Memento mori – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «memento mori». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 24 de septiembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Es la única certeza,

al final acaba la vida

la muerte llega enseguida;

¡no sientas tristeza!

Es urgente vivir,

encontrar un motivo

que a tu vida de sentido,

es urgente sonreir.

El inexorable paso del tiempo,

se clava en mis pupilas

soy esclavo de mis sentimientos.

No te tengo miedo,

te estaré esperando

mientras siga viviendo…

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Para mí lo anterior a ese instante final es lo que me aterra…

Ejemplo, una enfermedad degenerativa, dándote cuenta que necesitas de otros para vivir, si me hace morir…

Por otro lado, mirando todo los bienes qué conseguiste y tener que dejarlos con dignidad es una manera de morir…

Pero al escuchar a gente que han estado a pie de cama con personas moribundas, en el final del camino sin vuelta, la persona está tan débil, tan apagada que morir es la libertad del espíritu…

DAVID MERLÁN

EL SEÑOR CARSEN SNAKE

—Dudo mucho que consigas nada así—. se atrevió a opinar su amigo más fiel.

—Pues ¿sabes lo que te digo? Que ya estoy cansado de toda esta mierda de vida. No puedo más. Mañana mismo iré a ver a Carsen Snake.

Su amigo lo miró fijamente a los ojos sorprendido por la decisión que había tomado Adam. Sólo los inconscientes o muy desesperados acudían a ver a Carsen Snake. Era conocido por llegar a acuerdos leoninos con aquellos pobres incautos que osaban ir a su encuentro. Adam, tras la hecatombe nuclear había podido sobrevivir como buenamente habia podido; un injerto artificial por aquí, una prótesis artificial por allá, unos nuevos sensores biomédicos en sustitución de los naturales, fritos por la radiación de la posguerra… pero eso hubiera sido en parte lo de menos y quedarse en un mal menor, si no estuviera el problema de su memoria. Nada había podido sustituir a su maltrecha memoria. La nueva unidad artificial, comprada en el mercado negro del tercer sector había salido con un fallo en la memoria caché, lo que había provocado que todo lo que iba aprendiendo y viviendo, se iba borrando sin llegar a almacenarse permanentemente después de siete días. Su amigo, volvería a ser un extraño pasada la próxima noche y ya empezaba a cansarle todo aquello, ya no sólo por él, que demostraba ser un buen amigo y le perdonaba todo, sino al propio Adam que empezaba a estar agotado de que su vida se repitiese en ciclos de siete días.

—Carson Snake es un egoísta, un usurero y un mal nacido. Se aprovechará de ti y lo sabes.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sabes que si.

—¿Acaso tú quieres que me olvidé de ti dentro de dos dias, Conrad Kirby?

—No, claro que no, pero ya sabes que siempre encontramos el modo de arreglarlo. Estoy ahí, te enseño las fotos de antes, los recuerdos y te cuento todo lo que hemos vivido juntos, y a los dos días ya estamos bien.

Conrad miro con tristeza a los ojos de su amigo mientas se levantaba y hacía el amago de abandonar su compañía.

—Espera, no te vayas, piénsatelo. Esa mierda te matará, y yo no te quiero perder. Acaso no te acuerdas lo que le pasó al viejo James. No volvió a ser el mismo y después…bueno, ya sabes, se tiró del Open Bridge.

—¿De verdad crees que no lo sé? Hasta pasado mañana Conrad—contestó Adam dándole definitivamente la espalda a su amigo y enfilando calle abajo.

****

Aquella noche era oscura y tormentosa, pero la luna llena iluminaba el camino que Adam sabía que le conduciría hasta la morada de Carsen Snake. La puerta del cementerio se le presentó magestuosa, rodeada de una gélida atmósfera que a cualquiera le habría animado a salir de allí cuanto antes. Pero no era el caso de Adam, decidido a poner fin a su actual situación, para bien o para mal.

<<Es aquí>> pensó al llegar delante de un antiguo y destartalado mausoleo mientras, después de comprobar la señas en un arrugado trocito de papel, se lo volvía a guardar en el bolsillo. En el dintel de la entrada al mismo rezaba la frase:

«Memento Mori»

No tuvo que esperar ni un minuto pensando qué tenía que suceder a continuación, cuando escuchó un susurro que venía del interior de la tumba. Al principio, pensó que era su imaginación, pero luego lo escuchó de nuevo. El susurro se convirtió en una voz, y la voz le ofreció entrar a lo cual accedió sin pensarselo.

La atmósfera heladora anterior del exterior, se tornó enrarecida y casi irespirable en el interior de la tumba. Tras acostumbrar su vista a la penumbra, una silueta comenzó a ser visible. Adam mantuvo un prudente silencio.

—Hola Adam—. Pronunció una cavernosa voz profunda e inhumana.

—Hola.

—¿Sabes quién soy, Adam?

—Si. El señor Snake, ¿Verdad?

—Verdad. ¿Ya sabes lo que vas a ofrecerme por conseguir lo que quieres?— preguntó directo al corazón de Adam.

Adam lo miro fijamente y por unos instantes dudo del trato, pero decidido y atormentado por sus recuerdos recurrentes y repetitivos de cada nueva semana, contestó sin dudar.

—Si, señor Snake. Mi alma,…o lo que quede de ella.

—¿Estas seguro?— insistió acercándose a un palmo de Adam al tiempo que las pupilas de sus ojos se volvían amarillas y verticales igual que las de una serpiente.

Adam aceptó su destino y volvió a asentir al pacto que le proponían.

—De acuerdo, contestó este.

Acto seguido le agarró firme pero sin provocarle daño ninguno por el antebrazo izquierdo y se la acercó a la boca. Adam, estupefacto, se limitó a mirarlo y esperar.

Cuando Carson Snake lo tenía bien cerca de su nariz, comenzó a olerlo subiendo y bajando por él desde la muñeca hasta el codo. De repente lo mordió ligeramente y una pequeña gota de sangre comenzó a brotar del brazo.

Un ligerísimo quejido salió de la boca de Adam pero no fue a más. En ese instante, sujeto de la otra mano se materializó delante de sus ojos una especie de pergamino que dejaba ver un extenso texto. Sin dilación, le soltó el brazo y chascando los dedos hizo aparecer una pluma de ave.

Con toda la parafernalia precista como si de tratase de los mejores manuscritos existentes del Malleus maleficarum, se la ofreció para que firmase el papel. Adam cogió ambos objetos y se arrodilló. Puso delante el manuscrito y mojándo la punta de la pluma en su sangre, estampó su firma en el documento sin tan siquiera leerlo. Se incorporó y le ofreció los dos objetos al señor Snake.

—Perfecto. Pues está hecho. Puedes irte. Tranquilo. Tú memoria se mantendrá lúcida y permanente a partir de ahora, salvo que decida incumplir lo acordado.

—¿Y que es si se puede saber?

—¿No lo has leído? No te preocupes, yo te lo recuerdo—.mIentras cambiando el gesto se le acercaba esbozando una sonrisa diabólica y de nuevo con voz cavernosa le advertía:

—Memento mori, Adán, memento mori.

—No le entiendo señor Snake, ¿Qué… quiere decir?

—Muy fácil, Adán. Si antes de un año no me has ofrecido en sacrificio a tu amigo Conrad, iré a por ti. Y esta vez, no es que vuelvas a perder tu memoria cada siete días, sino que cada siete días que pasen, envejeceras siete años, hasta que desees morir antes que seguir viviendo. Y ahora, vete.

Adam tragó saliva y asintiendo de nuevo con la cabeza, y sin mediar palabra salió de aquel lugar con las consecuencias de sus actos a sus espaldas.

****

Un año y medio después…..

***

—¿Qué ha pasado? —dijo un transeúnte al ver el revuelo que se había firmado en la barandilla del puente.

—Nada, un pobre viejo que se ha tirado. Parece que este puente está maldito.

—Desde luego. Parece como si todos los malditos suicidas eligieran el Open Bridge para poner fin a su desgraciadas vidas—. añadió otro.

—Bueno, una boca menos que alimentar. Tal y como están las cosas hasta mejor, ¿No creeis? Ja, ja, ja.

—Si, ja,ja,ja —rieron todos los allí presentes excepto uno. Conrad que agarrado a la barandilla observaba el cuerpo inerte de su buen amigo, y con la congoja lógica de verlo muerto al fondo del barranco, le dedicó sus últimos pensamientos.

<< Gracias, amigo. Gracias por no cumplir tu pacto con el señor Snake y permitirme disfrutar de tu compañía este último año. Nunca te olvidaré>>

Y dando media vuelta se abrió paso entre los curiosos y abandonaba el lugar rumbo a su casa.

FIN

ANA MARIA BA

Sobre las escaleras polvorientas,

una vieja sentada;

se pierde entre letras,

y desde nada, un ser con alas.

Se siente agitada.

¡No tengas miedo!

Yo siempre te susurraba al oído:

¡Un día morirás!

Se desvanecerán tus penas

y tus profundas arrugas,

ni frío, ni hambre sentirás,

una paz tranquila encontrarás,

en un eterno hogar te sucumbirás

entre tantas puras almas

¡No soy tu enemigo!

Soy el quien te libera,

te lleva en otros mundos.

RAQUEL LÓPEZ

La vida no es eterna

aunque algunos lo crean

que la inmortalidad exista,

cuando la existencia es pasajera.

Las flores marchitan

los relojes se detienen

el tiempo pasa deprisa,

abriendo el camino de la muerte.

Somos frágiles

la parca nos susurra,

que todo tiene su fin

y hay una muerte segura.

De nada sirve lo material

pues nada poseemos,

no temamos a la oscuridad

ni a la quietud del silencio.

Sombras sepulcrales se ciernen

bajo nuestra frágil mirada

la vida nos desaparece

¡ OH MEMENTO MORI!

En esta lucha sin tregua

lección que nunca se olvida

por cada instante vivido,

una despedida.

BEGO RIVERA

La mascota

Tatiana empezó a encontrar carteles en la puerta de su casa con las palabras: recuerda que morirás. Los cogía y los tiraba maldiciendo a los críos y sus travesuras.

Le despertaron unos pasos. Pensó que estaba soñando así que cerró los ojos de nuevo dispuesta a dormirse

Un crujido en el viejo y estropeado parqué le puso de nuevo en alerta. Y ahora estaba despierta, no era una pesadilla. El ruido venía del pasillo.

No podía ser Koko, su gato negro, porque lo sentía acurrucado en sus piernas.

Ahora un sonido como si algo o alguien caminara y se dirigiera hacia su habitación. Se cubrió la cabeza con el edredón respirando el poco e impuro oxígeno que quedaba en ese espacio, sabedora de que tarde o temprano tendría que sacar la cabeza si no quería axfisiarse.

Cuando no pudo más, sacó la cabeza un poco, lentamente, respirando ansiosamente. Silencio. Sacó también su brazo derecho para arrimar a Koko hacia ella. Tocó el pelaje y notó algo áspero, pringoso, abundante y muy caliente, dándose cuenta de repente que no era su mascota, aterrada encendió corriendo la lámpara de la mesita haciéndola tirar al suelo; mientras, esa cosa deforme entre animal y demonio le decía unas palabras con su voz ronca de inframundo: recuerda que morirás.

La cosa se abalanzaba sobre ella y al mismo tiempo vio que entraba Koko desde el pasillo: Koko fue quién la despertó.

ARMANDO BARCELONA

Por una tontería

Ay, señor, que se nos fue,

el duque de los Zarcillos.

♠

Qué dice vuesa merced.

Un hombre como un castillo.

♠

Pues sí, de una apoplejía.

♠

Dios mío, quién lo diría.

♠

A todos ha de tocar,

cantarnos el gorigori,

recuerde, memento mori;

pues nadie se ha de librar.

Pero el duque en los infiernos

por mor de una apoplejía…

♠

Atina, su señoría,

dicen que otra cosa hubo,

que fue un ataque de cuernos.

♠

¿Torero el duque? Lo dudo.

♠

Cuernos, señor, de berrea.

♠

¿Pues con ciervos viene el viento?

♠

Tal van diciendo lo cuento:

Que al duque lo fue a matar

el toparse en el lagar

a la señora duquesa,

las sayas por la cabeza,

boca arriba y pierniabierta,

despalillando las uvas

del marqués de Fontcuberta.

♠

Y, claro, le dio un telele.

♠

Sí, señor, ahí le duele.

♠

Todos hemos de morir,

pero, ¡por una cornada!

¡Jesús, menuda tontada!

Si me permite decir.

♠

Qué razón tiene, don Pío.

♠

Ya le digo, amigo mío.

FRANCISCA ESCOBERO

Mientras Fran pensaba que Marcos, el Marido de Sandra ocultaba algo, se miró el dorso de la muñeca. Un tatuaje ocupaba ese pequeño espacio que como un cruce de caminos se entreteje entre la piel y las venas. Su piel excesivamente blanca contrastaba con la negra tinta de las letras grabadas por aquella aguja hace tantos años, «tan negra como su significado», le había dicho el tatuador.

