les posibilitase aprender, divertirse, crear
y apasionarse.
También colaborando en plataformas ciudadanas y redes solidarias; o en alguna manera, adecuada a sus condiciones, de mejorar el mundo.
Y también se imaginaban con gran agrado la posibilidad, por si se terciaba, de ser unos de aquellos abuelos que tan profundamente conectan con sus nietos compartiendo muchas complicidades
Pero las circunstancias
no habían hecho posible que esos deseos se estuviesen cumpliendo.
Cuando esa noche llegó Robert (era ya plena noche pues era pleno invierno)
el sobre ya no estaba por encima de los buzones y así se lo comunicó a Claudia (habían comentado la anécdota
via watsap).
Esa noche, durante un rato también ambos divagaron sobre su posible procedencia y destinación, imaginando más historias, algunas de ellas muy cómicas y adentrándose tanto en el surrealismo y
el absurdo que les provocaron estridentes risotadas, que buena falta les hacía.
Ellos dos hacía ya muchos años que vivían en aquel apartamento, pero en el resto del bloque poco a poco se habían ido renovando los inquilinos y a unos cuantos apenas habían tenido tiempo de conocerlos.
Ya de mañana, pasado un rato de haber salido Robert, cuando Claudia se disponía a recoger del portal los recipientes de resíduos, de nuevo había un sobre bajo la puerta. Pero esta vez sí que había algo escrito. En su parte delantera se podía leer claramente «Claudia», con escritura de letra de palo.
En la parte trasera, comprobó, al acercárselo, que la persona remitente se identficaba mediante un nombre propio y un número de apartamento
Ahora ya tenía claro que sí se trataba de alguien que vivía en el mismo bloque, que conocía su nombre y dónde vivía y que era ella, y no otro vecino, la destinataria. También que su misterioso emisor se llamaba Cecilia y vivía en el tercer piso y puerta cuatro.
Con manos temblorosas abrió como pudo el sobre. Su interior contenía pétalos de flores y pequeñas hojas prensadas. Desprendía un agradable olor y se percibía cariño en su preparación..Del mismo color que el sobre, plegada, una hoja de papel que, al desplegarla, resultó ser una hoja en blanco.
Interpretó con ello, Claudia, que alguien que vivía en la puerta número cuatro del tercer piso le estaba manifestando que había cosas que debía o deseaba decirle. Luego se percató de que había también en el sobre un pequeño papel con algo escrito; y decía «hoy a las 21:00 te va bien pasar por mi casa? si puedes te esperaré»
Decidió sentarse un rato a esperar qué hacer; si pasaba o no pasaba …
Pero siendo vecinas no deseaba que pudiese interpretarlo como un acto descortés. Hacía muy poco que el tercero cuarta estaba ocupado por nuevos inquilinos y no había tenido tiempo de saber ni qué aspecto tenían ni cuántos eran…
¿ Y cómo sabrá si voy a poder pasar o no?, iba pensando ¿debería dejarle yo también algun mensaje confirmando? Cogió un folio , lo dobló, escribió
en él «sí, vendré. Claudia», tomó el ascensor hasta el tercer piso y empujó el papel por la rendija. Se paró unos instantes ante la puerta y luego bajó deprisa por la escalera..
Ya en su casa comentó por watsap con Robert lo sucedido.
Siguió pensando durante la tarde, preguntándose por qué ese interés en conocerla, o en encontrarse si fuese que ya la conocía…¿ Cecília? no he conocido nunca a nadie, que yo recuerde, con ese nombre, seguía elucubrando mientras iba ocupándose de sus quehaceres. Luego intentò olvidar el tema ocupando su mente con otras cosas. Y fué pasando el día…
A las ocho y media llegò Robert. Él se encargaría de dejar la cena a punto mientras Claudia subía a casa de Cecília. También él se sentía bien intrigado.
Se hicieron las nueve y Claudia subió al tercer piso. La puerta número cuatro estaba abierta y antes de que pudiese llegar salió una mujer a recibirla con una amplia sonrisa. Morena, cabello corto, ojos claros, constitución corpulenta, bastante joven, o como mínimo sí más joven que Claudia.