Ya tenía varios tatuajes en su cuerpo, una rama de Prunus serrulata, conocido como cerezo de flor japonés, se enredaba en su pierna izquierda desde el empeine hasta la rodilla, decorado con agua, pájaros y mariposas. Su primer tatuaje, el que se hizo al cumplir 40 años, un « ahora o nunca», el símbolo de la vida, la muerte, la belleza y la violencia. Florecer en primavera como la vida que renace y a la vez el recordatorio de su efímera floración, lo que le recordaba la fragilidad de su propia vida. Un atrapasueños en el hombro derecho, como símbolo de protección contra el mal. Desde pequeña sus sueños eran un lugar en el que acontecían circunstancias tan extremas y extrañas que tenía uno de verdad colgado en su habitación, con la esperanza de que aquellos sueños donde podía observar el sufrimiento de alguna persona, en algún lugar del mundo, como si lo viviera en carne propia, pero sin poder ayudar, se enredaran quedando atrapados en el lienzo que pendía del techo de la habitación, con la esperanza de que el amanecer lo arrastrara y no sucediera nada de lo soñado. Pero eran tantas veces en las que una noticia en la radio, la prensa o la televisión la llevaban de nuevo al sueño, que decidió tatuárselo en la búsqueda de una mayor protección.

Así que este tercer tatuaje eran dos simples palabras, con las que poder recordar que hay casos que no se pueden resolver y que no todo dependía de ella, porque la muerte acecha y ni el sueño más certero podía acercarla a la salvación. Pero ese tatuaje había sido usado para separarla de aquello por lo que tanto había trabajado y si bien no se arrepentía de haberse ido, sí de tenerlo ahora como recordatorio de lo que no debía ser despertado de nuevo.

Pese a su reticencia a verse envuelta en los casos que se estaban investigando, la evidencia de que lo que acontecía en las desapariciones, que ya estaba sucediendo tanto en Portugal como en España, transcendía lo habitual y no seguía un patrón establecido. Valoró si podía estar relacionado con su tatuaje y al sopesar lo analizado en las dos primeras desapariciones creyó que no solo no tenían relación, sino que estas se debían a algo totalmente nuevo, diferente, desconocido. Eso hizo que accediera a colaborar como Asesora Criminalística, pero exigiendo la más absoluta discreción. Ya que su propia existencia y mantener inactiva la crueldad más extrema jamás vista en su antigua unidad, dependía de ello.

Sacó la libreta donde anotaba todas sus impresiones, del bolsillo trasero de su vaquero. La mañana era fría y húmeda. Un sirimiri caía sin descanso desde la noche anterior en aquella Sierra de Gata. «Las desapariciones han cruzado la invisible frontera que separa Piodao de Extremadura, nada parece unirlas, pero todo puzle tiene su solución. Un peón de las damas transparente, un As de corazones y ahora un gato del monopoly. ¿Qué sentido tiene todo esto, si es que lo tiene? ¿Dónde está la pieza que falta para que empiece a ver la imagen?» Fran cerró la libreta.

—Ya hemos terminado aquí—dijo uno de los agentes que habían ido a comunicar a Marcos la desaparición de su mujer y su hija. —Seguiremos en el cuartel si quiere acompañarnos Capitana Beroira—

—Por supuesto, les sigo—Contestó Fran— Pero ya les he dicho que no soy Capitana, ya no.

—Disculpe, Capi,…, perdón Profesora Beroira, su reputación la precede y nos resulta difícil no tenerla en cuenta, pero haré todo lo posible por no repetirlo—dijo azorado el agente.

—Se lo agradezco— respondió ella mientras se dirigía a su coche. Lo había dejado aparcado detrás del cuatro por cuatro de la Guardia civil. Encendió el motor y las luces de cruce, al salir a la carretera la lluvia comenzó a ser cada vez más intensa. Puso la calefacción los cristales estaban empañándose y el frío se había colado por todos sus huesos. Las luces traseras del cuatro por cuatro servían de guía para ver entre el aguacero y a la par que se concentraba en mantener el ritmo del vehículo que la precedía y en no salirse de aquella carretera rural llena de curvas y pinos, la mente la llevó sin querer a cuatro años atrás en el tiempo.

Recordó aquel silencio, el que invadía la segunda planta del edificio de la Unidad de Análisis del Comportamiento Delictivo de la Guardia Civil al que pertenecía desde hace ya, demasiados años según su perspectiva.

La nueva Capitana de la Unidad se despidió de ella con un saludo oficial. Sus tres compañeras y la Cabo primero que hasta ahora habían conformado con ella ese equipo, lo intentaron, lo consiguieron y ante el asentimiento de ella a las súplicas que había en sus ojos, se acercaron para darle un abrazo. Durante todos estos años desde que se creó la unidad, ellas habían sido el único equipo conformado solo por mujeres. Habían dedicado sus esfuerzos para hacer que el equipo de mujeres y menores fuera cada vez más relevante. Juntas habían llegado a ser más expertas en la metodología delincuencial. Fran siempre decía que toda la formación académica que tenía realmente cobró importancia cuando empezó a investigar su primer caso de homicidio, porque la crueldad del humano no tiene nada con lo que se pueda comparar en el mundo y no hay estudios suficientes que te expliquen o se acerquen a lo que la perversa imaginación de algunas personas pueden llegar a realizar. Ahí fue donde empezó realmente a establecer que no había patrones fijados para los asesinos, sino asesinos que, a veces, seguían un patrón y con suerte eso las conducía a su detención, pero no siempre era así.

Apoyó la caja en la que iban sus pocas pertenencias en la mesa de reuniones que ocupaba el espacio central de la unidad. Miró aquella pizarra y el mural donde realizaban los perfiles criminológicos mediante la aproximación deductiva y los posibles patrones que algunas veces existían, sus compañeras rompieron el saludo para acercarse a darle un abrazo.

Ella las recibió entre triste y aliviada sabiendo que irse de la unidad era la decisión correcta, aunque no había sido bien recibida. Contuvo las lágrimas mientras intentaba hacer más corta la inevitable despedida. Respiró hondo, volvió a coger su caja, las miró e intentó decirles que las echaría muchísimo de menos, pero todo lo que quería decir quedó ahogado en el profundo nudo de su garganta y como una autómata les dijo:

– Ya sabéis, recordad, una escena de un posible crimen… – y todas repitieron al unísono «es una zona donde recolectar piezas de puzle, solo hay que encontrar los huecos donde colocarlas para descubrir la imagen final»

Le resultó imposible no sonreír. Sí, habían sido un magnífico equipo. Ahora no había vuelta atrás. La condición para dejar dormida a la bestia era que ella abandonara la unidad. Todos habían intentado disuadirla de aquello, le insistían en que tarde o temprano lo cogerían, cometería algún fallo, algo le haría delatarse, pero la realidad era que habían encontrado ya un total de 7 mujeres víctimas de la más absoluta crueldad y cada vez que creían acercarse ese homicida sin piedad iba varios pasos por delante de ellos. Sin patrones, sin nada que conectara a las víctimas. Ni su Licenciatura de Psicología en el ámbito jurídico y forense, ni el Máster en Psicología clínica, el de Ciencias Forenses o el Grado de Criminología le habían enseñado como enfrentarse a tal capacidad de destrucción.

Bajó las escaleras del edificio, ya había entregado su identificación y el arma reglamentaria, solo tenía que cruzar las puertas y emprender el camino hacia Piodao. Creía que sería más sencillo.

Se miró el antebrazo, “Memento Mori” ponía en el tatuaje que hace años se había realizado, el mismo que La bestia utilizó para apartarla del caso y de la unidad. Mientras investigaban la séptima víctima un mensajero llegó al cuartel con una caja para ella. Había pasado los controles pertinente, nada extraño que destacar. Un sobre dentro, tan pulcro que nada se encontró en el que pudiera ayudarles a buscar. Dentro unas fotografías y un mensaje. En las fotografías sus tatuajes, todos, en el mensaje una petición que no se podía rechazar: « Si la Capitanta Beroira sigue adelante, mañana encontrarán la octava víctima, quizá sea ella u otra que ocupe su lugar, así podrá seguir mirándose la muñeca para nunca olvidar»

Relato escrito por Francisca Escobero Ferreira(Paquita Escobero)

Todos los derechos reservados

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

VUELO 512

El aeropuerto casi rozaba la media noche cuando el pájaro metálico se levantó del suelo, pocos segundos después de iniciar una endiablada carrera por la pista. Aunque, siendo fieles a la verdad, llamar pájaro a un Airbus-380 capaz de albergar en sus entrañas a más de trescientas almas sería simplificar mucho las cosas. Fuera hacía frío, demasiado frío, y la temperatura iba descendiendo aún más a medida que nosotros hacíamos lo contrario, ascender.

Nunca llegaré a comprender cómo la gente es capaz de quedarse dormida en pleno vuelo. De hecho, en el momento del despegue más de media cabina ya se había entregado sin miramientos al abrazo de Morfeo mientras yo, por el contrario, me hallaba en máxima alerta, sudando por cada poro, incapaz de soportar la rigidez de mi cuerpo. Tras años intentando superar mi pánico a volar, algo me aseguraba que aquello iba a ser un imposible. No obstante, pasado ese tiempo, parecía vislumbrar ciertos avances.

Hay dos momentos, el despegue y el aterrizaje, considerados por los expertos como los más críticos. Dos instantes en los que se producen el noventa por ciento de los accidentes. Llámenme obsesivo, pero esa y muchas otras estadísticas no cesaban de girar en mi cabeza. Para un matemático como yo, acostumbrado a devorar datos y números, eso es algo que no ayuda mucho.

Tras quince minutos de vuelo, el diazepam comenzó a hacer efecto. Pronto, me vi sumido en un profundo sopor del que, sin embargo, desperté sobresaltado poro después, coincidiendo con la primera de las turbulencias.

El pánico a volar se queda muy corto comparado con el que experimenté en ese momento. Tuve que mirar muchas veces a mi alrededor y frotarme los ojos otras tantas para poder admitir lo que estaba viendo. Todos los pasajeros, sin excepción, habían desaparecido. Noté como la ansiedad cogía velocidad dentro de mí, al tiempo que por mi garganta comenzaba a subir el sabor amargo de la desesperación

Agitado, comencé a recorrer el pasillo, buscando quién sabe qué, mientras gritaba solicitando la ayuda de los asistentes de vuelo. Fue en vano. Todo cuanto obtuve por respuesta fue el zumbido de fondo de las turbinas y los diálogos de las películas que seguían sonando indiferentes por los pares de auriculares que, tan solo unos minutos antes, habían estado encajados en los oídos de muchos pasajeros.

Todo estaba perfecto, los equipajes apilados en los compartimentos, las bandejas con la comida, algunas medias, la mayoría casi intactas. Parecía que no hubiera pasado nada, salvo por aquel inquietante silencio, la ausencia de conversaciones de los mayores y las risas de los niños. Todos, excepto yo, habían desaparecido. Volatilizados en medio de la noche y en mitad del aire, en un momento indeterminado, pasadas las doce horas.

De repente corrí hacia la cabina de mando. De sobra sabía que, por motivos de seguridad, el acceso estaría bloqueado, pero necesitaba hablar desesperadamente con el piloto.

Al tirar de la maneta, para mi sorpresa, la puerta se abrió sin oponer resistencia. Dentro, encontré la misma ausencia que en el resto de la aeronave. Ni el más mínimo rastro de piloto ni copiloto. Estábamos volando, o quizá sería más exacto decir que yo, únicamente yo, estaba volando a merced del piloto automático. Sin saber qué rumbo seguía ni durante cuánto tiempo el combustible me permitiría continuar con vida antes de caer a algún punto indeterminado del mar o de tierra, eso si el destino no me acababa estrellando contra una montaña.

Convencido de mi final, regresé a mi asiento. O quizá no fuese el mío, ¿qué más daba? En esas condiciones es difícil recordar. Trataba de evitar el temblor y las ganas de vomitar cuando de repente las señales luminosas y acústicas comenzaron a sonar. Cada vez más y más fuerte. En ese momento, el avión se detuvo de forma brusca y dejó de volar. Sé que es difícil de creer. No me pregunten cómo lo supe, pero noté esa extraña sensación: el avión de repente se había detenido.

Toda la cabina se iluminó de una luz cálida y brillante. Pensé que me hallaba a las puertas del cielo y que probablemente habría muerto tiempo atrás, lo que explicaba la ausencia de pasajeros, las luces, los sonidos y el resto de sucesos desconcertantes. A punto estaba de perder el conocimiento cuando una de las escotillas se abrió. Por ella accedió al interior un ser de aspecto humanoide. Tenía la altura y la complexión de un ser humano, pero sus rasgos se percibían imprecisos, difuminados. Puede que fuera mi impresión debida a mi estado confuso, próximo al desvanecimiento. Entonces, el ser comenzó a hablar:

— ¡Rápido, el sujeto se nos va! ¡Debemos inyectarle adrenalina y sacarlo cuanto antes de aquí! ¡Tiene las constantes muy bajas! ¡Hay que darse prisa! Joder, esto no ha sido buena idea…

Ha transcurrido un mes. El mismo que he tenido que dejar pasar antes de reanudar mi tratamiento. Yo nunca lo consideré buena idea, pero a mi equipo de psicólogos le pareció oportuno ayudarme a superar mis miedos mediante un simulador de vuelo. El más avanzado hasta la fecha. Una reproducción perfecta de la cabina de un Airbus-380. No faltaba un solo detalle. El resto de asientos estarían ocupados por actores. Lo supe todo después. La idea era que yo no tuviera conocimiento de nada. Me suministrarían la dosis necesaria de benzodiacepinas camuflada en la comida y la hipnosis aplicada por mi supuesto compañero de vuelo haría el resto. Lo que nadie había previsto es cómo funciona mi cabeza, sobre todo cuando entro en fase REM. A mi psicología aún le queda mucho camino por recorrer. En especial con individuos como yo. A punto he estado de espicharla con el susto. Me cago en todo mi equipo de loqueros y sus ideas creativas. Y lo peor de todo es que sigo teniendo el mismo y terrible pánico a volar.