» Hola! Soy Cecilia. Supongo que no me reconoces, que no me recuerdas», dijo iniciando la conversación.
«Entra. No nos quedemos en la puerta», continuó Cecília invitándola con un gesto a que la siguiese y se acomodase en la butaca de una pequeña sala contigüa al recibidor.. Claudia la siguió advirtiéndole de que disponía de muy poco tiempo. Pero antes de poder sentarse le miró directamente a los ojos y le dijo «¿me dejas que te dé un gran abrazo? «. Claudia asintió aunque anonadada, y se fundieron ambas en un cálido y afectuoso abrazo, porque Claudia se dejó llevar por la efusión de Cecília sintiéndose por instantes cada vez más reconfortada.
Ambas ya sentadas se miraron detenidamente.
«¿Sabes? hace mucho tiempo que deseaba volver a abrazarte. Te oí canturrear y luego pude verte, un día, cuando estabas en tu balcón, desde el mío; y te reconocí; no se me olvidó nunca tu cara ni tu voz» le dijo Cecilia y prosiguió mientras Claudia la miraba llena de asombro.
«Un día tú y yo coincidimos en un tren sentadas una frente a la otra. Me gustó tu manera de mirar y de mirarme a mí. Y comencé a explicarte mi situación. Tú me escuchabas atentamente, con tu mirada sincera, sin prejuzgarme. Mi vida en esos momentos era caótica y deprimente. Me había planteado el suicidio y te lo comenté.
No quiero entretenerte ahora explicándote toda la conversación que mantuvimos, sé que no dispones de tiempo, otro día ya hablaremos más.
Pero quiero que sepas que tu actitud me salvó la vida, pues había pensado en quitármela así que solucionase un asunto
que tenía pendiente.
Con tu voz suave y tranquila, tus palabras llenas de luz, tu mirada amorosa, me incestivaste para darme una oportunidad. Me dijiste, así resumiendo, que las vidas daban muchas vueltas y la mia podía cambiar de un momento a otro. Y que me demostrase a mí misma que, de un imaginado libro de mi vida, podía cerrar el capítulo de mi presente e iniciar otro en una página todavía en blanco, creyendo en mí.
Me lo decías tan convencida que te creí. Cuando por megafonía se anunció tu parada, te levantaste sin dejar de mirarme y yo también me levanté para recibir de tí un reconfortante abrazo, que con mi gesto te pedí. ¡¡Necesitaba tanto haber encontrado ese día a alguien como tú!!
Cuando bajaste del tren me miraste diciéndome adiós con la mano. Y supe que nunca olvidaría tu cara ni tu voz»
Claudia no había salido aún de su asombro pero comenzaba a recordar… aquellos días, durante un período de su vida en que una vez por semana asistía a unas clases a
dos paradas de tren de su lugar de residencia, cada vez que al regresar subía al tren, o ya desde aquella misma estación, le sucedía alguna historia de aquellas que podrían ser tan especiales como para darles la forma de relato escrito (aunque nunca lo llegó a hacer) y que a ella siempre le había tocado el rol de transmitir las palabras más adecuadas y precisas, en función de les diversas situaciones que se le iban presentando, a sus esporádicos compañeros de trayecto que, por algun curioso motivo, le confiaban episodios de sus vidas, angustias… Y era como si durante aquel período se le hubiese concedido el don de la palabra para saber reconfortar, tranquilizar…, o algo así.
Y luego, ya en casa se lo explicaba a Robert.
«Ahora sí recuerdo que… aunque así de manera algo borrosa», le comunicó Claudia.
» Pero lo que no te imaginas, supongo…», prosiguió Cecília, «es que, además, algunos días más
tarde, me tocó un boleto de lotería y entonces sí que mi vida pudo cambiar totalmente y con todo tipo de facilidades», remató con unas risas de felicidad que se acercaban a la carcajada.
«Me alegro muchísimo por tí» , respondió Claudia algo contagiada de la carcajada. Y luego, mirando su reloj, hizo el gesto de levantarse.
«Te acompaño hasta la puerta; comprendo que tienes prisa; ahora somos vecinas y espero que podamos ser amigas.Y aquí me tienes para lo que puedas necesitar. Seguiremos hablando. Y disculpa si te he «liado» demasiado con el sobre arriba y abajo. La primera vez había escrito lo que ahora te he explicado; y luego, cuando ví que no lo habías ni abierto, me alegré porque pensé que era mejor explicártelo en persona, pero quería planificar nuestro encuentro de una manera especial y se me ocurrió que una hoja en blanco podría resultar más sugerente » dijo Cecilia mientras ambas se levantaban y caminaban hasta la puerta.
Ya en la puerta, volvieron a mirarse afectuosamente.
«Muchas gracias, Cecilia», dijo Claudia
Y surgió otro sincero abrazo antes de comenzar a bajar por la escalera.
Ya en casa, Claudia explicó a Robert todo lo acontecido, y comentaron un rato sobre ello
.- Qué gran poder que pueden llegar a tener las palabras – comentó Robert sonriente y pensativo –
– Sí. Tanto para bien como para mal ¿Te imaginas que a partir de decir unas palabras cambia negativamente la vida de alguien?¿Que le aparece de golpe la mala suerte por la esquina y lo relaciona contigo y luego llega a ser tu vecino y te reconoce? No sé, hay gente que está muy p’allá y… Pero Cecília se cruzó con la buena suerte y es, he percibido y percibí aquel día, una persona que me alegro de haber conocido.
– Pero el golpe de suerte del boleto de lotería no es mérito tuyo eh!
– Aaah, no sé yo ¿Quién sabe…?
– ¿Sentiste temor en algún momento?
– Hmm… Cierto «mosqueo» a ratos. Y también una fuerte sensación de incertidumbre que…
– Yo igual. Iba pensando… Sentía ganas de que me pudieses explicar pronto qué..
Y ambos sonrieron, ya sin ningún resquemor, mientras iban cenando.
(Sílvia R.G.// 08/01/2025)
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Después de un tiempo en qué el amor o la pasión los envolvió, con la incertidumbre del rechazo.
Las sábanas blancas los recibió, los amantes, escribieron con sus cuerpos la narración, de aquella pasión qué culminó en aquellas sábanas blancas.
Con el tiempo fue su mortaja.
MAITE BILBAO
ME QUEDÉ EN BLANCO
Siempre fui una hoja en blanco, un lienzo infinito de posibilidades. Me visualizaba empapada en letras elegantes, garabatos de un niño o, posiblemente, un bello poema. Añoraba la sensación de una pluma rozando suavemente mi superficie. Junto a mis amigas, esperé apilada en una caja, mientras soñaba cómo se haría realidad.
Pasaron los días, que se convirtieron en semanas y luego en meses. Es difícil recordar cuánto tiempo pasa cuando no eres el centro de atención de nadie. En ocasiones, una suave brisa se colaba por la ventana y me hacía cosquillas; entonces, imaginaba que volaba por los aires, libre de precintos. Otras veces, escuchaba las voces de los humanos y sentía una punzada de envidia al pensar en todas las historias que ellos contaban. Sería genial que las escribieran y poder revivirlas, una vez impresas.
Dicen que lo que deseas, primero lo sueñas y, un día, la caja se movió. ¡Por fin! Unos brazos humanos rompieron el letargo y nos llevaron a un lugar ruidoso y lleno de actividad. Uno de ellos daba órdenes: «¡Rellena todos los cajones, empezamos la producción!».
Me metieron en una especie de cajón oscuro y frío, y luego sentí una presión intensa mientras me cubrían con una sustancia pegajosa y caliente. Era como si me estuvieran transformando en algo nuevo y desconocido. Cuando salí a la luz, el olor era embriagador: una mezcla de papel, tinta y algo dulce que me resultaba familiar. Me di cuenta de que ya no era solo una hoja en blanco, sino parte de algo más grande. Sin embargo, cuando intenté buscar las letras añoradas, no encontré nada. Estaba en blanco, igual que siempre.