EFRAÍN DÍAZ

Gerardo se había graduado de la escuela de derecho con todos los honores imaginables. No solo eso, se llevó a casa el título de valedictorian, el mayor reconocimiento de su clase por su excelente desempeño académico. Las cartas de recomendación de sus profesores y varios juristas eran tan elogiosas que casi le hacían sombra. Gracias a ellas, consiguió una entrevista en la firma legal más prestigiosa de la capital.

La firma, una colmena de abogados que facturaba millones de dólares al año, lo recibía con los brazos abiertos. Su carrera estaba prácticamente escrita en letras de oro. El día de la entrevista, Gerardo llegó impecable: afeitado al ras, el cabello peinado con gel y vestido con su mejor traje. Todo brillaba, desde su camisa planchada hasta sus zapatos lustrados. Siguiendo el sabio consejo de su padre, que decía “si llegas a tiempo, ya estás tarde”, llegó quince minutos antes.

La secretaria, tan elegante como la firma misma, lo condujo a una sala de conferencias que parecía sacada de una revista de lujo. Tenía una mesa de madera sólida, múltiples sillas reclinables y una pantalla gigante. No faltaba el rincón del café, jugos naturales y refrescos.

Mientras esperaba, la misma secretaria reapareció y le pidió que la acompañara. El socio capital que lo entrevistaría, el Licenciado Escudero, tenía un almuerzo con un cliente importante y, por supuesto, Gerardo estaba invitado. Lo entrevistarían de camino.

Gerardo tragó grueso. Esto no estaba en el plan. Aún así, siguió a la secretaria hasta el estacionamiento, donde lo esperaba el Licenciado Escudero, un hombre que parecía haber nacido en un traje de tres mil dólares. Después de un apretón de manos que casi le rompe los huesos, Gerardo abordó un lujoso Towncar negro con vidrios oscuros. Dentro, estaba la asistente del Licenciado Escudero, una joven abogada que parecía sacada de una revista de modas.

La entrevista comenzó en el coche, y Gerardo, nervioso pero seguro de sí mismo, respondió con soltura. Sus calificaciones impresionaban y las cartas de recomendación casi hacían que Escudero le ofreciera el puesto en ese mismo instante. Todo iba de maravilla, hasta que llegaron al restaurante.

En la mesa, junto al cliente de la firma, pidieron el menú. Todos brindaron con una copa de vino, excepto Gerardo, que decidió abstenerse de alcohol para no causar una primera mala impresión. Todo estaba bajo control, o eso creía. Mientras hablaban de un caso de violación de patentes que podría costarle millones de dólares al cliente, llegó la comida. Sushi, salsas y agua, la combinación perfecta para arruinar el día de alguien.

De vuelta en el coche, mientras comentaban la reunión, Gerardo sintió un fuerte retortijón en el estómago. Un mal presentimiento se apoderó de él. El sudor empezó a recorrerle la frente y los escalofríos no tardaron en aparecer. Abrió la ventanilla esperando que el aire fresco lo ayudara, pero nada, solo empeoraba. ¿Qué diablos fue, el sushi o la salsa? pensó. Escudero notó algo raro y le preguntó si estaba bien. “Todo en orden”, respondió Gerardo, fingiendo calma.

Pero entonces, llegó lo inevitable: una flatulencia que sonó como si viniera del más allá y llenó el auto de un olor nauseabundo. Gerardo, rojo de vergüenza, balbuceó una disculpa mientras el Licenciado Escudero, con la cara fruncida, ordenaba abrir todas las ventanas. Gerardo se sintió aliviado momentáneamente, pero el destino aún no había terminado con él. Un nuevo retortijón, más fuerte, lo golpeó sin piedad y lo impensable sucedió: Gerardo no pudo contenerlo y explotó en mierda.

El auto, que momentos antes había sido símbolo de lujo, ahora era un contenedor de excremento de proporciones épicas. El suelo del vehículo quedó manchado, y el olor, bueno, ni siquiera las ventanillas abiertas pudieron salvarlos de aquello. El Licenciado Escudero, con una mezcla de incredulidad y asco, ordenó al chofer que detuviera el coche. “Bájate”, le dijo a Gerardo, con una frialdad que lo congeló hasta los huesos. “Y olvídate del trabajo.”

Gerardo, en estado de shock, tuvo que bajarse del coche en plena ciudad y en hora pico. Con el traje arruinado y el estómago vacío, literal y figurativamente, caminó varios bloques con la cabeza baja, mientras los transeúntes lo miraban de reojo. Así comenzó su carrera legal. Con la caminata de la vergüenza. Pensó en la frase estoica que aprendió en la escuela de derecho “memento mori” y dijo para sus adentros “al menos algún día voy a morir”.

En los círculos legales, desde entonces, Gerardo no fue recordado por sus calificaciones o sus cartas de recomendación. A sus espaldas lo llamaban “el cagao” y su apodo quedó grabado en la memoria colectiva del mundillo legal.

JUAN PEÑA

Anduvieron toda la noche, sin dejar de ascender por un camino serpenteante, angosto y traicionero como el vino peleón. No vieron el despeñadero, pero lo intuyeron y se arrimaron a la pared de roca todo lo posible. Los percherones pisaron, todo el trayecto, temerosos y Ulmer tuvo que tirar del bocado con fuerza e insistencia para forzarlos a avanzar.

El Sol los recibió al llegar a la cresta. Las piernas flojeaban por el cansancio, la falta de comer y los nervios, que hicieron más mella que la caminata.

Se les encogió el corazón de desazón y se les hinchió el alma de belleza, al contemplar la grandiosidad de la cordillera de Guara. Montañas y valles, unos tras otras, sin que se pudiera ver dónde acababa la serie y sin solución de continuidad. Era una visión impresionante y, al mismo tiempo, desoladora, pues la pendiente que habían superado no era, sino, una de muchas, y ni de largo la más exigente que deberían afrontar.

Ulmer se pasó la mano por los ojos, que querían cerrarse sin pedir permiso ni segundas opiniones. Talía se sentó, apoyó los codos en los muslos, la frente en las manos y probó a dormir, ni que fuera, dos segundos. Misilene se arrebujó con el chal, el viento era frío, como acostumbra a serlo en las madrugadas. Saúl comprobó que las crisálidas seguían a salvo en la bolsa que llevaba en bandolera. Era la primera responsabilidad que le habían encomendado y estaba decidido a no fallar.

―¿Cómo vamos a encontrar a los montañeses aquí? ―preguntó Saúl, aludiendo a la inmensidad, silenciosa y extraña como un destino ajeno.

―Por lo pronto, comamos algo ―dijo Ulmer, con buen tino y hambre de sobras.

Misilene bajó del caballo, pues había preferido arriesgarse a despeñarse junto a su montura, que caminar un solo paso. Talía salió de su duermevela, a tientas abrió la mochila y rebuscó en ella para sacar la carne seca. Ulmer bebió un trago de vino de la bota, que había insistido en llevar él. Saúl se sentó al lado de Talía e hizo la pregunta que le había rondado toda la noche por la cabeza:

―¿Dónde están los dioses ahora?

Talía lo miró sorprendida y dijo:

―No sabía que creías en ellos. ¿Piensas que te han abandonado?

―No, no, me refiero a los dioses de Ávalon ―contextualizó en amplio espectro.

Ulmer se sentó junto a los chicos, le pidió un trozo de carne a Talía y dijo:

―Los dioses nunca han existido. Solo fueron la forma en que los antiguos intentaron comprender el mundo, no solo el mundo, sino, también, las acciones de los que habitan en él. ―Le dio un mordisco a la carne y continuó―. Es difícil entender el Mal. Es complicado imaginar, que haya alguien capaz de matar a un semejante en beneficio propio o por simple placer. Los dioses proveen de causa a esas acciones, porque es insoportable para la conciencia, que no exista una fuerza superior que te obligue a provocar dolor.

«La guerra de los dioses es una leyenda que plasma la verdadera lucha entre el Bien y el Mal, que no es otra que la que se da entre los que sufren y los que hacen sufrir. Ávalon, con la victoria de la vida, la tierra y el conocimiento, fue un nuevo inicio, una segunda oportunidad, una nueva estructuración social, en la que se podía lograr la felicidad, pero no se aprovechó. ¿Sabes por qué? ―Saúl negó con la cabeza―. Porque, en realidad, el Mal no precisa excusas ni causas ni dioses para actuar. Es el egoísmo en estado puro. Aun así, aunque no necesite a los dioses, los utiliza, porque lo eximen de parte de su culpa e, incluso, lo justifican. Es cierto que, cuando no le sirven, los mata o los olvida, pero enseguida pone a otros en su lugar. Es como el que no sabe vivir solo, y siempre busca una nueva pareja cuando lo abandonan, la ame o no. Por contra, el Bien debe matar a los dioses y hacerlos desaparecer. Sería como el eremita que reflexiona solo, y hace aflorar la verdadera naturaleza del Mal. Lo despoja de sus disfraces mentirosos, de sus cortinas de humo, de sus cantos de sirena y lo pone en la palestra.

«Por eso te aconsejo, aléjate de los fanáticos y de los pregoneros de los dioses, porque tras sus palabras, cargadas de promesas salvadoras y franquicias paradisíacas, se esconde la semilla de la renuncia y la decadencia. Si consiguen que florezcan, todos acabaremos siendo esclavos de sus ideas y de un dios que nunca ha existido.

«Esa semilla ha sido plantada, ahora, en el Imperio. Y de él nacerá un futuro oscuro, que lo querrá controlar y medir todo; donde nada podrá caer fuera de su ideal ni de su moralidad ni de sus normas, cada vez más asfixiantes; que nos obligará a desprendernos de la libertad, por una supuesta seguridad, que es tan falsa como las amenazas, siempre nuevas, cambiantes y moldeables a voluntad, de las que nos dirá que nos protege; que pretenderá detener el tiempo, engrilletándonos con su letanía: «Memento Mori», para que recuerdes que no eres nadie especial y que solo sus juicios son válidos. Pero si no hay libertad, no hay tiempo, solo el pasar de los días, iguales y monótonos, aburridos y sin sueños, hasta que te llega la muerte y te vas, sin haber vivido.

Ulmer bebió un trago largo de vino, le supo amargo, tanto, que tuvo que levantarse para observar la cordillera de Guara. Sí, sería arduo encontrar a los montañeses en esa inmensidad, pero no imposible, ya que no hay imposibles para alguien que ha matado a sus dioses.

YOMALCKRY OSORIO

Otorga toda una vida de ventaja.

Pues sabe que en cualquier momento arribara con esa gran capa y esa sonrisa que espanta, no lo digo yo, sino las leyendas urbanas.

! ¡No tiene prisa! Hasta va de paseo con tanta paciencia.

No hay escapatoria alguna.

Ella sabe que será la triunfadora absoluta.

Nos llevará sin aviso y sin protesto.

Nos tomará de la mano y no hay pretexto que valgan , ella es artífice del engaño

La vida puede ser entre Dulce y Amarga.

Pero es al final es ella quien se llevara toda la gloria.

La temida muerte es la vencedora.

MARÍA GALERNA

-Y a veces…elegimos-

Mi Ana, mi niña

«Mi niña, eres lo más bonito que tuve, tengo y jamás tendré. La luz de mi vida…».

Y mientras tiene estos pensamientos, le pone ese vestido que guarda para los días especiales y le trenza el largo cabello rubio.

«Mi Ana, ¿qué hubiera hecho yo sin tí en estos días tan oscuros?».

Le saca brillo a sus zapatitos de charol -tan llenos de polvo-, y busca esos calcetines…

«Siempre me sonríes como si nada pasara. Y nada pasa cuando estás conmigo».

La niña duerme.

«Qué difícil será separarme de tí, aunque solo sea por un instante, pero…».

La botella vacía de leche sobre la mesa, un vaso a medias…

«Qué guapa estás mi amor, mi niña. Ya no oirás las explosiones, ni mis llantos.

No preguntarás por los vecinos ausentes, ni porqué los niños ya no juegan en la calle. Tú, que nunca jugaste con ellos porque naciste especial, pero te imaginabas ahí, entre las risas. Eres tan bonita».

Tiembla. Cada vez están más cerca. Aparta los cascotes caídos sobre la cama. Limpia la carita que va perdiendo el color de la vida.

«No pudimos huir».

Mira a la niña que yace muerta y un agudo dolor le atraviesa el corazón. Se balancea suavemente mientras apura la última gota del vaso.

«No sé, no sé si Dios me perdonará, pero, ¿sabes, mi Anica? No me importa. Él no estaba aquí, nunca estuvo aquí cuando lo necesitamos, y yo… yo ya me he perdonado».

Se recuesta junto a la pequeña, la abraza y nota su frialdad. Llora. Está rota por dentro. Las lágrimas, ya sin fuerza, caen mansamente de sus ojos. Y la vida la abandona.

Suenan sirenas, la gente corre, se esconde. Las bombas no entienden de banderas.