Me resigné a mi destino. Sería la primera hoja de un libro, la que nadie leería, la que solo serviría para mostrar respeto. Pero entonces, sentí una mano acariciando mi superficie. Una voz suave susurró: «Esta hoja será especial». Y así fue. Me convertí en la hoja de la dedicatoria, donde la autora escribió un mensaje lleno de gratitud y admiración hacia su maestro.
Con un corazón lleno de emoción, la autora tomó la pluma y escribió: «Como colibrí que busca el néctar más dulce he explorado las profundidades del lenguaje gracias a tu guía. Gracias, gracias, gracias, maestro». En ese instante, supe que mi propósito era mucho más grande de lo que jamás había imaginado. Era la hoja que conectaba a dos personas, la que llevaba consigo un mensaje de agradecimiento. Y eso, para mí, era más valioso que cualquier historia que pudiera haber contenido. Ahora sería blanco, pero de la atención del maestro.
EVA AVIA TORIBIO
Cerrando puertas. página en blanco, el comienzo.
Finales de 1862.
Nuestro galán con el uniforme de soldado tira la puerta abajo y lo que ahí encuentra, es lo que ha sufrido Armida desde que pisó ese lugar.
—¡Suéltala! —Aventándole con todas mis fuerzas, acto que provoca su caída al suelo.
Miro a Armida y sus ojos me recuerdan a esa niña temblorosa. Su cuerpo medio desnudo, escuálido, se encoge como un novillo, trata de cubrirse con la sábana.
El individuo se levanta del suelo e intenta golpearme. ¡Que mierda de tío, no tiene ni media guantada! Grita que ha pagado por ella. Le respondo con un puñetazo que le regresa de donde no tendría que haberse levanto. Le grito que tome su dinero y que se marche de aquí, lanzándole un fajo de billetes.
La nana entra gritando mi niña, acompañada de varias de las chicas.
—Gracias, Julius —me dice, la nana. Está igual que la recordaba, tan menudita y con tanta fuerza en su mirada. Corren a cubrir a Armida.
—¡¿Qué sucede aquí?! —Entrando, la madame, en la habitación.
—¡Ni se te ocurra, zorra! —Agarrándola con fuerza del brazo—. ¿Cómo has podido? ¿Así me pagas? Siempre creí que las chicas eran libres de estar aquí.
—Yo… —Interponiendo su cuerpo entre el de Armida y el mío.
—Me las llevo y a todas las que quieran venirse conmigo —Cogiendo entre mis brazos a Armida.
—¡A las chicas, no! —Mirándome desafiante—. ¿Cómo vas a ocuparte de todas ellas? Aquí al menos tienen un techo donde dormir.
—Cualquier lugar es mejor que este y ahora apártate, por el bien de nuestra antigua amistad.
Salimos de allí los tres, acompañados de dos de las chicas, que se llevan consigo cuatro prendas.
……
El presente.
—¡Cuéntame más! —Rozando su piel, mientras sus ojos se clavan en mi boca.
…..
—¡Laaa, la, la, laaa, la, la, laaa, la, la laaaa!
—¡Mamáaaa, calla, que me desconcentras y está contando lo que ha sucedido entre Armida y Julius! Hay, madre, que interesante se está poniendo esto.
….
—Si continúas acariciándome no voy a poder seguir —Mordiéndome los labios, mientras sus manos acarician mi piel.
…..
Finales de 1862. Camino a la casa de Julius. Montados en un carruaje.
—¡Hola, preciosa! —Limpiando su mejilla con un pañuelo.
La nana y las chicas la miran amorosas, expectantes a la reacción que pueda hacer a medida que va despertando. La nana se sienta al otro lado de su niña y le coge su mano. Le miro y le digo que todo va a estar bien.
Llegamos a la que fue la casa de mi antigua ama. Al saber, por la carta, lo que sucedía, me puse en contacto con ella y llegamos a un acuerdo de compra.
—Despierta, ya hemos llegado a casa.
…..
El presente.
—¡Ayy, mare! Estas dudas me están matando. Al grano, por Dios. ¡Mamá, esto lo tienes que leer!
…..
—¿Y si te hago esto? —Besando su cuello.
Amada responde con un suspiro y continua con su relato.
…..
En la casa de Julius.
—¿Julius?