Mientras, la puerta de la casa de Ana cae destrozada por unas botas…

SERGIO TELLEZ

MEMENTO MORI…Y MEMENTO CAFE

—¡Mierda!—dije, escupiendo el sorbo de café que empezaba a tomar esta mañana, mientras mi corazón hacía un salto mortal.

—¿Qué pasó, gordo?—dijo mi esposa, abriendo sus desorbitados ojos, como si esperara una noticia de última hora.

—¿Memento mori? ¿Qué es esa vaina?—pregunté, dirigiendo mi mirada al techo, como si esperara una respuesta divina.

—Y yo qué voy a saber—dijo mi esposa, sin levantar la vista de su teléfono, donde probablemente estaba viendo memes sobre la muerte.

—Esas tías están locas, mira lo que proponen para esta semana. ¡Memento Mori! ¿Qué diablos es eso? —pregunté, frunciendo el ceño.

—¿De qué hablas? Otra vez estás alucinando —dijo mi esposa sin sacar los ojos de su celular.

—Pues del tema para el relato de esta semana. —¿Y?, pues escriba algo. Todas las semanas lo hace, ¿le va a quedar grande esta semana? —respondió mi esposa, aún distraída.

—Pero ¿qué significa eso? —insistí—. Suena a enfermedad rara o algo así.

—No tengo idea —dijo mi esposa, encogiéndose de hombros—. Pero seguro que Google lo sabe.

—Voy a buscarlo —dije, tomando mi teléfono.

—Buena suerte —respondió mi esposa, sin levantar la vista de su celular.

Busqué «Memento Mori» en Google y aparecieron resultados sobre:

«Recuerda que morirás»

«Un recordatorio de la mortalidad»

«Un concepto filosófico para reflexionar sobre la vida»

Me quedé perplejo.

—¿Qué tipo de tema es este? —pregunté en voz alta.

—¿Qué pasa? —preguntó mi esposa, aún distraída.

—Resulta que Memento Mori es un recordatorio de que vamos a morir —dije, con una sonrisa sarcástica.

—Ah, qué interesante —respondió mi esposa, sin mucho entusiasmo.

—Sí, muy interesante —ironicé—. Me encanta pensar en la muerte un sabado por la mañana.

Mi esposa, de repente, se animó y comenzó a hablar sin parar.

—Sabes, me hace recordar a don Pedro, el vecino de mis padres. Siempre parecía tener vida para rato. ¡Y mira!, un día se fue. Noventa y dos años, pero parecía que nunca iba a morir.

—Sí, era un tipo duro —dije, intentando intervenir.

—Y no solo eso —continuó mi esposa—, también me hace pensar en la abuela de mi amiga Laura. Ella decía que la muerte era una parte natural de la vida, pero que no por eso debíamos temerla.

—Ajá —dije, tratando de mostrar interés.

—Y luego está el caso de mi tío Juan. Siempre decía que iba a vivir hasta los cien años, y mira, se fue a los setenta y cinco. La vida es impredecible, ¿verdad?

—Sí, ciertamente —dije, intentando cortar el flujo de palabras.

Pero mi esposa seguía:

—Y eso me hace pensar en nosotros. ¿Qué pasará con nosotros? ¿Moriremos de viejos o…?

—Bueno, esperemos que no sea pronto —dije, intentando cambiar de tema.

Pero mi esposa no se detenía:

—No, no es eso. Es que Memento Mori me hace reflexionar sobre nuestra mortalidad. ¿Qué hemos logrado en la vida? ¿Qué queremos dejar?

—Cariño, es sabado, no quiero pensar en cosas tan importantes.

Volví a pensar en voz alta, en Cris y Francisca—Estas señoras son muy trascendentales, además, ¿por qué mandan un mensaje en latín? ¿Acaso soy un sacerdote?. ¿Por qué no proponen algo más…no sé, algo más… —»Insignificante»—dijo mi esposa, sacándome del atolladero.

Me encogí de hombros.

—Bueno, ya basta de filosofía para hoy —dije, sonriendo—. ¿Qué tal si vamos al cine esta noche?

Mi esposa se rió.

—Eres un experto en cambiar de tema —dijo, sonriendo.

—Sí, es mi especialidad —dije, bromeando—. La vida es demasiado corta para pensar en la muerte todo el tiempo.

—¿Y qué planes tienes? —preguntó.

—Pues pensaba escribir algo ligero sobre Memento Mori para el grupo —dije—. Algo como: «Recuerda que vas a morir…» pero hoy es sábado, así que olvídalo.

Mi esposa se rió.

—Eso es perfecto —dijo.

—Y después —continué—, iremos al cine. Nada de muerte y reflexión profunda. Solo acción, romance y comedia.

Mi esposa sonrió.

—Me encanta el plan —dijo.

—Y si Cris y Francisca llaman —agregué—, diles que estoy ocupado… viviendo.

Nos reímos y comenzamos a planificar nuestro día de evasión.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

La vida te lleva, pero hay un momento en qué te paras.

Lo sabes. Es tu memento mori.

Por qué murió alguien cercano y te dió ganas de vivir.

Tú qué me lees, vive.

Por qué vas a morir y no sabes cuándo.

Mañana quizá?

Yo me imagino en el tanatorio, detrás del cristal, en la caja.

Y vivo, por se qué ése día llegará, qué es más seguro de qué me toque la lotería.

Tú qué me lees, vive.

Porque tú memento mori llegará.

HAROLD LIMA

Algo de nosotros.

Y la caperucita se alegro de ver a la abuelita salir de las entrañas del lobo…

Sus caras alegres eran encantadoras.

Era un placer verlos dar sus temblorosos saltos al ver que el bien ganaba y el lobo moría. Procuro terminar mi historia rápido para reabastecer mi tanque con refrigerante, cada media hora me parece solo unos minutos, pero soy consiente las nano fibras arderian en llamas de no tener el flujo adecuado de refrigerante. El teniente Kavirop que es siempre serio no puede evitar sonreir al pasar y mirarme buscar a prisa otro traje con los abastos llenos. La doctora juliana me toca suavemente en el hombro que tiene algunas pequeñas quemaduras, y me dice:

—Estos se ven fuertes y más listos que los anteriores, no dudo llegarán a adultos y podrán continuar por su cuenta.

Ella lloro conmigo cuando los anteriores murieron a las semanas de salir de los tanques, su cálido cuerpo me consoló toda la noche, la siguiente noche fue Donald de mantenimiento y el teniente kumar de operaciones. Todos sentían mi dolor y deseaban curar sus heridas cuidando de mi, como dice la santa palabra de los libros de la fe.

Vuelvo a mirar a los pequeños a travez del cristal reforzado, sus deditos verdes azulados son encantadores, en verdad desearía poder tocarlos sin el traje, darles millones de besos y hacer esas cosas que si se podría con niños de nuestra propia especie; aquí pienso que de alguna forma estos niños si son de nuestra especie o al menos llevan un 97% de nuestros genes, una mezcla aleatoria de toda la tripulación, el resto es un cocktail de varias especies de este mundo.

Presurizo, mi traje y entro a la sala de infancia o más bien diría salgo al exterior de nuestras instalaciones presurizadas.

—¿Niños quieren escuchar otra historia? Digo en voz alta. Los pequeños se reúnen y se sientan en el suelo, alguno juega con diamantes que llovieron ayer y aún están en el piso y no se acerca a escuchar.

—Que sea la Blanca nieves. Dice el pequeño, Siete.

—Yo quiero, los duende y el zapatero. Dice la pequeña, Nueve.

Los niños inician un griterío por imponerse en sus deseos, alguno extiende su pequeñitas espuelas contra otro, estoy segura que no son venenosas, pues extirpamos las glándulas al nacer.

—Niños, niños, les contare «la princesa y el sapo» todos se quedan en silencio, expectantes y hasta el niño que jugaba solo se acerca. Este es un nuevo cuento para ellos, sus escasos tres semanas de vida han sido de un rápido descubrir y maravillarse.

— había una vez… Digo y continuo con el relato que repetiré una y otra ves en los siguientes dos años, hasta que estos pequeños lleguen a la pubertad y ellos mismos puedan contar estas historias a sus hijos.

Termino mi historia con un:

—Y vivieron felices para siempre. Los niños quedan maravillados, sacuden sus pies palmeados al ritmo de las campanas de anuncian la hora del refrigerio. Yo miro el indicador del traje, esta casi vacío. Tendre que alejarme de mis maravillosos hijos y volver a esa prisión que es nuestras instalaciones.

Julian de maquinarias me abraza por detrás, puedo sentir su lívido y deseo por mi, me cuesta rechazarlo y me dejo llevar a los vestidores. Mis niños estarán en su siesta matutina en algunos minutos y los robots se ocuparán de limpiarlos. Gimiendo en sus brazos recuerdo la anterior semana donde toda la colonia nos reunimos a celebrar la misa y jugamos en la oscuridad, disfrutandonde nuestros cuerpos aun jovenes gracias a nuestra tecnologia de remplazo celular, como lo dice la gran biblia » comparte tus fluidos con tu hermano y dios te bendecira, pues en verdad te digo que quien no se de a los demás es despreciable a los ojos de dios»

Me cuesta creer que llegamos aquí luego del accidente de nuestra nave colonial, aislados de todo nos costó algunos cientos de años tomar control de este mundo, que en su ardiente superficie llegaba a una media de 500 grados centigrados, totalmente inhabitable para nosotros o nuestra desendencia. Pero, la mejor opción en otros que eran verdaderos desiertos cósmicos. Por qué aquí había una rudimentaria vida y restos de algún tipo de civilización ya extinta.

Mezclar nuestros genes con estas formas de vida fue difícil y mi corazon se partía al ver morir a tantos pequeñines en sus tanques de cría, intento, tras intento.

Ahora mis pequeños son nuestra esperanza, algún día ya no podremos repararnos y moriremos todos.

Mientras mi compañero besa mis senos con pasión y baja despacio a mi vientre para probar el placer entre mis muslos. Yo pienso en nuevos cuentos para mis pequeños. Temo el día que tenga que hablarles de ese otro mundo del que nosotros venimos y ellos nunca conocerán. Un día preguntarán: » ¿porque las madres y padres no son como ellos y tienen que vivir en la colonia, encerrados? «

Sabrán no son humanos, ni como la fauna local de algas de silicio o las ranas de armadura. Esos adolescentes talvez se revelarán y nos matarán, los dioses olímpicos mataron a su padre para reinar, ese día llegará pronto ellos serán la humanidad de este mundo, tendrán hijos y crearan su propia cultura; algo de nosotros quedara en esa roca ardiente cuando nuestros huesos sean solo polvo.

Mi hermoso amante detiene sus rítmicos movimientos, amo ver su rostro de placer. Me abraza fuerte, la doctora Raskin hizo un gran trabajo recodificando sus genes, parece de unos 30, más ambos seguramente tenemos unos dos siglos y medio.

—Memento morí. Le susurro al oído. El libro sagrado dice que «luego de compartirnos con un hermano de la fe, debemos recordar que un día moriremos»

Morir en sus brazos no me desagradaba, sin embargo tengo que criar a estos nuevos humanos. Tengo que amarlos, jugar con ellos para que ellos conozcan el amor y den continuidad a la humanidad aquí.

FRAN KMIL

Estaba sentada totalmente desnuda frente al espejo de la cómoda, sobre el lado izquierdo de la cama, con la mirada fija a un enigmático punto lejano del otro lado de la luna. Se pasaba con parsimonia el peine por su largo cabello revuelto, para desenredar la maraña provocada minutos antes mientras hicimos el amor. Verla tan ida, tan quieta, tan silenciosa, me provocaba a seguir amándola. Susurró en —Memento morí —Susurró en tono místico.

Frase lapidaria que hiela la sangre y agua la fiesta a mas pinto de la paloma, máxime si conoces que ella practica el misticismo, los viajes astrales a otras dimensiones y que con frecuencia medita y habla a solas con seres invisibles a la vista de los no iniciados. El deseo que expresaba la rigidez de mi miembro, se congeló en mi mente. Murieron las ganas de seguir amando, el amor se puso en pausa.

—¿A qué viene eso, Grabiela? —Pregunté algo asustado.

No en balde le dicen la maga, la bruja, la hechicera. Temí que estuviera usando sus poderes para…

—Es la palabra para crear la historia de esta semana en el grupo de cuatro hojas.

Respiré aliviado. También pertenecía al grupo. Ahí nos conocimos.

CARMEN BERJANO

«Se pueden obtener los deseos más íntimos, pero al final, siempre vencerá la muerte»

Borges

No hay palabra

Cómo asumir que siendo la única certeza de esta vida, ésta se puede acelerar.

Cómo eliminar de mi mente esa puta posibilidad.

Porque no, no hay palabra para la pérdida de un hijo.

No puede haber algo más antinatural.

Pero existe.

Pero se da.

Mi empatía con las profesionales que no pudieron evitarlo.

Mi empatía con todas esas madres que están pasando una situación así.

Qué acompañan desde el cariño y el respeto más puro y sincero.

Qué aprecian a sus criaturas desde todos los prismas y colores. Porque no, jamás podemos evitar que la vida les duela.

Podemos darles herramientas para ir capeando tempestades, pero habrá más guerras a las que se enfrentarán solos.

Y recuperar la alegría, también por experiencia propia, no tiene palabras mágicas ni gestos eficaces.

Quizá solo se trate de mostrarse disponible.

De no decaer cuando él o ella caiga.

De dar cariño sin invadir. De validar y respetar siempre a tu criatura.

Qué sencillo se escribe y que difícil es llevarlo a la práctica.

De mi cabeza no sé va un día que vi una silla junto a una ventana.

Y mi hijo sentado en el descansillo.

Su miedo no pudo darme más miedo.

Su pánico fue el mío.

Por plantearse esa posibilidad y llegar al amago de realizarla.

Hoy mis ojos se siguen bañando al escribir estas líneas.

Es mi dolor y el dolor de tantas y tantas madres. Porque igual ellas no llegaron a tiempo.

Porque cuando vieron esa silla ya era tarde.

Hoy escribo como exorcismo.

Porque lo pienso y no hay pánico al Memento mori.

Asumo que es la única certeza de mi vida y que a mi edad, cuando ya no sólo mueren padres y madres de personas cercanas, sino cada vez más amigas, morir es una posibilidad real.

Mi pánico más brutal es que el duelo con la muerte lo pierda mi hijo.

Porque no hay palabras ni abismo más insalvable.

Recuerdo a mi madre conmigo en mis peores momentos. Acompañándome sin hablar.

Sólo prestándome refugio.

Me preguntó si yo habré sido también refugio para él.

Y verle a día de hoy tan feliz e ilusionado.

Compartiendo vida con una chica.

Cruzar la península para acompañarle a conocerla y ser testigo muda y a lágrima viva de ese encuentro.

De ese amor tan puro, cómo solo se ama por primera vez. Cuando el otro o la otra lo es todo.

Pero todo de verdad.

Tu primera amiga.

Tú primer amor.

El descubrir del sexo.

Hoy quiero que estas palabras sirvan de abrazo a todas las madres que sufren algo parecido.

Y sobre todo, para que sean esperanza de que a veces se puede.

Porque yo pude.

Porque mi hijo pudo.

Y aunque esa posibilidad siempre está ahí y para mí es tan valiente como la de seguir viviendo,

aunque nos persiga como puede perseguirte una sombra, nunca, nunca puede vencernos.

Porque ahí fuera hay vida, mucha vida.

Hay primeros amores y últimos también.

A veces somos nuestras peores enemigas y solo tenemos que dejarnos en paz y permitirnos el disfrute.

Pero, sobre todo, buscar ayuda profesional como pacientes y como acompañantes.

Porque se puede tener la cabeza muy bien amueblada, pero a veces se descoloca.

Hay que tratar de colocar todas las sillas en su sitio.

Para recuperar la chispa que parece apagada.

Mi amor y homenaje a todas las madres que ganaron la batalla.

Y a las que no, mi abrazo desnudo para el que no tengo palabras.

RUFINA CALLEJA

Hacé tiempo que lo escribí

Y hoy lo comparto con todos vosotros.

Titulo: Llanto de amargura.

Al paso de nuestras vidas

Desdé la juventud

A la madurez

Juntos fuimos

Dejado esencia

De nuestro querer

En nuestras cabezas

Comienzan nuestros

Primeros cabellos blancos

Significa que el tiempo

Empieza a pasar

Llegando nuestro primer nieto querido

Y de nuevo volvemos

A soñar

Pensado en todos los que vendrán.

Pero llegó ese día fatal

Que sentí clavarse una espina

En mi corazón.

Llegando la noche de terror

Y de espanto.

Mis ojos llenos de llanto

Y mi ser de locura

Todo mi cuerpo era dolor

Y amargura.

Sintiendo el momento

Que me traicionaste

Para irte con la muerte

Al día siguiente

Cuando te vi

Esperaba que despertarás

Y dijese no te atormentes

Mis ojos llenos de llanto

Y mi corazón entretanto

Palpitaba en mi pecho

Aquellas horas de locura

Pensando en aquél lugar

Que te llevarían

Que no quiero recordar

Por no herir mi corazón

Desdé lejos con ternura

Triste lloraba mi corazón

Con nostalgia y amargura

Te añoraba con locura

Y desesperación

De lo más profundo

De mi garganta

Quería salir un grito

Que hasta espanta

Era mi llanto fiero

Que todo mi ser quebrantaba

Y la muerte solo esperaba.

JOEL ANDRÉS

MOMENTO M0RI:

Lo conocí hace años en su antigua piel, pero vivía deprimido triste, fue a un psicólogo ahí es donde se da cuenta que era diferente a los demás, al nunca lo educaron acerca de eso, su familia era conservadora y no podía ni siquiera pensar que hubiera alguien de la comunidad LGBT. Toda su vida estuvo llena de cadenas y candados internos.

Charlie un hombre trans de 44 años hacia tres que se había aceptado como un trans, a pesar de la discriminación brutal de la familia y «amigos” cercanos de años, estos se alejaron con la noticia duro un año buscando trabajo que le permitiera ser quien era libremente, ya hace seis meses había ingresado como supervisor de tienda, estaba contento porque todos lo trataban con respeto, incluso hace dos meses empezó a hablar con confianza con las mujeres eso le generaba una tranquilidad absoluta la mañana del lunes está apurado ,se había levantado tarde por que cuando termino de ducharse por desgracia no encontró su binder limpio, ahí exclamó:

-merde, merde,

forzado se tuvo que ir al trabajo de supervisor sin nada. él tenía los senos grandes, no se los operaba por falta de dinero, tampoco había podido comenzar con hormonas porque su salud ya no se lo permitía, la única solución económica era su precisado binder, lo había conseguido en una tienda de segunda mano, estaba en buen estado ya llevaba varios tiempo con él. aunque eso le generaba molestias en su piel al final del día era su «amigo fiel » a la hora de interactuar con mujeres de su oficina. ese día fue el terror para él, para el todos le miraban el bulto de arriba, sin ser verdad era como una paranoia creciente cada hora, cada minuto.

Al salir de la tienda se fue como pudo en el Transmilenio avergonzado con la disforia disparada al 100, llegó a su casa sola, vacía se sentó apesadumbrado a llorar por media hora, hasta que pidió algo de comer a domicilio, más tarde hablo con su amigo más cercano «luzia» el chat virtual le contó el caso. esta se sensibiliza con él, le dice que si es posible hablé con. alguien, le hace caso habla con un familiar conservador cercano que le decía que lo entendía. para su amargura él le dijo lo típico de siempre… hasta me da pena mencionar… al final no llegaron a nada … prefirió cuidar su frágil salud mental.

Charlie me comentó que la llamada termino en el que él le dijo al familiar: – Este es mi momento mori, no sé si Dios me perdonará lo que si se es que me creo el me hizo así con una identidad distinta a la biológica » las lágrimas volvieron a salir a borbotones con esa rabia de tener idas y venidas. lo último que supe de él es que se había tomado un montón de pastillas. lo descubrieron 3 días después ya en la silla acostado, durmiendo .me contaron que, se convirtió en ángel…

ART MI

RUGIDO (Para el tema de la semana. Memento mori)

La taza estaba coronada con una marca de indeleble rojo sobre el borde y tenía una costra de café al fondo. Debían ser una familia de

clase alta, o acomodada, al menos, por la calidad de la ropa que encontramos más tarde en los dormitorios.

El rompecabezas que quedó a medio armar en la mesa, los platos rotos y esparcidos en la cocina daban cuenta del susto y la urgencia

con la que buscaron esconderse, como todas las personas cuando sucedió aquello.

Nadie había entrado a inspeccionar antes que nosotros: el bolso de mano reposaba en el sillón, a merced del tiempo, con todo el dinero

dentro. Podrá parecer estúpido, pero incluso en el acabose existían quienes creían que el dinero aún valía para algo.

Juan se adelantó a la alacena y se apresuró a sacar el destornillador de la chaqueta; el capitán dio un paso adelante y negó con la

cabeza.

Juan levantó el puño y se giró: ¿hambre? – empezó a preguntarnos, uno por uno, como hacía siempre, retando al mando. Todos

asentimos.

Entonces el capitán me entregó su destornillador: hoy repartes tú – dijo, apartando a Juan con un movimiento lento del brazo.

Intenté, al principio, guiarme por lo que más o menos sabía que era gusto de cada compañero, pero caí en cuenta de que, en algún

punto, alguien terminaría por quedarse con algo que no le ajustaría a sus preferencias, así que fui por la cobarde: cada uno iría pasando

a escoger un producto, de acuerdo con la antigüedad en el grupo. Fueron tres rondas con el mismo método y nadie pareció quedar

descontento.

Después de cenar nos dispusimos en la planta superior, que ya había sido revisada por el grupo de reconocimiento.

Lo mismo de todas las noches: el ruido ensordecedor del Leviatán del cielo abriéndose paso entre los aires con sus brazos siniestros y su

nube tóxica. Aquel rugido que libera a las innumerables criaturas que le salen de las entrañas para ir a alimentarse.

Ahí daban inicio los lamentos en la lejanía, los gritos de auxilio; algunas ráfagas dispersas que eran silenciadas inmediatamente y, cada

vez eran menos frecuentes, pero aún se escuchaban los pasos acelerados de los que intentaban huir equivocadamente.

– Atención, muchachos – ordenaba el capitán, y luego escogía a los que haríamos la guardia nocturna.

Él mismo se aseguraba de ajustar los uniformes y repartir las municiones. Era como su ritual propio, uno que compartía en silencio.

Luego, una vez listos para apostarse en los lugares de vigía pasaba por la fila, persignando a cada miembro señalado: memento mori,

memento mori – repetía mientras dibujada la cruz.

Los elegidos se iban con el dedo tembloroso en el gatillo y las pisadas casi sin ruido, como flotando, aterrorizados, creyendo que nadie

notaba, aún en la oscuridad, sus labios repitiendo rezos de piedad, dichos como para sí mismos, porque entonces ya no se sabía si había

dios vivo.

Y luego dejaron de regresar unos, y luego otros, y luego aquel y ese, hasta que ayer me quedé solo.

Cuando los seres que acechan lleguen sabré que están ahí, y ellos sabrán que estoy aquí. Y sabré, inequívocamente, que ahí termina mi

camino.

A veces lo ansío, porque el capitán aseguraba en vida que al otro lado nos esperaban mujeres de cuerpos decididos y libidos feroces,

irremediables, y que ellas podrían curarnos los miedos, acurrucándonos en su pecho, y sentiríamos un calor distinto, pero comparable al

del reposo, cual si estuviéramos con nuestras madres.

Eso decía él, y todos nos reíamos, sabedores de que era pura mierda, pura palabra de parafernalia, porque él también se estaba

cagando de miedo.

Y nada, el Leviatán sigue ahí, con lo mismo de todas las noches. Su ruido ensordecedor se abre paso entre los aires y su nube tóxica. Su

bramido de terror viene y me abraza. Aquel rugido libera a las innumerables criaturas que le salen de las entrañas para ir a alimentarse,

y con ello da rienda suelta a los miedos más profundos de nosotros, los que aún seguimos vivos, si es que esto aún puede llamarse vida.

ARITZ SANCHO MAURI

Realmente no te habría hecho bailar entre ésta y otras vidas si fuera la mujer de mi vida. ¡Abre los ojos, no te engañes! No apreció tu tiempo ni te requirió, no vio tu fragilidad.

Detrás de la fachada de indiferencia no hay plenitud, sino un corazón lleno de cicatrices.

No solo marcas físicas, sino profundas heridas de la niñez difícil y la adolescencia caótica, nació su armadura impenetrable. Te está diciendo, no, nunca.

Como un barco a la deriva se mete en amarras una y otra vez.

Aléjate, hazlo por ti. Recuerda: memento morí, el tiempo pasa, pero hay cosas que nunca cambian.

No te aflijas en tus muertos, no lo hagas.

No eres un muñeco en sus manos y no hay una superficie donde pintará sus dibujos.

Tu amor propio merece ser valorado, respetado y caminado contigo, alguien que vea más allá de tus desaciertos o faltas y celebre contigo tus logros.

No busques respuestas en el pasado, investiga el presente y el futuro.

El amor verdadero no es un tirar la toalla de quién da más, es una experiencia sincera y compartida.

No te juzgues por intentar ser parte de ella, tampoco te dejes perder en el laberinto de sus emociones.

Abre tu mente y sigue tu camino, da paso al amor sincero en tu vida.

La naturaleza se descompone, pero el alma es inmortal.

CÉSAR TORO

Transcurría mas de la mitad del siglo XX, en las frías montañas de la Sierra Andina bajo una espesa capa de neblina, bajo la sombra de los árboles, en una humilde choza de paja, una joven da a luz a su bebe con la ayuda tardía de una comadrona, pues estos lugares estaban tan alejados de la civilización que no habian mas habiatantes, en varios kilómetros a la redonda, en tan precarias condiciones vió la luz un varón , a quien llamron Antonio, que por misericordia de Dios logró sobrevivir.

dicen que: “naces una vez y dos veces mueres”, a este niño la vida le dio la oportunidad de crecer, estudiar, trabajar y viajar por varios países , en su largo caminar fué acumulando experiencias, sorteando obstaculos y dejando huellas inborrables dentro de los que lo rodeaban, aunque, no todo resulto color de rosas, puesto que, en el año 2021 estuvo a punto de morir por la pandemia que azoto al mundo. En la cama de un hospital, sin fuerzas para moverse y conectado a unos tanques de oxígeno, Antonio lucha por sobrevivir; a pesar que por momentos siente, que las fuerzas lo abandonan, mira con preocupación como cada cierto tiempo, pasan por la puerta de su habitación en el hospital camillas que llevan bultos cubiertos con sábanas blancas.