Me asaltan las lágrimas. No puedo creer que esta pesadilla haya llegado a su fin. Creo que Dios ha escuchado las plegarias de mi nana. Me abrazo a él con las pocas fuerzas que me quedan.
…..
El presente.
—Lo intentaré —gimo, mientras su boca posee mi zona más íntima.
“El comienzo fue duro para Armida y Julius. Él respetó su tiempo y espacio. Le enseñó a escribir, para que Armida pudiera ser autosuficiente. Julius, por un tiempo, se ganó la vida con su arte.
La nana, años después y siendo muy feliz, falleció en paz una noche estrellada.
El club fue cerrado, convirtiéndose poco después en un colegio interno para niños y niñas con necesidades específicas. La propietaria de dicho colegio fue Armida, ella se dedicó en cuerpo y alma a ellos. Les contaba su historia como un cuento. Les enseñó a escribir y a leer. Cada día, aprendían unos de los otros. Las chicas abandonaron esa vida. Su labor en el colegio era enseñar las labores de la casa, sin discriminación ninguna, y a respetarse entre ellos.
Julius enseñó a esos niños y niñas a amar el arte tanto como lo amaba él y dedicó el resto de su vida a amar a su amada Armida. Fruto del amor entre ambos, nació un hermoso bebé al que llamaron Adrián, el que años después transcribió en papel la lucha vivida por todas aquellas personas que formaron parte de su vida, que un día fueron víctimas, en menor o mayor grado, de la injusticia.”
—¿Y ahora que va a ocurrir con nosotros dos? —le digo, deteniendo mis besos.
—Solo el tiempo lo dirá. Por el momento no me dejes así —Poseyendo su boca.
…..
—¡En seriooooo! Espero que la historia de pasión entre estos dos continúe.
—A que sí, mamá. No nos puede dejar así. Hay que hacerle llegar nuestras inquietudes.
…..
Suena el timbre en casa de Ignacio.
—¿Quién es? —contestando al telefonillo. Desde que no está aquí, la casa se siente fría.
—El cartero. Paquete certificado.
Unos minutos después.
Sentado en el sofá, abro el paquete y en el, además de una carta oficial del Ministerio de Justicia, me encuentro un cuaderno de A4 en el que hay una serie de relatos escritos por Xavi. Me embarga una tristeza muy grande, le echo mucho de menos. Pocos meses después de que se quitara la vida, pude hablar con los psicólogos que le atendían en prisión. Él no era más que una victima de esta sociedad. Una persona con ese problema nunca tenía que haber sido abandonada, quizás hubiera llegado a ser uno más, a ser feliz. Dos folios caen al suelo y de ellos uno en blanco.
“¡Hola, mi amor! Te escribo estas letras en los pocos momentos que tengo posesión de mi mente, ese siempre está ahí, dañando nuestros recuerdos. Aquí todos están pendientes de mí, pero me faltas tú y no te lo reprocho. Imagino que no saber a quien tenías frente a ti cuando acudías a las visitas fue duro, así que en uno de esos momentos en los que él estaba dormido, les pedí que te entregaran esto cuando ya no estuviera.
Pasé del amor a la repostería al amor a las letras. Encontré a una mujer que me llenaba con las suyas, pero tuvo un tiempo en el que las musas no la inspiraban. Contacté con ella y quise ser su muso. Le conté nuestra historia y ella plasmó con gran acierto ese amor que surgió ante tanto caos. Se hace llamar La Incondicional. No te pierdas sus historias, en ellas hallarás todo lo que me hubiera gustado compartir contigo. Ahora te tengo que dejar, porque ese se está despertando.
P.D.: La hoja en blanco es para que tú comiences a escribir tu historia.
Tu amado, Xavi.”
AXY LINDA
Martha vivía sola en la vieja y desvencijada casa familiar. Su único refugio era un diario en el que plasmaba maravillosas experiencias. No escribía con frecuencia, y fue hasta sus 85 años cuando llegó a la última página. Pero aquella hoja, se negó a ser mancillada por la tinta.
Tras innumerables intentos, algo extraño ocurrió: palabras comenzaron a aparecer solas, surgidas desde las sombras.