Mientras los médicos y enfermeras ataviados con máscaras y cascos cual astronautas, se comunican por altavoces y señales. Él estaba casi seguro que era el fin.

Durante su estadía en el hospital, recibía la visita diaria de varios médicos que daban órdenes y revisaban el estado del paciente; sin embargo, uno de ellos llamo su atención, era un médico que le enviaron para que hablara con él (medicina familiar), eso decían, este humilde hombre, se mostraba sereno, no demostraba ningun temor, al contrario se percibía tranquilo y hablaba despacio de cosas triviales y tambien de la misericordia de Dios.

Antonio como honbre temeroso del Señor, tambien le hablo de su fe y de su proyecto de escribir un libro que ayude a las personas a conocer y acercarse más a Dios.

Aun que, nunca supo si el médico existió ya que, luego no apareció más .

En el transcurso de este duro trance, no podía conciliar el sueño debido a la cantidad de medicamentos que le sumistraban, pero cuando lograba dormir al despertar cantaba una canción de alabanza al Señor, por seguir aún con vida.

Un buen dia vino a su memoria, la historia de del profeta Jonas, y clamó a Dios con fe y confianza repitió la oracion del profeta, cuando se enconraba dentro del pez a punto de morir.

«En mi angustia llamé a Yavé y me respondió, grité desde el lugar de los muertos y tú oíste mi voz.

Me habías arrojado en el corazón del mar, y la corriente me cercaba, tus olas y tus remolinos pasaban sobre mí.

Y dije: He sido arrojado de tu presencia, nunca más veré tu santo templo.

Me subían las aguas hasta el cuello, el abismo me rodeaba, las algas se enredaban en mi cabeza.

A las raíces de los montes descendí, al país cuyos cerrojos se cierran para siempre, pero me hiciste subir de la fosa, ¡oh Yavé, mi Dios!

Cuando en mí se me desfallecía el alma, me acordé de Yavé, y mi oración llegó a ti, a tu santo templo.

Los que sirven los ídolos vanos sacrifican sus esperanzas;

pero yo en acción de gracias te ofreceré un sacrificio y cumpliré mis votos: de Yavé viene la salvación.»

Jonas 2,2

Luego de un prolongado silencio, Antonio abrió los ojos y una tenue sonrisa se dibujaba en su rostro.

Dios había escuchado su clamor, le dió otra oportunidad para que reflexione, cambie y cumpla su sueño de ser escritor y logre dar testimonio.

De esto puedo dar fé; ya que, el relato que Usted está terminado de leer ha sido escrito por Antonio.

CARMEN ÚBEDA FERRER

La muerte burlona

La muerte.

-¡Pero mira que eres chapucero! Ya has intentado suicidarte por tres veces y en cada ocasión lo has hecho peor.

La primera vez intento de ahorcamiento fallido. ¿A quién se le ocurre colgarse con una soga desgastada y pendiente de un hilo? Resultado: trompazo sobre el suelo del pajar.

Segunda vez.

Papel de precinto para asfixiarte. ¡Ja, ja, ja! ¡Esa sí que fue buena. Como has dejado de adecentar tu persona, con las neuras y demás embrollos que llenan tu cabeza, la barba y el pelo te han crecido a lo loco era de esperar lo que te sucedió. En cuanto empezaste a enrollar el papel a la tercera vuelta no habías llegado ni a la boca. El precinto ni se te pegaba ni se te despegaba. Terminaste con la cabeza echa un enredo de tiras y de pelo y maldiciendo por tu aciaga suerte.

Si es que no estás contento con nada.

Tercera intentona.

Agarraste las pastillas de tu mujer y a tutiplén, te las tragaste sin más. Pero hombre ¿no sabes que tu mujer no toma fármacos que está más sana que una manzana? Todas sus pastillas son para el antienvejecimiento y de aleta de tiburón. Resultado. Un tremendo dolor de tripas y unas cuantas vomitonas que te dejaron fuera de combate pero, no muerto.

Estoy pensando que en el fondo eres un hipócrita y un cobarde que no quiere suicidarse. Necesitas una pequeña ayudita. ¡je, je, je!

—————————

Una tarde cualquiera.

El hombre decide quitarse la vida por cuarta vez tirándose desde el octavo piso por el patio interior de su vivienda donde, unas cuerdas del tendedero de la sexta planta exhibe una gran sábana blanca ampliamente extendida.

El hombre cae al vacío… de pronto siente que su viaje por el aire se ha detenido. Las cuerdas del tendedero y la sábana lo han enganchado. Se siente aliviado…

—————————————–

La muerte.

Te dije que necesitabas una pequeña ayuda para emprender tu viaje final. Aquí me tienes.

Un ligero empujoncito será suficiente. Llegó tu Momento Mori.

Para que veas que soy generosa la sábana te servirá de sudario. Una carcajada sarcástica sonó en los oídos del hombre mientras caía y se estrellaba contra el suelo.

(Recuerda que morirás)

EVA AVIA TORIBIO

Memento vivere

En mi familia hay un lema que dice: Memento te moriturum, sic vivere memento, algo que todos nos deberíamos aplicar. Ahora me hayo aquí, frente a una mujer que ha revivido algo que parecía estar muerto hace algún tiempo.

—Preciosa —Separándome—, tienes que verte —Quitándole el pañuelo, que dejo caer. Cojo los dos lienzos y los coloco uno al lado del otro.

“Quiero que observes detenidamente lo que yo vi ese día en el pasillo. Tu piel, tus líneas, tu alma. Ahora estás aquí, inmortalizada —Cogiéndole la mano, la que coloco en mi pecho.”

Deslizo mi mano por su rostro, grabando en mi piel las líneas que anteriormente no toqué. Sus ojos color miel llaman a ser besados, algo a lo que no me voy a negar.

—Tengo miedo —me dice. A lo que le respondo con un dulce beso en la comisura de su carnosa boca.

Nuestras miradas se funden en una. Con ellos le pido permiso para que me deje continuar, la desconocida responde acariciando mi mejilla.

Trago saliva, hacia mucho tiempo que no estaba tan excitado. Con ella he descubierto lo que es amar algo que tanto amo a través de otras manos, de otros ojos.

De pie, uno frente al otro, desabotono a la única que cubre sus preciosos senos, a los que mi boca se aferra con la delicadeza que ellos merecen. La desconocida me detiene y me dice que todavía no, que la deje primero a ella. ¡Como le voy a decir que no! Cierro mis ojos, quiero ver sin ver, pero me dice que los abra, que quiere verse reflejada en mis cristales. Cada instante que pasa la deseo más, no sé si voy a poder contenerme. Intento tocarla, pero no me lo permite, estoy frutado, se que su cuerpo me desea, su piel se delata, su calor calienta la mía.

Sus manos se deslizan desde mis manos hasta los hombros, luego dibuja sobre mi pecho las líneas que anteriormente yo dibuje en el suyo. Baja hasta el final de mi camiseta, la que quita con fuerza, lazándola al sofá. Ahora son sus dedos los que juegan con mi piel. Tornea mis pectorales, los que luego estimula con su boca, no me contengo y gimo. Coge mi mano y me lleva al sofá y me pide que me tumbe, intento cogerla, quiero tenerla contra mi pecho, pero ella me lanza con fuerza, obligándome a caer sentado.

Ahí está, parada frente a mí, como una Diosa a la que los simples mortales no podemos tocar. Me observa de arriba abajo, noto su calor en cada parte de mi cuerpo. Se quita el vaquero y la braguita, voy a guardar en mi mente esas líneas que no quiero que sean dibujadas por nadie más.

Mis manos, a las que ella se aferra, se deslizan por las curvas de sus piernas, terminando en esa zona que me quedaba por descubrir. La cojo con fuerza y la aprieto conta mi boca, poseo con ímpetu su sexo, el que se humedece con rapidez. Sus manos me cogen con fuerza de mi pelo, estirándolo hacia atrás.

—Mírame —me dice—, levántate —me ordena. Es la ama y yo su esclavo. —Bésame, lo quiero mi boca. Es obra tuya —Poseyendo con fuerza mi boca.

Mis brazos se aferran con fuerza a su cuerpo, mientras las suyas desabotonan el cinturón y el pantalón, el que baja hasta el final de mi erección. Es ahora ella la que posee con fuerza mi sexo. Me contengo, no lo quiero así, quiero que sea mía, quiero estar dentro de ella, quiero ser el mortal que posea a esta Diosa, aunque sea solo una vez.

La tomo entre mis brazos y la recuesto en el sofá, mis ojos recorren cada poro de su clara piel, enrojecida por mi calor. Me deshago de mi molesto pantalón y me coloco de rodillas frente a ella. De nuevo son mis dedos los que dibujan las líneas de su cuerpo. Deslizándose desde su pie subo lentamente por su pierna llegando a su sexo, al que masturbo, sin detenerme, hasta que se moja de placer.

Le pido que se toque, quiero ver su disfrute. Mi boca posee sus caderas, su ombligo, cierro los ojos y dejo que sea mi instinto el que continúe el recorrido. Conozco cada curva de su cuerpo.

Sus manos recorren mi pecho, llegan a mis caderas y me coloca fuertemente encima de ella.

—Poséeme —me dice—. No te detengas, te quiero dentro de mí — Tomando mi erección, la que introduce en su sexo.

Aferrándose con fuerza a mi culo es ella la que me indica con cuanta fuerza y rapidez quiere ser poseída. Nuestras bocas se aferran una a la otra hasta que ambos culminamos lo que comenzó aquel día en el pasillo.

Minutos después, ya vestidos y relajados, me dice que tiene que marcharse. Se detiene frente a la puerta y observa detenidamente un pequeño cuadro.

—Memento mori, memento vivere —dice en voz alta—. Certera frase —Abriendo la puerta.

—Desconocida. Amado —le digo con la esperanza de que me devuelva con lo mismo. Quizás vuelva a verla.

—Amanda —Sonrojándose, se coloca un mechón detrás de la oreja—. Quizás algún día nos tropecemos por estos pasillos —Marchándose. Dejándome su cuerpo tallado en mi piel y en mis lienzos.

Besos, La Incondicional.

JOSÉ LUIS USÓN

SEPTIMIUS

El pilum le había penetrado por la parte alta de la espalda a la altura del omoplato, y tras desgarrar como un suave paño la carne y partido con doloroso crujir, los huesos que encontró a su paso, asomaba ahora por el pecho de Lucius Septimius.

Cegado por la rabia e impulsado por la explosión de adrenalina que le producía siempre la batalla, actuando como una potente fuerza motriz, se había adelantado abatiendo a un gran número de enemigos a golpe de gladio. Cuando se dio la orden, equivocada, de lanzar una nueva andanada de pilum, se encontraba metido de lleno en la línea de vanguardia del enemigo y rodeado de adversarios, que, al igual que él, no vieron venir la lluvia de estilizados proyectiles que los alcanzó, provocando gran cantidad de bajas ajenas y algunas propias, entre los soldados que, como él, se habían adelantado más de lo debido.

La mirada de Lucius se perdía ahora entre las nubes que ajenas a todo desfilaban sigilosas sobre las cabezas de aquellos soldados que hoy buscaban alcanzar la gloria. Qué puede haber de glorioso en la guerra, idealizada tantas veces, revestida de un halo romántico que desaparece cuando llegas al campo de batalla.

Acaso hay algo de romántico en el quejido lastimero del que se sabe herido de muerte, en el barro viscoso que produce la sangre mezclada con la tierra, o en el olor a detritus de los vientres abiertos por el bruñido acero de las armas. Poco o nada tiene todo esto de romántico. Hombres pagando cara esa supuesta gloria que otros arriendan. Roma, siempre y, ante todo, Roma.

Poco a poco la mirada de Lucius se oscurecía, el sonido lejano ahora —pues el frente había avanzado unos metros— del acero entrechocando, llegaba apagado a sus oídos. Había dejado de sentir las extremidades y el intenso dolor que hasta hace un momento le hacía insoportable la espera, había sido sustituido por una sensación esponjosa, onírica. Allí, sobre aquella lejana y reseca tierra de la Hispania Ulterior, comenzaba su tránsito hacia ese otro mundo del que tanto había oído hablar —al que a tanta gente había enviado— y del que no se volvía. Recostado en el mullido triclinium de la muerte, se acomodaba en su incorpóreo abrazo. Lo hacía sin gloria, pues la batalla estaba perdida y nunca la hay para los vencidos.

MAYTE SOCA

“Sueña,disfruta,vive cada día como si fuera el último de tu existencia. Recuerda que la muerte es el final de todas las historias vividas”

Eduardo llegó como todos los días a la oficina, lo único que le molestaba era el intenso dolor de cabeza que sentía, tomó un ibuprofeno antes de salir de casa, pero aún no le había aliviado como otros días, así que tomo otro más en la oficina, sus dolores de cabeza eran recurrentes. Ya habían pasado dos horas de haber tomado el medicamento y el dolor se hacía cada vez más insoportable, -Gustavo puedo hablar contigo,- le dijo a su encargado, al verlo salir de la oficina. -Dime, ¿Te sientes bien? es que se te ve mal. – preguntó Gustavo, cuando vio la cara de sufrimiento que tenía Eduardo.

–Es por eso que quiero pedirte si me puedo ir, voy a la emergencia, no aguanto más el dolor de cabeza,- contestó Eduardo

– Si ve no, te preocupes, yo termino lo que estabas haciendo -le dijo Gustavo al verle de mal semblante -nos vemos mañana.

Eduardo tomó su mochila se dirigió hacía la puerta, pero no llegó a salir de la oficina, cuando cayó desplomado al piso, sus compañeros corrieron hacia él, Gustavo le hizo resucitación mientras los paramédicos llegaron al lugar, lo sacaron de la oficina inconsciente y así llegó a la clínica, el médico ha dicho que Eduardo ha sufrido un accidente cerebrovascular. Así pasaron varias semanas, sin cambio en su estado de salud hasta que esa mañana el teléfono de la oficina sonó, al otro lado del teléfono una mujer tratando de arrancar las palabras de su garganta pidió por Gustavo, -si ¿diga? -contestó Gustavo al tomar la llamada. -Llamo del hospital central, – dijo una voz femenina -soy hermana de Eduardo, él ya no despertará, su sueño se ha hecho eterno. El silencio en el teléfono se hizo interminable. Gustavo sintió un nudo en su garganta, no supo qué contestar, a la mujer que al otro lado del teléfono estaba ahogada en llanto.

ALMUT KREUSCH

Memento mori

Aquel día, y solo ese, olvidé la jeringuilla precargada de adrenalina en casa. Después de semanas frías y lluviosas, mi cuerpo y mi mente estaban hambrientos de sentir el reconfortante calor del sol de primavera, oler la tierra mojada y fértil, contemplar las violetas que tímidamente se atrevieron a abrir sus delicadas flores moradas, dando la bienvenida al final del invierno.

Ese día, el sol se asomó por la ventana y me despertó sonriéndome, excitándome e invitándome a dejar las sombras de mi casa, con su olor a leña quemada de la chimenea, para salir y purificarme de las oscuridades de los últimos meses, revolcarme en el aire cristalino y puro, en el verde rabioso de los prados, y renovar incluso la sangre, que se había vuelto espesa.

Salí con el corazón ligero y abracé la más esperanzadora época del año.

No la vi cuando me tumbé en la pradera, bajo la tierna mirada de unas vacas que, con sus hermosos ojos entrecerrados, rumiaban placenteramente su sabroso desayuno.

Ante la amenaza que yo representaba, me clavó su aguijón en el brazo. Quizás no lo hubiera hecho si supiera que, para ella, era una sentencia de muerte.

Miré con horror el diminuto pincho; sentí el veneno dominar mi cuerpo. Maldije mi imprudencia. Desesperada, revolvía los bolsillos de mi cazadora. Un sudor frío empezó a bañar mi piel, y el pánico me invadió porque sabía que solo la adrenalina podría salvarme la vida, el único antídoto capaz de protegerme de mi alergia a las picaduras de abeja.

Al no encontrarla, intenté levantarme y correr en busca de ayuda, pero el potente veneno ya había comenzado su malicioso trabajo. Noté cómo mi lengua y mi garganta empezaban a hincharse, Intenté respirar con normalidad, pero era como si una mano invisible me estrangulara lentamente.

Quería gritar, pero no pude.

Luego vinieron las terribles náuseas, y después los mareos.

Mi visión se volvió borrosa. El canto de los pájaros se perdía en la lejanía, mi cuerpo ya no respondía a mi voluntad, y la sensación de caer en un pozo profundo se hacía cada vez más real.

De repente, escuché la voz de mi adorado padre, quien nos había dejado hacía años: —¡Memento mori, memento mori!…

Cuando era niña, nunca me cansaba de escucharle contar con cierto misticismo la historia de los romanos: de su gloriosa entrada en Roma tras una batalla ganada, y del esclavo que caminaba detrás del general vencedor, susurrándole esas mismas palabras al oído, recordándole su condición mortal infranqueable, las limitaciones del ser humano y la necesidad de frenar la soberbia.

Quería llamarle: —¿Papá, papá, dónde estás? ¡Quiero estar contigo!

Pero las palabras se quedaban atrapadas en mi garganta.

Antes de perder el conocimiento, oí voces que retumbaban como ecos dentro de mi cabeza, ruidos extraños y luces como fuegos artificiales.

—¡Me voy a morir!

Después, la oscuridad. Y la nada.

Desperté en la UCI del hospital. Unos senderistas me encontraron tirada en el prado. Llamaron a la ambulancia. Pensaban que estaba muerta.

Esta vez, la muerte tuvo que soltar su presa.

Vi la luz del sol a través de los cristales de la sala. Era la misma que, horas antes, me había llamado, seducido y llenado de euforia y alegría. Pero ya no la sentí igual. Comprendí que, incluso en los momentos más luminosos, la vida y la muerte son inseparables.
Memento mori… Esta vez volví del borde de la muerte, pero sabía que llegaría el momento en que esas palabras me alcanzarían de nuevo y no regresaría.

IVONNE CORONADO

La Vida en Residencia de Mayores

—Hola, Claude, ¿cómo vas?

—Bien, todavía en tratamiento.

—Si necesitas algo, nos avisas, ¿eh?

—Sí, claro, gracias.

Después de esa breve conversación, mi esposo y yo seguimos hacia el parque. Era un día precioso de verano. Llevábamos granos para los herrerillos, pájaros diminutos, los únicos que se atreven a comer en nuestras manos.

La vida de los residentes, todos retirados y mayores, aptos para cuidarse solos, es tranquila. Algunos se hacen de amigos, otros son reservados, solitarios. Los hay en pareja, como mi esposo y yo, o solos, como Claude.

Las únicas veces que la mayoría se junta, es cuando preparamos actividades, como barbacoas, salidas al casino, juego de petancas. En el juego no participan todos, algunos usan andadores, o están en sillas de ruedas, otros trabajan. Las edades nuestras oscilan entre cincuenta y cinco y noventa. La esperanza de vida es mayor en este siglo.

Pienso que nada nos prepara para nuestro «memento mori». En pareja o sin pareja, no sabremos si habrá una mano en la nuestra, una presencia al momento de morir. Todos los mayores, llegando a los ochenta, tratamos de seguir adelante, disfrutando de la familia y amigos, o de alguno que otro viaje. Estamos conscientes que hoy somos y mañana no.

Lo triste es que no tener familia, o amigos, o no tener recursos suficientes para divertirse, aparte de mirar la tele, escuchar música o caminar. Aunque hay muchos que tienen vehículo, otros utilizan el transporte del edificio para ir de compras. La Ford nuestra tiene ya varios años de ruta, pero nos ayuda a visitar a la familia y a los amigos. Todos viven retirados de nuestro sitio.

La hija de mi esposo es muy cariñosa y sabe crear lazos fuertes entre los abuelos y los pequeños. Abraza a su padre con ternura por un largo rato, y yo puedo imaginar lo que piensa: ¡Un día los perderé! Igual mi hermano, su esposa y su hijita, nos miman cuando llegamos a verlos. Platicando con mi hermano, me dijo: – Sabes, estuve pensando que tú eres la mayor, la que tiene la historia de la familia. Si tú desapareces, no podremos recordarla. Sería bueno que la escribieras. Somos huérfanos. También los tíos abuelos ya no existen. Es cierto. Estoy escribiéndola.

En septiembre, vimos a Claude salir a tomar su vehículo, y nos paramos a conversar con él. Platicando con Tom, el conserje del edificio, amigo nuestro, nos contó que Claude padece un cáncer del cerebro y parece estar en remisión. Sabíamos estaba enfermo, pero no lo serio de su enfermedad.

Desde ese día, lo tuve en mi pensamiento. Sin embargo, estamos lejos de toda la familia y amigos, y eso nos hace ausentarnos con frecuencia. Pasamos dos o tres noches afuera, a veces una semana entera.

Este mes de agosto, a pesar de los colores otoñales, ha habido lluvia y días grises. Adivino cómo se sienten mis compañeros de retiro, porque el ambiente inclina a sentirse nostálgico. Vemos aproximarse el invierno. Más de alguno pasará las fiestas en un hospital, o será trasladado a una residencia con cuidados médicos. En el transcurso del 2024 hemos perdido a varios de repente.

Sé de dos parejas cuyos cónyuges han pasado al hospital de la par, obligando al que se queda a mudarse a un apartamento más chico.

Por unos días no tuvimos noticias de Claude. Ayer llovió mucho. Las calles brillaban como espejos a luz de los faroles, y hoy por la mañana, Tom llamó a nuestra puerta. Por él supimos la triste noticia. Una enfermera vino a tomarle un examen de sangre. Cuando sonó el timbre de la entrada y no obtuvo respuesta, llamó a Tom. Sabiendo que estaba enfermo, fueron a su apartamento juntos. Un silencio inquietante los recibió. Preocupados, abrieron. Lo encontraron en su sofá.

Este año, la Muerte vino de puntillas, como una ladrona, y nos dejó un sabor amargo, pensativos.

MAITE BILBAO PÉREZ

SOMBRAS DEL PASADO

Capítulo II

Ana llevó a Estrella hacia una habitación pequeña y oscura. El único atisbo de luz provenía de una bombilla desnuda que colgaba del techo. Estrella, aturdida y asustada, se aferró a su bolso como si fuera un salvavidas.

—¿Por qué estoy aquí? —suspiró, sentándose en la cama.

—Lo siento. Sé que es difícil de aceptar, pero no tienes otra opción.

—¿De qué estás hablando?

—Tu deuda. La que contrajiste con el señor Álvarez. Él no perdona, Estrella. Si no hubieras aceptado la propuesta, las cosas habrían sido mucho peores para ti.

Estrella recordó la desesperación que le había llevado a pedir dinero prestado a Álvarez. Había perdido el trabajo y no tenía a nadie a quien acudir. Él le había ofrecido ayuda, pero a un precio muy alto.—¿esto es lo único que puedo hacer? —balbució sintiendo un nudo que le apretaba la garganta.

—Por ahora, sí. Pero no te preocupes, te acostumbrarás. Al principio, a todas nos cuesta, sin embargo, luego te das cuenta de que es la única forma de sobrevivir. Ahora descansa, mañana a primera hora vendrá a reconocerte el médico.

Estrella se dejó caer en la cama. Su vida había dado un giro de 180 grados en cuestión de días.

Al regresar de la revisión médica, Estrella caminó por el largo pasillo. El eco de sus pasos resonaba en la quietud, amplificando la sensación de soledad que la invadía. Cada puerta que pasaba era un recordatorio de su nueva realidad. Se detuvo frente a un espejo desvencijado y se observó. Su rostro, pálido y ojeroso, reflejaba el miedo y la incertidumbre que la atormentaban. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Sería esta su vida a partir de ahora?

Al llegar a su habitación, Ana la esperaba. La luz tenue de una bombilla desnuda luchaba por disipar las sombras que se escondían en las esquinas. En una de las paredes, colgado y torcido, había un espejo antiguo que reflejaba una imagen distorsionada de la habitación. Estrella se acercó y vio su propio rostro, pálido y asustado. A su lado, un pequeño altar improvisado albergaba una vela que parpadeaba débilmente, proyectando sombras danzantes en la pared. Sobre el altar, una fotografía antigua mostraba a una mujer joven, de ojos brillantes y una sonrisa radiante. Ahora, sus ojos parecían mirar fijamente hacia la oscuridad, como si supiera el destino que esperaba a todas las mujeres que cruzaban ese umbral. Estrella sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Quién era esa mujer? ¿Habría sido ella también una prisionera de este lugar?

—Esta es tu nueva habitación, Estrella —Ana señaló la cama vacía junto a la suya—. No es el Ritz, pero al menos tendrás un techo sobre tu cabeza y comida en el estómago.

Estrella asintió, sintiendo un nudo en la garganta. La habitación era fría y hostil, pero era en ese momento cuando comenzó a sentir una conexión extraña con el lugar. La fotografía de la mujer desconocida parecía observarla, como si le estuviera transmitiendo un mensaje silencioso.

—Y este —continuó Ana, señalando un pequeño armario con ropa interior y vestidos—, es tu nuevo guardarropa. Todo lo que necesitas para trabajar.

Estrella se vistió a la fuerza, sintiendo cada prenda como una nueva herida. En el espejo, se veía extraña, como una muñeca de trapo.

—No te preocupes, te acostumbrarás —Ana le sonrió con resignación —. Al principio, a todas nos cuesta.

Esa noche, en el comedor, Estrella se sentó sola en una mesa al fondo. La comida era simple, pero abundante: sopa, pan y un filete de carne. Observó a las otras mujeres, comer con avidez, como si cada bocado fuera una victoria. Al terminar, Ana se acercó a ella.

—Ven conmigo. Hay algo que debes saber. La llevó a un lugar apartado, un pequeño patio interior donde una fuente cantarina creaba un ambiente de engañosa tranquilidad.

—Este es nuestro pequeño secreto —Ana abrió una puerta que daba a un jardín interior, el mismo que le había mostrado antes—. Aquí nos limpiamos, cuerpo y alma, después de cada noche.

Estrella se sumergió en la pileta, el agua fría la revitalizó. Cerró los ojos, tratando de encontrar un refugio en la soledad. La imagen de la mujer de la fotografía volvió a su mente. ¿Habría ella también buscado consuelo en este mismo lugar?

»Al principio, el olor a hombre te parecerá insoportable —Ana se sentó a su lado—. Pero te acostumbrarás. Hay trucos.