Al principio pensó que estaba perdiendo la cordura, pero entonces las letras empezaron a sangrar. Las manchas rojas, espesas y tibias, se deslizaron en gotas hasta sus manos. Horrorizada, vio cómo nuevas palabras surgían, esta vez directamente sobre su piel:
“Tu vida no tiene sentido sin mí. Todo lo que has dicho es mentira. No eres lo que crees. Solo has anhelado lo que escribiste.”
El miedo la paralizó. Intentó borrar las frases, pero estas parecían tatuadas en su carne. El diario cayó y en ese instante, un estremecimiento recorrió su cuerpo. Sintió cómo algo la arrancaba de sí misma.
Línea a línea, comenzó a desvanecerse.
La página ya no estaba en blanco.
Ahora, Martha era parte de las palabras, atrapada, escribiendo una historia que nunca quiso contar.
¡Su verdadera historia!
LETICIA R MENA
— Muerto en su tinta —
He matado a muchos a lo largo de estos años. Pero de todos ellos, este se me resiste.
Cuando empecé a escribirlo no pareció ocurrir nada extraño. La trama transcurría como de costumbre, con sus altos y bajos.
Fue cuando puse negro sobre blanco su final, entonces se me rebeló.
Comprensivo, le di otra muerte más espectacular, por si la primera le había ofendido de alguna forma.
Se negó a morir en mitad de la calle atropellado por un autobús, asesinado por una bala letal, apuñalado a traición, atragantado con una miga de pan, incluso le escribí morir en un duelo a espada al más puro estilo mosquetero.
Tanteé la opción de algo más intrigante, un envenenamiento, una muerte misteriosa.
Pero eso tampoco le agradó.
¿Y algo sangriento? Algo no apto para personas sensibles en cuanto a sangre y otras vísceras desparramadas.
Todo inútil.
Al tipo, simplemente, no le daba la gana morirse, solo porque a mí se me antojara que su destino final tenía que ser ese.
Decidí atormentarlo, torturarlo una pizca, por si el tipo me había salido un punto masoquista o algo así.
Error garrafal.
Eso le cabreo más, y me respondió lanzándome una salpicadura de la propia tinta con la que lo estaba escribiendo.
Le contraataqué entonces con esdrújulas.
Que si eres un pánfilo, un bárbaro y que no te pongas histérico; que este final es fantástico, pero tú eres un escéptico. Que no me seas el típico tópico de personaje penúltimo de la vida, porque último es de románticos.
No funcionó, y pasé a lanzarle verbos.
Luego le acorrale con un buen puñado de adjetivos y sinónimos, casi todos del verbo morir.
Él, claramente, entendió la intención por mi parte, y me lo devolvió empezando a matar a personajes que no debían morir, a reescribir él la historia a su antojo.
Le letraherí, con el fin de hacerle entender que no podía tener poder sobre su propio destino.
Él formó alianza entonces con la página en blanco que yo trataba de emborronar. La arrugó y me la lanzó a la cara.
La lucha empezó entintecerse, volviéndose negra y oscura, como la tinta que no dejaba de manchar mis dedos.
Comprendí que aquella tinta era la sangre de todos los personajes que había matado a lo largo de los años.
Ahora estoy escondido, pero sé que acabará encontrándome y culminará así su literaria venganza.
Ya puedo imaginarme, gajes del oficio que uno tiende a inventar hasta en las situaciones más adversas, los titulares de las noticias de mañana:
«Escritor mundialmente famoso es encontrado muerto en extrañas circunstancias.
En la escena del crimen se hallaron multitud de papeles arrugados y manchas de tinta.
Entre el desorden también indicios de papeles quemados.
Aún no se ha encontrado culpable.”
Entonces sé, aunque yo ya no estaré para saberlo, que mi personaje habrá escapado.
Que ya no pertenece a la página en blanco y la tinta.
Que ha escapado al mundo fuera de la ficción.
FRAN KMIL
Cuando llegué lo noté. Apareció de la nada, salido de otra dimensión u otras realidades. Se acercó a mí y me rozó la mano. Puede que sí, que se le haya quedado a alguien que vino al parque a leer y no lo percibí desde un principio por las preocupaciones y enredos personales que no me dejaban vivir.