Estrella la miró, esperando una explicación.

— Observa a las demás —señaló a un grupo de mujeres que se preparaban para salir—. Verás cómo lo hacen.

Estrella las observó. Se lavaban con jabones perfumados, se ponían talco y se rociaban con colonias.

—Y si eso no funciona, siempre puedes usar esto —Ana sacó un pequeño frasco de una bolsa y se lo entregó a Estrella. Era un aceite esencial con un aroma intenso y dulce.

Esa noche, Estrella tuvo su primer encuentro con un cliente. El hombre era grande y fuerte, y olía a sudor y alcohol. Se sintió aterrorizada, pero recordó las palabras de Ana y trató de relajarse. Al terminar, corrió al jardín y se sumergió en la pileta, lavando de su cuerpo el recuerdo de aquel encuentro. Un día, mientras trabajaba, un chulo intentó abusar de ella. Estrella, enfurecida, lo empujó con todas sus fuerzas. El hombre se tambaleó y cayó al suelo. Las otras mujeres la miraron asombradas.

—Así se hace, novata. —Ana la felicitó, dándole una palmada en la espalda. A partir de ese momento, Estrella se convirtió en una de las favoritas de los clientes. Era eficiente, discreta y, a veces, incluso divertida. Pero a pesar de todo, seguía soñando con escapar. Una noche, mientras las mujeres conversaban en el jardín, Rosa susurró:

—Este negocio es como una rueda. Entras, das vueltas y vueltas, y nunca sales—mientras miraba a Estrella con una mezcla de pena y resignación.

Clara, acariciando una flor imaginaria, suspiró:

—Yo sueño con tener una casa pequeña, con un jardín lleno de flores. Y un perro.

Estrella, mirando a las estrellas, respondió con firmeza:

—Yo quiero volver a estudiar. Quiero ser maestra.

Semanas después, Sofía, una chica joven y rebelde, intentó escapar durante la noche. Fue capturada antes de llegar a la calle. La madame, una mujer imponente y despiadada, la arrastró al centro del patio.

—Esto es lo que pasa cuando intentas desafiarme— y con toda la fuerza de su brazo, azotó a Sofía con un látigo. Las otras mujeres observaban temerosas. La madame miró fijamente a Estrella.

—¿Alguna otra quiere seguir su ejemplo?

Estrella sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que si las intentaban detener, las castigarían con más dureza. Pero también que no podían vivir así para siempre. Esa noche, mientras las mujeres se acostaban, escuchó a Rosa susurrar:

—Tenemos que hacer algo. No podemos quedarnos aquí para siempre.

Estrella asintió en la oscuridad. Sabía que el camino sería difícil y peligroso, pero también. En la penumbra, los ojos de las mujeres brillaban con una tenue luz de esperanza, buscando en la mirada de las otras un tácito consenso de rebeldía. Sabían que juntas podían encontrar una salida.

¿Continúo?

NUMIRALDA DEL VALLE

MEMENTO MORI.

Aquel hombre, de nombre Martín, solía ir todos los sábados en la tardecita a visitar a su mujer al cementerio. Es viudo desde hace un año. A estas horas del día era cuando más la extrañaba, pero siempre se quedaba afuera, sentado en la acera de la entrada principal. Desde allí la «acompañaba» un rato mientras rememoraba con nostalgia pasajes compartidos durante tres décadas.

Un sábado, encontrándose en el lugar habitual, llegó un señor quien lo saludó amablemente entablando un diálogo ameno. Pedro Ruiz, como dijo llamarse, le contó que también su esposa había fallecido.

—Ella reposa aquí, vamos, entremos—lo convidó.

Con algo de vergüenza Martín confesó tenerle mucho miedo a los muertos y aspectos afines, razón por la cual no entraba nunca. Esta información causó asombro a su reciente conocido.

—Caramba, no se preocupe por los muertos, hágalo por los vivos—le dijo.

—Veo que usted no les teme—infirió .

—No hay razón para ello, la muerte es un hecho inevitable, natural, para todos sin distinción— luego viéndolo a los ojos, expresó: «Memento mori».

Martín frunció el ceño, era la primera vez que oía esa expresión y no conocía el significado. Mejor ni pregunto, pensó.

No obstante, se dejó persuadir animándose a entrar con el hombre hasta la tumba de la esposa donde lo dejó solo. Desde entonces, en cada visita se introduce rápidamente al cementerio, coloca una flor, permanece unos minutos y sale de igual forma. Generalmente, se encontraba en la puerta con Pedro Ruiz, conversaban un instante antes de dirigirse a las tumbas respectivas, las cuales estaban próximas.

Una tarde Martín trajo una flor para la esposa del nuevo amigo. Ese día no coincidieron, así que él mismo fue a colocarla. Parado ante la tumba un escalofrío le recorrió el cuerpo. En la lápida leyó: Aquí yacen Julia Díaz y Pedro Ruiz.

† 01-01-2024. QDP.

RAÚL LEIVA

Cotidianum mortis actus

Desde las sombras, la cavernosa voz retumbó quebrando la noche.

—¡Oh, sombra de la muerte que acechas en la penumbra!
Tu aliento helado recorre los senderos de la vida,
y en cada susurro que el viento trae,
se oyen los lamentos de almas perdidas.

¡Teme, oh mortal, que tu hora que se aproxima!
El reloj del destino marca su inexorable compás,
y en la negrura de la noche eterna,
se alza la guadaña que corta sin piedad.

Los que desafían su nombre,
sabrán el peso de su arrogancia,
pues su manto oscuro cubre la tierra,
y a todos, sin distinción, abrazarás con su danza.

No hay refugio en la risa ni en el oro,
ni en los placeres que la vida ofrece,
pues el eco de sus pasos se acerca,
y ante ti se alza la muerte, que crece y crece.

Así que escucha, oh infame criatura,
que en el ocaso de tus días,
te aguarda el abrazo helado de amarguras,
y en tu último aliento, caerás impía.

Desde las cercanías de su lecho, un alma noble clamaba por una acción concreta e inmediata.

—¡Matá esa cucaracha de una vez y volvé a la cama!

MAR GINEZ

Hoy llueve y el aire está muy frío, hace meses que mi piel extrañaba este sentir y bueno… aquí estoy sentada sobre una mecedora de quizá algunos diez años de uso. Llevo más de una hora viendo como caen las gotas sobre el suelo y como suelen reventar al chocar sobre mis manos.

Llevo unos días tratando de despedirme de ti, sin embargo; me ha costado tanto el dejar ir todos estos recuerdos y sentimientos, no solo es eso también es esta vaga sensación de tenerte de nuevo, de volver a verte, de escuchar tu pequeño susurro, tu último balbuceo de cuando te tuve en mis brazos aquella madrugada mientras dormías y al mismo tiempo estar muriendo sin yo saberlo.

Alguna vez dijiste “te esperaré en la vida eterna”, aquella en la que no creía yo, ahora derramó lágrimas para llegar a ella, allá donde supongo que me estás esperando…

Sé que no puedes sentir este dolor, que estoy viviendo sublimemente y que me arde la piel de tanto sentirlo desde el espacio más pequeño oculto en el corazón, hasta el último sentir de mis pensamientos. Tengo este plañido desde el año en el que te fuiste, en aquel “momento morí” te llevaste de mí mi vivir y todo aquello que había creado en mis vivencias. Pasaron años y fueron más las lágrimas que derrame que generar momentos afables y tener recuerdos para mis últimos segundos de vida.

Ahora la que está muriendo soy yo y este camino llamado vida se me está terminando, tomando las agarraderas de esta vieja mecedora en la que solíamos sentarnos juntos cuando éramos jóvenes (viejos jóvenes) ahora se está pudriendo y muriendo como yo…

Después de ti, me aferré a que regresaras, cuando claramente sabía que no pasaría, pasé 32 años en la espera a que volvieras de la muerte. Hace tres meses que cumplí 61 años y por primera vez pude ver el tiempo atrás y veo todo el tiempo que perdí, se me fue la vida en lamentos, llorándote, recordando tu rostro, tus besos, tus palabras y tus gestos. En este brevísimo momento quisiera pedirle perdón a la vida y decirle que me de una oportunidad más para remediar esto y soltarte en aquel momento.

Porque ahora que me estoy yendo, solo me voy con dolor, con lágrimas en los ojos y con estas gotas frías que se revientan sobre mis manos y para rematarla me voy sola; sin ningún amor que se quede aquí y me recuerde como yo te recordé a ti.

Te veré allá o si bien lo prefieres espérame tú…

LETICIA R MENA

Novena tumba a la izquierda

Olía a tierra mojada. Pero no esa tierra mojada de la que hablan los poetas en sus versos. No esa tierra mojada que aspiras evocando nostalgias.

Olía a tierra mojada, a tierra húmeda removida. Tierra de entierro, de muerto.

Tierra de tumba profanada.

La lluvia, que llevaba cayendo finísima todo el día, y ahora empezaba a arreciar, no mejoraba la escena que Catalena Corvus tenía ante sí. Una tumba abierta.

Un muerto robado de su supuesto descanso eterno.

La lápida partida en dos, como si hubiera sido alcanzada por un rayo.

El muerto a pocos metros, cobijándose de la lluvia que ya no podía mojarle, bajo un típico ciprés de cementerio.

La médium aún se asombraba de como algunos fantasmas seguían actuando como si siguieran vivos. Como si pudieran sentir frío, tener hambre o mojarse con la lluvia.

Involuntariamente, se llevó la mano al colgante que, además de servirle de amuleto, simbolizaba el legado de la familia. El don que había sido heredado generación tras generación, desde los tiempos de la bruja de Endor hasta hoy.

El colgante de plata vieja, no era sino una tela de araña de forma redondeada, con su inquilina negra en la parte superior, envuelta en una circunferencia donde una frase rezaba: memento mori et a morte redire, recuerda morir y de la muerte regresar.

No era el primer muerto saqueado de su tumba, más bien el cuarto en las últimas semanas. Pero era el primero que acudía a ella para pedirle ayuda.

Hasta ahora se había mantenido al margen. Ya tenía bastante con los fantasmas habituales del día a día, como para lidiar con uno con misterio y de los gordos incorporado.

Pero sucede que, en el otro lado, tienden a dar buenas referencias de su familia en cuanto a ayudar con cuentas pendientes por resolver se trata.

Nada más pendiente de resolver que el hecho de que alguien profane tu tumba y se lleve tu cuerpo, o lo que quede de sus podridos restos.

—Si me dice que el mismísimo muerto le ha hablado y le ha dicho donde encontrar su cuerpo, me arregla el día señorita Corvus— la voz del detective Romano le dio la bienvenida a la tétrica fiesta.

—Más bien al contrario, me temo— le respondió—. El propio muerto también está preocupado por encontrar su cuerpo.

El detective soltó una risa que sonó falsa.

—Tal vez esto sea obra de alguno de sus «amigos»— añadió, solo por molestarla.

—No recuerdo tener “amigos” que vayan por ahí profanando tumbas— no tumbas ajenas al menos, se dijo para sí misma.

—¿Entonces está aquí…?

—Por la misma razón que usted—le cortó—. Para encontrar al muerto desaparecido.

—Eso de encontrar desaparecidos se le da muy bien—murmuró él entre dientes.

—Si lo dice por aquel chico, le recuerdo que lo encontré— le rebatió.

—Encontró su cadáver— le recalcó él con cierto retintín.

—Encontrarlo vivo era su competencia, no la mía—sentenció la médium devolviéndole el retintín.

Si las miradas mataran, ya habrían caído fulminados ambos.

Se habían ido acercando paso a paso, hasta estar cada vez más cerca el uno del otro, el cuchillo entre los dientes.

—Van a seguir con la conversación o van a ponerse ya de una vez a buscarme.

Catalena dio un casi imperceptible respingo. Nunca acaba de acostumbrarse a eso.

El muerto había dejado su cobijo bajo el árbol, y ahora estaba a su lado, asomado al agujero que hasta hacía poco era su lugar de reposo eterno, o al menos de su cuerpo.

—Señorita Corvus —le reclamó el detective, al verla desviar la mirada distraída sobre su cliente, que obviamente él no podía ver.

El detective no añadió nada más.

Aunque finjua no creerse ni una palabra de lo que decía la médium, tampoco se atrevía a preguntar más de la cuenta.

—Señor— les interrumpió un agente agachado en el suelo—, parece que aquí hay algo.

El agente se levantó, sosteniendo entre sus dedos enguantados en látex, un pequeño rectángulo manchado de barro.

Parecía una tarjeta de visita.

Y lo era.

A Catalena Corvus no le hizo falta esperar a que el agente limpiara de tierra y lluvia la prueba.

La reconoció por el color púrpura y las letras en verde, que no le hicieron falta leer para saber lo que decían.

A Catalena Corvus tampoco le hizi falta ningún don de adivinación, que no tenía, para saber su futuro más próximo.

Unas esposas en sus muñecas.

Una sala de interrogatorios poco acogedora.

Un detective, o al menos el que tenía al lado, haciéndole preguntas que ella no tenía idea de cómo iba a contestar.

La primera de todas ellas, qué hacía su tarjeta de visita al lado de una tumba profanada.

La médium tomó aire.

Olía a tierra mojada.

Tierra húmeda.

Tierra de entierro, de muerto.

Eso nunca podía ser un buen presagio.

Continuará…?

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15 comentarios en «Memento mori – miniconcurso de relatos»

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