Tratar, trata de todo y de nada en particular. Basta con abrir sus páginas no numeradas, en cualquiera de ellas y conectar justo con lo que se está preguntando o indagando, o simplemente el consejo necesario.
Si me preguntan, yo afirmaría que apareció justo dirigido a mi persona, a mis problemas. La carátula de papel y madera de color marrón oscuro con sus esquinas enchapadas en oro llamó mi atención.
A mí que nunca antes me había dado por leer un libro, lo abrí, a pesar de no tener nombre en su portada, ni foto ni dibujo.
Descubrí un mundo nuevo, un universo escondido entre sus hojas, palabras de aliento, de sabiduría, de consejos y recomendaciones, incluso, recetas para cocinar y sandeces, si, también sandeces, estupideces, tonterías, pero nunca fue culpa del libro, sino de mi estado de ánimo.
Me cambió la vida y pensé quedármelo parra siempre, sin embargo tengo que dejarlo partir. Él mismo me lo sugirió“ Ve al mismo parque, busca el banco que mira al norte, el de al frente de la estatua, al hombre cabizbajo, de pantalones negros y camisa azul. Ese es. Entrégale el tesoro” lei.
¡Ábralo, señor! No puede ser que no sienta curiosidad.
¿En blanco, muchas páginas en blanco? Imposible, eso no puede suceder. []El libro no se equivoca. La descripción y la ubicación coinciden con usted.
¿Loco yo? ¿ No será que su vida está tan vacía que el libro nada le dice? Todos los libros aportan algo, señor, y este es especial y va dirigido a su persona.
La culpa es de usted. Vuelva a intentar hasta que le diga algo.
¡El libro nunca se equivoca!
YOHEL ANDRES
Sofí era una bella mujer, alta de tez blanca, cabello rojo, tenía una voz gruesa pero delicada, ella era diferente, no le temía a los estigmas de la gente, le daba igual … en su sentir estaba de que el lienzo es un papel en blanco, era tatuadora, pero no lograba estabilizarse, todos los días se levantaba y pintaba pajaritos en la pared, para pasar el tiempo. al medio día recibe una llamada, era un cliente y quería un ave grande en la espalda, ella emocionada por su primer cliente le dijo que si, a las 3 pm se fue a su estudio con su cliente que se lo había encontrado en la esquina,
Al entrar ambos al estudio se puso en la tarea de preparar todo, pasaron las horas y sofí termino el tatuaje, viendo el cuerpo de su cliente lleno de arte, y dijo: la piel es un papel en blanco que con un lápiz y bolígrafo se crean las maravillosas historias escritas con aguja y tinta de color o blanco y negro que quedaran impregnados en el papel de la piel por un largo tiempo en donde los recuerdos de cuentos pasados. el arte va desde inmensos dragones hasta simples líneas pero que tienen un significado profundo. el cliente quedo satisfecho con el resultado. y quedo asombrado de tan bellas palabras que salieron de su bella boca.
MAYTE SOCA
Guillermo no se encontraba en su mejor momento, separado de su esposa hacía unas semanas y con muchas deudas, tuvo que irse a vivir a un pequeño monoambiente en un edificio de la ciudad, donde el ruido en las noches era insoportable.
Guillermo escribía novelas de romance para una revista muy popular, pero en los últimos tiempos las personas no daban buenas reseñas de sus escritos, así que la directora de la revista publicaba sus novelas una vez al mes, siendo muy poco el dinero que entraba para los gastos de su día a día.
Y allí estaba Guillermo sentado en el sofá de su pequeño apartamento frente a su página en blanco, el bloqueo mental que tenía en ese momento hacía que se hundiera cada vez más en un angustiosa frustración.
Ya no le quedaban ganas, aunque amaba escribir, se tiró de espaldas en el sofá.
– ¡Ya está!, me doy por vencido – se dijo así mismo con enojo — mi mente está tan blanca como está hoja. Allí estaba sintiéndose perdido, hasta que escuchó la voz de una mujer, era la vecina del piso de arriba, una señora muy simpática y regordeta que vivía sola con su gato, estaba hablando con su empleada que recién estaba llegando.
— María ¡por fin llegaste!, te estaba esperando, ve y prepara el desayuno para las dos y ven rapidito que tengo unas cosas para contarte que ni te imaginas, Guillermo escuchaba los sonidos de la losa y los cubiertos colocados sobre la mesa y las voces de las dos mujeres como si estuvieran sentadas al lado de él.
–Apúrate María, ven– llamó doña Clotilde ansiosa a su empleada, María era una mujer muy amable de unos 40 y tantos que se había cruzado con Guillermo unos días antes en el ascensor. Voy, ya voy — contestó María.
Guillermo escuchó como las sillas eran arrastradas para luego dar paso a los sonidos habituales de cuando alguien sirve dos tazas de café y unta mermelada en las tostadas. María –dijo Clotilde comenzando a contarle a la mujer lo sucedido– no sabes lo que pasó el fin de semana, ¿te acuerdas que yo tenía la boda de Vanessa, la sobrina de mi amiga Eugenia?.
Si– contestó María mientras se sentía el crunch de cuando alguien muerde una tostada.
– Bueno pues que te cuento que Vanessa al final no se casó – dijo la mujer – porque resulta que no se aguanto estar sin ver al novio hasta después del casamiento y se le metió de improviso y sin golpear en la habitación en la que él estaba esperando para entrar a la ceremonia, ¡ y no sabes!, que te digo que se encontró a Eduardo, el novio en una situación bastante incómoda con la dama de honor, osea la prima de Vanessa, Marianita, la otra sobrina de Eugenia. No lo puedo creer– comentó María –;y qué pasó después? –Paso que los gritos e insultos se escuchaban desde el salón en el que estábamos esperando los invitados.
La madre de Vanessa se desmayó porque ahí ella y los invitados nos enteramos que Vanessa está embarazada, pero el hijo que está esperando no es de Eduardo sino que es de Pablo, el hermano menor de Eduardo.
La conversación de las dos mujeres siguió por horas, mientras Guillermo anotaba cada detalle en su página que ya no estaba en blanco. Cuando la revista publicó su número de ese mes con la novela impresa de Guillermo, ésta tuvo tanto éxito con la novela que lo llamaron de una productora de televisión para adaptar su novela en una exitosa telenovela para ser emitida todas las tardes.
A pesar de que Guillermo ahora es un escritor reconocido y con fama internacional el sigue viviendo en el pequeño monoambiente de la ruidosa ciudad, donde cada mañana escucha las historias que tienen para contar Clotilde y María.
Mi voto para:
Benedicto Palacios
Mu voto para:
Francisca Escobero
Grace Pells
Maite Bilbao
Leticia Mena( Perfecta y concisa)
María Galerna(Hermoso y kafkiano)
María Pau Escribidora
Mi voto es para:
– David Merlán
– Armando Barcelona
Mi voto para:
Armando
Nila
Manuela Cámara
Loli
Leticia Mena
Sergio Tellez
¡Enhorabuena a tod@s!
Mi voto para Soledad Rosa.
Mi voto para…
Maite Bilbao
Leticia Mena
Armando Barcelona
Mi voto para Armando Barcelona.
Y también a Arcadio Mallo.
Mi voto es para:
Martu Monforte
Nila J Bohorquez
Ana Del Alamo
Irene Adler
Soledad Rosa.
Enhorabuena a tod@s por escribir.
Mis votos son para:
GRACE PELLS
ANA DEL ÁLAMO
(Felicidades a ambas)
Mis votos son para:
GRACE PELLS
ANA DEL ÁLAMO
(Felicidades a ambas)
Mi voto es para:
El idiota
María José Amor
Leticia Mena
Martu Monforte
Mi voto: Graciela Pells
Rufina Sevilla
Enhorabuena a los 47 relatos que no se han quedado en blanco.
Votar siempre es lo más complicado.
Reparto al máximo:
El enorme micro de María Galerna.
El avión de Sergio Téllez.
La ironía de Arcadio Mallo.
Por la hoja de respeto de Paquita Escobero